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Jacques-Alain Miller
(I)
Decía, entonces, que Lacan nunca habló de “mi obra” (fem.); no era
por eso que hablase más de “mi teoría”, sino que la designaba como “mi
enseñanza”. No pretendió ser un autor, no se pensó como tal ni se
identificó con la posición del autor, sino con la del enseñante. Como este
término ha sido desgastado por el mal uso que se hizo de él, recurramos a
uno empleado por el propio Lacan, el de enseigneur. 2
Esto no quiere decir sólo que su Gran Obra (masc.) es oral.
¿Cómo se distingue un autor de un enseigneur ? Ocurre, en primer
lugar, que el autor tiene lectores, en tanto el enseigneur tiene alumnos.
Más aun, el autor habla potencialmente para todos, en tanto el enseigneur
habla para algunos, para un cierto grupo. Esto nos evoca, por supuesto, los
happy few desde Shakespeare hasta Stendhal.
Ese pequeño número que constituía el auditorio a quien destinaba
Lacan su discurso, destino constante más allá de los obstáculos y las
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- enseigneur: enseignant / seigneur. Enseignant: quien transmite un saber teórico o
una práctica.
Por homofonía, próximo de : Enseigne : insignia / inscripción / emblema // Oficial
encargado de llevar la bandera // Señal de reunión en las formaciones militares.
Seigneur : además de las connotaciones religiosas, el término remite al poseedor de
tierras en la Edad Media (Cf. « feudos »). Califica asimismo a quien detenta la potencia
y la autoridad (Cf. : « Amo y señor »). (N. de la T.).
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Sin duda Lacan ha sido, por otra parte, un autor. Allí están los
“Escritos” y, desde hace diez años, los “Otros escritos”. Por cierto, Lacan
empezó a escribir antes de hacer su Seminario, pero una vez iniciado el
Seminario, sus escritos son, según sus propias palabras, otros tantos
depósitos, cristalizaciones del Seminario; son recortes, desechos,
desprendimientos del Seminario; testimonios de los momentos en los que
él había sentido que se manifestaban allí especiales resistencias a seguirlo.
Se trata también, cabe decirlo, de manera muy general, de ocasiones que
suscitaron en Lacan el movimiento de cerrar por escrito el despliegue de
una articulación. Y esto es así, con mayor frecuencia, bajo presión de una
demanda. De modo que los Escritos, cada uno de ellos, también tienen
una destinación precisa. Se dirigen, uno por uno, a quienes le solicitan que
escriba.
Es el caso de mi propia demanda, en el sentido de que escriba un
prefacio para el Seminario XI, que escriba “Televisión”, cuando él se
mostraba incapaz de improvisar delante de una cámara ... En fin, lo que
quiero decir es que Lacan era perfectamente capaz de improvisar, pero
cuando uno filma, uno corta y reanuda, hay empalmes y entre tanto, entre
cada toma, la reflexión de Lacan continuaba avanzando. El resultado era
que cuando uno se proponía hacer el empalme, jamás había una ligadura
que lo asegurase como tal. Al cabo de una jornada, caíamos en la cuenta
de que su pensamiento no se tenía quieto un momento; me decidí
entonces a decir: no nos gastemos más. Y a Lacan: será necesario que
escriba todo esto. Fue lo que hizo.
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De una manera que ignoro –pero sin duda menos familiar-, sus
Escritos fueron todos escritos respondiendo a una demanda: la de
presentar un informe para un congreso, la de participar en una enciclopedia
o en un coloquio, la de redactar un prefacio o presentarse en la radio o en
la televisión –como acabo de consignarlo-, es decir, para ocasiones
puntuales.
El último texto de los “Escritos”, titulado La ciencia y la verdad, Lacan lo
compuso porque le pedí uno para el primer número de una publicación de
la Escuela Normal de la que por entonces yo era alumno. Me proponía
hacer salir esa revista y a instancias de mi pedido vino ese texto que cierra
la compilación de los “Escritos”. Por eso digo que se trata de ocasiones, ya
que la redacción de esos textos –a mi entender, sin excepción- está
marcada por la contingencia, en tanto la continuidad del Seminario
obedece a una necesidad, diría, interna.
Es respecto de esta extraordinaria continuidad a lo largo de treinta
años del Seminario que corresponde situar los Escritos, cada uno de los
escritos de Lacan, en tanto vienen a escanciar un momento, cristalizar una
aritulación, precisar aquello que había figurado a título aproximativo.
Digamos que de ahora en más, Lacan será leído según una dialéctica entre
los Escritos y el Seminario.
En fin, esta perspectiva existía ya por cierto con el buen número de
sus Seminarios que estaban en circulación –trece si no me equivoco-, pero
desde mi propio punto de vista, después de haber completado el recorrido –
algo que ustedes sólo podrán hacer cuando esté todo publicado, dentro de
poco-, el conjunto cambia, hay un efecto de après-coup que viene a
resituar la naturaleza de los elementos.
Lejos de mí la idea de desvalorizar la obra escrita de Lacan. Nada de
lo evocado aquí se orienta en ese sentido. ¡Oh, sí! Sé bien que una cierta
cantidad de prosistas, tanto como pueden alabar a Lacan en su Seminario
porque los hacía vibrar, pueden deplorar la rugosidad de su estilo escrito,
calificándolo de ilegible, torpe, torturado. En fin, ése no es en absoluto mi
punto de vista. Es en el texto escrito y a través de él -ese escrito cuya
función distinguió Lacan mucho antes de que se ponga a la orden del día
en la filosofía contemporánea-, donde Lacan fija su doctrina, el uso que él
hace de los términos que emplea.
En especial, Lacan acordó su lugar a la escritura en el Seminario IX,
“La identificación” y lo hizo en términos precisos, señalando su primacía.
Separando, por decir así, el grano de la paja, Lacan selecciona en su
Seminario aquello que a su entender merece ser aislado, preservado. Es
allí donde acumula intentos, se adelanta en múltiples direcciones, a
veces arriesga –mesuradamente, pero aun así lo hace- evocaciones difusas,
empuja hasta su límite ciertas analogías.
En sus escritos, establece la línea divisoria entre lo que merece ser
preservado bajo esta forma y lo que puede permanecer en su placard, por
decir así. Y tanto menos me inspira la idea de desvalorizar los escritos, la
obra escrita de Lacan, cuanto que, en el plano personal, son esos escritos
los que me condujeron a Lacan. Exhortado por Louis Althusser, hacia fines
de 1963 tomé conocimiento de lo que estaba disponible en librería por
entonces; abordé esos artículos de Lacan y fue por ahí que quedé atrapado.
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Pero una vez señalado esto, vuelvo a subrayar que la obra escrita de
Lacan, sus “Escritos”, se recortan sobre el fondo del Seminario, se
desprenden a partir de él, que constituye hablando con propiedad el lugar
de la invención de un saber.
Precisamente porque Althusser –o sus allegados- remitieron a un
instituto-museo sus archivos, contamos hoy con una carta que Lacan le
dirigiera a Althusser en noviembre de 1963, en el momento en que a la
búsqueda de un refugio, había entrado en relaciones con este enseñante
de la Escuela Normal para obtener allí una sala donde habría de ofrecer
“Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis” y los cuatro
Seminarios siguientes.
En esa carta, Lacan hablaba de su Seminario en los términos
siguientes: “El Seminario donde intentaba desde hacía diez años [por
consiguiente, a partir de “Los escritos técnicos de Freud”, primer Seminario
público que tuvo lugar en un anfiteatro del hospital Sainte Anne, cuando su
protector era el Dr. Jean Delay] trazar las vías de una dialéctica, cuya
invención fue para mí una tarea maravillosa”
Ese último adjetivo, “maravillosa”, nos aporta, al fin de cuentas, un
pequeño panorama acerca de lo que fue para Lacan la alegría (joie) de
llevar adelante ese Seminario, del que fue por entonces su goce
(jouissance) -para decir la palabra- y del que algo alcanza a entrar en
circulación, pasa lo suficiente como para que esos Seminarios que tienen
más de medio siglo, cuando son publicados y se publicarán hoy, no sean
recibidos como el testimonio de lo que se pensaba por entonces, sino
conjugados en presente e indicando vías para el futuro.
Puedo sacar partido de esta expresión de Lacan para dar testimonio,
al menos una vez, acerca de mi tarea en lo que hace al Seminario de
Lacan: esa tarea también es para mí maravillosa. Es algo que, para decirlo
todo, voy a extrañar (ça va me manquer). Dentro de un rato me detendré
precisamente en el detalle acerca de cómo la veo, cómo vivo esa tarea.
ciertas ocasiones, se precipita, intenta decir en una sola frase algo que
demanda ser desglosado en varias operaciones y como esos tiempos no
fueron desplegados en la exposición, uno no entiende nada.
Además, en sus últimos Seminarios intentó demostrar que había una
relación de pertenencia muy grande entre la topología y el tiempo,
precisamente. Hay cosas que es necesario hacer primero y que uno hace
después y eso cambia según el orden en que se hacen las operaciones.
Así, en primer término se puede ubicar la argumentación como deducción,
pero hay también en Lacan –creo haberlo dicho ya en este Curso- una
argumentación de abogado. Es decir, él defiende una causa, la causa de lo
que se propone demostrar. Al hacerlo, aporta argumentos de prueba.
No olvidemos que una de las primeras referencias consignadas por
Lacan, particularmente en la época de “Función y campo...”, es el “Tratado
de la argumentación”, del Profesor Perelman. Por mi parte, veo allí el
indicio de que no cabe situar la argumentación de Lacan simplemente
como una argumentación lógica, sino que es preciso entenderla como la de
un retórico,un maestro de oratoria: fija una dirección y acumula las pruebas
en apoyo para ir en el sentido contrario. De ahí el efecto de desorientación
que esto produce en quien lo escucha y cree en la simultaneidad del
discurso de Lacan.
Todo lo cual hace pensar en la pieza de Courteline, “Un cliente serio”.
En ella, Barbemolle, abogado de Lagoupille, aporta en el alegato de su
defensa lo necesario para enmendar a Lagoupille. Después, de repente, en
mitad de la audiencia, es nombrado fiscal y cambia de lugar en el tribunal.
Reconfecciona de inmediato los argumentos de su alegato y agobia
entonces al desdichado Lagoupille, quien reclama por otra parte la
devolución de la suma desembolsada para pagarle a su abogado. Pues
bien, hay efectivamente en Lacan algo de esto –es posible percibirlo muy
nítidamente en ciertos pasajes-: para validar una orientación escogida en
un momento dado, por las mejores razones del mundo, moviliza en una
lección todos los argumentos que la justifican; no escatima medios; pasa
tanto por argumentos lógicos como por esas estrofas cerradas por un
refrán, vibrato incluido, que se inscriben en una estrategia de oratoria muy
precisa.
Dicho de otro modo, mi traducción de Lacan se orienta ante todo
sobre la base de la argumentación, partiendo de la idea según la cual si la
deducción es correcta en su procedimiento, debe haber allí una
argumentación impecable, cuyos residuos taquigráficos son los que llegan
a mi lectura. Constato que, en efecto, allí está presente esa deducción; lo
constato porque, en fin, ya hice lo suficiente como para tener la convicción
de antemano.
Reconstituyo entonces una cadena de deducciones y a veces, cuando
un eslabón saltó, lo restituyo en su lugar. Hago eso ahora más a menudo
que antes. ¿Qué ocurría antes? ¿Era más tímido? Diría que antes dejaba
un mayor margen al lector para que se las arregle; por mi parte, en
ocasiones hacía el despeje en mi Curso. Digamos que ahora desenredo
más que antes el texto.
Comencé a hacerlo, por lo demás, con la estructura de la frase de
Lacan, que confía siempre el término más importante a la última palabra
pronunciada y, por consiguiente, obliga a previas acrobacias. Había
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(Aplausos)
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Jacques-Alain Miller
( II )
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- Son varios los términos en latín de los que hará uso JAM a lo largo de esta
conferencia. Los reproducimos tal como figuran en el original. (N. de la T.).
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público: cada seis meses, todos los años, cambiaba más o menos de
doctrina, en fin, lo digo así para ir rápido. Fue Schelling quien hizo resonar
esta pregunta, cuando siendo todavía propagandista de Fichte, a su vez
propulsado en su doctrina de la ciencia por su lectura de la “Crítica de la
Razón Práctica” de Kant, había encontrado como punto de capitón para
reordenar esa “Crítica...” esta pregunta verdaderamente valiosa y noble: EN
NUESTRAS REPRESENTACIONES, AL FIN DE CUENTAS, ¿QUÉ ES LO REAL? –das Real, en
alemán.
Se trata, sin duda, de la pregunta más valiosa que pueda haber sido
planteada en el marco del idealismo trascendental. Puedo atreverme a
decirlo, sencillamente porque en algún momento fui, desde cierta
perspectiva, un idealista apasionado, no en el sentido clínico sino en el de
la historia de la filosofía. En mis años jóvenes, efectivamente, había en mí
una parte que buscaba la verdad entre Kant, Fichte, Schelling y Hegel.
simplemente posibles, que pueden existir o no. Y por otro lado, existe lo
que es, en el sentido fuerte, es decir, aquello que, en cierto modo, absorbe
esas condiciones de existencia, se presenta como necesario; aquello que
desarrolló su necesidad hasta una forma superior de ser.
No se puede decir que Hegel sencillamente bendijese todo lo que era,
en nombre de lo que era Wirklich. Por el contrario, establecía diferencias,
distinguía entre aquello que es sólo aparente, que no ha desarrollado la
necesidad de su existencia, por un lado, y por otro las formas plenas del
ser; lo hacía de manera tal que en la cúspide viniese a quedar un Dios. Ese
Dios hizo funcionar, a través de las astucias de la razón, un absoluto en
cierto modo substancial, en el sentido en que lo es el Dios de Spinoza. Un
absoluto que es una reedición del Dios de Spinoza.
de: “¡Ah, Ud. me dice eso de su padre! Pues bien, vayamos a interrogar a
su padre para conocer su punto de vista, así y todo.” Algo que se lleva
adelante con toda naturalidad en las terapias familiares, donde se trata de
llegar a un acuerdo acerca de lo ocurrido, tener en cuenta el parecer de
cada uno; a la manera de un ejercicio de negociación, una terapia de
negociación deal –trata, negocia, reparte.
La exclusión de lo real supone decir: todo eso es muy legítimo, pero
no forma parte del campo freudiano. Nosotros no decimos: “¡Ah, bueno! Si
es así, venga con su madre y voy a ...” En fin, a Uds. les parecerá muy
natural, pero es algo que viene a traducirse en el hecho que uno se fía a lo
que ustedes dicen; uno se fía en las mentiras que ustedes dicen, estima
más esas mentiras que todas las verificaciones emprendidas en ciertos
casos por los analisantes, quienes van a verificar en su lugar de
nacimiento, van a interrogar a los vecinos para saber si verdaderamente...
Bueno, en general, nada de eso da grandes resultados. De modo que la
exclusión de lo real traduce con precisión algo concreto, para nosotros tan
evidente que, por eso mismo, es necesario conceptualizarla.
Al respecto –diré para terminar-, Lacan ubicaba el goce del lado del
imaginario, no era algo que viniese a quedar incluido, hablando con
propiedad, en lo real; para Lacan el goce era un efecto imaginario.
Teniendo en cuenta que su punto de partida había sido “El estadío del
espejo”, Lacan no retenía del cuerpo más que la forma imaginaria, la
imagen; por consiguiente, una vez más, en su escrito acerca de Schreber,
en sus esquemas, el goce viene a quedar calificado de imaginario y se lo
supone destinado a obedecer con precisión al próximo desplazamiento de
lo simbólico.
Se puede decir entonces que hay una suerte de promesa de
reabsorción de lo imaginario, proferida por Lacan y, diría por mi parte, una
dominación –me explicaré al respecto la próxima vez- ejercida por la verdad
sobre lo real; mejor aún: la idea según la cual en el psicoanálisis, lo
verdadero es lo real.
El drama de la enseñanza de Lacan –quizás también el drama de
quien lleva adelante la práctica del psicoanálisis-, reside en el desenganche
de lo verdadero y lo real, en aquello que de lo Real viene a quedar aislado,
que escapa a la potencia de lo Wirklich. Eso es lo que vuelve siempre al
mismo lugar.
Esa es la primera definición de lo real avanzada por Lacan: LO REAL ES
LO QUE VUELVE SIEMPRE AL MISMO LUGAR . Era descalificador venir a situarlo así,
es tan estúpido como los astros, si me puedo permitir decirlo así. Cuando
Lacan definía de esta manera lo real, como lo que vuelve siempre al mismo
lugar, lo oponía a la potencia dialéctica.
En la dialéctica, el cambio de lugar y de traje es incesante –no lo voy
a llevar a cabo en lo que a mí respecta-: uno se da vuelta la camiseta, el
ser se convierte en no-ser... Por el contrario, lo real es por cierto algo así
como: “¿Me llamaron...?” Y, estúpidamente, al mismo lugar.
De toda evidencia hay, en la enseñanza de Lacan, el
redescubrimiento del hecho que el cuerpo tiene un estatuto que no se
agota en lo imaginario, en la forma, en la visión del cuerpo. El sitio donde
eso se juega en el psicoanálisis, donde se juega la apuesta de esa pregunta
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Jacques-Alain Miller
( III )
considerar que la regla analítica requiere que la verdad sea dicha, la verdad
entendida según la definición clásica, como la adecuación de la cosa y el
pensamiento.
Decir la verdad es una exhortación jurídica: “Juro decir la verdad, toda
la verdad...”. Uno se cuida bien de recurrir a ella, en la medida en que le
reservamos a la verdad su carácter de incógnita, su estatuto de algo
venidero. La exhortación analítica específica es la de decir cualquier cosa,
no lo verdadero ni tampoco lo real, sino aquello que se les ocurre. Y desde
el vamos, cuando Lacan aportó su tripartición de lo real, lo simbólico y lo
imaginario, hizo de lo real aquello que, de una manera u otra, queda
excluido de la experiencia.
Ahora que ya está publicada, Uds. pueden reportarse a la conferencia
del 8 de julio de 1953 –incluida en el pequeño volumen titulado “Los
nombres del padre” (Les noms du père), donde Lacan pregunta si de veras
en análisis uno tiene que vérselas con la relación entre lo real y el sujeto y
rechaza esa alternativa. En su camino encuentra, de inmediato, lo
imaginario; dice de él que es analizable -pero que no se confunde con lo
analizable- y se centra a continuación en la función simbólica, en aquello
que Lévi-Strauss llamaba “las leyes de estructura”, aquéllas que se
imponen a elementos articulados provenientes de todos los registros de la
realidad y del imaginario. L-Strauss, quien inspira en esta elaboración a
Lacan, llega a decir en su artículo acerca de “la eficacia simbólica” que el
inconsciente siempre estaba vació y no se constituía sino de leyes de
estructura, impuestas por él a un material de imágenes. Retomando su
manera de expresarse: el vocabulario importa menos que la estructura. Es
en este sentido que en tanto lo real-realidad está excluido, es lo simbólico
lo que resulta wirklich, lo que se muestra como real eficaz, lo real en tanto
de él se desprenden efectos.
Queda marcado aquí un paso que da Lacan respecto de su primer
abordaje del psicoanálisis, tal como lo formulara, por ejemplo, en
“Propósitos acerca de la causalidad psíquica”, donde los efectos psíquicos
son remitidos al modo imaginario. Ese texto de Lacan, fechado en 1946,
está hecho para afirmar que la causalidad psíquica se reporta a lo
imaginario y para hacer de la imago el objeto propio de la psicología,
asimilada al punto material inerte que define la física de Galileo. Podremos
volver a la cuestión.
Pero la enseñanza de Lacan comienza cuando aísla como causa al
significante, en tanto el significante domina todo cuanto tiene significación
para el sujeto. Es lo que ilustra su célebre exégesis de “La carta robada”.
Son las permutaciones significantes, tal como vienen a escandirse en el
relato, las que engendran los efectos psíquicos, de modo que cada uno
resulta diferente según la ubicación donde se encuentra en un momento
dado. El significante de la carta robada se constituye en el paradigma de la
Wirklichkeit, de la eficacia real de lo simbólico.
Podemos decir entonces que allí, lo real queda esencialmente ligado
a lo designado por Lacan como orden simbólico. Corresponde tomar el
sustantivo en su valor, el de orden: lo simbólico está ordenado. No se trata
de símbolos desglosados, disyuntos; no se trata de significantes en
montón, sino de significantes ligados por una ley, por ejemplo, en La carta
robada, una ley de permutación. Podemos decir que lo real se identifica
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con el orden, al punto tal que, por mi parte, hablaría de un real-orden, así,
separados y enlazados por un guión.
referencia a la estructura, que Lacan define aquí como lo real que emerge
en el lenguaje. En este punto vemos que lo designado por Lacan desde
siempre en términos de estructura era lo real, pero lo real en tanto se
manifiesta en el lenguaje por un cierto número de relaciones. No podemos
desconocer aquí las afinidades que, desde siempre, el pensamiento
reconoció entre las matemáticas y lo real, entre el orden de lo matemático
y el orden de lo real. Lacan se inscribe en esta vía.
Se trata de aquel Lacan que, según se dice, a los 13 años, en su
primera juventud, se ejercitaba en establecer un cuadro ordenado de La
ética de Spinoza y de las inferencias que se desprendían de sus teoremas.
Un autor, Spinoza, que se esforzaba en proceder según el orden
geométrico. Es preciso no olvidar que para el pensamiento clásico, la
referencia a la geometría, al razonamiento geométrico euclidiano, era la vía
mayor de la razón. Ahora bien, cuando Lacan se refiere al campo del
lenguaje, no consideremos subsidiario que lo entienda a la manera griega,
esto es, como logos.
Cuando Lacan habla del lenguaje en “Función y campo de la
palabra...”, el lenguaje es para él asimismo la razón, un término que insiste
en el seno mismo de su construcción lingüística, ya que cuando escribe
“Instancia de la letra en el inconsciente...”, donde presenta sus fórmulas de
la metáfora y la metonimia, asigna como subtítulo al texto: “o la razón a
partir de Freud”.
Dicho de otro modo, el lacanismo es un racionalismo.
De toda evidencia, hay realistas patentados, reunidos en asociaciones
en defensa de la razón, que desde hace décadas se multiplican increpando
a los irracionalistas, en cuyas filas, por supuesto, inscriben a Lacan –a quien
no leyeron jamás-, considerando que tienen que vérselas con un místico
difuso del psicoanálisis, cuando por el contrario, si hay una línea mantenida
por Lacan desde el comienzo hasta el final, es la de no ceder en este
esfuerzo racionalista, hablando con propiedad, así como su constante
referencia al elemento matemático.
Encontramos esta geometría bajo la forma de la óptica en el esquema
de los espejos que se supone da cuenta de la identificación. Uds. lo
encuentran en su Escrito “Nota acerca del informe de Daniel Lagache”,
pero se trata de algo que reenvía bien al comienzo del Seminario de Lacan.
Tienen luego su construcción del grafo que es, en efecto, una
representación geométrica de relaciones algebraicas. Algo que vuelve a
encontrarse más tarde bajo la forma de la topología de las superficies y, en
el tramo último de su enseñanza, como topología de los nudos. Dicho de
otro modo, hay en Lacan una postulación hacia las matemáticas y la
afirmación de una afinidad entre lo real y las matemáticas que reenvía a lo
más clásico de la inspiración filosófica.
S a
imaginación
sensibilidad entendimiento
sensación concepto
intuición
receptividad espontaneidad
esquema
S a
esquema imaginación
sensibilidad entendimiento
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sensación concepto
intuición
goce fantasma
receptividad espontaneidad
Tuve que abreviar aquí lo que había preparado y algo que tal vez no
exponga nunca ante ustedes, un comentario más detallado de la “Crítica de
la Razón Práctica”. Podemos remarcar no obstante que suscitó el interés
de Lacan en su Seminario acerca de “La identificación”, antes de su
primera elaboración de la topología. Algo que responde al hecho que, en
efecto, la “Crítica...” se refiere de manera muy rigurosa a las afinidades
entre lo real y las matemáticas, sobre las cuales volveremos y
progresaremos, así lo espero, la próxima vez.
(Aplausos)