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Transculturación y afirmación
de identidades en “Cordillera negra”
Mauro Mamani Macedo
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
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Santiago López Maguiña sostiene, sobre la narrativa de Colchado Lucio: “[…] que en
su lectura nos ponemos en contacto con un tipo de narrativa más bien indígena que in-
digenista. Es decir, independiente de cuál sea la real extracción social y étnica del autor
los relatos de Colchado aparecen como hechos, dichos y actuados por indio” (nota a
Codillera negra. Lima, Lluvia editores, 1988. Todas las citas están referidas a esta edición).
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Este proceso supone la presencia de dos sistemas entre los cuales circulan contenidos
culturales, generando procesos de negociación que implicaban pérdidas y ganancias.
Fernando Ortiz consideraba que este proceso se iniciaba con una parcial deculturación y
culminaba con una neoculturación. Raúl Bueno ha formulado una crítica a este proceso:
“Pero, para hacer honor al propio Ortiz, la categoría necesita ser replanteada y, en cierto
modo, extendida. Después de todo, hay también transculturación –en el sentido de ‘paso
de una cultura a otra’ […] sin pérdida previa de componentes culturales, a menos que
se tome como pérdida la disminución en la frecuencia de ciertos usos culturales” (Bueno
1996: 27).
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Pero el enorme yana puma que saltó por encima, no fue sueño
[…] Enorme, ágil, de negra piel lustrosa, lo vi ahí afuerita antes de
lanzarse sobre los soldados.
—¡Es demonio! –gritaron estos viendo que las balas no lo mata-
ban y la bestia se les iba encima. Gritos y gruñidos se confundie-
ron. A manotazos y dentelladas los dejaba muertos (Colchado
Lucio 1988: 25).
estos sentidos que el texto aloja. Asimismo, quien habla en una re-
presentación es el narrador; el mismo que puede ser externo o in-
terno, involucrado en la historia. En este caso, el narrador personaliza
la historia, se involucra en ella, la padece y la relata. Esta narración
que analizamos se sucede desde un pasado. Tomás Nolasco ya está
convertido en piedra y, desde allí, desde esa posición de huaca, em-
pieza su relato; desde su inmovilidad, empieza a movilizar la historia
tormentosa de un pueblo que busca justicia. No obstante, habla con
una voz humanizada; pues su conciencia es de un hombre que pade-
ce las acciones. Hay una dramatización de voz, discursos, símbolos,
sistemas, todo un conglomerado sígnico bullente. En suma, relata la
batalla simbólica de la que fue territorio, en donde se advierte la pre-
sencia de dos espacios: uno geográfico y otro corporal y biológico, en
donde los dioses libran sus batallas. Por ello, su lenguaje no es divino,
sino humano; sus efectos y sus acciones son igualmente humanos.
Esto cuando relata lo que sucede; porque, cuando está en la posición
de huaca, sus acciones resultan divinas: cura los males del corazón.
Es un narrador plenamente fidedigno. Su focalización temporal está
en el pasado, pues relata desde el final. Este viaje le ha conferido una
sabiduría que trasmite verosimilitud.
Siguiendo las teorías de la referencialidad, si confrontamos los
campos de referencia, encontramos que hay correspondencias. En
efecto, el discurso histórico registra que por ese tiempo el Perú salía
de la guerra con Chile y “el Estado carecía de dirección política, en-
frascado en la lucha por el poder que libraban los generales Miguel
Iglesias y Andrés Avelino Cáceres” (Millones 2008: 151). Huaraz es-
taba tomada por los “iglesistas”; así, el prefecto Francisco Noriega
impone una carga tributaria de dos soles, por lo que los indígenas
presentan un memorial que Atusparia firma con una “x” porque era
analfabeto. La respuesta fue la prisión y el corte de sus trenzas, a él, a
los alcaldes de Huaraz y a los indios de Caraz. Esto provocó el levanta-
miento el dos de marzo de 1885; los indios toman la ciudad de Huaraz
y ungen como inca a Atusparia. Con ello buscan desagraviarlo por las
ofensas que fue objeto al cortarle sus trenzas. Este levantamiento se
da por el maltrato del que eran objeto los indios, por los abusos y por
los impuestos abusivos a los que eran obligados a pagar.
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En el relato se presenta esta justificación: “El Uchcu Pedro como minero experimentado
que había sido en su tierra de Carhuaz (por eso su mal nombre también de ‘uchcu’ o
hueco), prendía esos cartuchos que ni prender cigarro, que amarrados a una piedra los
arrojaba con fuerza a campo enemigo causando destrozos” (Colchado 1988: 10).
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Bibliografía
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