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David Rojas
29 de abril de 2019
Bogotá
EL TRASTORNO NEGATIVISTA DESAFIANTE
El Trastorno Negativista Desafiante (TND) hace parte del conjunto de trastornos disruptivos,
del control de los impulsos y de la conducta. El diagnóstico suele realizarse en la edad escolar,
durante la primaria, aunque al recabar la información de la historia resulta posible verificar
la presencia de algunas manifestaciones en la edad preescolar. La característica esencial de
este trastorno es un patrón frecuente y persistente del estado de ánimo enfadado/ irritable,
comportamiento discutidor/desafiante, o deseo de venganza (APA, 2013).
La conducta de oposición puede tomar diferentes formas, desde la pasividad extrema (no
obedecer sistemáticamente mostrándose pasivo o inactivo) a sus formas más activas, es decir,
verbalizaciones negativas, insultos, hostilidad o resistencia física con agresividad hacia las
figuras de autoridad, ya sean los propios padres, maestros o educadores. Es considerada la
más estable de las psicopatologías infantiles a lo largo del desarrollo, y constituye el elemento
predictor más significativo de un amplio conjunto de riesgos académicos y sociales negativos
(Rizo, 2014).
Existen claras evidencias de que el TND es moldeado y mantenido por la naturaleza de los
intercambios recíprocos producidos en el ambiente del niño. (Rizo, 2014). Es decir la
interacción que mantiene en las diferentes esferas de su vida, en ocasiones puede presentarse
en varias o incluso en una esfera o ambiente específico, por tanto, un diagnóstico preciso
resulta esencial y favorecedor.
Diagnostico.
Según el DSM V (APA, 2013), los criterios para el diagnóstico del trastorno son:
A. Un patrón de enfado/irritabilidad, discusiones/actitud desafiante o vengativa que dura
por menos seis meses, que se manifiesta por lo menos con cuatro síntomas de
cualquiera de las categorías siguientes y que se exhibe durante la interacción por lo
menos con un individuo no sea un hermano.
Enfado/irritabilidad
1. A menudo pierde la calma.
2. À menudo está susceptible o se molesta con facilidad.
3. A menudo está enfadado y resentido.
Discusiones/actitud desafiante
4. Discute a menudo con la autoridad o con los adultos, en el caso de los niños y los
adolescentes.,
5. A menudo desafía activamente o rechaza satisfacer la petición por parte de figuras
de autoridad o normas.
6. A menudo molesta a los demás deliberadamente.
7. A menudo culpa a los demás por sus errores o su mal comportamiento.
Vengativo
8. Ha sido rencoroso o vengativo por lo menos dos veces en los últimos seis meses.
B. Este trastorno del comportamiento va asociado a un malestar en el individuo o en
otras personas de su entorno social inmediato (es decir, familia, grupo de amigos,
compañeros de trabajo), o tiene un impacto negativo en las áreas social, educativa,
profesional u otras importantes.
C. Los comportamientos no aparecen exclusivamente en el transcurso de un trastorno
psicótico, un trastorno por consumo de sustancias, un trastorno depresivo o uno
bipolar. Además, no se cumplen los criterios de un trastorno de desregulación
disruptivo del estado de ánimo.
Especificar la gravedad:
Leve: Los síntomas se limitan a un entorno (p. ej., en casa, en la escuela, en el trabajo,
con los compañeros).
Moderado: Algunos síntomas aparecen en dos entornos por lo menos.
Grave: Algunos síntomas aparecen en tres o más entornos.
Características.
En lo que concierne a las causas del trastorno, su desarrollo no responde a un único factor
etiológico, por el contrario intervienen diferentes factores de riesgo que lo desencadenan. Los
factores genéticos están asociados con la aparición del TND, estudios han demostrado que la
similitud en la presentación de comportamientos disruptivos entre padres e hijos puede ser
explicada por la herencia genética (Monsalve et al, 2017).
Del mismo modo, se presentan factores ambientales que conllevan a un alto riesgo de
presentar el trastorno negativista desafiante ya que es más frecuente en familias donde existen
conflictos conyugales, maltrato o abuso infantil, disfunción familiar, condiciones precarias,
hacinamiento y rol social limitado. También existen factores psicológicos relacionados con
el apego inseguro, así como patrones de crianza deficientes o de dura disciplina, que tienen
como consecuencia la aparición de comportamientos típicos de este trastorno (Monsalve et
al, 2017).
Los niños con este trastorno de madres con antecedentes depresivos, son más propensos a
presentar conductas de riesgo agresivas, desafiantes y desobedientes a lo largo de su infancia
e incluso en su vida adulta. Los factores sociales asociados a bajos recursos económicos y
violencia social pueden contribuir también a la aparición de síntomas de este trastorno
(Monsalve et al, 2017).
El inicio del trastorno se da durante la infancia y está caracterizado por la dificultad en el
desarrollo social, emocional y académico, al igual que en el ámbito familiar (Monsalve et al,
2017).
Prevalencia.
Se estima que el trastorno negativista desafiante tiene una prevalencia poblacional que varía
entre el 2 y el 16%, en la infancia es más común en varones, la proporción encontrada es de
4:1, por cada cuatro niños diagnosticados una niña presenta el trastorno (Rizo, 2014). Existe
un alto factor de comorbilidad entre el trastorno negativista desafiante, el trastorno de déficit
de atención e hiperactividad y el trastorno disocial, debido a que los niños experimentan
múltiples factores de riesgo similares, además, de la carga genética presente en todos ellos
(Monsalve et al, 2017).
Tratamiento.
Para la intervención del TND hay que tener en cuenta que según el DSM V (APA, 2013) el
desarrollo del trastorno es relativamente uniforme, por tanto, para diferenciar entre la
intervención realizada a niños y adolescentes, cabe aclarar que la principal diferencia es el
nivel de autonomía que se da al individuo en la terapia, es por esto que en los primeros años
de vida se centra en las intervenciones al ambiente y el manejo de los refuerzos mientras que
en la adolescencia el foco es el individuo
Otro enfoque de terapia, incluye actividades de tipo grupal, debido a que facilitan la
interacción social, modelan conductas y estimulan comportamientos positivos a través de
tareas acordes a la edad del niño que proporcionan oportunidades para recibir
retroalimentación de sus comportamientos; de igual forma, se realizan modificaciones o
adaptaciones en el aula de clase para regular el comportamiento de los niños a través de la
modulación y organización de las sensaciones (Monsalve et al, 2017).
Uno de los programas ampliamente usados en el tratamiento del TND es el de Russell
Barkley, que tiene como objetivo mejorar la conducta, las relaciones sociales y la adaptación
en el ambiente familiar del niño. En este proceso, los padres deben aprender a captar la
atención de sus hijos, dar órdenes de forma clara, enseñarlo a no interrumpir actividades y
aprender a señalar el mal comportamiento de forma constructiva, para así lograr que los
obedezcan (Monsalve et al, 2017).
Casos
Se revisaron casos casos, el primero sobre la intervención a un niño de 8 años, para su
tratamiento se trató especialmente la psicoeducación y entrenamiento de los padres en los
principios para mejorar el comportamiento y se aplicaron diversos pasos para mejorar la
conducta del niño. Se utilizó el programa de entrenamiento a padres desarrollado por Berkley
y Benton como eje principal en el trabajo con los padres y técnicas desarrolladas por
Friedberg y McClure y Bunge, Gomar y Mandil para el entrenamiento en empatía,
entrenamiento en control de impulsos y habilidades sociales con el niño (Genise, 2014).
En el segundo caso, una niña adolescente de 12 años, se utilizó una intervención cognitivo-
conductual, en la cual se realizó terapia con el niño, y el entrenamiento a padres y profesores.
Un pilar en el que se centró el terapeuta fue la adherencia y la motivación de la adolescente
ante el tratamiento. Para esto, el objetivo fue que la paciente no viera al terapeuta como una
figura más de autoridad, mediante empatía y persuasión, evitando así actitudes de o
posicionamiento (Rizo, 2014).
TRASTORNO DE CONDUCTA.
El trastorno de conducta hace parte del conjunto de trastornos disruptivos, del control de los
impulsos y de la conducta. Se caracterizan por un patrón de actuación donde se exhiben
comportamientos que transgreden los derechos de los demás e infringen las normas y reglas
sociales de connivencia (Abad, 2017). Estos trastornos del comportamiento van asociados a
un malestar en el niño o en otros individuos de su contexto (familia, amigos, compañeros de
estudio) con una repercusión negativa en las áreas familiar, académica y social (Villanueba
y Rios, 2018).
Diagnostico.
Según el DSM V (APA, 2013), los criterios para el diagnóstico del trastorno son:
Características.
Se ha identificado que las características del TC varían en función de la edad en que se
desarrolla el trastorno. La niñez es el periodo con más implicaciones clínicas, que van desde
agresividad, violencia, a déficits neurobiológicos y cognitivos, como alteraciones en las
funciones ejecutivas y un coeficiente intelectual inferior.
Por otro lado, el TC con inicio en adolescencia presenta un pronóstico más esperanzador, no
incluye conducta disruptivas en la infancia, además, tienen menores implicaciones biológicas
y conductuales (Abad, 2017).
Prevalencia.
Existe una prevalencia aproximada de entre el 2% - 10% con respecto al Trastorno de
Conducta (Gresham, 2015), En cuanto a la diferencia de género, la relación entre hombres y
mujeres presenta un ratio de 2 a 1. El TC y TDAH presentan una alta comorbilidad que oscila
entre el 16 y el 36% que implica dificultades al momento de establecer un diagnóstico
preciso.
Tratamiento.
Para realizar una intervención en TC se ha mostrado eficacia al tratar aspectos como manejo
de la ira, donde el paciente debe aprender a moderar las emociones intensas al trabajar desde
una perspectiva cognitiva con tácticas de resolución de problemas, conciencia emocional,
técnicas de relajación y habilidades sociales para lograr modificar el procesamiento de las
interacciones interpersonales que muchas veces suelen ser malinterpretadas por individuos
con disfunciones en la conducta (Abad, 2017).
Otra técnica eficiente es el entrenamiento padres, por ejemplo la Terapia Familiar Funcional,
que se enfoca en modificar la comunicación e incrementar el apoyo familiar, a más de intentar
disminuir los patrones de interacciones disfuncionales en la familia y la negatividad (Abad,
2017).
Además de las anteriores, la terapia cognitivo conductual, se ha consolidado como una base
fundamental de la intervención, con esta terapia se intenta desarrollar las capacidades de
solución de problemas e incrementar las habilidades en cuanto a comunicación asertiva,
modificar conductas desadaptativas y modificación de cogniciones que no favorecen al
individuo (Abad, 2017).
Por último, la terapia que engloba todas las perspectivas mencionadas anteriormente es la
Terapia Multisistémica. El objetivo de esta terapia es reducir las conductas delictivas y los
comportamiento beligerantes y antisociales de los individuos (Abad, 2017).
REFERENCIAS.
American Psychiatric Association (2014). Manual Diagnóstico y Estadístico de los
Trastornos Mentales (DSM-5), 5ª Ed. Madrid: Editorial Médica Panamericana.
Genise, G. (2014). Psicoterapia Cognitivo Conductual en un Paciente con Trastorno
Negativista Desafiante. Revista Argentina de Clínica Psicológica, XXIII (2), 145-
152. Disponible en: https://www.redalyc.org/articulo.oa?id=281943265005
Monsalve A, Mora LF, Ramírez LC, Rozo V, Rojas DM. (2017). Estrategias de intervención
dirigidas a niños con trastorno negativista desafiante, una revisión de la literatura.
Rev Cienc Salud.; 15 (1):105-127. Doi:
http://dx.doi.org/10.12804/revistas.urosario.edu.co/revsalud/a.5384
Abad. E. (2017). Intervención Deportiva con Rugby para Adolescentes Infractores con
Trastornos Disruptivos de la Conducta. <Trabajo de titulación de pregrado en
psicología clínica>. Universidad de San Francisco de Quito. Ecuador.
Villanueva, C. & Rios, A. (2018). Factores protectores y de riesgo del trastorno de conducta
y del trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Una revisión sistemática.
Revista de Psicopatología y Psicología Clínica, 23, 59-74. Recuperado de: doi:
10.5944/rppc.vol.23.num.1.2018.19758