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Foro Internacional sobre Políticas Lingüística y Diversidad Cultural

Cusco, 24 y 25 de marzo de 2015

Afirmación cultural y políticas lingüísticas

Inge Sichra
isichra@proeibandes.org
Cochabamba, Bolivia

Consideraciones iniciales
Parto de la constatación de que afirmación cultural puede existir sin políticas
lingüísticas. Está sucediendo en la medida en que el mercado abarca espacios y
bienes antes "reservados" para consumo local. Se globaliza lo local, el folclore y lo
“étnico” ahora vende, atrae masas, se vuelve un símbolo vacío que se puede llenar de
patriotismo, de xenofobia, de racismo, de religiosidad. Se lucra con afirmación cultural!
De manera generalizada, la cultura se reduce a un objeto material, es intercambiable,
mercantilizable, es un “bien” del cual se sirven sectores hegemónicos de la sociedad.
Hasta provoca peleas de atribución de origen y defensa de “propiedad nacional” como
lo sucedido entre Bolivia y Perú a raíz del baile que marcó la celebración de la
Candelaria en Puno el mes pasado. Los medios de comunicación exaltan por
excelencia esta apropiación propiciada por políticas de afirmación cultural útiles al
mercado.

Afirmación cultural es parte de la política socio-económica de inclusión. La escuela


“inclusiva” propaga la afirmación cultural, afirmación de la diferencia sin que medien o
se incluyan necesariamente las lenguas de las respectivas culturas “afirmadas”.
Constatamos un divorcio cultura-lengua que también está avanzando con la educación
intercultural (EI), fundamentada en el enfoque de derecho a una educación para todos.
Esta modalidad está expandiéndose en castellano, a costa de lo bilingüe propio de la
educación intercultural bilingüe (EIB). Es un desarrollo que se acentúa,
contradictoriamente, en la medida en la cual se generaliza la EIB para declararla
política educativa nacional y extenderla a las capitales, ciudades que si bien son
receptoras de población indígena migrante son centros de poder donde rige la cultura

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y lengua hegemónica. La educación sin consideración de las lenguas originarias
se expande. A la vez, se registra en toda Latinoamérica el dramático
desplazamiento y pérdida de las lenguas indígenas. En esta tensión se abren
espacios institucionales como las universidades para discutir las epistemologías
diversas, se propugna la atención de diversidad epistémica y la ecología de saberes
en la educación para incluir otros conocimientos y saberes sin que estos sean
mediados, sin embargo, por las lenguas indígenas.

Considero que esta forma de afirmación cultural, si se puede decir, si bien genera
conciencia de la “diversidad”, tiene sobre todo efecto simbólico. No es evidente que
provoque reproducción cultural, refuerce lo identitario ni empodere a los sujetos
colectivos e individuales generadores de las culturas en cuestión. En la medida en la
cual la lengua desaparece como vehículo y fundamento de la cultura, como
vehículo de pensamiento y representación simbólica, la cultura pierde su valor y
función social volviéndose un objeto intercambiable.

Cuando la afirmación cultural se sustenta en políticas lingüísticas, se


desencadena una re-creación de la cultura, de los conocimientos, y de las
prácticas que convocan y empoderan a los sujetos. Se puede decir, desde esta
perspectiva, que sin afirmación lingüística una afirmación cultural también
adquiere visos de mercancía.

Voy a referirme, en lo que sigue, a la noción de política lingüística en el contexto


latinoamericano caracterizado por una diversidad lingüística y cultural que, en vez de
ser valorada por su valor histórico, valor ecológico y aporte de conocimiento y
sabiduría está siendo amenazada dramáticamente en todos nuestros países.
Argumento que, desde el ámbito de la cultura, mucho menos reglamentado,
institucionalizado e intervenido por el estado, el Ministerio de Cultura tiene mayor
amplitud de política, acción y respuesta lingüística que los procesos históricamente
desarrollados desde el ámbito educativo.

1. Definición y delimitación del término „política lingüística‟


Toda acción referida a una o varias lenguas responde a una ideología lingüística que
responde, a su vez, a una ideología política; toda política lingüística emprendida en un
momento histórico concreto se sustenta por una ideología. En este sentido, Tollefson
(1991:16) argumenta que la política lingüística es un mecanismo para posicionar
una lengua en la estructura social de tal forma que la lengua determine quién

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tiene acceso a poder político y a recursos económicos. Política lingüística es un
mecanismo por el cual grupos dominantes establecen hegemonía en el uso lingüístico.
(“Language policy is one mechanism by which dominant groups establish hegemony in
language use”). Podemos complementar la definición de este autor aclarando que con
política lingüística implícitamente se busca administrar el poder que emana de las
lenguas según ideologías imperantes en el momento (“language policy is one
mechanism for locating language within social structure so that language determines
who has accesss to political power and economic resources”). (ambas citas ibid). Luykx
(2003:92) añade que ha sido descuidado el estudio de la ideología lingüística de los
mismos planificadores y responsables de políticas lingüísticas para llegar a entender
las agendas ocultas tras las acciones gubernamentales.

Cuando hablamos hoy en día – y desde hace varias décadas ya - de política y


planificación lingüística en nuestros países, todos entendemos que se trata de
acciones deliberadas de instituciones gubernamentales para y con las lenguas
originarias, ancestrales, indígenas, minorizadas. Es decir, acciones para situarlas
en espacios ocupados y definidos por el estado, para que compartan con el castellano
espacios y funciones institucionales hegemónicos. No nos referimos a políticas y
planificación lingüística para fortalecer las lenguas ancestrales en sus espacios
y funciones propios, mucho menos para empoderar a hablantes y pueblos
indígenas en cuanto a ejercer el control cultural o retomar ese control. Es
siempre desde arriba y con fines hegemónicos que se ha entendido la política y
planificación lingüística, sea bajo la ideología de rechazo y negación, de asimilación
homogeneizadora (un estado, una lengua), de reconocimiento multiculturalista
(estado-nación, varias lenguas ) y como en nuestro siglo de diferenciación pluralista,
en algunos estados con pretensiones plurinacionalista (estado-naciones, varias
lenguas).
En lo que sigue, vamos a ver por qué ha sido así y cómo podemos salir de este
entrampe.

2. Componentes de política lingüística


En el siglo XXI, la noción de política lingüística que se empieza a conceptualizar
abarcando 3 componentes (Spolsky 2004). Un componente se refiere a los esfuerzos
específicos de modificar o influir en prácticas lingüísticas, el segundo a las
prácticas lingüísticas (lo que la gente hace concretamente) y el tercero a las
percepciones y creencias lingüísticas (lo que la gente piensa que se hace y
debería hacer), también llamada ideología lingüística (Howard 2007).

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En términos generales, y ubicados en la realidad latinoamericana, es el primer
componente el que ha imperado, ignorándose o minimizándose los otros dos que, a
nuestro parecer, son importantísimos ya que comprenden prioritariamente a los
usuarios de las lenguas.

3. La planificación lingüística
El primer componente de la política lingüística también llamado “language
management” o gestión lingüística es definido como la formulación o proclamación de
un plan o política explícita de uso lingüístico, usual pero no necesariamente
escrito en un documento formal. La existencia de una política explícita no garantiza
su implementación, así como tampoco la implementación garantiza su éxito (Spolsky
2004:11).

Este componente de política lingüística que se refiere a lo que usualmente llamamos


planificación lingüística ha cobrado relevancia y se ha difundido hasta nuestro
continente a raíz de procesos que sucedían en otros continentes. En el siglo XX se
crearon en varios continents nuevos estados que requerían una lengua común oficial,
tal el caso de Israel o de países asiáticos y africanos que se plantearon la
oficialización de una lengua propia cuando dejaron de ser colonia, como Indonesia,
Kenia, o regiones que buscaron su autonomía política como ser Cataluña y el País
Vasco. En nuestro contexto, donde nunca estuvo en discusión establecer una
lengua originaria, ancestral, “propia” que simbolizara la soberanía y
diferenciación, este componente fue asumido por entes oficiales
“responsables” de las políticas sociales y educativas para con la población
indígena.

Es así que después del trabajo del ILV cuyo esfuerzo de “atención” de las lenguas
indígenas tenía el propósito de asimilación cultural, los gobiernos estuvieron prestos a
asumir su responsabilidad para con “sus poblaciones vernáculas” adoptando modelos
extranjeros de planificación lingüística como base de la educación bilingüe. Fue así
que se propiciaron desde el Estado y con apoyo de organismos religiosos distintas
experiencias de incorporación de las lenguas indígenas en las escuelas bajo el
enfoque de educación bilingüe de transición. La apuesta era asimilar al indígena
escolarizándolo inicialmente en su lengua para castellanizarlo más eficientemente
bajo la lógica de que “su lengua era el problema”.

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En el auge de los gobiernos liberales con reformas estructurales en los años ’90 del
siglo pasado, se difundió con fuerza la EIB a partir de las reformas educativas
estatales bajo el enfoque de mantenimiento y desarrollo. La apuesta fue propiciar un
bilingüismo bajo la lógica de que cada lengua y cada cultura “es un recurso”. Como
reacción, y aún en forma paralela, desde los pueblos indígenas reconocidos ya
constitucionalmente, durante este periodo surgieron proyectos de etnoeducación o
educación propia para distanciarse de la tutela estatal.

El punto es que la política lingüística desde un principio fue encomendado por los
estados al ámbito educativo, por lo tanto, la planificación lingüística estuvo
condicionada o en función de este ámbito de educación estatal. Esto significó
desarrollar procesos para llevar adelante la pareja clásica de planificación lingüística:
corpus y estatus (Haugen 1966, 1983) o forma y función (Kloss 1969), tarea asumida
por agencias gubernamentales. El abrir la escuela a las lenguas originarias ha sido en
prácticamente todas las Reformas Educativas el camino para ocupar un espacio
formal que implique, primero, un mecanismo de asimilación y posteriormente un
reconocimiento societal de las lenguas hasta entonces excluidas del quehacer público
institucional.

4. Planificación lingüística en la mira


Es así que el dominio escuela o educación ha marcado la política y planificación
lingüística en nuestros países (Sichra 2005). En qué sentido?
Primero, todos los esfuerzos de “gestión lingüística” en el continente
sudamericano se constriñen a la idea de una crear o transformar las lenguas
indígenas en lenguas escritas. La planificación dirigida a las lenguas indígenas no
ha sido concebida de otra manera que bajo la noción de normalización que implica
una codificación, por lo tanto, la escritura. Esta acción estuvo y está siempre marcada
por el parámetro de la lengua hegemónica, su función y su uso. Vigil (2004)
demuestra con ejemplos de textos producidos por una institución capacitadora en EBI
en la zona de Urubamba, Cuzco, Perú, la práctica de traducción de contenidos y
géneros de la cultura hegemónica en programas de lectura y escritura en quechua,
llegando a la conclusión que “Se desconoce cómo las distintas culturas organizan sus
discursos y se piensa que la manera de organizarlos en castellano es la única
existente” (op.cit:193).

De esta manera, se excluyeron las características principales en la que se


desenvuelven las lenguas indígenas: la oralidad, la variabilidad de las lenguas, su uso

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cotidiano, sin absoluta supeditación a las orientaciones de una institución estatal sino
a sus propias instituciones comunales-territoriales.

Un segundo problema es que esta concepción “unitaria” de política lingüística


pasa por alto la diversidad de situaciones lingüísticas que afectan a las
poblaciones indígenas. Así, hay lenguas originarias mayoritarias que cuentan con
siglos de contacto con la lengua hegemónica que las ha condicionado y modificado,
otras lenguas originarias minoritarias apenas cuentan con hablantes y están en peligro
de extinción, otras son reducidas en tanto número de hablantes aunque muy vitales,
otras se han difundido geográficamente con la consecuente variabilidad, etc.

Otro aspecto casi olvidado por el esmero institucionalizado de la planificación


lingüística y sin embargo básico, es que, en última instancia, se trata de aumentar
el número de usuarios para que una lengua se expanda, más allá de su forma y
función. De qué nos sirve seguir discutiendo si el quechua se escribe con tres vocales
o con cinco, si se va a tomar la variedad x de una lengua como estándar y no las otras
variedades, si se va a crear un alfabeto desde una perspectiva histórica o más bien a
partir de un consenso entre las comunidades de hablantes, si en esas largas (duran
décadas y aún no concluyen) discusiones no se avanza con una cultura escrita, no se
expanden los usos de las lenguas y se nos pierden los hablantes porque éstos
desplazan sus lenguas a favor de la lengua hegemónica y ya no transmiten sus
lenguas a los hijos???

Esta negación de la centralidad de la expansión y reproducción lingüística sigue


imperando hasta el día de hoy. En los hechos, está lejos la apertura a entender
planificación lingüística en un sentido más amplio tal como en realidad fue entendido e
implementado en el caso paradigmático de Israel cuando recuperó del hebreo como
lengua oficial. Ese sentido lo formula Cooper (1989: 45) así: “esfuerzos deliberados
para influir el comportamiento de otros con respecto a la adquisición, estructura
y ubicación funcional de su código lingüístico”. (“deliberate efforts to influence the
behavior of others with respect to acquisition, structure, of functional allocation of their
language code”). Es decir, planificación como modificación del comportamiento
lingüístico y no de la lengua únicamente. El esfuerzo por modificar el
comportamiento lingüístico añadiendo adquisición al par corpus/estatus, como lo
señala Cooper, es el factor absolutamente fundamental en el mantenimiento de
cualquier lengua. Referido a nuestro caso, y vista la magnitud del dramático
desplazamiento de lenguas indígenas, de lo que se debería tratar en la

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planificación lingüística es el aumento de los usuarios, la adquisición y
aprendizaje de las lenguas y no el culto a la lengua en sí, mucho menos enjaulada
en el aula, la escuela, la educación. Y es que, contradictoriamente, la escuela no ha
podido responder hasta ahora con ningún enfoque o modalidad a la tercera pata de la
planificación lingüística, la adquisición y aprendizaje de lenguas indígenas, es una
deuda que quedó pendiente y que tiene sus orígenes en el histórico abordaje
lingüístico-descriptivo de las lenguas indígenas en detrimento del abordaje
pedagógico de primera y segunda lengua. Seguramente hay más explicaciones
menos “técnicas” relacionadas como ser la falta de voluntad política y el aspecto
ideológico de los maestros contrario a la reproducción lingüística.

Es revelador que, en el plano de gestión estatal, la responsabilidad sobre las lenguas


indígenas se la sigue dando en muchos países como Bolivia, Guatemala, Ecuador al
Ministerio de Educación. El Perú con otros pocos países como Colombia son la
excepción al ubicar la gestión lingüística en el ámbito del Ministerio de Cultura. Me
parece que desde la cultura se abre una oportunidad absolutamente potente de
reencaminar las políticas lingüísticas hacia un plano de desarrollo de las
lenguas en la sociedad y sus culturas antes que mantenerlas en el plano
educativo. También hay que ponderar los usos extraeducativos que desde las
instituciones de gobierno se están dando en el Perú, destacándose el campo jurídico
con traductores, juicios y sentencias dictadas en lenguas andinas.

5. Prácticas lingüísticas
Un aspecto crítico de esta manera de haber encarado la planificación lingüística es la
focalización de la actividad institucional en espacios formales, dirigida a los usos
oficiales y públicos, no al uso casual y cotidiano. De esta forma, la idea y realización
de planificación lingüística de las lenguas originarias se ha regido por las
necesidades y constreñimientos de la educación estatal y ha excluido los
niveles individuales, familiares, comunitarios de planificación de uso de lengua.
Como lo mencioné arriba, no se consideró el propio rol de los hablantes en los
espacios cotidianos, vivenciales, productivos, organizativos. Es así que mientras la
escuela propicia la EIB creando todo un lenguaje pedagógico construido para sus fines
y hasta una nueva variedad lingüística, la estandarizada, la comunidad tiene otras
prácticas lingüísticas y estrategias de reproducción muy propias, paralelas,
desatendidas por la educación estatal aunque claro que sí muy funcionales a su propia
educación!

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Mientras tanto, nos queda claro a los estudiosos, lingüistas, sociolingüistas,
psicolingüistas, etc. que las elecciones lingüísticas que realizan los hablantes son
planificadas y no son producto de casualidades ni de determinismos, menos de
factores socio-psicológicos considerados “naturales”. Y es que, al margen de una
política explícita (desde arriba) de planificación lingüística, hay una política real o de
hecho de práctica lingüística en cualquier comunidad de hablantes (desde abajo),
igualmente intencional que la primera.

Desde una corriente crítica en el marco de posturas de subalternidad, Ricento (2000:


16-23) se refiere a una nueva etapa de la planificación lingüística en la época del
reconocimiento de los derechos lingüísticos dentro de una concepción ecológica de
las lenguas: «Parece que la variable clave que separa los enfoques más antiguos
positivistas/tecnicistas de los más nuevos, críticos, posmodernos es agencia, es decir,
los roles de los individuos y colectividades en el proceso de uso de lenguas, actitudes
y, en última instancia, políticas « . (“It seems that the key variable which separates the
older, positivist technicist approaches from the newer critical/postmodern ones is
agency, i.e. the role(s) of individuals and collectivities in the processes of language
use, attitudes, and ultimately policies”). En el centro de atención de este paradigma
sociolingüístico no está la lengua como tal sino el comportamiento lingüístico y
la identidad de los hablantes. La tarea está relacionada con los niveles y espacios
de intervención de planificación lingüística novedosos.

Se precisa volver a ubicar las lenguas “politizadas y planificadas” donde


corresponden, en su cultura. No olvidar que la lengua es cultura y que desprenderla
de ella para pedagogizarla, como ha sido el caso en nuestros afanes educativos, la
desligitima en su rol y sentido ontológico, epistemológico, social y cultural al volverla
un fin y no un medio. Las lenguas existen y están por y para algo, no por y para sí
mismas. Es sobre todo en los procesos de revitalización lingüística que se ha
evidenciado cuán vital y potente es el nexo de la lengua con la cultura. (Fishman nos
advertía que los movimientos de revitalización involucran propósitos etnoculturales
más extensos).

La revitalización de la lengua maorí iniciada a fines de los 70’ en Nueva Zelanda ha


sido ejemplar y exitosa (su estrategia de « nidos lingüísticos » ha dado vuelta al
mundo !) debido a la claridad que tuvieron los maoríes funcionarios del Departamento
de Asuntos Maoríes de que es la cultura la que está en el centro de discusión. La

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lengua sería vehicular, por así decirlo, para el fortalecimiento cultural identitario
colectivo.

En segundo lugar, tuvieron claridad de que era imperioso cambiar la dirección de los
esfuerzos de política lingüística. Mientras los departamentos de los ministerios
neozelandeses generalmente utilizaban políticas gubernamentales para traducirlas en
acciones y programas para la comunidad, el Departamento de Asuntos Maoríes
trabajaría desde y con la comunidad para desarrollar programas que encaren
necesidades comunitarias. Es decir, un abordaje de abajo hacia arriba.

Pero lo más impactante y decisivo fue la claridad de Kara Puketapu, Director de este
Departamento de Asuntos Maoríes, de entender que la base cultural de la sociedad
maorí no es un problema que el gobierno de Nueva Zelanda debería resolver, sino una
fuente de energía “bruta” que, si bien manejada, impulsaría el bienestar de la sociedad
en su conjunto. A diferencia de otras políticas anteriores, el punto de partida fue de
afirmación de « lo maravilloso que era ser maorí » y no poner las carencias y
problemas sociales, económicos, educativos maoríes y la victimización como
justificativo explícito de la tarea. Fue así que el programa de revitalización maorí se
bautizó con el nombre de un lema creado en una conferencia del consejo de mayores
maoríes que asesoraba al Departamento : « estar de pie » o « levantarse ». Dejando
que la cultura sea el catalizador, se encaró el desarrollo y la autodefinición maorí con
un proceso de rescate de valores culturales entre los cuales estaba la lengua. Cuando
en una conferencia entre planificadores maoríes surgió la pregunta de dónde se
encontraba la lengua (que estaba siendo desplazada dramáticamente), la respuesta
que se volvió una potente consigna fue « la lengua está en tí ». Del análisis del caso
maorí hecho por King (2014) se desprende que la revitalización lingüística supuso un
trabajo de revisión (revolución!) ideológica, de enfrentar creencias establecidas y
cuestionar posturas dadas por «válidas » a partir del liderazgo de los pocos hablantes
mayores que quedaban que derivó en todo un movimiento militante.

6. Ideología lingüística
La ideología lingüística, percepciones y creencias, no han repercutido en la política
lingüística ocupada de “gestionar las lenguas” y concebida al margen de los usuarios.
No obstante, su importancia es crucial, tanto lingüística como políticamente. Y es que
la existencia de ideología lingüística permite entender el papel cultural, social y
psicológico de las lenguas en la sociedad. Ya no se trata de considerar las lenguas
como tales, aisladas, por así decirlo. Las lenguas están vinculadas con la

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identidad, con la estética, la moralidad, la epistemología, la ontología, la
estructura de la sociedad.

Como nos lo recuerda Howard (2007), la lengua es por esencia autoreflexiva y proclive
a ser objeto de actos ideológicos. Es así que el discurso sobre las lenguas puede
encubrir creencias, estereotipos, prejuicios sobre los hablantes. Estos contenidos
de discurso circulan como una verdad y son compartidos sin que medie la reflexión o
conciencia de que son producto de una sociedad hegemónica imponiendo su
ideología1. Veamos en Otondo (en prensa) esta declaración de un taxista en Sucre,
Bolivia cuando su pasajera le cuenta que ella decidió hablar quechua con su hija:
Pasajera: Qhichwa chinkapuchkan mana wawasman yachachisqanchikrayku. (Es que
el quechua se está perdiendo porque no les enseñamos a los hijos).
Taxista: Ñuqayku jampuyku llaqtaman y listo qunqaykapuyku wawasman parlayta,
manaña jallp’a puqunchu, chanta jampuyku y manaña llaqtapiqa necesitankuñachu
wawas chhika, nuqayku ukhulla parlayku. (Nosotros nos hemos venido a la ciudad y
listo, nos hemos olvidado de hablarles a los hijos; la tierra ya no produce y nos hemos
venido, los hijos ya no lo necesitan en la ciudad, solo hablamos entre nosotros nomás).
Esposa del taxista: K’achituta parlaq kasqa, ñuqa mana wawasman
yachachichkanichu. (Había sabido hablar bien bonito, yo no les estoy enseñando a mis
hijos). K’achituta yachakuchkasqa cholitaman kutichi wak nipipis reparanmanchu. (Pero
había estado aprendiendo bien, si le pones pollera, nadie se daría cuenta)

Se puede percibir una ideología « instalada » como un fenómeno social compartido


por los miembros del grupo de migrantes del campo a la ciudad, cual es que la lengua
indígena carece de valor (el chofer habla de utilidad) en la vida urbana por ser ella
vestigio de una vida campesina que se busca dejar atrás con la migración. Esta
ideología emana del sector hegemónico que establece que el castellano legitima la
sociedad urbana moderna y es aceptada incuestionada como válida y verdadera por
los migrantes, siendo muy poderosa porque determina la práctica lingüística, en este
caso, la « desnaturalización » por no transmisión de la lengua originaria.

7. Hacia el entendimiento de ideología lingüística


Ideologías son un vínculo mediador entre las estructuras sociales y las formas del
habla, ideas sobre lengua y sobre cómo funciona la comunicación en tanto proceso
social. Estas ideas surgen de concepciones culturales de la lengua, que por definición
son parciales, interesadas, discutibles y discutidas (Woolard y Schieffelin 1994,
Woolard 1998). En otras palabras, son ideas motivadas socioculturalmente,
percepciones y expectativas sobre la lengua, manifestadas en toda clase de uso de

1
Gramsci et al (1971) estableció que ideología son creencias culturales que la burguesía o el estado capitalista
establecía como medio para establecer y mantener control. Hegemonía propaga la noción que el estatu quo representa
un estado de cosas de “sentido común” o “normal” y refleja valores “naturales”.

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lengua (Blommaert 1999:1). Por lo tanto, una ideología no se genera así por así, sin
fundamento. Al contrario, puede ser definida como un sistema de predisposiciones,
maneras de pensar y percibir ampliamente compartidas, patrones de creencias,
normas y valores que guían e ideales aceptados como verdad por un grupo particular
de personas (Steger 2003: 93).

La definición más completa de ideologías lingüísticas es que son « supuestos


tácitos que se consideran verdaderos sobre el estatus de lenguas, formas,
usuarios y usos que, en virtud a su naturalización por „sentido común‟
contribuyen a la inequidad lingüística y social » (Tollefson 2006: 47). Estos
modelos de pensamiento se vuelven “reales” para los miembros de grupos y pueden
proveer fuentes de cambio deliberado de formas lingüísticas y discursivas. Es así que
se toman decisiones sobre cuándo hablar la lengua ancestral. El mismo repertorio
lingüístico de una comunidad u opciones de participación activa en esfuerzos de
renovación lingüística o de oposición a ellas son generadas por creencias y
sentimientos sobre lengua y discurso que poseen los hablantes y sus comunidades de
hablantes. (Kroskrity y Fields 2009: 3-4)

Entonces, ideologías lingüísticas provocan prácticas y cambios en las prácticas


lingüísticas (inequidad lingüística). Pero más dramático aún, ideologías lingüísticas
provocan reacciones individuales y grupales hacia los usuarios de lenguas, tanto
de los no-usuarios como de los hablantes mismos.

Si bien muchos estudiosos han develado el origen y efecto de dominación, opresión y


disciplinamiento de las ideologías (Gramsci, Bourdieu, Foucault), la buena noticia es
que las ideologías, y también las lingüísticas, no son deterministas. Dinámicas
políticas y sociales pueden revertir y cambiar ideologías dominantes en procesos
considerados “impensables” en algún momento como ha sido el caso en las ideologías
de género y de preferencias sexuales. De hecho, ideologías son similares a patrones
culturales en tanto son dinámicas y pueden cambiar. Es así que el habitus lingüístico
de Bourdieu, así como la socialización, no determina comportamiento sino predispone
a los actores sociales a responder de determinadas maneras. Por lo tanto, tampoco se
puede determinísticamente decir que las ideologías moldean la lengua. Con estas
posturas, se pretende desafiar creencias deterministas sobre ideologías en sí mismas,
de modo que la elección de la lengua sea un acto de liberación y no de
constreñimiento. Giroux (1992) nos ilumina en este sentido con su Teoría de la
resistencia. La toma de conciencia de estos procesos de condicionamiento que

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se puede gestar desde una pedagogía crítica en la educación superior y con el
arte ha demostrado ser un mecanismo importantísimo para generar reafirmación
cultural y lingüística, por lo menos, para empezar con ese proceso.

Para afrontar las « certezas » que colonizan las mentes provocando desplazamiento y
pérdida de lenguas, López (2008) refiere a una política lingüística que surge en los
últimos años para avanzar en una concepción ecológica de lengua que López (2008)
llama “language in life approach” – enfoque de lengua en la vida, enfoque relacional de
la lengua (se relaciona con la historia de la lengua, con las lenguas que la rodean y
con sus propios hablantes) o lengua viva. Ecología de lengua considera la lengua,
su uso, la adquisición y aprendizaje tanto en su entorno social específico como
también en el contexto político en el cual se desenvuelve.

Para cerrar este punto, quiero mencionar algunas ideologías lingüísticas muy
enraizadas. Una es la de la homogeneidad lingüística como norma. Eso se
interioriza y “naturaliza” en los hablantes, haciendo que estos se sientan inseguros,
rechacen sus variedades y lenguas y las desplacen. El ejemplo del taxista es muy
elocuente al respecto.

Otra ideología cuasi perversa relacionada con la anterior es que conviene ser
monolingüe en la lengua hegemónica antes que bilingüe. Se incorpora como
« verdad » que unas lenguas tienen más valor que otras, de modo que se considera
« normal » la conveniencia de poseer y usar una sola lengua, la de prestigio, antes
que dos o más lenguas, si entre ellas hay lenguas desprestigiadas como son las
originarias. Lo que el sentido común matemático de las proporciones nos dice, de que
2 son más que 1, se revierte como efecto de la ideología cuando se trata de lenguas
minorizadas. Y es que la lengua « desprestigiada » revelaría una « identidad
desprestigiada », esto se connota en la recomendación dada a otra señora
empecinada en hablar quechua con su hijo en la ciudad : “En castellano nomás debías
hablarle, van a pensar que es un niñito del campo”. Cuando se trata de un bilingüismo
de lenguas de prestigio, sí se mantiene esta relación de 2 es más que 1.

Muy arraigada es también aquella ideología de que la lengua originaria debe


permanecer en su « estado originario » de pureza para mostrar su esplendor y valor
histórico, su unicidad. Para darle su justo reconocimiento. Es una profesía
autocumplidora de desaparición de la lengua encubierta en un culto al purismo

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inmovilizador, ya que si una lengua no se transforma, se adecúa a los tiempos y usos
que sus hablantes quieran darle, si no es una lengua viva, morirá, por cierto.

No podemos dejar de mencionar aquella ideología « esquizofrénica» tan extendida


entre personas de las cuales esperaríamos coherencia entre el discurso y la práctica,
líderes, funcionarios, maestros, autoridades, planificadores, políticos, presidentes,
vicepresidentes y asambleístas : adhesión pública a la vez que rechazo personal a
las lenguas originarias. Se acepta y aplauden campañas de difusión de lenguas, uso
en escuelas, se defiende públicamente el valor de las lenguas originarias, se está a
favor de la enseñanza y quizás se es maestro de lengua indígena pero el uso en
espacio privado, familiar y la crianza de los hijos en lenguas originarias, eso no! Y es
que se da un divorcio entre creencias explícitas, conscientes, públicas (que en nuestro
tiempo traen rédito y son « políticamente correctar » y creencias privadas,
inconscientes y tácitas (Dauenhauer y Dauenhauer 1998: 63). Estas últimas
evidencian las ideologías subyacentes, en este caso, la conveniencia de abdicar la
responsabilidad de custodia sobre la lengua para que no tenga que identificarme con
mi origen y delegar al estado, a instituciones, a « otros » esa tarea.

8. Implicancias para el fortalecimiento cultural y lingüístico


Me parece que la labor del Ministerio de Cultura del Perú se debe ubicar en el plano
de agencia cultural y lingüística cuando propone políticas de reafirmación cultural. De
hecho, lo está considerando, como se puede ver sin más en la programación de este
evento que incluye, entre otras exposiciones, la relación afirmación cultural y políticas
lingüísticas.

Sin estar atada a la función « civilizatoria » que siempre tuvo la educación en tanto
herramienta del estado, cultura puede asumir su rol con menos
condicionamientos político-ideológicos y abarcar e incidir en espacios públicos
de los más distintos niveles, desde los formal a lo familiar. Puede apelar a los
sentimientos, a lo lúdico, a los sueños, a los recuerdos, a los deseos, a los símbolos,
raíces y anhelos y a canales de expresión que no son « ocupados » por la razón y la
mente. De hecho, las redes sociales está explotanto esta veta de una manera
innovadora, irreverente, creativa, apelando a la juventud y las herramientas
tecnológicas más avanzadas.

No obstante, será necesario revisar hasta qué punto la política gubernamental postula
una ideología lingüística coherente y orientada hacia el enfoque de derechos de los

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pueblos originarios que sustente los esfuerzos de promocionar y utilizar las lenguas
más allá de la educación. Cultura, Educación, Justicia, Trabajo y las demás carteras
están convocadas a optar por bases comunes de políticas de reconocimiento y
fortalecimiento de diversidad lingüística. En el contexto latinoamericano, impactan los
avances en el Perú, desalientan y causan sorpresa los procesos en otros estados
donde la oficialización constitucional de las lenguas originarias permanece
básicamente en el plano simbólico y discursivo, limitado a declaraciones, normativas,
leyes y decretos nacionales como si de cuerpos y aparatos jurídicos emanaran
políticas reales que se implementan efectivamente.

Una política lingüística que abarque ámbitos públicos diversos pasa por una
afirmación lingüística por la cual se valore y trabaje la lengua en su uso, no la
lengua como objeto o "corpus", no como pieza de museo o de registro, sino como
parte constitutiva de la práctica y reproducción cultural y lingüística. Como patrimonio
cultural vivo, prevalece la dinámica del uso, de lo que se transmite con el habla real y
actual. Esta perspectiva marca un cambio rotundo no solamente respecto a qué
importa de las lenguas originarias, su valioso sistema o su más valiosa existencia
puesta en evidencia cotidianamente por sus hablantes, sino va de la mano con la
perspectiva de la agencia del hablante. En este paradigma, no es el estatus de las
lenguas, ni mucho menos el corpus si no el estatus de los hablantes sobre el
que importa incidir. A mi entender, en el Perú se está avanzando ejemplarmente con
acciones innovadoras y muy efectivas del Ministerio de Educación así como del
Ministerio de Justicia.

Al centrarse en los hablantes, este paradigma de política lingüística apunta a la


agencia de los sujetos, a su rol en la afirmación lingüística y cultural. Será
coherente, por lo tanto, considerar una política de abajo hacia arriba. Dado que el
foco está en la identidad colectiva e individual, el último componente de política
lingüística aquí analizado, de ideologías y creencias lingüísticas, adquiere relevancia
central. De allí que hay que trabajar contracorriente, en un movimiento contestatario,
con el ejemplo (idealmente la militancia) de personalidades, grupos reconocidos,
artistas, intelectuales, activistas, adherentes, creyentes, militantes utilizando lenguas
originarias e impulsando la difusión en espacios y funciones cotidianos, vivenciales así
como públicos. El Estado propiciará la funcionalidad, brindará estímulo, herramientas
y financiamiento para la recreación y reafirmación cultural y lingüística. Implementará
políticas culturales que provean estímulo, espacio, recreación, aliento a la creatividad
y diversidad. Se logrará mucho más que con abordajes normativos, prescriptivos y

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reglamentarios con los cuales el estado intenta regular y apropiarse de las lenguas
originarias, cuando, en última instancia, éstas pertenecen a sus pueblos,
comunidades, hablantes, recreantes y recordantes.

“El arte (y la cultura) requiere de una cosa trascendental para desarrollarse: libertad. Y
puede tratarse de un tema trascendental o no, la misión del Estado en todas sus
reparticiones es permitir la libre y total expresión de todos y cada uno de sus
ciudadanos. (Roberto Calasich)

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