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Tierra, encomienda e identidad:

Omaguaca (1540-1638)
Carlos E. Zanolli

Tierra, encomienda e identidad:


Omaguaca (1540-1638)

SOCIEDAD
ARGENTINA
DE ANTROPOLOGIA
Colección Tesis Doctorales
dirigida por Lidia R. Nacuzzi

Zanolli, Carlos E.
Tierra, encomienda e identidad omaguaca 1540 1638 - 1a ed. - Buenos Aires :
Sociedad Argentina de Antropología, 2005.
250 p. ; 21x15 cm. (Tesis doctorales dirigida por Lidia R. Nacuzzi)

ISBN 987-20674-6-5

1. Antropología I. Título
CDD 301.

Fecha de catalogación: 22/03/2005

La Tesis Doctoral “Procesos de formación de identidades/identificaciones colectivas.


Humahuaca, Jujuy, siglos XVI y XVII” estuvo dirigida por la doctora Ana María
Lorandi y fueron sus jurados los doctores Claudia Briones, José Antonio Pérez Gollán
y Gustavo Paz. Fue defendida el 29 de agosto de 2003 en la Facultad de Filosofía y
Letras de la Universidad de Buenos Aires.

Fotografía de tapa: “Mirador de Humahuaca” de Oscar R. Vázquez.

Composición de originales
Beatriz Bellelli
bbellelli@yahoo.com.ar

© 2005 by Carlos E. Zanolli

Sociedad Argentina de Antropología


Moreno 350. (1091) Buenos Aires

Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de
los titulares del "copyright", bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial
o total de esta obra, por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el
tratamiento informático.

Los mapas de la presente publicación se ajustan a la cartografía oficial, establecida por el


Poder Ejecutivo Nacional a través del I.G.M. -Ley 22.963- y fueron aprobados por Expte.
GG05 0659/5, de marzo de 2005.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723


Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
A todos aquellos que
sientan curiosidad por
leer estas páginas.
ÍNDICE

AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIAS 9

PRÓLOGO 11

INTRODUCCIÓN 13

CAPÍTULOS
1. Geografía, historiografía y marco para el análisis 21
El paisaje y Omaguaca 21
La Puna 21
La quebrada de Humahuaca 23
Los valles orientales 24

La historiografía y Omaguaca 26
Los omaguacas entre la Quebrada, la Puna y los Valles 27
Las voces de la arqueología 30
El momento de la escritura 35

El camino de una investigación 42


Frontera. Espacio geográfico y espacio social 43
Etnicidad, documentos, frontera 49

2. El sur de Charcas a la sombra de dos imperios 57


Los Incas: las conquistas 57
Hacia el sur del Cuzco 57
Hacia el sur de Charcas 62
Los españoles: Las primeras encomiendas 71
Depósito a Martín Monje 72
Encomienda a Juan de Villanueva 81

3. Familia y encomienda 101


El proceso poblador 108
La vieja nueva encomienda 113
Los hijos, los colonizadores 122

4. Los “tiempos idos” 139


El tiempo de la guerra (1560-1593) 140
El contexto bélico 145
Toledo y los indios 160
La encomienda de humahuaca antes de 1593 163

El tiempo de la paz 170


Cacicazgo y tributación en Humahuaca. Los elementos
de unificación cultural 176
Las cofradías de San Antonio de Humahuaca 185

CONSIDERACIONES FINALES 193

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS 207

APÉNDICES 225

ÍNDICE DE FIGURAS Y CUADROS

Mapa 1. Geografía física del norte de Argentina y sur de Bolivia 25


Mapa 2. La expansión del Imperio incaico entre 1438 y 1525 70
Mapa 3. Pueblos de indios de las encomiendas
de Martín Monje y Juan de Villanueva 97
Mapa 4. Territorios de control étnico hacia fines del siglo XVI 141
Cuadro 1. Provincia de los Chichas. Organización en mitades
según la cédula de encomienda de Hernando Pizarro 64
Cuadro 2. Sucesión de la encomienda de Humahuaca 121
Cuadro 3. Propiedades de Juan Ochoa de Zárate adquiridas entre 1593 y 1612 130
Cuadro 4. Genealogía de Petronila de Castro 135

8
AGRADECIMIENTOS Y DEDICATORIAS

Este libro está dedicado a ...


Patricia Aschieri. Mi mujer, la que se atrevió a soñar a mi lado una
historia compartida. Porque sin su ayuda, su paciencia, sus consejos y su
amor incondicional no hubiera podido realizar esta tesis.
Paloma. Mi hija, porque las últimas mañanas de la tesis que devino
en este libro, abría la puerta del estudio muy temprano, me daba un beso
y un abrazo, me preguntaba si estaba trabajando y volvía a cerrar la puerta.
Más de una vez perdí el hilo de lo que estaba escribiendo, evidentemente
soy una persona afortunada.
Ana M. Lorandi. Mi directora de tesis.
Gastón Doucet. Mi director de CONICET. Por guiarme en mis pri-
meros pasos. Un gran conocedor de la historia colonial y la persona más
generosa que conocí en el mundo académico.
Roxana Boixadós. Porque es mi amiga. Porque leyó el borrador del
libro y realizó oportunos comentarios y por sobre todas las cosas porque
me alentó permanentemente.
Gabriela Sica. Es una de las personas que más sabe sobre Jujuy colo-
nial. Nos conocimos por lo académico pero luego comprendimos que la
vida pasaba por otro lado.
Claudia Alonso (y Riqui). Mi paleógrafa personal pero también al-
guien que supo escucharme a lo largo de todo este proceso.
Lorena Rodríguez. Más que por los mapas, por los cuadros, por la
edición..., por haberme soportado estoicamente.
Para aquellas personas que desde la amistad o la profesión me ayu-
daron y acompañaron con sus consejos: José Luis Martínez Cereceda,
Lidia Nacuzzi, Marta Ottonello, Enrique Tandeter, Carmen Gómez, Mer-
cedes del Río, Alicia Martín y Pancho. A los compañeros que están o han
pasado por el Equipo de Investigación de la Sección Etnohistoria. A los
compañeros de La Rábida.

9
Oscar Vázquez. Autor de la foto que ilustra la tapa, compañero de
rutas, compadre y amigo.
Rosa Contreras, Mario Ocedo, Normando Zamboni y otros
humahuaqueños que esperaron pacientemente para leer esta páginas.
Mis padres que siempre estuvieron y están ahí.
El acceso a la bibliografía y documentación empleada se han reali-
zado en gran medida gracias a los aportes financieros de los subsidios
PID-CONICET y UBACyT.
La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires
me brindó un lugar de trabajo, de encuentro y de discusión académica.
La Sociedad Argentina de Antropología la posibilidad de publicar el li-
bro.

10
PRÓLOGO

Hace unos años atrás, me sorprendí ante un artículo de Carlos Zanolli


que se llamaba: “En busca de los Omaguacas”. Por ese tiempo, yo tam-
bién buscaba a los Omaguacas pero por caminos diferentes y es por ello
que nos conocimos. Desde entonces fuimos compañeros de ruta en la
investigación, pero sobre todo amigos. Durante ese tiempo aprendí que
la amistad, el compartir datos, discutir ideas y muchas cosas más nos
enriqueció por las miradas divergentes que ambos teníamos. Por eso, me
produce un gran placer ver que aquella búsqueda haya quedado concre-
tada en una tesis doctoral y finalmente en este libro.
Centrando su análisis en la encomienda de Humahuaca, este libro
emprende la gran tarea de investigar la construcción de identidades étnicas
en el momento de la conquista española y los primeros tiempos de la vida
colonial. Es un esfuerzo por develar de qué manera los grupos étnicos de
la Puna Árida y sus bordes desarrollaron diferentes mecanismos para lo-
grar su reproducción social y lograron cumplir con las demandas impues-
tas por la dominación española y -un tiempo antes- la incaica.
El autor sitúa la investigación entre los siglos XVI y XVII y asume la
difícil tarea de investigar sobre estos dos siglos cuya documentación es-
casa y dispersa en diferentes repositorios -la mayoría de ellos fuera del
país- los convierten en los menos conocidos dentro de la historiográfica
argentina. Pero además, como el mismo autor resalta, el tema había sido
considerado tradicionalmente dentro de limites jurisdiccionales que no
correspondían a la época estudiada. Por ello, plantea la necesidad de
manejar una nueva dimensión espacial, que contemple tanto la investi-
gación de los acontecimientos como la producción documental (especial-
mente las primeras cédulas de encomiendas). Así, considera el uso de
una perspectiva norte-sur que tiene que ver con el avance y consolida-
ción de la conquista española y con la consecuente conformación de las
fuentes más tempranas.

11
Tal perspectiva se relaciona, de manera casi natural, con el análisis
de importantes transformaciones introducidas por el estado incaico en
los territorios al sur de Charcas que explicaban, a su vez, cómo estos
cambios repercuten después en las formas de negociación o resistencias
y en las alteraciones introducidas en el mapa étnico, a partir de la cre-
ciente presencia de mitimaes que reflejan las primeras encomiendas.
Asumiendo este tema, junto con las características de la conquista
española, Carlos Zanolli reconstruye la historia de la encomienda de
Omaguaca, enlazándola además con los conflictos de la conquista de la
zona de Charcas y de la futura Gobernación de Tucumán. Este esfuerzo
es invalorable ya que logra completar una historia que durante muchos
años había permanecido inconclusa y fragmentaria.
Otra de las cuestiones centrales de su trabajo es desentrañar la ma-
nera en que los diferentes actores sociales se posesionaron frente a la nueva
coyuntura colonial que se desarrolló tras la fundación de la ciudad de
Jujuy y del pueblo de San Antonio de Humahuaca. El autor analiza de
qué manera fue surgiendo en este espacio social una nueva identidad
colectiva y cuáles fueron los factores que la cohesionaron y fortalecieron.
Además, va a resaltar la importancia de algunas instituciones como las
cofradías y el papel que asumieron los jefes étnicos y el tributo como los
elementos determinantes en la recreación de las nuevas identidades co-
lectivas.
En su artículo anterior, “En busca de los Omaguacas”, Carlos Zanolli
citaba una frase de Julio Cortázar: “la vida es eso, buscar lo que no existe”
¿Carlos encontró a los Omaguacas? Yo creo que sí, y justamente este libro
es una invitación a los lectores a descubrirlo, pero creo que él debe seguir
coincidiendo con Cortázar en que lo más atractivo y estimulante fue su
búsqueda, aun asumiendo el riesgo de que quizás nunca los encontraría.

Gabriela Sica

12
INTRODUCCIÓN

En el año 1981 un compañero de mi antiguo trabajo en la Biblioteca


del Jockey Club me comentó que estaba aprendiendo a tocar charango y
que su profesor era de Tilcara ¿Sabés dónde queda Tilcara?, me preguntó.
Inmediatamente me señaló un pequeño punto del mapa de la Argentina,
muy cerca de la frontera con Bolivia. Poco tiempo después, para Semana
Santa, participamos de la peregrinación a Punta Corral, una procesión
que parte desde la iglesia de Tilcara y tras caminar toda la noche entre
ríspidos senderos y angostas quebradas llega a un abra donde permane-
ce la Virgen de Copacabana en su pequeño santuario. El regreso lo reali-
zamos bajo el rayo del sol y con la virgen tapada por un pesado manto
azul que la defiende del polvo. Ya en el pueblo permanecí largo rato sen-
tado en el viejo puente que permite cruzar el río Huasamayo y que abre
el paso para acceder al Pucará de Tilcara, observé la inmensidad y sentí
una soledad que solo se cortaba por una delgada línea de humo que par-
tía de una casa imperceptible. Me pregunté como viviría aquella gente en
un lugar tan alejado, sobre sus costumbres y su pasado.
Muchos años después, las preguntas y las sensaciones que viví esa
primera vez en Tilcara guiaron la elección del tema y el desarrollo de mi
tesis doctoral la que, con algunos cambios que posibilitan su llegada a un
público más amplio, devino en el presente libro. El objetivo es analizar
los hechos y procesos que determinaron el cambio de identidades étnicas
a una identidad colectiva durante la colonia en América. Para su desa-
rrollo tomaremos un estudio de caso: la encomienda de humahuaca1 en-
tre los siglos XVI y XVII. Nos focalizamos en los cambios, adaptaciones y

1
En adelante designaremos con la palabra omaguacas u humahuacas a los indíge-
nas que ocuparon el sector central de la quebrada homónima. Utilizaremos
Omaguaca para hacer referencia a un área geográfica precolonial y la palabra
Humahuaca para aludir al pueblo colonial de San Antonio de Humahuaca.

13
reacciones que experimentaron los grupos étnicos que ocuparon el sector
de los Andes Meridionales correspondientes a la Puna Árida y sus bor-
des y analizaremos la capacidad que desarrollaron para organizar su ex-
periencia bajo sistemas de dominación. De esta manera, veremos las for-
mas y los mecanismos por los cuales aquellos grupos lograron su propia
reproducción social, al tiempo que cumplieron con las demandas impues-
tas primero por los imperio Inca y luego por el español.
Analizando el derrotero de la encomienda de humahuaca, observa-
mos que la cristalización de las identidades colectivas, muchas veces re-
creadas por los investigadores como identidades étnicas, fue un proceso
de construcción lento signado por cambios, adaptaciones y reacciones.
El mismo ha quedado registrado en la documentación a partir de hechos
que fueron significativos para los actores involucrados (principalmente
españoles) y en los que intervinieron fuerzas generadas tanto por el ac-
cionar de aquellos como por las respuestas dadas por los indígenas.
Desde la perspectiva hispana centramos nuestro análisis en la enco-
mienda ya que fue la principal institución a partir de la cual se consolidó
el dominio de los españoles sobre los indígenas en esta región. Desde la
perspectiva indígena, nos basamos en la conformación de los pueblos de
reducción pues enmarcaron a la sociedad nativa en un conjunto ordena-
do y cada vez más cerrado sobre sí mismo, situando a la identidad colec-
tiva en una escala “más local” a partir de referentes bien concretos como
el encomendero y el cacique, y con el tributo como elemento unificador a
nivel comunal2.
Las acciones de los sucesivos encomenderos de humahuaca produ-
jeron transformaciones en la sociedad indígena que “moldearon” su iden-
tidad una y otra vez. Las respuestas nativas fueron muy variadas de acuer-
do a la coyuntura histórica. Así, entre 1564 y 1574, y a medida que el
español avanzó sobre el territorio (entrada de Martín de Almendras al
Tucumán, campaña del virrey Francisco de Toledo a los chiriguanos y
fundación de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija), el indíge-
na alternó la beligerancia con tímidas formas de negociación. Aproxima-
damente hacia 1595, cuando se produjo la fundación del pueblo de re-
ducción de San Antonio de Humahuaca y conforme progresó la coloni-
zación, los caciques de humahuaca fueron alcanzando una mayor
hispanización que repercutió en la conformación de la identidad comu-
nal. A ello debemos agregar el tributo como elemento cohesionador del

2
En el libro las frases pueblos de indios o pueblos de reducción se utilizarán de
manera indistinta.

14
grupo y las numerosas cofradías de indios que coexistieron en el pueblo.
Paradójicamente, muchos de los elementos que contribuyeron a la explo-
tación de la sociedad indígena fueron también determinantes para la re-
creación de esas nuevas identidades colectivas.
Situamos la investigación entre los siglos XVI y XVII, aproximada-
mente entre 1540 y 1638. En ese período Francisco Pizarro otorgó la enco-
mienda a Juan de Villanueva, la misma pasó luego a Juan de Cianca,
casado con la viuda de Villanueva y, a partir de 1575, el virrey Francisco
de Toledo la reasignó al general Pedro de Zárate. En 1638 muere Juan
Ochoa de Zárate, encomendero en segunda vida e hijo de Pedro. La en-
comienda permaneció en la familia Zárate hasta 1698 año en que Isabel
Vieyra de la Mota, administradora y esposa del bisnieto de Pedro de Zárate
la perdió a manos de Antonio de la Tijera. Ahora bien, trabajar el siglo
XVI o, mejor dicho, llevar adelante una investigación sobre hechos ocu-
rridos en aquel siglo merece algunas consideraciones.
El siglo XVI fue un siglo particular y en muchos casos fundante. El
ensayo y el error fueron, más que nunca, prácticas cotidianas que contri-
buyeron a forjar futuras identidades individuales y a establecer relacio-
nes sociales duraderas cuando no definitivas. Dio nacimiento a historias
que se cristalizaron recién en el siglo XVIII. Su complejidad radica, en
parte, en la ausencia de categorías rígidas y de límites fijos. Esa situación
implica trabajar con especial cuidado, prestando una particular atención
a la noción de individuo, de grupo y a la particular interacción entre uno
y otro.
Altman (1992) brinda un excelente panorama de los antecedentes
sociales de la América hispana. Situada en Cáceres, ciudad que “expor-
tó” gran cantidad de célebres personajes hacia América (los Pizarro, Ni-
colás de Ovando, etc.), explica cómo era la sociedad hispana en la prime-
ra mitad del siglo XVI, su movilidad y los recursos puestos al servicio de
la emigración. Si a partir de una mirada ingenua pudo pensarse que la
sociedad cacereña era una sociedad inmóvil, este estudio profundo de-
muestra todo lo contrario. La familiaridad con espacios lejanos, sobre
todo Sevilla, eran prácticas comunes. Los movimientos para acceder al
servicio militar, al clero, a la educación, a las simples cuestiones comer-
ciales respondían, antes que nada, a la necesidad de lograr mejoras po-
tenciales en lo social o lo económico. La inmovilidad, en cambio, no era
más que una forma de conservadurismo propio de algunos miembros de
la familia puesto al servicio de conservar el linaje, consolidar la riqueza y
la posición del grupo. Al interior de una misma familia, movilidad y con-
servadurismo fueron las herramientas básicas para la conformación y

15
dispersión de grandes y flexibles redes sociales que, esparcidas por los
alrededores de Cáceres o más allá del Océano Atlántico, sirvieron para
concretar y consolidar verdaderos emprendimientos familiares.
La descripción parece coherente desde el estudio, el ensayo o la in-
vestigación, pero desde la perspectiva individual la decisión de partir
hacia América y más particularmente a los Andes durante el siglo XVI
no parece haber sido tarea sencilla. Más allá de los móviles señalados por
Stern (1992) y de la “justificación” que en ellos se podría encontrar3, mu-
chas veces los viajantes sabían que a su arribo no los esperaría nadie, ni
un familiar directo ni algún conocido; muchas veces hasta su llegada a
destino permanecerían en manos de un emisario que los buscaba para
trasladarlos a algún punto lejano. Llegaban a un mundo literalmente
desconocido que solo tenía riquezas y bienestar en su imaginación dado
que la realidad, en la mayoría de los casos, se encargaría de desmentirlo.
Aquellas personas, aquellos pioneros llevaban su ser individual, en cier-
ta medida traían pero también dejaban atrás su relación social. En Amé-
rica construirían, casi completamente, su herencia o historia.
Esa gente, la mayoría desconocidos, algunos rescatados por peque-
ñas biografías o ilustres tesis, debían decidir a cada instante realizar o no
un acto que todavía no había sido experimentado. Ellos mismos estaban
construyendo su experiencia y la memoria histórica de las generaciones
venideras. Durkheim [1898] 1998 sostiene que la autonomía del sujeto en
las elecciones que se le presentan difiere según el medio social y cultural
al que pertenecen. En este caso particular, atento a que las representacio-
nes propias de cada cultura se daban muchas veces de cabeza con la rea-
lidad, el medio social estaba en permanente construcción. Esta situación
no era propia ni exclusiva de los españoles, también debió ser difícil la de
los mestizos recientes, aquellos que tuvieron el privilegio de inaugurar
una categoría social que hasta ese momento no poseía reglas. Los mesti-
zos nacidos en familias ricas, fuesen mujeres o varones, debían pelear
palmo a palmo su inserción en la red familiar primero y en la social des-
pués. Los mestizos nacidos en familias pobres navegaron en un mundo
indefinido, modelando y remodelando su identidad conforme las circuns-
tancias, generando uniones, rechazos y consensos. Unos y otros interfirie-
ron en una sociedad donde las aguas estaban, al menos en los papeles,
perfectamente divididas. Cuando todavía no se acallaban las discusiones

3
Los españoles comenzaron su venida a América a partir de ciertos ideales que
podían parecer utópicos en España pero no en América: ellos fueron la obtención
de riquezas, la conversión cristiana y el ascenso social.

16
acerca de la humanidad de los indios, los mestizos, sin proponérselo, pre-
sionaban a las autoridades para que les otorgaran un lugar en la sociedad.
Por último, los indios. Aquellos que, partiendo nuevamente de la
fecha de 1540, en el lapso de ocho años festejaron la liberación del
sojuzgamiento incaico, observaron los reacomodamientos hechos por los
incas sobre sus estructuras políticas y económicas y sintieron cómo mu-
chos de esos reacomodamientos se plasmaron durante la colonia como
hechos “de tiempo inmemorial”. Por fin, en su interacción, pero no des-
de un lugar de privilegio, expusieron y mostraron lo que hoy llamaría-
mos sus formas socioculturales. De acuerdo a cada caso resistieron, ne-
gociaron o murieron. Tal actitud de resistencia y/o negociación, sea cual
fuere el resultado, implicó atravesar la urdimbre del poder.
Estamos en un momento que oportunamente definimos como ideal
para el antropólogo: el momento de contacto. Además, por su particula-
ridad histórica este momento se erigió en instancias de relaciones
primigenias y experiencias vírgenes, según las regiones, constituyó un
instante, apenas unas décadas dentro del siglo. Eso ocurrió en el siglo
XVI. El siglo en que la iglesia debió buscar en lo más profundo de su
doctrina para determinar con qué y cómo se debía tratar a seres que para
ellos eran nuevos y en que los conquistadores debieron posicionarse, por
fuerza o por negociación, respecto de la Corona mientras aquella definía
pautas de acción.
En aquellos momentos, los límites al interior de los grupos estaban
en permanente redefinición pero, paralelamente, esas reacomodaciones
los hacían cada vez más permeables. El individuo cobraba así una di-
mensión inusitada, no por su individualidad sino por la dinámica que a
partir de su reacomodación le imprimía al grupo de pertenencia. En pa-
labras de Lins Riveiro (1986: 65):

la relación individuo/sociedad está mediatizada no solamente por tra-


yectorias específicas de desarrollo de personalidades que califican indivi-
duos como agentes competentes sino también por coyunturas históricas
concretas (donde las trayectorias individuales se realizan) que crean los
límites y posibilidades de resolución de impases cotidianos o estructura-
les, tanto respecto de la manutención de un determinado orden cuanto a
su cambio gradual o radical.

El siglo XVI en América es un tiempo y un espacio privilegiado para


observar que los individuos no son productos mecánicos y pasivos de
determinaciones sociales o económicas. Desde la posición en que se en-

17
contraba, el individuo establecía relaciones sociales cruzando lineal o
transversalmente los grupos de pertenencia o los grupos de aproxima-
ción. Son justamente esas relaciones las que nos permitirán comprender
la dinámica de una sociedad en gestación y dar cuenta de los procesos de
formación de identidades colectivas, “apuntando a los lazos
interindividuales que han desarrollado y, a partir de ellos, reconstruir las
redes sociales que vinculaban a los actores entre sí para determinar las
configuraciones en las cuales estaban insertos” Poloni-Simard (2000: 96).
En el siglo XVI el individuo, cualquiera fuera su extracción, era determi-
nante y determinado en y por los grupos sociales en una dimensión mu-
cho mayor que en otros momentos históricos posteriores. En el siglo XVI
la palabra experiencia, tan cargada de pasado, muchas veces quedará
desbordada por el propio presente. La misma cobró su verdadera di-
mensión en los siglos siguientes cuando las bases de la colonia estuvie-
ron echadas.
Los repositorios documentales que proveyeron la documentación
que sustenta esta investigación fueron varios. En el Archivo Nacional de
Bolivia -Sucre- se consultaron principalmente las Escrituras Públicas, los
Libros de Acuerdos de la Audiencia de Charcas y los Expedientes Colo-
niales. En el Archivo General de Indias consultamos las Secciones Char-
cas, Justicia, Patronato y Lima, entre otras. También obtuvimos significa-
tiva información del Archivo General de la Nación y del Archivo de Tri-
bunales de Jujuy. Ocasionalmente obtuvimos documentación del Archi-
vo Municipal de Cochabamba, del Archivo Histórico de Potosí y del Ar-
chivo Histórico de Jujuy. Las fuentes primarias inéditas se combinaron
con colecciones documentales de inestimable valor como, entre otras, las
compilaciones de Roberto Levillier, la Colección Gaspar García Viñas de
Copias de Documentos del Archivo de Indias, la Colección de Documen-
tos históricos y geográficos relativos a la conquista y colonización riopla-
tense y las Relaciones Geográficas de Indias. Es notoria la ausencia de
crónicas que brinden información para el Tucumán colonial a excepción
de los datos que aporta Lizárraga ([1605] 1987). Para la conquista inca al
sur de Charcas se trabajó con Betanzos ([1551] 1987), Cieza de León ([1553]
1945) y ([1554] 1943), Murúa ([1616] 1987) y Sarmiento de Gamboa ([1572]
1988), aunque los datos sobre el Tucumán que proveen estas fuentes pro-
vienen de terceros.
El presente libro se estructura en base a cuatro capítulos que, ade-
más de estar ordenados cronológicamente, se adecuan a la hipótesis a
sostener. De tal forma, el lector observará que ciertos hechos o aconteci-
mientos parecen repetirse a lo largo de los capítulos segundo, tercero y

18
cuarto pero esa repetición no es tal. Lo que hacemos es observar, como si
fuera a través de un prisma, la dinámica histórica desde la perspectiva
de cada uno de los actores sociales, incluyendo también a los investiga-
dores que nos precedieron. Así por ejemplo, en el capítulo segundo
deconstruimos hechos o hipótesis para luego rearmarlos a partir de las
dos vías que consideramos claves para la construcción de las identida-
des colectivas: los procesos propios de la sociedad española (actores, ins-
tituciones, etc.) y aquellos de los indígenas (capítulos tres y cuatro res-
pectivamente).
El capítulo uno, “Geografía, historiografía y marco para el análisis”,
esta compuesto por tres núcleos principales. Primero un panorama geo-
gráfico insoslayable para comprender la dinámica poblacional de la re-
gión. Luego, una referencia al estado de los conocimientos sobre el tema;
por último los componentes teóricos que enmarcan nuestra investiga-
ción. El capítulo dos, “El sur de Charcas a la sombra de dos imperios”, da
algunas pautas de la conquista Inca del territorio que nos ocupa anali-
zando su derrotero de norte a sur hasta llegar a la Quebrada de Huma-
huaca. A continuación observamos los primeros momentos de la con-
quista hispana a partir del otorgamiento de cédulas de encomienda. Aque-
llas cédulas fueron, en gran medida, reflejo del momento de máxima con-
solidación del dominio incaico en la región. Por lo tanto, hacemos un
análisis detallado de las mismas a fin de discutir y precisar las entidades
étnicas primigenias o al menos previas a la conquista incaica.
Los capítulos tres y cuatro, “Familia y encomienda” y “Los tiempos
idos”, presentan a los actores sociales protagonistas de esta historia: los
españoles y los indios. El tres, situado desde una perspectiva hispana,
analiza el derrotero seguido por la encomienda de humahuaca desde que
fuera otorgada en 1540 hasta la toma de posesión efectiva de la misma en
1594. La encomienda concedida originalmente a Juan de Villanueva, pasó
a manos de Juan de Cianca (1566) y por último el virrey Francisco de
Toledo (1575) se la dio a Pedro de Zárate (a partir de este momento se
consideró nuevamente la primera vida). Hablar de la vida de estos tres
encomenderos no es solo referirse a la encomienda de humahuaca, im-
plica también hablar del devenir mismo de la conquista española. Llega-
dos tempranamente a América, representaron el ideal de fidelidad, ho-
nor, riqueza y valor, y los tres lo pusieron de manifiesto a partir de sus
acciones. En este sentido, el capítulo dará cuenta del proceso poblador
hacia el sur de Charcas a partir de la lenta pero inexorable fundación de
pueblos de reducción y de las continuas luchas entre facciones.
En el capítulo cuatro analizamos la misma situación que en el capí-

19
tulo anterior pero vista desde los indígenas, o sea desde el otro lado de la
historia. Centramos nuestro análisis en la sociedad nativa y en los cam-
bios que se produjeron en ella en los sucesivos momentos de contacto
con los españoles. El mismo está compuesto por dos títulos principales:
“El tiempo de la guerra” y “El tiempo de la paz”. El primero transcurre
entre 1540 y 1595. Mucho antes de la efectivización de la encomienda en
manos de Juan Ochoa de Zárate, su padre Pedro de Zárate y los anterio-
res encomenderos de humahuaca intentaron que “sus” indios les sirvie-
ran, algunos lo lograron y otros no. Para desarrollar esto nos focalizamos
en los sucesivos avances de conquista que se realizaron desde Charcas
hacia el sur, es decir, hacia el Tucumán y nos centraremos en algunos
hitos significativos como la campaña de Martín de Almendras al Tucumán
(1564), la fundación de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija
(1575) y la fundación de San Antonio de Humahuaca en 1595.
Las conclusiones finales ofrecen una síntesis de la investigación rea-
lizada relacionando los datos probados a lo largo de la misma, muestran
los procesos que llevaron a la consolidación de una identidad colectiva
para el caso y momento particular estudiado y procuran establecer pro-
yecciones para estudios futuros. Por último, el libro se completa con cua-
tro apéndices documentales que, por la información que proveen, consi-
deramos de suma importancia para la historia de la encomienda de
humahuaca. Para realizar la transcripción paleográfica seguimos en lí-
neas generales el modo literal modernizado (Tanodi 2000: 262 y ss.), que
facilita la lectura y comprensión del texto pero no altera el contenido del
documento. En todos los casos actualizamos la ortografía y desplegamos
las abreviaturas.

20
1

Geografía, historiografía y
marco para el análisis

El paisaje y Omaguaca

En la presente trabajo integraremos los paisajes del mismo modo


que los integró el hombre andino en su permanente trashumancia, con el
fin de conjugar necesidades biológicas y sociales inherentes a su propia
reproducción social. Es decir, no tomaremos a la quebrada de Humahuaca,
como se ha hecho en muchos estudios históricos, como un sector inde-
pendiente dentro del área mayor del Noroeste Argentino. Si como esta-
blece Troll (1958: 10) la diversidad geográfica es notablemente manifiesta
desde el macizo puneño hacia y hasta la quebrada de Humahuaca, es
necesario remarcar que tanto el ambiente quebradeño como su desarro-
llo social no se pueden entender sin la interacción de los pisos ecológicos
circundantes. La misma lógica ha de aplicarse para la Puna y los valles,
por lo que haremos una somera descripción de cada uno de ellos, con-
templando sus fronteras y rutas de integración.

La Puna

En el extremo norte de nuestro país se ubica una amplia meseta


conocida genéricamente con el nombre de Puna y que forma parte de
una altiplanicie que se continúa en los países vecinos de Chile y Bolivia,
extendiéndose hasta la ollada del lago Titicaca. La Puna argentina pre-
senta características comunes en las tres provincias por las que extiende
su recorrido (Jujuy, Salta y Catamarca). Su superficie es accidentada, pero
tiene pocos desniveles profundos. Sus partes más bajas se encuentran a
una altura promedio de 3.800 metros sobre el nivel del mar mientras que
las cumbres sobrepasan los 6.000 metros sobre el nivel del mar. A pesar
de esa gran altura la nieve no abunda presentando un paisaje que, en

21
líneas generales, es pobre y de escasa vegetación (Kuhn 1930). Los cordo-
nes montañosos que la envuelven hacen que este paisaje haya constitui-
do una región aislada y de difícil acceso. Desde el sudeste únicamente
tres amplios valles, cabeceras de sistemas fluviales, son las vías de acceso
y caminos de comunicación naturales con la Puna: la quebrada de
Humahuaca, la del Toro y el valle Calchaquí. Hacia el norte la integra-
ción con la meseta altiplánica chileno boliviana es continua tanto desde
el punto de vista geográfico como cultural.
Para nuestro trabajo tomaremos el territorio correspondiente a la
Puna jujeña con una pequeña extensión hacia el altiplano boliviano,
aproximadamente entre los 21º 45’ y 23º de latitud sur y los 65º 30’ y 66º
25’ de longitud oeste. Albeck (1992: 98) divide este territorio en cinco
zonas: septentrional, centro occidental, centro oriental, meridional y oc-
cidental. Por su parte Krapovickas (1983) lo sectoriza señalando tres cuen-
cas hidrográficas al interior del mismo: la de Miraflores-Guayatayoc-Sa-
linas Grandes al este y al sur del sector oriental, la de Pozuelos en el
centro, oeste y norte y la de desagüe hacia el océano, formada por los ríos
tributarios del Pilcomayo. Esta última se divide a su vez en dos
subcuencas: la de Yavi-La Quiaca hacia el noreste y la del río San Juan
Mayo hacia el noroeste.
Casi todo el territorio presenta un clima árido a semiárido con preci-
pitaciones reducidas las cuales, al igual que la humedad, decrecen de norte
a sur y de este a oeste. La amplitud térmica llega a límites extremos. Este
clima tan particular solo permite dos cultivos principales: tubérculos (pa-
pas, ulluco) y quinoa. Entre su fauna, la llama desempeñó un papel central
en el transporte a larga distancia. Estos elementos principales se comple-
mentan con la caza de guanacos, alpacas y aves corredoras.
Para comprender el paisaje puneño en su totalidad no podemos dejar
de hacer referencia a sus fronteras naturales, utilizando variables cultu-
rales. Con la expansión tihuanacota primero pero, sobre todo, con la con-
solidación del dominio incaico la Puna se constituyó en un espacio orde-
nador de paisajes. Desde aquellas áridas alturas los límites parecían bien
establecidos. Hacia el oriente la selva era la frontera del imperio; a lo
largo de dicha frontera, los Incas establecieron fortificaciones de avanza-
da para contener a las sociedades selváticas. De norte a sur, por el contra-
rio, las montañas se dilataban contribuyendo a expandir el dominio
incaico. Para los españoles fue importante apoyarse en aquellas fronte-
ras ya fijadas, reconociendo que representaban los confines del imperio
adonde los incas habían llegado pero donde su dominio nunca dejó de
ser precario.

22
La quebrada de Humahuaca

Entre la Puna y los valles orientales se extiende, como una cuña que
irrumpe en el paisaje puneño, la quebrada de Humahuaca. Con una ex-
tensión aproximada de 150 km y orientación norte-sur constituye uno de
los accidentes geográficos más importantes del complejo montañoso del
noroeste argentino. Limita al oeste con los contrafuertes de la Puna, des-
tacándose las elevaciones del Chañi y Sierra Aguilar; al este con las de
Tiracsi, Huajra, Tilcara y Zenta. Los límites norte y sur aún hoy son mo-
tivo de discusión, pero en general coincidimos con Kuhn (1930) en exten-
derlos desde Iturbe al norte hasta el valle de Jujuy al sur.
La quebrada de Humahuaca tiene un ancho promedio de dos a tres
kilómetros y en su fondo, de norte a sur, corre el río Grande o Humahuaca
cuyas aguas, luego de unirse con el río Lavayen, confluirán en el Berme-
jo. El fondo del río es estrecho, lo que se manifiesta aún más en ciertos
puntos de la Quebrada denominados comúnmente “angostos” (tales como
Perchel, Chorrillos, etc.). Sus laderas son notoriamente empinadas con
pendientes de hasta 30º, las orientales son más abruptas que las occiden-
tales. Este hecho se refleja en la conformación de las quebradas tributarias,
las primeras son largas y de suave pendiente (Huichairas, Yacoraite, etc.),
las segundas cortas y de fuerte inclinación (La Huerta, Calete, etc.).
Siguiendo a Albeck (1992: 100) distinguimos cuatro vías de acceso
principales entre la Puna y la Quebrada y seis secundarias. El eje de tal
distinción es el mayor costo global (formas de acceso directo, altura, etc.).
Entre las vías directas menciona: 1) el curso superior del río Grande, 2) el
río Yacoraite, 3) la quebrada de Purmamarca y 4) la quebrada de Tumbaya
Grande. Las rutas alternativas son de norte a sur: Zapagua, Coraya, Cuchi-
yaco, Quetacara Grande, Juella y Huichairas. Finalmente, señalaremos tam-
bién la división que hace Kuhn (1930) sobre el trazado de la quebrada: a)
sección inferior, desde el valle de Jujuy (1.258 m) hasta el pie del Volcán
(1.700 msnm); b) sección media, desde el Volcán (2.000 m) hasta Uquía
(2.800 msnm); c) sección superior, desde Uquía hasta Iturbe (3.300 msnm).
El clima es del tipo continental semidesértico, con una intensa se-
quedad. Las precipitaciones son escasas y dependen de factores estacio-
nales ya que el 80 % de las mismas se producen entre diciembre y marzo.
El nivel de las precipitaciones desciende a medida que avanzamos hacia
el norte, la media anual en Volcán es de 313 mm; en Tilcara de 302 mm y
en Humahuaca de 141 mm. Las temperaturas medias anuales oscilan en-
tre una máxima media anual de 2,3º C, aunque llegan a temperaturas
absolutas anuales de más de 45º C y menos de -3º C. A modo de ejemplo

23
diremos que la media en Volcán es de 13,6º C, la de Tilcara de 15º C y la
de Humahuaca de 12,8º C.
En la quebrada de Humahuaca el clima es más benigno si lo compa-
ramos con el de la Puna. Se da un aumento en la presión atmosférica y,
por lo tanto, la amplitud térmica y los días con heladas decrecen. El ám-
bito que ocupa corresponde al ecosistema denominado q’eshwa (2.000 a
3200 msnm) donde se ubican la mayoría de los sitios prehispánicos. Los
mismos también se encuentran en la suni (3.200 a 3.800 msnm) donde se
encuentran campos de cultivo y obras de riego (Coctaca, El Alfarcito). La
humedad ambiente produce un interesante fenómeno que consiste en la
formación, durante el atardecer, de una espesa niebla en las quebradas
tributarias. La misma es más abundante en verano y además al bajar la
temperatura el agua se condensa y precipita, filtrándose luego hasta alcan-
zar la capa freática. En esta parte (borde de Puna) de las quebradas se de-
positan los sedimentos más finos y la capa freática se encuentra cerca de la
superficie. Los manantiales así formados se congelan durante la noche acu-
mulando el agua que, al irse descongelando durante el día, provoca un
escurrimiento paulatino. Este fenómeno podría estar estrechamente liga-
do a la instalación de campos de cultivo en esta parte de la Quebrada.

Los valles orientales

La geografía valluna se manifiesta en un continum hacia el oriente


de la quebrada de Humahuaca, mientras que hacia el norte, hacia la fron-
tera con Bolivia, lo hace con el ambiente puneño. Dicho continum encon-
trará su punto máximo en las tierras bajas chaqueñas. No pretendemos
hacer un análisis detallado de esta zona como hicimos anteriormente. A
los efectos del presente estudio solo nos interesa señalar algunas caracte-
rísticas ambientales propias del lugar. A diferencia de la quebrada de
Humahuaca y de la Puna las precipitaciones aquí son abundantes, lo que
aumenta la posibilidad de una amplia gama de cultivos, pudiéndose prac-
ticar el atemporal o de secano (Albeck 1992: 98). Dentro de este paisaje
accidentado los pastizales y la vegetación se hacen más nutridos hacia el
oriente siguiendo el ambiente marcado por el aumento de las lluvias. Los
ríos y riachos de esta zona tendrán como único colector al Bermejo. Cuanto
más se avanza al oriente se hace más evidente la sensación de frontera, es
decir aquel territorio difícil de superar y que requiere más que una mera
adaptación climática. Para el habitante andino era una verdadera fronte-
ra cultural donde se encontraba un “otro” conocido más a fuerza de
enfrentamientos que de entendimiento. Los valles orientales marcaron

24
un límite como no lo hizo la Quebrada. Ese límite no fue una barrera,
nuevamente fue de contacto e interacción.
Hemos presentado en esta breve reseña una geografía por demás
amplia pero ante todo variada en climas y en recursos. Toda ella no hace
más que mostrarnos un conjunto ordenado y lleno de posibilidades de
subsistencia, de intercambio y de expansión; con fronteras geográficas y
también culturales. El habitante prehispánico se sirvió de esta geografía
muchas veces por necesidad y muchas otras por la fuerza, la misma fue
escenario de luchas e intercambios. El hombre una vez más pone el con-
dimento necesario para que esta variación climática y de recursos cobre
sentido a la luz de los estudios históricos, antropológicos y de geografía
social. En el presente trabajo daremos cuenta de ese hombre que por
momentos permanece estático y por momentos se mueve, muchas veces
por voluntad propia y muchas otras por la asechanza del enemigo. A lo
largo y a lo ancho de esta variada geografía, con mayor o menor presen-
cia en cada uno de los paisajes que la integran, se ubicaron los indios de
humahuaca. Estos, al aparecer reiteradamente en la documentación his-
pana, han ocupado una importante cantidad de trabajos enfocados des-
de la historia, la arqueología o la etnohistoria, y sobre los cuales daremos
cuenta en el apartado siguiente.
N

0 100 km

Mapa 1. Geografía física del norte de Argentina y sur de Bolivia

25
La historiografía y Omaguaca

Numerosos historiadores o antropólogos, encasillados en una co-


rriente historicista, han generado una importante cantidad de bibliogra-
fía sobre los indígenas que poblaron nuestro territorio. Dentro de esta
corriente encontramos dos tendencias bien marcadas. Aquella que se ha
preocupado por brindarnos un panorama detallado de los grupos que
habitaron el país (Serrano 1947, Canals Frau 1963), centrándose en la zona
valliserrana y que le atribuye a los “diaguitas” el haber constituido la
civilización más importante del territorio argentino. Esta corriente ten-
dió a contraponer las categorías “salvaje” y “civilizado” en todo el marco
de su análisis. Dentro de esta tendencia podemos encontrar autores que
centraron sus trabajos en la provincia de Jujuy y particularmente en la
quebrada de Humahuaca (Levillier 1930, Tomasini [1933] 1990, Carrizo
1934, Vergara 1934). Pese a la especificidad, su preocupación no fue ana-
lizar la problemática indígena, más bien la tocaron tangencialmente para
arribar a su tema específico: la sociedad española que se iba desarrollan-
do vertiginosamente. Aquellos autores no trataron en ningún momento
las articulaciones interétnicas ni las particularidades de la sociedad indí-
gena. Para ellos esta era un conjunto ordenado y estable que se iba aco-
plando lentamente a la coyuntura generada por el español; el choque
entre ambas, el conflicto y la crisis que emergieron fueron categorías de-
jadas de lado.
A pesar de la orientación valliserrana que guió a las grandes obras,
la quebrada de Humahuaca presentaba una atracción que pocas regio-
nes en el país tenían, nos referimos a las ruinas del Pucará de Tilcara.
Debido a ellas, muchos investigadores y arqueólogos (Debenedetti 1910
y 1930, Vignati 1931, Gatto 1943) se acercaron al lugar a fin de realizar
estudios pormenorizados de sus instalaciones y de otros sitios cercanos.
Para hacer esto necesitaron abordar la realidad indígena mediante análi-
sis lingüísticos de la toponimia, este esfuerzo metodológico llevó a la
acumulación de novedosas hipótesis sobre las relaciones entre los gru-
pos indígenas del lugar. De esta manera, con un importante acopio de
datos y un mejor conocimiento de la arqueología regional, se abrieron
nuevas problemáticas acerca de la realidad nativa. A partir de entonces
se impulsaron investigaciones que dieron mejor cuenta de las delimita-
ción de los grupos que ocuparon la región.

26
Los omaguacas entre la Quebrada, la Puna y los Valles

Los trabajos acerca de los grupos que habitaron el noroeste de la


provincia de Jujuy, comprendiendo la quebrada de Humahuaca, la Puna
y sus zonas limítrofes, es decir la porción del altiplano que se extiende
hacia el sur de Bolivia y Chile, y en alguna medida los valles que se en-
cuentran al oriente del actual departamento de Humahuaca, comenza-
ron hace mucho tiempo atrás. Estos trabajos van desde simples descrip-
ciones paisajísticas hasta verdaderas etnografías que se propusieron dar
cuenta, entre otras cosas, de los habitantes de la zona, de su territoriali-
dad y de su pertenencia o no a un grupo mayor.
En un principio las investigaciones fueron abordadas conjuntamen-
te desde la arqueología y la historia para llegar luego a una especializa-
ción en cada uno de estos campos. Hoy, a más de cien años del trabajo
pionero de Juan Bautista Ambrosetti (1902) nos vemos en la necesidad
de realizar una sistematización mínima de lo dicho acerca de los indios
de humahuaca. Una primera mirada a los datos arqueológicos le hará
decir a Ambrosetti (1902: 11) que los jujeños, como él llamó a los indíge-
nas del norte de la Argentina, “aunque la historia colonial nos los pre-
sente con otros nombres: Omaguas, Omaguacas, Omahuacas ó
Humahuacas; Tilcaras Prunmamarcas, Cochinocas, Casabindos, etc.”,
formaban parte de un grupo mayor: la civilización Kakana o Diaguito-
Calchaquí. Ambrosetti llegó a esta conclusión considerando dos vías pro-
batorias. En primer lugar la analogía y semejanza de los objetos arqueo-
lógicos encontrados en los diferentes sitios trabajados. En segundo lugar,
porque según los cronistas unos y otros hicieron causa común contra el
español durante los levantamientos calchaquíes. Según el autor aquellos
indios humahuacas, vanguardia de la nación Calchaquí, habrían desapa-
recido con la captura de su cacique principal Viltipoco a manos de Fran-
cisco de Argañaráz, fundador de San Salvador de Jujuy (1593)4.

4
En la época de los grandes alzamientos, parte de los insurrectos estuvieron co-
mandados por el cacique Viltipoco. En ellos participaron “diaguitas, chichas,
omaguacas, churumatas, lules apanatas y muchas otras naciones y era tanta la fama
del dicho Viltipoco que hasta los indios de Chile le respetaban y le enviaban presentes
y se confederaban con él solo por ser como era tan enemigo de los españoles y tan
belicoso y de mucho ánimo y respecto de esto tenía bajo su dominio y mando a todos
los indios de las dichas cordilleras que es vos y fama que tenía debajo su gobierno a
más de veinte mil indios”. Información de méritos y servicios hecha a su majestad
por Francisco de Argañaráz, en la conquista de las provincias del Tucumán y funda-
ción de pueblos, en especial el de Jujuy. En Levillier 1918-20, II: 460.

27
Los datos aportados por Ambrosetti (1902) no fueron tenidos en
cuenta por autores posteriores. La principal causa de ello fue que otro
trabajo temprano (Boman 1908) se encargó de refutar las afirmaciones
anteriormente detalladas. No es nuestro propósito confrontarlos o deba-
tirlos en particular, solo nos interesa señalar que Ambrosetti será prácti-
camente el único autor que incluye a los indios humahuacas dentro de
una “nación”, “grupo” o “etnía” mayor, en este caso la de los calchaquíes.
Con la aclaración que hace Ambrosetti acerca de los nombres con que
son presentados estos indios humahuacas por “la historia colonial”, la
historia de la región que nos ocupa y, por lo tanto, la de los indígenas que
la habitaron comenzaba a dividirse de manera casi imperceptible en un
antes y un después de la colonización hispana. La fecha límite estará
dada por los años 1593 y 1594, espacio en que se producen dos hechos de
relevancia extrema: la fundación de San Salvador de Jujuy y la captura
del cacique Viltipoco.
El trabajo realizado por Boman (1908), seis años después del de
Ambrosetti, dejará una fuerte impronta en los posteriores estudios acer-
ca de los indios de humahuaca. En primer lugar hizo abortar una discu-
sión aún no iniciada que planteara el trabajo de Ambrosetti pues mostró
con pruebas concluyentes que el material arqueológico de la quebrada
de Humahuaca difiere tanto del de la región diaguita como del de la
Puna de Jujuy. Incluso sostuvo que en el caso que el material procedente
de la quebrada de Humahuaca no tuviera una entidad propia debería
ligárselo más a la región de Chichas, al sur de Bolivia, que a las
valliserranas del Tucumán. Con Boman los omaguacas comenzarán a
tomar una identidad propia al ser reconocidos como uno de los principa-
les grupos que ocuparon la quebrada de Humahuaca en particular y el
norte argentino en general. Los ubicó en un “centro” preciso (las cerca-
nías del actual pueblo de Humahuaca) con una dispersión hacia los ac-
tuales departamentos de Iruya y Santa Victoria en la provincia de Salta y
la localidad de Yavi en la de Jujuy. Tuvieron dos caciques principales:
Viltipoco y Teluy. Desde 1536, año en que salieron al cruce de Diego de
Almagro en su paso hacia Chile, hasta 1595 fecha en que Francisco de
Argañaráz pacificó la región, no dejaron de ser el “azote” de los españo-
les.
Con las afirmaciones de Boman sobre los omaguacas su suerte esta-
ba echada para la historiografía posterior: los omaguacas fueron los beli-
cosos habitantes de la quebrada de Humahuaca. Esta fórmula se utilizó
y amplió sin solución de continuidad y, al menos desde una perspectiva
etnohistórica, sin una debida comprobación documental. Boman estable-

28
ció la existencia de una macroetnía que permaneció inmutable práctica-
mente desde el Tardío hasta el contacto hispano-indígena. Esa belicosa
etnía humahuaca fue responsable de que los españoles no hicieran pie en
la región hasta la fundación de San Salvador de Jujuy (1593). También de
impedir las fundaciones antecedentes a aquella, Nieva (1561) y Alava
(1575), de la muerte de Martín de Almendras en su entrada pacificadora
al Tucumán (1563) y de que los españoles tuvieran que ir durante gran
parte de la segunda mitad del siglo XVI, con “junta de gente” desde
Purmamarca hasta las cercanías de Talina, primer pueblo de la jurisdic-
ción de chichas. El accionar bélico de los humahuacas se extendió enton-
ces casi desde el valle Grande de Jujuy hasta el límite norte de la gober-
nación. Demasiada carga histórica, demasiado protagonismo para un
grupo sobre el cual no se ha escrito tanto pese a la importancia que se le
asignó. Creemos que una de las causas de aquella situación es que la
propuesta de Boman, tomada casi de manera acrítica por los autores pos-
teriores impidió ver la interacción, la dinámica social y la movilidad que
se dio en la región como consecuencia de la conquista incaica primero y
de la implementación de las instituciones españolas después.
Aunque haya pasado desapercibido para la literatura posterior,
Boman realizó una división cronológica similar a la que tiempo atrás hi-
ciera Ambrosetti. Así los omaguacas históricos, como grupo étnico inser-
to en el proceso colonial, comenzaron a ser tenidos en cuenta en 1536
cuando salieron al cruce de los hombres de Almagro, pero su historia
continuaba recién en 1594, momento de la captura de Viltipoco y Teluy.
Durante aquellos años los humahuacas fueron considerados de manera
general como indios de guerra, responsables de hacer imposible el libre
tránsito entre Charcas y el Tucumán y de haber desbaratado las dos fun-
daciones previas a la de San Salvador de Jujuy. Con el tiempo, la historia
de los humahuacas durante el período colonial fue descripta a partir de
los años 1593/5 y fue íntimamente relacionada con los indios reducidos
en el pueblo de San Antonio de Humahuaca. Quedaban sesenta años
prácticamente vacíos de identificaciones étnicas precisas.
Como señaláramos, las investigaciones -más por la formación de
los investigadores que por sus aspectos metodológicos- fueron en un prin-
cipio abordadas conjuntamente desde la arqueología y la historia, para
luego llegar a una especialización en cada uno de estos campos. Esta
especialización tomó forma particularmente a partir de la década de 1950,
época en la que A. R. González imprimió cambios en la arqueología, otor-
gándole una mayor especificidad y rigor científico. A partir de este pun-
to y siguiendo los lineamientos propuestos por Boman trataremos de ma-

29
nera diferenciada aquellos trabajos realizados desde una perspectiva ar-
queológica y aquellos que parten de una perspectiva histórica. Cabe se-
ñalar que esta división es ante todo metodológica ya que en la mayoría
de los casos ambos lineamientos, y sobre todo el arqueológico, ha tenido
muy en cuenta la interdisciplinariedad. Por todo lo expuesto, y a pesar
de ser un neto trabajo de antropología histórica, trataremos en primer
lugar la producción arqueológica dada la temporalidad que comprende
nuestro trabajo para pasar luego a la etnohistórica. La revisión arqueoló-
gica es necesaria sobre todo en lo referente al impacto de dominación
inca en la región que, como en otras zonas del imperio, dejó alterada la
constitución y distribución de los grupos étnicos o jefaturas locales. Des-
de la etnohistoria necesariamente volveremos a tratar los trabajos de al-
gunos autores que, aun siendo arqueólogos, revisaron y reinterpretaron
la documentación escrita.

Las voces de la arqueología

Al hacer una revisión de los trabajos arqueológicos sobre la quebra-


da de Humahuaca, la Puna jujeña y los Valles orientales, debemos tener
presente el desarrollo mismo de la arqueología argentina. Para ello hare-
mos una breve referencia a la situación de la disciplina en la década de
1950 época que, como bien señala Krapovickas (1981/2: 70), estuvo ca-
racterizada por una “lucha cronológica”. Dos puntos estaban en el cen-
tro de la cuestión. Primero, se creía casi sin excepción que todos los restos
encontrados en las excavaciones eran contemporáneos y que pertenecían
a los aborígenes del siglo XVI que habían estado en contacto con los es-
pañoles. El segundo punto en cuestión fue la expansión incaica en el te-
rritorio argentino: durante mucho tiempo los arqueólogos rechazaron la
posibilidad de una dominación política efectiva en la región por parte de
los cuzqueños. Frente a las evidencias que muchas veces les presentaba
el registro arqueológico, se intentó subsanar el problema con conceptos
imprecisos tales como intercambio, aculturación, contacto, etc. La fuerza
de las evidencias, las revisiones en los trabajos y el nuevo impulso que la
tesis doctoral de John Murra (1978) imprimió sobre los estudios del im-
perio incaico hicieron que se abriera una nueva perspectiva en los traba-
jos sobre las culturas del Noroeste argentino. Hecha esta breve aclara-
ción veremos cómo se intentó explicar la situación poblacional en la que-
brada de Humahuaca.
El trabajo de Pérez Gollán (1973) es una buena síntesis sobre la nece-

30
sidad de hacer cronologías. El autor realiza una periodización de las lla-
madas “culturas agroalfareras de la Quebrada de Humahuaca” en tres
momentos bien diferenciados: uno Temprano caracterizado por el mo-
mento en que la economía agropastoril se encuentra estabilizada; otro
Medio que, en líneas generales, esta enmarcado por las influencias reci-
bidas desde el área Tiawanaku; y otro Tardío, o de Desarrollos Regiona-
les, el cual incluye la época de dominación incaica y finaliza con la llega-
da de los españoles.
Indudablemente debemos centrarnos sobre el período Tardío pues
es sobre el que mayor cantidad de preguntas nos surgen. En primer lu-
gar, aunque somos conscientes de que ha comenzado a debatirse dentro
de la misma arqueología, es cuestionable el valor que se le otorga a la
cerámica como elemento que define la identidad sobre todo en socieda-
des con alta movilidad. En segundo lugar, es necesario preguntarse qué
tipo de desarrollo habrán tenido las sociedades locales al momento del
contacto con el imperio incaico5. Actualmente la gran mayoría de los tra-
bajos arqueológicos sobre la Quebrada que abordan el período Tardío
han hecho hincapie, debido a las evidencias encontradas, en los cambios
producidos por el imperio incaico.
Es prácticamente imposible hacer una referencia a los estudios ar-
queológicos de la Puna y la Quebrada sin mencionar a Pedro Krapovickas.
Tomando una pequeña muestra de sus trabajos (1958/59, 1981/82 y 1983)
podemos observar cómo intentó superar el estancamiento en que vivía la
arqueología en los aspectos ya señalados y trató de determinar y delimi-
tar los complejos culturales puneños. Luego, cuando aceptó que dentro
del marco de la disciplina no podría completar sus inquietudes profun-
das, apeló a la documentación colonial. Entre los años 1958/9 Krapovickas
publicó un trabajo de neto corte arqueológico, “Arqueología de la Puna
Argentina”, donde se pregunta sobre la uniformidad de los restos ar-
queológicos. Con los pocos trabajos específicos publicados para esa fe-
cha (la campaña se desarrolló entre los años 1954 y 1955 con la supervi-
sión del Dr. Eduardo Casanova), Krapovickas se propuso determinar si
los complejos culturales puneños “pertenecen realmente a un único com-
plejo cultural como se han mantenido hasta el presente o no, y si esa
cultura o culturas fueron independientes de las que poseyeron los pue-

5
Cuando se realizaron las primeras cronologías, el momento de contacto del impe-
rio incaico con las sociedades locales se estableció alrededor de 1480. Pero actual-
mente los últimos registros radiocarbónicos ponen en duda esa fecha, retrotrayéndola
aproximadamente 50 años.

31
blos vecinos” (1958: 53). Luego de un exhaustivo recorrido por casi todos
los vestigios materiales de la Puna, Krapovickas (1958/9: 53) descarta
todo tipo de uniformidad cultural planteando un “complejo panorama
arqueológico”. Compara el tipo, cantidad y calidad de los vestigios en-
contrados en la quebrada de Humahuaca, La Paya y el norte de Chile y,
aunque carece de datos arqueológicos certeros de la arqueología del lado
boliviano, arriesga que “debe existir una continuidad arqueológica y que
el complejo de la Puna debe hallarse más allá de la frontera que separa
nuestro país de la vecina República”. Ya para esa fecha, Krapovickas co-
nocía por demás la Puna argentina pero lo verdaderamente destacable es
el conocimiento que procuró de las zonas aledañas a fin de poder inser-
tar a la Puna dentro de un todo regional.
Hacia 1973 Krapovickas, en colaboración con Marta Ottonello, vuelve
a centrar sus estudios en la Puna pero esta vez se dedica a un sector
determinado de la misma, el sector oriental. En este trabajo el planteo
trasciende la mera descripción de los restos materiales, la propuesta de
los autores trata de alcanzar un mayor nivel explicativo en el conoci-
miento de los desarrollos socioculturales de la Puna. Para lograr el obje-
tivo propuesto trataron de establecer una estrecha relación entre la socie-
dad, la cultura y el ambiente. El resultado, entre otros, fue un registro
bastante pormenorizado de las culturas del período Tardío del sector
oriental de la Puna y, además, un primer intento de determinar la in-
fluencia inca sobre las mismas. La consecuencia inmediata de ese trabajo
fue la publicación de un artículo en 1979 titulado “Los indios de la Puna
de Jujuy en el siglo XVI”, que se completa con otro de 1983 denominado
“Las poblaciones indígenas históricas del sector oriental de la Puna (un
intento de correlación entre la información arqueológica y la etnogra-
fía)”. En este último el autor, combinando el modelo arqueológico y cier-
ta información documental, ubica en cada sector de la Puna argentina a
determinados grupos étnicos.
El último trabajo que nos interesa destacar es una reinterpretación
de un trabajo anterior, justificada por “la nueva orientación lograda en la
región andina central por los estudios sobre la organización política y
económica del imperio inca especialmente a partir de los trabajos de
Murra” (Krapovickas 1981/82: 67) ¿Qué era lo que Krapovickas estaba
reinterpretando? La presencia incaica en la región. Durante mucho tiem-
po los principales exponentes de la arqueología en Argentina habían des-
estimado la posibilidad de una dominación política efectiva. En este tra-
bajo Krapovickas presenta las conclusiones de una excavación en el Pucará
de Tilcara, donde analiza un taller de lapidario y un edificio incaico en

32
Yacoraite. La conclusión más destacable del trabajo es que la presencia
incaica no había sido el resultado de un proceso de difusión sino el de
una política de colonización efectiva.
Entre los investigadores que se han preocupado por destacar la pre-
sencia incaica en el Noroeste argentino no podemos dejar de mencionar a
Rodolfo Raffino. Para el caso particular de la zona que nos ocupa debe-
mos mencionar su trabajo Inka. Arqueología, Historia y Urbanismo del Alti-
plano Meridional (1993)6 que, a pesar de lo amplio del título se centra par-
ticularmente en el estudio de la localidad arqueológica de La Huerta que
comprende la quebrada homónima y desemboca en la de Humahuaca.
El libro presenta además, un panorama de la presencia incaica en la re-
gión vallista al oriente de la quebrada de Humahuaca, particularmente
en Santa Victoria, Iruya y Valle Grande para finalizar con una somera
descripción de los probables grupos étnicos que ocuparon la Quebrada
al momento del contacto con los españoles.
Uno de los coautores del libro, Jorge Palma, continuó los estudios
iniciados por Raffino en el mismo sitio de La Huerta. Para analizar los
aportes de Palma nos centraremos en su trabajo “Curacas y Señores. Una
visión de la sociedad política prehispánica en la Quebrada de
Humahuaca” (1998) pues en el mismo realiza una síntesis de sus investi-
gaciones. El objetivo del trabajo es evaluar los componentes político-cul-
turales de las comunidades prehispánicas en la quebrada de Humahuaca.
Al igual que la mayoría de los autores, Palma (1998: 12) indica que a
partir del 900 dC “las comunidades de la Quebrada de Humahuaca ini-
cian una expansión dentro del ámbito quebradeño”, lo que implica que
promediando el siglo XI los humahuacas habrían ocupado, casi comple-
tamente, la Quebrada troncal y las laterales. Observa cómo durante los
primeros momentos de los Desarrollos Regionales coexistieron instala-
ciones de tipo disperso, propias de momentos más tempranos, con con-
glomerados más grandes y homogéneos. Aquellos poblados habrían te-
nido un momento de ocupación relativamente corto (1.280 a 1.350 dC)
probablemente a partir de la presión demográfica y de la necesidad de
ampliar los espacios de cultivo. Por fin, Palma (1988: 21) considera que la
presencia inca en la región comenzó a partir del año 1410. Trabajando
principalmente con vestigios materiales, sobre todo de la infraestructura

6
La obra es dirigida por Raffino pero en ella participan una considerable cantidad
de investigadores, algunos de los cuales han continuado sus trabajos en el área de
la Quebrada.

33
incaica, el autor señala que la ocupación incaica “introdujo un cambio en
las relaciones de poder, lo que alteró por completo las funciones de los
sitios hegemónicos”.
Pese a tratarse de un autor contemporáneo, no es difícil predecir
que los trabajos de Axel Nielsen marcaran un antes y un después en la
arqueología de la quebrada de Humahuaca. Además de sus conocimien-
tos, son dos las claves para que esto sea así, la primera es que Nielsen
siempre intenta realizar una descripción holística de la problemática que
investiga, proceder que lo aleja del análisis puntual de un solo sitio. La
segunda, íntimamente relacionada con la anterior, es que el autor ha re-
corrido la zona, lo que le confiere una dimensión espacial que pocos au-
tores poseen. En su permanente andar y al tratar de integrar sitio con
sitio Nielsen se permite dudar, lo que lo conduce a reinterpretar, arman-
do capa sobre capa la “historia” de la región.
Nielsen realiza una nueva periodización para la quebrada de
Humahuaca7. Distingue dos momentos en los Desarrollos Regionales el
primero entre el 900 y aproximadamente el 1.250 AP y el segundo desde
esa fecha hasta la irrupción incaica a mediados del siglo XV. En el perío-
do de Desarrollos Regionales I se registran sitios tanto en la Quebrada
troncal como en los alrededores, al final de ese período se observa un
lento abandono de los sitios periféricos que concluye durante los Desa-
rrollos Regionales II en la aparición de grandes sitios en la Quebrada
troncal exclusivamente, algunos más expuestos y otros netamente defen-
sivos. Este cambio habría obedecido, según el autor, a ciertas perturba-
ciones en los factores climáticos que provocaron, a su vez, una importan-
te presión de los grupos vecinos sobre los recursos del río Grande, gene-
rando una suerte de conflicto intraétnico que habría durado hasta la lle-
gada de los Incas.
El detalle más interesante de la propuesta de Nielsen es que destaca
la existencia de espacios intraétnicos con sitios abandonados que se cons-
tituyen en verdaderas “tierras de nadie”, se trata de espacios de conflicto
y de relaciones permanentes. Esos espacios fueron ocupados estratégica-
mente por los incas para alterar las relaciones sociales durante su proce-
so de conquista y colonización. Nielsen sostiene que los datos que poda-
mos obtener del momento posterior a la conquista hispana nos permiti-
rán observar a las sociedades locales estructuradas a partir de los cam-

7
Estas son conclusiones parciales presentadas en el Seminario “Sociedad y Am-
biente en Puna y Quebrada”, Tilcara 2001.

34
bios provocados por los incas, cambios tan profundos que difícilmente
den cuenta de momentos anteriores.
Los incas se enfrentaron con estas sociedades en su paso hacia el
sur. Nielsen (2004) considera la intervención inca en la Quebrada desde
dos perspectivas: una se relaciona con el control del territorio y la pobla-
ción local y la otra con la organización del tributo y la economía imperial.
En el primer caso, íntimamente relacionado con los aspectos políticos,
los registros arqueológicos permiten inferir que ciertas comunidades o
sectores dentro de ellas fueron privilegiadas con el estatus de agentes del
gobierno imperial. Esta situación involucró también cambios espaciales
ya que los centros de poder incaicos en la Quebrada no coincidieron ne-
cesariamente con los centros anteriormente establecidos. Con buen crite-
rio, el autor verifica la existencia y ubicación de sitios imperiales puros a
fin de determinar la existencia de fortalezas dentro del territorio cuya
finalidad primordial habría sido la de vigilar a sus habitantes y también
controlar otros distritos del imperio.

El momento de la escritura

Observando los trabajos realizados desde una perspectiva históri-


ca, o si se prefiere etnohistórica la situación no varió considerablemente
respecto a lo enunciado en la introducción de este capítulo. Con algunos
rasgos diferenciadores los autores siguieron manejándose con los ejes
trazados por Boman, es decir: 1) los omaguacas constituían un grupo
étnico en sí mismo, el más importantes de la región; 2) su centro, núcleo
o poblado principal estaba ubicado en la quebrada de Humahuaca sea en
las inmediaciones o en el mismo lugar donde hoy se encuentra el actual
pueblo de San Antonio de Humahuaca; su dispersión, según los distin-
tos autores, fue variable; 3) los omaguacas tuvieron un papel preponde-
rante en la resistencia bélica contra el español.
Casanova (1939) asegura que el vocablo Omaguaca designa a una
de las tribus principales que habitaron los alrededores del actual pueblo
de Humahuaca, y además afirma que la Quebrada fue ocupada por nu-
merosos grupos, aunque según él fueron los arqueólogas quienes exten-
dieron el nombre omaguacas para todos los habitantes de la región. Los
límites territoriales de los omaguacas, entendidos en este sentido amplio
fueron hacia el sur la actual ciudad de Jujuy y hacia el norte más allá del
pueblo actual de Humahuaca, prácticamente hasta la frontera argentino

35
- boliviana, desde La Quiaca hasta la sierra de Santa Victoria. Cuando
González (1982) intentó establecer los límites de la provincia inca de
Humahuaca basándose en el itinerario de Matienzo8 ([1566] 1941), dejó
entrever que los límites de la entidad étnica habrían excedido los de la
localización geográfica, extendiendo aquella hasta la localidad de Sococha,
ubicada actualmente en el departamento de Potosí, República de Bolivia.
El padre Vergara (1934), sin ser tan preciso, asegura que los omaguacas
ocuparon la Puna, la Quebrada y sus flancos, mientras que Krapovickas
(1978) cree que no hay evidencias suficientes que permitan afirmar la
existencia de parcialidades omaguacas en la Puna. Por su parte Salas (1945)
y Serrano (1947) ubican a los omaguacas dentro de la Quebrada y sus
valles tributarios, mientras que Canals Frau (1959) extiende sus límites al
borde oriental de la Puna. Sánchez y Sica (1991) los ubican dentro de la
Quebrada homónima entre el angosto de Perchel e Iturbe. Como podrá
observarse, la gran mayoría de los autores citados extienden la presencia
omaguaca al sector septentrional y centro occidental de la Puna. El pri-
mero de ellos corresponde a la cuenca formada por los afluentes del
Pilcomayo y, dentro de esta, a la subcuenca Yavi - La Quiaca. El segundo
corresponde a la cuenca endorreica de la laguna de Pozuelos, laguna de
aguas permanentes.
Hasta el momento y salvo al comienzo mismo de las investigacio-
nes, no ha habido grandes discusiones acerca de los habitantes de la Puna
jujeña9. En este caso debemos remitirnos nuevamente a Boman quien, a
diferencia de Ambrosetti, que solo se limitó a mencionar a los puneños
cochinocas y casabindos como comprensivos de la nación Calchaquí, se
ocupó más en extenso de los habitantes de la Puna de Jujuy, siendo nue-
vamente uno de los pioneros en esta temática. Respecto de aquella zona
y el norte de Chile, Boman estableció que allí se asentó una única etnía,
los atacamas. En este caso, atribuyendo errores de escritura a fuentes y
autores, estableció una sinonimia entre los términos atacamas y apatamas
concluyendo que los habitantes de la Puna fueron únicamente los
atacameños. Las ideas de Boman influyeron significativamente en el pos-
terior desarrollo de la arqueología argentina.
En un tono de polémica y utilizando las mismas fuentes, Vignati
(1931) llega a conclusiones diametralmente opuestas. Enfatizó que prác-

8
El “Itinerario de Matienzo” es una extensa carta de Juan de Matienzo, oidor de la
Audiencia de Charcas, dirigida al rey, donde se indica el camino a seguir para lo-
grar una salida al Océano Atlántico.
9
Algo no muy específico sobre el tema se discute en Palomeque 2003.

36
ticamente en ninguna fuente la presencia de atacamas en la Puna aparece
de manera clara, estableció las diferencias documentales entre atacamas
y apatamas y, lo que a mi entender es más importante, introdujo un nue-
vo componente étnico en el Noroeste argentino: los chichas. Apoyándo-
se preferentemente en los escritos de Sotelo Narváez y Matienzo, Vignati
fijó como límite sur de los chichas el pueblo de Moreta ubicado en terri-
torio argentino; en trabajos posteriores lo extendió hasta el actual pueblo
de Casabindo. El mismo autor, en un trabajo ulterior (1939), al estudiar
unas chulpas en las inmediaciones del río Doncellas retoma su hipótesis
estableciendo una significativa similitud entre estas y otras análogas atri-
buidas a los chichas ubicadas hacia el norte, en territorio boliviano. Ac-
tualmente, la presencia chicha en esta zona del territorio argentino no se
discute, pero es lamentable que los trabajos de Vignati no hayan desper-
tado en los investigadores el interés que merecen.
Dentro de los trabajos más actuales acerca de los primitivos habi-
tantes de la Puna, los realizados por Pedro Krapovickas (1973, 1978, 1983)
merecen un párrafo aparte debido a que son modelos para futuras inves-
tigaciones. Aunque Krapovickas es prácticamente el único autor, entre
los citados, que niega la presencia de omaguacas en la Puna, las conclu-
siones y los comentarios de sus trabajos exceden ampliamente la discu-
sión establecida entre Boman y Vignati. Krapovickas (1983: 7) comienza
su análisis partiendo del supuesto que existe una correlación entre los
modelos etnohistórico y arqueológico y que, por lo tanto, las culturas
tardías ubicadas en un lugar determinado se correlacionan con aquellos
grupos reconocidos por el análisis etnohistórico. Combinando ambos ti-
pos de datos, postula que en el sector oriental de la Puna existieron dos
culturas tardías: la de Casabindo y la de Yavi. La primera estaría relacio-
nada con los casabindos y los cochinocas y la segunda con los chichas.
Por último, y teniendo en cuenta las limitaciones propias de la documen-
tación para la zona, menciona un tercer grupo: los apatamas. A los efec-
tos de nuestro trabajo desarrollaremos lo atinente a las dos primeras, la
de Casabindo y la de Yavi.
La cultura Yavi, Yavi Chico o fase Yavi Chico, es aquella que
Krapovickas ubica en el sector septentrional de la Puna jujeña, dentro de
la subcuenca hidrográfica Yavi - La Quiaca e íntimamente ligadas a los
actuales pueblos homónimos. Esta “cultura” fue definida, casi exclusiva-
mente, por las particularidades de su pasta cerámica la cual se extendió
en territorio argentino tanto hacia la quebrada de Humahuaca, donde
fue considerada intrusiva, como hacía el sector oriental de la cuenca de
Pozuelos. Hacia el norte su dispersión ocupó el sur de Bolivia incluyen-

37
do el valle del río Sococha y las inmediaciones de la actual localidad de
Tarija. Basándose en la documentación histórica Krapovickas identificó a
la “cultura” Yavi con los primitivos chichas del sur de Bolivia. Cabe des-
tacar que, tomando en cuenta la dispersión que la mayoría de los autores
le asigna a los indios de humahuaca, resultaría que estos se superpon-
drían con los chichas en gran parte del territorio donde él ubicó a la cul-
tura Yavi.
Llama la atención que Krapovickas no haya reparado en ese detalle,
nuevamente creemos que la historiografía dio muestras de seguir ancla-
da al viejo paradigma instalado por Boman (1908), el cual asociaba terri-
torialidad con grupo étnico (quebrada de Humahuaca = humahuacas) y
que en algún punto Krapovickas reprodujo (al asociar Puna septentrio-
nal = Yavi -chichas). La ambigüedad de la documentación y los datos del
registro arqueológico mostraban lo endeble de aquella asociación. Frente
a ello la historiografía recurrió al termino “dispersión” para dar cuenta
de las evidencias que hablaban de pueblos fuera de su lugar de origen o
“lugar nuclear”. La marcada territorialidad y la necesidad de explicar
grandes estructuras étnicas impidió ver la interacción, sobre todo la que
fue impuesta por la situación de dominación incaica con sus
reacomodamientos político-administrativos y con la introducción de
mitimaes. Esa interacción, en definitiva esas alteraciones en las estructu-
ras étnicas, se verán reflejadas en algunas cédulas de encomienda pero
sobre todo en la documentación temprana que da cuenta de los primeros
momentos de contacto entre el indígena y el español.
Por fin, para Krapovickas (1983:12) la “cultura Yavi” no se superpo-
ne con la de Casabindo ubicada en la cuenca de Miraflores, Guayatayoc-
Salinas Grandes. En relación con los casabindos sugiere que fueron redu-
cidos en el pueblo que actualmente lleva su nombre y que originaria-
mente habrían ocupado un territorio más amplio. Del tal manera y “por
la frecuencia con que aparecen registrados en los papeles” los casabindos
habrían sido de las parcialidades más importantes del sector oriental de
la Puna. Junto a los casabindos ubicó a los cochinocas y, atento a que
ambos pueblos “están separados por una distancia de aproximadamente
32 km en línea recta”, ambos grupos fueron considerados como dos par-
cialidades estrechamente vinculadas y, posiblemente, integradas a un
grupo mayor aún desconocido. En este punto Krapovickas plantea el in-
conveniente que presenta un documento: se trata de la cédula de enco-
mienda que Francisco Pizarro otorgara a Juan de Villanueva en 1540, en
la cual el cacique del pueblo de Cochinoca aparece como dependiente de
Quipildora, señor de Omaguaca. Lejos de eludir el tema Krapovickas

38
propone, como posible solución del problema, que los cochinocas fueron
una colonia omaguaca en la Puna. Al respecto, recordemos las conclusio-
nes de Nielsen en el sentido de que ciertas comunidades, o sectores de
ellas, fueron privilegiadas en su carácter de agentes del gobierno imperial.
En los trabajos de Krapovickas se reconocen por lo menos dos enti-
dades culturales que no se confunden entre sí: los chichas como repre-
sentantes de lo que él denomina genéricamente Yavi y los casabindos y
cochinocas de la entidad Casabindo. A estos grupos, aparte de los
apatamas que señalamos oportunamente, debemos agregar los
omaguacas. Estos últimos aparecen mencionados solo de manera indi-
recta a fin de poder zanjar un problema presentado por un documento
aislado, aunque de cierta importancia: la ya citada cédula de encomien-
da otorgada por Francisco Pizarro a Juan de Villanueva. De todas for-
mas, en la conclusión de su trabajo pareciera que esta posible relación -
vía colonias- entre grupos de Quebrada y Puna excedería a lo que atañe
exclusivamente a Cochinoca, haciéndolo comprensivo a toda la entidad
cultural Casabindo ya que “existen entre ambas un número importante
de elementos comunes y compartidos que señalan intercambios frecuen-
tes y muy íntimos” (1983: 21).
De los trabajos de Krapovickas se desprende -como afirman casi
todos los autores- que los omaguacas habrían tenido su centro o núcleo
en la Quebrada propiamente dicha y desde allí, antes que dispersarse
habrían instalado colonias para un mejor aprovechamiento de los recur-
sos, en este caso en la Puna. Estas posibles colonias de omaguacas tam-
bién fueron consideradas por otros estudiosos pero, en este caso, hacia el
sector oriental del actual pueblo de Humahuaca. En la última década
cobraron cierta importancia los estudios tanto arqueológicos como
etnohistóricos de la zona de los valles ubicados al oriente de la quebrada
de Humahuaca. No pretendemos en este apartado revisar a la totalidad
de la producción, sino solo los que consideraron posibles vinculaciones
entre los grupos que ocuparon dicha franja con aquellos de la quebrada
de Humahuaca.
En uno de los primeros trabajos sobre el tema, Lorandi (1984) discu-
tió la posible existencia de un control vertical de múltiples pisos ecológi-
cos, o bien la aplicación de este modelo dentro del macro sistema estatal
incaico. Para ello trabajó con un pleito en el que Juan Ochoa de Zárate,
encomendero de los indios de humahuaca al momento de la fundación
de San Salvador de Jujuy (1593), reclama como suyos a los indios del
valle de Ocloya, ubicados hacia el oriente del actual pueblo de Huma-
huaca. Las conclusiones del trabajo dejan abiertos varios interrogantes:

39
si bien estaría casi confirmada una fuerte influencia de los omaguacas
sobre los ocloyas en el siglo XVI, una de las probabilidades que plantea
es que hayan existido mitimaes omaguacas en Ocloya desde tiempos pre-
incaicos, o bien que el valle podría haber estado habitado por indios que
no eran omaguacas, llamados ocloyas y que ambos compartían territo-
rios multiétnicos. Más aún, se podría dar el caso de que los omaguacas
hubieran adquirido estas tierras por servicios al inca y que luego de la
caída del Tawantinsuyu se las hubieran apropiado (Lorandi 1984). En
uno y otro caso y a los efectos de nuestro trabajo, cabe considerar, según
se desprende de la documentación consultada y destacada por la autora,
la importancia atribuida a los indios omaguacas. Tanto el trabajo de Kra-
povickas (1983) como el de Lorandi (1984) deben enmarcarse dentro del
momento particular que atravesaban los estudios andinos signados por
la propuesta de John Murra (1978) del control vertical de un máximo de
pisos ecológicos. Por lo tanto, centrados en esa temática los autores no
alcanzaron a observar los efectos de la reorganización política que el es-
tado incaico imprimió sobre las sociedades locales y que pudo cambiar
los ejes del poder e incorporar grupos diferentes dentro de una nueva
unidad fiscal-tributaria.
Los trabajos etnohistóricos más actuales corresponden a Sandra
Sánchez y Gabriela Sica. En sus dos trabajos iniciales las autoras plan-
tean algunas ideas generales que sirvieron de guía para sus trabajos pos-
teriores: que la quebrada de Humahuaca estuvo dividida en diversas je-
faturas étnicas cada una con sus respectivas autoridades y que de ellas
las más importantes fueron la de los tilcaras y los humahuacas cada una
con territorios y autoridades bien definidas. Tomando a la Quebrada como
un todo, las autoras percibieron que aquellos grupos realizaron una ocu-
pación discontinua del territorio (Murra 1975) a muy corta distancia. Por
último destacan la figura de Viltipoco, para ellas curaca de los tilcara,
como líder regional frente al avance español (Sánchez y Sica 1991). Estas
ideas se completan con otras que afirman “que los omaguacas-uquías y
los tilcaras, las entidades políticas mas importantes de la Quebrada esta-
blecieron patrones de verticalidad hacia la zona de los Valles Orientales y
así los omaguacas accedieron, mediante el envío de gente a la zona de ceja
de selva para su aprovechamiento económico” (Sánchez y Sica 1994a: 97).
En algunos de sus trabajos individuales, Gabriela Sica retoma la pro-
blemática indígena. Destacamos algunos de ellos. En primer lugar la Te-
sis de Maestría de Sica (1997) que comprende el período 1593-1640, aproxi-
madamente las dos primeras generaciones de encomenderos, da cuenta
del proceso de inserción de los indígenas en la sociedad colonial jujeña.

40
Con muy buen criterio, ese proceso se trabaja desde diferentes planos
comenzando con los efectos que produjeron los primeros repartos de tie-
rras y siguiendo con la inclusión de la población indígena bajo el sistema
de encomienda y sus consecuentes procesos de cambio. Es destacable
que la autora haya comenzado a trabajar desde 1593, es decir la fecha de
la fundación de San Salvador de Jujuy, abandonado la intención de expli-
car un pasado que en la producción bibliográfica anterior saltaba desde
el momento incaico hasta 1593, omitiendo de esa manera cincuenta años
de historia colonial. Si bien la tesis es de carácter general, hasta el mo-
mento es el único trabajo que da un panorama de toda la jurisdicción,
hecho que la convierte en un material de consulta permanente para to-
dos aquellos que se inicien en los estudios coloniales de la provincia. Por
último destacamos un trabajo de reciente aparición (Sica 2002) que es en
realidad el resumen de una parte de la Tesis de Licenciatura (1993), la
cual merece ser publicada completa. En la mencionada tesis y consecuen-
temente en el trabajo de reciente publicación, Sica da cuenta del funcio-
namiento de la encomienda de paipaya. La tesis nos muestra toda la vida
de la encomienda haciendo un detallado análisis de cada uno de sus
encomenderos, los avatares de las sucesiones, cómo estas modificaron
las relaciones de los indígenas y cómo dentro del contexto presentado
ellos intentaron sacar alguna ventaja de la situación de dominio colonial.
Además, la Tesis de Licenciatura de Sica marca el comienzo de su pro-
ducción individual conjuntamente con el de su madurez académico-
investigativa lo que la ha convertido en uno de los referentes permanen-
tes para el estudio de la historia colonial jujeña.
Si los omaguacas fueron tan importantes como a priori denotan los
autores y la documentación, pareciera que la correlación información/
importancia no se aplica de manera directa. Esto mismo surge de la Tesis
Doctoral de Mario Alberto Salas acerca del Antigal de Ciénaga Grande
(1945). La obra de Salas continúa siendo, a pesar de los años, el mejor
compendio de información analizada en detalle con que se cuenta para
trabajar a los indígenas del sector septentrional de Jujuy. En ella, no obs-
tante el vasto relevamiento documental que realizó el autor, llama la aten-
ción lo poco que se escribe acerca de los omaguacas. De ellos comenta
Salas (1945: 47) que fue la “tribu” más indómita y belicosa de la Quebra-
da y remite a Lozano para decir que “los omaguacas” fueron los últimos
indios en ser dominados por los españoles. A pesar de los pocos datos
afirma que “de las poblaciones indígenas de la Quebrada ésta ha sido,
sin duda, la más notoria y característica ya que de ella toma su nombre
toda esta provincia geográfica y étnica”. Si para Salas, cuya opinión con-

41
cuerda con la mayoría de los autores, los omaguacas fueron la tribu más
importante y belicosa, ¿por qué no pudo destinarles más de tres renglo-
nes en su comentario?
¿Es posible corroborar la información producida hasta aquí y que se
sustenta fundamentalmente en las afirmaciones de Boman con los datos
obtenidos a partir de documentación generada con anterioridad a la fun-
dación de Jujuy? ¿Es posible equiparar la situación de estos indígenas
antes y después de 1593? Proponemos que la identidad/identificación
omaguaca atribuida por los autores y señalada -muchas veces de manera
equívoca por la documentación- a un grupo de personas, formó y forma
parte de un proceso que llevó su tiempo y que involucró actores disímiles
(indios, incas y españoles), instituciones (mitimaes, encomienda, matri-
monio) o simplemente acontecimientos históricos (reacomodamientos
políticos, guerras de conquista y colonización). Una revisión documen-
tal y sustancialmente un nuevo enfoque metodológico nos permitirá, en
los capítulos siguientes, un mayor acercamiento a la problemática de los
indios de humahuaca.

El camino de una investigación

En el presente apartado explicitaremos los componentes teóricos a


partir de los cuales llevamos adelante nuestra investigación. La misma
tiene como objetivo analizar los hechos y procesos que determinaron el
paso de identidades étnicas a una identidad colectiva durante la colonia
en América, centrándonos en el sector de los Andes Meridionales corres-
pondientes a la quebrada de Humahuaca, Puna de Jujuy y sur de Bolivia
entre los siglos XVI y XVII10. Durante esos siglos este fue un espacio fron-
terizo y en permanente definición. Para caracterizarlo analizaremos la
significación de la idea de frontera y observaremos cómo la misma se
constituyó, con la llegada de los españoles, en un nuevo espacio social.
El mismo se caracterizó por presentar un dinamismo constante en las
relaciones interétnicas entre algunos actores principales: los chiriguano,
los chichas y los indios de guerra11. Por lo tanto, también se hace necesa-
rio definir términos como etnicidad e identidad.

10
Aunque las regiones señaladas pueden aparecer como desligadas una de otra por
divisiones politico-administrativas ulteriores, la macroregión que comprende el
extremo sur de Bolivia y el norte de Argentina marca un continum cultural hasta el
día de hoy.
11
El mismo Toledo describe a estos indios diciendo “desde los límites de los chichas

42
Ambos términos, frontera y etnicidad/identidad deberán ser
contextualizados en función de la mediatización que propone la docu-
mentación con la que trabajamos. En otra palabras, debemos preguntar-
nos cuál es la posibilidad real de conocer, a través de la documentación
con la que contamos, la adscripción étnica de un individuo o un grupo, o
de inferir cual era la situación de ese grupo antes de la conquista españo-
la, entre otras muchas cuestiones. Por último, las acciones que analiza-
mos, las luchas y los conflictos, son todas formas de poder, de otorgar
poder y de apropiarse del poder. Analizaremos los conceptos a la luz de
los procesos de etnogénesis.

Frontera. Espacio geográfico y espacio social

En el período que va del siglo XVI al XVII la situación sociopolítica


del espacio geográfico comprendido entre Charcas y Tucumán cambió
notablemente, de manera tal que podemos decir que fue una frontera en
permanente redefinición. Durante gran parte del siglo XVI y hasta las
primeras incursiones de los españoles, los chiriguano fueron amos y se-
ñores de la frontera. Aunque no tuvieron una presencia permanente y
efectiva asolaron a las poblaciones circunvecinas casi a voluntad, provo-
cando el terror entre los indígenas y grandes pérdidas económicas a los
españoles. Aquellos indígenas, muchos puestos allí a instancias del Inca,
quedaron librados a su suerte con la caída del Imperio. Los que en otro
momento fueron vencidos o al menos contenidos, ahora cobraron ven-
ganza y aprovecharon la coyuntura favorable. Los españoles sufrieron y
se sirvieron de aquella coyuntura. La sufrieron porque los chiriguano fue-
ron una pesadilla desde el mismo momento en que llegaron a las zonas
periféricas y la aprovecharon porque el permanente desbande indígena
implicó la posibilidad de obtener “piezas” 12 y engrosar las encomiendas.

adelante al camino del Tucumán a una mano y a la otra los indios que hay de guerra
que son de omaguaca, purmamarca, apatamas, jujuy, casabindo, salta, calchaquí,
hiquina, hasta llegar adonde se pasa la cordillera que allí divide los términos del
pueblo que ha de poblar con el de Esteco, un pueblo que se llama Hualapo
Gualamba” (4/3/1575). ANB, Minas 1646, Vol. 62, Nº 3, f. 1v. Sin título. Pero tam-
bién como recuerda Saignes (1990: 70) bajo el calificativo de “indio de guerra” “se
disfrazaban a menudo miembros de etnías llaneras comprados a los chiriguano o
cautivos como “piezas” en “entradas” españoles ilegales contra grupos pacíficos
incluso aliados de los propios vecinos fronterizos”.
12
Por “piezas” debe entenderse indios.

43
Durante el siglo XVII la presencia española fue un hecho. Los
chiriguano estuvieron más contenidos a partir de la consolidación de
poblaciones españolas estables y el baluarte que significó San Bernardo
de la Frontera de Tarija (1574). La Plata ya se había constituido en una
ciudad importante, Tucumán era Gobernación desde 1563 y San Salva-
dor de Jujuy (1593) era una ciudad precaria, pero con cimientos definiti-
vos. Comenzaba el lento paso de la conquista a la colonización. Centra-
mos nuestro trabajo sobre un área geográfica comprendida aproximada-
mente entre los 21º 45’ y 23º de latitud sur y los 65º 30’ y 66º 25’ de longi-
tud oeste. Actualmente, esta zona corresponde al área de influencia del
límite territorial entre Argentina y Bolivia13. Durante la colonia temprana
este mismo sector se fue configurando como el límite norte entre Charcas
y la Gobernación del Tucumán. Veremos entonces cómo entendemos no-
sotros y cómo entendían los españoles esta región fronteriza14.
Jean Paul Deler (1996: 25) define a la frontera como “un espacio pe-
riférico dentro del área de influencia de un centro principal de poder”; en
nuestro caso esos centros de poder podrían ser Cuzco para el momento
incaico y Santiago del Estero y la Villa de Plata para mediados del siglo
XVI. Ahora bien, la idea de un espacio periférico es impensable sin la
existencia de uno o varios centros que concentren poder político, admi-
nistrativo y económico al servicio de un segmento restringido de la po-
blación. Nos estamos refiriendo indudablemente a una estructura impe-

13
Este sector de los Andes Meridionales ha desempeñado un doble rol a lo largo de
la historia. Por una parte es el área donde la actividad campesina de subsistencia
tiene todavía hoy mayor relevancia, aunque cabe aclarar que no se trata de un cam-
pesinado aislado y autónomo dado que presenta fuertes y diversos lazos con la
economía global a través de la venta de mano de obra, comercialización de produc-
tos agrícolas, ventas de artesanías, etc. Por otra parte, todo este sector ha estado
unido desde tiempo inmemorial por una fuerte variedad de flujos de mercaderías y
personas.
14
El primer estudio moderno sobre la frontera fuer realizado por Frederick J. Turner
(1920) en Estados Unidos. Turner ve la frontera como una línea avanzada de la
civilización que tiene por objeto enfrentarse y vencer a aquellas sociedades que se
oponen al progreso civilizador. No como una simple línea divisoria sino como un
reflejo a través del cual toma forma la sociedad que habita el territorio sobre el que
se va conformando la conciencia nacional. Desde esta concepción etnocéntrica de
Turner hasta nuestros días, muchos son los investigadores que han abordado el
tema de la frontera desde muy diversos ángulos. Sin embargo, cabe mencionar que
algunos de ellos se han referido a la frontera como límite del estado nación, concep-
to muy diferente del que nos corresponde abordar a nosotros para las fronteras del
siglo XVI.

44
rial; es decir, a estados expansionistas que establecen un control efectivo
sobre otras entidades políticas. Conforme se fueron desarrollando en aque-
llas entidades se destacaron dos rasgos esenciales: uno político y otro
económico. El primero se caracterizó por la extensión de la soberanía del
núcleo imperial sobre los sistemas políticos sometidos, el segundo estu-
vo determinado por la reorganización del trabajo y el intercambio, tanto
dentro de las poblaciones sometidas como también dentro del propio
núcleo (D’Altroy 1987: 4).
Estamos situados entonces en un espacio periférico que se constitu-
yó como tal a partir de prácticas concretas de dominación. Prácticas que,
entre otras cosas, modificaron las estructuras de poder al interior de las
comunidades pero que no suprimieron la dinámica misma de la vida
familiar que estaba sustentada en dos instituciones básicas: el parentes-
co, regulador de la fuerza de trabajo, y la propiedad comunal de la tie-
rra15. Tanto una como otra posibilitaron la pervivencia de la reciprocidad
como dimensión económica que regulaba el flujo de mano de obra, de
servicios y de bienes al interior de la comunidad
Una vez caracterizado este espacio periférico debemos preguntar-
nos cómo vivieron los pobladores originarios la situación de frontera y
qué significado tuvo para los españoles según la documentación de los
siglos XVI y XVII. Para los chichas, que ocuparon el extremo sur de Char-
cas, el territorio era vivido como una frontera ecológica y a la vez cultu-
ral. Ecológica pues es allí donde la altiplanicie andina va dejando paso a
las yungas y cultural pues limitaba con los temidos chiriguano de las
tierras bajas. Indudablemente esta doble situación fue percibida rápida-
mente por los españoles. Belicosidad o no de por medio los españoles
pudieron mantener relaciones “confiables” con los pobladores serranos;
el juego siempre pasó por momentos de tolerancia, sometimiento o gue-
rra. Muy distinta fue la relación con los chiriguano, aquellos eran vistos
como verdaderos “otros” y su diferenciación pasaba por hechos tan visi-
bles como que “comían carne humana”. Su territorio, la “ tierra fragosa”,
fue considerado como algo ajeno e inexpugnable luego del fracaso de la
campaña de Toledo (1573).
15
El hecho de haber podido mantener la propiedad comunal de la tierra fue más
que beneficioso para las comunidades indígenas. La verdadera dimensión de ello
se pudo observar luego del advenimiento de los estados nación donde el imperio
de la propiedad privada, la categoría de ciudadano y los impuestos individuales,
como sustitutos del tributo comunal, alteraron definitivamente la vida del indígena
que luchó (y lucha) para mantener la vigencia del llamado “pacto colonial”; sobre
el tema ver: O’Phelan Godoy 1995 y Platt 1991, entre otros.

45
Hacia el sur, para los españoles se abría una nueva instancia fronte-
riza. En este caso la frontera comenzaba cuando terminaban los “conoci-
dos” chichas. Gran parte de la documentación para el siglo XVI que se
refiere a esa zona, y sobre todo aquella que relata campañas militares,
diferencia permanentemente a los chichas de los llamados indios de gue-
rra más difíciles de dominar para el español. No es casual, como bien
señala Lisón Tolosana (1997: 141-179):

la historia medieval española gira en torno a un eje omnipresente: la rea-


lidad de la frontera pura y dura, esto es, la de la guerra plurisecular [...] La
España medieval, se ha repetido en una sociedad-frontera y por lo tanto
una sociedad preparada y dispuesta para la guerra [...] La frontera medie-
val hispana adquiere el carácter y la fuerza de un paradigma debido a su
triple naturaleza: política, religiosa y cultural: no solo produce e intensifi-
ca al Otro, al de fuera que está tan próximo como temible en todo momen-
to sino que además acelera el inquietante proceso de depreciación porque
el bárbaro enemigo político pasa a ser potenciado e infamado como ene-
migo de la fe:

Para la documentación española producida entre los siglos XII y


XVII la palabra frontera designaba una situación de enfrentamiento aún
de manera potencial, se refería a una eterna y tensa vigilia armada16. Los
indios fronteros o fronterizos, tantas veces mencionados en los documen-
tos, eran simplemente aquellos que estaban enfrente... y prestos a atacar.
Muy distinta era en ese contexto la idea de límite asociada en general a
cuestiones administrativas. Por lo tanto la palabra frontera esta haciendo
referencia a una instancia limítrofe que al mismo tiempo sugiere, precau-
ción frente a lo desconocido e interacción. Era un área franqueable y
permeable, un “ámbito de transición” que se veía permanentemente
modificado como consecuencia de las capacidades de control (en térmi-
nos políticos y económicos) que poseían los actores en juego. Para los
españoles del siglo XVI, la frontera era la línea que separaba un lugar
seguro de otro que debía ser conquistado por la fuerza y cuyos habitan-
tes probablemente estaban dispuestos a defenderlo. Inserta en instancias

16
A finales del siglo XII el Cid campeador penetró en territorios de diferentes reyes
moros, pasó por Zaragoza, Lérida y Valencia, pero en ningún momento se hace
referencia a que el caballero atravesaba fronteras. La frontera en el siglo XII español
no era únicamente una tierra de moros que limitaba con la de cristianos, también
debía ser una región en pie de guerra (Orduna 1981).

46
imperiales, nuestra área será entonces un espacio periférico respecto de
los centros de poder. Para las unidades domésticas ello implicó una ma-
yor carga en la cotidianeidad y, a nivel horizontal, las mismas mantuvie-
ron el sistema de autosubsistencia que las caracterizó por siglos.
Lentamente se irá delineando lo que consideramos metodológica-
mente un nuevo espacio social ocupado por actores que van a modificar
las relaciones preexistentes. Este espacio social será “un espacio pluridi-
mensional, un conjunto abierto de campos relativamente autónomos, es
decir más o menos fuerte y relativamente subordinado” (Bourdieu 1990:
135 y ss.). Este espacio primigenio será sentido así cuando el tiempo de la
guerra sea vivido como permanente. A partir de ese momento, y de ma-
nera progresiva se irán definiendo los roles de cada uno de los actores en
cada uno de los campos. Cuando la guerra prácticamente llegó a su fin, o
al menos estuvieron delineadas las bases para una colonización definiti-
va, comenzó una práctica de dominación sostenida constituyéndose lo
que Bourdieu (1990) llama una “estilización de la vida” la cual tratará de
ser acrecentada por los españoles. Los indígenas, lejos de rechazarla, van
a tratar de asimilarla.
El tiempo de la guerra, de la guerra armada, comenzó en el momen-
to mismo de la caída del Tawantinsuyu y con el surgimiento de los con-
flictos al interior de la hueste conquistadora para dirimir las posesiones
de tierras e indios. Ya hacia 1535 un integrante de la expedición de Diego
de Almagro recordaba que “estando en Tupiza mandó el adelantado Don
Diego de Almagro fuese gente de a caballo a hacer la guerra y castigo a
ciertos indios chiriguanaes que estaban hechos fuertes en el pueblo de
Jujuy”17. No obstante, el tiempo de la guerra intraétnica y la ocupación
del territorio indígena tuvo lugar de manera continua a partir de unas
décadas más tarde. Comenzaba la lucha por la apropiación del poder,
entendido como una medición de fuerzas que en un primer momento se
va a plasmar en la guerra y luego en la manipulación del poder político
(Foucault 1980). Es variada la documentación que indica los estragos que
los chiriguano provocaron en las comunidades chichas. Eran comunes
las entradas con las consecuentes matanzas, secuestros y migraciones,

17
Información de méritos y servicios de Diego de Encinas solicitada por su nieto
Diego de Encinas y Saavedra para obtener una canongía que esta “baca” en la ciu-
dad de La Plata por la muerte del Canónigo Tomás López o bien el curato de la
iglesia mayor de los españoles también de La Plata, o el de la iglesia mayor de los
españoles de la Villa Imperial de Potosí o lo mismo de Cochabamba. AGI, Patronato
101, R 16, im. 9.

47
también forzaban “tributos” en vestidos y alimentos. La opción de los
chichas no parecía difícil aunque en realidad tampoco parecía una op-
ción. Contribuyeron con gente, alimentos y animales en todas las gue-
rras de conquista de la región, su territorio fue donde se desarrollaron
las batallas o el paso obligado de los soldados y así, indirectamente, los
chichas también aportaron su propia tierra.
Con el tiempo los grupos chicha intentaron obtener algún tipo de
compensación económica por todos los servicios prestados, pero las ur-
gencias de los primeros asentamientos españoles harían esa situación
inviable. Los chichas contribuyeron con su gente tanto en las campañas
hacia el este como también en las realizadas contra los indios de guerra
del sur. Se aliaron con los españoles cediendo gran parte de su disminui-
do poder a sus futuros amos. El poder, como también el consentimiento,
son a la vez actos de cesión y de apropiación y en gran parte eso es lo que
sucedió con algunos grupos étnicos locales:

dijo que le parecía que cada uno de los que tienen situaciones de su majes-
tad sobre indios i/o en la caja contribuía según que les fuere señalado
puesta a derecho para el dicho efecto y que los indios vecinos quillacas de
Puna, charcas y otros indios contribuían en lo de los doscientos indios que
arriba esta dicho que den los chichas, y que a los indios chichas se les
prometa de les pagar conforme a lo que sirvieren quitándoles de la tasa
un año conforme a lo parecer al servicio de su majestad en esta jornada18.

Hacia 1572 con la fundación de la Villa de San Bernardo de la Fron-


tera de Tarija la situación de la frontera estaba en gran parte controlada.
El cerco se cerraría por completo hacia 1593 con la fundación de San Sal-
vador de Jujuy. Concretado el dominio militar se pasó al llamado domi-
nio político entendido “como episodios fragmentados de la guerra mis-
ma” (Foucault 1980: 136). Ese dominio político comenzó tempranamente
con la instalación y permanencia de las tres doctrinas chichas: Calcha,
Talina y Cotagaita. También con la instalación de pequeñas chacras y
haciendas signadas por la precariedad y la inestabilidad, y con un poder
político con centros en Charcas y Santiago del Estero, todavía muy leja-
nos uno de otro.

18
ANB, LAACh, Vol. 1 La Plata, 14/8/1564. Agradecemos a la Dra. A. M. Presta el
habernos facilitado la gran mayoría de los documentos del ANB provenientes de
las Secciones LAACh y EP.

48
A partir de 1593 el proceso de colonización, que para el espacio que
nos ocupa venía de norte a sur y de sur a norte, se había concretado.
Tarija era una ciudad estable en cuyos alrededores proliferaban las ha-
ciendas, con los chiriguano contenidos y los chichas diezmados se pres-
taba atención a las nuevas exigencias económicas. Hacia el sur, los indios
de guerra recientemente vencidos eran lentamente reasentados a conve-
niencia de sus encomenderos. Si bien toda la zona septentrional de la
gobernación tenía importantes diferencias con el resto del Tucumán, las
prácticas abusivas respecto a los indígenas -en cuanto a servicio perso-
nal, traslados, etc.- no fueron una excepción. Durante esos primeros años
el factor étnico fue fundamental para marcar el ritmo de los dominado-
res y los dominados.

Etnicidad, documentos, frontera

La superposición existente entre los “numerosos” grupos étnicos


mencionados por las fuentes y que son tomados a su vez por los autores
se hizo por demás notable, problemática y confusa, al extremo de afir-
mar que “hay territorios que nos son prácticamente desconocidos como
Lípez y el sur de Chichas y temas inexplorados como el de la etnicidad”
(Martínez 1992: 35)19. El comentario de Martínez posee gran parte de ver-
dad, aunque debemos señalar que el tema de la etnicidad no puede con-
siderarse inexplorado; por el contrario, existe una inquietud constante
de parte de los estudiosos para identificar y ubicar a los grupos étnicos
actuales y pasados.
Dentro de estos trabajos, el de Thierry Saignes (1986) “En busca del
poblamiento étnico de los Andes bolivianos. Siglos XVI y XVII”, consti-
tuye un punto de partida ineludible para cualquier investigador que abor-
de el tema. Saignes propone que las dificultades en estos estudios están
referidas, casi exclusivamente, a los tipos de fuentes utilizados hasta ese
momento (Garcilaso, Guamán Poma o “funcionarios mal informados”).
Su trabajo estuvo basado en solo dos tipos de fuentes (cédulas de enco-
mienda y los libros de la nueva tasa y reducciones ordenadas por el vi-
rrey Toledo). A partir de ellos esbozó una primera lista de las unidades

19
Como bien demuestra y propone Martínez, J. L. (1992) el problema principal estu-
vo dado -según su criterio- por el abordaje teórico que se hizo en muchos trabajos
“clásicos” de etnohistoria andina a los temas de etnicidad e identidad.

49
étnicas y los pueblos que se asentaron a lo largo de los Andes Meridiona-
les. Por otra parte, y ante lo que él consideró un estancamiento en las
investigaciones, Martínez, J. L. (1992 y 1998) ofreció una propuesta dife-
rente. Luego de dar una serie de ejemplos de interacción entre varios
grupos étnicos tanto social como territorial, señaló la necesidad de re-
pensar las categorías de análisis con que se venía trabajando, en este caso
las mismas que para Charcas y los Andes Centrales.
Ambos trabajos sirven para mostrarnos los dos extremos del cami-
no: desde los primeros intentos de realizar un mapa étnico de la región,
hasta la reafirmación de un cierto estancamiento en las investigaciones,
fundada en la necesidad de formular una nueva propuesta categorial.
Estos estudios no fueron los únicos, también se han realizado algunas
tesis sobre los quillaca, chuis, churumatas, lipez, etc. pero solo algunas se
adentraron críticamente en la problemática étnica20.
Rápidamente debimos enfrentarnos a conceptos como grupo étni-
co, relaciones interétnicas, etc. que todavía hoy concitan grandes instan-
cias de reflexión pero que debían ser aplicados a la sociedad precolonial
y colonial americanas. En este ámbito encontramos, a nuestro criterio,
tres formas de interacción social. La primera, aquella que se dio entre los
grupos étnicos entre sí antes y aún después de ser conquistados por los
incas, y posteriormente por los españoles. La segunda tuvo lugar al inte-
rior del imperio incaico y se dio entre el grupo étnico dominante y los
grupos sojuzgados. Por último, la que se instala definitivamente a partir
de 1532 con la caída del Tawantinsuyu en manos de los peninsulares. A
su vez, esta estricta separación que presentamos solo puede justificarse
plenamente desde una perspectiva metodológica. Desde los comienzos
de la humanidad la movilidad de la especie humana fue una constante y
los tres siglos que nos ocupan de ninguna manera fueron una excepción.
Aquellos antropólogos o historiadores que estudiamos los prime-
ros momentos de la conquista hispana en América desde una antropolo-
gía histórica, indefectiblemente nos vimos involucrados en aquella dis-
cusión. Siendo por una parte verdaderos etnógrafos de archivos y a su
vez observadores objetivamente imparciales de la sociedad hispano-co-
lonial desde su génesis hasta su finalización, debimos adaptar y readap-
tar parte de la historia del pensamiento de las Ciencias Sociales a una

20
Entre ellos podemos citar los de: Martínez, G. 1981, Rasnake 1982, del Río y Presta
1984 y 1995, Abercrombie 1986, Shramm 1990, Barragán Romano 1994, del Río 1995,
solo por nombrar algunos.

50
sociedad que, vista desde nuestra perspectiva de estudio, se encuentra
en permanente movimiento.
Los grandes desarrollos teóricos que a mediados de la década de
1960 tuvieron lugar sobre el tema de la etnicidad no surgieron por azar,
estuvieron íntimamente ligados a sucesos políticos y sociales que devi-
nieron como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial. El fin de la
Guerra produjo un reordenamiento en las fronteras nacionales euro-
peas al tiempo que se produjeron lentos, pero constantes, procesos de
descolonización sobre todo en África y Asia. Las consecuencias de es-
tos procesos se acentuaron durante la década de 1990 a raíz de la des-
aparición de la Unión Soviética y el desequilibrio de fuerzas a escala
internacional que actualmente existe. Aquellos cambios teóricos estu-
vieron signados por los trabajos de algunos autores a partir de los cua-
les los debates se profundizaron y aparecieron renovaciones metodoló-
gicas21.
De tal manera, la identidad ha sido en los últimos años un campo
fértil de estudio. Los fuertes procesos migratorios contemporáneos y los
asentamientos urbanos en grandes concentraciones de grupos cultural-
mente diferenciados, entre otras cuestiones, han hecho que el tema de la
identidad se haya mantenido vigente. Sin embargo su caracterización y
su delimitación como campo de estudio ha presentado y presenta algu-
nos problemas. El primero de ellos es la historicidad en el sentido de
cómo explicar los cambios que sufre un grupo social determinado aten-
diendo a su vez a los cambios y permanencia de su identidad, aspecto
que de muchas maneras tiene que ver con las identidades y las estructu-
ras económicas y sociales vistas desde una perspectiva histórica. Al tra-
bajar este punto se ha llegado muchas veces a posiciones extremas desde
las esencialistas que consideran a la identidad como algo que permanece
inmutable a pesar de los cambios sociales, políticos y económicos hasta
las posiciones que llamaríamos economisistas y que prácticamente su-
bordinan los cambios en las identidades a los cambios en las estructuras
socioeconómicas.
Parecería entonces que continúa pendiente el desentrañar las rela-
ciones entre cultura e identidad. Si bien algunos elementos culturales
han de convertirse y actuarán como marcas de identificación de un gru-

21
En un excelente trabajo de síntesis y reflexión Briones (1998) destaca cuatro traba-
jos claves para el desarrollo de los estudios étnicos: Glazer y Moyinihan (1963),
González Casanova (1963), Barth (1969) y Geertz (1973).

51
po, dichos elementos no son incorporados de una manera rígida o estáti-
ca sino que son adecuados, transformados, cambiados -incluso por otros-
para que el grupo pueda adaptarse a las variables condiciones sociales,
políticas y económicas que vive. Esta perspectiva permite ubicar la iden-
tidad en una dimensión política en la medida en que los grupos estable-
cen vínculos de identidad social entre sí como parte de una estrategia de
control sobre sus recursos y sus condiciones de reproducción social. Para
comprender las transformaciones de la cultura y la identidad de un gru-
po debemos introducirnos necesariamente en el análisis de su historia
para, de esa manera, explicar las condiciones y los resultados de los pro-
cesos culturales en los que el grupo ha tenido que ir adecuando sus mar-
cas de identificación, adaptando o integrando nuevos elementos cultura-
les, ampliando o disminuyendo los límites de demarcación del grupo y
transformando su conciencia social que lo diferencia de los otros y le
permite proyectarse hacia el futuro como condición necesaria para su
reproducción (Bonfill Batalla 1972, Barth 1976).
Dentro del panorama señalado consideramos que el trabajo pionero
de Barth (1976) abrió el caminó para un replanteo acerca de las cuestio-
nes de identidad. El mismo centra el problema en el criterio de adscrip-
ción del grupo es decir la forma de autoidentificarse, cómo son identifi-
cados por los otros y cómo se constituyen de esta manera en categorías
distinguibles de otras del mismo orden. Barth se refiere a grupo étnico
cuando sus miembros: a) se autoperpetúan biológicamente, b) compar-
ten valores culturales fundamentales, c) integran un campo de comuni-
cación e interacción, d) cumplen con las condiciones de autoidentifica-
ción e identificación por los otros constituyendo una categoría distingui-
ble de otras del mismo orden. Entonces, en el marco de las relaciones
intergrupos la identidad va a adquirir, cada vez más, un significado de
contraste. Cardoso de Oliveira (1971) analiza la identidad desde una pers-
pectiva étnica, atendiendo sobre todo a su contraparte o lo que el llama la
identidad contrastante Este autor sostiene que cuando no se observan
rasgos culturales diferenciales manifiestos entre grupos es importante
manejar la noción de identificación étnica. Entiende por tal el uso que
hacen las personas de calificativos raciales, nacionales o religiosos para
identificarse a sí mismos y relacionarse con los otros. La identidad con-
tiene una dimensión personal y otra social donde la primera es reflejo de
la segunda y esta incluye la noción de grupo.
La etnicidad es entendida entonces como una de las dimensiones
de la identidad, como bien expresa Ana María Alonso (1994: 391) “junto
con la clase, el género, la edad y la orientación sexual la etnicidad es una

52
de las dimensiones de la identidad, llave para la construcción y negocia-
ción de status y aspiración de poder”22. Así, la etnicidad “identifica” al

proceso de usar supuestos atributos culturales y físicos que se consideran


fuertemente adheridos a las personas implicadas y, por tanto, no fácil-
mente renunciables, adaptables o transferibles (raza o color, ancestros bio-
lógicos o culturales, religión, lenguaje, hábitos de trabajo, vestimenta, etc.).
Atributos que sirven para trazar las fronteras sociales que ubican a las
personas en agrupaciones diferenciadas dentro del mundo más amplio
de la interacción social” (Stern 1990: 38-41).

La etnicidad es una estrategia que se adopta cuando varios grupos


sociales están en interacción. Sirve como medio informal para la forma-
ción de grupos sobre todo en situaciones de poder donde los dominantes
suprimen los métodos más formales y racionalizados de movilización
(Cohen 1969, 1974, 1976 y 1981).
Al analizar la identidad étnica, tanto antropólogos como historia-
dores deben observar los efectos entre pasado y presente interpretando
las condiciones de producción y la acción de la re-presentación histórica
como un objetivo en sí mismo (Tzara, Tristan 1951: 78 citado por Alonso
1998: 34). Este hecho nos pone de lleno en el concepto de la invención de
la tradición acuñado por Hobsbawm y Ranger (1983). No es extraño, en-
tonces, observar cómo algunos autores hacen referencia a que “la filia-
ción étnica es […] más a menudo que lo contrario, una atribución de
identidad, una creación que puede tener poca realidad en la existencia
social o cultural previa, de hecho, puede involucrar a lo que ha sido lla-
mado como la invención de la tradición” (Comaroff 1985: 6, en
Abercrombie 1991). Aunque últimamente esa postura ha sido relativizada
al considerar que en términos de “construcción del pasado desde el pre-
sente” pareciera que lo que falta enfatizar es precisamente “que los suje-
tos interpretan su propia historia (y la historia de los otros) pero no lo
hacen como a ellos les place, pues la interpretación se realiza bajo cir-
cunstancias que ellos no han elegido. Hay márgenes para la invención y
márgenes para la interpretación” (Briones 1994: 111). De tal forma la
etnicidad es construida; como establece Boas, la etnicidad no es la misma
en todos los lugares y en todo tiempo, es diferente y diferenciada según

22
Utilizamos los trabajos de Ana María Alonso aunque somos consientes de que la
autora realiza la mayoría de sus reflexiones sobre las nociones de identidad/
etnicidad para un momento posterior a la formación de los estados nacionales.

53
los contextos y las situaciones. La identidad étnica es fluida pero esa flui-
dez encontrará sus limites en su propia inscripción dentro de la sociedad
(Alonso 1994: 392).
Los componentes de historicidad y de dinámica temporal, que en
los últimos tiempos se le imprimieron a los conceptos de identidad y
etnicidad, han hecho que los grupos étnicos comiencen a ser vistos como
conjuntos sociales (Briones 1998: 74). Dentro de esta línea Wachtel (1997),
para el caso específico del colonialismo hispanoamericano, ha logrado
sintetizar la propuesta metodológica de trabajos como los de Abercrombie
(1986 y 1998) sobre K’ulta, Rasnake (1988) sobre Yura y del propio Wachtel
(2001) sobre Chipaya. En ellos observa el paso de una identidad étnica a
lo que él denomina una identidad colectiva, una creación social relativa-
mente reciente, fruto de las relaciones coloniales.
Wachtel ubica la recreación de la identidad colectiva en un plano
más local que puede situarse en un cantón o en un pueblo de reducción,
de esta forma la identidad colectiva se va a definir en relación, y por
oposición, a un otro cada vez más y más alejado. La configuración de la
identidad colectiva resultará de la combinación dentro de la sociedad de
elementos de permanencia y de cambio. En el primer caso lo que perma-
nece es la estructura dual de las comunidades andinas cuyos principios
ordenan la distribución del espacio, la representación del tiempo y, en
alguna medida, la concepción del mundo material y simbólico. Por su
parte, los cambios estarán dados por las sucesivas adaptaciones y trans-
formaciones a las que fueron sometidas las comunidades durante el trans-
curso del período colonial y la época republicana, caracterizados por la
irrupción de los pueblos de reducción, la transformación del sistema de
cargos, las iglesias pentecostales, entre otros.
Para la conceptualización de identidad colectiva, Wachtel (2001) pone
en juego el tema de las estrategias de interacción social como una forma
de re-unirse y re-agruparse estratégicamente, en muchos casos como única
salida para lograr la subsistencia. Las consideraciones que hemos desa-
rrollado acerca de la identidad y la etnicidad deberán relacionarse con la
dialéctica dominación/resistencia que modela el proceso en el cual el
grupo étnico se forma (o re-forma). El proceso de dominación no se dará
en forma pura, estará permeado por “ambigüedades, incertidumbres y
peculiaridades mezclas de fantasía y realidad” (Sider 1987: 17).
Estas afirmaciones deberán considerarse a su vez con algunas sal-
vedades. ¿Cuáles son las posibilidades que tenemos de conocer, a través
de las fuentes documentales, la adscripción -como un primer paso
metodológico- para acceder al proceso de construcción de las identida-

54
des étnicas? ¿Cuál es la viabilidad, también a partir de la documentación,
de inferir cómo era la situación de los grupos étnicos anterior por lo me-
nos a la conquista española? Para poder aproximarnos a alguna respues-
ta deberemos tener en cuenta cuatro instancias: 1) la región en que traba-
jamos, 2) los documentos como fuentes de conocimiento mediatas, 3) la
situación de conflicto que siempre está expresada en dicha documenta-
ción, 4) los recursos metodológicos que los investigadores aplicamos al
trabajar las mismas. Considerándolas, daremos una interpretación de los
diversos y sucesivos procesos de construcción de identidad de los “in-
dios de humahuaca” a partir de las identificaciones realizadas por los
propios sujetos o por terceros, las cuales serán utilizadas como un nivel
de análisis.
Situados geográficamente, habiendo observado el desarrollo
historiográfico que se realizó sobre el tema y tomados los recaudos teóri-
co metodológicos, veamos ahora las sucesivas conquistas (inca y españo-
la) sobre estos territorios y los efectos que ellas produjeron en sus habi-
tantes.

55
56
2

El sur de Charcas a la
sombra de dos imperios

Los Incas: las conquistas

Hacia el sur del Cuzco

Ya no quedan dudas acerca de la presencia inca en el Noroeste ar-


gentino y tampoco del dominio político que aquellos establecieron sobre
las comunidades locales. Lo que resulta difícil es establecer la manera en
que esa conquista fue instrumentada, sus secuencias y las formas que
adoptó23. La conquista inca del extremo sur del Collasuyu, salvo pocas
excepciones, no ha sido recogida en detalle por los cronistas y las refe-
rencias documentales son prácticamente inexistentes. A continuación ha-
remos una semblanza de aquella conquista analizando su derrotero de
norte a sur hasta llegar a la quebrada de Humahuaca. Una vez desarro-
llado ese ítem explicaremos el tipo de control que los incas establecieron
sobre las comunidades locales. Para su desarrollo nos apoyaremos en la
información brindada por los cronistas, las cédulas de encomienda y, fun-
damentalmente, en datos provenientes de la arqueología.
Dos son los cronistas que, en mayor medida, se refieren a la con-
quista inca del Collasuyu: Juan de Betanzos [1551] 1987 y Pedro Sarmiento
de Gamboa [1572] 1988. La primera campaña imperial hacia el Collasuyu
estuvo a cargo de Pachacuti Inca Yupanqui quien, según sostiene Sar-
miento, por una cuestión de celo de poder arremetió contra un sinchi24
llamado Chuchi Capac o Colla Capac que “tenía tanta autoridad y rique-

23
Adherimos en gran medida a la idea de Pärssinen (2003: 115) quien sostiene que la
conquista militar incaica se llevó a cabo rápidamente y se apoyó en unos pocos
asentamientos o núcleos a partir de los cuales intentaron expandir sus dominios de
manera pacífica.
24
En palabras del virrey Francisco de Toledo, “los jefes se llamaban cinchecona

57
za con aquellas naciones del Colla-suyu que le respetaban todos los collas,
por lo cual se hacía llamar Inca Capac” (Sarmiento de Gamboa [1572]
1988: cap. XXXVII). Sarmiento, sin muchas precisiones, señala a la gente
que estaba sujeta al sinchi y la extensión de sus dominios “tenía Chuchi
Capac opresas y sujetas más de ciento y sesenta leguas de norte a sur,
porque era sinchi, o como el se nombraba Capac o Colla-Capac, desde
veinte leguas del Cuzco hasta los Chichas y todos los términos de
Arequipa y la costa de la mar hacia Atacama y las montañas sobre los
Musos” (Sarmiento de Gamboa [1572] 1988: cap. XXXVII). Como resulta-
do de esta primera acción de los incas el sinchi Colla Capac y todos sus
generales fueron vencidos y llevados como prisioneros al Cuzco25.
La relación de Pachacuti Inca Yupanqui con los collas no terminó en
esa batalla. Relata Sarmiento cómo una noche los hijos del Colla Capac
muerto lograron huir del Cuzco donde estaban prisioneros para, rápida-
mente, preparar un nuevo alzamiento de todo el Collasuyu contra el po-
der imperial. Nuevamente el avance hacia el sur estuvo encabezado por
el propio Pachacuti quien nombró a dos de sus hijos, Tupac Ayar Manco
y Apu Paucar Usnu, como capitanes de guerra. Así, los collas fueron
vencidos por segunda vez.
Desde los Charcas26 hasta Chichas, Pachacuti Inca Yupanqui dejó al
ejército imperial en manos de sus hijos quienes

iban conquistando todo el Colla-suyu. Más como llegasen cerca de los


Charcas, los naturales de la provincia de Paria, Tapacari, Cotabambas,
Poconas y Charcas se retiraron a los Chichas y Chuyes (Chichas) para que
allí todos juntos peleasen con los incas, los cuales llegaron adonde las
dichas naciones estaban juntas aguardándolos (Sarmiento de Gamboa
[1572] 1988: cap. XLI).

El resultado de la contienda es conocido, los incas resultaron vence-

(hombres valientes, singular cinche), y se decía que habían alcanzado sus posicio-
nes elevadas mediante el liderazgo voluntario de sus comunidades en las empresas
militares” En Levillier 1940, II: 14-37 y 65 a 98.
25
La autoridad que poseía el Colla Capac fue tomada prácticamente de manera
literal de la crónica. No obstante, no debemos descartar la posibilidad de que seme-
jante poder haya sido magnificado por los cronistas -particularmente en el caso de
Sarmiento de Gamboa- para remarcar las crueldades cometidas por los incas.
26
En el presente trabajo se escribirá Charcas cuando se haga referencia al lugar
geográfico y charkas cuando aludamos al grupo étnico.

58
dores y prontamente el ejército regresó al Cuzco. Otra fue la visión de
Juan de Betanzos para explicar la campaña contra los collas. Sin conside-
rar las necesidades propias de un estado en expansión, interpreta que
Pachacuti Inca Yupanki pudo pasarse veinte años sin convocar al ejército
hasta que se anotició que

veintidós leguas del Cuzco había una provincia y pueblo llamado Hatun
Colla y que en ella había un señor llamado Ruqui-capana al cual pueblo
de Hatun Colla y señor ya nombrado eran sujetos y a él obedientes otros
muy muchos señores que en torno de su pueblo eran a veinte leguas y a
veinticinco y que así mismo se nombraba Capac capaapoyndichori que
dice rey y solo señor hijo del sol y que era muy poderoso y que tenía gran
poder de gente y que tal gente era muy guerrera y belicosa (Betanzos
[1551] 1987: cap. XX).

Enterado el Inca de la situación mandó a dos de sus hijos Amaro


Topa Inca y Paucar Usno:

a que fuesen y conquistasen por la provincia del Collasuyu los cuales fue-
ron conquistando y ganando hasta llegar a la provincia de los chichas
donde como allí llegasen los señores de los chichas tenían hecho cierto
fuerte en el cual fuerte todos ellos estaban metidos esperando a estos hijos
del Ynga el cual fuerte tenían cercado de una cava muy honda la cual
cava tenían llena de muy mucha leña y como llegasen Amaro Topa Inca y
paucar Usno con su gente sobre ellos pusieron su cerco como los chichas
se vieron cercados pusieron fuego a la cava e leña que en ella estaba y le
pareció a Paucar Usno que aquella fuerza de aquella cava que estaba ar-
diendo que la podría saltar e ir a pelear con los señores chichas el cual
como estuviese con esta determinación púsose en ello y al saltar el foso
cayó el Paucar Usno en el fuego y como éste fuese así quemado quedó con
la gente de guerra Amaro Topa Ynga el cual dicen que se estuvo allí te-
niendo cercados los chichas tanto tiempo que por falta de mantenimiento
los chichas se le dieron y así hubo victoria de ellos (Betanzos [1551] 1987:
cap. XXIII).

Más allá de la diferencia que pudiese haber existido en el nombre


del Colla Capac, ambos cronistas plantean cierta coincidencia en las cam-
pañas que Pachacuti Inca Yupanki llevó adelante para someter al
Collasuyu. Habría habido una primera, no inmediatamente después del
ascenso al trono por parte del Inca, donde se logró vencer por primera

59
vez a los collas. Luego una segunda, también llevada adelante por el Inca
en persona, donde se pone fin a lo que fue el primer levantamiento del
Collasuyu contra el poder imperial.
Una vez vencidos los collas en la segunda campaña la continuidad
de la misma, desde los Charcas hasta Chichas, quedó en manos de los
hijos de Pachacuti Inca. Ellos eran Tupac Ayar Manco y Apu Paucar Usnu
para Sarmiento de Gamboa y el mismo Paucar Usnu y Amaro Topa Inca
para Betanzos. Ambos jugaron un papel preponderante no tanto en el
sometimiento de los collas, que reclamaban directa venganza de la pri-
mera batalla, sino y sobre todo en su avance hacia el sur, particularmente
hasta Chichas. No sabemos si los chichas estuvieron involucrados en los
dos primeros encuentros del Inca con las naciones del Collasuyu. Por el
momento preferimos atenernos a la letra de las crónicas y sostener que el
primer gran encuentro con los chichas, como miembros de la Confedera-
ción Charka27, estuvo a cargo de los hijos del Inca, durante la segunda
campaña al Collasuyu.
Topa Inca Yupanki, sucesor de Pachacuti, nuevamente debió movi-
lizar sus fuerzas hacia el sur por los continuos levantamientos de los
collas y logró vencerlos por tercera vez28. Acaecida la victoria, el Inca
decidió continuar hacia el sur y “se alejó tanto del Cuzco que, hallándose
en los Charcas, determinó de pasar adelante, conquistando todo aquellos
que alcanzase noticia. Y así prosiguió su conquista al regreso de Chile”
(Sarmiento de Gamboa [1572] 1988: cap. L, el destacado es nuestro). De-
bemos detenernos por un instante en la expresión de Sarmiento cuando

27
El nombre de Confederación Charka “surgió a partir del contacto hispano - indí-
gena cuando Hernando y Gonzalo Pizarro junto al Inka Paullu entraron al Qullasuyu
y Coysara, señor Charka, fue el primer malku en rendirse y acatar la nueva volun-
tad después de la derrota de Cochabamba” (del Río, 1995: 7). La Confederación
estaba conformada por dos jefaturas, Charka que se extiende al norte de Potosí y el
valle de Cochabamba y Qharaqhara hacia el sur, hasta los chichas. Entre ambas
jefaturas se da una complementariedad simbólica urcu/uma. Las siete naciones
más importantes que integraron la confederación fueron: pacaxa, sura, charka, chui,
karanka, killaka, qharaqhara y chicha. Para ampliar ver: Platt 1978, Rasnake 1989,
del Río 1995, entre otros.
28
La sucesión de conquistas puede estar íntimamente relacionada con la opinión de
Pärssinen (2003). Su conjetura es que la muerte de un Inca le daba a las provincias
una oportunidad legítima de levantarse contra el imperio. De esto se infiere que los
lazos entre aquellas y el Cuzco funcionaban más a un nivel personal que estatal.
Sobre el alzamiento de los collas y la decisión de Topa Inca Yupanki de partir en
persona hacia el Cuzco se puede ver: Murúa [1616] 1987: cap. XXIV.

60
dice “pasar adelante conquistando” ¿Adelante de qué? ¿Adelante de
dónde? ¿Se estará refiriendo el cronista a los límites del dominio Colla?
¿A los lindes del Collasuyu? Cieza de León refiriéndose al mismo mo-
mento dice que Topa Inca Yupanki “volvió a su gente y camino toda la
provincia del Collao hasta salir de ella; envió sus mensajeros a todas las
naciones de los Charcas, Carangas y más gentes que hay en aquellas tie-
rras”29 (Cieza de León, [1554] 1943: cap. LX, el destacado es nuestro).
Indudablemente la idea que se tenía en aquel momento no era la de
un Collasuyu tan extenso. Sus límites podían haber estado dados por la
extensión del dominio que tenía el Colla Capac, hasta los charkas. A par-
tir de ahí el espacio hacia el sur, hacia Chichas, Tucumán y Chile era un
espacio “a conquistar” como el mismo Sarmiento dice. La de Topa Inca
fue la segunda campaña que el imperio incaico llevó adelante contra las
naciones de la Confederación Charka; en la primera habían sido someti-
dos pero todavía no conquistados. Como consecuencia de esta campaña
algunos de los señoríos Charcas “le acudían a servir y otras a le dar gue-
rra”30. El Inca salió victorioso de los Charcas y siguió avanzando, “atra-
vesó muchas tierras e provincias y grandes despoblados de nieve hasta
que llegó a lo que llamamos Chile” (Betanzos [1551] 1987: cap. LX, Murúa
[1616] 1987: XXV).
Los caminos que recorrieron los ejércitos imperiales han sido bien
detallados por Betanzos. Llegado a Atacama, Topa Inca

procuró saber lo que por toda aquella tierra había de tener por el camino
do fuese y cómo tuviese razón de todo ello dividió su ejército en cuatro
partes como así fuese hecho mandó que los tres escuadrones de estos par-
tiesen luego de allí y que el uno fuese por el camino de los llanos y por
costa a costa de la mar hasta llegar que llegase a la provincia de Arequipa

29
Tal vez pueda encontrarse un paralelo de lo que relata Cieza en la Probanza de los
“Incas nietos de conquistadores” cuando dicen: “y entró (Topa Inca Yupanki) en la
provincia de los chichas y moyomoyos y amparais copoyapn churumatas y caracos”
(Rowe 2003: 96).
30
Un ejemplo de ellos es el caso del malku Colque de los Quillacas y Asanaques
quien acompañó al Inca hacia “las provincias de los Chichas y los Diaguitas” donde
combatió con extraordinaria valentía o bien negoció con extrema inteligencia. El
agradecimiento del Inca no se hizo esperar, le concedió la merced de llamarse Inca
Colque además de un servicio permanente de cincuenta cargueros para que lo lle-
vasen en andas. Colque, malku principal de los Quillacas y Azanaques se había
convertido prácticamente en un inca de privilegio (Espinoza Soriano 1981). Malku
significa cacique en aymara cacique o señor de vasallos (Bertonio [1612] 1956).

61
y el otro que fuese por los carangas y aullagas y que el otro tomase por
aquella mano derecha y fuese a salir a Caxa Vindo [Casabindo] y de allí se
viniesen a las provincias de los chichas a dar do estaba el cuerpo de su
hermano Paucar Usno (Betanzos [1551] 1987: cap. XXXVI).

Podemos inferir entonces que aquella fue la primera vez que el esta-
do incaico tomó contacto directo con los indígenas del Noroeste argenti-
no, y al decir contacto directo lo que queremos expresar es que a partir de
ese momento la presencia del estado produjo ciertas alteraciones estruc-
turales en las comunidades, alteraciones que son las que observaron y
nos trasmitieron los primeros conquistadores españoles que dieron cuenta
de aquellos indios.

Hacia el sur de Charcas

Una vez sometidos los integrantes de la Confederación Charka, y


particularmente los chichas, al Inka se le abrieron las puertas para con-
trolar a las poblaciones de más al sur, especialmente aquellas de la Puna
y la Quebrada. Parte de ese control se logró a partir de la utilización de
los chichas como mitimaes31, o bien haciendo uso de la ascendencia que
aquellos pudieron haber tenido sobre sus vecinos del sur. La conquista
hispana sorprende a los chichas con su territorio poblado de mitimaes,

31
La institución de los mitimaes, propia y particular del mundo andino, posibilitó a
los pobladores de los Andes expandirse más allá de su núcleo poblacional original
aprovechando de esta forma la particular geografía andina (Murra 1975). Esa mis-
ma institución fue reapropiada por los incas quienes la utilizaron de acuerdo con la
verticalidad estructural que desde una estrategia política implementó el imperio
(Murra 1987). Desde esta perspectiva, los mitimaes ya no solo cumplieron sus tra-
dicionales funciones económicas, ahora también esas funciones se ampliaron a otros
roles trascendentales en lo político y militar. Los mitimaes, junto con la institución
de la mit’a, fueron la mejor carta del imperio para lograr la tan ansiada reproduc-
ción económica que aseguraba la subsistencia material y simbólica. Ellos aportaron
a la estructura militar, columna vertebral de cualquier imperio, un férreo control
político complementario del anterior. Promediando la etapa expansiva incaica, los
traslados de poblaciones por uno u otro motivo fueron una moneda más que co-
rriente al interior del Tawantinsuyu, lo que muestra la particular flexibilidad en las
políticas de conquista y dominación que permanentemente evidenciaron los incas.
Sobre la institución de los mitimaes como parte de algunos de los principios gene-
rales de la administración imperial, ver: Pärssinen 2003.

62
debiendo contener además a los chiriguano, y sin el poderoso ejército
imperial detrás. La situación de los chichas se pierde en el tiempo hasta
bien entrada la época de la colonia. No sabemos qué grado de participa-
ción tuvieron en la defensa que las naciones Charkas hicieron de su terri-
torio frente a Hernando y Gonzalo Pizarro. Luego todas las referencias a
las entradas de los españoles hacia el sur de Charcas o el Tucumán indi-
can que se hicieron por la provincia de los Chichas como si el camino
estuviera allanado y los indios en paz32.
El mapa étnico que muestra la cédula de encomienda que Francisco
Pizarro le otorgara a su hermano Hernando el 27 de abril de 1539, evi-
dentemente con datos extraídos de los kipucamayoc, nos brinda un pano-
rama de la situación aproximada de los chichas en los momentos finales
del imperio incaico. En ella se especifica:

y mas la provincia de los Chichas en Urinsaya y el cacique Vinchuca y el


cacique Chapora y el cacique Condori y el cacique Talava y el cacique
Hallapa y en Anansuyo el cacique Chuchullacomasa y el cacique Sindara
y el cacique Yelma y el cacique Tucaxa y el principal Caritima de Callua y
el principal Arucopaxa mitima de Socolla y el principal Comanache mitima
de Canche y el principal Condoricana mitima de Pisquillata y el principal
Maco mitima de Caranga y el principal Chico mitima de Quilena y el
principal Caguia Capariguana mitima de Condesuyo y el principal Chuara
mitima de Collado y el principal Ancachicha mitima del Cuzco y el prin-
cipal Tirracurraba mitima de tambo y el principal Tascaga mitima de
(Yura?) con todos sus indios principales a ellos sujetos […] fecho en la
ciudad del Cuzco a veinte y siete días del mes de abril de mil quinientos e
treinta e nueve años33.

Aunque aún estamos lejos de poder especificar los espacios Urinsaya


y Anansaya en la “provincia” de los Chichas, lo cierto es que en uno y
otro aparecen notables diferencias en cuanto a la introducción de mitimaes
se refiere. Mientras que para Urinsaya se mencionan cuatro caciques a
los que le podemos atribuir filiación chicha, en Anansaya34 se detecta la

32
Sobre la expansión incaica en general y hacia el Collasuyu en particular se pueden
consultar D’Altroy (2003: 87-114), Pärsinnen (2003: 83-125), entre otros.
33
Título de encomienda de Francisco Pizarro a su hermano Hernando Pizarro. AGI,
Justicia 406, Año 1539, f. 51v a 55.
34
La división por mitades Anan y Urin es una vieja costumbre panandina en la cual
se representaba al mundo real y simbólico. Cada una de ellas tenía una autoridad,

63
Cuadro 1. Provincia de los Chichas. Organización en mitades
según la cédula de encomienda de Hernando Pizarro

Cacique Vinchuca
Cacique Chapora
URINSAYA Cacique Condori
Cacique Talava
Cacique Hallapa

Cacique Chuchullacomasa
Cacique Sindara
Cacique Yelma
Cacique Tucaxa

Principal Caritima (Cari mitima?) de Callua


Principal Arucopaxa, mitima de Socolla
ANANSAYA Principal Comanache, mitima de Canche
Principal Condoricana, mitima de Pisquillata
Principal Maco, mitima de Caranga
Principal Chico, mitma de Quilena
Principal Caguia Capatiguana, mitima de
Condesuyo
Principal Chuara, mitima de Collado
Principal Ancachicha, mitima de Cuzco
Principal Tirracurraba, mitima de Tambo
Principal Tascaga, mitima de Yura

presencia de mitimaes provenientes de diferentes lugares del Imperio


como Canche, Condesuyo, Cuzco, etc.
A su vez, se observa una importante distribución de mitimaes chichas
en territorios periféricos a los de su localización original y también des-
empeñando la función de mitimaes dentro de sus fronteras. Por ejemplo,
ya en momentos de la colonia, un cacique y gobernador de la provincia

la parte alta o Anan representaba el mundo masculino, los cerros y su divinidad era
el sol. Como contraposición Urin se identificaba con el mundo femenino, el agua y
la luna. Los españoles designaron a los caciques de Urin con el nombre de segundas
personas.

64
de los Chichas prestó una importante colaboración al encomendero de
Atacama. El jueves 6 de febrero de 1557 Joan Velázquez Altamirano,
encomendero de Atacama

por mandado de su majestad (avanzó) a la provincia de Atacama a traer a


los indios de ella a conocimiento de nuestra Santa Fe católica estando en
el valle de Casabindo indios encomendados por su majestad a Don Mar-
tín Monje vecino de la ciudad de La Plata siendo Dios servido y mediante
Don Andrés de Chuchilamassa gobernador y cacique de la provincia de
los indios chichas vinieron los indios al dicho valle de paz 35.

Más allá de las ventajas que les pudo brindar esta acción frente a los
españoles cabe preguntarse ¿Qué ascendencia tuvieron los chichas sobre
los grupos que ocuparon el valle de Casabindo para llevar adelante está
acción? Lo que parece claro es que están íntimamente relacionadas con
las transformaciones producidas por las políticas incaicas de coloniza-
ción. Al respecto recogemos una opinión de Pärssinen (2003: 232) quien
señala que: “en el Tawantinsuyu existieron unidades políticas (y milita-
res) más grandes que provincias, aunque de menor tamaño que los su-
yos” y que él denomina como hatun apocazgos. Tanto el Collao como Char-
cas parecen haber pertenecido a esa división político-militar. En el caso
de Charcas, y a los efectos de una organización exclusivamente militar,
los charka, los caracara, los chui y los chichas habrían pertenecido a una
unidad común. Ante esta perspectiva debemos preguntarnos ¿Cuáles
fueron los límites hacia el sur de la unidad antes mencionada? ¿En qué
medida el acto antes señalado no recreaba antiguas uniones del tiempo
de los incas?
Una vez ocurrida la conquista inca del territorio de Humahuaca,
coincidimos con Nielsen (1989, 2001) en que los cambios y alteraciones
producidos en la sociedad local debieron ser profundos y que ellos estu-
vieron íntimamente relacionados con la creación o manipulación de je-
rarquías locales incorporadas a la administración imperial. Estos cam-
bios y alteraciones deben ser tenidos en cuenta al momento de analizar
las sociedades prehispánicas y considerar si el cambio de jerarquías pro-
dujo también modificaciones en las formas de subsistencia de la gente

35
Expediente sobre lo actuado a petición de Juan Velázquez Altamirano por haber-
se apaciguado los indios del valle de Atacama en el Perú. AGI, Patronato 188, Nº 1.
Año 1557, f. 1. El documento está publicado en Estudios Atacameños 10, 1992. Trans-
cripción de José Luis Martínez.

65
del común o bien si sus pautas de comportamientos se mantuvieron esta-
bles, conforme se sucedieron las conquistas.
Para analizar la reorganización que se estableció luego del dominio
inca nos apoyaremos en los datos que brinda la arqueología. Nielsen (1997)
considera dos aspectos de la cuestión, uno político y otro económico. En
el político, llama la atención sobre la distribución diferenciada de mate-
riales incaicos en asentamientos locales36. La misma estaría sugiriendo
que sectores dentro de la población local habrían recibido ciertos privile-
gios dentro del gobierno imperial. Nielsen no reconoce sitios imperiales
puros en el valle del río Grande, lo que permitiría inferir que el control
de la población se realizó de manera indirecta. Lo que sí habría estado
ocupado de manera directa, aunque no intensiva, fueron los espacios cir-
cundantes. La ocupación estuvo a cargo de grupos ajenos a Humahuaca
pero, por alguna circunstancia que desconocemos, los sitios fueron aban-
donados durante su construcción.
En el aspecto económico Nielsen observa, a través del registro arqueo-
lógico, dos tipos de mecanismos de extracción distribuidos diferencialmente
en diversos sectores de la Quebrada. Uno ligado a la producción de bienes
suntuarios (taller del lapidario en Tilcara y Los Amarillos); el otro relacio-
nado con la producción de productos básicos (granos, ganados, tejidos,
etc.), representados por los espacios de Coctaca y Rodero37. La manipula-
ción de las elites locales y el traslado de gente, ya sea local dentro de su
territorio o bien desde afuera, contribuyó a que el estado incaico pudiera
mantener un cierto statu quo en la quebrada de Humahuaca.
La presencia de mitimaes esta íntimamente relacionada con los gru-
pos chichas quienes, como señalamos en el caso de Casabindo, contaron
con estos migrantes en varios sectores de la Quebrada. En cuanto a insta-
laciones “militares” inca en la quebrada de Humahuaca y en lo que al
control del territorio y de la población local se refiere, Nielsen (2001) ad-
vierte que hasta el momento no se conocen en el valle del río Grande

36
Se refiere particularmente al Pucará de Tilcara y Los Amarillos. Sus particularida-
des están dadas por el tamaño de los sitios, los diseños arquitectónicos no propios
del lugar y la abundante presencia de cerámica inca.
37
Las localidades de Rodero y Coctaca, de aproximadamente 6.000 ha constituyen
una de las áreas de cultivo más amplias del Noroeste argentino. Se ubican en el de-
partamento de Humahuaca, provincia de Jujuy, recostándose sobre las sierras orien-
tales que conforman la quebrada de Humahuaca. Estos andenes de cultivo de exis-
tencia pre incaica fueron ampliados y reutilizados luego de la conquista imperial.
Para ampliar el tema ver: Albeck y Scattolin 1991, Nielsen 1997, entre otros.

66
asentamientos incaicos puros. Por el contrario el control de la población
local se habría dado mediante el establecimiento de fortalezas y guarni-
ciones ubicadas estratégicamente en vías naturales de acceso, en el espa-
cio que circunda al valle Grande. Dentro de las primeras Nielsen señala
al Pukará de Tres Cruces y El Durazno, sitios que albergaron a grupos no
originarios de la quebrada de Humahuaca que tal vez fueran chichas.
Por su parte Raffino (1993) destaca la presencia de contingentes de
mitimaes chichas en la frontera oriental de Humahuaca. El autor recono-
ce las fortalezas incaicas “defensivas, de observación y control” de Puer-
ta de Zenta, Chasquillas, Pueblito Calilegua y Cerro Amarillo, las cuales
estaban unidas a Omaguaca por importantes tramos de camino incaico
(Raffino 1993: 174 y 226). Nielsen (2001: 28), siguiendo la categorización
de González (1980: 72), denomina a los sitios de Puerta de Zenta y Pukará
Morado como fortalezas al interior del territorio que tendrían como obje-
tivo primordial vigilar el territorio y sus habitantes.
En lo que a funciones económicas se refiere y a pesar de la presencia
de sitios inca en la quebrada de Humahuaca íntimamente ligados a as-
pectos productivos, ni la arqueología ni la antropología histórica pueden
demostrar fehacientemente la presencia de mitimaes (chichas o de otros
grupos) que hayan cumplido algún tipo de actividad en los mismos. Dada
la amplitud de los sitios es verdaderamente difícil creer que su produc-
ción haya quedado estrictamente en manos de trabajadores locales, por
lo que no descartamos la participación de mitayos con una concurrencia
periódica y a los efectos de trabajos específicos. No es poca la informa-
ción que brinda la arqueología en este sentido al detectar la presencia de
cerámica chicha en sitios de la Quebrada, cerámica que se hace presente
o que aumemta en cantidad con motivo del dominio incaico.
Palma (1998: 39 y ss.) destaca tres sectores bien diferenciados en el
sitio de La Huerta de Huacalera38, en la quebrada de Humahuaca, donde
podemos encontrar cerámica chicha. Un sector A en el que hay edificios
íntimamente relacionados con la presencia incaica; otro B, relacionado
con un momento preincaico; y un tercero C, contemporáneo con la pre-
sencia incaica. En este último sector, el autor destaca una notable canti-
dad de cerámica que denomina “grupo cerámico altiplánico” (entende-
mos que es chicha) con una frecuencia mucho mayor que en otros luga-

38
Palma (1996: 49) señala que el sitio de “La Huerta habría actuado como un nudo
de comunicación y transporte, dado que los grandes corrales de Puerta de La Huer-
ta y del cercano Campo Morado apuntan en esa dirección”.

67
res al interior de La Huerta. Según Palma esta cerámica, junto a una im-
portante red vial intrasitio, estaría marcando la presencia de grupos tras-
ladados por el inca. En este sitio, la cantidad de cerámica chicha se
incrementó notablemente luego de la conquista incaica, aumento que fue
casi paralelo a la cerámica Inka Provincial (Palma 1996). Es incierta la
función que desempeñaron los chichas que ocuparon el sector C de La
Huerta de Huacalera, ocurre lo mismo con el estatus que tuvieron, pudo
haberse tratado de mitimaes, o bien de mitayos, utilizados para funcio-
nes periódicas y específicas.
Podemos concluir entonces que el avance hacia el sur del Cuzco,
hacia el Collasuyu, comenzó con Pachacuti Inca Yupanki. A lo largo de
su historia el imperio tuvo que realizar tres campañas contra los collas,
dos a cargo de Pachacuti y una a cargo de su hijo Topa Inca. En ambos
casos, una vez vencidos los señores collas se decidió seguir hacia el sur,
primero desde Charcas hasta Chichas y luego desde allí hasta Chile y
Tucumán. El sometimiento definitivo de las poblaciones de la Puna y la
quebrada de Humahuaca tuvo lugar en esta última etapa. Las principa-
les armas con las que contó el Inca para lograr su dominio sobre esta
zona fueron la manipulaciones de las elites locales y la introducción de
mitimaes chichas, entre otras.
Dada la particular zona de frontera y la presencia chiriguana hacia
el este, los incas poblaron el territorio Chicha de mitimaes provenientes
de distintas partes del imperio. Asimismo los chichas, a pesar de la férrea
resistencia que opusieron a los incas, no sufrieron traslados masivos ha-
cia afuera de su territorio hecho que hubiera agrandado, aún más, el va-
cío poblacional luego de las devastadoras guerras de conquista. En una
pequeña proporción los chichas fueron llevados hacia el valle de
Cochabamba y también hacia la quebrada de Humahuaca y el valle de
Jujuy. Este ítem será desarrollado in extenso en el capítulo 4.
La conquista inca también produjo grandes alteraciones en las so-
ciedades de la quebrada de Humahuaca, aunque esas alteraciones deben
enmarcarse en procesos anteriores. Como señala Nielsen (2003) “a fines
del Período Formativo la población de la Quebrada parece haber estado
organizada en comunidades reducidas, distribuidas en la quebrada
troncal como en las tributarias”. Ese panorama comenzó a modificarse
lentamente durante el Período de Desarrollos Regionales a partir de una
concentración demográfica local y regional. Recién durante los siglos XIII
y XIV habría tenido lugar la expansión de los amplios sectores agrícolas
de la quebrada de Humahuaca, la que continuó hasta fines de la época
prehispánica. Por fin, la conquista inca contribuyó a la “redistribución de

68
poblaciones, introducción de grupos foráneos creación de nuevos cen-
tros económicos, desplazamiento de ejes de poder político”, etc. (Nielsen
2003), cambios que hacen prácticamente imposible intentar rastrear for-
mas sociales preincaicas.
La política imperial incaica también contribuyó a la alteración de
las identidades étnicas a partir de acciones tendientes a la unificación
cultural del imperio como, por ejemplo, el uso del quechua como lengua
general y la aplicación de categorías homogeneizadoras como la de los
mitimaes (Rowe 1982)39. Ese proceso de alteración de identidades afectó
tanto a los grupos locales en cuyo territorio se introdujeron mitimaes de
otras regiones, como también a los mismos grupos trasladados quienes
luego de la caída del imperio incaico se encontraron lejos de su lugar de
origen afectados muchas veces por las particiones arbitrarias producidas
por las asignaciones correspondientes a la encomienda. Las cédulas de
encomienda otorgadas por Francisco Pizarro ofrecen un corte sincrónico
de esta realidad reflejando el momento de máxima hegemonía incaica.
Diacrónicamente esa realidad ya estaba parcialmente modificada hacia
1540, es decir al momento del otorgamiento de las encomiendas e indu-
dablemente más aún cuando se realizaron las efectivas tomas de pose-
sión que tuvieron lugar varios años después. Las alteraciones produci-
das por el inca mediatizan el conocimiento que nos llega, a partir de la
documentación española, de las realidades nativas locales. Dichas altera-
ciones lejos de tomarse como un escollo insalvable deberán ser tenidas
en cuenta al analizar las reconfiguraciones de las identidades étnicas
durante el período colonial.

Los españoles: las primeras encomiendas

La merced de indios fue el bien más preciado al que podía acceder

39
La política de unificación y perpetuación de diferencias fue perfectamente pla-
neada por el imperio incaico. Para el primer caso apelaron a la educación de las
autoridades locales en centros del Cuzco, utilizaron al quechua como lengua gene-
ral y categorías homogeneizadoras como la de los yanaconas, camayoc, acllas, etc.
Para perpetuar las diferencias locales mantuvieron, en la medida de lo posible, las
jerarquías locales introduciéndolas dentro del sistema decimal, y las diferencias en
las vestimentas, etc. Las políticas implementadas por el imperio español propias de
cualquier situación imperial, junto con el nuevo rol económico que comenzaron a
desempeñar los individuos y las comunidades dentro del sistema colonial, contri-
buyeron a una paulatina unificación de las culturas indígenas.

69
N

Mapa 2. La expansión del Imperio incaico entre 1438 y 1525


Tomado de Pärssinen 1992: 73

70
un conquistador40. Esto fue así tanto para los primeros peninsulares que
arribaron al continente, cuando la dependencia respecto del indígena era
casi absoluta, como para sus descendientes que conocieron una realidad
donde las opciones se multiplicaban, donde según la posición social se
podía acceder a diferentes tipos de empresas y donde, entre otras cosas,
la minería posibilitó la formación de diferentes polos de desarrollo eco-
nómico. Sea cual fuere el momento, los conquistadores o sus descendien-
tes invirtieron gran parte de su tiempo y dinero en confeccionar elabora-
das probanzas de méritos y servicios a fin de que “su majestad” les otor-
gara una encomienda. Una vez obtenida la merced, muchos conquista-
dores entablaron largos pleitos por la “propiedad” de algún cacique y su
gente. Incluso, según las variantes demográficas de la región que se tra-
te, los pleitos podían iniciarse hasta por la posesión de un indio.
Dada la urgencia de la situación inicial, y luego de informarse sobre
la población que estaba sujeta al imperio incaico, Francisco Pizarro otor-
gó un primer gran grupo de encomiendas en 1534 el cual casi no entró en
vigencia. Posteriormente realizó un segundo reparto el 1 de agosto de
1535 y la disposición tuvo una duración efectiva de cinco años. Los prin-
cipales beneficiarios de estas encomiendas fueron los vecinos del Cuzco
y entre los grupos encomendados hubo algunos tan alejados del centro
imperial como, por ejemplo, Paria y Carangas, en la actual República de
Bolivia. Pasados cinco años del citado repartimiento, Pizarro dispuso
anularlo y realizar otro. La decisión estuvo íntimamente relacionada con
una idea que rondaba por la cabeza del Marqués desde mediados de
1538: fundar las ciudades de Arequipa y La Plata como una forma de
extender la conquista hacia el sur y así “descargar” la tierra de los con-
quistadores que iban llegando desde la península. El nuevo reparto se
realizó el 22 de enero de 1540 (Julien 1998: 489 y ss.).
Las encomiendas que involucraron a los indios de la región en estu-
dio pertenecen justamente a las otorgadas en 1540. Con el propósito ya
señalado de que algunos españoles se dirigieran hacia el sur del virreinato,

40
El repartimiento o encomienda fue un acto privativo de la corona a favor y en
beneficio de los conquistadores. Este proceder tiene sus orígenes en la asignación
de los poblados moros a los miembros de órdenes militares en la España del medio-
evo. Los conquistadores no fueron meros agentes pasivos del “depósito”. Aquellos
debieron ciertas obligaciones como por ejemplo armarse a favor de la corona cuan-
do así se lo requiriese; cuidar de los indios e instruirlos en la fe católica, etc. De tal
forma, el depósito o en última instancia esta “guarda” que se realizaba de los in-
dios, no era más que un acto de confianza de la corona hacia un grupo de particula-
res (Elliot 1990).

71
muchas de las encomiendas otorgadas a vecinos del Cuzco en 1535 cam-
biaron de dueño, hecho que provocó un sinnúmero de pleitos por parte
de los damnificados. Por nuestra parte no tenemos registro de que la en-
comienda que involucró a los indios de humahuaca haya estado com-
prendida en el primer grupo, es decir el de las otorgadas en 1535. El pri-
mer registro de encomiendas donde figuran los indios de humahuaca
comprende a las otorgadas a Martín Monje y a Juan de Villanueva, am-
bas en 1540. Trabajaremos en principio dos de aquellas cédulas de enco-
mienda; no obstante, a lo largo del libro se hará permanente referencia a
otras que involucran a indígenas de la región en estudio.

Depósito a Martín Monje41

La “provincia de Omaguaca” es mencionada por primera vez en el


depósito de indios que Francisco Pizarro hiciera a Martín Monje42 el 17
de septiembre de 154043. A fin de establecer un criterio organizativo para
su mejor comprensión hemos dividido la cédula en dos partes. En una
primera parte vemos que a Monje se le depositó “en la provincia de los
Charcas, en la provincia de Omaguaca el valle que los españoles llaman
del maní con los indios e principales que tuviere”44. La referencia a Char-

41
El depósito fue una forma de entregar mano de obra indígena de manera provisoria
a la primera generación de conquistadores. Esos repartimientos podían ser modifi-
cados o confirmados luego del “repartimiento general de indios”.
42
El capitán Martín Monje llegó a América con Cristóbal Colón en su último viaje.
Desde la Española participó en la conquista de Honduras, Yucatán, Nalo,
Comayagua, Guatemala, etc. Luego paso al Perú junto con el adelantado Don Pe-
dro de Alvarado participando en la conquista de Quito. Aquietado parcialmente el
Perú se dirigió con Diego de Almagro hacia Chile participando en el descubrimien-
to de Charcas y en la conquista de Chile siendo el primer español que cruzó el río
Maule. Por último, antes de recibir su merced de encomienda, regreso al Cuzco en
ocasión del sitio de aquella ciudad. Durante las guerras civiles Monje se enroló
sucesivamente en uno y otro bando pero sus decisiones nunca fueron oportunas.
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios que
le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En: Do-
cumentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de Bue-
nos Aires. Carpeta A.
43
Ibid.
44
Ibid, 13 a 14v. Inmediatamente surge la necesidad de preguntarse algunas carac-

72
cas está íntimamente ligada con los aspectos sobre los que ya nos hemos
extendido en este mismo capítulo relativos al dominio que los incas esta-
blecieron sobre territorio charqueño. La historia con el español fue par-
cialmente distinta. En 1538 Hernando y Gonzalo Pizarro se encaminaron
hacia el sur del Cuzco cruzando el río Desaguadero, siguiendo el camino
del Inca, y luego de unas guazabaras con indígenas, los españoles pasa-
ron por el tambo de Paria y se dirigieron hacia el valle de Cochabamba.
Allí no solo se encontraron con colkas repletas de maíz, también se encon-
traron con una alianza constituida por los charka, quillacas, carangas,
caracaras, soras, chichas y yamparaes, las siete naciones que constituían
la “Confederación Charka” al mando de Kuysara, cacique principal de
los charka. Como en la mayoría de las situaciones cruciales los españoles
tuvieron su “séptimo de caballería”, representado en este caso por el apoyo
del Inca Paullu45. Kuysara aceptó la sugerencia de Paullu, replegó sus
tropas y le dio obediencia al rey. Cuando el documento se refiere a la
“provincia de los Charcas” lo hace a un territorio todavía indefinido para
los españoles, aunque perfectamente delimitado para Manco Inca, don-
de habitaban parcialidades correspondientes al grupo charka, entre otras.
Retomando la cita, “en la provincia de los charkas, en la provincia
de Omaguaca”, observamos que se menciona una provincia a continua-
ción de la otra. Gentile (1989: 91) entiende que “la frase en la dicha pro-
vincia de los charcas en la provincia de Omaguaca” podría estar hacien-

terísticas de aquellas “provincias”. Pärssinen (2003: 258 y ss.) es uno de los autores
que ofrecen mayores apreciaciones sobre el tema. Respecto de la cantidad de unida-
des domesticas que conformaban una provincia incaica hace suya la opinión de
Rowe quién afirma que su población variaba entre entre 10.000 y 30.000 unidades
domésticas según las particularidades del caso. Además, afirma que las “porvincias
incas” no respetaban exclusivamente los territorios naturales -si bien los mismos
debieron haber influido en las conformación de las provincias- sino que estaban
compuestas por grupos nativos multiétnicos. Por último sostiene que “resulta más
probable que los Incas hayan dividido los viejos reinos y los imperios conquistados
en muchas provincias individuales, y cuando las jefaturas locales eran muy peque-
ñas procedían a combinarlas y convertirlas en unidades mayores (Pärssinen 2003:
259).
45
Paullu, junto con Manco Capac, fue uno de los hijos de Huayna Capac que tuvo
un rol protagónico dentro de la elite incaica durante los primeros decenios de la
conquista. Su figura, en contraposición a la de Manco, fue varias veces caracteriza-
da por la sumisión que presentó frente a las autoridades españolas. Hoy, nuevos
estudios dan versiones matizadas sobre las relaciones de las elite incaica y española
en aquellos momentos (Lamana 1996).

73
do referencia a una provincia española que incluye a otra indígena. La
propuesta de Gentile no resiste ningún análisis, hablar de división políti-
ca española remite a una organización administrativa de cierta magnitud
que los españoles prácticamente no tenían en el Perú central y mucho
menos en la región de Charcas hacia 1540. Las provincias de los Charcas
y de Omaguaca hacen referencia a delimitaciones indígenas que los es-
pañoles conocían más de manera indirecta que por su contacto con la
geografía y los indios del lugar. Evidentemente la palabra Omaguaca está
siendo utilizada con un criterio geográfico dando a pensar que, o bien
Omaguaca estaba incluida dentro de Charcas, o bien se trataba de una
continuidad territorial. Por nuestra parte, creemos que la letra de este
depósito de encomienda, como tantos otros, indica en un primer párrafo
el lugar o lugares geográficos donde estaban ubicados o tenían su resi-
dencia principal los indios encomendados46.
Pizarro depositó “en la provincia de los Charcas en la provincia de
Omaguaca el valle que le llaman los españoles del maní”47. No quedan
dudas que dicho valle estaba en la provincia de Omaguaca, así se des-
prende del depósito y se confirma en el mismo documento cuando ex-
presa “el valle del maní que es en la provincia de Omaguaca”. La ubica-
ción exacta la obtenemos de una carta de transacción y compromiso en-
tre Miguel Quintana y Antonio Nuñez, fechada en junio de 159548. En la
mencionada carta ambos actores ponen fin a una gran cantidad de plei-
tos que habían entablado mutuamente sobre indios que “residían o resi-
den hoy en día en la dicha Quebrada de Tumbaya que es la quebrada del
Mani”. La quebrada de Tumbaya Grande es transversal a la de
Humahuaca. La misma se prolonga y divide en otras dos llamadas Cár-
cel y Despensas por las que se llega a la Puna49. Tumbaya actualmente es

46
En uno de los primeros trabajos en que abordamos el tema (Zanolli 1993) propu-
simos que la mención a las dos provincias se debía a que en 1540 los límites hacia el
sur de Charcas eran todavía indefinidos. Hoy, con nuevos datos, revisamos esa
postura.
47
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios
que le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En:
Documentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de
Buenos Aires. Carpeta A, f. 113v.
48
Carta de transacción y compromiso entre Miguel Quintana y Antonio Nuñez.
ATJ, Caja 1, Legajo 5, Año 1595.
49
Gabriela Sica, comunicación personal.

74
uno de los pueblos de la quebrada de Humahuaca ubicado 80 km al sur
del actual pueblo homónimo de San Antonio de Humahuaca. Esta locali-
zación no vuelve a encontrarse en el resto de la documentación relativa a
la encomienda, a pesar de ello no puede ser tomada meramente como un
dato aislado.
Con respecto a la palabra valle, Lorandi y Bunster (1990) en un tra-
bajo sobre las categorías semánticas en las fuentes coloniales, desarrolla-
ron los posibles significados de dicho término de acuerdo con su contex-
to. En este caso hemos interpretado el término valle de acuerdo con un
criterio étnico y, también, como lugar específico donde se ejerce una te-
rritorialidad. Si consideráramos la palabra valle con un criterio estricta-
mente geográfico, esto constituiría una excepción dentro de la práctica
común de otorgar personas y no territorios dado que las encomiendas no
están determinadas por una base territorial.
Es interesante traer a colación un caso puntual para la costa norte
del Perú trabajado por Susan Ramirez-Horton (1981: 283). La autora, ha-
ciendo referencia a las encomiendas otorgadas por Francisco Pizarro, des-
taca la división arbitraria que se hizo sobre las unidades administrativas
nativas al ser encomendadas. La consecuencia directa de este proceso de
colonización fue “la gradual redefinición de encomienda o repartimien-
to (una creación artificial ‘a la española’) como sinónimo de valle [...].
Como se sugiere anteriormente a ‘valle’ lo entendemos no en un sentido
geográfico moderno sino en un sentido demográfico del siglo XVI”.
Estas categorías “a la española” incorporadas al discurso de los pri-
meros conquistadores se reflejaron en las denominaciones otorgadas a
las regiones marginales que iban conquistando. Ello se observa en los
repartos de encomienda que realizó Francisco Pizarro a partir de l535.
Así, al leer “en la Provincia de Omaguaca el valle que le llaman los espa-
ñoles del maní con los indios e principales que tuviere” entendemos que
se está entregando un grupo de personas residentes en aquel valle, el que
estaría ubicado dentro de lo que consideramos el sector medio de la que-
brada de Humahuaca, en la “provincia de Omaguaca” la que quedaría
“a cien leguas de esta provincia de los Charcas”50.
Las encomiendas otorgadas por Francisco Pizarro no siempre se ca-

50
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios
que le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En
Documentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de
Buenos Aires. Carpeta A, f. 13.

75
racterizaron por respetar las estructuras étnicas originales o por estar re-
feridas a un territorio en concreto. Este hecho no fue casual, al marqués le
interesaba descargar la tierras hacia el sur y que los conquistadores se
movieran de un lado a otro buscando a sus indios a la vez que conquis-
tando y poblando. En el caso del depósito a Martín Monje no todos los
indios se encontraban en la provincia de Omaguaca. Además, como lo
señalamos oportunamente recibió indios en la provincia de los Charcas,
donde se avecindaba. El depósito continúa:

otro pueblo que se llama Tontola con el señor principal que se llama Vilca
e más otro pueblo que se llama Chilche con sus indios e principales que
en el hubiere otro pueblo que se llama Tocola con el señor principal que se
llama Vilca con los indios que tuviere otro pueblo que se llama Chalca con
todos sus indios e principales51.

A todos estos pueblos se refiere el pleito entre Martín Monje y Su


Majestad cuando dice “sobre demanda de los indios Charcas de Tontola
y sus sujetos” o bien “que de ellos saquen las encomiendas que el dicho
marques hizo al dicho Gonzalo Pizarro de los indios Charcas de Tontola
y su cacique Vilca y el pueblo Chilche y Tocoloc” [Tocola]. Sabemos por
los documentos que los pueblos de Tontola y Tocola tenían un principal
llamado Vilca, mientras que para los pueblos de Chilche y Chalca
[Calcha]52 no se les menciona ninguno en particular. Con respecto al caci-
que Vilca el mismo documento nos explica de quién se trata:

Martín Monje vecino de esta ciudad en el pleito con vtro. fiscal sobre los
indios de Tontola y los demás pueblos y indios sus sujetos cuyo cacique es
Don Alonso Chuquivilca digo que para presentar en este pleito mi parte
tiene necesidad de una fe de los oficiales de vuestra real hacienda de lo
que rentan y están tasados los indios del dicho pueblo de Tontola parcia-
lidad del dicho Vilca con sus pueblos53.

51
Ibid.
52
Chalca aparece mencionado como Calcha en la encomienda otorgada por Fran-
cisco Pizarro a su hermano Gonzalo. AHP, Caja Real 1, Año 1558, f. 1 a 3v. Agrade-
cemos a la Dra. del Río por habernos facilitado el documento
53
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios
que le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En:
Documentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de
Buenos Aires. Carpeta A, f. 89v.

76
Detengámonos un instante en este punto a fin de comprender
acabadamente la cita. Como señalamos anteriormente, al momento de la
conquista española el altiplano Andino Meridional se encontraba pobla-
do por un conjunto de señoríos aymaras que conformaban la Confedera-
ción Charka. La misma estaba integrada por dos jefaturas: la Charka pro-
piamente dicha que se extendía al norte de Potosí y en el valle de
Cochabamba y la Qharaqhara localizada más al sur, hacia Chichas. Este
último señorío, que es el que a nosotros nos interesa, se hallaba dividido
en dos mitades, Macha y Chaqui. Como puede observarse en la cita, Vilca
es utilizado como apócope de Chuquivilca. Don Alonso Chuquivilca fue
un malku que perteneció a la Confederación Charka, dentro de ella a su
mitad Chaqui, y del grupo étnico de los visisas perteneciente a dicha
mitad54. Conforme al análisis precedente le habían sido encomendados a
Martín Monje pueblos que habitaban en la quebrada de Humahuaca y
también parte de los visisas que estaban localizados más al norte, en la
provincia de los Charcas propiamente dicha. Vemos entonces que la enu-
meración de los pueblos mencionados en el documento carecería de todo
tipo de homogeneidad tanto geográfica como étnica.
La cédula ubica a “ciertos indios que se llaman mochos” [moyos] a
“las espaldas” de Cochabamba. Al decir “las espaldas” de Cochabamba
sin duda se esta refiriendo a las inmediaciones de la actual Sucre. Los
moyos moyos son indios que aparecen mencionados en más de una cé-
dula de encomienda temprana, es decir, en aquellas otorgadas por Fran-
cisco Pizarro, el gobernador Vaca de Castro o Pedro de la Gasca, presi-
dente de la Audiencia de Lima55. Más adelante se nombra al pueblo de
Casibindo [sic], asignándole el segundo y último principal que mencio-

54
Sobre el tema se puede consultar del Río (1995).
55
Los moyos-moyos aparecen como indios semi-sedentarios que se ubican en casi
toda la frontera de las tierras bajas al este y sudeste de Charcas. Incluso alguna
documentación hace referencia a los moyos de Jujuy. Cristóbal Barba Cabeza de
Vaca y otros hechos en la conquista y pacificación de Chile con Diego de Almagro.
AGI, Patronato 143, Nº 1, R.4, Año 1606. Muchas veces, los moyos-moyos son con-
fundidos con los juríes de lo que se desprende que presentarían características simi-
lares. Suponemos que los encomenderos no esperaban una gran rentabilidad de
estos indios sino, aunque no se admita taxativamente en todos los casos, utilizarlos
para servicio personal en las casas: “y así mismo vos encomiendo todo el reparti-
miento de indios con sus caciques e principales e indios e mitimaes e chacras a ellos
sujetos y pertenecientes en cualquier manera que fue encomendado en la provincia
de Atacama a Francisco de Tapia vecino de la Villa de Plata con los cien moyos
moyos que le dieron en encomienda para el servicio de casa sujetos al cacique

77
na el documento llamado Abracayte56, y otro pueblo llamado Cince. Con
respecto al primero de ellos pensamos que es posible identificarlo (aun-
que no en sentido geográfico estricto) con el actual pueblo de Casabindo
ubicado al norte de la provincia de Jujuy, en plena Puna argentina. Al
pueblo que se menciona a continuación, Cince, se lo ha ubicado en la
Puna argentina (Gentile 1989: 91) cerca de Casabindo, por donde actual-
mente corre el río Cincel.
Por la manera que aparecen enumerados los principales en el docu-
mento nos permitimos suponer que, o no existía un cacique con mando
suficiente para englobar todos los pueblos mencionados en el depósito o,
lo que es más probable, que se tratara de grupos diferentes que por lo tanto
tenían autoridades distintas. Por fin, el depósito dado a Monje menciona
los pueblos “Ymara y Chilma y los mitimaes choro matas y chuis que es-
tán hacia Omaguaca”, lo que no hace más que confirmar la dispersión geo-
gráfica de los pueblos mencionados en la encomienda57. La encomienda de
Monje muestra tanto una importante discontinuidad territorial como he-
terogeneidad étnica. En ella, reiteramos, se ve la estrategia implementada
por Francisco Pizarro para abrir un abanico de conquistas y, a la vez,
descomprimir la situación social en los núcleos recientemente poblados.

Martín Monje y sus indios

¿Fue la encomienda otorgada a Monje un digno reconocimiento a


un viejo batallador en la conquista de América, cofundador de Santiago

Suerepara que lo tengas y poseáis según y en la manera que el dicho Francisco de


Tapia los tuvo y poseyó”. Pleito entre Francisco de Yssasga y Diego de Alles sobre
los dichos y los demás indios carangas que tomo y tiene por el marques Francisco
Pizarro. AGI, Charcas 41, Año 1575. Se pueden ver cédulas de encomienda que
incluyen indios moyos-moyos en: Pleito entre Cristóbal Barca Cabeza de Vaca y
Juan Ortiz de Zárate por los indios moyos moyos. Pleito entre Cristóbal Barca Ca-
beza de Vaca y Juan Ortiz de Zárate por los indios moyos moyos. AGI, Justicia 1125,
Nº 5, R. 1, Año 1551.
56
Sobre las distintas grafías del nombre del cacique ver: Palomeque 2003: 9. Por
nuestra parte, tomamos el nombre tal como aparece en AGI, Patronato 188, Nº 1,
Año 1557, f. 1. Se puede consultar el mismo texto para ver la sucesión del cacicazgo.
57
No tenemos datos para aportar sobre los pueblos Ymara y Chilma. Respecto de
los churumatas y chuis, estos últimos aparecen mencionados por varios autores y
documentos como soldados del inca en la frontera chiriguana. Sobre los churumatas
ver: Espinoza Soriano 1986, Doucet 1993, Presta y del Río 1995, Zanolli 2003.

78
de Chile y conquistador hasta el río Maule? Lo que puede aparecer como
tal en los papeles no necesariamente lo fue en la realidad. Son pocos y
fragmentados los datos que tenemos acerca del provecho que Monje pudo
sacarle a sus indios. Los grandes núcleos indígenas de la encomienda de
Monje fueron tres. El primero corresponde a los pueblo de Tontola, Chilche
y Chalca cuyo cacique fue Don Alonso Chuquivilca. El segundo el de los
indios de la provincia de Omaguaca, los indios de Casabindo y los del
valle del Maní en las inmediaciones del actual pueblo de Tumbaya. El
tercero abarcó a los moyos-moyos. De estos solo los dos primeros esta-
ban en condiciones de hacer ingresar algo de dinero en las arcas de Mon-
je, los moyos-moyos centraron su aporte principalmente en servicio per-
sonal.
En los primeros meses de 1541 Monje tomó posesión de los indios
comandados por Don Alonso Chuiquivilca, esto no fue un mero hecho
formal. Como bien señala la documentación, Monje:

tomó y tuvo civil y natural posesión quieta y pacíficamente sin contradic-


ción de persona alguna y la continuó señal que en los dichos pueblos e
indios tenía dominio como encomendero de ellos y así los dichos indios
reconocieron a mi parte [Martín Monje] por su encomendero58.

Pero esta situación de tranquilidad no duraría mucho para el capi-


tán, a mediados de 1544 la rebelión de los encomenderos encabezada por
Gonzalo Pizarro se hizo sentir en cada rincón del virreinato y la reciente-
mente fundada Charcas no fue ajena a la misma59. La toma de posición
de los encomenderos frente al conflicto pudo aparecer, en un principio,
como algo simple y sencillo. La opción era permanecer fieles al rey, sien-
do sus vasallos, o bien luchar por convertirse en lo más parecido a los
viejos señores medievales. Pero la elección no fue tan sencilla y el com-

58
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios
que le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En:
Documentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de
Buenos Aires. Carpeta A, f. 1 y 1v.
59
La rebelión de los encomenderos contra la Corona tuvo su origen en la sanción de
las Leyes Nuevas en 1542. Ante el temor de una “feudalización” de las colonias, la
Corona trató de frenar el ascendente poder de los encomenderos limitando la pose-
sión de las encomiendas a una vida. Una lectura ágil sobre el tema se puede encon-
trar en Lorandi (2002).

79
promiso con una causa estuvo, más de una vez, teñido con las apetencias
y necesidades personales. Tal fue el caso de Monje, a lo largo del conflicto
este personaje fue y vino de un bando al otro de acuerdo con la coyuntu-
ra del momento. Dada su posición ambigua durante el conflicto, finaliza-
do el mismo si bien Monje no corrió la suerte de aquellos que decidida-
mente tomaron partido por la causa de los rebeldes, tampoco quedó en
una posición privilegiada. Así las mismas rebeliones, y no su participa-
ción en ellas, habrían sido la causa de sus problemas

con las alteraciones causadas en este reino por Gonzalo Pizarro, el reino
fue destruido y desbaratado y las haciendas de los particulares en confu-
sión sin haber cosa conocida y propia de alguno porque el dicho Gonzalo
Pizarro lo tenía todo usurpado y mi parte (Martín Monje) no pudo ser
señor de sus indios y servirse de ellos estando en él encomendados por el
respeto alegado y teniendo de ellos tan buen título y después de la guerra
acabada estando en aquella sazón mi parte enfermo los oficiales de vues-
tra real hacienda de Potosí se entremetieron en recoger los tributos, rédi-
tos y otros servicios que los dichos indios solían dar haciendo intrusión y
despojando a mi parte de su encomienda de los dichos pueblos e indios60.

Poco pudo aprovechar Monje de aquellos indígenas que constitu-


yeron la parte más importante de su encomienda, dicha importancia no
estuvo dada por la cantidad de los indios sino por su calidad. Los de
Charcas eran los que estaban en mejor posición para satisfacer las necesi-
dades de cualquier encomendero.
Los otros indios en cuestión fueron los de Casabindo, para este caso
son muy pocos los registros que pudimos encontrar. En 1554 Monje plei-
teó con Juan de Villanueva “sobre ciertos indios de casabindo y
cochinoca”61 obteniendo ambos pueblos. Hacia 1558 Monje debió viajar
al Cuzco y, a raíz de ese viaje, dejó un poder para que se cobraran los
tributos de los indios de Casabindo62. Este poder llama la atención ya
que, al momento de comentar su situación personal, Monje dice una y

60
Pleito entre Martín Monje y Su Majestad sobre ciertos repartimientos de indios
que le encomendó Don Francisco Pizarro (AGI, Justicia 655, Nº 201, Año 1564). En:
Documentos del Archivo General de Indias. Museo Etnográfico de la Ciudad de
Buenos Aires. Carpeta A, f. 1v.
61
Ibid, f. 48.
62
Gastón Doucet, comunicación personal.

80
otra vez que los indios de Casabindo nunca le tributaron por “estar lejos
y de guerra”63. La encomienda otorgada a Monje en primera vida conti-
nuó en manos de su hijo, Lorenzo de Aldana, con quien finalizó la pose-
sión. Como señaláramos más arriba, en los documentos posteriores pro-
ducidos en torno al depósito de Martín Monje los indios del valle del
Maní no vuelven a ser mencionados. Existen dos alternativas: o bien Monje
decidió dejar de pleitear por ellos porque eran indios de guerra y su ubi-
cación era demasiado meridional como para obtener algún tipo de servi-
cio o renta, o bien la mención al valle del Maní fue un error de ubicación
geográfica, propio de la época.
Efectivamente la situación económica de Monje fue complicada, so-
bre todo a partir de su intervención ambigua en las guerras civiles. Había
perdido su encomienda de Charcas y a pesar del poder para cobrar tri-
butos, los indios de Casabindo en verdad “estaban lejos y de guerra”. No
hay indicios para pensar que algún cacique de ese pueblo se acercaría a
La Plata a “enterar” el tributo y el viaje del encomendero hacia la Puna
meridional para cobrarlo era una empresa arriesgada y difícil. Cualquier
persona en lugar de Monje evidentemente evaluaría las consecuencias
que podía acarrear el viajar a un lugar inhóspito y cobrar una suma in-
cierta. Hacia 1561, y luego de mucho batallar para obtener algún benefi-
cio por sus servicios a la corona, Monje recibe en encomienda a los indios
moyos de Aiquile de quienes también es nombrado curador64.

Encomienda a Juan de Villanueva

Juan de Villanueva fue otro de los tantos conquistadores llegados


tempranamente a América y beneficiado con las mercedes otorgadas por
Francisco Pizarro. La cédula de su encomienda fechada en 1540 es cono-
cida por un traslado a partir de su confirmación que le hace el virrey don
Hurtado de Mendoza en Los Reyes, el 7 de diciembre de 1557. Al igual
que en las mercedes otorgadas a otros conquistadores, los indios enco-
mendados a Juan de Villanueva estaban “lejos y de guerra” y el acceso
para obtener algún tipo de tributo o servicio personal era muy difícil.
Ella dice:

63
Son varias las opiniones encontradas respecto de la relación de Martín Monje y
sus indios de Casabindo y Cochinoca. Algunas de ellas se pueden ver en Palomeque
(2003: 13).
64
ANB, EP, Vol. 4, Año 1561, f. 1202 a 1204.

81
el marqués don Francisco Pizarro habido y respeto que vos Juan de
Villanueva vecino de esta villa de Plata sois persona de honra y habéis
servido a su majestad en esta tierra en la conquista y así mismo en el
levantamiento de los naturales desde que se revelaron de la obediencia
de su majestad hasta que fueron reducidos a ello con vuestro caballo y
armas a vuestra costa y estáis adeudado y necesitado en nombre de su
majestad y hasta tanto que el repartimiento general se hace que nos esta
cometido a mí y al muy reverendo y el muy magnífico señor el obispo
Vicente de Valverde os depositó en la provincia de Tarija el cacique
Quipildor señor de Omaguaca con todos sus pueblos e indios en esta
manera un pueblo que se dice Socabacocha con el cacique Cachitoya y
otro pueblo que se llama Orondi con el principal Espilca y otro pueblo
que se llama Cachichura con el señor Concolla y otro y otro pueblo que se
llama Cochuy con el principal Tolaba y otro que se llama Tocolaca estan-
cia de Xirote y otro que se llama Achiona con el principal Parchava y otro
que se llama Serchica y otro que se llama Yosulla y otro pueblo que se
llama Quita con el principal Parabón y otro que se llama Cochinoca con el
principal Tavarco y otro que se llama Ychinaco con el principal Garacualca
con 500 indios y si más hubiera sujetos al dicho cacique65.

La cédula muestra una estructura piramidal y jerarquizada, reflejo


de los cambios políticos realizados por el Inca en el momento de máximo
domino regional. Los incas, en su expansión, se encontraron con territo-
rios cultural y geográficamente heterogéneos, de manera que muchas
veces el objetivo de la dominación se vio condicionado por la diversidad
de las formas políticas de los grupos a conquistar. El éxito final de los
incas se basó en el sostenimiento de las formas socioculturales existentes
y además en la aplicación de políticas estandarizadas de dominación
(D’Altroy 1992 y 2003). Así los pueblos conquistados fueron organizados
en provincias, que contenían a los grupos étnicos ya existentes, acomo-
dados en unidades que respondían a la conveniencia administrativa del
imperio. Muchas veces a aquellos grupos étnicos se sumaron otros de
mitimaes movilizados por cuestiones políticas, económicas o militares
según haya sido el caso. Los reacomodamientos producidos por el Inca
provocaron profundas alteraciones en las estructuras étnicas primigenias.
La reorganización de la provincia o señorío de Omaguaca parece

65
El Licenciado Gutierre Velázquez de Ovando sobre que se le haga plaza de oidor en
la Audiencia de Charcas. AGI, Lima 231, Nº 11, Año 1635, f. 126 y ss. y apéndice A.

82
haber respondido a aquellas directivas. La presencia de un señor regio-
nal, Quipildora, erigido como tal por el imperio con poder y autoridad
sobre otros señores, caciques y principales y obediente al Inca, evidencia
parte de aquel reacomodamiento. No obstante, llama la atención que en
la cédula no se haga referencia a la presencia de mitimaes, sobre todo
tratándose de una zona de frontera. En estos casos, para entender los
cambios producidos por el Inca debemos analizar la fragmentación étnica
producida por los españoles al otorgar las cédulas de encomienda, aque-
lla necesidad de dividir para repartir, alteró las estructuras políticas dise-
ñadas por el Inca. Por lo tanto, para comprender qué significado tenía la
estructura jerárquica de la “provincia de Omaguaca”, deberemos recu-
rrir a otras cédulas de encomienda que hagan referencia a dicha región.
La estructura que muestra la cédula de Villanueva puede ser com-
parada con aquella otorgada a Hernando Pizarro, ya analizada en el pre-
sente capítulo, y que comprende a los chichas. La misma no solo es un
buen ejemplo de la continuidad geográfica entre ambas zonas, también
ocurre que las llamadas cédulas pizarristas, las otorgadas por Francisco
Pizarro a sus hermanos Hernando y Gonzalo, se caracterizan por la am-
plitud y el detalle de la información si las comparamos con las otorgadas
a cualquier otro conquistador. En la cédula de Hernando Pizarro, antes
que una estructura jerarquizada, observamos el detalle de la división dual
del espacio geográfico y simbólico. Urinsaya presenta cinco caciques sin
subordinaciones aparentes, es decir con un rango de igualdad jerárqui-
ca; mucho más que en Anansaya adonde hay una gran cantidad de
mitimaes provenientes de diferentes lugares del Imperio. Como señalá-
ramos, la lógica de la instalación de numerosos contingentes de mitimaes
está relacionada con su condición de región fronteriza y con la presencia
de los chiriguano hacia el este. El establecimiento de indios selváticos a
lo largo de toda la frontera oriental del imperio fue una constante pre-
ocupación para los incas.
Si la provincia de Omaguaca también fue frontera de indios del
Chaco, ¿por qué no observamos en la cédula de Villanueva la presencia
de mitimaes? Como dijimos, para comprender la situación de la provin-
cia de Omaguaca, junto con la cédula de encomienda de Villanueva de-
bemos analizar otras cédulas o fuentes que remiten a aquella provincia.
Es el caso de la cédula otorgada a Martín Monje cuando dice “y los
mitimaes choro matas [churumatas] y chuis que están hacia Omaguaca”.
A estos mitimaes debemos agregar, entre otros, a los ocloyas, toda “gente
del Perú” como indican los documentos. Efectivamente, tanto los
churumatas como los ocloyas se ubicaron al este de las serranías de

83
Humahuaca. La bibliografía sobre estos indios, además de la existente
sobre otros grupos de mitimaes como los apatamas, los tomatas, etc. es
abundante y contradictoria, esto se relaciona con la ambigüedad intrín-
seca que presenta el tema de los mitimaes. Por eso, en su mayoría, los
trabajos se centran en cuestiones como la procedencia, la localización y,
en menor medida, la estructuración étnica66.
La situación de los mitimaes cambió conforme ocurrió la caída del
imperio inca, sin la estructura que los contenía quedaron desubicados
frente a la realidad local. Muchos regresaron a sus tierras y se unieron a
sus grupos de origen; otros, beneficiados por haber sido trasladados a
mejores tierras o por encontrarse en condiciones más privilegiadas, in-
tentaron crear un statu quo alegando que aquella situación era “de tiem-
po inmemorial”67. Frente al español se encontraron en circunstancias
disímiles: mientras algunos quedaron en una ubicación de extrema pre-
cariedad y fueron negociados por los encomenderos, otros quedaron
en una inmejorable posición que les permitió acceder a mayores benefi-
cios.
Los cambios provocados por el Inca crearon confusiones en los es-
pañoles y también fueron utilizados para generar situaciones confusas.
Para el primer caso ya hemos comentado la ambigüedad que puede pre-
sentar el caso de los ocloya (Lorandi 1988). Vinculado al tema, tenemos
las declaraciones de los testigos que debían dar cuenta de la muerte del
capitán Martín de Almendras en la entrada que realizó al Tucumán (1563).
La imprecisión fue una constante en las respuestas de los propios com-
pañeros de jornada, mientras algunos afirmaron enfáticamente que lo
habían matado los ocloyas, otros atribuyeron el hecho a los omaguacas.
Veamos algunos ejemplos, según el testigo presencial Andrés Mino “en
una guazabara que se tuvo con los indios de ocloya en la provincia de
Omaguaca los dichos indios mataron al dicho capitán Martín de Almen-

66
Solo como una guía tentativa podemos mencionar: Salas 1945, Lorandi 1980, Doucet
1993, Ferreiro 1994, Presta 1995, Lorandi y Rodríguez 2003, Sica 2004, entre muchos
otros.
67
Entre los casos de aquellos que se quedaron en las tierras asignadas por el Inca
podemos mencionar a los indios de la provincia de Canas asentados en el valle
Calchaquí, donde permanecieron durante toda la colonia. Otro caso singular es
aquel de Cupi o Millera, pueblos tejedores y olleros, trasladados a las proximidades
de Huancané. A la caída del imperio mientras los tejedores decidieron regresar a
sus tierras, los olleros prefirieron quedarse en el lugar. Para ampliar sobre el tema y
los casos ver: Lorandi y Rodríguez 2003.

84
dras por estar como estaban en una quebrada muy fragosa”68. En cam-
bio, el testigo Bartolomé García afirmó que “el dicho capitán Martín de
Almendras se había ido con cierta gente a hacer el castigo de los indios
apatamas...este testigo fue la dicha jornada y vio que los indios omaguacas
mataron al dicho capitán Martín de Almendras”69. Otros, mientras tanto,
se limitaron a hacer referencias geográficas en las que se pueden percibir
ciertas divisiones administrativas incaicas. En otra parte del interrogato-
rio el mismo testigo Bartolomé García expresa:

lo que sabe es que en valle de Omaguaca en la provincia de Ocloya fue el


dicho capitán Martín de Almendras con algunos soldados del dicho cam-
po a castigar cierta junta de indios que había en el dicho Ocloya y este
testigo entre ellos y vio que el dicho Martín de Almendras fue adelante...y
unos indios de los cuales estaban alterados y entonces le mataron los di-
chos indios y este testigo le vio muerto el dicho día que se adelantó70.

Finalmente frente al desconocimiento o la incertidumbre, otros tes-


tigos presenciales se limitan a realizar aproximaciones geográficas:

dijo que sabe que el dicho capitán Martín de Almendras fue muerto por
ciertos indios detrás de Omaguaca cerca de Ocloya porque este testigo
fue con él la dicha jornada y le vio traer muerto y me hizo enterrar e iban
entonces a castigar a los indios de Omaguaca que decían que estaban en
un fuerte71.

Como observamos en las citas, apatamas, omaguacas, ocloyas, de-


trás de Omaguaca o en la Provincia de Ocloya, pueden ser distintas etnías
o antiguas delimitaciones incaicas traducidas o interpretadas por los es-
pañoles dentro de los límites impuestos por el precario conocimiento del
idioma, de la geografía y de las estructuras indígenas propias de esos
años tempranos de la conquista, que perduraron nominalmente luego de
la caída del imperio.
En el segundo caso, es decir cuando hablamos de generar situacio-

68
Probanza de méritos y servicios del capitán Martín de Almendras. AGI, Patrona-
to124, Ramo 5, Año 1580, f. 88 y 88v.
69
Ibid, f. 77 y 77v.
70
Ibid, f. 60.
71
Ibid, f. 62.

85
nes confusas, se puede ver el accionar de ciertos encomenderos que con
el fin de apropiarse de más indios amoldaron la realidad a su convenien-
cia. Es el caso de Juan Ochoa de Zárate quien, con el propósito de adue-
ñarse de los ya mencionados ocloya, alegó que los mismos estaban suje-
tos a los caciques de humahuaca, pertenecientes a su encomienda72.
Las alteraciones incaicas no solo confundieron a los colonizadores,
sino a muchos investigadores quienes, imbuidos por un espíritu
esencialista, buscaron grandes identidades monoétnicas, pasando por alto
las ambigüedades puestas de manifiesto en la documentación. Un buen
ejemplo de ello es haber considerado que la estructura étnica reflejada en
la cédula de encomienda de Villanueva estaba compuesta por un solo
grupo étnico -los humahuacas- cuando la misma presentaba, por lo me-
nos, una estructura biétnica ya que también contenía indios chichas. El
paso de los incas por la provincia de Omaguaca produjo una realidad
multiétnica que permaneció hasta la llegada de los españoles73. Aquella
contribuyó a desdibujar las identidades étnicas primigenias y colaboró
con la conformación de identidades colectivas coloniales.
Para entender los alcances del área geográfica que ocuparon los
pueblos comprendidos en la cédula otorgada a Villanueva, haremos un
análisis detallado de la misma. Ella comienza “Os deposito en la provin-
cia de Tarija el cacique Quipildora señor de Omaguaca con todos sus
pueblos e indios en esta manera”74. La cita nos da una localización dife-
rente a la que vimos en el depósito a Martín Monje, ya que en este caso

72
En un trabajo pionero, Lorandi (1984) realiza precisas consideraciones sobre si los
ocloya estuvieron sujetos a los caciques de Omaguaca. Más allá que esto haya sido
así o no, actualmente y con más documentación disponible, puede observarse que
apropiarse de los ocloyas constituyó una verdadera obsesión para Juan Ochoa al
extremo de obtener, mediante ardides políticos e influencias, una cédula de enco-
mienda que los contenía.
73
Los incas no fueron pioneros en esto, como bien señala Murra (2002: 68): “Para los
que han estudiado los reinos preinka conocidos a través de la arqueología tales
como Wari en la sierra central, o Chimú en la costa o Tiwanaku en le Altiplano, se
darán cuenta que ya mucho antes de los inka se había vivido en los Andes una
experiencia señorial, de poder. Los llamados “horizontes” de los arqueólogos ya
eran sociedades multiétnicas; los inkas se nutrieron de logros tecnológicos y de
gobierno andinos anteriores. Tal experiencia señorial andina preinka ayuda a com-
prender la rápida expansión del dominio cuzqueño”.
74
Diligencias seguidas por don Diego Ortiz de Zárate para establecer su derecho y
lugar a la sucesión de la encomienda de Humahuaca y Sococha en Jujuy. ANB, EC
Nº 18, Año 1684.

86
los indios se depositan en la provincia de Tarija. Si seguimos con el razo-
namiento aplicado en el análisis del depósito de Monje, la expresión “pro-
vincia de Tarija” estaría haciendo alusión a una provincia indígena. Aho-
ra bien, ¿qué conocimiento tenían los españoles del lugar en cuestión en
1540? Veamos algo al respecto. La referencia mas temprana a las llama-
das “Aguas de Tarixa” es del 1539, año en que se le encomendó a Pedro
de Candia salir rápidamente de Larecaja con todos sus soldados y diri-
girse a las “Aguas de Tarixa”, pensando que desde allí se podría entrar
con mayor éxito que las veces anteriores a la región de los moyos y
chunchos. En el trayecto debían encontrarse con Pedro de Anzures, en-
viado por Francisco Pizarro a la región de los Charcas. Una vez juntos,
Candia y Anzures atravesaron la cordillera de los Charcas penetrando
por las “Aguas de Tarixa”, para ir a la conquista de los chiriguano y ver
si por allí podían abrir el camino hacia el Río de la Plata75. Entonces, re-
cién en 1539 los españoles comenzaron a tener un conocimiento directo
de la región mientras los incas, contrariamente, habían establecido una
fuerte presencia en la zona.
Entre las Relaciones de los Repartimientos existentes al terminar el
alzamiento de Gonzalo Pizarro encontramos, con fecha de 1549, la que
da cuenta de la encomienda dada por Francisco Pizarro a Villanueva,
ella dice: “Item tiene Juan de Villanueva en la provincia de los Chichas en
el pueblo de Comaguata el cacique principal Quipildora” (Loredo [1574]
1940: 58)76. Nueve años después de otorgada la cédula Quipildora con-
tinuaba siendo el señor máximo de Omaguaca; no obstante, en una cita
se lo menciona como señor de lo que podría ser una región y en otra,
como cacique principal de un pueblo. El hecho, lejos de entenderse como
contradictorio, reafirma los manejos políticos realizados por el inca en
la región. Al analizar el depósito a Martín Monje determinamos que la
frase “provincia de Omaguaca” hacía referencia a una provincia indí-
gena, la ubicación geográfica en una y otra cédula es diferente (Tarija y
Chichas) pero ambas referencias remiten a lo que es actualmente el sur
de la República de Bolivia. Existe otra documentación temprana que
asocia a los indios encomendados a Villanueva con la zona de Tarija.
Veamos por ejemplo las declaraciones de algunos testigos en el pleito

75
Sobre la historia de Tarija ver: Avila 1975.
76
La cita que presentamos termina ahí. En la Relación que se hace de los
repartimientos que existían al finalizar el levantamiento de Gonzalo Pizarro, solo se
detalla el nombre del encomendero y el del cacique o pueblo principal.

87
entre Cristóbal Barba Cabeza de Vaca y Juan Ortiz de Zárate77. Entre las
respuestas de los testigos presentados por Juan Ortiz de Zárate el 17 de
Febrero de 1551, encontramos algunas más que interesantes, tal el caso
del cacique Don Luis “que es de Juan Sedano y natural del Valle de
Tarija” quien:

Fue preguntado por la dicha lengua si conoce a Tusyve dijo que si cono-
ce de mucho tiempo a esta parte e que si conocieron en el valle de Tarija
andando en la guerra de los Chiriguanaes y que conoce y sabe su pue-
blo del dicho Tusyve que se dice pomaguaca que es en el dicho valle de
Tarija.

A otro testigo, Collasaua, “mitima del valle de Tarija nacido en el


dicho valle y [que] ahora es de Juan Sedano”, se le pregunta si conoce a
Tusyve y Pocotas “dijo que a Tusyve conoce de mucho tiempo a esta par-
te y que a Pocotas no sabe quien es fue preguntado que de donde es el
dicho Tusyve e como se llama su pueblo dijo que es de omaguaca del valle
de Tarija” (el destacado es nuestro).
De los testigos presentados, tanto los dos que mostramos como ejem-
plo como otros dos más78 -los cuatro indígenas- coinciden en que el pue-
blo donde conocieron a Tusyve, o bien el pueblo de este cacique, era
Pomaguaca u Omaguaca en el valle de Tarija; pueblo que dos años antes
ya fuera mencionado en la Relación de los Repartimientos de Gonzalo
Pizarro. Es así que, a la fecha de 1551, pero según aluden los testigos “de
mucho tiempo a esta parte” ya no quedan dudas de la existencia de un

77
Pleito entre Cristóbal Barca Cabeza de Vaca y Juan Ortiz de Zárate por los indios
moyos moyos. AGI, Justicia 1125, Nº 5, R. 1, Año 1551. El pleito esta motivado por
la presencia del cacique Tusive y sus sujetos (entre ellos el principal Pocota) entre
los indios moyos-moyos pertenecientes al repartimiento de Cristóbal Barba. Según
Barba, estos indios eran de su propiedad porque consideraba que eran de nación
moyos-moyos, que siempre vivieron allí y que sus antecesores se sirvieron de ellos.
Al parecer de don Juan Ortiz de Zárate, los indios eran de nación Juri del valle de
Tarija, instalándose entre los moyos-moyos donde se encontraban en ese momento
78
Los otros dos testigos son: Pancar a quien le fue preguntado si conocía a Tusive y
a Pocota a lo que contestó que conocía a ambos, el primero cacique y el segundo
sujeto a Tusyve. Al preguntarle de dónde los conocía dijo que en Pomaguaca. El
cuarto testigo es de nombre Sytocha, natural del valle de Traija quien referido a
Tusyve y Pocota dijo que eran de nación Juries y que los conoció en el valle de
Tarixa en el pueblo de Syla y Pomaguaca “que es del dicho valle de Tarixa”.

88
pueblo llamado Omaguaca-Pomaguaca en el valle de Tarija79. Con rela-
ción a la cantidad de indios que estaban bajo el mando de Quipildora, la
cédula de encomienda solo dice “con quinientos indios y si más hubiere
sujetos al dicho cacique” mientras que la documentación de 1549 agrega
una mayor precisión sobre el tema “tiene ochocientos indios de visitación
y por estar tan lejos no le sirven [a su encomendero] darán aprovecha-
miento a nuestro parecer si sirviesen cuatro mil pesos granjeando el maíz
y el ganado” (Loredo [1574] 1940: 58). Como observamos, y a diferencia
de lo visto para el depósito de Martín Monje, en la cédula que analiza-
mos se menciona a Quipildora como “señor de Omaguaca”, a Caquitoyay
con el cargo de cacique del pueblo de Sococha y siete principales que
corresponden al resto de los pueblos mencionados. Se establece entonces
una clara diferencia con la cédula de Martín Monje, mientras que en di-
cho documento se observa una marcada dispersión territorial con dife-
rentes caciques de rangos similares; la cédula otorgada a Villanueva mues-
tra una estructura piramidal de poder. En este caso la denominación de
señor remite a una organización jerárquica dentro de la cual quedan
englobados el resto de los llamados cacique y principales, lo que queda-
ría confirmado al final del documento cuando dice “con quinientos in-
dios y si más hubiere sujetos la dicho cacique”. Atento a que el cacique, o
segunda persona en importancia dentro de los pueblos de la encomien-
da, está ligado al pueblo de Sococha, nos interesa desarrollar algunas
precisiones acerca de dicha localidad.
La localidad denominada Sococha figura en gran parte de la docu-
mentación, aunque en fuentes que son centrales para este análisis el nom-
bre aparece escrito de diferentes maneras. Hemos ubicado hasta el mo-
mento dos traslados correspondientes a la confirmación de la encomien-
da que el virrey Hurtado de Mendoza le hizo a Juan de Villanueva en
155780. En la copia paleográfica del Archivo Nacional de Bolivia (ANB),

79
En los casos en que esta escrito Pomaguaca o Comaguata entendemos que la dife-
rencia con Omaguaca no es significativa como para interpretar que se trata de luga-
res diferentes. Deben tenerse en cuenta dos cuestiones, primero la fecha temprana
de producción de los documentos y que estamos hablando de un nombre indígena,
en segundo lugar que las letras C y P se prestan a confusiones: la primera, C, en la
letra procesal tiende a confundirse con la O y con la T. En el caso de la letra P des-
aparece el ojo convirtiéndose en un fino trazo.
80
Una de las versiones figura en: Diligencias seguidas por don Diego Ortiz de Zárate
para establecer su derecho y lugar a la sucesión de la encomienda de Humahuaca y
Sococha en Jujuy. ANB, EC Nº 18, Año 1684, f. 24 y 24 v. Se trata de las “Diligencias

89
el primer pueblo de la encomienda figura con el nombre de Sococha,
mientras que en el manuscrito del Archivo General de Indias (AGI), el
mismo pueblo se designa como Socabacocha.
En un trabajo acerca del significado del término Yoscaba81, Balbuena
(1991: 89) propone que Socabacocha “es una conjunción de voces
quechuas, cuyo primer registro se remonta al año 1539 y su derivado
actual -Yoscaba- resulta de la fusión de los dos primeros vocablos que
componen el término original”. Para arribar a esta conclusión el autor
realiza un análisis etimológico lingüístico que le permite identificar la
lengua en la que estaba expresado el vocablo original, determinar las
voces que integran el término y conocer el significado del mismo. De esta
manera Socabacocha estaría compuesto por tres palabras quechua: chokka
(pato), hawa (término polisémico) y choca (laguna). de manera que
choccahawa puede interpretarse con varios sentidos aunque “todos apun-
tan a una significación y es: parte, sitio, o lugar de patos o tierra, país o
pueblo de los patos” (Balbuena 1991: 101). El significado de Socabacocha
sería entonces: tierra, país, pueblo de las orillas de la laguna de los patos.
Al respecto cabe recordar que ya Carrizo (1935: XVIII) al comentar la
cédula de encomienda confirmada a Villanueva, escribía “un pueblo que
se dice Socabacocha [¿Yoscaba?] frente a la laguna -cocha- de Pozuelos
[...] con el cacique”. Agreguemos por último que en algunos mapas de la
República Argentina se ubica al oeste de la laguna de Pozuelos el abra de
Sococha Corral82. La grafía Socabacocha no se repitió más en ninguno de

seguidas por Don Diego Ortiz de Zárate para establecer su derecho y lugar a la
sucesión de la encomienda de Omaguaca y Sococha”. En ella se mencionan el pue-
blo de Sococha con el cacique Caquitoya, los pueblos de Oaquite y Corondi con el
principal Piluca, el pueblo de Caquichura con Doncolca, Cochoit con Tolava, la
Estancia de Pirotto, el pueblo de Achiona con el principal Pachamba, Sechisa y
Queyonda sin un principal especificado, Quiticonde con Jambon, Cochinoca con
Taburca e Ychiza con Soragua. La otra corresponde a: El Licenciado Gutierre
Velazquez de Ovando sobre que se le haga plaza de oidor en la Audiencia de Char-
cas. AGI, Lima 231, Nº 11, Año 1635, f. 126. Se trata de la “Información de méritos y
servicios de Gutierre Velázquez de Obando”. En ella se menciona: “El pueblo de
Socabacocha con el principal Cachitoya, Orondi con Espiloca, Cachitoya con Concolla
[Doncolca] (manchado), Cochuy con Tolaba, el pueblo de Tocolaca sin principal,
Estancia de Xorite, el pueblo de Achiona con Parchava, Serchica y Yosulla sin prin-
cipal, Quita con Parabon, Cochinoca con Tavarco e Ychina con Garacualca”.
81
Sitio arqueológico en las inmediaciones de la laguna de Pozuelos en la Puna jujeña.
82
Instituto Geográfico Militar. Hoja La Quiaca. Al hacer esta referencia somos cons-
cientes de lo problemático de traspolar topónimos actuales al pasado. En este senti-

90
los documentos que pudimos consultar hasta el momento aunque, si se-
guimos a Balbuena y nos acogemos a la duda de Carrizo, el topónimo
pudo haberse conservado en el pueblo llamado Yoscaba83.
Por el contrario, la localidad de Sococha se ubica actualmente en el
sur de Bolivia, en el departamento de Sud Chichas, a escasos 15 km de
Yavi y 70 km de Yoscaba, aproximadamente. Además de mencionarse en
la confirmación de la cédula, en la Carta de Matienzo se hace referencia a
esta localidad.

tomando desde la jornada de Ascande que dije arriba y de allí yendo a


Suipacha que son diez leguas pueblos de indios Chichas y de allí a Sococha
que son siete leguas tierra de Omaguaca y de allí por el despoblado de
Omaguaca que son veinte leguas y de allí a Meimera pueblo de indios de
Omaguaca con seis leguas (Matienzo [1566] 1941: 111).

Por el tratamiento que le da Matienzo en su itinerario a la localidad


de Sococha, sacándola del camino principal y ubicándola en lo que él
llama “otro camino”, su situación correspondería a la localidad bolivia-
na. Posteriormente la menciona el cronista Antonio de Herrera Tordesillas
quien le otorga una ubicación que no deja de llamarnos la atención:

Esta gobernación de Tucumán, Iuries, y Diaguitas, comienza pasado el


distrito de los Pueblos de los Chichas, que sirven en la Villa Imperial de
Potosí en otros pueblos, que dicen Moreta, Cochinoca, Sococha y
Casabindo; y pasados estos pueblos se atraviesa un despoblado de quin-
ce, o veinte leguas, que es tierra muy fría, que propiamente se llama la
Cordillera, y luego se baja a tierra templada y caliente (Herrera Tordesillas
[1610-1615] 1934-1954: V. 4, Década VIII, Libro V: 106).

En este caso para establecer los límites de la gobernación Herrera


Tordesillas traza una línea dada por los pueblos de Moreta, Sococha,

do hacemos nuestras las palabras de Sica (2003: 67) “El hecho de que vivamos, co-
nozcamos, transitemos o aprovechemos el mismo espacio geográfico que la gente
del pasado, puede hacernos olvidar la significación que éste tenía en cada época, y
llevarnos a creer que nuestra percepción de él hoy es “natural” y extensible a lo
largo del tiempo histórico”.
83
Según José Luis Balbuena (comunicación personal) la grafía aparece en un mapa
de principios del siglo XVII publicado por Thierry Signes en 1975. Lamentablemen-
te no tenemos datos sobre esa publicación.

91
Cochinca84 y Casabindo, para luego atravesar en diagonal las quince o
veinte leguas de la parte mas fría de la Puna, pasar por la quebrada de
Humahuaca (tierra templada) y de ahí seguir a las tierras bajas (tierras
calientes). No tenemos la certeza de que Herrera Tordesillas haya consul-
tado la carta de Matienzo pero es notable cómo toma los mismos datos
incluso haciendo referencia a las quince o veinte leguas que, en el caso de
Matienzo, tendría la extensión del “despoblado de Omaguaca”. La dife-
rencia entre uno y otro es que en el trabajo de Herrera no cabe duda que
la localidad de Sococha está ubicada en las inmediaciones de la laguna
de Pozuelos, cercana de Casabindo, Cochinoca y Moreta, descontando
que su ubicación es al sur de la Sococha boliviana. Esto queda confirma-
do por el hecho de que para 1582, el límite norte de la gobernación estaba
claramente fijado en el asiento de Calahoyo. Las nuevas referencias a
Sococha, muchas veces con el nombre de San Rafael de Sococha, son pos-
teriores a 1580 y todas hacen mención a la localidad ubicada en Bolivia.
Ya no quedan dudas de que el actual pueblo de Sococha responde a una
reducción española.
En un trabajo anterior (Zanolli 1995a) interpretamos que el actual
pueblo de Sococha era una reducción de indios hecha por españoles, de
tal forma que es difícil determinar cuándo se los trasladó allí. Presumi-
mos que esa labor fue llevada a cabo por el capitán Pedro de Zárate en
una fecha temprana, muy anterior a la fundación de la Villa de Tarija
(1574), momento en que se llevaron a cabo las reducciones de los indíge-
nas. Recordemos, en este sentido, que el capitán Pedro de Zárate fue un
activo colaborador de la Corona, desempeñándose en tareas militares a
fin de detener los avances indígenas y conquistar territorios (Zanolli 1995b:
234). Hoy preferimos ser más cautelosos pues obtuvimos datos de la exis-
tencia de Sococha que son muy anteriores a lo actuado por Zárate. Ade-
más los múltiples vaivenes de aquella población fronteriza seguramente
dieron lugar a una cantidad de situaciones que posibilitaron la sinonimia.
Sea cual fuere el motivo de esta doble ubicación, hoy podemos afirmar
que el segundo pueblo de la encomienda que Francisco Pizarro le otorgó

84
Según Palomeque (2003: 25) Albeck relaciona la ubicación del antiguo pueblo de
Cochinoca con las ruinas del Pucará de Rinconada ubicado al norte del valle cerca
del cerro Pan de Azúcar. Palomeque, citando textualmente a Albeck dice: “En
Cochinoca actual no hay poblados clasificables desde la arqueología como
Casabindo-Cochinoca, sí hay sitios incaicos. Respecto a la andenería, algo hay, pero
muy escasa, por ejemplo en el abra de Moreta, en nada comparable a los que se
encuentran en los alrededores de Casabindo y el Pucará de Rinconada”.

92
a Juan de Villanueva se ubica en un espacio comprendido entre los 22º
20’ y 23º de latitud sur.
De los once pueblos que menciona la encomienda -y dejando de
lado los de Omaguaca y Sococha- dos de ellos Cochinoca y Quita [Queta]
se pueden ubicar de manera aproximada ya que se ha conservado el
topónimo. Respecto de Ychiza lo encontramos mencionado en una peti-
ción que Pablo Bernárdez de Ovando hiciera al gobernador de Tucumán,
Alonso de Mercado y Villacorta, en la cual pide tierras para estancias de
ganados mayores y menores “que es de donde se desvían las pampas de
Moreta y nacen ciénagas que corren hacia Casabindo, que la dicha abra
se llama Mora Mora Xoguagra desde donde ha de correr la derecera al
pueblo viejo de Ichira”85.
Hemos ubicado entonces cuatro de los once pueblos y una estancia
que constituyeron la encomienda de Juan de Villanueva: Sococha,
Cochinoca, Quita e Ychiza, todos en las inmediaciones de la laguna de
Pozuelos en la Puna argentina. También determinamos la existencia de
un pueblo llamado Omaguaca, Pomaguaca o Comaguata, lugar de resi-
dencia de Quipildora, señor de Omaguaca ubicado en el valle de Tarija al
sur de la actual República de Bolivia.
Una vez ubicados algunos de los pueblos de la encomienda, surge
inmediatamente la pregunta acerca de cuál era la filiación étnica de sus
ocupantes. Debido a que en la cédula de encomienda otorgada a
Villanueva se expresa: “Os deposito a Quipildora señor de Omaguaca” y
a la existencia de un pueblo llamado San Antonio de Humahuaca en la
quebrada de Humahuaca, los distintos autores (Boman 1908, Salas 1945,
Sánchez y Sica 1991, etc.) dieron como un hecho que Villanueva fue
encomendero de “los omaguacas”, expresión que casi no hemos encon-
trado en documentos posteriores a dichas cédulas. De todos los pueblos
de la encomienda, solo los indios de Sococha se asignaron identidad étnica,
la identidad étnica chicha. Evidentemente, aquellos autores no repara-
ron debidamente en las ambigüedades puestas de manifiesto en la cédu-
la de encomienda en lo que a estructura étnica se refiere, y que en gran
medida muestra la incidencia incaica en la región. De esta forma termi-
naron asignando una identidad étnica a grupos probablemente
multiétnicos.
¿Quiénes ocuparon entonces las tierras ubicadas al norte de la pro-
vincia de Jujuy? Nos apoyaremos nuevamente en la carta de Juan de

85
AHS, Expedientes judiciales, 1655. Sin título.

93
Matienzo; en el cuerpo principal del documento el oidor señala que:

5. -de allí a Calahoyo tambo real del ynga despoblado cinco leguas y ay
alrededor junto a este tambo pueblo de indios Chichas bien cerca que
pueden servir en el tambo como servían en tiempo del ynga.
7. -de allí a Moreta pueblo de indios Chichas y tambo del ynga hay siete
leguas.
6a. -de allí a Casabindo el chico tambo del ynga y junto a el ay indios
encomendados a Martín Monje vecino de esta ciudad son seis leguas y
media (Matienzo [1566] 1941: 108).

En las dos primeras jornadas que menciona, Matienzo observa la


presencia de indios chichas, tal cual lo sostendrá Vignati (1939), ya sea en
los tambos reales (Calahoyo, Moreta) o bien en pueblos dispersos alrede-
dor de los mismos pero que servían en los tambos reales. Sorprendente-
mente en la última jornada el oidor solo identifica a los indígenas dicien-
do que están encomendados a Martín Monje. La segunda referencia que
realizó Matienzo, ya utilizada unos párrafos más arriba, esta fuera del
itinerario principal y figura por ende como un desvío. En ella se precisa:

tomando desde la jornada de Ascande que dije arriba y de allí yendo a


Suipacha que son diez leguas pueblos de indios Chichas y de allí a Sococha
que son siete leguas tierra de Omaguaca y de allí por el despoblado de
Omaguaca que son veinte leguas y de allí a Meimera pueblo de indios de
Omaguaca con seis leguas (Matienzo [1566] 1941: 111).

Matienzo reconoce la existencia de pueblos de indios chichas hasta


Suipacha y los puede identificar. A continuación se refiere a “tierra” y un
“despoblado” ya analizados al discutir la ubicación de Sococha, a los
cuales denomina genéricamente “de Omaguaca”. Casualmente a Sococha
-que sabemos que es un pueblo de indios chichas-, no le otorga filiación
étnica, solo dice que son “siete leguas tierra de Omaguaca”. En resumen,
en el itinerario de Matienzo se reconocen tres instancias posibles. La pri-
mera alude a la presencia de indios chichas en dos tambos reales, Calahoyo
y Moreta y en un pueblo, Suipacha, y en otros pueblos que no identifica
y que estaban “alrededor junto a este tambo” [Calahoyo]. La segunda se
refiere a dos pueblos: Sococha ubicado en tierra de Omaguaca, atrave-
sando el despoblado de Omaguaca y Maimará, pueblo de indios de
Omaguaca. Sococha entonces se encontraba en tierra de Omaguaca y,
como sabemos, estaba poblado por indios chichas. Por último quedan

94
indios a los cuales el oidor no puede identificar, aquellos indios de
Casabindo y Cochinoca y quienes llama “indios encomendados a Martín
Monje”86.
El hecho de que hasta el momento en la gran mayoría de la docu-
mentación consultada siempre leamos sobre Omaguaca y no acerca del
gentilicio humahuacas, hizo que nos permitamos jugar con la polisemia
del término. Por lo tanto, además de considerar la existencia de un grupo
étnico denominado humahuaca proponemos que Omaguaca, tal como
se utiliza en la cédula de encomienda, designaba algo diferente a un gru-
po étnico, a nuestro criterio, una región dentro del piso ecológico Puna
(Zanolli 1995b: 320-322). Dentro de este territorio se ubicaron cuatro de
los pueblos de la encomienda otorgada a Juan de Villanueva, los cuales
circundan de oeste a este la parte meridional de uno de los dos espejos de
agua permanente de la Puna argentina, la laguna de Pozuelos. No sabe-
mos qué papel desempeñó la laguna antes o durante la penetración
incaica; de todas formas, la dispersión de los pueblos alrededor de ella
pudo tener algún sentido simbólico ya que la palabra Omaguaca esta
compuesta de dos vocablos aymaras, uma: (agua) y huaka: (adorar,
adoratorio), es decir adorar al agua o adoratorio del agua87.
Los comentarios precedentes nos llevan a plantearnos algunas pre-
guntas y a reflexionar ¿Cuáles son las implicancias de otorgarle a la pala-
bra Omaguaca, según es utilizada en la cédula de encomienda, un signi-
ficado geográfico y no étnico? ¿Todos los ocupantes de los pueblos de la
encomienda de Juan de Villanueva tuvieron filiación chicha? ¿Era una
encomienda multiétnica como la otorgada a Martín Monje? Respecto a la
primera pregunta, retomamos uno de los cuidados metodológicos seña-
lado en el capítulo anterior: el de evitar identificar documentalmente gru-
pos nativos allí donde las fuentes no permiten identificarlos con total
certeza, ya que hacerlo implica congelar las realidades locales y descono-
cer la capacidad de los grupos étnicos para organizarse de forma política
y/o simbólica sin conformar núcleos diferenciados, sino entrelazados en
una misma estructura étnica.
Atribuir otro significado a la palabra Omaguaca quitándole su con-
tenido étnico no implica suponer una Quebrada deshabitada ni que estas

86
Palomeque (2003: 15) entiende que: “al referirse a “poblado” o “despoblado” el
oidor Matienzo realiza una “lectura” de las relaciones políticas indicando los pue-
blos que estarían o no sublevados.
87
Gunnar Mendoza, comunicación personal.

95
poblaciones se hayan identificado a sí mismas como humahuacas. Más
bien implica partir de un marco de interpretación distinto al sostenido
hasta el momento, el cual afirma que los humahuacas fueron los belico-
sos habitantes de la quebrada de Humahuaca, que fueron encomenda-
dos a Juan de Villanueva. La quebrada de Humahuaca estaba densamen-
te poblada al momento del contacto hispano indígena, sitios como el
Pucará de Tilcara, Los Amarillos y La Huerta de Huacalera son solo una
muestra de esa situación. El material arqueológico extraído de aquellos
sitios junto al de otros más pequeños como por ejemplo, Peñas Blancas
no muestran sustanciales diferencias que nos permiten afirmar que sus
ocupantes se diferenciaban étnicamente. Tampoco lo hace Matienzo en
su itinerario, el oidor solo rompe la uniformidad cuando señala que en-
tre los pueblos de la Quebrada se encontraba el de Maimara, pueblo de
indios de Omaguaca.
Al analizar las identidades de manera estática algunos autores han
otorgado identidades étnicas prácticamente conforme a la existencia de
los pueblos coloniales de reducción (Santa Rosa de Purmamarca, San Fran-
cisco de Tilcara, San Antonio de Humahuaca, San Francisco de Paula de
Uquía, etc.). Esta situación tiende a acentuarse debido a que los estudios
históricos o arqueológicos están cada vez más localizados en sitios o pue-
blos actuales y, por ende, se tiende a buscar las particularidades propias
de cada uno y sus diferencias con los demás, quitándoles toda perspecti-
va regional y temporal. Esta forma de identificación implica darle una
interpretación a las fuentes que no es la que le damos en esta investiga-
ción. Creemos que a esta altura hemos expuesto claramente los límites
propios del marco interpretativo que hemos pretendido superar. Nues-
tro propuesta sitúa a las identificaciones construidas de manera sincró-
nica en procesos de transformación social, es decir las dimensiona histó-
ricamente abriendo nuevas preguntas y caminos de investigación.
Volvamos a la segunda pregunta, teniendo en cuenta: 1) la presen-
cia de indios chichas en las inmediaciones de la laguna de Pozuelos, 2)
que los chichas no figuran como mitimaes en la cédula de encomienda
de humahuaca y 3) que los indios del pueblo de Sococha se identifican
como chichas ¿Es pertinente afirmar que todos los ocupantes de los pue-
blos de la encomienda de Juan de Villanueva tuvieron filiación chicha?
Desde una lectura que tiene como referente a la antropología histórica la
respuesta afirmativa solo puede ser interpretada a partir del silencio que
propone la documentación anterior a 1593. Desde la arqueología,
Krapovickas (1983: 16) ubicó a la cultura Yavi, Yavi Chico o fase Yavi
Chico en el sector septentrional de la Puna jujeña, dentro de la subcuenca

96
hidrográfica Yavi-La Quiaca e íntimamente ligada a los actuales pueblos
homónimos. Esta “cultura” fue definida casi exclusivamente por las par-
ticularidades de su pasta cerámica, la cual se extendió en territorio ar-
gentino tanto hacia la quebrada de Humahuaca, donde fue considerada
intrusiva, como hacia el sector oriental de la cuenca de Pozuelos.
Más allá de los aportes de la arqueología o los silencios de la docu-
mentación difícilmente podremos observar los procesos de formación de
nuevas identidades durante el incario88. Al momento es imposible deter-
minar el límite étnico de los chichas, como afirmar que la encomienda
otorgada a Juan de Villanueva estaba constituida por uno, dos o varios
grupos étnicos, o identificarlos de manera precisa. La documentación
disponible hace las veces de un velo que, mientras nos oculta las identi-
dades étnicas, nos muestra los procesos de formación de identidades co-
lectivas.

0 50 km

Mapa 3. Pueblos de indios de las encomiendas


de Martín Monje y Juan de Villanueva

88
Los fenómenos observados por el etnohistoriador y el arqueólogo tienen conse-
cuencias problemáticas ya que los cambios económicos, políticos sociales o religio-
sos no necesariamente afectan, de manera directa y proporcional, a las formas de la
cultura material (Pärssinen 1997).

97
Juan de Villanueva, encomendero de humahuaca y poseedor de la
cédula de encomienda que acabamos de analizar de manera detallada,
murió casi veinte años después de que Francisco Pizarro le otorgara la
cédula de encomienda, en una fecha incierta entre fines de 1557 (recorde-
mos que vivía cuando Hurtado de Mendoza le confirmó la encomienda)
y marzo de 1560. Si la finalidad del marqués fue descargar la tierra hacia
el sur, la misma se había logrado; hacia 1560 la Villa de Plata era la gran
avanzada española en territorio charka89. Parcialmente diferente fue la
situación en cuanto al avance sobre el indígena; parte de los encomenderos
residentes en la Villa gozaban de los tributos provenientes de los indios de
sus encomiendas, otros todavía debían conquistarlos. Veamos un ejemplo.
En 1558 Juan Pérez de Zurita llegó al Tucumán con el título de Go-
bernador, había sido designado por el sucesor de Valdivia. A fin de ase-
gurar las comunicaciones entre Santiago del Estero y Copiapó fundó dos
ciudades, Londres y Cañete. Poco tiempo después se dirigió hacia el nor-
te del territorio tucumano para fundar dos nuevas ciudades: Córdoba de
Calchaquí y Nieva, esta última fue el primer antecedente de lo que sería
San Salvador de Jujuy en 1593. El 20 de agosto de 1561, y al momento
mismo de la fundación, Gregorio de Castañeda, proveniente de Chile
apresó a Zurita pero no detuvo la obra por él iniciada. Lozano es el único
historiador que da cuenta de la fundación de la ciudad:

La ciudad era importante en aquel sitio para los fines declarados, y para
su población dejó cuarenta soldados de los cuales fueron elegidos por
alcaldes Juan Rodríguez y Luis de Barrionuevo; por regidores Juan de
Artaza, Cristóbal López, Alvaro Correa y Juan Fernández de San Pedro,
por procurador y mayordomo Alonso López de Bartolomé Correa, Diego
Rubira, Gaspar Rodríguez, Juan Navarro, Luis Gómez, Marcos de Victo-
ria y Pedro Albanis fuera de Cristóbal Barba, Juan de Carranza, Martín Monje

89
Finalizado definitivamente el sitio al Cuzco (1537), Pizarro ordenó a su hermano
Hernando que saliera a pacificar aquellas poblaciones que se encontraban al sur del
río Desaguadero hasta los Charcas. Fruto de aquella expedición y luego de numero-
sos avatares con los indígenas -entre los años 1538 (Barnadas 1973), o bien 1540
(Mendoza 1990)- el capitán PerAnzures fundó la villa de Plata en la Provincia de los
Charcas. Esta fundación constituyó un hito importantísimo si consideramos que,
de este modo, el general Francisco Pizarro había extendido en casi 150 leguas el
dominio español al sur del Cuzco. Ausentes los hermanos de Pizarro -Hernando y
Gonzalo- de la hueste conquistadora, Anzures nombró corregidor al capitán Diego
de Rojas y a Francisco de Aguirre como su teniente.

98
y Pedro de Zárate, que siendo vecinos de Chuquisaca los había tiempo antes lla-
mado el general Juan Pérez de Zurita para que viniesen a poblar la ciudad de
Nieva a causa de tener cédula de repartimiento encomienda de indios en Casabindo,
Valle de Salta, Jujuy y Omaguaca (Lozano 1874, T. 4: 179, el destacado es
nuestro).

El contundente accionar de los indios de Calchaquí hizo que la ciu-


dad tuviese la efímera duración de un día90. Todavía quedaban años de
disputas militares y políticas entre la Gobernación de Chile y la Audien-
cia de Charcas para definir la suerte del territorio tucumano. También,
todavía debían pasar muchos años para que los encomenderos mencio-
nados por Lozano pudieran hacerse de sus encomiendas. La tarea no fue
sencilla, algunos jamás lo lograron.
A lo largo de estas páginas hemos reseñado la conquista inca y es-
pañola del sur de Charcas y, particularmente, de la quebrada de Huma-
huaca. Para el caso incaico utilizamos principalmente la información brin-
dada por las crónicas que dan cuenta de las sucesiva oleadas de inter-
vención militar que debió realizar el imperio para poder asentarse en el
aquellos territorios. Una vez allí desplegaron una serie de fortificaciones
a lo largo de toda la frontera oriental para contener a los chiriguano. En
el caso español, preferimos referirnos a las formas de conquista a través
de la institución de la encomienda, realizando un pormenorizado análi-
sis de las dos principales que involucraron a los indígenas que nos ocu-
pan, la de Martín Monje y la de Juan de Villanueva, ambas otorgadas por
Francisco Pizarro en 1540.
Observamos cómo las conquistas, a partir de sus prácticas de colo-
nización, contribuyeron a alterar las identidades étnicas de los habitan-
tes de Omaguaca. En el caso de la incaica estas alteraciones afectaron
tanto a los grupos locales como a aquellos trasladados (mitimaes); sobre
ella se asentaron las transformaciones producidas por las prácticas e insti-
tuciones hispanas. Como señalamos oportunamente, para realizar lo enun-

90
De los encomenderos mencionados por Lozano no tenemos conocimiento de Juan
de Carranza; acerca de Monje nos hemos explayado in extenso en el presente capítu-
lo. A Cristóbal Barba Cabeza de Vaca le llegaron, por diferentes vías, dos encomien-
das. La primera estaba “en la provincia de los Charcas con los moyos-moyos” que
perteneció a Manjarraez y que luego pasó a Hernando del Castillo. La segunda
perteneciente a Luis Perdomo y que comprendía los indios “yngas, chichas,
churumatas y apanatas” del valle de Jujuy (ANB, EP, Vol. 41, Año 1590). Sobre el
capitán Pedro de Zárate nos referiremos más extensamente.

99
ciado partimos de algunas premisas distintas de las seguidas, hasta el
momento, por otros investigadores, entre la que destacamos el haber ape-
lado a la polisemia del término “omaguaca”. Así, además de considerar
la existencia de un grupo étnico denominado humahuaca, que no apare-
ce de manera muy frecuente en la documentación consultada, propusi-
mos que la palabra Omaguaca designó un territorio cuya mayor exten-
sión se encontraba en el piso ecológico Puna. En dicho territorio, emi-
nentemente multiétnico, se ubicaron cuatro de los pueblos de la enco-
mienda otorgada a Juan de Villanueva. La herramienta metodológica men-
cionada evitó que identificáramos grupos étnicos allí donde las fuentes
no lo hacen con total certidumbre permitiéndonos observar y proponer
procesos de conformación de identidades, cuestión que desarrollaremos
en los capítulos subsiguientes.

100
3

Familia y encomienda

En los capítulos siguientes daremos cuenta de los hechos públicos y


privados relacionados con los encomenderos de humahuaca y sus indios,
que acontecieron desde el mismo momento en que Francisco Pizarro otor-
gara la encomienda a Juan de Villanueva hasta, por lo menos, un siglo
después de fundado el pueblo de reducción de San Antonio de Humahuaca.
Estos hechos contribuyeron, en mayor o menor medida, a la formación de
las identidades colectivas de los indios de Omaguaca. No discutiremos las
identidades étnicas de los indios de la encomienda de humahuaca, cues-
tión que desarrollamos ampliamente en el capítulo anterior. El relato que
haremos no debe ser entendido como una mera historia fáctica; por el con-
trario, los hechos presentados desde una perspectiva hispana y otra indí-
gena permitirán historizar el espacio social en estudio. De esta forma ob-
servaremos los procesos de formación de una experiencia individual y so-
cial por parte de los españoles, como también las continuidades y rupturas
acontecidas en las sociedades indígenas. Las mismas tuvieron lugar a par-
tir de las distintas formas de resistencia generadas por las presiones pro-
pias de los procesos de conquista y colonización.
Juan de Villanueva, encomendero de los indios de humahuaca cu-
yos pueblos se esparcían entre el sur de Bolivia, las inmediaciones de la
laguna de Pozuelos y la quebrada de Humahuaca, murió sin dejar des-
cendencia. Por tal motivo, la encomienda otorgada por Francisco Pizarro
en 1540 pasó en segunda vida a su esposa Petronila de Castro. En 1560,
Petronila contrajo matrimonio con Juan de Cianca, minero allegado a su
familia, con quien permaneció casada por un período de cinco años. Vea-
mos un poco la historia de aquellos casamientos.
El licenciado Antonio de Castro se casó con doña Ana de la
Quintanilla en la villa de Medina del Campo en los reinos de España; el
matrimonio tuvo una hija, Isabel de la Quintanilla. Al poco tiempo de

101
dar a luz, Ana falleció y Antonio de Castro “recibió orden sacra sacerdo-
tal y siendo clérigo pasó a estos reinos del Perú habrá 27 años [1537] y
estando en ellos habrá 20 años que hubo a la dicha doña Petronila de
Castro [1544]”91. La idea de un casamiento ventajoso para sus hijas, pero
sobre todo para su hija legítima, prontamente se instaló en Antonio. Ha-
cia mediados de 1548 Isabel fue prometida en matrimonio a Juan de Cianca
hijo del licenciado Andrés de Cianca, uno de los más caracterizados
oidores de la Audiencia de Lima. El matrimonio llevaba además una pro-
mesa de dote de 24.000 pesos.

En la ciudad de La Plata a 5 días del mes de julio de 1564 años ante mi el


escribano y testigo por la presente el licenciado Antonio de Castro clérigo
presbítero y dijo que por cuanto él fue casado legítimamente con doña
Ana de Quintanilla su mujer antes que hubiese órdenes sacerdotales y
durante el dicho matrimonio [ilegible] por su hija legítima a doña Isabel
de Quintanilla la cual había 16 años poco más o menos que concertó de
casarla con Juan de Cianca hijo del licenciado Cianca oidor que fue de este
reino y para el dicho efecto en 24.000 pesos de buen oro y dicho otorgo
escritura pública ante Santiago de Orue escribano público y del consejo
de la ciudad de [ilegible] a que se refería y refirió y en ella prometió de
dárselos y pagar habiendo efecto el dicho matrimonio en lo mejor parado
de sus bienes y por no haber efecto el dicho casamiento cesó la dicha dote92.

Por motivos que aún permanecen oscuros Isabel no se casó con Juan,
por el contrario el padre la envió a los “reinos de Castilla” donde contra-
jo matrimonio con el capitán Gerónimo Osorio, con la promesa de respe-
tar los términos de la dote pactada para el casamiento con Cianca. Debi-
do a la situación económica de Antonio de Castro la promesa de dote
nunca se concretó.

y porque le [mandó] a la dicha su hija a los reinos de Castilla que se casase


con persona que fuese hijodalgo y tal que a ella le estuviese bien y que le
daría dote suficiente para ayuda a sustentar las cargas del matrimonio y
la dicha doña Isabel de Quintanilla su hija en cumplimiento de ello se
casó y está casada y velada legítimamente con el capitán Gerónimo de
Osorio natural de la villa de Madrid persona hijodalgo y de calidad en

91
ANB, EP, Vol. 6, Año 1564. Antonio de Castro sería luego el primer cura y vicario
de Cochabamba (Presta 1997: 40).
92
Ibid.

102
quien concurren todos sus méritos y él y la dicha su hija y su mujer del
dicho Gerónimo de Osorio devinieron y al presente están en este reino
pobres por no haber recibido dote alguna con la dicha su hija por tanto
que ratificaba y ratifico la dicha escritura de la dicha dote a favor de la
dicha su hija y cumpliendo la dicha escritura de dote de los dichos 24.000
pesos que tenía otorgada y testificada y siendo necesario la otorgaba y
otorgó de nuevo queriendo como quiere que la dicha doña Isabel de
Quintanilla su hija y el dicho capitán Gerónimo de Osorio hayan por bie-
nes dotales y suyos propios los dichos 24.000 pesos y para ayuda a susten-
tar las cargas del matrimonio en lo mejor parado de todos sus bienes mue-
bles y raíces y acciones que le pertenezcan y en cualquier manera93.

Durante el viaje de su hermana a España y en una fecha todavía


imprecisa, Antonio de Castro “caso” a Petronila con un viejo conquista-
dor, el capitán Juan de Villanueva quien era poseedor de una encomien-
da sobre cuyos indios aún no había tomado posesión efectiva. Para este
casamiento, Antonio de Castro se “obligó a dar y pagar a doña Petronila
de Castro en dote y casamiento 9.000 pesos”94, una cifra muy inferior a la
prometida a su hija legítima y que motivó sus quejas

y porque en días pasados el dicho licenciado Castro otorgó cierta carta de


dote a favor de Juan de Villanueva vecino que fue de esta dicha ciudad
difunto en que se obligó de dar y pagar con doña Petronila de Castro su
hija habida en esta tierra en dote y casamiento 9.000 pesos como consta de
la escritura que otorgó ante escribano y se los dio y pagó como consta por
la dicha carta de dote que otorgó el dicho Juan de Villanueva ante Anto-
nio de la Cuadra escribano y ahora es informado que de derecho divino ni
humano él no pudo a favor y perjuicio de la dicha su hija legítima dar la
dicha dote95.

Las quejas de Isabel tenían sustento, como señala su marido “la di-
cha donación96 la hizo [Antonio de Castro] en persona indigna e incapaz

93
Ibid.
94
ANB, EP, Vol. 6, Año 1564 y Arch. Municipal de Cochabamba Nº 95, Año 1581.
95
ANB, EP, Vol. 6, Año 1564.
96
Cuando Osorio emplea la palabra donación y no dote se está refiriendo a una
“donación intervivos”, que es lo que técnicamente podía hacer Antonio de Castro
con Petronila (Roxana Boixadós, comunicación personal).

103
y en fraude de la dicha doña Isabel de Quintanilla y en perjuicio de sus
alimentos y dote”97. Petronila era una hija ilegítima y sacrílega (recor-
demos que cuando nació, su padre estaba ordenado sacerdote) y el otor-
gamiento de la dote había perjudicado notoriamente a su hermana al
extremo de no haber podido recibir la suya. La trama de aquella dote se
enmarca en las continuas transgresiones a la ley que sucedían en Amé-
rica. Al no concretarse el matrimonio entre Isabel y Juan de Cianca y
ante su partida a España, Antonio de Castro optó por amparar a su otra
hija quien llevaba su apellido y jurídicamente estaba en una posición
muy desventajosa. Para ello, la dotó mediante escribano y la entregó en
matrimonio a un respetable hombre de La Plata. Suponemos que el arre-
glo matrimonial implicó la entrega de una buena parte del dinero en
efectivo de Antonio de Castro. Presumimos también que Petronila fue
dada en matrimonio a una edad más temprana que la permitida legal-
mente98.
A más de diez años de haber efectivizado la dote, se le notificó a
Antonio de Castro que “de derecho divino ni humano él no pudo a favor
y perjuicio de la dicha su hija legítima dar la dicha dote” por lo que deci-
dió dar a Isabel y su esposo para que:

97
ANB, EP, Vol. 8, Año 1566, f. 580.
98
Como bien señala Presta (1997: 24-47) aquella no fue una situación excepcional en
Charcas por lo menos entre 1534 y 1548. Los documentos que poseemos no precisan
la fecha de nacimiento de Petronila y tampoco cuándo fue dada en matrimonio a
Juan de Villanueva pero intentaremos una reconstrucción. Un documento de 1572
nos dice que para esa fecha Petronila todavía no tenía veinticinco años. Eso implica
que para 1562 no tenía quince pero si por lo menos trece (como veremos fue madre
por primera vez en 1561). La poca diferencia de edades (una mujer puede tener
hijos aproximadamente partir de los doce años) nos permite suponer que Petronila
se casó con Juan de Cianca en 1560, dentro de los límites legales permitidos (doce
años). De ser así Petronila de Castro debió haber nacido en 1548. Paralelamente,
otro documento de 1564 dice que “habrá veinte años que hubo a la dicha Petronila
de Castro” por lo que habría nacido en 1544. Entonces, podemos ubicar la fecha de
nacimiento de Petronila de Castro entre 1544 y 1548. Muy probablemente Antonio
de Castro la dio en matrimonio a Juan de Villanueva antes del límite legal permiti-
do, habiéndose formalizado el acto una vez que Petronila hubiese cumplido doce
años. Otra posibilidad es que Petronila haya sido dada en matrimonio a Villanueva
con los doce años cumplidos, que ese mismo año haya enviudado y vuelto a casarse
con Juan de Cianca (ANB, EP, Vol. 6,. Año 1564; Vol. 8, Año 1566, f. 580 y Vol. 24,
Año 1572, f. 1).

104
solidum bastante y su favor libre y general administración para que pue-
dan cobrar los dichos 9.000 pesos de la dicha doña Petronila de Castro o
de Juan de Cianca o de los bienes de Juan de Villanueva o de otras cuales-
quier personas y bienes de que se deban pagar y le estén obligados a ello
y de quien y con todo puedan y deban en cualesquier manera y del recibo
de ellos puedan dar cualesquier cartas de pago finiquito y basto que con-
vengan y sean necesarias las cuales valgan y sean tan firmes y valederas
como si yo las otorgare y así cobrados los hayan y tomen por cuenta y
parte de pago esta dicha dote y la demás cantidad a cumplimiento de los
dichos 24.000 pesos los hayan y cobren ansí como las varas de mina que
tiene en Porco como en el cerro de Potosí en la veta rica y en cualesquier
derecho y acciones que tenga a las varas de mina que vendió a Juan de
Cianca por una escritura que...dicho Cianca...y pueda cobrar de estos y
cualesquier bienes muebles y raíces derechos y acciones que le pueda com-
peter99.

En 1566 Petronila firmó una carta de concierto con Gerónimo de


Osorio, su cuñado, para poner fin a los reclamos por la dote100. A esa
altura a nadie escapaba la irregularidad del procedimiento por el cual
Petronila había recibido la dote y tampoco que aquel acto afectaba de
manera directa al patrimonio de Isabel, la hija legítima. Fallecido
Villanueva, la joven Petronila de Castro quedó en una posición relativa-
mente privilegiada para la época. Poseía una encomienda y varios bienes

99
ANB, EP, Vol. 6, Año 1564 y Vol. 8, Año 1566, f. 580.
100
En el concierto Petronila alegó no haber recibido tal cantidad de dinero (9.000
pesos) sino solo 3.000 sobre los que detalla cómo se fueron gastando en vida de
Villanueva. Por fin el acuerdo se hace sobre la siguiente base: “650 pesos de plata
ensayada y marcada a plazo de la dicha demanda y primero de que os hacemos
obligación por sí y ansí mismo un pedazo de solar en las dichas cosas contenidas en
la dicha demanda que es el pedazo de solar que ahora tenemos señalado y comen-
zado a tasar que es desde junto al zaguán y puerta de la calle de la calle y hasta
lindar con casa de Juan Ortíz de Zárate por el derecho que se va trazando y ansí
mismo una cuadra en esta ciudad linde con cuadra de Hernán Cabrera que fue del
dicho Lic. Castro todo lo cual da la dicha doña Petronila y yo el dicho Francisco de
la Serna por mi os doy una yunta de bueyes y quitamos y desapoderamos del dicho
pedazo de solar y bueyes y cuadra y de la tenencia y posesión que a todo ello le
habíamos y teníamos y apoderamos en todo ello a vos los dichos Gerónimo Osorio
y doña Isabel de Quintanilla para que sea vuestro y de vuestros herederos y suceso-
res” (ANB, EP, Vol. 8, Año 1566, f. 580). Agradecemos a Roberto Di Stéfano, Gastón
Doucet y, muy especialmente, a Roxana Boixadós el asesoramientos sobre el tema.

105
inmuebles principales y accesorios en la ciudad de La Plata101; con el tiem-
po Petronila incrementó su dinero en efectivo cuando pudo cobrarle a
algunos acreedores de Villanueva102.
A poco de enviudar, Petronila se casó con Juan de Cianca el antiguo
prometido de su hermana, quien evidentemente se mantuvo muy cerca-
no a la familia Castro, y ambos estuvieron casados hasta principios de
1566. Cianca no era el típico conquistador, por el contrario se destacó
como un hábil comerciante ligado tanto a la minería potosina como al
mercado que creció alrededor de ella. Para un hombre de reconocida pro-
sapia, buenos contactos y rentables empresas mineras, la posesión de una
encomienda era algo imprescindible para concretar el ascenso social.
Obtuvo la misma casándose con la hija de su antiguo socio, Antonio de
Castro.
Como dijéramos, Juan de Cianca tuvo con la familia Castro nego-
cios en común. Oportunamente, Antonio de Castro le vendió 33 varas y
media de minas en el Cerro de Potosí, en la veta Rica, a cambio de que
Cianca le diese de por vida la mitad de lo obtenido en las minas. Durante
la vida de Cianca, el matrimonio conservó la estancia en Guanipaya, an-
tigua posesión de Petronila; a partir de contratos de arriendo para se-
menteras de cultivo, dicha estancia comenzó a dar buenas ganancias103.
También se incrementaron las varas de metal en las minas y se establecie-
ron contratos de censos104, algunos de los cuales fueron usufructuados

101
“el dicho Juan de Villanueva dejó [...] unas casas en esta ciudad linde por la una
parte casas de Juan Ortiz de Zárate y por otra la calle pública y en una chacra en
Guanipaya jurisdicción de esta ciudad linde de la una parte el camino real y por la
otra el atrio de Guanipaya y en otras dos cuadras en esta ciudad de otras casas”.
ANB, EP, Vol. 8, Año 1566, f. 580.
102
Posteriormente, la hermana acusaría a Petronila de haber multiplicado los 9.000
pesos recibidos en dote; en descargo Petronila alegó que con el tiempo transcurrido
y las deudas que tuvo que afrontar durante el matrimonio, ese cifra se redujo a la
mitad. ANB, EP, Vol. 8, Año 1566, f. 580.
103
En octubre de 1560 Juan de Cianca le arrendó a Diego Nuñez la chacra en el valle
de Guanipaya con todo el servicio que tiene y con dos yuntas de bueyes con sus
aperos. El arriendo se concretó por un tiempo de cultivo “por tiempo de una se-
mentera primera que viene y con el barbecho que tengo hecho”. El arriendo se hizo
por 800 pesos, de ellos 300 pesos quedaron pagos por un servicio que Nuñez le hizo
a Cianca en su hacienda. El resto se pagó al contado. ANB, EP, Vol. 11-1, Año 1560.
104
El censo es un contrato por el cual se sujeta un inmueble (o excepcionalmente
otros bienes) a una pensión anual.

106
ventajosamente105. Como si este hubiera sido el interés de Antonio de
Castro al casar a su hija con Juan de Cianca, el capital comercial que con
la boda se había incorporado a la familia, comenzaba a dar sus frutos. Ser
encomendero le trajo a Cianca nuevas y desconocidas obligaciones, aho-
ra tenía la oportunidad de aprovechar a sus indios para lo que él dispu-
siera aunque concretarlo implicaba ir a buscarlos a un territorio todavía
salvaje. Cianca pasó largos períodos en la chacra de su mujer en Sococha,
un lugar al sur de Charcas que hacia 1563 -en palabras del propio Cianca-
parecía alejado de Dios: “por cuanto al presente yo estoy y resido en este
pueblo de Sococha apartado de poblado donde la muerte como natural a
todo hombre me puede tomar”106. Como veremos detalladamente más
adelante, en Sococha Cianca tomó contacto con sus encomendados y pudo
disponer de ellos. El trato que Cianca tuvo con los indios fue el mismo
que el de cualquier empresario minero, los veía como mano de obra mó-
vil útil para todo tipo de actividad relacionada con el mercado minero y
exclusivamente para la minería.
Cianca sentía esa chacra en Sococha como un punto en el medio de
la nada, y es lógico que así lo fuera. Sin embargo, para los indios la situa-
ción era parcialmente diferente; para ellos San Rafael de Sococha era un
espacio, un punto de relaciones desconocido hasta el momento. Se trata-
ba de un punto que anudaba principalmente las relaciones sociales y las
mercantiles, estos puntos se fueron multiplicando lentamente a los ojos

105
En septiembre de 1561 se realizó un contrato de censo entre Petronila, Cianca y el
cura presbítero del Cuzco, Garci López de Santa Cruz. Los primeros debían entre-
garle 131 pesos y dos tomines de plata de censo “en cada año y para siempre jamás”
a cambio de 1313 pesos y cuatro tomines en cuatro barras de plata ensayada y mar-
cada. La operación estaba garantizada con la chacra de Guanipaya y diecinueve
varas de mina que Cianca poseía en compañía de Hernán Cabrera de Córdoba.
Hasta el 10 de julio de 1565 Petronila y Cianca no le habían pagado nada al presbí-
tero del Cuzco. El pleito se resolvió al traspasarle el censo a Francisco de la Serna,
amigo, apoderado y permanente colaborador de Petronila de Castro. ANB, EP, Vol.
4, Año 1561 y Vol. 7, Año 1565.
106
A raíz de la imposibilidad legal de poseer una chacra en asientos indígenas,
creemos que “este pueblo de Sococha” es el antecedente del pueblo de reducción de
San Rafael de Sococha situado al sur de Bolivia a escasos kilómetros de Yavi. La
imagen que se trasmite de las palabras de Cianca es la de una chacra en el medio de
la nada, “apartado de poblado”. Allí Cianca estuvo rodeado de indios que trabaja-
ban para él, indios de su encomienda pero también de indios que en cualquier mo-
mento lo podían matar. ANB, EP, Vol. 8, Año 1566.

107
del indígena. Por la vasta geografía sur andina estos pueblos aparecieron
uno tras otro: Suipacha, Santiago de Cotagaita, San Juan de Talina y Nues-
tra Señora de la Asunción de Calcha, entre otros. Todavía faltaba una
efectiva conquista de la región y la misma comenzaría a tomar forma casi
definitiva con la fundación de San Bernardo de la Frontera de Tarija en
1574 y se cerraría con la de San Salvador de Jujuy en 1593. Los primeros
pasos de un hecho irreversible habían comenzado.
Juan de Cianca en su nueva posición de encomendero también tuvo
que cumplir con el deber de armarse en defensa de la Corona pues la
conquista hacia el sur de Charcas recién estaba comenzando. En una de
esas entradas, en enero de 1566, Cianca fue muerto por los indios. Nue-
vamente viuda y aproximadamente con veinte años, la hija de Antonio
de Castro había logrado una posición que no obtendría su hija legítima y
que provocó numerosos enfrentamientos entre las hermanas.

El proceso poblador

Poco tiempo después de la fundación de la villa de Plata (1538/40)


la obra pobladora estaba en marcha y los hombres se dispusieron a salir
hacia los distintos puntos para asegurar nuevas tierras107. A pesar de este
ímpetu inicial y aunque la acción poblacional no se detuvo debió sufrir
un retraso importante como consecuencia del levantamiento de un
encomendero (Pérez de Tudela Bueso 1963) que desvió las energías de
los hombres para otro tipo de actos bélicos. Con la finalización de las
guerras civiles, a partir de la década de 1560 poco más o menos, comenzó
el tiempo en que Charcas y Chile iniciaron una abierta disputa por la
ocupación del territorio tucumano. En este sentido, la política charqueña
iba a verse limitada al no contar con el beneplácito limeño; corrobora este
hecho el nuevo nombramiento de Francisco de Aguirre como goberna-
dor de Tucumán por parte del virrey conde de Nieva en 1563 (Barnadas
1973)108.

107
El avance charqueño estuvo dirigido a tres puntos posibles: hacia el norte, hacia
el este sudeste y hacia el sur. Dejaremos de lado el avance hacia el norte y solo
tomaremos el que va en dirección este sudeste como apoyo al punto que hace
específicamente a nuestro trabajo, es decir hacia el sur.
108
Levillier (1918-1929, I: 26-31) discrepa con este criterio y no ve ningún movimien-
to político en la designación de Aguirre como gobernador del Tucumán; según su

108
Promediando el siglo XVI el temor se había apropiado de los habi-
tantes de Charcas y de su Real Audiencia; en octubre de 1564 le informa-
ron al rey que Juan Calchaquí se había confederado con los indios
comarcanos

repartimientos de esta ciudad que son los omagualas [sic] casavidos [sic] y
apatamas y otros [...] y una parcialidad de los chichas anda también altera-
da con ellos y no contento con esto el don Juan Calchaquí y sus allegados
han enviado mensajero al cacique de los charcas y a todos los demás de esta
provincia persuadiéndolos a que se alcen y maten los cristianos109.

Nunca sabremos si las expectativas manifestadas por la Real Au-


diencia fueron más un temor que una realidad, lo cierto es que a raíz de
estos hechos se decidió la partida de Martín de Almendras “que es un
hombre muy antiguo en esta tierra [La Plata] y encomendero en ella”110
hacia el Tucumán. La jornada debía hacerse con cincuenta españoles y
doscientos indios chichas “pues a ellos les compete la defensión de sus
propias tierras”111, a quienes acompañarían algunos indígenas de los char-
cas y de los quillacas de Puna. Una vez logrado su cometido y comproba-
da la muerte de Francisco de Aguirre, a Almendras se le otorgaría la
gobernación del Tucumán.

opinión “fue un aparente llamado al que con justo título se lo estimaba el guerrero
más avezado del territorio”. Aún frente a tan respetable opinión, creemos que más
que a la persona de Aguirre hay que atender a la actitud de las autoridades limeñas.
Por lo tanto, compartimos lo expresado por Barnadas (1973), sobre todo para un
momento donde comienza a vislumbrarse la génesis de una lucha de poderes entre
la Audiencia de Charcas y frente a la de Lima y el virrey.
109
Carta de la Audiencia de Charcas a S.M. dándole cuenta del alzamiento de los
indios chiriguanaes y muerte que dieron al Capitán Andrés Manso que por orden
del Virrey del Perú fue a conquistarlos. La Plata 2 de noviembre de 1566. Colección
Gaspar García Viñas, Tomo XCVI, Doc. 1499, Año 1564.
110
Carta a Su Majestad de la Audiencia de Charcas con larga relación del alzamien-
to de los indios diaguitas y lo obrado para su reducción. Da noticias de las provi-
dencias de buen gobierno que ha tomado por necesarias y pide se dicten otras, La
Plata 30 de octubre de 1564 (Levillier 1918-1929, 1: 138).
111
Información hecha de oficio en la Real Audiencia de los Charcas de los servicios
del general Luis de Fuentes y Vargas poblador, corregidor y justicia mayor que fue
de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija. AGI, Patronato 142, Nº 1, R. 3,
Año 1608.

109
Almendras partió con 130 hombres hacia el sur, pasó primero por la
provincia de los Chichas con la idea de entrar luego a la Gobernación del
Tucumán y llegar a Santiago del Estero, la población más importante. A
poco de andar y en circunstancias todavía dudosas, el capitán fue muer-
to por los indios. La expedición continuó al mando de su maestre de campo
Gerónimo González de Alanis quien llegó con las tropas hasta Santiago;
ya en la ciudad, Alanis no solo pudo confirmar que Aguirre estaba vivo,
debiéndole entregar el mando de su ejército, sino que también se encon-
tró con otro ejército al mando de Francisco de Godoy, que había sido
enviado desde Lima para el socorro de Aguirre. Además Godoy traía los
despachos de García de Castro, nuevo presidente de la Audiencia de Lima,
confirmando a Aguirre en el cargo de gobernador del Tucumán. Comen-
zaba el año 1565.
El saldo de aquella expedición para su jefe, el general Martín de
Almendras, “persona experimentada en semejante guerra de indios” y
que además gozaba de una encumbrada posición social, una importante
encomienda y una familia bien constituida, fue más que lamentable112.
Antes de llegar al Tucumán o bien en aquella región fronteriza entre el
Tucumán y Charcas, donde los límites permanecían imprecisos y que
para esa época era todavía una verdadera “tierra de nadie”, un grupo de
indios acabó con su vida. Poca pero muy explícita documentación nos
recuerda esa jornada, la fecha tentativa es el mes de septiembre de 1565:

Viendo nueva que los indios apatamas, omaguaca, casavindos, diaguitas


y juríes y calchaquíes se habían rebelado y muerto muchos españoles que
estaban poblados y que se decía haber muerto al gobernador Francisco de
Aguirre y estaban en Santiago del Estero, el dicho general Martín de Al-
mendras fue proveído por orden de la Real Audiencia por Capitán Gene-
ral para el castigo, pacificación y población de las dichas provincias para
lo cual aderezó a 120 hombres y 300 caballos, munición y pertrechos, de-
jando endeudados a su mujer e hijos en más de 40.000 pesos. Y andando
conquistando las dichas provincias y pacificando los indios apatamas, lle-
gando a la provincia de Jujuy los indios omaguacas llevándolos ya de paz
y de vencida adelantándose un poco el dicho capitán Martín de Almen-
dras del campo y escuadrón de su gente, le mataron los indios de guerra y
toda la gente que tenía fue a su socorro113.

112
Sobre la familia Almendras puede consultarse Presta 2000: 61-94.
113
Probanza de méritos y servicios del capitán Martín de Almendras. AGI, Patrona-
to 124, Ramo 5, Año 1590, f. 4v.

110
El fracaso de la expedición fue notorio desde varios puntos de vista.
La intención de frenar a los indios comarcanos que ponían en peligro la
precaria sumisión de algunos grupos de indios chichas trajo como conse-
cuencia la muerte de Martín de Almendras, de sus principales colabora-
dores y el desbande de la hueste. Los “indios de guerra” continuaron de
guerra y la situación de opresión que vivían los chichas hizo que el “con-
tagio” de una rebelión permaneciera latente.
También encontraron un rápido final las pretensiones charqueñas
sobre Tucumán. La Gobernación de Tucumán había sido creada por Real
Cédula de Felipe II el 29 de agosto de 1563 pero, por los hechos relatados,
recién a partir de 1565 comenzó a tomar vida propia. Más allá del fracaso
militar de la expedición, la acusación contra “los indios apatamas
omaguaca y casabindo diaguitas e juries y calchaquis [quienes] se habían
revelado y muerto muchos españoles que estaban poblados y que le ha-
bían muerto al gobernador Francisco de Aguirre que estaba en Santiago
del Estero”114 había resultado una falacia. Luego de los hechos aconteci-
dos, el gobernador y la gobernación del Tucumán se pudieron posicionar
de una manera diferente frente a las pretensiones hegemónicas de Char-
cas y Chile.
La empresa de conquista también terminó con la vida de Juan de
Cianca quien participó en la misma y murió en las cercanías del actual
río Lavayen, en la provincia de Jujuy - que durante la colonia se llamó río
Cianca o Ciancas. Gerónimo González de Alanis, a cargo de la expedi-
ción luego de la muerte de Almendras, relata detalladamente el trágico
acontecimiento:

Yo di cuenta de todo lo sucedido a estos señores y dentro de cuatro días


me partí para hacer mi jornada al valle de Jujuy, porque era extrema el
hambre y necesidad que teníamos, y con la misma necesidad caminamos
algunos días hasta llegar a una cordillera de monte, adonde por no hallar
paso, pensamos perecer de hambre; y habiendo enviado a Juan de Cianca
que llevaba por Maestre de Campo, a buscar el camino, y al cabo de seis
días volvió, perdida la esperanza de hallar paso; y así por esto como por
la gran hambre que teníamos, que no comíamos sino nuestros mismos
caballos, me aconsejó y dijo que no había otro remedio que volver al Perú,
y a trueque de no hacer esto determiné de morir o pasar; y otro día antes
que amaneciese fui en persona a buscar el paso, y no me había apartado
media legua del real, dejando en él a Juan de Cianca cuando los indios

114
Ibid.

111
naturales de la tierra dieron en el campo salió a ellos Juan de Cianca con
veinte soldados a pie y como los indios de maña se retiraron al monte,
entro tras de ellos sucedió que le mataron115.

Al momento de la muerte de Juan de Cianca los bienes y la posición


económica y social de Petronila de Castro se habían incrementado noto-
riamente respecto a cinco años antes. Como Cianca pasaba largos perío-
dos fuera de la villa de Plata, particularmente en la chacra de Sococha,
Petronila debió valerse y lidiar por sí misma con los múltiples quehace-
res de la vida cotidiana. Lo más importante fue que ella estaba preparada
para hacerlo y así lo reconocía su propio marido116. También, fruto de los
cinco años de matrimonio con Cianca, Petronila de Castro tuvo tres hijas;
María, nacida en 1561; Antonia en 1563 y Juana en 1564; las tres llevaron
el apellido de la madre de Cianca, Arnalte. Poco sabemos sobre la vida
de estas niñas y la atención que Petronila les dedicó. Con el tiempo, las
tres quedaron bajo la tutela de su padrastro117 y dos de ellas realizaron
casamientos ventajosos. La menor, Juana, se casó tempranamente con el
capitán Juan Ortiz de Zárate, encomendero de los indios carangas118, mien-
tras que Antonia lo haría con Pedro de Rivera, encomendero de los
apatamas119.
La tragedia rondaba la vida de doña Petronila quien en poco tiem-
po enviudó dos veces. En casi veinte años esta hija natural conoció los

115
Carta de Gerónimo González de Alanis al licenciado Castro dando cuenta de la
entrada que había hecho con Martín de Almendras y del estado en que halló el
campo de Francisco de Aguirre en Santiago del Estero, 21 de mayo de 1566. Levillier
1930, II: 280.
116
Sirva como ejemplo un amplio poder que Cianca le otorga a Petronila en abril de
1560 fecha en que todavía no había cumplido veinticinco años. Ella a su vez, exten-
derá el poder al capitán Cristóbal de Cianca, a Francisco de la Torre y a Francisco de
la Serna. Este último será un fiel acompañante de los negocios de Petronila a lo
largo de toda su vida. ANB, E.P, Vol. 3 A, Año 1560.
117
García Fernández (1995: 296 y ss.) señala que por lo general se trataba de que los
bienes del menor no pasaran a manos de su padrastro “y por eso solían ser nominados
familiares del cónyuge finado (de parentesco directo)”. Consideramos que la ex-
cepción del caso se sustenta en que la única familiar directa con que contaba Petronila
era su hermana y que la relación entre ellas no era la mejor, justamente por cuestio-
nes patrimoniales.
118
Sobre la vida de Juan Ortiz de Zárate ver Presta 2000: 140-195.
119
ANB, EP, Vol. 8, Año 1566 y Vol. 30, Año 1597.

112
avatares de la vida del conquistador y encomendero y la del comerciante
y empresario de minas. Fue una excelente esposa y compañera en quien
sus maridos pudieron depositar toda su confianza al momento de tener
que partir hacia una jornada de conquista o en viaje de negocios. Esas
circunstancias la obligaron a desempeñarse en el mundo de los negocios
y las transacciones, papel que en la sociedad colonial estuvo reservado,
casi con exclusividad, para los hombres. Pero su vida amorosa no termi-
naría ahí, la historia todavía le había reservado un papel preponderante
al casarse con el capitán Pedro de Zárate con quien dio origen a uno de
los linajes más característicos de la sociedad charqueña del siglo XVI y
de la jujeña hasta los albores del siglo XVIII.

La vieja nueva encomienda

El 2 de diciembre de 1560 Petronila de Castro le pidió licencia a su


marido Juan de Cianca para hacer y otorgar escrituras. La aprobación de
Cianca posibilitó que Petronila le diera amplio poder a Francisco de
Salazar, al momento ausente en la villa de Potosí, para que “con permiso
y en mi nombre podáis pedir y demandar recibir, ver y cobrar así en
juicio como de él todas y cualesquier personas”. El poder finalizaba, como
siempre, con el registro de la fecha y la firma de los testigos. Pero a conti-
nuación se agregaron unas pocas palabras más “y otro sí pleito y ejecu-
ción con Pedro de Zárate y alegar lo que convenga y jurar la tal oposición
en forma fecho”120 (apéndice B).
Evidentemente Petronila de Castro y el capitán Pedro de Zárate se
conocían desde bastante tiempo antes de la concreción de la boda. En el
mismo año de 1560, pero en este caso en el mes de abril, Zárate comenzó
a ser una preocupación para el matrimonio Castro-Cianca. El capitán había
entablado pleito contra ellos “sobre razón de que nos pide la mitad de los
indios del repartimiento de Omaguaca” (apéndice B). En páginas ante-
riores hicimos mención que, al tiempo de la fundación de la ciudad de
Nieva (1561), Juan Pérez de Zurita solicitó la presencia de cuatro pobla-
dores de la villa de Plata, entre ellos el capitán Pedro de Zárate, “pues
tenía una cédula de repartimiento de encomienda de indios en Casabindo,
Valle de Salta, Jujuy y Omaguaca” (Lozano 1874, 4: 179). No tenemos
información certera de que el capitán Pedro de Zárate haya tenido una
cédula de repartimiento de indios como indica Lozano con tanta seguri-

120
ANB, EP, 11, Año 1560.

113
dad. No obstante, además de las acciones legales mencionadas en el pá-
rrafo anterior, existen otros indicios que debemos tener en cuenta. En
junio de 1561, dos meses antes de la fundación de la ciudad de Nieva,
Pedro de Zárate dejó un poder a Hernando de Palacios Alvarado, canó-
nigo de la iglesia de la ciudad de La Plata, y a Diego de Mendieta:

especialmente para que por mi y en mi nombre podáis tener a vuestro car-


go y administración los indios que yo tengo en encomiendas en esta ciudad
y sus términos y tener y defender la posesión que yo de ellos tengo y ampa-
rarlos y defender y cobrar los tributos de ellos y otras cosas que me son y
fueren obligadas a dar y pagar otro sí para que por mi y en mi nombre
podáis pedir y demandar recibir y cobrar así en juicio como fuera de él
todas y cualesquier personas de cualesquier estado y condición que sean121.

Difícilmente en 1561 Pedro de Zárate haya dispuesto de indios en


los lindes de la jurisdicción charqueña con una posesión efectiva y
tributación regular como para dejar un poder en esos términos. En todo
caso su presencia en la fundación de Nieva, con el riesgo que ello impli-
caba en aquella fecha, hace pensar que la encomienda existía pero que
sus indios todavía debían conquistarse. La confirmación de que Zárate
poseyó indios al sur de Charcas puede encontrar un último punto de
apoyo en el casamiento del capitán con Petronila de Castro, la joven he-
redera de la encomienda.
En el año 1554 Pedro de Zárate, natural de una provincia vasconga-
da llamada Araguís-Alava, se puso rumbo a América. Pedro no fue el
primero del linaje de los Zárate en arribar al continente, “ya otros tíos y
primos se encontraban en el Perú implantando la civilización occidental
española” (Vergara 1965: 13)122. Los Zárate “están emparentados con don
Juan de Vera caballero que fue de la orden de Santiago, adelantado del
Río de la Plata, con la casa de los Zárate y la de Ondegardos y con los
Loaysa y con la gente más lúcida de esta ciudad”123. En 1555, a poco de

121
ANB, EP, Vol. 4, Año 1561, f. 1190.
122
El Padre Vergara (1965: 13) reconociendo la inexistencia de documentación que lo
pueda corroborar pero “teniendo en cuenta su vida posterior” arriesga que Pedro
contaba con unos 25 años al llegar a América es decir que sitúa su nacimiento en 1528.
123
Información de oficio y parte de Pedro Ortiz de Zárate cura y vicario y comisario
de la Santa Cruzada de la ciudad de Jujuy (el venerable), (AGI, Charcas 6, Año 1644)
y Probanza de Méritos y Servicios de Pedro Ortiz de Zárate. ANB, EC, Nº 9, Año 1664.

114
llegar combatió como capitán de caballería contra el insurrecto Hernandez
Girón junto a Juan de Sandoval, Antonio de Rivera, D. de Mora, Antonio
de Cáceres, Pedro de Añasco y M. de la Serna (Lozano 1874, 4: 79, Barnadas
1973: 21). Poco tiempo después, y como señaláramos en párrafos anterio-
res, Zárate participó de la fundación de la ciudad de Nieva quedando a
cargo de la hueste una vez retirados Zurita y Castañeda124. Hacia fines de
1566, de regreso a La Plata se casó con Petronila quien, en 1567, dio a luz
el primer hijo del matrimonio, Juana de Zárate.
La vida de Pedro de Zárate osciló entre la del conquistador y la del
colonizador. Como conquistador, gran parte de su vida estuvo signada
por encomiendas que prácticamente no pudo poseer y por su participa-
ción en la fundación de ciudades que no permanecieron en pie. Mientras
tanto, su perfil se delineó como el de un muy respetable vecino de la villa
de Plata y hombre de negocios con una posición económica consolidada.
Esa posición económica no tuvo un único sustento, la minería pudo ha-
ber sido el principal de ellos pero en todos los casos que conocemos Pe-
dro explotó las minas en forma de compañía, conformándolas con reco-
nocidos empresarios mineros125. También participó activamente en la com-
pra y venta de los esclavos que laboraron en sus chacras y casas de la
ciudad, e intervino en distintas compañías como por ejemplo en una fá-
brica de tejas donde oficiaba de socio capitalista126.
No obstante el perfil que mejor caracterizó a Pedro de Zárate fue el
del conquistador. Su participación en las luchas contra Hernández Girón
como capitán de caballería le dieron fama de buen capitán pero sobre
todo de soldado fiel a la Corona. Ese hecho hizo que, a poco tiempo de su
llegada a América, el virrey Francisco de Toledo lo convirtiera en su hom-
bre de confianza. Del virrey obtuvo una encomienda, con él peleó en la
entrada a los chiriguano y para él fundó la ciudad de San Francisco de
Alava, en el valle de Jujuy. Mientras tanto, Pedro tuvo a su lado una mujer

124
Distintos autores (Lozano 1874, Levillier 1918-1929, Carrizo 1989: LXXII y LXXIII),
discuten acerca del tiempo que la ciudad de Nieva permaneció en pie. Las opinio-
nes van desde un día hasta dos años. El tema no es relevante para el presente traba-
jo. En un punto solo da cuenta del tiempo que Pedro de Zárate estuvo al frente de la
ciudad, tal vez con el cargo de Teniente de Gobernador y Justicia Mayor, un exce-
lente antecedente en su foja de servicio.
125
Por ejemplo, la veta de Don Francisco Lobato que poseía en compañía de los
reconocidos mineros Pedro y Francisco Sande. ANB, EP, Vol. 6, Año 1572.
126
ANB, EP, Vol. 8, Año 1566; EP, Vol. 10, Año 1568; EP, Vol. 23 – 2, Año 1570; etc.

115
brillante que lo acompañó en todo desde Charcas, que con habilidad
incrementó el patrimonio familiar y que se ocupó de guiar a sus hijos
para que ellos pudieran continuar la tradición de grandeza familiar.
La preocupación principal del virrey Francisco de Toledo pasó por
garantizar la mejor y mayor producción de plata y oro, en este sentido
Potosí y los chiriguano se constituyeron en temas centrales. Los chiriguano
se habían acercado más de una vez hasta Potosí y una confederación de
los indios de Calchaquí, con otros del norte de la gobernación del
Tucumán, era una posibilidad latente. La estrategia en este caso era dete-
ner la colonización al sur de Santiago del Estero para fortificar la frontera
y proteger el camino entre Tucumán y Charcas (Assadourian 1986). La
necesidad de fundar ciudades en el valle Calchaquí, el de Salta o el de
Jujuy fue un requerimiento permanente del virrey. En 1572 Toledo estu-
dió detalladamente los informes que las Audiencias de Lima y Charcas
le elevaron respecto de los perjuicios causados por los chiriguano desde
mucho tiempo atrás y que obligaba permanentemente a los encomenderos
más ricos y a los empresarios mineros a organizarse para correrlos de las
inmediaciones de Charcas y Potosí. La situación había llegado a un ex-
tremo tal que el virrey decidió realizar una guerra “sin cuartel” contra
aquellos infieles. Las justificaciones para atacar a los chiriguano encon-
traron sustento religioso, moral y económico. Toledo reclutó gente del
Cuzco, La Paz, Cochabamba, Potosí y La Plata. La campaña, que comen-
zó en junio de 1573, fue conducida por el propio virrey. Los hombres que
comandaba Toledo entraron por Tomina en dirección de Pilaya; los del
general Mosquera lo hicieron por el valle de Tarija. La movilización ocu-
pó a cuatrocientos hombres, entre los que se encontraba el capitán Pedro
de Zárate, y a más de tres mil indios amigos; se invirtieron más de dos-
cientos mil ducados. Tres meses después, en septiembre de 1573, las tro-
pas del virrey se retiraban totalmente derrotadas. La salida del virrey
enfermo y demacrado ocurrió por el valle de Tarija, valle fértil pero ade-
más “la mejor entrada a los chiriguano”. Toledo, que solo había perdido
una batalla, comprendió que a ese enemigo no se lo podía enfrentar cuer-
po a cuerpo; en cambio, la fundación de ciudades haría de contención y
alejaría a los selváticos de los centros políticos y económicos del virreinato.
Toledo aplicaría contra los chiriguano la misma lógica que utilizaron los
incas unos años antes contra aquel enemigo en el mismo campo de bata-
lla127.

127
Resulta muy gráfica esta descripción que da cuenta de los viejos enfrentamientos
entre los incas y los chiriguano “habrá como cien años que de aquella parte donde

116
Entre los años 1574 y 1575 se concretaron dos fundaciones que tu-
vieron una importancia vital dentro de la concepción geopolítica del vi-
rrey Toledo: San Bernardo de la Frontera de Tarija y San Francisco de
Alava. Ambas fueron llevadas adelante por dos “hombres del virrey”, el
general Luis de Fuentes y Vargas y el capitán Pedro de Zárate respectiva-
mente. Puede parecer que la necesidad de fundar las dos ciudades se
haya apoyado en los mismos objetivos: poblar y colonizar. De hecho, si
ambas fundaciones hubieran sido exitosas, esas hubiesen sido las con-
secuencias. No obstante, el origen de una y otra tuvo sutiles diferencias.
La misión principal de Pedro de Zárate fue fundar una ciudad, una
plaza fuerte que pudiera -como señalamos en el párrafo anterior- asegu-
rar el libre tránsito en el camino desde Tucumán hacia el polo económico
de Potosí. De hecho la fundación que le solicitó Toledo a Zárate ayudaría
a afianzar un tráfico de bienes y personas que, según la visión del virrey,
se incrementaría en los próximos años pero que de ningún modo estaba
interrumpido. Con “junta de gente”, con dificultades, a veces a riesgo de
perder la vida, el camino se transitaba. Parcialmente diferente fue la si-
tuación de Tarija. En ese caso, la ciudad no se podía fundar si no se ponía
fin primero a las permanentes saqueos que los chiriguano realizaban so-
bre los pueblos de reducción de indios chicha, que amenazaban incluso
la tranquilidad de la villa de Plata y las labores mineras de Potosí. Fun-
dar Alava ayudaría enormemente a aquietar a los indígenas circunveci-
nos, para fundar Tarija terminar con el problema chiriguano era una con-
dición sine qua non128.

esta la ciudad de la Asunción salieron compañías y cuadrillas de ellos [chiriguano]


los cuales pasaron grandes bosques y poblaciones y llegaron a las Sierra del Perú
adonde hicieron grandes guerras y destruyeron muchas fuerzas y pueblos que eran
del Inga Guaynacaba padre de Atabalipa y puesto que envió sus capitanes y gente
de guerra contra ellos ningún mal les hicieron, antes se retiraron afrentosamente
volviéndose para el Inca dejando desamparadas todas las guarniciones que tenía
sobre las sierras. De estas compañías y cuadrillas, de esta gente se volvieron algu-
nas a sus tierras y otros, hasta mil de ellos se quedaron e hicieron su asiento y
habitación en aquellas cordilleras de sierras haciendo, según su costumbre, sus
guerras y robos los cuales hacen mucho daño a la provincia de los Charcas”. Des-
cripción anónima con varia noticias del Río de la Plata y la de haber sido descubier-
to por Juan Días de Solís, lo de la muerte de este por los guaraníes, así como las
expediciones posteriores de Diego García, Sebastián Gaboto y llegada de Pedro de
Mendoza. Colección Gaspar García Viñas, Tomo V. Documento Nº 467, Año 1515-
1535.
128
En palabras del propio Fuentes, “Funde la villa de Tarija contra los indios

117
Hacia 1570 la situación de los pueblos de la zona de Tarija como San
Rafael de Sococha era radicalmente diferente respecto de siete u ocho
años atrás, epoca en que Juan de Cianca reclutaba a sus indios para ir a
Potosí; la sensación de soledad y lejanía ganaba a los españoles y llenaba
de asombro a los indígenas. Con la presencia hispana más consolidada, la
sensación de los indígenas había pasado del asombro a la resistencia y la
de los españoles de la soledad al temor. Temor a los chiriguano pero tam-
bién al levantamiento generalizado de todos los indios ya reducidos129.
En 1571, Toledo le encargó la tarea de fundar una ciudad en Tucumán
a Gerónimo Luis de Cabrera quien nunca cumplió el pedido. Posterior-
mente, en 1573, fue Abreu el destinatario de la solicitud del virrey pero,
para marzo de 1574, este recién había llegado a Santiago del Estero con
pocas intenciones de concretar dicha solicitud del virrey130. Ante esta cir-
cunstancia, en 1575 Toledo le encargó la misión al capitán Pedro de Zárate
quien seis meses después, el 13 de octubre de ese mismo año, fundó San
Francisco de Alava. La ciudad solo se mantuvo hasta 1576 ya que por
una traicionera jugada del entonces gobernador Abreu, Zárate se vio obli-
gado a sacar veinticinco de los cincuenta hombres que tenía para defen-
derla. Luego de ese hecho, la ciudad no tardó en caer en manos de los
indígenas.
En marzo de 1574 el capitán Luis de Fuentes y Vargas reclutó espa-
ñoles de La Plata y Potosí, como Toledo dos años atrás, y partió hacia
Chichas. Al poco tiempo se asentó en las inmediaciones del valle de Tarija,

chiriguanaes para reparo de las muertes y robos que hacían en los vasallos de V.M.
así indios como españoles especialmente en la provincia de los Chichas puestos en
Vtra. real corona que los tenían tan acosados y consumidos que les daban tributo
cada año porque los dejasen vivir en sus tierras y como esta población fue a mi
costa hice cesaron estos daños y los indios chichas y caminantes y otras gentes que
vienen y tienen diversas granjerías en este distrito gozan de toda seguridad”. Carta
de Luis de Fuentes y Vargas a S.M. dando cuenta de la fundación de Tarija, 1 de
febrero de 1585. AGI, Charcas 42, Año 1585.
129
En el año 1587 Cosme Riera estaba en Calcha y declaraba que: “a veinte y cuatro
años que anda en esta provincia en todos los cuales ha visto que estaba parte de esta
provincia como es Suipacha y Talina y otros pueblos alzados y cruzaron en el pue-
blo de Suipacha diez o doce españoles frailes y clérigos más de tres días y en este
tiempo tiraron muchas flechas a la cruz y que este testigo los vio hincados en la
cruz”. Probanza de Méritos y Servicios de don Luis de Fuentes y Vargas. AGI, Pa-
tronato 142, Nº 1, R. 3, Año 1604, f. 45.
130
Poco tiempo después Abreu intentará dos fundaciones, San Clemente I en el
Valle Calchaquí y San Clemente II (1577) en el Valle de Salta, pero ambas fueron
rápidamente despobladas por los ataques indígenas.

118
en la zona habitada por los tomatas, estableció allí un fuerte y una que
otra choza; pero a los tres meses decidió abandonarlo para establecerse
en el lugar definitivo el 4 de junio de 1574. El antiguo asentamiento será
recordado en los documentos como “Tarixa la Viexa”131. Con el tiempo,
Luis de Fuentes cumplió con la promesa que le había realizado al virrey
Toledo. La ciudad estaba fundada, los chiriguano detenidos lejos de la
frontera y el trabajo de los indios reducidos al momento de la fundación
se había maximizado. Para lograrlo, y a consecuencia del fallido intento
de Zárate en Alava, el capitán no solo debió concentrar su accionar bélico
en las inmediaciones de Tarija, también debió extenderlo a los otros in-
dios de guerra, aquellos de más al sur132.
A los seis meses de fundada San Francisco de Alava y cuando la ciu-
dad aún permanecía en pie, el virrey Francisco de Toledo decidió benefi-
ciar al capitán Pedro de Zárate con una merced de encomienda. Le otorgó
la misma encomienda que treinta y cinco años antes Francisco Pizarro le
concediera a Juan de Villanueva y que en ese momento poseía su esposa,
Petronila de Castro en segunda y última vida. De esta forma Toledo le
garantizaba a Pedro de Zárate, en primera vida, que la encomienda se
mantendría en la familia por lo menos hasta el fallecimiento de su segun-
do hijo (primer varón), Juan Ochoa de Zárate. En definitiva los Zárate po-
seyeron la encomienda por cuatro vidas hasta que la viuda del bisnieto de
Pedro de Zárate la perdiera en 1698 en manos de Antonio de la Tijera133.
Pedro de Zárate regresó a La Plata a mediados de 1576 cansado y
decepcionado. La última visión que tuvo de su soñada ciudad fueron los
restos de un caserío semiderruido e incendiado. Los tiempos de conquis-
tas y fundaciones se habían terminado para él, ya no participó en la fun-
dación de Salta en 1582. Nieva y Alava habían sido más que suficiente.
Antes de partir hacia Tucumán, Pedro dejó arreglado el último pleito que
existió entre Petronila y su hermana Isabel de la Quintanilla. Para ello,
astutamente formó una compañía con Isabel respecto de unas minas que

131
Para ampliar sobre la fundación de la Villa de Tarija ver, Avila 1975: 105-136.
132
Así lo recuerda Diego Zamudio en la Probanza de Méritos y Servicios de Luis de
Fuentes y Vargas: “Y habrá dos meses poco mas o menos que este testigo fue con el
dicho general Luis de Fuentes a castigar los indios de omaguaca y casabindo que
están rebelados porque mataron pocos días al padre Fray Simón de Teves fraile de
la orden de María de las Mercedes y al padre Bohorquez clérigos que iban a la
provincia del Tucumán”. AGI, Patronato 142, Nº 1, R. 3, Año 1604, f. 46v.
133
Confirmación de la encomienda de Omaguaca. AGI, Charcas 111, Nº 16, Año
1698.

119
aquella tenía en los cerros de Potosí y Porco; la compañía también se hizo
sobre minas que eran posesión de Petronila de Castro pero dejando bien
en claro que esas vetas de mina son “bienes reconocidos de ella”134.
Poco se sabe de Pedro de Zárate luego de su regreso a La Plata, todo
indica que el viejo conquistador ya había decidido descansar hasta el
final de sus días, permaneciendo en compañía de su mujer y de su se-
gundo hijo, Juan Ochoa de Zárate. En ese momento su primogénita vivía
en la recién fundada San Bernardo de la Frontera de Tarija junto con su
esposo Gutierre Velázquez de Ovando, uno de los fundadores y prime-
ros pobladores de la Villa. No se conoce la fecha exacta del fallecimiento
de Pedro de Zárate. Solo sabemos que el 29 de noviembre de 1582 se
presentó ante el virrey, don Martín Enríquez, peticionando se le diese
traslado de la cédula de encomienda que tiempo atrás le otorgara el vi-
rrey Toledo y que el 9 de abril de 1583 le solicitaban al yerno de Pedro de
Zárate, Gutierre Velázquez de Ovando, tutor y curador de Juan Ochoa
de Zárate por fallecimiento del padre, se le diese posesión de su reparti-
miento en Humahuaca (Levillier 1933). El general Pedro de Zárate falle-
ció entre diciembre de 1582 y marzo de 1583.
A la muerte de Pedro de Zárate, su esposa Petronila de Castro con-
taba con cuarenta años, aproximadamente. Poseía una fortuna conside-
rable y era una de las mujeres más prestigiosas de la villa de Plata. Con-
taba además con una vida rica en experiencias, obtenidas paradójicamente
por haber estado casada casi por treinta años con tres hombres diferen-
tes, y a la vez por haber pasado mucho tiempo sola. A los cuarenta años
Petronila de Castro tenía todavía dos grandes desafíos: mantener, y de
ser posible incrementar los bienes familiares, y criar y orientar a su único
hijo varón, Juan Ochoa de Zárate, todavía menor de edad.
Entre 1540 y 1583 los indios de humahuaca fueron encomendados a
dos personas: primero a Juan de Villanueva y luego a Pedro de Zárate. A
la muerte de Villanueva la encomienda pasó a manos de su viuda,
Petronila de Castro, quien en 1560 se casó con Juan de Cianca. Fallecido
su segundo marido la encomienda volvió a manos de Petronila. La dos
veces viuda volvió a casarse en 1566 con el capitán Pedro de Zárate pero
a diferencia de Cianca, Pedro fue encomendero consorte solo por un tiem-
po corto. En 1575, por cédula de encomienda del virrey Francisco de Tole-
do, Zárate fue el nuevo poseedor de la antigua encomienda de humahuaca,
nuevamente en primera vida. Petronila de Castro se convertía, de esa ma-

134
ANB, EP, Vol. 6, Año 1572 y EP, Vol. 24, Año 1572.

120
nera, en el nexo familiar de una encomienda que perduró prácticamente
por un siglo y medio, desde 1540 cuando Pizarro se la otorgó a su primer
marido hasta 1698 año en que como señalamos oportunamente, Isabel
Vieyra de la Mota, esposa del bisnieto de Petronila, la perdió135.
Sin proponérselo el papel que desempeño Petronila de Castro fue
algo más que el de una simple transmisora de la encomienda de
humahuaca. A partir de ella podemos decir que la encomienda pasó de
un encomendero a otro sin cambiar de familia; esto contribuyó a que los
indígenas, fuera de la coyuntura particular del momento histórico, no
vivieran los cambios como algo traumático. El tipo de trabajo y la forma
de tributo continuaron desarrollándose prácticamente de la misma ma-
nera y no hubo, como ocurrió en muchas otras oportunidades, traslados
compulsivos adecuados a la conveniencia del nuevo encomendero y que
afectaron aún más la reproducción social del indígena.

Cuadro 2. Sucesión de la encomienda de Humahuaca


1540 Francisco Pizarro otorga la encomienda a Juan de Villanueva.

7/12/1557 Hurtado de Mendoza confirma la encomienda a Juan de Villanueva.

1560 Muere Juan de Villanueva. La encomienda pasa en segunda vida a


su esposa Petronila de Castro.

1560 Petronila de Castro se casa con Juan de Cianca quien pasa a ser
encomendero consorte.

1566 Muere Juan de Cianca. La encomienda vuelve a Petronila de Castro.

1566 Petronila de Castro se casa con Pedro de Zárate quien pasa a ser
encomendero consorte.

4/4/1575 Francisco de Toledo le otorga a Pedro de Zárate en primera vida la


misma encomienda que Francisco Pizarro le había otorgado a Juan
de Villanueva y que hasta ese momento Zárate gozaba como
encomendero consorte.

1582/1583 Muere Pedro de Zárate. La encomienda pasa nuevamente a Petronila


de Castro como tutora y curadora de su hijo Juan Ochoa de Zárate,
menor de edad.

1698 Isabel Vieyra de la Mota, administradora de la encomienda y esposa


del bisnieto de Pedro de Zárate pierde la encomienda de humahuaca.

135
Muerto el Benemérito Pedro Ortíz de Zárate, la encomienda de humahuaca pasa

121
Los hijos, los colonizadores

Juana de Zárate, la hija mayor del matrimonio entre Pedro y


Petronila, se casó con Gutierre Velázquez de Ovando. Hijo de Bernaldo
Bernaldez de Quiróz e Isabel Velázquez de Ovando, llegó a La Plata
aproximadamente hacia 1563. Para esa fecha, Gutierre ya había demos-
trado ser un buen soldado y un fiel vasallo, pues antes de llegar al Perú
había luchado en Tierra Firme (Panamá) contra Rodrigo Méndez
Santiesteban. En Perú, estuvo encargado de perseguir a Gómez de Tordoya
quien pretendió descubrir y poblar los lavaderos de oro del río Madre de
Dios sin autorización real. En Potosí poseyó parte de un ingenio minero
y una chacra pero, hacia 1573, vendió todo para participar en la funda-
ción de la villa de Tarija. Una vez fundada la ciudad obtuvo algunos
solares y chacras, entre ellas la estancia de San Mateo, la principal entre
sus bienes136. El propio Toledo lo nombró alcalde ordinario de la villa y
en esa ocasión hizo construir un presidio en la plaza principal137. En 1594,
a fin de asegurar sus méritos participó junto a Francisco de Argañaráz
-fundador de San Salvador de Jujuy- y su cuñado Juan Ochoa de Zárate,
en la captura del cacique Viltipoco en Purmamarca. A pesar de su actua-
ción en la causa real y en las guerras de conquista, Gutierre Velázquez de
Ovando nunca obtuvo de las autoridades el reconocimiento que él hu-
biera esperado, que anhelaba y que además solicitó: una encomienda o
una plaza de oidor en la Audiencia de Charcas. Sus intereses, entonces,
pasaron a estar ligados estrechamente a la familia de su esposa, y a la
muerte de Pedro de Zárate quedó como tutor y curador de Juan Ochoa,

a manos de su primogénito Juan de Zárate y Murguía quien al poco tiempo de


poseer la encomienda viaja definitivamente a España. De tal forma su hermano,
Diego Ortíz de Zárate, queda como su representante. Muerto Diego, la representa-
ción le cabe a su viuda, Isabel Vieyra de la Mota (Gabriela Sica, comunicación per-
sonal).
136
De esta estancia se afirmaría que “por sí sola sustentó todas sus obligaciones del
Sr. Maestre de Campo Gutierre Velázquez de Ovando [...] que tantos hijos y señoras
hijas tuvo en su matrimonio y dio estado y a los dos hijos mayores estudios en Lima
y se graduaron y tuvieron puestos”. Hijuela de Clemencia Bernárdez de Ovando.
AHJ, Archivo del Marquesado del Valle de Tojo, Carpeta 260, Año 1676 (citado por
Madrazo 1982: 30).
137
Según Madrazo (1982: 29), el objetivo de la construcción del presidio fue tener
quietos y apaciguados a los indios chichas que eran colaboracionistas y que estaban
atemorizados por la derrota que los chiriguano le habían infringido a Toledo en su
entrada, y las posibles represalias frente al suceso.

122
poder que compartió con Gerónimo Osorio. Gutierre Velázquez y Juana
de Zárate tuvieron varios hijos, el licenciado Gutierre Velázquez de
Ovando; Mariana de Orozco; el licenciado Pedro de Ovando y Zárate,
presbítero, abogado y escribano; el capitán Juan Ochoa de Zárate y
Ovando y el maestre de campo Pablo Bernárdez de Ovando. Estos tres
últimos fueron vecinos de la ciudad de Jujuy. Todos los hijos varones de
Gutierre tuvieron una destacada vida civil, religiosa o militar, pero es el
maestre de campo Pablo Bernárdez de Ovando es quien más nos interesa
y sobre quien volveremos más adelante.
El 19 de abril de 1593 Francisco de Argañaráz por especial comisión
del gobernador de Tucumán, Don Juan Ramírez de Velazco, fundó la ciu-
dad de San Salvador de Jujuy. Quiso el destino que en la última y defini-
tiva fundación no hubiera representantes encomenderos de Charcas, como
ocurrió en las anteriores. Cristóbal Barba Cabeza de Vaca había muerto a
manos de los indios durante la fundación de San Francisco de Alava
(1575), Martín Monje y el capitán Pedro de Zárate habían fallecido hacía
tiempo, lejos de los escenarios de aventuras pasadas. No todos los des-
cendientes de estos conquistadores tenían el espíritu aventurero de sus
padres y muchos de ellos prefirieron las limitadas comodidades de Char-
cas antes que las ilusiones del Tucumán. La excepción fue Juan Ochoa de
Zárate, hijo de conquistador pero sobre todo de una madre que había
convertido su vida en una lucha cotidiana.
El accionar de Luis de Fuentes y Vargas y la fundación de la villa de
Tarija (1574) reordenaron el espacio hacia el sur de la jurisdicción de
Chichas. A principios de la década de 1593 las entradas de los chiriguano
pueden caracterizarse como esporádicas, aunque los españoles las perci-
biesen como un peligro inminente. Los chichas constituían la principal
mano de obra entre los indios de la zona, pero con el tiempo se habían
hecho insuficientes. La calma había traído nuevas ansias de colonizar y
la presión sobre los “indios de guerra” se hacia cada vez mayor.
En abril de 1593 Juan Ochoa no se encontraba entre los fundadores
de la ciudad de San Salvador de Jujuy y, por lo tanto, tampoco había
recibido chacras o solares. Cuatro días después de la fundación de la
ciudad pero muy lejos de ella, a casi 40 leguas, Juan Ochoa de Zárate,
según nuestros registros hacía por primera vez efectiva la toma de pose-
sión de la encomienda de humahuaca desde 1540.

En el valle de Cochinoca a veinte y tres días del mes de abril de mil y


quinientos y noventa y tres años ante el señor Fernando de Zárate caballe-
ro del hábito de Santiago gobernador y capitán General de las dos

123
gobernaciones del Tucumán y Paraguay y Río de la Plata por su majestad
pareció Juan Ochoa de Zárate y presento los recaudos de susso conteni-
dos y por ellos pidió el dicho señor gobernador le de y meta en la pose-
sión de los indios caciques e principales de Cochinoca en la forma en que
se declara en los dichos títulos como señor encomendero de ellos en que
sucedió por muerte del capitán Pedro de Zárate su padre difunto la cual
se le de en el cacique Chiluay señor de Cochinoca que estaba presente en
dicho valle [...]. En el valle de Cochinoca en veinte y tres días del mes de
octubre de mil y quinientos y noventa y tres años Díaz Ortiz en virtud de
la comisión y mandamiento de susso contenido estando presente en el
dicho Valle el dicho indio llamado Chiluay y que por lo que dijeron otros
indios y españoles que estaban presentes pareció llamarse así y ser caci-
que de los indios del dicho valle lo tomo por la mano y le entrego al dicho
Juan Ochoa de Zárate tomando e comprendiendo la dicha posesión así
por la ropa al dicho indio Chiluay y lo hizo así y lo mando fuese a traer
una lanza que estaba hincada en el suelo el cual la trajo y dio al dicho Juan
Ochoa de Zárate el cual otra cosa al de servicio que hizo el dicho indio y le
dejo en la dicha posesión la cual tomo quieta y pacíficamente sin contra-
dicción de persona alguna138.

Juan Ochoa fue entonces el primero de los Zárate en tomar posesión


de la encomienda. En tiempos de su padre, parte de los indios de la enco-
mienda ya estaban reducidos y tributaban regularmente (los del pueblo
de Sococha) mientras aquellos ubicados en las inmediaciones de la laguna
de Pozuelos en la Puna jujeña, todavía estaban relativamente lejos y cierta-
mente de guerra al momento de la muerte de Pedro de Zárate (1582/3).
Diez años después la situación había cambiado sustancialmente, el cerco
sobre los indios se había comenzado a estrechar con la fundación de San
Salvador de Jujuy (1593) cerrándose de manera definitiva un año des-
pués con la captura del cacique Viltipoco.
Como se recordará, oportunamente hemos narrado que Juan de
Villanueva perdió en un pleito el pueblo de Cochinoca (no el valle) en
manos de Martín Monje. No obstante, 1550 era todavía una fecha muy
temprana para hacer valer algún pleito en un lugar donde los indios per-
manecían indómitos. A Monje lo sucedió en segunda vida su hijo, Loren-
zo de Aldana a quien los indios de Casabindo recordarán como el primer

138
El Licenciado Gutierre Velázquez de Ovando sobre que se le haga plaza de oidor
en la Audiencia de Charcas. AGI, Lima 231, Nº 11, Año 1636, f. 144 a 145.

124
encomendero en cobrarles tributo139. A la muerte de Aldana y antes de la
fundación de Jujuy, la antigua encomienda de Martín Monje pasó a Cris-
tóbal de Sanabría. En 1593, cuando Juan Ochoa de Zárate tomó posesión
de la encomienda de humahuaca se reavivó la vieja contienda por el pue-
blo de Cochinoca. No sabemos en qué fecha se resolvió el conflicto pero
los hechos indican que, al igual que Villanueva, Juan Ochoa de Zárate
perdió el pleito y los pueblos de Casabindo y Cochinoca quedaron para
siempre en manos de un mismo encomendero140.
De ninguna manera debe llamarnos la atención que la toma de po-
sesión se haya realizado en el valle de Cochinoca y “estando presente en
el dicho valle el dicho indio llamado Chiluay y que por lo que dijeron
otros indios y españoles que estaban presentes pareció llamarse así y ser
cacique de los indios del dicho valle”141. El valle de Cochinoca, al este de
las serranías del mismo nombre, es el lugar donde ubicamos cuatro de
los once pueblos de la encomienda en los alrededores de la laguna de
Pozuelos, como si ese espejo de agua permanente de la Puna argentina
fuese un uma huaka, un lugar donde adorar al agua. La toma de posesión
en el valle de Cochinoca fue el paso previo a la fundación del pueblo de
reducción de San Antonio de Humahuaca142.
Aproximadamente partir de 1586, y en el marco de un proceso que
desarrollaremos in extenso en el capítulo siguiente, luego de fracasadas
las negociaciones de Viltipoco en la Audiencia de Charcas y el constante
avance de la colonización hispana, los indios de guerra se fueron reple-
gando lentamente desde el noroeste hacia el sudeste, es decir hacia los
contrafuertes de Humahuaca.

139
Incluso algunos indios del pueblo de Casabindo lo recuerdan como su primer
encomendero (Palomeque 2003: 22).
140
Zanolli 1993; Gabriela Sica, comunicación personal.
141
El Licenciado Gutierre Velázquez de Ovando sobre que se le haga plaza de oidor
en la Audiencia de Charcas. AGI, Lima 231, Nº 11, Año 1636, f. 144 a 145.
142
En nuestra Tesis Doctorado propusimos que el pueblo de reducción de San Anto-
nio de Humahuaca se habría fundado aproximadamente en 1595. Sin una compro-
bación fehaciente observamos que entre 1593 y 1595 Juan Ochoa de Zárate realizó
un decidido avance para obtener nuevas tierras en la Puna pero, sobre todo, en la
quebrada de Humahuaca, en la jurisdicción de San Salvador de Jujuy, donde cen-
traría su actividad política. Sica, al desarrollar su Tesis de Doctorado (MS) observó
que San Antonio de Humahuaca recién comienza a ser mencionado en la documen-
tación a partir de 1600. Existe la posibilidad que el pueblo de reducción haya sido
fundado durante esa época.

125
hasta habrá ocho o nueve años poco más o menos que entró el gobernador
Ramírez de Velazco (1586) y este testigo (Joan Fernández de Castro) con él y
hasta este dicho tiempo todavía los dichos indios andaban como de antes
aunque algunos de ellos respecto de la dicha prevención y de que cada día
iban entrando gentes de esta provincia se habían retirado al valle de
Omaguaca donde la mayor parte de ellos estaban fortificados teniendo por
capitán general a Don Francisco Viltipoco indio natural de Atacama143.

Por ese motivo Juan Ochoa de Zárate pudo hacer la toma de la po-
sesión de la encomienda en el valle de Cochinoca en 1593, también por
ese motivo Viltipoco fue arrinconado y capturado en Purmamarca un
año después. La paz definitiva llegó con dos hechos prácticamente con-
temporáneos, la ya mencionada captura de Viltipoco y la fundación de
San Antonio de Humahuaca. Si se observa el estilo del casco antiguo del
pueblo actual se comprenderá también que su ubicación no fue azarosa
sino especialmente elegida; los españoles buscaron reducir a sus indios
en lugares abiertos paisajísticamente, es decir no encajonados o cerrados
por serranías para que el control de los encomendados pudiera ser más
efectivo. Una cédula de 1555 luego aparecida en la Recopilación de Leyes
de Indias disponía que “los indios sean reducidos a pueblos y no vivan
divididos y separados por montañas y colinas, desprovistos de todo be-
neficio espiritual y temporal”144.
Como veremos en el capítulo siguiente debieron pasar por lo menos
treinta años desde la fundación del pueblo de Humahuaca hasta que los
indios tuvieran algún sentimiento de pertenencia a ese pueblo de reduc-
ción. El tiempo estuvo íntimamente relacionado con la dinámica de apro-
piación de la fuerza de trabajo que proponía la encomienda. Durante ese
tiempo, Juan Ochoa de Zárate buscó materializar en acto la toma de pose-
sión. A partir de su concreción le brindaron su tributo los indios que po-
blaban el valle de Cochinoca que reconocían a Chiluay por su señor, los
humahuacas, que estaban esparcidos por los bordes superiores de la Que-
brada y otros indios de Omaguaca que, como aquellos de Maimará pobla-
ron la quebrada de Humahuaca. El número de indios de la encomienda
debe haberse incrementado por la participación de Juan Ochoa de Zárate
en la captura del cacique Viltipoco (1594). Es necesario decir que en aque-

143
Probanza de méritos y servicios de Francisco Altamirano y su padre Juan
Velázquez Altamirano. AGI, Charcas 80, Año 1596, f. 7.
144
Citado por Morse 1990 en: Historia de América Latina.

126
llos primeros e inestables años, la cantidad de indios tributarios era incier-
ta; no en vano uno de los primeros actos de Juan Ochoa de Zárate una vez
asentado en la jurisdicción de San Salvador de Jujuy fue, como veremos
más adelante, negociar el otorgamiento de una nueva encomienda.
Fernando de Zárate, el nuevo gobernador del Tucumán que reem-
plazaría a Juan Ramírez de Velazco, iba camino a Santiago del Estero a
hacerce cargo cuando certificó la toma de posesión de la encomienda en
el valle de Cochinoca145. Luego, Juan Ochoa acompañó al nuevo gober-
nador del Tucumán, presentándose por primera vez en la ciudad de Jujuy
en agosto de 1593 y, como encomendero de la jurisdicción, reclamó ante
las autoridades el otorgamiento de tierras en la ciudad. Así, don Francis-
co de Argañaráz le otorgó “dos chacras en la acequia principal que tenga
cada una quinientos pies de cabezada, y de largo como las demás”146. Las
dos chacras fueron las primeros bienes inmuebles que la familia Zárate
tuvo en la jurisdicción del Tucumán, además contaba con las numerosas
casas y chacras en la jurisdicción de la villa de Plata y la antigua chacra
de Sococha en manos de Petronila desde el fallecimiento de Juan de
Villanueva. La efectivización de la encomienda requería de nuevas tie-
rras, relativamente cercana a sus indios y al lugar donde históricamente
pertenecían los intereses de la familia Zárate.
Si en agosto de 1593 Juan Ochoa de Zárate estaba en la ciudad de
Jujuy, cuatro meses después se encontraba nuevamente en el límite de la
Gobernación. Allí, el gobernador de Tucumán Fernando de Zárate le otor-
gó una significativa merced de tierras. Primeramente una estancia y tam-
bo en la Puna de Jujuy y Ciénaga Grande y Tambillo, que luego se cono-
cerán comúnmente como “de Juan Ochoa” y, además, otra estancia en la
Ciénaga de Sansana. En principio, las estancias antes mencionadas caían
dentro de la jurisdicción del Tucumán y por eso era su gobernador quien
las otorgaba. No obstante, todavía para fines de 1593, los límites jurisdic-
cionales eran muy imprecisos147; aprovechando tal situación, en el mis-
mo terreno Juan Ochoa alegaba que:

145
No pudimos determinar el grado de parentesco, si es que existió, entre Fernando
de Zárate y Juan Ochoa de Zárate. Lo cierto es que durante la gobernación del
primero Juan Ochoa se vio favorecido con importantes mercedes de tierra.
146
Actas Capitulares de Jujuy. Libro I, Fundación de la ciudad (1593-1595). En Jujuy
en sus documentos 1992: 3-108.
147
Al señalarse los términos de la jurisdicción de la ciudad de San Salvador de Jujuy,
a la vez límite norte de la Gobernación del Tucumán, en el Acta de Fundación de la
ciudad dice, “por la parte hacia Humahuaca hasta la estancia que llaman de Don

127
En términos de esta gobernación en la parte que llaman Yavi el valle de
Sococha donde tengo hecha casa y asentados indios yanaconas y hago
sementeras la cual aquel tengo poblado y estoy en posesión mas tiempo
de cuatro años, y de tener la dicha estancia poblada y continuada se sigue
mucho aprovechamiento a los valles y pueblos comarcanos especial por
ser tierra que es necesaria poblarse y estar sin perjuicio y en parte cómoda
sin él para sacar a ella cantidad de ganado vacuno que tengo que sacar del
valle de Jujuy148.

En otras palabras solicitaba que se le hiciera merced de “una estan-


cia que esta a dos leguas de cada jurisdicción [...] y asimismo me haga
merced de treinta fanegadas de tierra en el dicho valle de Sococha en la
linde de la dicha estancia”149. Su pedido, a riesgo de problemas jurisdic-
cionales, fue hecho efectivo por el gobernador Fernando de Zárate. Las
tierras que para esa fecha obtuvo Juan Ochoa de Zárate no se limitaron a
la Puna. En 1593, y también de manos del gobernador del Tucumán, ob-
tuvo una estancia en Guacalera (Huacalera), en el sector medio de la que-
brada de Humahuaca. La estancia, que con el tiempo se constituyó en “el
sustento de su persona casa y familia” se extendió desde “la angostura
de Ochichilaira hasta las de Tome y los altos hacia Ocloya y hacia las
salinas que cierran cincuenta fanegadas de sembradura de maíz sin los
dichos altos que son para estancia de ganados mayores y menores”150.

Diego Espeloca cacique de Talina cuarenta leguas de tierra las cuales dichas distan-
cias son y han de ser límites y jurisdicción de la dicha ciudad hasta que el rey nues-
tro señor otra cosa provea y mande”. Actas capitulares de Jujuy. Libro I, Fundación
de la ciudad (1593-1595). Jujuy en sus documentos, 1992: 7.
148
Juan José Campero contra Juan Antonio de Burgos sobre derechos a las tierras y
estancias (deslinde y amojonamiento) de Sansana, Escaya y la Ciénaga del Tambillo.
ANB, EC, Nº 1, Año 1716, f. 148 y ss.
149
Ibid, f. 149.
150
La descripción de la ubicación de las tierras puede muy fácilmente rastrearse en
tiempos actuales. El pueblo de Huacalera se ubica hoy en el sector medio de la
quebrada de Humahuaca, a unos 35 km de San Antonio de Humahuaca. Respecto
de la ubicación del pueblo, el cauce del río Grande esta “cerrado” por lo que actual-
mente se conoce como “angostos”, el de Perchel al sur y el de Yacoraite al norte. Por
la banda izquierda del río se va hacia Valle Grande y Ocloyas mientras que hacia el
otro lado hay tres caminos que conducen, de sur a norte a las Salinas Grandes y la
laguna de Guayatayoc. Juan José Campero contra Juan Antonio de Burgos sobre
derechos a las tierras y estancias (deslinde y amojonamiento) de Sansana, Escaya y
la Ciénaga del Tambillo. ANB, EC, Nº 1, Año 1716, f. 150v.

128
Terminaba 1593 y Juan Ochoa de Zárate era el vecino de Jujuy que
reunía mayor cantidad de tierras y la mejor encomienda de la jurisdic-
ción151. Su posición era privilegiada aún respecto del mismísimo funda-
dor de Jujuy, don Francisco de Argañaráz. Esta situación de privilegio y
una cierta dosis de ambición ingenua lo llevaron a entablar un pleito con
Argañaráz sobre los derechos de fundación de la ciudad que reclamaba
para sí como hijo de fundador. El pleito, iniciado en 1595, obligó a Juan
Ochoa a viajar permanentemente lo que lo distrajo de sus negocios. El
mismo se prolongó hasta 1599 y finalmente salió derrotado.
Zárate supo utilizar rápidamente su posición social y sus influen-
cias para obtener dos de las cosas más importantes para un conquista-
dor: tierras e indios. A principios de 1595 ya contaba con los indios del
primer pueblo de reducción de la encomienda, San Rafael de Sococha;
ahora también lo hacía con otro grupo de indios asentado en San Anto-
nio de Humahuaca. A ello, fue sumando las estancias que le había otor-
gado el gobernador de Tucumán, Fernando de Zárate, en la quebrada de
Humahuaca y en la Puna. Pero su interés no terminó ahí. Tiempo más
tarde, el 30 de noviembre de 1595, el fundador de la ciudad de Jujuy, Don
Francisco de Argañaráz, le hizo una nueva merced de tierras en la que-
brada de Humahuaca, prácticamente a continuación de la estancia de
Huacalera. La nueva estancia:

“llamada omaguaca que está en la puna de omaguaca que es en el camino


real de Tucumán que por otro nombre llaman la dicha estancia yocaraite
que tiene una legua de largo y otra de ancho linde por parte de abajo con
tierras de los indios de omaguaca y por la de arriba con estancia de Cris-
tóbal de Yañez y por un lado con tierras de los indios del pueblo de
cochinoca”152.

151
En 1612 Sancho de Murueta, en pleito con Juan Ochoa, pide que se haga inventa-
rio de sus bienes. Entre ellos figuran “4.000 cabezas de ganado vacuno y un golpe
grande de yeguas y otras cabalgaduras y los tres esclavos que dice trajo de dote que
después hubo y adquirió Juan Ochoa y plata labrada, joyas preseas de oro de mu-
cha estima y arreos y aderezos de su casa y vestidos de sus personas y los aprove-
chamientos que han tenido en 10 años así de cosechas de trigo y maíz y papas y
chuño y otras cosas en 3 haciendas que tiene que es la una en el molino una legua de
esta ciudad y la otra en el valle de Omaguaca y la otra en el valle de Sococha y más
los trajines que han tenido para Potosí Chuquisaca Cochinoca Esmoraca Jauquegua
Chorolque Tarija y a otras partes y el interés que ha llevado de los indios que ha
alquilado para todas estas partes”. ATJ, Caja 2, Leg.40, Año 1612, f.128.
152
ANB, EP, Vol. 48, Año 1629, f. 48 y ss. En el documento figura el traslado, la
merced fue otorgada el 30 de noviembre de 1595.

129
Los límites de la estancia no aparecen tan claros como en el caso
anterior, se refiere al oeste cuando habla de las tierras de los indios de
Cochinoca153. Por la estructura de la cita faltaría el límite este pero prácti-
camente sería igual que en el caso de Guacalera (Huacalera), hacia Ocloya.
Al referirse a la parte de abajo y de arriba está haciendo referencia a la
latitud. De tal manera “abajo” hace referencia al norte, hacia el ya funda-
do pueblo de San Antonio de Humahuaca; por el contrario “arriba” se
refiere al sur, por debajo del actual angosto de Yacoraite, donde tenía sus
tierras Cristóbal de Yañez.
Finalmente, y para completar sus más importantes posesiones rura-
les, en 1612 le compró a Andrés Flores de Burgos la estancia llamada de
Mojo (Moxo) y valle de Lonte, en la jurisdicción de Chichas, por valor de
5.650 pesos corrientes de a ocho reales. Al poco tiempo, debió vender la
mitad de su estancia a su yerno, Pedro Ochoa de Valda, transacción rea-
lizada en 5.000 pesos corrientes. La estancia de Pedro Ochoa de Zárate
será conocida luego con el nombre de Esquiloma154.

Cuadro 3. Propiedades de Juan Ochoa de Zárate adquiridas entre 1593 y 1612

Año Nombre de la propiedad / ubicación

1593 Dos chacras en la acequia principal de la ciudad de San Salvador de Jujuy.

1593 Estancia y tambo en la Puna de Jujuy, llamadas Ciénaga Grande y el


Tambillo.

1593 Estancia a dos leguas de cada jurisdicción.

1593 30 fanegadas de tierra en el Valle de Sococha.

1595 Estancia llamada Omaguaca o Yacoraite.

1612 Estancia llamada Moxo en el valle de Lonte.

153
Actualmente, siguiendo el curso del río Yacoraite se llega a la cabecera norte de la
laguna de Guayatayoc e, inmediatamente, de allí hacia el norte, al actual pueblo de
Cochinoca.
154
Una vez realizada la venta a su yerno, Pedro Ochoa y Valda, la estancia de Moxo
y valle de Lonte quedó con los siguientes linderos: “por la parte del camino del
Tucumán, la aguada de los Quartos, y por la parte de Sococha el ojo de Agua de San
Mateo (posesión de Gutierre Velázquez de Ovando) y por la parte de abajo la que-
brada que cerca el río de San Juan, y por la parte de Suipacha la estancia y tierras de
Moraya, y por la parte de Talina, con las tierras de los indios talina y por otra parte
con la estancia y tierras de Esquiloma”. ANB, EP, Vol. 51, Año 1745.

130
Comenzaba el año 1595 y Juan Ochoa de Zárate ya había tomado
posesión de sus indios y afianzado su poder territorial en la quebrada de
Humahuaca. En ese contexto fundó el pueblo de reducción de San Anto-
nio de Humahuaca combinando en su nombre el del santo elegido como
patrono del pueblo, el del antiguo territorio indígena y, posiblemente, el
de la etnía que llevaba ese nombre. La fundación de San Antonio de
Humahuaca respondió a la necesidad de Juan Ochoa de Zárate de aglu-
tinar a sus indios que estaban esparcidos por la Puna jujeña y en parte de
la quebrada de Humahuaca.
Como adelantáramos, habiendo ya consolidado definitivamente su
poder territorial en la quebrada de Humahuaca a principios de 1596, Juan
Ochoa decidió que necesitaba más indios y para procurarlos trabó pleito
con Pedro Cabello encomendero de los indios ocloyas por cédula del
Gobernador de Tucumán del 20 de abril de 1586. Juan Ochoa alegó que los
indios ocloyas le pertenecían por “sujetos y subordinados a los caciques
de Humahuaca”155. El pleito se transformó prontamente en una escritura
de transacción. Antes de discutir, Pedro Cabello, un hombre ya mayor y
sin descendencia, decidió llegar a un acuerdo con el activo e influyente
Juan Ochoa. A raíz del pacto, Cabello recibió al cacique Lamaxa con cua-
renta indios y, en caso que el cacique no dispusiera de los cuarenta indios,
los tomaría del valle de Ocloya. Por su parte, Juan Ochoa reduciría a los
indios ocloyas y haría uso y servicio de todos los que hubiera en el valle,
una vez que Cabello hubiera tomado la parte que le correspondía.
A pesar de la cédula de encomienda que le otorgara el gobernador
de Tucumán Francisco de Leyva el 27 de diciembre de 1601 (apéndice A),
la posesión de aquellos indios le valió a Juan Ochoa de Zárate no pocos
problemas. Pedro Cabello murió en Santiago del Estero el 23 de septiem-
bre de 1606, sin descendencia. A partir de allí comenzó un largo pleito
entre Eugenio de Rivera, vecino de Salta, y Juan Ochoa por la posesión
de los indios. Rivera alegó que aquellos indios le pertenecían por haber
vacado la encomienda de Cabello y que Juan Ochoa se estaba sirviendo
de todos los indios del valle. El pleito se prolongó por varios años hasta
que en 1627 la Real Audiencia despojó a Juan Ochoa de su encomienda
de ocloyas156. A pesar del fallo, Zárate pudo disponer de los ocloyas la

155
Registro de escritura y poder. Escritura de transacción entre Pedro Cabello y Juan
Ochoa de Zárate. ATJ, Caja 1, Legajo 10, Año 1598/99. Para consideraciones sobre los
indios de Ocloya como sujetos a los caciques de Omaguaca ver: Lorandi 1984.
156
Pleito entre Eugenio de Rivera Cortés y Juan Ochoa de Zárate por la posesión de
los indios ocloyas. ANB, EC, Nº 23, Año 1628.

131
mayor parte de su vida. Como se indica en un pleito “el dicho Juan Ochoa
de Zárate con sus tranzas y manías los saco del valle de Titicondo al valle
de Omaguaca y se ha servido muchos años antes que se le hiciese la en-
comienda”157. Quizás, las verdaderas consecuencias del fallo de la Au-
diencia la hayan sentido sus descendientes, no obstante, muchos de aque-
llos indios ya estaban completamente asimilados al pueblo de
Humahuaca.
Durante los últimos años del siglo XVI, Juan Ochoa de Zárate supo
que aquel era su momento; a la avanzada sobre Pedro Cabello por los
indios del valle de Ocloya, Zárate agregó otra contra Francisco y Diego
Torres por una parte y contra Juan de Obregón por la otra reclamando
cuatro indios huidos desde el Tucumán158 que estaban en diferentes ha-
ciendas de Tarija ¿Por que razón Zárate, poseedor de una considerable
encomienda reclamaba cuatro indios? El adjetivo considerable es una
apreciación del investigador pero seguramente no era la realidad que
percibía Juan Ochoa. Poco había pasado desde la toma de posesión de la
encomienda en 1593 y desde la fundación de San Antonio de Humahuaca
como para que el encomendero tuviera una idea cabal de la cantidad de
indios dispuestos a tributarle. Frente a esa situación y a la coyuntura
política del momento, lo mejor era asegurarse la mayor cantidad de tie-
rras y de indios. A ello debemos sumarle la personalidad de un hombre
ambicioso, que se sabía diferente a sus pares jujeños y que aunque partici-
paba de en una sociedad donde lo inestable era lo cotidiano, pretendió
aprovechar al máximo cada una de las posibilidades que se le presentaron.
Si uno lee rápidamente los documentos relativos a Juan Ochoa de
Zárate, no se desprende de ellos la figura de un encomendero terrible ni
la de un hábil hacedor de fortunas, sobre todo si se lo compara con otros
que desarrollaron toda su vida en la villa de Plata. Igualmente, todos los
elementos deben relativizarse, La Plata no era Jujuy donde por mucho
tiempo prevaleció una elite empobrecida y de escaso vuelo. Dentro de
ella, solo Juan Ochoa tenía una amplia red de contactos en Charcas, lo
que muchas veces le posibilitó un accionar audaz.

157
Demanda contra Juan Ochoa de Zárate por cantidad de pesos que adeuda a San-
cho de Murueta. ATJ, Caja Nº 2, Legajo 40, Año 1612.
158
Testimonio de los autos que hizo el capitán Joan Porcel de Padilla sobre los indios
que tiene el General Juan Ochoa de Zárate en la ciudad de Tarija. Documento de la
Prefectura de Tarija. Sin ubicación. Agradecemos al Prof. Gastón Doucet habernos
facilitado el documento.

132
Juan Ochoa fue un hábil colonizador, logró concentrar el esfuerzo
de los indios que habían servido de manera dispersa a sus antecesores.
La encomienda entonces pasó a tener dos pueblos o lo que podríamos
llamar dos cabeceras de encomienda bien visibles: San Rafael de Sococha
en Chichas y San Antonio de Humahuaca en Tucumán. El primero se
había establecido desde hacía ya tiempo y Juan Ochoa dejó su sello en
obras permanentes. El pueblo de San Antonio de Humahuaca se ubicó
en pleno corazón de la quebrada homónima a 126 km de San Salvador de
Jujuy. A poco de su fundación se constituyó en el segundo pueblo en
importancia de la jurisdicción, luego de la ciudad de San Salvador. Fue
uno de los más importantes entre aquella ciudad y La Plata y se convirtió
en el paso y descanso obligado de jueces, visitadores y mercaderes, entre
otros. Podemos decir que Juan Ochoa de Zárate estuvo en el lugar ade-
cuado en el momento justo. Su padre fue una de las personas más presti-
giosas de Tucumán y Charcas, conquistador, encomendero y fundador
de ciudades. Su madre, una de las principales señoras de Charcas conta-
ba con una amplia red de relaciones entre los vecinos más prestigiosos y
también en la Audiencia. Viuda, ella lo guió hasta la mayoría de edad.
Juan Ochoa supo aprovechar su apellido, su poder y su prestigio. A par-
tir de ellos obtuvo concesiones de gobernadores como las mercedes de
tierra que le concedió Fernando de Zárate y como la encomienda que le
otorgó don Francisco Martínez de Leyva. Sus actividades de encomendero
no lo hicieron descuidar otros negocios, estando siempre presente en la
actividad minera y también en la producción agrícolo-ganadera159. Como
señala Sica (1997: 139) y como aparece registrado en numerosa documen-
tación de la época, Juan Ochoa aprovechó al extremo los “derivados de
sus haciendas (animales de carga, cecina, tocino, charqui, grasa, trigo,
maíz, papas, chuño, harinas, bizcochos, vino) que se comercializaban en
los centros mineros”.
Para las faenas antes mencionadas Juan Ochoa contó con sus indios
con quienes se relacionó desde su posición de encomendero, es decir desde
una posición de poder160, aprovechando al máximo el caudal de trabajo
que aquellos representaban. Utilizó a las instituciones religiosas para

159
ANB, EP, Vol. 49, Año 1602 y EP, Vol. 97, Año 1597.
160
El 9 de noviembre de 1598 Juan Ochoa estaba preso en la “cárcel de la corte”. Se
lo había condenado “por haber ahorcado dos indios caciques y haberse muerto otro
por su causa”. A Zárate lo liberaron previo pago de 10.000 pesos, dinero que sería
utilizado para la construcción de la cárcel. ANB, EP, Vol. 98, Año 1598.

133
mantener a sus encomendados tranquilos y serviciales; las donaciones al
culto fueron una constante en su vida161. La buena relación de Juan Ochoa
con sus indios se tradujo en una de sus cláusulas testamentarias de últi-
ma voluntad “manda poner una comunidad de ovejas en el pueblo de
Omaguaca y otra en el de Sococha de 500 cabezas cada una”162.
Juan Ochoa de Zárate falleció en la ciudad de San Salvador de Jujuy
el 6 de abril de 1638. Se había casado en dos oportunidades, con doña
Petronila de Garnica en primeras nupcias y con María de Zurita y
Villavicencio en segundas. Todos sus hijos fueron fruto del primer matri-
monio: Petronila de Castro y Ana María de Zárate, ambas fallecidas an-
tes de 1633; Juana de Zárate y Garnica; Bartolina de Zárate y Garnica y
Pedro Ortiz de Zárate sucesor del feudo y menor de edad al momento
del fallecimiento de Juan Ochoa.
El testamento de Juan Ochoa indicaba un panorama desolador en
cuanto a sus finanzas:

“Item por cuanto el dicho difunto quedó debiendo mucha cantidad de


plata así a sus hijos legítimos como a otros particulares y la hacienda que
se ha hallado conforme a los inventarios no es tanta como se entendía y
los más de los bienes que declara el dicho maestre de campo son merce-
des y datas de tierra yermas y despobladas que al presente no son de
provecho ni tienen valor alguno y podría ser no alcanzar los bienes a la
paga y satisfacción de las deudas”163.

No obstante, nos permitimos dudar de tales aseveraciones. Es pro-


bable que, como toda persona de ese momento, Zárate haya quedado
con una gran cantidad de deudas, relacionadas con el propio funciona-
miento económico del sistema. Al momento de su muerte y con propie-
dades en Tarija, la Puna, la quebrada de Humahuaca, el valle de Jujuy y
Talavera de Esteco, Juan Ochoa era todavía una de las personas más ricas
de la jurisdicción, distinción que con el tiempo pasará a manos de su
sobrino Pablo Bernardez de Ovando. Entre la familia Ovando y Zárate y
Juan Ochoa de Zárate se establecieron estrechos lazos. Desde temprano,

161
Agradecemos a la Dra. Alicia Fernández Distel la referencia que nos enviara so-
bre la campana de la iglesia de San Rafael de Sococha en la que esta grabada “valnos
* nos * decadelaria de mojo. Año 1616. Hisose esta campana * por mandado de * ochoa de
Zárate”.
162
ATJ, Caja 8, Legajo 162, Año 1638.
163
Ibid.

134
Cuadro 4. Genealogía de Petronila de Castro

Relación extra-matrimonial

? Antonio Ana de la
de Castro Quintanilla
1ra
Juan de s. n
Villanueva up Isabel de la
cia
s Quintanilla

2das. nupcias 3ras. nupcias

Juan Petronila Pedro


de Cianca de de Zárate
Castro

2das. nupcias 1ras. nupcias

María Antonia Juana Juana Gutierre María de Zurita Juan Ochoa Petronila
Arnalte Arnalte Arnalte de Zárate Velazquez y Villavicencio de Zárate de Garnica
de Ovando

Lic.Gutierre Mariana Pedro de Juan Pablo Bernárdez Petronila Ana Juana de Bartolina Pedro Ortíz Petronila
Velazquez de Orozco Ovando y Ochoa de de Ovando de Castro María de Zárate y de Zárate de Zárate. El de Ibarra y
de Ovando Zárate Zárate y Maestre de Zárate Garnica y Garnica Venerable Argañaraz
Presbítero Ovando Campo

135
Gutierre Velázquez de Ovando, marido de la hermana de Juan Ochoa se
apoyó en la fortuna y alcurnia de su familia política para consolidar la
suya. Así como Gutierre Velázquez fue tutor de Juan Ochoa cuando este
era menor, la misma situación se repitió con sus hijos. Por ejemplo Juan
Ochoa fue muchas veces representado por su sobrino abogado Pedro
Velázquez y Ovando y Pedro Ortiz de Zárate, menor cuando falleció Juan
Ochoa de Zárate su padre, fue tutelado por Pablo Bernardez de Ovando.
Pablo Bernardez ya tenía un más que respetable reconocimiento social y
económico, circusntancia que supo aprovechar al igual que su padre.
Pablo Bernardez de Ovando, uno de los hijos de Gutierre Velazquez
de Ovando y de Juana de Zárate, nació y se crió en Tarija y se casó con
una tarijeña, de manera que todos sus lazos afectivos siempre estuvieron
ligados a esa tierra. Allí vivió aproximadamente hasta 1654, fecha en que
le fue otorgada la encomienda de Casabindo y Cochinoca, hecho que lo
obligó a trasladarse a la jurisdicción jujeña, instalándose en su estancia
de San Francisco de Aycate en Yavi. Es justamente Pablo Bernardez quien
hizo construir la famosa capilla que hoy en día existe. No es nuestra in-
tención desarrollar in extenso la vida de Pablo Bernardez, basta mencio-
nar que a mediados de siglo ya era un poderoso comerciante propietario
de una gran cantidad de tierra heredada de su padre e incrementada por
propio esfuerzo. Su capacidad productiva aumentó notablemente al ob-
tener en encomienda a los indios de Casabindo y Cochinoca y, al poco
tiempo de otorgada la merced, se propuso recuperar a sus indios disper-
sos en trajines hacia Potosí. Tuvo una hija que se casó con Juan José Cam-
pero de Herrera. Al momento de su muerte, la extensión de todas las
propiedades coincidía casi exactamente con lo que luego sería el
marquesado de Yavi-Tojo. Con esos antecedentes, poco le costaría a Cam-
pero constituirse en uno de los españoles más poderosos del sur de Boli-
via y norte de Argentina164.
Conforme transcurría el siglo XVII y luego de esta primera genera-
ción de colonizadores, los intereses y las propiedades de los Zárate se
centraron casi exclusivamente en la quebrada de Humahuaca y San Sal-
vador de Jujuy mientras que las tierras de los Ovando, con grandes ex-
tensiones en la Puna argentina y el sur de Bolivia, constituirían el
marquesado de Tojo. Como señaláramos, muchos hechos ocurrieron para
que los Zárate trasladaran sus intereses desde La Plata hacia Jujuy, el

164
Para ampliar sobre la vida de Don Pablo Bernárdez de Ovando ver: Madrazo
1982.

136
definitivo fue el fallecimiento de Petronila de Castro. El último registro
que tenemos de Petronila es del 25 de enero de 1606, en esa fecha canceló
una deuda de 530 pesos con Luis Flores de Burgos165, en la ciudad de La
Plata. Hasta ese momento había realizado innumerables transacciones
sola, con su hijo, o con sus yernos166. Hacia principios del siglo XVII ella
sabía que su hijo cuidaría, e incluso incrementaría, el patrimonio que ella
misma había ido sumando gracias a sus tres matrimonios, también sabía
que su hija, Juana de Zárate, estaba “bien casada” con uno de los funda-
dores y primeros pobladores de la villa de San Bernardo de la Frontera
de Tarija, no obstante difícilmente pudiera imaginar que uno de sus nie-
tos dejaría sentadas las bases del marquesado de Yavi-Tojo.
Petronila de Castro tuvo además otros dos hijos con el capitán Pe-
dro de Zárate: Pedro de Zárate (h) y Petronila de Zárate, aunque las refe-
rencias a ellos son casi inexistentes167. A la fecha de su muerte, pocos
sabían o recordaban que doña Petronila de Castro “mujer que fue del
General Pedro de Zárate”, muy probablemente había sido mestiza. En
sus cincuenta años de vida su historia también fue parte de la historia de
una encomienda, esto fue posible gracias a que Petronila supo generar
relaciones de pertenencia que atravesaron los intersticios del poder en la
sociedad colonial temprana. Petronila de Castro al tiempo que vivió su
presente construyó una experiencia de vida, una memoria familiar que
se proyectó hasta casi un siglo después de su muerte.
Pero la encomienda de humahuaca también se nutrió de otros com-
ponentes que hicieron a la misma dinámica del proceso poblador; se nu-
trió de guerras de conquistas, de avanzadas con fines políticos y también
de fundaciones de pueblos. El éxito o el fracaso de esas instancias estuvo
íntimamante relacionado con la coyuntura histórica vigente al momento
de su realización. Ese tiempo histórico respondió, en ocaciones, a proble-
mas internos de los propios españoles aunque, como veremos, la mayo-
ría de las veces dependió de la amplia gama de formas de resistencia que
desplegaron los indígenas.

165
ANB, EP, Vol. 39, Año 1606.
166
ANB, EP, Vol. 52, Año 1600; Vol. 71, Año 1602, Vol. 49, Año 1602; etc.
167
ANB, EP, Vol. 35, Año 1611.

137
138
4

Los “tiempos idos”

En el presente capítulo centraremos nuestro análisis en la sociedad


indígena y en los cambios que se produjeron en ella durante los sucesi-
vos momentos de contacto con los españoles. El mismo está compuesto
por dos títulos principales: “El tiempo de la guerra” y “El tiempo de la
paz”. El primero refleja los intentos de apropiación de la fuerza de traba-
jo de los indios de Omaguaca por los encomenderos anteriores a Juan
Ochoa de Zárate. Para describir el período previo a 1595 observaremos
los sucesivos avances de conquista que se realizaron desde Charcas ha-
cia el sur. Para ello nos centraremos en algunos hitos significativos: la
campaña de Martín de Almendras hacia el Tucumán (1564) y la funda-
ción de la Villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija (1574), entre
otros. El segundo título comienza con el momento de la fundación de
San Salvador de Jujuy, la captura del cacique Viltipoco y la fundación de
San Antonio de Humahuaca por Juan Ochoa de Zárate en 1593/5, es
decir se refiere al comienzo de un lento pero inexorable proceso de colo-
nización. En este apartado se observarán las transformaciones produci-
das en la sociedad indígena desde aquella fecha hasta aproximadamente
1638, año de la muerte de Pedro Ortiz de Zárate, hijo de Juan Ochoa. Por
lo tanto, este capítulo considera el período completo de los dos primeros
encomenderos de los indios de Omaguaca en el Tucumán.
Los actores sociales que protagonizan el capítulo muestran una di-
versidad que muchas veces solo puede observarse veladamente a través
de la documentación colonial. Si bien el presente apartado no tiene por
finalidad la búsqueda de identidades étnicas, nos detendremos en un
análisis pormenorizado de las mismas cuando la comprensión de esas
identidades sea un asunto clave para entender la diversidad de respues-
tas frente a la presión colonial. A simple vista, el cuadro indígena en el
extremo sur de la jurisdicción charqueña puede parecer extremadamen-
te claro. Encontramos una gran porción de tierra ocupada por los chichas

139
quienes, a comienzos de 1560, fueron asentados en tres pueblos principa-
les de reducción: San Juan de la Frontera de Talina, Nuestra Señora de la
Asunción de Calcha y Santiago de Cotagaita. Más al sur, casi en la fronte-
ra con el Tucumán, aparece San Rafael de Sococha como un pequeño vi-
llorrio multiétnico, prácticamente sin población estable donde los indios
acudían temporariamente a trabajar para los españoles. Más allá de la
línea imaginaria que podemos trazar entre Talina y Sococha se encontra-
ban los indios de guerra, responsables de la fracasada de la entrada y de
la muerte de Martín de Almendras y del fugaz poblamiento de la ciudad
de Nieva (1561). Además de los indios de guerra ubicados hacia el sur,
todo a lo largo de esta frontera, hacia el este, la presencia chiriguana fue
una preocupación constante para las pretensiones imperiales168. El cua-
dro esquemático que presentamos encierra también complejas relaciones
de interacción en sus formas más extremas: de alianza y guerra.

El tiempo de la guerra (1560-1593)

Mucho antes que Juan Ochoa de Zárate hiciera efectiva su enco-


mienda, su padre, Pedro de Zárate y los anteriores maridos de Petronila
de Castro intentaron que “sus” indios les sirvieran. Algunos lo lograron
y otros no, pero la forma de apropiación de energía indígena fue muy
diferente a como ocurrió luego de la captura de Viltipoco en 1595, cuan-
do los indios fueron asentados en los pueblos de reducción donde sus
encomenderos podían ejercer un control permanente. Es justamente esta
situación la que reflejaremos en el siguiente apartado. Para desarrollarla,
observaremos los sucesivos avances de conquista que se realizaron des-
de Charcas hacia el sur es decir, hacia el Tucumán. Como anticipáramos,
para ello nos centraremos en algunos hechos tales como la campaña de
Martín de Almendras (1564), la fundación de la Villa de San Bernardo de
la Frontera de Tarija (1574) y otros acontecimientos que nos ofrecen infor-
mación sobre aquel momento histórico.
A lo largo de este período el marco de resistencia estuvo signado
por un estrecho margen de negociación que se complementó con la beli-

168
En este contexto es necesario señalar que los chiriguano no eran un todo unifica-
do. Por el contrario, como recuerda Saignes (1990: 11) era una sociedad “fundada
en la discordia civil” donde “primaban las rivalidades internas a las cuales estaba
subordinada la lucha anti-colonial”. La cohesión del grupo chiriguano se funda-
mentó en la misma oposición dentro de sus comunidades locales.

140
N

0 50 km

Mapa 4. Territorios de control étnico hacia fines del siglo XVI

gerancia permanente de los indígenas de acuerdo a las oportunidades y


conveniencias. Ese estado de beligerancia será uno de los ejes articuladores
a partir del cual se analizarán las relaciones entre indios y españoles. El
análisis se complementará con la consideración de otros dos ejes: la figu-
ra del cacique como permanente articulador entre ambos conjuntos so-
ciales, y el uso del tributo como elemento negociador (en la manera que
aquel se hubiese manifestado).
Tanto la cédula de encomienda otorgada a Juan de Villanueva en
1540 como la documentación producida entre 1593 y 1595 nos remiten a
dos señores principales, Quipildora y Viltipoco quienes tuvieron bajo su
mando un importante número de indios. En 1540 la cédula de encomien-
da otorgada a Villanueva se refiere a Quipildora en estos términos: “Os
deposito en la provincia de Tarija el cacique Quipildora señor de
Omaguaca con todos sus pueblos e indios en esta manera”169. Casi 60
años después, rememorando la captura de Viltipoco se dirá:

169
Diligencias seguidas por don Diego Ortiz de Zárate para establecer su derecho y
lugar a la sucesión de la encomienda de Humahuaca y Sococha en Jujuy. ANB, EC,
Nº 18, Año 1684, f. 22.

141
El dicho capitán Don Francisco de Argañaráz prendió al mayor tirano
capitán que había en dicha cordillera que era el más temido y respetado
de los indios de toda la provincia y el más belicoso y astuto en la guerra y
en los asaltos y robos y muertes que sucedieron llamado Viltipoco y este
era el general de los dichos indios de toda la dicha provincia así de el valle
de Calchaquí como de Omaguaca e churumatas y apanatas y omanatas y
churiguanaes y finalmente de todos los indios de aquella provincia era el
superior170.

¿De que tipo de señores hablan las fuentes? ¿Fue Quipildora un an-
tiguo señor étnico que con la dominación incaica se convirtió en un señor
regional? ¿Fue Viltipoco una autoridad regional solo a los efectos de la
guerra contra los españoles? Para establecer un paralelismo entre
Quipildora y Viltipoco es imprescindible mencionar diferencias de con-
texto entre uno y otro. Considerando, como señaláramos oportunamen-
te, que la cédula que menciona a Quipildora fue elaborada a partir de la
información obtenida de los quipu camayoc, todo indica que aquel caci-
que reflejaba el nuevo diseño de la estructura imperial. Por su parte, los
relatos acerca de Viltipoco previos a 1593 muestran las andanzas de un
cacique que admitía la negociación con los nuevos conquistadores, aun-
que se resistía a perder su autonomía. Uno, Quipildora, fue el cacique
sobre quien el primer encomendero de los indios de Omaguaca, Juan de
Villanueva, debió tomar posesión efectiva para poder luego obtener tri-
buto de su gente. El otro, Viltipoco, aparece como el último gran líder de
la resistencia indígena al norte del valle Calchaquí, entre la quebrada de
Humahuaca y los espacios económicos y administrativos de mayor im-
portancia al sur del Cuzco: Charcas y Potosí. Ateniéndonos al significa-
do de las palabras utilizadas para dirigirse a estos líderes étnicos en la
documentación hispana, observamos que de 1540 a 1593, de Quipilodra
a Viltipoco, se va de “señor” a “capitán o general”171.

170
Información de los méritos y servicios hechos a Su Majestad por Francisco de
Argañaráz, en la conquista de las provincias del Tucumán y fundación de pueblos,
en especial de Jujuy. Declaración de Juan de Chávez. Levillier 1918-20, II: 541.
171
“El capitán general de los indios de guerra enemigos que era Don Diego Viltipoco
que era el superior de toda aquella tierra y provincia que lo mandaba y señoreaba
todo como a indio belicoso y grande enemigo de los cristianos carnicero y cruel y
que por su orden e industria habían acaecido las muertes que sucedieron en el di-
cho valle y provincia de Jujuy y Salta y La Rioja y como el dicho Viltipoco había
muerto tanta gente española y despobladose tres veces estaba tan encarnizado le-

142
La historia de los indios de Omaguaca en el período que comienza
con Quipildora y termina con Viltipoco estuvo signada por permanentes
formas de resistencia que se combinaron con otras tantas de negociación.
No podemos vislumbrar el grado de beligerancia que ha tenido el andar
de Viltipoco, su accionar en este sentido se mantiene más en un nivel
mítico que real172. En cuanto al aspecto negociador las referencias tam-
bién son escasas, hacia 1586 Viltipoco envió a sus representantes para
negociar con la Audiencia de Charcas. La solicitud fue clara173:

Viltipoco envió algunos indios principales a la Audiencia de La Plata, pi-


diendo quería servir y pagar moderado tributo, poblar los tambos que
hay de sus tierras a Talina, dar en ellos al precio que en Talina gallinas,
carneros de Castilla y de la tierra, para cargas, maíz, y lo demás, como en
los tambos de Potosí, y admitirían sacerdotes, con tal condición que no
habían de tener otro encomendero que a Su Majestad174.

Otra versión de la acción de Viltipoco indica que:

vantado y soberbio que no hubo nueva de que había junta y llamamiento general a
todos los capitanes y caciques de la dicha cordillera que son mas de diez mil indios
de guerra todos y muy belicosos como son diaguitas chichas omaguacas churumatas
lules y apanatas y otras muchas naciones que hay en la dicha provincia y cordilleras
de una parte a otra del valle y era tanta la fama del dicho capitán Viltipoco que
hasta los indios de Chile le respetaban y le enviaban presentes y se confederaban
con él solo por ser cómo era tan enemigo de los españoles...”. Información de los
méritos y servicios hechos a Su Majestad por Francisco de Argañaráz, en la con-
quista de las provincias del Tucumán y fundación de pueblos, en especial de Jujuy.
Declaración de Pedro Díaz de Herrera. Levillier 1918-29, II: 546 y 547.
172
Posiblemente la documentación que atestigua sus acciones bélicas se hayan per-
dido, como muchas otras del Archivo Histórico de Santiago del Estero.
173
La fecha de 1586 se desprende de la lectura de Lizárraga ([1605] 1987: 409) y de la
Probanza de méritos y servicios de Francisco Altamirano y su padre Juan Velázquez
Altamirano (AGI, Charcas 80, Año 1596). La misma puede tener cierto margen de
error aunque entendemos que el hecho no fue posterior a que Juan Ramírez de
Velazco se constituyera en Gobernador del Tucumán. Ramirez de Velazco fue nom-
brado gobernador por Real Cédula de Felipe II del 20 de marzo de 1584 pero recién
llegó a Santiago del Estero, procedente de España, en los primeros días de diciem-
bre de 1586 (Zenarruza 1984: 76 y ss.).
174
Al momento es imposible precisar cuales eran las tierras que estaban bajo el
dominio de Viltipoco, aunque suponemos que las mismas se orientaban hacia el sur
de Talina hasta las inmediaciones de la laguna de Guayatayoc y hacia el este, los
contrafuertes de Humahuaca (Lizárraga [1605] 1987: 409).

143
aquellos caciques que había sacado el dicho Francisco Altamirano (entre
los que se encontraba Viltipoco) le decían y prometían de asegurar el ca-
mino que va a la provincia del Tucumán y que harían un tambo en una
parte cómoda donde darían comida y aviamiento a los que fuesen a la
dicha provincia del Tucumán175.

Respecto de las citas cabe preguntarse si los testigos de la Probanza


a la que nos referimos en nota 175 y el Padre Lizárraga relataron la mis-
ma acción. En el primer caso la solicitud no habría sido totalmente vo-
luntaria del cacique sino como consecuencia de la acción de Francisco
Altamirano quien la realizó por orden de su padre, Juan Velázquez
Altamirano, en aquel entonces corregidor de Atacama. Por su parte,
Lizárraga la refiere como una acción espontanea de Viltipoco. Si bien
ambas no son excluyentes creemos que el cacique ya tenía una predispo-
sición para negociar con la Real Audiencia y que el “acompañamiento”
de Altamirano posiblemente fuera pautado. El análisis se basa en las con-
secuencias de la acción. Según los testigos de la Probanza, una vez que
Viltipoco regresó a sus tierras, “desde entonces se allanaron y han que-
dado de paz”. En tanto Lizárraga ([1605] 1987: 409) es explícito en este
sentido, él dice que:

llegado a Salta hallé allí al gobernador Ramírez de Velazco, y sabiendo


que Viltipoco se había reducido al servicio de Su Majestad envió un capi-
tán con diez soldados bien apercibidos a tomar la posesión de aquella
provincia por su gobernación, los cuales llegando y por Viltipoco sabida
su venida, les dijo que se volviesen a Tucumán, donde habían salido, por-
que no había de ser sujeto a aquella gobernación, sino a la Audiencia de
Charcas, donde no, los haría matar a todos.

Existen registros que indican que por lo menos hasta 1588 los indí-
genas, liderados por Viltipoco seguían siendo un problema para el go-
bernador del Tucumán176. Si bien ya para 1588 el proceso de pacificación
parecía irreductible y, como señaláramos en el capítulo anterior muchos
de los indios de guerra se habían retirado hacia los contrafuertes de
Omaguaca, creemos que todavía faltaban unos años para alcanzar una
paz definitiva.

175
Probanza de Méritos y Servicios de Francisco Altamirano y su padre Juan
Velázquez Altamirano. AGI, Charcas 80, Año 1596, f. 14v.
176
Zenarruza 1984: 168 y 169; AGI, Patronato 29, Ramo 39, Año 1587, f. 2.

144
¿Por qué Viltipoco actuó de esa manera frente a la Audiencia de
Charcas? ¿Estamos frente a una muestra de poder o de debilidad del ca-
cique? Para analizar el derrotero entre guerra y negociación debemos te-
ner en cuenta los sucesos acontecidos en los últimos treinta años. Aque-
llos que fueron hitos significativos para los españoles (entradas de con-
quista, fundaciones de ciudades y pueblos de reducción) nos proveerán
el grueso de la información para el análisis subsiguiente.

El contexto bélico

En 1575 la historia de la encomienda de Omaguaca realizó un giro


que resultó trascendental para su propia subsistencia. En la esfera priva-
da es necesario considerar el casamiento de Petronila de Castro -quién
poseía la encomienda- con el capitán Pedro de Zárate, dirimiendo de esa
manera una vieja disputa entre encomenderos. A su vez, por una
intencionalidad política, el virrey Francisco de Toledo le reasignó a Zárate
la misma encomienda que 35 años atrás Pizarro le otorgara a Villanueva.
La encomienda que debía quedar vacante con la muerte de Petronila, o
con la de su marido, pasaba nuevamente a primera vida por una deci-
sión política del virrey Toledo. El casamiento entre Petronila y Pedro es-
tuvo signado por necesidades mutuas. Sin dejar de lado cuestiones emi-
nentemente sentimentales Petronila, con una vasta experiencia de vida,
era aún una mujer joven. Contaba con el reconocimiento social y una
buena posición económica, pero necesitaba apoyarse en un hombre para
el manejo de sus negocios y la administración de la encomienda. Respec-
to a Pedro, todo indica que aquel antiguo conquistador necesitaba con-
solidar su posición y jerarquía con una encomienda que él mismo no
podía conseguir y que otrora pleiteara con su esposa actual. El casamien-
to con Petronila puso fin a la disputa, a la vez que le permitió a Pedro
imaginar el fin de sus días gozando de las comodidades de la ciudad y
lejos de los campos de batalla. La acción de Toledo respondió a la necesi-
dad de implementar su plan político pero sobre todo el económico. En el
sur del virreinato dicho plan tuvo dos aristas principales: incrementar la
producción de metales preciosos, particularmente la plata potosina, y abrir
un paso hacia el Océano Atlántico (Assadourian 1986). Con la llegada de
Toledo al virreinato del Perú, a comienzos de la década de 1570, los inte-
reses de las autoridades españolas estaban bien definidos, ellos se con-
traponían cada vez más a los intereses indígenas.
Para Toledo los chiriguanos fueron una verdadera obsesión, sus
permanentes entradas hacia la “zona andina” afectaron los intereses de

145
la corona en dos sentidos. Primero, intranquilizaron a los españoles que
trabajosamente invirtieron en los asientos mineros, alterando de ese modo
el libre tráfico de mercancías. Segundo, fueron una amenaza contra la
estabilidad de los chichas pacificados y alimentaron la posibilidad de
una revuelta generalizada que impediría consecuentemente el libre flujo
de tributos de aquellos hacia los españoles. Terminar con los chiriguanos
y avanzar hacia el sur, sur-este, eran las dos caras de una misma moneda;
así, a mediados de 1571 el operativo se puso en marcha. Pero la acción
efectiva de Toledo contra los chiriguanos debe enmarcarse en los sucesos
ocurridos una década atrás.
Luego de lo que podría parecer una tensa calma, entre 1562 y 1563
se produjo un gran levantamiento de indios chiriguanos que afectó los
territorios comprendidos desde Santa Cruz de la Sierra hasta el norte del
Tucumán. El hecho de que algunos caciques chiriguanos hubiesen acep-
tado ser “cristianizados” fue interpretado por los españoles como el princi-
pio de una convivencia pacífica; mientras tanto, los indios lentamente com-
prendieron que aquella formalidad no era más que el primer paso hacia su
dominación. Tras la cristianización llegarían los españoles con sus pueblos
y sus estructuras administrativas para exigirles tributo177. Así comenzaron
a sucederse los levantamientos chiriguano, casi sin solución de continui-
dad quemaron los pueblos de La Barranca y Condorillo, este último con
más de cuatro años de existencia, matando a todos los españoles que vi-
vían en ellos y haciendo prisioneros a sus indios de servicio. Hacia el sur
entraron en el valle de Tarija donde tenía poblada su estancia el adelanta-
do Juan Ortiz de Zárate. Los chiriguano fueron directamente sobre la es-
tancia llevándose a casi todos sus indios de servicio, matando a la mayoría
del ganado y ocasionando una pérdida de dinero por valor de cincuenta
mil pesos. Las entradas se fueron repitiendo periódicamente año tras año.
Con el tiempo los chiriguano se hicieron fuertes en el valle de Tarija y des-
de allí realizaron sus andanzas contra los pueblos de españoles, particular-
mente los de Tomina y Sococha, pueblos de indios chichas178.

177
Saignes (1990: 24 y ss.) le otorga un rol central a la guerra dentro de la sociedad
chiriguana. La misma hacía a la propia reproducción social de los grupos, incorpo-
rando a los vencidos por la vía del sacrificio o el matrimonio, a la vez que permitía
canalizar la violencia exacerbada fuera del grupo local.
178
Información que se hizo por mandado del excelentísimo Visorrey del Perú Don
Francisco de Toledo en la cordillera de los chiriguanaes por su persona que su exce-
lencia designare y lo que pidan los indios que se hallan con ellos para salir de paz..
AGI, Patronato 235, Ramo 1, Año 1573.

146
Con estos antecedentes Toledo sabía muy bien que avanzar sobre
los chiriguano no sería tarea fácil. Los motivos trascendentales que afian-
zaron sus temores fueron dos: la reconocida “ferocidad” de los chiriguano
y la dificultad de movilizar a los encomenderos quienes sabían que dete-
ner, y tan solo detener el avance chiriguano, les traería únicamente bene-
ficios indirectos. Como máximo, de la expedición podrían obtener algu-
na “pieza” suelta para su servicio personal pero, en la mayoría de los
casos, el enfrentamiento con los chiriguano significaba matar o morir.
Políticamente Toledo actuó con mucha astucia. En primer lugar, presio-
nó a la Audiencia de Charcas para que se realizara una información -
cuyo objeto era comprometer tanto al cuerpo como a cada uno de sus
miembros- y que giró a partir de tres ejes bien claros: 1) la legitimidad
que tenía la guerra contra los chiriguano atento a las atrocidades que
venían cometiendo y a su renunciamiento a la Fe Católica luego de haber
sido bautizados; 2) que llevar adelante esta guerra era obligación del Rey
como juez supremo de los reinos del Perú; 3) que los vecinos
encomenderos y señores de chacras estaban obligados, por su calidad de
tales, a alistarse en el ejercito Real. No obstante, también existía una obli-
gación moral para todos aquellos que debían defender la tierra donde
residían179. En segundo lugar, fiel a su estilo, el propio virrey se puso al
frente del ejercito de conquista.

179
“En cuanto a lo primero si esta guerra o castigo a los chiriguanaes es lícita atento
a los males y daños que han hecho en los vasallos de su majestad y abominaciones
que han cometido que todas son notorias y de ellas están hechas muchas informa-
ciones y han apostatado habiendo sido bautizado los más de los principales de los
dichos chiriguanaes han escarnecido en muchas maneras de nuestra Santa Fe Cató-
lica digo que me parece que el dicho castigo es lícito y muy necesario porque ellos
sean castigados de sus crímenes y delitos y los naturales de este reino lo entiendan
y no lo tomen ante vuestra Majestad para desvergonzarse viendo que los dichos
chiriguanes siendo tan pocos se quedan sin castigo de crímenes y delitos tan atroces
y abominables como han cometido. A lo segundo si el Rey es obligado a hacer este
castigo digo que a mi parecer es que sí porque tiene obligación a mantener en justi-
cia sus vasallos y no consentir se les haga agravio y es obligado a satisfacerles de
todos los males y daños que se hicieron y a castigar todos los delitos y crímenes que
en sus reinos y señoríos se cometieron y a lo mismo está Vtra. Excelencia obligado
porque es Juez Supremo en todos los reinos de el Perú y no lo habiendo las leyes
obligan a Vtra. Excelencia a los daños e intereses que se no los castigar se decrecie-
sen. En cuanto a lo tercero si los vecinos encomendero señores de chacras y los
demás moradores serán obligados a ayudar y contribuir para el dicho castigo digo
que es mi parecer que para defender la tierra y provincia adonde residen todos
obligados a defenderla y a dar el fervor y ayuda que pudieran para este efecto

147
La campaña, como ya lo desarrolláramos en el capítulo 3, dejó como
saldo una gran pérdida de vidas humanas e incluso casi costó la del pro-
pio virrey. En su aspecto positivo debemos destacar la fundación de San
Bernardo de la Frontera de Tarija (1574), ciudad que sirvió de base para
una paulatina presencia de chacras de españoles en la región fronteriza
de lo que actualmente es Argentina y Bolivia, con el consecuente retroce-
so de los chiriguano. Antes de continuar con la campaña del virrey es
preciso realizar algunas aclaraciones respecto a los chichas.

Los chichas y los chichas

El factor común de las campañas llevadas adelante por Almendras


primero y el virrey Toledo después fue que ambas pasaron permanente-
mente por territorio chicha y se apoyaron en aquellos indios para conse-
guir “indios amigos”. Realizaremos algunas consideraciones acerca de
los chichas a fin de comprender las diferentes respuestas que implemen-
taron frente a las sucesivas campañas de conquista.
La caída de los incas trajo como consecuencia directa el debilita-
miento de toda la franja este de la geografía imperial con la consecuente
exposición de los grupos allí ubicados, entre los que se encontraban los
chichas. Estos estuvieron expuestos en el extremo sur de Charcas a una
doble frontera. Hacia el este se trataba de una frontera ecológica -ya que
era allí donde la altiplanicie andina va dejando paso a las yungas- y a la
vez cultural -pues limitaba con los tan temidos chiriguano de las tierras
bajas-. Hacia el sur la frontera aparece señalada de manera precisa en los
documentos, sobre todo en aquellos que relatan campañas militares. En
ellos se diferencia permanentemente a los chichas de los llamados indios
de guerra, más difíciles de dominar para el español. El área de frontera
coincidía con lo que luego sería, aproximadamente, el límite norte de la
gobernación del Tucumán. Cómo señalamos en el capítulo 2 parte de ese
lugar estaba ocupado por los indios de la encomienda otorgada a Juan de

próximo para ir fuera de la provincia los que tienen feudo a merced del Rey están
obligados a servirla en la guerra cuanto bastare el dicho feudo a merced y no más y
los demás fuera del caso que tengo dicho no pueden ser compelidos a contribuir ni
ir a la guerra en el caso de que acá se trata”. Información que se hizo por mandado
del excelentísimo Visorrey del Perú Don Francisco de Toledo en la cordillera de los
chiriguanaes por su persona que su excelencia designare y lo que piden los indios
que se hallan con ellos para salir de paz. AGI, Patronato 235, Año 1573, f. 1 y 1v.

148
Villanueva y además al menos algunos de sus ocupantes fueron recono-
cidos por el oidor Matienzo como indios chichas.
En 1539 Francisco Pizarro le otorgó a su hermano Hernando una
extensa cédula de encomienda que comprendía pueblos y caciques des-
de el Cuzco hasta el sur de Charcas. En la parte que nos ocupa dice:

y mas la provincia de los Chichas en Urinsaya y el cacique Vinchuca y el


cacique Chapora y el cacique Condori y el cacique Talava y el cacique
Hallapa y en Anansuyo el cacique Chuchullacomasa y el cacique Sindara
y el cacique Yelma y el cacique Tucaxa y el principal Caritima de Callua y
el principal Arucopaxa mitima de Socolla y el principal Comanache mitima
de Canche y el principal Condoricana mitima de Pisquillata y el principal
Maco mitima de Caranga y el principal Chico mitima de Quilena y el
principal Caguia Capariguana mitima de Condesuyo y el principal Chuara
mitima de Collado y el principal Ancachicha mitima del Cuzco y el prin-
cipal Tirracurraba mitima de tambo y el principal Tascaga mitima de [Yura]
con todos sus indios principales a ellos sujetos180.

Desde su regreso a España en 1540 Hernando Pizarro había queda-


do prisionero en Mota de La Medina como consecuencia del asesinato de
Diego de Almagro, por lo que no pudo ejercer la “vecindad”, requisito
indispensable para mantener la posesión de la encomienda y que impli-
caba vivir en términos de su jurisdicción además de cumplir con deter-
minados deberes para la Corona. Pese a su situación, la encomienda no
pasó inmediatamente a manos de la Corona, Hernando Pizarro desde su
prisión consiguió dejar como apoderado a su mayordomo Martín Alonso
de los Ríos. Hernando y su esposa y sobrina, Francisca Pizarro, lograron
disponer, por intermedio de mayordomos, apoderados y empleados de
parte de los tributos de la encomienda, el resto fue depositado en las
Cajas Reales de Potosí. Los chichas fueron los actores principales, aun-
que muchas veces involuntarios, de los acontecimientos sobre los que
daremos cuenta a continuación.
El década de 1560 comenzó para los españoles con un extraño mo-
vimiento indígena hacia el sur del Perú denominado Taki Onqoy o enfer-

180
Tramite para el otorgamiento de la tercera vida a Diego Ortiz de Zárate a pedido
de su hermano Juan que vive en Guipuscoa. AGI, Justicia 406, Año 1539, f. 51v. a 54.
La cédula está transcripta en Zanolli 1998-99: 17 a 19 y en Varón Gabai 1996: 73. La
misma cita aparece en el capítulo 2 pero, como se trata de contextos diferentes,
creemos necesario reiterarla. Apéndice A.

149
medad del baile. Casi sin previo aviso, las huacas andinas habían decidi-
do sacar a los indios de su letargo y resignación. Había llegado el tiempo
en el que un conjunto de huacas panandinas y el Dios cristiano se enfren-
tarían para dirimir la victoria181. También para la misma fecha, pero en el
plano estrictamente militar, comenzaba a tomar forma el estado neoinca
de Vilcabamba que lentamente se fue convirtiendo en una verdadera
pesadilla para las autoridades españolas. De la mano de Manco Inca este
grupo de incas rebeldes organizaron saqueos en las rutas que iban hacia
Lima y el Cuzco, los mismos fueron lo suficientemente constantes como
para generar una fuerte situación de inseguridad en los comerciantes y
transeúntes peninsulares. El movimiento recién finalizó el 24 de septiem-
bre de 1572 cuando el virrey Francisco de Toledo capturó a Tupac Amaru
y dispuso su ejecución. A pesar de la lejanía donde se sucedían los acon-
tecimientos, las noticias acerca de la inestabilidad y la posibilidad de
nuevos levantamientos generalizados intranquilizaron a los españoles
del virreinato. Por otra parte, lejos del movimiento de las huacas andinas,
en el centro-oeste de Tucumán un grupo de indígenas liderados por Juan
Calchaquí y atrincherados en el valle homónimo impedían tenazmente
la colonización de unas de las zonas más fértiles de la región. Entre 1549
y 1565 arrasaron una a una las ciudades fundadas por los españoles, como
forma de expresar su resistencia. El sur de Charcas articulaba estratégi-
camente al Tucumán con el sur del actual Perú. Un levantamiento en ese
lugar hubiera podido generar una situación sin retorno182.
Hacia 1562 los chichas encomendados a Hernando Pizarro que esta-

181
Sobre el tema ver: Stern 1986: 93-133.
182
“Por cartas escritas por esta Audiencia una de 30 de septiembre y otra de 23 de
diciembre del año de ‘64 [1564] se ha dado cuenta a vuestra Majestad del estado de
esta tierra y de la que cae debajo del distrito de esta Audiencia especialmente del
alzamiento de los indios chiriguanaes e cómo mataron al Capitán Andrés Manso e
a la gente que tenía consigo que no se escapo sino uno que trajo la nueva de la
sospecha que se tenía que lo mismo se había de haber hecho con el capitán Nufrio
de Chavez e con su gente que tenía poblado en La Barranca y Santa Cruz y cómo en
la Provincia de Tucumán un don Juan Calchaquí indio principal de los diaguitas
había muerto muchos españoles y a sus mujeres e hijos que residían en un pueblo
que en su tierra estaba poblado y cómo se había escapado huyendo algunos de ellos
y el poco remedio que en Lima se le había dado escribiose también que tenía con los
chiriguanaes e con los omaguacas, apatamas, casavindos e con una parcialidad de
los chichas indios que servían todos a esta ciudad y como había venido a hacer salto
cerca de Potosí y Porco y llevado y saqueado algunos pueblos”. Carta de la Audien-
cia de Charcas a S.M. dándole cuenta del alzamiento de los indios chiriguanaes y

150
ban asentados en sus tres principales pueblos de reducción vivían en for-
ma pacífica y “enteraban” su tributo como podían. Incluso eran recono-
cidos como excelentes mineros y se les consideraba vitales para el apro-
vechamiento de las minas de Potosí y Porco183. Pero esa forma de vida se
interrumpió de manera traumática, el levantamiento de los chiriguano y
la situación de inestabilidad en el valle Calchaquí obligó a los españoles
a actuar rápidamente; casi sin proponérselo, los chichas se encontraron
en medio de una batalla de intereses contrapuestos. En este contexto bé-
lico la Audiencia de Charcas decidió enviar a Martín de Almendras al
Tucumán. Comenzaba para los chichas una larga guerra en la que, para-
dójicamente, sus aliados fueron también todos sus enemigos.
Oportunamente hemos mencionado el fin político que tuvo la cam-
paña de Martín de Almendras cuya intencionalidad era que Charcas avan-
zara sobre el Tucumán. También otros motivos justificaban su partida:
evitar un masivo levantamiento chiriguano que alterase definitivamente
la precaria estabilidad lograda, e intentar pacificar a los “indios de gue-
rra’’ comarcanos, para que comenzasen a tributar regularmente ya que
su accionar también amenazaba a los chichas. Como bien señala Gerónimo
González de Alanis:

se determinó de que fuésemos a hacer guerra y conquistar a los indios de


omaguaca indios alterados repartidos a esta ciudad de La Plata y habían
sido causa por su rebelión de inducir a que se levantasen los indios chichas
repartimiento de Hernando Pizarro y el más cercano a los asientos de Porco
y Potosí lo cual fue causa que el año de sesenta y cuatro estuviesen en
armas los dichos asientos184.

Así como los españoles, representados en la Corona y en los


encomenderos, aportaron lo suyo para la expedición de Almendras; los
indios debieron cumplir con su parte. Los miembros de la Audiencia fue-
ron categóricos al señalar que los chichas deberían aportar 200 indios

muerte que dieron al Capitán Andrés Manso que por orden del Virrey del Perú fue
a conquistarlos. La Plata 2 de noviembre de 1566. Colección Gaspar García Viñas
Tomo XCVI, Doc. 1495, Año 1566, AGI 74.4.I.O.
183
ANB, LAACh, Volumen 1, Año 1564, f. 79, 79v. y 80. Colección Gaspar García
Viñas, Tomo CXII, Doc. 1720, Año 1571.
184
Carta y declaración de Gerónimo González de Alánis. AGI, Charcas 40, Nº 49,
Año 1566, f. 1.

151
“pues a ellos les compete la defensión de sus propias tierras, y porque la
defensa de sus propias tierras y jurisdicción a de ser a costa de los bienes
de ella”185. Es decir que la batalla no solo se libraría en territorio chicha,
sino que aquellos indios también deberían aportar hombres y bastimentos
especialmente en animales de carga y comida. Como para los chichas era
imposible cumplir esas exigencias además de pagar el tributo, la Real
Audiencia decidió “que a los chicha se les prometa de les pagar confor-
me a lo que sirvieren quitándoles de la tasa un año o conforme a lo pare-
cer al servicio a su majestad en esta jornada”186. La labor de los indios
amigos era vital para este tipo de campañas, por eso también se requirió
“que los indios vecinos quillacas de Puna, charcas y otros indios
comarcanos contribuyan en lo de los doscientos indios”187. A pesar del
significado que la expedición tuvo para los intereses de los chichas nin-
gún cacique de aquel grupo figuró entre los principales que guiaron a los
ejércitos indígenas. Los españoles confiaron el mando de los mismos a
Juan Colque, cacique y señor principal de las parcialidades de quillacas y
asanaques, sivarojos y uruquillas. Juan Colque, también mencionado en
la documentación como Juan Colque Guarache, fue el quinto descendiente
de una generación de caciques que tuvieron la particularidad de haber
estado siempre cerca del poder, tanto en momentos de supremacía incaica
como luego con los españoles188.
Ahora bien, llegado este punto es necesario reflexionar sobre algu-
nas preguntas: ¿Estuvieron todos los indios chichas exentos de pagar sus
tributos durante un año? ¿Estaban todos los chichas encomendados a
Hernando Pizarro? ¿Estaban todos los chichas pacificados? La primera
pregunta surge a partir de la distribución de las cargas que los españoles
involucrados debieron realizar para colaborar con la entrada de Almen-
dras. Los oidores de la Real Audiencia fueron claros en ese aspecto:

185
Ibid.
186
Ibid.
187
Ibid.
188
Sobre Juan Colque se dice que “ha servido generalmente a los virreyes goberna-
dores y audiencias y justicias y ha sido dos veces alcalde en esta ciudad y en la villa
de Potosí y se ha hecho confianza de su persona como de leal vasallo servidor de su
majestad y ha dado buena cuenta de todo lo que le ha sido encargado acudiendo
siempre a la labor de las minas de Potosí y Porco y en todo lo demás y en todo lo
demás (sic) que ha sido y la real hacienda ocupando en ello sus indios”. Probanza
de Méritos y Servicios del capitán Don Juan Colque. Pregunta Nº 21. AGI, Charcas
53, Año 1622, f 2v.

152
y que se haga la contribución de esta manera que Martín Alonso de los
Ríos, que tiene en depósito los dichos indios chichas, de las rentas y tribu-
tos de ellos que hubiere cobrado o cobrare e se debieren se den dos mil
pesos para ayuda a los caballos, armas y munición de esta gente, y de los
tributos vacos que están en cabeza de su majestad, se den quinientos pe-
sos y los demás vecinos encomenderos den sendos soldados, cada uno el
suyo excepto los que tienen comarcanos que son de a cada uno dos solda-
dos189.

Como puede observarse la mayor carga recayó sobre Martín Alonso


de los Ríos, mayordomo y apoderado de Hernando Pizarro, encomendero
de aquellos indios. Por lo tanto, cuando la Audiencia refiere que en com-
pensación de los servicios prestados se les exima de la paga de un año de
tasa a los indios chichas, la referencia es exclusiva para aquellos indios
chichas encomendados a Hernando Pizarro.
Para responder a la segunda pregunta, es decir si estaban todos los
chicha encomendados en Hernando Pizarro, volvamos por un instante a
la cédula de encomienda que Francisco Pizarro le otorgara en 1539. Fran-
cisco no solo encomendó a los chichas en su hermano, también lo hizo
con todos aquellos pobladores que estaban, como bien indica la cédula,
“en los chichas”. Esto incluía a las poblaciones originarias y a una impor-
tante cantidad de mitimaes. De tal forma vemos que Urinsaya se presen-
taba como un espacio aparentemente poco desestructurado en lo que a la
intromisión de foráneos se refiere; mientras que en Anansaya la situa-
ción es parcialmente diferente, luego de mencionados los cuatro caci-
ques principales el documento destaca la presencia de una importante
cantidad de mitimaes provenientes de diferentes partes del imperio190.
Es imposible, por el momento, determinar los espacios correspondientes
a Urin o Anan aunque sospechamos que los mitimaes debieron situarse
hacia el sur y eleste, concr etamente las zonas de fronteras es decir, hacia
el Chaco y hacia el Tucumán191. Es claro que la gran cantidad de mitimaes
ubicados en chichas estuvieron íntimamente relacionados con la particu-

189
ANB, LAACh, Volumen 1, Año 1564, f. 79, 79v. y 80. Los primeros registros de
tributación de los chichas a Hernando Pizarro datan de 1551. Apéndice C.
190
Remitimos al cuadro 1, capitulo 2.
191
La distinción entre Anan y Urin corresponde a una división espacial y simbólica
de las sociedades andinas. Para ampliar el tema ver: Rostworowski de Diez Canseco
1983, entre otros.

153
lar zona de frontera. La movilización de foráneos contempló, como pri-
mera instancia, el aspecto bélico y en menor medida el productivo. Ante
una presencia tan masiva de mitimaes debemos preguntarnos que pasó
con los antiguos ocupantes del lugar.
A pesar de la férrea defensa que los chichas hicieron de su territorio,
descartamos que el Inca haya realizado un traslado masivo de sus derro-
tados hacia el exterior de la provincia, pues esto hubiera tenido como
consecuencia inmediata agrandar, aún más, el vacío poblacional, pro-
ducto de los sucesivos levantamientos y las consecuentes guerras192. Esa
vez la política incaica estuvo condicionada, principalmente, por la beli-
gerancia de los chiriguanos y, en menor medida, por la de los “indios de
guerra” ubicados hacia el sur de Chichas. La estrategia fue negociar (desde
una posición de poder) con los chichas para que, defendiendo las fronte-
ras del imperio, también hicieran lo propio con su territorio. Los chichas
fueron utilizados como mitimaes para la guerra dentro de su territorio y,
en menor medida, en otros lugares ajenos al mismo, particularmente en
la quebrada de Humahuaca donde se ubicaron mirando al temido este y,
a la vez, controlando a los aparentemente disciplinados pobladores de la
Quebrada. Ese disciplinamiento puede hablar de relaciones de someti-
miento voluntariamemente aceptadas para con el Inca y/o de obedien-
cia para con los chichas. Como mitimaes del Inca, aquellos también des-
empeñaron funciones económicas.
En cuanto al aspecto productivo, baste mencionar la presencia de
grupos chichas en el valle de Cochabamba. Este valle fue uno de los más
importantes archipielagos estatales con producción de maíz destinado a
necesidades especialmente militares; fue conquistado por Tupac Yupanqui
quien solo se asignó algunas chacras dentro del mismo. Su sucesor, Wayna
Capac, fue el encargado de hacer de él uno de los enclaves productivos
más grandes del imperio para lo cual lo repobló con 14.000 mitimaes
aparte de conservar algunos grupos originarios para trabajos específicos
(Wachtel 1981)193.
La cédula de encomienda de Hernando, como señaláramos, comien-
za “e mas la provincia de los Chichas”. Siguiendo la cédula al pie de la
letra podemos suponer que Francisco dio en encomienda a todos los po-

192
Remitimos al capítulo 2 donde dimos cuenta de la conquista incaica hacia el sur
del Cuzco.
193
Para ampliar sobre las funciones de los chichas como mitimaes incaicos ver: Zanolli
2003.

154
bladores, originarios y mitimaes, de la provincia de los Chichas; es decir,
que otorgó a todos los indígenas que ocupaban un determinado territo-
rio. Si esto es correcto cabría suponer que no todos los chichas estuvieron
encomendados en Hernando Pizarro, o sea podría haber grupos deno-
minados chichas que deberían figurar en otras cédulas que se refieran a
encomenderos que recibieron indios en las mismas márgenes del territo-
rio chicha, o bien en regiones un poco más alejadas pero siempre fronte-
ras del imperio. A este hecho debemos agregar que, en más de una opor-
tunidad, nos llamó la atención que las referencias a los chichas son a “los
chichas de la Real Corona”194 o bien a los chichas de “aquella parciali-
dad”. En ambos casos, debido a la movilidad fronteriza producida por el
Inca podríamos pensar en la existencia de otros chichas, tal vez no deno-
minados como tales, quizá no encomendados “en la Real Corona” sino
en otros encomenderos.
Podemos observar dos casos de chichas encomendados a otros en-
comenderos, aunque creemos que no deben ser los únicos. El primero es
la cédula que Pizarro otorgara originalmente a Juan de Villanueva(1540)
que llegó casi sin alteraciones al capitán Pedro de Zárate, casado con la
viuda de aquel. En este caso, y como adelantamos oportunamente, los
chichas no son mencionados como tales en la cédula, pero sí en docu-
mentos posteriores presentados por Petronila de Castro en nombre de su
hijo, Juan Ochoa de Zárate, todavía menor. El documento hace referencia
a los chicha del valle de Moxo o bien a los delpueblo de Sococha 195. En
época colonial ambas localidades cayeron dentro de los límites de la ju-
risdicción de Chichas lo que nos permite suponer que la referencia nos
esta marcando posibles límites étnico-territoriales de tiempos anteriores.
El segundo caso es algo diferente. Se trata de dos encomiendas que
reclama Cristóbal Barba de Albornoz y que llegaron a su abuelo Cristó-
bal Barba Cabeza de Vaca por diferentes vías. La primera comprendía “la
provincia de los Charcas con los moyos-moyos” que pertenecieron a
Manjarraez y que luego pasaron a Hernando del Castillo. La segunda
perteneciente a Luis Perdomo, comprendía los indios del valle de Jujuy196,

194
Los que estaban encomendados a Hernando, en ese momento prisionero en Es-
paña.
195
AHJ, Documentos donados por el Padre Miguel Ángel Vergara, sin título ni
foliatura. La Plata, 14 de agosto de 1586. Agradecemos al Prof. Gastón Doucet el
habernos facilitado la documentación.
196
Información de méritos y servicios de Cristóbal Barba de Albornoz. AGI, Char-
cas 83, Nº 64, Año 1604. Imagen 16.

155
entre los que se detallan “yngas, chichas, churumatas y apanatas”197. En
este caso la cédula referida nos ubica en el valle de Jujuy198; nuevamente
aquí los cuatro grupos mencionados parecen ser mitimaes estatales aun-
que con una función que no podemos determinar aún.
Por último cabría preguntarse si todos los chichas estaban pacifica-
dos al tiempo de la expedición. La duda se plantea a partir de las afirma-
ciones de los testigos presentados por Juan Colque quienes, en su gran
mayoría, afirmaron que el capitán general fue y pacificó a los indios
chichas. Tomemos por caso solo a Antonio de Robles quien dice:

A la dieciocho pregunta dijo que este testigo vio que el dicho don Juan
Colque fue en servicio de su majestad y acompañamiento del capitán
Martín de Almendras a la jornada de los chichas y que el dicho don Juan
como cacique y señor principal iba por capitán general de todos los indios
amigos que fueron aquella jornada y vio este testigo que el dicho don
Juan como tal capitán general sirvió en la dicha jornada con sus armas
muy bien como buen capitán y por su industria y buena diligencia vio
este testigo que el dicho capitán Martín de Almendras hubo a las manos
al cacique y capitán principal de los dichos indios chichas y fue causa con
tomar el dicho capitán para que cesasen como cesaren los delitos y muer-
tes que los dichos indios chichas cometían y los pacificaron y quedaron de
paz como lo han estado desde entonces hará que han tributado y servi-
do a su majestad como indios que están en su real corona en lo cual el
dicho don Juan Colque hizo servicio notable a su majestad demás de

197
ANB, EP, Vol. 41, Año 1590. En la Información de méritos y servicios de Cristóbal
Barba de Albornoz el testigo Rodrigo Reguero de Albornoz “dijo que el dicho capi-
tán Cristóbal Barba Cabeza de Vaca tuvo en encomienda unos indios moyos que no
rentaban al día de hoy 200 pesos” y que “se le encomendaron otros indios en la
provincia de Salta (otros testigos dicen Jujuy) que fue la principal encomienda que
se le dio en remuneración de sus servicio los cuales no se le dieron nunca ni tuvo
aprovechamiento de ellos porque siempre estuvieron alterados e de guerra e
yéndolos a conquistar e pacificar el dicho capitán Cristóbal Barba Cabeza de Vaca
en compañía del capitán Pedro de Zárate por mandado de Don Francisco de Toledo
virrey que fue de estos reinos y los dichos indios le mataron a el y a un hijo suyo
llamado Diego Barba Cabeza de Vaca y el gobernador de la provincia de Tucumán
encomendó los dichos indios en diferentes personas”. AGI, Charcas 83, Nº 6, 1604,
imágenes 41 y 42.
198
El valle de Jujuy al que hace referencia el documento no es el que actualmente
conocemos, la referencia alude a una zona cercana al valle de Tarija, en el sur de
Bolivia.

156
que vio este testigo que el dicho don Juan gasto en lo susodicho mucha
cantidad de hacienda porque llevo mas de 300 carneros cargados de co-
mida para sustentar como sustentaba a los indios amigos que fueron a
la dicha jornada de que el era capitán general y esto responde a la pre-
gunta199.

Ahora bien, si retomamos algunas de las preguntas realizadas al


comienzo del apartado observamos que el panorama esquemático con
que presentamos a los principales grupos indígenas de la región: chichas,
chiriguanos e indios de guerra, comienza a alterarse lentamente. Como
vemos, la mayoría de las fuentes que hacen referencia a los chichas se
refieren a aquellos encomendados a Hernando Pizarro, ya pacificados y
por ende conocidos por los españoles y muchas veces califican simple-
mente como indios de guerra a otros indios chichas que no estaban en
esa condición, desconociendo también su carácter de tales a otros ya en-
comendados y que tributaban a su encomendero. Aquellos otros indios
chichas no estuvieron exentos de la tributación durante un año porque
no aportaron a los ejércitos españoles de las entradas. Los mismos apare-
cen solo veladamente en la documentación hasta que son pacificados,
luego muchas veces serán nombrados o se nombrarán conforme a las
nuevas pautas de identidad/identificación.
Después de la muerte de Almendras los indios amigos, principal-
mente los chichas, abandonaron el campamento y regresaron a sus tie-
rras llevándose sus bastimentos y dejando en una situación de notable
precariedad a los españoles sobrevivientes. Luego de 1564 la situación
no era tan idílica como señalaron los testigos presentados por Don Juan
Colque en su Probanza de Méritos cuando aseguraron que “mediante
los ardides y medios que tuvo [Juan Colque] los dichos indios se reduje-
ron al servicio de Su Majestad y desde entonces pagan tasa sin que des-
pués acá se hayan alterado200. Luego de la campaña de Almendras los
“indios de guerra” continuaron de la misma manera mientras que los
chichas, aquellos situados en sus pueblos de reducción, subsistieron en
una situación de notable precariedad y tributaron como pudieron, “pa-
gando tasa a su majestad y a sus oficiales reales en su nombre tributan a

199
Probanza de méritos y servicios del capitán Don Juan Colque. Pregunta Nº 18.
AGI, Charcas 53, Año 1622, f. 8.
200
Ibid. Pregunta Nº 3, f. 3.

157
los indios chiriguanaes porque no son poderosos para defenderse de
ellos”201. En 1565 un informe de la Audiencia de Charcas al Rey, dá cuen-
ta de la situación:

de cuatro años a esta parte poco mas o menos se han despachado de esta
ciudad cuatro capitanes para la seguridad de la dicha ciudad y provincia
que fueron Andrés Manso para lo de Condorillo y Martín de Almendras
para lo de Tucumán y otras provincias alteradas comarcanas a esta ciu-
dad con el cual este testigo fue por su maestre de campo y Pedro de Cas-
tro para lo de los chiriguanaes y Diego Alemán para lo de los mojos todos
con gente de guerra y mucha gente española y a todos cuatro capitanes
los mataron los indios con muchos españoles las cuales jornadas se han
hecho a costa de los dichos capitanes y de los vecinos y moradores de esta
dicha ciudad en que se gastaron mas de 100.000 castellanos y este testigo
gasto de su hacienda mas de 15.000 castellanos202.

En junio de 1572 el licenciado Recalde, oidor de la Real Audiencia


de La Plata, se dirigió hacia Chichas para proveer a Don Gerónimo Luis
de Cabrera quien iba camino a Tucumán. El panorama que dio del lugar
y sus indios es por demás ilustrativo. El oidor “caminó por el reparti-
miento de los Chichas 40 leguas y vio y entendió que en el dicho reparti-
miento había muy pocos indios que hace 8 años que los soldados que
salen y entran en Tucumán los roban y asuelan y por esta causa se han
ausentado muchos indios naturales del dicho repartimiento”203. Práctica-
mente cualquier referencia a los chiriguanos en documentos posteriores
a 1572 está íntimamente relacionada con la intención de Toledo de asegu-
rar la producción minera, es decir indican la necesidad de terminar defi-
nitivamente con el enemigo. Resguardar la minería y lograr una salida al
Océano Atlántico fueron los dos motivos principales que impulsaron las

201
La situación que se describe de los pueblos Chichas ocho años después de la
entrada de Almendras es por demás desoladora. De sus pueblos se dice “que no
tienen iglesia que tenga puerta ni campana ni dosel en ninguna iglesia y que en la
parcialidad de Cotagaita que es la segunda parcialidad de todo el repartimiento no
tienen iglesia ninguna no tienen pueblo que tenga 50 casas todos los mas pueblos
son de 10 a 12 casas y algunos de 5 0 6 casas tienen pocas tierras de provecho y
pocos pastos porque los montes son de ningún provecho” (ANB, LAACh, Vol III, f.
426 y ss).
202
AGI, Charcas 31, Año 1567, f. 4. Sin título.
203
Ibid.

158
fundaciones de San Francisco de la Nueva Alava (1575) y San Bernardo
de la Frontera de Tarija (1574).
No tenemos la certeza de que los chichas como unidad étnica hayan
sido un todo unificado políticamente antes de la conquista incaica. De
haber sido así, el efecto mismo de la conquista y la particular zona de
frontera como escenario de la misma debieron incentivar corrimientos
en los propios límites étnicos. Las cédulas de encomienda, que alteran en
sí misma la dinámica étnica muestran parte de aquella transformación.
No todos los grupos chichas estuvieron encomendados a un mismo es-
pañol y no todos respondieron de la misma manera a las presiones colo-
niales porque las mismas fueron dispares en uno y otro caso. Los chichas,
luego de las sucesivas conquistas y traslados no eran un grupo homogé-
neo, o al menos tan homogéneo, como los presentan los documentos.
Había chichas encomendados, pacificados, reducidos que, por fuerza o
voluntad, colaboraban con los españoles en las entradas de conquista.
Estos eran aquellos grupos encomendados a Hernando Pizarro y que la
Corona cuidaba celosamente por el valor del tributo y por los servicios
que prestaban en las minas aledañas. Pero no todos los chichas estaban
encomendados en Hernando; como ya señalamos, había indios chichas
que estaban encomendados en otros españoles, tal el caso de Juan de
Villanueva quien poseía la encomienda conocida comúnmente como “de
humahuaca”.
¿Por qué la situación que describimos acerca de los chichas no apa-
rece tan clara en la documentación? Una respuesta rápida haría mención
al desconocimiento que tenían los españoles de la dinámica étnica local.
Si bien esta explicación posee parte de verdad, entiendo que debemos ir
más allá. La situación de los chichas no aparece clara en la documenta-
ción porque la propia dinámica social no lo era, porque las relaciones
coloniales se hacían sentir fuertemente sobre los indígenas y sobre sus
identidades las cuales se redefinían permanentemente. Pero esas
redefiniciones no eran caprichosas, no se articulaban sobre objetos pasi-
vos a ser resignificados. Como señalamos oportunamente la etnicidad,
como una forma de identidad, es una estrategia que se adopta para la
formación de grupos cuando dos o más colectivos sociales están en
interacción y sus fuerzas no son equilibradas. Además es típico de estas
zonas de frontera, sobre todo una vez desarticuladas las jefaturas im-
plantadas por los incas, que el panorama político se caracterice por pre-
sentar cacicazgos pequeños o medianos. Esto permitió gran autonomía a
cada cacique, prolongó la conquista española y obligó a reducir grupo
por grupo.

159
Toledo y los indios

Con la entrada que encabezó el virrey Francisco de Toledo a los


chiriguano nueve años después de la de Martín de Almendras, se pusie-
ron en marcha dos nuevos intentos fundacionales. Con ellos se trató de
frenar de manera definitiva a los chiriguano y de pacificar a muchos in-
dios encomendados que por su estado de beligerancia, sea este perma-
nente o inconstante, no tributaban regularmente a sus encomenderos.
Para la acción Toledo confió nuevamente en un antiguo aliado de las
huestes españolas, Don Juan Colque, quien:

fue nombrado por capitán general por el muy excelente señor Don Fran-
cisco de Toledo virrey de estos reinos en la jornada que hizo de los
chiriguanaes de los indios amigos que fueron allá para la cual se llevo 250
fanegas de comida y 500 carneros de la tierra y otros proveimientos de
cecinas y muchas armas y mucha gente de su repartimiento para el servi-
cio del campo y que las dichas cosas valdrían cantidad de mas de 15.000
pesos204.

Para la entrada, Toledo reunió 3000 indios amigos para cargas y


bastimentos de los cuales algunos eran súbditos de Juan Colque y otros
eran chichas e indios comarcanos. La ascendencia del cacique sobre los
indios del común también jugó su parte en la elección205. Las autoridades
españolas temieron que ocurriera lo mismo que en la expedición de Al-
mendras cuando, a la muerte del capitán, los indios amigos se retiraron
del campo con cargas y bastimentos dejando desamparados a los espa-
ñoles. Los temores no fueron en vano, las consecuencias se vieron luego
del fracaso de Toledo cuando

los indios chichas que en ella hacían mita [en Tarija] alcanzaron a saber
que el virrey salía de la cordillera por Tomina con lo cual tuvieron tanto
temor de los chiriguanaes que se quisieron huir y entendido esto por el

204
Probanza de méritos y servicios del capitán Don Juan Colque. Pregunta Nº 4,
interrogatorio añadido. AGI, Charcas 53, Año 1622, f. 3v.
205
“Fue de mucha importancia la ida de Don Juan Colque en el campo de su exce-
lencia contra los chiriguanaes porque tuvo muchas mañas para entretener los in-
dios y entiende este testigo [Pedro de Zárate] que si no fuera por su industria se
huyeran muchos indios” Ibid., f. 21v.

160
dicho Gutierre Velázquez que en aquella sazón era alcalde ordinario mando
hacer e hizo presidio en la plaza de esta villa muy fuerte y dentro de ella
alojó a los indios206.

Dos fueron las principales excusas que arguyó Toledo para involu-
crar nuevamente a indígenas de un repartimiento “arruinado y despo-
blado”207 en una causa de esta naturaleza. La primera estuvo relacionada
con el trato que los chiriguano le daban a los chichas reducidos. La se-
gunda remite nuevamente a la posibilidad latente de un levantamiento
generalizado de aquellos indios. Aquí veladamente vuelve a aparecer la
distinción entre los chichas reducidos y aquellos que aún no lo estaban, a
ellos se refiere el propio Luis de Fuentes cuando dice que “los mismos
indios chichas mataban a muchos españoles y eran gente de guerra que
lo más del tiempo se andaban haciendo del arco y la flecha cometiendo
delitos y corriéndolo todo”208. Evidentemente los que hacían esos desma-
nes fueron los que se encontraban más al sur, más allá de San Juan de la
Frontera de Talina, “por la parte de los humahuacas y casabindos y ma-
taban algunos pasajeros por robarlos y causaban otros daños dando a
entender que los que lo hacían eran los chiriguanaes”209.
Ya hemos adelantado en el capítulo 3 las consecuencias que tuvo la
campaña del virrey Toledo desde una perspectiva hispana, veámoslo
ahora desde la indígena. Como señaláramos la intención de una doble
fundación fracasó con la pronta destrucción de San Francisco de la Nue-
va Alava en el valle de Jujuy. A pesar de los intentos del propio Luis de
Fuentes de ir en ayuda de Zárate, la suerte ya estaba echada. Esa vez, antes
que el potencial indígena fueron las propias rencillas internas de los espa-
ñoles las que postergaron la pacificación de los indios de guerra por casi
veinte años. Con el tiempo, la Audiencia de Charcas comprendió que aque-
lla era una causa perdida, la gran generación de conquistadores ya estaba

206
Probanza de Méritos y servicios del Maestre de Campo Gutierre Velázquez de
Ovando, uno de los primeros pobladores de la villa de Tarija. AHJ, Archivo del
Marquesado del Valle de Tojo, Carpeta 216, Año 1616, f. 13.
207
Información hecha de oficio en la Real Audiencia de Charcas de los servicios del
general Luis de Fuentes y Vargas poblador, corregidor y justicia mayor que fue de
la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija. AGI, Patronato 142, Nº 3, R. 1, Año
1604, f. 26.
208
Ibid., f. 4v. y 5.
209
Ibid., f. 71. Testimonio de Gonzalo Flores de Chávez.

161
vieja y cansada. No debe extrañarnos entonces que hacia 1587 el nuevo
gobernador del Tucumán, Juan Ramírez de Velazco, manifestara su inten-
ción de “salir con 30 vecinos y 600 indios amigos a procurar traer a servi-
dumbre a los indios de omaguaca, casavindo y calchaquí”210. Hasta 1595
los “indios de guerra” permanecieron como tales. Tampoco debe extrañar-
nos que la pacificación haya llegado de la mano de la fundación de San
Salvador de Jujuy (1593) propiciada por el propio Juan Ramírez de Velazco.
Luis de Fuentes realizó desde Charcas intentos de pacificación de
los “indios de guerra” entrando un par de veces hasta Casabindo pero él
mismo sabía que aquellas entradas eran más circunstanciales que defini-
tivas. Realizó una de ellas en compañía de Don Diego Espeloca, cacique
principal del pueblo de Talina, pueblo de indios chichas, quien “se ofre-
ció a ir a su costa y minción con veinte indios de su repartimiento con el
dicho capitán Luis de Fuentes211. La situación de aquellos indios chichas,
indios amigos quienes permanecieron largo tiempo en un estado de beli-
gerancia impuesta, no varió luego de la entrada de Toledo a los chiriguanos.
Ahora, una mayor presencia hispana y el auge potosino atentaban directa-
mente contra sus tierras. Once años después de la fundación de San Ber-
nardo de la Frontera de Tarija, Petronila de Castro, encomendera de los
indios chichas de los pueblos de Moxo y Sococha, denunciaba:

como algunos vecinos de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija


e otras personas que residen en la dicha comarca y en los pueblos de los
dichos indios de muchos días a esta parte les han hechos y hacen muchos
daños e agravios, tomándoles sus tierras e metiéndoles en ellas y en las
chácaras e sementeras que en ellas hacen, de que se sustentan y pagan sus
tasas, muchas sumas e cantidad de ganados vacunos e otros muchos ma-
yores y menores, con los cuales les han hecho y hacen cada día muchos
daños, comiéndoles sus sementeras e haciéndoles otros muchos agravios
en notorio perjuicio de los dichos indios212.

210
Extracto de una carta de Ramírez de Velazco refiriéndose a otra donde describió
pueblos de la Provincia del Tucumán. AGI, Patronato 29, Ramo 39, Año 1587, f. 2.
211
Información hecha de oficio en la Real Audiencia de los Charcas de los servicios
del general Luis de Fuentes y Vargas poblador, corregidor y justicia mayor que fue
de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija. Testimonio de Diego Zamudio.
AGI, Patronato 142, Nº 3, R. 1, Año 1604, f. 47.
212
AHJ, Documentos donados por el Padre Miguel Ángel Vergara, sin título ni
foliatura. La Plata, 14 de agosto de 1586.

162
La presencia de ganado en invernada o en corrales para matanzas se
había incrementado notablemente. Las tierras fértiles de los valles que cir-
cundan la Puna se convirtieron en un preciado tesoro, fueron elemento de
conflicto entre los propios españoles y motivo de abuso de los españoles
hacia los indios. Esta situación se prolongó hasta entrado el siglo XVIII213.
Desde el compromiso de Don Diego Espeloca, cacique de los chichas,
de aportar indios para realizar una campaña contra los indios de guerra
junto con Luis de Fuentes en el año 1575, hasta las palabras de Petronila
de Castro, encomendera de los indios chichas de los pueblos de Sococha
y Moxo defendiendo sus tierras en 1586 no pasó mucho tiempo, apenas
nueve años. Ambos, el compromiso de Espeloca y las palabras de
Petronila, marcaron dos tiempos bien diferenciados. El primero el tiem-
po de la guerra, donde las autoridades españolas en sus distintos grados
pactaban con señores supralocales para obtener beneficios mutuos. Las
segundas muestran una región pacificada donde las relaciones que salen a
la luz son aquellas que se dan entre los encomenderos y los agentes más
locales. Esta situación se analizará en detalle a continuación, al observar
las formas de tributación de los indios de humahuaca antes de 1593.

La encomienda de humahuaca antes de 1593

Si bien a lo largo de casi dos siglos los encomenderos de humahuaca


lograron tener numerosas posesiones inmuebles indudablemente, por
historia y por antigüedad, una de las mas preciadas fue la chacra que
poseyeron en Sococha. El lugar, en su poder aproximadamente desde
1555, se constituyó en un verdadero nexo entre encomenderos y enco-
mendados ¿Por qué en Sococha? Se nos hace imposible rastrear las con-
diciones en las que Juan de Villanueva adquirió esas tierras en medio de
la nada pero, evidentemente, la intención fue tener tierras que estuvieran
lo más cercanas posibles a sus indios. Suponemos que Juan de Villanueva,
el primer encomendero, se aprestó a buscar rápidamente aquellos indios
que le debían tributar. No buscaba piezas sueltas o meros indios de ser-
vicio, sino a los indios de su encomienda y Sococha era el lugar de resi-
dencia de Caquitoyay, cacique principal de los once pueblos menciona-

213
Juan José Campero contra Juan Antonio de Burgos sobre derechos a las tierras y
estancias (deslinde y amojonamiento) de Sansana, Escaya y la Ciénaga del Tambillo.
ANB, EC, Nº 1, Año 1716, f. 121 en adelante.

163
dos en la cédula. No podemos afirmar que Juan de Villanueva haya reci-
bido algún beneficio de parte de sus indios. Lo que sí podemos afirmar
es que el tributo de los indios de Sococha a su encomendero se puede
rastrear a partir de 1563. Los beneficios recibidos pueden ser catalogados
como relativos para esa época.
A pocos años de finalizados los estertores de las guerras civiles que
conmovieron al Perú, la colonización retomó su lento camino. San Rafael
de Sococha era uno de los pocos pueblos de reducción al sur de Charcas,
y el más alejado de la ciudad de La Plata que caía dentro de su jurisdic-
ción. Antes que un pueblo era apenas un punto de encuentro periódico
donde el encomendero obtenía de sus encomendados brazos fuertes que
fueran a Potosí. La opción de Potosí no es casual, este centro minero con-
jugaba tres factores que deben ser tenidos en cuenta: en primer lugar
estaban los intereses del encomendero, Juan de Cianca, poseedor de nu-
merosas vetas de minas en el Cerro Rico, como señaláramos en el capítu-
lo 3; en segundo lugar estaba la reconocida capacidad de los indios chi-
cha para laborar en las minas y, en último, hay que tener en cuenta la
situación regional hacia mediados de la década de 1560 en la cual la po-
sibilidad de tributo en especie por parte de los chicha, aun los más cerca-
nos a Potosí, se hacía difícil por la constante presión chiriguana.
Cianca, segundo marido de Petronila de Castro y por ende segundo
encomendero de humahuaca, estuvo en contacto con los indios de su
encomienda. Se trataba de una encomienda sobre la cual, hasta el mo-
mento, no se habría hecho más que una toma de posesión simbólica. Sea
cual fuere el “poder” que Cianca tuvo sobre sus indios, el empresario de
hecho dispuso de ellos. Así se comprueba en un folio suelto que acompa-
ña un documento donde en una columna a la izquierda del papel dice:
“memoria de los indios de Sococha que van a residir en Potosí. Salió a 23
de enero de 1564 años”, allí se mencionan diez indios, algunos únicamente
con el nombre indígena, quienes fueron sacados de su lugar de residen-
cia para ser trasladados al polo minero. La otra columna del mismo pa-
pel reza: “memoria de los indios que van a residir a Sococha que yo co-
nozco”214, la lista está compuesta por 37 nombres y, en algunos casos, se
aclara su procedencia (apéndice D). Las listas no están ubicadas de ma-
nera contigua por casualidad. Es previsible que grupos de indios reduci-
dos en el pueblo de San Rafael de Sococha, aunque no necesariamente de
un mismo grupo étnico, hayan sido utilizados para realizar algún tipo de
trabajo rotativo en Potosí.

214
ANB, EP, Vol. 8, Años 1563-1566.

164
Hacia 1550, y aproximadamente hasta la reorganización toledana,
hubo en Potosí dos tipos principales de indios: los yanaconas y los indios
de encomienda. La diferencia entre los dos categorías pasaba por una
línea muy delgada gracias a la práctica de La Gasca de otorgar yanaconas
en encomienda (Backwell 1984). Los indios de encomienda que iban y
venían a Potosí llamaban mita a este sistema de trabajo, recordando el
trabajo por turnos que habían realizado en tiempos pasados. En Sococha,
y en toda la región fronteriza que nos ocupa, la línea que separaba a los
indios que pertenecían o no a una determinada encomienda también era
muy delgada. En aquellos tiempos de conquista la apropiación de piezas
estaba a la orden del día215.
Los indios anotados por Cianca eran enviados a Potosí en el marco
de la encomienda y no como indios yanaconas. Los contingentes de in-
dios remitidos por entonces a Potosí eran de cuarenta indios promedio.
No es casual entonces que los indios que figuran en el papel sumen cua-
renta y seis. Ambas listas están encabezadas por un principal en el pri-
mer caso y por tres en el segundo. En los últimos tres casos no figura la
palabra principal pero al que actúa como tal lo precede el “don”. En los
cuatro casos los principales llevaban su nombre indígena, junto al nom-
bre español. Hay distinciones claras entre los indios “de Sococha” y los
indios “que hay en Sococha”.

215
Durante el gobierno del virrey Toledo y frente a las necesidades de los nuevos
pobladores, esa práctica se reglamentó a partir de pedidos personales al virrey.
Entre otros está el caso de Gutierre Velázquez de Ovando quien por ser “uno de los
primeros pobladores que entraron a poblar la dicha villa [San Bernardo de la Fron-
tera de Tarija] y fundarla y uno de los primeros que metieron ganados de ovejas y
cabras y había trabajado y gastado mucho en la dicha población y que para poderse
sustentar en la dicha villa y frontera tenía necesidad de algún servicio para pasto-
reo del dicho ganado y labranza y crianza me pidió y suplicó que de los indios
fugitivos y cimarrones que hay en la provincia de los charcas y chichas sin doctrina
y sin estar visitados e hiciese merced de los indios de los dichos cimarrones y fugi-
tivos por mi visto lo susodicho y ordené dar y di la presente por la cual doy licencia
al dicho Gutierre Velázquez para que sin perjuicio de tercero alguno y sin junta de
gente pueda recoger y recoja de los indios fugitivos y cimarrones en la provincia de
los charcas y chichas hasta en cantidad de los dichos 20 indios de los que se pueda
servir y servía de yanaconas dándoles doctrina competente y lo que es costumbre
dar en la villa de San Bernardo a los yanaconas y haciéndoles todo buen tratamien-
to y mando a cualesquier justicias de su majestad y a las de la dicha provincia y
villa de San Bernardo guarden y cumplan esta mi provisión y lo en ella contenido”.
Reclamación de un yanacona hecha por Gutierre Velázquez de Ovando fundada en
una provisión del virrey Francisco de Toledo. ANB, EC, Nº 4, Año 1605, f. 9v.

165
Los indios “de Sococha” que van a Potosí lo hacen con su principal,
y en un alto porcentaje (50%) están evangelizados. En ningún caso a con-
tinuación del nombre se aclara su procedencia lo que es lógico ya que la
misma está aclarada en el título, son todos de Sococha. Con respecto a los
indios “que hay en Sococha”, no el total de ellos sino los “que yo (Juan de
Cianca) conozco”, la situación es diferente. Todos parecen responder a
una autoridad jerárquica, Don Martín Chocoar. De los 37, dejando de
lado a los caciques, solo uno aparece con nombre español, el resto lleva
únicamente el nombre indígena. No se hace referencia étnica alguna, lo
que es lógico si se piensa que el documento no está confeccionado por
una autoridad oficial. En algunos casos se indica, de manera muy gene-
ral, la procedencia: de Yavi, de Xirote, etc.
¿Por qué Cianca anotó estos indios? ¿Lo reconocían como encomen-
dero? ¿Había algún trato entre él y los indios? Lo exhaustivo de la lista
permite afirmar que Cianca conocía bien a aquellos indios y el tener ano-
tados quiénes irían a Potosí responde a que los indios estaban trabajan-
do, haciendo turnos de trabajo, para su encomendero. Los indios no de-
berían tener otro motivo de “residir a Sococha” que utilizarlo como paso
a Potosí, de lo contrario solo tomarían a Sococha como un punto dentro
de un tímido circuito mercantil que lentamente estaba surgiendo.
Pasados veintidós años de la muerte de Cianca, de la campaña de
Martín de Almendras, de la entrada del virrey Toledo a los chiriguano y de
la paulatina pacificación de la región fruto de una mayor presencia hispa-
na luego de la fundación de San Bernardo de la Frontera de Tarija, la rela-
ción generada por la encomienda se mantuvo firme y los indios del pueblo
de San Rafael de Sococha continuaban tributando a su encomendero.

muy poderoso Sr. Don Diego Chirica, cacique de los indios chichas enco-
mendados a Juan Ochoa de Zárate, vecino de esta ciudad digo que yo
tengo y poseo el valle llamado Moxo junto al valle de Sococha, de donde
[tachado: “yo y mis”] yo y los indios de mi parcialidad somos naturales, y
hemos sembrado y sembramos [en] las tierras de los dichos valles maíz y
otras semillas de que nos sustentamos y pagamos la tasa a nuestro
encomendero216.

¿Por qué los indios de Sococha tributaron primero a la pareja Juan


de Cianca y Petronila de Castro, luego a Pedro de Zárate y sus descen-

216
AHJ, Documentos donados por el Padre Miguel Angel Vergara, sin título ni
foliatura. La Plata, 14 de agosto de 1586.

166
dientes, y los tuvieron por encomenderos? Los indios de Sococha tribu-
taron a su encomendero porque así lo establecía la cédula de encomien-
da otorgada por Francisco Pizarro en 1540, hecho que se admitió y re-
frendó casi medio siglo después cuando Petronila de Castro, ya viuda de
tres maridos, decía en un pedido a la Audiencia:

muy poderoso Sr.: Doña Petronila de Castro, viuda, mujer que fui del
capitán Pedro de Zárate, difunto, como madre y tutora de Joan Ochoa de
Zárate, mi hijo legitimo y del dicho mi marido, sucesor que es por fin y
muerte de su padre del repartimiento de indios de chichas del pueblo de
Sococha y Moxo217.

A su vez el tributo unificó por generaciones a un grupo de personas


que, por convicción u obligación, se sintieron pertenecientes a una enco-
mienda. Conforme los momentos ese poder aglutinador se complemen-
tó con la figura del cacique colonial.
Por su parte, los caciques de los pueblos de Sococha y Moxo aprove-
charon esta relación para sobrellevar tanto los años de abusos por parte
de los españoles como la presión de otros caciques con más poder. La
estrecha vinculación entre los españoles y los indios amigos proporcionó
beneficios a la elite cacical representada por los Espeloca, caciques prin-
cipales de los pueblos de reducción de Calcha, Talina y Cotagaita. Recor-
demos por un instante el límite norte de la jurisdicción de la ciudad de
San Salvador y el límite de la jurisdicción del Tucumán “por la parte
hacia Humahuaca hasta la estancia que llaman de don Diego Espeloca
cacique de Talina218”. En el documento de 1593 hay un reconocimiento
explícito de las tierras del cacique mas allá del que fuera el límite sur de
las mismas219. El cacique don Diego de Espeloca poseyó esas tierras a
título personal, como él mismo dijo: “por haberlas heredado de sus pa-
dres sin expresar en estas los linderos mojones ni tampoco las leguas y
fanegadas que contenían”220. Recién en 1595 el cacique pidió ante el juez
visitador que se hiciera título y composición de las tierras. El juez, don

217
Ibid.
218
Actas capitulares de Jujuy. Jujuy en sus documentos 1992: 7
219
En ANB, EC, Nº 52, Año 1697, f. 4 y ss. Documento sin título. Se discuten los
límites territoriales de las tierras de Espeloca, según la conveniencia de cada una de
las partes a las tierras se las hace traspasar el límite del arroyo de La Quiaca, o no.
220
Ibid, f. 3

167
Pedro Soris de Ulloa, lo autorizó pero “mando calificar el dominio perso-
nal de la parte con los indios y caciques de la dicha provincia para reco-
nocer si el dicho cacique perjudicaba a las comunidades o si se había
introducido con mano superior en tierras de los pueblos”221. Práctica-
mente al mismo tiempo Don Diego Espeloca solicitaba se aclarara el do-
minio personal de sus tierras y, una vez que obtuvo el visto bueno del
visitador, pidió autorización para instalar un tambo en dichas tierras ¿En
que se basaba el recelo del juez visitador? ¿Por qué existía la necesidad
de controlar que los intereses del cacique no fuesen contrarios al de los
indios que ocupaban esas tierras? Los reclamos contra los Espeloca ha-
bían comenzado desde tiempo atrás. Pasadas las entradas de conquista
un grupo de caciques mayores, o principales, se vió favorecido en detri-
mento de otro que tenía un rango más local. Las relaciones de aquellos
trascendieron los contactos con sus encomenderos, más aun cuando par-
te de sus indios fueron depositados en “cabeza de la Corona”. En cam-
bio, los caciques de menor jerarquía se apoyaron en sus encomenderos
para pelear por sus derechos violados, muchas veces, por otros caciques.
Tal es el tono de la queja que presenta:

Don Diego Chirica, cacique de los indios Chichas encomendados a Juan


Ochoa de Zárate, vecino de esta ciudad. digo que yo tengo y poseo el
valle llamado Moxo junto al valle de Sococha, de donde [tachado: “yo y
mis”] yo y los indios de mi parcialidad somos naturales y hemos sembra-
do y sembramos [en] las tierras de los dichos valles maíz y otras semillas
de que nos sustentarnos y pagamos la tasa a nuestro encomendero, y es
venido a mi noticia q. el tesorero Diego de Robles Cornejo y Don Diego
Espeloca cacique de Talina, han puesto en dichas tierras y elevado a ellas
mucha suma de ganado vacuno, lo cual es [en] gran daño y perjuicio nues-
tro, porque nos comen las sementeras y hacen otros daños y es ocasión
para que nos amparen en las dichas tierras y manden echar de ellas los
dichos ganados, mandando con graves penas al dicho tesorero y Don Diego
Espeloca con graves penas [sic] saquen los dichos ganados de ellas y no
los tornen a echar por [ilegible] notable daño y perjuicio nuestro222.

Don Diego Espeloca estuvo en posesión de esas tierras hasta 1599,

221
Ibid.
222
AHJ, Documentos donados por el Padre Miguel Angel Vergara, sin título ni
foliatura. La Plata, 14 de agosto de 1586.

168
año en que las vendió al capitán Gabriel Guerrero223. El estado de belige-
rancia permanente que se mantuvo en el sur de Charcas, por lo menos
entre 1562 y 1575, hizo que se estrecharan las alianzas personales entre
caciques y españoles, lo que signó al mismo tiempo las relaciones de los
encomenderos con sus encomendados. Ambas partes unieron sus accio-
nes cuando fue necesario defender intereses propios pero que afectaron
a las dos partes en cuestión224 y también ambos sectores se enfrentaron
cuando los intereses mutuos fueron irreconciliables.
A partir de 1563 los indios de la “encomienda de humahuaca” ya
tributaban a su encomendero. Para ese momento lo hacían trabajando
las numerosas vetas de minerales que Juan de Cianca y Petronila de Cas-
tro poseían en el Cerro Rico de Potosí. Veinte años después, según decla-
raciones del propio cacique de Sococha, debían resguardar la posesión
de sus tierras para poder sembrarlas y con lo producido o la venta de
ello, pagar el tributo a su encomendero -Juan Ochoa de Zárate- hijo del
tercer marido de Petronila y pronto a cumplir la mayoría de edad. A su
vez, la permanente situación de beligerancia hizo que existiera una estre-
cha vinculación entre los señores máximos y las autoridades españolas.
Con el tiempo esa relación se desplazaría hacía los señores locales por el
lado indígena y hacia los encomenderos por el de los españoles. Para
analizar ese “corrimiento” en los ejes de las relaciones de poder solo ne-
cesitábamos un requisito: un cambio sustancial dentro de la coyuntura
general y dicho cambio en el espacio social que comprendía a San Rafael
de Sococha ocurrió entre 1575 y 1583, cuando se pasó del estado de beli-
gerancia permanente a la paz estable.
Esa paz, no obstante, todavía debía extenderse hacia el sur de la
gobernación de Tucumán, particularmente a la Puna jujeña y la quebra-
da de Humahuaca. Debía extenderse para consolidar definitivamente el
dominio español pero también para que encomenderos como Juan Ochoa
de Zárate pudieran finalmente “apropiarse” de todos sus indios. Aque-

223
ANB, EC, Nº 52, Año 1697, f. 3v.
224
En este sentido recordemos la presentación en la que el cacique del pueblo de
Sococha y su encomendera Petronila de Castro, solicitaron al corregidor de natura-
les, o bien al lugarteniente del partido de chichas, una inmediata intervención ante
la intromisión de ganados tanto de españoles como de otros caciques en las tierras
de sus indios. Asimismo, y ante la permanente avanzada española sobre tierras
indígenas, solicitó que se los ampare y defienda en la posesión de sus tierras. AHJ,
Documentos donados por el Padre Miguel Angel Vergara, sin título ni foliatura. La
Plata, 14 de agosto de 1586.

169
lla paz llegaría desde el Tucumán y no desde Charcas. Prácticamente desde
1575 Charcas había abandonado sus pretensiones sobre la gobernación
del Tucumán. Desde 1560 los españoles charqueños estuvieron en un es-
tado de guerra permanente con picos notorios en 1563 y 1572. Además
los viejos conquistadores, como Cristóbal Barba Cabeza de Vaca, Martín
Monje o Pedro de Zárate, ya habían envejecido o muerto en el campo de
batalla, por lo que para ellos el tiempo de la guerra había terminado de-
finitivamente.

El tiempo de paz

A partir de este momento el eje de la colonización y también el de la


encomienda de humahuaca se desplazó hacia la Puna jujeña y la quebra-
da de Humahuaca. Aproximadamente hacia 1586 fracasaron las negocia-
ciones de Viltipoco en la Audiencia de Charcas. Recordemos que para
esa fecha el cacique había enviado algunos indios principales a la Au-
diencia quienes propusieron a las autoridades pagar un tributo modera-
do, movilizar a sus indios para poblar los antiguos tambos incaicos hasta
Talina y comenzar a comerciar en ellos. ¿Cuál fue la estrategia de Viltipoco
al presentarse ante la Real Audiencia? ¿Era una muestra de soberbia o de
debilidad? La experiencia debió decirle al cacique que, para esa fecha, el
proceso poblador era irreductible. Talina seguía siendo el último pueblo
de la jurisdicción de Chichas antes de entrar al Tucumán pero lentamen-
te se borraba de su nombre, San Juan de la Frontera de Talina, la idea de
frontera. Si bien desde allí y hasta llegar por lo menos a Purmamarca el
paso de hombres hacia Tucumán se hacía con “junta de gente”, hacía ya
tiempo que habían cesado los permanentes ataques indígenas contra las
ciudades españolas. Por el sur, la fundación de la ciudad de Salta (1582)
que extendía su jurisdicción hasta prácticamente la actual línea de fron-
tera entre Argentina y Bolivia, marcaba una nueva plaza fuerte de avan-
zada hacia el norte. Además, la inteligente actitud del Gobernador Ramírez
de Velazco de otorgar encomiendas con indios cercanos a la ciudad y
pacificados y también con otros alejados y de guerra, obligó a movilizar a
los encomenderos en busca de sus preciadas presas. Ante esa perspectiva
Viltipoco prefirió negociar, pero su oferta fue rechazada. Podemos supo-
ner los motivos del mencionado rechazo: un español de la época jamás
dejaría en manos de un cacique rebelde la comercialización de un tambo
en los caminos del sur charqueño. Hacia fines del siglo XVI todavía que-
daban muchos españoles que necesitaban insertarse en el circuito mer-

170
cantil. Lo más tentador para los españoles debió ser el llamado a una
nueva y definitiva paz pero, lamentablemente para Viltipoco, la propuesta
llegó demasiado tarde.
Ante la pacificación como un hecho inexorable, Juan Ochoa de Zárate
logró tomar efectiva posesión de la encomienda de humahuaca en el va-
lle de Cochinoca en 1593. La paz definitiva llegó con dos hechos que se
ocurrieron casi al mismo tiempo: la captura de Viltipoco junto a otros
caciques en Purmamarca y la fundación de San Antonio de Humahuaca.
A fines de 1594 Viltipoco fue capturado, junto con otros caciques, mien-
tras cocechaba maíz en las cercanías del actual pueblo de Purmamarca.
Este hecho habría impedido que una gran revuelta indígena pusiera en
peligro la subsistencia misma de la ciudad de Jujuy. El apresamiento del
cacique fue una jugada maestra de Francisco de Argañaráz, fundador de
la ciudad, quien lo supo capturar con pocos hombres y sin que los indí-
genas pudieran ofrecer resistencia. De este modo comenzaba la leyenda
de un cacique que en la época de los alzamientos fue protagonista exclu-
yente pero que, a pesar de tener la capacidad de movilizar una vasta
cantidad de indígenas, fue derrotado sin pelear.
El apresamiento de Viltipoco representó un duro golpe psicológico
para los indígenas, a tal punto que ninguno de ellos tomó el lugar del
cacique para continuar con el alzamiento. Desde ese momento se repeti-
rá en uno y otro documento que “la tierra estaba de paz”225. Sobre eso ya
no quedan dudas, a partir de 1596 cuando se efectivizaron una a una
todas las encomiendas de la zona y las prestaciones indígenas se realiza-
ron casi sin problemas ni interrupciones. Con la captura de Viltipoco se
terminaban 50 años de resistencia al español y aparecía en su verdadera
dimensión el nombre de un cacique prácticamente anónimo, con un po-
der que hasta el mismo Juan Calchaquí debió envidiar, que cayó sin com-
batir y que, hasta el momento, aparece más como un mito que como una
realidad. La pregunta ¿quién fue Viltipoco? sigue sonando al día de hoy.
Hace ya algún tiempo Gentile (1989: 98) advertía sobre un docu-
mento fechado en 1676, en el que se decía que Don Diego Viltipoco era
natural de Atacama. Si bien la autora no discute el significado de la pala-
bra natural, esta relación entre Atacama y Viltipoco planteó algunos
interrogantes, los cuales prácticamente no fueron tenidos en cuenta fren-
te a las abundantes referencias que ligaban a Viltipoco con los indios del

225
Sobre todo se puede ver la “Información de los Méritos y Servicios hechos a Su
Majestad por Francisco de Argañarás (Levillier 1918-29: 414-512).

171
pueblo de San Francisco de Tilcara226. Más recientemente se ha publicado
otro documento, la Probanza de Méritos y Servicios de Francisco
Altamirano y su padre Juan Velázquez Altamirano227 en el cual y según
declaraciones de 1596, Viltipoco es nuevamente señalado como natural
atacameño; en ella podemos leer:

y hasta este dicho tiempo todavía los dichos indios andaban como de an-
tes aunque algunos de ellos respeto de la dicha prevención y de que cada
día iban entrando gentes de esta provincia se habían retirado al valle de
Omaguaca donde la mayor parte de ellos estaban fortalecidos teniendo
por capitán a don Francisco Viltipoco indio natural de Atacama228.

226
Lamentablemente Gentile solo menciona la referencia general del documento
(AGI, Charcas 103) pero no indica de cual de los expedientes se trata como para
poder determinar el contexto de producción. Las referencias que unen a Viltipoco
con Tilcara pasan por dos cuestiones puntuales: la primera es que Viltipoco fue
capturado en Purmamarca, a escasos kilómetros de Tilcara y demasiado lejos de su
“natural”. La segunda, es que la gran mayoría de los caciques coloniales del pueblo
de San Francisco de Tilcara se apellidaron Vilti. Sobre las posibles relaciones de
Viltipoco con los quebradeños se puede ver Sánchez y Sica 1994b: 173. En el trabajo,
las autoras abren la discusión sobre “las vinculaciones macrorregionales y las re-
presentaciones del poder político en los Andes Centro-Sur”. Para su propósito, han
centrado la discusión en el origen y filiación de Viltipoco.
227
Martínez et al. 1992. AGI, Charcas 80, Año 1596.
228
Nótese que en la referencia de Gentile el nombre de Viltipoco es Diego mientras
que en la cita posterior aparece como Francisco; en este mismo documento el caci-
que también aparecerá como Diego o bien solamente con su nombre indígena:
Viltipoco. Los distintos nombres con que se designa a Viltipoco en la documenta-
ción ha dado lugar a dos interpretaciones: una que sugiere que Viltipoco es un
nombre genérico para designar a jefes étnicos o guerreros (Sánchez y Sica 1994b.).
Por nuestra parte creemos que el Viltipoco al que se refieren las fuentes aproxima-
damente entre 1573 hasta su captura, es una misma persona. Entendemos que las
diferencias de nombres que aparecen en la Probanza de méritos y servicios de Fran-
cisco Altamirano, responde a lo siguiente: solo un testigo lo llama Francisco y ca-
sualmente una sola vez de todas las que los nombra en su relato, atribuimos este
hecho a que el escribano reiteró el nombre Francisco, correspondiente a Altamirano,
trasladándoselo a Viltipoco. Otro testigo, Francisco de Chaves Barrasa, lo llama Don
Diego, casualmente ese testigo es el único que estuvo en el apresamiento del cacique
en 1595, es de suponer entonces que lo está llamando con el nombre y el titulo que le
dieron luego de apresarlo y cristianizarlo (el hecho ya fue comentado en el trabajo de
Sánchez y Sica). Este último caso pareciera ser el mismo que cita Gentile.

172
Completaremos el panorama acerca de la filiación de Viltipoco ape-
lando a nuevas referencias que figuran en la Probanza de méritos y servi-
cios de Luis de Fuentes.

este testigo sabe que por haber fundado y poblado el dicho general Luis
de Fuentes la dicha villa de San Bernardo de Tarija rescato un tributo y
pecho que los indios chichas fronteros de los chiriguanaes les pagaban a
que eran forzados y apremiados y esto lo sabe este testigo porque antes
de poblado el dicho pueblos salieron cuarenta indios chiriguanaes tres
leguas poco mas o menos adelante del pueblo de Talina a cobrar de cier-
tos indios ganaderos el tributo que se les solia pagar en lana y ganados a
la cual sazon se hallo un indio belicoso de la real corona llamado Viltipuco
y les convido porque acaso se hallo con mucha chicha y entre el y el indio
ganadero y sus dos mujeres los emborracharon y borrachos les tomaron
las puertas y los mataron que si no fue uno no se escapo otro y por esto
que vio este testigo sabe que los dichos indios chichas pagaban tributo a
los dichos indios chiriguanaes infieles y porque este testigo saco para la
dicha poblacion de Tarija muchos indios que fueron cantidad de mas de
setenta de quebradas y guaicos y los redujo y llevo a la dicha poblacion de
Tarija229.

Ubicados temporalmente antes de la fundación de Tarija, es decir


antes de 1574, y geográficamente tres leguas adelante de Talina, si consi-
deramos “adelante” hacia el Tucumán (pues “atrás” es hacia Charcas
donde el dominio español era concreto) vemos que en esta fecha tempra-
na Viltipoco aparece sobre la actual frontera argentino-boliviana, muy
lejos de la quebrada de Humahuaca, más precisamente de Tilcara, y tam-
bién de Atacama. Este hecho se vuelve a confirmar en el mismo docu-
mento cuando se relatan las entradas que Luis de Fuentes y Lorenzo
Suarez de Figueroa hicieron a la cordillera de los chiriguano:

sido ordenado el dicho general Luis de Fuentes que entro en persona (a la


cordillera de los chiriguano) y el dicho general con la gente que llevaba
dio en el pueblo de Viltipuco de la dicha cordillera y mató muchos indios

229
Información hecha de oficio en la Real Audiencia de los Charcas de los servicios
del general Luis de Fuentes y Vargas poblador, corregidor y justicia mayor que fue
de la villa de San Bernardo de la Frontera de Tarija. Testimonio de Juan Rodríguez
Durán. AGI, Patronato 142, Legajo Nº 1, R3, f. 61v. y 62.

173
de los que se habían hallado en el destrozo del dicho pueblo de la Laguna
y en las muertes de los españoles susoreferidos230.

Si el hecho de otorgarle a Viltipoco una filiación atacameña introdu-


cía algunos interrogantes en cuanto a un tema tan complejo como el de la
etnicidades, también lo hace la presencia del cacique en las cercanías de
Talina o “tras” la cordillera chiriguana combatiendo al español junto con
otras “etnías”, que podían ser los chichas. Entendemos que estos “pro-
blemas” étnicos nos están mostrando el accionar de un verdadero jefe
regional supraétnnico que, según nuestros registros, entre 1570 y 1596 se
movió por un amplio radio que abarcó desde la parte meridional de la
frontera chiriguana hasta Atacama.
Junto a Viltipoco, señor y capitán general de los indios de guerra,
fueron apresados otros caciques:

el dicho capitán don Francisco con mucha costa suya y trabajo de los veci-
nos de esta ciudad prendió al cacique Viltipoco con todos sus hijos y fami-
lia y prendió asimismo a Don Diego Tolay y a Don Francisco Yachagua y
a don Juan [ilegible] y a don Pedro Quipildora y a todos los demás princi-
pales de este valle de Omaguaca231.

Una vez capturado Viltipoco fue bautizado con el nombre Diego.


En enero de 1596 se encontraba prisionero en San Salvador de Jujuy y
esperaba su traslado para ser juzgado en Santiago del Estero. En la mis-
ma situación de Viltipoco también estaban Tolay, principal de Omaguaca,
y Laysa, de los churumatas. Sobre el destino de Francisco Yachagua, don
Juan [ilegible] y don Pedro Quipildora, los otros caciques capturados en
la jornada de Purmamarca, no sabemos nada. Desmembrados los
cacicazgos étnicos, los nuevos curacas elegidos por los indígenas debían
aceptar las reglas coloniales, es decir debían legitimarse y ser legitima-
dos. Entre las autoridades locales registradas al momento que Viltipoco
se hallaba prisionero en Jujuy (1596) encontramos a don Francisco Lim-
pita “cacique principal que dicen ser ahora del dicho valle de
Omaguaca”232. Con el tiempo y conforme se crearon los pueblos de re-

230
Ibid, f. 63.
231
Respuesta del Gobernador Mercado de Peñaloza a un pedido hecho por Pedro
de Rivera Cortés, procurador general de Jujuy. ATJ, Caja 1, Leg. 23, Años 1595/
1606, f. 2v.
232
ATJ, Caja 1, Leg. 4, f. 3v. Sin título, declaración de Diego de Ayllon.

174
ducción, los caciques vieron atomizadas sus unidades de pertenencia
convirtiéndose en autoridades cada vez más y más locales.
Contemporáneamente con la captura de Viltipoco, Juan Ochoa de
Zárate fundó el pueblo de San Antonio de Humahuaca. Como señalára-
mos en el capítulo anterior su ubicación fue elegida y planificada, el pue-
blo se ubicó en un lugar paisajísticamente abierto y no muy encajonado
donde pudiera realizarse un efectivo control de los indios encomenda-
dos. También cabe suponer que Juan Ochoa de Zárate estableció el pue-
blo de reducción donde se encontraba la mayoría de los indios de su
encomienda: la quebrada de Humahuaca. Una vez pacificados, tributa-
ron aquellos sobre los que realizó la toma de posesión, eran los que po-
blaron el valle de Cochinoca y que reconocían la autoridad del cacique
Chiluay, parte de los cuales el oidor Matienzo reconoció como chichas.
También lo hicieron los indios que poblaron parte de la quebrada de
Humahuaca y sus bordes superiores, conocidos genéricamente como
humahuacas. En San Rafael de Sococha quedaba reducido un grupo de
indios chicha, los primeros de la encomienda sobre los cuales los
encomenderos de humahuaca obtuvieron tributo.
A partir de ese momento un nuevo grupo de indios iba a reconocer
a Juan Ochoa de Zárate como encomendero identificándose con aquel.
También, haya sido poblado de manera inmediata o no, reconocerán al
pueblo de San Antonio de Humahuaca como un nuevo referente físico y
como centro aglutinador. Este grupo de indios encomendado por Fran-
cisco Pizarro, incorporados en una estructura política incaica, fue cono-
cido de manera genérica como humahuacas. Seguramente tuvo a aquel
grupo étnico como referente principal pero, como veremos, también es-
tuvo integrado por indios chicha. A su vez, el grupo encomendado que
aparece como biétnico se asentaba, como señalamos en el capítulo 2, en
un territorio eminentemente multiétnico debido a los movimientos y tras-
lados impuestos por el Inca, donde la interacción social era permanen-
te233. Pronto aquellas identidades de principios del siglo XVI se unifica-
rán a partir del proceso colonial y particularmente con la acción de la
encomienda.
Luego de la captura de Viltipoco y de la fundación de San Antonio
de Humahuaca, y hasta 1620 aproximadamente, Francisco Limpita os-

233
Si observamos los caciques prisioneros en Jujuy luego de la captura de Viltipoco,
podemos inferir que originarios (humahuacas) y mitimaes (churumatas), entre otros,
se habían confederado para pelear contra el español.

175
tentó los cargos de curaca principal (1596) y curaca (1614). A partir de un
minucioso trabajo de Sica y Sánchez (1992: 59) podemos observar, con
algunos blancos, que entre 1620 y 1778 los máximos cargos étnicos en
Humahuaca estuvieron en manos de tres familias: Choque, Socomba y
Tucunas. La documentación disponible no nos permite observar el grado
de parentesco entre estos tres apellidos. Sea cual fuere el mismo, el hecho
de que durante 158 años el cargo de mayor prestigio y poder de la comu-
nidad se haya permanecido en manos de tres familias remite a una más
que importante concentración del poder a escala comunal y a una escasa
movilidad, la cual era propiciada por los propios españoles y aprovecha-
da muchas veces por la elite colonial indígena. También da cuenta de la
conformación de una red de parentesco real o ficticia alrededor del caci-
que que ayudaba a mantener un statu quo aun en lo simbólico, como ve-
remos.

Cacicazgo y tributación en Humahuaca. Los elementos de unificación cultural

Si Viltipoco fue sinónimo de resistencia y lucha frente a la domina-


ción colonial, Don Andrés Choque (1624-1633) y Don Andrés Choque
(1662-1675)234 -curacas principales de Humahuaca- representaron a los ca-
ciques que supieron ubicarse entre las dos legitimidades, aprovecharon
la coyuntura colonial para obtener ventajas políticas y económicas y, den-
tro de aquella coyuntura y como autoridades étnicas, le aportaron iden-
tidad al grupo cohesionándolo frente a las permanentes exigencias colo-
niales. Durante los treinta años que transcurrieron entre la captura de
Viltipoco (1594) y el ascenso al cargo de Andrés Choque I (1624) se pro-
dujeron repetidas rupturas en los cacicazgos tradicionales y se afirmaron
los nuevos liderazgos. Del dominio del territorio y de la población que
tuvo Viltipoco se pasó a una relación más directa con una comunidad
indígena a la que se le sumaban componentes identitarios propios de la
colonia (Wachtel 1997). Esta ruptura producida en los liderazgos tradi-
cionales trajo como consecuencia inmediata el comienzo de una lenta
pero paulatina fragmentación de las solidaridades internas y una

234
Nos referimos a dos personas distintas quienes tuvieron a su cargo el curacazgo
de Humahuaca con treinta años de diferencia. De ahora en más nos referiremos a
Don Andrés Choque I cuando se trate del que gobernó entre 1624-1633, y a Don
Andrés Choque II cuando se trate del que lo hizo durante el período 1662-1675.

176
redefinición de las identidades dentro de marcos más estrechos y emi-
nentemente nuevos, como la idea de pueblo y la de tributo.
Al inicio mismo de su mandato, Don Andrés Choque I desempeñó
el prestigioso cargo de Alcalde Mayor de la mita de Jujuy, debía concre-
tar la mita de plaza de los pueblos de la Puna y la Quebrada para la
ciudad de San Salvador235 (Sica y Sánchez 1992). A comienzos del siglo
XVII, la ciudad de Jujuy era solo un punto vulnerable en un espacio toda-
vía fronterizo, el temor por las malas experiencias de las fundaciones
pasadas, todavía vivo en la memoria de la hueste, se mezclaba con la
urgencia del honor y el dinero. Debió pasar mucho tiempo para que San
Salvador se pareciera en algo a una ciudad y para ello los españoles de-
bieron descansar en la laboriosidad de unos pocos indios recién conquis-
tados. Cuando todavía los actores sociales se estaban acomodando a la
nueva realidad, Don Andrés Choque I fue legitimado por el poder espa-
ñol, al ser elegido como garante del trabajo indígena de una parte de la
jurisdicción.
Don Andrés Choque I murió en 1633, su curacazgo había comenza-
do a tan solo veintiocho años de la fundación del pueblo pero, a diferen-
cia de los anteriores, su mandato no fue de transición. Andrés Choque I
representaba a alguien que, legitimado por su comunidad, actuó de in-
termediario entre los los españoles y los indios y también intentó procu-
rarse un beneficio individual. Su testamento es un indicador elocuente
respecto a los bienes que poseía al momento de su fallecimiento. El docu-
mento no indica la procedencia de aquellos bienes ni el momento en que
fueron adquiridos. Lo cierto es que las posesiones, deudas y acreencias
que figuran en el mismo son todas a título personal del cacique y no a
título comunal. El testamento revela una prosperidad que bien pudo ha-
ber sido envidiada por muchos españoles de la jurisdicción.
La prosperidad a la que aludimos estuvo basada en dos bienes sig-
nificativos para la época: tierra y animales. En este sentido Choque de-
claró tener cuatro chacras río arriba del pueblo, evidentemente destina-
das para agricultura, dos estancias para ganados y una para ovejas. El
ganado declarado no era poco pero tampoco significativo, veinte yeguas,
tres yuntas de bueyes de arado, veinte vacas y dos mulas mansas. Lo que
llama la atención son las 400 ovejas que indican hacia donde estaba diri-

235
“Este cargo fue creado hacia fines del siglo XVI (...) En Jujuy funcionó hasta 1650
aproximadamente, y el mismo fue ocupado por los curacas de Humahuaca, Tilcara
y Casabindo y eventualmente por el de Purmamarca”, (Sica y Sánchez 1992: 54).

177
gida la actividad económica del cacique. En el testamento aparecen bien
diferenciadas sus deudas y acreencias a título personal, de aquellas que
contrajo como curaca principal. Entre sus acreedores figura un español,
Juan de Tejerina, a quien le pidió 50 pesos para pagar la tasa de diez
indios quienes están perfectamente identificados como deudores del ca-
cique.

Ytem declaro que cincuenta pesos que pedí prestados a Juan de Tejerina
para pagar la tasa, los deben los indios siguientes de este pueblo, Juan
Maycuri, Martín Tocote, Alonso Tucunas, Agustín Quipildor, Juan Couma,
Pedro Tolay, Pedro Suayrma, Juan Tucunas, Quipildor, Chacas, Quipiltor
mando se cobre la tasa de los dichos diez indios y se le de la plata al dicho
Juan de Tejerina porque me la prestó para el entero de la tasa y se hagan
las diligencias para que se cobre la dicha cantidad de los cincuenta pesos,
y si no se cobrare mando se paguen de mis bienes por descargo de mi
consciencia236.

La tasa de la encomienda estaba fijada en cinco pesos, además es la


única referencia que hemos encontrado donde los indios del pueblo de
Humahuaca ofrecen cancelar sus obligaciones en dinero. Como era de
esperar, el servicio personal fue una constante en la relación encomendero-
encomendado, se traducía en trabajos de mita al encomendero, casos de
arriería, ventas de insumos en minas aledañas, etc. A partir de la ambi-
güedad que permitía la medición de la relación hombre/horas de traba-
jo, el servicio personal le posibilitó al español apropiarse de la fuerza de
trabajo indígena casi al extremo. La documentación con la que contamos
no nos permite observar en qué medida el cacique y la comunidad lucha-
ron contra el servicio personal y a favor del pago del tributo en dinero;
consideramos que la referencia a esto último, aunque escasa, es significa-
tiva. Mientras el servicio personal creó relaciones individuales, el tributo
alimentó en la comunidad la conciencia de una obligación colectiva, lo
cual contribuía a mantener estrechas relaciones de solidaridad interna.
La lucha por la tributación en dinero en aquellos lugares donde era facti-
ble fue una lucha de la comunidad, pero sobre todo del cacique. Los curacas
principales como parte de la elite indígena generaron relaciones horizon-
tales con la elite hispana, el mismo sistema los ponía en esa situación y a
la vez los obligaba a distinguirse del común de los indios, a tener una

236
ATJ, Legajo 112, Año 1633. Documento transcripto en Sica y Sánchez (1992: 61-62).

178
posición privilegiada y a generar riquezas propias. Por ejemplo entre los
deudores españoles de Don Andrés Choque I se encontraba su propio
encomendero, el otrora poderoso Juan Ochoa de Zárate.
Don Andrés Choque II se desempeñó como curaca principal de
Humahuaca treinta años después que su homónimo, hacia nediados del
siglo XVII gobernó cuando San Antonio de Humahuaca ya era un pueblo
consolidado y, por su posición estratégica respecto de otros pueblos de la
Puna, era lugar de paso y parada obligada de funcionarios y personajes
importantes. A falta de otra documentación, analizaremos la figura de
Don Andrés Choque II a través de su participación en los cargos superio-
res de la Cofradía de Nuestra Señora de Copacabana. Choque II fue ma-
yordomo de la cofradía en los años 1662 y 1673. En este último año lo
hizo junto con su encomendero Don Pedro Ortiz de Zárate, teniente de
gobernador y justicia mayor de la ciudad de Jujuy, “porque su merced
pidió voluntariamente el serlo y así mismo por lo que toca a los naturales
el gobernador Andrés Choque pidió que siendo mayordomo su
encomendero había de serlo también para ayudarlo en lo que fuere posi-
ble”237. Durante 1669 se desempeñó como ayudante del mayordomo
Joseph Cortés. Fuera de esta participación de derecho Andrés Choque,
como gobernador del pueblo de San Antonio de Humahuaca, siempre
estuvo durante la elección de las autoridades de la cofradía. Además es
usual observarlo como acreedor o deudor de la institución al realizase
los cargos y descargos de la msima
En 1662 la cofradía de Nuestra Señora de la Copacabana se propuso
comprar un órgano para la iglesia de Humahuaca. Comprar un órgano y
asentarlo en las frágiles paredes de la iglesia de Humahuaca no fue tarea
fácil. Para pagarlo se le entregó a Choque II, mayordomo de la cofradía,
500 pesos en efectivo y 100 cargas de yerba propiedad de la misma, las
que debían ser trasladadas a Potosí en mulas que partirían desde Salta.
Una vez en Potosí, vendida la yerba y procurado el órgano había que
realizar el camino inverso hacia Humahuaca238. Para la empresa Andrés

237
Libros de Cofradías de San Antonio de Humahuaca, f. 25.
238
A mediados del siglo XVII la yerba mate alcanzó su máxima expansión comer-
cial, circulaba desde Asunción hacia Buenos Aires y Santa Fe como centros neurál-
gicos de distribución. La producción de yerba mate superó, entre 1667 y 1674 las
22.000 arrobas de promedio sin incluir los envíos de las reducciones jesuíticas. Como
bien recuerda Garavaglia (1983: 40) “no solo el encumbrado señor de indios salteño
(al igual que sus indios y peones) sino el minero potosino, el rico comerciante de
Lima o el ganadero quiteño son adeptos al mate”.

179
Choque II contrató a Bernabé Socomba, a Joseph Cortés y a Francisco
Maysari quienes pusieron diez mulas cada uno; más dos correspondien-
tes a Juan Chapor y finalmente otras diez del propio Andrés Choque II.
Junto a estas 42 mulas partieron otras, hasta sumar 90 que llevaron las
100 cargas de yerba a Potosí239. El precio del flete se estipuló en cuatro
pesos por cada animal, totalizando 360 pesos que fueron pagados con
parte de los 500 pesos en efectivo que la cofradía entregó a Choque en
calidad de mayordomo.
La fletería implicó además otros gastos, del sobrante de los 360 pe-
sos se pagaron veinte pesos a los arrieros más la comida que consistió
principalmente en charqui y chuño. Para equipar semejante empresa se
realizó una gran matanza de animales para la que se contrató una canti-
dad determinada de indígenas del pueblo, a los que se les pagó entre
cuatro y seis reales por cabeza. De las 55 cabezas de ganado se obtuvie-
ron 37 quintales de charqui, parte de los cuales sirvieron para el avío de los
arrieros. Tanto en el ejemplo de la fletería del órgano como en el de la ma-
tanza de ganado, los actores sociales que recibieron dinero proveniente de
las arcas de la cofradía y como fruto de su trabajo fueron todos indígenas.
El ejemplo que traemos a consideración permite observar algunas
cuestiones. A partir de las necesidades propias de la cofradía, se generó
trabajo para la población local (fletería, arriería, personas encargadas de
la matanza y descarne de ganado, etc.) que no fue gratuito sino remune-
rado y que involucraba mayoritariamente a la población indígena. Este
dinero puesto en manos de los indígenas podía tener dos destinos, uno
familiar y otro comunal. Llamamos familiar a aquel que estuvo destina-
do a satisfacer algunas necesidades propias del individuo o su grupo de
convivencia y que le produjo un beneficio directo e inmediato como, por
ejemplo, la compra de una mula para transporte o la de un aparejo para
arar la tierra, etc. Esta situación tuvo a su vez consecuencias a escala co-
munal, el destino del dinero, en este caso estaba perfectamente estipula-
do por el accionar de su curaca principal D. Andrés Choque II. Cuando
este actuó como mayordomo de la cofradía no lo hizo exclusivamente en
nombre propio sino que involucró, para bien o para mal, a toda su comu-
nidad. Como bien se hace referencia en el ejemplo de la compra del órga-

239
Llama la atención la gran cantidad de mulas que poseyeron algunos de los indí-
genas de Humahuaca (al menos los mencionados en el documento). El tema está
íntimamente relacionado con la importancia de la arriería como elemento esencial
dentro de la economía local y regional. Agradecemos a Gabriela Sica los comenta-
rios sobre el tema.

180
no “se le hacen buenos al dicho D. Andrés Choque el flete de 40 mulas que
restan para el cumplimiento de las dichas 100 cargas a razón de 10 pesos y
4 reales que es el corriente que montan 420 pesos de los cuales se le han de
escalfar 15 pesos por cada arriero se los hace buenos en sus tributos”240 (el
destacado es nuestro). El tributo en dinero exigía al cacique la coordina-
ción del trabajo y la producción comunitaria de los recursos tributables;
también de su accionar dependió que la comunidad pudiera persistir den-
tro de parámetros de mayor organización y solidaridad interna241.
Los nombres de los indios que Andrés Choque II “contrató” para la
fletería no son casuales. Estos se alternaron en el cargo de mayordomos
en las cofradías de indios de Humahuaca y también todos aparecen, en
mayor o menor medida, ligados a las actividades económicas de las mis-
mas. Si bien no tuvieron el rango social del curaca -Andrés Choque II es el
único a quien se lo llamaba Don- todos constituyeron una cierta elite
dentro del pueblo indígena. La vinculación del curaca de Humahuaca
con las personas antes mencionadas es permanente a lo largo de todo su
gobierno y no solo desde el ejercicio de la mayordomía. En este último
caso lo que se hace evidente es la manera en que se los benefició desde la
posición que ocupaban. Así, Andrés Choque II designó a unos y a otros
para realizar una de las actividades más redituables del momento, la
fletería Es, por ejemplo, el caso de Pedro Torocontí quien en 1663 tuvo a
su cargo ir a comprar a Potosí “ministerios para la cofradía de la virgen
de Nuestra Señora de Copacabana”242. O el caso de Joseph Cortés quien,
también a instancia de Andrés Choque II, fue nombrado tenedor de bie-
nes de las cofradías de Nuestra Señora de Copacabana y de San Anto-
nio243 en 1667. La sólida posición económica que había alcanzado Joseph
Cortés se puso de manifiesto algunos años antes cuando, en ocación de

240
Libros de las Cofradías de San Antonio de Humahuaca, f. 30.
241
Queda pendiente un análisis de los efectos que produjeron las cofradías de in-
dios en las comunidades pero a nivel horizontal, es decir, entre las unidades do-
mésticas. Para el caso de las cofradías de indios de Oaxaca (Nueva España),
Carmagnani (1981: 269) observa una estrecha relación entre el momento de la apa-
rición de las cofradías y la reconstrucción de la sociedad india, señalando un
“reforzamiento al interior de un grupo no muy extenso de unidades domesticas”.
242
Libros de Cofradías de San Antonio de Humahuaca, s/f.
243
“Después de las elecciones propusieron el gobernador Don Andrés Choque y los
mayordomos y alcaldes del pueblo que se hallaron presentes que para mayor seguri-
dad y aumento de las Cofradías de Nuestra Señora de Copacabana y del glorioso San

181
ser nombrado mayordomo (1637) donó a la Cofradía de Nuestra Señora
“veinte vacas hembras”.
Esta situación de cierta diferenciación social puede observarse tam-
bién en el desarrollo de las fiestas del pueblo sobre todo en la correspon-
diente a Nuestra Señora de Copacabana, el 2 de febrero. Ese día un espí-
ritu festivo y de recogimiento a la vez invadía el pueblo que en romería
de propios y extraños, españoles e indios veneraban a la virgen entre el
calor y el polvo. Al finalizar la misa de mediodía entre donaciones, y a la
espera de la elección de mayordomos y priostes, los Torocontí, los Cortés,
los Choque o los Socomba, es decir los indios más prósperos del pueblo,
hacían circular comida y bebida para todos los promesantes. Las familias
salían de sus casas para compartir, con el resto de la comunidad, su devo-
ción por la virgen pero también para participar en un ritual de encuentro.
A casi cuarenta años de fundado el pueblo de San Antonio de
Humahuaca, todo indica que estamos frente a los primeros rasgos regis-
trados de estratificación social. Probablemente el comportamiento en las
fiestas haya marcado momentos de afianzamiento en la recreación de
nuevas identidades. Este afianzamiento se dio desde lo local (la casa/
familia/unidad doméstica) hacía lo general (el pueblo) como unidad
mayor de producción donde los indios del pueblo de Humahuaca, en
este caso, regaban las tierras comunales o pastorearban a los rebaños de
la comunidad. En las fiestas se recreaban la igualdad de derechos y las
obligaciones. También hubo una distinción entre aquellos que poseyeron
más y menos. Fuera del caso específico del curaca244, algunos contaron
con una significativa cantidad de bienes respecto al resto de la comuni-
dad, estos bienes lejos de acumularse tenían una permanente movilidad
económica y simbólica. La mayoría de aquellas personas murieron con
importantes deudas que se hicieron incobrables con el tiempo. Estamos
todavía en una sociedad donde el prestigio jugaba un papel preponde-
rante, se obtenía con bienes que, lejos de acumularse, debían circular.
Con dos ejemplos bien definidos hemos desarrollado el accionar de

Antonio importaba y convenía que se nombrase tenedor de bienes de dichas Cofra-


días en persona lega y abonada”. Libros de Cofradías de San Antonio de Humahuaca.
244
Si bien no existen registros para el caso estudiado, los gastos o responsabilidades
de los caciques respecto al sistema colonial podían tornarse significativos. Recaía
sobre ellos la responsabilidad del pago del tributo de los miembros de la comuni-
dad que, por un motivo u otro, no lo hacían (ausentes, pobres, etc.). También debían
hacerse cargo de los gastos por los juicios que entablaba la comunidad, las denun-
cias u otros hechos de índole administrativo.

182
los caciques de Humahuaca entre 1600 y 1700 aproximadamente. A par-
tir de la constitución de Humahuaca como pueblo de indios, y casi con-
juntamente con la efectivización de la encomienda, se perfiló la presencia
de un cacique local económicamente poderoso, con cierta autoridad para
movilizar mano de obra indígena y con poder para cohesionar política-
mente a la comunidad, en este caso, una “nueva” comunidad indígena
de origen colonial. Los curacas de Humahuaca se aseguraron una relativa
prosperidad económica a partir de dos factores fundamentales, la tierra
y el ganado. Pero estos no fueron elementos estáticos y los caciques su-
pieron aumentar sus frutos dentro de lo que Stern (1987: 296) dio en lla-
mar el “modelo andino colonial”, es decir una “pauta de comportamien-
to que implicaba un intento de contrarrestar las presiones, o más exacta-
mente, de proteger el propio bienestar desarrollando relaciones socioeco-
nómicas diversas y a veces deliberadamente ambiguas”. Si esta lógica
andino-colonial reflejó las verdaderas ambigüedades de la vida colonial,
el cacique no fue, dentro de los actores sociales que componían la socie-
dad colonial, el único pero sí el mejor posicionado para implementarla.
Tampoco debemos caer en el facilismo del cacicazgo. Las responsa-
bilidades de los caciques respecto de su comunidad fueron muchas y la
línea del reconocimiento y la legitimidad podía tornarse demasiado del-
gada. La nueva situación colonial le impuso al cacique, redefinir/se y
resignificar/se tanto su figura como sus acciones. Estas redefiniciones y
resignificaciones no empezaron y terminaron en lo económico, este as-
pecto no fue más que un engranaje en la resignificación misma del poder.
Esta resignificación del poder estuvo estrechamente vinculada con el es-
tablecimiento de los pueblos de reducción y con la dinámica interna de
los mismos. Como bien señala Wachtel (2001: 463) “la autoridad de los
caciques tiende entonces a definirse dentro de los límites del pueblo de
reducción, al tiempo que se ve allí consolidada”. El cacique, entre otras
cosas, debió canalizar el excedente de la fuerza de trabajo de los indios
bajo su dominio hacia el español, particularmente hacia el encomendero.
La institución de la encomienda agrupó a los indígenas tras un par-
ticular perfectamente identificado (el encomendero) al que le debían una
determinada entrega sea en dinero, bienes, o servicios (denominada ge-
néricamente tributo) según las particularidades propias de la región en
la que se situaron los indios encomendados. El hecho de tributar a un
mismo encomendero comenzó a operar como un fuerte elemento unifi-
cador al interior de los grupos de indígenas los cuales, hasta ese momen-
to, pudieron haber compartido, o no, una cantidad considerable de ele-
mentos culturales comunes.

183
Para los grupos sobre los que se efectivizó la encomienda, la propie-
dad comunal de la tierra, la pertenencia a un pueblo de reducción -a una
encomienda- y como consecuencia de ello la obligación de aportar un
tributo a una persona física determinada, hicieron las veces de elementos
unificadores de estas “nuevas unidades colectivas”. “Enterar” el tributo
a uno u otro encomendero significó para los indios del pueblo de
Humahuaca un determinado reconocimiento simbólico al exterior de la
comunidad, frente a los españoles y frente a los propios indios.
Cuando mencionamos las forma de entrega dijimos que esta podía
ser en dinero, bienes o servicios según la región o el momento que se
trató ¿Qué tributaban los indios de la encomienda de humahuaca, los del
pueblo de San Antonio de Humahuaca? Sus prácticas tributarias combi-
naron servicio personal (mita al encomendero, arriería, venta de insu-
mos en minas, etc.) con pago de tributo en especies o dinero. Según las
fuentes los casos de pago en dinero estuvieron mucho menos extendidos
que el servicio personal; los intereses de los españoles estuvieron estre-
chamente ligados a esta situación245. ¿Cómo se conjugó entonces el efecto
aglutinador del tributo con aquel diametralmente opuesto que provocó
la práctica del servicio personal? Aquí no solo analizamos la práctica que
surge a partir de las fuentes, también realizamos algunas especulaciones
acerca de sus posibilidades efectivas. Para las poblaciones de la quebra-
da de Humahuaca la posibilidad de “enterar” el tributo en dinero fue un
hecho cierto debido, entre otras cosas, a su cercanía geográfica con los
circuitos mercantiles y al desarrollo de actividades rentables como la
arriería y la fletería. En este sentido y luchando contra una práctica favo-
recida por los españoles -lentamente instalada en la conciencia indígena-
estos reclamaron a las autoridades hispanas cambiar la forma de
tributación, reclamo que veladamente se mantuvo a lo largo del tiempo.
Un claro ejemplo de lo expuesto es la solicitud que en 1694 los indios del
pueblo de Casabindo realizaron al visitador Don Antonio Martínez Luján
de Vargas cuando “pidieron al señor visitador general les releve de este
servicio personal y que solo cumplan con pagarle sus tributos en pla-
ta”246. No es casual que desde antigua data las autoridades de la metró-
poli legislaran para terminar con los abusos provocados por el servicio

245
Sobre tributación en la Quebrada de Humahuaca y Puna de Jujuy ver: Zanolli y
Lorandi 1995.
246
Visita del oidor de la Audiencia de la Plata Don Antonio Martínez Luján de Vargas
a la jurisdicción de San Salvador de Jujuy. ANB, E C, Nº 22, Año 1694, f. 32.

184
personal, práctica instaurada aun en regiones donde la posibilidad de
enterar el tributo en dinero era una probabilidad más que real. Así como
los indios intentaron tributar en dinero, los encomenderos pugnaron por
mantener el servicio personal. La lucha de los indígenas que estando en
condiciones de pagar el tributo en dinero se vieron obligados a hacerlo
en servicio personal fue una constante dentro de la memoria simbólica
comunal. El ideal de mantener pautas de comportamiento ancestrales
tomó la forma de una resistencia diaria contribuyendo, de esa manera, al
fortalecimiento de la identidad colectiva.

Las cofradías de San Antonio de Humahuaca

Como señalamos oportunamente, las actividades comerciales de los


caciques de Humahuaca estuvieron íntimamente ligadas a las cofradías
de indios. Los curacas participaron de la fundación y desarrollo de la ins-
titución, el sistema de cargos fue un verdadero reflejo de la vida social y
política del pueblo de manera que su participación en los puestos electi-
vos les permitió mantener relaciones de dominación sobre la masa de
indios dependientes, devenidos en cofrades, y acrecentar su poder eco-
nómico (Celestino 1992).
Aunque puede parecer un hecho más que obvio que los caciques
propiciaran la creación de las cofradías para obtener beneficios sociales y
económicos, no podemos perder de vista que en la sociedad colonial los
límites del libre albedrío eran por demás estrechos. Dentro de una liber-
tad aparente todo estaba perfectamente reglado y estipulado; espirituali-
dad y materialidad se conjugaban en un solo acto. Dentro de esta estruc-
tura quedaba poco espacio para la libre elección del indígena. Las posibi-
lidades de no pertenecer a una cofradía de indios ya fundada no eran
demasiadas, ni para los curacas ni para los indígenas del común (Zanolli
y Alonso 2004).
En América colonial la cofradía fue una institución pensada e
implementada para ejercer el control social sobre la poblaciones someti-
das (indios, negros, etc.) y además, a través de la espiritualidad, se obte-
nía un beneficio material247. Esa funcionalidad que, al menos en San An-

247
Sobre distintas posturas teóricas respecto de las cofradías coloniales ver: Celestino
y Mayer 1981, Chance y Taylor 1987, Ferreira Esparza 2001, Zanolli y Alonso 2004,
entre otros.

185
tonio de Humahuaca, se mantuvo hasta mediados del siglo XVII pudo
lograrse debido a que la cofradía colonial fue una institución que permeó
todas las capas sociales de la comunidad (o pueblo en este caso). No obs-
tante, y a pesar de la direccion que le imprimeron los españoles a las
cofradías, los indígenas las resignificaron. Desde esta perspectiva, la co-
fradía, que nació como una institución opresiva y de exacción, fue
reutilizada por la comunidad. Esa resignificación o reutilización hizo que
para la mentalidad aborígen la cofradía apareciera como una institución
a partir de la cual era posible mantener ciertas formas religiosas
precoloniales. También sirvió para resignificar solidaridades internas en
el momento de mayor descomposición de la sociedad indígena248.
San Antonio de Humahuaca es un pueblo con una larga tradición
en cofradías. En 1637 se fundó la de Copacabana que permaneció hasta
1681. Ese mismo año y prácticamente como una continuidad de la ante-
rior, se estableció la de Nuestra Señora de la Candelaria cuyo último re-
gistro es de 1709. Cuatro años después, en 1713, se creó la de Santa Bár-
bara que coexistió casi de manera paralela con la de San Antonio de Padua
(1714-1777)249. Pareciera que las huellas que imprimieron las cofradías en
el pueblo colonial se mantuvieran vigentes aún hoy en la resignificación
popular. Diariamente, cuando los turistas descienden de sus autos o de
los micros en la estación terminal es común que un niño se acerque y les
ofrezca...

- Señor, le cuento la historia del pueblo.


- Bueno
-[...] y esa que Ud. ve ahí es la torre de Santa Bárbara, era de la antigua
iglesia de Humahuaca que se derrumbó hace mucho250.

248
La idea de la funcionalidad de las cofradías de indios como instituciones
reutilizadas por los indígenas muchas veces hizo que los autores perdieran de vista
el carácter colonial de la mismas y la direccionalidad que aquellas tenían. Como
ejemplo extremo podemos citar a Ferreira Esparza (2001) quien plantea que las co-
fradías llegaron a ser mecanismos para recuperar cargos prehispánicos y dar cuen-
ta de una identidad social no necesariamente basada en el sistema de parentesco.
249
Agradecemos al Prof. Gastón Doucet el habernos facilitado los Libros de las Co-
fradías de San Antonio de Humahuaca.
250
Registro tomado por el autor el 13 de julio de 2000. Entrevistado: José, de doce
años.

186
La imagen de Santa Bárbara adorna todavía hoy las paredes de la
iglesia de Humahuaca251. Con un suave fondo azul, la figura domina la
casi totalidad del cuadro, su mano derecha señala la torre que apenas se
ve en un lienzo mal cortado, la izquierda sostiene una larga pluma de
pavo real. Envuelta en un mantón de profundo carmesí, el semblante de
la virgen denota tranquilidad y paz, sin rastros de los tormentos pasa-
dos252. Santa Barbara fue la patrona de una cofradía que funcionó en el
pueblo entre 1713 y 1785.
Como señala Gruzinski (1995: 11) “la imagen ejerció ... un papel no-
table en el descubrimiento, la conquista y la colonización del Nuevo
Mundo”. La imagen de la virgen precedió la creación de la cofradía; di-
cha imagen era una visión imprescindible para que los indígenas pudie-
ran materializar su devoción y para que tuvieran una representación de
lo invisible. La imagen tuvo una función eminentemente didáctica en
cuanto a las cuestiones de la fe pero también advertía sobre sus poderes
milagrosos. La iglesia católica quizo que la reproducción de esa imagen
quedara en manos de los indios; de esa forma, la milagrosa historia se
repetiría en el lienzo y en la memoria de una comunidad. La imagen, a
partir de una historia fantástica, se constituirá así en memoria colectiva,
en historia que serviría, a su vez, para recordar la fuerza de una nueva
religión, distinta y todopoderosa que regiría los destinos de cada uno de
los individuos.
A partir de una imagen y una historia de vida se les inculcó a los
indígenas fervor, devoción y piedad, elementos que se constituyeron en

251
Junto con Santa Agueda, Santa Apolonia, Santa Cecilia, Santa Dorotea y Santa
Ursula, forma parte de las llamadas Santas Vírgenes de la iglesia de Humahuaca.
252
La historia de Santa Bárbara indica que Dióscoro, un rico pagano que emprendía
un largo viaje, celoso de la extraordinaria belleza de su hija la encerró en una torre
para preservarla de miradas y tentaciones. Bárbara, resignada solo le reclamó a su
padre que la torre tuviese tres ventanas en honor de la Santísima Trinidad. Vuelto
del largo viaje, el padre comprobó que el encierro de su hija solo había servido para
que esta aumentara su devoción a Dios y a la fe cristiana. Enfurecido, primero la
hizo comparecer ante el juez pero después, con desusado sadismo, el mismo padre
la sometió a permanentes torturas físicas y morales. Enceguecido por la furia, el
padre la decapitó. En ese mismo instante un fuego que bajó del cielo lo consumió
inmediatamente. Su iconografía esta ilustrada con elementos legendarios: la torre
de las tres ventanas, una pluma de pavo real (en la que se convertían los flagelos
luego de los azotes), o teniendo al tiránico padre bajo sus pies. Sobre la cofradía de
indios de Santa Barbara, ver: Zanolli y Alonso 2004.

187
el motor que permitió la constitución y el desarrollo de la cofradía. Los
símbolos formaron, en un primer momento, parte importante en el pro-
ceso de dominación hasta que se volvieron algo cotidiano en la vida de
los indígenas. Las cofradías, al servicio de los dominadores, vehiculizaron
aquel proceso en dos sentidos: los beneficios espirituales que los santos
recibían de sus súbditos (cofrades) redundarían en beneficios materiales.
La imagen y la historia fueron la piedra basal del éxito de asimilación
que tuvieron las cofradías. En un corto tiempo pasaron a ser un elemento
de dominación esencial utilizadas para la conversión de los indios al cris-
tianismo. Aunque en la actualidad el pueblo de Humahuaca está consa-
grado a la Virgen de la Candelaria, a dos siglos del fin de la cofradía, la
memoria de Santa Bárbara permanece incólume. No solo la torre se aso-
cia a ella -la torre de la antigua iglesia o la de su prisión- sino que tam-
bién llevan su nombre el cerrito sobre el cual descansa el monumento a la
Independencia y, también, la calle que lleva hacia la torre.
El fundador del pueblo de San Antonio de Humahuaca siguió casi
al pie de la letra las recomendaciones dadas por las Leyes de Indias para
la establecimiento de un pueblo de reducción; que fuera un lugar abierto
y no rodeado de serranías para evitar los ataques indígenas por sorpresa.
El trazado fue realizado en forma de damero con la plaza en el medio y
alrededor de ella se ubicaron los edificios más significativos. Por su anti-
güedad y ubicación estratégica, durante gran parte del siglo XVII el pue-
blo llegó a tener casi la misma importancia que San Salvador de Jujuy.
Pasado un tiempo desde la fundación, el cacique fijó su residencia en el
pueblo hecho que se fue repitiendo en los jefes de familia más prominen-
tes, los cuales dispusieron de una pluralidad de lugares de residencia. Al
ser lugar de paso obligado de viajeros y funcionarios españoles que se
dirigían hacia el sur, también se fue poblando de comerciantes y artesa-
nos españoles y, como consecuencia, San Antonio de Humahuaca rápi-
damente abandonó su fisonomía de pueblo de reducción.
La pertenencia al pueblo que fundara Juan Ochoa de Zárate,
encomendero de los indios de Omaguaca, la legitimación del cacique
colonial por parte de las autoridades españolas y los propios indígenas,
el tributo y las fiestas e instituciones coloniales -como las cofradías de
indios con todas sus prácticas simbólicas- les dieron identidad colectiva
a los indios agrupados bajo la encomienda. Esta identidad colectiva en
algún punto de la memoria individual y común se entrelazaba con una
antigua identidad étnica.
A partir de 1593, con las fundaciones de San Salvador de Jujuy y San
Antonio de Humahuaca, la captura de Viltipoco y la consecuente libera-

188
ción del espacio territorial que actualmente comprende la quebrada de
Humahuaca, la Puna jujeña y el extremo sur de Bolivia el panorama para
los españoles cambió sustancialmente. Quedaba a su disposición nueva
fuerza de trabajo y una importante cantidad de tierra productiva. Con la
toma de posesión de la encomienda, la cada vez más significativa presen-
cia política en la jurisdicción de Jujuy, la paulatina concentración de indios
tributarios en San Antonio de Humahuaca y el afianzamiento de la juris-
dicción del Tucumán frente a las pretensiones charqueñas, el eje de la enco-
mienda se trasladó, junto con los intereses del encomendero, desde San
Rafael de Sococha a San Antonio de Humahuaca. De esta forma cada pue-
blo tuvo pautas identitarias propias y otras que les fueron comunes. A par-
tir de mediados del siglo XVII, cuando se realizó la toma de posesión de la
tercera y cuarta vida de la encomienda, los caciques principales de ambos
pueblos se hicieron presentes en San Salvador de Jujuy253.
Más allá de su antiguo origen étnico los indios que, por lo menos a
partir de 1563, se acercaron o fueron compulsivamente trasladados al
pueblo de reducción de San Rafael de Sococha y aquellos que a partir de
1595 lo hicieron al de San Antonio de Humahuaca comenzaron a tejer
una identidad colectiva signada por la resistencia y la guerra, la perte-
nencia a una u otra jurisdicción y la fuerza cohesionadora de un cacique
que debía velar por los intereses de la comunidad y aumentar sus
acreencias personales. Por último, el hecho de tributar a una misma per-
sona y ser reconocidos como tributarios implicó un doble juego de elec-
ciones mutuas que también los indios aprovecharon según sus conve-
niencias. El tributo, según los momentos, las oportunidades y las posibi-
lidades osciló entre el laboreo en las minas, otras formas de servicios
personales, especie o efectivo.
La encomienda de humahuaca tuvo, entre 1540 y 1698, dos pueblos
principales de reducción: San Rafael de Sococha y San Antonio de
Humahuaca254. El primero surge en una fecha imprecisa a mediados de
1550 como una chacra de españoles, que primero le perteneció a Juan de
Villanueva y luego a su viuda Petronila de Castro. Esa chacra lentamente
se transformó en un pueblo de reducción donde a partir de 1563, según
nuestros registros, acudieron los indios chichas a prestar servicios a su

253
Tramite para el otorgamiento de la tercera vida a Diego Ortiz de Zárate a pedido
de su hermano Juan que vive en Guipuscoa. AGI, Charcas 8, Año, 1684.
254
Tomamos 1698 porque es el año en el cual la encomienda deja de estar en manos
de la familia Zárate.

189
encomendero, que en aquel momento era Juan de Cianca. Los indios del
pueblo de Sococha continuaron tributando a su encomendero hasta por
lo menos 1698, año en que la familia Zárate perdió la encomienda. Sococha
nació y se desarrolló en una coyuntura que abarcó desde tiempos de paz
a tiempos de guerra, pasando nuevamente a tiempos de paz. El devenir
de estos acontecimientos evidenció distintas formas de tributación pero
sobre todo un desarrollo -o un registro documental- diferencial de la ins-
titución cacical. Prácticamente entre 1563 y 1575, años entre los que se
extendió el estado de beligerancia no hay documentación que dé cuenta
de la relación entre los encomenderos y los encomendados, como si la
misma hubiera caído en un pautado letargo. Durante esos años los pro-
tagonistas principales fueron los grandes señores étnicos como don Juan
Colque Guarache o don Diego Espeloca y los capitanes o generales de
guerra españoles como Martín de Almendras, Pedro de Zárate, Luis de
Fuentes y Vargas e incluso el propio virrey Toledo. Mientras tanto las
segundas personas, los caciques locales, intentaban mantener unidos a
sus indios frente al paso de la soldadesca, la apropiación de piezas y las
entradas de los chiriguano. En otras palabras, en esa época la principal
preocupación fue la reproducción social de la comunidad. Por su parte
los encomenderos también tuvieron algunas preocupaciones clave: no
perder a sus indios pero, sobre todo, no perder su vida en algún campo
de batalla. A comienzos de la década de 1580 tanto los encomenderos
como los caciques locales vuelven a aparecer como los actores principa-
les de la historia, que buscan la estabilidad, unos para conseguir tributo
y otros para mantener a la comunidad que los legitimaba. También para
esa década es casi inexistente la documentación que nos recuerde que
Sococha fue un pueblo de indios chichas, como si aquella identidad étnica
se hubiera perdido o transformando conforme sucedían los acontecimien-
tos. Ahora los indios se identificaban con su encomienda, o con su
encomendero, ellos eran “fulano de tal” del pueblo de Sococha de la en-
comienda de Juan Ochoa de Zárate.
Distinto fue el caso de San Antonio de Humahuaca que nació y se
desarrolló en tiempos de paz y desde su fundación pasó a ser “primer
pueblo y cabeza de la encomienda” desplazando de ese lugar al histórico
San Rafael de Sococha. El giro que le hizo dar su encomendero pudo
responder a la mayor concentración de indios en las cercanías de
Humahuaca pero, sobre todo, se debió a que a partir de ese momento los
intereses económicos y políticos de Juan Ochoa de Zárate se vincularon
más a Tucumán que a Charcas. Con el tiempo, y por su ubicación estraté-
gica como paso y descanso obligado entre los pueblos del sur de Charcas

190
y San Salvador de Jujuy, San Antonio de Humahuaca pasó a ser uno de
los pueblos más caracterizados de la región. Las permanentes festivida-
des y las oportunidades comerciales hicieron de Humahuaca un lugar de
paso o de estancia permanente de indios y españoles.
Prácticamente desde el mismo momento de su fundación se puede
observar en Humahuaca lo que en Sococha fue una práctica duradera
desde la paz: el desarrollo de relaciones sociales cada vez más locales,
con el pueblo de reducción como eje de las mismas y con un encomendero
sin más preocupaciones que colonizar. En él podemos rastrear desde sus
inicios el ejercicio del cacicazgo como institución moldeada por los inte-
reses de los colonizadores en la cual, en un delicado equilibrio de fuer-
zas, muchas veces lo individual tendió a prevalecer sobre lo comunal.
Aquella vida comunal estuvo a su vez permeada por la institución de las
cofradías de indios, las que en poco tiempo hicieron las veces de elemen-
to de dominación e instancia de reproducción social.
Pero los indios de Humahuaca también tuvieron su tiempo de gue-
rra, lamentablemente el mismo ha quedado registrado solo de manera
fragmentaria pues el propio relator, el español, no pudo hacer pie en la
región pues se trataba de indios de guerra255. A partir de 1595 es práctica-
mente imposible encontrar un documento donde un indio del pueblo de
San Antonio de Humahuaca haga alguna adscripción étnica. Como los
de Sococha, ellos se identificaron según el pueblo de reducción y el
encomendero, “yo soy fulano de tal del pueblo de Humahuaca, enco-
mienda de Juan Ochoa de Zárate”. También, al igual que en Sococha,
pareciera que el tiempo de la guerra fue propicio para la adopción de
identidades ya sea como una estrategia individual o colectiva. Las mis-
mas se consolidaron durante el tiempo de paz, cuando toda la fuerza
cohesionadora de la encomienda pudo desarrollarse a pleno.

255
En un trabajo más que interesante sobre los señores étnicos de Casabindo y
Cochinoca, Palomeque (2003) refiere a un período de paz para el Tucumán que
finalizó aproximadamente en 1561 con la destrucción de la ciudad de Nieva por
parte de los indígenas. Aunque la autora no lo denomina así, el período de belige-
rancia que comenzó en 1561 habría finalizado en 1586, año en el cual Francisco
Altamirano hizo salir de paz al cacique Viltipoco. Por nuestra parte ya analizamos
detalladamente la acción de Viltipoco y consideramos que, aunque de manera ate-
nuada, la situación de conflicto se prolongó hasta la captura del cacique (1595). A
pesar de esta pequeña diferencia es notable observar la coincidencia entre las fe-
chas y los períodos en ambos trabajos.

191
192
CONSIDERACIONES FINALES

Al establecer los objetivos de nuestro trabajo, es decir al analizar los


hechos y procesos que determinaron el paso de identidades étnicas a una
identidad colectiva durante la colonia en América hispana, y tomando
para ello un estudio de caso -la encomienda de humahuaca entre los si-
glos XVI y XVIII- realizamos una exhaustiva revisión de la bibliografía y
de la documentación disponible. Inmediatamente observamos que la
importancia que los autores le atribuían a los humahuacas se contrapo-
nía con la poca información que teníamos de ellos. Partimos de la base
que ese problema esta íntimamente relacionado con una cuestión
metodológica que pasa por aceptar de manera acrítica una serie de afir-
maciones que fueron construidas y realimentadas a lo largo del tiempo.
Ellas son: 1) que los omaguacas constituyeron un grupo étnico en sí mis-
mo y fueron los más importantes de la región, 2) que su centro, núcleo o
poblado principal estaba ubicado en la quebrada de Humahuaca y, parti-
cularmente, en las inmediaciones o en el mismo lugar donde hoy se en-
cuentra el actual pueblo de San Antonio de Humahuaca, 3) que tuvieron
un papel preponderante en la resistencia bélica contra el español. De esta
forma se estableció la existencia de una macroetnía que permaneció in-
mutable prácticamente desde el Período Tardío hasta el contacto his-
pano-indígena. A pesar de asimilar a los humahuacas con los indígenas
encomendados a Juan de Villanueva en 1540, la mayoría de los autores
que se ocuparon del tema solo dieron cuenta de su historia en tiempos
coloniales, concretamente a partir de la fundación se San Salvador de
Jujuy (1593).
Para llevar adelante nuestra investigación, sin desconocer los traba-
jos que nos precedieron, propusimos una nueva metodología de trabajo
que se basó en una serie de pasos los cuales se complementaron unos a
otros. En primer lugar tuvimos en cuenta que la información documental
acera de los humahuacas comenzó en 1540, momento en que Pizarro le

193
otorgó la cédula a Juan de Villanueva. El hecho de que la cédula haya
sido otorgada desde el “norte” y no desde Santiago de Estero constituyó
de por sí una verdadera excepción para el Tucumán. Para esa fecha el
territorio “jujeño” permanecía prácticamente inexplorado por los espa-
ñoles por lo que la información con que contaba Pizarro para confeccio-
nar la cédula provino casi con seguridad de los datos brindados por los
quipu camayoc. Esto a su vez implicaba que por lo menos una parte de los
indígenas que constituían la encomienda de humahuaca hubieran esta-
do social y políticamente más ligados a aquellos del sur de Charcas que a
los del Tucumán. Este primer paso nos dio una nueva dimensión espa-
cial.
En segundo lugar, el hecho de cambiar el eje geográfico es decir
observar los acontecimientos con una perspectiva norte-sur y no sur-norte
como se venía abordando la problemática indígena en la quebrada de
Humahuaca (Salas 1945, Sánchez y Sica 1991, entre otros), trajo conse-
cuencias claves para continuar la investigación. Por un lado tuvimos que
ampliar la base temporal, el tema ya no sería trabajado exclusivamente
desde 1593, fecha de la fundación de San Salvador de Jujuy sino desde
1540, momento del otorgamiento de la cédula de encomienda. Por otro,
estabamos frente a la posibilidad de ampliar la base documental con la
que se había trabajado hasta el momento, que se limitaba a los archivos
jujueños, incorporando a nuestra investigación el material proveniente
de otros archivos como por ejemplo el Archivo General de Indias en su
Sección Lima -ya que fue en la Audiencia de Lima donde los habitantes
de la villa de Plata tramitaron sus cuestiones antes de la creación de la
Audiencia de Charcas (1559)- y fundamentalmente el Archivo Nacional
de Bolivia en Sucre, ciudad donde los encomenderos de humahuaca pa-
saron largas estancias.
La nueva metodología implementada para el desarrollo de la inves-
tigación no solo le otorgó otra profundidad temporal y espacial al estu-
dio de la encomienda de humahuaca, también cuestionó la falta de un
análisis diacrónico que diese cuenta de la complejidad de las relaciones
interétnicas, de la estabilidad de los grupos nativos y las formaciones
económico-sociales que las incluyeron. Aquellos ítems estuvieron ínti-
mamente relacionados con la multietnicidad provocada por el Inca para
consolidar su dominio y también con las particiones que produjeron los
españoles sobre las antiguas estructuras administrativas incaicas. El aná-
lisis diacrónico nos permitió, a su vez, ser más cautos al momento de
identificar documentalmente grupos nativos allí donde las fuentes no
permiten hacerlo con total certeza. Por último, se analizó la conforma-

194
ción de una identidad colectiva. Para el desarrollo de la investigación
evitamos, al menos en un primer momento, tomar a la quebrada de
Humahuaca como eje central del análisis, de todas formas continuába-
mos en una región periférica y fronteriza. A medida que los estudios se
van alejando de los Andes centrales, las características comunes van de-
jando paso a particularidades propias. Con menor caudal de documenta-
ción y crónicas prácticamente inexistentes el reflejo de las cuestiones a
desentrañar se hizo difuso y lejano. De tal forma fue necesario agudizar
al extremo la percepción para armar un lento pero continuo rompecabe-
zas. Incluso, en muchos casos realizamos un análisis detallado de las ca-
tegorías con que nos encontrábamos (Lorandi y Bunster 1990). Lorandi
(1997: 22) refiriéndose al Tucumán, establece que: “en la mayor parte de
los casos la fragmentación de los datos obligó a realizar un cuidadoso
‘tejido’ que permitiera salvar las ambigüedades, y los silencios, producto
de la falta de interés de los colonizadores locales para conocer a fondo la
organización política regional”.
En 1540, a seis años de la fundación del Cuzco, Francisco Pizarro
otorgó una cédula de encomienda, otra de las tantas que había redactado
en los últimos años. Podemos imaginar la escena: unos hombres con lar-
gos cordones anudados con lanas de colores recitaban ante el marqués
nombres desconocidos, muchos de los cuales se irían alterando por la
grafía de los escribanos. Nacía una encomienda que con el correr de los
años, de muchos años, se conocería como la encomienda de humahuaca.
No parece tener sentido discutir si tal denominación la acuñaron los mis-
mos encomenderos, los indios, las autoridades coloniales o, con el tiem-
po, los investigadores. Estimamos que esa respuesta ya se perdió en el
tiempo. Lo cierto es que una vez que la cédula llegó a manos de su desti-
natario, Juan de Villanueva, la historia de una encomienda, la historia de
otra merced real de indios comenzó a andar, la encomienda misma con
su encomendero, sus indios, sus curacas y su tributo, en el mismo mo-
mento que fue otorgada adquirió una dinámica propia.
En esta historia todos los actores sociales tuvieron oportunidad de
eligir un poco y siempre lo hicieron desde su posición particular en la
trama del poder. Lo hicieron sin prever todas las consecuencias de sus
actos pero siempre con la esperanza de obtener algún beneficio mediato
o inmediato. Para algunos parece no haber habido demasiadas opciones
y no nos referimos solamente a los indios. Pensemos solo por un instante
si Martín de Almendras se hubiese podido negar a realizar la entrada al
Tucumán que le costó la vida; pensemos también si el general Pedro de
Zárate hubiera podido negarse a ir a fundar una ciudad como le solicitó

195
Toledo. En este caso a Zárate no le costó la vida, le costó la enorme decep-
ción de ver a su ciudad destruida, pero también le valió una encomienda.
Todos y cada uno de los hechos aislados que venimos relatando contri-
buyeron a generar procesos de identidades colectivas que llevaron, entre
otros, a que hoy hablemos de la encomienda de humahuaca.
Aquellos hechos tuvieron un lado español y otro indígena y a am-
bos debemos reconocerle un antecedente, el incaico. Los incas alteraron
la geografía social andina en general y particularmente también lo hicie-
ron con la región que estudiamos. Conquistaron el sur de Charcas luego
de sucesivos levantamientos y otras tantas campañas. Los chichas, una
vez derrotados, comenzaron a servir al imperio en forma de mitimaes.
En este caso las elecciones y negociaciones de los incas, a pesar de todo
su poderío, estuvieron condicionadas por la geografía. Al este de Chichas,
los chiriguano poblaron un territorio que los incas jamás pudieron con-
quistar, apenas pudieron detener a sus habitantes. Detener a los chiriguano
les valió un esfuerzo extremo ya que debieron planificar una guerra a la
que no estaban acostumbrados. Ese esfuerzo se tradujo en el estableci-
miento de una línea fortificada poblada de originarios y mitimaes prepa-
rados para la guerra, con la caída del imperio esa zona de frontera quedó
completamente desguarnecida. La cédula de encomienda otorgada en
1539 a Hernando Pizarro256 permite observar que entre la conquista incaica
y la caída del Tawantinsuyu, el sur de Chichas se transformó rápidamen-
te en un espacio multiétnico donde los chichas cohabitaron con una gran
cantidad de mitimaes puestos allí por el Inca para cumplir funciones
militares. Este panorama pudo modificarse parcialmente cuando la noti-
cia de la muerte de Atahualpa recorrió el Tawantinsuyu, pero creemos
que, en gran medida, es el reflejo de la situación que encontró el español
desde su llegada al sur de Charcas.
La conquista inca también produjo cambios en las sociedades de la
quebrada de Humahuaca, los cuales estuvieron íntimamente relaciona-
dos con los mecanismos de conquista y colonización desarrollados por el
imperio. Como consecuencia de ellos, en el ámbito quebradeño puede
observarse la introducción de mitimaes, la creación de nuevos centros
económicos o ampliación de los ya existentes y, consecuentemente, el
desplazamiento en los ejes del poder político (Nielsen 2003). Con esas
alteraciones es prácticamente imposible intentar rastrear la estructura

256
Título de encomienda de Francisco Pizarro a su hermano Hernando Pizarro. AGI,
Justicia 406, Año 1539, f. 51v. a 55.

196
social preincaica, a lo sumo podemos dar un panorama regional muy
general257. La conquista incaica movió los límites sociales de los grupos
quebradeños y circunvecinos atrayendo y, a la vez, exacerbando al “otro”.
La cédula de encomienda otorgada a Juan de Villanueva en 1540 refleja
la memoria de una época pasada, el momento de máximo dominio incaico
en la región, con Quipildora “señor de Omaguaca” como autoridad re-
gional. Quipildora tuvo bajo su dominio pueblos e indios parte de los
cuales, como indicamos en el capítulo 2, estuvieron diseminados de ma-
nera salpicada en la quebrada de Humahuaca, la Puna argentina y en
una pequeña parte del sur boliviano, casi en la frontera con nuestro país.
Desde el momento mismo de la muerte de Atahualpa el imperio incaico
lentamente comenzó a desarticularse. Paralelamente, los procesos de for-
mación de nuevas identidades iniciados durante la conquista incaica co-
menzaron a tomar nuevas formas con la llegada del español.
Los españoles que llegaron a conquistar lo hicieron con un interés
particular, obtener indios y tierras. Durante muchos casos ese afán de
conquista fue estimulado por las cédulas de encomienda dadas por Fran-
cisco Pizarro. Así, Charcas se fue poblando de una primera oleada de
conquistadores, seguida de otra de empresarios mineros atraídos por el
mercado potosino; rápidamente la villa de Plata se convirtió en una de
las ciudades más importantes del sur del virreinato. A mediados del si-
glo XVI llegó a ella Juan de Villanueva encomendero de humahuaca.
Mientras tanto en 1540, en algún lugar del virreinato del Perú daba sus
primeros pasos Petronila de Castro una hija habida, como tantas otras,
fuera del matrimonio y que con el tiempo se convirtió en la esposa de
tres encomenderos de humahuaca. Con su último esposo, Pedro de Zárate
dieron origen a una de las familias más características del Jujuy colonial.
La encomienda se mantuvo en manos de la misma familia desde 1575
hasta 1698; Petronila estuvo ligada a la encomienda desde 1555, año en
que estimamos se casó con Juan de Villanueva.
En 1560 -al enviudar de su primer marido- Petronila de Castro se

257
Para Nielsen (2004) aquella situación en la quebrada de Humahuaca produjo
cuatro consecuencias. En primer lugar, un incremento de las explotaciones econó-
micas producto de la concentración de la población sobre el valle del río Grande. En
segundo lugar, que “los conflictos debieron reducir la permeabilidad de las fronte-
ras sociales que caracterizaban al Período Formativo, dando origen a nuevas for-
mas de interacción regional”. En tercer lugar, que la guerra habría dado lugar a
procesos de integración política y, por último, que habría favorecido la concentra-
ción del poder y el desarrollo de las desigualdades sociales.

197
casó con Juan de Cianca, empresario minero potosino e hijo del licencia-
do Andrés de Cianca oidor de la Audiencia de Lima. Cuando Juan co-
menzó a ejercer sus funciones de encomendero estalló un tiempo de beli-
gerancia en el sur de Charcas que duró, por lo menos, quince años. Esta
época tuvo dos etapas bien definidas, la primera se inició hacia 1562, año
en que los chiriguanos comenzaron lentamente a asolar el sur andino
dirigiéndose directamente contra las haciendas de los españoles, produ-
ciendo zozobra en ciudades como la villa de Plata y Potosí e interfiriendo
en la libre circulación del tributo de los indios chichas hacia su encomen-
dero y, consecuentemente, a la Corona. La respuesta española no se hizo
esperar, la Audiencia de Charcas designó a Martín de Almendras para
proteger a los chichas de los chiriguano y avanzar sobre los indios de
guerra. Presentada de esa manera, la tarea de Almendras era a todas lu-
ces imposible, ninguna estrategia militar podía cubrir en ese escenario y
condiciones tantos frentes de ataque y defensa. En realidad las verdade-
ras causas de la expedición de Almendras hay que buscarlas en lo políti-
co, la Audiencia de Charcas aún no había abandonado sus intereses so-
bre la recién creada Gobernación del Tucumán (1563). Almendras partió
desde Charcas con la intención de tomar el cargo de gobernador del Tu-
cumán el cual, según él creía, había quedado vacante por la muerte de
Aguirre.
La expedición de Almendras no dejó ningún saldo positivo. En lo
estrictamente militar Almendras, junto con otros españoles, fueron muer-
tos por los indios; la muerte del capitán produjo un desbande general de
los chichas, indios amigos que integraron la expedición. En pocas pala-
bras los chiriguano más que amedrentados salieron fortalecidos, los in-
dios de guerra siguieron de guerra y los chichas vieron su territorio con-
vertido ora en un campo de batalla, ora en un lugar de paso de una sol-
dadesca saqueadora. Además, como indios amigos debieron colaborar
con bastimentos a cambio de la excención del tributo durante un año,
pero la prebenda jamás se hizo efectiva. Analizado desde lo político, la
desbastada hueste que llegó a Santiago del Estero se encontró con Aguirre
vivo y al mando de un ejército, más otro al mando de Francisco de Godoy
que fue enviado desde Lima para apoyar al gobernador. Apenas se ini-
ciaba el año 1566 y Charcas ya comenzaba a despedirse de sus pretensio-
nes sobre el Tucumán. Junto a hechos tan significativos aconteció otro
que, de ninguna manera, puede pasar desapercibido para nosotros; en la
fallida campaña de Martín de Almendras también murió Juan de Cianca,
encomendero consorte de la encomendera de humahuaca, segundo ma-
rido de Petronila de Castro.

198
La segunda etapa puede presentarse en muchos aspectos como una
continuidad de la primera. Corría el año de 1572 y en el escenario indíge-
na poco y nada había cambiado. Solo que a raíz de la colaboración con
los españoles algunos señores supralocales comenzaron a sentir los be-
neficios de la dominación. El cambio más importante se dio en el lado
español, el mismo estuvo guiado por una cuestión coyuntural y estraté-
gica. A diferencia de lo acontecido cuando se planificó la expedición de
Almendras en la cual solo se evaluaron los intereses políticos, en la estra-
tegia desplegada por el virrey Toledo convergieron los dos factores más
importantes: el político y el económico. El primero estaba expresado en
la necesidad de abrir una salida hacia el Océano Atlántico, el segundo
estaba dirigido a maximizar la producción minera. Uno y otro solo po-
dían llevarse a cabo con una estrategia militar coherente que permitiera
la fundación de, por lo menos, dos ciudades -una en Charcas y otra en
Tucumán- que se constituyeran en cuñas para entorpecer los avances in-
dígenas. En la propuesta estratégica del virrey Toledo los aspectos políti-
co, militar y económico formaban un todo, una unidad de acción. El plan
de Toledo se implementó con éxito en Charcas pero no así en el Tucumán.
A pesar de la fallida entrada a los chiriguanos se logró fundar la ciudad
de San Bernardo de la Frontera de Tarija (1574) que obró de cuña como se
pretendía. En su carácter de tal, lentamente atemperó las entradas
chiriguanas al tiempo que permitió una paulatina aparición de chacras y
haciendas en el lugar. A su vez, el poblamiento y el comercio se vieron
estimulados por el creciente mercado potosino.
Luis de Fuentes, fundador de Tarija (1574), realizó algunos esfuer-
zos para ayudar a Pedro de Zárate a mantener en pie la otra ciudad-
cuña, San Francisco de Alava (1575), pero los intentos fueron vanos, la
lejanía y la precariedad de la situación militar hicieron imposible diversi-
ficar tanto las fuerzas. Diez años después de la entrada de Almendras,
Charcas se despedía definitivamente del Tucumán. Pero el contexto béli-
co debe extenderse hasta 1593/95, más aun debemos decir que hasta esa
fecha hubo una pacificación parcial, una relativa calma que se transfor-
maba lentamente en paz hacia el sur de Charcas. Faltaba ahora terminar
con los indios de guerra liderados por Viltipoco y esa etapa se
implementaría desde la propia Gobernación del Tucumán. A partir de
1595, los indios de la Puna y la Quebrada estaban todos encomendados y
lentamente comenzaban a tributar de manera sistemática a sus
encomenderos. Lentamente también aparecían, uno a uno, los pueblos
de reducción, de ahí que los españoles repiten en los documentos que
“toda la tierra estaba de paz”. Nuevamente entre estos grandes aconteci-

199
mientos hay uno que nos interesa señalar, que sirvió de estimulo para la
fundación. Toledo le concedió a Zárate la misma encomienda que 35 años
atrás Pizarro le había dado a Juan de Villanueva, como aditamento Zárate
desposó a Petronila de Castro; por lo tanto la encomienda quedaba en
manos de un conquistador y una antigua dama que conocida a sus in-
dios.
Lentamente se irá delineando lo que consideramos metodológica-
mente como un nuevo espacio social ocupado también por nuevos acto-
res que van a modificar las relaciones preexistentes. Este espacio social
será “un espacio pluridimensional, un conjunto abierto de campos relati-
vamente autónomo, es decir más o menos fuerte y relativamente subor-
dinado” (Bourdieu 1990: 135 y ss.) Este espacio primigenio será sentido
así desde que el tiempo de la guerra fue vivido como permanente. A
partir de ese momento, y de manera progresiva, se irán definiendo los
roles de cada uno de los actores en cada uno de los campos. Cuando la
guerra prácticamente llegó a su fin, o al menos estuvieron delineadas las
bases para una colonización definitiva, comenzó una práctica de domi-
nación sostenida constituyendo lo que Bourdieu llama una “estilización
de la vida” la cual va a tratar de ser acrecentada por los españoles y,
además, lejos de rechazarla, intentará ser asimilada por los indígenas.
El avance de la conquista determinó también los tiempos de la en-
comienda de humahuaca. Fuera de los casos puntuales de servicio per-
sonal en las casas de sus encomenderos en La Plata258, en 1563 se registra-
ron los primeros casos de tributación más o menos sistemática de los
indios de la encomienda. En aquel entonces el encomendero era Juan de
Cianca y el lugar, el pueblo de indios de San Rafael de Sococha. Los in-
dios de Sococha tributaron a sus encomenderos de manera ininterrumpi-
da hasta 1698 y aquel fue el principal pueblo de la encomienda hasta la
fundación de San Antonio de Humahuaca. Entre 1563 y 1698 el tributo
osciló entre el aporte de brazos para laborar las numerosas vetas del
encomendero y “maíz y otras semillas de que nos sustentamos y paga-
mos la tasa a nuestro encomendero”259.
En aquellos primeros años el pueblo de reducción de San Rafael de
Sococha fue un lugar de encuentro entre los indios y su encomendero,
establecido al solo efecto de controlar a los contingentes que partían ha-

258
ANB, LAACh, Vol. 4, Año 1572.
259
AHJ, Documentos donados por el Padre Miguel Ángel Vergara. Sin título. La
Plata, 14 de agosto de 1586.

200
cia Potosí. Pocos años después de pacificada la región y de la fundación
de San Bernando de la Frontera de Tarija (1574), el encomendero y sus
indios se unieron para favorecerse mutuamente al presentar, de manera
conjunta, un pedido ante las autoridades para que otros españoles y los
señores principales no introdujeran ganado en sus tierras. El contexto
bélico favoreció a los señores máximos por sobre los caciques locales, con
el advenimiento de la paz aquellos iban lentamente adquiriendo el po-
der que les otorgaba un uso inteligente de la situación de dominación
colonial. En 1684 los caciques del pueblo de Sococha mejoraron notoria-
mente su situación260, entre otras cosas los había beneficiado que una sola
persona hubiera guiado por generaciones el traspaso de la encomienda,
la que se realizó de manera ordenada y sin movimientos compulsivos de
los indios. De los indios de la encomienda de humahuaca solo se otorga-
ron los del pueblo de Sococha y se les atribuyó identidad étnica, en este
caso chicha; con el tiempo, esa adscripción identitaria se fue perdiendo al
extremo que no aparece más en documentación alguna que hayamos
podido consultar. Aquellos indios pasaron a identificarse como los del
pueblo de Sococha, encomienda de Juan Ochoa de Zárate.
A pesar de esa identificación, o de los numerosos indicios en ese
sentido, los investigadores no repararon en que al menos parte de los
indios de la encomienda eran de filiación étnica chicha. Por el contrario,
todos los indios de la encomienda de humahuaca fueron identificados
indistintamente como humahuacas, término al que se le atribuyó -y atri-
buye- exclusivamente un contenido étnico. Los investigadores, inmersos
en la necesidad de encontrar macroetnías monoétnicas no consideraron
los cambios producidos por el Inca para un mejor control político y ad-
ministrativo de la región conquistada, entre otras cosas. Como señala-
mos, la identificación étnica chicha que realizaron los indios del pueblo
de Sococha no perduró en el tiempo, indudablemente el proceso colonial
y, particularmente, algunos elementos de identificación como la perte-
nencia a un pueblo de reducción, la figura de un cacique colonial legiti-
mado por los españoles y el tributo, contribuyeron a la pérdida de la
identidad primigenia a la vez que, como veremos, fueron formadores de
identidades colectivas.
Pacificadas la Puna y la quebrada de Humahuaca y con una parte
de los indios de su encomienda asentados en el de reducción de San Ra-

260
Presentación del ayudante Sebastián Martínez de Zamora pidiendo merced de
tierras. ATJ, Legajo 602, Año 1684. Agradezco a Gabriela Sica quien amablemente
me facilitó el documento.

201
fael de Sococha, el ambicioso Juan Ochoa de Zárate fue a buscar más
indios de su encomienda261. Enfatizamos estas ultimas palabras, la gran
mayoría de los indios que el encomendero reunió en el pueblo de San
Antonio de Humahuaca fueron indios comprendidos en la cédula. Ni él
ni sus descendientes se enfrentaron a pleito alguno por la encomienda de
humahuaca. Tampoco los indios reunidos en el pueblo desconocieron a
su encomendero. ¿Por qué decimos la gran mayoría? Existes indicios,
aunque aislados, de que por una cosa u otra algunos indios se acoplaron
al pueblo de Humahuaca y que con el tiempo se identificaron como per-
tenecientes al mismo262. La identificación no solo se las otorgó la perte-
nencia al pueblo de encomienda, también participó en esa construcción
la tributación dirigida hacia un determinado encomendero y la presencia
de un cacique que con el tiempo desempeño su cargo más allá de los
límites étnicos. Huma huaca: adorar al agua, adorar a cota o cocha, la la-
guna que alteraba cotidianamente la aridez puneña. A fines del siglo XVI
esa palabra que se repite en las fuentes con distintas grafías se entremez-
cló con la de un santo católico, San Antonio y juntas dieron el nombre al
pueblo de reducción: San Antonio de Humahuaca. Con el tiempo, parte de
los indios de la encomienda se identificaron casi exclusivamente con ese
pueblo y con su encomendero, pero en la recreación de sus identidades el
huma huaca seguía siendo el referente de un pasado que no podían olvidar.
Casi sin quererlo a partir del otorgamiento de una cédula de enco-
mienda los indios de humahuaca comenzaron un lento proceso de
etnogénesis, sustentado en su memoria histórica pero también en nue-
vos elementos coloniales de identificación. Este proceso, analizado a par-
tir de una encomienda no fue similar para todos los casos. Venimos enun-
ciando las particularidades propias de la encomienda de humahuaca
desde el inicio de estas conclusiones. Entre ellas, el que Juan de Villanueva
se hubiera casado con una niña casi o que con el tiempo aquella hubiese
sobrevivido a tres maridos pueden tacharse de insignificantes o fortui-
tas, lo cierto es que aquellos hechos le dieron una continuidad a la enco-
mienda y le marcaron un perfil. El mismo lo terminaron de dar otras
circunstancias como, por ejemplo, el que en un determinado momento
Juan Ochoa de Zárate decidiera fundar un segundo pueblo de reducción,

261
Es necesario recordar la permanente amenaza de las autoridades españolas a los
encomenderos charqueños para que fueran a tomar posesión de sus indios en
Tucumán, bajo el apercibimiento de perder de la encomienda.
262
Es el caso de un indio de Esteco que se casó un con india de Humahuaca a quién,
pese de los reclamos de su encomendera, le fijaron su residencia en aquel pueblo.
ANB, EC, Nº 7, Año 1644. Sin título.

202
el cual inmediatamente fue designado cabeza de encomienda. Por su lu-
gar estratégico ese pueblo, San Antonio de Humahuaca, prontamente
adquirió una importancia que en los primeros años de la vida colonial
jujeña no tuvo San Salvador. Esa importancia, reflejada en el permanente
paso y estadía de las autoridades españolas y en haberse constituido en
lugar de romería, entre otras, le fue dando una fisonomía más de pueblo
de españoles que de caserío indígena. Hoy, si se observan los demás pue-
blos de la Quebrada se verá, y también se escuchará, que Humahuaca es
el más “colonial” de todos.
Si bien los indios chichas del pueblo de San Rafael de Sococha con-
tinuaron tributando a los Zárate hasta 1698 y mantuvieron una fluida
relación con sus encomenderos, el giro que tomaron los acontecimientos
con la fundación de San Antonio de Humahuaca marcó también un giro
en la investigación. Aproximadamente a partir de 1610 la mayor parte de
la documentación está relacionada con los intereses de Juan Ochoa de
Zárate en la jurisdicción de Jujuy y, por ende, con los indios del pueblo
de Humahuaca. A partir de ese momento, el pueblo de Sococha pasó a
cumplir un papel verdaderamente secundario dentro de la estructura
socio-productiva de la encomienda y los indios de aquel pueblo apare-
cen registrados muy escasamente y solo están representados por sus ca-
ciques en las tomas de posesión o en alguna fiesta religiosa que se realiza
en San Antonio de Humahuaca.
Los indios de la encomienda de humahuaca pacificados a partir de
1593/95 acompañaron el ritmo que impuso el encomendero. Luego de la
derrota de Viltipoco, comenzaron lentamente a acomodarse y a aprove-
char la nueva coyuntura colonial. Varios factores contribuyeron para que
esto fuera así, en primer lugar que los Zárate fueron buenos encomenderos
y que supieron reconocer la realidad de sus encomendados, utilizando
las opciones que ofrecía el grupo indígena con el objetivo de lograr ma-
yor eficiencia y beneficio en la recaudación del tributo. Esa buena rela-
ción contribuyó al desarrollo de una elite cacical que se fue haciendo más
sólida conforme transcurrió el siglo XVII. Las cofradías de indios fueron
causa y consecuencia de ese proceso. La existencia de las cofradías de
Humahuaca produjo efectos en el plano simbólico al constituirse lenta-
mente en espacios de defensa de los intereses étnicos y también en ele-
mentos articuladores de la vida social y política de los pueblos indíge-
nas. Desde lo económico, favorecieron la inserción de los indígenas en
los mercados regionales coloniales a la vez que dinamizaron la economía
interna (Zanolli 2001). Los caciques de humahuaca fueron en muchos
casos mayordomos de las cofradías; desde ese cargo, y aprovechando las

203
coyunturas mercantiles favorecieron a un grupo de familias de manera
que se fuera produciendo una cierta diferenciación social, la cual se refle-
jó simbólicamente en las fiestas patronales.
Al analizar el desarrollo histórico de la encomienda de humahuaca
aproximadamente entre 1540 y 1583, hemos podido observar que algu-
nos grupos han perdurado en la documentación mientras que otros tal
vez hayan sido elevados a la categoría de tales por los españoles o aun
por los investigadores (Nacuzzi 1998, Zanolli 2000 y 2002). Otros, por fin,
han dejado de figurar en aquella. Metodológicamente esto propone un
abanico de posibilidades ya sea que se trate de:
a) Grupos con una identidad “primigenia” que se pueden rastrear en las
fuentes en los momentos preconquista, las cuales, al menos desde lo
semántico se han mantenido, recreado y reflejado en la documenta-
ción posterior.
b) La imposición de categorías administrativas tales como reducciones,
doctrinas y, en casos específicos como en el Tucumán, encomiendas que
permitieron identificar al grupo según aquellas instancias administrati-
vas. Que esa identificación haya sido posible puede ser consecuencia de
tres situaciones las cuales no son excluyentes entre sí: la percepción de
los españoles, las metodologías de trabajo de los investigadores y la elec-
ción consciente o inconsciente que realizó el indígena263.
c) Los grupos pueden haberse dejado de mencionar en las fuentes por la
desaparición física de los componentes del grupo o bien, íntimamente
relacionado con b), por una ausencia de identidad -identificación- o
reconocimiento en las mismas fuentes, al haber sido incorporados a
otras categorías.
En los casos intermedios, es decir en aquellos que no reflejan ni con-
tinuidad ni desaparición, lo que observamos es, en gran parte, verdade-
ros reacomodamientos identitarios. Para los grupos indígenas del
Tucumán Colonial “la filiación étnica es …, más a menudo que lo contrario,
una atribución de identidad, una creación que puede tener poca realidad en la
existencia social o cultural previa.” (Comaroff 1985: 6, citado por Abercrombie
1991, el destacado es nuestro)264.
263
Esta última instancia fue señalada por Abercrombie (1991: 203) cuando dice: “Los
grupos andinos modernos, tal como los conocemos en el presente tomaron en sus
manos estrategias administrativas impuestas tales como la reducción y las institu-
ciones de doctrina, para reconstruir un sistema de dominación que servía tanto a
sus propios fines como al de sus dominadores”. El tema también puede verse en
Rasnake 1989 y Wachtel 2001.
264
En este caso es interesante destacar aquellas apelaciones de los indígenas “desde

204
Dada la sucesión de hechos que venimos señalando podemos afir-
mar que las elecciones que realizaron los indios no fueron fortuitas.
Retomando una frase del comienzo mismo de estas conclusiones, en esta
historia todos los actores sociales eligieron un poco y siempre lo hicieron
desde una posición de poder. En este caso los indígenas aprovecharon su
posición en el orden social para manipular un espacio de poder. Poder e
identidad se articulan en los procesos de sujeción y de liberación del in-
dígena aunque este último no llegue a concretarse en su totalidad. Aun-
que esa articulación entre filiación étnica / atribución de identidad haya
sido estimulada por la sociedad colonial y/o elegida por los propios in-
dígenas también debe ser entendida como una respuesta estratégica frente
al paisaje colonial. El cambio de las condiciones materiales de existencia
(Briones 1998) sobre todo para los grupos subordinados, introduce condi-
ciones de vida diferenciales -por lo general desventajosas- obligando a
aquellos en parte diezmados, en parte dispersos, a re-unirse y re-agrupar-
se estratégicamente en muchos casos como única salida para lograr su sub-
sistencia. En otras palabras, lo que se procura es salvaguardar parte de las
viejas y alteradas identidades creando y recreando formas de pertenencia
en dos direcciones: hacia el interior del grupo nuevas formas de conviven-
cia tanto desde lo material como desde lo simbólico; hacia afuera nuevas
formas de comportamiento especialmente en su interacción con el otro.
A partir de un enfoque antropológico aplicado a una sucesión de
hechos históricos contextualizamos categorías de la época y considera-
mos, desde el punto de vista de los actores, sus propios intereses y con-
flictos. Al contextualizar las acciones desarrolladas por los sujetos socia-
les pudimos darle temporalidad a la encomienda de humahuaca y desde
una perspectiva hispana pudimos conjugar los intereses individuales,
grupales y de la metrópoli que permitieron la continuidad de la misma.
Dentro de ese marco, y al analizar las respuestas indígenas, observamos
cómo algunas identidades permanecieron en la documentación mientras
otras desaparecieron. También, notamos que ciertas identidades, que pre-
ferimos denominar colectivas, se recrearon en la conjunción de las anti-
guas identidades étnicas alteradas en parte por la conquista incaica y
también por la fuerza cohesionadora de la encomienda de indios.

tiempo inmemorial”, las cuales muchas veces han sido entendidas como prácticas
sostenidas desde un momento anterior al advenimiento del imperio incaico o aún
desde esa época pero que, observando bien la trama documental, se intuye que los
actores se refieren a tiempos más próximos, tiempos coloniales que por alguna cir-
cunstancia produjeron alteraciones en las relaciones sociales y políticas y que son
convenientemente utilizadas en provecho de una causa concreta.

205
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Sin título ni foliatura. La Plata, 14 de agosto de 1586.

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Archivo Histórico de Salta (AHS)


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Escrituras Públicas (EP)

Volumen 3 A. Año 1560.


Volumen 11. Año 1560.
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Volumen 6. Año 1564.
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Volumen 10. Año 1568.
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Número 4. Año 1605.
Número 23. Año 1628
Número 7. Año 1644
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Número 9. Año 1664
Número 18 Año 1684
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Número 1. Año 1716

Libro de Acuerdo de la Audiencia de Charcas (LAACh).


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223
224
APÉNDICES

Apéndice A

1-
Archivo General de Indias.
Lima 231, Nº 11. Año 1636. f. 122 a 133.
Confirmación de la encomienda otorgada a Juan de Villanueva.

... En la ciudad de los Reyes a 29 días del mes de noviembre de 1581 años ante su
excelentísimo señor don Martín Enriquez virrey gobernador y capitán general de
estos reinos y provincias del Perú y tierra firme por su majestad se presentó la
petición por el dicho Pedro de Zárate y vista por su excelencia mandó que se le de
el traslado que pide en su petición en cumplimiento de lo cual yo Cristóbal de
Miranda secretario de la gobernación de estos reinos hice sacar de un Libro de Re-
gistros de Provisiones//122
y conquistas de fronteras y para guerra de los chiriguanaes y en el discurso de ellas
dado por el excelentísimo señor don Francisco Toledo virrey del Perú ante el secre-
tario Navermuel un traslado de un título que por el señor virrey don Francisco de
Toledo parece que se dio a Pedro de Zárate de los oficios de lugarteniente de capi-
tán general por las cosas de la guerra de San Francisco por su vida y la de un hijo
suyo y así mismo está en el dicho libro y registros una encomienda y confirmación
que el dicho señor virrey dio al dicho Pedro de Zárate de los indios en ella conteni-
dos por dos vidas que es como se sigue don Francisco de Toledo por cuanto enten-
diendo lo que importaba para el trato y comercio de estas provincias con las del
Tucumán y que en las dichas provincias del Tucumán//122v
se pudiese administrar justicia y por ver las cosas que conviniesen al buen gobierno
vista la dificultad que en esto ha habido porque a causa de haber en el camino
indios de guerra que confinan entran y salen por el suelo por donde se va a las
dichas provincias y allende ellas a estas no se puede entrar ni salir sino con junta de
gente y queriendo proveer al remedio de esto cuando envié por gobernador de la
dicha provincia de Tucumán a don Jerónimo de Cabrera por una mi provisión le
mandé expresamente que luego poblase un pueblo de españoles en el valle de Salta
el cual por haber ido a otro descubrimiento y población de que tuvo noticia en los
confines de las dichas provincias de Tucumán no hizo ésta y en este medio tiempo
estando yo en la//123
ciudad de La Plata en la prosecución de la visita general que por mi persona hago
en estos reinos llegó allí Gonzalo de Abreu con poderes de su majestad para gober-
nar las dichas provincias de Tucumán y viendo lo que importaba que se hiciese la
dicha población para los efectos susodichos y para la pacificación de los indios
comarcanos que por allí andaban de guerra le mandé por una provisión saliese con

225
la gente que pudiese de las dichas provincias a hacer la dicha población y que de
acá se le enviaría más gente para que tuviese efecto y después de esto por otra mi
provisión proveí y mandé la orden que había de tener en sacar la gente y bastimentos
y otros pertrechos de guerra para//123v
la dicha población y le di la orden como se había de sustentar y conservar y porque
ninguna de estas cosas ha tenido efecto y su majestad me ha dado nuevamente
comisión para proveer gobernador y lo que toca al gobierno de las dichas provin-
cias de Tucumán y lo demás que convenga teniendo consideración a lo que mucho
importaba al servicio de Dios y de su majestad y al buen trato y comercio de estas
provincias con aquellas para la seguridad de todo y a la pacificación y conversión
de los naturales que en aquella comarca están de guerra y han impedido e impiden
el dicho pasaje y comercio he acordado de mandar que de acá se vaya a hacer la
dicha población y nombrase como su majestad me lo comete y manda una persona
de confianza//124
para que con la gente que de acá se llevare y para con la que ha de salir para este
efecto de las dichas provincias de Tucumán haga la dicha población y confiando de
vos Pedro de Zárate vecino de la ciudad de La Plata que sois persona de autoridad
de confianza y que habéis servido a su majestad y que concurren en vos las partes y
calidades que para ello se requiere os he nombrado y proveído por nuevo poblador
de una ciudad que se ha de llamar la ciudad de San Francisco en el dicho valle de
Salta o Jujuy o Calchaquí donde más os pareciere que conviniere para los efectos
que se pretenden y por justicia mayor de la dicha ciudad y jurisdicción y por mi
lugarteniente de capitán general en las cosas de la guerra que en vuestro distrito se
ofrecieren y//124v
por lo que en esto habéis de servir a su majestad en labores y cosas que se han
concedido y mandado que se os de confirmación por dos vidas de los indios de
Omaguaca que tuvo en encomienda Juan de Villanueva y por su fin y muerte suce-
dió en ellos doña Petronila de Castro mujer legítima del dicho Pedro de Zárate
como parece por las dichas encomiendas que tuvo el dicho Juan de Villanueva de
los dichos indios su tenor de las cuales son estas que se siguen don Hurtado de
Mendoza marqués de Cañete guarda mayor de la ciudad de Cuenca virrey y capi-
tán general de estos reinos y provincias del Perú por su majestad por cuanto por
parte de Juan de Villanueva vecino de la ciudad de La Plata me ha sido fecha rela-
ción diciendo que el marqués don Francisco Pizarro gobernador que fue en estos
dichos reinos le encomendó//125
en la jurisdicción de la dicha ciudad en la provincia de Tarija un repartimiento de
indios que ha tenido y poseído y tiene y parece y como dijo que parecía por la
cédula de encomienda que de ello le fue dada el tenor de la cual es el que se sigue el
marqués don Francisco Pizarro habido y respeto que vos Juan de Villanueva vecino
de esta villa de Plata sois persona de honra y habéis servido a su majestad en esta
tierra en la conquista y así mismo en el levantamiento de los naturales desde que se
revelaron de la obediencia de su majestad hasta que fueron reducidos a ello con
vuestro caballo y armas a vuestra costa y estáis adeudado y necesitado en nombre
de su majestad y hasta tanto que el repartimiento general se hace que nos//125v
esta cometido a mí y al muy reverendo y el muy magnífico señor el obispo Vicente
de Valverde os depositó en la provincia de Tarija el cacique Quipildor señor de

226
Omaguaca con todos sus pueblos e indios en esta manera un pueblo que se dice
Socabacocha con el cacique Cachitoya y otro pueblo que se llama Orondi con el
principal Espilca y otro pueblo que se llama Cachichura con el señor Concolla y
otro y otro pueblo que se llama Cochuy con el principal Tolaba y otro que se llama
Tocolaca estancia de Xirote y otro que se llama Achiona con el principal Parchava y
otro que se llama Serchica y otro que se llama Yosulla y otro pueblo que se llama
Quita con el principal Parabon y otro que se llama Cochinoca con el principal Tavarco
y otro que se llama Ychina con el principal Gara//126
cualca con 500 indios y si más hubiera sujetos al dicho cacique así mismo los depo-
sitó para que de ellos os sirváis conforme a los mandamientos y ordenanzas reales
y en ello uno de los antiguos de estos dichos reinos y que bien ha servido a su
majestad en ellos así en poblaciones de pueblos de españoles como en alteraciones
pasadas sin haber de servido me pidió y suplicó le hicieses merced de se los confir-
mar y hacer nueva encomienda de ellos y por mi visto la dicha cédula de encomien-
da y posesión que tiene del dicho repartimiento di el presente por el cual confirma
al dicho Juan de Villanueva el repartimiento de indios contenido en la cédula de
encomienda suso incorporada y para mayor abundamiento//126v
en nombre de su majestad y por virtud de real provisión y pode que para ello tengo
que su tenor es el que se sigue don Carlos por la divina clemencia emperador sen
per (roto) rey de Alemania doña Juana su madre y el mismo don Carlos por la mis-
ma gracia rey de Castilla de León de Aragón de las dos Sicilias de Jerusalén de
Navarra de Granada de Toledo de Valencia de Galicia de Mallorca de la villa de
Cerdeña de Córdoba de Córcega de Murcia de Jaén de los Algarbes de Algecira de
Gibraltar de las Islas de Canarias de las Indias islas y tierra firme del mar océano
conde de Flandes y de Tirol por cuanto nos habemos proveído por nuestro virrey y
capitán general de las provincias del Perú y presidente de la audiencia real que en
ella reside a vos Don Hurtado de Mendoza//127
marqués de Cañete y en las provisiones que de ellas se os ha dado no se os da poder
y facultad para encomendar los indios que en las dichas provincias vacaren así
como lo han hecho nuestros gobernadores que han sido de ellas y queriendo pro-
veer en ello de manera que las personas que nos han servido en el descubrimiento
y población de la dicha tierra y en ella nos sirvieren en lo que se hubiese ofrecido y
ofreciere gratificados y reciban merced visto por los del nuestro Consejo de las In-
dias fue acordado que debamos mandar esta nuestra carta para vos en la dicha
razón y nos tuvimoslo por bien por la cual damos licencia poder y facultad a vos el
dicho don Hurtado de Mendoza marqués de Cañete para que//127v
por el tiempo que nuestra voluntad fuere que los indios que hubiere vacos cuando
vos llegases a las dichas provincias que no estén encomendados a personas particu-
lares y los que vacaren durante el tiempo que vos en ellas estuvieres los podáis
encomendar y encomendéis a los españoles que en ella residen y residieren según y
como lo hicieron y pudieron hacer por virtud de los poderes que de nos para ello
tenían el marqués don Francisco Pizarro nuestro gobernador que fue de las dichas
provincias y el licenciado Gasca nuestro presidente que fue de la Audiencia Real de
ellas y el nuestro virrey don Antonio de Mendoza para que los tengan y se sirvan y
aprovechen de ellos conforme a las ordenanzas que por su buen//128
tratamiento están hechas y las que se hicieren de aquí adelante de la forma y mane-

227
ra y condiciones con que los han tenido tienen las otras personas que tienen indios
encomendados en ellas y en las tales encomiendas preferiréis a los primeros con-
quistadores de las provincias que estuvieren sin indios y después de ellos a los
pobladores casados que tuvieren calidades para los tener y antes que hagáis las
dichas encomiendas de los indios que vacaren proveáis que se tasen los tributos
que han de dar conforme a las nuevas leyes y a las provisiones y cédulas por vos
después de ello dadas acerca de la dicha tasación para aquello que fuere tasado
lleven los tales encomenderos y no otra//128v
cosa alguna que para ello vos damos poder cumplido con todas sus incidencias y
dependencias anexidades y conexidades dada en (nuestra?) villa de Bruselas a 10
días del mes de marzo de 1555 años yo el rey. Yo Francisco de Raco secretario de
(roto) y católicas majestades las hice escribir por su mandado el marqués el licen-
ciado Tello de Sandoval el licenciado don Juan Sarmiento el doctor Vázquez el li-
cenciado Gómez registrada Ochoa de Lujando canciller Martín de Ramo in enco-
miendo en el dicho Juan de Villanueva en la provincia de Tarija el cacique pueblos
e indios contenidos en la cédula de encomienda arriba inserta para que para que los
tenga y posea y cobre los tributos de ellos conforme a la tasa que de ellos está hecha
y se//129
hiciere con que por si ni por interpósita persona no se sirva de ellos de ningún
servicio personal en su casa ni otros servicios ni obras so las penas contenidas en la
provisión real que cerca de ello está dada y con que los traten bien y procure su
conservación y multiplicación y los haga doctrinar en las cosas de nuestra Santa Fe
católica y ley natural y buena policía y si en ello algún descuido hubiere sea sobre
su conciencia y no la de su majestad ni mía que en su real nombre se los encomien-
do y por la presente encargo al Licenciado Altamirano oidor en esta Real Audiencia
en cuyo cargo está el gobierno de la provincia de las Charcas y mando a su teniente
y alcaldes ordinarios de la dicha ciudad de La Pla//129v
ta y cada uno y cualesquier de ellos que luego que por parte del dicho Juan de
Villanueva fuere pedida posesión del dicho repartimiento en continuación de la
que tiene se la den y metida le amparen en ella y no consientan que de ella sea
despojado sin primero ser oído y vencido por fuero y juicio la cual dicha enco-
mienda le hago sin perjuicio de tercero ni de su derecho si lo hubiere hecho en Los
Reyes a 7 días del mes de diciembre de 1557 años el marqués por mandado de su
excelencia Pedro de Avando. Yo Gómez de Sanabria escribano por su majestad en
la visita general de esta provincia de las Charcas hice sacar este traslado de un
traslado au//130
torizado de Pedro Suárez de Valle secretario de la Real Audiencia de la ciudad de
La Plata según por ella pareció con lo cual lo corregí y va cierto y verdadero en
Piura jurisdicción de la dicha ciudad a 5 días del mes de octubre de 1573 años
testigos presentes don Felipe Guarache y don Juan Sopasa y en fe de ello lo firmé de
mi nombre Gómez de Sanabria y que el dicho repartimiento que así tuviere para sí
lo pueda dejar a su hijo mayor después de sus días y repartirlo entre él y los demás
legítimos o entre los naturales no teniendo legítimos repartiendo los tributos con
que los tributos se repartan entre ellos y el repartimiento//130v
quede entero para el hijo que señalare sin dividirse y dejando mujer legítima se
guarde la ley de la sucesión y para que esto se cumpla acordé de dar y di la presente

228
por la cual teniendo consideración a todo lo que dicho es y poniendo en efecto el
dicho Pedro de Zárate la dicha población como se le ha mandado y en nombre de su
majestad y en virtud de los poderes y comisiones que de su persona real tengo
encomiendo y confirmo en vos el dicho Pedro de Zárate el dicho repartimiento e
indios de Omaguaca en que sucedió la dicha Petronila de Castro vuestra mujer
como mujer que fue del dicho Juan de Villanueva para que los tengáis y poseáis
según y de la manera que los tuvo y poseyó//131
el dicho Juan de Villanueva en virtud de las dichas encomiendas hagáis y llevéis y
cobréis por todos los días de vuestra vida los tributos que los dichos indios debieren
pagar conforme a las tasas que de ellos se hicieren con que no excedáis de ellas en
cosa alguna con apercibimiento de si de ellas excediereis se cobrará de vuestra per-
sona y bienes la tal demasía o se cobrará de la tasa que adelante hubieres de cobrar
y el entretanto que se hace la dicha tasa atento a que los dichos indios o la mayor
parte de ellos no están de paz habiéndolos pacificado y asentado cobrareis de ellos
lo que buenamente pudieren pagar con que no exceda de la dicha tasa que adelante
se hiciere por//131v
que lo que de ella excediere lo habéis de volver y restituir a los dichos indios y
después de vuestros días suceda en los dichos indios vuestro hijo o hija mayor
legítimos a quien podáis dejar los dichos indios conforme a lo que su majestad tiene
mandado repartiendo los tributos de ellos como os pareciere dando la propiedad al
mayor como dicho es con la parte de los tributos que quisiéres y los demás tributos
repartiéndolos entre los otros hijos legítimos no teniendo legítima mujer en quien
suceda el dicho repartimiento lo podáis dejar al hijo mayor natural con la propie-
dad repartiendo los tributos como entre los dichos hijos legítimos está dicho de
manera que to//132
dos se puedan sustentar y conservar en la dicha población pero el repartimiento ha
de quedar siempre entero y no se ha de dividir sino solamente los tributos como
dicho es pero en caso que no tuvieres hijos legítimos que conforme a lo que su
majestad tiene ordenado suceder en semejantes encomiendas ha de suceder vues-
tra legítima mujer conforme a las provisiones y cédulas que están dadas cerca de la
sucesión de los indios por lo cual habéis de tener muy particular cuidado de procu-
rar su amparo multiplicación y defensa y de quien sean bien tratados y enseñados
en las cosas de nuestra santa fe católica ley natural y buena policía y si en ello algún
descuido tuvieres//132v
cargue sobre vuestra conciencia y no sobre la de su majestad ni mía que en su real
nombre os los encomiendo y con que tengáis los dichos indios en la dicha enco-
mienda con las mismas cargas y obligaciones que los tienen los demás encomenderos
de estos reinos con lo cual mando que podáis tomar la posesión de los dichos indios
y que de ella no seáis desposeído sin primero ser oído y por fuero y derecho venci-
do y que en ello ni en parte de ello no se os pueda poner ni ponga impedimento
alguno so pena de 1.000 pesos de oro para la cámara de su majestad fecha en Potosí
a 4 días del mes de abril de 1575 años don Francisco de Toledo//133.

*****

229
2-
Archivo de Tribunales de Jujuy.
Caja 2, Legajo 40, Año 1612, f. 32 a 32v.
Encomienda del gobernador Don Francisco Martínez de Leyva a Juan Ochoa de
Zárate (es su segunda encomienda).

Don Francisco Martínez de Leyva caballero del hábito de Santiago gobernador ca-
pitán general y justicia mayor en estas provincias de Tucumán por el rey nuestro
señor digo por cuanto el capitán Juan Ochoa de Zárate es hijo legítimo del general
Pedro de Zárate poblador que fue de la ciudad de San Francisco de la nueva provin-
cia de Alava del valle de Jujuy la cual dicha población hizo por mandado y comi-
sión del virrey don Francisco de Toledo a su costa llevando a ella muchos soldados
en cuyo sustento gastó mucha suma de pesos de oro y asimismo sirvió en las pro-
vincias del Perú en todas las ocasiones que por los virreyes le fue mandado y en
particular en la jornada y conquista que el digno virrey don Francisco de Toledo
hizo en los chiriguanaes y en esta provincia se halló en todas las ocasiones que se
ofrecieron y el dicho capitán Juan Ochoa de Zárate ha servido en ellas con mucho
lustre de su persona sustentado la dicha población de la dicha ciudad de Jujuy que
reedificó el gobernador Juan Ramírez de Velazco en que ha asistido siempre con
casa poblada armas y caballos y se espera que lo hará siempre que se ofreciere y
procurará por el aumento de la dicha ciudad y por cuanto se ha casado con hija
legítima del capitán Garcí Sánchez uno de los primeros descubridores conquistado-
res y pobladores de estas provincias y de los que más y con más lustre han servido
en ellas y nieta del gobernador Nicolás Carrizo que lo fue de ellas y descubridor y
conquistador en nombre de su majestad y por virtud de sus reales poderes que por
su notoriedad no van aquí insertos encomiendo en el dicho capitán Juan Ochoa de
Zárate los indios caciques y pueblos siguientes que son en el valle y provincia de
Ocloya el pueblo de Quispira con el cacique Caque Lamas el pueblo de Toctoca y
Tecalayso con el cacique Catatt Tolave el pueblo de Ocayacxu con el cacique Lamas
Caque y el pueblo de Estoybalo con el cacique Jarabor el pueblo de Panaya con el
cacique Tinti Lamas el pueblo de Sopra con el cacique Guarconte con más los indios
apatamas que están vacos por fin y muerte de Hernando Sedano de Ribera con más
los indios omanatas y apanatas con los caciques Ariata y Roy y Eslebay y Cuyay y
el pueblo de Titoconde con el cacique don Francisco Chocoar sucesor del cacique
Socomba con todos sus anejos sujetos y pertenecientes por estos nombres o por
otros cualesquiera que tengan más acierto donde quiera que estuvieren residieren y
fueren hallados con todas sus tierras y rancherías aguadas cazaderos y pescaderos
montes//32
y algarrobales con que no quite a los caciques principales sus mujeres e hijos y
piezas de su servicio de los cuales se sirva en sus frutos y granjerías y aprovecha-
mientos conforme a la tasa que se guarda en esta provincia hasta que su majestad
los mande tasar con que no les lleve mas de lo que buenamente pudieren dar y con
que los trate bien y doctrine que con esto descargo la conciencia de su majestad y la
mía en cuyo nombre se los encomiendo por todos los días de su vida y de su suce-
sor legítimo conforme a las leyes de la sucesión los cuales están vacos por dejación

230
que hizo Gregorio de Castro y Francisco de Castro su hijo y por escritura de decla-
ración y transacción otorgada por Pedro Cabello difunto que todo pasó ante Fran-
cisco Morillo escribano público y de cabildo de Jujuy en 12 de junio del año pasado
de mil y quinientos y noventa y ocho años y en 7 y 15 de noviembre de mil y seis-
cientos y un años los cuales dichos recaudos originales están en poder del dicho
capitán Juan Ochoa de Zárate el cual tenga casa poblada con armas y caballos en la
dicha ciudad de Jujuy para acudir a las cosas que en nombre del Rey nuestro señor
le fuere mandado y con que ante todas cosas haga ante mi o mi lugarteniente el
juramento y solemnidad que en tal caso es obligado la cual dicha merced le hago
sin perjuicio de tercero y mando a todas las justicias de toda esta gobernación le den
la posesión de los dichos indios y en ella le amparen y defiendan y no consientan
ser despojado sin que primero sea oído y por fuero y derecho vencido lo cual así
guarden y cumplan so pena de 500 pesos de oro para la cámara de su majestad la
que desde luego les doy por condenado este testimonio de lo cual di la presente
firmada de mi nombre y refrendada de Joan González de Tamayo escribano público
y mayor de gobernación mi secretario que es fecho en la ciudad de Santiago del
estero a 27 días del mes de diciembre de mil y seiscientos y un años don Francisco
Martínez de Leyva por mandado de su señoría Joan González de Tamayo vuestra
señoría encomienda indios en el capitán Juan Ochoa de Zárate en términos de la
ciudad de Jujuy//32v.

*****

3-
Archivo General de Indias.
Justicia 406, Año 1539, f. 51v. a 54.
Titulo de encomienda de Francisco Pizarro a Hernando Pizarro, su hermano.

...sujetos y para que su majestad fuese servido en la tierra como lo ha sido con los
tesoros que se han llevado de estos dichos reinos y en ellos hiciste a su majestad
señalados servicios poniendo vuestra persona siempre en las cosas de peligro y
como caballero celoso del servicio de su majestad después fuiste a los reinos de
España a hacer a su majestad relación de las cosas acaecidas en la dicha conquista y
toma de Atavalipa y por su real mandado volviste a estos reinos y os hallaste en la
ciudad del Cuzco y lugar por capitán de él en el cerco y levantamiento del Inca a
donde por vuestra industria y trabajo el dicho Inca descercó la dicha ciudad con la
mucha guerra que a los enemigos hiciste en lo cual serviste tan bien que con la
defensa que les hiciste se sostuvieron todos estos reinos y los indios fueron venci-
dos y desbaratados y la tierra puesta y reducida en el servicio de su majestad y
porque es bien que su majestad como católico príncipe os remunere de tan señala-
dos servicios conociendo que restituiste la tierra sosteniendo en esta ciudad como
lo que tuviste con tanto riesgo//51v
y ventura con riesgo de españoles y porque otros se animen de servir como vos
habéis servido en nombre de su majestad vos encomiendo en la provincia de

231
Chinchasuyo el cacique Curiata señor del pueblo Inayo y sierra Tomebamba con
todos sus indios y principales a ellos sujetos y el pueblo de Vico de que es cacique
Curima y otro pueblo de que es cacique Atapoma con todos sus indios y principales
a ellos sujetos con los que de ellos sucedieren y del cacique de Tanbo con todos sus
indios y principales sujetos y el pueblo de (Chatica?) de que es cacique Tito y el
Valle Comaybamba y el cacique Xuaxca con todos indios y principales y mitimaes
del dicho valle a él sujetos y el valle de Pisco con los caciques Guaxani y Choyarcoma
con los a él sujetos y el pueblo de Biticos con todos sus indios y el valle de Vilcabamba
con todos sus indios y en la provincia de Condesuyo el pueblo Chuco y el cacique
Atao y el cacique Huyoa y el cacique Axama y en la provincia de los Canas el
cacique Guanco y el cacique Tinta con todos sus indios y principales a ellos sujetos
y en la provincia de Condesuyo el pueblo de Calla y el señor de Ymamanchaca y
otro pueblo que se llama Pacamarca//52
y el principal Mancho y otro pueblo Pocallata y otro Tanapoco y el principal Cayasic
y otro Guayacare y el principal se llama Alloa y otro pueblo que se llama Chamana
y otro Pascaepar y el señor Puico y otro Pacomucho y el principal Mancho y el
pueblo Caryel principal Atapoma y otro que se llama Curnana que es principal de
Tainara y el principal de Otamara y el principal y el principal (sic) Piechomago con
todos sus indios y otro pueblo que se llama Chanpallata y el principal Cuxi con
todos sus indios y otro pueblo Quicha y el principal Pumaayta y el pueblo Candio
y Parco y en las yungas valle de Toayma con todos sus caciques e indios y pueblos
y principales y mitimaes a ellos sujetos y otros y os encomiendo el cacique Atapoma
señor del pueblo Urcomarca y otro de que es principal Chuquingo que tiene dos
poblezuelos y otro que se llama Tanbo quien es principal Pumigochuma y el pueblo
Choro y el principal Maxanga con otro poblezuelo con todos sus indios y otro
poblezuelo que se llama Yquico y el principal Abiacaxa y otro Pansipate y otro
Acoyta y otro que se llama Xuidita y el cacique Ynelnache //52v
y otro que se llama Chilbanbaca y el principal Pubillasylla y otro que se llama
Buchunga y el principal Guaman y otro que se llama Tasmaco y el principal
Carnavena y otro Pomacollo y el principal Parmabate y otro que se llama
Chuquicacando y donde tiene su casa Atapoma con todos los indios y principales a
él sujetos y en la provincia de los Charcas en Consara y en Urinsaya y el cacique
Chuquiguata y el cacique Yncuta y el cacique Ayracha y el cacique Acoxi y el caci-
que Canche y el cacique Banba con el cacique Coconti con todos los indios y princi-
pales a ellos sujetos (roto) en la provincia de los Charcas en Consara y churinsaya el
cacique de Chuquiguayto y el cacique de Yncura y el cacique Ayracha y el cacique
Aoxi y el cacique Canche y el cacique Bambaconi y el cacique Toco con todos los
indios y principales a ellos sujetos y mas la provincia de los Chichas en Urinsaya y
el cacique Vinchuca y el cacique Chapora y el cacique Condori y el cacique Talava y
el cacique Hallapa y en Anansuyo el cacique Chuchullacomasa y el cacique Sindara
y el cacique Yelma y el cacique Tucaxa y el principal Caritima de Callua y el princi-
pal Arucopaxa mitima de Socolla y el principal Comanache mitima//53
de Canche y el principal Condoricana mitima de Pisquillata y el principal Maco
mitima de Caranga y el principal Chico mitima de Quilena y el principal Caguia
Capariguana mitima de Condesuyo y el principal Chuara mitima de Collado y el
principal Ancachicha mitima del Cuzco y el principal Tirracurraba mitima de tam-

232
bo y el principal Tascaga mitima de (Yura?) con todos sus indios principales a ellos
sujetos contando que dejéis el cacique principal y sus mujeres e hijos de los otros
indios para sus servicios como su majestad manda habiendo religiosos que doctrinen
los dichos indios los traigas ante ellos para que sean instruidos en las cosas de nues-
tra religión cristiana de los cuales dichos indios os habéis de servir conforme a los
mandamientos Reales y contando que seas obligado a los doctrinar y enseñar en las
cosas de nuestra Santa Fe católica y les hagas todo buen tratamiento como su majes-
tad manda y si así no lo hicieres cargue sobre vuestra conciencia y no sobre la de su
majestad ni mía que a su real nombre vos los encomiendo y si necesario es desde
ahora vos pongo y he por puesto en la posesión de los dichos indios fecho en la
ciudad del Cuzco a 27 días del//53v
mes de abril de 1539 años el marqués Francisco Pizarro por mandado de su señoría
Antonio Picado...//54

233
234
Apéndice B

1-
Archivo Nacional de Bolivia.
Escrituras Públicas, Volumen 11, Año 1560, f. CCCLXIVv. a CCCLXVI.
Escribano Francisco de Logroño.

Sepan cuantos esta carta de obligación vieren como yo doña Petronila de Castro
mujer legítima de Juan de Cianca vecina de esta ciudad con licencia plazos y expre-
so consentimiento que para hacer esta escritura yo le pido y demando y él me da y
concede como por la dicha licencia parecerá y yo Juan de Cianca marido de vos la
dicha doña Petronila de Castro otorgo y conozco que doy la dicha licencia poder y
facultad a vos la dicha mi mujer para que hagáis y otorguéis esta escritura la cual os
doy cuan cumplida es necesario la cual prometo y me obligo de no la revocar ni
contradecir so expresa obligación que hago de mi //CCCLXIV v
persona y bienes por ende yo la dicha Petronila por virtud de la dicha licencia a mi
dada otorgo y conozco que doy y otorgo todo mi poder cumplido libre llenero bas-
tante según que yo lo he y tengo y lo puedo y debo dar y otorgar a vos Francisco de
Salazar residente en el asiento de Potosí que sois ausente como si fueses presente
para que por mi y en mi nombre como heredera que soy de Juan de Villanueva
difunto primer marido podáis pedir y demandar recibir haber y cobrar así en juicio
como de fuera de él a todas y cualesquier personas y de sus bienes y de quien y con
derecho debáis todos y cualesquier maravedíes y pesos de oro y de plata y otras
cualesquier cosas que a mi me pertenezcan y de lo que recibieres y cobrares deis y
otorguéis las cartas de pago y de finiquito que convengan las cuales valgan como si
yo misma las diese y otorgase siendo presente el cual dicho poder os doy general-
mente para en todos mis pleitos y causas y negocios movidos y por mover que yo
he y tengo y espero haber y tener y mover con cualesquier personas en especial con
Pedro de Zárate sobre razón de 2.000 pesos que pide me pide como a heredera del
dicho Juan de Villanueva y las tales personas contra mi y mis bienes así en deman-
dando como en defendiendo y sobre cualquier causa y razón que sea y en razón de
la dicha cobranza y pleitos podáis parecer y parezcáis ante cualesquier jueces y
justicias de sus majestades de esta provincia y de otras partes y ante ellas y cual-
quier de ellas podáis pedir y demandar y responder y defender negar y conocer
pedir y requerir querellar y afrontar protestar testimonios de notarios y escribanos
públicos y pedir y tomar y sacar //CCCLXV
todas otras buenas razones exenciones y defensiones por mi y en mi nombre poner
y decir y alegar y para presentar títulos y probanzas y escritos y escrituras y sacar-
las de poder de cualesquier escribano y otras personas en cuyo poder estuvieren y
cancelarlas y dar para ningunas y recusar jueces y escribanos y jurar la tal recusa-
ción en forma y apartaros de ella y ver presentar y jurar y conocer los títulos y
probanzas y escritos y escrituras que por las otras partes fueren traídos y presenta-
dos y tacharlos y contradecir así en dichos como en hechos y en personas y hacer
cualesquier juramento así de calumnia como decisorio y pedir que las otras partes
los hagan si conviniere porque y concluir los pleitos por todas instancias haciendo

235
en ellos y en cada uno de ellos todos los demás autos y diligencias judiciales y
extrajudiciales que se requieran y deban hacer aunque aquí no se especifiquen de
manera y por falta de poder baste y no dejéis de hacer y pedir todo aquello que a mi
derecho convenga y alegar lo que conviniere y concluir los pleitos y pedir y oír
sentencias así interlocutorias como definitivas y consentir en las que se hicieren en
mi favor y de las en contrario apelar y suplicar y seguir el apelación y suplicación
por allí y debieres con derecho que por todo ello os doy este dicho mi poder con
todas sus incidencias y dependencias anexidades y conexidades y con libre y gene-
ral administración y con facultad que lo podáis sustituir en quien quisieres y revo-
carlos y proponer otros de nuevo a los cuales y a vos relevo según forma de derecho
y renunciamos las leyes de los emperadores Justiniano y Veliano y de senatus con-
sulto romano y por haberlos por firme obligamos nuestras personas y bienes mue-
bles y raíces habidos y por haber fecha la carta en la dicha ciudad de La Plata a 2
días del mes de diciembre de 1560 años testigos que fueron presentes a lo susodicho
Pedro de Herrera y Gaspar Rodríguez y Juan Moreno estantes en esta dicha ciudad
y los dichos otorgantes que yo el escribano público suso escrito doy fe que conozco
lo firmó el dicho Juan de Cianca y por la dicha doña Petronila un testigo en el
registro de esta carta, Juan de Cianca, Pedro de Herrera ante mi Francisco Lorgroño,
escribano público //CCCLXVI

*****

2-
Archivo Nacional de Bolivia.
Escrituras Públicas, Volumen 3 A, Año 1560, f. DLXXXIVv a DLXXXVI.
Escribano Francisco de Reinoso.

Poder

Sepan cuantos esta carta de poder vieren como yo doña Petronila de Castro mujer
legítima que soy de Juan de Cianca vecino de esta insigne y muy noble y muy leal
ciudad de La Plata provincia de los charcas de estos reinos del Perú con licencia
autoridad y expreso consentimiento que ante todas cosas pido y demando al dicho
Juan de Cianca mi marido que está presente para otorgar todo lo contenido en este
poder y escritura y yo el dicho Juan de Cianca digo que doy y concedo a vos la
dicha doña Petronila de Castro mi legítima mujer para otorgar lo que desuso en
esta escritura será contenido y según como por vos me es pedida y demandada y
que prometo y me obligo de no la revocar ni contradecir ahora ni en tiempo ni por
alguna que sea so expresa obligación que hago de mi persona y bienes y yo la dicha
doña Petronila de Castro usando de la dicha licencia y facultad otorgo y conozco
por esta presente carta que doy y otorgo todo mi poder cumplido libre y llenero
bastante y suficiente tal cual de derecho en tal caso se requiere y más puede y debe
valer al capitán Cristóbal de Cianca y a Francisco de la Serna y a Francisco de la
Torre presentes en corte a todos tres juntamente y a cada uno y cualesquier de ellos
in solidum para que por mi y en mi nombre y representando mi propia persona

236
puedan pedir y demandar haber recibir y cobrar así en juicio como fuera de él de
todas y cualesquier personas y de sus bienes y de quien y con derecho puedan y
deban todos y cualesquier maravedíes y pesos de oro y plata joyas esclavos gana-
dos cabalgaduras mercaderías y otras cualesquier cosas de cualquier género y cali-
dad que sean que me deben al presente y me debieren de aquí adelante así por
contratos obligaciones conocimientos cédulas y poderes en causa propia y cesiones
y traspasos y cláusulas de testamento y empréstitos y cuentas corrientes como en
otra cualquier manera causa vía y razón que sea y de lo que así recibieren y cobraren
puedan dar y otorgar sus cartas de pago y de finiquito que contengan las cuales
valgan y sean tan firmes bastante //DLXXXIVv
y valederas como si yo misma las diese y otorgase y al dar y otorgar de las presente
fuese y otro sí especialmente para que puedan seguir y proseguir fenecer y acabar
por todas instancias el pleito y causa que nos habemos y tengamos y tratamos y
contra nos trata Pedro de Zárate sobre razón de que nos pide la mitad de los indios
del repartimiento de omaguaca que tengo y poseo y me pertenecen por justos y
derechos títulos y si por caso algunos autos y o diligencias hubieren hecho en razón
del dicho pleito y causa por virtud de otro nuestro poder lo habemos por bien he-
cho y los ratificamos y aprobamos como si por nos mismos fuesen hechos y actua-
dos y otro sí doy más cumplidamente este dicho poder a los susodichos general-
mente para en todos mis pleitos y causas y negocios movidos que yo he y tengo y
espero haber y tener contra cualesquier personas y las tales contra mi así en deman-
dando como en defendiendo y siendo necesario otra contienda de juicio sobre la
cobranza lo susodicho y cada una cosa y parte de ello fuera necesario puedan pare-
cer y parezcan ante sus majestades y su virrey y presidente y oidores de sus altos
consejos audiencias y cancillerías y ante otras justicias ordinarias cualesquier y así
mismo ante su santidad y sus nuncios y delegados y auditores de su sacro palacio
provisores y vicarios y jueces ordinarios y ante ellos y cualesquier de ellos y hacer y
poner y presentar todos y cualesquier pedimentos y requerimientos citaciones
protestaciones embargos y ejecuciones prisiones ventas trance y remate de bienes y
pedir posesiones y hacer juramentos en mi ánima y responder replicar y negar y
contradecir a lo de contrario presentado y lo resargüir de falso y presentar testigos
y probanzas y escrituras y todo género de prueba y hacer recusaciones en debida
forma y se apartar de ellas y otras hacer y sacar escrituras de poder donde estén y
concluir y cerrar razones y pedir y oír sentencias y otros pronunciamientos y los
que fueren en favor consentir y de las en contrario o de otro cualquier auto de
agravio apelar y suplicar y seguir la apelación y suplicación allí y donde con dere-
cho se deban seguir y dar quien las siga y pedir costas y jurarlas y verlas tasar y
jurar y hacer todos los demás autos y diligencias judiciales y extrajudiciales que
convengan y menester sean y yo haría y hacer podría siendo presente aunque aquí
no se especifiquen de manera que por falta de poder no dejen de hacer y pedir todo
aquello que a mi derecho convenga y puedan sustituir este poder o la parte que
quisieren en una o más personas y los revocar y otro saciar quedando en ellos este
principal porque cuan cumplido y bastante poder he y tengo para todo lo que dicho
es y cada una cosa y parte de ello y otro tal y tan cumplido y (decisorio?) doy y
otorgo a los dichos capitán Cristóbal de Cianca y Francisco de la Serna y Francisco
de la Torre poder in solidum y sus sustitutos con sus incidencias con su incidencia y

237
dependencia anexidad y conexidad y con libre y general administración en lo que
dicho es y los //DLXXXV
relevo en forma sola cláusula del derecho y para haber por firme este poder y lo que
por virtud de él fuere hecho y actuado obligo mi persona y todos mis bienes dote y
arras habidos y por haber y doy mi entero poder cumplido a todos y cualesquier
jueces y justicias de sus majestades de cualquier fuero y jurisdicción que sean ante
quienes esta carta pareciere y de ella o parte de ella fuere pedido entero cumpli-
miento justicia al fuero y jurisdicción de las cuales y de cada una de ellas me someto
y obligo con la dicha mi persona y bienes y renuncio mi propio fuero y jurisdicción
domicilio y vecindad y la ley sid convenerid de jurisdicionen omni unjudicum para que
por todo rigor y remedio del derecho y vía breve ejecutiva me compelan y apremien
a lo así cumplir y pagar mantener y guardar y haber por firme bien así como si lo
que dicho es y cada una cosa y parte de ello fuese sentencia definitiva de juez com-
petente dada contra mi y por mi consentida y no apelada y pasada en cosa juzgada
sobre lo cual renuncio a todas y cualesquier leyes fueros y derechos y ordenamientos
canónicos civiles y municipales escritos y por escribir y todo auspicio y defención y
buena razón y plazo de alonjamiento que contra esta carta carta (sic) sean o ser
puedan que me non valan en juicio ni fuera de él y por ser mujer renuncio las leyes
de los emperadores justiniano y el senatus consultus veliano y la nueva constitución
y leyes de toro y partidas que son y hablan en favor de las mujeres de las cuales y de
su efecto fui avisada y certificada por el escribano de esta carta y no obstante lo
renuncio para no me aprovechar de ellas y otro sí para más validación de lo conte-
nido en esta escritura y por ser menor juro por Dios y por Santa María y por la señal
de la cruz tal como esta cruz y por las palabras de los santos cuatro evangelios como
buena y fiel cristiana y temiendo a Dios y guardando mi conciencia que no tengo
hecha exclamación ni protestación contra esta dicha escritura ni lo que por virtud
de ella fuere hecho y actuado sino que la otorgo de mi libre y espontánea voluntad
sin previa fuerza ni halago que me haya //DLXXXVv
sido hecha por el dicho Juan de Cianca mi marido so cargo del dicho juramento
prometo y me obligo de no ir ni venir contra ello ni parte de ello ahora ni en tiempo
alguno ni por alguna manera que sea así por decir que soy menor de edad que en
cuanto a esto renuncio el derecho que me compete por no ser de 25 años ni porque
fui lesa ni damnificada enorme o enormisimamente y así mismo renuncio el dere-
cho de poder pedir beneficio de restitución in intrigum y so cargo de el así mismo
prometo de no pedir absolución ni relajación de este juramento a nuestro muy San-
to Padre ni a sus nuncios ni delegados ni a otros jueces ordinarios que me la puedan
dar y conceder y si de su propio mutuo me fuere concedido no usare de ella y tantas
cuantas veces intentare de lo pedir y contradecir caiga e incurra en pena de perjura
e infame y de caer en caso de menos valer en testimonio de lo cual otorgué esta
carta y lo en ella contenido ante el presente escribano público y testigos de suyo
escritos fue hecha y otorgada en la ciudad de La Plata en 15 días del mes de abril de
1560 años testigos que fueron presentes Diego Martín y el licenciado Antonio de
Castro y Gaspar Hernández estantes en esta dicha ciudad y la dicha otorgante que
yo el escribano conozco no lo firmó porque dijo que no sabia y rogó lo firmase por
ella un testigo de esta carta el cual lo firmo en el registro Juan de Cianca licenciado
Antonio de Castro ante mi Francisco de Reinoso //DLXXXVI

238
Apéndice C

Archivo Histórico de Potosí.


Caja Real 1, Año 1558, f. 1 a 3v.

Nos don fray Jerónimo de Loayza por la gracia de Dios y de la santa sede apostólica
de Roma primer obispo y arzobispo de esta ciudad de los Reyes y del consejo de su
majestad y el licenciado Fernando de Santillan oidor en la audiencia y cancillería
real que por mandado de su majestad reside en esta dicha ciudad y fray Domingo
de Santo Tomas de la orden de los predicadores por el nombramiento y comisión a
nos dada por el muy excelente señor el licenciado Pedro Gasca del consejo de su
majestad de la santa y general inquisición y su presidente en estos reinos y provin-
cias del Perú para entender en hacer la tasa de los tributos que los repartimientos de
estos dichos reinos han de dar a sus encomenderos y a vos el comendador Hernando
Pizarro vecino de la villa de Plata y a vos don Hernando de Viedma y Andrés de
Chunchulamas caciques y a los demás principales e indios con todos los mitimaes
vuestros sujetos que al presente sois y después de vos sucedieren en el repartimien-
to de Chalca indios chichas que esta encomendado en vos el susodicho y a cada uno
y cualesquiera de vos sabed que en cumplimiento de lo que su majestad tiene pro-
veído y mandado acerca de la tasa que era de hacer de los tributos que los naturales
de estos dichos reinos han de dar a sus encomenderos así para que los susodichos
sepan lo que les han de pedir y llevar como para que los dichos naturales sean bien
tratados y se conserven y aumenten se nombraron visitadores que visitasen el di-
cho vuestro repartimiento los cuales como sabéis hicieron la visita y la presentaron
ante nos y visto y comunicado con los visitadores y otras personas que pareció que
podían tener noticia de la disposición y posibilidad del dicho repartimiento e in-
dios de el por virtud del dicho nombramiento tasamos y declaramos deber dar el
dicho repartimiento en tanto que su majestad o la persona que en su real nombre lo
hubiere de hacer otra cosa acerca de la dicha tasa dispone y manda los tributos que
de suyo irán declarados por la forma y orden que se sigue.
Primeramente daréis vos los dichos caciques e indios del dicho repartimiento al
dicho vuestro encomendero en cada un año 4.800 pesos de valor cada uno de a 450
maravedies en oro o en plata como vos los dichos cacique e indios los quisieres y
mejor pudieres puestos en la villa de Plata en casa del encomendero cada 4 meses
1.600 pesos.
Item daréis cada un año 300 fanegas de maíz puestas en vuestras tierras.
Item daréis cada 6 meses 20 gallinas la mitad hembras y por este primero año que se
cuenten desde el día que esta tasa fue notificada a vos el dicho cacique que adelante
no daréis mas de la mitad de estas dichas 20 gallinas y asimismo daréis cada 6
meses 100 patos y patas y 30 pares de perdices todas puestas en casa del
encomendero//1
Item daréis cada 6 meses media arroba de miel y otra media arroba de cera puesta
en casa del encomendero.
Item daréis cada 6 meses 6 cargas de sal puestas en casa del encomendero y otras 2
cargas en vuestras tierras.
Item daréis cada 6 meses de jaquimas con sus cabestros y cinchas con sus látigos de

239
cordel y sueltas y costales con sus sogas de cada cosa de estas 8 todo de lana o
cabuya puesto en casa del encomendero.
Item sembrareis beneficiareis y cogeréis en vuestras tierras 10 fanegas de maíz y
trigo y para el trigo vos el encomendero les habéis de dar la semilla para ello y lo
que procediere de esta dicha sementera habéis de dar el maíz desgranado y el trigo
encerrado en espiga y vos el encomendero lo habéis de trillar a vuestra costa y
ayudaros a ello algunos de los dichos indios y si el encomendero quisiere sembrar
en vuestras tierras con bueyes como sea sin perjuicio de ellas le daréis al tiempo del
sembrar para que ayuden al labrador y para regar 15 indios y al tiempo del desher-
bar y coger cada vez 40 indios y si vos los dichos caciques e indios diereis los dichos
indios para que ayuden al labrador como dicho es en tal caso no habéis de sembrar
las dichas 10 fanegas de maíz y trigo que os mandamos sembrar en vuestras tierras
y todo lo que procediere de esta dicha sementera sembrándolas vos los dichos in-
dios o ayudándolas a sembrar ponéis en los tambos de vuestras tierras.
Item si el encomendero quisiere llevar comida en su ganado al asiento de Potosí o
Porco o villa de Plata le daréis vos los dichos caciques e indios 3 veces en el año
cada vez 25 indios para que ayuden a cargar y descargar y guardar el dicho ganado
y vos el dicho encomendero ni otra persona no los ocupareis en otra cosa mas de en
hacer lo dicha y a la ida y a la vuelta les habéis de dar la comisión que fuere menes-
ter para el camino.
Item daréis para servicio ordinario de la casa del encomendero en la dicha villa de
Plata 15 indios que//1v
tuviere para que le sirvan de servicio ordinario 8 indios e indias de los dichos 15
que os mandamos dar en la villa.
Item daréis para guarda de los ganados de (lenco?) madero o beneficio de huertas si
los tuviere 10 indios los 2 en la villa y los 8 en vuestras tierras.
Y porque con menos cargo y escrúpulo de conciencia vos el dicho encomendero
podáis llevar los dichos tributos os encargamos y mandamos que hagáis doctrinar
a los dichos naturales en las cosas de nuestra santa fe católica y a tener y guardar ley
natural y buena policía y no habiendo clérigo o religioso que lo haga ponéis un
español de buena vida y ejemplo que los doctrine en lo susodicho.
Y porque al clérigo o religioso que doctrinare a los dichos naturales es justo que se
le provea de cómoda sustentación en tanto que no hay diezmos de que se pueda
sustentar vos el dicho cacique e indios del dicho repartimiento daréis para ayuda a
su sustentación cada mes 3 fanegas de maíz y una oveja cada semana 8 aves galli-
nas y patos y perdices y los días de pescado cada día 10 huevos y cada día un
cantarillo de chicha y cada 4 meses una carga de sal y leña para quemar y yerba
para su cabalgadura y el salario de dinero y otra cosa mas si fuere menester para la
sustentación del dicho clérigo o religioso lo pagareis vos el dicho encomendero o la
parte que os cupiere.
Por tanto por el presente mandamos a vos el dicho comendador Hernando Pizarro
encomendero del dicho repartimiento y a vos don Hernando Viedma y Andrés de
Chunchulamas caciques y a los demás principales e indios con todos los mitimaes
vuestros sujetos y a cada uno y cualquier de vos que al presente sois y después de
vos sucediere en la dicha encomienda y repartimiento que guardéis y tengáis la tasa
de suso contenida y que deis en cada un año que se cuente desde el día que os fuere

240
notificada a vos el dicho cacique en adelante por sus mitas los tributos y cosas en
ella contenidos so pena que si pasado el dicho termino en que así lo habéis de dar
dentro de 20 días mas primeros si no los dieres y pagares y hubieres dado y entrega-
do al dicho vuestro encomendero conforme a la dicha tasa que le deis y paguéis los
tributos y cosas que así le debieres y restares por dar y entregar de cada mita con el
doblo y costas que sobre ello se les siguieren y recrecieren en la cual dicha pena vos
condenamos y habemos por condenado en ellas desde ahora para entonces y de
entonces para ahora y mandamos a la justicia mayor y ordinaria de esta dicha villa
de Plata hagan y manden hacer entrega en vuestras personas y bienes por el dicho
principal so pena del doblo y costas conforme a (roto) y asimismo que vos el dicho
encomendero ni los que después de vos sucedieren en la dicha su//2
puesta persona publica ni secretamente directa ni indirecta otra cosa alguna del
dicho repartimiento salvo lo contenido en la dicha tasa so las penas en la provisión
real de su majestad contenidas que es que por la primera vez que pareciere que
hayáis recibido mas como dicho es demás devolver a los dichos indios lo que así les
hubieres llevado paguéis de pena el cuatro tanto del valor de ello para la cámara de
su majestad y por la segunda vez restituiréis asimismo a los dichos indios lo que así
les hubieres llevado y seáis privado de la dicha encomienda de ellos y perdáis otro
cualquier derecho que tengáis o podrais tener a los dichos tributos y mas la mitad
de todos vuestros bienes para la cámara de su majestad en las cuales dichas penas
incurrís vos el dicho encomendero y cualquier persona que después de vos sucediere
en la dicha encomienda si excedieres de lo en la dicha tasa contenido y vos conde-
namos y habemos por condenados en ellas desde ahora para entonces y de enton-
ces para ahora aplicados según derecho es y porque de ello vos el dicho encomendero
no pretendáis ignorancia y sepáis lo que habéis de recibir y los dichos cacique e
indios lo que han de dar mandamos que cada uno de vos tenga en su poder este
proveimiento de un tenor reservando como reservamos en nos y en la persona que
en nombre de su majestad lo hubiere de hacer facultad de añadir o quitar en la
dicha tasa todas las veces que pareciere deberse quitar o añadir en ella conforme a
lo que el tiempo y posibilidad de los dichos caciques e indios pidiere y requiriere
fecho en los Reyes a 1º de octubre de 1550 años el licenciado Fernando de Santillan
fray Domingo de Santo Tomas por mandado de su (reina?) señora y mercedes Pe-
dro de Avendaño.
En el asiento y minas de Potosí jurisdicción de la villa de Plata a 2 días del mes de
abril año del nacimiento de nuestro salvador Jesucristo de 1551 años yo Pedro de
Acevedo escribano de su majestad publico de la dicha villa por mandado del muy
magnifico señor Lorenzo Estopinan de Figueroa juez de comisión de su majestad
lei y notifique esta tasa como en ella se sigue a Baltasar Velázquez en su persona
como a persona que tiene poder a cargo de los indios y haciendas del comendador
Hernando Pizarro para que so las penas en ella contenidas y so la pena de los 4.000
pesos contenida en la provision de su majestad guarde y cumpla lo en ella conteni-
do el cual dijo que lo oia siendo testigos Rodrigo de Valpuesta y Juan de Auleztia y
Melchor de Castillo estantes en el dicho asiento y el dicho señor juez lo firmo de su
nombre y por su mando se entrego esta tasa al dicho Baltasar Velázquez Lorenzo
Estopinan y yo el dicho Pedro de Acevedo escribano susodicho en uno con los di-
chos testigos juntamente con el dicho señor juez fue presente e hizo aquí mismo

241
signo en testimonio de verdad//2v
Pedro de Acevedo escribano.
El licenciado Altamirano oidor de su majestad justicia mayor en esta provincia de
los charcas por su majestad y a los alcaldes ordinarios de esta ciudad de La Plata y
a mis lugartenientes y alguacil mayor de ella y a otras cualesquier justicias y algua-
ciles de esta provincia y a vos el comendador Hernando Pizarro vecino de esta
ciudad de La Plata y a vuestros mayordomos y personas que tiene vuestro poder y
a cargo la cobranza de los tributos que los indios del repartimiento de los chichas
que en vos están encomendados son obligados a pagar y a otras cualesquier perso-
nas de cualquier estado y condición que sean a quien lo de suyo contenido toca y
atañe y atañer puede en cualquier manera y a cada uno y cualquiera de vos sabed
que ante mi pareció don Cristóbal cacique del dicho repartimiento de los chichas
por si y en nombre de los demás caciques principales e indios del dicho reparti-
miento y presento ante mi una provisión de su (roto) y tasa de los tributos que han
de pagar que es del tenor siguiente.
Don Hurtado de Mendoza marques de Cañete guarda mayor de la ciudad de Cuen-
ca virrey y capitán general en estos reinos y provincias del Peru por su majestad y a
vos el comendador Hernando Pizarro vecino de la ciudad de La Plata o a la persona
que tuviere a cargo la cobranza de los tributos del repartimiento de suyo y a vos
don Andrés de Chunchulamas y don Diego Cuzco Guacala caciques y a los demás
principales e indios y mitimaes vuestros sujetos que al presente sois y después de
vos sucedieren en el repartimiento de los chichas que en vos esta encomendado y a
cada uno y cualquier de vos sabed que por parte del dicho don Andrés cacique me
fue hecha relación diciendo que el dicho repartimiento estaba agraviado en la tasa
que esta hecha de los tributos que ha de pagar a su encomendero por ser excesivos
y tener poca posibilidad en mas de la mitad de los dichos tributos y me pidió y
suplico lo mandase remediar para que ellos lo pudiesen pagar sin tanto trabajo y
molestia como ahora tienen y por mi visto y la tasa que esta fecha de los dichos
tributos y haz de pagar en cada año y lo que su majestad tiene mandado acerca de
la tasa que se ha de hacer de los tributos que los naturales de estos dichos reinos
han de pagar a sus encomenderos así para que ellos sepan lo que les han de pedir y
llevar y el dicho repartimiento pagar como para que sean bien tratados y se conser-
ven y aumenten hacer parecido que en el entretanto que otra cosa se provee y man-
da andáis al dicho vuestro encomendero en cada un año con los tributos siguientes.
Primeramente daréis en cada un año al dicho vuestro encomendero 3.500 pesos de
valor cada uno de a 450 maravedies puestos en la ciudad de La Plata cada 6 meses
la mitad.
Item daréis cada un año 200 fanegas de maíz puestas en los tambos de Calcha y
Suipacha cada 6 meses la mitad.
Y porque con menos cargo y escrúpulo de conciencia vos el dicho encomendero
podáis llevar los dichos tributos vos encargo y mando que hagáis doctrinar a los
dichos naturales en las cosas de nuestra santa fe católica y tener//3
y guardar ley natural y buena policía y no habiendo clérigo o religioso que lo haga
ponéis un español de buena vida y ejemplo que los doctrine en lo susodicho.
Y porque al clérigo o religioso que doctrinare a los dichos naturales es justo que se
le provea de cómoda sustentación en tanto que no hay diezmos de que se pueda

242
sustentar vos los dichos caciques principales e indios daréis para ayuda a su
sustentación cada mes 3 fanegas de maíz y una oveja mediana o en su lugar 8 pesos
en plata corriente y cada semana 8 gallinas y patos y cada día de pescado 10 huevos
y cada día un cantarillo de chicha de hasta dos a (cumbres?) y cada 4 meses una
arroba de sal y leña para quemar en su casa y yerba para una cabalgadura y el
salario de dineros y otra cosa mas si fuere menester para la sustentación del dicho
clérigo o religioso lo pagareis vos el dicho encomendero o la parte que os cupiere.
Por tanto por la presente mando a vos los dichos don Andrés Chuchulamas y a don
y a don Diego Guacala caciques y a los demás principales e indios e mitimaes vues-
tros sujetos que desde primero día del mes de setiembre primero que verna de este
presente año de 1558 en adelante andáis al dicho vuestro encomendero en cada un
año y a los tiempos en ella declarados con los tributos y cosas en esta tasa contenida
y que vos el dicho encomendero o persona que cobrares los dichos tributos no les
pidáis ni llevéis por vos ni por interpósitas personas publica ni secretamente direc-
ta ni indirecta otra cosa mas de lo arriba declarado ni otro servicio personal ni obras
so pena que por la primera vez que pareciere haberlo recibido en cualquier manera
de las dichas demás de volver a los dichos caciques e indios lo que así les hubieres
llevado demasiado paguéis de pena el otro tanto del valor de ello para la cámara
del fisco de su majestad y por la segunda vez restituyáis asimismo lo que les hubieres
llevado demasiado o perdáis la encomienda de ellos y otros cualesquier derechos
que tengáis y podáis tener a los dichos tributos perdáis la mitad de todos vuestros
bienes para la cámara de su majestad en las cuales dichas penas incurráis si excedieres
de lo en la dicha tasa contenido y vos condeno en ellas desde ahora para siempre
entonces y de entonces para ahora ha publicado según dicho es y porque de ello no
podáis pretender ignorancia y sepáis lo que habéis de recibir y vos los dichos caci-
ques lo que habéis de dar mando que a cada uno de vos tenga en su poder un
traslado de esta tasa de un tenor reservando como reservo en mi facultad de quitar
o añadir conforme a lo que el tiempo y posibilidad de los dichos indios pidiere y
requiriere fecho en los Reyes a 7 días del mes de julio de 1558 años el marques por
mandado de su excelencia Juan Muñoz//3v

243
244
Apéndice D

Archivo Nacional de Bolivia.


Escrituras Públicas, Volumen 8, Año 1566-1566, f. DCC.
Escribano: Lázaro del Aguila.
Anotación de Juan de Cianca hecha en San Rafael de Sococha realizada en hoja
aparte del documento principal.

Memoria de los indios que van de Sococha a residir en Potosí.


Salió a 23 de enero de 1564 años.

Don Gonzalo Citarcaya Principal


Andrés Chulquina
Tolaba
Trepo
Noriça
Diego Chirica
Juan Esperoca
Juan Chabana
Pedro Colo
Chulquina

Memoria de los indios que hay en Sococha que yo conozco.

Don Martín Chocoar


Don Lorenzo Quivasa
Don Juan Gualaca
Pochava
Caravajal
Quirica cuñado de Don Fernando
Tambala
Topisa
Subica
Subica
Noriça el diaguita de Xirote no se aceptó de este (roto)
Chocuar padre de Martinillo
Laiçama
Sirava
Suipoca
Guanca
Tolaba carnicero
Totiça es un chagasta de Xirote
Tolaba
Songolla
Tolaba de Yavi

245
Esmocopa
Pongo porquero
Tota
Suica padre de Chabana
Guaco camayo de Don Fernando
Alonso carona
Nebicha
El moyo de Abti
Charlo de Yavi
Palala
Sabaca
Chavana viejo de Yavi
Cali de Yavi
Carlo quesero de Don Fernando
Guanca vilica de Abti
Guanca vilica de Sococha //DCCr

246

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