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Hacia una reconsideración del concepto de estilo

Carolina Valeria Félix Padilla


Sesión 3: Gotthold Ephraim Lessing.
El libro de Ephraim Lessing, Laocoonte o sobre los límites de la pintura y la poesía, fue
publicado en 1766, en medio del debate que constituye la fundación de la Historia del Arte
como disciplina autónoma. Antes de abordar los aspectos principales planteados en esta obra,
es preciso acercarnos al surgimiento de la noción de Bellas Artes. Este concepto unificará a
la poesía, la comedia, la pintura, la escultura, la arquitectura y la música hasta mediados del
siglo XVIII, bajo el entendido de que todas estas disciplinas tenían como objetivo la búsqueda
del placer a través de la belleza.1
De ahí que resulte tan importante la disertación de Lessing respecto a la manera en
que la poseía y la pintura construyen las formas bellas a partir de la imitación, dilucidando
las particularidades de cada caso. Lo que en parte parece una polémica de índole filológico
sobre la temporalidad atribuida a la célebre estatua de Laocoonte, se convierte en una
oportunidad para esbozar teóricamente esta distinción entre poesía y pintura (y escultura)
articuladas en este sistema emergente denominado Bellas Artes. Como comienza a perfilarse
en su época, Lessing también consideraba que el fin del arte es el placer a través de la forma
bella, sin embargo para él esta no debe sacrificar la expresión por la belleza, sino que debe
ser adecuada a la naturaleza de su disfrute.
Lessing se pregunta ¿Qué imita y cómo cada una de estas disciplinas?, pero
atendiendo a la naturaleza de las mismas, que él ubica en dos coordenadas distintas: para la
poesía el tiempo; para la pintura y escultura el espacio. Distingue dos niveles de abstracción
en el proceso de construcción de la forma. La poesía, al disponer del tiempo, necesita recurrir
a “abstracciones personificadas”2 de aquello que busca representar. Por su parte, el artista
(que para Lessing tiene la connotación de escultor o pintor), además de esta abstracción
personificada, debe construir símbolos o alegorías que le permitan transmitir de manera
integral y “de un vistazo” esa belleza ideal, que el poeta puede diseccionar en el tiempo
haciendo sólo uso de “atributos poéticos”3 (no de alegorías). Así, la característica de la poseía

1 Particularmente la obra Bellas Artes de Charles Batteux publicada en 1747, donde puede decirse que se acuñó

el concepto. Sin embargo, el primero en vincular estas disciplinas que antes pertenecían a esferas distintas fue
Ficino en el siglo XV, quien las concibió vinculadas por la inspiración de las musas. Vid. Wladyslaw
Tatarkiewicz, Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis, experiencia estética, 6ta. ed.,
(Madrid: Tecnos, 2001), pp. 46-48.
2 Ephraim Lessing, Laocoonte o sobre los límites de la poesía y pintura, (México:Herder, 2014), p. 98.
3 Ibidem, p. 99.

1
es su transitoriedad, mientras que de la pintura y escultura, la yuxtaposición de los atributos
de aquello que se representa. Cualquier desviación de esto implicaría un resultado fallido.
Esto le lleva a cuestionarse sobre lo que es más digno o adecuado representar en cada
caso, a lo que concluye que la poesía debe expresar aquello que es invisible, mientras que la
pintura debe hacer uso de “temas visibles”, pues al ser el espacio su coordenada, las formas
ideales se expresan a través de cuerpos. Separa el tipo de objetos que cada arte busca imitar.
La poesía expresa la forma bella a través de sus efectos, y puede hacer bello lo terrible y lo
horrible gracias a esa disección temporal que le permite su naturaleza,4 mientras que las artes
plásticas, al ser integrales, al aprehenderse de un vistazo, hacen urgente limitarse a la
búsqueda de las bellas formas de los cuerpos. Cuando la poesía busca expresar la belleza de
los cuerpos, falla en sus intentos pues no puede dar cuenta real de las formas bellas, sólo las
describe, mientras que la pintura que retrata aquello que es anecdótico termina por
desintegrar la unidad de la forma, le despoja de los atributos esenciales para expresarla.
Así resuelve la polémica en cuanto a si el Laocoonte fue elaborado como una mera
imitación “desviada” de lo descrito por Virgilio, o si, por el contrario, sus diferencias
responden a una forma adecuada a la naturaleza simbólica del arte escultórico. En función de
esto y de una meticulosa revisión de las fuentes, se atreve a atribuirle una temporalidad
posterior a la que Winckelmann propone para esta estatua, el Helenismo, colocándolo en la
época de Augusto.
Por último, me parece interesante que se entrevé una concepción del arte, que si bien
no es el “arte por el arte” característico del siglo XIX, sí la escinde de cualquier objetivo que
vaya más allá de su disfrute, pues para él, la libertad del artista y el poeta es condición
necesaria para alcanzar esa forma bella, acorde a la naturaleza de su arte (el que no esté
supeditada a lo religioso o lo político, por ejemplo).

Bibliografía.
Lessing, Gotthold Ephraim, Laocoonte o sobre los límites de la poesía y pintura,
(México:Herder, 2014).
Tatarkiewicz, Wladyslaw, Historia de seis ideas. Arte, belleza, forma, creatividad, mímesis,
experiencia estética, 6ta. ed., (Madrid: Tecnos, 2001).

4 Ibidem, p. 198.

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