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VIDA CONSAGRADA - SOLEDAD CON

DIOS
La consagración de laicos en vida secular, mediante votos

Es nada menos que María, la Madre de Jesucristo, quién encabeza este


género de vida. Nadie mejor que ella entregó toda su persona a Dios, dispuesta a la
soledad con El en la virginidad consagrada y la renuncia a toda perspectiva propia,
fuera de ser para El y hacer su voluntad. Nadie mejor que ella ha vivido para
Cristo, aún absorta en los cuidados maternales que se lo confió prodigarle e incluso
respaldada por el esposo – virginal - que Dios lo diera, san José. No dice el
Evangelio de ella que hiciera muchas cosas, pero sí, que cuanto sucedía lo guardaba
meditándolo en su corazón.

Comprendiendo cuál era, en el designio de Dios, la colaboración que le


había sido asignada, no tomó parte activa en el apostolado ni en las tareas
pastorales de la Iglesia naciente, ella vivió en las profundidades de su espíritu, con
la plenitud de la capacidad, de su intuición y de su amor, los alcances de la Palabra
de Dios y de la vida de su hijo, con lucidez y generosidad indeclinables.

VIDA EN EL MUNDO PARA SOLO DIOS


Desde el principio hubo en la Iglesia discípulos que acogieron el llamado a
la soledad, al silencio, a la oración contemplativa. Lo que no era novedad en el
ambiente de Israel, pues los profetas habían sido hombres contemplativos que
hablaban y escribían de lo captado en su tremenda soledad interior. Desde los
tiempos de Elías existía en el monte Carmelo la Escuela de Profetas, que los
Carmelitas consideran sus antepasados.

No era distinto tampoco el testimonio del bautista Juan, solitario en el


desierto. La comunidad israelita de Qumram era igualmente una familia religiosa
contemporánea de Jesús. Así se abrió desde el inicio del cristianismo, el ideal de
una clase de vida apartada de la actividad pública común. San Pablo aconsejaba la
continencia perfecta a los cristianos de Corinto. Los Hechos de los Apóstoles
mencionan a cuatro hijas de Felipe el evangelista, vírgenes y profetisas, que
habitaban en la casa de su padre (He. 21, 8s). El Apóstol san Juan fue siempre virgen, en
lo cual los autores ven el motivo del cariño especial que Jesús le tenía. Hegesipo
cuenta en sus memorias que Santiago, obispo de Jerusalén, el pariente del Señor,
vivía como asceta. La primera comunidad cristiana de Jerusalén dio un bello
ejemplo de renuncia de los bienes de este mundo. Los fieles “vendían sus
posesiones y demás bienes, y los repartían entre todos, según la necesidad de cada
uno" (Hc. 2, 45).

En número siempre creciente fueron añadiéndose centenares de cristianos


a estas prácticas de vida ascética. Viviendo en medio del mundo, en sus hogares,
cundía en, el año 100: el orden de las Vírgenes, el orden de las Viudas y el orden de
los Continentes. Este estado era definitivo y perfecto; se abrazaba libremente y era
por lo menos tácitamente sancionado por la autoridad eclesiástica. Se necesitaba el
consentimiento del obispo para recobrar la libertad voluntariamente comprometida.
Eran la gloria de las comunidades cristianas, cuya pureza de vida contrastaba con la
corrupción pagana, sostenían las buenas costumbres dentro de la Iglesia,
robustecían a los hermanos en la lucha suprema del martirio e influyeron en el
clero, que se vio moralmente obligado a imitarles en la continencia, siendo en parte
este el origen del celibato eclesiástico.

La violación de la fe así jurada a Cristo, era siempre un escándalo para los


fieles, y los más bellos párrafos de la literatura cristiana de los primeros siglos son
para evitar las caídas de ellos y exhortarles a la perseverancia. Junto a las Actas de
los Mártires encontramos en esa época, los Anales de ruidosas fugas de hombres y
mujeres célebres a la soledad, para entregarse a la contemplación del amor infinito
y a la participación interior en el misterio redentor. Hubo casos dramáticos de
santos que ilustraron los siglos gloriosos de la Iglesia naciente y abrieron surco a la
vida monástica.

CENOBITAS Y EREMITAS
Hacia el año 300 cuando la Iglesia salió de las catacumbas por haberse
convertido el emperador y llenado de privilegios a los cristianos, comenzó la
práctica de retirarse al desierto como Cenobita. Los Cenobitas buscaban liberarse
de la mundanización general de los cristianos (horizontalismo), viviendo una forma
monástica en comunidad. Esta proveía una soledad mitigada y unos auxilios a
quienes consagraban sus vidas a Dios. Quienes optaban por una vida en soledad o
entero aislamiento: “eremítica”, eran tenidos en gran estima como una elite
espiritual y contemplativa, entre quienes se iban al desierto, pues su vida era tenida
como más perfectamente “monástica” o negadora del mundo. Esta vida consagrada
de manera personal o individual fue en realidad la primera en constituirse como
estado de perfección al comienzo del cristianismo, y una de las más genuinas. En
ella tenía una parte importante el obispo del lugar, todos los grandes y santos
obispos de la primitiva Iglesia desempeñaron un oficio muy importante frente a
ella. Fueron también llamados ‘anacoretas’, del griego: anakoretes = me retiro,
aparto, aíslo.

Entre los siglos 10 y 12 se produjo un muy importante movimiento de


ermitaños itinerantes y predicadores que es claro antecesor del franciscanismo. Es
una corriente de Laicos o clérigos seculares que se entregaron directamente a una
vida eremítica, de la que luego emergían como predicadores itinerantes, dada la
necesidad urgente en ese tiempo, que alguien difundiese el mensaje evangélico al
pueblo. En el siglo 11 adquirieron un aura carismática y su misión fue confirmada
en muchos casos por el Papa, otras veces fueron aprobados por obispos y
frecuentemente comenzaron por cuenta propia y sus palabras fueron bien recibidas.
El nombre de Pedro el ermitaño, predicador de la primera Cruzada, está ahí para
recordarnos este hecho.
EREMITISMO MEDIEVAL
San Francisco de Asís y todos los suyos están en línea directa con toda la
tradición eremítica anterior. Todos ellos estuvieron marcados de una fuerte
individualidad y se mantuvieron al margen del excesivo espíritu de escuela,
resaltando la “libertad de espíritu” originada en la acentuación de la entrega
personal a Cristo. Es cierto, la libertad es un potencial peligroso, deja libres las alas
a las almas grandes, sobre todo cuando es precio de grandes renuncias y de una
gran entrega, pero puede soltar la rienda, dejar sin defensa a los espíritus
mezquinos, caracteres sin relieve y, degenerar en indisciplina y ociosidad. Por este
motivo, a diferencia suya, el monje (cenobita - de comunidad) opta por asegurar
con un cuarto voto de “estabilidad de lugar”, la sujeción del individuo al grupo
como a un monasterio determinado, excluyendo explícitamente a los monjes
aislados o ‘girovagos’.

Pero incluso la generalidad del catolicismo del siglo 13 se llegó a


caracterizar por el surgimiento espontáneo, desde la base de la fe de los laicos más
inteligentes y fervorosos, del gran Movimiento penitencial y de evangelismo que
redescubre el Evangelio y la pobreza de Cristo. Este se expandió con
extraordinario vigor, siendo predicado en plazas y calles por sus mismos seguidores
con un poder de convicción de las multitudes tan grande, que hizo tambalear el
orden establecido en el seno del catolicismo. Se desarrolló autónomamente, al
modo de las cofradías, y dejó perplejos a los dirigentes de la religión.

ESPIRITUALIDAD FRANCISCANA
Francisco de Asís y todos sus seguidores, en particular los ‘Hermanos y
Hermanas de la Penitencia’ son hijos netos de esta efervescencia religiosa. Ellos no
pretendían otra cosa que vivir sencillamente el seguimiento de Cristo al modo de
los doce, constituyéndose en la alternativa fiel, católica y auténtica de aquella.

El misticismo franciscano que ha embargado tanto a religiosos como a


seglares que permanecen en medio de su familia y del mundo, está centrado en la
visión solitaria del Crucificado, “que escogíó en este mundo para sí y para su
Madre la pobreza”, y el amor generado en esta soledad se vierte sobre el mundo en
la predicación, la donación, y el servicio. El amor de san Francisco por la soledad,
íntimamente asociado a su concepto de una vida pobre y peregrina, puede ser
tratado como puro adorno romántico o como extemporaneidad, algo que se puede
admirar pero no imitar, como el predicar a los pájaros, pero, la soledad eremítica es
más que un puro adorno en la espiritualidad franciscana. El espíritu de adoración
solitaria, en medio de la naturaleza y cerca de Dios, está muy relacionado al
concepto franciscano de la pobreza, del despojo, de la oración, del apostolado, de la
oblación de sí y del servicio. En realidad una vida totalmente sola con Dios en la
contemplación, reporta en beneficio de todo ello.

De la soledad con Dios se retorna a los hombres con una más perfecta
caridad y un mensaje de esperanza más convincente. Es que en esta oración
anacorética - cual Jesús que pasaba noches enteras en comunión con su Padre - se
entra más profundamente a la raíz de las cosas, se llega a ver a sí mismo más
claramente como se es a los ojos de Dios, se entiende más perfectamente la realidad
de la naturaleza, su necesidad de gracia y del Espíritu Santo, y se llega a un más
ardiente amor a Jesús crucificado. Así, se está normalmente más abierto al mundo
de los demás hombres y más preparado, por un don más completo de el mismo,
para el trabajo por el desarrollo integral y la consecución del destino de los
hermanos.

EREMITORIOS FRANCISCANOS
El espíritu eremítico siempre ha ido implícito y ha ocupado un lugar en la
vida franciscana, aunque no es el espíritu del monaquismo o el de la total y
definitiva separación del mundo. Este queda siempre abierto al mundo,
reconociendo a la vez la necesidad de mantener una cierta distancia y perspectiva,
una libertad que ayuda a no quedar sumergido en preocupaciones activas o
devorado por las exigencias de un trabajo agotador.

El don de la soledad anacorética con Dios se ordena a recobrar el yo más


profundo, y a la renovación de una autenticidad que es distorsionada por las rutinas
pretenciosas de un sentir de grupo desordenado. La actitud eremítica conduce al
propio yo a ser una persona que puede entregarse porque tiene un yo para dar, pues
evidentemente, no podemos dar a Cristo si no lo hemos encontrado. Y no podemos
encontrarlo si no podemos encontrarnos a nosotros mismos.

CONTRIBUCIÓN DE LOS CONTEMPLATIVOS


La influencia ejercida en el mundo por quienes consagraron su vida "sólo
para Dios": vida eremítica, resulta imposible de cuantificar. Su gigantesca
contribución a Europa a lo largo de 15 siglos se extiende a: las construcciones, la
fundación de ciudades, el desarrollo de la cultura clásica unida a la autóctona, la
creación de inmensas bibliotecas en los monasterios, la constitución de Iglesias
diocesanas, de obispos y no pocos sumos pontífices, entes monjes contemplativos.
Con razón San Benito ha sido declarado, con aplauso de todos, Patrono de Europa.
No se podría concebir la cristiandad europea sin la obra de los eremitas que le
dieron en gran parte su cultura, su unidad, su fe cristiana.

AMÉRICA LATINA
En cambio nuestro continente latinoamericano, nacido a la fe cristiana
hace quinientos años, y sujeto de permanente evangelización, careció
tradicionalmente de la presencia y la irradiación de los contemplativos. Los
conquistadores españoles que trajeron en sus corazones la fe y el designio
misionero en su empresa, proyectaron la evangelización mediante religiosos de vida
activa, dedicados ex-profeso a la ímproba labor misional que se abría a su mirada.
Encomendaron esta labor a Mercedarios, Franciscanos, Dominicos,
Agustinos y Jesuitas. Por prohibición del Rey de España no vinieron a las colonias
americanas los contemplativos. En cambio, en Brasil a fines del siglo 16 se
establecen en Bahía y más tarde en otras ciudades, los monjes Benedictinos,
Cistercienses y Cartujos.

Las monjas contemplativas aparecen durante le Colonia como fruto de la


vida cristiana, en casi todas las grandes ciudades de América. En Chile surge, en
1571, en Osorno el primer monasterio de Clarisas llamado de las Tres Isabelas.
Más tarde se establecieron las Agustinas, las Trinitarias, las Carmelitas, las
Dominicas, las Capuchinas, las Sacramentinas. Todos ellos monasterios de
clausura, dedicados a la vida contemplativa. La primera flor de santidad americana
canonizada por la Iglesia fue una laica, terciaria dominica, que aún permaneciendo
en su propia casa y familia, fue una auténtica eremita y contemplativa, Santa Rosa
de Lima. Al igual, la primera santa chilena es también una monja de Claustro:
Teresita de Los Andes.

Só1o en este siglo han aparecido los contemplativos varones, para llenar
su vacío en nuestros países de tradición católica., pero escasos en frutos de vida
cristiana concreta y, de vida espiritual robusta. Sus iniciativas, por lo general han
debido superar incomprensión, aislamiento y dificultades, debido, entre otras
causas, a la falta de tradición contemplativa y a la mentalidad más bien activista
surgida por las urgencias pastorales del continente. Parece llegada la hora de
avanzar en profundidad, en el aprecio de la oración como valor en sí, como
fundamento de toda vida apostólica y como ideal que basta para justificar una
existencia humana a ella dedicada.

DÉFICIT DE INCULTURACIÓN DE LA FE
Es posible que su misma ausencia histórica explique el escaso arraigo de la
fe católica del pueblo latinoamericano en la estructuración social de nuestras
naciones, tan aquejadas hasta hoy - aún después de quinientos años - de
profanaciones a sus principios más fundamentales. Incluso la reflexión teológica
surgida desde esta praxis o acción pastoral apremiada por el a puro y escasés de
tiempo, y por lo mismo no pocas veces superficial, precipitada y apriorística, echa
en falta la visión profunda, sabia, amplía prudente y equilibrada del eremita y del
contemplativo. En realidad el acto característico de lo que la tradición llamó
“teólogos” consiste en dicha comunicación de la vida divina “contemplada”. Es
hora de impulsar entro nosotros la vida anacorética y contemplativa.

Decía así el Papa en marzo de 1989 a obispos de Chile en visita ad


Limina: “Hay que estar persuadidos de que nada es tan útil a la convivencia
temporal como el aporte iluminador y fortificante de la fe, aún cuando
aparentemente no tenga consecuencias inmediatas o soluciones concretas”.

DIVERSIDAD DE COMPROMISO PARA DIOS


A una vida profunda en la fe estamos llamados ciertamente todos los
cristianos, por ello los seglares franciscanos en su Regla, nº 8, tienen por norma:
“como Jesucristo fue el verdadero adorador del Padre, del mismo modo los
franciscanos seglares hagan de la oración y de la contemplación el alma del propio
ser y del propio obrar”. Pero a la vida propiamente anacorética son llamados a
aislarse o apartarse, en la soledad de su exclusiva consagración para Dios, ante todo
y por sobre todo otro ser humano, quienes han sido fortalecidos de lo alto para
afrontar en la fe y con valor, la alternativa del desamparo de Cristo en la cruz en las
diversas circunstancias de lugares y de la edad. Ellos se proponen permanecer, bien
sea en el seno del propio hogar, familia y muchedumbre de la colectividad civil, o
bien en el retiro del ermitaño que vive completamente solo, primordial y
directamente con Dios y para Dios, que solo lo llena y satisface del todo.

La consagración anacorética o virginal supone la audacia de proyectar el


propio futuro y envejecimiento en la soledad con Dios, tal vez entre la
muchedumbre, pero sin la ayuda y compañía del esposo (a) hijos, sin familia u
hogar natural, sin poseer a nadie como propio; pero en todas partes y siempre, aún
careciendo de todos, en manos de sólo Dios y con el apoyo o afecto humano que su
providencia divina se digne conceder. Así podemos entender cual eremita o
anacoreta al consagrado que reside incluso en una torre de departamentos de la gran
ciudad. A diferencia suya, encontraremos siempre quienes optan por una vida en
comunidad de consagrados: cenobitas, que proveen una soledad mitigada con
mutuos auxilios en el decurso de sus existencias.

CONSAGRACIÓN SECULAR
A propósito de los primeros establece el Derecho canónico:

603 1. Además delos institutos de vida consagrada, la iglesia reconoce “la vida
eremítica o anacorética”, en la cual los fieles, con un apartamiento más estricto del
mundo, el silencio de la soledad, la oración asidua y la penitencia, dedican su vida a
la alabanza de Dios y salvación del mundo.

2. Un ermitaño es reconocido por el derecho como entregado a Dios dentro de


la vida consagrada, si profesa públicamente los tres consejos evangélicos,
corroborado mediante voto u otro vínculo sagrado, en manos del obispo diocesano,
y sigue su forma propia de vida bajo la dirección de este.

604 1. A estas formas de vida consagrada se asemeja el orden de las vírgenes,


que, formulando el propósito santo de seguir más de cerca a Cristo, son
consagradas a Dios por el Obispo diocesano según el rito litúrgico aprobado,
celebran desposorios místicos con Jesucristo, Hijo de Dios, y se entregan al servicio
de la Iglesia.

2. Las vírgenes pueden asociarse, para cumplir su propósito con mayor fidelidad y
para realizar, mediante la ayuda mutua el servicio a la Iglesia, congruente con su
propio estado.

La iglesia reconoce de nuevo oficialmente y asemeja estas dos formas de


vida consagrada individual: eremitas y vírgenes, en que el obispo diocesano vuelve
a desempeñar como antaño un oficio muy importante. Recordemos que en el
primer siglo a los varones consagrados se les llamó también continentes o ascetas y
además del orden de las vírgenes, existía el de las viudas. Aunque es posible hoy
asimilar ambos, en cuanto cultivo de la virginidad actual, por más que no se la
hubiese vivido siempre hasta la consagración. Eremitas y vírgenes forman parte
pues de la vida consagrada en la Iglesia junto a los Institutos religiosos e Institutos
seculares.

CONSAGRACIÓN DE VÍRGENES Y ANACORETAS


La consagración virginal y eremítica es ubicada por la Iglesia bajo un
mismo título de “vida consagrada”, junto con los religiosos e Institutos seculares.
Todos ellos consagran su vida en primer lugar para Dios, asumiendo en alguna
forma un cierto apartamiento del mundo. Para todos ellos su ‘soledad’ es el ámbito
de su relación peculiar y más íntima con Dios. Los religiosos testimonian
públicamente a Cristo con un apartamiento del mundo (Cf. Can. 607, 3). Los seculares
estando en medio del mundo aspiran a la perfección de la caridad y se empeñan por
la santificación del mundo (Cf. Can. 710). Entre estos, los eremitas se dedican a Dios con
“un apartamiento más estricto del mundo” (Can. 603, 1), a cuya forma de vida se asemeja
el orden de las vírgenes (Can. 604). Sin especificar concretamente dicho ‘apartamiento’
se lo describe como: “el silencio de la soledad, la oración asidua, la penitencia y
dedicación de la vida a la alabanza de Dios y a la salvación del mundo”. Fácil por
lo demás se comprende su necesidad para la fortaleza y perseverancia de personas
solas, consagradas a Dios en medio del tráfago de la sociedad civil.

La connotación más específica de la consagración anacorética y de las


vírgenes es que se consagran de forma individual, en soledad con Dios. Vale decir,
sin comunidad de consagrados, y su modo concreto de vida en el mundo versus
apartamiento del mundo es, relativo al compromiso adoptado por cada uno. Su
intención fundamental es dedicarse por entero a solo Dios y no necesariamente
pertenecer a un Instituto de consagrados de alguno de los diversos tipos existentes.
En el caso de las vírgenes se les exige únicamente el voto de castidad (o propósito),
a diferencia de los eremitas que incluyen los tres votos (o vínculos). El Can. 604, 2
considera que las vírgenes pueden asociarse, pero esto por cierto, no es
determinante, sino la consagración personal a Dios hecha individualmente ante el
Obispo diocesano.

ACCESO A LA CONSAGRACIÓN SECULAR


La consagración mediante votos está abierta a todos en la Iglesia, solo que
el que hace votos se obliga a ser fiel y perseverante. Así, establece el Derecho
Canónico:

1191 El voto, es decir la promesa deliberada y libre hecha a Dios acerca de un


bien posible y mejor, debe cumplirse por la virtud de la religión. A no ser que se lo
prohíba el derecho, todos los que gozan del conveniente uso de razón son capaces
de emitir un voto. Es nulo ‘ipso iure’ el voto hecho por miedo grave e injusto, o por
dolo.
Además, el voto, cuando es público recibe el carácter de consagración
oficial en la Iglesia, y conlleva una cierta misión, representatividad eclesial o de
testimonio público en nombre de aquella. Si se lo asume como "privado" en
cambio, no tiene el carácter de "voto religioso", sino el de obligación sólo en
conciencia, para ser vivido en medio del mundo, entremezclado con el ambiente
secular. Que se lo adopte en una u otra forma depende de acuerdo o resolución
tomada entre el profesante y el obispo o superior eclesiástico que recibe el voto.
Dice el Derecho Canónico:

1192 El voto es público si lo recibe el superior eclesiástico legítimo en nombre


de la Iglesia; en caso contrario es privado.

CONSAGRACIÓN SECULAR DENTRO DE LA OFS


La Orden Franciscana Seglar por su parte, acoge ampliamente el
reconocimiento de la Iglesia a los consagrados mediante votos en la vida secular.
En las antiguas Constituciones vigentes hasta 1990, la OFS recomendaba
explícitamente a sus miembros abrazar los votos. Decía el artículo 52: “Son dignos
de grandísima alabanza los terciarios que, experimentados en los caminos del
Señor, hacen con el consejo de su director espiritual, alguno que otro voto privado”.
Es de notar que en este como en los otros lugares que se toca el tema, se asigna a
los terciarios “votos privados”, y es que el voto público le convertiría en religioso, y
desde ese momento quedaría fuera de la “orden Seglar”. Un religioso no tiene
cabida en una Orden Tercera o Seglar, a él atañe precisamente una ‘orden religiosa’,
o como decimos, una ‘orden primera’.

Las Constituciones vigentes que se promulgaron en 1990 dan por supuesto el


reconocimiento de la Iglesia en el Derecho canónico a la consagración de seculares
mediante votos. Y dónde trata el asunto, artículo 36, destaca su aporte al desarrollo
espiritual y apostólico de la OFS. Abriendo para ellos la posibilidad de tener en la
OFS un ámbito propio, una fraternidad de similares.

“Pueden ser de gran ayuda al desarrollo espiritual y apostólico de la Orden


Franciscana Seglar los hermanos que se comprometen con votos privados a
profundizar el espíritu de las Bienaventuranzas y a hacerse más disponibles para
la contemplación y el servicio a la fraternidad. Estos hermanos pueden
congregarse en grupos, que tendrán sus propios estatutos, de los que darán
conocimiento al Consejo Nacional, cuando la difusión de tales grupos sobrepase
las fronteras de una nación, al CIOFS. Tales estatutos deben estar de acuerdo con
las presentes Constituciones” (Const.OFS, 36)

Cabe pues al interior de la Orden Seglar, que hermanos ya consagrados


individualmente mediante votos privados se reúnan en fraternidades específicas
para ellos, sin que esto trastoque en nada su consagración anterior, aunque
agregando un eficaz auxilio para la misma. De igual modo podrían permanecer
repartidos en sus respectivas fraternidades locales. Esta alternativa se presenta nada
más que como una proposición, ya indicada por el Derecho Canónico en el can.
604, 2 como puede leerse más arriba al hablarse de las vírgenes. Destaca la ayuda
mutua que ello les reportará. En todo caso téngase en cuenta que sólo la
consagración de votos religiosos públicos incluye obligatoriamente la vida fraterna
en comunidad. Por tanto, la vida consagrada a título individual o de votos privados,
de conciencia, cual eremita o virgen (viuda), que aquí venimos caracterizando
como “Soledad con Dios”, se relaciona solo en forma relativa o por determinarse,
con la vida en fraternidad.

El terciario de votos privados que así lo prefiera, puede guardarse


perfectamente sólo para su fuero interno o su vida privada su título de
consagración; participando al igual que cualquier otro seglar en el seno de su
fraternidad franciscana local. La pertenencia a la OFS está determinada por la
Profesión definitiva de la Regla, que constituye la sustancia de la vida seglar
franciscana. Los hermanos con voto no adquieren por este solo hecho ningún rol
dirigente en la OFS, lo que es asignado por mayoría de sufragios obtenida por
cualquiera de los profesos definitivos.

LOS VOTOS EN LA IGLESIA


Concluyo finalmente el tema transcribiendo los cánones del Código
eclesiástica relativos a los votos:

573 La vida consagrada por la profesión de los consejos evangélicos es una


forma estable de vivir en la cual los fieles, siguiendo más de cerca a Cristo bajo la
acción del Espíritu Santo se dedican totalmente a Dios como a su amor supremo,
para que, entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, a la edificación de la
Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad en el
servicio del Reino de Dios y, convertidos en signo preclaro en la Iglesia,
preanuncien la gloria celestial.

575 Los consejos evangélicos, fundados en la doctrina y ejemplo de Cristo


Maestro, son un don divino que la Iglesia ha recibido del Señor y conserva siempre
con su gracia

599 El consejo evangélico de castidad asumido por el Reino de los cielos, en


cuanto signo del mundo futuro y fuente de una fecundidad más abundante en un
corazón no dividido, lleva consigo la obligación de observar perfecta continencia en
el celibato.

600 El consejo evangélico de pobreza, a imitación de Cristo, que siendo rico se


hizo indigente por nosotros, además de una vida pobre de hecho y de espíritu,
esforzadamente sobria y desprendida de las riquezas terrenas, lleva consigo la
dependencia y limitación en el uso y disposición de los bienes conforme a la norma
del derecho propio de cada instituto.

601 El consejo evangélico de obediencia, abrazado con espíritu de fe y de amor


en el seguimiento de Cristo, obediente hasta la muerte, obliga a someter la propia
voluntad a los superiores legítimos, que hacen las veces de Dios, cuando mandan
algo según las constituciones propias.

Fray Oscar Castillo Barros


Santiago, julio de 1989
Actualizado 2001

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