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Principios básicos de la bioética

Lic. María del Carmen Amaro Cano,(1) Lic. Angela Marrero Lemus,(2) Lic.
María Luisa Valencia,2 Lic. Siara Blanca Casas2 y Lic. Haymara Moynelo2

(1) Profesora de la Facultad de Ciencias Médicas "General Calixto García". Jefa


de la Cátedra de Bioética.
(2) Enfermera docente-asistencial del Hospital Clinicoquirúrgico Docente
"General Calixto García".

RESUMEN

Se realiza un recuento histórico de la evolución de los conceptos de ética y


moral, profundizando en las características de la ética profesional y, en particular,
de la ética médica tradicional, cuyos aspectos más importantes están recogidos en
el Código de Hammurabi, rey babilónico ( 2 000 años ane), y en el Juramento y
los Aforismos de Hipócrates (siglo IV ane), en plena civilización griega. Se
exponen algunas de las definiciones más aceptadas de Bioética, explicando
además cómo surge esta disciplina y los principios fundamentales en los cuales
se sustenta, lo cual abarca no sólo su definición, sino su alcance, especialmente a
la altura del desarrollo científico y técnico actual, en el campo de la Biomedicina
y la Biotecnología.

Palabras clave: ETICA/moral/bioética/principios éticos/valores morales/virtudes


éticas.

INTRODUCCION

La Bioética es una disciplina de apenas 20 años de existencia y, por tal motivo,


desconocida aún por muchos profesionales de las ciencias de la salud, a pesar de
que los mayores avances en el estudio, reflexión y debate acerca de los enfoques
bioéticos se han realizado en el campo de las ciencias médicas.

En los últimos años se ha producido un auge en la divulgación de estos


conocimientos, a escala mundial, y llama poderosamente la atención cómo son
cada vez más las enfermeras que se interesan en estos problemas.

Este tema responde a la necesidad de propiciar la reflexión del personal de


Enfermería sobre los aspectos éticos del ejercicio de la profesión, enfatizando en
la necesidad de reconocer al paciente como un sujeto autónomo, que tiene
derecho a saber, opinar y decir sobre la conducta que pretenden asumir los
profesionales de la salud, en la intención de promoverle su salud, evitarle
enfermedades, o diagnosticar, tratar y rehabilitar en caso necesario.

OBJETIVOS

Son objetivos de este trabajo actualizar los conocimientos sobre ética y moral, así
como ética profesional, especialmente ética médica y ética de Enfermería; así
como informar aspectos teórico-conceptuales acerca de la Bioética y sus
principios fundamentales y finalmente identificar las principales virtudes éticas
que deben caracterizar al personal de Enfermería.

DESARROLLO

Evolución histórica de los conceptos de ética y moral

La moral es una de las formas de la conciencia social que, en tanto que reflejo de
las condiciones materiales de vida de los hombres, es histórica y concreta y, por
tanto, relativa y cambiante, cuyo desarrollo constante va acorde con la marcha de
la sociedad.1

El estudio de la moral forma parte actualmente de una ciencia particular, la ética,


formulada como tal desde el siglo VI ane., en la Grecia Antigua, por el filósofo
griego, Aristóteles. Sin embargo, los problemas éticos, tanto de la sociedad en
general, como de las profesiones más connotadas -por su grado de vinculación al
hombre mismo- fueron objeto de análisis y formulaciones teóricas, así como
regulaciones, incluso jurídicas, desde la más antigua civilización babilónica (2
000 años a.n.e.) por el rey Hammurabi.

En el caso del ejercicio de la Medicina, aparecieron ya regulaciones en ese


Código babilónico y reaparecie ron después, en la Grecia Antigua, en el
Juramento y los Aforismos de Hipócra tes, médico griego nacido en la isla de
Cos.

La ética médica tradicional se ha basado en dos principios fundamentales: "No


dañar" y "Hacer el bien". Estos dos principios han sido exigidos, a lo largo de los
años, a los médicos en ejercicio y, a partir de finales del siglo XIX, se ha hecho
extensivo su cumplimiento a todos los profesionales de las ciencias médicas. En
Enfermería, a partir de su definición como profesión, gracias a Florence
Nightingale, se le añadieron otros dos principios: la fidelidad (al paciente), que
obliga a cumplir con los compromisos contraídos; y la veracidad, aun cuando su
ejercicio pueda entrañar dificultades a quien la ejerce.2
Surgimiento y desarrollo de la Bioética

Sus antecedentes más remotos pueden encontrarse en los crímenes de guerra


cometidos por los nazis, durante la II Guerra Mundia, cuando realizaron
experimentos directamente en humanos, con los prisioneros de guerra, cuyo
descubrimiento posterior dio origen al Código de Nuremberg; el surgimiento de
esta nueva disciplina ocurre en la segunda mitad de este siglo.

A fines de la década de los 60 y principios de los años 70, el incremento de las


crisis cíclicas del capitalismo, por aumento desmedido de la producción y
disminución galopante del consumo, produce un período de estanflación
(estancamiento e inflación) en la econo mía. El exceso de liquidez (capital que no
encuentra ubicación rentable) trata de encontrar como destino fundamental las
áreas subdesarrolladas de América Latina y el Caribe. En el seno de la sociedad
norteamericana se entroniza el modelo económico neoliberal, que propugna la
libertad económica como madre de todas las libertades, enfatizan do en que "el
mercado es la solución a todos los problemas".

Pero el indiscutido crecimiento económico que trajo consigo el nuevo modelo


económico no se tradujo en el esperado desarrollo humano, pues las inequidades
sociales se hicieron cada vez más notorias. Todo este clima de insatisfacción
social propició una gran crisis de valores morales y, al propio tiempo, permitió la
reflexión acerca de sus consecuencias.

Es en este contexto que un médico oncólogo norteamericano, el Doctor Van


Rensselaer Potter, obligado a enfrentar la creciente deshumanización en el trato
con pacientes en estadio terminal de cáncer, atendidos en Unidades de Cuidados
Especiales o Intensivos, rodeados de equipos que todo lo miden, menos los
sentimientos, comienza a reflexionar sobre el efecto del impulso extraordinadio
del desarrollo científico-técnico, que había invadido el campo de las ciencias
médicas, en el paciente, quien había sido visto hasta ese momento como alguien
pasivo en el proceso salud-enfermedad, delegando o, mas bien, obligado a
delegar su derecho de libertad de elegir lo mejor para él, en el personal de salud.

Así, Potter, elabora su teoría acerca de una nueva disciplina, la Bioética, para
estudiar justamente los problemas morales surgidos al calor del desarrollo
científico y que abarca, no sólo al hombre sano o enfermo, sino a todos los seres
vivos que tienen relación con la mejor calidad de vida del hombre.3

Varios estudiosos de la obra de Potter, filósofos y juristas especialmente, han


aportado nuevas reflexiones, enfoques y conceptualizaciones. Beauchamps y
Childress elaboraron la teoría principalista. Otros estudiosos del tema,
historiadores, médicos, eticistas y teólogos, han añadido diversos matices. De la
Norteamérica neoliberal a la Europa social demócrata, nuevas lecturas han sido
realizadas atemperadas a las tradiciones culturales, condiciones económicas y
realidades sociopolíticas de la década de los 80, fecha en que se introdujo la
Bioética en el continente europeo. La década de los 90 presencia el arribo de la
Bioética a Latinoamérica y el Caribe y en estas tierras de sincretismos culturales
y religiosos, en las que el modelo neoliberal hace estragos sociales y existe un
pequeño país que, en aras de su derecho a la autonomía se enfrenta a un injusto
bloqueo por más de tres décadas y, a pesar de ello, no ha dejado de enarbolar su
proyecto de justicia social, la Bioética se redimensiona, enfatizando en la
necesidad de cultivar las mejores virtudes morales en los profesionales de la
salud.

Principios de la Bioética4

A los principios tradicionales de la ética médica, la Bioética añade dos nuevos


principios: la autonomía (del paciente) y la justicia (que debe ejercer la sociedad
a través de sus instituciones de salud).

El principio de la beneficiencia significa hacer el bien en todas y cada una de las


acciones que se realizan, pues dañar no puede estar presente, de manera
consciente, ni en la idea, de un profesional de la salud.

La sociedad actual se caracteriza por un énfasis, a veces exagerado, en la


tecnología, y ello lleva imperceptiblemente a la deshumanización. Es por ello que
se hace más necesaria que nunca la formación humanista de los profesionales de
la salud. La atención de Enfermería debe fundamentarse, de manera especial, en
la formación humanista de ese profesional.

Una enfermera practica la beneficiencia a partir del momento en que se preocupa


y dedica atención preferente a su autosuperación para mantener la competencia y
desempeño profesional, que le permitirá brindar una atención de calidad.
También cumplirá con el principio de beneficiencia en las acciones cotidianas
cuando se esfuerce por establecer diagnósticos correctos de Enfermería, pues de
la identificación clara y precisa de las respuestas humanas del paciente a su
problema de salud/enfermedad dependerá la eficacia de las acciones
independientes de la enfermera. La enfermera aplica además la beneficencia
cuando, al ejecutar acciones dependientes de las órdenes médicas, ajusta el
horario de la administración de los medicamentos no a su comodidad, sino a las
necesidades del paciente.
El principio de no maleficencia, sinónimo del "No dañar", de la ética médica
tradicional, es considerado por algunos eticistas como el otro elemento del par
dialéctico beneficencia no maleficencia. En cualquier caso, se reconoce la
obligatoriedad de hacer el bien y no hacer el mal. Pero, ¿cuál es el bien y cuál el
mal? A lo largo de la historia de la humanidad, en correspondencia con la
práctica social, determinados grupos de hombres han elaborado sus propias
teorías filosóficas y en ellas han expuesto sus aspiraciones, como expresión
consciente y anticipada de sus necesidades históricas. Estas aspiraciones se
desarrollan en el sistema de valores morales que, a su vez, se forman a través de
la idealización del significado histórico que la realidad tiene para el hombre.

Como todo fenómeno social, los valores poseen un carácter histórico concreto, de
manera que cambian con el propio desarrollo de la sociedad. Por eso, como
criterio universal para la determinación de los valores actúa el progreso social: lo
que lo favorece, constituye un valor; lo que lo dificulta u obstaculiza, constituye
un antivalor.5

En correspondencia con los valores universalmente reconocidos: la vida y


la salud, cualquier enfermera puede distinguir dos ideas fundamentales:

 Su profesión le proporciona una capacidad peculiar que la faculta


específicamente para contribuir al bien del individuo, la familia o
comunidad que atiende.
 Su profesión implica un deber para con la sociedad.

La autonomía, uno de los principios que incorpora la Bioética a la ética médica


tradicional, se define como la aceptación del otro como agente moral responsable
y libre para tomar decisiones. La expresión más diáfana del pleno ejercicio de la
autonomía, por parte de los pacientes, es el consentimiento informado, el cual
consta de dos elementos fundamentales: la información y el consentimiento.

La información corresponde al profesional de salud y debe incluir dos aspectos


importantes:

1. Descubrimiento de la información, que estará dosificada en


correspondencia con lo que el paciente quiere realmente saber, cómo y
cuándo lo quiere saber.
2. La información comprensible, es decir, tomar en cuenta la necesidad de
utilizar un lenguaje claro y preciso.

Por su parte, el consentimiento es competencia del paciente o de su representante


moral (familiar) o legal (tutores, en el caso de menores de edad, o abogados
especialmente contratados para el caso). El consentimiento comprende también
dos aspectos:

1. Consentimiento voluntario, sin abusos paternalistas ni presiones


autoritarias.
2. La competencia para el consentimiento, tanto física como psicológica.

El consentimiento informado protege, en primer lugar, a pacientes y sujetos de


experimentación, previendo riesgos y daños posibles; pero también protege y
beneficia a todos en la sociedad, incluyendo profesionales de la salud e
instituciones.

Dicho esto así todo parece claro y de fácil solución; sin embargo, el profesional
de la salud se enfrenta, en su ejercicio cotidiano, a una categoría mucho más
abarcadora que la autonomía, que es la integridad del paciente como un todo, con
sus valores más preciados: la vida y la salud, que incluye además el respeto a su
individualidad y a su derecho de libertad de opción. Es precisamente en este
rango, en el que se presentan los mayores conflictos éticos. Otro tanto sucede
cuando los elementos que justifican el ejercicio de la autonomía en el individuo
son contrarios al derecho de elección de la comunidad.

El principio de la justicia, en el marco de la atención de salud, se refiere


generalmente a lo que los filósofos denominan "justicia distributiva", es decir, la
distribución equitativa de bienes escasos en una comunidad. Justicia significa, a
fin de cuentas, dar a cada quien lo suyo, lo merecido, lo propio, lo necesario, y
este enunciado está evidentemente vinculado, en primera instancia, al proyecto
social del modelo económico que impere en la sociedad que se analiza.

En Estados Unidos de Norteamérica, primera potencia industrial y económica del


mundo, la justicia distributiva no marcha pareja con el crecimiento económico.
Los costos de seguro de enfermedad de una persona pueden llegar fácilmente a
los $400 mensuales, mientras que los de una familia afiliada a un plan de seguro
privado puede alcanzar y superar los 12 000 dólares anuales.

En Cuba, país subdesarrollado y bloqueado económicamente, el proyecto social


correspondiente al sistema socioeconómico socialista estableció como premisa la
distribución equitativa de las riquezas para emprender el crecimiento económico.
Desde el triunfo de la revolución social en el país, la salud fue reconocida como
un derecho de todos los ciudadanos y un deber estatal, aplicando a toda la
población los beneficios gratuitos de la atención médica, tanto en el nivel
primario, como secundario y terciario.
Aunque el mayor énfasis se hace sobre la justicia al nivel de la sociedad y de las
instituciones, ello no evade la responsabilidad individual de los profesionales de
la salud en la aplicación de este principio de la Bioética. Cuando una enfermera,
al entregar y/o recibir su turno, coloca al sujeto, objeto de su atención, en primer
lugar, es decir, cuando entrega y recibe a pacientes y después se ocupa de hacer
lo mismo con los objetos y materiales que le servirán para brindarle una atención
de calidad a sus pacientes, esa enfermera estará actuando con justicia. Otro tanto
sucede cuando la enfermera hace gestiones para conseguir lo más adecuado para
realizar las acciones de Enfermería correspondientes.

Justicia significa también no derrochar escasos recursos en un paciente, a


sabiendas que esos recursos no variarán un ápice el curso de la evolución de su
estadio terminal, dejando por ello desprotegidos a otros pacientes necesitados y
con posibilidades de recuperación. Resulta a todas luces injusto el procedimiento
de prolongar la agonía de un enfermo en estadio terminal por una parte, y acortar
una vida útil y recuperable, por otra.

La enfermera aplica el principio de la justicia, además, cuando, ante una


urgencia, atiende al más necesitado de los posibles a recuperar; cuando en una
sala de cuidados especiales atiende al más grave; cuando valora las necesidades
de un paciente y jerarquiza debidamente la satisfacción de las mismas.

Justicia en salud significa dar a cada quien lo necesario, en el momento preciso,


con independencia de su status social y sin reparar en los costos. Por ello, en el
mundo contemporáneo, la salud ha dejado de ser una cuestión privada para
convertirse en un problema público.

Principios y virtudes de la práctica de Enfermería6

La Enfermería profesional hizo suyos los tradicionales principios de la ética


médica: "No dañar" y "Hacer el bien", y a ellos añadió los
de: fidelidad y veracidad. El primero es sinónimo de amor, respeto, compromiso.
Ello significa ser fiel a los intereses de los pacientes que se atienden, por encima
de cualquier otro interés, siempre que no interfieran con los derechos de
otros. Fidelidad al paciente, entendida como el cumplimiento de las obligaciones
y compromisos contraídos con el paciente sujeto a su cuidado, entre los cuales se
encuentra el guardar el secreto profesional.

El secreto profesional o confidencialidad es la obligación de guardar reserva


sobre la información que atañe al paciente que se atiende, mientras éste no
autorice a divulgarla o el silencio pueda llevar implícito el daño a terceros.
La veracidad es otro principio ético que rige el actuar de la enfermera. Este
principio ha estado más vinculado con el ejercicio responsable de la profesión.
Decir la verdad aunque ésta coloque al profesional en una situación difícil al
tener que admitir el haber cometido un error. Sin embargo, valdría la pena
reflexionar acerca de las posibles violaciones de este principio, tanto cuando se
dicen "mentiras piadosas" al enfermo, contrario a su deseo de saber la verdad,
como cuando se oculta el error de un colega u otro profesional, por
"compañerismo", y con ello se pone en peligro la salud y hasta la vida de otro ser
humano, especialmente de uno que ha confiado esos bienes inapreciables a un
profesional de la salud que considera íntegro.

De todo lo anterior se infiere que no basta que la enfermera conozca los


principios éticos en los cuales debe sustentar el ejercicio de su profesión, sino
que resulta imprescindible que dedique sus mejores esfuerzos a cultivar
las virtudes moralesque le permitirán cumplir con su cometido social.

La honestidad, el humanitarismo, la integridad, la dignidad profesional, la


justeza, la prudencia, la veracidad, la ecuanimidad, la paciencia, la modestia, la
diligencia, la lealtad o fidelidad al paciente, la perseverancia, unidas todas ellas a
la generosidad y benevolencia; pero sobre todo a la solidaridad, constituyen los
patrones clásicos, y también actuales, de las mejores enfermeras.

En correspondencia con los principios y virtudes éticas que debe desarrollar un


profesional de la salud, y en especial la enfermera, sería una verdadera muestra
de humanismo el responder, antes de iniciar la atención a cada paciente, las
siguientes preguntas:

 ¿Qué yo haría, si este paciente fuera mi... (familiar)?


 ¿Cómo puedo mitigar su sufrimiento?
 ¿Qué es lo mejor para proporcionarle la óptima calidad de vida, en
correspondencia con su estado?
 ¿En qué puedo ayudar o apoyar esta vida?

En conclusión, el individuo, la familia, la comunidad, la sociedad, constituyen el


centro de atención y el deber ineludibles de cualquier profesional de Enfermería
que se respete como ser social, ciudadano y profesional.

La Bioética es la disciplina que trata los problemas morales relacionados, no sólo


con el hombre sano o enfermo, la familia y la comunidad, sino que abarca
además a todos los seres vivos que tienen relación con el hombre, es decir, los
animales y las plantas que forman parte de su entorno.
El marco de valores que debe regir la filosofía de la profesión, en la época actual,
incluye tanto los principios de la ética médica y de Enfermería tradicionales,
como los más recientes incorporados por la Bioética, y jerarquiza además, las
virtudes éticas que deben caracterizar a todo buen profesional de Enfermería.

***Bioética
La bioética es la rama de la ética dedicada a proveer los principios para la conducta más
apropiada del ser humano respecto a la vida, tanto de la vida humana como de la vida no
humana (animal y vegetal), así como al ambiente en el que pueden darse condiciones
aceptables para la misma.
Se trata de una disciplina relativamente nueva, y el origen del término corresponde al pastor
protestante, teólogo, filósofo y educador alemán Fritz Jahr, quien en 1927 usó el término Bio-
Ethik en un artículo sobre la relación ética del ser humano con las plantas y los
animales.1 Más adelante, en 1970, el bioquímico estadounidense dedicado a la oncología Van
Rensselaer Potter utilizó el término bio-ethics en un artículo sobre «la ciencia de la
supervivencia»2 3 4 y posteriormente en 1971 en su libro Bioetica un puente hacia el futuro.
En su sentido más amplio, la bioética, a diferencia de la ética médica, no se limita al ámbito
médico, sino que incluye todos los problemas éticos que tienen que ver con la vida en general,
extendiendo de esta manera su campo a cuestiones relacionadas con el medio ambiente y
al trato debido a los animales. Se han formulado una serie de definiciones respecto a la
disciplina de la Bioética, siendo una de ellas la adoptada por la Unidad Regional de Bioética
de la OPS, con sede en Santiago de Chile y que, modificada por el S. J. Alfonso Llano
Escobar en una revista de la especialidad, define a la Bioética como «el uso creativo del
diálogo inter y transdisciplinar entre ciencias de la vida y valores humanos para formular,
articular y, en la medida de lo posible, resolver algunos de los problemas planteados por la
investigación y la intervención sobre la vida, el medio ambiente y el planeta Tierra».5 Sin
embargo, cabe destacar, que ya en 1978, el Kennedy Institute de la Universidad jesuita de
Georgetown en Estados Unidos, había publicado la primera Enciclopedia de Bioética en cuatro
volúmenes, dirigida por Warren Reich, un teólogo católico, donde se define a la Bioética como
el "estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de la vida y la salud,
examinado a la luz de los valores y principios morales".6

Índice
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 1Definición y dominios
 2Principios fundamentales
o 2.1Principio de autonomía
o 2.2Principio de beneficencia
o 2.3Principio de no maleficencia
o 2.4Principio de justicia
 3Corrientes y tendencias
 4Ámbitos
o 4.1Ámbitos específicos
 5Principales regulaciones y documentos
 6Bioeticistas destacados
 7Véase también
 8Referencias
 9Bibliografía
o 9.1Bioética en general
o 9.2Bioética aplicada
 9.2.1Aborto / estatus del embrión
 9.2.2Comités de ética
 9.2.3Derecho y legislación
 9.2.4Eutanasia
 9.2.5Genética
 9.2.6Investigación
 9.2.7Medio ambiente y animales
 9.2.8Relación médico-paciente
 9.2.9Tecnociencias
 9.2.10Compilaciones de diferentes temas
 9.2.11Fundamentación
 10Enlaces externos

Definición y dominios[editar]
La bioética abarca las cuestiones éticas acerca de la vida que surgen en las relaciones
entre biología, nutrición, medicina, química, política (no debe confundirse con la
"biopolítica"),7 derecho, filosofía, sociología, antropología, teología, etc. Existe un desacuerdo
acerca del dominio apropiado para la aplicación de la ética en temas biológicos. Algunos
bioéticos tienden a reducir el ámbito de la ética a lo relacionado con los
tratamientos médicos o con la innovación tecnológica. Otros, sin embargo, opinan que
la ética debe incluir lo relativo a todas las acciones que puedan ayudar o
dañar organismos capaces de sentir miedo y dolor. En una visión más amplia, no sólo hay que
considerar lo que afecta a los seres vivos (con capacidad de sentir dolor o sin tal capacidad),
sino también al ambiente en el que se desarrolla la vida, por lo que también se relaciona con
la ecología.
El criterio ético fundamental que regula esta disciplina es el respeto al ser humano, a
sus derechos inalienables, a su bien verdadero e integral: la dignidad de la persona.
Por la íntima relación que existe entre la bioética y la antropología, la visión que de ésta se
tenga condiciona y fundamenta la solución ética de cada intervención técnica sobre el ser
humano.
La bioética es con frecuencia asunto de discusión política, lo que genera crudos
enfrentamientos entre aquellos que defienden el progreso tecnológico en forma
incondicionada y aquellos que consideran que la tecnología no es un fin en sí, sino que debe
estar al servicio de las personas y bajo el control de criterios éticos; o entre quienes defienden
los derechos para algunos animales y quienes no consideran tales derechos como algo
regulable por la ley;8 o entre quienes están a favor o en contra del aborto o la eutanasia.
Las primeras declaraciones de bioética surgen con posterioridad a la Segunda Guerra
Mundial, cuando el mundo se escandalizó tras el descubrimiento de los experimentos médicos
llevados a cabo por los facultativos del régimen hitleriano sobre los prisioneros en los campos
de concentración. Esta situación, a la que se suma el dilema planteado por el invento de
la fístula para diálisis renal de Scribner (Seattle, 1960), las prácticas del Hospital Judío de
Enfermedades Crónicas (Brooklyn, 1963) o la Escuela de Willowbrook (Nueva York, 1963),
van configurando un panorama donde se hace necesaria la regulación, o al menos, la
declaración de principios a favor de las víctimas de estos experimentos. Ello determina la
publicación de diversas declaraciones y documentos bioéticos a nivel mundial.

Principios fundamentales[editar]
En 1979, los bioeticistas Tom L. Beauchamp y James F. Childress,9 10 definieron los cuatro
principios de la bioética: autonomía, no maleficencia, beneficencia y justicia. En un primer
momento definieron que estos principios son prima facie, esto es, que vinculan (son
obligatorios) siempre y cuando no colisionen entre ellos, en cuyo caso habrá que dar prioridad
a uno u otro, dependiendo del caso. Sin embargo, en 2003 Beauchamp11 considera que los
principios deben ser especificados para aplicarlos a los análisis de los casos concretos, o sea,
deben ser discutidos y determinados por el caso concreto a nivel casuístico.
Los cuatro principios definidos por Beauchamp y Childress son:
Principio de autonomía[editar]
La autonomía expresa la capacidad para darse normas o reglas a uno mismo sin influencia de
presiones. El principio de autonomía tiene un carácter imperativo y debe respetarse como
norma, excepto cuando se dan situaciones en que las personas puedan no ser autónomas o
presenten una autonomía disminuida (personas en estado vegetativo o con daño cerebral,
etc.), en cuyo caso será necesario justificar por qué no existe autonomía o por qué esta se
encuentra disminuida. En el ámbito médico, el consentimiento informado es la máxima
expresión de este principio de autonomía, constituyendo un derecho del paciente y un deber
del médico, pues las preferencias y los valores del enfermo son primordiales desde el punto
de vista ético y suponen que el objetivo del médico es respetar esta autonomía porque se trata
de la salud del paciente.
Principio de beneficencia[editar]
Obligación de actuar en beneficio de otros, promoviendo sus legítimos intereses y suprimiendo
prejuicios. En medicina, promueve el mejor interés del paciente pero sin tener en cuenta la
opinión de éste. Supone que el médico posee una formación y conocimientos de los que el
paciente carece, por lo que aquél sabe (y por tanto, decide) lo más conveniente para éste. Es
decir "todo para el paciente pero sin contar con él".
Un primer obstáculo al analizar este principio es que desestima la opinión del paciente, primer
involucrado y afectado por la situación, prescindiendo de su opinión debido a su falta de
conocimientos médicos. Sin embargo, las preferencias individuales de médicos y de pacientes
pueden discrepar respecto a qué es perjuicio y qué es beneficio. Por ello, es difícil defender la
primacía de este principio, pues si se toman decisiones médicas desde éste, se dejan de lado
otros principios válidos como la autonomía o la justicia.
Principio de no maleficencia[editar]
Abstenerse intencionadamente de realizar actos que puedan causar daño o perjudicar a otros.
Es un imperativo ético válido para todos, no sólo en el ámbito biomédico sino en todos los
sectores de la vida humana. En medicina, sin embargo, este principio debe encontrar una
interpretación adecuada pues a veces las actuaciones médicas dañan para obtener un bien.
Entonces, de lo que se trata es de no perjudicar innecesariamente a otros. El análisis de este
principio va de la mano con el de beneficencia, para que prevalezca el beneficio sobre el
perjuicio.
Las implicaciones médicas del principio de no maleficencia son varias: tener una formación
teórica y práctica rigurosa y actualizada permanentemente para dedicarse al ejercicio
profesional, investigar sobre tratamientos, procedimientos o terapias nuevas, para mejorar los
ya existentes con objeto de que sean menos dolorosos y lesivos para los pacientes; avanzar
en el tratamiento del dolor; evitar la medicina defensiva y, con ello, la multiplicación de
procedimientos y/o tratamientos innecesarios.
Aparece por primera vez en el Informe Belmont (1978).
Principio de justicia[editar]
Tratar a cada uno como corresponda, con la finalidad de disminuir las situaciones de
desigualdad (ideológica, social, cultural, económica, etc.). En nuestra sociedad, aunque en el
ámbito sanitario la igualdad entre todos los hombres es sólo una aspiración, se pretende que
todos sean menos desiguales, por lo que se impone la obligación de tratar igual a los iguales y
desigual a los desiguales para disminuir las situaciones de desigualdad.
El principio de justicia puede desdoblarse en dos: un principio formal (tratar igual a los iguales
y desigual a los desiguales) y un principio material (determinar las características relevantes
para la distribución de los recursos sanitarios: necesidades personales, mérito, capacidad
económica, esfuerzo personal, etc.).
Las políticas públicas se diseñan de acuerdo con ciertos principios materiales de justicia.
En España, por ejemplo, la asistencia sanitaria es teóricamente universal y gratuita y está, por
tanto, basada en el principio de la necesidad. En cambio, en Estados Unidos la mayor parte de
la asistencia sanitaria de la población está basada en los seguros individuales contratados con
compañías privadas de asistencia médica.
Para excluir cualquier tipo de arbitrariedad, es necesario determinar qué igualdades o
desigualdades se van a tener en cuenta para determinar el tratamiento que se va a dar a cada
uno. El enfermo espera que el médico haga todo lo posible en beneficio de su salud. Pero
también debe saber que las actuaciones médicas están limitadas por una situación impuesta
al médico, como intereses legítimos de terceros.
La relación médico-paciente se basa fundamentalmente en los principios de beneficencia y de
autonomía, pero cuando estos principios entran en conflicto, a menudo por la escasez de
recursos, es el principio de justicia el que entra en juego para mediar entre ellos. En cambio,
la política sanitaria se basa en el principio de justicia, y será tanto más justa en cuanto que
consiga una mayor igualdad de oportunidades para compensar las desigualdades.

Corrientes y tendencias[editar]
a) Bioética personalista. Parte de la dignidad como valor propio de la persona, la cual se
manifiesta en su capacidad intrínseca de realizar los valores. El fundamento de las
orientaciones que deben apoyar las propuestas de solución a los dilemas éticos se encuentra
en la naturaleza humana ya que la persona es el centro.
b) Bioética consensualista o civil. En esta corriente se busca establecer un mínimo de
principios aplicables dentro de una sociedad pluralista y secular. Se basa en los postulados de
la llamada “Ética de mínimos” que propone un conjunto de normas a cumplir por todos los
miembros de la sociedad y que sería producto del consenso social en torno a ciertos
parámetros mínimos de convivencia.
c) Bioética clínica. Esta escuela sigue el enfoque biomédico que se da a partir de Hellegers
con su trabajo en el Kennedy Institute of the Bioethics. Su centro de atención son los
problemas suscitados por el avance en el conocimiento científico y tecnológico respecto de su
aplicación en los diferentes ámbitos de la salud humana.
d) Bioética social. Su centro de interés es la problemática de la justicia y el desarrollo social
como el mejoramiento de las condiciones de vida de la población en equilibrio con el medio en
que interactúa. Hay un énfasis en la promoción de los derechos humanos en una sociedad
plural.
e) Bioética transdisciplinar, como ciencia de la complejidad. Esta corriente es menos conocida
y surge desde la perspectiva de las ciencias de la complejidad. Dentro de los sistemas
dinámicos de los que se ocupa la complejidad como ciencia, está la vida, la cual es analizada
por la bioética que tiene carácter inter y transdiplinario, no lineal. Este estudio abarca no solo
la vida humana, sino las demás existentes y su interacción con los sistemas dinámicos.

Ámbitos[editar]
Aunque la bioética está muy relacionada con la ética no son lo mismo. En el caso de la
medicina, la ética médica no es idéntica a la bioética médica: la ética médica trata los
problemas planteados por la práctica de la medicina mientras que la bioética es un tema más
amplio que aborda los problemas morales derivados de los avances en las ciencias biológicas
en general. La bioética se diferencia de la ética, según algunos autores, en que no necesita la
aceptación de ciertos valores tradicionales que son fundamentales para la ética.12

 Problemas éticos derivados de las profesiones sanitarias: transfusiones de


sangre, eutanasia, trasplantes de órganos, reproducción asistida o mediante fertilización in
vitro, aborto, todos los asuntos implicados en la relación médico-paciente.
 Problemas de la investigación científica, en particular la investigación biomédica, que tanto
pueden transformar al hombre: manipulación genética, tecnologías reproductivas como la
fecundación in vitro o la (por ahora sólo hipotética) clonación humana, etc.
 Los problemas ecológicos, del medio ambiente y la biosfera: necesidad de conservación
del medio ambiente, como mantener el equilibrio entre las especies y el respeto hacia los
animales y la naturaleza, impedir el uso de energía nuclear, controlar el crecimiento de la
población mundial y el incremento del hambre en los países pobres, etc.
 Influencia social y política de las cuestiones anteriores, en cuanto a legislación, educación,
políticas sanitarias, religión, etc.
 Temáticas relativas a la relación entre neurología y ética, que daría lugar a lo que se
conoce como neuroética.
La María Dolores Vila-Coro Barrachina, en su libro La vida humana en la encrucijada,
establece una clasificación de la bioética en cuatro aspectos:13

 La bioética teórica, o «meta-bioética», que trata los fundamentos conceptuales de la


bioética en el marco de las teorías morales y la justificación de sus nociones básicas
(persona, dignidad, autonomía, etc.).
 La bioética clínica, referida a las decisiones éticas que se toman en la práctica profesional,
vinculada a la deontología médica clásica y que se focaliza en los casos individuales de
los pacientes que plantean la resolución de un problema ético.
 La bioética normativa, conocida también como «bioderecho», en la que tienen una
participación directa juristas y autoridades públicas y que se orienta hacia la adopción de
reglas generales en la política sanitaria y el sistema jurídico. Centra su interés en la
racionalidad de las decisiones colectivas en las áreas donde confluyen la salud pública,
los derechos humanos y la regulación de los avances científicos.
 La bioética cultural, que trata del esfuerzo sistemático en relacionar los nuevos dilemas
bioéticos con el contexto histórico y sociocultural en el que se dan. Trata de evitar la
imposición de determinadas visiones de la bioética en sociedades que tienen valores
distintos.
Ámbitos específicos[editar]

 aborto inducido
 calidad de vida y sanidad
 clonación humana
 circuncisión
 concepto de funcionalidad conductual
 contaminación genética
 criónica
 derechos de los animales
 desarrollo sostenible
 donación de órganos
 drogas
 ética medio ambiental
 eutanasia
 genética
 investigación médica
 investigación farmacológica
 ingeniería genética
 ingeniería genética humana
 inseminación artificial
 Investigación con células madre
 investigación y ensayos clínicos
 métodos anticonceptivos
 nanotecnologías
 quimera
 reprogenética
 reproducción asistida
 sexualidad
 sida
 suicidio
 trasplante
 tratamiento del dolor
 vida artificial

Principales regulaciones y documentos[editar]


 Declaración Universal de los Derechos Humanos (1948)
 Código de Núremberg (1947)
 Declaración de Helsinki (1964)
 Declaración de Tokio (1975)
 Informe Belmont (1979)
 Declaración de Manila (1980)
 Conferencia Internacional sobre armonización de requisitos técnicos para el registro de
productos farmacéuticos para uso humano
 Convenio para la protección de los Derechos Humanos y la Dignidad del Ser Humano con
respecto a las aplicaciones de la Biología y la Medicina (Convenio sobre Derechos
Humanos y Biomedicina o "Convención de Asturias de Bioética"), Consejo de
Europa (1997)
 Declaración Universal sobre el Genoma y los Derechos Humanos, Unesco (1997)
 Declaración Internacional sobre los Datos Genéticos Humanos, UNESCO (2003)
 Declaración Internacional sobre Bioética y Derechos Humanos, UNESCO (2005)
 Código de Deontología Médica. Guía de Ética Médica de la Organización Médica Colegial
de España (2011).
 Principios de Tavistock
 Ley 41/2002, de 14 de noviembre, 'Ley Básica Reguladora de la Autonomía del Paciente y
de Derechos y Obligaciones en materia de Información y Documentación Clínica'. BOE
español

***¿Qué es la Bioética? ¿Para qué sirve?

BIOETICA una nueva definición

¿Qué es la Bioética? ¿Para qué sirve? ¿Cuál es su función en un ejercicio de la biomedicina


cada vez más tecnificado? ¿Es un freno o un motor para el progreso científico?

De modo clásico, la Bioética puede definirse como "el estudio sistemático de la conducta humana
en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, examinada a la luz de los valores y de
los principios morales" (Encyclopedia of Bioethics). Desde el año 1971 en que la palabra "bioética" -un
neologismo introducido por el oncólogo Van Rensselaer Potter- se utiliza por primera vez en una
monografía titulada "Bioethics: bridge to the future" (Bioética: un puente hacia el futuro), la Bioética
se ha convertido en uno de los temas de obligada referencia en la medicina y la investigación actual,
una nueva disciplina que ha ido adquiriendo a lo largo de los últimos treinta años un importante
cuerpo doctrinal, convirtiéndose en una de las ramas de estudio más desarrolladas de la ética.

Esto ha dado lugar a un relanzamiento de la ética médica, enriquecida con nuevas formulaciones
y principios de argumentación, en los que la competencia profesional y los datos obtenidos de la
evidencia científica se convierten en requisitos básicos para la toma de decisiones morales.
Precisamente esta confrontación y armonización de datos científicos y dilemas éticos
distinguirá a la nueva Bioética de la clásica Deontología médica enunciada por Hipócrates
ya en el siglo V a.C. Surge, por tanto, esta nueva área de conocimiento y de discusión, partiendo del
legítimo pluralismo ideológico, como una necesidad de logros de acuerdos a nivel de la comunidad
científica internacional, para asegurar el respeto a la vida humana y la dignidad personal en el ámbito
de la investigación científica y el trabajo biomédico.

PRINCIPIOS ETICOS
De hecho, esa búsqueda de principios éticos reguladores de la actuación
profesional resulta especialmente necesaria en nuestro fragmentado ámbito cultural, ya que el
recurso a la conciencia individual, aludido frecuentemente como única fuente de ética o moralidad, en
demasiados casos sólo ha demostrado servir como puerta de escape o justificación de las opciones
éticas más cómodas o más propiciadoras de actuaciones utilitaristas en las que se busca sacar el
máximo provecho personal. Sin embargo, parafraseando a J.H. Newman, "si la conciencia tiene sus
derechos, es porque también tiene sus deberes". Asumiendo esto, la nueva ética biomédica
intenta recuperar el sentido de dignidad del ser humano, como paciente o sujeto de investigación, en
todas las fases de su vida, reconociéndolo en todo momento como sujeto de derechos, lo que implica
necesariamente el respeto a su libertad y el acceso a la información útil en cada caso, integrando
estos derechos con los deberes de conciencia del propio médico, que no debe quedar en ningún
momento despojado de su propia responsabilidad ni de sus propias convicciones, ya que cada uno
somos responsables de nuestros propios actos sin que podamos delegar en nadie nuestra
responsabilidad moral.

Si aludimos al ámbito de la investigación, es evidente que problemas tan actuales como el


incierto destino de los embriones crioconservados, la clonación, la aplicación en humanos de vacunas
de dudoso resultado para tratar el Sida, las consecuencias del conocimiento del genoma de cada
individuo o la terapia celular, investigada en algunos casos a partir de embriones en desarrollo, han
desbordado el campo específico de la práctica médica, llenando las páginas de los medios de
comunicación. Pero aparte de estos grandes problemas que surgen de la investigación básica, también
en la práctica diaria de los profesionales que realizan su labor a nivel clínico, tanto en centros de salud
como en grandes hospitales, surgen con frecuencia conflictos de valores, dudas sobre qué datos
relativos a la enfermedad se deben comunicar a los pacientes más vulnerables o de edad más
avanzada y nuevos dilemas éticos ante los cuales muchas veces el clínico se encuentra con la
obligación de tomar decisiones sin patrones de referencia en los que saberse respaldado.

Desde un punto de vista práctico, no desde la discusión teórica realizada en los círculos
académicos, el respeto a la autonomía individual comienza a verse ya en la primera década del siglo
XXI no como un derecho absoluto del paciente, lo que reduciría la ética a un simple acatamiento de
los deseos de los enfermos de modo indiscriminado, sino como un importante punto de referencia.
Como afirma el cirujano Atul Gawanade, "en lo que muchos expertos en ética se equivocan es
en promover la autonomía del paciente sin reconocer que este concepto es solo un valor
añadido", aunque sea muy importante. Por ello, el respeto a la autonomía del paciente no puede
constituirse en una excusa para prescindir de la carga moral que recae sobre el personal sanitario, que
debe hacerse entender y, en lo posible, reconducir situaciones de rechazos de tratamientos. Lo
contrario podría llevar al abandono de los enfermos y al desinterés sobre las consecuencias que
pueden ocasionarse de algunas decisiones tomadas de modo erróneo o en situaciones muy
condicionantes invalidando las resoluciones tomadas.

ETICA Y DERECHO

Por otra parte, la presencia creciente de recursos o demandas legales en los que personas
provenientes del ámbito del Derecho, sin vinculación alguna con la experiencia de la práctica clínica o
quirúrgica, deben decidir la licitud del obrar médico pone aún más de manifiesto la necesidad de la
existencia de un cuerpo de doctrina establecido en el que se definan los criterios éticos que pueden
justificar (o no) la toma de decisiones cuestionables en los cuidados de la salud.

Pero cuando nos referimos a la Ética y las leyes, ¿qué genera qué?, ¿el camino "natural" es de
la formulación de unas leyes a las que la Ética debe amoldarse o es al contrario?, ¿es el bioeticista el
que debe buscar en la ley sus argumentos o es, por el contrario, el legislador el que los debe
fundamentar en la Ética? Si se reflexiona sobre ello, es bastante fácil concluir a la luz de la experiencia
que no es primariamente la ley la que enseña a los médicos, investigadores y personal de enfermería
a tratar a los pacientes a su cargo de acuerdo a su dignidad personal. Lo que hace posible aprender
cómo es la persona, y por ende, sus necesidades, sus cualidades, sus carácterísticas, etc. Son las
ciencias de la vida y las ciencias de la conducta. Es la reflexión sobre los demás y sobre uno mismo lo
que nos descubre como seres con dimensiones físicas, psíquicas, espirituales y sociales, necesitados
continuamente de ser cuidados y respetados. Conocer eso marca un tipo de relación que va mucho
más allá del estricto cumplimiento de lo marcado en una ley.

Por otra parte, parece claro que el ser humano es portador de un conjunto de cualidades que le son
intransferibles, inajenables e inviolables y que el Derecho ha de proteger y defender. Por tanto, es la
persona, su valoración y la protección jurídica de sus derechos inherentes, la que se convierte en el
punto de contacto central entre el Derecho y la Bioética,

CONFLICTOS ACTUALES

Así, partiendo del estudio de conceptos básicos de Ética práctica, esta disciplina aplicada al
ámbito sanitario incide también en la siempre difícil problemática de priorizar recursos asistenciales
armonizándolos con las limitaciones habituales que impone un sistema público de salud; la posible
objeción de conciencia que puede ser planteada en base a criterios éticos propios; el trasplante renal
con la toma de decisiones respecto a implantar o no riñones subóptimos o, participando en el debate
sobre el momento de la muerte; la participación de médicos y enfermeras en los centros de
reproducción asistida y la deriva eugenésica de algunas de estas sofisticadas técnicas; los problemas
derivados de la extensa demanda de esterilizaciones a demanda como un recurso más de planificación
familiar; la justificación ética de la cirugía de la transexualidad y la actitud de aceptación o rechazo
que puede suscitar la solicitud de interrupción voluntaria del embarazo y, en fin, la implicación de los
profesionales sanitarios en las situaciones del final de la vida con los conflictos de valores que pueden
generarse entre médico y paciente cuando se debe distinguir entre prácticas contrarias a la buena
práctica clínica y una correcta limitación del esfuerzo terapéutico.

UNA PROPUESTA DE FUTURO

A la resolución de todos estos posibles conflictos, espera contribuir la reflexión bioética,


aportando, desde la perspectiva de la experiencia y con opiniones razonables y argumentadas, una
referencia útil para algunos de los problemas surgidos en la práctica cotidiana y brindando una
oportunidad para replantear la propia actividad asistencial en base a factores distintos a los
meramente técnicos. Si se logra aportar algo más de luz a estos intrincados problemas, se estará
haciendo posible el deseo de Albert Schweitzer, médico y premio Nobel de la Paz: "Que el respeto por
la vida, como resultado de la contemplación en la propia voluntad consciente de vivir, no nos lleve a
buscar nuestro propio beneficio, sino a vivir al servicio de los que dependen de nosotros"

***Que es la Bioética (definición)


(Redirigido desde «Bioética (definición)»)

¿ Que es la Bioética ? La Bioética es una ciencia de reciente desarrollo, al menos tal como se la
entiende modernamente, y cuyo origen propio hay que fijar a comienzos de los años 70 del siglo XX. El
término “bioética” procede de la fusión de otros dos términos griegos “bios”, que significa “vida” y “ethos”
que significa “ética”, por tanto etimológicamente significa “´ética de lo vivo”.
Esta ciencia tiene diversos orígenes según la perspectiva con la que se aborde. Si atribuimos a
la Bioética el campo de estudio de la ética en lo que tiene que ver con la vida humana, entonces
tendríamos que poner el origen de esta disciplina en el mismo origen de la medicina. Como muestra
el Juramento hipocrático y otros textos antiguos, la pregunta sobre la moralidad de los actos médicos
está unida al mismo nacimiento de la medicina.
La historia de la bioética contempla diversos precedentes de lo que ahora se considera la ciencia de la
Bioética. Sin embargo como conjunto de conocimientos agrupados bajo el término Bioética tiene un
origen más reciente.
Bioethics: Bridge to the future

Contenido
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 1Origen del término


 2Bioética (definición)
 3Ámbito de Estudio
 4La bioética como saber práctico
 5El método bioético
 6Corrientes en Bioética
o 6.1Principialismo
o 6.2Principialismo moderado de Diego Gracia
o 6.3Utilitarismo y funcionalismo
o 6.4Contractualismo
o 6.5Ética de mínimos
o 6.6Ética del cuidado
o 6.7Ética narrativa
o 6.8Bioética casuística
o 6.9Personalismo con fundamentación ontológica
 7Destinatarios de la bioética
 8Relación con disciplinas afines
o 8.1Bioética y ética médica
o 8.2Bioética y deontología médica
o 8.3Bioética y derecho
 9Otros artículos
 10Referencias
 11Notas
Origen del término
Aunque es costumbre atribuir el origen del término bioética, a Van Rensselaer Potter, se está
empezando a reconocer que el término ya había sido usado en 1927 por Fritz Jahr, y en consecuencia
atribuir a este la paternidad.
El año 1927, un pastor alemán, Fritz Jahr, publicó un editorial en la revista ‘Kosmos’ (vol. 21, pp. 2-4),
titulado Bio-ethik: Eine Umschau über die ethischen Beziehungen des Menschen zu Tier und
Pflanze (‘Bio-ética: una panorámica sobre la relación ética del hombre con los animales y las plantas’) [1].
Años más tarde, en 1934, Jahr publicó otro trabajo donde volvió sobre la noción de ‘Bioethik’: Drei
Studien zum 5. Gebot, en la revista ‘Ethik. Sexual und Gesellschaftsethik’ (vol. 11 (1934), pp. 183-
87)[1].
La idea de Fritz Jahr era sencilla: inspirado en los imperativos éticos de Kant, quería subrayar la
importancia de un imperativo bioético que orientase correctamente nuestro comportamiento respecto
de todos los seres vivos.
Posiblemente sin ningún conocimiento de lo anterior Van Rensselaer Potter (1911-2001) que era un
bioquímico y oncólogo de Estados Unidos empezó a usar la palabra ‘bioethics’ en dos trabajos: un
artículo, publicado en 1970 con el título Bioethics: the Science of Survival [2]; y un libro, publicado
en 1971, que llevaba por título Bioethics: Bridge to the Future [3]y que reproducía el artículo publicado
el año anterior.
Según el mismo Potter explicaría años más tarde, la palabra le vino a la mente al improviso, al unir dos
términos: bios, que representaría las ciencias biológicas; y ethics, una palabra con la que no aludía
simplemente a la ética, sino a los valores humanos en general.
El sentido de la bioética, según Potter, era sencillo y apremiante: elaborar una ciencia orientada a
garantizar la supervivencia humana en el planeta Tierra, a través del diálogo entre las ciencias
experimentales y las ciencias humanísticas.

Bioética (definición)
Abel define qué es la Bioética como
Bioética (definición): estudio interdisciplinar de los problemas creados por el progreso biológico
y médico, tanto a nivel microsocial como a nivel macrosocial, y su repercusión en la sociedad y
en su sistema de valores, tanto en el momento presente como en el futuro"[4].
Definición extensa, donde parece diluirse la figura del profesional sanitario -que es el principal
protagonista de la decisión ética- pero que tiene la virtud de destacar el carácter interdisciplinar de
la bioética -y la importancia de su repercusión para la sociedad y su sistema de valores. En este
sentido abre el abanico de receptores a todos los ciudadanos
Otra definición es la proporcionada en la Encyclopedia of Bioethics (New York, 1978) que define
define qué es la Bioética como
Bioética (definición): el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias
de la vida y del cuidado de la salud, examinada a la luz de los valores y de los principios [5].
En definitiva, Bioética es aquella parte de la Ética o filosofía moral que estudia la licitud de las
intervenciones sobre la vida del hombre y de su entorno, especialmente, pero no sólo, en el
campo de la Medicina y de las ciencias biológicas.
Entrambas definiciones configuran los cuatro rasgos definitorios de la bioética moderna:

1. Se trata de un marco de reflexión ética interdisciplinar.


2. Es básicamente una ética práctica, de aplicación inmediata en el mundo de la
Medicina y su entorno, cuyos principales protagonistas son el médico y el paciente.
3. Se trata de una reflexión ética que comporta, además, decisiones de Salud Pública de
gran repercusión social y legal.
4. Nadie puede permanecer ajeno a la bioética, porque ésta determina una praxis
sanitaria e involucra a unos comportamientos que someten a prueba el sistema de
valores que opera en una sociedad.
Ámbito de Estudio
En su historia, la Bioética se ha enfocado con dos planteamientos:

1. El primer planteamiento, responde a la intención original de Potter, y extiende el


ámbito de estudio de la bioética al fenómeno vida en toda su extensión teniendo
cuenta de las estrechas relaciones de los seres vivos entre ellos y con el ambiente. Se
trata de una bioética global que intenta superar la orientación antropocéntrica del
pensamiento ético de occidente. En este caso se suele dividir la bioética: bioética
humana, bioética animal, bioética ambiental.
2. El segundo planteamiento se restringe al estudio de la bioética dentro de la vida
humana y en las intervenciones sobre la vida humana con la tendencia a centrarse en
los problemas médicos lo que puede llevar a confundirla con la ética médica. Presta
especial atención a los problemas que surgen con motivo del desarrollo de la
biomedicina.
La bioética como saber práctico
Se llama saber práctico en el sentido de que estudia una práctica humana: las intervenciones
en el campo de las ciencias de la vida y de la salud, e individua los criterios éticos con el fin de
orientarlas. También cuando aborda problemas como la sustentabilidad, o la ecología, se está
refiriendo a acciones a llevar a cabo o a evitar, pero no sólo a las teorías.
En este sentido algunos hablan de que no se trata de una nueva ética sino de un sector de la
ética. En este sentido Scarpelli la define como “la parte de la ética que tiene por objeto los
actos humanos concernientes a la vida física”.
Teniendo presente los tres niveles del discurso ético es decir el meta-ético, el
teórico normativo y aquel aplicativo parece posible definir la bioética como una ética aplicada
que deriva de la aplicación de de una teoría ética con sus fundamentos con su sistema
normativo a un ámbito preciso de la actuación humana: el de la salud y el de la vida.
Se entiende por meta-bioética la investigación filosófica que se interesa no de los problemas
de la bioética sino de los problemas sobre la bioética.
En bioética, se pueden distinguir tres niveles de reflexión articulados entre ellos: la bioética
general, que se ocupa de las cuestiones preliminares y fundadoras de tipo meta bioétics
(modelos antropológicos, teorías éticas, elaboración de normas...), la bioética especial, que
estudia los problemas singulares (eutanasia, fecundación artificial, aborto...), y la bioética
clínica, que discuten los casos particulares que pueden darse a nivel del enfermo.

El método bioético
El método de la bioética es un método interdisciplinar y triangular.
Interdisciplinar porque en ella intervienen elementos que provienen de la ciencia, de la filosofía,
del derecho, de la economía y de otras ciencias. Es necesaria una integración de todas estas
perspectivas y un ensamblaje que ofrezca una visión unitaria del objeto de estudio. En este
sentido siempre hemos admirado la llamada “unidad del saber” y al mismo tiempo la
“autonomía de las ciencias” [6].
Al decir triangular nos referimos a lo sugerido por E. Sgreccia en 1985 [7].
Dicho método, aplicado ya por numerosos autores, y enriquecido con aportaciones que ofrecen
matices, se ha demostrado eficaz, ordenado y respetuoso de todos los ámbitos del saber.
Consiste en lo siguiente:

 En un primer momento se estudia el problema teniendo en consideración lo aspectos


científicos y médicos. ¿Qué se hace? ¿Qué técnicas y medios se utilizan? Es importante
conocer la realidad antes de penetrar su significado. Por ejemplo, si tenemos que estudiar
las técnicas de reproducción artificial analizaremos las distintas técnicas, medios
utilizados, la técnica en sí misma, sus resultados y estadísticas.

 En un segundo momento reflexionamos acerca de las implicaciones antropológicas y


éticas, es decir, lo que esa determinada técnica supone para el hombre y para las
generaciones futuras.

 En tercer lugar trataremos de encontrar una solución práctica, tanto en su vertiente


clínica como en aquella jurídica, en la cual, en muchos casos, hay vacíos legales.
Corrientes en Bioética
En la bioética contemporánea encontramos una amplia gama de teorías que varían debido a
razones circunstanciales, a tradiciones filosóficas distintas o simplemente a intereses
económicos. Analizaremos brevemente cuáles son las más significativas o las que mayor
influencia han tenido en debate bioético [8].

Principialismo
Artículo principal: Principialismo
El Principialismo surge en el año 1979 cuando dos norteamericanos, T. L. Beauchamp y J.
Childress, que habían formado parte la Comisión que elaboró el Informe Belmont, hablaron por
primera vez de los principios que debían regir la toma de decisiones en bioética en su
volumen Principles of biomedical ethics.
Estos cuatro principios, que constituyen el núcleo teórico de la llamada bioética principialista,
son:

 Principio de autonomía
 Principio de no maleficencia
 Principio de beneficencia
 Principio de justicia
“Un principio de respeto a la autonomía requiere que las personas estén capacitadas para
ordenar sus valores y creencias y para actuar sin intervenciones controladoras de otros. Incluso
si existe un riesgo que a los demás les pueda parecer temerario, este principio exige la no
interferencia y el respeto a las opciones autónomas de otras personas. Por ejemplo, los
pacientes autónomos e informados tienen derecho a decidir que la intervención médica para
evitar la muerte es inaceptable; estos pacientes tienen derecho a negarse a seguir siendo
tratados, incluso a una muerte segura. Sin embargo, dichos derechos no siempre tienen una
autoridad absoluta, y por ello pueden, en principio, encontrarse razones que justifiquen una
intervención” [9].
La propuesta de Beauchamp y Childress predominó hasta los años noventa en que
Clousert y Gert publicaron un artículo en el que criticaban el principialismo. La razón
fundamental de la crítica era que no ofrecían una tabla de principios jerárquica y
convincente. A raíz de las críticas los autores modificaron su obra. No obstante, les han
dirigido otras críticas, como por ejemplo, la ausencia de una teoría antropológica que
sustente los principios y que ofrezca una posible vía de solución en caso de conflicto entre
dos principios.

Principialismo moderado de Diego Gracia


Artículo principal: Principialismo (Revisión de Diego Gracia)
Diego Gracia expone su teoría a partir de su volumen Fundamentos de Bioética[10]. Que
acabará de desarrollar en Procedimientos de decisión en ética clínica [11].
Este autor, Catedrático de Bioética en la Universidad Complutense de Madrid, es el que
más influencia ha tenido en España y en países de habla hispana. Jerarquiza los principios
distinguiendo dos de rango superior (no-maleficencia y justicia) y dos de rango inferior
(beneficiencia y autonomía). No dedica espacio a la fundamentación antropológica y la
mayoría de sus alumnos optan por una ética de carácter deliberativo, en algunas
ocasiones arbitraria, conflictiva y en gran parte llegan a conclusiones relativistas [6].

Utilitarismo y funcionalismo
Artículo principal: Utilitarismo
Es un planteamiento de raíz empirista, materialista y basado en las teorías de Bentham y
Stuart Mill. Considera que es bueno aquello que produce el mayor bienestar y beneficio
para el mayor número de personas. Se realiza un cálculo costo-beneficio y el resultado
práctico es lo que se decide.
Generalmente está asociado a la visión funcionalista, como la de P. Singer: para Singer el
fundamento del ser persona es la capacidad de tener conciencia, por lo tanto, hay una
distinción entre ser humano y persona. Sería ser humano todo ser vivo de la especie homo
sapiens sapiens, mientras que sería persona sólo aquel ser humano capaz de realizar
actos de razón. Esto significa que ni el embrión, ni el feto, ni el anencéfalo, ni el individuo
en coma, ni el enfermo con grave discapacidad, son personas. Esta concepción
antropológica, seguida de un razonamiento meramente pragmático, hace que la posición
de Singer derive hacia posiciones liberales en las que está permitida la eugenesia, la
eutanasia, el aborto, entre otros [6].

Contractualismo
Sigue la tradición empirista y hobbesiana, y ante la imposibilidad de llegar a una ética
universal, la única posibilidad remanente es el consenso y el contrato social en bioética. El
autor más representativo de esta posición es H.T. Engelhardt jr. Para él la única fuente de
autoridad es el consenso pues cualquier otra argumentación es débil y no hay posibilidad
de establecer principios de carácter universal [6].

Ética de mínimos
Es una forma del contractualismo de Engelhardt. Se basa en el mismo supuesto: ante la
imposibilidad de establecer principios con validez universal, sólo nos queda acordar una
“ética de mínimos” que todos compartamos y que sea el fundamento de la convivencia.
En lengua castellana, la autora más importante de esta corriente es Adela Cortina en la
Universidad de Valencia, con ella Victoria Camps en la Universidad Autónoma de
Barcelona y Javier Sádaba en la Universidad Autónoma de Madrid. Algunos ven que uno
de los límites de esta posición es el de reducir la ética a política, es más, sustituir la ética
con la política haciendo que la ética permanezca en el ámbito de lo privado y la política
(mínimos) en lo público [8].

Ética del cuidado


Teoría que encuentra su fundamento en la filosofía fenomenológica y que ha sido
desarrollada por numerosas autoras como la psicóloga feminista C. Gilligan. Está
inspirada en las obras del filósofo francés P. Ricoeur y en el pensamiento de matriz
fenomenológica y dialógico. Centra su atención en la categoría del cuidado, con
excelentes resultados, pero necesita también una concepción antropológica que oriente la
acción. Consideramos que el pensamiento fenomenológico y dialógico puede enriquecer
enormemente la reflexión bioética introduciendo categorías como la relación, la empatía y
la alteridad [6].

Ética narrativa
Descrita fundamentalmente por H. Brody. Para él la ética clínica es un diálogo o síntesis
entre los “principios recibidos, colectivos” y las “particularidades de cada persona, la
historia que narra”. No tiene fundamentación antropológica y ética, es relativista y
subjetiva [6].

Bioética casuística
Artículo principal: Casuística
La casuística en bioética se disocia, al menos en parte, de aquella clásica que trataba de
aplicar los principios a casos concretos. No es un método deductivo, sino con expresión
de Carson Strong, una propuesta basada en casos (case-based approach), donde el
argumento se desarrolla comparando el caso en estudio con un paradigma. De esta
comparación emergen ciertos factores morales relevantes (casuistic factors), que variarán
de un caso a otro. Su resultado, como el de toda casuística, no es una certeza: siempre
queda abierto a la valoración de nuevos factores. La conclusión será mejor o peor,
dependiendo de lo plausible de su comparación con el caso paradigmático. Este modo de
razonamiento no pretende resolver todos los casos morales que aparecen en ámbito
médico, pero sí supone una buena ayuda en la mayoría de ellos.
En algunos se llegará simplemente a la conclusión de que no se ha hallado un paradigma
adecuado, o que son varios los que podrían tomarse en consideración [12].
La casuística en bioética clínica aparece por tanto como reacción a un modo deductivista
de resolver los casos concretos de la vida moral. Este es el punto de partida del artículo de
Strong apenas citado, que recoge una de las conclusiones del libro de Jonsen y Toulmin:
el conocimiento moral es esencialmente particular, y no se obtiene por deducción [13].
Este método casuista para la bioética está íntimamente relacionado con el
procedimiento utilizado en ámbito judicial, y es por ello que en los textos de bioética,
sobre todo los de producción norteamericana, no sea sencillo separar las cuestiones que
pertenecen al ámbito legal de aquellas propiamente morales. Annas explica que en
Estados Unidos, al no tener un ethos común donde apoyar los juicios morales, la ley
cumple de algún modo esa función. Aunque sostiene justamente que se trata de dos
campos distintos [14]. En algunos casos podría parecer incluso que la ley estuviera por
encima de la moral, pues sería aquélla y no ésta quien tendría la última palabra [15].
Recuérdese, por ejemplo, que en Estados Unidos, la práctica del aborto comenzó a
considerarse legal (y para muchos también moral), a partir de la sentencia de un tribunal.
En su breve camino dentro del ámbito bioético la casuística ha dado origen a varios
modelos de resolución de problemas. Como alternativas a la propuesta de Jonsen
podemos destacar los trabajos de Brody y Strong. También son de interés los escritos
de Arras, aunque quizá no pueda considerarse estrictamente un casuista. El mismo año
de la publicación del libro de Jonsen y Toulmin apareció otro de Baruch A. Brody, Life
and Death Decision Making, en el que propone una “casuística pluralista” [16].

Personalismo con fundamentación ontológica


Artículo principal: Bioética personalista
Desde los años 80 se ha desarrollado una corriente, cuyo iniciador –Elio Sgreccia -
denomina “personalismo bioético con fundamentación ontológica”. Dicha corriente se
contrapone a las anteriormente expuestas o las complementa, como en el caso de la
teoría del cuidado y la bioética narrativa.
Es una síntesis entre la filosofía realista clásica y algunos elementos de
la fenomenología contemporánea personalista. El núcleo de su filosofía –de raigambre
aristotélico-tomista- consiste en afirmar que la persona es unión sustancial de alma y
cuerpo, de corporeidad y alma metafísica y espiritual, y basándose en los datos de la
ciencia afirma que existe el ser humano y la persona desde el momento en que empieza a
existir su cuerpo, es decir, desde el momento de la fecundación.
Teniendo una base antropológica, el personalismo metafísico u ontológico, infiere algunos
principios que podrían servir como orientación en el obrar práctico: respeto de la vida
física, principio terapéutico, libertad-responsabilidad y justicia solidaridad.
También cabe destacar la relevancia que tiene en esta corriente el concepto de naturaleza
humana entendida como una realidad que no es meramente empírica. En este
planteamiento se enfrenta a un relativismo que concibe la naturaleza humana como algo
puramente empírico. De ahí la visión de Hume, Hobbes, Stuart Mill o Bentham, origen de
las bioéticas relativistas o contractualistas. Plantea que sólo recuperando el concepto de
naturaleza humana teleológica y finalizada será posible salvaguardar la intrínseca dignidad
permanente y constante en los cambios accidentales de la persona humana [8].

Destinatarios de la bioética
Aunque en un principio se consideró que los destinatarios eran los médicos o el personal
biosanitario, cada vez más, y actualmente, se tiene conciencia de que los destinatarios son
toda la sociedad.
La toma de decisiones sobre cuestiones con aspectos bioéticos deben ser asumidas por
las personas implicadas, y con frecuencia por las sociedades involucradas en el resultado
de esas cuestiones.
Además se debe tener como referencia no sólo las generaciones actuales sino también la
repercusión que en el entorno actual, y en la herencia que trasmitimos para las
generaciones futuras.
Relación con disciplinas afines
Bioética y ética médica
La medicina es de las pocas profesiones que desde su comienzo se ha interrogado sobre
el buen o mal hacer profesional con una perspectiva ática. Bastaría recordar el
famoso Juramento hipocrático que todavía se utiliza en muchos casos como normativo de
la profesión médica.
También a lo largo de la historia los médicos han prescrito diversos códigos de conducta
profesional. En la medicina contemporánea, desde el año 1847 la Asociación Médica
Americana lleva publicando su Código de ética médica [17], y otras instituciones han
elaborado sus propios Códigos de ética médica.
La bioética no es ajena a la ética médica. En ocasiones se trata de abordar las mismas
cuestiones, por ello pueden llegar a confundirse una con otras. Sin embargo la bioética
abarca más cuestiones que las meramente médicas, y con frecuencia las aborda juntando
profesionales de diversas áreas, y por tanto, con un carácter multidisciplinar.

Bioética y deontología médica


La deontología médica se define como el estudio de todas aquellas reglas de
comportamientoque el médico debe observar para mantener su propia honorabilidad y el
prestigio de la clase médica.
Se entiende que las profesiones –cada vez más especializadas– han de garantizar la
calidad en la prestación del correspondiente servicio. Para ejercer ese control de
calidad se instituyen colegios profesionales que elaboran códigos de buenas prácticas. Se
procura acreditar así los servicios profesionales por la capacidad técnica específica
exigible al profesional, por una digna retribución de honorarios profesionales, por el
establecimiento de criterios para el acceso, la formación continuada y la promoción dentro
de la carrera respectiva, etc.
En el fondo, se trata de ofrecer un respaldo corporativo al ejercicio decoroso, y garantizar
la buena imagen de la profesión ante los clientes y la sociedad. Se establecen para ello
mecanismos de control deontológico, como los antiguos tribunales de honor, encargados
de prevenir malas prácticas, e incluso pomoviendo la separación de la profesión para
quienes las ejercitan[18].

Bioética y derecho
Los progresos de la ciencia han producido situaciones nuevas frente a las cuales reglas de
comportamiento y leyes han quedado desfasadas e insuficientes. Se han producido
nuevos problemas y también nuevos enfoques de los antiguos problemas.
La Bioética tiende al reconocimiento de la pluralidad de opciones morales presentes en las
sociedades actuales, propugnando la necesidad de establecer mínimos acuerdos. Los
procedimientos que permitan decisiones consensuales tienen una importancia
fundamental. Si no hay acuerdo, el Derecho deberá establecer los límites de lo permitido;
de ahí deriva la estrecha relación entre Bioética y Derecho, entendido como norma de
conducta que emana de la voluntad de todos.
Unir las nociones de Bioética y Derecho es importante, no para juridificar a la primera, sino
para entender los valores constitucionales y los "principios generales de las naciones
civilizadas" como acuerdo mínimo: a la luz de la Declaración de Derechos Humanos y de
las demás declaraciones internacionales y convenios que forman parte de nuestro acervo
común. Los Derechos Humanos constituyen a la vez la base jurídica y el mínimo ético
irrenunciable sobre los cuales se asientan las sociedades democráticas [19].

**CARACTERÍSTICAS BÁSICAS DE LA BIOÉTICA


El autor Diego Gracia en su libro Fundamentación y Enseñanza de la Bioética 1 -cuando se refiere a las
características de la bioética- plantea que en la actualidad, los códigos deontológicos o principios que los
profesionales de la medicina o de cualquiera otra actividad se comprometen a respetar, son insuficientes debido al
volumen y a la gravedad de los problemas éticos.
La bioética pretende atender tales necesidades, a través de métodos de resolución de problemas éticos con los
siguientes requisitos básicos: ética civil, ética pluralista, ética autónoma, ética racional y más allá del
convencionalismo.

o Ética civil: las personas tienen derecho a que su libertad de conciencia sea respetada, las
instituciones sociales están obligadas a establecer los mínimos morales exigibles a todos pero no podrán
fijarse de acuerdo con mandatos de las morales religiosas, sino desde criterios seculares, civiles o
racionales.
o
o Ética pluralista: es pertinente la aceptación de la diversidad de enfoques y posturas, una acción
es inmoral cuando el beneficio de alguno se consigue mediante el perjuicio de otros. El pluralismo es la
condición de posibilidad de la ética.
o
o Ética autónoma: el criterio de moralidad no puede ser otro que el propio hombre, la razón
humana se constituye en norma de moralidad inapelable.
o
o Ética racional: la racionalidad humana tiene siempre un carácter abierto, con un momento a
priori o principalista y otro posteriori o consecuencialista. La razón ética se desarrolla a ese doble nivel.
o
o Más allá del convencionalismo: la bioética moderna aspira a ir más allá de los
convencionalismos morales y tener carácter universal. La razón ética aspira al establecimiento de leyes
universales, abiertas a un proceso de continua revisión.

****1. Origen e historia de la bioética


La ética es la reflexión crítica sobre los valores y principios que guían
nuestras decisiones y comportamientos.

La palabra bioética es un neologismo acuñado en 1971 por Van


Rensselaer Potter (en su libro Bioethics: bridge to the future), en el que
este autor englobaba la "disciplina que combina el conocimiento
biológico con el de los valores humanos". La prestigiosa Encyclopedia of
Bioethics (coordinada por Warren Reich) define la bioética como "el
estudio sistemático de la conducta humana en el área de las ciencias de
la vida y del cuidado sanitario, en cuanto que tal conducta se examina a
la luz de los valores y de los principios morales". En la actualidad abarca
no sólo los aspectos tradicionales de la ética médica, sino que incluye la
ética ambiental, con los debates sobre los derechos de las futuras
generaciones, desarrollo sostenible, etc. (De hecho, el libro de Potter
trataba las cuestiones éticas en relación al medio ambiente con
perspectivas evolutivas, pero posteriormente el término bioética se ha
usado sobre todo para referirse a la nueva ética médica y a la ética de
los nuevos avances en biomedicina).

En 1972 André Hellegers crea el Instituto Kennedy de Bioética, en la


Universidad Georgetown (Washington DC), siendo esta la primera vez
que una institución académica recurre al nuevo término. Según Warren
Reich (1993), la palabra bioética ha tenido éxito en imponerse porque es
muy sugestiva y poderosa: "sugiere un nuevo foco, una nueva reunión de
disciplinas de una forma nueva y con un nuevo foro que tendió a
neutralizar el tinte ideológico que la gente asociaba con la
palabra ética".

El objetivo de la bioética, tal como la "fundaron" el Hastings Center


(1969) y el Instituto Kennedy (1972) era animar al debate y al diálogo
interdisciplinar entre la medicina, la filosofía y la ética, y supuso una
notable renovación de la ética médica tradicional.

Pero ¿qué acontecimientos intervinieron en este nacimiento de la


moderna bioética? Hoy está claro que un factor determinante fue el
surgimiento de una serie de "paradojas" creadas por el propio avance de
la medicina y la tendencia a extender las prestaciones sanitarias:

Para muchos autores, el nacimiento de la bioética (aunque todavía no se le


daba ese nombre) ocurrió en 1962, cuando en Seattle (estado de Washington)
se decidió crear un comité de legos (no médicos) para decidir qué pacientes
tenían preferencia para beneficiarse de la entonces reciente máquina de
hemodiálisis. La pregunta subyacente era ¿por qué un avance médico debería
crear una nueva discriminación médica? ¿Quién y cómo elegía a los candidatos?
La novedad estribaba precisamente en que la respuesta a estos interrogantes
no recaía sobre los médicos, sino sobre una representación de la comunidad.
Aunque el Código de Nuremberg (1948) había tratado por primera vez el tema
de la experimentación en humanos, en los años 60 se tomó conciencia de que
incluso en una sociedad democrática, la misma investigación biomédica sobre
sujetos humanos planteaba una gran cantidad de problemas que había que
encarar adecuadamente. En 1972 se divulga el llamado "caso Tuskegee", un
estudio hasta entonces secreto, en el que 400 individuos de raza negra habían
dejado de ser tratados contra la sífilis (a pesar de que ya existían tratamientos
eficaces) con objeto de estudiar la evolución "natural" de la enfermedad. El
congreso de los EE.UU. establece la "Comisión Nacional para la Protección de
los sujetos humanos en el campo de las Ciencias Biomédicas y del
Comportamiento". En 1978 esta Comisión publica el llamado "Informe
Belmont", con directrices para la protección de los individuos que participen
como sujetos de experimentación en Biomedicina, basados en los principios de
autonomía, beneficencia y justicia.
A partir de 1967, con los primeros trasplantes de corazón, se plantea el
problema de cómo definir la muerte clínica. En 1968 la facultad de medicina
de la Universidad de Harvard publica un artículo donde plantea el nuevo
criterio basado en la muerte cerebral.
A su vez esto conectaba con algunos dramáticos casos de coma irreversible, lo
que animó el debate sobre la eutanasia y el "derecho a la propia muerte". En
1975 Karen Ann Quinlan entra en coma irreversible y queda en estado
vegetativo persistente. Los padres piden que la desconecten del respirador
artificial para que pueda morir en paz. Tras una denegación judicial, hay un
recurso, en el que el Tribunal Supremo de Nueva Jersey autoriza la
desconexión sobre la base del "derecho a una muerte digna y en paz". Se
reconocía por primera vez que la propia tecnología de soporte vital planteaba
la cuestión sobre la eticidad o no de mantener en estado vegetativo a
individuos que nunca volverían a tener una vida consciente.
Una de las recomendaciones del Tribunal Supremo que intervino en el caso
Quinlan fue la de que los hospitales creasen "Comités de ética" capaces de
enfrentarse a este tipo de conflictos. Surgieron directrices sobre la
reanimación, sobre el empleo o no de tratamientos costosos para mantener
con vida recién nacidos con graves anomalías, etc.
Uno de los factores principales en la transición hacia la bioética fue la crisis
del concepto paternalista de beneficencia médica heredado de la tradición
hipocrática. El médico ya no puede imponerse (siquiera benevolentemente) al
paciente, sino que éste ha de ser informado, para que pueda ejercer sus
irrenunciables derechos de autonomía y pueda conceder el consentimiento a
los tratamientos. En 1972 se promulga en EE.UU. la Carta de los Derechos de
los Enfermos. Las necesidades y preferencias de los pacientes tenían que ser
defendidas con fuerza, sobre todo ante una poderosa tecnología mirada a
veces con suspicacia, y ante las instituciones.
La universalización de los servicios sanitarios en gran parte de los países
occidentales ha obligado a plantearse cómo financiar y distribuir
equitativamente unos recursos limitados, y cómo regular el acceso a distintas
tecnologías por parte de los ciudadanos. ¿Cómo se atienden las necesidades
básicas sanitarias de todos los ciudadanos? Pero ¿qué son necesidades básicas?
¿Cómo se diferencia entre lo necesario y lo accesorio?

En los años recientes, los avances en Genética y el desarrollo del


Proyecto Genoma Humano, en conjunción con las tecnologías
reproductivas, están ampliando aún más el campo de la Bioética,
obligando a buscar respuestas a retos nuevos:

cuestiones sobre reproducción humana asistida. Estatuto ético del embrión y


del feto. ¿Existe un derecho individual a procrear?
sondeos genéticos y sus posibles aplicaciones discriminatorias: derechos a la
intimidad genética y a no saber predisposiciones a enfermedades incurables
modificación genética de la línea germinal: ¿es moral "mejorar" la naturaleza
humana?
clonación y el concepto de singularidad individual; derechos a no ser producto
del diseño de otros
cuestiones derivadas de la mercantilización de la vida (p. ej., patentes
biotecnológicas)

El desarrollo de la bioética fue en sus primeros años un fenómeno casi


exclusivamente americano. Daniel Callahan, fundador del Hastings
Center ha resumido (1993) los factores que contribuyeron a la
aceptación de los estudios bioéticos en los EE.UU.:

Aunque algunos de los más importantes bioeticistas eran teólogos o creyentes,


enseguida los análisis dejaron de lado a la religión, para centrarse en una
bioética laica que pudiera ser operativa en un mundo pluralista. El discurso
bioético se sustentaba principalmente en los derechos cívicos, el pluralismo
ideológico y se buscaba un consenso y unas estrategias ante esa diversidad
cultural.
Ello supuso que la bioética americana hablara un lenguaje de "regulaciones" y
"directrices" capaz de enfrentarse a temas complejos. No se trataba tanto de
buscar una fundamentación común, sino que partiendo de distintas tradiciones,
se llegara a consensos sobre temas concretos, conforme estos se iban
planteando. Esto se ha reflejado en Comités de revisión institucionales, en
Comisiones asesoras al Presidente o al Congreso.
La bioética americana conectó muy bien con la ola de liberalismo político
dominante en las elites educadas, que reconocían como propio el lenguaje de
derechos y libertades individuales en una economía de mercado.

Sin embargo, recientemente la propia bioética americana está tomando


consciencia de los límites y aporías de un enfoque demasiado escorado
hacia los derechos individuales, y está intentando introducir las
cuestiones de la justicia distributiva, así como el no olvidar que su
finalidad no es estrictamente de llevar a la armonía, sino que también
ha de poseer una dimensión "profética", de plantear dudas a ciertos
presupuestos no debidamente elaborados de las sociedades avanzadas.

2. Alcance de la bioética
La bioética no sólo trata las cuestiones morales en el ámbito de la
biomedicina, sino que además incluye:

cuestiones epistemológicas: modelos explicativos sobre la conducta humana


(p.ej. debate entre el determinismo biológico y la influencia ambiental),
metáforas y modelos sobre el papel de los genes, etc.
Cuestiones ontológicas (estatuto de lo humano al comienzo y al final de la
vida; estado vegetativo persistente; relación entre la dotación genética y la
identidad del individuo, etc.).

La bioética se desarrolla en el contexto de una sociedad pluralista,


ajena a los grandes relatos unificadores de tipo religioso o ideológico.
Por lo tanto, la bioética es una ética civil que se sustenta en la
racionalidad humana secularizada, capaz de ser compartida por todos,
en un terreno filosófico neutro. Como dice Marciano Vidal (1989) "más
allá de un ordenamiento jurídico y deontológico, y más acá de las
convicciones religiosas".

Es una ética laica, racional, que formula la dimensión moral de la vida humana
en cuanto ésta tiene de repercusión para la convivencia ciudadana en general.
Pero con la consciencia de las limitaciones de la razón, es decir, evitando el
racionalismo ingenuo.
Es una ética pluralista: acepta la diversidad de enfoques, desde los que se
intenta construir un acuerdo moral en una unidad superior.
Es una ética "mínima" (Adela Cortina), es decir, el mínimo común denominador
moral de una sociedad pluralista, que garantiza al mismo tiempo la diversidad
de proyectos humanos (culturales, religiosos, etc.). En esta línea se situarían
igualmente los intentos del teólogo Hans Küng de una Ética Mundial por medio
del diálogo de las distintas religiones, que pudiera llegar a unos acuerdos sobre
valores y fines vinculantes. En cuanto ética mínima, no puede aspirar a ser
totalizadora, y por lo tanto no se identifica con la visión de ninguna religión,
que plantea cosmovisiones opcionales. En cuanto ética común, sus contenidos
no pueden depender de simples preferencias personales, sino que reflejarían
cierto grado de consenso social derivado de la racionalidad.
Sus contenidos se van descubriendo tras evaluación y discusión crítica, por
sucesivas convergencias surgidas de la común racionalidad humana. Se trata,
pues, de una ética dinámica y enraizada en la historia, que acepta moverse
provisionalmente en la duda y en la perplejidad, pero que avanza hacia niveles
cada vez mayores de búsqueda del bien y de la justicia para toda la
humanidad, contrastando sus conclusiones continuamente con la realidad de
cada momento y de cada cultura.

En resumen, la actual bioética pretende ser universal, alejada de los


puros convencionalismos o preferencias personales, consciente de las
limitaciones de la razón humana y atenta a los contextos culturales
concretos.

Prudencia y riesgo en la decisión ética (Masiá, 1998)


Este autor plantea que entre los extremos de un normativismo ético
inflexible y del mero capricho personal, quizá debiéramos
acostumbrarnos a una moral interrogativa y dinámica, que ilumine las
decisiones concretas con sabiduría práctica. Según Ricoeur (1990) "la
sabiduría práctica consiste en inventar las conductas que satisfarán
mejor las excepciones exigidas por nuestra solicitud para con las
personas, traicionando lo menos posible las normas...Consiste en
inventar los comportamientos justos y apropiados a la singularidad de
cada caso. Pero esto no significa que haya que dejar el juicio en manos
de la arbitrariedad". No se trata de aplicar deductivamente las reglas
generales al caso particular, ni se trata de formular simplemente una
excepción. Según Masiá, se trata de "deliberar sobre el caso concreto
bajo una doble luz: la luz de la situación concreta y la luz de unos
criterios, fines o valores que orientan la vida humana". De este modo,
ante situaciones parecidas, la sabiduría práctica puede dar respuestas
diferentes que son igualmente correctas. Según Ricoeur, existen tres
características de esta sabiduría práctica:

es prudente asegurarse que posturas distintas se apoyen en un mismo criterio


de respeto;
la búsqueda del justo medio no debe degenerar en una especie de vía media
de compromiso;
los juicios pueden evitar la arbitrariedad si se busca la ayuda de otras
personas.

Papel de las cosmovisiones culturales y religiosas

El encumbramiento de la ética secular se ha basado demasiado a


menudo en una imagen ingenua sobre una supuesta neutralidad y
universalidad de la razón, olvidando el aspecto cultural de los
problemas bioéticos, con pérdida de las riquezas de las tradiciones
culturales y religiosas. Para Masiá, muchos de los problemas bioéticos
son en realidad problemas culturales, "porque nuestra manera de
percibir cuáles son y dónde están los valores que consideramos básicos
viene configurada por nuestra manera de ver el mundo". En este
sentido, por ejemplo, la sociedad de consumo individualista puede
tender a ver como "mal adaptados" a los deficientes, a los ancianos, etc.
Sin embargo, lo que está mal adaptado es el entorno, incapaz de acoger
e integrar a esas personas. Precisamente las tradiciones culturales,
como por ejemplo el cristianismo, con su peculiar sensibilidad
procedente de la fe, puede suponer un referente "profético" capaz de
influir en la sociedad para que ésta reconozca estos valores y humanice
el cuidado de los miembros más débiles. La teología tendrá mucho que
aportar a la visión sobre la vida y la muerte, no dando "recetas
prefabricadas", sino una cosmovisión suscitadora de valores, que se
ofrecen, sin imponerse, a la sociedad, unas propuestas utópicas que
"sacudan" ciertas creencias y prejuicios enquistados, que permitan
buscar, con los demás, alternativas sobre las prioridades para un
desarrollo auténticamente humanizante.

3. Algunas aportaciones de la bioética al debate


filosófico
Según Miguel Moreno (1996), las principales aportaciones de la bioética
al debate filosófico son:

Clarificación conceptual y epistemológica, suministrando elementos (siquiera


parciales y provisionales) que ayudan a resolver ciertos problemas o a
arrinconar ciertos pseudoproblemas o polémicas como triviales o irrelevantes.
Justificación de propuestas y alternativas, proponiendo procedimientos y
métodos de discusión racional e intersubjetiva, dando argumentos válidos al
menos en determinados contextos culturales y momentos históricos.
Plantear nuevas cuestiones filosóficas (como p.ej., el rediseño tecnológico de
la naturaleza humana o la dirección de nuestra propia evolución).
Aportar nueva luz o perspectivas renovadas a viejos problemas (como p.ej., el
debate determinismo-libertad, el valor de la vida humana, valor y uso de la
naturaleza).

4. Fundamentaciones de la bioética
Véanse los textos de:

Diego Gracia (1989)


Beauchamp & Childress (1999)
Goikoetxea (1999)
Jonsen et al. (1998)

Valor absoluto de la persona

Deriva de la idea kantiana de que las personas no son meros medios,


sino fines en sí mismas. Sin embargo, nos encontramos con problemas
que no se han resuelto de modo unánime: dependiendo del estatuto
ontológico que se conceda a los no nacidos (embrión, feto), se hace
hace necesaria o no la misma consideración que a la vida humana
nacida. La determinación del estatuto del embrión no depende
solamente de datos biológicos, sino de consideraciones sociales y
culturales no compartidas por todos, aunque ello no debe dar pie al
relativismo, sino que debe animar a seguir buscando y debatiendo.

El valor de la persona humana es una intución o "a priori" que sirve de


marco referencial para elaborar la bioética. Por lo tanto, el ser humano
tiene dignidad, y no precio. De aquí se deriva el que todas las personas
merecen la misma y absoluta consideración y respeto.

Los cuatro principios de la bioética

Pretenden dar contenido al esbozo moral que supone la declaración del


valor y dignidad de la persona. (Véase también Beauchamp & Childress
1999).

Principio de no maleficencia

Este principio ya se formuló en la medicina hipocrática: Primum non


nocere, es decir, ante todo, no hacer daño al paciente. Se trata de
respetar la integridad física y psicológica de la vida humana. Es
relevante ante el avance de la ciencia y la tecnología, porque muchas
técnicas pueden acarrear daños o riesgos. En la evaluación del equilibrio
entre daños-beneficios, se puede cometer la falacia de creer que ambas
magnitudes son equivalentes o reducibles a análisis cuantitativo. Un
ejemplo actual sería evaluar el posible daño que pudieran ocasionar
organismos genéticamente manipulados, o el intento de una terapia
génica que acarreara consecuencias negativas para el individuo.

Principio de beneficencia

Se trata de la obligación de hacer el bien. Es otro de los principios


clásicos hipocráticos. El problema es que hasta hace poco, el médico
podía imponer su propia manera de hacer el bien sin contar con el
consentimiento del paciente (modelo paternalista de relación médico-
paciente). Por lo tanto, actualmente este principio viene matizado por
el respeto a la autonomía del paciente, a sus valores, cosmovisiones y
deseos. No es lícito imponer a otro nuestra propia idea del bien.
Este principio positivo de beneficencia no es tan fuerte como el
negativo de evitar hacer daño. No se puede buscar hacer un bien a costa
de originar daños: por ejemplo, el "bien" de la experimentación en
humanos (para hacer avanzar la medicina) no se puede hacer sin contar
con el consentimiento de los sujetos, y menos sometiéndolos a riesgos
desmedidos o infligiéndoles daños. Como dice Hans Jonas (1997 edición
española), aunque la humanidad tiene un interés en el avance de la
ciencia, nadie puede imponer a otros que se sacrifiquen para tal fin.
Matizado de esta manera, el principio de beneficencia apoya el
concepto de innovar y experimentar para lograr beneficios futuros para
la humanidad, y el de ayudar a otros (especialmente a los más
desprotegidos) a alcanzar mayores cotas de bienestar, salud, cultura,
etc., según sus propios intereses y valores.

También se puede usar este principio (junto con el de justicia) para


reforzar la obligación moral de transferir tecnologías a países
desfavorecidos con objeto de salvar vidas humanas y satistacer sus
necesidades básicas.

Principio de autonomía o de libertad de decisión

Se puede definir como la obligación de respetar los valores y opciones


personales de cada individuo en aquellas decisiones básicas que le
atañen vitalmente. Supone el derecho incluso a equivocarse a la hora de
hacer uno mismo su propia elección. De aquí se deriva el
consentimiento libre e informado de la ética médica actual.

Principio de justicia

Consiste en el reparto equitativo de cargas y beneficios en el ámbito del


bienestar vital, evitando la discriminación en el acceso a los recursos
sanitarios. Este principio impone límites al de autonomía, ya que
pretende que la autonomía de cada individuo no atente a la vida,
libertad y demás derechos básicos de las otras personas.

Se pueden plantear conflictos no sólo entre miembros coetáneos de un


mismo país, sino entre miembros de países diferentes (p. ej., acceso
desigual a recursos naturales básicos), e incluso se habla de justicia
para con las generaciones futuras.

Nuestra cultura ha sido más sensible al principio de autonomía, a costa


del principio de justicia, pero es posible que la misma crisis ecológica
nos obligue a cambiar este énfasis. La justicia e igualdad de los
derechos de los seres humanos actuales y la preservación de condiciones
viables y sostenibles para las generaciones futuras pueden hacer
aconsejable, e incluso obligatoria, una cierta limitación del principio de
autonomía, sobre todo en una sociedad de mercado que espolea el
deseo desmedido de nuevos servicios y bienes, y en la que el individuo
atomizado reclama ilimitadamente "derechos" de modo narcisista (H.
Jonas: El principio de responsabilidad).

Los países industrializados, con menos población que los paises pobres,
contaminan más y derrochan más recursos. Las sociedades opulentas
deberían bajar del pedestal la autonomía desmedida que va en
detrimento del desarrollo justo y viable para todos.

5. Matizaciones al enfoque principialista de la


bioética
A.R. Jonsen y S. Toulmin, en The abuse of casuistry (1988) proponen
que frente a la tiranía de los principios se rehabilite la casuística, sobre
todo allí donde hay que tomar decisiones concretas (medicina, ética
aplicada, derecho, administración pública). Las característas de esta
propuesta son:

las decisiones se hacen caso a caso


las conclusiones son provisionales, atendiendo a la aparición de nuevas
circunstancias que ayuden a matizar las opciones anteriores
enfoque no deductivista, sino analógico. Se recurre a máximas y valores
generales que hay que ir comprendiendo al intentar estudiarlos y aplicarlos
caso por caso
taxonomía de casos, según sus semejanzas y diferencias.

Este plantemiento queda perfectamente reflejado en un texto de gran


influencia en los EEUU: A.R. Jonsen, M. Siegler & W.J. Winslade
(1998) Clinical Ethics (4ª edición). La ética médica americana, como
dice James Drane (en Gafo, 1988) "se desenvuelve en un contexto
relativista y plurarista, pero se inspira en la ciencia y se apoya
decididamente en el postulado científico que exige someter toda
propuesta a su operatividad en la vida real".
Dentro de la tradición americana, uno de los textos más influyentes es
el de Tom L. Beauchamp y James F. Childress (1999) Principios de Ética
Biomédica. (La primera edición americana es de 1979), que se basa en
los cuatro principios antes enunciados. En caso de conflictos entre
algunos de estos principios, habrá que ver cuál de ellos tiene prioridad,
lo cual se suele decidir en función de las consecuencias. Al contrario
que la tradición europea, la americana no busca tanto una
fundamentación en principios filosóficos cuanto en valores ampliamente
compartidos culturalmente. El principio de beneficencia va unido al de
autonomía, matizado por el principio de justicia, para compensar las
desigualdades introducidas por los dos anteriores. De esta manera, la
tradición utilitarista centrada en los derechos individuales establece la
preeminencia de la autonomía individual. Los conflictos tienden a ser
resueltos recurriendo al método del "observador ideal" desarrollado por
John Rawls en A Theory of Justice (1971).

En cambio, la tradición europea (continental) ha estado más influida por


los intentos de fundamentación sobre principios absolutos, como es el
caso del imperativo categórico kantiano, que generarían obligaciones
morales absolutas: no maleficencia y justicia. Estos dos principios
regulan el bien común y jerárquicamente son superiores (en caso de
conflicto) al de autonomía, que se refiere al bien particular de cada
individuo.

Entonces, según Diego Gracia (1992), los cuatro principios se ordenan en


dos niveles:

nivel 1: no maleficencia y justicia. Es el nivel que podemos llamar de "ética de


mínimos", en el que se nos puede obligar desde fuera, porque regula el bien
común. Se refiere a las obligaciones "perfectas" que generan deberes negativos
transitivos (lo que no se debe hacer a otros). Socialmente vendría regulado por
el Derecho.
nivel 2: autonomía y beneficencia. Es el nivel de "ética de máximos",
relacionado con el proyecto vital que cada persona libremente escoge en la
búsqueda de la felicidad y de la plasmación de sus propios valores. Se refiera a
las llamadas obligaciones "imperfectas", que me puedo exigir a mí, pero no que
no puedo imponer a los demás. Este nivel sería el correspondiente al estudio
de la Moral.

La bioética puede ser un procedimiento fundamentado o fundamento


procedimental para tomar decisiones en los ámbitos conflictivos de la
Biomedicina. Se basa en buena parte en principios éticos generales y en
Declaraciones de Derechos Humanos, que al ser ampliamente
compartidos, suministran un marco sólido de referencia para discutir
racionalmente la rica casuística que plantean los avances tecnológicos
en su interacción con la vida.

Para Diego Gracia la nueva casuística, al estilo de Jonsen tiene


importancia, pero debe conectarse con una adecuada fundamentación.
En el jucio moral hay un momento de razonamiento deontológico o a
priori(atento a los principios generales), y otro teleológico o a
posteriori (una fase "experiencial", en la que se ponen a prueba los
principios en cada caso concreto). Su esquema ético incluye varias
fases:

1. Sistema de referencia moral

a. premisa ontológica: el hombre, en cuanto persona, tiene


dignidad y no precio
b. premisa ética: todos los hombres son iguales y merecen
igual consideración y respeto

2. El momento deontológico del juicio moral

a. nivel 1 (público): no maleficencia y justicia


b. nivel 2 (privado): autonomía y beneficencia

3. El momento teleológico del juicio moral

a. evaluación de las consecuencias objetivas del nivel 1


b. evaluación de las consecuencias subjetivas del nivel 2

4. El juicio moral

a. Se contrasta la regla en el caso particular


b. Se evalúan las consecuencias del acto, para ver si se puede
hacer una excepción a la regla
c. Contraste de la decisión tomada con el sistema de
referencia
d. Toma de decisión final

La fase 2) constituye el llamado "esbozo moral", que nos permite dar


contenidos materiales a la intuición fundamental de la fase 1). Estos
principios son puestos a prueba en la fase 3) sobre la base de las
consecuencias. Debido a que los principios se elaboran y descubren
históricamente, no son absolutos (aunque sí universales), sino que son
deberes prima facie, que pueden admitir excepciones. Precisamente la
fase 4) está dirigida al análisis de efectos y circunstancias de cada caso
particular, con objeto de argumentar si se puede admitir una
excepción. Pero las excepciones se basan precisamente en la calibración
de las consecuencias, de modo que la admisión de la excepción
garantice la consideración y respeto de los seres humanos. Por ejemplo,
todos hemos recurrido alguna vez a la "mentira piadosa": se trata de una
excepción al principio (no absoluto) de que hay que decir la verdad, que
se justifica porque en determinadas circunstancias seguir al pie de la
letra ese principio puede tener consecuencias negativas para otras
personas y atentar contra principios y valores de orden superior.

Manuel Atienza ha realizado una crítica a algunos de los postulados de


Diego Gracia, centrada en que la jerarquización de principios implicaría
una petición de principio. Igualmente critica la supuesta conexión del
Derecho con la ética de mínimos. Atienza propone usar el Derecho como
una prolongación de la moral, como un mecanismo para positivizar la
ética (juridificar metodológicamente la bioética). En Derecho existen
conflictos cuya resolución consiste precisamente en ponderar principios
contrapuestos, y por ello existe una metodología que podría resultar útil
a casos concretos de los principios de la bioética.

Propone recurrir a principios secundarios, que surgen en casos difíciles,


y que matizarían los principios primarios. En un comité de ética, quien
pretenda recurrir a estos principios secundarios asume la carga de la
prueba: ha de demostrar que se dan las circunstancias para la aplicación
de tales principios.

Para aplicar estos principios hay que pasar a las reglas. Hay que
construir un conjunto de pautas específicas que resulten coherentes
entre sí, y que sean capaces de resolver los problemas prácticos.

¿Por qué no usar el "modelo judicial" de resolución de casos en los


comités de ética como un sistema aceptable de racionalidad práctica?
Esto tendría además la ventaja de que se iría creando una
"jurisprudencia bioética" que permitiría que la reflexión siguiera
avanzando.
6. Fines y medios en la bioética
Un punto relativamente descuidado del debate bioético, pero esencial a
la hora de discutir los aspectos de justicia en el acceso a los servicios
biomédicos, es el de la conexión entre los fines de la biomedicina y los
medios técnicos disponibles. Para Daniel Callahan (1996) hay dos
factores que inciden sobre esta cuestión:

Tendencia de la medicina a introducir nuevas tecnologías, a menudo muy


caras, y previstas para el beneficio individual y no tanto para el beneficio de la
población general.
Las tecnologías biomédicas están modificando continuamente la imagen
tradicional de lo que es "funcionamiento normal de nuestra especie". Se está
redefiniendo la noción estadística de "normalidad", de modo que nos estamos
deslizando hacia unos fines de optimización e incluso "mejora" de nuestra
naturaleza.

¿Es legítimo emplear inmensos recursos económicos del entramado


clínico e investigador en seguir ampliando los límites normales sobre
todo si esto es a costa de descuidar atención más básica para mayor
número de personas? A estos interrogantes no se puede responder si
previamente no se ha discutido cuales son los fines y los bienes que
pretendemos obtener de la Medicina. El no haber abordado esto explica
en parte la ya vieja dificultad para:

1. definir lo que debe ser un "paquete básico" de servicios sanitarios


para todos (un problema sobre todo en los EEUU, que a diferencia
de Europa, carece de un sistema público universal y gratuito de
salud)
2. incapacidad de llegar a un acuerdo sobre la "futilidad" en
tratamientos médicos (sobre todo en enfermos terminales)
3. determinar qué clase de salud debemos lograr para los ancianos, y
cómo hacerlo
4. qué clase de cuidados sanitarios proporcionar a aquellos pacientes
en los que las únicas opciones aplicables son extraordinariamente
costosas.

La bioética ha oscilado entre la insistencia en criterios formales a


menudo inflexibles pero carentes de contenido, y los criterios de
procedimiento, pero no ha encarado la cuestión central sobre lo que
entendemos como bienes humanos o los fines de la medicina. Y
mientras esto no se haga, corremos el riesgo de no llegar a ninguna
solución significativa en muchos de los debates abiertos.

Norman Daniels (1996) ha intentado responder a este desafío


conectando su teoría de la justicia con el interés por los fines. Aboga
por procedimientos públicos y justos que establezcan la legitimidad de
crear límites para ciertos servicios médicos. Pero hay que salvar la
tentación de pretender realizar esto meramente por agregación de
preferencias en un proceso formalmente democrático. No se trata
solamente (ni principalmente) de maximizar la sastisfacción de
preferencias, sino que la clave es la deliberación sobre buenos
razonamientos, al menos sobre razones que todos los ciudadanos puedan
aceptar (a pesar del legítimo pluralismo de intereses). El proceso
deliberativo debería dar razones aceptables por todos como base para
hacer decisiones sobre cómo proteger la funcionalidad biológica normal
de la población, habida cuenta de los límites presupuestarios. Esto es
muy importante en relación con nuevas tecnologías (de soporte vital, de
trasplantes, servicios reproductivos y genéticos). Si se hacen explícitas
las razones para adoptar ciertas tecnologías, entonces habría una base
para un diálogo social más amplio y para una deliberación sobre los
fines de la medicina. Con el tiempo las entidades de servicios sanitarios
podrían articular una concepción más calibrada de cómo proporcionar
servicios de alta calidad a la población con presupuestos que
irremediablemente son limitados.

Evandro Agazzi, en El bien, el mal y la ciencia (Madrid: Ed.Tecnos,


1996) ha escrito profundas páginas sobre los conflictos que el sistema de
ciencia-tecnología plantea a las exigencias de la vida, conectando con la
cuestión de los fines. La extensión de las categorías del discurso
científico ligadas a su carácter empírico y antimetafísico a todas las
áreas de la vida ha cortado la posibilidad de atribuir sentidos precisos a
conceptos como bien, mal y deber. La primera consecuencia es que la
esfera de lo moral se relegó a la intimidad de la persona (juicios
subjetivos), pero enseguida esa esfera dejó de ser respetada y fue
directamente atacada con los criterios de la ciencia (tendencia al
cientifismo). De ello ha derivado un vaciamiento del contenido ético y
la falta de responsabilidad del hombre contemporáneo.

Pero aunque el sistema tecnológico no tuviera fines en sí mismos, en la


práctica, al ser el entorno en que vivimos, nos impone continuamente
modificar nuestros fines para adaptarlos a la técnica. El hombre
contemporáneo acaba aceptando los criterios tecnológicos como
patrones de admisibilidad de sus propias acciones, vaciando con ello el
ámbito de competencias de la moral respecto de sus propias acciones.
La tecnología no sólo no se detiene ante el jucio moral, sino que
pretende en cierta manera juzgar a la moral, invalidando propuestas
morales que no concuerden y se amolden al sistema tecnológico. El
sistema tecnocientífico modifica todas las formas de vida, crea nuevas
creencias, comportamientos, ideologías, etc., y en este sentido no es
neutral. Como máximo podríamos permanecer neutrales nosotros,
cerrando los ojos a la realidad, pensando que tal estado de cosas es
bueno.

Aunque el sistema tecnocientífico tiende a seguir su propio curso, se


puede y se debe emitir un juicio de valor sobre él, y podemos influir (si
queremos y nos dotamos de las instituciones adecuadas) en cambiar su
estructura y dirección. El problema es que para hacer tal cosa hacen
falta referencias externas fuertes. Pero en una sociedad postmodernista
y altamente relativista, incapaz de dialogar sobre fines (más allá de la
sacrosanta autonomía personal), esto va a ser extremadamente difícil.
Más que acusar a la ciencia y a la tecnología, deberíamos preguntarnos
si este estado de cosas se ha debido al abandono del compromiso e
investigación en valores que guiaran los fines.

7. Bioética y derecho
En las relaciones entre bioética y derecho hay dos posibles tendencias
(Moreno, 1995):

legalista y rigurosa: pretender elaborar leyes muy detalladas adaptadas a los


diversos casos que se piensa pueden surgir (pero con el riesgo, como se ha
visto con algunas, de que los avances técnicos permitan encontrar huecos
legales o creen determinadas paradojas, o que permitan soluciones no
previstas por el espíritu de la ley).
Abierta e inductivista: se reconoce que no se pueden prever todos los avances
y todas las situaciones posibles creadas por una tecnología que avanza a un
ritmo tan rápido. Pero queda la necesidad de leyes generales que reconozcan
principios claros, pero sin descender a demasiados detalles. Queda lugar para
que la jurisprudencia vaya incorporando el espíritu de la ley en función de los
nuevos contextos científicos y sociales.
Para Adela Cortina (1994) el ethos de una sociedad viene configurado
por el diálogo entre la moral cívica (conjunto de valores que una
sociedad democrática comparte), derecho positivo e instituciones
políticas. La tarea de la bioética sería inspirar formas de vida
respetuosas con las exigencias vitales básicas y llegar a plasmaciones
jurídicas sólo cuando sea inevitable. Una dificultad es delimitar lo que
son exigencias básicas (derechos exigibles) de lo que son deseos o
preferencias subjetivas (que no pueden reclamar su satisfacción
jurídica). Esto conduce a preguntar quién puede acceder a
determinados servicios sanitarios, y a qué servicios básicos se tiene
derecho. Por ejemplo, ¿está obligada la sociedad a ayudar a cualquier
individuo a recurrir a técnicas de reproducción artificial?

Daniel Callahan (1996b) ha planteado los dilemas específicos en la


sociedad norteamericana en cuanto a las relaciones del derecho con la
bioética: "Es como si al público se le presentara una simple y cruda
disyuntiva: si piensas que algo realmente es moralmente importante,
llévalo a los tribunales o aprueba una ley sobre ello; pero si piensas que
hay que dejar aparte a los tribunales o que no debería haber leyes sobre
eso, entonces, cállate y deja el tema en el campo de la elección
privada. Y cuando decimos "elección privada" en este país, queremos
decir una cosa: que no debemos emitir juicios morales sobre las
elecciones de los demás, y mucho menos condenas de moral pública de
las prácticas de diferentes grupos". El caso es que el tabú a discutir
seriamente sobre los usos morales de la libertad y sobre la diferencia
entre opciones morales responsables e irresponsables ha conducido
mientras tanto a que gran parte de la moral sea elaborada en las cortes
de justicia y enraizada en deciciones legales. Para Callahan es
sorprendente, por ejemplo, que decisiones judiciales (con amplia
repercusión mediática, configuradora del pensamiento de muchos
ciudadanos) declaren que "si mi vida termina en una situación de
dependencia, debilidad y desorganización mental como de niño, habré
perdido mi dignidad" (de persona). Por lo tanto, el legalismo se puede
definir como la conversión de problemas morales en problemas legales;
la inhibición del debate moral por temor de que sea convertido de esa
forma; y la elevación de los jucios morales de los tribunales al estatuto
de estándares morales. Callahan no culpa a los jueces, sino a las Iglesias
(que o son demasiado sectarias o son demasiado complacientes), a las
universidades (demasiado atrapadas por el profesionalismo o por las
guerras culturales), a la prensa de opinión (la de izquierdas
aburridamente ocupada en atacar a la derecha religiosa, y la de
derechas al asalto de los liberales políticamente correctos), y a la vida
política (interesada sólo en atacar a los oponentes).

Aceptando el reto de Callahan, Gilbert Meilaender (1996) reconoce que


un punto clave estriba en que se tiende a pensar que las leyes están
para promocionar las elecciones que cada uno hace. Se ha creado "un
ideal del yo que está vacío de contenido, salvo el de la elección"
(Callahan). Para Meilaender el problema no está sólo en el legalismo,
sino en el hecho de que pensamos que la ley debe garantizar nuestras
elecciones privadas, eliminándose con ello de la consideración pública
una amplia gama de cuestiones morales. Y pone los siguientes ejemplos:

¿Se tiene en cuenta el bien del feto como parte del bien común?
¿Se acepta que un ciudadano conceda el derecho a otro de quitarle a él la
vida?
¿Eliminar al que sufre es un buen método de eliminar el sufrimiento?

Todas estas son cuestiones tanto morales como legales. Pero su


respuesta dependerá del valor que queremos dar a las garantías
jurídicas para el ejercicio de nuestra autonomía respecto de otros
enfoques que podemos haber colocado en el "punto ciego" de nuestros
debates. Lo que necesitamos es una comprensión de la ley que
considere a los seres humanos como algo más que entidades aisladas de
deseo y elección. Hay que tener claro (y someter a crítica) una
antropología de base que arroja una visión del hombre como sujeto de
deseos, aislado respecto de los demás, supuestamente capaz de una
libertad ilimitada que sólo atiende a su propio narcisismo y a la
plasmación de su voluntad. Pero ¿de dónde salen los deseos? ¿Cómo se
ha decidido que la satisfacción de deseos es el máximo bien? ¿Qué
fuerzas generan y manipulan los deseos supuestamente autónomos y
"neutros" de los individuos? ¿No está al cabo la satisfacción de deseos y
voluntades al servicio de un determinado sistema de intereses
económicos espoleados mediáticamente? ¿Se puede obviar todo este
cúmulo de factores reales concretos para seguir creyendo en la ficción
del individuo autónomo abstracto?

Es difícil imaginar que la ley deba permanecer silenciosa sobre ciertos temas,
como el aborto y la eutanasia, ya que ellos conllevan implicaciones sobre el
significado de ser miembro de una comunidad.
Hay otros asuntos que parecerían caer (casi) totalmente dentro del ámbito
privado, pero sobre los que se necesita al menos una comprensión compartida:
ahora que tenemos a mano FIV y tecnologías reproductivas y genéticas
(incluyendo la clonación), ¿se puede mantener que es de incumbencia
exclusivamente privada el modo de traer hijos al mundo? ¿no tendría la
sociedad nada que decir si elijo tener un clon de mí mismo, o si elijo
"mejorarlo" genéticamente, determinando con mi voluntad algunos de sus
rasgos? ¿No tendrá ninguna consecuencia el que empecemos a considerar los
hijos como bienes de consumo y de diseño, cuando "produzcamos" nuestra
descendencia en lugar de procrear en un contexto de acogida diferente? ¿La
ley no tendría nada que decir?

8. Algunos peligros asociados a la invocación de la


bioética
Miguel Moreno (1995) ha resumido algunas de las "trampas" que pueden
jalonar el curso de la bioética:

1. Considerar la bioética como un mero cálculo de posibilidades


técnicas y de relación costes/beneficios. Se asume que los
problemas éticos suelen estar asociados a técnicas aún no
maduras que presentan problemas de seguridad, pero una vez que
tales problemas se solventen, desaparecen los obstáculos éticos
para su aplicación. (Algo de esto se está viendo ya con la
perspectiva de la clonación en humanos, y sobre la intervención
genética en la línea germinal).
2. Invocación a la ética sólo cuando el conocimiento científico y
técnico llega a afectar a la sociedad. En este caso se puede tener
la tentación de usar la bioética de un modo reactivo, como
"amortiguador de impactos sociales" y no como reflexión previa y
crítica sobre medios y fines.
3. Invocación al prestigio de la bioética para pedir atención y
recursos de investigación. Los científicos y gestores públicos saben
que la investigación requiere grandes inversiones, para lo cual
pretenden ganar un amplio apoyo social. Esto favorece el
surgimiento de una ética informal en los proyectos de
investigación, cuyo peligro es el de ser instrumentalizadora, el de
"hacer tragar" la irrupción masiva de nuevas tecnologías que
favorecen a ciertas capas o sectores. Se trata de una ética
domesticada, como trámite publicitario, para cubrir el expediente
y acallar conciencias. Este es el peligro de la ética
"institucionalizada" en comités oficiales, que intentan cerrar el
debate de modo prematuro. También es el recurso de comités
ligados a empresas o a grupos profesionales (p.ej., en los servicios
de FIV, análisis genéticos, etc.).

Daniel Callahan ha hablado igualmente del riesgo que él llama "de


nuestra pandilla" (Bioethics, our crowd, and ideology, Hastings Center
Report, nov.-dic. 1996, pp. 3-4), por el que los bioéticos tienden a
mimetizar las "guerras culturales" tan características de los entornos
académicos de los EEUU: se puede predecir lo que va a decir un bioético
conociendo su edad, creencias religiosas (o falta de ellas), educación
previa y clase social. Callahan emite varios deseos:

1. Que los expertos no se impliquen en ninguna comisión donde haya


una razonable certeza de que su propósito político sea dar
legitimidad a una investigación o propuesta política
controvertidas. (Esto se relaciona con el punto 3 de las
advertencias de Moreno arriba citadas).
2. La bioética debe respetar las distintas posturas que surjan en el
debate. El bioético debe defender sus posiciones, pero para ello
no debe escamotear el debate, y por lo tanto, sus propuestas
deben entrar a dialogar (sin deformarlas ni ridiculizarlas) con
propuestas diferentes.
3. Evitar que los foros académicos sean homogéneos, a base de
gente de la propia pandilla. Por ejemplo, los biotecnólogos
deberían invitar a ecologistas críticos con la ingeniería genética;
las revistas "liberales" favorables al aborto deberían invitar a
oponentes, (y viceversa), etc.

Albert Jonsen (1996) rompe una lanza en favor de tolerar la riqueza de


la perplejidad y ambigüedad que acompaña al debate bioético. Es mejor
no cerrar el debate prematuramente, y dejar que durante un tiempo la
"zozobra" nos invada, porque ello es garantía de que seguiremos
buscando soluciones que no sean simplistas e inflexibles. Para Renée
Fox (1996) la prioridad que la bioética americana ha concedido al
individualismo le ha apartado de varias clases de temas sociales,
especialmente de los que afectan a los más desfavorecidos, y ha
levantado una barrera entre entre los temas sociales y los temas éticos.

9. Bioética y percepción pública de la


Biotecnología
El interés público por la biotecnología se debe a varios factores
(Luján et al., 1996):

Desde los años 60, debido a las polémicas sobre la energía nuclear y a la crisis
ecológica, la tecnología ha sido arrojada al centro del debate público.
La biotecnología presenta un carácter horizontal, afectando a numerosos
sectores de las actividades humanas.
La biotecnología, al permitir la manipulación racional de la base de la vida,
toca una importante dimensión simbólica, entroncada en todas las culturas.

Todavía en muchos sectores tecnológicos y de política científica se


piensa que la oposición a la biotecnología se puede "curar" con más
información técnica. Este modelo del "déficit cognitivo" ha demostrado
ser inoperante, puesto que se ha detectado una mayor oposición en
algunos países muy informados de los avances en biomedicina.

Los modernos estudios de percepción pública de riesgos asociados con


tecnologías se centran en los modos en que los individuos aprenden
sobre su entorno a través de la experiencia. Se pueden distinguir cuatro
enfoques:

cognitivista
psicosocial
cultural
sociológico

Desde los enfoques culturales se plantea que las creencias sobre la


naturaleza y sobre el riesgo están socialmente construidos, de modo que
cada grupo tiende a percibir distintos tipos de riesgos.Desde los
enfoques sociológicos el riesgo se define en función de amenazas a
modos de vida y estructuraciones sociales. Está más relacionado con la
identidad sociocultural, los valores morales o las relaciones
socioeconómicas. En estos enfoques se tiene en cuenta la valoración de
los distintos grupos, y no sólo el papel de los expertos.

La bioética puede desempeñar un papel importante en la evaluación de


riesgos, ponderando el principio de no maleficencia (evitar daños) con
el de beneficencia (hacer el bien).

Sin embargo, uno de los puntos donde tropiezan muchas discusiones es


la ambigüedad y polisemia del término "riesgo". No es lo mismo el riesgo
como simple potencial de cambiar algo (una idea sin implicaciones
morales a priori) que el riesgo como posibilidad de hacer daño. El
problema es que a menudo se confunden y mezclan ambos significados.
El primero se relaciona (en el ámbito de la biotecnología) con temores
más o menos vagos de cambiar lo natural. Pero hay que decir que toda
tecnología cambia de una u otra forma nuestras relaciones con lo
natural. No es posible que Homo sapiens vuelva a un supuesto estado de
naturaleza primigenia. Para bien y para mal, nuestra naturaleza nos ha
dotado con la capacidad de usar y adaptar nuestro entorno.

Se puede hacer un intento de taxonomía de los tipos de riesgos:

riesgos como interferencia con la naturaleza. Ciertos grupos religiosos plasman


esta idea ligándola a la metáfora de que no deberíamos "jugar a ser Dios".(Pero
hay que decir que el concepto de natural no es inmutable, sino que está
construido socialmente, que cambia con el tiempo, las culturas y las
religiones).
Riesgos asociados al mal uso de la tecnología (p. ej., discriminación genética,
eugenesia obligatoria...)
Preocupaciones vagas de miedo, sentimientos de peligro ante lo desconocido.
Preocupaciones concretas sobre impactos negativos sobre la salud o el medio
ambiente.

Una cualidad de la bioética en su reflexión sobre la ingeniería genética


es que nos ha obligado a pensar de nuevo nuestras ideas sobre

la evaluación de riesgos
el impacto de la tecnociencia en la sociedad
el control social en la tecnociencia
la finalidad de nuestras sociedades. Este es quizá el punto más importante,
aunque seguramente el más difícil de implantar políticamente, ya que supone
realizar una crítica social acerca de los valores explícitos e implícitos que nos
guían, incluyendo la imagen del hombre y sus necesidades y deseos en un
sistema donde se han enquistado numerosos prejuicios que a menudo sirven a
intereses minoritarios (pero controlados por poderosas fuerzas políticas y
económicas). Langdon Winner habla al respecto de que debemos reevaluar el
"contrato social implícito" que hemos realizado con el entramado
tecnocientífico y económico.

Una dificultad, acentuada por la sociedad posmoderna alejada de


relatos unitarios dotadores de sentido, es la aparente heterogeneidad
de valores de los individuos, grupos y naciones. Sin embargo, ciertos
estudios de opinión multiculturales pueden suministrar materiales para
diseñar una ética descriptiva común. Una de las conclusiones de estos
estudios es que no hay tantas diferencias en las opiniones éticas entre
distintos países y culturas en relación a los valores fundamentales. Ello
quizá tenga que ver con el hecho de que los distintos países se están
acercando a estrategias educativas y culturales parecidas. La conclusión
es que quizá sea más fácil de lo que se pensaba un acercamiento
universal por acuerdo a la regulación de las tecnologías biológicas.

La evaluación de riesgos no se puede dejar en manos exclusivamente de


"expertos", ya que incluye no sólo valoraciones técnicas y económicas,
sino percepciones éticas, estéticas, religiosas, etc., que aunque a
menudo sean vagas, no pueden ser pasadas por alto, al ser expresión de
profundos y legítimos sentimientos culturales.

La evaluación de riesgos no debe basarse exclusivamente en análisis de


costes/beneficios, ya que frecuentemente hay valores "intangibles" no
cuantificables. Sin embargo, también habría que aceptar que en todas
las intervenciones del hombre sobre la naturaleza hay incertidumbres
que no se pueden prever a priori. La ética de la responsabilidad nos
obliga a la cautela, pero no a quedarnos inmovilizados.

Una cuestión central es la de los fines. No es lo mismo una biotecnología


aplicada prefencialmente a resolver problemas de amplias capas de la
población (p.ej., cabe imaginar que la Ingeniería Genética pudiera
abordar resolver suministro alimentario al Tercer Mundo) que una
biotecnología centrada exclusivamente en aumentar la productividad y
el beneficio económico privado, a costa de un mejor reparto de la
riqueza y del equilibrio ecológico.

10. Evaluación de tecnologías y bioética


El modelo tradicional de evaluación de tecnologías era unileteral y
reactivo: sólo consideraba los efectos que la técnica (una vez madura)
podría tener sobre la sociedad, pero no tenía en cuenta la posibilidad
de que la sociedad pudiera crear instituciones democráticas de consulta
y control sobre la tecnología. Además, se tendía a considerar casi
exclusivamente la cuestión de la eficacia, seguridad y riesgos
"cuantificables", quedando las cuestiones éticas y sociales más
profundas en un segundo plano, cuando no directamente ignoradas.

La inoperancia del modelo de evaluación tradicional, junto con la


presión social cada vez más intensa, que pide una mayor implicación de
los ciudadanos en las decisiones tecnológicas ha impulsado nuevos
modelos constructivistas, como una vía más adecuada para evaluar y
gestionar los riesgos e intentar gobernar el cambio tecnológico. Se habla
de un nuevo paradigma, denominado Evaluación Constructiva de
Tecnologías (ECT). En dicho enfoque se destierra definitivamente la
pretensión de una evaluación objetiva y neutral ligada a la opinión
exclusiva de expertos, dando más importancia a las opciones sociales y
culturales asociadas a ciertas tecnologías y a la socialización de la toma
de decisiones. No se puede seguir manteniendo el estricto reparto de
papeles entre promotores y controladores, sino que debemos centrarnos
en aprender a gestionar esta responsabilidad compartida, implicando a
las comunidades afectadas en el proceso de toma de decisiones.

Las actividades de diseño tecnológico deben incluir, desde el principio,


el análisis de impactos sociales y ambientales. Pero puesto que es
imposible predecir totalmente impactos futuros, y el cambio
tecnológico está conducido parcialmente por la experiencia histórica de
los actores conforme aquel se va desplegando, se concluye que uno de
los objetivos principales de la ECT debe ser la necesidad de
experimentación y aprendizaje social como parte integral de la gestión
de la tecnología. En este sentido es alentador comprobar que en ciertos
países, como en Holanda y Dinamarca, se han introducido elementos de
aprendizaje social en el control de nuevas tecnologías, como la
Ingeniería Genética. La misma OCDE, en su informe de 1988 sobre
"Nuevas tecnologías en los 80: una estrategia socioeconómica", recoge y
admite la pertinencia del concepto de ECT.

Brian Wynne ha sido uno de los autores más activos en el nuevo


paradigma evaluativo, habiendo abordado el estudio de riesgos en un
contexto de aprendizaje social. Su enfoque es reflexivo: presta atención
a lo que la tecnología refleja y reproduce por medio de valores, formas
culturales y relaciones sociales previos. Frente a la opinión tecnocrática
de que la percepción pública de los riesgos es a menudo irracional,
Wynne mantiene que tal percepción recoge símbolos, valores y
conocimientos esenciales para contextualizar las tecnologías e
integrarlas socialmente. Siguiendo la teoría cultural de Mary Douglas, la
reflexividad del aprendizaje social implicaría la exposición,
investigación y debate sistemático de los modelos sociales implícitos y
de los supuestos que estructuran los análisis "factuales" de la
tecnología. De esta manera, se traerían a la plaza pública (para su
escrutinio) compromisos implícitos que incluyen desde hipótesis
virtuales sobre cómo organizar la sociedad hasta prescripciones sociales
duras para que la sociedad se acomode a la tecnología. Esto significa
también que los "expertos" deben ser espoleados por la crítica y la
controversia social, para mirar no sólo al panorama sociopolítico en el
que implantar las tecnologías, sino al interior de sus propios marcos
previos y a sus modelos sociales conformadores. Este estímulo
constructivo requiere un marco institucional que reconozca la necesidad
de un tratamiento sistemático y explícito de estas cuestiones.

Esto conduce a admitir que, necesariamente, la evaluación de la


tecnología ha de politizarse para ser operativa, y plantea la espinosa
cuestión de si las democracias representativas existentes están
preparadas para dar cabida a algún tipo efectivo de gestión
participativa de la tecnología. Los problemas teóricos y prácticos al
respecto pueden parecer, en efecto, abrumadores. La estructuración
cognitiva e institucional hacen que el cambio tecnológico sea
complicado, pero no imposible: el estudio de casos históricos muestra
que es posible en principio modificar las trayectorias tecnológicas
mediante la acción concertada de diversos actores sociales y el
aprovechamiento de coyunturas favorables. Los experimentos de
aprendizaje social deben considerarse como ámbitos en los que se
especifican las tecnologías, se definen las necesidades sociales, y se
ponen a prueba las representaciones de los usuarios. Requieren que se
facilite toda la información a todos los participantes y si queremos que
sean operativos, seguramente habrá que crear imaginativas
instituciones no controladas por ningún grupo de poder o de presión,
que tengan influencia real a la hora de configurar el control político
sobre la tecnología. Igualmente se requerirán nuevos modelos teóricos
(alejados de la simpleza y linearidad de los antiguos) que permitan
facilitar la respuesta a la pregunta de cómo evitar el atrincheramiento
social de ciertas tecnologías o la pérdida de opciones positivas debido a
que otras alternativas no sean debidamente valoradas.

Una de las inercias mayores que se tendría que resolver es la del modelo
económico imperante (asociado al imperativo de proliferación de
control tecnológico en todos los ámbitos de la vida humana, y a la idea
de "progreso"). Desde el análisis económico, ya no cabe mantener que la
tecnología sea un factor exógeno del crecimiento económico, ni que los
indicadores económicos al uso midan correctamente muchos de sus
costes sociales y ambientales. La tecnología es de hecho, un factor
endógeno, que se adapta y se selecciona por los requerimientos y
necesidades de la sociedad. La viabilidad de una tecnología no sólo
depende de factores económicos, sino también de los sociales, éticos y
políticos. La noción tradicional de mercado pierde así su significado, y
la intervención del estado ya no se puede predicar solamente bajo los
supuestos de fallos del mercado. Las nuevas "reglas de juego" deben
garantizar que los efectos adversos de las tecnologías sean menos
dañinos que si se dejara libre competencia para todos. Dichas reglas
deberían establecerse antes de que los intereses invertidos adquieran
privilegios (y las tecnologías en cuestión se atrincheren socialmente) y
de modo que la lucha competitiva no amenace con su aplicación
compulsiva e indiscriminada. De ahí, de nuevo, la necesidad de un
aprendizaje social que garantice una retroalimentación continua que
haga que la evolución del sistema tecnológico y económico se adapte a
las necesidades sociales y no amenace la viabilidad ecológica. De esta
manera, como dice Medina (1992), sin renunciar por completo a la
intervención tecnocientífica (algo impensable e irrealizable), se
favorecería una cultura y un entorno en los que pudieran coexistir
dominios tecnocientíficos junto con dominios sociotécnicos de otro tipo,
en los que se podría preservar no sólo el rico patrimonio natural, sino
también las diversidades culturales y formas de vida social valiosas.

Por su gran interés, voy a resumir un penetrante artículo del bioético


holandés Henk ten Have, que aborda las relaciones ambivalentes entre
la ética y la evaluación tradicional de tecnologías, y que aboga por un
nuevo enfoque (publicado en Hastings Center Report, sept-.oct. 1995):

La principal limitación de la evaluación de tecnologías (ET) en relación a


la ética es que se centra en los aspectos de efectividad y seguridad,
pero apenas trata los aspectos morales de un modo sistemático. De
hecho, la ética se convierte en tales programas evaluativos en una
tecnología más dedicada a resolver problemas.

Limitaciones de la ET:

El modelo lineal y unidireccional (Tecnología se aplica en la sociedad, en la


que puede producir efectos secundarios que se trata de amortiguar) secuestra
las cuestiones éticas como preocupaciones de segundo orden que sólo son
significativas en la fase final de toma de decisiones políticas. Pero como ya
sabemos, la tecnología es una práctica particular que es técnica y social al
mismo tiempo, y que se produce en determinados contextos culturales.
La ET tradicional presupone que hay las tecnologías poseen un ciclo de vida
lineal:
1. primero surge el conocimiento básico,
2. luego se desarrolla un prototipo tecnológico,
3. en tercer lugar se evalúa su efectividad y seguridad (en la
investigación médica esta es la fase de ensayos clínicos)
4. programas que muestran la aplicabilidad global (programas
de demostración)
5. difusión y aceptación general (fase de adopción por los
profesionales)
6. entrenamiento en el uso y aplicación a varias categorías de
pacientes

El modelo tradicional introduce la ET en la fase en la que la nueva


tecnología está comenzando a difundirse (entre la 4 y la 5). Pero el
hacer la evaluación cuando la tecnología ya se está diseminando en la
práctica médica es demasiado tarde para que constituya apoyo para la
toma de decisiones políticas.

Pero los estudios recientes han demostrado la compleja simultaneidad de la


investigación básica y de la aplicación. En esta situación, que es la habitual, la
ET tradicional tiene un valor limitado, y sólo sirve para que si se realiza en las
primeras fases del desarrollo de la tecnología, facilite su aceptación. Sin una
adecuada vigilancia posterior a la ET, las tecnologías médicas tienden a crecer
sin restricciones.
Cuando las tecnologías biomédicas están disponibles, parece inevitable que se
terminarán usando, incluso cuando haya datos objetivos de que sean
inadecuadas.
Otra limitación es que el objetivo de las decisiones políticas sobre tecnologías
biomédicas es el "negativo" de controlar para atenuar o suprimir los posibles
peligros del cambio tecnológico. Se trata de un enfoque reactivo: se da por
supuesto que la tecnología se va a introducir, y se trata de mitigar sus efectos
indeseados. Pero no se plantea la posibilidad de que el cambio tecnológico sea
guiado de modo positivo en direcciones predeterminadas, ni cómo se puede
encarrilar la tecnología hacia fines específicos.
La ET tradicional presupone que se puede establecer una demarcación clara
entre lo médico y lo no médico, y que las nuevas tecnologías se originan en
principio fuera del ámbito médico, y posteriormente se introducen en él una
vez realizado el prototipo y los ensayos clínicos. Pero esto no se corresponde
con la realidad: en lugar de ser introducidas en un dominio delimitado, las
tecnologías aportan nuevas demarcaciones entre lo que es médico y lo que no
lo es. De hecho reordenan, cambian, recrean y redefinen el dominio de la
medicina

Esto se ve claramente con las tecnologías reproductivas. El no poder tener niños


se ha ido transformando cada vez más en un problema médico por el simple
hecho de disponer de la tecnología. La experiencia de la infertilidad como
sufrimiento no se puede separar del mayor control que ejercemos sobre el
proceso reproductivo. Ahora que, por ejemplo, es posible inducir maternidades
postmenopáusicas, se ha vuelto más difícil aceptar la idea de infertilidad
postmenopáusica. En cierto sentido, esta condición se ha transformado en un
estado de sufrimiento simplemente porque ahora de considera que la infertilidad
es un defecto biológico que hay que vencer.

Otro ejemplo: el uso de hormona de crecimiento se previó inicialmente sólo para


niños con defectos en la síntesis de esta hormona. Pero ahora que la Ingeniería
genética permite fabricar grandes cantidades de esta sustancia, transforma el
simple rasgo físico de tener menor talla que la media en un problema médico
potencial.

Tecnología y ética

El no considerar a la tecnología como una práctica social más (sino la


plasmación de una racionalidad objetiva que avanza inexorablemente) conlleva
que los problemas sociales y éticos que puedan surgir tiendan a ser tratados de
modo "tecnológico": la ET se convierte en una especie de "meta-tecnología",
donde los enfoques dotados de racionalidad tecnológica se imponen, y donde
la ética obviamente desempeña un papel secundario.
Pero además, la ética a su vez, tiende a usar modelos de razonamiento moral
impregnados de racionalidad técnica, aplicando principios a prácticas. Esto se
ve claramente en numerosos comités de ética, que se limitan a cuestiones
sobre el adecuado uso de la tecnología (cuestiones de consentimiento
informado, justicia, etc.), pero nunca se considera que la tecnología como tal
pueda ser un problema. La ética se convierte entonces en una tecnología
destinada a hacer controlables un conjunto particular de problemas
potenciales.

Hacia una nueva relación de la ética con la evaluación de tecnologías:


discutiendo sobre los fines

Las relaciones de la bioética con la tecnología biomédica se pueden


abordar centrándose en dos tipos de categorías diferentes:

1. Nos podemos preguntar por las cuestiones morales que surgen


dentro del marco de una tecnología. Como ejemplos se pueden
poner los debates sobre el estatuto moral del embrión, o sobre las
madres de alquiler. El problema con este enfoque es que se
acepta como inexorable el dato de la tecnología en cuestión, y lo
que se pretende es definir su uso responsable y adecuado.
2. Pero nos podemos preguntar por las cuestiones morales de la
misma tecnología. ¿Está justificada la tecnología como tal, a la luz
de los valores morales? Los valores tradicionalmente ligados al
conocimiento tecnocientífico (búsqueda del conocimiento o
mitigación del sufrimiento) ya no se consideran como dados
implícitamente, sino que sirven de puntos de partida para un
debate sobre otros valores que motivan a la sociedad.

El hecho de que estemos enfrentados a más y más problemas morales


depende en buena parte del grado de penetración y "colonización" que
tiene la tecnología en nuestras vidas. La solución a dichos problemas no
puede venir (al menos no exclusivamente) por una ética que a su vez
está orientada tecnológicamente.

Así pues, se necesita una evaluación de tecnologías auto-crítica, capaz


de encarar las cuestiones morales de tipo 2) citadas arriba. Por
ejemplo:

discutiendo el modo en que se definen los problemas


explorando las interrelaciones entre temas técnicos y no técnicos.
analizando las tecnologías como problemáticas en sí mismas.

1. El debate moral se podrá entender mejor cuando examinemos


cómo los problemas se transforman por la innovación tecnológica.
En el caso de la medicina, ello inicia una reflexión sistemática
sobre sus fines. Frecuentemente se jalea a las nuevas tecnologías
como soluciones a problemas que no existen. Algunas se
comercializan sin ninguna necesidad identificada. Algunas
tecnologías andan en busca de una aplicación, creando su propio
mercado, induciendo una necesidad (deseo) particular. En el caso
de la medicina, se supone que las tecnologías tienen objetivos: la
evaluación de tecnologías debería analizar el bien que es el
leitmotiv de la innovación.
2. Estudiar la interconexión entre tecnología y sociedad: en qué
contexto de prácticas sociales surge la tecnología.
3. Finalmente, la ética puede tener como objetivo ayudar a cambiar
las tecnologías, discutiendo la racionalidad tecnológica. La ética
podría preguntar, por ejemplo, qué deberíamos hacer cuando esa
racionalidad domine nuestras respuestas a los complicados
problemas y situaciones de sufrimiento, finitud, discapacidad y
enfermedad. No cabe duda de que la tecnología nos ha aportado
numerosas cosas positivas, pero la fascinación ciega que sentimos
por ella está asociada con la fragmentación y merma de
experiencias e interpretaciones. (Por ejemplo, obsérvese cómo ha
disminuido la importancia del diálogo y amistad médico-paciente,
cómo el paciente puede ver alienada su propia experiencia
subjetiva en entornos hospitalarios tecnificados y
despersonalizados). La ética debería articular el malestar evocado
cuando la tecnología se convierte en la fuente básica de temas
morales. El significado de la existencia humana no se puede
reducir a una ilimitada regulación y control de la vida y del
mundo.

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