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Las reflexiones de Romano Guardini acerca de la dimensión lúdica de la liturgia constituyen un

lugar común pacíficamente citado, aunque no siempre bien entendido. Desarrollo una
relectura de su propuesta para recuperar su inspiración más genuina, que considero de
actualidad también para comprender mejor y dignificar las celebraciones litúrgicas. Pero,
permítaseme antes hacer un breve excursos sobre la dimensión lúdica de la persona humana y
su influencia cultural en los últimos años. Pienso que lo lúdico continúa constituyendo uno de
los radicales antropológicos más determinantes de nuestra época. La casi totalidad del pasado
siglo supuso un desarrollo espectacular para la cultura del ocio. El juego ha continuado
difundiéndose, cada vez en formas más sofisticadas, cristalizando en múltiples productos que
proporcionan beneficios económicos sustanciosos a las industrias especializadas. El deporte
como variante del juego forma parte inseparable de la cultura desbordando civilizaciones y
fronteras. Además genera ganancias que hubieran sido impensables al inicio de su
popularización, y configura los calendarios y celebraciones a lo largo del año de manera
semejante a los antiguos ritos religiosos. Hace ocho años propuse una recuperación de lo
lúdico como categoría teológica, teniendo en cuenta su relación con la filiación divina y la
infancia espiritual, la amorosa providencia de Dios y su apuesta incondicional por el hombre.
Esbocé sus consecuencias para una teología espiritual que, sin soslayar la seriedad de las
decisiones de la persona humana en su transcurrir temporal, valore ante todo la acción de la
gracia, que permite una lucha ascética esperanzada. La libertad humana, colaboradora de la
gracia, abre juego con sus decisiones de fidelidad a Dios entre tentaciones y dificultades
reales. Los obstáculos y peligros para el creyente ofrecen la seriedad de la forja de un destino
en el caminar hacia la Casa del Padre. Ese caminar está bordeado de abismos y trampas
mortales. Pero Dios puede más, y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al
conocimiento de la verdad.
La dimensión lúdica alegra el corazón del siervo fiel y prudente, que administra la riqueza
sobrenatural y humana gestionando su tiempo puesto en las manos de Dios, quien lanza su
cubilete, favorable a los hermanos de su Hijo, de modo que la suerte de estos, a pesar de su
tensión dramática en la agoné, es siempre afortunada en el hoy y en el ahora: «este es el
tiempo favorable... el de la salvación». El chronos devorador se transforma en kairós exaltante,
rejuveneciendo a los justos que renuevan sus vestimentas. Mientras se consume el cuerpo
visible, crece y se desarrolla una realidad invisible, permanente que irradia de dentro hacia
fuera la belleza de la nueva criatura. Desde una perspectiva metafísica la gracia permite una
anticipación del fin que, en el ya pero todavía no, preanuncia destellos de esa gloria final en la
que toda la creación renovada cantará a su creador, ofrecida por Jesucristo Sacerdote Eterno
al Padre en la Liturgia Celestial simbolizada por la Nueva Jerusalén. Precisamente en la liturgia
acontece el signo más sensible del fin último, tanto de la persona humana como de la materia.
Esa espiritualización de los hombres y las cosas es posible por la presencia del Espíritu Santo
que ya preanuncia la gloria en la transformación de los elementos transidos de belleza. La
creación renovada, presente en el ya pero todavía no de la liturgia ofrece aspectos que
responden al gozo lúdico vaticinado en Isaías10 y en algunos textos sapienciales.
Me propongo con estas líneas profundizar en las dimensiones lúdicas tal como aparecen en la
liturgia según las vislumbró Guardini, y ofrecer desde esta perspectiva unas pistas que
permitan inspirar una futura recuperación de ese radical antropológico, que como todas las
realidades humanas profundas, precisa que le alcance la redención.
1. LA PROPUESTA DE GUARDINI SOBRE LO LÚDICO EN SU HERMENÉUTICA SOBRE LA
ESENCIA DE LA LITURGIA
En su obra El Espíritu de la liturgia, Guardini presentó todo el capítulo V como un acceso a la
liturgia desde la perspectiva lúdica. Después de registrar las posibles objeciones desde
«espíritus severos» a la «minuciosidad» y detallismo de las celebraciones, su duración, incluso
la espectacularidad en la liturgia, y también a la aparente falta de utilidad práctica, Guardini
invita a contemplar la fastuosidad de la naturaleza, en la que la abundancia de especies,
colores y número de individuos contradicen las parsimoniosas leyes de la economía humana.
La exuberancia de la naturaleza que contemplamos no puede ser entendida desde la lógica de
la tecnología, la industria o el comercio, presidida por los axiomas de la finalidad práctica: la
economía de medios y recursos y, en definitiva, la utilidad. En estos ámbitos, concluye
Guardini «el concepto de utilidad coloca el centro de gravedad de una cosa fuera de sí misma,
y lo admite sólo como tránsito para un movimiento progresivo, es decir, que tiende flechado
hacia un fin». A continuación, el autor ofrece otra dimensión de los seres y realidades que
denomina sentido. Al analizar un ser se descubre no sólo su referencia finalista a otro, sino
«que se termina y descansa en sí mismo, que encierra en sí su propio fin utilitario, si es lícito
emplear este concepto en una amplia significación, aunque mejor diríamos que tiene un
sentido». Todo el razonamiento de Guardini descansa sobre ese binomio utilidad y sentido,
que le permitirá abordar las características genuinas de la celebración litúrgica. Pienso que en
el fondo de este análisis subyace la distinción aristotélica entre las actividades práxicas y las
poiéticas y, de algún modo, entre lo que se formuló como acciones y operaciones. Al actuar
hay movimientos que transforman sobre todo lo externo al hombre (acciones técnicas, por
ejemplo) y otros que modifican al propio sujeto, incluso enriqueciéndolo espiritualmente
(operaciones como pensar, leer, ejercitarse en las virtudes). Así, el autor llama la atención
sobre realidades «vacías de un fin práctico, pero que “están rebosando sentido vital”».
Concluye que tanto la utilidad como el sentido justifican y fundamentan los entes. Avanza un
paso más y descubre que el sentido del ser, en cuanto que descansa en sí mismo y por encima
de cualquier otra utilidad, se justifica y fundamenta en Dios: «¿Pero cuál es el sentido de ese
ser? Pues precisamente el de que sea un reflejo, un vestigio del Dios infinito. ¿Y cuál será,
entonces, el sentido de un ser viviente y animado? Pues el de su misma vida, es decir, el de
que viva y perfeccione su naturaleza esencial, y sea como una eflorescencia radiante, una
revelación del Dios vivo». Para Guardini tanto la utilidad como el sentido constituyen los dos
polos del ser, y también de la actividad de la Iglesia a la que se referirá más adelante: «Las dos
modalidades tienen que prestarse, por lo tanto, mutua ayuda. La utilidad es el blanco del
esfuerzo y del trabajo: el sentido es la intimidad, el contenido de un ser, de una vida madura y
en su pleno desarrollo. Los dos polos del ser son, pues, la utilidad y el sentido, el esfuerzo y el
conocimiento, el trabajo y la producción, la creación y el orden». A partir de lo anterior, las
reflexiones de Guardini sobre la Iglesia abordan el núcleo de su propuesta, al distinguir los
necesarios aspectos prácticos y organizativos, incluso la finalidad pedagógica de la liturgia para
la formación espiritual de los creyentes, pero descubre en la realidad litúrgica celebrativa la
creación de «una atmósfera espiritual lo más propicia y perfecta posible, dentro de la cual
pueda el alma crecer y desarrollarse y fomentar su vida interior». Utiliza una imagen expresiva,
comparando las diferencias entre las palestras o gimnasios y la naturaleza. Mientras que en
una palestra todos los movimientos y aparatos diseñados para la educación física están
perfectamente calculados, la naturaleza, por su parte, ofrece ámbitos abiertos: «donde el
hombre vive y alienta y crece en contacto íntimo y familiar con ella»
Aquí, el autor afirma algo que me parece clave para entender en qué sentido quiere situar la
dimensión lúdica celebrativa, y que aclara posibles malentendidos (que después se
difundieron incluso entre personas favorables a Guardini). Para que el alma descubra ese
ámbito libre y abierto, no apuesta por una manera anómica de vivir la liturgia, sin orden o
disciplina obediente. Para él «esa ingente cantidad de oraciones, de actos, de movimientos y
ceremonias; toda esa admirable ordenación cronológica del año litúrgico y del calendario, etc.,
resultan totalmente incomprensibles si los sometemos a un riguroso criterio utilitarista y
práctico». El propósito de nuestro autor se dirige precisamente a mostrar el sentido que la
liturgia posee en sí misma: «puesto que no es, ni mucho menos, un medio que se aplica para la
consecución de un determinado efecto, sino que, más bien, hasta cierto grado al menos, es
ella misma su propio fin en sí». Veremos la importancia que esta consideración tiene para
comprender a dónde pretende llegar Guardini con su hermenéutica de la liturgia desde lo
lúdico. No se trata de resaltar dimensiones esteticistas o incluso «divertidas», ni de justificar
una arbitrariedad caprichosa en las decisiones y gestos de quien celebra. En definitiva lo lúdico
no equivale a lo dionisíaco, sino a la anticipación del gozo de la gloria, presente ya de algún
modo, en el todavía no de las celebraciones. Pero es la gloria, la misma liturgia celeste con su
forma lógica (El Logos ofrece la eterna alabanza al Padre), la que permite que la realidad
litúrgica, a radice, supere la función meramente utilitaria, incluso en sus dimensiones
pedagógicas y formativas, que como recuerda el autor son siempre concomitantes, aunque no
«constituyen su objeto preferente».
En el siguiente paso, Guardini se detiene en lo que es fundamento ultimo del sentido de la
liturgia y que explica su índole superadora de planteamientos utilitaristas: «su razón y
fundamento de ser es Dios y no el hombre. En la liturgia el hombre no vuelve sobre sí mismo,
no se interioriza en su propio espíritu; es a Dios a quien dirige todas sus miradas y hacia Él que
vuelan todas sus aspiraciones. No se ocupa concretamente de su formación y
perfeccionamiento, sino que sus ojos se fijan absortos en la contemplación de los esplendores
de Dios. Para el alma, todo el sentido de la liturgia está en saber situarse ante Dios, Señor y
Salvador, para desahogarse libremente en su presencia y vivir dentro de ese dichoso mundo
de verdades, de fenómenos, de realidades, de misterios y símbolos divinos, pensando que el
vivir la vida de Dios es vivir real y profundamente la suya propia». Al llegar a este punto,
Guardini explica que la liturgia no persigue moralizar enseñando directamente las virtudes, o
mostrando la manera metódica de obtenerlas, pero sí influye en la formación del alma «por el
hecho de poner al alma en condiciones de vivir dentro de la atmósfera luminosa de la verdad
eterna y del recto orden de lo natural y de lo sobrenatural». Quizá esta dimensión
contemplativa de la verdad de Dios, en la que el alma vive mientras celebra la liturgia sea lo
más decisivo en el pensamiento guardiniano, pues el primado de la verdad constituye una de
sus líneas de fuerza. Parece como si, en definitiva, quisiera recordarnos que de algún modo, al
participar en la liturgia se experimenta la verdad de Dios, de la persona humana y de la
creación. En las celebraciones litúrgicas, podríamos avanzar, la anticipación final del fin propio
del hombre y de las cosas, se presencializa por la acción del Espíritu Santo, por lo que –
utilizando una expresión tradicional– se pregusta el Cielo, y el desarrollo y realización final de
la criatura como imagen de Dios: «pensando que vivir la vida de Dios es vivir real y
profundamente la suya propia». Dos referencias a la Escritura, permiten a Guardini ilustrar a
dónde desea llevarnos con la perspectiva lúdica. La primera se centra en los Querubines de
fuego arrastrados por el espíritu en la visión de Ezequiel (cfr. Ez 1, passim) En ellos descubre
una imagen de la liturgia: «Esos Querubines son un puro movimiento, magnífico y
deslumbrante, que se produce donde y cuando sopla el Espíritu; movimiento que no quiere
expresar otra cosa sino sólo este soberano soplo interior del Espíritu. He aquí una imagen viva
de la liturgia». En Pr 8, 30-31, la traducción latina «ludens coram eo omni tempore: ludens in
orbe terrrarum», desvela la alegría y gozo del Padre que contempla al Hijo jugando entre las
bellezas de la creación, imagen de la sabiduría y bondad divinas. No hay aquí fin utilitario,
recuerda Guardini, sino plenitud de sentido: «del definitivo sentido del Hijo que se recrea,
ludens, jugando ante el Padre». Ese juego pleno de sentido lo atisba también en los Ángeles
«que se complacen, sin ningún fin ni objeto práctico, en moverse misteriosamente delante de
Dios obedeciendo sólo al soplo del Espíritu, por sólo la delicia de ser en su presencia como un
juego maravilloso, como un cántico sempiterno». La analogía de los juegos infantiles como
expansión y dilatarse de la vida del niño en expresiones armónicas y formas de belleza en los
que el ritmo, los movimientos e imágenes hablan de esa plenitud «llena de sentido en su puro
existir», sirve a nuestro autor para acceder a la realidad de la liturgia, añadiendo la
importancia del arte. El arte surge ante las dificultades que la inocente expansión infantil
encuentra en el intento por realizar sus ideales.
En síntesis concluye su explicación de la génesis artística así: «El artista no intenta otro fin que
liberar su ser y su ideal, exteriorizándolos, y proyectar su verdad interior por medio de las
representaciones vivas». Los juegos infantiles y la experiencia artística son las dos vías de
acceso que Guardini propone para abordar definitivamente las dimensiones lúdicas de la
liturgia. Aquí me parece que está el núcleo de la cuestión, pues la causalidad de la gracia
permite que en la liturgia la persona humana alcance su fin. Estas son las palabras de Guardini:
«La liturgia tiene, en este sentido, mucho mayor rendimiento aún que la obra de arte. Ella
brinda al hombre la posibilidad y la ocasión de realizar, ayudado por la gracia, su esencial y
verdadero fin, que es lo que debe y quisiera ser, si se mantiene fiel a sus destinos eternos, un
verdadero hijo de Dios. En la liturgia podrá el hombre “regocijarse de su juventud” ante el
Señor. Esto es indudablemente algo sobrenatural, pero por eso mismo responde a lo más
íntimo de nuestra naturaleza».
Por tanto, la filiación divina ocupa un lugar de primer orden en la celebración litúrgica. La
nueva criatura, transformada por la gracia, alcanza de algún modo su propio fin, y todas las
cosas son transformadas artísticamente, superando la realidad cotidiana en formas armónicas
y bellas. «He ahí, pues, el fenómeno admirable, la realidad íntima que se da en la liturgia: el
arte y la realidad, admirablemente conciliados, en una sobrenatural infancia, se despliegan y
viven bajo la mirada de Dios. Aquel ideal, tan difícil de hallar en el mundo de lo terreno, y que
no tenía vida más que en el plano superior de la pura representación artística; aquellas formas
del arte, que queríamos convertir en estéticas imágenes expresivas de la vida humana, plena y
consciente, se transforman, como por milagro, dentro de la liturgia, en magnífica realidad,
vienen a ser como las formas expresivas del ser de una vida real, y, desde luego,
sobrenatural». El autor vuelve a insistir que no nos estamos moviendo en el ámbito de lo
utilitario y práctico sino en el del sentido. Un acento añadido: al realizarse ante Dios la
creatividad procede de Dios mismo que permite «ser uno mismo la obra de arte». Cuando
Guardini saca a la liturgia del ámbito del trabajo, y de la utilidad, en el fondo está
considerando su índole en el plano del opus Dei, aunque no utilice esta expresión, bien
conocida por el espíritu benedictino. Precisamente, al constituir principalmente una obra de
Dios, la exactitud y rigor de las formas litúrgicas, la multiplicidad de sus prescripciones, y la
exigencia en el cumplimiento exacto de las mismas encuentra su razón en que Dios es quien
establece el modo en que los hombres debemos darle culto. Pero algo semejante descubre
Guardini en la seriedad de las reglas que se observan en los juegos con toda la semántica
expresiva de los movimientos, tiempos y otras prescripciones que se encuentran en la esencia
de lo lúdico. Podríamos añadir que el juego alcanza pleno significado cuando se juega en serio.
Si no es así, cuando los adultos se dejan ganar o hacen trampas, los niños exclaman: «no tiene
gracia»; «así... no juego». Nuestro autor ha resumido esto de manera sintética: «De ahí
proviene esa mezcla dichosa de profunda gravedad y de divina alegría». Esta seriedad del
juego, que preside cualquier otra realidad relacionada con lo lúdico conviene retenerla como
concepción definitiva de Guardini al entender la liturgia como juego. Acción de Dios, infancia
espiritual de los hijos de Dios, gozo y seriedad del juego adorante ante la mirada del Padre y
actitud genuinamente artística como esfuerzo por plasmar lo que deba ser la vida en plenitud
de sentido y por encima de otros fines utilitarios intermedios: «con un exquisito esmero, a la
vez que con la seriedad convencida del niño y la concienciosidad del verdadero artista, se
esfuerza también por expresar, proyectándola bajo mil diversas formas, la vida del alma, la
dichosa vida del alma, que ha sido creada para Dios, sin más finalidad que la de poder
desplegarse dentro de ese maravilloso mundo de imágenes que hacen posible su existencia».
Guardini señala la acción del Espíritu Santo en la inspiración de las «severas leyes» rectoras de
ese juego «que la sabiduría eterna ejecuta en el recinto del templo, que es su reino sobre la
tierra, ante la faz del Padre que está en los cielos, “cuya delicia es habitar entre los hijos de los
hombres”». Parece como si Guardini apuntase a la trascendencia de la dimensión lúdica más
allá del ámbito celebrativo, como si atisbara en este «juego», la fuente de una transformación
de la persona: «vivir litúrgicamente, movido por la gracia y orientado por la Iglesia, es
convertirse en una obra viva de arte, que se realiza delante de Dios Creador, sin otro fin que el
de ser y vivir en su presencia: es cumplir las palabras del Divino Maestro que ordenan que nos
hagamos como niños; es renunciar a la artificiosa y falsa prudencia de la edad madura que en
todo pretende hallar un resultado práctico, y jugar como David lo hacía delante del Arca de la
Alianza». Recordemos que en esta hermenéutica desde lo lúdico se esbozan las características
de la creación renovada, y los rasgos de la glorificación. Me atrevería a entender la perspectiva
de Guardini en clave escatológica, afín, de algún modo, a las concepciones transfiguracionistas
y eminentemente pneumatológicas de los cristianos orientales. Es lo que, a su manera,
propondrá al final de su texto cuando afirma: «¿qué ha de ser, en definitiva, la eternidad
bienaventurada sino la acabada y celestial ejecución de este sublime juego? Y quien así no lo
comprenda, ¿cómo va a comprender que la realización divina de nuestros destinos eternos
será un eterno cántico de alabanza?». Así, la propuesta pedagógica de Guardini para introducir
a la liturgia se resume en «enseñarla a vivir y nada más». Constituiría como un
redescubrimiento de que también aquí y quizá de manera eminente «todo es gracia».
Por último, otra propuesta del autor puede contribuir, de manera muy especial en nuestro
tiempo, a recuperar el espíritu de la liturgia cuando afirma: «es menester prodigar el tiempo
con Dios y no medir ni calcular nunca las palabras, movimientos y objetos que este juego
sagrado requiere, ni preguntar huraña y desconfiadamente a cada momento: “¿Por qué y para
qué todo esto?” Dentro de la atmósfera de la liturgia tendrá, en fin, el alma que aprender a
resignarse a no estar siempre en actividad, a no hacer algo, a no querer esperar o investigar la
finalidad de todo lo que se realiza, a sentirse dichosa con sólo estar entretenida en la
presencia de Dios, a vivir con libertad, alegría y arte este juego de la liturgia, que su mismo
Dios y Señor reglamentó y ve con ojos de complacencia».

Rafael Hernández Urigüen Instituto de Antropología y Ética Universidad de Navarra

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