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Más difícil aún es pensar que lo que la naturaleza vierte en una copa tras ocho
milenios de práctica ininterrumpida pueda replicarse en un laboratorio en
cuestión de minutos, por más cromatógrafos de gases, espectrómetros de masas y
otros dispositivos de alta tecnología que se pongan al servicio del proyecto.
Chua y Alec, asesorados por el sommelier Josh Decolongon (socio del proyecto),
insisten en que su vino artificial será el comienzo de un proceso que, con el
tiempo, abaratará este tipo de producto y contribuirá a reducir el uso de agua y
energía, cuya demanda es alta en la vitivinicultura tradicional.
Otros dos de sus proyectos son un champán Dom Perignon y un Bourbon (Glyph
Molecular Whiskey, ya lanzado). Y más adelante, quizás, café y chocolate. O
sea, productos que pueda costar menos producirlos para después venderlos a
precios considerablemente inferiores.
Pero también admiten que su mayor reto es emular todo aquello que se mueve
alrededor de una botella: el paisaje creado por los viñedos, la cultura de
consumo, la gastronomía asociada al vino, y todas las connotaciones románticas
y ancestrales del producto. ¿Cambiar todo aquello por una botella creada en un
laboratorio? Difícil, así Chua y Lee anticipen que podrán elaborar bebidas que la
naturaleza no podrá igualar.