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Nunca nacié el espiritu. Nunca dejard de ser. No hubo tiempo en que no existiera. Husiones son el principio y el fin. Eternamente perdura sin nacimiento ni muerte ni mudanza. No le alcanza la muerte, aunque la casa en que mora parezca muerta. SIR EDWIN ARNOLD Canto Celeste, 9 CAPITULO I Falsos conceptos de la muerte El de la muerte es un asunto que no puede por menos de ofrecer interés profundo a todo el mundo, ya que la unica certidumbre absoluta en la vida del hombre es que un dia u otro ha de morir, segtin nos lo ensefia la misma muerte al arrebatamos de la vista los seres queridos. Mas, no obstante el interés universal de esta cuestién, tal vez no haya otra en que sean tantos y tan graves los errores de la gente. Es imposible calcular la cantidad enorme de tristezas, terrores y miserias completamente intitiles que ha sufrido el género humano por su ignorancia supersticiosa en lo tocan- te a esta importantfsima materia. Sobre el particular hay entre nosotros un cumulo de falsas y absurdas creencias que por haber causado indecibles males en el pasado y estar causando inmensos sufrimientos en el presente, fuera su desarraigo uno de los mayores beneficios que pudieran recaer sobre Ja humanidad. Este beneficio otorgan las ensefianzas teos6ficas a quienes, por consecuen- cia de sus estudios filos6ficos en vidas pasadas, son capaces de comprender- las en la presente. Dichas ensefianzas desvanecen todo el terror y mucha de Ja tristeza que suelen acompafiar a la idea de la muerte, y nos capacitan para considerarla en sus proporciones verdaderas y comprender el lugar que ocupa en el plan de nuestra evolucién. Examinemos uno por uno los errores mas graves que predominan sobre la muerte y procuremos evidenciar su falacia. Algunos tienen cardcter de erro- res religiosos, dimanantes de la adulteraci6n del cristianismo primitivo en las iglesias actuales, con pérdida de gran parte de su vitalidad y eficacia. Sin embargo, dejaremos para mds adelante el examen de los errores religiosos acerca de la muerte, y estudiaremos primero algunas de las supersticiones populares mas extendidas sobre tan importante asunto. Las gentes se inclinan a pensar que, después de todo, poco importa que un hombre tenga idea errénea de la muerte; pues dicen que cuando muera com- probard los hechos por si mismo y advertiré el engafio en que estuvo. Semejante razonamiento es doblemente incompleto, pues por una parte no tiene en cuenta el espantoso horror a la muerte con que Ja ignorancia entene- brece la vida de muchos hombres ni la innecesaria tristeza con que aflige a los sobrevivientes cuando alguno de los suyos muere; y por otra parte, no echa de ver que el hombre muy a menudo no es capaz de advertir su error 7 inmediatamente después de muerto y que, por lo mismo, sufre graves aflic- ciones. Se acaba todo con la muerte?—El primero y més fatal error sobre la muerte es creer que con ella todo concluye y que nada sobrevive en el hom- bre. A muchos les parece que esta forma grosera de materialismo ha hufdo ya de nosotros después de infectar las mentes durante 1a primera mitad del siglo pasado; pero aunque bien quisiéramos que asf fuese, mucho tememos que no les parezca lo mismo a los atentos observadores de nuestra época. Es verdad, por fortuna, que la hierba nociva del materialismo no rebrota en las altas capas sociales con el siniestro vigor de otro tiempo, pues los hombres cuya opinion merece 1a pena, han aprendido doctrinas mas elevadas; pero todavia hay en el mundo no sélo muchisima ignorancia, sino Ia ain peor falsa sabiduria que, por haber olfateado aqu( y allé algunos cascarones cien- lificos, sc engrie hasta la presuncién de poscer exclusivamente la verdad de los siglos. Entre los infortunados seres sujetos a esclavitud mental en alguna de sus variedades, no escascan los sumidos en el mas grosero materialismo. Ciertamente podemos esperar que semejante error se vaya desvaneciendo, pero diffcilmente habré otra modalidad de insania que con menos estrépito y mAs insidiosamente invada los entendimientos. Muchos miles de hombres que nominalmente profesan determinada religién y rechazarian indignados el dicterio de materialistas, viven en la practica precisamente como si este mundo fucra el tinico objeto de sus pensamientos; y aunque a veces empleen palabras y frases que denoten la existencia de otro mundo, no parece que cllo influya para nada en los méviles de su conducta. Este materialismo practico, menos estipido que el otro y de no tan contagioso ejemplo, produ- ce, sin embargo, los mismos resultados mds alld de 1a muerte. Otro error, acaso mayormente extendido, considera la muerte como la inmersién en lo desconocido, pues, segiin sus mantencdores, nada hay mds incierto y dudoso que el estado det hombre al dejar el mundo fisico: y aun- que muchas sectas religiosas den informes sumamente precisos de la situa- cién del hombre después de la muerte, la inmensa mayoria de los ficles no cree lo que se le dice 0, por lo menos, habla y obra como si no lo creyese. Verdaderamente, la descripcién que dan las sectas es tan crudamente inexac- ta, que no sabemos si producirfa mayores males que bienes el creerla. La ensefianza catélica—Entre las diversas confesiones religiosas del mundo occidental, la gran iglesia cat6lica es la Gnica cuyas ensefianz: sobre las condiciones de ultratumba, aunque veladas bajo un materializado y mal entendido simbolismo, facilitan la comprensién del estado en que al morir ha de verse el hombre. Sin embargo, aun en este caso queda la verdad de una parte sinicstramente velada por la doctrina blasfema de los tormentos eternos, y de otra parte menoscabada su dignidad por el ridiculo sistema de Jas amadas indulgencias. En lineas generales, la doctrina catdlica sobre los estados postmortem ensefia que los pecadores impenitentes van derechos al infiemo y los grandes santos al cielo, como la virgen Marfa en su Asuncién; pero la generalidad de los mortales, que en vida observaron conducta regu- 8

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