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Lectura N.

º 3

La población del Estado. La Nación


Nicolás Pérez Serrano

NECESIDAD DE UNA POBLACIÓN DEL ESTADO

Para que exista Estado no basta con el territorio; espacios hay aún en la superficie de la tierra que no
constituyen comunidad política; se requiere que con ese territorio se asienten hombres ligados con él y
ligados entre sí, organizados de una cierta forma, sujetos a un determinado poder, y que cooperen para
alcanzar fines comunes, No hay sociedad sin elemento personal; no puede haber Estado, que es
corporación territorial, sin hombres en que encarne. De ahí que la doctrina, sin excepción seria, reconozca
que es indispensable un núcleo humano para el fenómeno estatal. Cierto que Naswiasky discute esta
afirmación, diciendo que el elemento personal puede eliminarse desde luego, porque va implícito en la
idea de Poder, ya que éste entraña una relación jurídica que presupone la existencia de hombres sujetos a
imperium; a lo cual añade que si se quiere aludir a la necesidad de nacionales, se sostiene cosa inexacta,
porque el Poder del Estado se extiende también a los extranjeros, todo vez que afecta a cuantos habiten
dentro de sus fronteras.

En realiclad, esta tesis responde a una finalidad política, a saber, la de conservar la categoría estatal a los
países que forman parte de una federación; pero siempre resaltará que si el Estado federal es estado, no
puede vivir sin población en qué basarse, y que si lo es el Estado miembro, no podrá faltarle el elemento
poblaclón; sin hombres no hay posibilidad de Estado, sea en una, seca en otra esfera. Además, el Poder no
constituye por sí la única nota del Estado, aunque ser primordialísima; si el Poder no ha de ser una
abstracción, requiere masa humana sobre la cual actuarse; un Poder en el vacío no se concibe. Y en cuanto
a la sumisión de los extranjeros a ese Poder, es consecuencia obligada de la realidad estatal y de su acción
sobre cuantos se hallan en su territorio; pero nada tiene que ver con el problema, que es otro:

El de la subsistencia de comunidad política sin personas en que manifestar., todo ello, aparte de que una
cosa, es la población y otra muy distinta el elemento humano propio (Pueblo, Nación) en que el Estado se
concreta.

Quede, pues, bien sentado que el Estado no puede darse sin el factor hombres. Y ello vale por igual sea
cualquiera la noción del Estado que se. prefiera, ya sea organicista o normativa, sociológica o jurídica, de
integralismo o de organización social sui géneris.

CARÁCTER PROPIO DE LA POBLACIÓN ESTATAL

No basta con lo dicho; cualquier Sociedad territorial tiene población; algo específico ha de agregarse para
que el elemento personal adquiera la cualidad que lo convierte en factor constitutivo del Estado. Porque,
en efecto, la población no significa sino pluralidad de hombres, referida más bien a un dato estadístico que
a una manifestación vital y entrañable. Se habla de "población escolar", de "población penitenciaria", etc.;
y aunque esto insinúa ya un mínimum de cohesión, de congruencia, hay que buscar la nota peculiar que
permita sobre esta base la formación de un Estado y, en efecto, a la idea de mero agregado ha de
incorporarse la de una compenetración, un acomodamiento a la base física o geográfica y, sobre todo, la
de una intimidad de vida que transforme lo amorfo, circunstancial y externo en algo orgánico, perdurable y
enraizado. El Estado es la resultante de una unificación, es la unidad política que otorga sustantividad y
relieve a una masa humana; cuando ésta ha logrado esa unidad, esa condensación que hace semejantes
entre sí a sus componentes, los hace distintos de los que integran otras colectividades, y forma una
conciencia común, un sentimiento de identificación en cuestiones capitales, entonces existe una población
estatal, es decir, entonces hay un Pueblo, o mejor, una Nación.

Ya dijo Bluntschli que una muchedumbre reunida al azar no es un Pueblo; para que éste asuma ese
carácter se necesita que se haya condensado la pluralidad de hombres en un núcleo, trabajo y robusto, de
energías convergentes, capaz de afirmar su sustantividad en el espacio y por encima del tiempo, a través
de generaciones y vicisitudes, como encarnación de un sentimiento común y de idénticas aspiraciones.

Y como en lo humano no son única, ni principalmente, los factores de tipo biológico o natural, sino los de
índole cultural los que prevalecen y dan la tónica, la Población del Estado tendrá que ser un conjunto
humano, ligado por valores culturales de un modo sólido y permanente: una comunidad espiritual más
bien que una suma de cuerpos físicos.

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EL CONCEPTO DE PUEBLO"

Suele por eso decirse que el segundo elemento del Estado es el "Pueblo". Así lo sostiene entre nosotros el
maestro Posada, que sobre esta base asienta toda su sugestiva doctrina, demostrando que no hay Estado
consolidado y seguro mientras no ha conseguido crearse un "Pueblo", y explicando mediante la aparición
de éste el tránsito de la Confederación al Estado federal.

Pero la palabra "Pueblo" tiene múltiples sentidos y, además algún otro inconveniente, que obliga a
sustituirla, para evitar confusiones, siempre dañosas en el terreno científico.

En primer lugar, latinos, anglosajones y germanos no coinciden en el empleo de la expresión. hablando de


"Nación" unos cuando hablan de "Pueblo" otros. En segundo término, la doctrina y el Derecho positivo
atribuyen numerosas acepciones. de modo expreso o tácito, a la palabra "Pueblo"; así, una veces equivale
a la unidad total del elemento humano del Estado, es sinónimo de Nación (preámbulos de las
Constituciones de los Estados Unidos y de Weimar); otras, se identifica con la clase mas numerosa y
modesta del propio Estado, comunicando al vocablo un sentido democrático (como en el artículo 103 de
nuestra Constitución (La española) de 1931, al dar intervención al Pueblo en la Administración de justicia).
En ocasiones, un mismo concepto jurídico, más o menos exacto o ficcional por lo demás, se traduce en dos
expresiones diferentes (así el artículo 21. de la Constitución de Weimar; dice que los Diputados
representan a todo el Pueblo, en tanto que el artículo 53 de nuestra Constitución de 1931 dice que
representan a la Nación); por último, en no pocos casos, "Pueblo" quiere significar la clase trabajadora,
cual ocurría con la Declaración rusa de los "derechos del pueblo trabajador y explotado".

Y no queda completa, ni con mucho, la lista de acepciones, pues cabría incluir también la del cuerpo
electoral (Representation of the People Act se llama la Ley electoral inglesa de 1918), y otra, muy frecuente
en todo régimen democrático, según la cual el Pueblo es la mayoría del Cuerpo electoral que vota. Como
podrían asimismo mencionarse el sentido antimonárquico y anti aristocrático (por no decir también
antitrascendente) que el vocablo tiene cuando se alude al Pueblo como fuente de todo poder, y el sentido
realista y local que le expresión reviste cuando se alude a los "pueblos" para referirse a los Municipios
(según hacía nuestra Constitución de 1812). Y no se olvide que Pueblo significa, en ocasiones, el conjunto
de los nacionales, por oposición a los extranjeros, y aun en cierta ironía schopenhaueriana equivale a
"vulgo" ("los que no saben latín").
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Con razón escribe Laun que la palabra "Pueblo", como la palabra "reinar", encierran múltiples sentidos,
que han dado pie a la confusión dominante y a bastantes abusos políticos, sin que de ello sean culpables
los idiomas, pues en todos se da el fenómeno, sino radica en la naturaleza misma del concepto, porque
implicando éste tan sólo un gran número de hombres ordenados según un principio unitario, a medida que
se varíe este principio, mudan las acepciones pudiendo lo mismo decirse "el pueblo de una isla" (sentido
geográfico) que "Pueblo de artistas" o "de mendigos" (sentido de estructura social o profesional), y sobre
todo emplearse el vocablo para designar la población del Estado (sentido político), que para referirse a
cualquier grupo social unificado a tenor de signos étnicos medios (sentido natural). Lo cual no impide que
él, a su vez, entienda por Pueblo "la mayoría de los adultos en el Estado".

Todavía puede alegarse otro motivo que aconseja eludir el término. Por su vinculación tradicional a ciertas
instituciones (sufragio popular, representaci6n popular, iniciativa popular, soberanía del Pueblo) ha
recibido la impronta de una cierta matización muy característica, que le resta neutralidad, y le impide ser
intercambiable con aquellas expresiones que inconsideradamente se le asimilan. Quiérase o no, le
acompaña una nota inorgánica, atomista, de simple suma aritmética, gregaria y sin médula, que
trasciende, sin posible remedio, a la estructura que denomina. Preferible es, por consiguiente, renunciar a
su uso, y sustituir la palabra por otra que ofrezca características de tono contrario: la población del Estado,
en síntesis, es actualmente la nación .

NACION: ETIMOLOGIA Y CONCEPTO

La voz "Nación" tiene su raíz el el verbo nascor (nacer), de donde viene natio, e indica un origen común o
una relación de procedencia, como en las expresiones españolas "ciego de nación", "griego de nación", etc.
Se atribuye a Madame Staél haber sido la primera que empleó el vocablo, con la acepción hoy corriente, en
su obra del Allemagne (1810); mas es lo cierto que ya en los textos de la época revolucionaria francesa
aparece usado en sentido idéntico, y que entre nosotros la Constitución de Cádiz lo utiliza reiteradamente
con análogo significado.

Son muchas, muchísimas, las definiciones que de la Nación se han dado. Nos limitaremos a transcribir dos:
la de Mancini, que pasa por ser la primera, y la de Hauriou, muy interesante. Mancini, en el discurso con
que inauguró en el año 1851 sus lecciones de Derecho internacional en la Universidad de Turín, la definió
así: "sociedad natural de hombres, con unidad de territorio, origen, costumbres e idioma formada por la
comunidad de vida y de conciencia social". Hauriou dice: "Agrupación de formaciones étnicas primarias en
que la convivencia prolongada en un mismo país, unida a ciertas comunidades de raza, lengua, religión y
recuerdos históricos ha engendrado una comunión espiritual, base de una formación étnica superior". Más
completa esta última tuvo, sin embargo, inmensa resonancia la primera, por el tono político que la alienta,
no en balde era un arma en manos de la italianita aun sojuzgada, pero ya amenazadora, y "se apresuró
Austria a pedir de que se prohibiera el curso, conto a su vez el Rey de Nápoles confiscó los bienes del
autor.

La dificultad de precisar un concepto de Nación que permita reconocer cuándo existe ésta, obedece a la
misma naturaleza del fenómeno, que surge en el rápido e incesante fluir de la Historia, tiene mucho de
subjetivo, responde mas bien a un determinado contenido de conciencia y lleva en sí un principio
dinámico. Tiene razón Jellinek al hacer notar que se trata de una manifestación moderna, inconciliable con
la tesis del Derecho natural, por ejemplo, ya que esta Escuela partía del individuo humano abstracto, y que,
además, exigía una contraposición con otros grupos semejantes, por contraste con los cuales es como
mejor se afirma. Así, v, gr., era imposible para los helenos que fuera de su círculo sólo veían bárbaros, y
aún lo es hoy para nosotros con respecto a pueblos salvajes o a razas de color.

Pero no basta con eso; la mera comunión espiritual, sin otro aditamento, no es suficiente para cualificar la
Nación. De ahí las tentativas hechas para averiguar cuál sea el rasgo distintivo, el síntoma patognomónico
de lo nacional. Indicaremos las principales.

INFLUENCIA DE LA POBLACIÓN SOBRE EL ESTADO

En la población, concepto genérico, entra la Nación como especie; pero la técnica recibida suele seguir
hablando de aquélla al plantear estos problemas, acaso porque en la población entran elementos
nacionales y extranjeros por igual; y aunque se trate de materia en que dominan consideraciones
estadísticas, sanitarias, etc. (como sugiere Heller), y falte el sentido de Pueblo cultural en que la Nación
consiste, es obligado abordar estas cuestiones con referencia al conjunto elemento humano que forma el
Estado, incluso porque esa conjunción de indígenas y exógenas es ya, por sí, un problema importante. La
primera manifestación que interesa es la del volumen de la población, que determina la clasificación de
Estados en pequeños, medianos o grandes, según que tengan, respectivamente, menos de diez millones de
almas, menos de cien millones o más de esta cifra, de acuerdo con la tesis de Ratzel (y en conexión
también con el territorio, como es natural). Esta población absoluta, que es la decisiva a tales efectos, sirve
de apoyo a la potencia estatal; sin que ello implique desconocer el valor de la población relativa que
repercute en otras manifestaciones (de riqueza, explotación racional del suelo, etc.), y debe orientar una
sana política de la población (emigración, inmigración, colonización interior, etc.). A nuestro propósito
pueden darse por reproducidas las indicaciones que sobre la forma política y las instituciones del Estado
hicimos al tratar del territorio. No está de más, sin embargo, afirmar que no hay cantidad mínima, fija y
segura que deba estimarse como indispensable para la constitución de un Estado. Y que, frente a criterios
macroestatistas, han sentido amor hacia las pequeñas comunidades políticas autores eminentes: así,
Aristóteles, que, seducido por el ambiente griego, estimaba como ideal un Estado con el número de
habitantes suficiente para la buena vida de la colectividad; así, Rousseau, que tomaba como tipo el Estado
con diez mil ciudadanos, para que no disminuyera la libertad al agrandarse el ámbito; así, finalmente, Pi y
Margall, que defendía entre nosotros, con cierta ternura, las ventajas de los pueblos pequeños, sobre todo
si están regidos democráticamente.

Una alusión, por último, al tema de lo rural y lo urbano. La manifestación más interesante del fenómeno la
ofrecen, de una parte, las grandes ciudades modernas creadoras de un nuevo tipo de vida, y baluartes de
la democracia (the City, the bope of Dentocracy reza el título de una famosa obra de Howe); de otra, el
inquietante problema de la despoblación de los campos, que ha preocupado por igual a temperamentos de
muy dispar ideología (Meline y Vandervelde, por ejemplo).

RELACIONJURÍDICA ENTRE EL ESTADO Y LA POBLACION COMO CONJUNTO

A tres pueden reducirse en síntesis las teorías sostenidas, que guardan cierto paralelismo con las expuestas
respecto al territorio. Para unos, la población es objeto del imperium estatal: Pueblo y Estado se
contraponen entonces como factores distintos, quedando cada uno fuera del otro, y recibiendo la
población los mandatos, las órdenes en que se traduce el poder de dominación del Estado (a este grupo
pertenecen las teorías patrimonialistas, las del absolutismo y aun ciertas posiciones imperialistas: citemos
por vía de ejemplo a Laband). Para otros, el Pueblo es el sujeto del Estado, que crea a éste y funda sus
instituciones para sus propios fines y servicios (cabría recordar a Locke y a Altusio). Finalmente, para
Kelsen, que no puede ver en el Pueblo una masa compacta de naturaleza homogénea, y solamente lo
concibe como unidad en sentido normativo. La población constituye la esfera personal de

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validez de las normas, esfera que sitúa al hombre en posición de pasividad, actividad o negatividad, según
que obedezca el precepto, lo cree, o no se encuentre en relación ninguna con él; doctrina con la cual
coincide en cierto modo Duguit, al considerar la Nación como límite de la potencia estatal, y reputarla
"medio sociológico", en que se produce el fenómeno social que llamamos Estado.

En realidad, la población actúa como elemento integrante y constitutivo del Estado, y se manifiesta como
titular del poder constituyente cuando actúa como sujeto (omnes ut universí), aunque se descomponga en
sujetos aislados obligados a obediencia y ofrezca cierto carácter de objeto (omnes ut singulí),). Y de ahí las
manifestaciones activa y pasiva que presenta la población como conjunto, y que se traslucen en la
elaboración de la norma y en su cumplimiento; cuestiones íntimamente ligadas con las relativas a derechos
fundamentales, facultades de los extranjeros, principios de identidad y Representación, etcétera.

RELACIÓN JURIDICA ENTRE EL ESTADO Y LOS HOMBRES QUE FORMAN SU POBLACIÓN

Bastarán sumarias indicaciones, que tendrán su complemento en Derecho civil y en Internacional privado.

Los individuos que forman la población se dividen en dos categorías: nacionales y extranjeros. Los
primeros están sujetos al imperium, estatal por razón de su misma condición de nacionales, por el vínculo
que los une con la comunidad espiritual (Nación) y con la política (Estado), lazo que supone intimidad de
conexión, título de cooperaciones y motivo de obediencia, y que no desaparece por la ausencia del
territorio. En cambio, los extranjeros sólo a través de éste, y mientras dure su estancia allí, están sometidos
al Estado (cuestión independiente es la de sus bienes).

Han de distinguirse, a su vez, nacionales y ciudadanos, entendiendo por estos últimos a aquellos naturales
del país que tienen la capacidad política legalmente reconocida para intervenir en la cosa pública. Un
menor de edad es nacional; un elector es ciudadano.

Los principios que rigen en materia de nacionalidad son dos: la sangre el suelo (ius sanguinas, ius soli,
según que la nacionalidad se adquiera por herencia de los padres, o por haber venido al mundo en el país.
Los Estados suelen combinar uno y otro criterio, aunque el primero prevalece en Europa (países de
emigración) y el segundo en América (países de inmigración).

A más de esta nacionalidad originaria, que acompaña al hombre por el hecho de su nacimiento, hay la
nacionalidad derivativa o adquirida, que supone un cambio de la nacionalidad originaria. Tiempo hubo en
que prevalecía la máxima de la perpetuidad del vínculo nacional (once a subject, always a subject, una vez
súbdito, súbdito para siempre); mas las exigencias modernas han impuesto solución contraria (admitida ya
también por Inglaterra, que tan refractaria se mostró a ello, y por Suiza, que así ha querido evitar conflictos
de doble nacionalidad). Ahora bien: la adquisición de una nueva nacionalidad y la pérdida de la anterior
han de ir correlativas, para impedir fraudes. Por lo demás, el acto de adquirir la condición de nacional un
extranjero se llama naturalización, y debe construirse jurídicamente no como un contrato de Derecho
público (según pretendiera Laband), sino como manifestación libérrima, discrecional y no revisable del
Estado a quien afecte.
Las cuestiones que modernamente plantea el tema de la nacionalidad, expuestas en visión panorámica,
son éstas: minorías nacionales; ciudadanía directa en los Estados federales; conservación o pérdida de la
nacionalidad por parte de la mujer que contrae matrimonio con un extranjero; unidad o no de
nacionalidad en la familia, con referencia a la del jefe de ella; posibilidad de conjugar dos nacionalidades,
sin detrimento de la relación de fidelidad que cada una de ellas entraña con respecto al Estado; carencia de
nacionalidad (apatridia, apolidia), bien por egoísmo que libere de obligaciones nacionales y permita gozar
de las ventajas de la civilización internacional, bien como sanción por conducta antipatriótica; ciudadanía
internacional para los que no encuentran protección de su propio país; ciudadanía funcional (Ciudad del
Vaticano); y, finalmente, sustitución del lazo nacional por otro de carácter proletario, como en la Rusia
soviética, que otorga incluso derechos políticos a los no nacionales cuando prestan en la Unión un trabajo
útil.

Otros temas merecerían ser abordados, pero caen fuera de nuestro propósito; tal, por ejemplo, la situación
especial de la población de las colonias; tal asimismo la concesión más o menos generosa de derechos a los
extranjeros; tal, por último, la conveniencia de atajar una extranjerización peligrosa, riesgo que ya
estudiaba juiciosamente el padre Márquez en su Gobernador cristiano.

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