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Pero la filosofía se emancipó de su atadura teológica en el siglo XVII, con Descartes, sin volverse
atea; tanto es así que éste no impugnó el tema de la creación, no lo planteó ni lo trató expresamente,
dejándolo como si dijéramos entre paréntesis, e interpretó el cuerpo humano en el sentido de las
ciencias naturales recién descubiertas, como un cuerpo entre otros. De esa manera se llegó a un
sentido dualismo: el hombre es una máquina animada por un espíritu. Ya dijimos que Descartes no
abordó explícitamente el problema de cómo se realiza este dualismo, pero la teoría cartesiana —
importante para nosotros en primer lugar porque marca la emancipación de la filosofía respecto de
la teología— tiene todavía otro interés, a saber: el esquema, por ser dualista y debido a eso poseer,
diría yo, cierta primitividad recomendable, era singularmente duradero. En efecto, fue posible
desprenderlo per completo de argumentos teológicos de los cuales Descartes aún era en cierto modo
adepto, obteniéndose así un modelo simple maravillosamente útil. En lo interno, uno podía remitirse
a la psicología y a las ciencias del espíritu; claro, el hombre posee un alma, de eso se ocupa la
psicología, y de sus manifestaciones se ocupan los estudios lingüísticos, la lógica y otras ciencias
del espíritu. El cuerpo se dejaba a los métodos, los biólogos, los fisiólogos y los químicos: En este
esquema tenía cabida la Universidad entera, exceptuada la Facultad de Teología que, por lo demás,
ya había sido expresamente segregada. El hecho de poder distribuir el universo de las ciencias
dentro de un sencillo esquema dual, le impartió una duración y una utilidad extraordinarias. Además,
se pudo reducir el todo a un dualismo vulgar —actualmente muy difundido a modo de concepción
del mundo— que le sale a uno a cada paso y, si trata de librarse de él, se le aparece en forma de
objeción. Esta evolución solo se interrumpió por breve tiempo con el idealismo alemán, esa etapa
filosófica vinculada a los nombres de Kant, Fichte, Hegel y Schelling. Ellos no filosofaban como
dualistas, sino que volvieron a espiritualizar plenamente al hombre, tratando de acercar nuevamente
la filosofía a la teología, declarándose expresamente interesados en ello los tres últimos.
Schopenhauer, a continuación, fue otra vez dualista, aunque sin quererlo.
Texto
Con eso hemos llegado al comienzo de este siglo. Una pequeña obra del célebre filósofo Max
Scheler, llamada El puesto del hombre en el cosmos, fue publicada en 1928, año de su muerte. Esta
obra trajo consigo un cambio notable y sorprendente, pues no interpretaba al hombre en
comparación o relación con Dios, sino en la diferencia esencial entre hombre y animal. En este
sentido, el libro es interesantísimo y hace época porque la discusión del problema mismo del hombre
no se discutía, sino que se transportaba a otro plano. Scheler inquiría acerca de la diferencia esencial
entre dos maneras de ser y, al hacerlo, volvía inmediatamente a la indagación del problema biológico
del hombre, ese mismo problema que se acostumbraba dejar a los zoólogos o a los médicos en
calidad de Antropología física. Y ahora Scheler decía, en lo que se distingue el hombre de los
animales más inteligentes —inteligencia, fantasía, memoria, capacidad de selección, uso de
herramientas— solo hay una diferencia de grado, pero no una diferencia esencial. El principio
específicamente humano que constituye la diferencia esencial, sería más bien un principio en general
opuesto a la vida, al que llamó espíritu.
La esencia del espíritu se definía como su facultad de deshacerse la presión de lo biológico, de
librarse de la dependencia de la vida. Un ser portador de espíritu ya no está encadenado a sus
instintos, ya no se adapta a su medio ambiente como un animal, sino que es capaz de elevar el
medio ambiente a la objetividad, de distanciarse de él.
TEXTO 2:
Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como verdaderas en la primera
edad de mi vida y de cuán dudosas eran las que después construí sobre aquéllas, de modo que era
preciso destruirlas de raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna
vez un sistema firme y permanente; con todo, parecía ser esto un trabajo inmenso, y esperaba yo
una edad que fuese tan madura que no hubiese de sucederle ninguna más adecuada para
comprender esa tarea. Por ello, he dudado tanto tiempo, que sería ciertamente culpable si consumo
en deliberaciones el tiempo que me resta para intentarlo. Por tanto, habiéndome desembarazado
oportunamente de toda clase de preocupaciones, me he procurado un reposo tranquilo en apartada
soledad, con el fin de dedicarme en libertad a la destrucción sistemática de mis opiniones.
TEXTO 3:
Supongo, por tanto, que todo lo que veo es falso; y que nunca ha existido nada de lo que la engañosa
memoria me representa; no tengo ningún sentido absolutamente: el cuerpo, la figura, la extensión,
el movimiento y el lugar son quimeras. ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay
nada seguro.
¿Cómo sé que no hay nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no haya ni siquiera
ocasión de dudar? ¿No existe algún Dios, o como quiera que le llame, que me introduce esos
pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si yo mismo puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy,
por lo tanto, algo? Pero he negado que yo tenga algún sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo,
porque, ¿qué soy en ese caso? ¿Estoy de tal manera ligado al cuerpo y a los sentidos, que no puedo
existir sin ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe nada en el mundo, ni cielo ni tierra, ni
mente ni cuerpo; ¿no significa esto, en resumen, que yo no existo? Ciertamente existía si me
persuadí de algo. Pero hay un no sé quién engañador sumamente poderoso, sumamente listo, que
me hace errar siempre a propósito. Sin duda alguna, pues, existo yo también, si me engaña a mí; y
por más que me engañe, no podrá nunca conseguir que yo no exista mientras yo siga pensando que
soy algo. De manera que, una vez sopesados escrupulosamente todos los argumentos, se ha de
concluir que siempre que digo «Yo soy, yo existo» o lo concibo en mi mente, necesariamente ha de
ser verdad.
5. En el texto encontramos los inicios del razonamiento que llevará a Descartes a plantear el
siguiente latinismo:
6. Siguiendo el orden lógico del texto, si Descartes hubiera concluido sus meditaciones afirmando
que “quizá solamente no hay nada seguro” entonces sería contradictorio afirmar que:
7. ¿Cuál es el antecedente necesario para poder afirmar que «¿Yo soy, yo existo»?
La concepción científica del mundo no se caracteriza tanto por sus tesis propias, como más bien por
su posición básica, los puntos de vista, la dirección de la investigación. Como objetivo se propone la
ciencia unificada. El esfuerzo es aunar y armonizar los logros de los investigadores individuales en
los distintos ámbitos de la ciencia. De esa aspiración se sigue el énfasis en el trabajo colectivo; de
allí también la acentuación de lo aprehensible intersubjetivamente; de allí surge la búsqueda de un
sistema de fórmulas neutral, de un simbolismo liberado de la escoria de los lenguajes históricamente
dados; y de allí también, la búsqueda de un sistema total de conceptos. Se persiguen la limpieza y
la claridad, rechazando las distancias oscuras y las profundidades inescrutables. En la ciencia no
hay “‘profundidades”, hay superficie en todas partes: todo lo experimentable forma una red
complicada no siempre aprehensible en su totalidad, sino que a menudo sólo comprensible por
partes. Todo es accesible al hombre y el hombre es la medida de todas las cosas. Aquí se muestra
afinidad con los Sofistas no con los Platónicos, con los Epicúreos no con los Pitagóricos, con todos
aquellos que aceptan el ser terrenal y el aquí y el ahora. Para la concepción científica del mundo no
hay enigmas insolubles. La clarificación de los problemas filosóficos tradicionales nos conduce, en
parte, a desenmascararlos como pseudo-problemas y, en parte, a transformarlos en problemas
empíricos y de allí a someterlos al juicio de la ciencia de la experiencia. En esta clarificación de
problemas y enunciados consiste la tarea del trabajo filosófico y no en el planteamiento de
enunciados “filosóficos” propios. El método es el del análisis lógico; de él dice Russell ([7], p. 2 y s.):
“se originó lentamente en conexión con las investigaciones críticas de los matemáticos. Según mi
opinión radica aquí un progreso similar al que produjera Galileo en la física: resultados individuales
comprobables sustituyen a afirmaciones incomprobables sobre la totalidad, susceptibles de ser
obtenidas sólo mediante la fuerza de la imaginación”.
8. Podemos afirmar que la concepción científica del mundo, para el Círculo de Viena, tiene como
una de sus características:
A) La profundización en el estudio y conocimiento de las disciplinas científicas
B) Criticar los falsos problemas filosóficos y depurarlos como objeto de estudio de las ciencias
experimentales.
C) Respetar el trabajo solitario e individual del científico como mecanismo para encontrar verdaderos
enunciados científicos.
D) Trabajar en conjunto con el saber filosófico para generar mayor sabiduría humana.
E) La ciencia delimita sus territorios de estudio especializándose cada disciplina en un determinado
asunto.
Hemos caracterizado la concepción científica del mundo en lo fundamental mediante dos rasgos.
Primero, es empirista y positivista: hay sólo conocimiento de la experiencia que se basa en lo dado
inmediatamente. Con esto se establece la demarcación del contenido científico legítimo. Segundo,
la concepción científica del mundo se distingue por la aplicación de un método determinado, a saber,
el del análisis lógico. La aspiración del trabajo científico radica en alcanzar el objetivo de la ciencia
unificada por medio de la aplicación de ese análisis lógico al material empírico. Debido a que el
significado de todo enunciado científico debe ser establecido por la reducción a un enunciado sobre
lo dado, de igual modo, el significado de todo concepto, sin importar a qué rama de la ciencia
pertenezca, debe ser determinado por una reducción paso a paso a otros conceptos, hasta llegar a
los conceptos de nivel más bajo que se refieren a lo dado.
Es corriente llamar “inductiva” a una inferencia cuando pasa de enunciados singulares (llamados a
veces, enunciados “particulares”) tales como descripciones de los resultados de observaciones o
experiencias, a enunciados universales tales como hipótesis o teorías. Ahora bien desde el punto de
vista lógico dista mucho de ser obvio que estemos justificados al inferir enunciados universales
partiendo de enunciados singulares, por elevado que sea su número; pues cualquier conclusión que
saquemos de este modo corre siempre el riesgo de resultar un día falsa: así, cualquiera que sea el
número de ejemplares de cisnes blancos que hayamos observado, no está justificada la conclusión
de que todos los cisnes sean blancos. Se conoce con el nombre del problema de la inducción la
cuestión acerca de si están justificadas las inferencias inductivas, de bajo qué condiciones lo están»
13. Si es que mañana apareciera un cisne rojo, probablemente Popper afirmaría que:
A) Su teoría ha sido refutada por la experiencia observable.
B) Se trata de un caso más que afianza su crítica hacia la inducción.
C) Probablemente la epistemología debería contar una tercera teoría que prediga este tipo de
acontecimientos.
D) La inducción volvería a ser un criterio válido para la formulación de hipótesis.
E) Ahora debemos partir desde los enunciados generales hacia los particulares.
La ciencia no está cimentada sobre roca: por el contrario, podríamos decir que la atrevida estructura
de sus teorías se eleva sobre un terreno pantanoso, es como un edificio levantado sobre pilotes.
Estos se introducen desde arriba en la ciénaga, pero en modo alguno hasta alcanzar ningún
basamento natural o dado; cuando interrumpimos nuestros intentos de introducirnos hasta un estrato
más profundo ello no se debe a que hayamos topado con un terreno firme: paramos simplemente
porque nos basta que tengan la firmeza suficiente para soportar la estructura, al menos por el
momento.