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Apuntes

ECUADOR: ARQ UEOLOGÍA Y DIPLOMACIA

viernes, 9 de abril de 2010

El reconocimiento arqueológico: estrategias, modalidad y


aplicación

Por

CatherineLara(2007)

INTRODUCCIÓN

La arqueología se ha caracterizado por mucho tiempo por su búsqueda


de metodologías provenientes de otras disciplinas pero aplicadas a su
propio campo de estudio. Con la corriente de la “Nueva arqueología”, se
buscó sin embargo dar a este campo de estudio una metodología propia,
enlazada a las demás ciencias, desde luego, pero netamente orientada
hacia las problemáticas propiamente arqueológicas. Dentro de este
contexto, se fueron poco a poco perfilando técnicas de investigación
previas a la excavación, y orientadas hacia una optimización de la
misma, tales como las del reconocimiento arqueológico. En este sentido,
se considera que el estudio de Gordon Willey en el valle de Virú sobre
patrones de asentamiento es el primero en haber incorporado una fase
de reconocimiento arqueológico dentro de su programa de investigación
(Ammerman, 1991: 65).

El reconocimiento arqueológico consiste en la exploración del terreno,

1
búsqueda y registro de los sitios arqueológicos, dentro de un objetivo
preciso. A su vez, el sitio arqueológico se caracteriza como espacio de
concentración de material arqueológico. Las características del mismo
son definidas por el tipo de material cultural encontrado y su relación
con el entorno (Binford, 1964: 431).

El reconocimiento arqueológico tiene luego un papel fundamental en la


investigación arqueológica, quizá más que la excavación en sí
(Ammerman, 1991: 64). El diseño de la fase de reconocimiento
arqueológico implica la búsqueda de técnicas que permitan extraer
información sobre un sitio de forma eficiente, teniendo en cuenta la
naturaleza de la investigación que se piensa llevar a cabo (Schiffer y
otros, 1978: 3).

Otros autores perciben el reconocimiento arqueológico desde una


perspectiva más general, como método de recolección de datos. Para
Ruppe, existe así una distinción entre survey y reconocimiento (en
castellano), siendo el survey caracterizado por un acercamiento más
crítico como fase de exploración preliminar. Según el mismo autor, el
survey provee al investigador una idea del tipo de material con que va a
trabajar, de tal manera a contar con una base que le permita plantear
una serie de hipótesis acerca de las culturas asociadas a estos
materiales (Ruppe, 1966: 313).
Por razones prácticas, hablaremos aquí de reconocimiento, pero en el
sentido de survey planteado por Ruppe.

De cara a la importancia que esta técnica ha ido cobrando en la


investigación arqueológica, y a sus múltiples beneficios, el siguiente
trabajo se propone precisamente esbozar un bosquejo del
reconocimiento arqueológico, al presentar cuáles son sus parámetros
teóricos por un lado, sus modalidades y sus técnicas por otro, y por
último, su aplicación.

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EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO COMO
METODOLOGÍA DE INVESTIGACIÓN

Los objetivos principales del reconocimiento arqueológico son


principalmente localizar los espacios “vacíos” arqueológicamente
hablando, de manera a identificar las diferentes estrategias de
ocupación del entorno y demás datos arqueológicos (Demoule, 2005:
44-45). Según algunos investigadores, el reconocimiento inclusive
podría ser una técnica que podría llegar a desarrollarse
independientemente de la excavación, proceso mucho más complejo a
nivel logístico y económico (Renfrew y Bahn, 1996: 70). Por otra parte,
la implementación de un muestreo gracias al estudio llevado a cabo
durante el reconocimiento arqueológico es mucho menos destructiva
para el registro que una excavación general (Drennan, 1996: 81, Burger
y otros, 2002-2004: 480), y más enriquecedora, ya que implica un
estudio más profundo de la información seleccionada (Drennan, 1996:
81). Además, el reconocimiento permite evaluar de forma más acuciosa
qué sitios merecen o no ser estudiados o excavados (Ruppe, 1966:
313). De hecho, como bien lo recuerda Schiffer:

En nuestro criterio, el reconocimiento arqueológico es la aplicación de un


conjunto de técnicas usadas para diversificar las probabilidades de
descubrimiento de materiales arqueológicos de cara a evaluar los
parámetros del registro arqueológico a nivel regional (Schiffer et al.,
1978: 1, mi traducción).

El horizonte de posibilidades abierto por las técnicas de reconocimiento


arqueológico implicó muy pronto mayores estudios que permitieron
perfeccionarlas, lo cual permitió a los investigadores concentrarse más
particularmente en el cariz antropológico de los hallazgos.

Perspectiva teórica del reconocimiento arqueológico

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Un sistema cultural es un conjunto de articulaciones constantes o
cíclicamente recurrentes entre medios sociales, tecnológicos,
ideológicos, extrasomáticos y adaptativos dentro una población humana
(Binford, 1964: 425, mi traducción).

Según el mismo Binford, el registro arqueológico refleja este sistema


cultural y la diversidad de sus componentes, a través del criterio de
variabilidad. En este sentido, el registro arqueológico se presenta de
cierta manera como el fósil de este sistema, y es precisamente el
objetivo de la investigación arqueológica el definir la estructura del
sistema, estableciendo correlaciones, búsqueda que se da ya desde la
etapa del reconocimiento. Existen diferentes formas de evidenciar estas
correlaciones, por lo cual la colaboración entre arqueólogos y
antropólogos es de lo más enriquecedora dentro de este objetivo
preciso. Desde esta perspectiva, Binford subraya la importancia de
desarrollar una metodología que permita implementar un trabajo de
campo que responda a las perspectivas teóricas de un proyecto
determinado. Es por lo tanto necesario tener claro de antemano lo que
se pretende buscar en el campo (idem: 426).

Estamos ahora en medida de definir a la arqueología como el estudio de


las interrelaciones y transformaciones de los artefactos respecto a sus
dimensiones formales, temporales y espaciales (Spaulding citado por
Binford, 1964: 430, mi traducción).

Es la investigación de campo en conjunto la que permite definir estos


atributos formales y espaciales, de acuerdo a diferentes técnicas. Una
de ellas es la elaboración de “features” o

(…) unidades ligadas pero cualitativamente aisladas que dan cuenta de


una asociación estructural entre dos o más elementos culturales y de
tipos de matrices compuestas no recuperables (Binford, 1964: 431, mi

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traducción).

Desde esta perspectiva, el investigador decide qué atributos culturales


serán relevantes o no en su investigación, por lo cual el muestreo
cumple una función esencial, ya que evidencia la variabilidad existente
en la clase de “features”, el contenido y la estructura de su población.

En resumen, una teoría nos proporciona un marco básico en el que


manejar nuestra metodología y determinar los métodos y técnicas
reales de recogida, ordenación e interpretación de datos que vamos a
utilizar. Una teoría tiene poco valor si no dirige, guía y es modificada por
el trabajo práctico y enfrentada a los daros empíricos (…) El trabajo de
campo arqueológico es un ejercicio intelectual desde el principio hasta el
fin, y en el proceso hay que registrar los restos arqueológicos y sus
contextos. Estas anotaciones o registros deben ser minuciosas y
completas, pero no son otra cosa que eslabones en una cadena de
juicios y decisiones consistentes y rigurosamente puestos en práctica. La
importancia y el desarrollo de los registros dependen por tanto, de los
estudiosos, no de anotaciones imparciales, y los hechos que denuncian
no hablan por sí mismos (Chang, 1967: 138-139).

Razón por la cual es de suma importancia formular las preguntas de


investigación que el arqueólogo se propone resolver, antes de pensar en
cualquier tipo de trabajo de campo. Estas preguntas son las que, en
último término, orientarán al investigador hacia la definición de las
diferentes funciones y relaciones entre los elementos naturales y
culturales de un sitio, así como de modelos interpretativos acerca de la
densidad poblacional, la ocupación del espacio, el potencial arqueológico
o el alcance urbanístico por ejemplo (Ammerman, 1991).

Existen diferentes propuestas teóricas que fueron diseñadas para


encauzar al investigador hacia el descubrimiento de las variables
naturales y culturales susceptibles de ser tomadas en cuenta en su

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estudio. Estas propuestas se basan en la predicción de posibles
comportamientos adaptativos que se puede esperar encontrar en las
culturas arqueológicas (Johnson, 1977: 479). Permiten al investigador
guiarse en lo que se refiere a las respuestas al entorno; las
investigaciones arqueológicas permitirán luego establecer las
implicaciones o causas culturales implicadas por estos patrones
adaptativos.

Uno de estos modelos propone por ejemplo que los patrones de


dispersión espacial de los asentamientos responden a factores de
minimización, maximización u optimización de ciertas variables (idem),
elemento que puede servir como herramienta para definir los lugares
susceptibles de contar con sitios arqueológicos.

Existen también modelos de interacción y distancia, tales como el


modelo geográfico de gravedad, el cual proyecta la interacción posible
existente entre diferentes sitios, de acuerdo a su tamaño y a la distancia
que los separa, así como al gasto energético implicado por los
desplazamientos hechos del uno al otro. Johnson sugiere además que en
áreas aisladas, se debería esperar una mayor homogeneidad de
actividades (ibidem: 481). Otro modelo, el de la “teoría de la plaza
central”, establece que existe una jerarquía en la distribución espacial
de los sitios, definida por la funcionalidad de cada uno de ellos dentro de
esta estructura geográfica. Este tipo de modelo fue profundizado a
través de hipótesis tales como la ley de Zipf, la misma que grafica la
repartición de los sitos arqueológicos de acuerdo al nivel de complejidad
política alcanzado por el sistema en que se hallan. Este modelo fue
asimismo aplicado al sitio de Uruk (Mesopotamia) (Johnson, 1977: 499).

Cabe de hecho resaltar que la aplicación de este tipo de modelos


requiere la integración de los parámetros de investigación, tanto
teóricos como los que responden a las características físicas del entorno:
estas variables no deben ser tratadas independientemente, sino dentro

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de un mismo marco de investigación correspondiente a objetivos
precisos (Tartaron, 2003: 20). Estos parámetros son recogidos de
manera metodológica, tal como se verá a continuación.

Etapas del reconocimiento arqueológico

Según Schiffer, el diseño de la investigación consta por lo demás de tres


etapas específicas, cada una caracterizada por objetivos y metodologías
precisas: el estudio preliminar, el reconocimiento y el reconocimiento
intensivo. Estas etapas podrían ser percibidas como el cariz práctico de
la base teórica mencionada anteriormente, y dentro de la metodología
de investigación propia al reconocimiento arqueológico.

El estudio preliminar incluye una exploración histórica y ecológica del


sitio, así como una proyección de las posibles técnicas que permitirán el
sondeo arqueológico. De hecho, toda exploración requiere una
investigación bibliográfica previa, mediante la cual el arqueólogo se
familiariza con el sitio a través de todos los documentos ya disponibles
sobre el lugar. Estos documentos pueden ser gráficos, fotográficos,
textos actuales o manuscritos antiguos, colecciones de materiales ya
encontrados en la zona, etc. Desde esta perspectiva, la búsqueda
bibliográfica y en archivos es fundamental dentro de esta etapa
preparatoria del proyecto arqueológico. Los archivos pueden ser
privados o públicos (catastros, etc.). A nivel de la bibliografía
arqueológica, es asimismo necesario informarse acerca de los trabajos
arqueológicos ya hechos en el área de estudio por parte de diferentes
investigadores (Demoule, 2005: 42). Al cabo de esta primera etapa, el
investigador tiene ya un conocimiento de la historia del sitio, así como
del tipo de material arqueológico que puede esperar encontrar. De esta
manera, salen a relucir las posibles problemáticas de investigación y la
naturaleza de eventuales estudios interdisciplinarios que podrían ser
llevados a cabo en este sentido. A nivel más práctico, esta primera fase
de la investigación pone asimismo de relieve criterios necesarios a la

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organización logística del proyecto (Schiffer et al.,1978: 16).

Por otro lado, existen diferentes parámetros del medio que ameritan ser
tomados en cuenta de cara a la investigación. De entrada, todo proyecto
requiere una definición clara de los límites de la zona a investigar. Éstos
pueden ser naturales, culturales o arbitrarios (es decir, depender del
marco teórico de la investigación) (Renfrew y Bahn, 1996: 70). El piso
ecológico en que se trabaja (árido o selva por ejemplo), tiene además
implicaciones decisivas en el grado de dificultad del trabajo, así como en
la conservación de las estructuras arqueológicas, por lo cual es un
criterio que cabe no perder de vista (idem: 74). Estos parámetros (o
características del área de estudio), facilitan efectivamente la definición
de las relaciones existentes entre los artefactos y el medio, lo cual cobra
toda su importancia en lo que se refiere a la interpretación de los
hallazgos a nivel teórico (Schiffer y otros, 1978: 3).

Schiffer es uno de los arqueólogos quienes más se han concentrado en


el estudio de la conservación de los sitios, y de las consecuencias de la
intervención del arqueólogo sobre los mismos. Según Schiffer, existen
dos tipos de factores característicos de los sitios y de la investigación,
los mismos que deben ser tomados en cuenta dentro del proyecto. El
primero se refiere a aquellas propiedades del sitio y del registro que no
dependen del investigador, mientras que el segundo alude a las técnicas
y estrategias por él desplegadas frente al manejo de los datos (Schiffer
y otros, 1978: 4). Los parámetros del primer factor incluyen la
abundancia del material, su relevancia y la accesibilidad al sitio.

La abundancia del material se refiere a su densidad dentro de un sitio


determinado. Su “relevancia” consiste en el hecho de que ciertas
técnicas permitirán descubrir ciertos tipos de materiales únicamente, y
en lugares específicos. Aquí entra en juego el criterio de visibilidad, o
grado en el que los materiales arqueológicos pueden ser detectados. De
acuerdo con Schiffer, es por consiguiente fundamental definir de entrada

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la escala de visibilidad presente en las diferentes localidades de la región
a ser estudiada (idem: 6). Estos elementos tendrán de hecho una
incidencia en la probabilidad del descubrimiento de materiales
arqueológicos. En este sentido, Schiffer no olvida el criterio de
accesibilidad, el cual mide el nivel de esfuerzo requerido para alcanzar
un lugar específico (ibidem: 9), factor que se repercute tanto en la
calidad de la investigación como en las posibles interpretaciones teóricas
sobre las culturas arqueológicas que ocuparon el lugar.

En la segunda etapa o reconocimiento arqueológico en sí, el arqueólogo


entra en contacto directo con la zona de estudio y su material, al
evaluar su densidad, naturaleza y distribución a nivel de la superficie. Se
hacen las primeras pruebas de pala y experimentos de los criterios de
visibilidad y accesibilidad (Schiffer et al., 1978: 16). Un buen
reconocimiento arqueológico implica desde luego saber leer las claves
del terreno, lo cual requiere recorrerlo fijándose en cada detalle, de tal
manera a adquirir una verdadera intuición del lugar. Desde este punto
de vista, es también fundamental comunicarse con la gente que habita
el sitio, y cuyo conocimiento del mismo es sin lugar a dudas de lo más
valioso para el investigador. Por lo tanto, al finalizar esta etapa, el
arqueólogo tiene claros los parámetros decisivos de cara a su
problemática de investigación. El mayor conocimiento del terreno le
permitirá luego definir las técnicas de muestreo más apropiadas para la
excavación, así como establecer el presupuesto general de la fase de
campo de su proyecto (ibidem: 18).

Existe la posibilidad de que los reconocimientos arqueológicos tengan


que cubrir áreas muy extensas en poco tiempo, así como dar cuenta de
los efectos de una variedad de factores taxonómicos que influyan en el
registro regional. Idealmente, los datos que sustenten las
interpretaciones y las decisiones de organización son combinados de
forma eficiente, mientras que su calidad refleja con precisión las
propiedades de distribución del registro regional (Burger et al., 2002-

9
2004: 409, mi traducción).

Por último, la tercera etapa, o reconocimiento intensivo, permite


contestar preguntas precisas planteadas por el marco teórico de la
investigación, definir la repartición exacta del material de acuerdo a su
naturaleza, tanto horizontal como verticalmente, así como la incidencia
de los parámetros enunciados por Schiffer (Schiffer et al., 1978: 18).

En definitiva, queda claro que en función de los parámetros del sitio y de


sus objetivos teóricos, los investigadores seleccionarán diversas
estrategias que les permitirán a su vez afinar la búsqueda de
información en el marco del reconocimiento arqueológico, como
veremos a continuación.

MODALIDADES Y ESTRATEGIAS DEL RECONOCIMIENTO


ARQUEOLÓGICO

Si bien las técnicas de reconocimiento arqueológico y de prospección


dependen de cada sitio en donde se haga el trabajo de campo, existe un
marco general que permite guiar al investigador en este sentido
(Tartaron, 2003: 23). El objetivo del siguiente acápite consiste
justamente en exponer los diferentes tipos y técnicas de reconocimiento
arqueológico, los mismos que son seleccionados por los investigadores
de acuerdo a las expectativas teóricas evocadas en el apartado anterior.

Tipos de reconocimiento arqueológico

El papel de primera plana desempeñado por el reconocimiento


arqueológico dio lugar a la creación de una verdadera tipología del
mismo por parte de los diversos investigadores que han reflexionado
sobre la perspectiva teórica del tema. Por consiguiente, varios criterios
han sido propuestos de cara a esta clasificación tipológica.

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La distinción más fundamental plantea una diferenciación entre
reconocimiento arqueológico intensivo y extensivo. El primero es llevado
a cabo en una zona pequeña, pero la inspección del terreno se da de
forma sistemática, “peinándolo” de cierta manera. Se acude al segundo
cuando las extensiones son mayores, lo cual requiere la selección de
lugares específicos a analizar. Este tipo de reconocimiento puede darse
de acuerdo a tres posibilidades: o bien es selectivo (es decir, se escogen
sitios precisos, de acuerdo a los objetivos de la investigación), o bien es
indiferenciado (los sitios de la zona son investigados sin preferencia
alguna), o bien, por último, es probabilístico (modalidad que se
expondrá más adelante).

Por su parte, Burger et al. sugieren otro tipo de clasificación: el


reconocimiento arqueológico podría luego basarse ora en el
“descubrimiento”, ora en parámetros de investigación precisos. El
primer tipo se refiere a la exploración geográfica sistemática de los sitios
arqueológicos pertenecientes a un lugar determinado, mientras que el
segundo se enfoca más particularmente en una técnica de investigación
precisa adaptada al tipo de material arqueológico presente en la zona
investigada (Burger et al., 2002-2004: 410).

En fin, Ruppe sugiere una tercera tipología, la misma que combina


elementos de las propuestas planteadas anteriormente. Desde este
punto de vista, Ruppe distingue cuatro tipos de reconocimiento: el Tipo I
tendría como objetivo elaborar un catálogo de los sitios de la región a
estudiarse. Se trataría por consiguiente de un reconocimiento no
sistemático y más bien extensivo. Esta modalidad tiene la ventaja de
producir una cantidad apreciable de información sobre la arqueología de
una región determinada, y permite ahorrar esfuerzos a más de tomar en
cuenta las dificultades del terreno (Ruppe, 1966: 314). Por su lado, el
Tipo II se caracteriza por constar en el trabajo de excavación como tal
(y no ser previo a él como en los demás casos), generalmente en el

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marco de situaciones en que es necesario obtener información adicional
acerca de un sitio en particular o de uno de sus aspectos. El Tipo III se
define a su vez como orientado hacia un problema específico, por lo cual
busca definir los atributos o extensión de un área, de tal manera a
establecer un esquema conceptual de la zona investigada. Por último, el
Tipo IV se refiere a una exploración sistemática de los sitios (Ruppe,
1966: 315).

Técnicas de reconocimiento arqueológico

El reconocimiento arqueológico se basa en diferentes herramientas, las


cuales son seleccionadas en función de los objetivos de la investigación,
el entorno ecológico o los medios disponibles. Existen así diferentes
materiales y recomendaciones prácticas que permiten guiar al
investigador en este proceso, mientras que la estadística se presenta
como técnica de selección de los sitios a ser reconocidos y/o excavados.

En base al tipo de área investigada y a la tecnología empleada, el


reconocimiento arqueológico puede ser de cuatro clases: por
observación, por recolección de superficie, aéreo, y por introspección del
suelo.

La prospección por observación requiere fijarse en los diferentes niveles


del terreno, en índices fotográficos o geológicos que sugieran algún tipo
de actividad humana pasada (Demoule, 2005: 46). Esta prospección
permite asimismo un primer acercamiento al análisis de los ecofactos o
“todo dato no clasificable como artefacto pero culturalmente relevante”
(Binford, 1964: 432).

La recolección de superficie, por otra parte, es un método no


destructivo en el que varias personas recogen sistemáticamente el
material arqueológico hallado en la superficie del terreno, en fundas
numeradas, intercambiando información sobre sus diferentes hallazgos.

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Esta técnica es esencialmente aplicada a sitios que tienen ruinas y
estructuras monumentales (Demoule, 2005: 47-48). Sin embargo,

los caminantes tienen un deseo inherente de encontrar material, y


tenderán por consiguiente a concentrarse en aquellas áreas que
parezcan ser más ricas, más que en obtener una muestra representativa
del conjunto del área, que permita al arqueólogo evaluar la distribución
variable de material de diferentes periodos o tipos (Renfrew y Bahn
1996: 74, tda).

Como su nombre lo indica, la prospección aérea se hace desde avión o


helicóptero, lo cual permite obtener un mejor distanciamiento y una
mayor distinción de elementos de los sitios que no son visibles de cerca.
En este sentido, las variaciones de luz desempeñan un papel
fundamental en la valoración de ciertos aspectos. Este tipo de
proyección es asimismo muy útil en el estudio de ruinas (Demoule,
2005: 49-50). Las fotografías aéreas pueden también ser usadas para
diseñar mapas (Renfrew y Bahn 1996: 76), gracias a tecnologías de
procesamiento de las imágenes por computadora, tales como el
LANDSAT o el SLAR (idem: 80), así como el GIS o

técnica informática compuesta por un conjunto de herramientas para el


almacenaje, manipulación, recuperación, transformación, exposición y
análisis de datos geográficos, ambientales y espaciales (tales como
distribución de sitios o artefactos) en el paisaje. Los elementos
geográficos básicos manejados en el GIS son el punto, la línea y el
polígono (área). En el GIS, los datos pueden ser organizados ya sea en
“formato raster” (una línea siendo representada por una serie de casillas
contiguas dotadas del mismo valor en una tabla) o en un “formato
vectorial” (una línea siendo representada por una serie de puntos unidos
en un sistema de referencia) (Shaw, 2002: 255, mi traducción).

Los mapas son de hecho herramientas fundamentales en el

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reconocimiento arqueológico y la familiarización del investigador con su
sitio de estudio. Entre los diferentes tipos de mapas, se destaca el mapa
topográfico. Éste representa las diferencias de elevación del terreno
mediante curvas de nivel y líneas de contorno. Por su parte, los mapas
planiométricos no toman en cuenta las líneas de contorno, sino los
diferentes conjuntos de sitios y la relación existente entre ellos (Renfrew
y Bahn, 1996: 82). Los sitios son registrados mediante brújulas y GPS.
La información general del sitio es consignada en formularios.

En último término, el reconocimiento por introspección del suelo se


divide a su vez en cuatro categorías, esto es, la prospección geofísica,
por resistividad eléctrica, magnética y electromagnética. La prospección
geofísica trabaja con los diferentes campos magnéticos presentes en el
suelo. En un contexto arqueológico, el geofísico buscará asimismo
anomalías en el terreno, en base a la presencia o ausencia de
amplitudes, lo cual le permite recrear una imagen del suelo, la misma
que evidencia la presencia o no de posibles restos arqueológicos
(Demoule, 2005: 51). La prospección por resistividad eléctrica, en
cambio, se basa en la resistividad o conductividad de los flujos
eléctricos. Electrodos son colocados en el suelo, a raíz de lo cual se
suelta un flujo eléctrico, cuya evolución en el subsuelo es grabada en el
resistivímetro, que memoriza los puntos y permite establecer un “perfil”
del subsuelo, de cara a la identificación de posibles conjuntos de
materiales (idem: 52-53). La prospección magnética, por su lado, utiliza
un magnómetro de protones o de extracción óptica, el cual mide la
carga magnética de los diferentes materiales del subsuelo.
Generalmente, los que son artificiales poseen una carga inferior a los
naturales, y ubicándolos, es posible localizar la presencia de algún sitio
(ibidem: 54). Por último, la prospección electromagnética se caracteriza
esencialmente por el uso de detectores de metal. Este método es
generalmente usado por huaqueros.

Desde luego, los sitios con alta densidad de material son los más

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buscados por el reconocimiento arqueológico, aunque no se descarta el
estudio de los “no-sitios”, caracterizados por una baja densidad de
materiales (Schiffer et al., 1978: 1). En este sentido, lo mejor es
incorporar diferentes técnicas al reconocimiento arqueológico (idem:
32). Es por esta razón que el material empleado en el reconocimiento
arqueológico será generalmente muy variado.

Entre las recomendaciones prácticas sugeridas por los investigadores,


consta por ejemplo la de llevar a cabo diferentes campañas, de manera
a apreciar mejor las diferentes perspectivas de cada sitio (Ammerman,
1991: 79). Ya con un buen conocimiento del terreno, el arqueólogo está
en medida de planificar la investigación de cada sitio. Debido a la fuerte
subjetividad que puede significar esta elección, la mayoría de
arqueólogos ha optado por dejar la probabilidad escoger por ellos, en el
marco de una búsqueda de la mayor objetividad posible. Esta tendencia
fue de hecho introducida por la nueva arqueología, y especialmente por
uno de sus jefes de fila, Lewis Binford, quien definió los lineamientos
generales de la aplicación de esta técnica estadística a la práctica
arqueológica.

En primer lugar, Binford resalta que esta metodología se basa en el


muestreo o “ciencia que controla y mide el nivel de confianza de la
información mediante la teoría de la probabilidad” (Binford, 1964: 427).
Por consiguiente, el arqueólogo enuncia diferentes conceptos empleados
dentro de este método: para comenzar, al campo de estudio se lo
denomina universo, mientras que la población se refiere al conjunto de
las unidades analíticas en que se divide este universo. Esta población se
caracteriza por una forma y una estructura. Las unidades básicas
consisten generalmente en los sitios.

Binford preconiza algunos principios técnicos en esta división del espacio


a ser investigado: es necesario por ejemplo tener en claro el esquema
de unidades. En la medida de lo posible, éstas tienen que ser pequeñas,

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independientes las unas de las otras, e invariables. Cada unidad debe
ser más o menos asequible de igual manera (idem: 431).

A este modelo de representación de la región se le aplica luego un


muestreo mediante la ley de probabilidad, según la cual cada unidad
tiene la misma oportunidad de ser seleccionada de cara a la
investigación proyectada.

Existen tres formas de llevar a cabo un muestreo: éste puede ser


aleatorio, sistemático o estratificado.

En el método aleatorio, se considera que una muestra del 30% de las


unidades del sitio es lo suficientemente representativa, por lo cual se
sortea esta cantidad entre las diferentes unidades, o se las escoge a
través de una tabla de números aleatorios. Por otro lado, el método
aleatorio sistemático opera de acuerdo al establecimiento de cierto
intervalo que permitirá definir en el listado de unidades cuáles se van a
investigar y cuales no. Por otra parte, en el método estratificado

la región o sitio es dividida en zonas ambientales (o estratos, lo cual


explica el nombre de esta técnica), tales como campos de cultivo y
bosques; las unidades son luego seleccionadas mediante los mismos
métodos numéricos aleatorios, con la diferencia de que cada zona
consta de una cantidad de unidades proporcional a su superficie. Por
consiguiente, si el bosque ocupa el 85% de la superficie, se le debe
atribuir el 85% de las unidades (Renfrew y Bahn, 1996: 73, mi
traducción).

La ventaja de este sistema radica en que reduce el posible sesgo de la


muestra debido a la heterogeneidad de un medio dado. Además, al
escoger el investigador las variables que le permitirán trabajar, existe
un mayor control sobre las mismas, y por ende, sobre las muestras
(Binford, 1964: 429).

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En resumidas cuentas, el arqueólogo dispone de diferentes estrategias
de reconocimiento, que se basan a su vez en un abanico de técnicas. La
elección de estas estrategias y técnicas dependerá de la investigación
específica realizada por el arqueólogo, por lo cual el reconocimiento se
encuentra estrechamente ligado al marco teórico del proyecto.

EL RECONOCIMIENTO ARQUEOLÓGICO: APLICACIONES

El siguiente capítulo se propone sacar a relucir de qué manera los


diferentes elementos teóricos y técnicos enunciados anteriormente han
sido aplicados por diferentes investigadores en el marco de la fase de
reconocimiento de proyectos arqueológicos llevados a cabo en distintos
lugares del mundo y acerca de distintas épocas. Como veremos, si bien
existen tipologías y técnicas precisas de reconocimiento arqueológico,
cada proyecto las combinó de acuerdo a sus objetivos teóricos y a sus
posibilidades materiales.

Desarrollado entre 1992 y 1994 en el Epiro (Grecia), el “Nikopolis


Project Surface”, se enmarcó en un enfoque centrado en la arqueología
del paisaje y las dinámicas regionales (Tartaron, 2003: 26), esto es, en
base a

un abanico de perspectivas que llegó a abarcar tanto parámetros


tangibles (topografía, entorno ecológico, artefactos y “features”) como
intangibles (acción social, simbolismo, percepciones del espacio y
aspectos de localización relacionados a la ocupación de un espacio)
(Tartaron, 2003: 31, mi traducción).

En este sentido, la investigación otorgó un papel de primera plana a la


exploración del paisaje cultural, por lo cual reconocimientos extensivos o
recorridos pedestres (“walkovers”) fueron llevados a cabo paralelamente

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a estudios geomorfológicos, tomas de imágenes satelitales y búsqueda
bibliográfica. El propósito era de hecho llegar a evaluar la validez de
este modelo de investigación en el Epiro (idem: 28). En el transcurso del
reconocimiento, algunos criterios fueron re-evaluados, y se dio más
importancia a la toponimia del lugar, así como a su mosaico ecológico.
Tartaron evidencia además que concentraciones diferentes de material
requieren formas diferentes de registrarlo. Se sacó también a relucir la
necesidad de registrar el material encontrado lo más brevemente
posible, ya que éste puede destruirse muy rápidamente. Por lo general,
lo mejor es que la misma persona que lo encontró lo registre (ibidem:
39).

De la misma manera, en su artículo “Surveys and archaeological


research”, Ammerman presenta tres proyectos de reconocimiento
arqueológico llevados a cabo en tres zonas diferentes. El primero de
ellos, dirigido por Euler y Gumerman en el Suroeste de Estados-Unidos,
se proponía asimismo explorar las leyes humanas de asentamiento.
Desde esta perspectiva, dos hipótesis fueron planteadas: la existencia
de un recurso crítico y de una red de circulación de bienes e
informaciones que explicara el tipo de patrón de asentamiento, y el
papel central de la “ley del esfuerzo mínimo” de cara a la adquisición de
los recursos. Con la finalidad de comprobar o inferir estas hipótesis, los
arqueólogos de la investigación se concentraron en revisar
sistemáticamente la bibliografía existente en torno a los sitios, así como
en estandarizar las técnicas de registro de los mismos, con la idea de
cuestionar lo que antes se tenía como lugares comunes acerca de ellos.
(Ammerman, 1991: 67).

El segundo proyecto, llevado a cabo por Sanders, Parsons y Santley en


el valle de México, consta de una primera parte de presentación, en que
se exponen la historia y los objetivos del proyecto, así como una
descripción del entorno ecológico, de los métodos y estrategias
empleados, de la historia cultural del sitio en base a las características

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de su entorno natural, así como de sus implicaciones teóricas,
basándose en mapas, lo cual correspondería a los resultados sacados
del reconocimiento del sitio. Los objetivos de este proyecto eran
asimismo rastrear la progresión de la agricultura en la zona, en función
de la evolución de los diferentes asentamientos, en el marco de una
exploración de los procesos de evolución cultural del valle (idem: 69).

Por otra parte, la investigación de Adams, llevada a cabo en


Mesopotamia, se concentró en comprobar si existía o no una relación
entre irrigación y patrón de asentamiento, así como entre campo y
ciudad. La presentación de la investigación se caracterizó por un estudio
ambiental del lugar y una revisión histórica. Las técnicas de
investigación implementadas por Adams se ajustaron por completo a los
objetivos del proyecto, por lo cual se privilegió un estrategia de estudio
extensiva y comparativa con respecto a diferentes proyectos llevados a
cabo en la zona (idem: 71).

Estos tres proyectos se preocuparon por definir secuencias y patrones


específicos, en el marco de una visión ecológica y geográfica de los
sitios, sin perder de vista la variable demográfica, percibida como el
motor principal de los procesos culturales. De estos estudios sobresalió
la dificultad de “hacer hablar los datos”, de cara a la los diferentes
objetivos planteados, por lo cual se evidenció la necesidad de desarrollar
modelos que puedan ser empleados con este propósito (idem: 83).

Otro proyecto arqueológico que se caracterizó por una fase de


reconocimiento es el de Collier y Murra, llevado a cabo en el Austro
ecuatoriano. Los sitios excavados se concentraron más particularmente
en el Cerro Narrío, elección hecha por los investigadores luego de un
reconocimiento realizado en toda la zona de Chimborazo, Azuay y
Cañar, en búsqueda de restos materiales del período incaico en la zona,
que permitirían establecer un panorama de esta fase de la arqueología
regional (Collier y Murra, 1982: 16). Este reconocimiento se caracterizó

19
por recorridos pedestres de la zona, los mismos que tomaban en cuenta
la topografía de la zona, e incluían pruebas de pala (idem: 20).

En último término, en base a sus aportes sobre el reconocimiento


arqueológico, Binford propone un modelo de investigación hipotético
para el caso de un sitio prehistórico de Illinois. De entrada, el
investigador establece que el objetivo del proyecto consistiría en definir
la naturaleza de los sitios, lo cual se lograría mediante el aislamiento de
los mismos, de los “features” y de sus variables, tanto funcionales,
como estructurales, naturales o demográficas. Binford sugiere que se
escoja un ecofacto en particular, el cual se constituiría hipotéticamente
como central dentro del sistema cultural analizado. En base a esta
hipótesis y a la proyección de sus implicaciones, el investigador
comprobaría luego a nivel del registro si su propuesta justificaría
realmente o no la repartición de los sitios. El objetivo de este
reconocimiento seguiría siendo sin embargo la obtención de una
perspectiva general de la región, el cual permitiría esbozar un panorama
de la taxonomía de los asentamientos (Binford 1964: 434).

CONCLUSIÓN

No se puede negar que en comparación con el reconocimiento


arqueológico que se hacía hace treinta años, se han conseguido algunos
logros en las investigaciones actuales, especialmente en lo que se
refiere al uso de marcos teóricos y modelos analíticos.

Desde luego, la importancia reciente cobrada por el reconocimiento


arqueológico explica el que varios puntos queden aún por desarrollar en
este sentido, especialmente en lo que se refiere al uso de ciertas
herramientas teóricas. Una mayor definición de las correlaciones entre
los “features” dentro del registro arqueológico por ejemplo es necesaria,
pues de momento, el énfasis ha sido puesto en la estratigrafía vertical.

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Por otra lado, a algunos “features” se les ha dado más importancia que
a otros, como en el caso de los “features” funerarios por ejemplo. Este
tipo de aporte permitiría dedicar más atención al nivel explicativo del
registro (Binford, 1964: 441).

Desde otro punto de vista, en lo que se refiere al muestreo, algunos


autores cuestionan su precisión, puesto que el criterio de probabilidad
no estaría siendo aplicado a las construcciones culturales como tales,
sino a las representaciones conceptuales diseñadas por los
investigadores (Ammerman, 1991: 78). Otros argumentan en cambio
que no se necesita tener acceso a la cosmovisión de una cultura para
poder trabajar científicamente sobre la misma a partir su registro
material. Este punto es aún un tema de debate.

Por estas razones, es esencial desarrollar toda una gama de modelos


interpretativos, ya que muchas veces, un fenómeno puede ser explicado
por varios de ellos (Johnson, 1977: 482). Desde esta perspectiva, cabe
también desarrollar el entendimiento de los diversos procesos de
evolución de los sitios (Tartaron, 2003: 24).

Estos puntos podrán ser mejor integrados dentro del diseño del
reconocimiento arqueológico gracias a una reflexión sobre la
metodología del mismo, tarea que ya ha sido emprendida por
investigadores tales como Redman, quien propone cinco puntos claves
que necesitan ser tomados más ampliamente en cuenta dentro del
reconocimiento, siendo éstos una definición precisa de los objetivos del
proyecto, una proyección clara de los datos que se espera encontrar de
cara a los objetivos, así como de las dificultades en el procesamiento del
registro específico de la zona estudiada, la estructuración de la
investigación y la selección de las herramientas apropiadas para cada
etapa del reconocimiento (Redman, 1987: 257).

A modo de balance final, sobresale luego que el reconocimiento

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arqueológico se constituyó ya como una metodología de estudio
arqueológica que amerita ser desarrollada por dos motivos
fundamentales: el primero se refiere a la riqueza de la información
aportada por este tipo de técnica de investigación, mientras que el
segundo contempla más bien la protección del registro arqueológico. Es
de hecho comúnmente aceptado que las excavaciones arqueológicas
destruyen considerablemente a los sitios y sus materiales. Existe
además una preocupación por la acumulación cada vez creciente de
materiales que se almacenan en las bodegas de diversos institutos de
patrimonio del mundo, materiales que inclusive se deterioran antes de
ser debidamente analizados. Frente a este tipo de problemas de gestión
del patrimonio, técnicas como las del reconocimiento arqueológico son
por lo tanto una solución posible que permitiría el avance del estudio de
los materiales en contexto. Definitivamente, y como bien lo dice Chang,
la existencia de este tipo de técnicas demuestra que “la arqueología no
es un pasatiempo para aficionados” (Chang, 1967: 140).

BIBLIOGRAFÍA:

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Review of anthropology, vol. 10, pp. 63-88, 1991.

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4, pp.409-423, 2002-2004.

Chang, K. C. Nuevas perspectivas en arqueología. Alianza Editorial.


España, 1967.

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andino del Ecuador. Talleres Tipográficos Molina Hernández, Cuenca,
1982.

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2005.

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Tartaron, Thomas F. “The archaeological survey: sampling strategies

23
and field methods”, in Hesperia Supplements, vol. 32, “Landscape
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