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TOMATE DE ARBOL
INTRODUCCION
El tomate de árbol (Solanum betaceum Cav., Solanaceae), conocido
internacionalmente como tamarillo, es originario de la región andina, habiendo
planteado algunos autores la hipótesis de que su centro de origen se encuentra
en Boli. Los frutos de esta especie son comestibles, de sabor agradable,
ligeramente ácidos y con un alto contenido de provitamina A, vitaminas C y B6 y
minerales como el hierro y potasio, por lo que su cultivo y consumo son muy
populares en la región andina tropical y subtropical. Es además una importante
alternativa en la producción, diversificación y mercadeo de productos no
tradicionales, los cuales son una opción importante en la comercialización
Algunos autores consideran que el tomate de árbol es también un cultivo
prometedor para ciertas regiones de clima mediterráneo, como por ejemplo
España e Italia; mientras que en Oceanía, específicamente en Nueva Zelanda,
su producción y exportación han crecido de forma considerable en las últimas
décadas
1983a; León et al., 2004). Se deben evitar terrenos que anteriormente hayan sido
ocupados por cultivos con problemas fitosanitarios radicales, similares a los del
tomate de árbol, como es el caso de otras solanáceas como el tomate y la
naranjilla (S. quitoense), y de otras especies como las judías (Phaseolus vulgaris
L.) y el babaco (Carica pentagona Heil.) que son muy susceptibles a la incidencia
de nematodos, principalmente del genero Meloidogyne
Marcos de plantación
El marco de plantación dependerá principalmente del tipo de planta (propagada
por semilla, estaca o injerto), el cultivar, las condiciones ambientales y la clase
de maquinaria a utilizar, entre otros aspectos. En la región andina se utilizan
marcos de plantación muy densos con aproximadamente 5.000 plantas por
hectárea, debido principalmente a que en estas zonas las prácticas culturales no
están mecanizadas, mientras que en Nueva Zelanda, donde existe un mayor
grado de mecanización, se utilizan densidades comprendidas entre 1.300 y
2.200 plantas por hectárea (Carnevali, 1974; León et al., 2004). Los marcos más
usados en Ecuador son: 1,5 x 1,5 m (4.444plantas/ha), 2,0 x 2,0 m (2.500
plantas/ha), 1,8 x 1,8 m (3.086 plantas/ha) y 1,5 x 2,0 m (3.333 plantas/ha);
siendo 1,5 x 2,0 m y 2,0 x 2,0 m, los mas recomendados (Morales, 2001; León
et al., 2004). En Nueva Zelanda se recomiendan distancias de 1,0 a 1,5 m entre
plantas y 4,5 a 5,0 m entre filas; otra alternativa es la disposición de filas dobles
con marcos de 2,5 a 3,0 m entre filas y 2,5 m entre plantas, y 4,25 m entre filas
dobles
Apertura de hoyos
En la zona andina es común efectuar la apertura de hoyos donde se establecerán
las plantas, con el objetivo de aplicar dentro de cada hoyo un sustrato con
fertilizante que permita mejorar las condiciones de desarrollo del sistema radical.
Generalmente se recomienda realizar hoyos de 30 x 30 x 30 cm; en suelos
compactados o en áreas de altas precipitaciones los hoyos deberán ser de mayor
tamaño para evitar la atrofia radical en el primer caso y para drenar el exceso de
humedad en el segundo caso. El sustrato a ser incorporado en los hoyos puede
contener una mezcla de humus, compost o estiércoles con un adecuado grado
de descomposición, en cantidades que varían de 2 a 4 kg por hoyo. Es
importante adicionar fertilizante, para lo cual es aconsejable aplicar el 50% de
los requerimientos anuales de fósforo y el 30% de los de potasio, según el
programa de fertilización que se defina
Trasplante
Antes de realizar el trasplante se debe efectuar una selección de las plantas
propagadas, eligiendo aquellas que estén bien formadas, con buen vigor y que
no presenten problemas fitosanitarios. Es aconsejable que estas plantas se
rieguen un día antes para que mejoren su nivel de turgencia y el sustrato en el
que se encuentra la planta permanezca húmedo; con ello se evitan problemas
de deshidratación durante los primeros días en el campo (Kirkham, 2005). Para
el trasplante de material previamente sembrado en bolsas de polietileno, se
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al., 2000). El virus del mosaico del tomate de árbol (Tamarillo Mosaic Virus,
TaMV) causa la enfermedad viral de mayor importancia económica en países
como Nueva Zelanda, Colombia y Ecuador (Eagles et al., 1994; Cohen et al.,
2000; Tamayo, 2001; León et al., 2004). El TaMV es transmitido principalmente
por áfidos, se presenta especialmente en plantas jóvenes y sus síntomas son la
presencia de moteados cloróticos sobre las hojas, deformación de las hojas y
una fuerte decoloración del fruto; no se han reportado especies del género
Solanum resistentes al TaMV (Eagles et al., 1994; Prohens & Nuez, 2000;
Santillán, 2001). Otra virosis de importancia es la mancha aceitosa o bronceado
del tomate de árbol, cuyo agente causal es el virus del bronceado del tomate
(Tomato Spotted Wilt Virus, TSWV); esta enfermedad produce una clorosis sobre
las hojas y luego manchas aceitosas oscuras principalmente en el haz foliar que
luego se vuelven necróticas (Santillán, 2001)
Diversos autores (Bohs, 1989a; Eagles et al., 1994; Pliansinchai & Teakle, 1994;
Prohens & Nuez, 2000; Santillán, 2001; Tamayo, 2001) indican que se han
registrado otros virus que inciden sobre el cultivo de tomate de árbol, ante los
cuales la planta muestra cierta resistencia: virus del mosaico aucuba de la patata
(Potato Aucuba Mosaic Virus, PAMV), virus del mosaico del pepino (Cucumber
Mosaic Virus CMV), virus del mosaico de la alfalfa (Alfalfa Mosaic Virus, AfMV),
virus del mosaico de arabis (Arabis Mosaic Virus, ArMV) y virus de la aspermia
del tomate (Tomato Aspermy Virus, TAV).
Rendimiento, recolección y postcosecha
Rendimiento
El tiempo hasta la cosecha y el rendimiento del tomate de árbol dependerán en
gran medida de las condiciones ambientales en las que se produzca el cultivo,
del material genético utilizado y de la fitotecnia aplicada, entre otros factores. En
los países andinos, en zonas con temperaturas óptimas para el cultivo (14 -
20°C) la cosecha se realiza a partir de los 10 a 12 meses después del trasplante,
mientras que en las zonas con temperaturas promedio inferiores a 14°C, la
cosecha se inicia a partir de los 15 meses después del trasplante (Feicán et al.,
1999; Santillán, 2001). Según Rotundo et al. (1981), en condiciones
mediterráneas como es el caso de Italia, el tomate de árbol empieza a producir
a los dos años de la siembra en vivero. En lo que respecta al rendimiento, en los
países andinos un árbol puede llegar a producir entre 20 y 30 kg de fruta cada
año, lo que equivaldría a una rendimiento superior a 60 t/ha/año considerando
una densidad poblacional de al menos 2.500 plantas/ha (Prohens & Nuez, 2000;
Santillán, 2001; León et al., 2004), mientras que en condiciones como las de
Nueva Zelanda se obtienen rendimientos de 15 a 17 t/ha/año (National Research
Council, 1989; FreshFacts, 2007).
Recolección
En zonas donde las oscilaciones climáticas anuales no son de importancia, como
en la mayor parte de los países andinos, el tomate de árbol fructifica de manera
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almacenen por debajo de 3,0 °C los frutos sufren daños mecánicos por frío, como
el pardeamiento de la piel y la presencia de pequeñas depresiones en su
superficie; mientras que a temperaturas mayores de 4,5 °C los hongos causantes
de la marchitez pueden propagarse rápidamente, por lo que las pérdidas por
podredumbres aumentan significativamente (Fletcher, 1979; Harman &
Patterson, 1982; Prohens et al., 1996). León (2002) señala que si los frutos se
cosechan cuando presentan un 75 % del color de la madurez total se pueden
almacenar durante 30 días a 7°C y 90% de humedad relativa; bajo estas
condiciones las pérdidas de peso no superarían el 5% y el contenido de vitamina
C aumentaría con el tiempo de almacenamiento. Por otra parte, si los frutos se
empacan en bandejas y se envuelven con plástico, se puede reducir la pérdida
de humedad de la fruta, lo que permite mejorar las condiciones de conservación
y el tiempo de almacenamiento (Carnevali, 1974).
Las podredumbres fúngicas son la principal causa de pérdidas del producto en
la postcosecha de esta especie; los microorganismos responsables son
especialmente: Colletotrichum acutatum, C. gloeosporioides, Diaporthe
phaseolarum, Phoma exigua y Phomopsis sp. (Blank et al., 1987; Yearsley et al.,
1987, 1988). Los agentes causantes de la podredumbre amarga, C. acutatum y
C. gloeosporioides, infectan la fruta cuando está aún en la planta pero no se
desarrollan hasta que comienza la senescencia durante el almacenamiento
(Carnevali, 1974; Yearsley et al., 1988).
Tipos varietales y cultivares
Las plantas de tomate de árbol son muy homogéneas en sus caracteres
morfológicos, excepto por la variación de algunos caracteres del fruto como son
su tamaño, color y forma (Bohs, 1989a). Debido a la variabilidad de caracteres
de los frutos y a la falta de trabajos de investigación que definan una estructura
clara de los tipos varietales, existen diversas denominaciones con las que se
conocen los grupos de cultivares de tomate de árbol, por lo que se pueden
generar confusiones al momento de referirse a cada uno de ellos. Según varios
autores (Morton, 1982; Richardson & Patterson, 1993; Prohens & Nuez, 2000;
Santillán, 2001), en la región andina se conocen al menos tres tipos de frutos
diferenciados por el color de la piel en estado maduro: el rojo, el amarillo y el
morado (Figura 1.6); a continuación se mencionan las características generales
de cada uno de estos según lo expuesto por los autores antes citados
Rojo: Piel de color rojo-anaranjado, a veces con franjas longitudinales de color
marrón verdoso no muy intensas; pulpa de color anaranjado. Su forma es
ovalada, tiene un peso entre 50 y 80 g y su sabor es más ácido que el de los
frutos de tipo amarillo.
Amarillo: Piel de color amarillo intenso con franjas verticales poco notorias de
color marrón-verdoso; pulpa de color amarillo-anaranjado. La forma es ovalada,
tiene un peso aproximado de 50 a 70 g y su sabor es menos ácido que el de los
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frutos rojos y morados, por lo que son considerados los mejores para la
elaboración de conservas.
Morado: Se lo conoce también como “tomate de mora”; tiene una piel de color
morado intenso con ligeras franjas verticales de color verde y pulpa de color
anaranjado, aunque el mucílago es de color morado por lo que el zumo es
también morado. El fruto es de forma redonda u ovalada, tiene un peso
comprendido entre 60 y 100 g y su sabor es más ácido que el de los frutos
amarillos. Este tipo es el más común en las plantaciones de Nueva Zelanda,
donde fue obtenido por selección en la década de 1920, por lo que en ciertas
regiones de Sudamérica se lo conoce como “neozelandés”. Según León et al.
(2004), en Ecuador se distinguen cinco tipos de cultivares que se identifican
especialmente por características del fruto en completa madurez fisiológica:
color de la piel, color del mucílago que cubre las semillas y tamaño. A
continuación se indican los nombres y características (valores medios) del fruto
de los grupos de cultivares a los cuales hacen referencia los autores antes
mencionados:
Anaranjado-puntón: Piel, pulpa y mucílago de color anaranjado. Frutos con una
longitud de 6,8 cm, un diámetro de 4,6 cm y unos 75 g de peso.
Anaranjado-redondo: Piel, pulpa y mucílago de color anaranjado, similar al tipo
anaranjado-puntón, pero menor tamaño y peso que el anterior. La longitud y el
diámetro son 5,5 y 4,7 cm, respectivamente, y pesa unos 70 g.
Anaranjado-gigante: Piel, pulpa y mucílago de color anaranjado, pero tamaño y
peso superiores al resto de tipos anaranjados: 7 cm de longitud, 6 cm de
diámetro y unos 120 g de peso.
Morado-neozelandés: Piel de color rojo oscuro, pulpa anaranjada y mucílago de
color rojo oscuro o morado. Tiene una longitud de 6,4 cm, un diámetro de 4,6 cm
y pesa unos 85 g.
Morado-gigante: Piel de color rojo oscuro (de igual manera que el
moradoneozelandés), pulpa de color anaranjado y mucílago de color rojo oscuro
o morado. Presenta una longitud de 8 cm, un diámetro de 5,8 cm y pesa unos
120 g.
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