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PSICOLOGÍA
DE SENTIDO
COMÚN
Pasado, presente y futuros
Balmaceda, Tomás
Psicología de sentido común : pasado, presente y futuros . - 1a ed. - Ciudad
Autónoma de Buenos Aires : Título, 2014.
376 p. ; 20 x 14 cm.
ISBN 978-987-26395-5-6
isbn: 978-987-26395-5-6
Gráficos 345
Bibliografía 351
“Tu teoría de la mente deja mucho que desear
Para vos no hay diferencia entre un objeto y un animal
Es que vos habitás en un mundo sin par
Que no se puede entender ni explicar
Y, de alguna manera, me siento en el mismo lugar”
Dame la mano – Jorge Serrano
feros como los delfines– al parecer el Homo Sapiens es una especie social
en un sentido diferente, mucho más profundo y radicalmente distinto
del resto de los habitantes del planeta. No reaccionamos del mismo
modo frente a un objeto que a una persona. No tenemos la misma
vinculación con una máquina que con un niño, una mujer o un hombre.
Reconocemos inmediatamente cuando estamos en presencia de alguien
similar a nosotros. Tenemos una sensibilidad especial para coordinar
acciones, objetivos y hasta emociones con los demás. Contamos con la
habilidad para leer sus mente y saber “qué les pasa por la cabeza”. No
sólo reconocemos el dolor, la alegría o las intenciones en las acciones o
el cuerpo del otro, sino que también identificamos los estados mentales
que pueden tener otras personas y podemos representarlos.
Para ser exitosos en la vida social, debemos entender al resto de las
personas y poder interactuar con ellos, ya sea para colaborar y actuar
juntos o para conseguir nuestros propios objetivos y evitar los suyos.
En los encuentros sociales ponemos en juego una especial forma de
relacionarnos, que es muy distinta a la de otros objetos o incluso de
otros seres vivos que no son humanos. En nuestra vida cotidiana, nos
enfrentamos a situaciones muy diferentes y heterogéneas, que plantean
desafíos de los cuales salimos airosos la mayor parte del tiempo.
La habilidad para leer mentes podría ser la base de nuestra natu-
raleza social, sin la cual no podría haber lenguaje ni cultura. Tampoco
parece posible construir una ética o una moral sin tener en cuenta las
experiencias que tienen los otros. Y la cultura y el arte no tienen sentido
si no se comparten. Entender la mente es entender la acción humana.
Pero a pesar de lo cercano y familiar que es éste fenómeno, no es
nada fácil entender cómo es que funcionan estas habilidades mentales
y cómo fue que como especie y como individuos las desarrollamos. Esta
problemática siempre atrajo a los pensadores y fueron muchos los que
reflexionaron acerca de cómo nos entendemos a nosotros mismos y a
los demás. Se trata de un problema clásico de la filosofía, que fue to-
mando diversas formas y supuestos con el tiempo.
Este trabajo busca ser una exploración de los diferentes abordajes
que la filosofía de la mente, la psicología y las neurociencias dieron
a esta cuestión en las últimas tres décadas. Mientras algunos pensa-
dores decidieron tomar el camino de la filosofía de sillón para tratar
estos temas, formulando teorías e hipotetizando acerca de cómo es que
llevamos adelante este mecanismo, cómo es la estructura de nuestros
Tomás Balmaceda 19
conceptos mentales y cuáles son las relaciones que se dan entre ellos,
los psicólogos del desarrollo pusieron la lupa sobre la manera en que
los niños adquieren esta habilidad para entender a los demás, sobre
todo en el momento crítico que parece darse cerca de los cuatro años,
a partir de experimentos conductuales y la recopilación de datos. Las
neurociencias, por su parte, apostaron a un acercamiento a partir de
técnicas como las neuroimágenes y el estudio de lesiones cerebrales y
de ciertas afasias.
Me interesa saber qué hay detrás de nuestra manera diaria y naïf de
relacionarnos. Por eso quise investigar cómo fue analizado este fenó-
meno por diferentes autores y a partir de estas contribuciones dar mi
visión al respecto. Creo que la reflexión filosófica es un buen camino
–pero, claro, no el único– para echar luz sobre nuestra naturaleza social.
1. Una teoría;
2. Una “forma de vida” (en el sentido de Wittgenstein 1953);
3. Un módulo innato;
4. Un conocimiento procedimental;
5. Una experiencia;
6. Una historia (story).
1 Esto llevará a algunos autores críticos, incluso, a sostener que “la Folk Psychology
no existe”, ya que nada podría satisfacer tan disímiles requisitos (cfr. Morton
2004 y 8.2.)
24 Psicología de Sentido Común
2.1 Introducción
2.2.2 Motivaciones
Por encima de las diferencias que marcaré en las dos secciones siguien-
tes, lo que tienen en común todos los teóricos de la teoría es que sostie-
nen que la habilidad con la que contamos para atribuir estados menta-
les a la hora de explicar y predecir acciones descansa en la posesión de
una verdadera teoría de la mente. Los adultos normales contamos con
un rico repertorio conceptual que utilizamos de manera constante y co-
tidiana para explicar, predecir y describir nuestra propia conducta, la de
los demás y, quizás, hasta de otras especies cercanas (cfr. Davies y Stone
1995 p. 1). Tener una “teoría de la mente” en este caso es contar con un
cuerpo de información acerca de la cognición y la motivación que es
aplicable a otros y a uno mismo. Dado ese cuerpo de generalizaciones,
2.3.1 Introducción
concepto depende en gran medida de los otros para poder definirse. En este
extremo encontramos con las teorías científicas maduras, aquellas que son fruto
de mucha elaboración y que trabajan sobre un dominio específico.
7 Como se ve, estos rasgos están cubiertos por la propuesta de Botterill en el
apartado 2.2.2.
Tomás Balmaceda 61
como las creencias, los deseos, las intenciones, etc.) conforma una teoría
naïve, que por supuesto no es profesional ni se encuentra “desarrollada”
en el sentido habitual en que las teorías científicas se desarrollan, pero
que es una teoría de todos modos. Nuestra comprensión de la mente
descansa en el uso de una serie de conocimientos que tenemos interna-
lizados en la forma de generalizaciones y principios. Estos conocimien-
tos están organizados como una teoría, ya que poseen los tres rasgos
que acabo de mencionar.
El conjunto de conocimientos sobre la mente y su funcionamiento
es coherente ya que se definen mutuamente. Por ejemplo, el uso co-
rrecto de muchos conceptos que utilizamos los adultos para describir
la actividad mental requieren la apelación a otros conceptos similares,
demostrando una interacción profunda.8
Nuestra Psicología de Sentido Común, además, presenta una onto-
logía organizada y compleja. La clave de esta ontología de la compren-
sión de sentido común de la mente descansa, para Wellman, en una dis-
tinción muy importante. Es la distinción ontológica entre, por un lado,
entidades y procesos internos mentales y, por otro, objetos y eventos
físicos. Resulta clave para poder manejar bien los conceptos mentalistas
y poder entender la conducta de los demás, y también la propia, que los
pensamientos, las creencias y los deseos son ontológicamente diferentes
de las sillas, los helados y las golosinas.
Finalmente, la comprensión de la mente que tiene un adulto se realiza
dentro de un marco conceptual que posibilita una explicación causal. Una
concepción coherente de la mente es central a la explicación cotidiana y
a la predicción de la conducta humana. En la Psicología de Sentido Co-
mún explicamos nuestras acciones y la de los demás de una manera men-
talista. Esto quiere decir que explicamos las acciones utilizando términos
como deseos, creencias e intenciones, y es esto lo que nos permite darle
un sentido a acciones y predecirlas, de una manera en que de otro modo
nos sería imposible. De este modo, Wellman busca defender la idea de
que es posible que el cuerpo de conocimientos sobre el que descansan
nuestras habilidades de Psicología de Sentido Común es una teoría.
8 Para ejemplificar este requisito, Wellman menciona que cuando quiero describir
un sueño que tuve me veo obligado a hacer referencia a pensamientos e imágenes
mentales. Del mismo modo, si quiero definir un pensamiento particular, tendré
que hacer mención a recuerdos, cosas de mi imaginación, fantasías, etc.
62 Psicología de Sentido Común
A la luz de esta exposición que realiza, queda claro que lo que pro-
pone Wellman es remarcar que las teorías de todos los días son muy
distintas a las teorías específicas y cómo sin embargo mantienen im-
portantes puntos en común con las teoría de marco.
En 2.2.1 mencioné que fue Morton quien primero utilizó el tér-
mino “teoría de la teoría” para hacer referencia al punto de vista de los
que creen que el conocimiento naïve de la mente es una teoría. Lo que
no aclaré es que para Morton esa postura era errada, principalmente
porque ese conocimiento no funciona ni evoluciona tal como una teoría
hace. No es el producto de los resultados de testeos empíricos ni de una
teorización rigurosa, que para él son el sello de las teorías científicas. Él
prefería el término “esquema” para hacer referencia al conocimiento de
la mente (cfr. Morton 1980) y de hecho en trabajos posteriores radica-
lizará su visión y directamente propondrá dejar de hablar de Psicología
de Sentido Común por considerar que tal fenómeno simplemente no
existe (cfr. Morton 2004, 2007, 8.2).
Wellman busca neutralizar esta crítica al distinguir entre “teorizar”y
“teoría”. La formación y revisión de teorías de marco no requiere nece-
sariamente formas de teorización científica. Para él es posible sostener
que existen teorías que no son productos de un teorizar (cfr. Wellman
1992, p. 130). De hecho, ése es el caso de los niños, quienes cuentan
con una teoría aun cuando no han teorizado nunca. No sólo no siguen
los pasos científicos, sino que las teorías de los niños ni siquiera son
testeadas, consideradas revisables ni confirmadas por la experiencia.10
El análisis de la argumentación de Wellman para defender la idea
de que el cuerpo de conocimientos al que apelamos para predecir y
explicar la conducta atribuyendo estados mentales es una teoría revela
algunos problemas. Supongamos que aceptamos que sus tres rasgos
propuestos bastan para considerar a un cuerpo de conocimiento como
una teoría; que además adherimos a las razones que él presenta para
proponer que el repertorio conceptual que utilizamos para explicar y
predecir la conducta apelando a estados internos presenta estos ras-
gos; y que por último también concedemos que este tipo de teoría es
una “teoría de marco”. Siguiendo el razonamiento esgrimido por el
psicólogo, entonces estaremos en condiciones de comulgar con él en
10 Como quedará más claro después, esto representa una diferencia muy grande
con el modelo de Gopnik y Meltzoff.
64 Psicología de Sentido Común
11 A favor de este idea, Wellman menciona un trabajo que realizó junto a Woolley,
en el que analizó los resultados de un experimento donde niños tenían que
realizar predicciones sobre las acciones y reacciones emocionales de un personaje.
Niños de 24 meses fueron exitosos en entender la acción y las emociones de los
personajes involucrados (cfr. Wellman & Wolley 1990).
Una segunda fuente de evidencia proviene del mismo lenguaje infantil. En una
investigación de Bartsch y Wellman, se comprobó que los niños hacen referencia
a deseos mucho más que a creencias (cfr. Bartsch & Wellman 1989).
12 Siguiendo el modelo de Wellman, otros investigadores propusieron estadios
intermedios. Por ejemplo, y en este caso, entre la psicología del deseo y la
psicología del deseo creencia, Bartsch plantea la existencia de una psicología
intermedia “deseo, entonces, creencia”. El deseo sigue ocupando un lugar
principal en las explicaciones del niño, pero va dando espacio a que las creencias
expliquen cuando los deseos son insuficientes (cfr. Bartsch 1996).
13 Wellman condujo estudios donde se comprobó que los niños pueden distinguir
entre una silla y el pensamiento de una silla (cfr. Wellman 1990 ).
66 Psicología de Sentido Común
2.4.1 Introducción
17 Tal como resulta evidente, es notoria la deuda de esta caracterización con las
ideas de Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas (Kuhn 1962), una
influencia que Gopnik y Meltzoff de buen grado reconocen pero que no los lleva
a hacer referencia a las bien conocidas y fuertes críticas que generó en el campo
de la epistemología (cfr. Gopnik y Meltzoff 1997, pp. 39-40).
74 Psicología de Sentido Común
biertos. Esto va de la mano con sostener que en una edad muy tem-
prana los niños ya pueden comprender que tanto ellos como terceros
perciben los mismos objetos de manera similar. Aquí también apare-
cen conocimientos básicos acerca del movimiento de objetos, sus pro-
piedades y las relaciones espaciales entre los observadores y los objetos.
Para Gopnik y Meltzoff, esta teoría es un puente entre la Psicología de
Sentido Común y la Física de Sentido Común (cfr. Gopnik y Meltzoff
1997, capítulo 4).
El segundo dominio es la Teoría de la Acción. En este caso, tam-
bién aparecen conocimientos propios de la Física de Sentido Común
en relación con los de la Psicología de Sentido Común, en tanto ver-
san sobre cómo las acciones propias y de terceros pueden influir en el
mundo físico y en otras personas qua objetos. Mediante esta teoría, los
niños llegan a entender que los deseos y creencias pueden modificar la
conducta de los agentes (cfr. Gopnik y Meltzoff 1997, capítulo 5).
Finalmente, la Teoría de los Tipos permite a los niño agrupar dis-
tintos objetos de una misma categoría bajo una denominación común.
Se trata de reconocer las similaridades que exhiben cosas diferentes sin
que por eso se pierda la individualidad de cada uno. Es una suerte de
tipología que desarrolla el niño a partir de la experiencia en el mundo
pero que parece requerir la existencia de componentes no aprendidos,
sino innatos (cfr. Gopnik y Meltzoff 1997, capítulo 6).
Para Gopnik y Meltzoff estos tres dominios ya están presentes
en los primeros 36 meses de vida y son necesarios para el desarrollo
completo de la teoría de Psicología de Sentido Común que se alcan-
za cerca de los cuatro años. Para los autores, estos ámbitos son indu-
dablemente teóricos incluso a esa temprana edad, lo que los enfrenta
al desafío de dar cuenta de este logro sin apelar a un aprendizaje
improbable en sujetos tan chicos. En un artículo anterior a Words,
Thoughts and Theories, Gopnik postula que los niños deben contar con
un conocimiento innato que se encuentra estructurado de manera
similar a una teoría (Gopnik 1996). Allí no se desarrolla demasiado
a qué es exactamente a lo que se refiere cuando habla de “innato”,
pero parecería ser simplemente aquello que no es aprendido. En este
trabajo, incluso, defiende la idea de que contamos con evidencia dis-
ponible para afirmar que la imitación facial que se comprueba en
niños de apenas 42 minutos de vida se alcanza gracias a la apelación
de conocimientos estructurados de manera similar a una teoría y que
Tomás Balmaceda 75
20 Las imágenes que usa este autor son que las teorías “se desarrollan desde” o
“florecen” de teorías previas (cfr. Wellman 1992, p. 317).
80 Psicología de Sentido Común
Más allá de estos tres problemas que acabo de mencionar, durante casi
una década la Teoría de la Teoría debió enfrentarse con otro contrin-
cante de peso. Se trata de una inesperada consecuencia de plantear que
nuestro conocimiento sobre el funcionamiento de la mente y su rela-
ción con la conducta estaba estructurado como una teoría, y su princi-
pal impulsor fue Paul Churchland.
Este filósofo presentó a comienzos de los 80 lo que denominó el
materialismo eliminativo. Según sus propias palabras, es “la tesis de
que nuestra concepción común de los fenómenos psicológicos cons-
tituye una teoría radicalmente falsa, una teoría tan fundamentalmente
defectuosa que tanto los principios como la ontología de esta teoría fi-
nalmente serán desplazados, en lugar de reducidos, por la neurociencia
completa” (Churchland 1981, p. 1). Churchland considera que el cuer-
84 Psicología de Sentido Común
80. Más allá de los objetivos que perseguía Churchland, su planteo en-
frentó a los teóricos de la teoría con las dificultades de considerar que
la Psicología de Sentido Común tenía un parentesco relevante y funda-
mental con una teoría científica.
Tal como señala Brunsteins, hay varias opciones frente a la posi-
bilidad de pensar que la Psicología de Sentido Común es una teoría
científica (cfr. Brunsteins 2010, pp. 61-63). Si se cree que efectiva-
mente constituye una teoría científica, hay que hacer coincidir sus
objetivos con los de una Psicología Científica. En ese caso, hay dos
caminos. O seguir el consejo de Churchland y eliminar a esta teoría
defectuosa y problemática o acompañar a Fodor en su idea de que la
Psicología de Sentido Común es una herramienta necesaria para la
Psicología Científica.
Si, en cambio, se niega que la Psicología de Sentido Común es una
teoría científica, las razones para esta decisión deberían ser o bien por-
que no coinciden en sus objetivos o porque hay limitaciones empíricas
que impiden esta equiparación. Por ejemplo, tanto González como Ra-
bossi, con diferentes enfoques, proponen entender a la Psicología de
Sentido Común ya sea como “un sistema de convicciones que enmar-
can las interrelaciones humanas y las hacen posible” (González 1991,
p. 260) o como “convicciones básicas generales, convicciones básicas de
dominio, creencias y opiniones” (cfr. Rabossi 1979, 2000, 2004).
Finalizadas las discusiones alrededor del “desafío eliminativista” al
terminar la década del 80, el balance que se puede hacer de las nume-
rosas publicaciones que generó es que más allá de la poca adhesión que
obtuvo esta posición, sirvió para abroquelar a los teóricos de la teoría
ante este ataque que amenazó con ser letal. Frente a formulaciones más
livianas o naïves, el eliminativismo obligó a los teóricos de la teoría a
ser más cautos y finos a la hora de sostener un status teórico para la
Psicología de Sentido Común, con precisiones y límites que no habían
sido tenidos en cuenta antes.23
Expuestas y analizadas las críticas de las que fue objeto a lo largo del
tiempo, quisiera cerrar este capítulo con mi propia evaluación de la
Teoría de la Teoría. El objetivo de este trabajo es poder acercame a
mi propio modelo sobre Psicología de Sentido Común, tratando de
lograr un abordaje que supere a las propuestas tradicionales. En esta
senda, creo que existen algunos elementos que pueden rescatarse de
la Teoría de la Teoría, aunque con esta posición tengo más diferencias
que acuerdos.
En primer lugar, me gustaría señalar cómo detrás del atractivo que
puede tener a primera vista la noción de teoría se esconden una serie de
inconvenientes y confusiones que impone, replantear si es útil recurrir a
este concepto. Si bien puede ser intuitivo aceptar que las informaciones
con las que contamos para entender a los demás están organizadas tal
como lo hacen los elementos en una teoría, cuando se intenta elaborar
un modelo concreto a partir de esta idea se multiplican los problemas.
Ésta es, según mi visión, la razón por la cual ni Wellman ni Gopnik y
Meltzoff consiguen dar cuenta de la Psicología de Sentido Común de un
modo que guarde fidelidad con el fenómeno tal como lo vivimos a diario.
Inevitablemente los autores terminan entrampados en los inconvenientes
de utilizar un concepto que no tiene una definición clara y que tampoco
ofrece una guía para plantear un programa de investigación. No sabemos
qué tienen de característico las teorías científicas y mucho menos por qué
llamamos teoría a dominios de conocimiento de sentido común. Quizás
simplemente se trate de una etiqueta que no requiere para su aplicación
condiciones rigurosas y que por eso es utilizada de manera tan libre. Sin
embargo, si se quiere sacar provecho heurístico de esta noción hay que
alcanzar una definición válida. La moraleja de los grandes esfuerzos que
hacen estos autores en sus obras puede llegar a ser que no hay nada real-
mente interesante en la noción de teoría que pueda ser aplicado de mane-
ra productiva en este campo. Si se considera seriamente esta posibilidad,
88 Psicología de Sentido Común
los absurdos a los que conduce el desafío eliminativista pueden ser rein-
terpretados como el corolario de sostener hasta las últimas consecuencias
la existencia de una estructura teórica como las que utilizan los científicos
en la Psicología de Sentido Común.
Al abandonar la pretensión de que la manera en que utilizamos la
Psicología de Sentido Común deba presentar un parentesco relevante
con una teoría, quedará expuesto lo endeble que es la propuesta de
Gopnik y Meltzoff, quienes ofrecen una descripción del desarrollo de
la capacidad mentalista del niño que es difícil de sostener, que la evi-
dencia disponible no apoya y que implica adjudicar una capacidad de
razonamiento muy poderosa a una corta edad. Los inconvenientes de
Wellman para dar cuenta de cómo se da el cambio entre teorías en el
desarrollo de los sujetos también es un lastre que puede abandonarse
al dejar de lado la pretensión de la Teoría de la Teoría. De hecho, este
autor realizó interesantes investigaciones acerca de interacciones entre
bebés y adultos que son interpretadas con dificultad desde su modelo
pero que abren la puerta a nuevas maneras de comprender la Psicolo-
gía de Sentido Común. En la segunda parte de este trabajo presentaré
propuestas que toman los resultados de sus experimentos y los analizan
desde una óptica completamente novedosa.
Con respecto a la evidencia empírica, también tengo mis reparos.
Como voy a sostener una definición de Psicología de Sentido Común
que es diferente en aspectos relevantes a la que sostiene la Teoría de la
Teoría (cfr. 9.2), algunas de los experimentos realizados ya no son per-
tinentes para mi propuesta. De todos modos, el test de la falsa creencia
presenta las suficientes dificultades (cfr. 2.5.2 y 8.5.1) como para im-
pedir que sus resultados sean aceptados sin una previa y profunda dis-
cusión. Además, y tal como desarrollaré en 4.5.1, no creo que se hayan
llevado a cabo los experimentos cruciales que puedan decidir si alguna
de las propuestas vistas es preferible frente a un modelo modularista.
Si, entonces, se me concede que bajo mi punto de vista el problema
de la Teoría de la Teoría es justamente el intento por dar cuenta de la Psi-
cología de Sentido Común utilizando la noción de teoría, poco queda de
interesante para rescatar. Y si se intenta comprender las contribuciones de
Wellman o de Gopnik y Meltzoff apelando a una noción más liviana o de-
flacionada de teoría, se desdibujaría la propuesta y dejaría de ser interesante.
De todos modos, no creo que haya que descartar sin más los aportes
de la Teoría de la Teoría. Encuentro dos motivos para rescatar parte
Tomás Balmaceda 89
3.1 Introducción
pítulo, tal como hice con la Teoría de la Teoría, expondré dos modelos
posibles de Teoría de la Simulación, el que defiende Robert Gordon y el
que formularon –con algunas diferencias– Jane Heal y Alvin Goldman.
Concluiré estas páginas con un análisis crítico de estas propuestas.
1 Para una historia más completa del rol de la simulación en Filosofía, y su papel
en la Psicología de Sentido Común, ver Fuller 1995.
94 Psicología de Sentido Común
sobre el final del capítulo anterior. Si bien nunca consiguió atraer a tantos
autores como sus rivales, se mantuvo durante años como la única alter-
nativa posible y a mediados de la década del 90 ciertos descubrimientos
científicos en el ámbito de las neurociencias parecieron confirmar algunas
de las ideas de los teóricos de la simulación, renovando así sus fuerzas.
3.2.2 Motivaciones
plica una serie de compromisos sobre los que volveré más adelante. El
simulador debe reconstruir estados mentales fingidos hasta acercarse lo
más posible a los estados mentales del agente simulado. Como señalé,
la precisión de esta construcción dependerá, necesariamente, de los da-
tos y la información con la que contemos sobre ese agente y sobre su
situación precisa. Se trata de un requisito importante pero que, como
señalaré, deja a esta postura vulnerable a ciertos ataques desde la Teoría
de la Teoría, porque la intromisión de información que no es simulada
parece acercar a estos autores al bando contrario.
De hecho, los dos autores que yo tomo como referencia en este apar-
tado han aceptado, en mayor o menos medida, que ciertos conocimientos
teóricos cumplen un papel necesario en la simulación. Heal, por ejemplo,
comenzó con una posición originalmente más dura y ateórica (cfr. Heal
1986, 1993), pero a partir de mediados de los 90 ha abdicado a favor de
una postura que reconoce que en nuestra manera cotidiana de entender
a los demás, está en juego cierto conocimiento teórico (cfr. Heal 1986,
1998). Casi una década después de haber sido una de las responsables
del rescate del concepto de simulación en Psicología de Sentido Co-
mún, esta filósofa termina reconociendo que “la simulación y la teoría
no deben verse como rivales que se excluyen mutuamente” (Heal 1986,
p. 46). No existe un argumento a priori que niegue la posibilidad de
que necesitemos al menos un mínimo de conocimientos teóricos acerca
de las interconexiones de los estados psicológicos para poder obtener
simulaciones exitosas a la hora de explicar y predecir. Lo que defiende
esta posición, en realidad, es que los conocimientos teóricos de este tipo
no son necesarios para la simulación y que el rol que eventualmente jue-
gan es menor. Pero un buen simulador necesita contar con cierto tipo
de información que le permita distinguir, por ejemplo, percepciones de
creencias o deseos de intenciones. Del mismo modo, debe saber que las
creencias y deseos conducen a intenciones o que por inferencias puedo
pasar de una creencia a otra, etc. (cfr. Heal 1986, p. 46).
Goldman, por su parte, también reconoce que son necesarios ciertos
conocimientos teóricos cuando queremos entender a los demás me-
diante una simulación. A diferencia de Heal, quien moderó su postura
con los años, este filósofo dejó abierta la posibilidad de que algunos
componentes teóricos jugaran un papel importante en la Psicología de
Sentido Común ya en sus primeros trabajos, sin que por ello sintie-
ra la necesidad de abandonar el bando de la Teoría de la Simulación
Tomás Balmaceda 103
4 O, según Gordon, una postura más fuerte del tipo “Creo que Neptuno no tiene
anilllos”.
110 Psicología de Sentido Común
geniería de los puentes colgantes. ¿Por qué debería mi hacerme creer que
el hecho de que yo tenga tus creencias debería ser diferente? En ambos
casos, el conocimiento del objeto simulado es necesario para conducir
la ‘simulación’ de hacerme creer y el conocimiento debe ser organizado
en algo parecido a una teoría” (Dennett 1982, p. 79). Heal le responde a
Dennett criticando que pueda existir una verdadera analogía entre uno
mismo y un puente. Sin embargo, a la filósofa se le escapa que es un
ejemplo utilizado por sus propios colegas simulacionistas, como Currie
(cfr. Currie 1995). Para ella, cuando uno simula situaciones de la vida
cotidiana, no requiere ninguna teoría, mientras que para predecir lo que
sucederá con un puente colgante, sí (cfr. Heal 1986, p. 44).
Lo cierto es que en el proceso de simulación tal como lo plantea
Goldman, por ejemplo, se necesitan relaciones sistemáticas entre cier-
tos inputs y sus outputs, que reflejan una estructura causal lógica de una
teoría psicológica. Si esto significa una intromisión de la teoría en la
simulación, entonces hay que reconocer que la objeción da en el blanco.
Frente a estas críticas Heal, por ejemplo, termina aceptando nociones
como “creencia”, “acción” y algunas de las premisas sobre las interaccio-
nes que se dan entre estos elementos. Ella, sin embargo, cree que esto
no la compromete con la Teoría de la Teoría. “Existe una diferencia
crucial entre permitir que la gente que piensa sobre los pensamientos
de los otros conozca generalidades como que creencias y deseos suelen
conducir a la acción y permitir que tengan alguna teoría que muestre
que las creencias específicas que ‘p’, ‘q’ y ‘r’ conduzcan a un deseo espe-
cífico ‘s’” (cfr. Heal 1994, p. 141).
Goldman, por su parte, respondió a esta cuestión distinguiendo entre
una simulación guiada por una teoría y una simulación guiada por un pro-
ceso. El ejemplo del puente colgante de Dennett sería un caso de una si-
mulación guiada por una teoría. La Psicología de Sentido Común, en cam-
bio, requiere una simulación guiada por un proceso. Aun si aceptamos eso,
algunos creen que para empezar a simular necesitamos contar con una base
teórica que haría colapsar la dicotomía entre los enfoques ricos y pobres
de información. Para poder comenzar a simular necesitamos establecer las
semejanzas relevantes para el caso. Pero sólo voy a poder evaluar qué deseos
y creencias son inputs apropiados utilizando algunos conceptos teóricos.5
5 Davies y Stone proponen como ejemplo de una simulación guiada por una teoría
a una simulación computada de la economía de un país. La computadora es
114 Psicología de Sentido Común
Churchland, por su parte, dio un paso más allá y sostuvo que “las
simulaciones, aún cuando motiven las predicciones acerca de los otros,
no brindan por ellas mismas una comprensión explicativa de las con-
ductas de los otros” (Churchland 1989, p. 234). Es decir que para ex-
plicar una conducta a partir de un modelo es necesario primero dar
cuenta de este modelo. Y en el caso de explicar la conducta del otro
mediante la simulación mental, es necesario antes discernir las causas
de la propia conducta ya sea en circunstancias reales como simuladas y
eso, para Churchland, requiere un marco de leyes o una teoría general
(cfr. Brunsteins 2010 pp. 109-110).
La segunda objeción vinculada a la propuesta teórica de la corriente
en Teoría de la Simulación intenta demostrar que la posesión de cono-
cimientos (ya sea en forma de teoría o de simple cuerpo de informa-
ción) es un factor decisivo para el éxito o fracaso de ciertas predicciones
y explicaciones. Mientras que la Teoría de la Teoría sostiene que para
adquirir una teoría de la mente es necesario adquirir conocimientos y
habilidades, los teóricos de la simulación postulan que sólo basta con
contar con ciertas habilidades, en especial la de simulación. Para estos
últimos, los errores que se cometen al predecir o explicar se originan en
fallos al simular, que a su vez pueden provenir de dos fuentes. O bien el
sistema de toma de decisiones del simulador es diferente del simulado o
bien el input que ingresa al sistema de toma de decisiones (las creencias
fingidas, o cualquier otro estado mental imaginado relevante) es inco-
rrecto. Si lográsemos encontrar errores en la predicción que no sean
explicados por estas dos variantes que acabo de mencionar, la corriente
introspeccionista de Teoría de al Simulación estaría en problemas. Y los
modelos basados en la información parecen poder explicar este hecho.
De esto se trata la prueba de la penetrabilidad cognitiva. Un proceso
es cognitivamente penetrable cuando un conocimiento o una represen-
tación puede modificar el resultado del proceso de una manera “racio-
alimentada por datos de su economía, que organiza de algún modo para poder
utilizarlos como información para su simulación. Los pasos que realice la
computadora no serán isomórficos con los que lleva a cabo la economía del país.
La simulación de la computadora está guiada por una teoría.
La simulación a la cual apelamos en nuestra vida cotidiana, tal como la defienden
los teóricos de la simulación, no es de este estilo, sino que realmente utiliza deseos y
creencias (no reales, sino “pretendidos”) para alimentar nuestro aparato mental y así
obtener información acerca de la conducta de ese agente (Davies & Stone 1995).
Tomás Balmaceda 115
7 El ejemplo es más complejo, pero es difícil de explicar en pocas palabras. Para ilustrar
el punto que quiero mostrar, basta con saber que se intenta determinar en cuánto se
podría vender un boleto de lotería. Para mayores detalles, ver Langer 1975.
Tomás Balmaceda 117
8 Heal también analiza este ejemplo, porque sus ideas originales pueden ser blanco
de estas críticas. Es a partir de esta clase de situaciones que comienza a aceptar
que quizás haya una intromisión de la teoría en la simulación. Por ejemplo, en el
caso de que no pueda acceder a la misma visión que la de mi compañero, puede
ser que necesite cierta información teórica sobre el mundo visual para poder
realizar los cambios necesarios en la recentralización imaginaria del mundo.
Eso constituiría una intromisión teórica, pero no necesariamente de una teoría
psicológica (cfr. Heal 1986).
122 Psicología de Sentido Común
4.1 Introducción
sentido fuerte.3 Para ser fiel con lo que se proponen estos autores, en
este capítulo hablaré de “Teoría de la Mente” para hacer referencia a la
“Theory of Mind” o “ToM” a la que los modularistas hacen referencia y
que, en líneas generales, puede identificarse con las habilidades madu-
ras de Psicología de Sentido Común, que surge a partir de un conjunto
de mecanismos innatos que luego acompañan al sujeto durante su uso.
Como mencioné más arriba, quien postuló por primera vez que al-
gunos componentes de nuestra mente podían ser módulos fue Fodor
(1896). Él no estaba pensando en la Psicología de Sentido Común
cuando presentó por primera vez sus ideas, sino en otras estructuras
que revestían para él carácter modular. Sin embargo, la tesis modu-
larista atrajo casi de inmediato a muchísimos filósofos, psicólogos y
antropólogos, quienes vieron en este modelo una manera eficiente de
interpretar las distintas informaciones que tenían acerca de la mente
humana, modificando y extendiendo la posición original del autor de
La modularidad de la mente.
En este capítulo voy a desarrollar los modelos de dos de estos
pensadores que llevaron las ideas de modularidad al terreno de la Psi-
cología de Sentido Común. Para ello, primero haré una breve historia
de la relación entre los módulos y los distintos modelos de arquitec-
tura cognitiva, explicando brevemente cuál era la posición original de
Fodor y por qué resultó tan interesante para los filósofos de la mente.
Luego, expondré los dos desarrollos más importantes en el área de la
que me ocupo en este trabajo: el modelo de Alan Leslie y el de Simon
Baron-Cohen.
Al poner el foco en las estructuras y mecanismos que subyacen a
las habilidades de Psicología de Sentido Comín, la propuesta modu-
larista no es en principio incompatible con las versiones de nivel per-
sonal de la Teoría de la Teoría o la Teoría de la Simulación. Como
espero que resulte claro cuando exponga los modelos, en muchos casos
se los puede concebir como enfoques complementarios que involucran
un compromiso mayor que con simplemente la Psicología de Sentido
7 La idea de esta relación es que la superficialidad del output está garantizada por el
encapsulamiento y es lo requerido para que el sistema sea rápido (cfr. Garfield, 1987).
134 Psicología de Sentido Común
4.3.1 Introducción
Existe evidencia empírica que señala que niños de dos años ya pue-
den interpretar esta situación e interactuar sin problemas (cfr. Harris y
Kavanaugh 1993, Leslie 1987, 1994, 2002). Poder involucrarse satisfac-
toriamente en el juego de la banana-teléfono significa cumplir con los
cuatro requisitos recién mencionados. El primero es verificar quién es
el agente. El segundo es identificar la relación entre el agente y dos as-
pectos de la situación: el aspecto real (codificado en una “representación
primaria”) y el aspecto imaginario (codificado en una “representación
desacoplada”). La M-representación señalada muestra al agente, madre,
con una actitud, “pretende que es verdadero”, hacia un contenido “es
un teléfono” haciendo referencia a la banana (cfr. Leslie 2002 p. 1236).
Formar y procesar esta M-representación requiere que nuestra men-
te pueda procesar e integrar diferentes informaciones provenientes de
distintas fuentes.
Como acabo de señalar, entonces, en el sistema de Leslie se de-
ben conjugan las representaciones primarias con las desacopladas. En
el caso de las primeras, se trata de una descripción literal de lo que
reportan los sentidos. Estas representaciones pueden ser definidas por
su relación semántica directa con el mundo. Para este autor son son
“literales y sobrias”, ya que representan el mundo de una manera útil a
las necesidades del organismo (cfr. Leslie 1987, p. 414). Las habilidades
perceptuales, una de las fuentes principales del conocimiento que tiene
el niño, se manifiestan en representaciones primarias.
Las representaciones desacopladas, en cambio, son representaciones
opacas en un triple sentido: en ellas falla la generalización existencial, la
substitución de idénticos y la conservación de la verdad (cfr. Leslie &
German 1995). Representaciones primarias y representaciones desaco-
pladas, unidas, pueden ser enriquecidas con relaciones informacionales
(actitudes conceptuales) y así dan lugar a la M-representación, una es-
tructura relacional más compleja que le permite al niño acceder a un
entendimiento del mundo que hasta ese momento no le era permitido.
Se trata de una comprensión más específica, pero aun así limitada, de
determinadas situaciones propias de las interacciones sociales. Gracias
140 Psicología de Sentido Común
4.4.1 Introducción
normales contamos con la habilidad para leer mentes y que sobre esta
capacidad se erige nuestra manera cotidiana de interacturar (cfr. 1.2).
Esto no significa que tengamos poderes telepáticos especiales ni que
estemos ante un fenómeno sobrenatural, sino simplemente que tene-
mos la capacidad de imaginar o representar estados mentales que noso-
tros y los demás poseen o pueden tener. “Leer la mente de los demás no
es nada misterioso, pero sin lugar a dudas es algo impresionante”, aclara
Baron-Cohen (1995, p. 2). Para él, parece casi imposible poder darle
sentido a una conducta de otra manera que no sea dentro de un marco
mentalista o intencional. De hecho, sostiene que no podemos hacerlo
de otra manera, no contamos con recursos alternativos. No podemos
evitarlo, “es una consecuencia de la selección natural y de la manera en
que estamos ‘hechos’ los humanos” (cfr. Baron-Cohen 1995, p. 3). Y
leemos las mentes todo el tiempo, de manera constante y sin esfuerzo.
Es una acción automática y que se da casi de manera inconsciente.
Cuando rara vez (como en este momento) nos detenemos a pensar
sobre esta capacidad, nos sorprendemos de su poder.
A partir de esto, Baron-Cohen sostendrá que la manera correcta
para entender el autismo es como un déficit en la habilidad para leer
mentes. Bajo esta óptica los autistas son personas ciegas a los estados
mentales. Sin el marco mentalista, los autistas quedan relegados a dar
explicaciones donde sólo pueden apelar a regularidades temporales o
basarse en guiones o rutinas.14 Las explicaciones no mentalistas no sir-
ven para darle sentido a la conducta o para poder predecirla, las dos
grandes funciones que debe cumplir una Psicología de Sentido Común.
Pensar cómo sería nuestra vida si tuviéramos conciencia de las co-
sas físicas, pero fuésemos ciegos a la existencia de cosas con mente, es
una ardua tarea. A primera vista nos parece extremadamente difícil, o
directamente imposible, entender o darle sentido a cualquier acción
humana sin apelar a términos mentales. Incluso las acciones más sen-
cillas no siempre nos resultan transparentes –Baron-Cohen reconoce
que solemos empezar las explicaciones con adverbios como “Quizás
se fue antes porque se sentía mal” o “Seguramente tenía una reunión
14 Baron-Cohen afirma que este tipo de explicaciones que pueden dar las personas
con ceguera mental le recuerdan a las explicaciones forzadas a las que los
psicólogos conductistas se ven obligados a recurrir cuando tienen que dar cuenta
de las acciones de los demás prescindiendo de cualquier referencia a un estado
mental.
146 Psicología de Sentido Común
15 Humphrey define a los hombres que pueden realizar lecturas de la mente como
Homo Psychologicus (cfr. Humphrey 1986).
16 La psicología evolutiva es, en pocas palabras, “una psicología que parte de la idea
de que la arquitectura actual de nuestras mentes humanas es el producto de un
proceso de evolución” (Barkow, Cosmides y Tooby 1992, p. 7).
Tomás Balmaceda 147
19 Para alguien ciego, por ejemplo, los inputs que recibe son cosas del estilo de una
mano que los guía hacia un lugar, un beso en la mejilla, etc.
150 Psicología de Sentido Común
22 Existe evidencia a favor de que EDD puede representar la dirección de los ojos
que detecta. Bebés de seis meses miran dos o tres veces más a una cara que los
esté mirando que a una que está mirando otra cosa (cfr. Papousek & Papousek
1979).
Por otro lado, cuando EDD detecta un par de ojos que está en contacto mutuo
como los ojos propios, esto dispara un estímulo con consencuencias placenteras,
tal con lo demuestra la activación de ciertos sectores del cerebro de monos (cfr.
Nichols & Champness 1971) y el hecho de que en muchos casos el contacto
visual dispara una sonrisa (cfr. Wolff 1963, Stern 1977).
23 Algunos sospechan que este tipo de juegos resultan una buena manera de
estimular EDD (cfr. Bruner 1983).
152 Psicología de Sentido Común
24 La evidencia que Baron-Cohen menciona a favor de estas ideas es que los bebés
de cerca de 9 meses ya muestran la capacidad de seguir la dirección de la mirada
y en numerosas ocasiones se dan vuelta para ver lo que el otro está viendo. En
estas ocasiones, además, parecen comprobar una y otra vez que ellos y el tercero
estén viendo la misma cosa. A esa misma edad, los niños comienzan a producir
las primeras frases protodeclarativas, con gestos que apuntan a esos objetos (cfr.
Scaife & Bruner 1975; Bates et al., 1979).
Tomás Balmaceda 153
Tal como creo que quedó claro en las últimas páginas, las propues-
tas modularistas para entender la mente en general, y las relaciones
interpersonales en general, se basan en algunas de las ideas sobre ar-
quitectura mental de Fodor pero readaptándolas a sus propios objeti-
vos. El rasgo común en cuanto a la Psicología de Sentido Común es
que las habilidades que desplegamos en nuestras interacciones diarias
pueden ser explicadas al postular algunos componentes innatos mo-
dulares específicos que se activan y desarrollan gracias a los estímulos
adecuados.
Si bien la cercanía con la Teoría de la Teoría es innegable –e
incluso una filiación confesa, como en el caso de Leslie– creo que
se trata de un modo de abordaje a la Psicología de Sentido Co-
mún diferente e independiente. La diferencia que se establece en-
tre ambas propuestas está en la manera en que se adquieren las
habilidades involucradas en nuestra manera de relacionarnos con
los demás como otros seres con mente. En el caso de la Teoría de
la Teoría, tal como la plantean Gopnik y Wellman, los procesos
involucrados en la adquisición de la teoría utilizada en nuestras
interacciones son generales, es decir que son los mismos mecanis-
mos que se aplican a otros dominios. Las propuestas modularistas,
en cambio, postulan que los procesos son específicos de una Teoría
de la Mente y que su aparición y desarrollo se da de acuerdo a
fases precisas, a partir de su activación por parte de los estímulos
adecuados, siguiendo determinadas etapas hacia un estadio final
que está preestablecido.
Al proponer la existencia de módulos, la arquitectura cognitiva que
se consigue parece dar una respuesta más apropiada a algunas de las
dificultades a las que se enfrenta la Teoría de la Teoría. Una Psicología
de Sentido Común que se basa en componentes modulares comunes
presentes en todos los sujetos normales puede suponer que los cuerpos
156 Psicología de Sentido Común
4.5.1 La modularidad
y las etapas del desarrollo de la Psicología de Sentido Común
29 Como espero que haya quedado claro de la exposición de los modelos de Leslie
y Baron-Cohen que hice, ninguno de los dos autores afirma que la totalidad de
los componentes de ToM sean modulares o que la información del medio sólo
funcione como un mero disparador. Sin embargo, en los mecanismos específicos
que señalé, en principio sólo es necesario el estímulo correcto que los active, no
hay un verdadero desarrollo del rol que podría tener cierta influencia del medio
o la cultura.
Tomás Balmaceda 161
Los aportes de este último grupo de autores, que cierran lo que deno-
miné el Enfoque Cartesiano, también presentan aspectos que quiero
rescatar. Parece claro que ya desde el nacimiento contamos con cierta
sensibilidad que facilita nuestra interacción con los demás. Necesita-
mos de los otros para poder sobrevivir en el mundo y es junto a ellos,
y gracias a nuestra naturaleza social, que podemos alcanzar logros y
metas que están reservadas sólo para nuestra especie. En ese sentido, y
a pesar de que es un planteo que requiere ser completado con otros ele-
mentos, encuentro acertada la idea de que nuestra Psicología de Sen-
tido Común sea entendida como un mecanismo de atención selectiva
(cfr. 4.3.2) en la que hay elementos de base innatos.
5.1 Introducción
miento quiere ser considerado una teoría, postula como uno de ellos la
capacidad para realizar predicciones y explicaciones. “Quizás el terreno
común más citado a la hora de pensar que existe una teoría implícita en
nuestras prácticas de Psicología de Sentido Común es que utilizamos
nuestro conocimiento de la Psicología de Sentido Común para explicar
y predecir las acciones y las reacciones de los demás” (Botterill 1996, p.
107, las itálicas son del original).
Las dificultades con las que nos enfrentamos a la hora de caracteri-
zar la predicción en este campo vuelven a aparecer al evaluar cómo es la
explicación que plantea el Enfoque Cartesiano. Aunque ningún autor
define explícitamente qué es lo que entenderá por explicación en este
campo, sí parece resultar claro lo que no tiene en mente. Ciertamente
no es la explicación en el sentido usual en que se utiliza el término en
el campo científico, sino una especie de predicción que va en sentido
contrario, hacia el pasado, y que al crecer a su sombra refleja sus mismos
problemas.
Y también es considerado un elemento a favor de la tesis de que es-
tamos frente a un conjunto de información que es teórico. Por ejemplo,
en una de las argumentaciones que presentan a favor de la similaridad
estructural entre las teorías científicas y la teoría que subyace a la Psi-
cología de Sentido Común, Gopnik y Meltzoff mencionan que ambas
ofrecen explicaciones. La coherencia y abstracción de las teorías y su
compromiso ontológico brindan, unidas, la fuerza de explicación que
necesita un mero conjunto de información. Para estos autores, explicar
un fenómeno es dar cuenta de él, de una manera abstracta, coherente y
causal. Para ellos, desde un punto de vista cognitivo, la visión filosófica
de la explicación termina en un círculo vicioso, ya que una de las fun-
ciones de la teoría es explicar y lo que define a una buena explicación
de un fenómeno es afirmar que se tiene una buena teoría de él (Gopnik
& Meltzoff 1997 p. 38).
Resulta difícil, de todos modos, sostener o bien que las explicacio-
nes que cotidianamente hacemos de la conducta de los demás cumplen
con los requisitos necesarios para ser consideradas científicas o bien que
una ciencia pueda aceptar como explicación válida las formas rudimen-
tarias de entender al otro que utilizamos todos los días.
Esto nos conduce a pensar también en el modo en que se realiza
la predicción y la explicación en el Enfoque Cartesiano. Según esta
concepción, parece ser suficiente enlistar un grupo de estados men-
Tomás Balmaceda 173
Así, para tener el concepto de creencia, por ejemplo, se requiere que uno
maneje las conexiones entre creencia y deseos de la forma ‘Personas que
quieren P y que creen que Q es suficiente para producir P y no tienen
deseos en conflicto o estrategias diferentes, entonces harán Q’” (Davies
& Stone 1995, p. 121). Esta misma clase de argumentos –que sostie-
nen que para tener ciertos conceptos es necesario comprometerse con
una familia de principios inferenciales– parece tener una considerable
plausibilidad, sobre todo al tener en cuenta bajo esta óptica que tener
un concepto no puede ser manifestado directamente identificándolo
demostrativamente con un objeto o un hecho. El mundo no ofrece
los conceptos al niño, sino que sólo ofrecen datos que sirven para la
construcción de los conceptos. Algunos creen que existen conceptos
en los niños que son diferentes de los que luego tienen como adultos,
como el “prelief ” de infantes de 3 años que les permiten distinguir entre
acciones contrafácticas o basadas en creencias falsas (cfr. Perner, Baker
& Hutton, 1994).
Los teóricos de la modularidad, en cambio, asumen que los con-
ceptos básicos son innatos y no se desarrollan con el tiempo, sino que
se activan a partir de los estímulos correctos. Lo que se desarrolla es
la habilidad para manejar esos conceptos, y también de la maduración
de las capacidades cognitivas. Fodor, por ejemplo, asume que niños de
tres años ya tienen el concepto de creencia y deseos pero limitaciones
de procesamiento restringen la habilidad del niño para integrar la
información y poder utilizarla en las pruebas de la falsa creencia (cfr.
Fodor 1992).
Finalmente los teóricos de la simulación afirman que los concep-
tos psicológicos surgen de la introspección. Astington denuncia que
“es poco claro cómo los niños llegan a pensar sobre sus propios estados
mentales en términos de creencias y deseos, es decir, cómo la compren-
sión conceptual se deriva de la experiencia fenoménica” (cfr. Astington
1996, p. 187).
Astington también marca cierto sesgo solipsista en los Enfoques
Cartesianos. “La Teoría de la Teoría, la Teoría de la Simulación y la
Teoría de la Modularidad son similares en su énfasis en el desarrollo
individual. Todos estos modelos construyen o emplean una estructura
conceptual, una teoría de la mente” (cfr. Astington 1996, p. 188). Lo
cierto es que la cultura y la sociedad no tienen un papel de peso real en
las vidas mentales de los sujetos. Y no hay un verdadero cuestionamien-
Tomás Balmaceda 181
entiende que lo que el otro quiere significar –es decir, lo que quiere que el
otro entienda– es que abrirá la puerta para cruzarla” (Baron-Cohen 1995, p.
27). Además, para el autor “el lenguaje funciona principalmente como una
‘impresión’ de los contenidos de la mente. Les hablamos a los demás para
compartir nuestras ideas, pensamientos y experiencias. Si la habilidad para
leer mentes apareció primero y el lenguaje se desarrolló para facilitar esto, o
fue al revés, todavía es un tema sin resolverse” (Baron-Cohen 1995, p. 29).
El lenguaje aparece así como una mera impresión de nuestro pensamiento.
En resumen, todos los autores del Enfoque Cartesiano sostienen
que utilizamos nuestra habilidad para leer mentes como un mecanismo
privilegiado en nuestras interacciones sociales, en tanto es el primero al
que echamos mano y el que más utilizamos. Se trata de un mecanismo
automático –en el sentido de que no es voluntario– y del que en la ma-
yoría de los casos no nos percatamos. Está, además, presente en todas
las culturas e individuos sanos y fue seleccionado por la Naturaleza a lo
largo de la evolución. A pesar de lo que podría sugerir la noción de “leer
mentes”, esta no tiene nada de misterioso. Stich y Nichols, de todos
modos, prefieren hablar de “leer mentes” justamente por su cercanía
con lo sobrenatural. “La habilidad para leer mentes es lo que tienen
los mentalistas y las hechiceras. Queremos rescatar con este término lo
asombroso y ‘mágico’ de nuestra capacidad para entender a la mente y
la conducta de los demás” (Nichols y Stich, 2003, p. 15).
Algunos creen, incluso, que que no existen verdaderas alternativas a
esta destreza. “La habilidad para leer mentes es buena para un número
de cosas importantes, incluyendo la comprensión social, la predicción
de la conducta, la interacción social y la comunicación. La falta de alter-
nativas competentes que puedan producir igual o mayor suceso en estos
dominios vuelve claro por qué la selección natural optó por la habilidad
para leer mentes como una solución adaptativa para el problema de
predecir la conducta y compartir la información. Quiero decir, ¿qué
otra opción real tenía la Naturaleza?” (Baron-Cohen 1995, p. 30).
1 Entre los ejemplos citados por Gallagher se destaca la estabilidad visual, que es
la tarea constante de mantener las cosas relativamente estables para poder ser
percibidas, incluso en medio de un gran movimiento. Esto se produce gracias
a la acción automática de ciertos músculos del ojo que, en coordinación con el
balance de todo el cuerpo, evitan perder de vista un objeto al que se le presta
atención.
Algo similar ocurre con la forma y tamaño de las cosas que son percibidas en
diferentes perspectivas y distancias, pero son identificadas por el sujeto como
las mismas. No importa si en términos fenoménicos las características de lo
percibido cambie de manera notable, pragmáticamente se mantiene igual y no
representa un problema para la cognición. Estos casos, y muchos otros ejemplos,
ilustrarían para el autor de qué modo los movimientos corporales y el sistema
motor influencian de modo decisivo la performance cognitiva.
2 Gallagher reconoce que muchas de las formulaciones clásicas de imagen corporal
y esquema corporal fueron oscuras y ambiguas, haciéndose eco de los ataques
presentes en Poeck & Orgass 1971. En especial, reconoce que con frecuencia
el concepto de imagen corporal es demasiado amplio y que es utilizado sin
precisión en campos muy distintos, desde la filosofía hasta la medicina, el
psicoanálisis o incluso la aeronáutica. Algunas de estas formulaciones se solapan
y entrecruzan con las de esquema corporal, que también presenta problemas al
precisar su alcance.
Tomás Balmaceda 199
9 Gallagher & Hutto, 2008, aunque también hay una pequeña mención a la
posibilidad de darle un sitio destacado a las narraciones en Gallagher 2006.
10 Gallagher no especifica mucho más sobre esta hipótesis ni quién la sostendría.
Tomás Balmaceda 207
12 Siguiendo a Broome 2002 y Malle 1999, Hutto sostiene que los razonamientos
prácticos no necesariamente deben concluir en una acción, sino simplemente en
la intención a actuar.
13 De todos modos, Hutto es cuidadoso en no negar que existan acciones cuya
motivación pueda explicarse cabalmente en términos de creencias y deseos.
210 Psicología de Sentido Común
15 Tanto los teóricos de la teoría como los teóricos de la simulación heredaron una
concepción de “explicación” propia de las ciencias naturales, con una estructura
deductiva y la apelación a entidades no observables. El espíritu que regía estas
explicaciones era explicar sucesos particulares subsumiéndolos a leyes generales.
Para Hutto, esto generó dificultades y obstáculos a lo largo de varias décadas y
propició que se asumiera que las explicaciones de tercera persona (y apelando a
estados mentales) se volvieran un supuesto común.
16 Según Roth (1991 p. 178) “Las narraciones le otorgan a los eventos una conexión
que no es meramente cronológica. El proceso de presentar una narración sobre
el pasado de uno (o un pasado histórico) requiere identificar cuáles eventos son
significativos y por qué”.
Tomás Balmaceda 213
Para explicar cómo es que los seres humanos adquieren las habilidades
de Psicología de Sentido Común en su niñez, el Narrativismo propone
un modelo que no presupone la activación de ningún módulo ni estruc-
tura innata y que es muy modesto en cuanto a la capacidad intelectual
que tendrá el infante en sus primeros años.
Explicada en pocas líneas, la propuesta de Hutto y sus compañeros
es sostener que durante los primeros tres años los sujetos no necesitan
más que sencillas habilidades corporeizadas –con las que acceden a in-
terrelaciones sociales en las que no aparecen actitudes proposicionales
o las razones por las que se actúa– para luego, gracias al uso de ciertas
construcciones sintácticas y lingüísticas se van familiarizando y ejer-
citando en la comprensión y uso de conceptos mentalistas. Los niños
primero acceden al concepto de intenciones y deseos; luego, gracias al
lenguaje, pueden comenzar a pensar en objetos que no están presentes
o que no están momentáneamente accesibles, y finalmente entender
cabalmente lo que una creencia es (esto es, entender la diferencia entre
creencias verdaderas y falsas creencias).
216 Psicología de Sentido Común
21 Para Hutto es una tentación muy fuerte –y en la que muchos creen– pensar
que incluso algunos animales adscriben estados mentales. Por ejemplo, al ver a
un gato persiguiendo a un ratón, aunque sabemos que esto no es así. El hecho
de que podamos aplicarle a un sistema las nociones de Psicología de Sentido
Común no lo convierte en un manipulador de creencias y deseos proposicionales.
218 Psicología de Sentido Común
Una vez que los niños dominan la detección de agentes con objetivos y
pueden cambiar el foco de la atención tanto a objetos como a personas
–cerca de los diez a doce meses– están en condiciones de acceder a una
capacidad intersubjetiva no verbal más sofisticada, al poder atender a
un objeto o situación junto con otros. La atención conjunta involucra
no sólo atender al mismo objeto sino también el reconocimiento mutuo
de que la atención de todos tiene un foco común. Esto requiere algo
más sofisticado que la mera imitación recíproca, ya que requiere, entre
otras cosas, monitorear las miradas, constatar que se está mirando a lo
correcto y descubrir la intención detrás de la conducta.
Una manera de comprender cómo un niño de un año accede a esta
habilidad sería postular que se pone en juego alguna clase de simula-
ción, adoptando la perspectiva del otro y mirando el mundo tal como el
otro lo hace. Al no contar con lenguaje, es necesario encontrar un modo
en que el niño pueda ver lo que un tercero está haciendo, comprender
que está prestando atención a un determinado objeto y comprender que
el otro atiende a mi atención sobre él y el objeto. Sólo de este modo el
objeto podrá ser reconocido como un punto focal común. La manera
en que esto se realiza podría ser explicada, en principio, gracias a las
neuronas espejo (cfr. 3.5.2). Pero para poder triangular correctamente
también parece necesaria la identificación del otro como diferente de
uno, lo que implicaría distinguir conceptualmente entre uno mismo y el
Tomás Balmaceda 219
Una vez que los niños son expertos en sus respuestas corporales,
atendiendo y respondiendo de manera correcta a las actitudes in-
tencionales de los otros, están en condiciones de acceder al siguiente
nivel, entendiendo a las actitudes intencionales de un nuevo modo,
como sólo las palabras pueden hacer. El dominio de construcciones
lingüísticas, incluso las más sencillas, permite hacer referencias a
objetos que no tienen que estar físicamente a su alcance, utilizando
estos símbolos en lugar de las cosas en cuestión. Es por eso que
para el narrativismo, la maduración en habilidades de Psicología de
Sentido Común va de la mano con el dominio del lenguaje. Las
primeras palabras aparecen durante el decimotercer mes y a partir
220 Psicología de Sentido Común
22 En términos de Goldman, por ejemplo, los niños deben poder representar las
perspectivas de los otros en la situación determinada (cfr. 3.3).
Tomás Balmaceda 221
23 Hutto cita para estas diferencias los criterios planteados en Millikan 2000
24 Para Hutto, en el caso de la maestría de conceptos en niños, es preciso brindar
detalles sobre tres condiciones:
Habilidades / Capacidades básicas: conceptuales o no;
Herramientas cognitivas o soportes especiales que extiendan las habilidades
relevantes: por ejemplo, construcciones materiales o lingüísticas;
Prácticas o actividades engendering o enabling: acompañamiento parental o de
cuidadores, instituciones socioculturales, etc.
222 Psicología de Sentido Común
los autores, el hiato entre ambas habilidades se da entre los tres años y
medio y los cuatro y medio– entre la capacidad de hacer atribuciones de
deseos y la habilidad de superar los tests de falsa creencia. En paralelo,
en las conversaciones infantiles se detecta que primero se utilizan los
términos de deseo antes que los de creencia.
Según el Narrativismo la clave para entender por qué se produce
este cambio a esta edad específica es que en ese momento los niños
comienzan a involucrarse activamente en conversaciones y discusiones.
Se trata de intercambios conversacionales libres, en los que no hay po-
sibilidades de tomar el rol de un observador neutral, sino que se ve
obligado a tomar postura, enfrentarse a puntos de vista contrapuestos
y evaluar posturas ajenas. Al ejercitar sus habilidades imaginativas, los
niños terminan saliendo de su solipsismo original. La comprensión de
las creencias es sostenida por encuentros y confrontaciones con dife-
rentes posturas cognitivas.
En estas conversaciones, los niños utilizan mecanismos y reglas si-
milares a las que tienen en las relaciones corporeizadas que desemboca-
ron en la atención conjunta, pero lo hacen con nuevos elementos.25 En
este caso, lidian con proposiciones en un juego interpersonal sofisticado
pero que tienen las mismas habilidades claves, relacionadas con la ima-
ginación, presentes. La exposición y el involucramiento sostenido con
estas conversaciones le permiten acceder a una mayor maestría. A esto
se refiere Hutto cuando afirma que los niños van adquiriendo los ele-
mentos para poder jugar al juego de entender la acción en términos de
la razón pero lo hacen antes de que puedan efectivamente jugar ese jue-
go. En las conversaciones, además, se dan pequeños relatos que tienen
la forma de NPSC de segunda persona, muchas veces con complejos
cambios entre interlocutores y sujetos involucrados.
En estas charlas, y en la exposición cotidiana que los Narrativistas
afirman que existe en la infancia (como cuando se les lee a los niños
cuentos antes de dormir), es donde se cumplen las dos funciones de
las NPSC que se señalaron en el apartado 3. La que está relacionada al
desarrollo, porque ayuda a darle forma a las expectativas acerca de las
25 En este sentido, existe una analogía entre los resultados obtenidos por la atención
conjunta –que no necesita lenguaje y permite que el niño entienda los deseos– y
las conversaciones, que sí requieren lenguaje y permiten que el niño entienda
las creencias. En ambos casos se necesita el cambio de perspectivas, y que los
infantes puedan monitorear y prestar atención a los puntos de vista ajenos.
Tomás Balmaceda 223
26 Para un detalle de cuáles son las críticas a este “pecado original” ver Gomila
2002, pp. 199-203.
Tomás Balmaceda 225
distintivo como algo positivo por sí mismo, dada las paradojas y difi-
cultades con que se enfrenta la concepción estándar de la subjetividad
y los problemas para fundamentar la objetividad en el ámbito de lo psi-
cológico” (Gomila 2002, p. 108). Como quedó claro en el capítulo 5, los
planteos metafísicos que contraponen la primera y la tercera persona
han llevado a posturas encontradas, como las del objetivismo –que en
última instancia termina enfrentándose al problema de los qualia y la
conciencia– y el subjetivismo, que llevado a sus últimas consecuencias
termina en un solipsismo que no puede acceder a las otras mentes (5.4).
La adopción de la Perspectiva de Segunda Persona parece ofrecer
un camino para salir de estos atolladeros ofreciendo una imagen de
lo mental que no es ni privada ni inaccesible, sino la de algo público
y expresivo.27 Se trata de un proyecto dentro del marco naturalista, ya
que busca ser compatible con la evidencia empírica disponible, y que
reconoce los hallazgos y avances en áreas como la neuropsicología y
psicología del desarrollo.
Así como en el caso de Gallagher hay una intención explícita de
retomar contribuciones de fenomenólogos de tradición continental a su
modelo, y las ideas de Hutto se inscriben en un interés más general so-
bre las narraciones, aquí se siente fuerte la influencia de Wittgenstein.
Sin dudas el espíritu del filósofo vienés está presente en la embestida
contra las postulaciones de corte mentalista cartesiano. Wittgenstein
condenó los intentos de interpretar las competencias ordinarias para la
comprensión mental como basadas en alguna teoría o en una recreación
mental. Por ejemplo, en “Observaciones sobre la Filosofía de la Psico-
logía”, al preguntarse por los fenómenos de simulación mental –que
eran considerados muy desafiantes por sus contemporáneos– propuso
resolverlos fácilmente desechando enfoques intelectualistas: “¿Cómo
podrías explicar lo que significa ‘simular dolores’, ‘comportarse como
si uno tuviera dolores’? (…) Uno quisiera decir: vive un tiempo entre
nosotros y lo entenderás”.28
Es interesante señalar que el primer pensador analítico relevante
que habló explícitamente de la Perspectiva de la Segunda Persona fue
29 Cfr. Scotto 2002, p. 139 para más detalles al rechazo de la propuesta davidsoniana
30 Esta redefinición de la atribución mental deja abierta la puerta para permitir la
admisión de nuevos participantes al otrora selecto grupo de sujetos con maestría
en las habilidades maduras de Psicología de Sentido Común. Ya no serán
admitidos sólo los adultos o los niños que superen el test de la falsa creencia,
sino también pueden ser niños menores de cuatro año, adultos no normales o
incluso otras especies. Scotto sólo menciona al pasar la posibilidad, pero se trata
de una interesante consecuencia de esta propuesta (cfr Scotto 2002, p. 138).
Tomás Balmaceda 227
Ahora que pude exponer las líneas generales de los Nuevos Enfo-
ques –y antes de defender en el próximo capítulo por qué creo que estos
tres grandes abordajes pueden ser comprendidos como compatibles–
quisiera detenerme a señalar algunas deficiencias y errores.
37 Gallagher relaciona esta función evaluativa con las ideas de Perner de “teoría de
situación” y “teoría de representación” (cfr. Perner 1991).
Tomás Balmaceda 235
exigencia normativa: uno debe exhibir tendencias narrativas para poder ser un
sujeto ético. Su propuesta es una Tesis de Prioridad Emocional, en la que la
experiencia de emociones moralmente negativas –como el remordimiento, la
culpa y el arrepentimiento– no dependen de una autocomprensión o conciencia
y que el contenido de una experiencia moral y el foco de un reproche o un
elogio son las disposiciones presentes en ese momento. La responsabilidad moral
no es histórica, sino que es mejor vista como una respuesta instintiva a ciertos
estímulos. De este modo, consigue erosionar una de las bases sobre las que se
paran Hutto y el resto de los autores: que la Psicología de Sentido Común es una
práctica narrativa (cfr. Strawson 2007).
41 Dan Zahavi resumió los principales hitos de la postura narrativista y las
diferentes problemáticas tratadas, más allá de la NPSC de Hutto, en su artículo
de 2007.
238 Psicología de Sentido Común
portancia, sino que por el contrario “las personas son creaciones únicas
de la actividad narrativa” (cfr. Zahavi 2007).
Del amplio abanico de temáticas analizadas a partir de este prisma
de la narración, me gustaría rescatar dos cuestiones que creo son útiles
para enfrentar con aquello que propone Hutto y el resto de los autores
sobre Psicología de Sentido Común. Por un lado, la manera en que se
presenta la relación entre la narración y la constitución de la indivi-
dualidad (selfhood) y por otro, en íntima conexión, el vínculo entre la
narración y la interacción con terceros.
En el primer caso, el yo (self) es planteado como un producto que
surge de prácticas discursivas y que sólo puede llegar a ser entendi-
do a partir de estas narraciones. Se trata de una tesis sustantiva y no
meramente epistemológica, porque el yo resulta ser una construcción
narrativa. Es diferente de ser meramente consciente o sintiente, no es
algo dado sino algo a lo que se arriba a partir de una autointepretación
narrativa.42 Esta afirmación es tan fuerte que, en tanto somos construc-
ciones narrativas, R. A. Neimeyer sostiene que “como especie debería-
mos ser llamados Homo Narrans y no Homo Sapiens” (cfr. Neimeyer,
2003, p. 167). Para Bruner, la razón por la cual las narraciones constitu-
yen una manera privilegiada de obtener conocimiento sobre el yo (self)
es, justamente, porque está constituido narrativamente. “El yo (self) es
probablemente la pieza de arte más admirable que alguna vez hayamos
construido y sin dudas es la más intricada” (Bruner 2002, p. 14).
Los seres humanos desarrollan lentamente sus habilidades para
crear autonarraciones (self-narratives) a lo largo de su niñez, en un pro-
ceso que está socialmente mediado y que se da en etapas. Estas autona-
rraciones son vehículos cruciales para reflejar nuestras vidas y acciones
y juegan un rol fundamental en nuestro desarrollo personal y ético. Los
fragmentos autobiográficos, por ejemplo, pueden servir como objetos
de reflexión, ya sea en la suerte de diálogos con uno mismo que puedan
tener o en el curso natural de nuestra conversaciones con otros. Las au-
tonarraciones revelan mucho más que hechos de nuestras situaciones,
sino que implican también preocupaciones, intereses y características
42 “Lo que soy no es algo dado, sino algo que va desenvolviéndose, que consigo a
través de mis proyecto. No existe tal como quién soy independientemente de
cómo me entiendo y cómo me interpreto a mí mismo” (cfr. Zahavi 2007, p. 179),
Tomás Balmaceda 239
de sus autores, ya que uno elige qué subrayar o enfatizar de cada uno.43
Goldie cree que estas narraciones pueden afectar profundamente la
manera en la que respondemos a nuestro pasado y cómo conduciremos
nuestra vida en el futuro (cfr. Goldie 2004, p. 117).
Del mismo modo, las narraciones están presentes en la manera
en la que me relaciono con los demás, porque para conocer al otro
necesito conocer su historia de vida. La construcción que uno realiza
para formar su yo es lo que se comparte a la hora de exponer motivos
de por qué se actuó de determinada manera. También es la manera
en la que se da sentido a las acciones de los demás y a las razones que
tuvieron.
A mi entender, ninguna de estas notas están presentes en las ideas
de Hutto, aun cuando él insiste en afirmar la centralidad de las na-
rraciones en su propuesta. Si él reconociese que está utilizando una
versión deflacionada de Narrativismo –tal como yo creo que es el
caso– podría simplemente ver a las narraciones como herramientas
de sofisticación de las habilidades de Psicología de Sentido común.
Parece sensato creer que es mediante narraciones que los niños ma-
duran sus habilidades de Psicología de Sentido Común y logran la
maestría de conceptos mentales complejos y difíciles de ser enseñados
si no es mediante ejemplos.
Pero comprender un cuento o una ficción es muy diferente de ser
parte de una conversación. Y creo que aquí hay otro aspecto problemá-
tico para el Narrativismo, porque las primeras son artefactos represen-
tacionales complejos, que nos exigen ejercitar correctamente la ima-
ginación y en ocasiones avanzar sobre temáticas desconocidas o poco
frecuentes. En las conversaciones, en cambio, solemos discutir sobre
sujetos que ya conocemos en situaciones familiares. A lo largo de sus
textos, Hutto parece subsumir a las conversiones dentro de las narra-
ciones o, al menos, no se ocupa de hacer una distinción entre ellas que,
creo, es necesaria. De hecho, una vez que se diferencian claramente
narraciones de conversaciones el planteo del Narrativismo puede verse
bajo una nueva luz.
44 Peter Lamarque y Stein Haugom Olsen señalan una diferencia entre “literatura” y
“ficción”. La primera, en un sentido estrecho, es un tipo de discurso caracterizado
por una escritura creativa e imaginativa valorada en nuestra cultura occidental y
que invita a ser apreciada de una manera distintiva. Ficción, en cambio, es un uso
específico del lenguaje –aplicable a nombres, oraciones y discursos– neutrales en
términos valorativos. En este sentido, no toda literatura es ficción ni toda ficción
es literatura. En la literatura existen ciertas aspiraciones (como llevar un mensaje,
dejar una moraleja, etc.) que no es necesaria a la hora de hablar de ficciones. A
los fines de la comparación que quiero llevar a cabo entre los personajes de las
obras que Hutto y los narrativistas mencionan y las personas de carne y hueso,
hablaré de obras literarias de ficción (Lamarque & Olsen 1994).
Tomás Balmaceda 241
7.1 Introducción
2 Como ya expuse en el capítulo anterior, y reafirmaré en 7.5, antes de que esto sea
posible los niños ya cuentan con ciertas prácticas corporeizadas –emocionales,
sensoriomotoras, perceptuales y conceptuales– para navegar socialmente. Para
Gallagher, estas habilidades son primarias y se mantienen a lo largo de toda la
vida.
252 Psicología de Sentido Común
3 Pero sostener una noción tal –fuertemente influenciada por las prácticas
científicas– implica la existencia de un cuerpo de información teórico tal
como creen los teóricos de la teoría. Esto, según Hutto, los compromete con la
racionalidad de los agentes, ya que si realmente la Psicología de Sentido Común
es un conjunto de reglas, leyes o generalizaciones, requiere que sean agentes
racionales los que las pongan en juego en cada momento. Las explicaciones
deberían tener una forma similar a “En una situación de tipo C, cualquier
agente racional haría X” (Hutto 2007a, p. 9; ver también Kölger & Stueber
2000b, 13.15). E implicaría tomar alguna noción de racional, una tal que sea
compartida por todos los agentes, lo que lleva a pensadores como Dennett a
hablar de “un concepto de racionalidad sistemático pre-teórico” (Dennett 1988
p. 98) que no puede ser otra cosa más que intuiciones compartidas. Pero esto es
un obstáculo, ya que impediría contar con un sistema de adscripción de actitudes
proposicionales cerrado (Hutto 2007a, p. 10).
254 Psicología de Sentido Común
aplican, como señalamos más arriba, sólo a otros sujetos de los que tene-
mos pruebas que poseen mentes, sino también y de manera compulsiva
a diferentes entidades como animales, niños e incluso objetos animados
como máquinas y computadoras, siempre que demuestren tener algunos
rasgos (incluso muy mínimos) cercanos a los de la agencia.4
Al asumir esta faceta normativa -en la que el lenguaje, las conver-
saciones y las narraciones son herramientas fundamentales– el Narra-
tivismo se pone en ventaja frente al Enfoque Cartesiano en al menos
cuatro aspectos. Por un lado, el trabajo que deben realizar los sujetos
para interpretar a los demás es mucho más sencillo y modesto, porque
las normas con las que contamos agilizan nuestras interacciones. En
segundo término, al volvernos más previsibles aceptando las normas
comunes, el “trabajo duro” de la comprensión cotidiana no es realizado
por los sujetos sino por el mundo mismo, gracias a las normas y rutinas
que estructuran nuestra interacción (cfr. McGeer 2007, Hutto 2007a).
Esto abre un abanico de posibilidades a la hora de querer transmi-
tir nuevos mensajes. Cuando decidimos romper las normas y rutinas
socialmente aceptadas, por ejemplo, deseamos que eso sea interpreta-
do correctamente por los demás o al menos sabemos que será toma-
do como un suceso excepcional. Esto sólo tiene sentido porque hay
un marco regulatorio más amplio en el cual se impone (para McGeer,
esto es igual que las metáforas, que son exitosas por su desviación del
lenguaje literal). En tercer lugar, ya no es necesario ni suponer que po-
seemos una teoría para explicar a los demás o que tenemos que realizar
una simulación, sino que las habilidades de Psicología de Sentido Co-
mún se acercan a un “saber cómo”. Es como hablar y escuchar, o como
expresar y atender a lo que fue expresado, en el sentido de las dos caras
de un mismo ejercicio, de una competencia práctica en la que no hay
nada misterioso, sino que conocemos y anticipamos lo que puede venir.
Finalmente, en términos de la ontogénesis de la Psicología de Sentido
Común, la interacción social del niño en un mundo que ya se presenta
estructurado va sofisticando y ampliando sus capacidades a la vez que
se convierten ellos mismos en agentes comprensibles.
a un pueblo, hay que brindar las razones que tuvo y eso necesariamente
involucrará emociones complejas como celos, orgullo o ambición, y ca-
racterísticas propias de la personalidad del sujeto –apático, rencoroso,
irancundo, etc.– y de su historia (hace años que es motivo de burla entre
sus vecinos, se crió en un ambiente hostil, nunca fue aceptado por los
suyos, etc.). Pero esto no sólo se impone frente a sucesos extraordina-
rios como una matanza, sino también en situaciones ordinarias, como
cuando alguien se come el último trozo de torta en la mesa a pesar de
que no tiene hambre y otros todavía no comieron; o aquellos caso en los
que alguien se expone a amenazas peligrosas “por curiosidad”.
La propuesta de Goldie para desechar el supuesto de que las ex-
plicaciones de la conducta cotidiana pueden darse en términos de
razones que se desglosan en deseos y creencias es distinguir entre
“explicaciones densas” y la “racionalidad liviana”. Según esta óptica,
las acciones intencionales siempre pueden expresarse en términos de
deseos y creencias pero rara vez recurrimos a esta fórmula. Sólo lo ha-
cemos cuando algo falla y alguna clase de error aparece en el horizon-
te de nuestra explicación, sobre todo cuando alguna de las creencias
involucradas resulta ser falsa.6 Estas explicaciones son tan “livianas”
que en condiciones normales resultan redundantes o poco iluminado-
ras. En este sentido, Goldie cree que existe una racionalidad liviana
con la que operamos la mayor parte del tiempo y que no distingue por
qué se realiza una acción u otra. Por ejemplo, si uno le pide a alguien
que haga una predicción de lo que una persona racional haría en caso
de que un mozo le trajera el gusto equivocado de helado de postre,
seguramente respondería “depende”.
La racionalidad liviana necesita que haya elementos que la com-
plementen y la fortalezcan, mediante razones. Éstas constituyen lo que
Goldie denomina “explicaciones densas” y pueden clasificarse en al me-
nos cuatro clases:
niveles (cfr. 6.2.1). Como quedó claro, para él los actos de respuestas
intersubjetivas no se realizan mediante el despliegue de una teoría, un
razonamiento inferencial o una simulación proyectada, ya que no se
realiza ninguna adscripción mental cuando se observa una determi-
nada conducta. De hecho, no existen razones para pensar en un hiato
entre mi “yo” y el otro, sino que esta postulación es un viejo prejuicio
filosófico (cfr. Hutto 2002, Hutto 2006). La interacción emocional, la
imitación e incluso ciertas formas sofisticadas de respuesta emocional
son mejor explicadas en términos de reacciones corporeizadas, sin que
tengan en sus bases pensamientos inferenciales, ni teóricos ni prácticos.
No existe ningún principio psicológico o conductual que explique la
interacción intersubjetiva uno-a-uno en los animales sociales (inclu-
yendo la interacción entre adultos normales). No es correcto caracte-
rizar a estos encuentros a la luz de las observaciones neutrales que se
dan desde una perspectiva de tercera persona, con inferencias “frías” de
acuerdo a determinados estados mentales. En cambio, reaccionamos
directamente a las actitudes de los otros expresadas corporalmente y lo
hacemos así porque es nuestra predisposición natural. Si bien el autor
se preocupa por dejar bien en claro que estas predisposiciones pueden
ser modificadas con el tiempo por la cultura en la que vivamos o la
educación que recibamos, es innegable una base que ya está presente en
el nacimiento y que influye de manera decisiva a lo largo de la vida (cfr.
Hutto 2007a, p.115).
En base a esto, Hutto toma la noción de Gallagher de habilidad
para leer cuerpos, pero sólo para criticarla. Para el pensador narrativista,
cambiar el objeto de esta habilidad de lectura –pasando de la mente al
cuerpo– sigue manteniendo el núcleo del error. Aunque admite que
Gallagher está en la buena senda, le señala dos problemas. Por un lado,
es problemático mantener la metáfora de la lectura, porque le agrega
connotaciones intelectualistas que confunden la naturaleza de las rela-
ciones intersubjetivas, que no involucra ningún proceso interpretativo
en ningún nivel. Y por otro, parece indicar una pasividad allí donde hay
una pura reacción, un movimiento directo frente a actitudes intencio-
nales y expresiones emocionales como el enojo, el interés sexual o la
incomoidad (Hutto 2007a, p. 116).
Esto va de la mano con la impronta general de Hutto, quien quie-
re colocar en los estadios iniciales a las capacidades orgánicas básicas
para reconocer y responder a la agencia, las emociones y las acciones
Tomás Balmaceda 267
sos necesarios para lidiar de manera exitosa con los casos cotidianos a
los que nos enfrentamos (Hutto 2007a, p. 20). Esto se soluciona –bajo
su óptica y, de algún modo, también bajo la de Gallagher– completando
esta estrategia atributiva con la postulación de un marco alrededor de
la comprensión de las acciones que es semejante al de las narraciones o
que directamente está formado por ellas.
Esto no significa, de ningún modo, restarle importancia al cuerpo,
que está en el corazón de esta renovación en los estudios de la Psico-
logía de Sentido Común. La visibilización de los estados mentales que
buscan llevar adelante los Nuevos Enfoques, justamente, borra la línea
entre lo mental y lo corporal para defender que vemos lo que siente,
quiere y piensa el otro en su cuerpo (cfr. 7.5). Es lo que sucede, por
ejemplo, en las relaciones cara a cara, en las conversaciones e incluso en
la experiencia cinematográfica o teatral (cfr. Gomila 2002, p. 67).
Una vez más queda claro que para estos autores rara vez en nues-
tra vida cotidiana utilizamos la tan defendida atribución de deseos y
creencias de estados mentales. Gallagher es directo con respecto a esto:
“Incluso en casos en donde conocemos (o creemos conocer) a la otra
persona muy bien, podemos quedar perplejos ante determinadas con-
ductas. Al discutir sobre las acciones de un amigo con alguien que no
lo conoce bien, quizás terminemos exponiendo una teoría sobre por
qué reaccionó de determinada manera. Parece muy posible que descri-
bamos a esto en términos de una teoría de la mente” (Gallagher 2002,
p. 92). Pero entender que los otros pueden ser fuente de información
sobre el mundo no requiere adoptar actitudes proposicionales como las
de creencia o deseo. Como señalé en 7.2, todos los autores reconocen
que existen ocasiones en las que se imponen perspectivas de primera y
tercera persona para poder comprender qué es lo que está sucediendo
y para entender a los demás. Se trata de una excepción y no la regla, de
casos periféricos y muy poco frecuentes, sobre todo cuando se desvían
de aquellas expectativas que tenemos a partir de nuestra experiencia o
no se respetan las reglas y roles sociales que compartimos con el próji-
mo. También pueden ponerse en juego cuando las razones que el otro
da sobre su conducta nos parecen sospechosas o directamente falsas.
De hecho, las dudas sobre alguna acción nos puede forzar a especular o
suponer qué es lo que verdaderamente está pasando y no podemos ver
a primera vista (Hutto 2007a, p. 13). De otro modo, nuestra reacción
natural es abordar al otro “de vos a vos”, para decirlo de algún modo.
270 Psicología de Sentido Común
8.1 Introducción
rencias de enfoque en algunos casos son tan radicales que impiden una
discusión fructífera pero que, por eso mismo y de forma casi paradójica,
abren la posibilidad a un modelo mixto con contribuciones de ambos
lados. En el siguiente capítulo desarrollaré esta idea, sugiriendo que es
posible –y deseable– un abordaje pluralista de la Psicología de Sentido
Común.
2 Ratcliffe aclara que las normas no deben ser entendidas como rígidas o de
cumplimiento obligatorio, del mismo modo que un cartel de “No Fumar” no
impide que alguien prenda un cigarrillo. Pero sí debe entenderse que indican
“prescripciones leves” sobre el curso de acción que alguien puede tomar (cfr.
Ratcliffe 2007, p. 98).
284 Psicología de Sentido Común
Para ello recoge dos fenómenos muy estudiados en las últimas déca-
das y que ya mencioné en numerosas ocasiones a lo largo de este traba-
jo, pero que ahora se busca interpretar bajo una nueva luz. El primero es
la imitación neonatal, que para este autor es prueba no sólo de que los
bebés son capaces de reproducir las expresiones y gestos de los adultos,
sino que al hacerlo demuestran la íntima conexión que existe entre la
acción y la percepción de la acción. Los niños pequeños no cuentan con
la suficiente experiencia como para que se pueda sostener que el mapeo
que realizan de la cara del otro y de la propia sea el fruto de un apren-
dizaje, sino que se requiere una conexión innata entre la propriocepción
y la percepción.
Esta misma conexión es explicada por la segunda evidencia señala-
da por Ratcliffe, las neuronas espejo. La presencia de estas estructuras
en el área F5 de la corteza premotora de los macacos, y la indicación
de que también estarían presentes en humanos, serían la evidencia ne-
cesaria para reforzar la idea de una íntima relación entre la acción y su
percepción. Las neuronas espejo se activan en los monos cuando ven
a otro mono realizar una acción con la mano, pero no cuando están
en presencia de una herramienta. Otros estudios, incluso, indican que
no hay activación frente a movimientos, en tanto cambios físicos en la
postura, sino sólo frente a una estructura de la acción (cfr. Rizzolatti,
Craighero & Fadiga 2002, p. 37). Algunos autores especulan que el
sistema de neuronas espejos es mucho más sofisticado en los hombres.
Por motivos éticos y legales, la metodología con la que contamos en
la actualidad no puede ser utilizada en humanos, pero varios estudio-
sos especulan que nuestras neuronas espejo podrían activarse cuando
utilizamos nuestros cuerpos para hacer gestos comunicativos, incluso
cuando no tengan como fines objetos (Rizzolatti, Craighero & Fadi-
ga 2002, p. 41). Otros, además, postulan un sistema para la detección
de un amplio rango de expresiones faciales y su identificación con las
propias expresiones (Studdert-Kennedy 2002). Mientras que Goldman
y Gallese, por ejemplo, plantean que las neuronas espejo podrían ser
precursoras de habilidades intersubjetivas maduras y que por eso son
evidencia a favor de una postura como la Teoría de la Simulación, Ga-
llagher aclara que el término “simulación” indica una doble actividad
que no se refleja en los descubrimientos disponibles. Simular parece re-
querir que un tercero sea percibido y luego simulado, mientras que para
las neuronas espejo “la percepción de una acción ya es el entendimiento
286 Psicología de Sentido Común
3 Otro que esboza una explicación de cómo podría llevarse a a cabo este proceso de
captación directa es Gallagher, quien a su vez cita ideas de Gibson. Sin embargo,
creo que la mención al psicólogo sólo agrega oscuridad a la cuestión. Según
describe Gallagher, para Gibson toda la información que necesitamos para
percibir objetos o posibilidades de acción ya está presente “en la luz transmitida
a nuestros órganos sensoriales de manera directa”, sin necesidad de computación
o inferencia alguna. Lo que no queda claro es qué entiende aquí Gibson por
“directo”, porque parece sostener que no se requiere ningún proceso mental
adicional para la comprensión, pero no se sabe si hace referencia meramente a
procesos conscientes –esto es, de nivel personal– o si deja abierta la posibilidad
de que en el cerebro se produzcan las computaciones que Gallagher rechaza,
inaccesibles a nuestra percatación (cfr. Gallagher 2001).
288 Psicología de Sentido Común
como dado, en el sentido de que “creo que en este momento estoy es-
cribiendo” o “creo que hay seis sillas y una mesa en esta habitación”.
Lo mismo ocurre con los deseos, cuyo uso cotidiano se solapa con
mucha frecuencia con el verbo “querer”. Ambos términos se refieren a
actitudes diferentes pero la distinción sólo se logra apreciando el con-
texto más amplio en el que se lo utiliza. “Querer un helado” y “Desear
un helado” puede significar en un caso que uno tiene ganas de comer un
helado mientras camina por la calle en pleno verano y en otro que uno
está a dieta y empieza a sentir la falta de ciertos alimentos que no tiene
permitidos (cfr. Ratcliffe 2007, p. 190). No queda claro cuál de los dos
usos es el que debería recoger la Psicología de Sentido Común ni cuál
es el que efectivamente utiliza. Esto está en íntima relación con el papel
causal que tiene un deseo con respecto a la acción. No es lo mismo
desear la paz mundial o que se encuentre una cura al HIV que desear
calmar el hambre que tenemos en medio de una reunión al mediodía.
En un caso parece difícil sostener que este estado determinará cambios
concretos en la conducta, mientras que en otro parece evidente que
se producirán acciones puntuales, como pedir un receso para almorzar
o sugerir continuar la reunión en un restaurante. Esto es interesante
porque para el Enfoque Cartesiano hay una íntima y profunda relación
entre estados mentales y acciones: las creencias y los deseos motivan la
acción. Scholl y Leslie, por ejemplo, afirman que “cuando vemos a una
persona correr detrás de un tren que acaba de arrancar, la interpretamos
como un agente intencional, que cree que allí hay un tren que acaba
de arrancar y que quiere subirse a él” (Scholl y Leslie 1999, p. 131, la
cursiva es del original).
El uso de “deseo” y “creencia” por parte del Enfoque Cartesiano es
muy diferente a estas consideraciones. Ratcliffe, por ejemplo, introduce
una distinción en estos autores: “Los defensores de la Psicología de
Sentido Común tienden a usar estos términos sin mayores reservas o
para sostener que ‘creencia’ y ‘deseo’ son actitudes proposicionales con
roles distintivos: en el caso de la creencia, siendo informacional y en
el caso del deseo, motivacional” (cfr. Ratcliffe 2007, p. 190). Él dife-
rencia a estas actitudes proposicionales con las actitudes ‘oracionales’.
Las primeras hacen referencia a un estado de cosas en el mundo, que
puede ser expresado en una proposición, mientras que las segundas son
actitudes que se tienen frente a una oración, como cuando un sujeto
cree que la oración “El actual rey de Inglaterra se llama Arturo” es falsa.
294 Psicología de Sentido Común
Es diferente pensar sobre algo y pensar sobre una oración sobre algo.
El uso de “deseo” y “creencia” en los autores tradicionales es tan amplio
que implica ambas posiciones y con esto su naturaleza demuestra ser
demasiado heterogénea.
Por ejemplo, Stich y Ravenscroft afirman que “cuando una per-
sona normal ve un semáforo que cambia de luz roja a luz verde, cree
que ha cambiado de rojo a verde” (Stich y Ravenscroft 1996, p. 126),
es decir que cuando A ve x entonces cree que x sucedió. ¿Pero es
así como nos manejamos cotidianamente? Parece raro creer que en
nuestra vida diaria vamos constantemente generando cientos de
creencias como “Creo que en esta habitación hay seis sillas”, “Creo
que en esta habitación hay una mesa”, “Creo que las sillas están aquí
para que nos sentemos”, etc. Lo mismo ocurre con el semáforo: no
necesitamos postular ninguna creencia sobre sus luces, lo que nos
indican o las leyes de tránsito, simplemente sabemos su función por-
que es una situación común y compartida por todos los hombres en
esta sociedad.
El segundo blanco de ataque de los Nuevos Enfoques contra la pri-
macía de deseos y creencias es que incluso si aceptásemos que esos
estados mentales pueden ser utilizados para dar cuenta de nuestras ac-
ciones cotidianas, existen maneras de explicar esas mismas conductas
que prescinden de ellos y son más sencillas y atractivas. Ése es el caso
del entendimiento que mencioné en el apartado anterior. Es posible
entender las razones que motivaron a la acción a otra persona a partir
de un doble abordaje: por un lado la percepción directa de sus accio-
nes, gestos y expresiones corporales y por el otro la constelación de
reglas, normas y funciones que están presentes en las situaciones so-
ciales. Cuando vamos a un restaurante, podemos interactuar satisfac-
toriamente con un mozo no porque le estemos atribuyendo deseos y
creencias, sino porque conocemos el contexto y somos probos en esas
situaciones. Entendemos su rol como mozo frente a nuestro rol como
cliente y en base a esto actuamos. Es una “comprensión situacional”, en
tanto entendemos de qué manera las personas actúan normalmente en
situaciones particulares a partir de sus roles sociales particulares (cfr.
Ratcliffe 2007, capítulo 4).
Pero incluso si decidiésemos aceptar que ambos tipos de explicación
–una apelando a la postulación de estados mentales, la otra percibiendo
directamente las acciones para la acción– son igualmente buenas, o si
Tomás Balmaceda 295
con los demás. No sólo discuten que éste sea la manera estándar en la
que se realiza esta comprensión, aunque admiten que en casos extraor-
dinarios adoptamos esas técnicas. Estos autores van más allá y llegan a
afirmar que no necesitamos de la atribución de estados mentales para
interactuar con otras personas. Esto significaría que la caracterización
de la Psicología de Sentido Común tal como la plantearon la Teoría de
la Teoría, la Teoría de la Simulación y los defensores del modularismo
–y tal como se la estudió durante tres décadas– es, como mucho, un
fenómeno infrecuente y que por lo tanto no merecería la desmedida
atención que se le dio en este tiempo.
Pero si reconocemos que basta entender la situación y captar en el
cuerpo del otro sus emociones e intenciones, ¿sigue teniendo sentido
postular la adscripción de estados mentales? Si existe una percepción
directa, ¿para qué preocuparse por deseos y creencias? Éste es el cami-
no que toma, por ejemplo, Ratcliffe, quien sugiere de manera radical
dejar de lado el estudio de los estados mentales, que habrían entrado
en desuso.5
5 Es interesante señalar que desde una perspectiva totalmente ajena a los planteos y
motivaciones de los Nuevos Enfoques, José Luis Bermúdez también ha defendido
una posición similar con respecto al rol de los deseos y creencias en las situaciones
cotidianas. En un trabajo de 2005, el filósofo se encarga de analizar cuál podría
ser el dominio de la Psicología de Sentido Común y termina defendiendo un
sentido muy estrecho de Psicología de Sentido Común a partir de la tesis de que
no requerimos de la adscripción de estados mentales en nuestra vida cotidiana,
ya que podemos ser exitosos en nuestra navegación social ordinaria sin echar
mano ni a deseos ni creencias. “Existen amplias áreas de la comprensión social
que pueden ser modeladas sin términos de la Psicología de Sentido Común”
(Bermúdez 2005, p. 35). En principio tendríamos dos clases de comprensión
cotidiana. Por un lado, una heurística que sólo requiere reconocer cómo han
actuado los otros agentes, sin apelar a ningún estado mental. Su ejemplo es el
algoritmo “TIT-FOR-TAT”, ampliamente estudiado por la teoría de juegos. La
aplicación de esta heurística tampoco involucra la explicación o predicción de la
conducta, sino simplemente responder de una determinada manera de acuerdo
a cómo actuó la otra persona. La segunda clase de comprensión cotidiana es a
través del marco que ofrecen las situaciones rutinarias, las situaciones familiares
y los roles sociales. Esto permite que tengamos una suerte de borrador de las
circunstancias más comunes con las que nos topamos y que podamos atravesarlas
sin problemas. Si existe alguna desviación del marco corriente, simplemente
utilizaremos un razonamiento por analogía para superarlo. De este modo, no es
necesario apelar a ninguna teoría o simulación. Todo esto se realiza sin involucrar
a los estados mentales en ningún paso.
Tomás Balmaceda 297
creencia– logran pasar sin problemas esta versión modificada del test
(Leekam & Perner 1991; Leslie & Thaiss 1992). Para algunos, esto es
indicación de que su fracaso puede deberse a fallas de otro orden y no
a un déficit para comprender creencias / representaciones falsas. Los
experimentos no permiten demostrar que se está infiriendo la conducta
de una agente utilizando el concepto de falsa creencia y que por eso el
sujeto demuestra tener maestría en su uso.
El test de la falsa creencia no permite distinguir entre atribuir es-
tados mentales y representar estados mentales, es decir, entre tener una
conducta determinada y tener un conocimiento acerca de las mentes
de terceros. Como bien ha señalado Leslie en sus trabajos sobre la ar-
quitectura cognitiva detrás de las habilidades de Psicología de Sentido
Común, razonar acerca de creencias falsas es una tarea compleja, bási-
camente porque resulta antiintuitivo para un sujeto la idea de que una
creencia pueda ser falsa (cfr. Leslie 1994). Precisamente, es un rasgo
inherente al concepto de creencia el asentimiento a las mismas. Se su-
pone que las creencias son verdaderas, por lo tanto –aun cuando el niño
comprenda que una creencia puede ser falsa– es una tarea compleja
resolver una situación en la cual la falsedad de una creencia debe darse
por supuesta. Básicamente, se está pidiendo que el sujeto suspenda sus
intuiciones acerca de qué es estar en un estado de creencia Numerosos
autores, además, apuntan sus críticas a que el test de la falsa creencia
parece requerir el dominio o madurez de otras áreas cognitivas para su
correcta resolución. Se trata de un test que involucra varios personajes
en interacción y eventos que se suceden en un orden determinado y que
están relacionados de una manera compleja. Al analizar las caracterís-
ticas del test parece ponerse en evidencia que para poder tener éxito en
el mismo es necesario poseer habilidades sofisticadas tanto en lo que
respecta a las funciones ejecutivas, como a las capacidades memorísticas
y atencionales. Una serie de experimentos mostró que la prepotencia de
la respuesta de niños de tres años en base al estado de cosas real en el
mundo persevera aún cuando se les dice explícitamente cuál es la creen-
cia falsa del personaje (Bartsch & Wellman, 1989). Clements y Perner,
por ejemplo, mostraron que niños de 2 años miraban correctamente a
la ubicación original cuando se les preguntaba acerca de dónde iría el
personaje a buscar el objeto, sin embargo, no predecían correctamente
la acción del personaje. Esto sugeriría que tienen una correcta repre-
sentación de la falsa creencia, a pesar de que no pueden convertir esa
Tomás Balmaceda 301
leer mentes que sea inclusiva, en la que cada experiencia y cada com-
prensión de las otras criaturas con mente –y no sólo aquellas en las
que se requiere entender creencias falsas– involucre un proceso de
lectura de mentes. Sin embargo, a la luz de la evidencia con la que
contamos actualmente se debe reconocer que los niños leen mentes
mucho antes de que puedan pasar tests de la creencia falsa, por lo que
ya no habría nada exclusivo en las creencias falsas o en las metarre-
presentaciones en nuestra comprensión cotidiana, lo que debilitaría
a la Teoría de la Teoría ya que sería reconocer que algunos estados
mentales importantes para nuestra interacción diaria son compren-
didos de manera no teórica.
La segunda opción es optar por una definición excluyente de habili-
dad para leer mentes que sólo acepte que ésta se realice cuando el niño
es capaz de realizar adscripciones de creencias falsas, es decir, cuando
logra inferencias de entidades teóricas y no observables. En este caso,
se podría mantener que los tests tradicionales de la falsa creencia son la
mejor manera para saber si un niño puede leer una mente. Pero habría
que acomodar la evidencia en contra postulando algunos mecanismos
para entender a los demás que incluyan a las emociones e intenciones
de los otros mediante percepciones inmediatas, lo que también debili-
taría a la Teoría de la Teoría, porque recortaría su campo a un fenómeno
muy pequeño y excepcional y reconocería que algunos estados mentales
importantes para nuestra interacción diaria son comprendidos de ma-
nera no teórica.7
Si bien al apuntar a sus bases compartidas Gallagher busca con sus con-
tribuciones atacar al Enfoque Cartesiano in toto, este filósofo también
se dedicó en algunos trabajos a elaborar críticas puntuales a la Teoría
7 De algún modo, se trata de una consecuencia natural de pensar que los estados
mentales son cosas privadas e internas, y no cosas visibles en acciones con
sentido o conductas expresivas. Entendidos así, es razonable pensar que los
chicos no podrían tener maestría de esos conceptos hasta una edad avanzada.
Zahavi indica con rapidez: “La pregunta obvia y crucial es por qué uno querría
optar por una comprensión de la mente tan estrecha en primera lugar” (Zahavi
2005, p. 189).
Tomás Balmaceda 313
9.1 Introducción
equivocado (6), nos parece que no hay una Narración de Sentido Común
o una lectura de cuerpos que nos dé las mejores y más rápidas herramien-
tas para entender lo que allí sucede que la Teoría de la Teoría, la Teoría
de la Simulación o un abordaje modularista. Sin embargo, estos tres mo-
delos sólo podrían ofrecer dificultosas reconstrucciones de por qué Luis
Alberto le retruca a María Gabriela que está enamorada de otro hombre
a pesar de que ella no expresó más que su deseo de divorciarse (14).
En el caso de la empatía que sienten Pedro y su novia sobre el fi-
nal de la película iraní en el cine (7), el mecanismo que está detrás de
ese fenómeno sin dudas es haber adoptado una perspectiva de segunda
persona, en donde incluso frente a una obra de ficción con un contexto
culturalmente distinto, se sintieron interpelados. Algo similar ocurre
cuando nos conmovemos con Fito cuando nos cuenta su tristeza por la
muerte de su perro y recordamos lo que sentimos cuando hace ya varios
años perdimos a nuestra mascota (15).
Los indicios que nos da el cuerpo y todo aquello de lo que no se
dice explícitamente pero que está presente gracias a nuestros gestos,
caras, posturas y tonos de voz le permiten saber a Oscar que la chi-
ca a la que intenta invitar a salir no está interesada en él y a ella le
advierte que está en presencia de un verdadero admirador de su be-
lleza (8). La Teoría de la Interacción bien puede dar cuenta de esto,
sin que ni a Oscar ni la muchacha les haga falta adscribir deseos y
creencias con simulaciones, teorías o mecanismos de Teoría de la
Mente (cfr. 6.1.2).
Sin embargo el cuerpo no podría mostrarle a Lissa las razones de
por qué Lourdes salió corriendo desesperada por el bosque (9). Sin
dudas el miedo que vio en los ojos de su amiga la contagió de ese te-
mor, pero debió ponerse en su lugar y ver al oso acercarse para recién
entender las razones de su estampida (cfr. 3.2.2). Es el mismo con-
tagio emocional que puede sentir el bebé de Virginia frente al ánimo
de su mamá (10), que parece dejar pocas dudas sobre la existencia de
estructuras innatas que ofrecen una sensibilidad especial para reco-
nocer a otras personas y, en especial, otras caras. O lo que le sucede
a Fabiana cuando llora al ver a su amiga Hilda lastimarse, a pesar de
que ella no sufrió ningún golpe (16). Y cuando la hija de Valeria juega
a hablar por teléfono con ella con una banana (11) entiende que es
una simple fruta pero que comparte con su madre una ficción común
(cfr. 4.3.3). Pero cuando entendemos que Johnny se enoja más que
Tomás Balmaceda 327
en todos los casos teníamos control (cfr. 3.2.3). Las diferentes modificaciones
que fueron sufriendo estas ideas cambiaron el panorama y ya no es posible
hacer una división tajante entre autores o corrientes simulacionistas entre el
nivel personal y el subpersonal. En el caso de la corriente conductista, la resis-
tencia de Gordon a dar una definición explícita de qué es lo que entiende por
simulación dificulta mucho las cosas (cfr. 3.4). Según sus propias palabras,
simular involucra “ponerse en los zapatos del otro”, “hacer los ajustes nece-
sarios” (cfr. Gordon 1995b, p. 63) y “tomar decisiones en ese mundo fingido”
(cfr. Gordon 1995b, p. 66), todas descripciones que encajan en el plano per-
sonal. Y cuando habla de una “proyección total” (cfr. Gordon 1995a, p. 105)
para hacer referencia a la simulación, se refiere a imaginarnos siendo el otro
pero sin abandonar las propias creencias a favor de la de terceros. Pero creo
que pensar en las rutinas de ascenso como personales podría plantear algunas
dificultades, porque requerirían mucha atención y esfuerzo como para que se
lleven adelante en todas las interacciones.
Por el lado de los autores introspeccionistas, la simulación obtenida
por ingresar los estados mentales fingidos en un proceso cognitivo fuera
de línea que genera nuevos estados mentales a partir de los primeros se
sitúa en el nivel subpersonal (cfr. 3.3). Esto queda patente en el caso de
las menciones a las neuronas espejo, que dan cuenta de los mecanismos
no conscientes que subyacen a la conducta.
Por último, al preocuparse por los componentes innatos que están
presentes en nuestra comprensión de los demás, las propuestas mo-
dularistas como las de Baron-Cohen y Leslie se interesan por el nivel
subpersonal, al menos con respecto al momento del desarrollo del suje-
to que les interesan explicar.
De este modo, dentro del Enfoque Cartesiano no hay un acuerdo
entre si las explicaciones que se buscan para la Psicología de Sentido
Común deben estar en el nivel personal o en el subpersonal.
En la vereda de enfrente, los Nuevos Enfoques parecen situarse en
el nivel personal. La impronta fenomenológica que adoptan todos sus
autores –en especial en la Teoría de la Interacción, pero también los na-
rrativistas y los defensores de la Perspectiva de Segunda Persona– de-
bería mantenerlos al margen de pronunciarse con respecto a qué sucede
en el nivel subpersonal.1
2 Zahavi necesita explicar cuáles podrían ser los mecanismos que subyacen a
nuestra Psicología de Sentido Común. Él acepta que existen “mecanismos de
procesamiento de información” (Zahavi 2005, p. 222) pero no explica si es que se
trata de modelos representacionales. De este modo, no le cierra las puertas a la
posibilidad de que mecanismos teóricos estén en juego en nuestra comprensión
cotidiana.
Tomás Balmaceda 333
Gráfico I
348 Psicología de Sentido Común
Gráfico II
Tomás Balmaceda 349
Gráfico III
350 Psicología de Sentido Común
Gráfico IV
351
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