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Punto 2

Pareciera ser que la gran mayoría de los involucrados en la disciplina de la psicología, tienen claro que
un estudiante de dicha área tiene que asumir el compromiso serio para con ella. Digámoslo de esta
forma: contraen votos. Velarán entonces por el bien, el progreso y la adecuada formación de ella. La
querrán, dejándose enamorar por lo que ella tiene para ofrecerles y por lo que ellos pueden ofrecer.
Sin embargo, pueden haber casos en los que los estudiantes la engañen (y así mismos), creyendo que
ella no es la indicada. Hay unos por ejemplo, que pueden combinar teorías como si fueran mezcladores
de bebidas en un bar; hay otros que hacen experimentos y diseñan métodos sumamente creativos
para demostrar que hay una forma sistemática de concebir la psicología como ciencia (de hacerle el
amor y procrear un hijo, que fungirá como prueba honesta y verdadera de su unión); otros vivirán con
ella de manera normal, harán terapia con lo mejor que aprendieron a lo largo de la carrera y vivirán
despreocupados por intentar hacer algo nuevo (como vivir de manera obligada con ella, no haciendo
algo diferente de lo que se hizo desde el principio y que los unió). Pero hay otros individuos, “raros”,
los que a primera vista los demás dirían que no tienen nada qué hacer ahí, que se equivocaron de
carrera (son desposeídos del amor a ella, que la decepcionan y la enamoran, en constante tensión
mantienen su comunión): no obstante, ellos son los únicos que ponen en tela de juicio sus
fundamentos, y se mantienen ahí, en los bordes de la pasión exorbitante, que no concretan nada en
su quehacer como psicólogos, sin embargo tratan de mostrar (por supuesto mediante una forma
indirecta) junto con la filosofía, el espacio que ocupa y que ha ocupado desde su nacimiento como
disciplina.

Ese horizonte en donde se unen la filosofía y la psicología puede simular ser un sinsentido, una unión
fallida desde el principio e innecesaria, puesto que para un psicólogo, lo que le toca hacer no es
especular de manera incesante manifestando una verdad “desvelada”, sino comprobarla. ¿Qué pues,
es lo que hace un psicólogo en el terreno filosófico? ¿Qué tiene que estar haciendo ahí cuando lo
necesitan para generar datos, pruebas empíricas de la teoría psicológica que haya escogido? ¿Acaso
eso no retrasa el avance hacia la consolidación de la psicología como ciencia? Eso es no mantener la
seriedad y romper el compromiso con lo que se debe hacer.

La claridad en la psicología es necesaria, pero no en cuanto a una desmitificación, sino en tanto


consenso del espacio de sentido, o lógico, propiciado por una consistencia en las relaciones de
correspondencia entre lo que se dice y hace; relaciones que al articularse en un dominio práctico y
conjugarse con otros dominios (prácticos) pueden dan lugar a nuevas lógicas o sentidos que permitan
articular categorías de manera coherente, y analizar de una manera abstracta (porque lo abstracto no
es el concepto, sino la forma de hablar sobre algo) una serie de fenómenos que comparten
características y propiedades precisamente con una conexión necesariamente conceptual y lógica.
Esta forma de actuar sería justo como lo menciona Ribes (2018) y de quien cito lo siguiente:

“(.) Transformar contingencias entre dominios es ver de otra manera el dominio práctico, imaginar
distintas formas de actuar/hablar en ese dominio, y anticipar lo ocurre al cambiar las relaciones entre
distintos patrones de actuar/hablar relativos a esas prácticas. Los segmentos, que incluyen palabras y
expresiones que conforman los diversos patrones lingüísticos de las prácticas de un dominio no son
consustanciales a dichas prácticas o dominio. Pueden, y usualmente así sucede, formar parte de otros
patrones en algún otro subdominio “adyacente” o en dominios funcionales distintos. Así como entre
objetos se pueden identificar lo que wittgenstein denomina “semblanzas” o “semejanzas” de familia, lo
mismo puede ocurrir entre dominios o subdominios prácticos”. (p. 281)

No ahondaré en este momento sobre los términos “técnicos” y la alusión a Wittgenstein que hace
Ribes, ya que su reflexión la da en el contexto de su teoría psicológica (huelga decir que la última obra
de Ribes, en su intento por hacer de la psicología una ciencia congruente y coherente, paradójicamente
rechaza y exalta el error del “formalismo” que impera todavía en las demás corrientes psicológicas,
incluyendo todavía a ese “conductismo radical”). Sin embargo me parece importante resaltar el hecho
de cómo piensa la actividad teórica, esa en la que toda interacción es meramente lingüística y que
pareciera que sólo se trata de proposiciones y su acomodo lógico, exacto y rígido. Pues no es sólo
especulación, ni tampoco se trata de encontrar esas proposiciones significativas a la manera como lo
ven los que quieren “desmitificar en pos de la ciencia” y como de hecho lo veía el Círculo de Viena. No
es una mecánica de expresiones ni mucho menos un ajuste lógico a la lógica de la realidad (como si
esto fuera posible). Es sólo un acuerdo, por convención, pero no a manera de junta democrática en
donde todos votan por designar qué sí y qué no es pertinente, sino una convención que es producto
de las mismas relaciones consistentes entre los actos. Por decirlo de esta manera, el fundamento de
todo fundamento pertenece siempre a un dominio práctico. Por eso es una actividad, un despliegue de
diversas modalidades de actos que no sólo serían leer, escuchar, hablar y escribir, sino también otro
tipo de acciones que no implican lenguaje en sí mismas, aunque están supeditadas a las primeras en
toda reflexión teórica.

Y justo aquí localizamos a la filosofía, anudándola a la psicología. Puesto que nos adentraremos en
pensamientos que juegan con los límites y las paradojas del sentido. Y eso sí, trataremos de ser
consistentes con la manera de exponerlo, puesto que al no fijar como objetivo una claridad ansiada (o
verdad esperada), daremos pasos con toda seguridad, arriesgando a errar, sin tener la certeza de
atinar a algún punto en específico, pero explorando de una forma totalmente distinta nuestro objeto de
interés.

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