Sie sind auf Seite 1von 3

Mito y archivo de nuevo

Roberto González Echevarría


Ensayo
Debe ser muy raro que un crítico encuentre confirmación de una idea suya en una obra literaria
posterior a la publicación de ésta, descontando las de autores que, radicados en el mundo universitario,
escriben ateniéndose a recetas teóricas. Yo he tenido la suerte de dar con una escena en La virgen de los
sicarios (1994), del colombiano Fernando Vallejo, que podía haberse concebido tras una lectura de
Mito y archivo, cuya primera edición en inglés es de 1990, pero que dudo mucho lo haya sido, lo cual
me complace aún más. El protagonista narrador ha ido a la morgue a buscar el cadáver de su joven
amigo:

Seguí a una antesala. Por sobre el llanto de los vivos y el silencio de los muertos, un tecleo obstinado
de máquinas de escribir; era Colombia la oficiosa en su frenesí burocrático, su papeleo, su expediente
levantando actas de necropsias, de entradas y salidas, solícita, aplicada, diligente, con su alma irredenta
de cagatintas. Mis ojos de hombre invisible se posaron sobre las “Observaciones” de una de esas actas
de levantamiento de cadáver, que habían dejado sobre un escritorio: “Al parecer fue por robarle los
tenis —decía—, pero de los hechos y de los autores nada se conoce”. Y pasaba a hablar de las heridas
de la vena cava y paro cardiorespiratorio tras el shock hipovolémico causado por la herida de arma
cortopunzante. El lenguaje me encantó. La precisión de los términos, la convicción del estilo...Los
mejores escritores de Colombia son los jueces y los secretarios de juzgado, y no hay mejor novela que
un sumario. (p. 117)

Vallejo toca aquí los temas principales de mi libro, pero va más allá, anclándolos en la presencia
definitoria de la muerte en el fundamento del archivo. La morgue, como institución, es un archivo de
cadáveres y documentos clasificados y certificados por el estado; ambos procesos se rigen por una
retórica notarial que, yo sostengo, está en los orígenes mismos de la ficción novelesca, por lo que la
opinión expresada al final de la cita de que “no hay mejor novela que un sumario” no podía ser más
atinada. El aserto recuerda, dicho sea de paso, uno de Stendhal, quien alguna vez dijo que el Código
Napoleón estaba escrito en la mejor prosa que él conocía, y que él lo leía todas las noches para afinar
su estilo.

Las primeras leyes, los primeros códigos, fueron compuestos en verso; la rima, la aliteración, el ritmo,
las figuras retóricas y poéticas les daban una autoridad, una majestad, que no podrían tener jamás en el
idioma ordinario de todos los días.1 Los hacía, además, fáciles de recordar, como los poemas épicos que
se valían de un estilo formulista similar como recurso mnemónico. En el origen el orden que aspira a
establecer el derecho es gramatical, y es la pericia gramatical, retórica e interpretativa la que va a servir
de base a la práctica jurídica a lo largo de la historia: la capacidad para redactar y leer documentos de
manera que se atengan a la verdad o la expresen. Resulta por eso tan apropiado que el protagonista-
narrador de Vallejo sea profesor de gramática, autor de libros de texto sobre la materia, y su opinión
sobre los documentos que encuentra en la morgue tan autorizada.

La novela, propongo en Mito y archivo, surge en el momento en que un estado moderno, la España de
los Reyes Católicos, se constituye y crea instituciones para redactar, salvaguardar y ordenar papeles en
los que se inscriben las actividades de sus súbditos. Se trata de una burocracia patrimonial que funciona
en base a una lógica interna, pero que en última instancia obedece la voluntad de un soberano que las
sobrepasa. El archivo es la imagen de ese poder; su hipóstasis o expresión concreta. El archivo guarda
también una relación, metafórica si se quiere, con las tumbas, con los túmulos, pirámides y mausoleos
erigidos para almacenar cadáveres; el archivo guarda letra muerta, letra que dice de vidas que fueron,
cuya retención organiza y da sentido a cuerpos y documentos. En última instancia ésa es su función
principal, el secreto, el arcano de su arché, de su esencia, de su misma raíz como palabra, que es lo que
se destaca en el fragmento de La virgen de los sicarios. También tiene una relación, menos metafórica,
con las cárceles donde se retienen cuerpos vivos. El castillo que se convirtió en el Archivo de
Simancas, el primer archivo estatal moderno, funcionó antes como prisión. Una red de palabras
impresas aprisiona los cuerpos de los súbditos, encerrados por muros de piedra y barrotes de hierro. La
novela narra historias del archivo, de las transgresiones contra la ley que han llevado al confinamiento
de cuerpos y papeles.

Vallejo también revela la vigencia de la burocracia jurídica en América Latina, que se remonta, desde
luego, al período colonial, cuando se inicia el proceso histórico de la narrativa latinoamericana que
propongo en Mito y archivo. Pero yo sostengo que la relación entre poder y forma narrativa que se
establece en el origen, se repite tres veces más en la evolución de la narrativa latinoamericana, no sólo
en la novela sino también en la historia, en obras como Comentarios reales de Garcilaso de la Vega, el
Inca. La narrativa asume la forma del discurso que en su momento se arroga la autoridad suprema con
respecto a la expresión de la verdad, es su simulacro. En el período colonial prima el modelo legal
mencionado; el Inca Garcilaso le sirve de secretario a su padre, oficio en el que absorbe la retórica
jurídica que fundará su obra maestra, que es, entre otras cosas, un alegato en defensa de su asediado
progenitor, sospechoso de traición contra el rey en las guerras civiles del Perú. En el siglo XIX el
modelo de discurso fue el de la ciencia, específicamente el de los numerosos viajeros científicos que
cartografiaron el Nuevo Mundo, siendo el principal de ellos Alejandro de Humboldt. La obra clave aquí
es el Facundo de Sarmiento, historia de un criminal cuya figura está en la base de la identidad
argentina, de su política y estado —el caudillo Manuel de Rosas. A principios del siglo XX será la
antropología la ciencia que predominará, con su estudio de las creencias y narrativas de las gentes de la
periferia de Europa que habían sido sometidas por los nuevos imperios mercantiles del siglo anterior.
Hoy pienso que la mayor influencia fue la de la escuela inglesa de antropología, y la de libros como La
rama de oro de Sir James Frazer. La narrativa del momento, pongamos por caso Don Segundo Sombra
y Doña Bárbara, se lanza a recrear mitos de sus regiones de origen —el gaucho, el llanero, la fuerza
incontenible de la naturaleza, que asume forma de mujer. Por último, con la narrativa que surge en los
años cincuenta, como Los pasos perdidos, de Alejo Carpentier, que culmina en la del Boom en obras
como Cien años de soledad, se recoge todas esas transacciones anteriores entre poder y escritura y se
escribe su mito, el mito de base de la narrativa latinoamericana, el mito del archivo.

Hoy, una obra como La virgen de los sicarios vuelve sobre ese origen, pero para indagar de manera
más despiadada que las anteriores en la relación entre violencia, sexualidad y escritura. La trasgresión
aquí es la corrupción de menores, la destrucción de toda ilusión de inocencia, la disolución de toda ley
y orden, precisamente por un gramático cuya misión es salvaguardarlo. El hecho de que sea gramático
este explotador de jóvenes asesinos —la novela es una Lolita en clave gay firmemente ubicada en la
Colombia actual— es un toque maestro. Tal vez la historia de base sea la de Fausto, la explotación de la
juventud por parte de un viejo que se aferra a la vida a cualquier precio. Si pensamos en el papel tan
importante que la naturaleza ha desempeñado en el arte y pensamiento latinoamericanos podemos
percatarnos de la enormidad del mal que este individuo encarna —su misión, como su profesión, es un
himno a la muerte, por eso se siente extasiado en el depósito de cadáveres y documentos. Porque por
debajo de todo esto está el archivo-morgue, acaparador en su esencia misma.
Me temo que las corroboraciones en materia de crítica literaria no pueden ser empíricas, sino en última
instancia literarias, y es por eso que Mito y archivo va, con ésta, por cinco ediciones (tres en inglés); su
atractivo es la afinidad con su objeto de estudio. Se me antoja que he dado en este libro con el corazón
de las tinieblas de la narrativa hispanoamericana, no radiografiable ni fiel a las teorías que me sirvieron
de inspiración (Foucault, Derrida, mucho Carpentier), ni a su ajuste preciso a esta o aquella obra
específica, sino a una especie de mito motor que subyace todo acto narrativo latinoamericano. El
trasfondo de ciencias sociales de las teorías críticas adoptadas por algunos ilusos en América Latina, sin
transformarlas y adaptarlas al medio, conduce a un respeto y fidelidad a sus fuentes que convierte el
discurso crítico en una sumisa aplicación de alumno aplicado. Yo pienso, por el contrario, que lo
creativo a la vez que lo válido en la crítica surge, precisamente, en actos de desacato que tienen más de
poético que de científico. Por eso, me gustaría pensar, puedo encontrar corroboraciones en novelas
antes que en dóciles tratados, dizque teóricos. Sin embargo, también me da satisfacción ver cuántos
libros sobre narrativa latinoamericana se han hecho eco de mi archivo, convertidos o no a mis
propuestas, les hacen homenaje hasta en sus críticas.

Quiero agradecer al Fondo de Cultura Económica, y en especial a Joaquín Díez-Canedo la oportunidad


de publicar esta nueva edición de Mito y archivo, y a mis colegas de Yale, especialmente a Rolena
Adorno, distinguidísima colonialista, el apoyo que siempre me han brindado.

Northford, Connecticut

 1. Desarrollo este tema, y otros iniciados en Mito y archivo, en mi reciente Love and the Law in
Cervantes (New Haven: Yale University Press, 2005), de próxima aparición en español por la
editorial Gredos, de Madrid.

Das könnte Ihnen auch gefallen