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Conciencia y crisis: el ensayo en el siglo XIX

Por Daniela Carrillo

Sabemos que es humana la necesidad de crear una narrativa que explique y nos explique a
nosotros mismos quiénes somos. Esta intuición del yo y del nosotros (una narrativa mucho más
compleja y conflictiva) solo puede definirse creando imaginarios y definiendo la silueta del sujeto
a partir de lo que no es, lo que se logra ubicándonos en relación al otro y adoptando una
perspectiva histórica. La realidad actual del país es resultado de los complejos procesos que
tuvieron lugar desde su origen como territorio independiente; podemos rastrear la trayectoria de
las crisis actuales a sus orígenes en el siglo XIX con la independencia cuando surgió una
conciencia histórica y la necesidad de escribir un discurso en primera persona. Sabemos que el
debate de la identidad tuvo lugar en el campo de la literatura y que hoy, aun cuando es más asible
la noción de un nosotros y de Colombia como país, nación y territorio, seguimos preguntándonos
“quiénes somos”, porque tan compleja como lo humano, la respuesta no puede ser una de una vez
para siempre.

El ensayo se caracteriza por ser desarrollado por una voz en primera persona (singular o plural)
que pone a prueba su espíritu crítico frente al mundo. Es el discurso de un sujeto reflexiona sobre
un tema desde un punto de vista personal, hay una toma de posición frente a un problema
existencial que lo aqueja y que busca resolver. Esta voz trata de persuadir al lector a partir de
unos argumentos que organiza en una estructura, suscitando preguntas y haciendo uso de
diferentes recursos retóricos y estilísticos. A lo largo del siglo XIX los americanos tuvieron que
hacer frente a una serie de problemas y que fueron la razón de ser del gesto ensayístico de los
autores que veremos a continuación. Estos problemas son el desarrollo de la conciencia histórica
y de la identidad; la organización del Estado; la cuestión religiosa; el bipartidismo y la
Regeneración.

La modernidad en Europa fue el resultado de procesos históricos, sociales, económicos,


tecnológicos, culturales e ideológicos. En gran medida, este proceso implicó la aparición de un
individuo, un sujeto moderno consecuente con las ideas de la Ilustración; el desarrollo “doctrinas
jurídico-políticas que acompañaron el proceso de nuevas instituciones que articulaban la sociedad
burguesa” (Jaramillo) y un sistema económico que ya tiempo atrás había superado las formas
medievales del feudalismo. En resumen, se trató de un movimiento imparable, una verdadera
revolución que imprimió una nueva energía al continente y al mundo.

Un efecto de este movimiento, específicamente de la revolución francesa, fue la aparición de una


nueva forma de entender la historia. El pensamiento medieval implicaba una idea teleológica de
la historia, heredera del pensamiento cristiano; no existía la noción de “individuo” y se creía estar
inmerso en especie de continuidad infinita en la que no podía haber cambios. La revolución
francesa permite entender que sí puede haber cambios y que los sujetos son los catalizadores de
esa reacción. Esto es, en pocas palabras, la toma de conciencia histórica. Según Gadamer
“[…] la conciencia histórica es ‘el privilegio del hombre moderno de tener una plena
conciencia de la historicidad de todo presente y de la relatividad de todas las opiniones’.
Con ello nos situamos ante ‘la revolución más importante de las que hemos
experimentado con la llegada de la época moderna’. A juicio de Gadamer, los grandes
cambios espirituales de nuestro momento histórico se deben precisamente a este hecho
puesto que esta ‘toma de conciencia’ está surtiendo sus efectos no sólo en los modos de
conocer, sino en los modos de obrar y de esperar. Ya no basta recluirse en los límites
tranquilizadores de una tradición exclusiva, es preciso comprender nuestra propia
perspectiva desde la del otro; nuestro momento histórico no desde la provisionalidad que
lo determina, sino desde el sentido interno que le da la historicidad que lo constituye"1

Pero regresemos al siglo XIX al territorio de la Nueva Granada, cuando el influjo, fresco y
potente de las ideas revolucionarias europeas, alcanzaron este territorio y se convirtieron en uno
de los factores que desencadenaron los procesos independentistas y el surgimiento de las
naciones hispanoamericanas, cada una bajo sus respectivas condiciones socio-históricas. En
América, durante el periodo en que el sistema colonial daba muestras de una crisis, y por
influencia de la ilustración, de la revolución norteamericana (1776) y de la revolución francesa
(1789), surgió un fenómeno extendido entre un grupo de criollos que sintieron el rechazo del
pensamiento europeizante, que definió lo perteneciente a las colonias a partir de las categorías de
barbarie en oposición a lo europeo civilizado que definieron el “Nuevo mundo” desde el
principio de la conquista. Este periodo de transformaciones mentales dan cuenta de la toma de
conciencia histórica que se conoce a través de los ejercicios de escritura, los cuales, dan cuenta de
un periodo de cambio y de transformaciones culturales.

1. Manuel del Socorro Rodríguez Cuadro filosófico del descubrimiento de la América


(1808)

Este ensayo da cuenta de la aparición de los primeros indicios de una conciencia histórica y la
pregunta por la identidad americana. El problema existencial al que se enfrenta Manuel del
Socorro Rodríguez es el de no ser reconocido como americano y el de ser menospreciado por su
raza “inferior”. Por tanto, asume una actitud crítica y busca legitimar su origen y su identidad a
los ojos de una tradición occidental, inscribiéndose y dialogando con diferentes autoridades y
tomando una posición frente a la Teoría de las razas que desarrolló el Conde de Buffón,
planteando argumentos de otras autoridades que pudieran desacreditar completamente la opinión
del naturalista.

Por medio del ejercicio ensayístico el autor plantea el problema del americanismo a partir del
análisis de un proceso histórico. Estos problemas son expuestos a la opinión pública al publicarse
en la prensa. Esta reivindicación de la dignidad humana de los habitante originarios de América
se logra, luego de la identificación de una primera persona que expresa su angustia, ubicándose
1
Hans-Georg Gadamer, El problema de la conciencia histórica (Madrid: Editorial Tecnos, 1993, 25). En
Jörn Rüsen y la conciencia histórica de Carmen Lucía Cataño Balseiro.
desde una perspectiva histórica que le permite responder a las preguntas por ¿quiénes somos, de
dónde venimos, en qué nos diferenciamos de los otros, cuáles son las circunstancias de nuestro
presente y a dónde vamos? Lo que supone el carácter filosófico que adquiere su revisión
histórica.

El primer gesto crítico de Manuel del Socorro Rodríguez en su ensayo consiste en entender la
historia de América desde una época anterior a la llegada de los conquistadores. La conquista se
presenta entonces como un evento que divide la historia del continente en dos: antes y después de
la llegada de los españoles. Además, el autor pretende enmarcarse en una lógica común a la
europea, señalando un origen común de las culturas y relativizando las categorías de civilización
y barbarie, lo que le permite señalar que los americanos no son bárbaros y que las pruebas del
desarrollo cultural que alcanzaron las culturas americanas previo a la llegada de los españoles,
quedó destruido por la actitud mezquina y destructiva de los europeos. Sin embargo, estos
monumentos se encuentran en “las memorias escritas por sujetos imparciales y fidedignos [y] los
fragmentos materiales que se ven aun todavía”.

Esta revisión histórica busca revelar una verdad y esa verdad tiene una estructura discursiva de
carácter científico y de demostración filosófica que presenta ciertas características, como el
enlace geométrico de ideas y el método analítico (que utiliza para cuestionar la veracidad del
discurso de Buffón) propio de la argumentación cartesiana. Por ejemplo, el autor cita al Conde de
Buffón y en seguida cuestiona el mito del “nuevo mundo”, rescata ese pasado para reivindicar la
identidad y desmitificar las culturas americanas, con lo que confronta la afirmación del Conde de
Buffón “Los Americanos son pueblos recién formados, de lo que a mi parecer no se puede dudar,
atendiendo a su ignorancia, y a los cortos progresos que los más civilizados habían hecho en las
Artes en el tiempo anterior en su conquista”. Este método científico está respaldado por la
demostración a través del uso de una colección de citas del discurso de testigos oculares,
testimonios y monumentos escritos en favor de la civilización americana de criollos y cronistas
de la conquista. También se logra al intentar homologar la cultura europea con la americana, a
través del ejercicio comparativo de las construcciones arquitectónicas, el desarrollo en las artes,
la organización política y de la caracterización de los sujetos más bien idealizada, aunque el autor
suprima el punto de vista mágico y de lo sobrenatural (como en las crónicas) y el exotismo de la
visión romanticista europea que predominó sobre el mundo americano:

He aquí una nación caracterizada con aquella simplicidad bonados, que siempre debió
conservar el hombre por la razón y por la conveniencia, y que solo tiene por contrarios al
orgullo y la avaricia. Los Guanahanies vivían en aquella sencillez natural que no conoce
los ardides del engaño, las artes de la afectación [...] ¿Podrían los Guanahanies envidiar
jamás esas riquezas, títulos, honores, y aplausos, que le cuestan al hombre tantos trabajos
y disgustos hasta degradarse por conseguirlos de la dignidad augusta de racional? ¡No!
(200).
La relativización de la noción de civilización se logra a partir de la comparación de las dos
civilizaciones, lo que hace notar que hay diferentes modos y grados de desarrollo cultural que no
necesariamente permite una jerarquización pues busca el reconocimiento de las particularidades
de las culturas. Este gesto permite la integración de los americanos a la historia de las
civilizaciones occidentales. Otro de los modos en que este discurso se inscribe en la tradición
occidental es a través de una visión cristiana del mundo, que se antepone a una visión
antropológica o científica. Se trata de una concepción providencial del mundo en el que el
descubrimiento de América fue un hecho causado por la voluntad divina y que por lo tanto tenía
un fin trascendental: la revelación de la verdad. De hecho, una de las fuentes importantes son los
libros religiosos: el antiguo y nuevo testamento. Proyección de una visión cristiana del mundo
sobre el texto. Idea providencial del origen que a veces se entremezcla con la visión científica.
Las dos visiones dialogan y aparecen a conveniencia. Esta visión teleológica queda frustrada en
cierta medida precisamente por la pérdida de los rastros de las culturas americanas, por lo tanto,
esa revelación de la verdad no significa una pérdida unilateral sino universal para la cultura
occidental. Es en este sentido que cuestiona los principios valorativos heredados de la ilustración,
que considera su verdad como la Verdad y denigra, rechaza y condena otras realidades.

Manuel del Socorro Rodríguez propone rescatar lo que podría ser nuestro o podría ser adjudicado
a la noción de lo americano. Para ello es necesario que estas ideas penetren en el imaginario de
todos y que haya un consenso, de ahí el carácter programático de su ensayo, en el que plantea tres
ideas para la conservación de la cultura americana: la creación de un museo formado de una obra
completa, Mundo Americano, una Biblioteca americana, y la enseñanza de la historia en
Cátedras de historia Americana. El trabajo que hace Manuel del Socorro Rodríguez de
reescritura de la historia muestra las posibilidades del género ensayístico, esto, considerando que
el autor en realidad no pretende escribir la Historia sino defender su lugar en el mundo.

Rubén Jaramillo Vélez, en su ensayo La postergación de la experiencia de la modernidad en


Colombia, relaciona los procesos de independencia de los países hispanoamericanos al impacto
que tuvo la energía revolucionaria de los procesos europeos en el espíritu del criollo americano y
asegura que “desde el comienzo mismo de su historia como naciones independientes estos países
tuvieron que enfrentar la tarea de ‘actualizarse’ o de hacerse propiamente contemporáneos sin
contar con los recursos para ello, por la precariedad de su actividad económica, por la ausencia de
una genuina burguesía y de un pensamiento que estuviese a la altura de las tareas que deberían
enfrentar”. Los impulsos independentistas fueron resultado de la influencia de las ideas de la
ilustración, pero en gran parte de latinoamérica no existieron “agentes concretos [que pudieran
servir] a las ideologías llegadas del otro lado del Atlántico y también de la naciente y pujante
república del norte”. Las élites criollas contaban con el entusiasmo por los ideales modernos pero
carecían del respaldo necesario de hechos concretos, de “procesos efectivos y desarrollos socio-
económicos, culturales e idiosincráticos que se correspondiesen con este espíritu. Se trataba más
bien de una abstracta identificación por parte de los sectores minoritarios ilustrados, que tal vez
no resultaría exagerado calificar de ingenua”.
2. Vicente Azuero ¿No será conveniente variar nuestra forma de gobierno? (1822)

“Ingenua” es una palabra vale la pena contrastar con la afirmación que hace Azuero: “Los
colombianos no estamos ya en el caso de correr en pos de ideas metafísicas y abstractas, a la
merced de cualquier escritor que sueñe una nueva combinación de gobierno. No estamos ya para
correr aventuras, para experimentar fortunas; estas mutaciones teatrales deben relegarse a la
época de nuestros primeros ensayos” (127). La necesidad de un consenso tiene un carácter
urgente ya que para entonces se vivía un momento de inestabilidad constitucional en el que al
cabo de pocos años estaba surgiendo constantemente una nueva constitución (entre 1809 y 1930
hubo ocho constituciones de estados; entre 1830 y 1886 hubo otras seis). Esto refleja un profundo
problema de definición de identidad del país a pesar de que asegure que la unión es “la mayor
conquista que debemos a 12 años de infortunios”. En el texto se percibe que el autor experimenta
un momento de zozobra por una posible reconquista, pues España no reconocería la
independencia de América sino hasta 1871. Pero no solamente teme a la reconquista, quiere
cambiar el estado permanente de enfrentamiento: “si de buena fe deseamos que Colombia se
conserve unida, es menester que renunciemos del todo a una idea que infaliblemente nos
conduciría al extremo opuesto; que separaría de nuevo lo que por nuestra dicha está bien unido; y
que echaría para ahora o para más tarde los elementos de una guerra civil y destructora” (133).

Este ensayo surge como respuesta a la pregunta por la mejor forma de gobierno. Se trata de un
escrito programático que plantea la idea de lo que debería ser el país según el autor. Su propuesta
es acoger el federalismo norteamericano como método y forma de organización y adaptarlo a las
necesidades propias de la Gran Colombia reconociendo las características sociales, históricas y
culturales propias de los grancolombianos y haciendo un llamado a la unión: “es necesario que
unamos nuestras voluntades, cooperemos al establecimiento de la Constitución que tenemos
adoptada y nos sometamos al imperio de la justicia y de la utilidad nacional” (128). Este ensayo
da muestras de la necesidad de proyectarse y de crearse como país por lo que hace un llamado al
patriotismo. Su propuesta no es un discurso dogmático ni es un tratado, sino que es una reflexión
política que invita al público a pensarse los problemas, por medio del estilo interrogativo, para
poder llegar a un consenso. Es también por esto que predomina un nosotros que involucra al
lector y que promueve la libertad de expresión. Esto evidencia una actitud liberal que rige la
escritura, fundada en el libre pensamiento y la opinión pública, rasgos heredados de la Ilustración
junto a la idea de la soberanía del pueblo: Azuero cree en la representatividad, que la decisión
debe ser del pueblo y no de unas cuantas personas. También creía firmemente en la posibilidad de
realización de mejores condiciones y de la existencia de un gobierno alternativo que garantizara
la libertad. De ahí la crítica a la falta de formación necesaria para el autogobierno.

Azuero, en la primera parte del ensayo, hace un recorrido histórico para ubicar al lector en el
problema. Hace un análisis de los efectos a corto tiempo de la revolución del 1819, de 1821 y de
la reconquista. Y plantea una discusión entorno a las diferentes formas de gobierno junto al
resultado histórico de la adopción de cada uno, sus ventajas y desventajas. Su idea de sociedad
está organizada en torno a metáforas orgánicas que promueva la unión, la cohesión, la libertad y
un delicado estado de equilibrio garantizado por la organización de los estados y la tensión
constante de diversidades. Hace un despliegue detallado de la organización político-
administrativa que más conviene a la realidad del país. Su metafórica está construida alrededor de
las nociones de estabilidad, conservación, armonía, unidad, diversidad, orden natural, bienestar,
tensión y equilibrio. Una de sus tareas es explicar en qué se diferencian ambas formas de
gobierno y las ventajas que constituye cada una de acuerdo a su realidad. Por otro lado, la
explicación histórica del autor excluye una visión cristiana del mundo. La religión católica
aparece como un elemento cristiano pero no como fórmula explicativa del mundo.

Sin embargo, y ante todo, el problema de la élite criolla y de personas como Azuero, herederas de
un país recién emancipado, no era su capacidad intelectiva. Claramente la élite letrada estaba
capacitada para entender las filosofías e ideas extranjeras. El problema es que creían que era un
problema de asuntos prácticos que se podían solucionar con la implementación de determinada
forma de gobierno, a pesar de que fueran conscientes, quizás a medias, de la profundidad del
problema: “el manejo administrativo, el tacto de los negocios públicos, este movimiento y
ejecución práctica de las instituciones liberales, no pueden crearse en un instante como Dios
formó la luz; son efecto de un largo hábito y de una constante aplicación y observación” (137). A
propósito de esta situación Jaramillo afirma que “lo que olvidaron considerar estos ideólogos del
liberalismo o utilitarismo neogranadino fue hasta qué punto pesaba en la ‘facticidad’ del país el
carácter de la colonización española” y que la diferencia fundamental entre norteamérica e
hispanoamérica estuvo determinada desde el principio por las formas de colonización.

La colonia determinó la forma de gobierno y su relación con la iglesia, la explotación de las


riquezas y más importante aún, las costumbres y toda una visión de mundo. La colonia
anglosajona cosechó autonomía. La colonia hispana, dependencia e intervencionismo. Cuando los
criollos se apropiaron del territorio no tenían una noción clara de cómo administrar el territorio ni
alcanzaban a imaginar la importancia o las implicaciones que tuvo la hispanidad en el imaginario
de los pueblos hispanoamericanos; de ahí que lo único que pudieran hacer fuera imitar a los
“mayores”. Podría decirse que la independencia de norteamerica correspondió a su edad mental,
mientras que para hispanoamérica llegó quizás de forma demasiado prematura.

De ahí que uno de los problemas fundamentales en el siglo XIX fuera la dificultad de que hubiera
coherencia entre teoría y práctica. El país y la nación fue una construcción de una minoría letrada
perdida en una masa analfabeta. Entonces, ¿por qué fracasó la implementación del federalismo en
Colombia? La respuesta de Rubén Jaramillo, además de lo mencionado anteriormente, es que la
colonia en Colombia persistió hasta mediados del siglo XIX por lo que “las estructuras
fundamentales de la sociedad no fueron alteradas, a pesar de los grupos más desarrollados
espiritualmente [...] desde un principio quisieron adoptar modelos provenientes de los países más
avanzados”. La implementación de estos modelos buscaban definir la orientación de la educación
pública, los valores que regirían la conducta civil, la ideología, idiosincrasia y la ética social, las
motivaciones y el comportamiento de los ciudadanos pero no existía ni la infraestructura ni la
disposición mental del pueblo para llevar a cabo estos proyectos.
Además, el problema de la identidad y de la herencia colonial que había calado profundamente en
las raíces mentales de los pueblos americanos sería la más importante variable que definiría el
futuro del país hasta el día de hoy. Rubén Jaramillo Vélez explica la complejidad de la situación,
citando a Jaime Jaramillo Uribe, de la siguiente manera:

“Los criollos, que habían sufrido las limitaciones y anacronismos de la cultura hispánica
[...] acudieron desde el primer momento a buscar en las ideas francesas y anglosajonas
orientación para la conformación de nuevas repúblicas: ‘...ya a partir de 1820 el torrente
de nuevos elementos espirituales, ajenos a la tradición española, es de tal magnitud, que la
crítica a la herencia hispánica se convierte casi en afán de ruptura completa y de
transformación del tipo nacional hasta en sus elementos originarios’”.

La élite criolla empezó a bifurcarse. La polémica se trazó a partir de dos visiones del mundo
diametralmente opuestas, por un lado estaba la visión del utilitarismo benthamista que buscaba
abandonar el influjo del pasado colonial español que

“pesaba en las costumbres, en la falta de una organización de sociedad civil [...] el


utilitarismo significaba un divorcio del espíritu español, no sólo porque implicaba un
nuevo patrón en las ideas éticas y en la concepción metafísica, sino también porque como
teoría del derecho, del Estado y de la administración representaba la antítesis de la
tradición hispánica. No solamente por elevar el placer o la felicidad al rango de principios
éticos fundamentales [...] la moral utilitaria chocaba con los sentimientos nobiliarios de
honor e hidalguía, en lo profano, y con los religiosos de caridad y salvación ultraterrena
que constituían el núcleo de la concepción española del mundo, en la cual se había
modelado también el espíritu del criollo americano”.

Como sabemos, esta bifurcación terminó en la conformación de los partidos. Tal como reconoce
Manuel Maria Madiedo y el mismo Rubén Jaramillo, los partidos liberal y conservador fueron
ambos desde sus orígenes liberales “en el sentido de la Ilustración y de la revolución francesa”
(Jaramillo). Ambos autores hacen una crítica a ambas facciones. Jaramillo, por su parte, reconoce
los logros del radicalismo liberal así como sus errores. Y señala que la imposición del
federalismo o el centralismo respondió a necesidades históricas de las élites por asegurarse el
predominio y la imposición de los intereses de las oligarquías. En gran medida esto explica la
lucha visceral por el poder y el territorio entre liberales y conservadores: “el fenómeno del
radicalismo y el federalismo [tuvieron] la función de permitirle a las oligarquías regionales
repartirse las tierras de los indígenas tras la disolución de los resguardos, así como las de la
iglesia tras la desamortización decretada por Mosquera”. De modo que no se trataba únicamente
de el enfrentamiento entre dos visiones del mundo porque fuera inconcebible su convivencia,
sino que era, sobretodo, una lucha por el poder.

3. Manuel María Madiedo Ideas fundamentales de los partidos políticos de la Nueva


Granada (1858)
Este ensayo evidencia el descontento de Madiedo frente a las realidades de los partidos, una
realidad que lleva diez años de vida en 1858. No se trata de un texto programático, a pesar de que
en un momento presenta lo que para él debería ser el ideal del partido liberal, sino que se trata de
la expresión de una preocupación personal, es decir, es la voz del “yo”. Lo que caracteriza a este
texto es una actitud crítica que le permite ver de forma objetiva la realidad del conflicto. Madiedo
reconoce que tanto conservadores y como liberales fueron educados y formados bajo las mismas
ideas progresistas: “Liberales y conservadores han abogado por la libertad de la imprenta, por la
libertad religiosa, por la abolición de la esclavitud, [etc.], En resumen, estos dos partidos no son
sino dos hijos de unos mismos padres, con unas mismas enseñanzas, con unas mismas ideas, que
una vez huérfanas, se han disociado por razón de la herencia, el poder, y se han dado de
puñaladas sobre la tumba de sus padres” (22). Como sabemos, el contexto histórico en que se
inscribe este ensayo es el de la revolución liberal con reformas que resultan traumáticas. Esta
reforma pretendió establecer una nación laica que instauraría la educación pública y laica; la
separación entre iglesia y estado; el cobro de impuestos a la iglesia; y la legalización del divorcio.
Esta situación deviene en la manipulación del discurso religioso que deslegitima al partido
liberal. Esta situación desencadenaría una serie de guerras civiles. El descontento, además, se
debe a la situación anticonstitucional que se experimentó en el país el 7 de marzo de 1849,
situación que evidenció la implementación defectuosa o nula de un estado de derecho. En esta
coyuntura los partidos se deslindan de manera irreconciliable, esencialmente por el lugar que
cada uno pretende darle a la iglesia.

Como en los ensayos de Azuero y de Manuel del Socorro Rodríguez, Madiedo presenta las
categorías de barbarie y civilización aunque de una manera trastocada en relación con los otros
dos autores. Madiedo presenta la barbarie natural como una belleza ingenua característica de la
primera inocencia del hombre; una barbarie que va de las tinieblas a la luz. A esta barbarie
natural se opone la barbarie de los conquistadores, de la barbarie formada, “la parte fea de lo que
se llamaba vida civil en el mundo culto [en la que se encuentra] una brutalidad estúpida,
carcomida por todas las lepras que forman las desigualdades sociales” (7-8).

En parte, la preocupación de Madiedo se debe a que la transformación en el país ha sucedido en


el aparato burocrático, pero no en el espíritu y el imaginario. “Algunos cuadernos con leyes de
papel sin apoyo en las costumbres, ni el carácter de los mismos que las habían dictado” (18). En
colombia no hubo un cambio mental y mientras no suceda, por más que haya cambios a nivel
institucional, no se logrará una revolución social. Madiedo expone una realidad en la que a las
propuestas teóricas no le corresponde una transformación práctica o material de la realidad: “Si la
escuela conservadora reposa sobre el sello de una tradición sin vida ni movimiento, la escuela
liberal debe marchar con la palabra y el acto que le confirma” (25). Es por esto que insiste en la
importancia de la educación, pues las costumbres y las leyes no pueden contradecirse.

A diferencia de Manuel del Socorro Rodríguez, Madiedo no cuestiona el mito del “nuevo
mundo”, pues para él la historia del continente empieza con la conquista. Del mismo modo, hace
un balance de las ideas y los resultados de la vida política de los partidos políticos, evidencia y
rechaza el conflicto de intereses y el vacío que ha creado esta disputa, heredera de los
antecedentes de las naciones americanas: “la barbarie aborigen, la barbarie de la colonización y la
barbarie del gobierno colonial”. Este análisis está puesto al servicio de la identificación de las
causas y la fuente de la tiranía y la barbarie que caracterizan el presente de la civilización a la que
pertenece Madiedo.

Su visión cristiana del mundo se evidencia en el uso de las metáforas luz-oscuridad, tinieblas,
lepra, etc. Para Madiedo la libertad es la verdad revelada por el designio divino (12), lo que da
cuenta de una visión providencial de la libertad. Como Manuel del Socorro Rodríguez, expresa
una dicotomía de las razas desde un punto de vista que revalora las razas y subjetiviza la
categoría de barbarie y civilización. El recorrido histórico que hace pretende mostrar que las
costumbres y la realidad del país se traza ineludiblemente hasta las costumbres heredadas de los
colonizadores; desde “lo mejor que el mundo poseía, el Cristianismo [...] esa gran razón de la
civilización moderna” (10), hasta las costumbres más mezquinas de la violencia con que la
religión fue enseñada a la raza aborigen, pues “los aventureros colonizadores eran, en lo general,
hombres de la masa popular de España. Esa masa era entonces bárbara y esclava en toda la
Europa [...] El hombre educado en la servidumbre, nada ve más allá de la tiranía en que ha sido
amamantado [...] El español colonizador no conocía sino dos condiciones: la de amo y la de
siervo” (9). Su crítica se extiende hasta la independencia, “en Francia un mundo dio paso a otro
mundo: aquí no hubo sino un cambio de hombres; dejando el cambio de las ideas, que debía
haber sido precedido, relegado a un aplazamiento sin término” (15).

Por su parte Rubén Jaramillo, cuando habla del truncado proceso de industrialización que
atravesó el país, cita a Liévano Aguirre, biógrafo de Rafael Núñez: el gran problema de
hispanoamérica ha sido siempre, que en su admiración de pueblo joven por los pueblos ya
maduros del continente europeo, se ha sentido tentado por el deseo dominante de imitar los
sistemas económicos y políticos de aquellos, pero no siguiéndolos en su evolución y desarrollo
lógicos, sino saltándose etapas, tomando partes de ellos, partes que casi siempre se correspondían
a una etapa final o a una ya muy evolucionada, para injertarlas artificialmente en el primitivo
medio americano”.

4. Salvador Camacho Roldán Leyes de tuición (1863)

Por su parte, Salvador Camacho Roldán, en su “Informe a las comisiones reunidas de negocios
eclesiásticos en la convención de Rionegro” expresa claramente la situación de tensión que se
vivió en la época del radicalismo liberal. Sobretodo, el problema religioso, que identifica como
“las causas más graves de perturbación en el espíritu humano” y que conciernen no solo a las
clases ilustradas sino principalmente a las clases “más desvalidas e ignorantes, a quienes la luz de
la razón no puede llegar en toda su plenitud [...] en quienes más que las ideas dominan las
pasiones”, de modo que “en vez de ideas religiosas hay pasión religiosa llevada hasta la
exageración”.
Camacho Roldán también insiste en la diferencia abismal que hay entre las realidades europea y
americana. Aquí se vivía una crisis generalizada militar, social, económica y sobretodo política:
“y la alternabilidad de los funcionarios y la sucesión incesante de los partidos, hacen que se
interrumpa siempre la continuidad de nuestros sistemas”, continuidad que queda garantizada en
Europa por la monarquía y la política tradicional de herencia filial. Señala que la posibilildad de
un país laico se debe a la coexistencia armónica de diversos cultos que “se hacen contrapeso entre
sí” y que además han establecido una relación de mutuo beneficio con el gobierno “mediador y
protector desinteresado”. Pero “el catolicismo ha sido la única religión permitida antes y
establecida después”, por lo que no hubo forma de establecer un equilibrio armónico similar. La
iglesia católica había adquirido tanto poder que la única resolución posible era la guerra por el
poder entre estas dos instituciones enemigas: la “influencia [de la iglesia] se ha fortificado más en
nuestro país que la de ninguna otra institución o establecimiento social. No hay por qué
desconocerlo [...] Reformas tan trascendentales como las contenidas en los famosos decretos de
‘Tuición’, ‘Desamortización’, y ‘Supresión de monasterios’, no pueden realizarse fácilmente en
un país atrasado como el nuestro”.

Queda claro que Camacho Roldán soñaba con un país con cualidades “favorables a la causa de la
soberanía de las naciones”, pero su capacidad crítica y de distanciamiento, le permiten darse
cuenta de que la realización de este proyecto debe darse a pasos cortos y a largo plazo,
permitiendo la gradual adaptación a los cambios, y no por medio de una imposición abrupta y
violenta de unas leyes que nada se acercan al pensamiento y costumbres del pueblo. Las
metáforas de su discurso dan cuenta de esta conmoción y de esta crisis de conciencia: “La espada
de las reformas se abatió sobre las preocupaciones como el hacha del cultivador sobre la selva
centenaria: el fuego prendió sobre los despojos, y el huracán levantó la llama hasta lo cielos: el
día llegará en que sobre las cenizas del incendio aparezca la verdura de las nuevas plantaciones y
las mies ostente sus frutos en flor; pero entretanto el fuego arde todavía bajo la ceniza, y las
chispas que aún se desprenden de los troncos calcinados, amenazan con renovar el incendio” (7).
Estas cenizas aún arden porque permanece el ejercicio de Tuición, a lo que el autor propone que
“es preciso dar al ejercicio de esa facultad una forma compatible con la libertad y respeto para
todas las religiones, la mejor práctica de este derecho de tuición es una propuesta que deja en
manos de la Comisión.

Como los anteriores autores, Salvador Camacho hace una breve reseña histórica, esta vez del
cristianismo y de la Iglesia, para señalar el poder “más colosal y duradero que se conoce en la
historia de las dominaciones humanas [pues] desde el nacimiento hasta la muerte, la vida del
hombre estaba en sus manos [...] El Catolicismo es el único poder que ha realizado el sueño de la
monarquía universal, uncido los pueblos al anillo del pescador, y colocado la tierra de los
pontífices en la cumbre más alta de todas las naciones reunidas” (9-11). Esta revisión histórica le
permite al autor elaborar un campo semántico asociado a la Iglesia, en el que resuenan las
nociones de tiranía, poder, despotismo, fuerza, guerra, dominación, fanatismo y monarquía.
Además, da cuenta de la aparición de un pensamiento crítico frente a las escrituras, actitud que
contrasta la de Manuel del Socorro Rodríguez (claramente inscrito en un momento histórico
distinto) que buscaba la inscripción de lo americano en la lógica de la tradición occidental y que a
su vez reinterpreta las escrituras desde la perspectiva que más conviniera a los americanos.

Tras exponer lo problemática que ha sido la relación entre el Estado y la Iglesia, y las razones que
llevaron a establecer las medidas de los decretos de Tuición y “Desamortización de bienes de
manos muertas”, hace una propuesta que pretende establecer un ambiente de paz y de mutuo
acuerdo, que implique dar solución definitiva al conflicto religioso del país. Las condiciones que
propone son la proclamación de justicia e igualdad para todos, la obediencia a las leyes que
reconocen la libertad para predicar las doctrinas y profesar el culto del clero. Este ensayo es una
invitación a hacer uso de la razón y a abandonar las armas. A tomar una posición más reflexiva y
tolerante que permita la conciliación entre ambos bandos del conflicto. Es por esto que el
discurso del autor es de un carácter objetivo y retórico que busca convencer a los oyentes y
lectores de que este es el camino más viable para la paz, presentando el punto de vista de ambos
grupos y proyectando diferentes resoluciones; analiza los posibles resultados y determina que al
final un punto que resulte viable para todos, aunque su postura es claramente crítica frente a la
Iglesia. Finalmente, este proyecto de ley se construye sobre la idea de una comunidad y la
igualdad de los hombres, así como sobre la tolerancia, con el objetivo de dar fin a la guerra y al
conflicto religioso, sin renunciar al carácter religioso de la cultura: “Pasó ya la lucha de las
armas: cédase el campo a las luchas de la razón; embotad el filo de las espadas y aguzad las
armas de la inteligencia y del espíritu. Predicad la verdad, que es eterna; pero tolerad los errores,
que son patrimonio inevitable, pero transitorio, de la naturaleza humana. Como herederos de las
puras tradiciones de 1810, alzad en lo alto las banderas de la tolerancia, y respetad este santo
principio de la filosofía: ‘en el conflicto entre las opiniones políticas y las creencias religiosas no
hay más solución que la libertad’”.

Sin embargo, estos gritos desesperados no tuvieron eco en el programa político que Miguel
Antonio Caro más tarde llegaría a imponer. Como afirma Jaramillo Vélez, Caro representó
“enfáticamente el regreso a la tradición hispánica [...] Ni el progreso industrial, ni las ciencias, ni
el liberalismo económico, ni la sociedad individualista, ni el positivismo, ni el método de las
ciencias naturales en el campo de las ciencias del espíritu, fueron considerados por Caro como
valores absolutos y máximos, y menos aún, como llegaron a considerarlos la mayor parte de sus
contemporáneos de Colombia y América, como objetos de veneración y culto”. Con Caro
Colombia adoptaría el “esquema de una República donde imperaba la teoría del Estado
confesional, acompañado de un principio de no tolerancia religiosa”. Las consecuencias de esta
vuelta a las manos de la Iglesia y del gobierno de Caro son expresadas por Jaramillo en palabras
de Luis Villaveces: “en Colombia se han implantado las formas de racionalidad propias de la
ciencia moderna, occidental, burguesa, sin que se haya asumido del todo su profanidad [porque]
más que por un esfuerzo de racionalización del mundo y de confrontación experimental, de
organización del saber integrandolo a la concepción naturalista, la ciencia ha llegado a Colombia
por revelación” y en sus palabras: “al no haberse esforzado por amoldar sus actitudes y sus
valores a la realidad del mundo moderno que indefectiblemente se fue gestando [...] han
terminado por adoptar en forma apresurada y sincrética patrones de comportamiento que
imponen la vinculación al mercado mundial, la industrialización, el desarrollo económico, y la
acelerada urbanización, sin que estos sean consciente y sistemáticamente asimilados por las
grandes masas populares, mantenidas hasta el día de ayer en un estado de somnolencia tradicional
y que han despertado abruptamente las impostergables tareas que impone el mundo
contemporáneo. El sonambulismo que caracteriza las actitudes del ciudadano, la persistencia de
vicios tradicionales que impiden la auténtica solidaridad y cohesión social [...] prueban ese
peculiar sincretismo de lo moderno y lo premoderno, tan característico de la vida pública de
nuestro país”.

Volviendo de nuevo sobre los problemas del ensayo en el siglo XIX, encontramos que estos
autores comparten una actitud conciliadora que corresponde a una problemática del momento
histórico al que pertenecieron. Todos realizan una revisión histórica que da cuenta de toma de
conciencia histórica, de la necesidad de replantearse el país y de solucionar una serie de
conflictos. Constantemente se preguntan por el sentido del país y de la identidad, lo que marca el
carácter filosófico de cada ensayo. A partir de lo anterior cada autor plantea las que deberían ser
las aspiraciones del país, despliegan su espíritu crítico y creativo para proponer la mejor forma de
lograr un país enmarcado en los principios del ideal de la modernidad. De ahí que haya un
constante llamado a la unidad, una unidad que vemos se va conformando a medias, fisurada y
tambaleante, a medida que pasamos de uno a otro ensayo. Desde siempre, y esto se ve en la
división del pensamiento de Rodríguez y del sincretismo de Madiedo, ha sido una división entre
el providencialismo y el secularismo que acompañó el proceso de modernización; una crisis
existencial que surge del intento de superar las limitaciones que dejó una independencia
apresurada y el lastre del imaginario colonialista en el espíritu de cada sujeto al confrontarse con
las aspiraciones impuestas por la modernidad inevitable. Cada ensayo es representativo de un
momento coyuntural de la historia del país y a través de su lectura conjunta se puede trazar la
trayectoria del país para entender nuestra realidad hoy; la realidad del fracaso del proyecto de
nación y de la “postergación de la experiencia de la modernidad”, en palabras de Jaramillo.

Bibliografía

- Azuero, Vicente. (2010) ¿No será conveniente variar nuestra forma de gobierno? En La
propuesta federal. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia.
- Camacho Roldán, Salvador. (1893) Leyes de tuición. En Escritos varios. Bogotá: Librería
Colombiana.
- Jaramillo Vélez, Rubén. (1998). La postergación de la experiencia de la modernidad en
Colombia. En La modernidad postergada. Bogotá
- Madiedo Manuel María (1858). Ideas fundamentales de los partidos políticos de la Nueva
Granada. Bogotá: Imprenta de El Núcleo liberal.
- Rodríguez, Manuel del Socorro. (1808) Cuadro filosófico del descubrimiento de la
América.

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