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C. S. Peirce: "La primera regla de la lógica" 17/08/17, 4)26 p.m.

LA PRIMERA REGLA DE LA LÓGICA

Charles S. Peirce (1898)

Traducción castellana de Carmen Ruiz (2002)

MSS 422, 825. [Publicada en CP 5.574-89 y 7.135-40 (en parte), en RLT 165-80 y en EP 2, 42-56, de donde se tomó el
texto inglés para esta traducción. Dictada el 21 de febrero de 1898, ésta es la cuarta de las Conferencias de
Cambridge. William James, que la había leído un mes antes, le dijo a Peirce que era "un modelo de lo que debería ser
una conferencia popular" y le suplicó "de rodillas que pronunciara ésta en primer lugar", pero en vez de eso Peirce
reescribió la primera conferencia y mantuvo ésta, muy revisada, como la cuarta]. Peirce examina el papel de la
observación en la deducción, la inducción y la retroducción, y compara los tres tipos de razonamiento con respecto a
sus propiedades auto-correctoras y su utilidad para sostener la creencia. Propone la regla de que "para aprender se
debe desear aprender", y contrasta, aunque sólo sea implícitamente, su "Deseo de Aprender" con el "Deseo de Creer"
que había sido explicado por William James el año anterior. Peirce afirma que las universidades americanas han sido
"tristemente insignificantes" porque han sido instituciones para la enseñanza, no para aprender. En esta conferencia,
Peirce retorna a la distinción entre asuntos de vital importancia, que James alabó, y asuntos de importancia para la
ciencia.

Ciertos métodos del cálculo matemático se corrigen por sí mismos; de tal modo que si se ha cometido un
error, sólo es necesario continuar correctamente y finalmente se corregirá. Por ejemplo, quiero extraer la raíz
cúbica de 2. La respuesta correcta es 1.25992105... . La regla es como sigue:

Fórmese una columna de números, que para mayor brevedad podemos llamar los A. Los tres primeros A
son tres números cualquiera tomados a voluntad. Para formar un nuevo A, sumen los dos últimos A,
tripliquen la suma, añadan a esta suma el último A menos dos, y coloquen el resultado como el siguiente A.
Ahora, cualquier A, cuanto más abajo en la columna mejor, dividido por el siguiente A da como resultado una
fracción que aumentada en 1 es aproximadamente la raíz cúbica de 2 [véase la tabla 1].

Verán que el error cometido en el segundo cálculo, aunque parecía multiplicarse mucho, llegó a
corregirse considerablemente al final.

Si toman asiento con el propósito de resolver diez ecuaciones lineales corrientes entre diez cantidades
desconocidas, recibirán material para un comentario sobre la infalibilidad de los procesos matemáticos. Pues
ustedes obtendrán una solución errónea casi infaliblemente. Asumo automáticamente que ustedes no son un
experto calculador profesional. Él procederá de acuerdo con un método que corregirá sus errores en el caso
de que cometa alguno.

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Tabla 1
Computación correcta Computación errónea

Suma de Suma de
Triple Triple
dos dos
1 1
0 0
1 1 3 1 1 3
4 5 15 4 5 15
15 19 57 Error! 16 20 60
58 73 219 61 77 231
223 281 843 235 296 888
858 1081 3243 904 1139 3417
3301 4159 12477 3478 4382 13146
12700 13381
1 x 3301/12700 = 1'2599213 1 x 3478/13381 = 1'2599208
Error = +'0000002+ Error = - '0000002+

Esto me trae a la memoria uno de los rasgos más maravillosos del razonamiento y uno de los filosofemas
[philosophemes]más importantes de la doctrina de la ciencia, del que sin embargo en vano buscarán ustedes
alguna mención en cualquier libro que yo pueda recordar, a saber, que el razonamiento tiende a corregirse a sí
mismo, y cuanto más lo hace, más sabiamente se extiende su plan. Más aún, no sólo corrige sus conclusiones,
sino que corrige incluso sus premisas. La teoría de Aristóteles consiste en que una conclusión necesaria es
exactamente igual de cierta que sus premisas, mientras que una conclusión probable de alguna manera lo es
menos1. De ahí que esto le llevara a su extraña distinción entre lo que es mejor conocido para la Naturaleza y
lo que es mejor conocido para nosotros. Pero aun en el caso de que toda inferencia probable fuera menos
cierta que sus premisas, la ciencia, que acumula inferencia tras inferencia, a menudo con bastante
profundidad, pronto marcharía mal. No obstante, todo astrónomo, está familiarizado con el hecho de que el
lugar catalogado de una estrella fundamental, que es el resultado de un elaborado razonamiento, es mucho
más preciso que cualquiera de las observaciones a partir de las cuales fue deducido.

Que la inducción tiende a corregirse a sí misma es bastante obvio. Cuando un hombre acomete la
construcción de una tabla de mortalidad sobre la base del Censo, está comprometido en una investigación
inductiva. Y ¡he aquí que la primera cosa que descubre en los datos, si no lo sabía antes, es que esas
estadísticas están viciadas muy seriamente por su falsedad! Los jóvenes encuentran ventajoso para ellos que
se les considere más viejos de lo que son, y los viejos que se les considere más jóvenes de lo que son. El
número de hombres jóvenes que tienen justo veintiún años es en total superior a aquellos que tienen veinte,

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aunque en otros casos las edades expresadas en números redondos son muy superiores. Ahora, la operación
de inferir una ley en una sucesión de números observados es, hablando en términos generales, inductiva; y,
por tanto, vemos que una investigación inductiva dirigida correctamente corrige sus propias premisas.

Nuestro ejemplo aritmético ha demostrado que lo mismo puede ser cierto con una investigación
deductiva. Teóricamente, les concedo, no hay posibilidad de error en el razonamiento necesario. Pero hablar
así "teóricamente" es usar el lenguaje en un sentido pickwickiano2. En la práctica y de hecho, las
matemáticas no constituyen una excepción a la propensión al error que afecta a todo lo que el hombre hace.
Hablando estrictamente, no es cierto que dos veces dos sea cuatro. Si en un promedio de cada mil cifras
obtenidas por adición por el hombre medio puede haber un error, y si mil millones de hombres han sumado
cada uno 2 más 2 diez mil veces, todavía existe alguna posibilidad de que todos hayan cometido cada vez el
mismo error de adición. Si se tomaran en cuenta todas las cosas equitativamente, yo no supondría que dos
veces dos es cuatro sea más cierto que el hecho de que Edmund Gurney sostuviera la existencia de fantasmas
reales de los que se morían o se iban a morir3. La investigación deductiva, entonces, tiene sus errores; y
también los corrige. Pero ni mucho menos es tan seguro, o al menos tan rápido, que haga esto como la ciencia
inductiva. Un famoso error en la Mécanique Céleste acerca de la suma de la aceleración teórica del promedio
del movimiento de la luna mantuvo engañado al mundo entero de la astronomía durante más de medio siglo4.
Los errores de razonamiento del primer libro de los Elementos de Euclides, cuya lógica fue durante dos mil
años sometida a la crítica más cuidadosa de lo que ninguna otra pieza de razonamiento fue o vaya a ser
sometida jamás, sólo llegaron a ser conocidos después de que se desarrollara la geometría no-euclidiana. Sin
embargo, la certeza del razonamiento matemático descansa en esto, que una vez se tiene la sospecha de un
error, el mundo entero está con la mayor prontitud de acuerdo en ello.

En cuanto a las investigaciones retroductivas, o las ciencias explicativas, como la geología, la evolución
y similares, siempre han sido y siempre deben ser teatros de controversia. Estas controversias acaban
calmándose, después de un tiempo, en las mentes de los investigadores cándidos; aunque no siempre sucede
que los protagonistas mismos sean capaces de asentir a la justicia de la decisión. Tampoco el veredicto
general es siempre lógico o justo.

Así parece que esta maravillosa propiedad auto-correctora de la Razón, a la que Hegel dio mucha
importancia, pertenece a cualquier clase de ciencia, aunque aparece como esencial, intrínseca e inevitable
sólo en el tipo más alto de razonamiento, que es la inducción. Pero la lógica de relativos muestra que los otros
tipos de razonamiento, deducción y retroducción, no son tan profundamente distintos de la inducción como
podría pensarse. Stuart Mill, único entre los lógicos más antiguos, en su análisis del Pons Asinorum se acercó
mucho al punto de vista que la lógica de relativos nos obliga a adoptar5. Concretamente, en la lógica de
relativos, tratada digamos con el fin de fijar nuestras ideas, por medio de aquellos gráficos existenciales de los
que tracé un ligero esbozo en la conferencia pasada, comenzamos una deducción escribiendo todas las
premisas6. Aquellas premisas diferentes se introducen después en una hoja de aserción, esto es, están
coligadas, como Whewell diría7, o unidas en una proposición copulativa. Acto seguido, procedemos a
observar atentamente el gráfico. Es una operación tan de observación como la observación de las abejas8.
Esta observación nos conduce a realizar un experimento sobre el gráfico. Concretamente, en primer lugar
duplicamos porciones de él; y después borramos porciones de él, esto es, apartamos de la vista parte de la
aserción con el fin de ver cuál es el resto. Observamos el resultado de este experimento, y esa es nuestra
conclusión deductiva. Precisamente aquellas tres cosas son todas las que entran en el experimento de
cualquier deducción, - coligación, iteración, borramiento. El resto del proceso consiste en observar el
resultado. No obstante, sucede que en todas las deducciones no tienen lugar todos los tres elementos posibles

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del experimento. En particular, puede decirse que la iteración está ausente en el silogismo ordinario. Y esa es
la razón por la que el silogismo ordinario puede ser trabajado por una máquina9. No existe sino una
conclusión que pueda extraerse por medio del silogismo ordinario a partir de las premisas dadas. De ahí que
caigamos en el hábito de hablar de la conclusión. Pero en la lógica de relativos hay conclusiones de órdenes
diferentes, dependiendo de cuánta iteración se produzca. ¿Cuál es la conclusión deducible de los mismos
simples primeros principios del número? Es ridículo hablar de la conclusión. La conclusión no es sino el
agregado de todos los teoremas de la aritmética más alta que haya sido o pueda ser descubierta. Volvamos
ahora a la inducción. Este modo de razonamiento también comienza con una coligación. De hecho fue
precisamente la coligación la que dio a la inducción su nombre, epanagwgh con Sócrates, sunagwgh con
Platón, epagwgh con Aristóteles10. Debe ser por la regla de la predesignación un experimento deliberado.
En la inducción ordinaria procedemos a observar algo sobre cada caso. La inducción relativa se ilustra
mediante el proceso de comprender la ley por la que se ordenan las escamas de una piña. Es necesario marcar
una escama tomada como ejemplo, y contar en determinadas direcciones para volver a la escama marcada.
Esta doble observación del mismo caso corresponde a la iteración en la deducción. Finalmente, borramos los
casos particulares y dejamos la clase o el sistema del que se ha tomado una muestra conectado directamente
con los caracteres, relativos o de cualquier otra forma, que han sido encontrados en la muestra.

Vemos, entonces, que la inducción y la deducción no son después de todo tan diferentes. Es cierto que
en la inducción normalmente hacemos muchos experimentos y en la deducción sólo uno. Con todo, éste no es
siempre el caso. El químico se contenta con un solo experimento para establecer un hecho cualitativo. Cierto,
hace esto porque sabe que hay tal uniformidad en el comportamiento de los cuerpos químicos que otro
experimento sería una mera repetición del primero en todos los aspectos. Pero es precisamente tal
conocimiento de la uniformidad lo que lleva al matemático al contentarse sólo con un experimento. El
estudiante inexperto de matemáticas realizará mentalmente un número de experimentos geométricos que el
veterano consideraría superfluos, antes de permitirse llegar a una conclusión general. Por ejemplo, si la
cuestión es, cuántos rayos pueden cortar cuatro rayos fijos en el espacio, el matemático experimentado se
contentará con imaginar que dos de los de los rayos fijos se cortan y que los otros dos se cortan igualmente.
Verá, entonces, que hay un rayo a través de dos intersecciones y otro a lo largo de la intersección de los
planos de pares de los rayos fijos que se cortan, y sin vacilar declarará acto seguido que sólo dos rayos
pueden cortar cuatro rayos fijos, a no ser que los rayos fijos están situados de tal modo que una multitud
infinita de rayos los corte a todos. Pero me atrevo a decir que muchos de ustedes querrían experimentar con
otras disposiciones de los cuatro rayos fijos, antes de hacer cualquier pronunciamiento con seguridad. A una
amiga mía que parecía tener dificultades al sumar sus cuentas se le aconsejó una vez que sumara cada
columna cinco veces y adoptara el promedio de los diferentes resultados. Es evidente que cuando recorremos
hacia abajo una columna de datos al igual que hacia arriba, como una comprobación, o cuando revisamos una
demostración con el fin de buscar cualquier error posible en el razonamiento, estamos actuando exactamente
como cuando en una inducción aumentamos nuestra muestra con el fin de ese efecto auto-corrector de la
inducción.

En cuanto a la retroducción, ella misma es un experimento. Una investigación retroductiva es una


investigación experimental; y cuando consideramos la inducción y la deducción desde el punto de vista del
experimento y la observación, simplemente estamos rastreando en aquellos tipos de razonamiento su afinidad
con la retroducción. Por supuesto, siempre se empieza con una coligación de una variedad de hechos
observados separadamente respecto al tema de la hipótesis. Es tan extraordinario, por cierto, que el ejército
entero de lógicos desde Zenón hasta Whately debería haber dejado a este mineralogista la tarea de señalar la
coligación como un paso generalmente esencial en el razonamiento. Pero, entonces, Whewell, fue un
razonador muy admirable, que está subestimado simplemente porque permanece separado tanto de la

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corriente principal de la filosofía como de la de la ciencia. Merece la pena el camino hasta Rheingau,
simplemente por la lección sobre el razonamiento que uno aprende al leer sobre el lugar en el que ese
extraordinario trabajo ha sido puesto modestamente en la forma de Notes on German Churches11. En cuanto
a la History of Inductive Sciences12, llega a estar tan cerca de lo que el Dr. Carus llama kthma eiz dei13
como pudiera estarlo algo de filosofía. La Lógica de Mill fue escrita para refutar este libro. Ciertamente yo no
consideraría perdida la Lógica de Mill, falsa como es para la teoría del razonamiento inductivo; sin embargo,
el contraste entre el profundo conocimiento de Whewell de los resortes de la ciencia y el estudio externo de
Mill está bien mostrado por la circunstancia de que cualesquiera que sean los razonamientos que Whewell
haya elogiado se han visto cada vez más confirmados por el tiempo, mientras que cada uno de los ejemplos
que Mill eligió en su primera edición como muestras escogidas de inducciones exitosas han sido refutadas
totalmente14. Volviendo a la retroducción, entonces, comienza con la coligación. Algo correspondiente a la
iteración puede o no tener lugar. Y después viene la observación. Sin embargo, ninguna observación externa
de los objetos como en la inducción, tampoco una observación realizada sobre las partes de un diagrama,
como en la deducción; pero por todo eso justamente una observación. Porque, ¿qué es una observación? ¿Qué
es la experiencia? Es el elemento impuesto en la historia de nuestras vidas. Es aquello de lo que estamos
constreñidos a estar conscientes por una fuerza oculta que reside en un objeto que contemplamos. El acto de
la observación es la entrega deliberada de nosotros mismos a la force majeure, - una primera rendición a la
discreción, debido a que prevemos que, hagamos lo que hagamos, debemos ser derrotados por ese poder, al
final. Ahora bien, la rendición que realizamos en la retroducción es una rendición a la insistencia de una idea.
La hipótesis, como dice el francés, c'est plus fort que moi. Es irresistible; es imperativa. Debemos abrir
nuestras puertas y admitirla, al menos por ahora. He estado leyendo el encantador libro de Alejandro Dumas,
Impressions de voyage15. Está lleno de lapsus. Dice Pisa cuando quiere decir Florencia, Lorenzo cuando
quiere decir el Viejo Cósimo, el siglo dieciocho en lugar del trece, seiscientos años en lugar de quinientos. La
palabra nueva me viene y es sustituida justo como si la hubiera visto. Porque tiene sentido; y lo que veo
impreso no lo tiene. Finalmente, la retroducción deja que escapen a nuestra atención características especiales
envueltas en sus premisas, porque están contenidas virtualmente en la hipótesis que nos ha llevado a suponer.
Pero a medida que nuestro estudio del tema de la hipótesis crece más profundamente, esa hipótesis tendrá con
seguridad otro color, poco a poco recibirá modificaciones, correcciones, ampliaciones, incluso en el caso de
que ninguna catástrofe le acontezca16.

De este modo sucede que la investigación de cualquier tipo, llevada a cabo completamente, tiene la
potencia vital de la auto-corrección y del crecimiento. Es una propiedad que satura tan profundamente su
naturaleza interior que puede decirse con verdad que no hay sino una sola cosa necesaria para conocer la
verdad, y que esa es un deseo activo y de corazón de conocer lo que es verdadero. Si realmente quieren
conocer la verdad, por muy sinuoso que sea el camino, tendrán la seguridad de ser conducidos por el camino
de la verdad, al fin. No importa lo erróneas que sean sus ideas sobre el método al principio, se verán forzados
a la larga a corregirlas, con tal de que su actividad esté movida por ese deseo sincero. Más aún, no importa si
al principio sólo lo medio desean, ese deseo conquistaría a la larga a los otros, si la experiencia continuara lo
suficiente. Pero cuanto más verazmente la verdad sea deseada al principio, más corto será el camino a lo largo
de los siglos.

Con el fin de demostrar que es así, es necesario observar lo que está incluido esencialmente en el Deseo
de Aprender. La primera cosa que supone el Deseo de Aprender es la insatisfacción con el actual estado de
opinión de uno. Allí descansa el secreto de por qué las universidades americanas son tan tristemente
insignificantes. ¿Qué han hecho por el avance de la civilización? ¿Cuál es la gran idea o dónde está [el] único
gran hombre del que se pueda decir que es producto de una universidad americana? Las universidades

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inglesas, pudriéndose de pereza como siempre han estado, con todo, han dado a luz en el pasado a Locke y a
Newton, y en nuestro tiempo a Cayley, Sylvester y Clifford17. Las universidades alemanas han sido la luz del
mundo entero. La universidad medieval de Bolonia proporcionó a Europa su sistema legal. La Universidad de
París y ese despreciado escolasticismo tomó a Abelardo y lo convirtió en Descartes. La razón se hallaba en
que eran instituciones de aprendizaje mientras que las nuestras son instituciones para la enseñanza. Para que
el corazón entero de un hombre se centre en el enseñar debe estar completamente imbuido de la importancia
vital de aquello que tiene que enseñar; mientras que para que pueda tener algún grado de éxito en el
aprendizaje debe estar penetrado por un sentido de insatisfacción ante su condición actual de conocimiento.
Las dos actitudes son casi irreconciliables. Pero precisamente al igual que no es el hombre farisaico quien
lleva a las multitudes el sentido de pecado, sino el hombre que es más profundamente consciente de que él
mismo es un pecador, y es sólo por un sentido de pecado que los hombres pueden escapar a su esclavitud; de
este modo, no es el hombre que piensa que lo sabe todo el que puede llevar a otros hombres a sentir la
necesidad de aprender, y es únicamente un profundo sentido de que uno es miserablemente ignorante lo que
puede espolear a uno en el arduo camino del aprendizaje. Eso es por lo que, según mi muy humilde
percepción, no puede sino parecer que aquellos admirables métodos pedagógicos por los que se distingue el
profesor americano no tienen más consecuencia que el corte de su abrigo, que seguro que ellos son nada
comparados con esa fiebre por aprender que debe consumir el alma de un hombre que va a infectar a otros
con la misma enfermedad aparente. Permítanme decir que del estado actual de Harvard del que no sé nada
excepto que los dirigentes del departamento de filosofía son auténticos estudiosos, particularmente marcados
por un ansia de aprender y por la libertad frente al dogmatismo. Y en cada época, sólo puede ser la filosofía
de esa época, tal y como sea, la que puede estimular a las ciencias especiales a cualquier trabajo que lleve
realmente adelante a la mente humana hacia cierta verdad nueva y valiosa. Porque la verdad valiosa no es la
separada, sino una que se dirige a la ampliación del sistema de lo que ya se conoce.

El método inductivo brota directamente de la insatisfacción ante el conocimiento existente. La gran


regla de la predesignación que debe guiarlo es tanto como decir que para que una inducción sea válida debe
ser provocada por una duda definida o al menos una interrogación; y lo que es tal interrogación no es sino en
primer lugar, una sensación de que no sabemos algo, segundo, un deseo de saberlo y, tercero, un esfuerzo, -
que implique una buena disposición para trabajar-, por ver cómo la verdad puede ser realmente. Si esa
interrogación les inspira, seguro que examinarán los casos; mientras que si no lo hace, pasarán por ellos sin
prestarles atención18.

Sobre esta primera, y en cierto modo única, regla de la razón, de que para aprender deben desear
aprender y en ese desear no estar satisfechos con lo que ya se inclinan a pensar, se sigue un corolario que en
sí mismo merece ser inscrito sobre cada muro de la ciudad de la filosofía,

No bloqueen el camino de la investigación.

Aunque es mejor ser metódicos en nuestras investigaciones, y tener en cuenta la Economía de la


Investigación19, aun así, no hay ningún pecado positivo contra la lógica en probar cualquier teoría que pueda
llegar a nuestras cabezas, con tal de que se adopte en un sentido tal que permita a la investigación continuar
sin impedimentos y sin desanimarse. Por otro lado, establecer una filosofía que cierre con barricadas la
carretera de un avance posterior hacia la verdad es la única ofensa imperdonable en el razonamiento, así
como también es la única a la que los metafísicos de todas las épocas se han mostrado adictos.

Permítanme llamar su atención sobre cuatro formas familiares en las que este error venenoso ataca

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nuestro conocimiento:

La primera es la forma de la afirmación absoluta. Que no podemos estar seguros de nada en ciencia es
una antigua verdad. La Academia lo enseñó20. Sin embargo, la ciencia ha estado infectada con la afirmación
demasiado confiada, especialmente por parte de hombres de tercera y cuarta clase, que han estado más
preocupados por enseñar que por aprender, en todas las épocas. Sin duda algunas de las geometrías enseñan
todavía como una verdad evidente la proposición de que si dos líneas rectas se encuentran en un plano con
una tercera línea recta de tal modo que la suma de los ángulos internos de un lado es menor que dos ángulos
rectos, aquellas dos líneas se encontrarán en ese lado si se alargan lo suficiente. Euclides, [cuya] lógica fue
más cuidadosa, consideró esta proposición sólo como un postulado, o hipótesis arbitraria. A pesar de todo,
incluso coloca entre sus axiomas la proposición de que una parte es menor que el todo, y en consecuencia
incurre en varios conflictos con nuestra geometría más moderna. Pero por qué necesitamos dejar de
considerar casos donde se requiere cierta agudeza de pensamiento para ver que la afirmación no está
garantizada, cuando todos los libros a los que apela la filosofía para la conducta de la vida se formulan como
proposiciones de certeza positiva que es tan fácil de dudar como de creer.

El segundo obstáculo que los filósofos a menudo ponen atravesado la carretera de la investigación reside
en mantener que esto, eso y aquello nunca pueden ser conocidos. Cuando Augusto Comte fue presionado
para especificar cualquier contenido del hecho positivo cuyo conocimiento no pudiera ningún hombre
posiblemente obtener, puso como ejemplo el conocimiento de la composición química de las estrellas fijas; y
ustedes pueden ver que su respuesta fundó la Filosofía positiva21. Pero la tinta apenas estaba seca en la
página impresa antes de que se descubriera el espectroscopio y que lo que él había juzgado absolutamente
incognoscible estuviera también en camino de conseguir ser averiguado. Resulta bastante fácil mencionar una
pregunta cuya respuesta hoy no sea conocida para mí. Pero asegurar que esa respuesta no será conocida
mañana es un tanto arriesgado; pues a menudo es precisamente la verdad menos esperada la que aparece bajo
el arado de la investigación. Y cuando se llega a la afirmación positiva de que la verdad nunca será
encontrada, eso, a la luz de la historia de nuestro tiempo, me parece más peligroso que la aventura de
Andrée22.

La tercera estratagema filosófica para cortar la investigación consiste en mantener que este, ese o aquel
elemento de la ciencia es básico, fundamental, independiente de algo más, y completamente inexplicable, -no
tanto por algún defecto en nuestro conocimiento como porque no hay nada debajo por conocer. El único tipo
de razonamiento por el que posiblemente podría alcanzarse una conclusión semejante es la retroducción.
Ahora bien, nada justifica una inferencia retroductiva salvo que permite una explicación de los hechos. No
obstante, en absoluto es una explicación de un hecho declararlo inexplicable. Por lo tanto, esa es una
conclusión que jamás ningún razonamiento puede justificar o excusar.

El último obstáculo filosófico en el avance del conocimiento que pretendo mencionar es el sostener que
esta o esa ley o verdad ha encontrado su formulación última y perfecta, -y sobre todo que el curso ordinario y
usual de la naturaleza nunca puede ser atravesado. "Las piedras no caen del cielo", dijo Laplace, aunque
hayan estado cayendo sobre terreno habitado todos los días desde los primeros tiempos. Pero no existe
ninguna clase de inferencia que pueda prestar la más mínima probabilidad a una negación absoluta semejante
de un fenómeno inusual.

Repito que no sé nada del Harvard de hoy, pero una de las cosas que espero aprender durante mi estancia
en Cambridge es la respuesta a esta cuestión: si la Commonwealth de Massachusetts ha fundado esta
universidad con el propósito de que jóvenes tales como los que pueden venir aquí puedan recibir una

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excelente educación y puedan por tanto saber ganar unos ingresos cuantiosos, y tener un pato [canvasback]**
y una botella de Clos de Vougeot para la cena, -si es esto lo que se propone-, o si es, que, sabiendo que
América entera cuenta en gran medida con los hijos de Massachusetts para las soluciones de los problemas
más urgentes de cada generación, confía en que en este lugar pueda estudiarse algo que sirva para las
soluciones de aquellos problemas. En resumen, espero averiguar si Harvard es un establecimiento educativo o
si es una institución para el aprendizaje de lo que todavía no se conoce completamente, si está para el
beneficio individual de los estudiantes o si está para el bien del país y para elevar más rápidamente al hombre
hacia ese animal racional del [que] es una forma embrionaria.

Hay una cosa de la que estoy seguro que una educación de Harvard no puede dejar de hacer, ya que hizo
eso incluso en mi época y con un estudiante muy despreocupado, quiero decir que no puede fracasar en
desengañar al estudiante de la noción popular de que la ciencia moderna es una cosa tan grande como para
estar en proporción con la Naturaleza y para de hecho constituirse ella misma en cierta explicación del
universo, y para mostrarle que es aún, lo que a Isaac Newton23 le pareció que era, una colección infantil de
guijarros recogidos en una playa, -el vasto océano del Ser yace allí insondable.

No solamente es que en todos nuestros avances a tientas choquemos contra problemas que no podemos
imaginar cómo atacar: [de] por qué el espacio debería tener sólo tres dimensiones, si realmente tiene sólo
tres; [de] por qué los números de Listing24 que definen su forma deberían ser todos iguales a uno, si de
verdad lo son, o por qué algunos de ellos deberían ser cero, como el mismo Listing y muchos geómetras
piensan, si eso fuera la verdad; de por qué las fuerzas deberían determinar el segundo derivado del espacio en
lugar del tercero o el cuarto; de por qué la materia debería constar de aproximadamente setenta clases
distintas, y todas las de cada clase en apariencia exactamente iguales, y estas clases diferentes que tienen
masas casi en progresión aritmética y con todo no exactamente así; de por qué los átomos deberían atraerse
unos a otros a una distancia de modos particulares, si realmente lo hacen, o si no qué produjo semejantes
vórtices, y qué proporcionó a los vórtices tales leyes particulares de atracción; de cómo o por medio de qué
clase de influencia la materia llegó a tamizarse, de tal modo que las diferentes clases se encuentran en
agregaciones considerables; de por qué ciertos movimientos de los átomos de ciertas clases de protoplasma
van acompañados de sensación, y así sucesivamente toda la lista. Estas cosas nos muestran en realidad lo
superficial que es aún nuestra ciencia; pero su pequeñez se hace todavía más manifiesta cuando consideramos
dentro de qué estrecho rango se han extendido nuestras investigaciones hasta ahora. Los instintos conectados
con la necesidad de nutrición han provisto a todos los animales de cierto conocimiento virtual del espacio y
de la fuerza y les han hecho físicos aplicados. Los instintos conectados con la reproducción sexual han
provisto a todos los animales en absoluto como nosotros con cierta comprensión virtual de las mentes de
otros animales de su clase, de tal manera que son psicólogos aplicados. Ahora bien, no sólo nuestra ciencia
lograda, sino también incluso nuestras preguntas científicas, ha estado bastante limitada exclusivamente al
desarrollo de aquellas dos ramas del conocimiento natural. Puede haber, que nosotros sepamos, un millar de
otros tipos de relación que tengan tanto que ver con conectar fenómenos y llevarlos de uno a otro, como las
relaciones dinámicas y sociales. La astrología, la magia, los fantasmas, las profecías sirven como sugerencias
de lo que tales relaciones podrían ser.

No sólo está nuestro conocimiento limitado en su alcance de este modo, sino que es incluso más
importante que nosotros deberíamos darnos cuenta plenamente de que lo absolutamente mejor de lo que,
humanamente hablando, conocemos, [lo conocemos] sólo de una manera incierta e inexacta25. A favor de la
matemática pura debemos, en realidad, hacer una excepción. Es cierto que incluso ella no alcanza la certeza
con exactitud matemática. Pero entonces tomen los teoremas de la matemática pura como lo haría el Capitán

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Cuttle26, en una dirección y en otra [by and large], sin duda son verdaderos con toda exactitud y certeza, para
todos los propósitos excepto para el de la teoría lógica. La matemática pura, sin embargo, no es una ciencia
de las cosas existentes. Es una mera ciencia de hipótesis. Es coherente consigo misma; y si no hay nada más a
lo que pretenda ajustarse, cumple su promesa y su propósito a la perfección. Ciertamente, no encontrarán en
ningún libro moderno de matemática pura ninguna declaración más allá de eso. Pero los matemáticos no
tienen el hábito de establecer afirmaciones que no están preparados para probar; y podría muy bien ser que
ellos generalmente abriguen una idea algo diferente de su ciencia. Todos los grandes matemáticos a quienes
resulta que conozco muy bien eran platónicos, y tengo pocas dudas de que si se realizara una encuesta entre
los colaboradores de las revistas matemáticas más importantes, se encontraría que había entre ellos una
mayor proporción de platónicos que entre cualquier otra clase de científicos. Creo que la gran mayoría de
ellos consideraría la formación de concepciones tales como la de la cantidad imaginaria y la de las superficies
de Riemann como logros matemáticos, y eso, considerando esas hipótesis no como meros instrumentos para
investigar la cantidad real, sino en sí mismas. Las clasificarían como de un valor más alto que cualquier cosa
de las Noches de Arabia, por ejemplo. Sin embargo, ¿por qué deberían hacerlo, si esas hipótesis son puras
ficciones? Existe ciertamente algo a lo que las concepciones matemáticas modernas luchan por ajustarse,
aunque eso no sea más que un ideal artístico. Y la verdadera pregunta es si realizan su esfuerzo con un éxito
mayor que otras obras humanas. Si fuera sólo la belleza a lo que se aspira, entonces las hipótesis matemáticas
deberían clasificarse como algo similar pero inferior a las decoraciones de la Alhambra, -como hermosas pero
sin alma. Si, por otro lado, son ensayos de la representación del mundo platónico, entonces sólo podemos
decir que son tan sumamente débiles y fragmentarias que apenas nos capacitan para entender su significado y
en absoluto para encontrar sitio para alguna aplicación de la concepción de exactitud.

Todo eso sobre la certeza de la ciencia deductiva. En cuanto a la inducción es, a simple vista, meramente
probable y aproximada, y sólo cuando está confinada a colecciones finitas y enumerables [denumeral],
alcanza incluso ese grado de perfección. Sólo infiere el valor de una proporción y, por tanto, cuando se aplica
a cualquier clase natural que se concibe que es más que enumerables [denumeral], ninguna cantidad de
evidencia inductiva puede jamás darnos el más mínimo motivo, -no, no justificaría la más ligera inclinación a
creer-, que una ley inductiva fuera sin excepción. En efecto, toda mente sana admitirá lo bastante rápido que
esto es así tan pronto como una ley se hace aparecer claramente como una pura inducción y nada más. Nadie
soñaría con afirmar que puesto que el sol ha salido y se ha puesto todos los días hasta ahora, eso
proporcionaría alguna razón en absoluto para suponer que seguiría haciéndolo toda la eternidad. Pero cuando
digo que no existe la más mínima razón para pensar que ningún átomo material dejara jamás la existencia o
llegara a existir, allí no consigo llevarme al hombre medio conmigo; y supongo que la razón consiste en que
él concibe confusamente que hay alguna razón distinta de la inducción pura y simple para sostener que la
materia es ingenerable e indestructible. Porque es obvio que si fuera una simple cuestión sobre nuestros pesos
u otras experiencias, todo lo que aparece no es más que un átomo entre un millón o diez millones que llega a
ser aniquilado antes de que la deficiencia de masa sea bastante cierta como para ser equilibrada por otro
átomo que se está creando. Ahora bien, cuando estamos hablando de átomos, un millón o diez millones es
una cantidad excesivamente diminuta. Así que hasta donde concierne la evidencia puramente inductiva
estamos muy lejos de estar autorizados a pensar que la materia es absolutamente permanente. Si ustedes
plantean la cuestión a un físico, su respuesta probablemente sería, como ciertamente debería ser, que los
físicos sólo tratan con fenómenos tales que puedan observar directa o indirectamente, o que puedan con
probabilidad llegar a ser capaces de ser observados hasta que exista alguna gran revolución en la ciencia, y a
eso él probablemente añadiría que cualquier limitación sobre la permanencia de la materia sería una hipótesis
puramente gratuita sin nada en absoluto que la sostenga. Ahora, esta última parte de la respuesta del físico es,
con respecto al orden de las consideraciones que tiene en mente, de excelente buen sentido. Pero desde un
punto de vista absoluto, creo que no toma algo en consideración. ¿Creen ustedes que la fortuna de los

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Rothchild durará siempre? Ciertamente no; porque aunque puedan estar lo bastante a salvo hasta donde van
las causas ordinarias que hunden las fortunas, con todo existe siempre la posibilidad de alguna revolución o
catástrofe que pueda destruir toda propiedad. Y no importa lo pequeña que pueda ser esa posibilidad hasta
donde alcanza esta década o esta generación, es sin embargo bastante seguro que en décadas y generaciones
ilimitadas el lanzador se desviará, por fin. No existe ningún peligro, por muy ligero que sea, que en una
multitud indefinida de ocasiones [no] llegue tan cerca de la certeza absoluta como puede llegar la
probabilidad. La existencia de la raza humana, por más buenos que seamos podemos estar seguros, llegará a
un final por fin. Por no hablar de la operación gradual de las causas que conocemos, la acción de las mareas,
la resistencia al medio, la disipación de la energía, existe todo el tiempo un cierto peligro de que un meteoro o
una estrella errante puedan chocar con la tierra con tanta fuerza como para destruirla, o por algún gas
venenoso. Que una hipótesis puramente gratuita resultara cierta es, de hecho, algo tan excesivamente
improbable que no podemos equivocarnos apreciablemente al denominarla cero. Aun así, la posibilidad de
que de una multitud infinita de hipótesis gratuitas, una proporción infinitesimal, que puede ser ella misma una
multitud infinita, resultara ser cierta, es cero multiplicado por infinito, lo cual es absolutamente
indeterminado. Eso es decir que nosotros simplemente no conocemos nada en absoluto sobre ello. Ahora, que
un solo átomo podría ser aniquilado es una hipótesis gratuita. Pero hay, podemos suponer, una multitud
infinita de átomos y una hipótesis similar puede hacerse de cada uno. Y por tanto volvemos a mi afirmación
del principio de que si algún número finito o incluso un número infinito de átomos es aniquilado por año, eso
es algo acerca de lo cual estamos simplemente en un estado de completa ignorancia, a no ser que
descubramos cierto método de razonamiento totalmente superior a la inducción. Si, en consecuencia,
debiésemos detectar cualquier fenómeno general de la naturaleza que pudiera explicarse muy bien, no por
medio de la suposición de cualquier violación definida de las leyes de la naturaleza, porque eso no sería una
explicación en absoluto, sino, suponiendo que una continua violación de todas las leyes de la naturaleza, cada
día y cada segundo, fuera en sí misma una de las leyes o hábitos de la naturaleza, no habría ningún poder en
la inducción para ofrecer la más mínima objeción lógica a esa teoría. Pero mientras no [tengamos] noticia de
tales fenómenos generales que tiendan a mostrar semejante inexactitud constante según la ley, debemos
entonces permanecer absolutamente sin ninguna opinión racional sobre el asunto a favor o en contra.

Existen varias maneras en las que el engreimiento y la presunción natural del hombre luchan por escapar
a semejante confesión de total ignorancia. Pero parecen ser todas bastante vanas. Una de las más comunes y
al mismo tiempo la más tonta es el argumento de [que] Dios por esta o aquella excelente razón nunca actuaría
de una manera tan irregular. Pienso que todos los hombres que hablan así deben ser cortos de vista. Pues
suponer que cualquier hombre que pudiera ver las nubes moviéndose y contemplar una gran extensión de
paisaje y notar su maravillosa complejidad, y considerar cuán inimaginablemente pequeño era todo eso en
comparación con la superficie entera del globo, por no hablar de los millones de orbes en el espacio, y no
presumiera predecir qué movimiento Morphy o Steinitz podrían realizar en una cosa tan sencilla como un
juego de ajedrez27, se comprometiera a decir que Dios lo haría, parecería poner en tela de juicio su cordura.
Pero si en lugar de su ser un Dios, a cuya imagen somos hechos, y a quien podemos, por tanto, empezar a
entender, fuera algún principio metafísico del Ser, incluso más incomprensible, cuya acción el hombre
pretendiera calcular, eso parecería estar en el extremo de lo absurdo un grado más alto aún.

Pasando a la retroducción, este tipo de razonamiento no puede justificar lógicamente ninguna creencia
en absoluto, si por creencia entendemos el sostener una proposición como una conclusión definitiva. Debe
señalarse aquí que la palabra hipótesis se extiende a menudo a casos en los que no tiene una aplicación
adecuada28. Las personas hablan de una hipótesis donde existe una vera causa. Pero en tales casos la
inferencia no es hipotética sino inductiva. Una vera causa es un estado de cosas conocidas para ser
presentadas y conocidas parcialmente al menos para explicar los fenómenos, pero no conocidas para

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explicarlos con precisión cuantitativa. Así pues, cuando al ver cuerpos normales rondándonos acelerados
hacia el centro de la tierra y al ver también la luna, que se parece a la piedra tanto en su apariencia
blanquecina como volcánica, asimismo acelerada hacia la tierra, y cuando al descubrir que estas dos
aceleraciones están en proporciones inversas duplicadas de sus distancias a ese centro, concluimos que su
naturaleza, cualquiera que sea, es la misma, estamos infiriendo una analogía, que es un tipo de inferencia que
tiene toda la fuerza de una inducción y más, además. Por motivos de simplicidad, no he dicho nada sobre ello
en estas conferencias; pero me veo obligado a hacer aquí ese comentario. Más aún, cuando consideramos que
todo lo que inferimos sobre la gravitación de la Luna es una continuidad entre los fenómenos terrestres y los
lunares, una continuidad que se encuentra por toda la física, y cuando a eso añadimos las analogías de las
atracciones eléctrica y magnética, de las que ambas varían inversamente como el cuadrado de la distancia,
obviamente reconocemos aquí uno de los argumentos más fuertes de los que la ciencia puede ofrecer algún
ejemplo. Newton estaba completamente en lo cierto cuando dijo, Hypotheses non fingo29. Son aquellos que
han criticado este sentencia cuya lógica no está bien. Están atribuyendo una oscura significación psicológica a
fuerza, o vis insita, que en física sólo connota una regularidad entre aceleraciones. De modo que las
inferencias relacionadas con las verae causae son inducciones no retroducciones, y por supuesto tienen sólo
tal incertidumbre e inexactitud como las que pertenecen a la inducción.

Cuando digo que una inferencia retroductiva no es materia de creencia en absoluto, encuentro la
dificultad de que existen ciertas inferencias que científicamente consideradas son sin duda hipótesis y que sin
embargo en la práctica son totalmente ciertas. Tal es por ejemplo la inferencia de que Napoleón Bonaparte de
verdad vivió alrededor de principios de este siglo, una hipótesis que adoptamos con el propósito de explicar
el testimonio concordante de un centenar de memorias, testimonios públicos de la historia, la tradición y los
innumerables monumentos y reliquias. Con seguridad sería una locura manifiesta albergar alguna duda sobre
la existencia de Napoleón. Un ejemplo todavía mejor es aquel de las traducciones de las inscripciones
cuneiformes que empezaron con meras conjeturas, en las que sus autores no podían haber tenido ninguna
confianza auténtica. Pero apilando nuevas conjeturas sobre conjeturas anteriores aparentemente verificadas,
esta ciencia ha continuado produciendo ante nuestros propios ojos un resultado tan estrechamente
relacionado, por el acuerdo de las lecturas entre sí, con otra historia y con datos conocidos de la lingüística,
que no estamos dispuestos por más tiempo a aplicarle la palabra teoría. Ustedes me preguntarán cómo puedo
reconciliar hechos tales como éstos con mi sentencia de que la hipótesis no es materia de creencia. Con el fin
de contestar a esta pregunta, debo examinar en primer lugar tales inferencias en su aspecto científico y
después en su aspecto práctico. El único fin de la ciencia, como tal, es aprender la lección que el universo
tiene que enseñarle. En la inducción se rinde simplemente a la fuerza de los hechos. Pero descubre,
inmediatamente, -estoy invirtiendo parcialmente el orden histórico, con el fin de exponer el proceso en su
orden lógico-, descubre, digo, que esto no es suficiente. Es llevada por la desesperación a apelar a su afinidad
interior con la naturaleza, su instinto de ayuda, precisamente como encontramos a Galileo en los albores de la
ciencia moderna haciendo su llamada a il lume naturale. Pero en la medida en que [la ciencia] hace esto, el
sólido terreno del hecho le falla. Siente desde ese momento que su posición es sólo provisional. Debe
entonces encontrar confirmaciones o, si no, cambiar su asidero. Incluso si realmente encuentra
confirmaciones, son sólo parciales. Todavía no se mantiene firme sobre la base del hecho. Está caminando
sobre un pantano, y sólo puede decir, este terreno parece aguantar de momento. Aquí me quedaré hasta que
empiece a hundirse30. Es más, en todo su progreso, la ciencia vagamente siente que está sólo aprendiendo
una lección. El valor de los hechos para ella, descansa sólo en esto, en que pertenecen a la Naturaleza; y la
Naturaleza es algo grande, y hermoso, y sagrado, y eterno, y real, -el objeto de su adoración y su aspiración.
En esto se requiere una actitud completamente diferente hacia los hechos que la que requiere la Práctica. Para
la Práctica, los hechos son las fuerzas arbitrarias con las que tiene que contar y luchar. La Ciencia, si tiene
que entenderse a sí misma, considera los hechos simplemente como el vehículo de la verdad eterna, mientras

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que para la Práctica siguen siendo los obstáculos a los que tiene que dar la vuelta, el enemigo del que está
decidida a sacar lo mejor. La Ciencia, sintiendo que hay un elemento arbitrario en sus teorías, aún continua
sus estudios segura de que así llegará a estar más y más purificada de la escoria de la subjetividad; pero la
Práctica requiere algo sobre lo que actuar, y no es ningún consuelo para ella el que esté en el camino de la
verdad objetiva, -debe tener la verdad exacta, o cuando no puede alcanzar la certeza debe al menos tener
elevada probabilidad, esto es, debe saber que aunque unas pocas de sus empresas pueden fracasar, la mayoría
de ellas tendrá éxito. Por lo tanto, la hipótesis que responde al propósito de la teoría puede que sea
perfectamente de ningún valor para el Arte. Al cabo de un tiempo, a medida que la Ciencia progresa, llega a
estar sobre un terreno más sólido. Tiene ahora derecho a reflexionar, este terreno ha permanecido mucho
tiempo sin mostrar signos de que cede. Puedo esperar que continuará manteniéndose por un gran periodo de
tiempo muy largo. Esta reflexión, sin embargo, se aparta bastante del propósito de la Ciencia. No modifica su
procedimiento lo más mínimo. Es extra-científica. Para la Práctica, sin embargo, es vitalmente importante
alterar bastante la situación. A medida que la Práctica la aprehende, la conclusión ya no descansa más en la
mera retroducción, está respaldada inductivamente. Pues una larga muestra ha sido ahora sacada de la
colección entera de ocasiones en las que la teoría entra en comparación con el hecho, y se ha encontrado que
una proporción abrumadora, de hecho todos los casos que se han presentado, confirman la teoría. Y por tanto,
dice la Práctica, puedo presumir sin ningún problema que así será con la gran mayoría de casos en los que
vaya sobre la teoría, especialmente en la medida en que ellos se parezcan mucho a aquellos que han sido bien
probados. En otras palabras, existe ahora una razón para creer en la teoría, pues la creencia es la buena
disposición a arriesgar mucho en una proposición. Pero esta creencia no concierne a la ciencia que no apuesta
nada en una empresa temporal, sino que está a la búsqueda de las verdades eternas, no de apariencias de
verdad, y considera esta búsqueda, no como el trabajo de la vida de un hombre, sino como el de generación
tras generación, indefinidamente. De este modo, aquellas inferencias retroductivas que adquieren a la larga
semejantes grados elevados de certeza, en la medida en que son tan probables no son retroducciones puras y
no pertenecen a la ciencia, como tales, mientras que en la medida que son científicas y son retroducciones
puras no tienen verdadera probabilidad y no son materias de creencia. En ciencia las llamamos verdades
establecidas, es decir, son proposiciones en las que la economía del esfuerzo prescribe que se mantengan la
investigación posterior cesará31.

Un eminente profesor religioso, el Dr. Carus, parece pensar que no considero con el horror suficiente la
doctrina de que la concepción de la verdad es ambigua. Pues en un artículo en el que él muestra otras de mis
diversas faltas morales para reprobación pública32, corona la cima diciendo que yo admiro a Duns Scoto, que
era un hombre que sostuvo que una proposición podría ser falsa en filosofía aunque verdadera en religión, y
nombra los volúmenes y las páginas de dos pasajes de las obras de Duns Scoto, que el lector infiere
enunciarían esa posición. Una de las páginas está sustancialmente vacía y la otra no contiene nada que pueda
confirmar remotamente el asunto. Duns Scoto pudo posiblemente haber dicho algo de esa clase; pero si lo
hizo, no puedo imaginar dónde puede esconderse. No obstante, sí sé esto, que esa doctrina fue el principio
distintivo de los seguidores de Averroes. Ahora bien, no conozco sino un único lugar de todo lo que he leído
de Duns en el que habla mal de un oponente, y ese es uno donde se refiere a Averroes como "Iste damnatus
Averroes"33. Esto difícilmente parece como si él le hubiera seguido en su proposición principal. Pero ya
tenga la palabra verdad dos significados o no, yo ciertamente sí pienso que el sostener la verdad es de dos
tipos; uno es ese sostenimiento práctico de la verdad que sólo tiene derecho al nombre de Creencia, mientras
que el otro es esa aceptación de una proposición que en la intención de la ciencia pura permanece siempre
provisional. Adherirse a una proposición de una manera absolutamente definitiva, suponiendo que con esto se
quiere decir solamente que el creyente ha unido personalmente su destino a ella, es algo que en asuntos
prácticos, digamos por ejemplo en asuntos de bondad o maldad, nosotros a veces no podemos y no debemos
evitar; pero hacer eso en ciencia equivale simplemente a no desear aprender. Ahora bien, aquél que no desea
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aprender se aísla de la ciencia por completo.

Traducción de Carmen Ruiz (2002)

Notas
1. No se ha encontrado una referencia exacta, pero pueden encontrarse algunas afirmaciones de
Aristóteles que se aproximan a esta idea en los Analíticos primeros, libro 1, capítulos 12-14, libro 2, capítulo
27, y en los Analíticos segundos, libro 1, capítulos 13, 10, 13-14, 24 y 33.

2. Por la expresión "en un sentido pickwickiano" Peirce generalmente entiende "en un sentido que no
tiene consecuencias" (CP. 8.277). La frase tiene su origen en el libro de Dickens The Pickwick Papers.

3. Peirce reseñó el libro Phantasms of the Living de Edmund Gurney, Frederic William Henry Myers y
Frank Podmore (London: Society for Psychical Research, 1886) en el Proceedings of the American Society
for Psychical Research 1 (diciembre de 1887): 150-56.

4. Véase J. L. Adams, "On the Secular Variation of the Moon's Mean Motion", Philosophical
Transactions of the Royal Society of London, 143 (1853): 397-406.

5. El pons asinorum (el puente de los asnos) es la quinta proposición del primer libro de Euclides,
llamado así por su figura, que se asemeja a un puente, y por la dificultad que muchos experimentan para
atravesarlo. John Stuart Mill, A System of Logic, Ratiocinative and Inductive (London: Longmans, Green, and
Co., 1865), libro 2, cap. 4 §4, pp. 247-51. Véase el artículo de Peirce "The 'Pons Asinorum' Again" publicado
en el New York Daily Tribune (6 de enero de 1891), y HP 1: 568-69.

6. Véase la tercera conferencia titulada "The Logic of Relatives" en RLT 151-56, donde Peirce
proporciona un ejemplo de cómo la construcción de diagramas según las reglas de sus Gráficos Existenciales
ilustra la inferencia lógica de una manera sugerida por su teoría de las categorías. Para una completa
discusión de los Gráficos Existenciales véase Don. D. Roberts, The Existencial Graphs of Charles S. Peirce
(The Hague and Paris: Mouton, 1973).

7. William Whewell, Novum Organum Renovatum, 3ª ed. (London: John W. Parker & Son, 1858), II, iv.

8. Este pasaje está seguido en el manuscrito por la frase suprimida: "Me satisface encontrar que este
punto recibe una valiosa confirmación por parte de un pensador completamente independiente, cuyo cuidado
y rigurosidad da peso a todo lo que dice, el Dr. Francis Ellingwood Abbot".

9. Véase el artículo de Peirce titulado "Logical Machines" en The American Journal of Psychology 1
(Noviembre de 1887): 165-70, reimpreso en Modern Logic 7 (1997): 71-77.

10. República, VII. 532c (epanagwgh); República, VII. 526d (sunagwgh); Analíticos primeros, libro

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2, cap. 23, 68b15 (epagwgh).

11. William Whewell (1794-1866), Architectural Notes on German Churches (Cambridge: J. and J.J.
Deighton, 1835).

12. William Whewell, History of the Inductive Sciences: From the Earliest to the Present Time (London:
J.W. Parker, 1837).

13. Esta expresión griega (que se encuentra en Tucídides, La guerra del Peloponeso, 1-22) significa
"posesión para siempre", y es usada por Carus en su Fundamental Problems (Chicago, Open Court, 1891),
22.

14. Con el fin de abreviar el tiempo de lectura, Peirce suprimió el pasaje que acababa aquí en el
manuscrito, desde "Pero, entonces, Whewell" hasta "refutadas totalmente".

15. Alejandro Dumas (1802-1870), Impressions du voyage (París: Revue des deux Mondes, 1834).

16. Peirce suprimió el final de este párrafo para ahorrar tiempo, desde "he estado leyendo a Alejandro
Dumas" hasta "le acontezca".

17. Peirce cita a los tres matemáticos más destacados de su época. Arthur Cayley (1821-1895) desarrolló
la teoría de las invariantes algebraicas junto con James Joseph Sylvester (1814-1897), quien dio clase en la
Johns Hopkins en la misma época en que Peirce enseñaba lógica. Peirce tenía en gran consideración a
Sylvester, el primer editor del American Journal of Mathematics, aunque Peirce afirmó que Sylvester no
alcanzó a reconocer adecuadamente la prioridad de Peirce de ciertos resultados matemáticos. William
Kingdon Clifford (1845-1879), también matemático y filósofo inglés, conocido por la teoría de los
bicuaterniones y por su trabajo sobre el espacio no-euclidiano y la topología; para la reseña de Peirce de la
obra más conocida de Clifford, véase W 5: 254-56.

18. Este pasaje aparece en el manuscrito seguido del siguiente párrafo suprimido:

Ya que yo mismo no soy en ningún sentido un profesor, sino tan sólo uno que aprende, y a la cola de mi clase en eso, ya
que el reproche que se ha hecho contra mí es precisamente que estoy todo el tiempo corrigiendo mis doctrinas, es sólo
para complacerles a ustedes y de ninguna manera a mí por lo que he elegido dirigirme a ustedes sobre temas de vital
importancia. Para mí ningún asunto podría ser posiblemente más ingrato. Pues no sé nada sobre asuntos de vital
importancia. Todo lo que creo que sé concierne a cosas que espero poder probar que son de importancia secundaria. En
cuanto a temas de vital importancia no tengo nada que inculcar salvo sentimientos. Cierto, soy un sentimental en teoría.
Creo que el sentimiento es mucho más profundamente importante que la ciencia. Pero por mi formación no soy sino un
científico y estoy bastante fuera de mi elemento hablando sobre cosas vitalmente importantes. Mi única excusa para
intentarlo es mi deseo de conformarme a sus deseos. Pero encuentro esa lucha es un quiero y no puedo, no puedo dejar
por completo fuera de mis conferencias detalles aburridos. Ya que si lo hiciera no tendría nada que decir.

Es probable que Peirce decidiera introducir, en el lugar exacto de este párrafo suprimido que se extiende
entre dos páginas en el manuscrito, tres hojas adicionales escritas posteriormente (situadas en MS 825);
contienen los siete párrafos que empiezan por "Sobre esta primera, y en cierto modo única, regla de la razón"
y terminan con "a una negación absoluta semejante de un fenómeno inusual". Otros editores, sin embargo,
han concluido de modo distinto.

19. El marcado interés de Peirce en la economía de la investigación se manifiesta en su artículo de 1879


"Nota sobre la Teoría de la economía de la investigación" (W4: 72-78).

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20. Esta es la Academia fundada por Platón alrededor del 387 a. C., que duró hasta el 529 d. C.

21. Cours de philosophie positive, lección 19.

22. En 1897 Salomon August Andrée (n. 1854), un ingeniero sueco, murió en el intento de volar en
globo hacia el Polo Norte desde Spitzbergen.

* Canvasback (n.) [1782]: pato salvaje norteamericano (Aythya valisineria), cuyo macho tiene una
cabeza marrón rojizo, pecho negro y cuerpo blanquecino y se caracteriza especialmente por el perfil inclinado
alargado de la cabeza y del pico [N. del T.].

23. Contado en el libro de Sir David Brewster Memoirs of the Life, Writings, and Discoveries of Sir
Isaac Newton (Edimburgo: T. Constable and Co. , 1855), vol. 2, cap. 27.

24. El teorema de Listing, formulado en 1847, da, para una configuración geométrica, una relación entre
los números de sus puntos, líneas, superficies y espacios. Aunque está considerado como un fundador de la
topología (el nombre acuñado por él), la obra de Listing en este campo ha sido reemplazada en gran medida
por otros planteamientos. Peirce concibió más "números Listing" generales que aplicó a una mayor variedad
de configuraciones, incluyendo unas que no estaban confinadas a las tres dimensiones como estaban las de
Listing. Véase el capítulo 9 del libro de Murray Murphey The Development of Peirce’s Philosophy (1961) y
el comentario de Hilary Putnam en RLT 99-101 y 279n.70-271n.75.

25. El resto de este párrafo (que empieza por "A favor") y el comienzo del siguiente (hasta la frase que
acaba con "y nada más ") fue tachado por Peirce en el manuscrito con el fin de ahorrar tiempo.

26. La referencia de Peirce al Capitán Edward Cuttle (un viejo marinero retirado "de buen corazón y de
aspecto de sal" que aparece en el libro de Dickens Dombey and Son) alude a los orígenes náuticos de la frase,
que significa "en una dirección y en otra".

27. Paul Charles Morphy (1837-1884), jugador de ajedrez americano, maestro mundial de ajedrez
(1857-1859). Wilhelm Steinitz (1836-1900), nacido en Praga, naturalizado americano en 1884; campeón del
mundo de ajedrez desde 1866 a 1894.

28. El comienzo de este párrafo, desde "Pasando a" hasta "aplicación adecuada", fue suprimido por
Peirce para ahorrar tiempo.

29. Philosophiae naturalis principia mathematica, libro 3, scholium general. "No formulo ninguna
hipótesis".

30. Hilary Putnam ha denominado a estas tres últimas frases "la primera metáfora realmente anti-
fundacionalista", en The American Philosopher de Giovanna Borradori (University of Chicago Press, 1994,
p. 62). Añadió, en RLT 73, que "la idea de que el conocimiento no necesita empezar con una fundación en el
sentido epistemológico tradicional rara vez ha sido expresada más bellamente". La metáfora de Peirce se
puede comparar con la famosa "metáfora del barco" de Otto Neurath (en su Anti-Spengler de 1921).

31. Peirce tachó en el manuscrito el último párrafo entero (aquí restablecido), ya fuera por ahorrar
tiempo, o, como H. William Davenport ha sugerido, por el posible deseo de William James, que podría haber
aconsejado a Peirce no criticar a Paul Carus públicamente. (James recomendó las conferencias de Peirce a

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Carus para que las publicase, pero Carus no hizo caso).

32. Peirce se refiere al artículo de Paul Carus titulado "The Founder of Tychism, His Methods,
Philosophy, and Criticisms: In Reply to Mr. Charles S. Peirce" publicado en The Monist 3 (Julio de 1893):
571-622. El pasaje aludido se encuentra en las páginas 592-93.

33. Peirce puede estar citando a Duns Scoto incorrectamente (escribió la misma frase en la hoja
intercalada 395 de su copia del Century Dictionary). En lugar de eso, las fuentes consultadas tienen "ille
maledictus Averroes". Véase John Duns Scotus, Philosophical Writings, traducido al inglés por Allan Wolter
(Indianapolis & Cambridge: Hackett Pub. Co., 1987), 138 (Opus oxoniense, IV, dist. XLIII, q. ii).

Fin de "La primera regla de la lógica", C. S. Peirce (1898). Traducción castellana de Carmen Ruiz (2002). "The First
Rule of Logic" corresponde a CP 5.574-89.

Una de las ventajas de los textos en formato electrónico respecto de los textos impresos es que pueden corregirse
con gran facilidad mediante la colaboración activa de los lectores que adviertan erratas, errores o simplemente
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Fecha del documento: 6 febrero 2002


Ultima actualización: 30 de enero 2011

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