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SESIÓN DE APRENDIZAJE 03

TÍTULO DE LA SESIÓN

Conocemos el concepto del texto poético, sus elementos y estructura

I. DATOS INFORMATIVOS

INSTITUCIÓN EDUACTIVA : 38820-A SAMANIATO


ÁREA : COMUNICACIÓN
GRADO : 2°
FECHA : 20/05/19
DOCENTE : MIGUEL ÁNGEL DE LA CRUZ RIVERA

II. PROPÓSITOS DE APRENDIZAJE


COMPETENCIAS DESEMPEÑOS EVIDENCIAS INSTRUM
ENTOS
DE
EVALUAC
IÓN
Lee diversos tipos de - Representa el contenido del cuento a
textos escritos en través del lenguaje corporal.
Los estudiantes localizan información relevante de LISTA DE
lengua materna - Formula hipótesis sobre el contenido a
un cuento formulando hipótesis antes y durante la COTEJO
- Obtiene información del partir de indicios que le ofrece el cuento.
lectura.
texto escrito. - Explica el conflicto, el modo en que se
- Infiere e interpreta organizan las acciones y la tensión en la Deducen y explican la estructura narrativa de un
información del texto trama de textos narrativos. cuento (inicio, nudo y desenlace) a través de un FICHA DE
- Reflexiona y evalúa la - Explica las relaciones entre los organizador gráfico sintetizando la información. EVALUACI
personajes, sus motivaciones explícitas e ÓN
forma, el contenido y el
contexto del texto escrito implícitas y sus acciones en diversos Construyen el concepto del cuento, sus elementos
escenarios. y su estructura. Así también remarcan a los
- Opina sobre la historia a partir de su personajes, sus motivaciones y las consecuencias
experiencia y la relación con otros textos que les acarrea con sus acciones.

III. SECUENCIA DE ACTIVIDADES

INICIO (20 minutos) RECURSOS Y


MATERIALES

 Se establece acuerdos con los estudiantes sobre las normas de convivencia necesarias para lograr  Cuaderno
los propósitos de esta sesión.
Antes de la lectura:
 El docente coloca el título del texto en la pizarra: “Los gallinazos sin plumas” o puede colocar la  copias
imagen de un gallinazo.
 Luego de ello, realiza predicciones con las siguientes preguntas: ¿qué son los gallinazos?, ¿dónde
habitan? ¿de qué se alimentan?, ¿cómo te imaginas a estos gallinazos sin plumas?, ¿qué les
sucederá?
 El docente recoge los aportes de los estudiantes y los registra en la pizarra. Luego, les plantea el
propósito de la lectura: ¿para qué leeremos este texto?
 Se debe manifestar que se leerá este texto para comprender y sensibilizarnos sobre la realidad que
viven muchos pobladores de la zona urbana y para apreciar la producción literaria de Julio Ramón
Ribeyro, uno de los mejores cuentistas latinoamericanos.

DESARROLLO (105 minutos)

Durante la lectura:
 El docente modela la lectura del texto, leyendo los primeros párrafos.
 Los estudiantes con orientación del docente, leen el texto. A la indicación del docente, se realizarán
pausas en la lectura, para realizar predicciones e ir contrastando estas con las que ellos formularon
al inicio de la sesión. - Lapicero,
colores,
Después de la lectura: plumones
 El docente forma grupos de cinco integrantes. Les entrega un pasaje distinto del texto a cada grupo (para sus
y les indica que visualicen a los personajes, que se imaginen qué es lo que sienten frente a estas organizadore
situaciones. Les pide que traten de representar la acción que se muestra a través de la expresión s cuando
corporal. Obtendrán un punto los grupos que realicen la mejor representación de su pasaje y los que tomen nota)
adivinen la situación representada. Durante la representación deberán emplear solo el cuerpo con
gestos y mímicas (sin emplear la voz).
 Los estudiantes, luego de 5 minutos para organizarse, representan la situación a la voz del docente.
Los demás grupos deben identificar el pasaje del texto.
 Los estudiantes deducen el pasaje correspondiente y el docente verifica, por medio de la lectura, la
acción representada.
 La representación de los estudiantes puede ser realizada al azar o en secuencia, según lo que - Fichas de co
convenga el docente con sus estudiantes. y evaluación
Luego de la representación, los estudiantes comparten de manera oral cómo se han sentido realizando la
actividad y para qué les ha servido. El docente ayuda a la comprensión a través de las siguientes preguntas
(una para cada equipo): ¿cómo se sentirían los niños en el estado en que se encontraban?, ¿qué aspectos
positivos podemos rescatar en medio de esta situación?, ¿qué es lo que lo motiva a tratar así a sus nietos?,
¿qué opinan de esta actitud? ¿En qué se relaciona esta situación con la realidad que conoces?
Luego del intercambio, manteniéndose en sus respectivos equipos completan este cuadro y luego lo
comparten:

Motivaciones Don Santos Efraín Enrique


¿Cuáles son los
propósitos e
intereses que
tienen cada uno de
los personajes?
¿Por qué creen
que actúan así?

¿Qué
consecuencias les
trae a los
personajes tener
esas actitudes?

Luego del trabajo grupal, los estudiantes comparten a la clase lo trabajado por el grupo. El docente
acoge y precisa las características.
 El docente les invita a dialogar y expresar sus opiniones acerca de las actitudes de los personajes:
Efraín y Enrique y el abuelo don Santos.
 Se repara en las condiciones humanas en las que viven los niños y el abuelo, una condición que los
denigra y que trastoca sus valores. Se reflexiona sobre las actitudes evitando polarizar entre los
“buenos y malos”. Ayúdelos a mirar más allá de ello, identificando las motivaciones de los personajes.
Se revisa cuál es la idea principal del texto, se analiza por qué el texto lleva ese título, se relaciona con
la historia que ellos conocen, si el problema que se plantea en la historia está vigente, se les pide
ejemplos.
Los estudiantes identifican los propósitos o motivaciones de los personajes por las cuales actúan de
esa manera. Así también identifican el propósito del escritor en esta historia, lo que buscaba provocar
en los lectores.
 El docente menciona que los personajes actúan basados en motivaciones o propósitos al igual que las
personas. (Puede ponerles un ejemplo cotidiano para apreciar las motivaciones. Por ejemplo, una
madre de familia que sale a vender caramelos en los carros, puede tener como motivación: ayudar a
su esposo en la educación de sus hijos o sostener la manutención porque se ha quedado sola, entre
otros). Asimismo les pregunta: ¿Qué estructura presenta este texto?
 Los estudiantes responden y señalan la estructura narrativa del texto leído: (20 min.)

Los gallinazos sin plumas

INICIO Enrique y Efraín dos niños explotados por su abuelo don Santos se ven obligados a
recoger comida de los basurales para alimentar al cerdo Pascual.
NUDO Efraín se corta el pie con un vidrio y a causa de ello se le infecta y no puede caminar.
Solo va Enrique a recoger alimento para el cerdo Pascual y a su regreso lleva a
Pedro, un perro callejero. Enrique se resfría y le da fiebre. Ambos niños dejan de ir
al basural para recoger la comida del cerdo. Don Santos, encolerizado los amenaza
con dejarlos sin comer y va en busca del alimento para Pascual. Fracasa. A su
regreso obliga a los niños a realizar nuevamente la tarea. Solo lo hace Enrique, pues
Efraín está muy mal.
DESENLACE Al regresar del basurero, Enrique discute con su abuelo porque echó a Pedro al
chiquero para que se lo coma Pascual. Enrique lucha con su abuelo y lo golpea con
una varilla en la cabeza. El abuelo cae al chiquero donde lucha con el chancho
Pascual, mientras tanto los niños escapan del lugar.

Después del diálogo, el docente pregunta: ¿Qué tipo de texto es?, y construye con los estudiantes el concepto
del cuento, sus elementos y su estructura. Así también remarca a los personajes y sus motivaciones.
Los estudiantes toman nota (apoyándose en la lectura - anexo 1) de lo explicado por el docente: concepto
y elementos del cuento.
CIERRE (10 minutos)

- El docente plantea preguntas de metacognición a los estudiantes: ¿para qué me sirve reconocer los cuentos
y su respectiva estructura?, ¿qué procesos realicé para identificar las motivaciones de los personajes?, ¿cómo
ha sido mi participación en el trabajo en equipo?

EVALUACIÓN

La evaluación realizada en esta sesión es formativa: estimado docente con base en los criterios o indicadores
evalúe la participación de sus estudiantes mediante la lista de cotejo
zapatos viejos, pedazos de pan, pericotes muertos, algodones
LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS inmundos. A ellos solo les interesan los restos de comida. En el
fondo del chiquero, Pascual recibe cualquier cosa y tiene
Julio Ramón Ribeyro predilección por las verduras ligeramente descompuestas. La
pequeña lata de cada uno se va llenando de tomates podridos,
pedazos de sebo, extrañas salsas que no figuran en ningún manual
A las seis de la mañana la ciudad se levanta de puntillas y comienza de cocina. No es raro, sin embargo, hacer un hallazgo valioso. Un
a dar sus primeros pasos. Una fina niebla disuelve el perfil de los día Efraín encontró unos tirantes con los que fabricó una honda. Otra
objetos y crea como una atmósfera encantada. Las personas que vez una pera casi buena que devoró en el acto. Enrique, en cambio,
recorren la ciudad a esta hora parece que están hechas de otra tiene suerte para las cajitas de remedios, los pomos brillantes, las
sustancia, que pertenecen a un orden de vida fantasmal. Las beatas escobillas de dientes usadas y otras cosas semejantes que colecciona
se arrastran penosamente hasta desaparecer en los pórticos de las con avidez.
iglesias. Los noctámbulos, macerados por la noche, regresan a sus
casas envueltos en sus bufandas y en su melancolía. Los basureros Después de una rigurosa selección regresa la basura al cubo y se
inician por la avenida Pardo su paseo siniestro, armados de escobas lanzan sobre el próximo. No conviene demorarse mucho porque el
y de carretas. A esta hora se ve también obreros caminando hacia el enemigo siempre está al acecho. A veces son sorprendidos por las
tranvía, policías bostezando contra los árboles, canillitas morados de sirvientas y tienen que huir dejando regado su botín. Pero, con más
frío, sirvientas sacando los cubos de basura. A esta hora, por último, frecuencia, es el carro de la Baja Policía el que aparece y entonces la
como a una especie de misteriosa consigna, aparecen los gallinazos jornada está perdida.
sin plumas.
Cuando el sol asoma sobre las lomas, la hora celeste llega a su fin.
La niebla se ha disuelto, las beatas están sumidas en éxtasis, los
A esta hora el viejo don Santos se pone la pierna de palo y sentándose noctámbulos duermen, los canillitas han repartido los diarios, los
en el colchón comienza a berrear: obreros trepan a los andamios. La luz desvanece el mundo mágico
del alba. Los gallinazos sin plumas han regresado a su nido.
−¡A levantarse! ¡Efraín, Enrique! ¡Ya es hora! Don Santos los esperaba con el café preparado.
Los dos muchachos corren a la acequia del corralón frotándose los −A ver, ¿qué cosa me han traído?
ojos legañosos. Con la tranquilidad de la noche el agua se ha
remansado y en su fondo transparente se ven crecer yerbas y Husmeaba entre las latas y si la provisión estaba buena hacía siempre
deslizarse ágiles infusorios. Luego de enjuagarse la cara, coge cada el mismo comentario:
cual su lata y se lanzan a la calle. Don Santos, mientras tanto, se
aproxima al chiquero y con su larga vara golpea el lomo de su cerdo −Pascual tendrá banquete hoy día.
que se revuelca entre los desperdicios.
Pero la mayoría de las veces estallaba:
−¡Todavía te falta un poco, marrano! Pero aguarda no más, que ya
−¡Idiotas! ¿Qué han hecho hoy día? ¡Se han puesto a jugar
llegará tu turno.
seguramente! ¡Pascual se morirá de hambre!
Efraín y Enrique se demoran en el camino, trepándose a los árboles
Ellos huían hacia el emparrado, con las orejas ardientes de los
para arrancar moras o recogiendo piedras, de aquellas filudas que
pescozones, mientras el viejo se arrastraba hasta el chiquero. Desde
cortan el aire y hieren por la espalda. Siendo aún la hora celeste
el fondo de su reducto el cerdo empezaba a gruñir. Don Santos le
llegan a su dominio, una larga calle ornada de casas elegantes que
aventaba la comida.
desemboca en el malecón.
−¡Mi pobre Pascual! Hoy día te quedarás con hambre por culpa de
Ellos no son los únicos. En otros corralones, en otros suburbios
estos zamarros. Ellos no te engríen como yo. ¡Habrá que zurrarlos
alguien ha dado la voz de alarma y muchos se han levantado. Unos
para que aprendan!
portan latas, otras cajas de cartón, a veces solo basta un periódico
viejo. Sin conocerse forman una especie de organización clandestina Al comenzar el invierno el cerdo estaba convertido en una especie
que tiene repartida toda la ciudad. Los hay que merodean por los de monstruo insaciable. Todo le parecía poco y don Santos se
edificios públicos, otros han elegido los parques o los muladares. vengaba en sus nietos del hambre del animal. Los obligaba a
Hasta los perros han adquirido sus hábitos, sus itinerarios, levantarse más temprano, a invadir los terrenos ajenos en busca de
sabiamente aleccionados por la miseria. más desperdicios. Por último los forzó a que se dirigieran hasta el
muladar que estaba al borde del mar.
Efraín y Enrique, después de un breve descanso, empiezan su
trabajo. Cada uno escoge una acera de la calle. Los cubos de basura −Allí encontrarán más cosas. Será más fácil además porque todo está
están alineados delante de las puertas. Hay que vaciarlos junto.
íntegramente y luego comenzar la exploración. Un cubo de basura
es siempre una caja de sorpresas. Se encuentran latas de sardinas,
Un domingo, Efraín y Enrique llegaron al barranco. Los carros de la Don Santos meditó un momento. Desde el chiquero llegaban los
Baja Policía, siguiendo una huella de tierra, descargaban la basura gruñidos de Pascual.
sobre una pendiente de piedras. Visto desde el malecón, el muladar
formaba una especie de acantilado oscuro y humeante, donde los −Y ¿a mí? −preguntó dándose un palmazo en la pierna de palo−.
gallinazos y los perros se desplazaban como hormigas. Desde lejos ¿Acaso no me duele la pierna? Y yo tengo setenta años y yo trabajo...
los muchachos arrojaron piedras para espantar a sus enemigos. El ¡Hay que dejarse de mañas!
perro se retiró aullando. Cuando estuvieron cerca sintieron un olor
Efraín salió a la calle con su lata, apoyado en el hombro de su
nauseabundo que penetró hasta sus pulmones. Los pies se les
hermano. Media hora después regresaron con los cubos casi vacíos.
hundían en un alto de plumas, de excrementos, de materias
descompuestas o quemadas. Enterrando las manos comenzaron la −¡No podía más! −dijo Enrique al abuelo−. Efraín está medio cojo.
exploración. A veces, bajo un periódico amarillento, descubrían una
carroña devorada a medias. En los acantilados próximos los Don Santos observó a sus dos nietos como si meditara una sentencia.
gallinazos espiaban impacientes y algunos se acercaban saltando de
piedra en piedra, como si quisieran acorralarlos. Efraín gritaba para −Bien, bien −dijo rascándose la barba rala y cogiendo a Efraín del
intimidarlos y sus gritos resonaban en el desfiladero y hacían pescuezo lo arreó hacia el cuarto−. ¡Los enfermos a la cama! ¡A
desprenderse guijarros que rodaban hacía el mar. Después de una podrirse sobre el colchón! Y tú harás la tarea de tu hermano. ¡Vete
hora de trabajo regresaron al corralón con los cubos llenos. ahora mismo al muladar!

−¡Bravo! −exclamó don Santos−. Habrá que repetir esto dos o tres Cerca de mediodía Enrique regresó con los cubos repletos. Lo seguía
veces por semana. un extraño visitante: un perro escuálido y medio sarnoso.

Desde entonces, los miércoles y los domingos, Efraín y Enrique −Lo encontré en el muladar −explicó Enrique− y me ha venido
hacían el trote hasta el muladar. Pronto formaron parte de la extraña siguiendo.
fauna de esos lugares y los gallinazos, acostumbrados a su presencia, Don Santos cogió la vara.
laboraban a su lado, graznando, aleteando, escarbando con sus picos
amarillos, como ayudándoles a descubrir la pista de la preciosa −¡Una boca más en el corralón!
suciedad.
Enrique levantó al perro contra su pecho y huyó hacia la puerta.
Fue al regresar de una de esas excursiones que Efraín sintió un dolor
en la planta del pie. Un vidrio le había causado una pequeña herida. −¡No le hagas nada, abuelito! Le daré yo de mi comida.
Al día siguiente tenía el pie hinchado, no obstante lo cual prosiguió
Don Santos se acercó, hundiendo su pierna de palo en el lodo.
su trabajo. Cuando regresaron no podía casi caminar, pero don
Santos no se percató de ello, pues tenía visita. Acompañado de un −¡Nada de perros aquí! ¡Ya tengo bastante con ustedes!
hombre gordo que tenía las manos manchadas de sangre, observaba
el chiquero. Enrique abrió la puerta de la calle.

−Dentro de veinte o treinta días vendré por acá −decía el hombre−. −Si se va él, me voy yo también.
Para esa fecha creo que podrá estar a punto.
El abuelo se detuvo. Enrique aprovechó para insistir:
Cuando partió, don Santos echaba fuego por los ojos.
−No come casi nada..., mira lo flaco que está. Además, desde que
−¡A trabajar! ¡A trabajar! ¡De ahora en adelante habrá que aumentar Efraín está enfermo, me ayudará. Conoce bien el muladar y tiene
la ración de Pascual! El negocio anda sobre rieles. buena nariz para la basura.

A la mañana siguiente, sin embargo, cuando don Santos despertó a Don Santos reflexionó, mirando el cielo donde se condensaba la
sus nietos, Efraín no se pudo levantar. garúa. Sin decir nada, soltó la vara, cogió los cubos y se fue
rengueando hasta el chiquero.
−Tiene una herida en el pie −explicó Enrique−. Ayer se cortó con un
vidrio. Enrique sonrió de alegría y con su amigo aferrado al corazón corrió
donde su hermano.
Don Santos examinó el pie de su nieto. La infección había
comenzado. −¡Pascual, Pascual... Pascualito! −cantaba el abuelo.

−¡Esas son patrañas! Que se lave el pie en la acequia y que se -Tú te llamarás Pedro −dijo Enrique acariciando la cabeza de su
envuelva con un trapo. perro e ingresó donde Efraín.

−¡Pero si le duele! −intervino Enrique−. No puede caminar bien. Su alegría se esfumó: Efraín inundado de sudor se revolcaba de dolor
sobre el colchón. Tenía el pie hinchado, como si fuera de jebe y
estuviera lleno de aire. Los dedos habían perdido casi su forma.
−Te he traído este regalo, mira −dijo mostrando al perro−. Se llama −¡Pedazos de mugre! ¡Ya saben, se quedarán sin comida hasta que
Pedro, es para ti, para que te acompañe... Cuando yo me vaya al no trabajen!
muladar te lo dejaré y los dos jugarán todo el día. Le enseñarás a que
te traiga piedras en la boca. Al día siguiente trató de repetir la operación pero tuvo que renunciar.
Su pierna de palo había perdido la costumbre de las pistas de asfalto,
¿Y el abuelo? −preguntó Efraín extendiendo su mano hacia el de las duras aceras y cada paso que daba era como un lanzazo en la
animal. ingle. A la hora celeste del tercer día quedó desplomado en su
colchón, sin otro ánimo que para el insulto.
-El abuelo no dice nada −suspiró Enrique.
−¡Si se muere de hambre −gritaba− será por culpa de ustedes!
Ambos miraron hacia la puerta. La garúa había empezado a caer. La
voz del abuelo llegaba: Desde entonces empezaron unos días angustiosos, interminables.
Los tres pasaban el día encerrados en el cuarto, sin hablar, sufriendo
−¡Pascual, Pascual... Pascualito! una especie de reclusión forzosa. Efraín se revolcaba sin tregua,
Esa misma noche salió luna llena. Ambos nietos se inquietaron, Enrique tosía. Pedro se levantaba y después de hacer un recorrido
porque en esta época el abuelo se ponía intratable. Desde el atardecer por el corralón, regresaba con una piedra en la boca, que depositaba
en las manos de sus amos. Don Santos, a medio acostar, jugaba con
lo vieron rondando por el corralón, hablando solo, dando de
su pierna de palo y les lanzaba miradas feroces. A mediodía se
varillazos al emparrado. Por momentos se aproximaba al cuarto,
arrastraba hasta la esquina del terreno donde crecían verduras y
echaba una mirada a su interior y al ver a sus nietos silenciosos,
preparaba su almuerzo, que devoraba en secreto. A veces aventaba a
lanzaba un salivazo cargado de rencor. Pedro le tenía miedo y cada
vez que lo veía se acurrucaba y quedaba inmóvil como una piedra. la cama de sus nietos alguna lechuga o una zanahoria cruda, con el
propósito de excitar su apetito creyendo así hacer más refinado su
−¡Mugre, nada más que mugre! −repitió toda la noche el abuelo, castigo.
mirando la luna.
Efraín ya no tenía fuerzas para quejarse. Solamente Enrique sentía
A la mañana siguiente Enrique amaneció resfriado. El viejo, que lo crecer en su corazón un miedo extraño y al mirar a los ojos del abuelo
sintió estornudar en la madrugada, no dijo nada. En el fondo, sin creía desconocerlo, como si ellos hubieran perdido su expresión
embargo, presentía una catástrofe. Si Enrique enfermaba, ¿quién se humana. Por las noches, cuando la luna se levantaba, cogía a Pedro
ocuparía de Pascual? La voracidad del cerdo crecía con su gordura. entre sus brazos y lo aplastaba tiernamente hasta hacerlo gemir. A
Gruñía por las tardes con el hocico enterrado en el fango. Del esa hora el cerdo comenzaba a gruñir y el abuelo se quejaba como si
corralón de Nemesio, que vivía a una cuadra, se habían venido a lo estuvieran ahorcando. A veces se ceñía la pierna de palo y salía al
quejar. corralón. A la luz de la luna Enrique lo veía ir diez veces del chiquero
a la huerta, levantando los puños, atropellando lo que encontraba en
Al segundo día sucedió lo inevitable: Enrique no se pudo levantar. su camino. Por último reingresaba en su cuarto y se quedaba
Había tosido toda la noche y la mañana lo sorprendió temblando, mirándolos fijamente, como si quisiera hacerlos responsables del
quemado por la fiebre. hambre de Pascual.
−¿Tú también? −preguntó el abuelo. La última noche de luna llena nadie pudo dormir. Pascual lanzaba
verdaderos rugidos. Enrique había oído decir que los cerdos, cuando
Enrique señaló su pecho, que roncaba. El abuelo salió furioso del tenían hambre, se volvían locos como los hombres. El abuelo
cuarto. Cinco minutos después regresó. permaneció en vela, sin apagar siquiera el farol. Esta vez no salió al
−¡Está muy mal engañarme de esta manera! −plañía−. Abusan de mí corralón ni maldijo entre dientes. Hundido en su colchón miraba
porque no puedo caminar. Saben bien que soy viejo, que soy cojo. fijamente la puerta. Parecía amasar dentro de sí una cólera muy vieja,
¡De otra manera los mandaría al diablo y me ocuparía yo solo de jugar con ella, aprestarse a dispararla. Cuando el cielo comenzó a
Pascual! desteñirse sobre las lomas, abrió la boca, mantuvo su oscura oquedad
vuelta hacia sus nietos y lanzó un rugido:
Efraín se despertó quejándose y Enrique comenzó a toser.
¡Arriba, arriba, arriba! −los golpes comenzaron a llover−. ¡A
−¡Pero no importa! Yo me encargaré de él. ¡Ustedes son basura, nada levantarse haraganes! ¿Hasta cuándo vamos a estar así? ¡Esto se
más que basura! ¡Unos pobres gallinazos sin plumas! Ya verán cómo acabó! ¡De pie!...
les saco ventaja. El abuelo está fuerte todavía. ¡Pero eso sí, hoy día
no habrá comida para ustedes! ¡No habrá comida hasta que no Efraín se echó a llorar, Enrique se levantó, aplastándose contra la
puedan levantarse y trabajar! pared. Los ojos del abuelo parecían fascinarlo hasta volverlo
insensible a los golpes. Veía la vara alzarse y abatirse sobre su
A través del umbral lo vieron levantar las latas en vilo y volcarse en cabeza como si fuera una vara de cartón. Al fin pudo reaccionar.
la calle. Media hora después regresó aplastado. Sin la ligereza de sus
nietos el carro de la Baja Policía lo había ganado. Los perros, −¡A Efraín no! ¡Él no tiene la culpa! ¡Déjame a mí solo, yo saldré,
además, habían querido morderlo. yo iré al muladar!
El abuelo se contuvo jadeante. Tardó mucho en recuperar el aliento. torno suyo, prendiéndose de su camisa, gritando, pataleando,
tratando de mirar sus ojos, de encontrar una respuesta.
−Ahora mismo... al muladar... lleva los dos cubos, cuatro cubos...
−¿Por qué has hecho eso? ¿Por qué?
Enrique se apartó, cogió los cubos y se alejó a la carrera. La fatiga
del hambre y de la convalecencia lo hacía trastabillar. Cuando abrió El abuelo no respondía. Por último, impaciente, dio un manotón a su
la puerta del corralón, Pedro quiso seguirlo. nieto que lo hizo rodar por tierra. Desde allí Enrique observó al viejo
que, erguido como un gigante, miraba obstinadamente el festín de
−Tú no. Quédate aquí cuidando a Efraín. Pascual. Estirando la mano encontró la vara que tenía el extremo
Y se lanzó a la calle respirando a pleno pulmón el aire de la mañana. manchado de sangre. Con ella se levantó de puntillas y se acercó al
En el camino comió yerbas, estuvo a punto de mascar la tierra. Todo viejo.
lo veía a través de una niebla mágica. La debilidad lo hacía ligero, −¡Voltea! -gritó−. ¡Voltea!
etéreo: volaba casi como un pájaro. En el muladar se sintió un
gallinazo más entre los gallinazos. Cuando los cubos estuvieron Cuando don Santos se volvió, divisó la vara que cortaba el aire y se
rebosantes emprendió el regreso. Las beatas, los noctámbulos, los estrellaba contra su pómulo.
canillitas descalzos, todas las secreciones del alba comenzaban a
dispersarse por la ciudad. Enrique, devuelto a su mundo, caminaba −¡Toma! −chilló Enrique y levantó nuevamente la mano. Pero
feliz entre ellos, en su mundo de perros y fantasmas, tocado por la súbitamente se detuvo, temeroso de lo que estaba haciendo y,
hora celeste. lanzando la vara a su alrededor, miró al abuelo casi arrepentido. El
viejo, cogiéndose el rostro, retrocedió un paso, su pierna de palo tocó
Al entrar al corralón sintió un aire opresor, resistente, que lo obligó tierra húmeda, resbaló, y dando un alarido se precipitó de espaldas
a detenerse. Era como si allí, en el dintel, terminara un mundo y al chiquero.
comenzara otro fabricado de barro, de rugidos, de absurdas
penitencias. Lo sorprendente era, sin embargo, que esta vez reinaba Enrique retrocedió unos pasos. Primero aguzó el oído pero no se
en el corralón una calma cargada de malos presagios, como si toda escuchaba ningún ruido. Poco a poco se fue aproximando. El abuelo,
la violencia estuviera en equilibrio, a punto de desplomarse. El con la pata de palo quebrada, estaba de espaldas en el fango. Tenía
abuelo, parado al borde del chiquero, miraba hacia el fondo. Parecía la boca abierta y sus ojos buscaban a Pascual, que se había refugiado
un árbol creciendo desde su pierna de palo. Enrique hizo ruido pero en un ángulo y husmeaba sospechosamente el lodo. Enrique se fue
el abuelo no se movió. retirando, con el mismo sigilo con que se había aproximado.
Probablemente el abuelo alcanzó a divisarlo pues mientras corría
-¡Aquí están los cubos! hacia el cuarto le pareció que lo llamaba por su nombre, con un tono
de ternura que él nunca había escuchado.
Don Santos le volvió la espalda y quedó inmóvil. Enrique soltó los
cubos y corrió intrigado hasta el cuarto. Efraín apenas lo vio, ¡A mí, Enrique, a mí!...
comenzó a gemir:
−¡Pronto! −exclamó Enrique, precipitándose sobre su hermano
-Pedro... Pedro... −¡Pronto, Efraín! ¡El viejo se ha caído al chiquero! ¿Debemos irnos
de acá!
-¿Qué pasa?
−¿Adónde? −preguntó Efraín.
-Pedro ha mordido al abuelo... el abuelo cogió la vara... después lo
sentí aullar. −¡Adónde sea, al muladar, donde podamos comer algo, donde los
gallinazos!
Enrique salió del cuarto.
−¡No me puedo parar!
−¡Pedro, ven aquí! ¿Dónde estás, Pedro?
Enrique cogió a su hermano con ambas manos y lo estrechó contra
Nadie le respondió. El abuelo seguía inmóvil, con la mirada en la su pecho. Abrazados hasta formar una sola persona cruzaron
pared. Enrique tuvo un mal presentimiento. De un salto se acercó al lentamente el corralón. Cuando abrieron el portón de la calle se
viejo. dieron cuenta de que la hora celeste había terminado y que la ciudad,
−¿Dónde está Pedro? despierta y viva, abría ante ellos su gigantesca mandíbula.
Desde el chiquero llegaba el rumor de una batalla.
Su mirada descendió al chiquero. Pascual devoraba algo en medio
del lodo. Aún quedaban las piernas y el rabo del perro. FIN
−¡No! −gritó Enrique tapándose los ojos−. ¡No, no! −y a través de
las lágrimas buscó la mirada del abuelo. Este la rehuyó, girando
torpemente sobre su pierna de palo. Enrique comenzó a danzar en

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