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Facultad de Filosofía
Historia de la Filosofía Moderna
Semestre de Invierno 2012
Mtro. Francisco González Rivas
Apunte de Clase: Stuart-Mill: El Hedonismo ético y el Utilitarismo clásico
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Seminario Diocesano de Tula San Felipe de Jesús
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laicidad de los Estados-Nación garantiza que los seres humanos son libres de elegir o de
profesar el culto religioso que ellos prefieran, sin que ningún agente del gobierno los
obligue a renunciar o a adoptar un determinado culto.
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Un fundamento moral tal como el que propone Kant deja fuera del ámbito de
discusión el tema de la felicidad. Según Kant en moral siempre hablamos de máximas y no
de intenciones. En un discutido caso un crítico de Kant le pregunta si él considera
moralmente bueno el mentir, en caso de que un amigo cercano esté en peligro de muerte.
La respuesta del filósofo alemán es que lo único susceptible de evaluación moral es la
máxima con la que se actúa y no la consecuencia de actuar bajo la máxima. Si la máxima
del que miente es susceptible de ser universalizable y de ser querida sin restricción, es decir
sin un fin ulterior más que la propia máxima, entonces podemos hablar de corrección o
incorrección moral. Mentir se presenta como la máxima que guía la actuación y es ella la
que debe ser universalizable y la que debe ser querida sin restricción. Es obvio que ante
esta situación la respuesta de Kant será que mentir no es, bajo ninguna circunstancia, algo
que sea correcto.
Sin embargo, esta objeción a la teoría kantiana nos hace pensar en que el actuar
humano en muchos de los casos se nos presenta como guiado por una intención y no solo
orientado por una máxima universalizable. Los seres humanos en muchas circunstancias
persiguen en su actuar un fin bien determinado, y no podemos dejar de lado este aspecto
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teleológico de nuestra conducta. Sería muy extraño pensar en un individuo que solo
obedezca al deber por el deber mismo. En muchas de nuestras acciones cotidianas
perseguimos algo distinto del deber. Actuamos y obedecemos la ley moral porque en última
instancia queremos otra cosa distinta del deber.
III
1) El principio de utilidad.
2) Un empirismo moral que hace del goce y el placer la felicidad.
3) Cálculo de placeres.
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partes cuyo interés se trata; o, lo que viene a ser lo mismo en otras palabras, para fomentar
o combatir esa felicidad.1
Las personas normalmente actúan movidas por deseos o intenciones que, desde la
perspectiva utilitarista, están estrechamente relacionadas con la búsqueda y conservación
del placer. Una de las evidencias que sustentan este punto de la teoría es el hecho de que las
cosas nos hacen sentir de cierta forma. Los objetos, la naturaleza, las relaciones sociales, el
interés, la cultura, y una infinidad de estados de cosas, nos producen cierta sensación a la
que le sigue un interés por conservar o repelar el estado de cosas, de acuerdo a la sensación
producida. El empirismo en moral es el apoyo con el que cuenta la teoría de la acción de los
utilitaristas.
El placer que nos produce un estado de cosas o la presencia de algún objeto es visto
por el utilitarista como el indicio de que la felicidad es una cuestión de placer. En
concordancia con una epistemología empirista y con el hedonismo filosófico, el placer se
convierte en el fin último de la vida humana y el dolor en el mal radical por excelencia. Así,
una conclusión lógica del utilitarista será identificar el placer con la felicidad y considerar
que cualquier norma moral que promueva el placer y evite el dolor será considerada como
correcta o buena. De este modo considerar una norma, conducta o ley como buena o mala
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Bentham, J (1780/1948) An Introduction to the Principles of Morals and Legislation. New York, Hafner: 2
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dependerá de una circunstancia externa a la misma ley, norma o acción. Debemos juzgar a
las acciones, normar y leyes morales, de acuerdo con el criterio utilitarista, siempre
teniendo en cuenta las consecuencias de adoptar cierta norma, ley o conducta.
Según lo anterior, no podemos decir si una acción o una norma son buenas o malas,
independientemente del resultado que está tenga. Si una acción promueve un estado de
cosas donde la mayor cantidad de personas involucradas son susceptibles de sentir placer y
evitar el dolor, esa acción es buena. Si por el contrario, una acción desaparece o contraviene
a un estado de cosas cuya existencia nos permite el goce y el placer y promueve el dolor,
entonces esa acción es mala.
Juzgar una acción o una norma moral por las consecuencias es el punto fundamental
de la teoría utilitarista. Este elemento nos lleva a la idea de cálculo de los placeres, con el
fin de ponderar las diversas normas y acciones que debemos hacer. Si hemos de preferir
actuar de alguna manera porque eso reditúa en un mayor placer para el mayor número de
personas debemos calcular cuánto placer puede producir nuestra acción, y si actuar de esa
forma produce más placer o menos que actuar de alguna otra manera. Un ejemplo claro de
eso lo podemos tomar de la vida cotidiana. Si yo prefiero utilizar enervantes durante mi
juventud que hacer deporte o practicar el trabajo físico, entonces debo considerar el número
de personas afectadas por mis acciones. Evidentemente el placer producido por la droga es
un placer intenso por lo que parece que se debe preferir, sin embargo este placer es
individual; pero las personas que se ven afectadas por mi decisión de drogarme es más
grande: mis padres sufrirán al ver mi conducta, mis alumnos sentirán compasión y pena por
mí, mi novia lamentará mi situación, la sociedad sufrirá al ver como una joven promesa
desperdicia su vida.
Así pues debemos pensar que las acciones y las decisiones que tomamos no sólo nos
afectan a nosotros, sino que afectan a más personas de las que pensamos. De esta manera
pensar en las consecuencias de nuestra acción no sólo tiene un componente individual sino
ante todo social. El utilitarismo es una doctrina moral que fácilmente puede trasladarse a la
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política, y que de hecho ha sucedido. Debemos calcular qué nos produce más placer y
menor dolor, y si ese placer puede ser extendido al mayor número de personas, aunque Mill
considera que debemos preocuparnos por todo ser viviente que sea capaz de sentir dolor y
placer.