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LA CORRUPCIÓN SOLO UN PROBLEMA DE POLÍTICOS O PANDEMIA SOCIAL ?

Moisés Lemlij Malamud, doctor en Medicina por la UNMSM, psicoanalista- psiquiatra, profesor
universitario e intelectual; y Luis Herrera Abad, psicoanalista y psicólogo de la PUCP y expresidente
de la Sociedad Peruana de Psicoanálisis, nos dan sus impresiones.
GRAN HIPOCRESÍA
“No estoy seguro que a tus lectores les guste lo que pienso de esto”, comenzó diciendo Lemlij desde
Londres.
La corrupción que emerge de los audios no es un asunto enfocado en la judicatura, apunta sin
miramientos. “No solo es un hábito de la judicatura; es nuestro hábito reflejado de manera brutal en
el espejo del periodismo y la publicidad. Son espejos en donde nosotros nos estamos mirando”,
asegura Lemlij.
A su juicio, la población, la sociedad toda, nosotros, en todos los niveles sociales, somos
responsables.
“Nos estamos asqueando de lo que muestran los audios, porque no nos atrevemos a asumir las
responsabilidades que nos corresponde, es decir, darnos cuenta de que nosotros somos iguales”,
espeta.
“Todos sabíamos exactamente esto. Aquel que diga que es una sorpresa, nos está mintiendo, está
mintiéndole al mundo”. El símil que se le ocurre a Lemlij es “arcada”.
“Tú ves una herida purulenta en tu pie y te da una arcada y, generalmente, vas a querer achacarla al
médico, y no por haber estado bañándote una vez al mes. Nos hacemos del culo angosto”, sentencia.
Esto no es novedad, pues pasa desde el arribo de Francisco Pizarro, que asesina bajo acusaciones
absurdas a Atahualpa, asevera. “De ahí salimos nosotros”, aguijonea.
¿Y el trasfondo psicoanalítico del concepto “roba, pero hace obra”?
“Nos gusta el pendejo que roba o nos da show. Se admira la pendejada. Esto no es cosa exclusiva del
Perú”, precisa.
Explica que no existe una meritocracia sino la horda y el clan, los que están dentro o fuera, por raza,
religión, etc.
“El problema es la exclusión del otro, que te lleva a la deshumanización del otro”.
Es decir, la pertenencia al clan: “Para mis amigos todo, para mis enemigos la ley”.
NEUTRALES
Lemlij destaca que sin importar cuán podrido es un sistema, siempre hay gente honesta. “El
problema -reflexiona-, no es la gente honesta y los corruptos sino los neutrales, que son en verdad
los grandes culpables”.
Recuerda que el viejo dicho es cierto: “Para que el mal triunfe, basta que los buenos se queden
tranquilos”. Cita a Hannah Arendt, filósofa y teórica política alemana, sobre la banalidad del mal: los
que hacen el mal no son los monstruos; son los buenos que se quedan tranquilos. “Si no hay
militancia, no hay corrección”, redondea.
Sobre el juez César Hinostroza y el fiscal Pedro Chávarry, que aseguran no haber incurrido en
ilegalidad, solo en falta ética, Lemlij comenta que “no hay peor cosa que el legalismo, la cosa
aparentemente legal, el estar pegado a la letra, el burlar el espíritu de la ley”.
OPORTUNIDAD
“La gente se está escandalizando porque necesita show, esto es parte del espectáculo”, vuelve a
lanzar Lemlij, y se pregunta si va a tener el Perú y su clase dirigente la capacidad de olvidarse de los
arreglos bajo la mesa “y hacer su chamba”.
“¿O van a agarrar a unos cuantos chivos expiatorios, los van a colgar para dejar libres a todos los
demás, como ha ocurrido con el caso Odebrecht?”.
“Tienes que ser brutal”, aconseja. “El escarmiento tiene que ser brutal, rápido; si es que se demora,
pierde todo el impacto”.
En opinión del psicoanalista, el presidente Vizcarra tiene que asumir este compromiso de vida o
muerte “o esto, como tantas cosas en el Perú, va a ser una más de esas oportunidades perdidas de las
que Basadre nos hablaba”.
“Le tocó a Vizcarra estar en ese asiento. A él le tocará asumir esta responsabilidad. O la toma o la
pierde”, añade Lemlij.
LODO EN LA CARA
El lodazal del sistema de justicia no era desconocido para los peruanos, anota el psicoanalista Luis
Herrera Abad, pero “de todas maneras, estos audios nos han tirado a la cara lo que sabíamos pero
que pretendíamos dejar que pasara”.
Cree Herrera Abad que la sociedad peruana en estos momentos ha tenido un derrumbe de valores.
“Los sociólogos llaman a esto anomia. Y esto trae como consecuencia, una confusión. No se sabe a
quién creer, qué hacer con claridad, en quién poder confiar. No se sabe qué va a pasar con el país.
Hay dudas fuertes”, afirma.
Una sensación así “genera un clima de zozobra, un clima de angustia que se generaliza. Esa es mi
primera apreciación”, comparte con este diario.
Desde el enfoque del psicoanálisis, somos un pueblo que ha sufrido mucho, recuerda Herrera.
“En la Conquista hemos tenido figuras paternas dominantes de otros mundos, Europa, España etc.,
que produjeron desde entonces una situación de dominio. Somos un pueblo muy fragmentado. Cada
uno de los fragmentos mira con desconfianza al otro”.
Asegura, como psicólogo y psicoanalista, haber observado la aparición de una suerte de angustia
muy intensa en muchos de sus pacientes. Lo ve también en la calle, un malestar reciente causado, a
su modo de ver, por la crisis moral.
En particular, ve como profesor universitario una reacción de fastidio en los jóvenes estudiantes.
“Eso hace propicia que aparezcan formas muy agresivas, como buscar en quién desahogarse. Esto
aumenta los conflictos, los roces entre la gente, hay una exigencia de que se haga algo”, asegura.
LOS MEJORES, NO
Herrera intenta descubrir el tejido subconsciente detrás de algunas frases del juez Walter Ríos, como
aquello de “por si acaso, no entran los mejores sino los mejores amigos”.
“Los amigos son los que entran, los hermanitos de mi corazón”, explica. Sin embargo, no hay
necesariamente afecto en ese lenguaje aparentemente familiar plagado de diminutivos. A su juicio,
alude a una red entre amigos, a que “somos cómplices”, pero sobre todo a que “es una persona
cercana a mí porque piensa como yo”.
El juez Ríos instruye a un colaborador y le grita que los asuntos se resuelven con dinero y con
abogados mafiosos. “El Estado se convierte en una suerte de botín, en ‘¿cuánto vamos a ganar
nosotros?’”, comenta.
Herrera observa que los personajes de la corrupción pública, como el juez Hinostroza y otros, “dan
la sensación de que no tienen un criterio moral que se llama sentimiento de culpa”.
Es lo que nos permite controlarnos cuando se daña a alguien, pero hay personas que no tienen
sentimientos de culpa, son incapaces de reconocer que están haciendo mal, enfatiza.

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