Georges Duby. Desarrollo inicial de la economía europea.
Georges Duby, historiador francés familiarizado con la investigación de la
edad media, escribe este libro a modo de ensayo sobre economía europea en el período delimitado desde el siglo VI al siglo XII. En su advertencia preliminar, el autor explicita al lector acerca de la insuficiencia de documentación disponible, y la extensión del área y del período estudiado. Estos dos factores influyeron tanto en la gran cantidad de hipótesis formuladas como en la necesaria acotación espacial en la que el autor decide especializarse en la construcción de la obra (el mundo rural francés). Nos compete a nosotros los primeros dos capítulos de la primera parte de dicha obra, titulada Las Bases: Siglos VII y VIII. En estos capítulos el autor desarrolla conjeturas basadas en estudios ecológicos, demográficos y tecnológicos, para elaborar un ensayo sobre las fuerzas productivas y las consecuentes estructuras sociales del período mencionado en la Europa occidental.
En Europa es tiempo de la fusión entre dos paisajes, uno puramente germánico en
progresivo desarrollo productivo y otro romano en decrepitud. De los diversos grados y peculiaridades de interpenetración entre ambos paisajes en los distintos territorios de Europa Occidental, es que depende en gran parte el progresivo crecimiento económico y el desarrollo de las estructuras sociales que describiremos a continuación.
El nivel de la civilización material es tan baja que la vida económica se reduce
esencialmente a la lucha para sobrevivir contra la naturaleza. Esta naturaleza va a definir un territorio cubierto de bosque, y la domesticación de este bosque (para la caza, recolección, ganadería y agricultura) define la vida económica y cultural de los europeos, fundamentalmente para el avance o retroceso de las áreas cultivables que permitiesen la alimentación así como la humedad y temperatura de dicho suelo, categorías influyentes en la productividad agrícola. Estos avances del bosque pueden vincularse a un período de glaciación entre el siglo V y primera mitad del siglo VIII, y el retroceso del bosque en el período inmediatamente posterior corresponde empíricamente a la retirada de los hielos y ambos corresponden simultáneamente a un período de desarrollo agrícola gracias a suelos progresivamente más secos y cálidos y, consecuentemente, menos resistentes al trabajo humano. Dicho beneficio para los cultivos se notó más en las zonas del norte de Francia, ya que la aridez del clima mediterraneo produjo erosion del suelo y la consecuente baja productividad de los cultivos.
En este paisaje de bosques y claros vivían grupos poblacionales (según las
evidencias, de no más de 100 integrantes), en progresivo descenso demográfico desde el Siglo II, fundamentalmente debido a los cambios climáticos antes mencionados, a la destrucción productiva fruto de las migraciones y a una enorme epidemia de peste negra en el siglo VI. Esta escases de hombres, señala el autor, delimita enormemente el desarrollo y las estructuras económicas, en especial por la importancia del control sobre los hombres y los útiles de trabajo, más que la tierra, para obtener beneficios económicos.
La fisonomía del paisaje europeo en este período se caracteriza por la progresiva
interpenetración entre dos maneras de explotar los recursos naturales. Por un lado, la legada por la cultura romana y practicada por los aristócratas rurales, consistía en cultivos de vid y cereales panificables en rotación bienal alrededor de villas. Estas villas se encontraban en el centro de las tierras cultivables, poblada de forma netamente romana según la centuriación (ager), las tierras de pastoreo, (saltus) con primitivas aldeas en las alturas de los agricultores, opuestos a las domus de los señores, y los terrenos salvajes de caza (silva). Esta forma de explotación económica se extendía a territorios cada vez más lejanos a su origen mediterráneo, hacia lugares donde la excesiva humedad, disminuía la productividad del ager, la consecuente decrepitud del sistema y la huida de la población hacia las aldeas, con una producción enfocada en el saltus (ganadería). Las aldeas germánicas se encontraban, por otro lado, en proceso de progresiva transformación fruto del contacto con el paisaje romano. Estas aldeas (de no más de 20 habitantes) se estructuraban con centro en las viviendas familiares, a las que les correspondían huertos de frutos variados trabajados de manera intensiva. El cultivo cerealista era menos extenso que en las aldeas y de muy escasa fertilidad, pero su interdependencia con la ganadería y la recolección de los bosques colindantes, de propiedad colectiva, permitió a los europeos diversificar sus fuentes de alimento que aisladas tenían una productividad aún más baja. Pese esta progresión, la escasez, el hambre y la mortandad eran aún generalizadas en el grueso de la población. Como resultado como la explotación campesina por parte de una clase de señores a cambio de protección y terreno cultivable va a definir las estructuras sociales de la Europa en este período.
La sociedad se conforma entonces, según el autor, por tres posiciones claramente
diferenciadas: los esclavos, objetos propiedad de pobres y ricos, los campesinos libres, y los ‘’grandes’’ antes mencionados. Estos últimos, fruto de la mezcla entre la aristocracia rural romana y la nobleza guerrera bárbara, eran dueños del trabajo de la mayor parte de los campesinos libres y su producción. Pero veremos cómo, de manera progresiva, el esclavo se integra en la población libre. Esta ultima estaba definida jurídicamente según el derecho al porte de armas y el uso de las mismas para obtener botines de los saqueos, símbolo de la pertenecía al pueblo o tribu. Ahora bien, dichas tierras, señala el autor, son naturalmente una fuente de poder mucho más estable que los individuos que la trabajan, y es precisamente el dominio de estas tierras y de sus trabajadores el elemento de codicia más importante a medida que se desarrolla el período que nos compete.
Entre estos señores destaca el rey, fundamentalmente debido a su considerable
fortuna producto de los mecanismos dinásticos destinados a la consolidación de un territorio de dominio familiar, y a su poder de mando sobre el resto de los grandes, cristalizado en la conformación de un séquito (palatium, amigos, fieles, adelingi) a los que distribuye tierras cultivables con trabajadores obligados a servirles prestaciones a cambio de la protección y administración territorial que estos señores laicos y eclesiásticos ejercen sobre el territorio en delegación del soberano. Ahora bien, estos extensos latifundios (fundus, praedium, villa) van a experimentar para el siglo VII una extraordinaria transformación: la disminución de esclavos clásicos y de campesinos libres propiamente dichos, debido a una nueva forma de explotación de ambos por parte de los grandes. Aunque todas las tierras y el bannum, es decir el derecho de mandar o castigar, correspondían enteramente a los reyes, estos otorgaron los beneficios (derecho a la explotación de tierras y peajes) derivados de la delegación de dicha autoridad, entre sus adláteres más fieles. Descubren estos últimos los beneficios resultantes de asentar permanentemente a los esclavos y sus familias en un terreno cultivable y hacerlos cargo de la manutención de su prole e instrumentos. Los beneficios de dicha transformación se traducen indudablemente en menor costo y mayor productividad y reproducción de los siervos. Inversamente, también disminuyó el número de campesinos libres. Estos se empobrecieron hasta tener que renunciar a su libertad: el uso de las armas, y delegar esta labor a los grandes a los que debían alimentar y avituallar. Este proceso tiene una importancia extraordinaria en el desarrollo de la economía europea, ya que de la disgregación del dominio de estos territorios mediante la herencia, y la explotación antes mencionada de estos territorios, se configura lo que el autor denomina ‘’el marco dominante de la economía medieval’’: el señorio.