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Carlos J. Asselborn
“El herrero trabaja con la fragua y a martillazos da forma a su obra; la trabaja con
la fuerza de sus brazos. Siente hambre y se cansa y se agota. El escultor mide la
madera, dibuja a lápiz la figura, la trabaja con el cincel y le aplica el compás. Lo
hace siguiendo las medidas del cuerpo humano, y con cara de hombre, para
ponerlo en un templo. Para esto tuvo que escoger un cedro o un roble entre los
árboles del bosque, o bien plantó un laurel que la lluvia hizo crecer. El hombre ya
tiene para hacer fuego, para calentarse y para cocer el pan. Pero también fabrica
con esa madera un dios para agacharse delante de él; se hace un ídolo para
adorarlo. Echa la mitad al fuego, pone a asar la carne sobre las brasas, y cuando
está listo, se come el asado hasta quedar satisfecho. Al mismo tiempo, se calienta
y se dice: ‘Me caliento mientras miro las llamas’. Y con lo que sobra se fabrica su
dios, su ídolo, ante el cual se agacha, se tira al suelo y le reza diciéndole: ‘Sálvame,
pues tú eres mi dios’”.
(Isaías, 44, 12-17)
1. Problema.
El presente escrito intenta poner de manifiesto la actualidad del carácter religioso del
capitalismo, ahora globalizado. Entendemos por capitalismo globalizado no sólo un
sistema económico centrado en la capacidad reguladora del Mercado
(mercadocentrismo), sino también, un sistema social con poder de configurar
identidades colectivas e individuales constituidas y orientadas desde y hacia ciertos
valores. Como tal y lejos de la tentación economicista, entendemos a dicho sistema
y/o relación social como una visión del mundo, del ser humano y sus relaciones
(sociales, políticas, éticas, estéticas, etc.…) atravesadas por valores tales como la
competencia, el cálculo de utilidad, el sacrificio y la libertad sustentada solamente en
la propiedad. Sistema y/o relación social que incluso condicionó un modo de
racionalidad instrumental en no pocos casos reducida a un craso utilitarismo (Ortiz,
2003: 52). Postulamos que el capitalismo actual posee el poder de construir y
configurar, por un lado identidades sometidas; por otro, un espíritu que las sostiene
como tales. El “espíritu del capitalismo” no es sólo una predisposición ética tal como
aludió Max Weber en su renombrada obra La ética protestante y el espíritu del
capitalismo. El capitalismo, tal como se nos presenta en las sociedades
latinoamericanas contemporáneas, es, desde luego una estética y, a riesgo de forzar el
alcance de ciertos conceptos, una religión: religión de la mercancía. Asumimos los
aportes de Weber al respecto1 y no quitamos razón a las críticas que Marx lanza hacia
el carácter alienante de la religión. Pero nuestro interés no estará puesto en indagar
acerca de los orígenes religiosos del mismo, sino en cómo éste, para mantenerse
como tal debe crear un espíritu, una espiritualidad, una religiosidad, por cierto
secularizada, que evidencia la aceptación de individuos y colectivos sociales a sus
premisas básicas. El espíritu del capitalismo será la ideología que justificará el
compromiso con el capitalismo (Boltanski / Chiapello, 2002).
1 Incluso en la obra citada de M. Weber puede vislumbrarse al capitalismo también como una
pedagogía: “El capitalismo actual, señor absoluto en la vida de la economía, educa y crea por la vía de
la selección económica los sujetos (empresarios y trabajadores) que necesita” (Cf. Max Weber, 2008:
99)
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2 Nos basamos aquí en uno de los tantos manuales de divulgación sobre cuestiones empresariales:
Innovación empresarial. Arte y Ciencia en la Creación de Empresas, Rodrigo Varela V., Pearson Educación
de Colombia, Ltda., 2008 – Colombia, 646 páginas.
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3 Para enunciar esta afirmación de corte hipotético nos basamos en la introducción a la Ética protestante
y el espíritu del capitalismo realizada por Francisco Gil Villegas, pp. 9-50. (Cf. Weber, 2008). En otra
línea teórica, León Rozitchner ha señalado que el cristianismo ha llevado a cabo una revolución
psíquica, asentada sobre bases religiosas y económicas que allanará el camino para la dominación
política y la posterior instauración del capitalismo. La desvalorización del cuerpo como mera carne y
residuo del espíritu abstracto permitió que éste quedara librado al cálculo y al cómputo cuantitativo
de las cualidades humanas. Cf. Rozitchner, (1996). La cosa y la cruz. Cristianismo y capitalismo.
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4Para indagar acerca una posible instrumentalización del fenómeno religioso al servicio de la “salud
del sistema capitalista”, Cf. Mardones, 1991: Capitalismo y Religión.
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5 Pueden señalarse algunos puntos de contacto con las reflexiones hechas por Habermas respecto a la
religión, Cf. Mardones, 1998: El discurso religioso de la modernidad. Habermas y la religión.
6 Hemos accedido al texto completa en la obra citada de F. Hinkelammert (2007) en la cual se lo
transcribe íntegro. La traducción en español fue publicada por la revista El Porteño en 1990. (Cf.
Hinkelammert, 2007: 166-169).
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a. Cambiar.
Nada cambia si no cambio yo primero. Yo cambio, luego tú cambias. En la época en
que se proclama la muerte del sujeto, la crisis de sentido y la imposibilidad de llevar
a cabo acciones sensatas, llama la atención esta insistencia de corte voluntarista.
Claro está que este voluntarismo será producto de la desconexión del yo con la
realidad socio-histórica. O de la reducción de la realidad socio-histórica a absoluta
imposibilidad en tanto amenaza permanente a la seguridad individual. El yo, es
decir, esta identidad ensimismada se encontrará a gusto sólo en la intimidad de su
adentro. No hay posibilidad de liberación en el afuera. Es en nuestra interioridad en
donde tenemos la posibilidad de ser libres, sólo allí, en ese fondo profundo habita la
sempiterna libertad. Pasada esta fiebre voluntarista, este yo del cambio declinará en
el abismo de las almas sin exoneración. Si la realidad no puede cambiarse, pues debe
cambiar uno: se trata de la reducción de todo horizonte utópico, es decir, de todo
horizonte colectivo de más y mejor humanidad para todos y todas. Ahora bien, si
dicha realidad no puede cambiarse, pues entonces ésta es estática, tan estática que las
mismas relaciones que se suceden en ella son parte de una naturaleza, por cierto
bastante desigual e injusta. Entonces, cambiar: ¿significa adecuarse a esta realidad
estática, desigual e injusta?
La mentira de esta ideología del cambio personal reside en el olvido de la dinámica
dialéctica presente en la realidad y en el olvido aún más grave de las mediaciones
teóricas y prácticas para su transformación. Por lo tanto, dicho cambio no es más que
un conservadurismo craso y esquizofrénico que pone todas las energías humanas
para alimentar el orden dado. Se trata del cambio personal para conservar las
relaciones desiguales e injustas.
firmó con Ravi Shankar un convenio -que todavía no entró en vigencia- para llevar la enseñanza del
Arte de Vivir a las escuelas porteñas…"Pero también estamos llevando estas técnicas de no violencia a
las cárceles, y es deslumbrante ver cómo, cuando un preso se conecta con su interior, calmando su
mente con la respiración, puede, incluso, llegar a responsabilizarse por sus acciones pasadas", explica
Juan Mora y Araujo, hijo del encuestador Manuel Mora y Araujo, y uno de los 62 instructores de esta
ONG en la que también participan, entre otros, Francisco Moreno Ocampo -ejecutivo en el área de
finanzas e hijo del ex fiscal Luis Moreno Ocampo- y Esteban Coll, ex gerente del Grupo Clarín”.
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b. Sacrificarse.
Si existe alguna mediación para cambiar, ésta debe ser carnal. Es más que una
renuncia o que algún ascetismo ahorrativo. Es el sacrifico. El sacrificio es la
escarapela que portan aquellos que hacen la tarea correctamente. Nada se consigue
sin sacrificio y nada se merece sin sacrificio. No hay posibilidad para lo gratuito. Lo
gratuito es causa de ociosidad deshumanizante. Lo gratis crea monstruos, es decir,
clientes ociosos y holgazanes que nos les importa su progreso. Viven de otros, es
decir, de nosotros. Son eternos dependientes, por lo tanto, todos sus actos no son
libres, están determinados por lo gratis. Y lo gratis enferma, contagia los espíritus y
los envuelve poco a poco en la arrogancia. Tanta arrogancia que incluso transforma
todo pedido de ayuda en exigencia revoltosa. Por lo tanto, toda propiedad
conseguida sin sacrificio es un robo. Toda propiedad conseguida con sacrificio es un
premio: el triunfo del individuo autosuficiente, cualificado y competente. La mentira
de esta ideología del sacrificio reside en el olvido de la naturaleza necesitada de todo
ser humano. La humanidad de la que estamos hechos es siempre dependiente, por
vulnerabilidad radical, por inseguridad existencial, por potencia política para romper
el yo y de ese modo pertenecer a la comunidad humana. Los sacrificantes creen
férreamente no necesitar de los otros, o en el mejor de los casos, los otros son
mediaciones para el éxito de su sacrificio: es decir, los otros serán mediación de
mediación. Pero hay más, el olvido será ideológico en tanto se haga carne la
tachadura del Estado que, “robando poco o mucho” subvenciona en no pocas
situaciones a los defensores del individuo sacrificante. Este tipo de democracia
subvencionada no se la recuerda a la hora de evaluar el mérito individual. Señalamos
aquí la necesidad de revisar el carácter crítico-político de la gratuidad como punto de
partida para acciones humanizadoras.
c. Creer.
Hay que creer. La persona que cree camina con la frente en alto, nada lo detiene,
enfrenta las circunstancias adversas. Las circunstancias se vuelven adversas en
cuanto son amenazas al desarrollo y progreso personal. Progreso que se encuentra
atravesado por los valores de aquella realidad estática. No se trata ya del progreso de
la humanidad, ésta involuciona irremediablemente. Basta con ver las guerras, las
peleas, los asesinatos, las violaciones y tantos otros males que pululan en la
televisión. El ser humano es egoísta por naturaleza, incluso la desigualdad está
asentada en la misma naturaleza humana. Pero el yo es más que la humanidad,
progresa porque cree en los valores que hacen posible ese progreso, al cual sólo
algunos acceden. Sólo algunos progresan porque se sacrifican y porque creen.
La libertad para consumir, para opinar simplificando la realidad; la competencia
como posibilidad de perfeccionamiento, la autonomía devenida autosuficiencia y
negación de la vulnerabilidad humana; la autenticidad proclamada por quienes
tienen sus necesidades básicas hiper-satisfechas son algunos de los valores en los
cuales se arraiga el acto mismo de creer.
Por su parte, el ateísmo es producto de la tergiversación de la realidad. El ateísmo es
la afirmación del carácter dinámico y dialéctico de la realidad. Es la indagación de
cielo y tierra y la absoluta increencia en los dioses de la ciudad como la tarea de
Sócrates en la Grecia antigua. El ateo vive de los deshechos de los creyentes, aquí su
fuerza crítica y su denuncia de un modo de vida mentiroso. La mentira de esta
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ideología del creer reside en que dicho acto, por cierto radicalmente humano, es
reubicado desde la imposibilidad de la transformación de la realidad. Se trata del
“sí” del creyente al orden establecido y naturalizado. Pero el acto de creer pertenece
con mayor arraigo al poder expresar el “no” antes que el “sí” obediente y cabizbajo.
Creer significa que hay algo más allá de esta aparente realidad estática. Ese más allá
está justamente “más allá” de toda consideración teológica. Se trata de un modo de
comprender lo humano de la realidad, es decir, las posibilidades de la realidad. Esta
no es la única realidad; por lo tanto puede y debe cambiar para que sigamos
viviendo.
d. Disfrutar la vida.
No hay que amargarse. Se trata de disfrutar de “las pequeñas cosas”, de su valor. En
medio de esta selva humana hay que resguardarse en la caverna de lo pequeño y
frágil. Disfrutar de esos pequeños y fugaces momentos nos re-fuerza para volver
luego a la jungla. Necesarios disfrutes para soportar los embates de la realidad.
Disfrutar la vida ensancha la interioridad que será el salvoconducto ante la
intimidación de la realidad socio-histórica siempre entendida como amenaza
imposibilitante. Si el afuera no puede cambiarse, pues disfrutemos aquí, en nuestro
adentro. El pequeño deleite posibilita llevar la cruz de cada día: sacrificio para ser
alguien o al menos algo. Auto-construcción de un yo amurallado. Uno se merece
darse algún gusto que prefigure el premio final, la redención del ser en los objetos y
por la cosificación de lo humano. Es más, el pequeño disfrute es cifra de que no todo
se ha vuelto artificial o mecánico. Debemos mecanizarnos para sobrevivir, pero nos
de-mecanizamos en el disfrute: sólo allí nos reconocemos humanos. ¿Cómo afirmar
la humanidad en el mismo momento de la deshumana mecanización de la vida? La
rutina esclaviza, por eso la avidez de novedad en todas las dimensiones de lo
humano: novedad en las relaciones, novedad en las diferencias de género, raza,
religión: hay que probar lo nuevo. Paradoja: el hambre de novedad es saciada por el
consumo de novedades. Aburridos son los que no saben disfrutar de la vida y creen
poder hacer el cielo en la tierra. No hay cielo en la tierra, aunque sí podemos
regalarnos momentos fugaces muy angelicales que nos fortalecen para volver al
ruedo de la dura e inamovible realidad. Ideología del disfrute de la vida: Una buena
mentira que permite a algunos sobrevivir y a otros morir con tranquilidad, o
acercarse a una felicidad cada vez más reducida a la satisfacción de deseos
impersonales e “inauténticos”. (!).
Nótese que hemos hablado de ideología y como tal, dicha categoría remite a cierta
falsificación de la realidad, sea por su distorsión o su reducción a una de sus
dimensiones. No negamos aquí estas facetas del espíritu humano, sino su reducción
y/o falsificación en pos de la profundización de la sujeción de los sujetos:
dominación consentida con misteriosa alegría. Ideología que se vuelve religiosidad
popular ya que motiva y entusiasma los espíritus que se resisten a reconocer el éxito
de la dominación en sus cuerpos y almas. Religiosidad popular en cuanto rechaza
toda teorización crítica, por intelectualista o motivo para la pérdida de tiempo.
Religiosidad popular en tanto pone en tela de juicio toda mediación que suponga el
arduo trabajo de repensar las razones, los argumentos y las motivaciones que
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sustentan las creencias. Las mediaciones –teóricas y prácticas- vuelven inseguras las
existencias, pero sin ellas se vuelve imposible despertar de los sueños dogmáticos.
Cuando decimos mediaciones hacemos referencia a la reflexión crítica, que supone
tiempo en medio de las urgencias; pero no sólo esto. Supone a la vez el riesgo de
construir o ampliar alternativas un tanto más emancipadoras que otras ya conocidas
y probadas. Se trata de una apuesta, ideológica por cierto, ya que remite al
discernimiento de las herramientas histórico-políticas para transformar aquella
realidad desarropada de su regularidad estática y aquietante.
4. Tiempo y Política.
a. Las mediaciones.
Un problema serio en los análisis y prácticas críticas suele estar afincado en la
reducción de la cosa política bajo lógicas dogmáticas. Se juzga a las prácticas políticas
desde el ambón de la moralidad o la pureza de opciones ideológicas que duermen el
sueño de otro mundo posible sólo desde la denuncia profética, siempre
incuestionable y angelicalmente inoperante e ineficaz. Para este tipo de ineficacias,
las mediaciones están claras: todo o nada. La historia de estas “militancias” parece
ser la historia de la nada, de la derrota como única posibilidad de existencia, de la
ineficacia devenida partera de alianzas fascistas y golpistas. En primer lugar, no
aparece aquí un debate profundo sobre las mediaciones políticas para conquistar
mejores y mayores condiciones de igualdad, equidad y justicia. Segundo: de existir
estas mediaciones, no se las evalúa a partir de las coyunturas políticas, sociales e
incluso electorales. Se las aplica de un modo a-histórico y des-contextualizado.
Es asombroso el grado de ausencia de debate político en ámbitos en los cuales esta
práctica es constitutiva de los mismos. Pero también es asombrosa la falta de una
lógica práctica que se proponga sumar deseos y voluntades de cambio,
transformación y liberación.
Queda pues como desafío la articulación entre práctica política, (que no se concentra
sólo en las “militancias”) y pensamiento crítico, (el cual no está concentrado en la
academia). Desechar los aportes teóricos es aceptar las reglas del juego de aquellos
sectores que piensan y hacen política para pocos. Pero hay más, desechar dichos
aportes es renunciar a la reapropiación de los mismos en prácticas concretas, con lo
cual éstos serían contrastados, revisados y enmendado así su potencia política.
Por su parte, la academia no podrá liberarse de su ingenuidad y esterilidad si
además de estudiar “objetiva y neutralmente” los procesos sociales y políticos, pierde
su miedo a dejarse seducir y ensuciar por el barro de la historia. Triste debe ser
quedar en el muro del olvido por pureza impotente.
b. Tiempo.
Hace falta tiempo. Para cambiar la realidad, para transformarla, hace falta no sólo
voluntad colectiva y política, hace falta tiempo. ¿Cómo pensar alternativas críticas al
actual sistema capitalista en las que el tiempo no las devore o las transmute en su
opuesto?
El tiempo y la historicidad parecen estar en manos del Amo, del poder opresivo.
Dicha construcción autoritaria del tiempo no se fractura sólo con el espontaneísmo
movilizador. Éste suele ser el dispositivo por el cual “nos cansamos antes de
tiempo”.
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Pensar políticas para las mayorías, a riesgo de equivocarnos otra vez, supone pensar
el tiempo que llevará a la sociedad incorporarlas como parte de su cotidianeidad
(Lechner). Porque es en la cotidianeidad donde puede observarse mayor o menor
acceso a ciertos derechos postergados. Si ciertas políticas críticas logran encarnarse
en la realidad cotidiana de las mayorías empobrecidas, esto supondrá la posibilidad
(repetimos, “posibilidad”) de ser in-corporadas en la memoria colectiva que, en
situaciones adversas, puede activar nuevas luchas transformadoras, críticas, creativas
y más humanas. Por cierto que una de las primeras consignas de las políticas para
minorías es limpiar la conciencia social de esa memoria de un tiempo mejor: olvido
de ciertos derechos conquistados, olvido de un pan puesto en el centro de la mesa
con dignidad y lucha y olvido también de aquel pasado, sino celestial, al menos
vivible con sentido. De este modo, la memoria crítica es convertida en nostalgia
impotente que muere poco a poco en la repetición anecdotaria o mas-mediática.
Tarea impostergable será reforzar políticas críticas; éstas no pueden fracasar de modo
absoluto ya que si fracasan; el tiempo en manos del poder obstructor de la vida de las
mayorías hará todo lo imposible para que nunca más irrumpan en la historia. Tarea
que requiere lucidez y la mejor de las lecturas de la realidad para no equivocar, otra
vez, por el camino de la ingenuidad moralista y puritana que sueña con millones de
sujetos críticos que de manera espontánea, tomarán el Estado y harán con él el mejor
de los mundos posibles. En dicha tarea, ingenuidad política será también desechar el
aporte, siempre aproximativo, de la teoría; lo que supone otro esfuerzo titánico más
no imposible.
La construcción, gestión y revisión de políticas críticas para mayorías pauperizadas
es una de las tantas expresiones de un tiempo en donde todos fuimos dioses.
Memoria crítica en un presente cargado de expectativa: nuevo espíritu, nueva
religiosidad –siempre precaria- en la cual podemos otra vez ser humanos sin miedo a
ser seres humanos.
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