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¿En nombre de quién?

Sin duda alguna la globalización ha venido marcando una poderosa tendencia en


cuanto al derecho se refiere y es que la consolidación del derecho internacional ha
permitido la intervención de manera objetiva en los países que se han acogido a una
intervención externa.

De la mano de una figura de democracia participativa y en pro del bienestar común, se


han venido haciendo cada vez más evidentes los buenos resultados en cuestiones de
políticas públicas que han trabajado de la mano con el derecho internacional y es que
no es un secreto que la inclinación por una normatividad y jurisdicción global se ha
convertido en la bandera de los organismos que defienden dicha intervención en los
diferentes países a donde se ha logrado hacer presencia en materia legal.

Quizá el mayor reto de los tribunales internacionales sea el ir en contravía con la


tradición jurídica y la institucionalidad de algunos países y es que no es para menos,
puesto que de alguna manera se puede ver como estos pierden cierta autonomía, no
solo a la hora de calificar ciertas actuaciones que irían o no en contra del derecho, sino
además por su forma de sancionar (si así lo necesitare) dichas actuaciones, por lo que
nos encontramos con un asunto netamente colaborativo en que la sintonía judicial debe
ser el plato fuerte del día, colaboración armónica que “llaman”.

Sin embargo, el gran avance del derecho internacional ha permitido nutrir de conceptos
la legislación interna, hecho que no es del todo nuevo, si se tiene en cuenta que el
derecho consuetudinario no es invención nuestra, sino una copia y extracción de lo
mejor de sociedades más avanzadas que pasaron quizá por los mismos problemas y
de lo cual se ha venido o mejor aún, se debería aprender de lo malo y recoger
especialmente lo bueno; con todo y esto tenemos una expansión y un panorama jurídico
que permite dilucidar nuevas tendencias en materia económica, política y social en
general lo cual nos permite una mayor cantidad de herramientas a la hora de tomar
decisiones con respecto a lo que como sociedad nos permite un crecimiento general
yes la justicia, la libertad y la prosperidad.

Por una justicia dialógica, Gargarella y otros.

La justicia como herramienta del estado o como fin, recae en manos de seres humanos
como cualquier actuación emanada del derecho que es creación del hombre mismo,
por lo tanto; cuando la toma de decisiones judiciales pierde de vista su carta política, su
columna vertebral, pierde su esencia y más grave aún, pierde credibilidad.

Desde la misma legislación es evidente un declive que va en contra de la misma


constitución y es que los interés personales o políticos al parecer le pueden más al
“servidor público” que los que se denominan fines del estado, es decir y en general, la
satisfacción de necesidades de la sociedad en general, postulado primordial
consignada dentro de la carta magna y he ahí uno de los principales problemas a la
hora de impartir justicia en el país del sagrado corazón, muchas normas poca
efectividad.

Arduas tareas tienen los jueces en las altas cortes al ser última palabra en este
acomodado país en el que se predica una cosa y se aplica otra, en el que los vacíos
jurídicos están a la orden del día y donde pocos actúan apartados del poder en pro de
la ciudadanía, cabe recalcar, sin embargo, la robustez de una estructura institucional
que ha tenido sus logros pero que en definitiva sigue siendo un polluelo en comparación
con el aparato político tradicional que ha venido gobernado al país desde los “tiempos
de upa”.

El constitucionalismo dialógico viene a ser esa puerta que da paso a las nuevas
interacciones judiciales que conforme al deber ser constitucional, permite una premisa
por parte del juez más acorde y favorable en derecho de las actuaciones de los
particulares y que es esto más sino la verdadera democracia de la que hablaban los
griegos y que en su momento fueron la cuna de la civilización

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