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Arte y Moral

La profunda actualidad del decreto conciliar 'Inter Mirifica'



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Roma, 22 de febrero de 2013 (Zenit.org) Rodolfo Papa | 1067 hits


Ofrecemos un artículo de nuestro colaborador Rodolfo Papa*, en el que analiza
uno de los decretos del Concilio Vaticano II, el que se refiere a los medios de
comunicación social.
*****
Es común escuchar o leer afirmaciones que describen el arte como una
actividad desvinculada de toda regla y sobre todo es presentada como
independiente de los principios morales, y muchas veces estas posiciones son
sostenidas también por artistas (pintores, escultores, músicos, arquitectos) que
se declaran católicos. Sin embargo, puede ser argumentado de varios modos
que el hacer del arte está siempre ligado al obrar moral. Son suficientes unas
buenas nociones de filosofía para resolver fácilmente la cuestión1, pero es
también muy interesante y enriquecedor recurrir a la lectura de algunos
fragmentos de los documentos del Concilio Ecuménico Vaticano II para disipar
esa perniciosa convicción de que los “derechos del arte” no tienen ninguna
relación con las “normas de la ley moral”.
Leamos, entonces, atentamente el artículo 6 del Decreto sobre los medios de
comunicación social Inter Mirifica promulgado el 4 de diciembre de 1963, que
textualmente dice: “La segunda cuestión se refiere a las relaciones entre los
derechos del arte –como se suele decir- y las normas de la ley moral. Como la
multiplicación de controversias sobre este argumento no pocas veces traen
aparejadas doctrinas erróneas en materia de ética y estética, el Concilio
proclama que el primado del orden moral objetivo debe ser respetado
absolutamente por todos. Este orden es el único que supera y armoniza todas
las formas de la actividad humana, por nobles que sean, incluso las actividades
artísticas. De hecho, solo el orden moral sumerge al hombre en la totalidad de
su ser criatura de Dios dotada de inteligencia y llamada a un fin sobrenatural.
Este mismo orden moral si es íntegra y fielmente observado, lleva al hombre a
alcanzar la perfección y la plenitud de la felicidad” (IM, 6).
Por tanto, el decreto conciliar afirma que hay que cuidarse de doctrinas
erróneas en materia de ética y estética, pues el primado del orden moral
objetivo debe ser respetado absolutamente por todos. Es muy fácil comprender
cómo la cuestión está relacionada con los medios de comunicación social,
porque muchas veces doctrinas erróneas en materia de ética son transmitidas a
través de ficciones, filmes, talkshows, tanto que la atención crítica en la
confrontación de los mensajes televisivos y telemáticos se torna difusa. Al
contrario, el hecho de que en el mismo horizonte moral se coloquen también
cuestiones en materia de estética es un aspecto todavía no comprendido por
algunos, y es justamente esto lo que hace del decreto Inter Mirifica un texto
absolutamente extraordinario, todavía capaz de decir cosas nuevas. De hecho,
el verdadero centro del parágrafo 6 está en el hecho de colocar el problema
estético en el contexto de los medios de comunicación social, y analizar los
derechos del arte en las cuestiones morales. El Concilio decididamente no
afirma que la Iglesia deba someterse a las imposiciones del mundo
contemporáneo en el campo moral, y tampoco en el estético, más bien afirma
con firmeza lo contrario, es decir, que hay que cuidarse de las doctrinas
erróneas en ambos campos, analizándolas con atención y tomando distancia
cuando éstas resultasen erróneas, falsas o peligrosas.
Existe un inmenso patrimonio de estudio, investigaciones y reflexiones sobre la
problemática ética en el mundo contemporáneo: baste pensar en las cuestiones
concernientes a la moral sexual, o las aplicaciones tecnológicas, o la
problemática bioética o las referentes a los jurídicos de las personas desde la
concepción hasta la muerte. Tal vez, quede mucho por hacer todavía en el
ámbito del estudio y reflexión sobre cuestiones estéticas y artísticas, para
comprender cuáles sean en la contemporaneidad las doctrinas erróneas en
materia de estética. En efecto, como se ha mencionado al principio, muchos son
los que piensan que no pueden existir doctrinas erróneas en materia de
estética.
La virtud, practicada y cultivada, es instrumento eficaz en la edificación del
hombre y el arte está entre las actividades humanas que, en la práctica de la
misma virtud, tiene la misión de mostrar el esplendor de la verdad mediante la
belleza. Muchas veces se confunde el plano de los derechos del arte con la
libertad de salir del plano de los principios morales; pero al contrario, el arte,
por tener como tarea e interés específicos la belleza, no puede no preocuparse
por las conexiones con la verdad y la bondad. En esta perspectiva, el Decreto
Inter Mirifica afirma que el orden moral objetivo es el único que puede superar y
armonizar todas las diversas formas de actividad humana, por nobles que sean,
incluso las expresiones artísticas. Es el orden del bien el que unifica toda
actividad humana, y el arte no puede constituir una excepción.
Sobre este punto el Catecismo de la Iglesia Católica en la tercera parte, sección
segunda, cuando se refiere a los mandamientos, analizando el octavo “No
pronunciar falso testimonio”, ofrece una profunda reflexión poniendo en relación
este mandamiento moral con la verdad afirmada y la belleza, mostrando el
ligamen entre la verdad y el bien, y entre el arte y la verdad afirmada. Dice así:
“La práctica del bien acompaña a un placer espiritual gratuito y a la belleza
moral. Del mismo modo, la verdad entraña el gozo y el esplendor de la belleza
espiritual. La verdad es bella en sí misma. Al hombre, dotado de inteligencia le
es necesaria la verdad de la palabra, expresión racional del conocimiento de la
realidad creada e increada; pero la verdad puede también encontrar otras
formas de expresión humana, complementarias, sobre todo cuando se trata de
evocar aquello que esta tiene de inexpresable, la profundidad del corazón
humano, la elevación del alma, el misterio de Dios”2. Y también: “El hombre
expresa la verdad de su relación con Dios Creador también mediante la belleza
de las propias obras artísticas […] Como toda otra actividad humana, el arte no
tiene en sí el propio fin absoluto, sino que está ordenado al fin último del
hombre y lo ennoblece”3.
De allí que no puede existir un derecho absoluto del arte que pueda permitir
cualquier cosa en nombre de la necesidad artística, y por lo tanto, de esto
deriva como afirma del Decreto Inter Mirifica, que existen teorías estéticas
erróneas y que no es necesario someterse a ellas de ningún modo. Por otra
parte, es evidente que este discurso tiene una particular validez en la aplicación
al ámbito del arte sacro.
El Catecismo de la Iglesia Católica profundiza el discurso sobre la cuestión
artística dando indicaciones precisas sobre la naturaleza del arte sacro. De
hecho leemos: El arte sacro es verdadero y bello cuando en su forma
corresponde a la vocación que le es propia: evocar y glorificar en la fe y en la
adoración, el misterio trascendente de Dios, belleza excelsa de verdad y amor,
manifestada en Cristo “irradiación de su gloria e impronta de su sustancia” (Heb
1,3), en quien “habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad” (Col 2,9),
belleza espiritual reflejada en la Santísima Virgen María, los ángeles y los
santos. El auténtico arte sacro conduce al hombre a la adoración, a la oración y
al amor de Dios Creador y Salvador, Santo y Santificador”4.
Y muy oportunamente dispone que “los obispos, personalmente o por medio de
delegados, deben preocuparse por promover el arte sacro, antiguo y moderno,
en todas sus formas, y con el mismo celo, distanciar de la liturgia y de los
edificios de culto, todo aquello que no es conforme a la verdad de la fe y a la
auténtica belleza del arte sacro”5.
Experto del XIII Sínodo de los Obispos, docente de Historia de las teorías
estéticas, Pontificia Universidad Urbaniana, artista, académico pontificio.
Website: www.rodolfopapa.it Blog: http://rodolfopapa.blogspot.com e-
mail:rodolfo_papa@infinito.it .
Traducción del italiano del padre Pedro Gómez OSB.
1 Cfr. R.Papa, Discorsi sull’arte sacra, Cantagalli, Siena 2012, pp. 167-184.
2 C.C.C. 2500
3 C.C.C. 2501
4 C.C.C. 2502
5 C.C.C. 250

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