Cuasi-corpus: arte concreto y neoconcreto de Brasil. Una Selección
del acervo del Museu de Arte Moderna de Sao Paulo y la colección Adolpho Leirner. Museo Tamayo, Reforma y Gandhi, Chapultepec. 20 febrero-1 junio del 2003.
Presentada sin mayores aspavientos propagandísticos en las salas
inferiores del Museo Tamayo, Cuasi-corpus bien pudiera correr el riesgo de pasar desapercibida, como si se tratara de uno más de los proyectos "diplomáticos" que solían dominar el intercambio cultural entre los países latinoamericanos. Curada por Willy Kautz del equipo del propio Museo Tamayo (y cocinada en medio de la crisis institucional/curatorial que simultáneamente el Tamayo y el MAM de Sao Paulo sufrieron en los años recientes) la modestia de esta presentación es engañosa. Cuasi-corpus es una rara oportunidad para ver en vivo cuadros y objetos que suelen ser referencia obligada en las historias y exhibiciones panorámicas sobre el arte moderno en latinoamerica. Marca un momento en los curadores y directivos del Museo Tamayo han construido la credibilidad necesaria para exhibir cotidianamente obras y artistas de primer rango, a pesar de las interferencias o falta de criterio de las esferas superiores de la burocracia cultural.
Esa misma calidad es una invitación al rigor crítico. Casi despojada
por entero de documentos históricos que pudieran sugerir al público del contexto social, arquitectónico, poético o interpersonal del movimiento modernista brasileño (o de cédulas de explicación portátiles que aclaren ejemplos, excepciones y detalles a lo largo de su recorrido). Cuasi-corpus está estructurada como una narrativa más o menos lineal y en dos tiempos del desenvolvimiento del arte constructivista y geométrico en Brasil en los años 50 y principios de los años 60. De hecho, la muestra está formulada a partir de una dicotomía entre concretismo y neo- concretismo, que toma partido, hasta en el vocabulario, a favor de la prédica neo-concreta que el poeta y crítico Ferreira Gullar elaboró hacia 1959.
De acuerdo con la crítica que Gullar hacía a los concretistas de
haber sido víctimas de un "peligrosísimo y agudo racionalismo", Kautz enfatiza el valor puramente "óptico", matemático y productivista de los artistas brasileños de la primera mitad de los años 50, presentándolos como si alimentaran una especie de "ojo máquina". Es por este apego al texto que la curaduría de Willie Kautz toma más o menos a la letra los principios que expresó el Manifiesto del grupo Ruptura de 1952, un texto que, derivado en buena medida de la prédica de Theo Van Doesburg de fines de los años 20, postulaba al arte "concreto" como la fase superior del arte moderno: el triunfo final de "un arte nuevo" fundado en la inteligencia y claridad de principios, opuesto lo mismo a los nuevos "naturalismos", que a las desviaciones irracionalistas del surrealismo, expresionismo y primitivismo.
Ciertamente, la muestra representa ampliamente la fase
pretendidamente racionalista del movimiento Concretista de artistas como Lothar Charoux, Mauricio Nogueira Lima, Waldemar Cordeiro, Luis Sacilotto, o Judith Lauand, lo mismo que las fabulosas vistas constructivistas del paisaje urbano del fotógrafo Geraldo de Barros, uno de los picos de la fotografía continental. Pero esas propias obras parecieran sugerir la necesidad de tomar cierta cautela ante la idea de que estos eran artistas con un programa del todo elocuente y explícito. Su propia locación histórica no está tan determinada como sus manifiestos sugerirían. Por ejemplo, la interconexión y ambigüedad visual de planos pictóricos de cuadros como los de Luis Sacilotto, Mauricio Nogueira o de Waldemar Cordeiro, indican una preocupación por los efectos ópticos y la actividad fenomenológica que valdría la pena poner en discusión en torno a la genealogía del Op art, más que en torno a la programática constructivista, productivista o Bauhaus de sus manifiestos.
Kautz opone a ese "concretismo" racionalizante la investigación de
la relación entre ojo y cuerpo de los neoncretistas cariocas agrupados en torno a Ferreira Gullar: Lygia Clark, Hélio Oiticica, Hércules Basotti, Willys de Castro, etcétera. La sección dedicada a esos artistas es especialmente rica: los "relieves" de planos doblados y colgantes de Oiticica, los cuadros-objeto de Lygia Pape, y sobre todo los cuadros "no objetos", "trepantes" y "bichos" de Lygia Clark dan buena cuenta de la comunidad de intereses que articulaba a uno de los momentos fundadores del arte contemporáneo.
Esa narrativa ortodoxa, sin embargo, no se sostiene indemne ante
lo que el Tamayo nos ofrece en la sala de exhibición. La muestra incluye obras muy prominentes de artistas que, ya por no trabajar en Sao Paulo, o por tener líneas de trabajo muy personales, sería difícil clasificar del todo como "concretistas": cuadros por demás espectaculares como Em Vermelho (1958) de Milton Dacosta, un enorme monócromo rojo apenas interrumpido en su base por dos cuadrados blancos con subdivisiones asimétricas.
Un objeto en particular, la reconstrucción de Mobilidade IV (1959-
1999) de Abraham Palatnik, se rebela por entero a esa trama. Se trata de una especie de pequeña cámara de formica, curva en el fondo pero cerrada por un marco de vidrio, que contiene una serie de esferas de colores que se adhieren a la superficie por medio de fuerza magnética. Mobilidade IV es pues una máquina de composición y combinación visual aleatoria, tan paradójica de la ruta del arte brasileño como fueron las máquinas de Tinguely a la tradición abstracta europea.
Cuasi-corpus parece indicar la necesidad de problematizar la
construcción histórica de nuestras revisiones del modernismo latinoamericano. El placer de entrar en contacto con una tradición tan excepcional como la del arte de Brasil, debe acompañarse ahora con formas de curaduría que desafíen tanto como estas obras los presupuestos que nos heredó la historia del arte metropolitano.