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Título: Esferas de clausura y emergencia de lo político.

Los Límites del concepto de


Opinión Pública de Habermas en el análisis de la conformación del orden social.

Autor: Agustín Martinuzzi - Maestría en Ciencias Sociales – (FAHCE – UNLP)

Presentación

El presente trabajo tiene como objetivo realizar un análisis crítico del concepto de opinión
pública de Jurgen Habermas publicado en 1962 a través de la utilización de una serie de
conceptos trabajados a lo largo del curso. En primera instancia, a la luz de las discusiones
sobre la política y lo político, se introducen los aportes de Hannah Arendt en la
conceptualización de lo público como espacio de circulación de las opiniones políticas. En
este sentido, la propuesta consiste en comprender a la política desde el concepto de
hegemonía de Laclau y Mouffe con la crítica al concepto de esfera pública política y de
opinión pública para un análisis de los fenómenos de opinión en las sociedades
contemporáneas.

Antecedentes de la política y lo político

La pregunta sobre cómo se constituye el orden social acompaña la reflexión política desde
la Grecia Antigua. Lo social es el trasfondo sedimentado sobre el cual se define la sociedad
como estructura resultante de las relaciones de fuerza y da cuenta del carácter político en su
contenido histórico y contingente. Para estudiar cómo se conforma el orden social, cómo se
reproduce o se transforma la sociedad, qué forma adopta lo social en distintos momentos
históricos aparecen las lógicas de la política y de lo político para explicar este devenir.
Dentro en la teoría política se reconocen los aportes de las obras de Carl Schmitt y Hannah
Arendt como referentes en lo que hace a la distinción entre la política y lo político.

Según el primero, el criterio que explica lo político es la relación amigo/enemigo. Esta


consiste en la presencia de un enemigo que toma la forma de un extranjero que se ubica por
fuera del Estado.
“La diferenciación específicamente política, con la cual se pueden relacionar los actos
y las motivaciones políticas, es la diferenciación entre el amigo y el enemigo. Esta diferenciación ofrece una definición
conceptual, entendida en el sentido de un criterio y no como una definición exhaustiva ni como una expresión de
contenidos. En la medida en que no es derivable de otros criterios, representa para lo político el mismo criterio
relativamente autónomo de otras contraposiciones tales como el bien y el mal en lo moral; lo bello y lo feo en lo estético,
etc.”. (Carl Schmitt, 1932)

El Estado en la concepción de Schmitt presupone lo político en la identificación de un


extraño, de algo diferencia del ser, que amenaza el orden social desde fuera y a la vez
constituye a este como soberano. Es importante comprender que el enemigo es colectivo y
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público pero excede lo estatal, porque el estado para su constitución como tal, no puede
tener enemigos “internos”. Esta jerarquía espacial y de sentido es explícita en la concepción
totalitaria del pensador alemán de la década del 30. En el plano intraestatal prima el orden a
través del dispositivo de policía que opera a través de la regulación del conflicto en la
reproducción de una forma de modelación que produce sujetos sujetados. La policía
administra el conflicto ya que lo contrario implicaría la pérdida de soberanía.
El Estado total sustentador de la identidad de Estado y sociedad — un Estado que no se desinteresa por ningún rubro y
que potencialmente abarca a todos los rubros — aparece como contra-concepto polémico, opuesto a estas
neutralizaciones y despolitizaciones de importantes rubros. En él, por consiguiente, todo es político, al menos en cuanto
posibilidad, y la referencia al Estado ya no está en condiciones de fundamentar un caracter diferenciador específico de lo
"político". (Carl Schmitt, 1932)

El carácter totalitario del Estado, en su intención de no dejar nada por fuera introduce la
contingencia en la radicalización del momento de lo político al menos en cuanto
posibilidad constante de reformulación en la variedad de formas que resuelva la relación
amigo/enemigos.

De esta forma, dos dimensiones se destacan de la obra de este autor para pensar lo político
en su especificidad. Por un lado, el conflicto es aquello que posibilita la relación política y
lo postula como un elemento constitutivo de lo político. Por otro lado, la cuestión de la
contingencia del orden en cuanto a que la sujeción al conflicto jaquea las pretensiones de
universalidad.

En otra línea, los aportes de Hannah Arendt permiten conceptualizaciones sobre la política.
Para esta autora la política es el encuentro entre los hombres para tratar los asuntos
comunes a partir de la palabra y la acción. La noción de la política aparece vinculada con la
noción de lo público y la visibilidad. De esta forma en los espacios donde los otros, en tanto
iguales, puedan encontrarse a través de comunicación es posible que surja la acción para
generar consensos sobre cuestiones comunes. El concepto de isonomía da cuenta de la
igualdad de los ciudadanos en tanto participantes de la polis para resolver las cuestiones del
bien común y se erige como condición para la creación del espacio público. La política
implica pluralidad de voces e identidades políticas y mantiene el componente de la
contingencia por ser el espacio público el lugar donde se toman las decisiones.

La política desde esta perspectiva se expresa como práctica cotidiana para restablecer el
orden social instituido. Donde hay acción común hay poder restaurativo de lo social,
mientras que el poder y la acción son propios del espacio público, la violencia no es
legítima en esta dimensión. En la violencia es posible rastrear el componente de lo político
como carácter disruptivo. La violencia aparece en la concepción de revolución de Arendt
como un momento instituyente del orden social, donde el conflicto despliega lo propio por
sobre la política.

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La opinión pública según Habermas: en busca del fundamento perdido

El concepto de opinión pública de Habermas se vincula a una teoría de democracia y a la


conformación de una esfera pública política. En 1962, Habermas publica su Historia y
Crítica de la Opinión Pública donde realiza un análisis de las sociedades europeas en el
siglo XVIII caracterizado por la creación de una esfera pública política administrada por la
clase burguesa emergente. Esta esfera es eminentemente política y se caracteriza como un
espacio donde las personas privadas a través de la razón, realizan una crítica orientada
hacia cuestiones comunes en un espacio público no estatal, ubicado por fuera de la
autoridad del Estado.

La opinión pública se sustenta aquí por el principio de racionalidad crítica y se integra al


debate sobre la democracia. Sólo la opinión de los ciudadanos libres de dominio y
coacciones, en ámbitos ajenos a la autoridad estatal presentan capacidad normativa ya que
actúan por reglas incorporadas desde una moral civil que garantiza las condiciones de
legitimidad de la democracia. La existencia de una real opinión pública supone la
posibilidad de acceso y conformación de esta esfera donde serán tratamos los asuntos
públicos a través de la pluralidad de voces. Desde esta óptima no hay democracia real sin
opinión pública crítica. La función de la opinión pública es la de legitimar el dominio de lo
político comprendiendo a la democracia como participación sin dominio.

La pluralidad que supone este concepto se relaciona con la noción arendtiana de la política
en la primacía de lo público, el entendimiento y la visibilidad. Sin embargo, la cuestión del
pluralismo supone una clara orientación a la búsqueda del consenso en tanto fundamento
que organice lo social y defina un orden. Esta caracterización de la política desde la
práctica deliberativa propone el tratamiento del conflicto como problema. Es el supuesto
del consenso el que se articula como garantía de pluralismo.

El conflicto desde esta perspectiva tiene lugar en las pretenciones de entendimiento y la


orientación a la validez de los argumentos de cada participante y se dirime a través de la
argumentación como momento de la acción comunicativa. El autor, en su ensayo Acción
Comunicativa y Razón sin trascendencia (2003) destaca el “carácter cooperativo” que
presenta la argumentación, ya que en la pugna por el mejor argumento lo que aparece como
finalidad y función es que los participantes buscan convencerse. De esta forma,
La aceptabilidad racional del enunciado correspondiente se fundamenta en la fuerza de convicción del mejor argumento.
Sobre esta cuestión, sobre cuál de los argumentos es más convincente, no decide el discernimiento privado, sino las tomas
de posición fundadas en el acuerdo racionalmente motivado de todos aquellos que participan en la práctica pública del
intercambio de razones. (J. Habermas, 2003: 54-55)

A continuación aclara la dificultad de definir los estándares de un buen o mal argumento.


Aunque nuevamente se orienta por el fundamento en un acuerdo sobre las fuerzas que
componen lo social:

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“La aceptabilidad racional se apoya en último término solamente en aquellas razones que, bajo determinadas y muy
exigentes condiciones de comunicación consiguen afirmarse contra todas las objeciones”. (Ibidem:55)

De esta manera la reedición del consenso es lo garantiza la dimensión normativa del hacer
democrático. Asimismo la autonomía sobre lo estatal que implica la neutralidad de éste
último invisibilizan el conflicto. Así, el concepto de opinión pública comprende la
normatividad que mientras afirma habilitar el juego democrático erradica lo político como
dimensión constitutiva de lo social sobre el fundamento del entendimiento y lo cooperativo
de la lucha por el sentido.

Mouffe y el antagonismo: el lado oscuro de la luna

En contraposición a esta perspectiva, Chantal Mouffe en su libro En torno a lo Político


afirma que la hegemonía indiscutida del liberalismo impide percibir de un modo político los
problemas que enfrentan nuestras sociedades. Aclara que su tarea “es señalar la deficiencia
central del liberalismo: su negación del carácter inerradicable del antagonismo”.

En la autora se registra como primer límite el individualismo metodológico como la


imposibilidad de reconocer las formas colectivas de identificación para la construcción de
identidades políticas. Retoma a Schmitt porque su concepción de lo político implica un acto
de exclusión y es justamente este corrimiento, este momento de dislocación el que no está
dispuesto a reconocer el liberalismo.

Este acto de exclusión no reconocido es lo que le permite a Habermas la clausura de lo


público, sin embargo emerge una falla en la lógica del entendimiento y el concepto de
opinión pública tiene que partir de presuposiciones para garantizar la argumentación. Según
el autor, el modelo deliberativo implica una serie de suposiciones, que al introducir el
componente de lo político en tanto conflicto originario, evidencia la imposibilidad de
sostener las condiciones de comunicación a través los fundamentos de: a) inclusión, b)
igualdad, c) exclusión del engaño y la ilusión y d) carencia de coacciones.

Mouffe reconoce en Habermas la vigencia del modelo deliberativo en cuanto a la necesidad


de generar un cambio en los principios fundamentales que orientan la acción política: ya no
desde la perspectiva instrumental del mercado y la maximización de intereses sino a través
del vínculo entre moralidad y política en la noción de lo público y el bien común. Así se
destaca el corrimiento que realiza Habermas con su teoría de la acción comunicativa hacia
una racionalidad comunicativa. Si bien la autora reconoce la crítica de Habermas sobre el
costo que significa para la democracia deliberativa la tensión en la orientación hacia el
consenso racional, propone partir del conflicto entre un nosotros/ellos schmittiano para
concebir la política democrática a través de la compatibilidad con el principio del
pluralismo arendtiano en la conformación de las identidades políticas. De esta forma, lo que
sigue es la pertinencia del concepto de articulación hegemónica para interpretar los

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fenómenos de opinión y la visibilidad de las distintas identidades políticas en las sociedades
contemporáneas.

Hegemonía, un enfoque teórico para pensar las lógicas de las corrientes de opinión

Laclau y Mouffe en Hegemonía y Estrategia Socialista (1987) retoma nociones de la


tradición postmoderna para llevar adelante una crítica al andamiaje conceptual marxista
ortodoxo. A lo largo de la obra se distingue una vigilancia conceptual cualquier forma de
esencialismo o búsqueda de un fundamento último que permita interpretar las
transformaciones sociales. El supuesto pos fundacional y la primacía de lo político por
sobre lo social caracterizan la obra.

Para la crítica al esencialismo se construye una teoría del discurso como horizonte teórico.
Es decir se define al campo de la discursividad como dimensión para comprender las
continuidades y las rupturas de lo social. Este enfoque interpreta a toda configuración social
como una configuración discursiva. Se afirma que todo lo que se produce socialmente tiene
una dimensión significante, es posible de ser interpretado como fenómeno social. Su
argumento retoma los aportes de la filosofía de los juegos de lenguaje de Wittgenstein en el
planteo que afirma que los objetos poseen una existencia física por fuera de la dimensión
discursiva, pero sin embargo, el modo de ser de los objetos está sujeto a un sistema
determinado de relaciones sociales que hacen de ese objeto físico, al mismo tiempo, un
objeto de discurso. De esta forma el supuesto de los autores consiste en interpretar los
transformaciones sociales en (y desde) las condiciones discursivas de las que son efecto.

Esta línea que conduce a comprender lo social como el campo de la discursividad implica
caracterizarlo por una apertura constitutiva, como un espacio constantemente amenazado al
modo del sistema de dispersión foucaultiano que sólo logra estabilizaciones precarias. Esta
categorización sintetiza una imposibilidad de la sociedad y toma la forma de una crítica a
las concepciones esencialistas que tienden a la búsqueda de fundamentos para entender lo
social.
“El gran avance llevado a cabo por el estructuralismo fue el reconocimiento del carácter relacional de toda identidad
social; su límite fue la transformación de estas relaciones en un sistema, en un objeto identificable e inteligible (es decir,
en una esencia). Pero si mantenemos el carácter relacional de toda identidad y si, al mismo tiempo, renunciamos a la
fijación de esas identidades en un sistema, en ese caso lo social debe ser identificado con el juego infinito de las
diferencias, es decir, con lo que en el sentido más estricto del término podemos llamar discurso”. (Laclau, 1990: 104)

Desde este engranaje conceptual lógico los autores introducen el concepto de hegemonía en
términos de articulación como la lógica política que a la vez que mantiene al conflicto
como dimensión constitutiva de lo social introduce la diferencia como exterior constitutivo
en términos de antagonismo. Según los autores, hegemonía es articulación y se caracteriza
de la siguiente manera:

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1. La articulación es una práctica discursiva. Se lleva a cabo dentro del campo siempre
disperso y en movimiento de la discursividad, allí donde es posible definir, sobre
relaciones, el ser de los objetos, las identidades y los agentes sociales.

2- Se encuentra gobernada por un proceso de sobredeterminación que consiste en un tipo de


fusión muy preciso, que supone formas de reenvío simbólico y una pluralidad de sentidos”
(Laclau y Mouffe; 1987: 134). Este concepto postula la imposibilidad de una relación de
identificación que por sí misma logre determinar la identidad de los actores políticos.

3. La dinámica de la articulación actúa como fijación/dislocación de un sistema de


diferencias que se estructuran para dar una formación discursiva a través de la lógica de la
equivalencia y la diferencia. El movimiento de fijar una posición y de provocar su
dislocación, regularizar un sistema dispersión, es rastro o antecedente de una práctica
articulatoria.

A partir de aquí expone:


“Llamaremos articulación a toda práctica que establece una relación tal entre elementos, que la identidad de éstos
resulta modificada como resultado de esta práctica. A la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria la
llamaremos discurso. Llamaremos momentos a las posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en el interior
de un discurso. Llamaremos elementos a toda diferencia que no se articula discursivamente.” (Laclau y Mouffe, 1987:
142-143).

La práctica articulatoria da lugar a una formación discursiva. Una formación discursiva se


localiza como una “regularidad en la dispersión” (Ibidem: 143). Allí, donde es posible
observar una “regularidad” dentro de un sistema de posiciones diferenciadas, estamos en
presencia de un discurso. “El discurso se constituye como intento de dominar el campo de
la discursividad, por retener el flujo de la diferencias, por constituir un centro. Los puntos
privilegiados de esta fijación parcial los denominaremos puntos nodales” (Ibidem: 152).
Mientras que los “elementos” serán significantes flotantes, es decir, significantes diferentes
que aún no logran ser articulados dentro de un discurso.

El concepto de hegemonía entendido en términos de articulación discursiva implica pensar


a la sociedad como efecto de sentido de la práctica articulatoria, como campo inestable que
toma determinada formación. Aquí la contingencia es constitutiva y se produce a través de
la política entendida en términos de hegemonía mediante la conformación de las
identidades políticas en la relación nosotros/ellos. Esta caracterización supone que el límite
de lo social se produce desde dentro de la configuración mediante algo que subvierte el
orden al que lo se denomina antagonismo. El antagonismo “es el límite de toda objetividad”
(Laclau; 1993: 34), es aquello que impide la plenitud de una identidad. El antagonismo
funciona a modo de un exterior constitutivo, como elemento que bloquea el cierre del
interior sobre sí mismo y al mismo tiempo es condición para que el interior adquiera algún
sentido.

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El antagonismo no es una diferencia más, es distinta de aquellas contenidas en el interior.
Ese interior, “el ser del sistema”, se encuentra constituido por una equivalencia de sentido
entre posiciones diferenciales articuladas en función de significantes vacíos, capaces de
vaciarse de todo contenido particular para representar la totalidad significante del sistema.
“Lo social no es tan sólo el infinito juego de las diferencias. Es también el intento de limitar ese juego, de domesticar la
infinitud, de abracarla dentro de una finitud de un orden. Pero ese orden –o estructura- ya no presenta la forma de una
esencia subyacente de lo social; es por el contrario, el intento de actuar sobre lo “social”, de hegemonizarlo”. (Laclau,
1990: 104-105)

La práctica de la articulación hegemónica consiste en el momento cuando un significante


particular logra representar a una serie de significados aislados entre sí. El significante
vacío se constituye articulando sentidos flotantes o diferencias y funciona también
representando hacia dentro sentidos producto de la cadena de equivalencias. El concepto de
Hegemonía de Laclau y Mouffe es una forma de comprender la conformación política del
orden social excluyendo la necesidad de fundamento.

Algunas reflexiones de cierre

El presente trabajo intenta reflexionar, a partir de los aportes del enfoque hegemónico
propuesto por Laclau y Mouffe, acerca de la productividad interpretativa del concepto de
opinión pública propuesto por Jurgen Habermas para analizar las transformaciones sociales
contemporáneas. Bajo esta búsqueda se analizó el concepto de opinión pública a partir de la
distinción entre la política y lo político como factores que intervienen en la conformación
del orden social. Para esta tarea se tomaron los aportes de Carl Schmitt y Hannah Arendt
para pensar estas dimensiones y se caracterizaron las influencias de estos autores en las
perspectivas analizadas.

De esta forma, el concepto de Hegemonía aporta al estudio de los procesos de producción,


circulación y expresión de opiniones políticas un enfoque teórico que integra una
perspectiva del conflicto como dimensión constitutiva de lo social y permite indagar sobre
el sentido de las prácticas políticas privilegiando las disputas sociales de los distintos
actores políticos. La pregunta por la conformación hegemónica de lo social, incluye las
opiniones políticas que circulan socialmente y a la vez indaga en aquellas que no lo hacen
por la contingencia de las condiciones de existencia. Además, hegemonía en términos de
práctica articulatoria permite interpretar la emergencia de subjetividades políticas sobre las
condiciones siempre contingentes de la discursividad. De esta forma, hegemonía es mucho
más que un tipo de relación política, es un modo de ser de los vínculos que constituyen lo
social.

Por su parte, concepto de opinión pública desde la perspectiva de Habermas es heredero de


una concepción política que comprende desde una topografía de lo social. Su concepción
normativa de la comunicación en la esfera pública implica la necesidad de garantizar unas
condiciones que orientan la reflexión hacia la búsqueda de un fundamento que excluye al
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conflicto como dimensión constitutiva. El lugar esencial asignado a la esfera pública
política oculta la exclusión por el interés en la dinámica deliberativa y olvida el conflicto
que posibilita la conformación de identidades políticas.

Bibliografía

Jurgen Habermas. Historia y Crítica de la opinión pública. La transformación estructural de la vida


pública. Cap VII Sobre el Concepto de Opinión Pública. Gustavo Gili. Barcelona. 2002

_______________ Acción Comunicativa y Razón sin transcendencia. Paidós. Buenos Aires. 2003

Laclau, Ernesto y Mouffe, Chantal. Hegemonía y Estrategia Socialista. Madrid: Fondo de Cultura
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______________. Posmarxismo sin pedido de disculpas, en Laclau, Ernesto, Nuevas reflexiones


sobre la revolución de nuestro tiempo. Buenos Aires: Nueva Visión. 1993.

______________. La Imposibilidad de la Sociedad, en Laclau, Ernesto, Nuevas reflexiones sobre la


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Laclau, Ernesto. Nuevas reflexiones sobre la revolución de nuestro tiempo. Buenos Aires: Nueva
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Mouffe, Chantal. En torno a lo político. FCE. Buenos Aires. Cap. II

______________ El Retorno de lo político. Cap 4 y 9. Paidós. Buenos Aires. 1999.

Schmitt, Carl. El concepto de lo político. Alianza. Madrid. 1998.

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