Melanie Smith y Pablo Vargas-Lugo muestran en la galería OMR su
producción más reciente. Sin ningún nexo formal o conceptual, sus respectivas obras permiten interpretaciones asociadas a algunos aspectos de la representación y de la percepción visual. La relación entre la apariencia y la esencia de las cosas y de las obras en sí mismas como objetos y enunciados fluye por caminos tangentes y múltiples, el lenguaje atraviesa también ambos proyectos.
Melanie ha encontrado en la pintura una serie de recursos que le
permiten enunciar de manera directa la naturaleza de la obra, sus cualidades, sin permitirse generar ilusión representacional ninguna. En todo caso presenta agudezas ópticas que provocan mareos y suspiros vertiginosos. A veces refieren al Op Art o al neoplasticismo de Mondrian. Tal vez a propósito de este último puede decirse que Melanie también describe el movimiento frenético y el cambiante ritmo de la realidad en una imagen que puede remitir a la retícula urbana y su tránsito incesante como al abismo místico de la contemplación de las estrellas.
Melanie Smith subraya la bidimensionalidad de la pintura con
materiales que no generan texturas, olores ni seducciones táctiles: los ojos son convocados con exclusividad por estas pinturas, aplica esmaltes acrílicos con pistola de aire sobre tambores de madera comprimida en procesos casi industriales, cercanos a la pintura de vehículos, muebles o anuncios, de ahí el acento en la cosidad de cada obra, así como en la ausencia de "expresividad" o un modo único de proceder. En esta crítica a la modernidad vertical de la tradición pictórica, Smith recompone su discurso colocando nombres, palabras que acuden al borde extraño del vocabulario de la decoración de interiores y la mercadotecnia. Algunos de sus títulos son: Raspberry Ripple, Fuzzy Friction I, Authentic Atzcapotzalco Tardío II, Green Lush (Fluorescent), Tropicana Mix No. 2. También presenta fotografías impresas en formatos similares a las pinturas (120 x 120 cm. como promedio) en las que nombra las analogías entre las formas y las ideas, afirmando que son una cosa y la misma. En una de ellas observamos el interior de una tienda de autoservicio con una acumulación de champús en primer plano. En otra vemos la Ciudad de México desde las alturas de un hospital (Vista del ABC, 2000). Cuando parece que estas fotos hablan sobre una etnografía contemporánea, descubrimos que también hay colores, formas, patrones y espasmos hipnóticos que trascienden a las anécdotas sobre el contexto y la cultura popular.
Pablo Vargas-Lugo escapa de interpretaciones llanas gracias al
establecimiento de pautas de lectura de su obra. Sus dibujos, esculturas y collages son lo que miramos. Un árbol dibujado a línea suspende entre sus ramas una estación espacial (Viajero, 2000); en un reconocimiento fiel del detalle fino de la naturaleza, se desploma el abrumador silencio del objeto (orgullo de la ciencia y la tecnología) que contempla desde el espacio sideral al mundo en su conjunto, sus líneas se confunden con las de la fronda generosa del abeto o de la jacaranda. Estas impresiones digitales compuestas en su atomización por fragmentos de papel fotográfico, colgados con tachuelas, a la manera de un conjunto de posters en el cuarto del aficionado, han sido empalmadas gracias el uso del Photoshop, prodigio de los lenguajes que no nos pertenecen, pero que nos permiten ser momentáneamente virtuosos.
Los collages de Vargas-Lugo, en cambio, son absolutamente
artesanales, evidencian la destreza del artista al tiempo que iluminan sus lucubraciones sobre el trabajo mismo de recortar y pegar, asociado a la idea de la creación como el acto sublime de nombrar a las ideas y darles forma. Uno de ellos se llama Golgotha.
Dos esculturas singulares exigen sitio en nuestra mirada. Piezas
de cartón armadas o modificadas para representarse a sí mismas como recipientes de nuestra atención miran hacia todos lados mostrando sus interiores, señalando puntos con colores brillantes de papeles pegados sobre sus superficies neutrales. Una de ellas recuerda la forma de los ataúdes, la otra no. Ambas se llaman Visión estrábica.
La obra central de esta selección de obras de Vargas-Lugo es un
montaje de piezas de cartón corrugado sobre el muro, de formas romboidales escasamente separadas de la pared en su arista superior, reflejando luces enigmáticas de los colores que hay en sus reversos. Son estrictamente un paisaje, pero -con más rigor- hay que decir que son pedazos de cartón. El artista insiste en la textualidad y la fuerza de la idea aparejada a los aspectos tangibles de la obra nombrándola con errores ortográficos de un lenguaje ajeno: Piramid Panoram. De lo que percibimos generamos ideas ilusorias, creemos no ver más que reflejos. Sin embargo, ajeno y todo, allí está como quiera que se llame, Kefrén, Micerinos o Gizeh.
Galería OMR. Plaza Río de Janeiro 54, Colonia Roma. Tel. 55-11- 11-79.