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Curso: Filosofía de la Educación

Alumna: Erika Quispitupa Córdova

¿Qué es la ética?

La ética es una disciplina filosófica que estudia un acto moral, cómo se justifica
racionalmente un sistema moral, y cómo se ha de aplicar posteriormente a nivel
individual y a nivel social. En la vida cotidiana constituye una reflexión sobre el
hecho moral, es decir busca las razones que justifican la adopción de un
sistema moral u otro.

Por ende es una concepción valorativa de la vida, que pretende decirnos cuál
debería ser el orden de prioridades en la organización de la convivencia
humana, es decir, que se propone establecer cuál es la mejor manera de vivir.

La ética se refiere a la mesura en la convivencia humana y a la conciencia de


los límites que no deben de sobrepasarse para poder hacerla posible y que
refiere básicamente a la conciencia moral que se ejerce en la vida diaria, ya
que la convivencia humana requiere de una conciencia y una internalización de
ciertos límites, que habrán de expresarse en un código regulador de la
conducta.

¿Cuáles son los modelos y paradigmas de la ética?


Los paradigmas de la ética están considerados como visiones valorativas
globales, internamente coherentes pero recíprocamente excluyente. En otros
casos, las respuestas son tratadas simplemente como temas de la ética, dando
a entender así que cada una de ellas se refiere a un ámbito de los problemas
morales y que, por consiguiente, no tendrían por qué ser excluyentes entre sí

La mejor manera de vivir es respetar y cultivar el sistema de valores (el ethos)


de la propia humanidad, en tal sentido se ha denominado modelos de
paradigmas que manifiestas contenidos sobre la mejor manera de vivir la cual
se ha denominado Paradigma de la ética del bien común o el Paradigma
de la felicidad, aunque hay también otras variantes de esos mismos nombres.

En segundo lugar tenemos al modelo ético que se conoce como el Paradigma


de la ética de la autonomía o el Paradigma de la justicia, aunque también de él
hay otras denominaciones que prefieren destacar rasgos como la
imparcialidad o la consensualidad.

El Paradigma de la ética del bien común


Se trata de un conjunto de creencias morales compartidas, mantenidas por la
tradición, transmitidas por la educación, subyacentes a la vida social y al orden
legal, y permanentemente vivificadas por rituales de reconocimiento y
celebración. Se le llama también el Paradigma de la felicidad porque se quiere
así rendir tributo a Aristóteles, autor que constituye una de las fuentes
filosóficas principales de esta concepción ética.
La ética de Aristóteles es un ejemplo particularmente ilustrativo de este
paradigma porque ofrece una elaboración teórica muy acabada. Por vincularse
la ética, en todos estos casos, a la forma concreta en que la comunidad
organiza sus relaciones o modela sus costumbres, suele decirse que uno de
los rasgos distintivos del Paradigma es el sustancialismo, aludiendo a la
consistencia, la materialidad y la uniformidad que sirve de punto de referencia
para la articulación de la concepción ética.

El Paradigma de la ética de la autonomía


La mejor manera de vivir consiste en construir una sociedad justa para todos
los seres humanos; este es, para el modelo, el patrón de referencias
normativas de la conducta personal y social. Se le ha denominado el
Paradigma de la autonomía, evocando el modo en que Kant caracterizara el
principio central de esta interpretación de la ética, que es el principio de la
libertad del individuo, pero de una libertad que se afirma solo mediante el
respeto de la libertad de todos.

La autonomía es la capacidad que posee idealmente el individuo de pensar y


decidir por sí mismo (de darse a sí mismo su propia ley) pero de hacerlo
eligiendo al mismo tiempo un marco de referencias (una ley) que haga posible
el ejercicio simultáneo de la autonomía de todos. De aquí se deriva el sentido
más general de la palabra justicia, que da igualmente nombre al Paradigma:
una sociedad justa para todos los seres humanos sería, en efecto, aquella que
estuviera regida en todas sus instancias por el principio de la autonomía y que
permitiera, por tanto, que todos los individuos, sea cual fuere su ética,
ejercieran su libertad sin perjudicar la de los demás.
Ante los sentimientos y las emociones, el Paradigma de la ética de la
autonomía expresa una cautelosa, pero firme, desconfianza. Una presencia
excesiva de las emociones en la defensa de los valores puede conducir al
fundamentalismo, al dogmatismo y hasta al fanatismo.

Esta concepción explica el modo en que Kant concibe el principio del


imperativo categórico, y Adam Smith el criterio del observador imparcial. Se
detallan así los rasgos constitutivos del Paradigma como lo son el formalismo,
la existencia de un sistema de normas, la desconfianza frente a las emociones,
la perspectiva de la tercera persona, el universalismo y la referencia al contrato
y el diálogo como criterios últimos de fundamentación. El resultado es, un
cuadro coherente en el que se ve diseñado un ideal de consenso moral
centrado en la capacidad de los seres humanos de imaginar una forma racional
de regular sus conflictos.

¿Cómo vinculamos el sistema educativo con la ética?


La educación y la educación ética son partes imprescindibles de cualquier
formación humana. No se puede formar solamente a las personas desde el
punto de vista laboral; formarlas para que sepan apretar botones o para que
cumplan funciones más o menos gestoras, sin haberlas formado en la
capacidad de convivencia y ciudadanía, que no surge naturalmente de las
personas.
Muchos estamos de acuerdo que nuestra sociedad no está dispuesta a vivir sin
valores y por sobre todo sin normas que lleven a un buen desempeño a nuestra
educación.

Según esta situación podemos dar una serie de características propias de esta.
Encontramos perspectivas filosóficas, que consideran de nuevas expresiones
humanas aún no desarrolladas ni necesariamente conocidas, la perspectiva
psicológica que determina que la educación integral implica el desarrollo de
todo el ser humano; los factores conativo-volitivos, epistémico-cognoscitivo,
afectivo-emotivos, y, por último, hasta somático-físico, son fundamentales en la
elaboración de la currícula en todos los niveles del proceso educativo.

En lo que respecta a la educación integral, el análisis de esta realidad y de los


cambios necesarios no sólo permite formular ya los objetivos últimos y los
operativos que la educación debe proponerse, si no también comprender

Los valores morales e intelectuales constituyen lo esencial de todo proceso y


producto educativo.

No sólo nombramos la educación si no también la moral como una parte


fundamental en la educación que obliga a actuar responsablemente con el
conocimiento ético que se dispone en una determinada cultura y en un
determinado tiempo. El estudio de ética en cuanto a ciencia nos lleva a
descifrar que la moralidad es una responsabilidad permanente que nos obliga a
actuar en el pasado, en el presente y en el futuro en forma recta.

Determinando esto podemos decir que, lo que llega al procedimiento educativo


es simplemente la eticidad o moralidad.

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