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Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y cambiar, para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo,
por tanto, no debemos dejar pasar la oportunidad para recibir EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Y DE LA
RECONCILIACIÓN.
Este sencillo trabajo, tiene por fin ser una pequeña ayuda para prepararnos para la confesión a través del
examen de conciencia.
SALMO 102
El Señor es compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia;
no está siempre acusando, ni guarda rencor perpetuo;
no nos trata como merecen, nuestros pecados, ni nos paga según nuestras culpas.
CONFESARSE
Para mucho de nosotros, no es fácil y en otras ocasiones, no nos parece agradable confesarnos, arrodillarnos
frente al sacerdote pareciera doblegarnos. Sin embargo, después de la confesión tenemos una gran paz
espiritual, esta nos restituye nuestra amistad con Dios, nos aumenta la gracia santificante, nos refuerza la fe,
nos aumenta la fuerza para evitar cometer mas falta, nos da vigor para no caer en la tentación y nos
compromete a no ofender a Dios.
Sin embargo, después de confesarnos, muchas veces nos sucede que no nos sentimos seguros si hemos
hecho una buena confesión, como también nos ocurre que cuando estamos frente al sacerdote nos
cohibimos o nos contenemos de decir todas nuestras faltas. Más de alguna vez, pensamos que ciertas cosas
no son faltas y no las decimos o nos justificamos. ¿Entonces que hacer? ,
EXAMEN DE CONCIENCIA
Cada cual puede tener un método para prepararse para la confesión, muchos proponen un examen de
conciencia previo a confesarse, ¿Cómo hacerlo?, creo que sin angustiarse y sin apesadumbrarse con las
faltas, pero con mucha confianza en Dios sabiendo que seremos perdonados.
“Confesaos, pues, mutuamente vuestros pecados y orad los unos por los otros, para que seáis curados. La
oración ferviente del justo tiene mucho poder” Santiago 5, 16
Examinemos nuestra conciencia en oración ante Dios, escuchando su voz en nuestro corazón, Dios siempre
perdona cuando hay arrepentimiento.
Contemplen al que traspasaron" Jn 19:37
Contemplemos a Cristo, su amor manifiesto en su Cruz, el nos ayudara a prepararnos.
Al preparar nuestro Examen de Conciencia, recordemos que tenemos Diez Mandamientos que cumplir y
observemos en cuales hemos faltado. También podemos profundizar en los llamados Siete Pecados
Capitales, sin olvidar que faltamos muchas veces al no admitir nuestros defectos de carácter y no
aprovechamos los dones que Dios nos ha dado para servirle.
A continuación propongo algunas preguntas a responder, quizás falten muchas más, ya que esto es una
mínima ayuda.
5. NO MATARÁS
- He participado en la muerte de alguien
- Promuevo y acepto el aborto
- He pensado suicidarme
- Conduzco irresponsablemente
- Pongo en peligro la vida de los demás
1. SOBERBIA: Consiste en una estima de sí mismo, o amor propio indebido, que busca la atención y el
honor y se pone uno en antagonismo con Dios.
- Me he rehusado a Obedecer a Dios
- Vanagloria, la siento de sí mismo a causa de las ventajas que tengo y me jacto de poseer por
sobre los demás
- Jactancia, me esmero alabarme a mismo para hacer valer vistosamente mi superioridad y mis
buenas obras.
- Me elevo por sobre los demás en dignidad exagerando, para ello, el lujo en los vestidos y en los
bienes personales.
- Soy altanero, trato al prójimo, hablándole con orgullo, con terquedad, con tono despreciativo y
mirándolo con aire desdeñoso.
- Soy ambicioso, con deseo desordenado de elevarme en honores y dignidades como cargos o
título.
- Soy hipócrita, hago simulación de la virtud y la honradez con el fin de ocultar los vicios propios o
aparentar virtudes que no se tengo.
- Soy presumido y confío demasiado de que soy capaz de efectuar mejor que cualquier otro para
ciertas funciones.
4. IRA: Uno de los siete Pecados Capitales. El sentido emocional de desagrado y, generalmente,
antagonismo, suscitado por un daño real o aparente. La ira puede llegar a ser pasional cuando las
emociones se excitan fuertemente.
- He actuado contrario a la razón.
- Actúo sin moderación
- Tengo deseos de venganza
- Me siento maquiavélico
- Me domina la pasión en las discusiones
- Me indigno sin razón
- Participo de alguna riña
5. GULA: La gula es el deseo desordenado por el placer conectado con la comida o la bebida.
- He respetado el ayuno
- Practico el hurto para comer solo por placer.
- Mi deleite en el comer se reduce a un fin único y preponderante en la vida.
- No soy capaz de guardar abstinencia en los días de precepto
- Me provoco voluntariamente el vómito para continuar el deleite de la comida.
6. ENVIDIA: Rencor o tristeza por la buena fortuna de alguien, junto con el deseo desordenado de
poseerla. Es uno de los siete pecados capitales. Se opone al décimo mandamiento.
- Me entristece que otros tengan bienes materiales
- Me aflige si otro tiene un puesto que yo deseo
- Siento insatisfacción por los bienes que pose otro.
- Me angustia que otros sean felices
- Le deseo mal a alguien
REFLEXIÓN FINAL
Todos estamos muy necesitados de la paz interior, reconocer nuestras faltas, es un paso para lograrlo, la
culpa se elimina reconociéndola.
La confesión nos invita a hacer un examen profundo de nuestra conciencia, descubrir lo que llevamos
adentro, por tanto nos ayuda a conocernos más,
Pero hay algo de gran importancia, necesitamos saber si estamos en condiciones de ser perdonados, y
necesitamos saber que hemos sido perdonados.
No olvidemos que una cosa es pedir perdón y otra distinta ser perdonado.
Del Catecismo Católico, 1422 "Los que se acercan al sacramento de la penitencia obtienen de la
misericordia de Dios el perdón de los pecados cometidos contra El y, al mismo tiempo, se reconcilian con la
Iglesia, a la que ofendieron con sus pecados. Ella les mueve a conversión con su amor, su ejemplo y sus
oraciones" (LG 11).
Necesitamos una confirmación exterior, sensible, de que Dios ha aceptado nuestro arrepentimiento. Esto
sucede en la confesión: cuando recibimos la absolución, sabemos que el sacramento ha sido administrado,
y como todo sacramento recibe la eficacia de Cristo.
No te contentes con dejar la confesión para después de la caída. La confesión también tiene un valor preventivo,
porque aumenta la gracia en virtud del sacramento y fortalece la voluntad.
Cuando presientas una posible caída, confiésate aunque no tengas pecados graves. Y si, además, puedes
comulgar, todavía mucho mejor.
Para dominar el cuerpo es muy conveniente la mortificación. Es una práctica común de todos los santos. Un
cuerpo mortificado es mucho más dócil.
El ser mortificado fortalece la voluntad y enriquece espiritualmente.
Es necesario luchar mucho para permanecer puros. A las malas inclinaciones de nuestra pasión, se une la
inmoralidad que se ve en la calle y en el cine.
ALGUNAS RAZONES POR LAS QUE TENEMOS QUE CONFESARNOS
1. En primer lugar porque Jesús dio a los Apóstoles el poder de perdonar los pecados. Esto es un dato y es la
razón definitiva: la más importante. En efecto, recién resucitado, es lo primero que hace: "Reciban el
Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados, a los que no se los perdonen,
les quedarán sin perdonar " (Jn 20, 22-23). Los únicos que han recibido este poder son los Apóstoles y sus
sucesores. Les dio este poder precisamente para que nos perdonen los pecados a vos y a mí. Por tanto,
cuando quieres que Dios te borre los pecados, sabes a quien acudir, sabes quienes han recibido de Dios ese
poder.
2. Es interesante notar que Jesús vinculó la confesión con la resurrección (su victoria sobre la muerte y el
pecado), con el Espíritu Santo (necesario para actuar con poder) y con los apóstoles (los primeros
sacerdotes): el Espíritu Santo actúa a través de los Apóstoles para realizar en las almas la victoria de Cristo
sobre el pecado y sobre la muerte.
3. Porque la Sagrada Escritura lo manda explícitamente: "Confiesen mutuamente sus pecados" (Sant 5, 16).
Las condiciones del perdón las pone el ofendido, no el ofensor. Es Dios quién perdona y tiene poder para
establecer los medios para otorgar ese perdón. De manera que no soy yo quien decide cómo conseguir el
perdón, sino Dios el que decidió (hace dos mil años de esto…) a quién tengo que acudir y qué tengo que
hacer para que me perdone. Entonces nos confesamos con un sacerdote por obediencia a Cristo.
4. Porque en la confesión te encuentras con Cristo. Esto debido a que es uno de los siete Sacramentos
instituidos por El mismo para darnos la gracia. Te confiesas con Jesús, el sacerdote no es más que su
representante. De hecho, la formula de la absolución dice: "Yo te absuelvo de tus pecados" ¿Quién es ese
«yo»? No es el Padre Fulano –quien no tiene nada que perdonarte porque no le has hecho nada–, sino
Cristo. El sacerdote actúa en nombre y en la persona de Cristo. Como sucede en la Misa cuando el
sacerdote para consagrar el pan dice "Esto es mi cuerpo", y ese pan se convierte en el cuerpo de Cristo (ese
«mi» lo dice Cristo), cuando te confiesas, el que está ahí escuchándote, es Jesús. El sacerdote, no hace más
que «prestarle» al Señor sus oídos, su voz y sus gestos.
5. Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino
también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa
a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el
sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su
intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no
sería «completa».
6. Porque en la confesión te reconcilias con la Iglesia. Resulta que el pecado no sólo ofende a Dios, sino
también a la comunidad de la Iglesia: tiene una dimensión vertical (ofensa a Dios) y otra horizontal (ofensa
a los hermanos). La reconciliación para ser completa debe alcanzar esas dos dimensiones. Precisamente el
sacerdote está ahí también en representación de la Iglesia, con quien también te reconcilias por su
intermedio. El aspecto comunitario del perdón exige la presencia del sacerdote, sin él la reconciliación no
sería «completa».