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Universidad de Buenos Aires

Facultad de Ciencias Económicas


Escuela de Estudios de Posgrado

HISTORIA DE LOS PAÍSES DEL MERCOSUR


TRABAJO 1
DOCENTE A CARGO: CARLOS G. A. BULCOURF

Características de las ciudades hidalgas y de las


ciudades criollas
Romero, J.L. Latinoamérica. Las ciudades y las ideas.

ALUMNO: NAHUEL ALVAREDO

POSGRADO: MAESTRÍA EN PROCESOS DE INTEGRACIÓN REGIONAL


Ciudades hidalgas

1. Introducción

La cotidianeidad de las primeras ciudades españolas en Indias pone en tensión


ideología y realidad. Había que cumplir una misión, pero era necesario sobrevivir a los
enemigos, las enfermedades, al hambre. Esas ciudades tienen por un lado imperativos
ideológico-políticos propios de su Metrópolis y por otro, las “tentaciones” de una
economía europea en expansión que busca quebrar el sistema comercial monopólico
hispano, mediante el comercio directo de piratas, corsarios y contrabandistas. Hete aquí
un primer problema muy concreto donde colisiona la ideología rectora de las
fundaciones con la realidad indiana donde se inscriben las ciudades.

El primer aspecto sobresaliente de la ciudad indiana es su carácter militar


convirtiéndolas en ciudad-fuerte con el objetivo de asegurar la defensa frente a las
insurrecciones de indios (la conquista estaba asegurada pero el peligro de levantamiento
de indios se mantuvo latente) y frente al saqueo de corsarios, contrabandistas y piratas
(unas veces esperando despojar galeones otras buscando oportunidad de tomar ciudades
y saquearlas).

A pesar de ello, la ciudad-fuerte no conservaría únicamente esa función, la


diversificación de las actividades y en especial de las económicas ligadas al comercio
ilegal (contrabando) hizo de la ciudad-fuerte simplemente una ciudad.

Otro aspecto de la vida urbana temprana en Indias, es la estructura político-


administrativa y eclesiástica. El gobierno colonial era pesado en función de su lejanía,
lo que lo obligaba a ejercer a través de diversos representantes las funciones de
dominación. Los más destacados representantes eran: virreyes, capitanes generales.
oidores. corregidores y obispos.

Desde el punto de vista político-administrativo, las ciudades se diferenciaban


cualitativamente. Estaban aquellas que eran sede de virreinatos (México y Lima) y las
otras más pequeñas y cualitativamente menos significativas, como Buenos Aires,
Bogotá, La Habana, Santiago, etc.

Unas y otras se diferenciaban por al grado de injerencia que respecto a su vida


social y política mostraban los funcionarios reales. Las ciudades más pequeñas, estaban
relativamente enfrascadas en sus problemas municipales. Así, las ciudades de mayor
envergadura eran centros de irradiación cultural, a partir de la Iglesia como entidad
dominante de la palabra escrita.

Desde el punto de vista económico, tenemos la ciudad-emporio que crece en


función del desarrollo de su producción y comercio orientado al mercado externo
europeo, pero también al interno que abarca no sólo los límites de la ciudad misma, sino
su hinterland rural y de las otras ciudades regionales. Las principales actividades de
producción eran las agropecuarias y mineras. El principal comercio, era el de
importación ligado tanto al monopolio de Sevilla, como al irregular o del contrabando.

Tenemos un primer espacio económico de distribución (comercio) urbano en la


plaza de la ciudad. Y un segundo espacio de distribución en las rutas interurbanas que
vinculaban las diferentes ciudades entre sí. Las casas comerciales por su poder
económico se ligaron al comercio mayorista y pasaron a ser fuente de crédito (sobre
todo comercial).

La estratificación económica dio lugar a una progresiva estratificación social en


el marco urbano. Dicha estratificación social socavó el cometido inicial evidenciado
ideológicamente en las fundaciones, a saber: la ciudad hidalga, esto es, formalmente
marginada del mundo mercantil. Hacia la segunda mitad del siglo XVIII, el proceso
socio-histórico contradijo la ideología fundacional mostrando el triunfo de ciudades
burguesas y mercantiles.

2. Formación de una sociedad barroca

La ciudad indiana fue diferente a la metropolitana en muchos aspectos, aunque


no irreductibles a los esquemas que en estas últimas primaban,

Asimismo, existió una diferenciación geográfico-política entre las ciudades


inscriptas en zonas de producción rurales o mineras y las ciudades portuarias. Las
primeras se hallaban bajo la égida de los señores urbanos que cimentaban su poder en la
explotación rural y minera. Ideológicamente estos señores concebían la ciudad como
“corte”. Esto implica una junta de personas exclusivas, las cuales detentan el privilegio
de intervenir en las decisiones políticas que afectan al desarrollo de la ciudad.

Estos señores podían permanecer en sus haciendas rurales, lo cual no era


obstáculo alguno para considerar a la ciudad como el espacio de gestión política de su
estamento.
Socialmente hablando, la ciudad indiana no se conformaba únicamente de estos
señores urbanos. Ellos eran al decir de Romero una subsociedad, la de los privilegiados,
a la cual se oponía la de los no-privilegiados. Y aquí nuestro primer esquema donde si
distinguen a los hidalgos (subsociedad privilegiada que lleva vida noble y es rica) y no
hidalgos (subsociedad no privilegiada, gente que no lleva vida noble y, en general, es
pobre).

Se constituyen sociedades duales, sin sectores medios a diferencia de lo que


sucedía en las sociedades burguesas del mundo mercantil europeo que irrumpirían en el
siglo XVIII. Para esa época muchos hidalgos se transmutaron en burgueses, aunque
durante los dos siglos que siguieron a las fundaciones defenderían esa condición de
privilegiados y el estilo de vida. Un estilo de vida ficticio dado que la hidalguía fue una
ideología de grupo fundador a la que traicionaban en los hechos cediendo a las
exigencias de su propósito primario que era la riqueza, única vía de ascenso social.

La falta de búsqueda de fortuna y poder de muchos de estos hidalgos impidió


que so consideran grupos urbanos fundadores, muchos de cuyos miembros se lanzaban
a otras aventuras abandonando el lugar. Pero en muchas ciudades sus herederos
fundaron linajes que obtuvieron reconocimiento por su ascendencia. Estos herederos
criollos debieron soportar la subestimación de los peninsulares que los consideraban una
declinación de la raza. A ellos se les sumaban los recién llegados, cada vez menos
aventureros y más mercaderes. Todos ellos constituían la hidalguía de Indias.

Los hidalgos se dividían entre ricos y pobres. Ricos, disfrazados de soberbia


hidalga, eran aquellos que obtuvieron minas y constituyeron aristocracias, los que
supieron explotar plantaciones, los ganaderos, los que descubrieron la posibilidad del
comercial, legal o ilegal. También existieron los “Pobres soberbios” hidalgos por
cédula, pero miserables y resentidos porque no pudieron hacer fortuna, o porque la
perdieron. Pobreza e hidalguía generaron un grupo de individuos ambiciosos y
violentos, que creaban escándalo en las ciudades y que fueron inducidos a emprender
nuevas aventuras. Desde Asunción los “mancebos sin tierras” partieron hacia el sur y
contribuyeron a la fundación de Santa Fe y Buenos Aires.

Participes de la condición hidalga fueron los grupos intelectuales que se


formaron en muchas ciudades con mayor o menor brillo. Aficionados a las letras o
inclinados a los estudios, clericós y laicos reivindicaban la mejor tradición de la
aristocracia intelectual.

Lo que quedaba por debajo de los hidalgos era la otra subsociedad Había en ella
blancos, europeos, dedicados a negocios financieros o pequeño comercio. Por debajo de
todos estos estaba los grupos sometidos, indios, negros, mestizos y mulatos. Los más
afortunados formaban parte de la servidumbre de las casas hidalgas por que adquirieron
una situación especial que el “criado” asumió al impregnársele, ante sus iguales, de
rasgos de sus señores.

Los mestizos fueron el elemento corrosivo al orden formal, lo que miraría la


sociedad dual. Con grandes posibilidades de ascenso económico cuando las ciudades se
arraigaron en el mundo mercantil y limitados por esta sociedad, conspiraron contra ella.
Junto a los sectores criollos blancos precipitaron la crisis de la sociedad hidalga en la
segunda mitad del siglo XVIII.

3. Los procesos políticos

La primera preocupación de virreyes, gobernadores y audiencias fue la seguridad


por insurrecciones indígenas y las amenazas de piratas y corsarios. Pero la ciudad que se
defendía era también una ciudad que atacaba. Fue base de operaciones para nuevas
expansiones ampliando su área de influencia sobre el vago mapa de las fundaciones.
Esta última labor sacudía la vida urbana, modificaba los grupos originarios de población
y se establecían relaciones de interdependencia entre unas ciudades y toras.

La vida de las ciudades se vio alterada por los conflictos civiles. Principalmente
por aquellos episodios de la lucha por el poder y los privilegios entre los encomenderos
y el poder político. Finalmente, los encomenderos fueron reducidos a obediencia, a lo
largo de un proceso de ajuste entre los derechos adquiridos por la conquista y le derecho
eminente de la corona.

Peso a su aspecto provinciano las ciudades se agitaban por importantes


problemas económicos y políticos: tras de cada uno de los solía entreverse no sólo el
circunstancial conflicto sino también el plan que cada grupo alentaba para el futuro.

4. Hidalguía y estilo de vida.

En las Indias la conquista dibujó un mapa social que prefiguraba la situación de


las clases privilegiadas. Los colonizadores se encontraron instalados en una situación de
privilegio que el patriciado de las ciudades europeas tuvo que lograr trabajosamente a
través de un proceso de señorialización feudoburguesa. El mundo mercantil prosperaba,
pero las ciudades hidalgas fingían ignorarlo con el objetivo de mantener su situación de
privilegio.

Las ciudades de las Indias no tardaron en diferenciarse. Por su magnitud e


importancia, las capitales de amplia jurisdicción – México, Lima o Bahía -, se
diferenciaron de las capitales menores. Pero la diferenciación no se produjo solo
cuantitativamente sino cualitativamente también ya que algunas comenzaron a adquirir
un aire mercantil. Entre las primeras estaban las cortes virreinales, las sedes de
gobierno o audiencias, y todas aquellas en las que los encomenderos o mineros ricos
consolidaron su riqueza adoptando formas de vidas señoriales. Entre las segundas se
contaron los puertos y algunas ciudades mientras, como Potosí. Unas y otras crearon
formas arquetípicas de vida y modelos sociales impregnando la vida de la ciudad,
aunque sólo fueran propias de la clase dominante.

Las ciudades preferentemente hidalgas, son aquéllas en las que el carácter


predominante en la vida urbana fue dado por las clases altas que si hicieron fuerte por su
condición señorial. Se configuraron cortes (grupos ricos de señores, juristas,
funcionarios, etc.) que intentaban imitar el estilo de vida de las cortes peninsulares. Una
vida noble fue la preocupación obsesiva de las altas clases hidalgas que llevaran una
vida de ostentación y lujo. Requería organizar un sistema que les permitiría llevar esta
vida, pero también que los demás pudieran contemplar esta superioridad de unos pocos.

También existían hidalgos otra vida menos fácil y menos estéril. Estos eran los
funcionarios comprometidos a sus funciones rutinarias y, en ocasiones, complejas que
exigían su dedicación total o eran hombres de armas que se encargaban de la defensa de
la ciudad. La concepción frívola de la vida se disipaba, pero no dejaba de ser una
aspiración generalizada.

En las ciudades que no eran centros de poder también predominaba la hidalguía.


La riqueza era el factor decisivo pero una riqueza alejada y oculta que intentaba imitar
la antigua riqueza de los señores de la metrópoli, tan asentada y consentida que el
beneficiario solo debe recibirla y disfrutarla.
Ante el poder social y económico que ostentaba esta clase, la posición del os
demás sectores eran de una tremenda inferioridad, incluso los blancos dedicados a
oficios mecánicos o comerciantes de baja condición.

En rigor, la actividad económica fue el eje de la vida urbana e impuso ciertas


reglas a su desarrollo, más fuertes a larga que la rígida estructura de la sociedad barroca.
En la ciudad, el mercado era el núcleo fundamental de la vida: en él se concentraba y
circulaba la riqueza. A causa de la actividad económica funcionaba en las ciudades
grupos que se beneficiaban de esta actividad y pertenecían a la clase hidalga y otros
comerciantes de profesión que asumieron plenamente sus funciones y aceptaban su
posición segundaria.

Aspecto de ciudades mercantiles tomaron algunas ciudades mineras en donde el


hallazgo de vetas desencadenaba una tendencia a la aventura que no era capaz de
controlar los escrúpulos hidalgos. Se formaron mercados extraordinariamente activos,
que desarrollaron innumerables actividades secundarias. El motor de esta forma de
sociabilidad era la fácil obtención de ingentes fortunas y las posibilidades de nuevos
negocios lo que sobreponía las preocupaciones sociales.

Donde el espíritu mercantil adquirió una fisonomía más definida y un aire más
aproximado al de las burguesías europeas, fue en los puertos, en los que las actividades
económicas fueron fundamentales desde un principio. Tenían su propio estilo de vida y
constituyeron los grupos económicos más poderosos, caracterizados por su decisión, su
pragmatismo y su eficacia. Estos grupos vinculados con el comercio de la metrópoli
formaron dos clases: los negreros y los contrabandistas.

Ciudades preferentemente hidalgas y ciudades preferentemente mercantiles


esbozaron dos estilos de vida, según tendencias clases dominantes. Estos dos estilos
coexistieron en todas las ciudades, pero la hidalguía fue una obsesión durante los dos
primeros siglos después de las fundaciones. Sólo a partir del siglo XVIII un creciente
pragmatismo permitió abandonar progresivamente esta obsesión convirtiendo la riqueza
en mérito suficiente.

5. De la trazada desnuda a la ciudad edificada.

Acto simbólico, la fundación no instauró la ciudad física. Las trazas eran un


proyecto, pero su extensión y distribución mostraban la perspectiva que tenían hacia las
nuevas ciudades. Ciertas capitales se les asignó una superficie que hasta principios del
siglo XVIII no se sobrepasan.

La población urbana crecía con lentitud por lo que no había necesidad de colmar
la traza vacía n los recursos para afrontar la tarea de levantar ciudades de la nada.

La plaza era el centro de comunicación social de la ciudad y próxima al centro


de administración. Allí se celebraba el mercado y salían las calles principales. Cerca de
la plaza se afincaron los vecinos pudientes y más lejos los de menos recursos, con
frecuencia alrededor de la Iglesia, donde también se constituyeron plazuelas. El
fenómeno edilicio más importante fue la formación espontánea de suburbios poblados
por indígenas, negros y otros grupos marginales.

El desarrollo de las ciudades fue, en realidad, su progresiva creación.


Comenzaron a aparecer necesidades impostergables que se hizo necesario atender, sobre
todo en las ciudades importantes. Solo en estas ciudades aparición una preocupación por
mejorar el aspecto de la ciudad, atendiendo al modelo de las cortes metropolitanas.

La ciudad desnuda de la traza original se pobló rápidamente de iglesias,


conventos y colegios imprimiendo su sello a la ciudad hidalga (el estilo arquitectónico
gravitaba en la influencia peninsular con las condiciones propias de la ciudad y la
región). La catedral o iglesia matriz fue lo primero que se trató de erigir luego de
fundada la ciudad.

Quedaba la posibilidad de que la ciudad sucumbiera a un ataque de los


enemigos, especialmente los puertos, y para evitarla, empezaron a construirse morros y
castillos conformándose en las primeras construcciones importantes de la ciudad.

6. De la mentalidad conquistadora a la mentalidad hidalga.

Pasado el momento crucial de la conquista (poseído para ellos la tierra, los


bienes y la mano de obra sometida) era necesario insertar esa posesión dentro de un
orden estable que la asegurara, y asegurara también la condición de privilegiados de
estos poseedores. Orden que debería ser asegurado por los estados a través de la
creación de una nueva sociedad.

Iglesia y estado de los países de origen de los conquistadores comenzaron a


cuestionar algunos aspectos de la sociedad dual. Lograron promulgar algunas leyes para
la protección de la población indígena pero no logró sobrepasar los límites de las
necesidades de explotación económico. La sociedad dual fue un principio inconmovible,
sostenido por el estado y fortalecido por la aceptación de las obligaciones impuestas por
sentimientos caritativos, con los que se deslindaban de responsabilidades morales: fue el
segundo rasgo de la mentalidad conquistadora.

Los conquistadores crían que necesitaban cierto margen de independencia, no


solo por la novedad de los problemas sino por la lejanía de la metrópolis. La respuesta
fue dada por la fórmula “se acata, pero no se cumple”. El respeto a la voluntad popular
– entendiendo por pueblo a los conquistadores – fue el tercer rasgo de la mentalidad
conquistadora, y así como la corona acepto la sociedad dual también acepto con ciertos
límites este rasgo.

Poco después de ocupada la tierra y fundadas las ciudades, se convertía el


mundo de los conquistadores en un mundo de funcionarios. En adelante se formaría una
sociedad de colonizadores, sumisos a la autoridad de los funcionarios coloniales y
orgullosos del poder de la metrópoli. Antes ya se vislumbrar una marcada
subestimación por el mundo americano, no se consideraba América un lugar para
arraigarse sino un lugar de paso, para obtener riquezas y alcanzar una posición social en
la metrópoli.

Cuando el conquistador se transmutó en colonizador, el rasco más vigoroso de la


nueva mentalidad fue la ideología del ascenso social. La sociedad debía servir para que
el colonizar se enriqueciera y alcanzara una posición social elevada.

La sociedad barroca de Indias era una sociedad homóloga pero no análoga a la


sociedad europea. Y como los elementos que la integraban eran esencialmente
diferentes, su proceso de transformación era una constante amenaza del orden formal al
que se apegaba la ideología colonizadora. En el seno mismo de la clase dominante, el
distingo entre peninsulares y criollos introdujo una constante instabilidad. El criollo, a
diferencia del peninsular, fue adquiriendo un compromiso con la tierra

La ciudad se constituía en el instrumento específico de dominación,


subordinando el mundo rural al urbano. La ciudad era un reducto del estilo de vida
europeo mientras que en el campo se conservaban escondidos los resabios de forma de
vida originaria.
La mentalidad hidalga fue en Indias decididamente urbana pero alejada del
modelo de ciudad mercantil y burguesa, sino en el de corte. La mentalidad hidalga
terminó sufriendo los embates de la realidad constituyendo una nueva mentalidad:
burguesa en ocasiones, o hidalgo burgués en muchas ocasiones (ejercicio de actividad
económica y mantenimiento de forma de vida que exteriorizaba ciertos viejos
privilegios).

Las ciudades criollas

1. Introducción

Las ciudades latinoamericanas comenzaron a volcarse, a partir de la segunda


mitad del siglo XVIII, hacia el mundo mercantilista. El comercio fue la palabra clave para
aquellos que querían salir de un estancamiento cada vez más anacrónico. Progreso fue
otra palabra clave que no era entendida por los grupos hidalgos. Fue adoptado por
aquellos grupos sociales, principalmente la incipiente burguesía criolla, que se generaban
en los resquicios de esta sociedad dual. Esta burguesía se convertirá en la primera élite
social arraigada en estas tierras. Comienza a producirse una ola de movilidad social
esfumando la sociedad dual.

Las ciudades hirvieron a fuego lento hasta la Independencia, y a fuego vivo


después de ella.

2. Vieja y nueva economía

No hubo grandes cambios en los sistemas productivos, sin embargo, a pesar de


extinguirse la encomienda, poseedores de tierras y minas se beneficiaban de un servil
trabajo por parte de los indios. Las plantaciones y minas mejoraron su organización en
alguna medida por el simple afinamiento de la rutina. Creció producción para el
mercado urbano por el crecimiento de las ciudades y de su consumo interno y la
difusión de nuevas ideas de desarrollo en la agricultura. En cuanto a la ganadería se notó
un crecimiento de los viejos hatos y la minería se caracterizó por la aparición de nuevas
vetas.

Con la Independencia se generó conmoción social, las tierras y minas cambiaron


muchas veces de manos. La población rural sacudió su marginalidad y, al participar en
las guerras, rompió el ritmo de producción.
El desarrollo mercantilista contradecía el régimen monopolista de las
metrópolis. Este desarrollo provocó el crecimiento de importaciones y exportaciones,
pero este movimiento solo llegado por medio del contrabando. Las capitales y los
puertos se vuelven focos comerciales.

También cabe destacar que la liberalización del régimen comercial (en el que
Portugal y España suprimen trabas) generó la expansión de las metrópolis, ampliando
las perspectivas, se abren relaciones directas con los centros de comercio inglés y se
establecen los comerciantes extranjeros.

3. Una sociedad criolla

Se presentan cambios en la sociedad de barroca a criolla (finales del s.XVIII)


pero no fue el único factor el impacto mercantilista que estimulaba el desarrollo de las
ciudades: crisis de la ciudad barroca. Con el paso del tiempo, se modifica la estructura
de una sociedad que deja de ser de colonizadores y las clases sometidas: se “acriolla” la
sociedad. Cada vez hay más criollos y pardos y era tan contundente que empieza a
dislocar el sistema constituido por la conquista, lo cual constituía una amenaza para el
sector peninsular.

Este proceso de cambio en la sociedad es denominado criollización. A diferencia


de la sociedad barroca que era estática, la nueva sociedad criolla era dinámica.

La sociedad rural tradicional montada sobre las explotaciones mineras o


agropecuarias, vigorosamente organizada sobre el régimen originario del trabajo
indígena, Paralelamente, en lo rural empezó a formarse una sociedad marginal de
inmigrantes, esclavos libertinos y prófugos de la ley; gente campestre que luego
penetraron en la ciudad por los suburbios.

Los grupos populares (populacho) tienen la posibilidad de un ascenso social y de


integración a la sociedad hidalga, y los españoles “blancos” pierden su importancia. En
las clases altas que estaban formada tradicionalmente por peninsulares comenzó a surgir
en el siglo XVII un sector criollo mayoritario, de imprecisa fisionomía, tanto por
condición social y el origen como por las actitudes y las ideologías. Se formaron
Esta inferioridad numérica entre peninsulares y criollas provocó tensiones que
eran en el fondo una disputa entre la sociedad que se arraigaba y los grupos de poder
político y económico que estaban instalados en las colonias.

La nueva fisonomía urbana

La progresiva maduración de la sociedad criolla confluyó con el acentuado


incremento de la actividad comercial; de es confluencia debía resultar una renovación
en la fisionomía de las ciudades.

Se desarrolla en un contexto donde se presenta incremento de la actividad


comercial, apertura hacia el mundo mercantil, un notable crecimiento de la población
urbana donde a su vez los lugares de habitación y los de comercio o actividades
laborales eran diferenciados e intercomunicados.

La Sociedad abigarrada se nota preocupada por la ostentación del nivel social y


por el ascenso del mismo y hay un Aumento de familias ilustres con la afirmación de la
conquista, que mostraban un interés de conservar un “modo de vida noble”, surgiendo
así un interés por el mundo mercantil y por alcanzar una educación acorde con la época
de las luces. Se difunde el gusto por las tertulias de sobre literatura, política, filosofía,
economía y ciencias. De este modo, las Ciudades se hallan politizadas y surgen
movimientos revolucionarios encabezados por las nuevas burguesías criollas.

Las principales repercusiones urbanas que se presentan en este marco de


situaciones son:

El crecimiento de las ciudades comienza a acelerarse especialmente en las


últimas décadas del siglo XVIII, sobre todo en aquellas que recibieron súbitamente el
impacto de la activación comercial. Sin embargo, No todas las ciudades gozaron de este
esplendor, fueron sobre todo lo puertos, las capitales, y aquellas en las que un azar
provocaba una explosión de riqueza.

Forzadas por su expansión las ciudades latinoamericanas debieron empezar a


preocuparse por los problemas que aparecían en ellas. Los funcionarios tomaron nota de
estos trastornos cotidianos y comenzaron a aplicar modernas ideas para racionalizar el
desarrollo espontánea. Se procuró regularizar el trazado de la ciudad, delimitar los
espacios libres, trazar o mejorar los paseos públicos y someter a algunas reglas la
edificación, sin embargo, la mayor preocupación fue ordenar el funcionamiento de la
ciudad.

La sociedad abigarrada usaba la ciudad más que antes y desbordaba los lugares
públicos, de modo que la preocupación por la limpieza elemental. El aprovisionamiento
de agua y el sistema de alcantarillado se mejoró en las capitales, en las que empezó a
instalarse un rudimentario alumbrado público. Así mismo, se dotó de equipamientos la
ciudad como hospitales, cementerios, hospicios.

Posteriormente se da la presencia de suburbios (borde urbano-rural), evidencia


de una incipiente diferenciación de barrios y las manzanas próximas a las plazas
conservaban, en su conjunto, el mayor prestigio, algunas calles definían su fisonomía:
algunas alineaban las casas de las familias más importantes y otras reunían los
comerciantes o artesanos de un mismo ramo. Pero un poco más allá las parroquias más
alejadas a cuyo alrededor se iba apretando la edificación, se constituían barrios
populares.

Más y mejores casas comenzaron a levantarse en terrenos antes baldíos y la


ciudad fue llenándose.

Ciertas ciudades amenazadas erigieron nuevos fuertes, de acuerdo con las


concepciones dieciochescas de la ingeniería militar; y algunas levantaron y
perfeccionaron sus murallas. Se agregaron a las viejas capitales en el proceso de
expansión las nuevas capitales de intendencia que aparecieron al instaurarse el nuevo
sistema administrativo español en 1788. Así mismo ciudades fueron fundadas como
consecuencia de una marcada tendencia a recoger la población dispersa por los campos,
y algunas surgieron solas, como resultado de una actividad económica muy productiva
que las tonifico desde muy pronto.

4. Reformas y revoluciones

En víspera de todos estos acontecimientos internos y externos, se va formando


una nueva mentalidad producto del crecimiento dispar de los grupos blancos y las
castas. Al ser cada vez menos criollos blancos, el proceso de mestización y aculturación
trajo la expansión de este grupo social y allí pronto se desprendieron aquellos a quienes
les correspondería el gobierno: las burguesías criollas ilustradas.
Todo esto debido a que los peninsulares limitan su poder a mediados del Siglo
XVIII en la llamada era de las reformas, acentuando así el autoritarismo y educar a las
burguesías ilustres se convierte en una prioridad para los peninsulares, todo desde la
nueva perspectiva de que el comercio, la industria y la opulencia son los únicos apoyos
de la preponderancia de un estado.

La educación se traduce prontamente en una actitud reformista que sacude al


sistema tradicional, viendo la evidente desigualdad e injusticia del pueblo y el derecho
que tenían las sociedades coloniales de trabajar para sí mismas, un pensamiento que
surge desde los grupos progresistas peninsulares. También, tras la expulsión de los
jesuitas se hizo visible que la nueva mentalidad tenía tanto discípulos como opositores
en las colonias. Así se consolida una ideología reformista metropolitana, asumida por
esta burguesía criolla incipiente, que corría el peligro de convertirse en una ideología
revolucionaria.

Finalmente se presenta una ola de insurrecciones anticoloniales desde 1780,


generalmente apoyadas y buscando vincularse a la autoridad británica, casi siempre
contra un objetivo concreto (gravámenes), mostrando la insospechada fuerza oculta en
la población indígena y rural. Se producen tanto movimientos rurales como como
movimientos urbanos (influencia de la ilustración y crisis ibérica):

5. Las burguesías criollas: ilustración y cambio

La burguesía criolla logra consolidarse de las pequeñas minorías comerciantes a


una clase social con mayor poder económico y político a finales del siglo XVIII. La
filosofía de la ilustración es aceptada por la burguesía criolla y a partir de ella
construyen una ideología de cambio para la economía y la sociedad.

Se reconocían como una sociedad mezclada y de rasgos confusos, de criollos y


mestizos que participaban de la vida de la tez blanca. La nueva clase social, guiada por
los principios iluministas europeos, se preocupa por la acumulación de conocimientos
teóricos y prácticos, además de reivindicar los oficios y la labor artesanal de la
población criolla y la explotación agrícola.

Este proyecto de cambio de los burgueses generó, además de una población


campesina más “ilustre y útil para la sociedad”, un aumento favorable en la economía
agrícola y mercantil y en la calidad de vida de los criollos en general. Así, se establece
una nueva relación Explotador/Explotado con el campesinado, pero admitiéndolos
como parte del cambio social que generaban; desaparece la relación Vencedor/Vencido
tradicional de la hegemonía española.

Los cambios generados por este “proyecto reformista” alteraron radicalmente la


estructura social urbana y rural, quebrando el orden político colonial y estallando en un
“proyecto revolucionario” del campesinado “ilustrado”. Para los tradicionalistas
coloniales esta anarquía requiere de un control y una represión, generando tensiones y
conflictos al interior de la ciudad.

La burguesía que había estimulado los cambios sociales del campesinado, ahora
era víctima de sus acciones, lo que la llevo a ceder ante las presiones de la revolución,
disolverse paulatinamente e ir perdiendo el carácter social conseguido.

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