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vino a verme al CUCES Al pedir cita no había querido revelar sus
motivos
En cambio, al llegar, me empezó a contar las razones de su visita.
—Una catástrofe se está preparando cerca de Nancy, en la cuen
ca ferrífera de Bney. Es un verdadero relámpago en un cielo azul
En nombre de mis compañeros vengo a pedirle la ayuda del CUCES.
Sé que ciertos responsables de la CGT8 comparten mi solicitud.
Es importante precisar que, en aquella época, la gran mayoría
de los mineros estaba smdicalizada, el 90 por ciento de ellos a
la CGT.
En cuanto al “relámpago en un cielo azul” merece algunas ex
plicaciones: hasta ese momento, las minas no habían tenido nin
gún problema. La mayoría pertenecía a fábricas siderúrgicas que
utilizaban el mineral extraído. Claro, el mineral era pobre, su
cantidad de acero era inferior a la de ciertos minerales extranje
ros, pero tenía una ventaja: ya que las capas eran gruesas y re
gulares, su extracción resultaba fácil. Así, los costos de explota
ción permanecían bajos, así como los costos de transporte. Las
fábricas estaban instaladas cerca de las minas. El sistema fun
cionaba de manera confortablemente autárquica y no parecía para
nada amenazado por los minerales extranjeros que, aunque más
ricos, se extraían tan lejos que el transporte hubiera encarecido
considerablemente el costo de explotación.
En ese contexto, los mineros vivían tranquilamente, relativa
mente bien pagados, muchos de ellos eran propietarios de su casa
o estaban alojados gratuitamente. En ese aspecto los patrones
los ayudaban, ya que querían, gracias a esa política, comprome
ter a la mano de obra.
Así era el “cielo azul”. El “relámpago” provenía obviamente de
una competencia imprevista, que iba a desestabihzar todo el sis
tema
La competencia vino precisamente de esos minerales extran
jeros lejanos, más ricos. Se volvieron de repente accesibles gra
cias a la construcción de barcos gigantescos. Mientras los barcos
no podían cargar más de 10 000 toneladas de mineral cada uno,
el costo de transporte resultaba demasiado alto como para que la
operación fuera rentable. Pero, me informó el ingeniero, se em-
8 N del T.: CGT, Confédération Genérale des Travailleurs, uno de los sindica
tos obreros más poderosos a nivel nacional.
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pezaban a construir barcos gigantescos que podían cargar entre
100 000 y 200 000 toneladas. Así, con costos de transporte consi
derablemente reducidos, esos minerales mucho más ricos se vol
vían más interesantes para las siderúrgicas.
El drama —cuya noticia empezaba a correr— parecía inevita
ble. la importación de ese mineral provocaría una importante
reducción de la cantidad de mineral francés extraído y, por lo
tanto, los mineros resultarían masivamente desempleados. Pro
bablemente hasta se cerrarían la mayoría de las minas. ¿Qué
pasaría entonces con los mineros?
Es cierto que los despidos habían empezado hacía ya dos años,
pero en muy pequeña cantidad y únicamente en las minas inde
pendientes del sector privado. Se atribuía ese fenómeno a la re
ducción de las exportaciones y al desarrollo de la mecanización.
Ni los sindicatos ni los mineros habían pensado que el fenómeno
podría amplificarse hasta ese punto, o sea hasta afectar todas
las minas y amenazar el empleo de millares de personas.
Hay que añadir que el secreto había sido bien guardado los
propietarios de las minas probablemente habían previsto, desde
hacía ya mucho tiempo, la aparición en el mercado de esos barcos
gigantescos que transformarían totalmente la producción local,
no habían dejado filtrar la menor indicación. Quizás habían pen
sado que, cuando los barcos estuvieran ya construidos, los mine
ros se readaptarían rápidamente al mercado del empleo, ya que
en aquel entonces casi no existía el desempleo.9
Los sindicatos empezaron a tomar conciencia de la gravedad
de la situación y a buscar soluciones. El ingeniero de las minas de
acero había venido a sondearme. ¿Estaba yo dispuesto a ayudar
les9 Los patrones de las minas, dijo, no deberían enterarse de
nuestra entrevista. Y sus colegas de la CGT habían preferido no
implicarse directamente en ese asunto, desde un principio, para
no comprometerse. El CUCES era un organismo paritario que in
cluía tanto a universitarios como a representantes del patrona
to, pero los sindicatos no estaban representados. Hacer que vi
nieran sindicalistas al CUCES parecía impensable en aquella épo
ca. Si yo no me mostraba abierto a su solicitud, su diligencia se
detendría ahí. En cambio, si yo abría la posibilidad, ellos me en
contrarían con mucho gusto.
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No lo pensé más y le dije a mi visitante que estaba dispuesto
recibir a la CGT. Me contestó entonces:
—Los delegados no vendrán aquí. Tendrían que encontrarse
en un café, de noche. Y, sobre todo, nadie debe enterarse por el
momento Ellos mismos no lo habían hablado mucho todavía en
tre sí, necesitaban pensarlo.
Tomamos las primeras citas de ese modo Al margen de las insti
tuciones, pero acompañado del subdirector del CUCES, vi vanas ve
ces a los representantes de la CGT Nos explicaron lo que querían:
—Rehusamos todo licénciamiento y toda reconversión. Iremos
a la huelga, el tiempo necesario. Estamos decididos a luchar has
ta el final. Claro, sabemos que perderemos, pero eso no lo diga
Lo que deseamos es que nuestros compañeros se puedan benefi
ciar de una capacitación. Por eso queríamos verlo ¿Piensa usted
que puede hacer algo? Lo que solicitamos es una ayuda que per
mita la elevación cultural del conjunto de los obreros. Del con
junto, de la masa. Para nosotros, no es suficiente desarrollar las
aptitudes individuales de cada obrero para permitirle salir ade
lante. Esta acción educativa debe darles colectivamente la posi
bilidad de defenderse y de resistir.
Aparentemente sus ambiciones, en cuanto a esa capacitación,
eran muy grandes. Gracias a ella, los mineros serían más compe
tentes. ¿No serían por lo tanto más competitivas las minas? En
realidad no creían tanto en eso, y, de todos modos, no era su prin
cipal objetivo. Lo que querían, ante todo, era que instaláramos,
en la cuenca ferrífera de Briey, un instituto de promoción del
trabajo similar al que existía en Nancy.
Pero prevenían los malentendidos, cuidaban sus expresiones:
—Lo que queremos no es una acción de capacitación para la
inserción al trabajo productivo. Sabemos que al aceptar ese térmi
no también aceptaríamos los despidos Deseamos una capacitación
más amplia, no únicamente un aprendizaje para reconvertirse.
De la necesidad de inventar
NUEVOS TIPOS DE CAPACITACIÓN
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dos de la universidad que seguían teniendo fe en ella, en su capa
cidad de dar soluciones concretas—; pero consternado por el con
formismo de las respuestas que se les ocurrían. Otorgarle tal
crédito al sistema de los institutos de promoción del trabajo, en una
circunstancia como ésa, quería decir que lo conocían muy mal.
Entendía su punto de vista, ya que al llegar al CUCES creía con
pasión en el principio básico de tal capacitación. La experiencia
adquirida después me permitió realizar que existía, en esa épo
ca, un vacío entre la universidad y el mundo del trabajo. Entendí
que la universidad sólo podía ayudar y formar a los que cultu
ralmente ya estaban preparados para recibir ese tipo de forma
ción: la “lógica del sistema” implica que los excluidos de la escue
la sigan siendo los excluidos de la universidad. La pedagogía
universitaria tradicional era la menos eficiente para luchar con
tra la exclusión. El método de formación seguía siendo el mismo
y los excluidos de la escuela se enfrentaban de nuevo a los mis
mos obstáculos. En estas condiciones, era poca la probabilidad
de lograr pasar esos obstáculos e integrarse.
No, lo que hacía falta eran nuevos tipos de capacitación.
Las discusiones con los representantes de la CGT fueron largas
y numerosas. No querían abandonar su modelo y no entendían
mis reticencias. Era importante para mí que admitieran mi pun
to de vista: yo no estaba cerrado a su solicitud, pero no podía
aceptar de inmediato su solución. Intentaba hacerles entender
que habría sido un engaño.
Mi experiencia me había enseñado que no basta con “abrir las
puertas de la universidad” a los adultos para que todos acudan.
El ciclo de promoción superior del trabajo exige que los auditores
hagan un esfuerzo de presencia y de estudio durante vanos años,
sobre todo si desean obtener un diploma, lo que muy pocos lo
gran finalmente.
Además, el adulto en formación se siente doblemente aislado:
la institución responsable de la formación, con el maestro y los
contenidos, son el único punto que une a las personas que toman
un mismo curso y que, en general, no tienen nada que ver entre
sí. Está también aislado culturalmente, sometido a una capaci
tación que, frecuentemente, no está arraigada en su vida, en sus
conocimientos, y cuyas referencias le son ajenas. Por otra parte,
él es generalmente el único que se beneficia de la capacitación en
su entorno habitual, de regreso a casa, no puede hablar de ello,
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no puede comunicar o recibir informaciones complementarias
personas habilitadas. En la escuela por ejemplo, se sabe que lOs
intercambios de informaciones con el entorno son muy impor.
tantes y pueden, de cierto modo, activar la formación. Sin duda
alguna, los nuevos conocimientos le serían más accesibles al adul
to si se ilustraran con ejemplos familiares; le permitirían vincu
lar lo aprendido con su propia cultura y poder integrarlo con más
facilidad. Pero, ¿no será ésta una empresa muy difícil para el
maestro que ignora la experiencia personal del adulto y tiene,
frente a él, un auditorio muy heterogéneo?
En aquel entonces entendía que, para que la capacitación sea
eficaz, el adulto tiene que sentir la necesidad de capacitarse, y se
deben dar respuestas a sus necesidades en el momento en que su
mente esté libre, en el lugar en el que se encuentre. Para capaci
tar al adulto, hay que ir hacia él, basarse en lo que conoce, en sus
intereses, en sus saberes, y guiarlo hacia nuevos conocimientos y
nuevos métodos. Finalmente, la capacitación que adquiere debe
ser valorizada en su vida cotidiana; yo iría aún más lejos en es
tas afirmaciones hoy en día.
Intentaba también explicarles que los adultos, y especialmen
te los de bajo nivel escolar, se resistían a la capacitación: los re
cuerdos desagradables de la escuela, la vergüenza de la exclu
sión y de la ignorancia, seguían vivos en su memoria y resurgían
rápidamente. Manifestaban una actitud de rechazo con respecto
a todo lo que se considera como “conocimiento básico”.
La única manera de hacer que los mineros aceptaran una ca
pacitación era, en consecuencia, hacerlos participar en la defini
ción de los contenidos. Imponer contenidos —como lo hace preci
samente la universidad— significa fracasar. En cambio, pregun
tarles lo que desearían aprender y responder a esa solicitud, eso
sí podía motivarlos realmente.
Yo entendía que no quisieran saber nada de reconversión, ya
que la capacitación sola no iba a solucionar los múltiples proble
mas provocados por la situación actual; el minero no era el único
afectado, su entorno, su familia también sufrían por ello. Si debiera
irse, abandonar la mina y vender su casa, todo su mundo estaría
trastornado. Se trataba, pues, de un problema político, económi
co, social y cultural que rebasaba el ámbito de la capacitación.
Era una razón suplementaria para no considerar pertinente
una capacitación clásica, por materias: los problemas eran
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globales colectivos^ Una enseñanza en matemáticas o en física
sería inadaptada. Era necesario favorecer la adquisición de co
nocimientos vinculados con la acción. Teníamos que pensar e
miplementar un modo de capacitación que relacionara el saber y
el hacer. Uno no puede influir solo sobre el entorno; la acción
tenía que ser colectiva.
Finalmente, si entendía las razones que los hacían rechazar el
principio de la capacitación para la inserción”, yo me negaba a
oponer capacitación para la inserción” y formación general: la
formación general no puede existir sin aplicación profesional y
no debería existir una capacitación para la inserción sin desarro
llo y progresos personales, o sea sin formación general. Ésta debe
desarrollar la capacidad y la posibilidad de adaptarse de manera
permanente a la vida cotidiana, particularmente a la evolución
de las condiciones de trabajo. Asimismo, en vez de ratificar la
separación que existe entre la universidad y el mundo del traba
jo, entre la formación general y la capacitación para la inserción,
yo consideraba que eran complementarias. Porque ese tipo de
separación es esterilizante según mi entender. Esperaba que una
complementaridad bien articulada favoreciera una dinámica po
sitiva. Así consideradas, formación general y capacitación para
la inserción formaban parte de lo que el CUCES llamaba “capaci
tación permanente”.
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a todas las instituciones locales, pedirles participar en la crea
ción de la acción y en su desarrollo, me parecía la única manera
de darnos una oportunidad de éxito.
Después de haber aclarado este principio, teníamos que lograr
detectar las expectativas de las personas que íbamos a capacitar,
de manera de adaptar la enseñanza futura. El medio tenía que
analizar estas expectativas y luego diseñar la capacitación, rea
lizar el montaje pedagógico y designar a los capacitadores, prefe
riblemente ahí mismo.
El medio debía dotarse de una organización que se encargara
del conjunto de las tareas. En ese contexto, el CUCES podía apor
tar en el estudio y en el análisis de los problemas que se plantean
el acompañamiento pedagógico de los capacitadores y proveer un
apoyo pedagógico a todo el sistema en general.
Sentí en el momento que mis interlocutores estaban algo de
cepcionados y profundamente inquietos, lo que se podía compren
der muy bien. Habían venido a pedirme una enseñanza universi
taria y yo se las negaba. Entendían mis razones, pero no podían
dejar de estar un poco sentidos conmigo. Además, tenían que con
vencer a sus compañeros. ¿Lograrían encontrar los argumentos?
Yo contaba con mi experiencia, me era más fácil convencer. Ellos
no tenían más que mis argumentos y la confianza que me habían
dado espontáneamente.
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habilitadas. Así era yo miembro del comité del distrito de Meurthe
11 Decidimos entonces que se intervendría al final de
et Moselle.
]a próxima reunión del comité. Cuando el prefecto formulara su
pregunta ritual. ¿Queda alguna pregunta?”; el representante de
la CGT intervendría. Señor prefecto, la CGT desearía que se
tamaran medidas frente a los problemas graves que conocen ac
tualmente las minas de acero... Nosotros creemos en la universi
dad: queremos saber si el CUCES, organismo universitario, acep
taría capacitar a los mineros”.
Todo se desarrolló como lo habíamos previsto. Al finalizar la
reunión del 30 de marzo de 1964, el delegado de la CGT hizo su
pregunta. El prefecto volteó a verme :
—Señor Schwartz, en calidad de director del CUCES, ¿puede
usted contestar a esta pregunta?
La respuesta, como la pregunta, había sido preparada.
—No puedo contestarle de inmediato. Necesito un poco de tiem
po para pensarlo y para consultar a las administraciones y a los
sindicatos.
Así es como me encargaron hacer el reporte de mis consultas
en la siguiente reunión del comité. El proyecto ya no era clandes
tino. La acción iba a volverse factible.
Nos encontrábamos con la espalda contra la pared.
La situación implicaba objetivos totalmente nuevos y muy com
plejos: se trataba de desarrollar formaciones masivas que permi
tieran influir sobre toda una zona geográfica culturalmente sub
desarrollada. El público-objetivo estaba a priori poco interesado
por la capacitación, y aparentemente resistente en un contexto so
cial que sería rápidamente perturbado; la ansiedad, más paralizan
te que motivadora, rara vez se acompaña de un deseo de capacitación.
No teníamos tiempo, sabíamos que no podríamos contar con él.
¿Cómo imaginar y proponer soluciones susceptibles de adap
tarse a tantas situaciones diferentes7 El comité esperaba res
puestas “normales”, propuestas de capacitación clásicas.
Para nosotros no se podía tratar de eso. ¡No íbamos a dar res
puestas “normales”, además, ni pensábamos proporcionar solu
ciones, íbamos a proponerles inventarlas juntos! Porque la ac
ción colectiva debía iniciarse ahí.
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Yo no iba a dar respuestas, sino que iba a analizar la manera
como se podían plantear las preguntas y proponer acciones colec.
tivas para contestar a esas preguntas.
La sesión siguiente del comité distrital que sena el 30 de oc
tubre de 1964, estuvo casi enteramente dedicada a la presenta
ción de nuestras reflexiones: las mías, anteriormente comunica
das a las organizaciones sindicales (pnncipalmente la CGT), y las
que me habían hecho los representantes de las empresas y de las
administraciones. Fue una reunión eminentemente pedagógica:
era la primera vez que los miembros del comité abordaban proble
mas de fondo. Propuse un análisis de las características de la re
gión como preámbulo a la acción de capacitación. Cualquier pro
puesta de capacitación resultaría probablemente inadecuada sin
un análisis un poco fino del terreno de acción. Nos parecía esen
cial conocer las reacciones de los mineros, también las del entor
no institucional local, frente a los problemas de capacitación.
Este análisis debía dar al CUCES la posibilidad de definir con
precisión las modalidades de organización, el tipo de capacita
ción adecuado, sus contenidos, a quién se dirigiría, quién se en
cargaría de ella, con qué medios y, por fin, en dónde se haría.
Otra condición previa, totalmente nueva en el campo de la ca
pacitación: para poder actuar mejor, pedimos que el centro de
decisiones se situara en el lugar en el que se encontraban los
mineros. Ubicar la dirección de las operaciones en Nancy hubie
ra sido contrario a los ideales de la acción. El CUCES pidió enton
ces la creación, por orden prefectoral, de un subcomité que sería
como el reflejo local del comité distrital Estaría, por lo tanto,
cons i ui o por os representantes locales de las organizaciones
tor dd^epYv ’ P°r l3S adm'nist'rac>ones y por el direc-
ca ferrífera el 7 6nC°ntraba en Bney el centro de la cuen-
P Bney ‘° PreSldÍría Ese subc°mlté
0rient
te para analizar la'lT* & , proyecto ’ Y se reuniría periódicamen-
volver a definir evont Ua,C10n’ para examinar lo realizado y para
implementarían para^lcanzarlÓ!'5 °bj6tÍV0S y los medl0s <’ue se
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cada propuesta nueva que iba en contra de las costumbres y de
las tradiciones, esperaba un rechazo categórico Así, cada vez que
mis propuestas fueron aceptadas, la noticia fue para mTuna
maravillosa sorpresa. y
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nistraciones oscilaba entre la resistencia
y el interés, pero final-
mente decidieron aceptar, seguramente por miedo a incidentes
demasiado graves.
Porque todos estaban conscientes de una cosa, del carácter
dramático de la situación.
La ENCUESTA
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Dos cosas sobresalieron de las reacciones de los mineros: por un
lado, hablaban mucho de sus Pre“"P"7e7a7Z±ci6 PW
otro no abarcaban espontáneamente el tema de la capacitación.
Desde un punto de vista profesional conocían los problemas
aue afectaban a ese sector económico y los criterios que lo regían;
búsqueda de un rendimiento más alto y de una valorización del
mineral búsqueda de mercados y desempleo de trabajadores; la
producción que impone su ley, todas esas nociones les eran fami-
Les. Parecían conscientes igualmente de las consecuencias y
cómo los afectaría: la inquietud se sentía cada día mas intensa,
todos se hacían preguntas con respecto a su porvenir, al de su
profesión, y al de sus niños.
Sin embargo, no relacionaban espontáneamente esa proble
mática general con el problema de la capacitación. Abordaban
ese tema únicamente porque aparecía explícitamente al final de
la entrevista. Es cierto que, para ellos, la capacitación no era un
tema habitual. La escuela ya era algo muy lejano y los recuerdos
que ellos le asociaban, las condiciones prácticas en las que la
formación se desarrollaba (contenidos, posibilidades de empleo,
problemas materiales), no contribuían a mejorar la imagen que
tenían.
Expresaban espontáneamente el temor de que una eventual
capacitación estuviera forzosamente vinculada con su despido.
“La reconversión no es una palabra nuestra”, dijo uno de ellos.
Para el minero, es una palabra hipócrita. Reconvertirse signifi
ca ser reconvertido, o sea, tener que perder su empleo, sus habi
lidades, su función, su estatuto social. Si capacitarse significa
esviarse del oficio de minero para aprender otro, entonces no
queremos capacitarnos. Y no queremos una capacitación con co-
nocimientos artificialmente definidos e impuestos.” Según ellos,
con la mi &S C°nS1 era^an Que Ia capacitación tenía que ver sólo
Xo deL ell°S "° deSeaban se ^tara a ese
Primeras propuestas
Con base en los resultados, el CUCES propuso tres ejes para las
formaciones que el subcomité examinó el 15 de junio de 1965.
El primero proponía una capacitación para la inserción labo
ral, asociada a una capacitación general. Fue rápidamente eli
minada porque ni el patronato ni las administraciones deseaban
que el CUCES interviniera en la capacitación para la inserción, y
porque los sindicatos, que asimilaban sistemáticamente capaci
tación para la inserción con reconversión, rechazaban todo lo que
se le pareciera.
El segundo eje abrazaba esencialmente la capacitación gene
ral; su meta era el perfeccionamiento de todos a largo término y la
elevación del nivel cultural. Fue remitido a una fecha ulterior
El tercer eje, finalmente, fue elegido. Proponía responder a
todas las solicitudes de “capacitación general técnica Los mine-
ros, cuya motivación para capacitarse no era muy gran e, u a
ban de la validez de la solicitud de los sindicatos y no creían que
la capacitación pudiera resolver sus problemas. En ese contex o
psicológico, preferíamos proponer-insistiendo en ese pnncipio-
61
un intento de tres meses con veinte cursos semanales,
horas cada una. Pensábamos que, después de un intento coin0
ése, nuevas solicitudes surgirían.
En cuanto al contenido, sugerimos al principio, mecánica au_
tomotriz, electricidad, expresión. Esa propuesta respondía a la
ambivalencia de la solicitud de los mineros, a ían pedido con-
tenidos que les sirvieran, ya sea en la vida co 1 *ana 0 en su vida
profesional. Como lo había dicho uno de e os. eguramente nos
va a ser útil en el trabajo La mecánica es a misma y sin pronun
ciar la palabra mina, sin referirse a nuestro ma ena , e sacare
mos provecho”. . , .. ,
Esa observación resumía perfectamente la mentalidad qUe
tenían en ese momento. Además, se trataba de contenidos que no
les eran ajenos, de los cuales ya conocían algo; ya no temían tan
to revelar su ignorancia al enfrentarlos.
Siguiendo ese eje, el CUCES propuso un sistema de ciclos que
se podían articular: si la experiencia era exitosa y si ciertas per
sonas deseaban seguir capacitándose, cada unidad, que formaba
una totalidad, podría así ser integrada en un itinerario de capa
citación global. Pero, en ese momento del desarrollo de la acción,
no existía ninguna perspectiva de diploma.
La estrategia escogida consistía en basarse en sus esperanzas
para proponerles contenidos adaptados. De ese modo, nacerían
nuevas esperanzas que atenderíamos con el desarrollo de otras
unidades. Pensábamos “abrir así la capacitación a la mayoría de
los mineros” y “emprender un proceso de capacitación continua”
Las modalidades de aplicación no eran todavía objeto de acuer
do, y creaban ya problemas delicados y concretos, pero igualmen
te muy políticos. ¿Cuándo se harían las formaciones? ¿Quién las
daría? ¿En dónde se efectuarían?
No podíamos contestar a la primera y a la tercera preguntas
sin tomar en cuenta la fragilidad de las motivaciones de los obre
ros. Las sesiones de clase deben corresponder a nuestras posibi
lidades.” “No queremos ir muy lejos, unos kilómetros de acuerdo,
pero no más. Queremos quedarnos con nuestros compañeros,
omos solidarios, queremos progresar juntos” (el problema déla
Herencia de niveles no les importaba). “Estamos de acuerdo en
62
intentar un rato, pero si no nos gusta ln
declaraciones habían sido frecuentes en 1 Jaremos ” Ese liP0 de
Temía que la unan.mrdadn^ca ¿ ob índ""13 ,
pregunta —cuando se harían las formaciones- Pon' ’h pnmi?ra
63
Cuando llegamos a ese punto del proyecto, el subcomité formuJó
otra pregunta. El subcomité estaba situado en Bney y existían er¡
la cuenca, en aquel entonces, muchas minas dispersas. El subcornj
té se sentía muy alejado del futuro terreno de acción para poder
tomar las decisiones necesarias al día. Propuso la creación de un
grupo de trabajo local, que sería responsable de la acción cotidiana
Ese grupo de trabajo, presidido igualmente por el subprefecto
de Briey, estaría constituido por las instituciones públicas loca
les y por los representantes de las organizaciones sindicales y
patronales de las 12 minas.
La acción adquiría un carácter revolucionario por su carácter
descentralizado. Es importante situarse en el contexto de los años
60. En Francia, en esa época, todas las decisiones se tomaban en
París, nada estaba descentralizado. La creación reciente de Michel
Debré de los comités distritales de capacitación para la inserción
y de promoción social, constituía ciertamente el primer paso ha
cia la descentralización, pero ese paso era pequeño en compara
ción con el que estábamos dando: habíamos creado instituciones
responsables en el terreno de acción. Y, sin duda alguna, esa es
trategia fue determinante para el éxito de la acción.
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esto nos obligaba a abrir tres o cuatro sitios diferentes probable-
mente a horas y días distintos.
Esa configuración ofrecía una gran cantidad de posibilidades
entre 30 y 50. Ahora bien, si sólo recibíamos unas cincuenta ins
cripciones, tendríamos que decirles a los voluntarios “usted soli
citó tal curso y quiere que se haga cerca de su casa, en tal pueblo.
Como usted es el único en esa situación, es imposible, por lo tan
to, le proponemos que mantenga su decisión pero entonces ten-
un curso que se haga cerca de su casa”. ¡No hay nada peor para
desmovilizar los deseos de aprender! Para que la operación pu
diera desarrollarse en buenas condiciones, era indispensable que
se inscribieran numerosas personas.
La necesidad social era, para nosotros, lograr invertir la ten
dencia que habíamos observado en el instituto de promoción so
cial, en donde se marginaba a los que se capacitaban. Deseába
mos que, al contrario, el movimiento hacia la capacitación fuera
masivo y que los demás, los que no se habían inscrito, se sintie
ran atraídos, “jalados”. La apertura masiva del medio socioprofe-
sional era una condición de realización del cambio radical.
Con esa perspectiva, los sindicatos solicitaron la atribución de
becas que sirvieran de incentivos. “Si queremos que muchos mi
neros se inscriban, es necesario mostrarles que las instituciones
se interesan en esa acción. Una ayuda financiera, aunque sea
simbólica, es la única manera de demostrarlo. Arréglenselas para
encontrar el dinero. No hay que olvidar, además, que la capacita
ción se va a hacer después del trabajo. ¿Por qué irían si tienen la
impresión de que no importa?
Esa solicitud imprevista provocó largas discusiones. Una canti
dad de dinero simbólica, multiplicada por millares, ya no entraba
en el presupuesto previsto. Sin embargo, frente a la presión de los
sindicatos, el problema se planteó al comité distrital, que a su vez
solicitó el consejo regional, que finalmente acepto financiar la ac
ción para manifestar su interés y su compromiso con la acción
El importe de la beca fue fijado a 100 francos (900 francos ac
tuales)14 y se decidió que se atribuiría a todos los auditores que la
solicitaran y hubieran participado con asiduidad en un ciclo.
65
El nervio de la... acción y su puesta en marcha...
TORMENTOSA
pnmera tarea en^3^ loCa1’ que se reuni'a cada mes, tuvo como
tarea, encontrar a los formadores. La misión era delica-
66
da porque no sabíamos cuántos se necesitarían ■
dos tendrían que enseñar. En vez do d ebltanan> ni qué conteni-
sa, lo que debíamos lograr era Una cifra Prec>
16 Cf.: Capítulo 1.
67
mucho sobre e^r lnte^
70
cretos Por ejemplo, al realizar un montaje eléctrico, ciertos audi
tores teman dificultades para calcular. Superar esa dificultad no
sólo les permitía progresar en el montaje eléctrico, sino también
adquirir un conocimiento que les serviría en otras ocasiones.
Por lo tanto, teníamos que admitir que, en cualquier momento,
el programa podría cambiar por una o dos horas; hasta la orien
tación que se le había dado en un principio podía modificarse.
Así, el conocimiento no era considerado como algo cerrado o pa
ralizado así es como lo habían percibido muchas veces en la
escuela—, sino como una materia animada y abierta en miles de
direcciones atractivas.
La última clase estaba casi totalmente consagrada a una
autoevaluación durante la cual los auditores tenían que intentar
determinar sus nuevas necesidades. Se tenía que realizar un pro
ceso dinámico de educación en esa etapa. Solo hay educación
verdadera cuando el adulto es capaz de evaluar por sí mismo sus
resultados, y de descubrir, gracias a eso, nuevas necesidades, o
sea cuando puede transformar necesidades no sentidas en nece
sidades sentidas. De la conciencia de esas nuevas necesidades
puede nacer otra solicitud de capacitación.
71
£ una lenta reintegración del coim,
go del ciclo, y que favorecía mundo del saber „
miento por el adulto> yi del-duKo en^ e
nueva apropiación de los ~noc motivantes
utilización en temas famdl ,y también vinculada con el n,
blema de la nivelación de conocimientos y trataba de la apropia
c oTde la capacitación por los participantes. Asimismo los pri
meros intentos nos enseñaron algo sorprendente: cuando los parb
apantes se “apropian” de la capacitación, como en este caso, o sea
cuando ellos empiezan a definir los temas y las metas, ciertos obs-
táculos mayores de la formación tradicional caen por si solos.
Uno de esos obstáculos, ya bien conocido, es el que se encuen
tra cuando uno quiere hacer comprender conceptos abstractos
—como las matemáticas, la física, la estadística — a personas
que no están familiarizadas con la lógica interna de esas discipli
nas. El proceso que se utiliza generalmente —el único que per
mite suscitar el interés y, por lo tanto, la atención y la inteligen
cia— es el de encontrar ejemplos concretos. Asimismo, cuando se
le pregunta a un niño cuánto son 2+1, al principio, no puede
contestar. Si se le pregunta cuánto son dos dulces más un dulce,
contestará sin ninguna duda, porque se siente directamente impli
cado, (sobre todo si tiene el derecho de comérselos): tres dulces.
Al principio, ninguna teoría puede ser asimilada si no la acla
ran ejemplos concretos. Aclarar los conceptos abstractos con ejem
plos es capital, pero encontrar los ejemplos adecuados y eficien
tes no es tan fácil. Lo experimenté en el CUCES, al dar un curso
de estadística.
Las técnicas'estadísticas intervienen en campos muy diver-
noeio'de d ’ 3 ad«ó" de ciertas nociones es capital. La
quesos los venPdT10n “ Un3 de ellaS Una fábrica que produce
Pero nnaP 311230 6 15° & P°r eJemP
sea muy Pu^eTabt
precisa- nn Z ^ Xn¿m naciones? en la producción, aunque '°
entre 14()Py 160 g Inte^T puede pesar entre 145 y 155 g, o hasta
alón. El fabricante de^ ’ P°r ’° tanto> Huma la disper
te, debe reduciría pííi evi^? ’ Cera dos razopp s: por una par-
de su queso con menos peso da , S multas ue
> q le aplicarán si ven-
puede decidir, como muchos lo h ° qU6 anuncia Por otra parte,
bncar sistemáticamente on.« para evitar las multas, fa-
150 g: perderá 10 g de ‘XT g qUe Vende al preCI° dC
queso, lo que no es rentaWe a ]arpo plazo
72
Para que mis auditores del CUCES entiendan ese concepto de
dispersión, había intentado encontrar ejemplos industriales y fi
nalmente escogí el de una resistencia eléctrica. Una resistencia
eléctrica es un tubito en el que se introduce pólvora que se cuece
vanas veces y que se vende con un valor anunciado de 10 ohmios.
Si se encuentra entre 9.5 y 10.5 ohmios, no importa, en general
Pero si la vanación es superior, puede ser problemático. Cuando
acabé de explicar el ejemplo, me di cuenta de que sólo ciertos
auditores, los electricistas que conocían el principio de la resis
tencia eléctrica, habían entendido el concepto de dispersión En
cambio, los que no eran electricistas, quizás habían entendido algo
de resistencia eléctrica, pero nada del concepto de dispersión. O sea
que, para la mayoría, el ejemplo había escondido el concepto.
Había entonces intentado tomar ejemplos conocidos de todos,
y esperaba que el concepto pudiera surgir así, con un ejemplo
familiar. Tomé el ejemplo de la cazuela llena de agua que se pone a
calentar. El agua tarda más o menos tiempo en hervir, si se le pone,
o no, una tapa Esas diferencias de duración mostraban la disper
sión. Pero me sorprendió mucho que, con ese ejemplo, los auditores
tuvieron la impresión de que yo los trataba como niños. Algunos
vinieron a verme al final de la clase para decirme que no estaban
aquí para divertirse y que querían ejemplos senos.
¡Qué posición más cunosa, en la que me encontraba encerra
do! El ejemplo que habían considerado como “serio”, porque era
industrial, impedía la comprensión del concepto, y el ejemplo
demasiado familiar, que no tomaban en seno, desmovilizaba la
atención y dejaba el concepto tan inaccesible como antes
Ese problema, que muchos profesores conocieron, había des
aparecido en el campo de la acción colectiva. Los temas eran co
munes, y sobre todo se escogían juntos, por lo tanto, los ejemplos
surgían solos, anclados en una expenencia colectiva
73
grupo De entrada les dimos la palabra a ellos. ¿Cuál era su análk
del funcionamiento de la acción? ¿Que conclusiones sacaban de¿
Sus observaciones fueron muy positivas. Habían compro]^
do un ausentismo muy reducido (10 por ciento por grupo, e8e*'
cialmente debido a las dificultades de horario de trabajo) y qu‘
sus compañeros habían manifestado su interés, a veces hasta
apasionarse; frecuentemente se prolongaban las dos horas decía,
se, y ciertas personas no inscritas se habían unido al grupo. Ha
biaban de “entusiasmo colectivo” y lo comprobaban: nueve audi
tores de 10 deseaban seguir su perfeccionamiento en septiembre,
y como se habían descubierto nuevas necesidades, ya habían de
finido su itinerario de capacitación.
Sin embargo, surgió una nueva solicitud relacionada con ese
entusiasmo y con ese deseo de proseguir, que cambió totalmente
la acción:
—Señor Schwartz —dijo uno de los delegados—, ahora que
sabemos que podemos capacitamos, tenemos ganas de seguir, pero
algunos de mis compañeros desean que la formación culmine con
diplomas.
Esa declaración inesperada sorprendió a mucha gente... y pro
vocó una discusión de tres horas. Todos los representantes esta
ban micialmente en contra de esa posibilidad: los patrones, por
que temían reivindicaciones de escalafón si se otorgaban diplomas
(lo que implicaría aumentos de salarios); los sindicatos, porque, para
ellos, los diplomas significaban promoción personal y aceptación
de la reconversión; ciertas administraciones, que otorgaban
ya diplomas, no deseaban que la acción los desestabilizara, y y0,
porque sabia que si nos “metíamos” en lo “institucional”, tendría-
74
ban de decírmelo, visualizaba las
esperaban. dificultades colosales que me
La mayor dificultad se refería al tipo de exanwn
ría adquirir el susodicho diploma. En Frianci
una o varias pruebas, al cabo de las X ““To
diploma De ese modo, el ciclo de estudio o de capacitada qu¿da
evaluado por medio de un examen final, y los dos o tres años de
estudio correspondientes no serán reconocidos si uno reprueba
este examen. F
75
• itinerario y estudiar a su prop10 n
educandos escoger su propio aptitudes y de sus disponibilid^.
76
la cuenca de Briey, con la concertación del inspector general de la
Enseñanza Técnica . Si me permito hoy relatar ese acontecimiento
—lo era, de verdad, jurídicamente y políticamente hablando—
es porque hay actualmente prescripción y que una ley integró en
1971, esta nueva posibilidad de otorgar diplomas.
No se modifica, sin embargo, ni una sociedad m una adminis
tración central paralizada por viejas costumbres con unos sim
ples textos. La legalidad (teórica) que nos fue concedida no nos
evitó resistencias —de hecho más bien en el nivel nacional que
en el nivel local Como estábamos realmente en contacto con el
campo de acción, encontramos un apoyo inmediato de parte de
las instituciones locales de enseñanza técnica de la región. La
razón era simple: para ellas, lo que estaba en juego era claro, lo
conocían.
En cambio, las resistencias se manifestaron rápidamente del
lado de París. La administración parisina, que se consideraba
como la garante de los grandes principios que regían la entrega
de diplomas, tenía la firme intención de vigilar que éstos fueran
respetados. Poco relacionados con la acción local que ímplemen-
tábamos, los representantes de la administración central desea
ban, sobre todo, que no se pusiera en duda lo que ellos consideraban
como tres “inviolabilidades”: el carácter inviolable de los conteni
dos, del modo de examen, y de la duración de la formación. Para
vigilar mejor el respeto de sus principios, una comisión de la Se
cretaría anunció que pensaba ir a Bney para “controlarnos’
Cuando pienso en ese episodio particularmente delicado, siem
pre recuerdo la gran sala del CUCES en la cual las 30 personas
que componían la susodicha comisión se habían sentado, alrede
dor de una mesa en forma de U. Solo, frente a esas 30 miradas
clavadas en mí, tenía la impresión muy poco agradable, lo con
fieso— de estar en el banquillo de los acusados o, por lo menos,
de pasar un examen frente a un jurado hostil apriori. La prime
ra intervención del presidente marcó el tono de la reunión:
-Si bien aceptamos, forzados, la decisión del Secretario de mo
dificar las modalidades de atribución de los diplomas «mimos
a asegurarnos de que usted no cambiará ni una coma e
te7d0?
.
Declaración j
sorprendente, ¿por qñor oué hubiéramos deseadoi acam-
iorn£1Q acción
biar las modalidades d^^Xtelarlcíón Xl presidente de la
misma no nos lo imponía' La aec
77
comisión era sintomática, sobre todo, de la actitud parisina, es
cialmente basada en la forma. La nuestra en cambio era pr^,
mática e intenté explicarme: los principios de nuestra acción
sus ideas básicas, habían impuesto, desde el principio, una modi
ficación de los contenidos. La concepción de las unidades
capitalizables nos obligaba a apoyarnos sobre una pedagogía pOr
objetivo y, por lo tanto, los contenidos ya no se presentaban como
unos conocimientos que se tienen que adquirir (como en la peda
gogía tradicional), sino como unas capacidades (“ser capaz de”),
como unas metas por lograr. Era una consecuencia de nuestro
diagnóstico inicial: nos parecía absurdo aplicar una pedagogía
tradicional a la capacitación de personas que habían sido exclui
das por ella. En cambio, con la pedagogía por objetivos habíamos
logrado evitar esas dificultades y emprender una verdadera ca
pacitación colectiva. Ahora bien, en ese tipo de pedagogía, la eva
luación no se hace en función de los conocimientos, sino de la
capacidad del educando para “realizar tal o cual actividad, en tal
situación” con más o menos autonomía. Esas capacidades supo
nen obviamente la adquisición de ciertos conocimientos (por lo
general, sobre temas diferentes), pero implica métodos de eva
luación distintos.17 Los contenidos se encontraban, en consecuen-
modificados en forma inevitable.
O
Cf.. B. Schwartz, Une autre école, op. cit. Mal utilizada, la pedagogía p°r
objetivos presenta también inconvenientes y peligros, por lo tanto no me haré
el defensor incondicional de ella. Sin embargo, en este caso, presentaba sobre
todo ventajas.
78
drían no “saberlo todo”, ya que se les cuestionaría únicamente
sobre lo que ya habrían hecho. La objeción era, nuevamente, de
tipo formal y teórica. La producción de expedientes por los candi
datos implicaba que dominaran las capacidades requeridas, la
experiencia comprobaría en los hechos que la objeción no era vá
lida; los jurados lo confirmaron luego.
También nos tacharon de laxismo. Pretendieron que, al esta
blecer una evaluación sobre capítulos preparados, les facilitába
mos demasiado la tarea a los educandos. Esa objeción era nueva
mente superficial. Les contesté que ese sistema, bien
implementado, era, al contrario, aún más exigente que el clásico.
En efecto, en el sistema clásico de los exámenes, una calificación
insuficiente en una materia podía ser equilibrada por otra califi
cación en una disciplina diferente. En nuestro caso, uno tenía
que ser aceptado en cada unidad —las calificaciones desapare
cían: efectivamente, “uno es capaz o no lo es”—. Así, trastornába
mos todos los principios tradicionales: ¡no sólo el examen en for
ma de “todo o nada”, sino también la manera de calificar!
Atacamos el último baluarte: la duración de la formación. Im
ponerles a los obreros una duración definida hubiera sido con
trario a la ideología de la acción, e incompatible con las realida
des a las cuales se enfrentaban. Lo que queríamos era que cada
educando pudiera validar las unidades, cuando pensaba que es
taba ya listo.
Proponíamos que la validación de conocimientos se podía ob
tener de dos modos distintos. Para una unidad dada, el educando
podía solicitar un control de sus capacidades (y obtener la vali
dación en caso de éxito) cuando estimaba que era “capaz de...”
(contestar a las situaciones consideradas en esa unidad), sin ha
ber asistido a los cursos de capacitación Si, al contrario, tomaba
el curso, la evaluación sería continua y formaría parte integral
de la capacitación y se efectuaría a lo largo de su progresión. En
ese caso, el certificado validaría los conocimientos adquiridos, el
examen final, paralizante para el adulto, sería suprimido y
remplazado por un control permanente.
Se trataba de un aspecto capital para nosotros. ¿Por qué impo
nerle a un adulto tomar el curso de una unidad que enseñe habi
lidades (y por lo tanto contenidos), que él ya posee? Lo ideal sería
que cualquier persona pudiera hacer validar sus capacidades ge
nerales y profesionales en cualquier momento, y sólo los ímpera-
79
tivos de organización nos obligarían a determinar ese“
momento” en fechas precisas. CUal9%
81
permanente de todas las fuerzas organizadas del medio y ¡
cesidad, para que pueda vivir, de que la relación de la pobl^'
que se capacita a la población total supere un límite crítico”ClÓí>
Esas últimas conclusiones desembocarían sobre nuevas
siones: en la primera zona decidimos abrir ciclos a todos los tr
bajadores que pertenecieran o no a la mina. Había que medir*
importancia política y social de una decisión como ésa, ya que¡e
daría su verdadero sentido colectivo a la acción. También decidí
mos extenderla a otra región con doce minas, y seguir experj.
mentando el nuevo sistema de atribución de diplomas.
En esas dos zonas, organizaríamos una nueva campaña dein
formación, cuyas modalidades serían modificadas: a la carta en
viada a los mineros añadiríamos un documento explicativo que
precisaría lo que significaba la “acción colectiva”, lo que les pro
ponía y en qué condiciones. Por otra parte, esa campaña se acom
pañaría de carteles en las alcaldías y en las minas, de noticieros
en la televisión regional y de reuniones con candidatos de las
organizaciones sindicales.
Desde ese momento, la acción estaba encarrilada, si lo puedo
decir así, porque su camino seguiría siendo agitado por las vicisi
tudes políticas y sociales que, entre 1967 y 1969, interferirían y
provocarían conflictos y arreglos. En todo caso, no pensábamos
retroceder: la región se había comprometido totalmente y todos
los asociados locales, directos e indirectos, se sentían involucrados
82
siguientes: a pesar de la huelga, se implementarían 18 ciclos a
principios de mayo, en la primera zona. Esta zona contaba ade-
mas de los nuevos inscritos, con un núcleo sólido de participan
tes que ya habían asistido a los cursos del año anterior y estaban
acostumbrados al trabajo en grupo. La capacitación seguiría des
pues de los dos meses de interrupción del verano (lo que no sería
demasiado problemático para los que ya conocían la acción) Así
es como asistimos a un evento excepcional: ¡en plena huelga las
puertas de las minas se abrían para recibir a los formadores!
En cambio, empezaríamos con retraso en la segunda zona. Para
no desmovilizar a los nuevos inscritos, organizamos reuniones
de información, pero la verdadera capacitación sólo empezaría
en septiembre. Se efectuaron 24 reuniones que agrupaban a los
futuros participantes en función de la materia escogida, de la re
gión y del puesto de trabajo. Esas 24 reuniones atestiguaron el es
fuerzo que realizamos para no perder a nuestros participantes.
Mientras tanto, habíamos redactado el documento previsto
durante la última reunión del subcomité y del grupo de trabajo,
pero provocaba los problemas... previstos: a pesar de una redac
ción conjunta con los auditores, o sea en su lenguaje, poca gente
lo leía, tanto porque era muy gruesa (23 páginas) como porque
una lectura como ésa suponía que los lectores tuvieran costum
bres intelectuales poco frecuentes en ese medio, las que precisa
mente queríamos desarrollar. Además, presentaba las bases de
la acción, y éstas les parecían increíbles a los que no las cono
cían. ¿Cómo admitir que, por ejemplo, “ningún conocimiento en
matemáticas era necesario para emprender un ciclo de mecáni
ca”? Finalmente, no se había tomado en cuenta que, como la can
tidad de analfabetos seguía creciendo, cualquier información es
crita resultaba inadaptada.
Sin embargo, a pesar de esos defectos, la campaña de sensibi
lización fue un éxito. Seguramente porque el documento no era
el único medio y que se realizaron durante tres días enteros unas
Permanencias en nueve alcaldías de la región, as personas ín
teresadas informaban a sus vecinos, lo que suplía la información
Nuevas decisiones
18
N. del T.: El Comité de Empresa es una instancia tripartita, f°ripa pOr
los delegados de los obreros, de los empleados y de los ejecutivos, presidí
el director de la empresa. Asume funciones de organización del trabajo,
sulta con respeto a los problemas de capacitación y a las decisiones toma
cuanto a la administración y a los resultados de la empresa, de adminis r
y de control de las actividades socioculturales organizadas en la empreSfl'
84
pecto a los eventuales despidos”. Por su lado, los representan
S que dZX 8 P0S1?6n en CUant° * >-“e
tendría que ,"
discutir sobre los medios necesarios para efectuar
una información mas completa al conjunto de los trabajado X
las organizaciones sindicales redactarían y distribuirían un
periódico, en el cual expresarían su punto de vista sobre la
acción y contestarían a las preguntas de los mineros de la cuen-
ca, sobre la capacitación;
se organizarían reuniones en las localidades mineras para con
testar a las solicitudes de información del público;
los ciclos serían también abiertos a nuevos públicos —mujeres
de la región, obreros de origen extranjero— y en caso de que se
solicitaran nuevos contenidos, se estudiaría su factibilidad;
a principios de 1969 la acción se extendería a la última región
de la cuenca ferrífera;
los auditores, los formadores y las organizaciones sindicales
realizarían la campaña de sensibilización, y todos los que par
ticiparan en ella recibirían previamente un documento de in
formación sobre la acción, que comentaríamos junto con ellos
“pudotSE*'»£"’X
obtener, la ’ •'
pudo realizar.
86
cías l°s representantes patronales (dos nuevos por parte de la
siderurgia, que llegaban de París) se opusieron rotundamente a
toda extensión de la acción a la cuenca siderúrgica. Argumentan
que ya existía una capacitación, que es “buena y no modificable”,
y que no deseaban que nuestra acción interfiriera.
En realidad, sus temores tenían otro origen: empezábamos a
otorgar certificados de secundaria técnica con el sistema de uni
dades capitalizabas y temían que los millares de obreros que
trabajaban en la siderurgia desearan adquirir diplomas y luego
reclamasen aumentos de salario. Opusieron entonces un rechazo
categórico, afirmando que, de todos modos, los obreros no necesi
taban formaciones suplementarias, ya que no se preveía ningún
despido (Unos años más tarde, una gran parte de los trabajado
res del sector siderúrgico sufrieron despidos masivos.)
Con ese rechazo, el desarrollo de la acción se frenó. Teníamos
que encontrar un arreglo. Tras una serie de discusiones tempes
tuosas, se decidió que la capacitación sería abierta a toda la po
blación, en todas las partes donde los siderurgistas no fueran muy
numerosos o sea en la primera zona. En donde se encontraban
muchas fábricas siderúrgicas, la información sería divulgada
únicamente dentro de las minas. Sin embargo, si se presentaban
espontáneamente obreros que no fueran mineros, no los rechaza
ríamos.
En cambio, el subcomité decidió al mismo tiempo implementar
la capacitación de las mujeres en corte y confección en la zona en
que se había efectuado la primera experiencia.
A lo largo del año, los efectivos no pararon de crecer. 1100 parti
cipantes (126 ciclos) en jumo de 1969,1300 en diciembre de 1969 Y
en 1971 —pero en esa época yo ya había dejado el CUCES , 3 000
participantes estaban inscritos y 400 grupos funcionaban.
La acción se prolongó durante más de diez años después de mi
salida. Se había modificado mucho, pero había dado luz, desde
antes, a otras acciones: una en las minas de carbón de la región
de Lorraine, dirigida también por el CUCES, dos en la Región del
Nord-Pas-de-Calais (iniciativa de la región dirigida por el Centro
87
de lectura, de escritura y luego capacitaciones para la integra
ción y hasta formaciones de promoción superior del trabajo. Esa
apertura correspondía, de hecho, a los deseos manifestados por
la población y a las metas que ella misma se fijaba. En la medida
en que constituyen aspectos importantes de toda acción colecti
va, los cito rápidamente: deseo de supervisar a los niños esco-
larizados y, en particular, entender mejor lo que aprenden (eso
incitó a ciertos padres a asistir a los cursos de matemáticas moder
nas y a perfeccionarse en francés); deseo de expresarse mejor, de
hablar mejor la lengua del país en el que viven, para los extranje
ros, de poder dialogar más fácilmente con las administraciones y
con las instituciones, de leer mejor (los periódicos, en particular)
y de mejorar su escritura (muchos no saben muy bien cómo re
dactar una carta); deseo de entender mejor su trabajo, lo que lo
hace más interesante; en fin, y eventualmente, deseo de obtener
una comnetencia Drofesional (certificado de secundaria técnica o
■-*- •* •
aX del tren Los obreros que asistían a los cursos vivían ge„,
raímente muy lejos, por lo tanto tomaban el tren y hablaban w„
ot os que vivían un poco más lejos, quienes venían más tarde 5
solicitar su inscripción al CUCES, después de haber platicado cOn
otros que Ese proceso empezó a suscitar la inquietud de las
instituciones, hasta que un día, en el Consejo de Administración
de la Formación para la Inserción en París, me dijeron: “¿pero
cuándo se va a detener, usted? ¿Veremos algún día su acción lle
gar por tren a París?”
No fue ésa una reacción aislada. Es normal que toda acción
suscite reacciones, y que toda innovación suscite resistencias, de
fensas o rechazo, también es natural. Seguramente es ésa una
ley: mientras la innovación permanece experimental y confiden
cial, se la reprochan a uno, pero no se actúa en contra, ya que no
representa ningún peligro para el orden establecido. En cambio
cuando la innovación se instala y amenaza el sistema, las reac
ciones se hacen más duras.
Es lo que le pasó a la acción de Briey. Me habían reprochado en
un principio su carácter experimental, pero me habían dejado
libre. ¿Quizás porque no creían que pudiese tener éxito? Bueno,
el hecho es que cuando empezó a desarrollarse, me pidieron cor
dialmente que fuera a buscar fortuna a otra parte.
El primer ataque fue sobre la “anarquía” de su desarrollo. De
repente, no se veía dónde empezaba ni dónde acababa, ni en el
tiempo, ni en el espacio. Se extendía por todos lados, sin que su
extensión multiforme pudiera ser totalmente controlada. Luego
1P 1 C,aror^ ^as reacci°nes: financieras, político-sociales, po-
1
había j
GS> 6n Un°S cuantos meses, la acción de Briey se
90
,a ¿apacitación para la inserción y de la promoción social, desa-
^,-¿jban por su lado nuevas respuestas a las solicitudes que au-
L¿2:aoan cada día. En ese contexto, la acción de Briey era siom-
cre señalada como un programa muy costoso.
\ nivel político y social le reprochaban que “no era sena": efec-
r-vamente, la capacitación para la inserción existía ahora en la
¿•¿enea ferrífera, pero la mayoría de las formaciones no eran de
ese npo era peor aún en Merlebach,23 en donde el CUCES, en
había emprendido una nueva acción). ¿Teníamos dinero para
¿espilfarrar9 La capacitación de las mujeres era la más atacada
en ese aspecto 6el corte y la confección merecerían tanto dinero?
Es cierto que las mentalidades evolucionaban en función del con-
lexto económico antes de 1968, la riqueza general facilitaba la
aceptación de la idea de una capacitación “desinteresada”. Con
la aparición y el crecimiento del desempleo, el juicio era más se
vero por parte de las instituciones como de las personas
involucradas: se exigía que se tomaran en cuenta los imperati
vos profesionales, se polarizaba más sobre el empleo y, por lo
santo, se pedía cada vez más a la capacitación que atendiera esos
imperativos.
Las reacciones eran también políticas: hay que precisar que
los ejecutivos del CUCES habían participado activamente en los
acontecimientos de mayo del 68. Las reacciones no tardaron. En
1969 el reporte de las actividades del CUCES había afirmado que
las acciones colectivas debían lograr que los participantes “lle
guen a ser actores y sujetos de su propio desarrollo” (fórmula que
recordaba la meta anunciada desde un principio para la acción ).
Me convocó el prefecto de la región, me acusó de “izquierdismo” e
hizo que el gobierno redujera considerablemente la subvención
Asimismo, el contexto político nacional, al movilizar el entor
no local, comprometía la acción con reacciones de una violencia
increíble: ¡hasta me acusaron de “organizar en el CUCES cursos
de educación sexual aplicada”! En realidad, las acciones de re
presión derivadas de los eventos del 68 alimentaron la amalga
ma —cultural, esta vez— entre ideas revolucionarias, a las que
quería quebrar las alas, y acciones innovadoras, aprovechan
do para ametrallarlas en la misma ocasión.
91
Incitación y orientación dos elementos clave
DE LA CAPACITACIÓN
92
Orientarse hacia una capacitación dada, constituye efectiva-
mente uno de los problemas imiyores de todn capacitación de
adulto. La manera de proceder habitual os la entrevista, pero la
experiencia que tuve en Nancy me enseñó que esas entrevistas
de información y de orientación están generalmente inadaptadas.
¿Cómo pedirle a un adulto que elija una disciplina, de la cual
ignora tanto los contenidos como la utilidad?
Asimismo, asistí muchas veces a escenas casi surrealistas: la
persona llega a un centro de recepción y de información, un
formador la recibe (en general dispone de poco tiempo) y le pre
gunta cuál es la capacitación que desea escoger. Indecisa, sin
puntos de referencia, la persona se queda callada. El silencio dura
unos segundos, a veces un minuto —¡y qué largo es un minuto de
silencio!—, luego, el formador toma la palabra de nuevo y propo
ne. ¿Tal capacitación7 La persona sigue callada, no sabe qué con
testar, porque no dispone de ningún elemento para contestar.
Entonces, el formador propone otra cosa, hasta que el “sí” cae,
como por casualidad, puede ser simplemente porque era psicoló
gicamente imposible seguir dudando o diciendo “no”.
Frente a esa manera aproximativa de proceder, que para el
futuro auditor se parece más a una forma de lotería que a una
decisión madurada (¡y sin embargo, su porvenir está enjuego!),
la unidad de incitación propone una alternativa apreciable, ésta
puede ser concebida como una muy buena manera de orientar.
Efectivamente, el auditor la escoge para empezar, porque conoce
en parte su contenido y le interesa. Luego, tiene la posibilidad de
explorarla y de cambiar. Esa capacitación de inicio le da la opor
tunidad de conocer cuáles son sus gustos y sus capacidades, de
profundizar su reflexión, de proyectarse en el futuro y de deter
minarse más libremente.
Daré aquí el ejemplo de una unidad de electricidad, que he
vivido personalmente. Los auditores esperaban que les permiti
ría componer o hasta realizar solos pequeñas instalaciones eléc
tricas, pero se quejaban de que, según ellos (y era probablemente
cierto), sus conocimientos en matemáticas eran insuficientes. En
general, se admite efectivamente que una capacitación en elec
tricidad exige ciertos conocimientos previos (o prerrequendos ).
¿Cómo procedimos entonces en esa unidad?
Después de haber consagrado tres clases a determinar una
“primera elección del programa”, en la cuarta clase estudiamos
93
el principio del apagador alternado, que iba a ser la oportunidg ¡
de un vaivén entre conocimientos concretos y teóricos
Fiel a los principios de la pedagogía de las representaciones
iniciada en los estudios de Piaget, el formador empezó a hacer
preguntas a los participantes sobre cómo se representaban un
apagador alternado. “Permite prender y apagar una lámpara
desde dos lugares distintos , dijo uno de ellos. El apagador al
ternado está relacionado con la presencia de dos interruptores”,
añadió otro. “Cuando compramos un apagador en una tienda,’
hay que precisar si lo queremos ‘alternado o normal’, advirtió
un tercer auditor.
Finalmente, la clase se acabó con la definición siguiente, elabora
da por el grupo: la meta del apagador alternado es “poder controlar
(prender y apagar) la iluminación de un cuarto desde dos lugares
distintos” (la primera observación era la que más se acercaba)
Durante la siguiente clase, el grupo se concentró más en la
posición de los dos apagadores. Para eso, disponía de un poco de
material y, al cabo de varias observaciones, los participantes en
tendieron el sentido de la “continuidad de la corriente”, o sea que
ya no pasa en cuanto se corta o se interrumpe en alguna parte.
La quinta clase fue consagrada a la noción de “tensión”. Como
lo mostró una discusión previa, la mayor parte de los auditores
ya sabía que “los aparatos eléctricos funcionaban con 110 o 220
volts, y que su batería de automóvil era de 6 o 12 volts”. También
sabían que la plancha “calienta y consume” más que el televisor.
Efectuaron entonces algunas manipulaciones, midieron las co
rrientes, comprobaron que en cuanto más se desplazaba la aguja
del aparato de medida, más electricidad consumía el aparato.
Así entendieron que la intensidad de la corriente caracteriza
la cantidad de electricidad y, poco a poco, al establecer relaciones
entre las manipulaciones que habían hecho y lo que ya sabían?
lograron aprender una o dos leyes de electricidad.
Esa manera de proceder hace intervenir una alternancia a
introducir tres tipos de conocimientos y de habilidades: por una
parte los conocimientos aproximativos que manipulan intelec
tualmente (saben que la tensión es de “tanto”) y materialmente
(componen más o menos bien un enchufe ); por otra parte 10S
manipulaciones con medidas; y finalmente, en ciertos momeo
tos, aportaciones teóricas que se van a apropiar y que les dar^3
la posibilidad de pasar a otras situaciones.
94
Esa experiencia positiva me incitó a intentar la introducción
Je ese método pedagógico en la Enseñanza Publica: ya que consi
dero que esas unidades iniciales de incitación, de orientación y
de nivelación de los conocimientos constituyen uno de los mejo
res métodos conocidos para hacer que los adultos puedan em
prender de nuevo una formación, propuse, cuando era consejero
de Educación Continua en la Secretaría de Educación Pública,
que se organizaran poco a poco unidades como ésas en las regio
nes de empleo, para acompañar la ley de 1971. En aquel enton
ces, la idea de los GRETA24 estaba naciendo, y por lo tanto intenté
—sin éxito desgraciadamente— hacer que ése fuera su primer
objetivo Así, cada adulto hubiera podido encontrar cerca de su
casa un lugar en el que le hubiera sido posible orientarse. Si la
idea no fue realizada, ¿no era porque fue demasiado nueva toda
vía y que el conformismo les da más facilidades a las institucio
nes que las innovaciones?
21N.
del T. GRETA: Conjunto de escuelas públicas reagrupadas para satisfa
cernecesidades de educación y capacitación de adultos, con base en sus propios
recursos.
95
como para no sentirse marginadas, “fuera de la competencia”, £;,
gran cantidad —o mejor dicho la gran proporción de participa^
tes en la acción en comparación con la cantidad de personas quG
viven en la zona referida transforma la situación habitual (y
negativa) en la cual las personas poco calificadas, no muy nume
rosas dentro de un curso de capacitación, intentan no destacar,
500 personas dispersas en una ciudad de 100 000 habitantes si
guen siendo dispersas, mientras que 500 personas implicadas en
una zona de 3 000 mineros constituyen un colectivo.
Finalmente, al interferir con una gran cantidad de individuos,
se influye sobre el entorno social, lo que permite interesar a una
cantidad aún más grande (con el autocalentamiento) y por lo tanto
individualizar la capacitación.
La acción colectiva de capacitación no sólo es una participa
ción masiva de los participantes directos, sino también una
implicación considerable del entorno, desde los formadores has
ta las organizaciones sindicales, desde los delegados de las insti
tuciones hasta las familias, a los representantes electos, a las
jerarquías de las minas.
Cuando el 10 por ciento o el 20 por ciento de una población
participa en las capacitaciones, es, de hecho, casi toda la pobla
ción de una región la que está implicada. Todo el mundo habla de
ello y, cuando todos hablan de ello, la capacitación también es
influida. Se puede observar así un fenómeno de vaivén que expli
ca el autocalentamiento: el entorno influye sobre la capacitación,
que a su vez influye sobre el entorno y llega a ser determinante
para la vida individual y colectiva.
Ese fenómeno de influencia mutua, de eco recíproco, permitió
la incorporación de la acción en la cultura viva del medio minero.
También favoreció la elevación del nivel de conciencia de cada
quien y de todos.
La capacitación concernió a suficientes personas como para
hablar de una transformación, de una reconciliación de los adub
tos con la idea de aprender. Así, arraigada en esperanzas reales
e las personas directamente implicadas en la capacitación, y
en i eas que perpetúan modelos culturales, articulada en la co
nexión de todas las redes involucradas, la acción permitió una
movilización de todos los constituyentes del cuerpo social y fof
loo n ? servatorio irremplazable de las evoluciones individua-
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Lo que enseñó la experiencia de Briey, para terminar, es que,
cuando se basa uno en el terreno de acción, cuando los actores de
base están asociados en la operación y logran convertirse en por
tadores de la innovación, la fuerza de convicción y de cambio lle-
a ser irresistible. También mostró que la exclusión, fenómeno
que para mí siempre será inaceptable, puede retroceder.