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Comunicación disfuncional
En la familia generadora de adicción, las personas rara vez dicen lo que realmente quieren
decir. En vez de ello, la comunicación tiende a ser indirecta y a estar cargada de persuasión,
manipulación e intimidación. Esto se debe a que para comunicarse en forma directa y clara,
uno necesita tener sentido de identidad; quién es uno, cómo se siente, qué piensa, qué quiere y
qué no quiere; fijar fronteras: donde termina uno y empieza otra persona, y estar dispuesto a
asumir la responsabilidad por lo que comunica: a no alterar lo que dice para ganarse la
aprobación de otro o para mantener una «precaria paz».
Los miembros de la familia adictiva tienen dificultades con cada una de estas tres cosas. En
primer lugar, están en gran medida ajenos a sus sentimientos, percepciones y deseos, por
haberlos sepultado hace mucho tiempo, cuando eran niños; y es imposible comunicarle a otro
lo que uno mismo no conoce.
En segundo lugar, carecen de fronteras y tienden a relacionarse con otras personas como si
éstas fueran extensiones de ellos mismos, según vimos. En la familia adictiva no se les enseña
a los hijos a ser seguros de sí mismos, a plantear las cosas con firmeza ni a tomar medidas
para satisfacer sus propias necesidades. En vez de esto, se les enseña (directa o
indirectamente, a través del ejemplo) a ser pasivos (a no decir nada en forma directa sino a
manipular a las personas para conseguir que hagan lo que ellos quieren) o bien agresivos (a
tratar de ejercer poder sobre otros a través de la intimidación). Con frecuencia, una persona
que es pasiva la mayor parte del tiempo tiene estallidos de cólera cuando ya no puede
refrenarse.
Y, por último, nadie quiere hacerse responsable de decir lo que realmente quiere decir. Como
hemos visto, en la familia adictiva los individuos suelen darle más importancia a mantener la
imagen familiar que a ser sinceros. No están dispuestos a ser ellos mismos y romper el código
de conformidad porque carecen de los respaldos internos necesarios para soportar el
«vapuleo» que recibirían de parte de otros miembros de la familia que pretenden que ellos se
atengan al guión. Como consecuencia, la comunicación tiende a asumir las siguientes formas
contraproducentes:
Trauma
Los hijos de familias adictivas a menudo han sido sometidos a algún tipo de trauma. El trauma
se define como una experiencia, o conmoción, negativa que tiene un efecto psicológico
profundo y duradero.
Uno de los traumas más comunes es vivir en una familia en la que uno de los padres es adicto.
El 65% de los adolescentes que consumen drogas o alcohol tienen por lo menos un progenitor
adicto.
La enfermedad grave o la muerte de un miembro de la familia es otro trauma frecuente, en
especial si al niño no se le brinda respaldo emocional e información clara acerca de lo que está
sucediendo.
La violencia física es, por supuesto, un fuerte trauma que también incide en el posterior
desarrollo de la adicción. En un centro de tratamiento de adolescentes adictos se atendieron
250 familias y se constató que la mayoría de ellas había experimentado alguna forma de
violencia familiar. Este tipo de trauma puede ser notorio y evidente, como cuando un niño es
castigado en público, o puede estar bien oculto. Un niño también resulta traumatizado cuando
es testigo de la violencia ejercida contra otro miembro de su familia.
Por último, el índice de adicción entre los individuos que fueron objeto de abusos sexuales
cuando eran niños es extraordinariamente elevado. La mitad de todos los adictos al sexo, por
ejemplo, sufrió abusos sexuales durante la infancia. Y las mujeres que de niñas fueron víctimas
ya sea de violación o incesto tienen probabilidades mucho mayores de hacerse adictas que las
que no sufrieron este trauma.
Las personas que experimentaron traumas en su hogar durante la niñez suelen desarrollar los
mismos «síntomas de estrés postraumático» que sufren los veteranos de guerra: depresión,
pesadillas, un adormecimiento de las emociones, tendencia a la pasividad y agresividad
descontrolada. Experimentar un trauma en la infancia predispone al individuo a la adicción,
porque para poder tratar la vergüenza, la sensación de impotencia y la furia que le provoca el
trauma ha adquirido la tendencia natural a procurar «adormecer» sus sentimientos... para lo
cual las drogas y actividades adictivas son muy eficaces.