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1. INTRODUCCIÓN
1.1. JUSTIFICACIÓN
Estamos a dos años de nuestro último Capítulo General. Desde entonces me he dirigido
muchas veces a la Orden. Lo he hecho de palabra y por escrito. Lo he hecho intentando
hacerme presente en muchas de vuestras realidades. He visitado 34 países. He estado de
forma más o menos profunda, dependiendo de las posibilidades que he tenido, en unos 148
Centros. He ido sólo o acompañado por miembros del Consejo General.
Considerándome un instrumento del Señor, he intentado con mi paso hacer visible a San
Juan de Dios. He tenido numerosas oportunidades: Capítulos Provinciales, Visitas
Canónicas, momentos de reflexión, acontecimientos de los Centros o personales de algunos
Hermanos.
Durante el V Centenario del nacimiento de San Juan de Dios me ha sido posible participar
en muchas celebraciones: las tres organizadas a nivel de Orden y las promovidas por las
Provincias o por los Centros. Han sido para todos de gran enriquecimiento. Pretendíamos
que dicha celebración fuese un año jubilar, de crecimiento en la espiritualidad, para
Hermanos y Colaboradores. Decir que ha sido así sería afirmar demasiado, pero he
constatado experiencias en Hermanos, Colaboradores y enfermos, que me han confirmado
que en muchos ha existido ese crecimiento espiritual.
Además, como colofón, antes de iniciar el verano hemos tenido el gozo de la canonización
de nuestro Beato Juan Grande, que nos ha ayudado a conocerlo mejor y a valorar la
actualidad de su testimonio en una sociedad que necesita ser cada vez más solidaria con
las necesidades del prójimo.
Con esta carta quiero dirigirme a vosotros, los Hermanos. Pretendo hacer una exhortación
sobre el ideal de vida que estamos llamados a alcanzar. Hemos sido convocados de diversas
partes del mundo, a vivir juntos la vocación de Hermanos de San Juan de Dios.
Quiero comunicaros muchas cosas que he rumiado durante estos dos años, y considero
bueno que las compartamos para que nos ayuden a vivir. No me olvido ni de los enfermos
y necesitados, ni de los Colaboradores y amigos de la Orden. De hecho, a ellos haré alusión
en algunos momentos de esta carta. Sin embargo, quiero ahora dirigirme a vosotros,
pensar en vosotros y compartir con vosotros el gozo de nuestra vocación.
Juan Pablo II ha presentado la vida religiosa como la forma de vida que asumieron Jesús y
la Virgen en la tierra. Quiero brindaros una reflexión sobre nuestra vida religiosa, que nos
sirva de lectura y meditación, que nos ayude a repensar nuestra identidad, a confrontarla
con las aportaciones del Magisterio, a las que en muchas ocasiones haré alusión.
Hemos asumido la forma de vida de Juan de Dios, que se nos ha trasmitido por tantos
Hermanos nuestros: los primeros compañeros, Pedro Soriano, Juan Grande, Gabriel
Ferrara, Francisco Camacho, Paul de Magallon, Benito Menni, Ricardo Pampuri,
Eustaquio Kugler, etc. Estamos llamados a hacer lo mismo. Si ellos han podido ser fieles,
ser santos, no veo por qué no podemos serlo nosotros también.
De aquí la llamada fuerte que me hacía y que os hacía a todos en la Clausura del V
Centenario del nacimiento de nuestro fundador:
2. NUESTRA IDENTIDAD
Tres fueron las coordenadas que se nos dieron y por las que teníamos que avanzar en
nuestra identidad: Evangelio; Fuentes fundacionales: Fundador y Tradición; y la
adaptación a nuestros tiempos. Hemos intentado seguirlas. No en todo hemos acertado,
pero estoy seguro de que en ninguno ha existido mala voluntad. Quiero, a la luz de estas
tres coordenadas, hacer una reflexión sobre algunos aspectos de nuestra identidad.
Los Evangelios son los relatos del Testigo por excelencia: Jesús de Nazaret. También de sus
seguidores. La Iglesia ha tenido muchos testigos. Juan de Dios es, ante todo, un verdadero
testimonio de vida. Lo es la vida de sus primeros compañeros y lo es también la Tradición
de la Orden, que deja de ser verdadera tradición en la medida que no testifica una vida.
“Nuestro mundo está necesitado de testigos más que de maestros y si acepta a los maestros
es porque son testigos. " (Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, 41).
Es claro que, tanto el proyecto de Jesús de Nazaret, como el de Juan de Dios, y las exigencias
de nuestro mundo, nos hacen una llamada a ser testigos. Testigos de vida: evangélica,
juandediana, actualizada.
Por nuestra limitación es fácil la incoherencia: pretender unas cosas a las cuales no llegamos
y justificar otras muchas, que en el fondo sabemos que son injustificables, pero de las que
nos cuesta alejarnos.
Nuestro testimonio de vida evangélica exige radicalidad: Jesús llama a su seguimiento con
fuerza, con radicalidad, pero es comprensivo con nuestra naturaleza. Lo fue con las caídas
de sus discípulos, con su vulnerabilidad, aunque a El lo podemos definir como el
invulnerable. De hecho, al invitarnos a su seguimiento, Jesús afirma que su yugo es suave
y su carga ligera (Cfr. Mt 11, 28-30): su radicalidad está abierta a la misericordia, a la
reconciliación. El conoce nuestra naturaleza y no exige que seamos lo que no podemos ser.
Pero nos pide que seamos sus iconos, que nos transfiguremos, que le manifestemos con
nuestra vida, que continuemos su presencia viva en la historia con nuestro testimonio de
vida, que debe ser eminentemente juandediano (Cfr. Const. 2 c; 3 a).
He recordado a Hermanos nuestros que, junto con Juan de Dios, han sido transmisores del
carisma a lo largo de la historia. Hace ahora unos 32 años que soy hermano y siempre he
vivido con gozo el esfuerzo de la Orden por descubrir su pasado viviente en los Hermanos
que nos han precedido, en nuestra tradición, en Juan de Dios. Lo he vivido con mucha
intensidad estos dos últimos años. Aprecio todos los esfuerzos que se realizan para centrar
la figura de Juan de Dios. Realmente se nos presenta como una figura armónica: Juan de
Dios y de los hombres. Deberíamos sentirnos arrebatados por su ser.
Estoy, además, estimulado por el testimonio de tantos Hermanos que encuentro en mi paso
por las comunidades y ante los que me siento pequeño. En mi apreciación personal valoro
lo que ha sido su vida, que no puedo menos que confesar eminentemente juandediana.
Juan de Dios, como testigo, es una llamada a ser testigos de una vida que, como sabemos,
vale la pena.
Hemos de ser testigos: en nuestro mundo, que necesita de testigos; en nuestra Iglesia, que
también necesita de testigos. Vivimos en sociedades muy diferentes, con más o menos
desarrollo. A todas llega el consumismo, el materialismo, el hedonismo, con propuestas que
nos atrapan. Todas estas sociedades las queremos enriquecer con la luz de nuestro carisma.
Toda vida religiosa se define como profética. Asume las características del ser del verdadero
profeta de la Sagrada Escritura.
Una de las reflexiones del Hno. Brian O'Donnell presentó a Juan de Dios como siervo y
como profeta[2], dos aspectos que se complementan, que llevan consigo la dimensión del
anonadamiento, -Kénosis- y la del servicio, -Diakonía-[3].
Tanto desde la exigencia profética de la vida religiosa como desde el ser profeta de Juan de
Dios, nuestra vida está llamada a ser profética.
Juan de Dios, como profeta, nos ha presentado con su vida la Palabra de Dios sobre la
hospitalidad, nuestra forma de ser hospitalidad. Lo hizo de modo auténtico, coherente: su
figura irradiaba trascendencia; por eso lo bautizaron como “Juan de Dios”. Tuvo pleno
contacto con las necesidades humanas y se hizo solidario con ellas, viviendo con sencillez,
con alegría, con esperanza; se despojó de sí mismo para dar cabida en su ser a los demás,
para darse a los demás, para servirlos, para promover la vida de los otros.
Como él, estamos llamados a ser profetas en un mundo difícil, pero el nuestro, en el que
hemos de ser palabra de Dios, vida coherente, testigos de trascendencia, de vida sencilla,
de alegría, de esperanza.
¿Es posible hoy esto? Desde mi experiencia y mi conocimiento de las diversas realidades de
la Orden, no puedo menos que decir que sí. Somos profetas y estamos llamados a
acrecentar el profetismo de nuestra vida. No sé si soy demasiado optimista. Puede ser que
haya algunos que penséis que, tal como estamos actualmente, esto se hace cada vez menos
evidente.
Confío en la acción de Dios, confío en la presencia del Espíritu, que nos guiará en las
respuestas que como Institución estamos dando y estamos llamados a dar, aunque no sean
a gusto de todos, aunque en algunas ocasiones nos equivoquemos.
Juan de Dios nos ha dejado un legado espiritual. Su vida fue eminentemente carismática.
Impactó y atrajo a muchas personas a colaborar con él y algunas quisieron vivir como él;
de ahí el grupo de los primeros compañeros. Juan de Dios fue para ellas icono de Cristo.
Su gran integridad personal fue la que convenció.
Los primeros datos escritos de lo que aconteció en aquellos momentos son de las décadas
posteriores, 1570-1580. Juan de Dios al morir dejó una comunidad carismática, con una
vida propia que se fue irradiando. Diversas personas se fueron anexionando al grupo,
alguna cuando ya estaba dedicada al servicio de la hospitalidad, y, como hermanos del
bendito Juan de Dios, siguieron su proyecto de servicio a la humanidad doliente y
marginada.
Las biografías de San Juan de Dios y las diversas Constituciones de la Orden, han sido
expresión de la espiritualidad del Fundador y del enriquecimiento que tuvo esta
espiritualidad a lo largo de la historia. No podemos decir que sean tratados específicos,
pues no tenían esta finalidad. Tampoco podemos afirmar que siempre hayan sido
aportación de la verdadera experiencia espiritual, pero en ellas se ha plasmado gran parte
de nuestra espiritualidad peculiar. La verdad es que sin la espiritualidad, nuestra vida
hubiera dejado de ser vida.
Desde años se habla, sobre todo por parte de los formadores, de llegar a plasmar por escrito
nuestra espiritualidad. Teníamos un texto del P. Gabriel Russotto de 1958. Actualmente el
itinerario presentado en la tesis doctoral del P. José Sánchez ha enriquecido la
fundamentación de nuestra espiritualidad y ha centrado la figura de Juan de Dios.
Siguiendo el deseo del LXIII Capítulo General, se está trabajando para llegar a poner por
escrito la Espiritualidad de la Orden, como expresión de que hemos constatado su
necesidad para ser fieles a Juan de Dios, y de que, en el fondo, esta espiritualidad existe
encarnada en nosotros.
Se puede tener miedo a que nos centremos demasiado en cosas del pasado y de que nos
alejemos de nuestra realidad actual. No deberíamos tener este peligro. Os hablo de vivir
nuestra espiritualidad peculiar en el mundo del que formamos parte, amado y querido por
Dios, creado por él: espiritualidad para nuestras estructuras sanitarias y sociales, para el
mundo de la enfermedad y de la marginación, espiritualidad para compartir la misión con
los Colaboradores, espiritualidad para la humanización y evangelización, espiritualidad
que ilumina los problemas éticos, espiritualidad que es continuidad del ser de Juan de Dios
hoy, espiritualidad para una nueva hospitalidad.
Juan de Dios estuvo al lado del pobre, siempre con el pobre. Quisiera que me entendierais
bien. Veo que él hizo una opción integrando en el concepto de pobre al enfermo,
considerando la enfermedad manifestación de la pobreza del hombre. También hoy
hablamos del que sufre como pobre. Así lo expresa la exhortación Apostólica Vida
Consagrada (VC 82). Es verdad que entre los enfermos hay quienes disponen de más
recursos para poder aliviar su sufrimiento, pero no por eso lo consiguen siempre. Sin
querer eliminar la radicalidad de la opción preferencial por el pobre, pienso que, como
Juan de Dios, debemos integrar en la pobreza a todas las personas que sufren.
Esta opción nos debe llevar a lo profundo de ser hospitalidad siempre abiertos a los pobres,
a los enfermos, a los necesitados, con actitud universal. Un hermano de San Juan de Dios
no puede dejar nunca de ser hospitalidad. A pesar de que el paso de la vida nos lo vaya
dificultando, tenemos espacios y formas de continuar siendo y practicando hospitalidad.
La hospitalidad es inherente a nuestro ser, por el carisma con el que hemos sido
enriquecidos, por la consagración, por la opción fundamental que hemos hecho. Es
necesario, por tanto, reafirmar esta opción, no alejarse del mundo del dolor. Es necesario
estar en él y aportar la experiencia sanadora y reconciliadora que tuvo Juan de Dios, que
no es otra que la experiencia salvadora de Jesucristo.
Nuestras Constituciones son claras cuando hablan de que los recursos están en función de
la misión, no como forma de poder sino de servicio (Const. 13b). Ello, y no otras realidades,
debe calificar siempre nuestra opción.
Un camino diferente me parece que nos aleja de lo que es nuestra identidad. Nuestra
responsabilidad actual, la que la Orden nos ha dado, puede ser que nos lleve a
preocuparnos de otros menesteres, pero eso no impide el que seamos cercanos a la realidad
concreta de las personas que sufren, que están en nuestras estructuras y a las que sin duda
Juan de Dios haría presente su sensibilidad.
Con el estilo de vida propio de los religiosos debemos continuar siendo hospitalidad. En un
mundo secularizado pero que necesita del testimonio de los creyentes, de los religiosos,
hemos de ser manifestación de la presencia del Dios misericordia, del Dios hospitalidad.
El carisma de la hospitalidad es don de Dios a la Iglesia; con él fue enriquecido Juan de Dios
y nosotros, sus Hermanos, lo hemos heredado de él. Lo que no quiere decir que otras
personas no puedan ser enriquecidas por el mismo don, para vivir el servicio a los enfermos
y necesitados con otro estilo de vida.
De aquí la exigencia apostólica de trabajar nosotros como religiosos, para que nuestros
Colaboradores participen lo más posible, desde la fe o desde los valores humanos, del
carisma de la hospitalidad[4].
El que tengamos que estar en constante contacto con el mundo secular no elimina nada a
nuestra identidad de personas consagradas, que viven en comunidad, que se relacionan
con Dios a través de la oración, que han optado por un determinado estilo de vida, que
saben estar en la misión desde su consagración. Las exigencias de nuestro tiempo nos ha
llevado a adaptarnos, pero no a perder nuestro ser. Nuestra presencia en la Iglesia lleva
consigo la condición de consagrados, y en cualquier parte donde nos encontremos debemos
manifestarnos como tales.
El Santo Padre en VC 25 habla de hacer presente nuestra consagración con un signo visible,
y habla del uso del hábito como signo de consagración. También habla de traje sencillo con
un distintivo que sea testimonio de nuestra consagración. Hemos de hacer un esfuerzo en
el uso de estos signos externos, sin ser invadentes ni exagerados, siguiendo las costumbres
de los distintos países, sabiendo conciliar la realidad secular en la que nos encontramos con
el testimonio religioso que queremos dar. Esforcémonos, sobre todo, por la integridad de
nuestra vida, expresión auténtica de nuestra consagración.
Vida Consagrada ha definido claramente los tres estados existentes en la Iglesia: laicos,
presbíteros y religiosos. Se ha detenido también en el ser de las Instituciones de religiosos
laicales denominándolas, para evitar equívocos, Institutos Religiosos de Hermanos (VC.
60). Quiere que así sean llamados en el futuro.
Al adoptar esta terminología se fundamenta en que el término hermano encierra una rica
espiritualidad: hermanos de Cristo, primogénito entre muchos hermanos; hermanos entre
nosotros, por el amor mutuo y la cooperación al servicio del bien de la Iglesia; hermanos
de todo hombre, por el testimonio de la caridad de Cristo hacia todos, especialmente los
más pequeños. Hermanos para que reine mayor fraternidad en la Iglesia, hermanos que
hermanan la sociedad.
Hermanos que hermanan debería ser uno de los principios fundamentales de nuestra vida.
En un mundo dividido, en una sociedad eficacista y utilitarista, en una Iglesia que se define
Comunión, nuestro ser hermanador, nuestro aportar fraternidad, comienza por no crear
entre nosotros distinciones que separan, creando, más bien, actitudes que unen.
No digo que no haya fracasado muchas veces en mis relaciones fraternas, pero siempre me
he sentido muy hermano de mis Hermanos y quiero seguir siéndolo. Creo poder decir, por
experiencia propia y por muchas comunicaciones que he recibido de vosotros, que en el
fondo todos sufrimos cuando tenemos dificultades de relación con el hermano.
No me gustaría que consideraseis que trato temas del pasado que ya no nos atañen, porque
somos adultos y tienen poca incidencia en nuestra vida. Precisamente porque considero
que ciertos aspectos no se viven bien, es por lo que os invito positivamente a una reflexión
adecuada, para vivir el verdadero sentido de nuestra consagración.
3.1. VIRGINIDAD POR EL REINO DE LOS CIELOS
Por una parte, lleva consigo una ascética, la orientación de nuestros impulsos, la
integración armónica de nuestro ser. Lleva inherente la moderación en comida, en bebida,
en literatura inadecuada, en películas hoy muy abundantes, que, sin darnos cuenta,
impiden vivir serenamente la castidad.
No quiero llenaros de escrúpulos; más bien os estoy hablando con libertad. Me siento
bastante liberal, incluso diría que, en algunos aspectos, demasiado. Pero considero que
nuestro mundo es muy provocativo en este sentido, y creo que es necesario valorar el tema,
para superar ciertas dificultades, para conseguir una adecuada orientación de nuestra
forma de vida. La oración es un gran recurso que, al mismo tiempo que fomenta la amistad
con Dios, centra nuestra vida.
La virginidad es un don. Dios nos hace la llamada para que vivamos como consagrados. Nos
capacita para responder a la llamada, pero exige una calidad de respuesta, una respuesta
libre, expresión del clima de amistad entre El y nosotros. Tanto una concepción
inadecuada de la virginidad, como una forma de vivirla sin serenidad, tratando de acallar
nuestros impulsos sin darles el contenido que necesitan, hace que aparezcan los
problemas y, a veces, hasta que nos obsesionen, eliminando la experiencia gozosa de la
virginidad.
Es necesario que demos importancia a cosas que antes hemos tenido menos en
consideración. Hemos de cuidar nuestra afectividad, que esté bien orientada, que nos lleve
a una cercanía adecuada con los Hermanos, con los Colaboradores, con los enfermos y
familiares, con los amigos. El Hermano sin afectividad, sin ternura, sin sensibilidad no sé
si puede asumir todo lo que exige ser hermano. Sin caer en el ridículo, se ha hablado de
una dimensión femenina de la hospitalidad.
El concepto de pobreza es relativo. Hay muchos tipos de pobreza. Aún viviendo con
estrechez, según el ambiente donde estemos, quienes nos rodean, nos juzgan por las
muchas cosas que poseemos. Nos ven con muchos más medios, como ricos.
Nos hemos consagrado en pobreza. Tenemos claro que Juan de Dios dedicó su vida a los
pobres y necesitados, asumiendo su misma condición.
La mayoría de nosotros vivimos en una situación media alta. En los últimos estudios sobre
San Juan de Dios, se nos invita a alejarnos del Juan de Dios barroco que hemos creado y
a recuperar el verdadero Juan de Dios, puro, libre de ataduras.
Creo que al afirmarlo va inherente el deseo de que no sólo debe ser una recuperación del
verdadero Juan de Dios en sentido histórico-literario, sino que se nos está haciendo una
llamada a asumirlo en nuestra propia realidad.
Como en el caso de la virginidad, no vamos a rasgarnos las vestiduras. Hay cosas que han
llegado a formar parte de nuestro patrimonio: arte, cultura, expresiones de la fe, que
debemos respetar y cultivar. Por otra parte, está todo lo relacionado con la misión, en la
que tenemos que poner cuantos recursos podamos para atender bien a enfermos y
necesitados.
Nuestra preocupación debe ir más en la línea de nuestro modo de vivir, de las actitudes que
tenemos, de ver hasta qué punto nos arrolla el consumismo existente en nuestra sociedad,
en ver si asumimos al pobre, al humilde, al sencillo y lo hacemos nuestra causa. Nuestro
trabajo personal debe ir orientado a una verdadera liberación, compartiendo cuanto
somos y tenemos con los demás. La teología de la vida religiosa nos habla de una pobreza
personal y de una pobreza comunitaria, que hemos de hacer que sean reales.
Pienso que la tesis kénosis-diakonía nos lleva a esto, al desprendimiento de los bienes
materiales, haciéndonos más disponibles y solidarios con las necesidades de los demás; nos
lleva a ser siempre voz de los sin voz, a trabajar en la promoción humana y defensa de los
necesitados.
Mis palabras en orden a la obediencia, las valoro en cuanto necesidad de estar abiertos a la
voluntad de Dios. Estábamos acostumbrados a una obediencia cuyo contenido se hacía
presente por las normas; las prescripciones, los mandatos de nuestros Superiores, nos
llevaban a vivir en la uniformidad.
Nuestra cultura ha dado un gran espacio al elemento personal, a la libertad. No obstante,
no sé si con mucho fundamento, a veces, alguno de nosotros afirma que en este campo
estamos peor que antes.
Como decía antes, lo importante es estar abierto a la voluntad de Dios sobre nuestra vida.
El Superior debe saber que su función es la del servicio. Todos debemos saber que tenemos
que trabajar por construir la fraternidad, por poner por encima de los bienes particulares
el bien común. No quiero espiritualizar, pero creo que nos falta conectar la dimensión de
fe con nuestra vida. No podemos justificar cualquier cosa en aras de la libertad. No
podemos tampoco abusar de los demás, ni oprimir en aras de la obediencia. A veces según
donde estamos situados, nos es difícil ser animador de una comunidad, o los Hermanos
pensamos que no somos debidamente considerados. Creo que a todos se nos pide
conversión.
El documento Vida Fraterna en Común nos hacía una gran llamada a vivir bien la vocación
en todo lo que significa de comunión; esto requiere madurez, santidad. Hemos de vivir la
obediencia con categorías actuales, pero con verdadero espíritu de consagración.
Necesitamos estar abiertos y aceptar la voluntad de Dios sobre nuestra vida a través de las
mediaciones. En la praxis, creo que hemos vaciado bastante de contenido el sentido de la
obediencia.
3.4. HOSPITALIDAD SEGÚN EL ESPÍRITU
AUTÉNTICO DE NUESTRO FUNDADOR
El carisma es don de Dios, con el que nos hace partícipes de su mismo ser hospitalidad;
hospitalidad que tiene su fundamentación en la realidad teologal de la caridad;
hospitalidad que tiene también un fundamento humano, que lleva a entrar en el espacio
del otro y a dejar espacio al otro en nuestro ser.
Juan de Dios fue hospitalidad: él acogió, respetó, asistió, sanó, reconcilió, compartió, sirvió,
ayudó, comprendió. Si queremos vivir la hospitalidad al estilo de Juan de Dios, estamos
llamados a hacer lo mismo. A esto estamos denominando nueva hospitalidad. "Queremos
ser como él, tócanos como a él”. Así se lo hemos pedido al Señor.
Como en todas las Instituciones que tienen una historia, en nuestra Orden se han realizado
adaptaciones. Hemos ido cambiando según los criterios existentes en las distintas épocas,
según el sentir de las personas que se han ido sucediendo.
Nos define la Hospitalidad: nuestra consagración la hacemos a Dios a través de los cuatro
votos, pero las actitudes inherentes a los otros tres nos capacitan para ser hospitalidad
(Cfr. Const. 24). Pienso que una respuesta no armónica en los tres votos, nos impide ser lo
que nos define: hospitalidad.
Con la aprobación de las actuales Constituciones, recuperamos el sentido completo del voto
de hospitalidad, integrando en él todo lo referente a la dimensión teológico-espiritual,
aunque sea menos medible como contenido del voto.
Hago una llamada a todos a vivir esta dimensión fundante de nuestra vida. Sin querer
minimizar, la hospitalidad no tiene nada que ver con la posibilidad de poder trabajar o no
donde lo hemos hecho siempre; no tiene nada que ver con el estar directamente con el
enfermo o el realizar tareas que solamente indirectamente llegan a él.
En estos momentos, tendría que dejar hablar a cada uno de vosotros. Todos hemos
experimentado la presencia de Dios en nuestras vidas: por la fe recibida en el bautismo,
vivida en nuestra familia, celebrada en la Iglesia local a la que pertenecíamos antes de ser
religiosos. En nuestra Iglesia local tuvimos la gran manifestación de Dios, sintiéndonos
llamados a vivir como consagrados.
No tuvimos una caída del caballo como Pablo, ni una experiencia tan fuerte como la que se
dio en la vida de Juan de Dios. No obstante, hemos experimentado la acción de Dios, que
nos ha movido a seguirle y a tratar de imitar al Cristo misericordioso y a Juan de Dios
misericordia.
La presencia de Dios en la vida del pueblo de Israel, en la Iglesia, en la historia, es real: Dios
salvador se ha hecho hombre, para comunicar esta fuerza salvadora a todos. Es el Dios
cercano, que espera una respuesta adecuada, pero que comprende, perdona, reconcilia
siempre.
La teología postconciliar no excluye otras definiciones, pero ve a Dios muy cercano a
nosotros, mucho más Emmanuel que juez. Lo ve mucho más como el Dios que en el
momento de la muerte sale a nuestro encuentro para acogernos, que como quien decide el
futuro eterno de nuestra existencia de forma condenatoria.
Dios es siempre el mismo Dios. Hemos sido nosotros quienes hemos subrayado más una
vertiente que otra, con el peligro de tergiversar su propio ser.
Este Dios nos ha enriquecido con el don de la gracia, clima en el cual se desenvuelve nuestra
relación con El: "Donde existió el pecado sobreabundó la gracia" (Rom 5, 20). Son cosas
que olvidamos. Son cosas que, tenidas en consideración, nos hacen sentirnos queridos,
amados, acompañados por Dios en nuestros avatares. La gracia como fuente y pozo de
vida. De una vida que El nos ha trasmitido y que continua en nosotros,
sobreabundantemente, hasta la vida eterna.
El hecho de sentirnos llamados a vivir como Cristo nos ha llenado y nos llena de satisfacción.
Nos ha fascinado y nos sigue fascinando. La vida pasa. Cambia nuestra fuerza vital, pero
continúa viva la presencia misteriosa de Dios. El nos ha probado, soltándonos como una
pelotita. Puede ser que nos haya probado a través de nuestros mismos Hermanos, pero
sigue con nosotros. Cada día tenemos la posibilidad de reafirmarle nuestra adhesión.
A mi paso por las comunidades, me siento estimulado por vuestra oración, tanto personal
como comunitaria. Lo que no quiere decir que algunas comunidades no debieran mejorar
su estilo y forma de oración comunitaria, y que algunos Hermanos no debiéramos salir de
la rutina personal y mediocridad en la que, sin darnos cuenta, a veces nos encontramos.
Veo que se reza, pero sería bueno orar más.
Es necesario fomentar, a través de la oración, nuestra relación con Dios. Es necesario crear
este clima de confianza entre Dios y nosotros, en el que a veces nos cuesta entrar, porque
pertenece al mundo del misterio.
No sé si hago bien en decíroslo, pero desde hace años tengo la experiencia de la presencia de
Dios en mi vida; una experiencia liberadora, sanadora, sentida, cultivada. He tenido
momentos débiles en mi historia personal. Momentos en que cuestionaba a Dios con mis
porqués, desde mis dudas, desde mis incomprensiones de la realidad. Actualmente siento
a Dios de forma muy personal, cerca de mí, dentro de mí, aunque continúa siempre en el
misterio. Me siento también muy acompañado por Juan de Dios.
Con ambos trato de dialogar a menudo, me gustaría hacerlo siempre, pero no me siento
preocupado de no haber alcanzado este nivel. Me da la impresión de que mi futuro va a
continuar así. No obstante, me encuentro abierto a la voluntad del Señor, si aparecieran
situaciones de mayor sequedad.
En nuestra oración entra, como todos conocéis, la dimensión litúrgica, con la celebración de
los sacramentos y la de la Liturgia de las Horas. Entra también otro tipo de oraciones que
realizamos en común. Para todo ello es fundamental el substrato de la actitud personal[5].
Os digo todo esto para que valoréis la importancia de la oración en nuestra vida, para que
valoréis la oración que hacéis. Valorar la oración es deciros y decirme que la oración es
un instrumento clave para vivir centrados en nuestra vocación. La oración nos ayuda en
todos los momentos de la vida, en el gozo y en el sufrimiento, en la juventud y en la
ancianidad.
Lo he dicho en varias ocasiones: tenemos que avanzar en llegar a realizar una lectura en fe
de la vida. Juan de Dios lo logró. Y la suya no era una realidad fácil, puesto que estuvo en
contacto siempre con la parte triste de la vida: enfermos, pobres, abandonados, gente no
querida, desorientados. En todo momento tuvo temple, para todos fue consuelo, en todo
veía la mano de Dios.
El por qué de la presencia del mal, del sufrimiento y de la muerte, ha sido una realidad que
ha preocupado a todos los sistemas filosóficos y al pensamiento teológico. Algunos lo han
tratado con planteamientos más benévolos con respecto al ser y al actuar de Dios; otros,
desde una experiencia más angustiosa, han sido más críticos con la existencia del mal en la
humanidad. A pesar de todo, permanece en el ámbito de los misterios indescifrables[6].
Nuestras Obras son lugares donde se hacen muchas preguntas a Dios, esperando una
respuesta favorable que no siempre llega. Son lugares en los que se tienen vivencias de
frustración, de agresividad, de rechazo en relación con este Dios al que definimos
libertador y bondad.
Que el Señor, que es gracia, nos ayude en estas situaciones y actúe en todo nuestro
apostolado.
Hemos sido convocados por Dios para vivir en comunidad. Además de formar parte de la
comunidad de la Iglesia, somos miembros de la Orden Hospitalaria y formamos parte de
una comunidad local.
La comunidad local es una realidad teológica para nosotros. Es lugar en el que Dios está
presente, porque "donde dos o tres estén reunidos en mi nombre estoy yo en medio de
ellos" (Mt 18, 20). Con los demás miembros de la comunidad debemos vivir la comunión,
la fraternidad, en la apertura, el respeto, la aceptación, el amor al hermano, vivimos el
don de la fraternidad.
El ideal de vida al que hemos sido llamados lleva consigo la exigencia personal de crecer
siempre, para adecuar nuestra vida a Cristo, para vivir con las exigencias de Juan de Dios.
Desde ambas figuras se da una llamada fuerte a la santidad. Santidad que, sabemos de
sobra, no se alcanza si nuestro ser humano no se va adecuando a los valores, a las actitudes
que ellos tuvieron y que nos han testificado con su vida.
Las ciencias humanas hoy nos aportan mucha luz para comprendernos y para trabajarnos
a nosotros mismos, para ayudarnos a identificarnos con el ser de Cristo y de Juan de Dios.
La construcción del yo es tarea a realizar, iluminados por la razón, asumiendo el mundo
de los sentimientos, para lograr la armonía y el equilibrio necesario, expresión de la
santidad.
Cada uno estamos codificados de una forma, con un carácter, con un temperamento, con
diversas cualidades humanas. Hay elementos que son moldeables y tenemos que pulir para
que nuestra actuación sea realmente armónica. Hay potencialidades que tenemos que
explicitar, que tenemos que hacer crecer, que tenemos que trabajar para que se hagan
evidentes.
El ideal que estamos llamados a vivir y hacer presente, nos lo indican Cristo, que convocó
a unos discípulos, y Juan de Dios, que formó una comunidad de Hermanos.
Nuestra comunidad es convocación de Hermanos, que tiene entre otros fines el vivir la
fraternidad. No obstante tener esta finalidad común, somos diferentes. Por mucho que nos
parezcamos, no somos ninguno igual, somos irrepetibles. Ello nos enriquece, pero tenemos
que poner esta diversidad al servicio del ideal común, del bien común. De lo contrario,
aparecemos demasiadas veces como individualidades, difíciles de cohesionar en aras del
ideal común de la fraternidad.
Conozco bastante la realidad de las comunidades. En mi paso entre vosotros, sobre todo en
las visitas canónicas, os he exhortado a que con nuestra diversidad creemos comunión. Hay
quienes viven desde hace sesenta años o más como Hermanos y otros están iniciando su
vida religiosa; en ciertas regiones las comunidades se caracterizan por estar formadas por
personas de bastante edad y la integración de los jóvenes es costosa; hay partes en donde
la Orden está creciendo numéricamente y otras donde estamos disminuyendo.
Sé que en muchas comunidades habéis estudiado este documento y otras muchas aún seguís
haciéndolo. De ello hablamos en el LXIII Capítulo General, lo pusimos en el programa del
sexenio y aparece en los objetivos en muchas de las conclusiones de los Capítulos
Provinciales. El Señor nos ayudará a caminar en este ideal de comunión al que estamos
llamados.
Creo que, para crecer como personas, una tarea imprescindible es la de aceptarnos como
somos, como paso necesario para avanzar en la construcción personal.
Concepciones inadecuadas han pensado que nuestra libertad se veía condicionada por la
obediencia. En cambio, nuestras Constituciones definen la obediencia como un acto
personal que nos ayuda a conseguir la libertad de los hijos de Dios y favorece nuestra
madurez integral (Const. 17).
Hoy, nuestras formas externas son menos uniformes que antaño. Asumimos el sentir de la
exhortación apostólica Vida Consagrada, que nos dice: "La comunión en la Iglesia no es
pues uniformidad, sino don del Espíritu que pasa a través de la variedad de los carismas."
(VC 4).
No obstante, hemos de tener en cuenta que el hacer un canto a la libertad niegue que a
veces no nos pasemos y que dificultemos, con la afirmación de nuestro yo, la posibilidad de
la comunión desde la identidad de cada uno.
He dicho al inicio que quería hacer una reflexión de hermano, exhortativa, con sentido
positivo, y pretendo mantener este tono. Quisiera que creyéramos en el crecimiento de
nuestra comunidad y de nuestras comunidades en la fraternidad. Si nos etiquetamos, si
nos rechazamos, si no nos aceptamos, si nos excluimos, es difícil hacer un camino común.
Nos podemos ayudar en la santificación, pero nos provocamos bastante sufrimiento y lo
deberíamos evitar, para conseguir, al mismo tiempo, dar un testimonio de comunión.
Son muchas las llamadas que son un desafío para nosotros: el evangelio, Juan de Dios, el
Magisterio, la teología de la vida religiosa, las ciencias humanas, la realidad del entorno.
La caridad es la base de la fraternidad. Juan de Dios no nos ha dejado una doctrina sobre
su forma de vivir la comunidad con los primeros compañeros. Hasta hoy, al menos, no la
conocemos. Eran personas convertidas, tocadas por Dios, con unos grandes deseos de
hacer el bien, iluminadas por el testimonio de vida del santo. Creo que vale la pena
repensar ciertos aspectos fundamentales que nos ayuden a retomar con serenidad el
sentido de nuestra comunidad.
Hablamos a menudo del tema de la animación comunitaria. Hemos asumido este término
distanciándonos un tanto de las palabras gobierno, autoridad. No es que quien es elegido
para ejercer una responsabilidad, en este caso me refiero a los superiores, no tengan que
asumir las obligaciones que conlleva, pero la vida religiosa ha querido distanciarse de
actitudes que parezcan más un ejercicio de poder que una preocupación por potenciar la
vida de los otros.
Una primera cosa a considerar es la figura del animador. No se hace este servicio de
cualquier forma. Algunos pueden pensar que no tienen cualidades. Puede que haya casos;
pero, sin quitarle importancia, de lo que se trata es de tener en cuenta una serie de
principios de vida y de poner toda nuestra buena voluntad.
El animador debe ser un testigo. Está llamado a ser coherente, a ser persona preocupada
por la vida espiritual, a vivir identificado con la figura del Fundador y de la tradición de
la Orden, a cultivarse en lo que hoy exige nuestra Vida Consagrada, a preocuparse de cómo
puede realizar mejor su tarea dentro de la vida de su comunidad, con talante servicial,
acogedor, abierto; diría, si me aceptáis la expresión, democrático. Como Jesús en medio
de los discípulos: los evangeliza, los exhorta, cuenta con ellos, los conoce, los comprende,
los respeta, los perdona, los ama.
La animación debe preocuparse del ser personal de cada hermano. Un animador debe
hablar con los Hermanos. Que no sean sólo los lugares públicos donde hablamos con el
hermano. Que no sean sólo temas superficiales los que tratemos. Pienso que entre muchos
de nosotros abordamos temas profundos pero, a veces, con otros solamente tocamos
superficialidades. En el fondo, porque los consideramos superficiales, o porque nos es más
fácil tomar la actitud de superficialidad como posibilidad de relación y de esta forma no
entramos en otras profundidades. Soy consciente de que necesitamos los encuentros
personales, para escucharnos, para conocernos, para ayudarnos, para hacer comunidad.
Creo que hay que tener en cuenta ciertos bloqueos psicológicos, con frecuencia
inconscientes, que se pueden dar, como son ciertas posturas tomadas de unos con respecto
a los otros que nos parecen insalvables, y que una buena guía y la confianza en Dios nos
pueden llevar a superar.
Por último, la animación comunitaria debe llevar inherente el tema de la misión. En los
casos en que el Superior no sea el Gerente del hospital, no es de su responsabilidad la
dirección del mismo. Pero sí lo es el preocuparse por cómo viven sus Hermanos la misión,
cómo se sienten, ayudarles en todo y afrontar directa o indirectamente las dificultades que
puedan aparecer.
No quiero asustar a nadie, quiero valorar la vida que estáis haciendo y quiero ayudaros en
la misión. Muchas de las cosas que os estoy diciendo ahora a vosotros solos, como mis
Hermanos, son pensamientos que ya han aparecido en mis reflexiones dirigidas a toda la
Orden: Hermanos, Colaboradores, Enfermos y Necesitados, sobre todo con motivo de los
Mensajes del V Centenario del nacimiento de nuestro Padre; además, se trata de ideas que,
como podéis comprobar, están de acuerdo con las aportaciones de los anteriores
Superiores Generales.
El proceso formativo lleva consigo una serie de exigencias. Los nuevos candidatos deben
conocer la realidad de la Orden, para valorar si es éste su lugar de realización de la llamada
de Dios. La Orden a través de los Formadores y de las Comunidades, debe ayudar a
realizar este proceso formativo.
Tenemos el contraste de que en algunos lugares se dan abundantes vocaciones, con muchos
formandos: Africa, alguna parte de América y de Asia, mientras hay otros en los que los
candidatos son bastante escasos.
Con el fin de ofrecer una formación adecuada a los nuevos candidatos, la Orden ha
promovido Centros de Formación Interprovinciales y Comunidades Formativas, con un
uso mejor de los recursos que tiene. Facilita así a los formandos una experiencia más
enriquecedora, aunque en algunos momentos, se pueda constatar la pérdida de identidad
con respecto a la Provincia de referencia.
Hasta el momento, creemos que son más los puntos positivos de dichos Centros Formativos
que los negativos. La intención es responder a la necesidad de vida de nuestra Orden que
se preocupa por la continuidad del carisma en el tiempo. Como he dicho en otras ocasiones:
"Malo es no tener vocaciones, pero mucho peor es tenerlas y no saberlas formar".
Pensamos que de esta manera los formandos encuentran el ambiente que necesitan.
El proceso formativo lleva consigo una serie de aspectos que voy a intentar iluminar.
6.1. PASTORAL JUVENIL Y PASTORAL VOCACIONAL
Tenemos que hacer todo lo posible por favorecer los contactos con jóvenes y no tan jóvenes,
a los que les trasmitamos la experiencia de Dios que Juan de Dios tuvo y de la que nosotros
participamos, con el servicio a los pobres y enfermos que esta experiencia lleva inherente.
No podemos permanecer pasivos: en muchos lugares, las vocaciones no van a venir por sí
mismas. Es necesario seguir en contacto con el mundo de hoy, sabiendo la distancia que
existe entre nuestro lenguaje y el de muchas personas de nuestra sociedad.
No quiero decir con ello que no existen personas tan buenas como en otros tiempos, pero se
sienten llamados a vivir su cristianismo con otra forma de expresión.
Una de las cosas que ha hecho la exhortación “Vida Consagrada” es poner nuevamente en
evidencia la Vida Religiosa como valor, como forma de vida cristiana, distinta de otras que
existen en la Iglesia, insistiendo en la necesidad de vivir con mucho entusiasmo la
posibilidad de ser consagrados como religiosos. En nuestro caso, debemos de esforzarnos
para trasmitir el carisma juandediano a nuevas personas.
Tengo siempre muy presentes a los Hermanos que en las distintas Provincias se dedican a
la Pastoral Juvenil y Vocacional. Ser hoy instrumento de la llamada de Dios no es fácil.
Además, esta llamada lleva consigo una serie de exigencias en la posible respuesta, que no
siempre los candidatos tienen la capacidad de afrontar.
La indiferencia, o la crítica a causa de los pocos resultados, no es lo justo. Dios, creador del
mundo, continúa amando a sus criaturas a pesar de las dificultades que pueda tener
nuestra cultura. Es en ella donde tenemos que tratar de aportar nuestra luz.
La crisis vocacional a la vida religiosa, en la sociedad occidental, es real. Hoy son muchos
menos los que se adhieren en estos países, con lo que se da una pérdida cuantitativa de la
presencia carismática de los Hermanos en el apostolado. Tenemos que estar agradecidos a
Dios por la integración de tantos y tan buenos Colaboradores identificados con el espíritu
de Juan de Dios, que enriquecen la misión del dinamismo y la creatividad apostólica que
necesita. No obstante, hemos de trabajar para que el Señor continúe llamando personas a
ser Hermanos de Juan de Dios.
Cuando en las Instituciones existen personas carismáticas, que viven con gozo su vocación,
que presentan un estilo de vida que vale la pena, atraen y se ven los frutos, a pesar de las
dificultades. El P. Benito Menni fue a España a restaurar la Orden y en diecisiete años
tenía una Provincia con unos cien Hermanos.
He hablado pensando principalmente en los países en donde son escasas las vocaciones, pero
pienso asimismo en la importancia de ir trabajando el tema de la Pastoral Juvenil y
Vocacional en los lugares donde la llamada del Señor se hace más evidente.
En el primer contacto con los candidatos es muy importante, con los datos que tenemos a
nuestro alcance, hacer un discernimiento acerca de su vocación, para no hacerles perder
tiempo y no crear expectativas infundadas que después frustran tanto a los interesados
como a quienes esperan de ellos más de lo que pueden dar.
Se debe iniciar este proceso con una clarificación no sólo de conceptos sino existencial; en el
Noviciado se debe realizar una verdadera experiencia de Dios, en la que se vislumbre
claramente que la consagración en hospitalidad, según el estilo de San Juan de Dios, es el
proyecto con el que el candidato se identifica.
Es fácil el plantear esto así, pero todos conocemos lo que significa este proceso, y el esfuerzo
que es necesario realizar. Hemos de acompañarlo con nuestra oración.
Cada vocación es un misterio: el que Dios continúe llamando, el que se le escuche, el que
tengamos la capacidad de superar las dificultades de la inserción en la Orden. Donde son
escasas las vocaciones, la inserción debe de hacerse en grupos constituidos con Hermanos
de ya muchos años de vida religiosa; donde las vocaciones son abundantes, a lo mejor se
les pide muy pronto responsabilidades, sin haber tenido suficiente acompañamiento en
todo el proceso de integración. No tengamos miedo. El Señor nos ha guiado a todos en
nuestra vida y nos ha ido ayudando en cada momento en el que pensábamos que no
estamos suficientemente preparados para afrontar ciertas situaciones.
El período del Escolasticado suele ser el más crítico dentro del proceso formativo. Hay que
conciliar las obligaciones de nuestra vida de fe, con las exigencias de la comunidad, con la
experiencia del carisma en la misión, con los estudios profesionales. Todo se realiza en un
clima de más libertad y autonomía del hermano escolástico. Muchas veces nos sentimos
mal, no comprendidos e incluso criticados, puesto que no podemos responder al mismo
tiempo a todas las cosas.
Tanto por parte de los formadores como de los formandos se exige, en este período, mucha
sensatez. Creo que al intentar llevar a cabo todas las exigencias, temporalmente alguna
tiene que perder fuerza y espacio. Eso no quiere decir que claudiquemos en el valor de
ninguna de ellas, ni que nos acostumbremos a vivir de esta forma para el futuro. En la
medida que somos coherentes, se dará la fidelidad y la capacidad de respuesta a lo que el
Señor nos pide. Tengamos presente que en ningún momento nos pide algo que supere
nuestras posibilidades.
Durante el Escolasticado tenemos que realizar nuestra formación profesional que, a veces,
debe continuar posteriormente. No quiero desengañar a nadie. Sois conscientes de que, y
en este caso pienso en los más jóvenes, muchas veces nos preparamos profesionalmente
para una determinada especialidad y después nuestra vida va tomando caminos distintos
de los que inicialmente habíamos pensado.
Os recuerdo una vez más lo que en estos dos años he repetido tantas veces: nos sentimos
llamados a promover un proyecto de hospitalidad según el espíritu de San Juan de Dios y
hemos de hacer que sea así. Los estudios que realicemos serán una base, un puente que nos
lanza a asumir las responsabilidades que se nos pedirán.
Hemos de prepararnos para el desarrollo de la misión, que debe ser actualizada siempre.
De otro modo, nos quedamos estáticos y tenemos el peligro de marchitarnos o de morir.
Los formadores tienen la responsabilidad de favorecer la síntesis de vida que exige este
período. Ellos mismos necesitan cultivar constantemente la propia formación, a ser posible
promovida y organizada interprovincialmente, para poder responder a las expectativas de
los formandos y a la misión que les ha confiado la Orden.
La renovación de la vida religiosa, se nos decía en el Perfectae Caritatis, depende sobre todo
de la formación de sus miembros (PC 18). Una formación que debe abarcar los distintos
niveles que constituyen el ser del religioso. Una formación que no debe quedar sólo en
conceptos, sino que tiene una repercusión en nuestra vida.
En este sentido se han organizado muchos cursos e intentado responder a esta exigencia de
nuestra vocación hoy. Por nuestro cultivo humano, espiritual, carismático, necesitamos de
un constante estar al día. Tenemos que prepararnos personal y comunitariamente,
utilizando cuantas estructuras están a nuestro alcance: de las diócesis, civiles o de la
misma Orden.
El último Capítulo General nos pedía que hiciéramos una formación permanente
conjuntamente con los Colaboradores. No se puede realizar una nueva hospitalidad si no
damos a la docencia la importancia que merece. El documento “Vida Consagrada” nos
habla de que la formación permanente es una exigencia intrínseca de la consagración
religiosa (VC 69).
No quiero insistir solamente por sacar a flote un tema que no interesa a nadie. Precisamente
porque lo considero importantísimo lo saco a colación. Si fuerte es la afirmación del
Decreto Perfectae Caritatis, mayor es la de la exhortación postsinodal Vida
Consagrada, por lo que me siento llamado a promover la formación permanente.
La historia debe iluminar nuestra realidad, pero tenemos que asumir los conocimientos que
hoy nos dan la posibilidad de realizar una aportación cualificada a la hospitalidad, de
realizar una adecuada pastoral en la misión, afrontar los retos éticos de la asistencia,
integrar una adecuada dimensión social en nuestra relación con los Colaboradores según
la doctrina social de la Iglesia, ofrecer nuestra cultura de la hospitalidad. En este aspecto,
somos enriquecidos por los valores y las experiencias de los Colaboradores y les
enriquecemos con los nuestros.
La formación nos debe ayudar a entrar en el clima sereno y amistoso de comunicación con
Dios y con los hombres, en la verdadera realización de nuestra vocación, en la que
encontramos cada uno la felicidad. A pesar de las dificultades que podamos encontrar, el
ser felices es consecuencia de entender la vida, y pienso que la formación es un instrumento
que nos lo facilita.
6.4. FORMACIÓN PARA LA EXPRESIÓN DEL CARISMA
Nos ha tocado la suerte de ser los continuadores de la Obra de Juan de Dios. En nuestra
historia ha habido muchos Hermanos que la han hecho llegar hasta hoy. Tenemos un gran
patrimonio espiritual enriquecido por su vida. De muchos conocemos tantas cosas; otros
han quedado en el anonimato. Todos, no obstante, tienen un valor espiritual y sostienen la
vida de la Orden desde la sala del cielo, que cada vez es más grande, donde están con Juan
de Dios, con los enfermos y necesitados, con los Colaboradores y con los muchos fieles
cercanos a Juan de Dios.
La tarea de ser continuadores de su Obra, nos lleva a tener en cuenta el pasado. Tenemos
casi cinco siglos de historia. Nosotros debemos vivir el presente, abiertos al futuro.
Nos hemos formulado muchas veces esta pregunta: “¿Qué haría hoy San Juan de
Dios?”. “¿Cómo debemos construir el futuro de la Orden?”. El hecho de que no sea la
primera vez que nos la planteamos quiere decir que hemos intentado darle respuesta. Una
respuesta siempre insegura, pero así les ocurrió también a nuestros antecesores, por lo que
hemos de mirar al futuro con esperanza.
7.1. ENCARNAR EL IDEAL DE VIDA DE SAN JUAN DE DIOS
Cada vez es más claro para nosotros el ideal de vida de Juan de Dios. Tenemos personas
singulares, ricas carismáticamente. Sin quitarle ningún valor a nuestro discernimiento
personal, podemos ser guiados por estos carismáticos. Tenemos que hacerlo en comunión
con la Iglesia y en comunión con los Hermanos con los que hemos sido convocados. Las
Comunidades, nuestras reuniones en niveles locales, provinciales y generales, según sus
respectivas competencias, son para nosotros expresión y guía de cómo debemos encarnar
el ideal de Juan de Dios.
Una gran parte de nuestro esfuerzo debe ir orientado a profundizar en como vivió Juan de
Dios: su conversión, su seguimiento de Cristo, su dejarse orientar por su director
espiritual, su entrega, su ascesis, sus criterios fundamentales, sus experiencias, su forma de
relacionarse con los demás, su dedicación a los pobres y enfermos, su fundación del
hospital, su forma de presentar a las personas el reino de Cristo, su opción preferencial, su
sentido de Iglesia, su consagración, su oración, su primera comunidad.
Cada uno de estos temas es motivo de análisis. ¿Estamos respondiendo hoy a lo que él
desearía? A veces, hablando del espíritu que debe de existir en nuestras Obras, se me ha
ocurrido afirmar: "tenemos que hacer de forma que si San Juan de Dios bajase del cielo
se quedase en cada uno de nuestros Centros, porque se encontraba en ellos como si
estuviera en el que él creó en Granada."
Todo el capítulo tercero del documento del LXIII Capítulo General está orientado a
explicitar diversos elementos tenidos en cuenta por la Orden para responder a las
exigencias del Vaticano II con respecto a nuestra vida. Además, el capítulo quinto nos dio
pistas para el futuro. Creo que el capítulo III, lo que la Orden ha realizado ya, nos preparó
para el V, que se propone iluminar el futuro. No vamos a repetir cuanto en él se nos dice.
Solamente quiero hacer alusión a algunos puntos.
* Repito lo expresado varias veces: siguiendo el deseo del Santo Padre que
habla de nueva evangelización, orientamos nuestro futuro hablando de
una nueva hospitalidad, la que vivieron Juan de Dios y nuestros
antecesores, con los métodos de hoy, pero con el ardor que ellos tuvieron.
Estamos llamados a cambiar. Podríamos decir que somos bastante menos
ardorosos que lo que fueron ellos. ¡Tenemos tantos testimonios de
Hermanos nuestros, fieles en el ardor de la hospitalidad como Juan de
Dios! La nueva hospitalidad es llamada a imitarles.
A algunos puede parecerles que esto es ser poco apostólicos, que San Juan de
Dios era más incisivo. Tengo que confesar que sí. Pero pienso que hoy nos
movemos con otra cultura teológica y espiritual, que confía en la
misericordia de Dios y que se fundamenta más en un Dios que sale al
encuentro del hombre. Quienes estáis dedicados a la Pastoral sabéis mejor
que yo los principios desde los que os tenéis que mover, y me siento
satisfecho de vuestro trabajo.
Lo que tenemos que hacer es, como intuyo hizo Juan de Dios, que esos
condicionamientos interfieran lo menos posible y que la asistencia sea
realizada desde los valores con que nosotros intuimos que debe ser hecha:
"Jesucristo me traiga a tiempo y me dé gracia para que yo tenga un
hospital, donde pueda recoger los pobres desamparados y faltos de juicio,
y servirles como yo deseo" [9].
* La nueva hospitalidad lleva consigo el ser animadores de un proyecto de
hospitalidad según el estilo de San Juan de Dios. Todo cuanto estamos
diciendo en este apartado, define las coordenadas de nuestro proyecto de
hospitalidad realizado conjuntamente con los Colaboradores.
Tenemos que contar con los recursos disponibles, hacer una equitativa
distribución, pero también necesitamos crecer en conciencia social, a pesar
de que a veces ciertas luchas dentro de nuestros Centros Asistenciales nos
puedan doler.
* Por último, la nueva hospitalidad lleva consigo el seguir optando por una
presencia en países en vías de desarrollo, para realizar asistencia primaria
y promover la salud desde nuestras instituciones sanitarias. Tenemos la
mirada puesta en los muchos Hermanos jóvenes que, siguiendo la llamada
del Señor, se van integrando a nuestra Orden. Pensamos en tantos
Hermanos misioneros que han entregado su vida con generosidad por
estar al servicio de la salud y de la promoción humana de los pueblos en
vías de desarrollo, aún con peligro evidente de su propia vida.
Puesto que las fuerzas de las Provincias Religiosas que han tenido la iniciativa
de hacer presente la Orden en estos países son cada vez menores y las de
las vocaciones nativas, gracias a Dios, cada vez mayores en casi todos los
lugares, hemos de realizar un trabajo de preparación de los Hermanos
nativos para que vayan asumiendo responsabilidades en las Obras, por el
bien de los enfermos. Lo cual no quiere decir que no podamos continuar
compartiendo con ellos la misión.
Esto ha continuado así a lo largo de los cuatro siglos y medio de nuestra Institución. La
revolución industrial dio un estatuto propio a los trabajadores e hizo que se desarrollase
un Derecho hasta entonces desconocido.
Con las nuevas exigencias asistenciales hemos orientado nuestras Obras Sanitarias y
Sociales, donde hemos tratado de tener en cuenta nuestros objetivos propios y el derecho
laboral de los distintos países. Nos hemos organizado como empresas, a veces, con cierta
confusión en los conceptos.
Parto prácticamente con el mismo título del documento en el que hemos abordado el tema
de los Colaboradores. Quiero detenerme en lo que lleva consigo el compartir la misión.
Hemos hecho un desarrollo de nuestro Derecho para actuar mejor; hemos elaborado
Manuales o Reglamentos de funcionamiento en Provincias o Centros, para la clarificación
de cómo vivir unidos en la misión; lo hemos orientado sobre todo a los trabajadores, pero
en este proceso hemos dado cabida también a los Voluntarios. El comprender todo esto
nos cuesta, a unos más que otros. Hay diversidad de concepciones, que no es fácil conciliar.
Además, en el quehacer cotidiano aparecen dificultades que justifican el que algunos de
nosotros tengamos poca confianza en ello.
A Juan de Dios no le tocó vivir con esta organización laboral. Intuyo que la hubiera asumido
y hubiera sido fiel a todas sus exigencias, a pesar de las dificultades que pudiera encontrar.
Creo que no se hubiera echado atrás. Le intuyo en esta materia con unas actitudes, las
suyas, de responsabilidad, de diálogo, sin luchas, con la comprensión que le caracterizó
siempre. En él veo una gran confianza en Dios y en los hombres.
No sé si en este punto soy demasiado blando. Sé que la relación sindical dentro de nuestros
Centros, en ocasiones, se hace difícil. También nos cuesta integrar el concepto de empresa
que hoy la sociedad requiere. Lo que debemos hacer es tener la calidad de responder,
nosotros, o las personas que hemos elegido como nuestros estrechos colaboradores, con un
talante juandediano. Las actitudes de las que he hablado las tenemos que tener siempre,
pero sobre todo, aunque nos cueste, en los momentos más difíciles. Creo que estamos
llamados a avanzar en este campo, para que en nuestros centros exista un verdadero clima
juandediano. El compartir la misión lleva consigo confiar en quienes otorgamos
responsabilidades, exigir respuestas, delegar funciones, trabajar en equipo. Pero todos, en
los momentos más críticos, tenemos que preguntarnos cómo se comportaría ahora Juan
de Dios y hacer lo que intuimos que haría él.
Los bienhechores han estado siempre presentes en nuestra Obra. Han tenido, en ciertos
momentos, gran protagonismo. Han sostenido casi la totalidad de la acción social que la
Orden ha realizado en favor de los pobres, los enfermos, los necesitados. De las seis Cartas
que tenemos de Juan de Dios, cinco están escritas a ellos.
Con ellos hemos realizado un gran apostolado. Dependiendo de las costumbres de las
Provincias, eran visitados frecuentemente por los Hermanos que se dedicaban a la
cuestación. Aunque aún quedan algunos Hermanos con esta orientación, hemos cambiado
de sistemas y nuestra relación con ellos se lleva de forma más modernizada pero también
más impersonal. No obstante, existen aún ciertas relaciones personales y hay que decir que
recibimos un gran apoyo de nuestros bienhechores.
Con ellos mantenemos contactos a través de correspondencia, con la propaganda y las
revistas que para este fin hemos creado. Considero necesario el que esto se continúe
realizando. ¡Son tantos los que permanecen en el anonimato! Precisamente por ello
debemos de fomentar los lazos que los hacen miembros de nuestra Institución. Primero,
porque hacemos que compartan de lo mucho o de lo poco que tienen con los necesitados,
siendo instrumentos de solidaridad. Después, porque con sus ayudas llegamos a sostener
una asistencia a personas que, de otra forma, quedarían sin el apoyo que necesitan para
vivir.
Aplaudo y apoyo todas las iniciativas que se están realizando. En nuestras relaciones con
ellos debemos fomentar la devoción a nuestros santos y beatos, especialmente a San Juan
de Dios. Tenemos que facilitarles el conocimiento de nuestra Institución y tenemos que
usar un lenguaje que nos aparte de cualquier concepción comercial y les lleve a sentirse
miembros de nuestra familia, participes en nuestro apostolado. Además del limosnero de
Granada, tenemos en el P. Francisco Camacho, en Lima, un gran apóstol de la limosna.
8.3. HERMANOS Y VOLUNTARIOS UNIDOS PARA SERVIR Y PROMOVER LA VIDA
Es imposible hacer alusión a los grupos existentes en las diversas Provincias y en Centros
concretos. Sólo quiero poner de relieve el valor que su presencia aporta a la nueva
hospitalidad, a la hospitalidad de Juan de Dios. El voluntario viene a nuestra Institución
porque se siente identificado con su espíritu, realiza una serie de gestos con gratuidad,
voluntariamente, manifestando con ello su solidaridad con el enfermo o el necesitado, y
completa la acción que realizan los profesionales, ayudando a dar vida a nuestro proyecto
de hospitalidad.
Considero que hemos de trabajar el voluntariado para que se afiance y hemos de ser
nosotros, los Hermanos, los primeros en cuidarlo y hacerlo crecer, para que, desde su
propia identidad, cada uno viva la riqueza del espíritu de Juan de Dios.
8.4. CRECER EN LA ESPIRITUALIDAD JUANDEDIANA
En nuestra Orden, en distintos lugares del mundo, van apareciendo grupos asociados, que
se esfuerzan por vivir su cristianismo según el testimonio de nuestros santos o beatos,
especialmente, hasta ahora, desde San Juan de Dios y San Ricardo Pampuri. Estos grupos
están formados por una gran diversidad de personas, entre ellas muchos de nuestros
Colaboradores. Creo que esto es una bendición y como Hermanos hemos de fomentarlo.
El LXIII Capítulo General estudió la posibilidad de crear una Asociación confesional para
todo la Orden, como ya se había hablado en otras ocasiones, e incluso se tenían preparadas
las bases jurídicas para su constitución. Se pensó que aún no era el momento oportuno
pero, no obstante ello, considero que en las Provincias o en los Centros debemos de seguir
adelante con estos grupos de oración, de compromiso en la línea del carisma, iluminados
por la figura de San Juan de Dios o de alguno de nuestros santos. Ello nos hará gozar a
todos de los bienes espirituales.
En una charla que di, con motivo del V Centenario del nacimiento de San Juan de Dios,
titulada "Caridad y justicia en la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios hoy" afirmé en la
conclusión:
Me gustaría que me comprendierais bien. No es que estemos más por los Colaboradores
que por los Hermanos. Para mí no tiene ningún sentido un planteamiento de este género.
Vosotros y yo, por exigencias de la misión, por ser fieles a San Juan de Dios, por ser fieles a
las exigencias de nuestro tiempo, por mejor vivir el servicio a los enfermos y necesitados,
tenemos que avanzar en lo que significa el movimiento de los Colaboradores: vivir unidos
la misión, ayudarles a conocer lo que pretendemos, conseguir de ellos una mayor
identificación con los principios de la Orden, promover el espíritu del carisma en las
personas, en los grupos de profesionales de nuestros Centros, en los Comités que hemos
creado, para que el espíritu de San Juan de Dios esté siempre presente.
Sé que lo que estamos realizando como Orden no es absoluto. Nos podemos equivocar, se
puede mejorar, pero yo quiero estar con vosotros en esta reflexión, en esta búsqueda, para
responder a nuestros tiempos; quiero que, respetando el criterio de cada uno de nosotros,
seamos una piña y creemos comunión en lo que respecta a este movimiento.
9. EL GOZO DE SER LLAMADOS
Tenía ilusión de escribiros esta carta. Han pasado dos años del Capítulo General. Se me dio
la responsabilidad de ser en estos momentos el continuador de Juan de Dios al frente de su
Obra, de ser el animador de la Orden. Empecé con confianza este ministerio, la sostengo y
siento la cercanía de Dios y de Juan de Dios.
He tenido muchas oportunidades de estar con vosotros. Hay centros a los que aún no he
podido ir. Sois también bastantes a los que aún no he podido saludar. Me siento también
limitado con los idiomas, aunque uno se esfuerce. Son muchas cosas a las que hay que
atender al mismo tiempo. Pero una carta escrita con afecto y leída también con afecto, nos
da la posibilidad de encontrarnos.
He hecho esta reflexión consciente de mi responsabilidad, pero con el deseo de ser ayudado
por cada uno de vosotros. Puede ser que disintáis en algunas de las cosas que he dicho. Es
difícil dirigirse a todos con una misma palabra. Por otra parte, tener diversos criterios
sobre la realidad nos enriquece. Pero os puedo decir que cuanto os he escrito lo he pensado
muchas veces y en momentos concretos de estos dos años pasados.
Mi deseo es que viváis la vocación con gozo, que os sintáis bien. Me duele cuando no
encuentro comunión, cuando encuentro sinsabor en alguno de los Hermanos. Porque no
nos entendemos a nosotros mismos, no entendemos a los demás o pensamos que no nos
entienden.
Miremos todos al futuro con esperanza. La real y la teologal. Dejemos de lado el pesimismo.
Irrevocablemente estamos lanzados al futuro. He dicho en alguna ocasión: el futuro es la
posibilidad que tenemos de hacer lo que no hemos hecho hasta ahora, o de hacer mejor, si
podemos, lo que ya estamos haciendo.
Me niego a pensar que no tengamos razones reales para la esperanza. Las nuevas vocaciones
son una razón de esperanza. Me diréis que en algunos lugares son pocas; es cierto, pero es
razón para la esperanza. El apostolado que realizamos es razón para la esperanza. La
integridad de vida de muchos de vosotros es razón para la esperanza. La valoración que
tantas personas hacen de nuestras vidas es razón para la esperanza.
Tenemos que ser testigos de esperanza. Juan de Dios, Juan Grande, Ricardo Pampuri,
Benito Menni, los Hnos. Mártires: todos son para nosotros testigos de esperanza. De la
real, incluso en situaciones muy difíciles, y de la teologal.
En la historia de cada uno de nosotros es básico el vivir la vida con sentido. Encontrar el
sentido de la existencia. En el misterio pascual de Jesucristo encontramos la explicación a
realidades inexplicables (Gaudium et Spes 22). Desde Jesucristo encontramos sentido al
misterio pascual de nuestra existencia.
Es muy importante ser feliz, saber hacer una lectura en fe de la realidad, no para evadirnos
o buscar falsas soluciones, sino, precisamente, para centrarnos, para ser felices desde
Cristo.
La Iglesia está viviendo su preparación al año 2000 como Año Jubilar. Año en el que
celebraremos el aniversario de la venida histórica de Jesucristo para traernos la plenitud
de la salvación. Salvación que se hace gozo interior para nosotros, para todos. También
para los enfermos y necesitados.
En la Carta Apostólica "Tertio millennio adveniente" el Santo Padre define el año 1997
como año de Jesucristo, el año 1998 como año del Espíritu Santo y el año 1999 como año
del Padre.
Nosotros presentamos un programa para el sexenio en la Carta Circular, con una serie de
actividades para cada uno de los años, que estamos tratando de llevar a la práctica. 1997
es el año del primer centenario del nacimiento de San Ricardo Pampuri. Os invito a tenerlo
en cuenta en vuestras celebraciones. Hemos decidido celebrar un Capítulo General
extraordinario para la aprobación de los Estatutos Generales y deseamos realizarlo cerca
de su tierra natal.
Todas estas reflexiones las hecho pensando en cómo podemos nosotros mantener vivo el
signo de Juan de Dios en favor de los enfermos y necesitados: no podemos perder la riqueza
de Juan de Dios, de los inicios de nuestra Obra.
Estamos en 46 países del mundo y somos oriundos de 54 naciones. Considero que tenemos
que hacer que la Orden continúe presente desde la diversidad, pues esto también
enriquece. Hemos de preocuparnos por la continuidad, por la fidelidad, pero una fidelidad
que sea creativa, que no tenga miedo de las exigencias de hoy, que afronte con normalidad
los desafíos de nuestra historia de la hospitalidad y que trate de responder a estos desafíos.
He titulado la carta con una expresión de Pablo: "Dejaos guiar por el Espíritu". No he hecho
ninguna alusión a ella en el contenido de la carta, pero ha estado presente en cada una de
las cosas que os he comunicado. Solo quiero que seamos valientes y que miremos al futuro
dejándonos llevar por el Espíritu.
Que María, nuestros santos y beatos, especialmente San Juan de Dios, nos acompañen en
nuestro caminar.
[3] Cfr. SANCHEZ J., Kénosis y Diaconía en el itinerario espiritual de San Juan de
Dios, Madrid 1995.
[4] Hermanos y Colaboradores unidos para servir y promover la vida, nums. 114-124.