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Al fondo, al final de todo, trabaja Sábat. Es un cuarto mínimo. Tan mínimo que para
hacer entrar tres sillas comunes hay que jugar un ajedrez digno de un gran maestro. En
la oficina no hay computadora, pero abundan papelitos con frases literales y fotos de
personas conocidas. Hay libros, ficheros y fotos antiguas. Las frases colgadas, muchas
veces, tienen sus faltas de ortografía originales, un slang barrial mezcla de éxito y
originalidad. Las citas están escritas a mano en papelitos pegados a la pared, en los
muebles y en una pequeña biblioteca repleta de libros en varios idiomas. No hay un
orden, todo está allí para ser leído y para ser visto. Todo puede terminar, alguna vez,
siendo parte de un dibujo o de un libro. De repente aparece una frase hermosa, de
autoría controvertible, a la que Sábat le pone una entonación firme y rioplatense. Al
lado, sobre la pared de la derecha, hay una que fue lo primero que me llamó la atención
cuando entré y que luego encontré rescatada por Gertje Utley en Picasso, los años
comunistas. La cita dice “La pintura no figurativa nunca puede ser subversiva”.
No estoy seguro de estar de acuerdo con eso, pero parece una gran puerta de entrada
para una charla con Menchi Sábat.
Alguna vez me contó que usted pudo haber sido caricaturista del New York
Times , o del Washington Post o de Los Ángeles Times .
Lo que sucedió fue que en 1961 fui becado para hacer un viaje de cuatro meses a
los Estados Unidos para recorrer varias ciudades, Nueva York, Los Ángeles,
Washington. En Nueva York viví dos meses y medio en la casa de un célebre
caricaturista de espectáculos del New York Times que se llamaba All Hirschbein. La
casa de este tipo era un verdadero museo de personalidades, allí iban Gloria
Vanderbilt, Sidney Lumet, Orson Welles, Marlene Dietrich, cuya hija era vecina. Uno
de los primeros días de mi estadía en esa casa tocaron el timbre y al abrir la puerta
me encontré con Marlene Dietrich y casi me caigo de culo. Durante el viaje esta
gente siempre me preguntaba si yo me iba a quedar y me hacían diferentes
ofrecimientos. Una cosa que yo aprendí allí es que cuando te ofrecen algo es para
que vos digas que sí, y sino aceptás te transformás en un tipo negativo y es
probable que lo sea. También me pasó en Brasil en donde quiso contratarme el
Jornal do Brasil pero yo siempre preferí quedarme acá, he sido consecuente con la
ciudad en que nació mi madre.
Orson Welles, que curiosamente está enterrado en Málaga, era un tipo muy
mentiroso, y en una de las muchas biografías que tiene, escrita por Bárbara
Leaming se cuenta de manera muy parca el origen de la palabra “rosebud” que,
como es bien sabido, da origen a la narración de la película “El Ciudadano” y que en
inglés quiere decir capullo de rosa. La película cuenta la vida de un magnate de los
medios de comunicación y está inspirada en el poderoso empresario William
Randolph Hearst. En el film la última palabra que el magnate pronuncia al morir es
precisamente “rosebud”, y nadie sabe qué quiso decir hasta el final, en donde se
revela que se trataba de la marca de un juguete que de niño tenía el poderoso
Ciudadano. Pues bien, según lo que revela esta mujer en el libro, la locura y la
obsesión de Orson Welles por acercarse a Hearst para conocerlo y poder retratarlo
mejor, hicieron que sedujera a la actriz Marion Davies, quien era la mujer de Hearst
y que en la película aparece como una intérprete de tercera categoría. Así Welles se
enteró de que Hearst le decía “rosebud” a la vagina de Marion Davies [risas].
Entonces, eso que lo sabían dos personas a partir de ese momento lo supieron tres
y después…
No, no todo el mundo lo sabe, es que este tipo era un demente y subestimó a
Hearst quien obviamente enfureció, tocó la botonera del poder y lo aniquiló y
prácticamente Welles no pudo trabajar más en Hollywood. El tipo lo fulminó.
Evidentemente Welles era un niño prodigio en serio, a los 10 años ya era una
persona adulta, a los 15 dirigía Shakespeare y a los 25 filmó “El Ciudadano”, la
película más importante de la historia. Murió a los 62 años, no era tan grande pero
su figura era ya la de un hombre vencido. Hace años en un boliche raro en Nueva
York compré una tarjeta postal dirigida por Orson Welles a Leonard Lyons, un
periodista de Nueva York, que está firmada por Orson Welles y por Paola Morila,
una italiana que fue su esposa y los dos nenitos, es el único recuerdo que tengo de
Orson Welles, me doy por satisfecho, no se puede tener todo lo de los demás y no
es aconsejable, vamos por todos no es una buena frase [risas].
Sí, así fue. Papá llegó a ser Director General de la Enseñanza Secundaria en el
Uruguay, un cargo que necesitaba venia del Senado, hoy hay una callecita en
Montevideo con su nombre, Juan Carlos Sábat Pebet, pero papá lo único que tenía
era un sueldo de profesor. Posiblemente porque los libros estaban en casa yo leí
algunas cosas como El juego de los abalorios de Hermann Hesse a los 15 años, edad
poco aconsejable para tal lectura. Yo soy un producto de la cultura europea
mayormente, y acá me retuvo la curiosidad por la observación de los hechos
políticos. Hace pocos días murió Jorge Batlle en el Uruguay, un hombre de una
cultura extraordinaria, al que le debo mucho porque fue quien me llevó al diario
Acción cuando tenía 23 años y en donde hice mis primeras andanzas con el dibujo
político.
Yo creo que comienza por una irresponsabilidad absoluta. Si uno se pone a pensar
en serio lo que está haciendo, no lo hace. Hay que cultivarse, tener memoria de las
cosas que otros han hecho, y especialmente tener memoria de los errores que uno
cometió. Tampoco hay que ser un coleccionista de errores. Por ejemplo: ¿Qué es lo
que hace que una obra esté terminada? Es una cosa arbitraria, ¿cuál es la última
pincelada de un cuadro? Al mismo tiempo creo que le ha hecho mucho mal y le
seguirá haciendo mal a la expresión artística, todo eso que se llama mercado, la
venta de obras, es fatal para el artista, es someterlo verdaderamente a los deseos
de otros.
Aclaro que hay cosas que yo me niego a hacer. Me niego a dibujar defectos
naturales o aberraciones físicas, digamos que lo más importante de Hitler no era el
bigote, o las orejas muy grandes de Martínez de Hoz, eso no era lo peor de
Martínez de Hoz. Menem, por ejemplo, a quien yo dibujé durante años pegado a
una sillita, nunca dijo ni mú. Menem era un tipo que tenía facciones fáciles de
dibujar, en cambio el señor Macri es dificilísimo de dibujar, lo cual me hace pensar
que él debe de ser un hombre difícil también [risas]. Hay una cosa que me pasó con
Macri que me hizo mucha gracia, cuando él era Jefe de Gobierno de la Ciudad hubo
un acto en el teatro Presidente Alvear en donde a una cantidad de personas del
arte y de la cultura nos dieron un premio, estaban todos, Mariano Mores, Clorindo
Testa, etcétera, etcétera, y cuando me tocó a mí subir al escenario se me acerca
Macri y me dice al oído “mi Mamá me dice que me hacés con la nariz muy grande”
[risas].
¿Hasta dónde es posible separar las ideas propias del trabajo?
Aquí hubo un hombre que se hizo famoso por distintas razones y que tuvo un final
trágico que fue el señor Lino Palacio…
Por un nieto junto con otros asaltantes, una cosa espantosa, sin embargo ya ha
pasado mucho tiempo y esto se puede decir: un hermano de Lino, llamado Ernesto,
era un nazi convicto y Lino Palacio creía que Hitler y Mussolini eran muñecos de un
jueguito que había inventado él. Él era también nazi. Lino Palacio fue quien inventó
que don Arturo Illia era una tortuga, y Don Arturo Illia que para mí es una gloria
nacional, ha quedado reducido a un viejito que leía diarios en la Plaza de Mayo. Y
un hijo de él, Lino Palacio (h) fue ministro de Onganía, todas esas cosas no son
casuales. Lo que él hacía muy bien eran las tapas de Billiken , eso era maravilloso.
Los que eran realmente notables como caricaturistas eran los dibujantes de Caras y
Caretas , a ésos no hay con qué darles. En su mayoría eran gallegos, Manuel Mayol,
José María Cao, un peruano extraordinario que se llamaba Julio Málaga Grenet y
estos tipos hacían observaciones insuperables.
Este ejemplo tiene cincuenta años y en esa época la influencia de la prensa escrita
era fundamental. Había una revista, Primera Plana , que marcaba la agenda, y con
una revista semanal y con dibujitos derrocaron a un presidente constitucional.
También quiero aclarar que entre las glorias nacionales que ayudaron a derrocar a
Illia estaba el propio señor Jacobo Timerman. El poder es siempre para muy poca
gente y el poder en la época de Timerman eran los militares y él puso todas las
fichas a mano de los militares y le fue bien hasta cierto punto, hasta que los
militares se dieron vuelta.
¿Cuál Gobierno fue el que ofreció más facilidades para ser caricaturizado?
Lo que se ha dado esta semana es muy curioso, el repudio de una senadora por un
dibujo mío [Sábat hace referenciaa la protesta de senadoras kirchneristas, por la
forma en que la retrataba a Cristina Fernández, cuando recibió una distinción en el
Senado de la Nación] demuestra muy claramente la falta de argumentos que tienen
estos tipos para hablar mal del Gobierno. Si tuvieran argumentos sólidos no se
fijarían en un dibujo que hice yo, deberían tener una lista de argumentos, y por
supuesto que cumplieron órdenes emitidas por la propia Señora. Usted imagínese
que esta gente que venía de Río Gallegos en donde si se sacaba un diario, o algo
parecido, se debía de redactar en el boliche frente a la Gobernación, o en la oficina
al lado del despacho del Gobernador, y después vienen acá y aparece un tipo que
les hace dibujitos, entonces ese tipo es un enemigo. Creo que no me deben querer.
¿Fue una elección no usar palabras en los dibujos o fue algo que surgió
naturalmente?
Fue una elección, cuando yo entré en La Opinión en 1971 puse eso como condición.
Es que si yo hubiera utilizado palabras no estaría acá. La gente suele pelearse por
palabras y no por ideas, eso es lo terrible.
Creo que pensar en dibujos y pensar en palabras son cosas que entran en colisión y
yo preferí hacer una cosa un poco más rebuscada, si se quiere, que es dibujar lo
que deberían decir las palabras.
Caricatura
Gabriel Palumbo
Hermenegildo Sábat
Luis Quevedo
Mauricio Macri
Punto de vista
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Luciana Sabina
Adolfo Alsina
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