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R E L AT O S

Antología del río Cártaba


D i e g o Ta t i á n

Habla doña Celia. “Trabajo limpiando pero no tengo s ueldo.


Si usted tiene una sepultura, me encarga que yo se la
limpie. Un panteón, un nicho o una sepultura en la tierra;
entonces los dueños me pagan. Me están haciendo una
jubilación pero no me llega. Porque perdí a mi marido y a
mi hijo y para colmo me dio un ataque a la cabeza y me
q u i e r e n o p e r a r. P e r o n o t e n g o n a d a , n a d a d e p l a t a . . . M i
mamá, que trabajaba acá, los conocía mucho al padre y a la
madre de la Ramonita. Ta m b i é n mi padre y mi hermano
trabajaban acá. Mi mamá le cuidaba la sepultura a la
Ramonita. Esta chica andaba con un muchacho pero no
quería saber más nada con él. Dicen que cuando se iba para
Buenos Aires, una misma amiga de ella le contó al novio
que se iba. Para tomar el tren tenía que cruzar el monte;
dicen que él la esperó en el monte y allí mismo la mató.
Tiene tantas flores y tantas placas porque la gente le pide
cosas. Póngale usted que tiene a su mamá enferma, su
hermano enfermo, un chiquito enfermo, entonces va y le
p i d e q u e l o s a n e . Ta m b i é n l o s c h i c o s l e t r a e n c a r p e t a s p a r a
pedirle pasar de grado o rendir bien. Por allá también hay
otra sepultura a la que le saben poner muchas flores,
después si quiere se la enseño, pero no es como la
Ramonita. Hace mucho tiempo se decía que por allí por esa
calle salía uno que andaba todo de blanco y decían que era
l a m u e r t e . Ve n í a g e n t e d e t o d o s l a d o s , d e n o c h e , p a r a v e r s i
veía algo, pero no acá adentro sino en la calle, que era un
mundo de gente. Algunos dicen que hasta al ómnibus se ha
subido. Pero para qué le voy a decir si es verdad o si es
cierto, no sé. A mí gracias a Dios acá nunca me pasó nada, y
hace más de cincuenta años que estoy acá. El cementerio en
sí está desde hace mucho, mucho tiempo. Mi papá, y mire
que hace cincuenta años que falleció, ya trabajaba acá. En
esta calle había plantas de rosa y una fuente ahí delante.
Antes todo esto era jardín, antes no era asfalto, y él era el
jardinero. Acá adentro está el chico al que mató el policía
por lo de la pelota, ¿quiere verlo? Le han puesto una placa
hermosa. Era de barrio San Jorge, tenía quince años. Acá
h a y o t r o d e d i e c i o c h o , c u m p l i ó d i e c i o c h o e s t a n d o a c á . ¿ Ve ? ,
esta es la plaquita de la novia. Lo que he sentido yo, pero
no sé, es que el chico había visto que éstos que lo mataron
a él habían matado antes a una chica, entonces lo mataron a
é l p a r a q u e n o h a b l a r a . Vi e n e a v e r l o m u c h a g e n t e , c h i c o s
de la escuela, compañeros, cualquier cantidad de gente...”.

Habla el niño Jorgito . “Mi papá, señor, era muy bueno,


aunque yo me acuerdo muy poco. Una vez que se me cayó la
taza me pegó pero no muy fuerte, mi mamá dice que no muy
fuerte, y me hizo levantar un vidrio y con ese mismo vidrio
de la taza que yo había roto me hizo cortar un dedo, este
¿ve?, para así no olvidarme y así otra vez agarrar mejor la
t a z a . Yo a h o r a a p r e n d í a n o t i r a r l a s t a z a s . M i p a p á s i e m p r e
me está viendo desde el cielo y si yo hago algo malo o no
obedezco él va a venir y me va a llevar de los pelos y me va
a dejar en el infierno con otros chicos malos como yo y a él
no voy a verlo más ni tampoco a mi mamá ni a la gatita. Acá
cerca hay una tumba, venga que se la muestro, ¿ve qué
chiquita? Es porque era de un chico que se portaba mal,
entonces se cayó a un río y se ahogó debajo del agua,
pregúntele a mi mamá, ella siempre me trae acá para ver las
tumbas de los niños, hay otras dos más por allá, así yo
aprendo lo que les pasa a los niños que son malos, van a
parar debajo de la tierra, hacen un hueco hondo, los ponen
ahí, y después tapan todo con tierra y aunque ya están
muertos dice mi mamá que les duele lo mismo...”.

Habla Gastón Severino. “ Ve usted la inscripción de la


lápida, Va l e r i a Condorcet / fallecida a los 35 años de
edad / el 29 de octubre de 1978 , en realidad se trata de un
error, no fue un día 29 sino 26, exacto, un 26 de octubre
que tuvimos el accidente. Pero no quisieron reconocer que
el error había sido de ellos, ¡imagínese si yo me iba a
e q u i v o c a r e n l a f e c h a d e l a c c i d e n t e ! Ve n g o a q u í t o d a s l a s
tardes a las 18 y 50, que fue la hora en la que se cruzó la
vaca por la ruta, una vaca casi de ficción, aparecida de
ningún lado, hasta el día de hoy no es posible una
explicación de la vaca en ese lugar, en el que nadie cría
animales de ningún tipo, una vaca misteriosa, una vaca de
nadie. Lo cierto es que pareció salir más del tiempo que del
espacio, vino hasta nosotros desde algún momento de la
tarde para que nos embistiéramos, se diría que vino para
e s o , y f u e a s í q u e e l a u t o h i z o u n t r o m p o y d e s p u é s Va l e r i a
ya no volvió a hablar ni a abrir los ojos. Bajé del auto sin
comprender o sin querer comprender, vi la vaca tirada un
poco más allá y me senté en el pavimento desierto, en medio
de un silencio espectral y una luz que se iba yendo poco a
poco. Desde la mañana habíamos estado en la casa de campo
de N icolás Pantier, un poeta sibarita con el que bebimos,
aunque –y aquí comenzó nuestra desgracia- sin llegar a
e m b o r r a c h a r n o s . Va l e r i a m e p i d i ó q u e n o s q u e d á r a m o s h a s t a
el día siguiente, que no era prudente volver en ese estado,
pero, puede usted creerme, yo no estaba borracho en
absoluto. Cómo iba a imaginar que se nos cruzaría una vaca.
Yo h e s i d o s i e m p r e u n a p e r s o n a r e s p o n s a b l e . Ya l e d i g o , l a
desgracia fue no haberme emborrachado, de haberlo hecho
tenga usted por seguro que no hubiera insistido en regresar
ese mismo día. Me he preguntado tantas veces porqué
justamente ese día no me emborraché, he sentido y siento un
remordimiento por esa sobriedad que nos condujo
d i r e c t a m e n t e h a c i a l a v a c a , y a Va l e r i a h a c i a l a m u e r t e . 2 6
de octubre, no 29. A las 18 y 50 de cada día me encontrará
usted aquí pensando que soy yo quien debiera estar debajo
d e e s a l á p i d a , y o y n o Va l e r i a q u e s e q u e r í a q u e d a r , y a s í ,
en verdad, no habría ningún error en la inscripción...”.

Hablan los sepultureros . “El problema acá es que muere


m u c h a g e n t e . Vo s a g a r r á s e l d i a r i o e n l o s a v i s o s f ú n e b r e s y
hay más de treinta que mueren por día. Acá estás obligado a
sacarlo todo después de cinco años. En los cementerios
parque es propiedad de ustedes, acá no, acá no es
propiedad. Hay propiedades pero adelante. En un cementerio
parque antes de que te morís ya estás pagando la
mentención. Acá es mucho más barato. Está bien, no tiene
los lujos de un parque... pero mirá recién acabamos de
hacer un servicio funerario municipal a gente que no tiene
recursos, si no estuviera esto ¿a dónde va esa gente? Hay
días en que estás parado al vicio, o sepultás dos, y hay días
que sepultás veinte. Un sábado te sepultás siete y un
domingo te sepultás dieciséis. Nosotros somos seis y a la
mañana hay cuarenta y pico... Mirá por ejemplo esas
sepulturas, son de añares, esta del treinta y ocho, esta del
c u a r e n t a y d o s . Yo d i g o q u e e s t e c e m e n t e r i o e r a u n a c o s a
chica y después se ha ido agrandando. Claro, porque el
cementerio terminaba ahí, donde están esos nichos viejos.
Después se le agregó la otra parte, hasta donde estaba el
paredón ese. Y ahora se habilitó la parte del parque, en el
ochenta creo. Pero hay nichos que te da calamidad, porque
te das cuenta que... ¿no ves?, mirá ese que está ahí, qué se
yo de cuándo es, y hay otros panteones por ahí, también,
viejísimos. Caminando así vas viendo cada uno, mirá ese
nicho que está ahí, todas estas propiedades son viejas...
Mirá los muertos que tenemos ahí. ¿No ves los muertos?
Ahora los estamos sacando, los llevamos para el crematorio.
Este es del año ochenta y dos. Se conservó un poco porque
está la chapa metálica, todo soldado, pero si viene
desoldado o sin chapa metálica la tierra se lo consume más
ligero. Acá a veces el olor es terrible; andá a preguntarles a
todos esos vecinos si viene olor del horno crematorio. Es un
olor tremendo. Cuando esa gente lava la ropa y tenés el
horno prendido, tenés que levantarla, porque se llena con el
hollín de la chimenea. Esa chimenea que se ve más allá,
atrás del pino, ¿la ves atrás del pino?, bueno, a esa
chimenea le faltan por lo menos diez metros de altura.
Además t i e n e q u e t e n e r u n q u e m a d o r. L o t i e n e , p e r o n o
funciona. Hay muchas cosas que... yo te juro, cuando vi el
programa de este... Zuliani, te da una bronca, porque
e n g r u p e n ¿ t e d a s c u e n t a ? Te h a c e n u n a c o s a p a r a e n g r u p i r a
l a g e n t e . Yo l e i b a a h a b l a r e s a m i s m a n o c h e p o r t e l é f o n o
porque todo lo que había dicho Zuliani estaba todo
a r r e g l a d o . Yo l o q u i s i e r a t r a e r , q u e t r a i g a u n a m á q u i n a y
nos sentamos ahí a conversar y que filme cuando estamos
laburando, cuando estamos en la tarea. Eso se preparó una
mañana cuando estaba el director, el administrador y todo.
Les pusieron unos barbijos. Nosotros no tenemos barbijos.
Cuando nos sabe tocar cremar, no tenemos barbijos ni nada,
a cara de perro como estamos. Y cuando lo destapás a este
¿viste?, porque lo tenés que destapar, ¿sabés el olor que te
llega para arriba?... Y vino, filmó, puso la máquina cuando
el horno ya estaba prendido y tenía el cuerpo adentro, pero
no filmó cuando cargamos el cuerpo. Además cuando
vinieron ellos no cargamos uno con carnosidad, nos hicieron
p o n e r u n a n g e l i t o . E l a n g e l i t o n o l a rg a o l o r. . . A c á s e c r e m a
todos los días, cuando se satura el playón, saque y ponga
todos los días, mañana y tarde. Cuando lo metés al horno lo
metés así como va. El metal hace de bandeja, entonces
podés recuperar las cenizas. Después las ponés en una
bolsita de nylon que la podés llevar a tu casa, la tirás al
río, lo que vos quieras, la podés dejar acá o ponerla en otro
nicho donde hay familiares. ¿Protestar? ¿Con la mishiadura
de laburo que hay? Andan echando a todo el mundo y vos
vas a ir a p r o t e s t a r. Hay compañeros que han sido
perjudicados físicamente y psicológicamente y que han
hecho un juicio a los de la municipalidad. Entonces te
preparan un programa como ese, y suponé que hay un juez
que lo está viendo... después vos vas y decís una cosa y te
d i c e n n o , s o n m e n t i r a s . P o r e j e m p l o e s t e n o t i e n e o l o r. E l
de ayer sí tenía olor y nosotros no tenemos máscaras. ¿Y
c u a n d o e s t á l a r g a n d o l í q u i d o ? ¿ Ve s e s t e q u e t i e n e t o d a l a
parte mojada acá atrás?, cuando lo levantamos se cayó todo
el líquido a la fosa. Y tenés que bajarte a la fosa a
t e r m i n a r l a . Te g u s t e o n o l a t e n é s q u e t e r m i n a r. Y e s t o s
guantes son guantes viejos, que usó otro. Nosotros
t e n d r í a m o s q u e t e n e r g u a n t e s n u e v o s . Ya n o s h e m o s c a n s a d o
de hablar, nadie te da bola. Mejor calláte la boca, hacé tu
tarea. Acá no sería nada la plata que cobrás, esto es
impagable, esto no se paga. Pero que te den cosas para
l a b u r a r c o m o t i e n e q u e s e r. . . ¿ D e q u é v a l e l a g u i t a ? A l l á e n
el playón hay pobres, ricos, rubios, blancos, negros, están
t o d o s t i r a d o s a h í , e s p e r a n d o q u e l o s v a y a n a q u e m a r. A c á e s
donde se hace ver el tango, allá en el horno... ¿Querés saber
del cementerio? Andá a verlo al viejo Buonafede, ahí al
f r e n t e , e n e l b a r. P o n é l o d e Z u l i a n i . . . ” .

H a b l a e l d u e ñ o d e l b a r. “ A n t e s l o s d í a s l u n e s v e n í a m á s
gente que los días domingo. El lunes era el día de las
ánimas; venían del mercado, del matadero, se juntaban
todos acá. Jugaban a las bochas, al sapo, traían bolsas con
carne del matadero y hacían asados, ahí atrás, era el tiempo
en que sacaban gran cantidad de achuras, comían cualquier
c o s a . E s o d e l l o b i z ó n f u e t o d o i n v e n t o d e l d i a r i o . To d o
m e n t i r a . Yo m e h e c r i a d o d e p i b e a c á , y c r u z a b a s i e m p r e p o r
donde ahora está el cementerio parque, antes todo eso era
monte, cuando venía del barrio Acosta tenía que cruzar por
ahí a la fuerza y nunca escuché nada; miento si le digo que
alguna vez vi algo, si vi una luz, no, todo mentira, yo no he
visto nunca nada. ¿Se acuerda que la gente se movilizaba
por eso del lobizón? Usted viera a la noche, era un loquero
de gente. A nosotros los que teníamos negocios nos
f a v o r e c í a , p e r o q u é v a n a v e r u n l o b i z ó n . Yo h e a n d a d o d e
noche por el cementerio. Nosotros tenemos un panteón que
tiene un sótano y a veces a las dos o tres de la mañana, mi
madre me decía: hemos dejado el sótano abierto (claro,
cuando estaba lindo el sol abríamos el sótano para que se
fuera la humedad, nos olvidábamos de cerrarlo y a la noche
venían esas tormentas de verano ¿vio?); hemos dejado el
sótano abierto, teníamos unas urnas ahí y en esa época no
había sereno. El portón que está ahora es el mismo, yo lo
saltaba y me iba al panteón a cerrar la tapa para que no se
i n u n d a r a t o d o . Y n u n c a v i n a d a d e n a d a . Yo m e r í o . L o q u e
s í a n t e s v e n í a m á s g e n t e q u e a h o r a . Y, e n l a s i t u a c i ó n e n
que estamos, la gente no puede venir al cementerio todos
los días, eso es dinero. Sí, un poco también han cambiado
las costumbres; yo tenía clientes acá que todos los
domingos iban al cementerio, la señora y él, y a veces se
juntaban con otro familiar y en el verano se sentaban en el
patio y hacían una picada, comían empanadas, tomaban
vino, y cuando yo no veía a la familia esa semana era que
algo había pasado. Ahora se viene cada cuarenta días. La
situación no está como para ir al cementerio todos los días.
Bueno, sí, está el loco Severino, usted lo va a encontrar
todas las tardes, pero eso es otra cosa. Eso sí, la gente
grande es la que más viene, la que más concurre a sus seres
queridos. Pero, como le digo, ha mermado... Antes los
entierros eran más grandes, venían con seis o siete coches
dolientes, ahora vienen con uno, y además que ahora ya
cada uno tiene su auto particular y los servicios sociales te
mandan un auto o dos. Pero antes, yo me acuerdo, yo fui
remisero veintitrés años, y había veces que iban a un
entierro cinco o seis autos... Acá hay muchos que vienen
por la finada Ramonita, que fue muerta en barrio Güemes
por un amante de ella. Debe haber sido antes de que yo
naciera, y si yo nací en el año veintiocho, quiere decir que
ella fue muerta en el año veintisiete o veintiséis, en unas
barrancas. Según dicen ella ayuda. Cada uno sabrá ¿no?...
Sabemos que ahí al frente tenemos que ir todos, a la larga o
a l a c o r t a n o s v a a t o c a r. A v e c e s u n o s e p o n e a p e n s a r q u e
grandes profesores que han salvado tantas vidas, y cuando a
ellos les llega la hora les llega y basta, y nos llega a todos;
de esto no se salva ni el que tiene plata, ni el flaco, ni el
gordo, ni el malo, ni el bueno; hay que pensar que cuando
llega llega... Antes, te hablo de cuarenta o cincuenta años
atrás, cuando yo estaba con mi padre, cuando había un
angelito se jugaba a la prenda, se chupaba, se asaba la
carne, todo. Una mañana que me levanto para ir a la
escuela, me dice mi mamá: sentí las guitarras esas que están
tocando. Había dos carros areneros llenos de gente, todos
ahí, con el angelito, y déle darle a la guitarra hasta que
abrieran el cementerio. En esa época era así, a lo mejor
pasaban dos o tres días velando al angelito, jugaban con el
angelito, lo llevaban a la otra esquina y así. Antes era otra
c o s a , a h o r a h a i d o c a m b i a n d o . Va m o s a h a b l a r d e l o q u e e r a
el día de los muertos en noviembre. Era todo patio, lleno de
mesas y de sillas, teníamos doce o quince mozos en el
patio, había carpas por todos lados. Era una locura la gente
que venía, había momentos en que por acá no se podía
e n t r a r. M i r á , l a g e n t e e n t r a b a e n e s e p o r t ó n y t e n í a q u e
salir por aquel otro. Y todo estaba cortado, no te dejaban
entrar con auto; los ómnibus salían por allá atrás, por el
gran tráfico de gente peatonal que había. Haberlo visto eso
y c o n t a r l o h o y. . . n a d i e c r e e . E f e c t i v a m e n t e , n a d i e c r e e . A
veces le cuento a algún joven, que a lo mejor me dirá:
pucha, este viejo está hablando macana. Pero yo quisiera
que tuviera a alguien grande como yo a ver si no le dice lo
mismo. Lo que ha sido esto. Ahora no pasa nada, nada de
nada...”.

Habla la florista. “Las caras de las personas me hacen saber


qué flores van a querer antes de que me pidan nada. No sé
porqué nadie compra claveles desde hace mucho, de pronto
ya nadie le deja claveles a sus muertos, se elige otras
flores. Aunque la gente del barrio viene con flores propias,
l o s q u e n o v i v e n c e r c a c o m p r a n a c á . To d o s l o s m a r t e s v i e n e
un señor a visitar a una amiga, que a mí me parece debe
haber sido su amante, y cuando sale compra un ramo
inmenso para llevarle a s u m u j e r. Nunca compra cuando
entra, para su amante que después de todo es la muerta,
compra cuando sale, para su esposa. ¿Dígame, usted le
llevaría a su mujer flores del cementerio? Yo llegué a
estudiar en una escuela secundaria, después tuve que dejar
p a r a p o n e r m e a t r a b a j a r. S i e m p r e t r a b a j é d e f l o r i s t a , a u n q u e
antes no en el cementerio sino en restaurantes y lugares
muy caros. No hay mucha diferencia entre los enamorados
que se regalan flores y los que vienen a poner flores a sus
muertos, creamé. Después de todo también los jóvenes que
s e e n a m o r a n s e v a n a m o r i r. A l o m e j o r p o r e s o n o m e c o s t ó
nada adaptarme al cementerio, pasar de los restaurantes
caros, como le decía, al cementerio. Yo pienso que las
f l o r e s s o n p a r a l a m u e r t e n o p a r a e l a m o r. To d o s l o s f i n e s
de semana viene otro señor, antes no venía todas las
semanas sino una vez por mes, tiene aquí una abuela, pero
desde hace un tiempo viene más seguido. Me compra flores
para poner en dos tumbas de personas que dice que no
conocía de antes, que las conoció acá, ya muertas, viniendo
a visitar a su abuela. Lo curioso es que son dos sepulturas
que están en lugares muy distintos, una en cada punta, y
muy lejos de donde está la de la abuela. Yo por pura
curiosidad una vez le pedí que me las enseñara, una queda
por allá casi donde se termina y es de una señora que murió
en mil novecientos sesenta y tantos, Rosalía Rótolo me
acuerdo que se llama, y cuando murió ya era grande pero
tampoco tanto. No tiene nada de especial pero este hombre
siempre que viene la deja flores, yo no me animé a
preguntarle porqué. El otro muerto que visita está cerca del
portón. Estoy segura que viene más seguido no por la abuela
sino por haber conocido acá a estas dos personas
d e s c o n o c i d a s . To m e l l é v e s e e s t a r o s a q u e n o p a s a d e h o y,
déjela por ahí donde más le guste, a la gente le hace falta
que nos detengamos para dejarles algo...”.

Habla el sereno . “Empecé con este trabajo hace muchos


años, cuando la vida me lo había quitado todo, mi madre, mi
padre, mi casa; ahora no lo cambiaría por ningún otro. En
las noches sin luna, enciendo la pipa y salgo a caminar con
mi perro por todo el camposanto, hasta que me siento por
ahí a mirar el cielo, solo, con mi perro que se echa al lado
y espera, entre los cuerpos bajo la tierra y las almas en el
cielo completo de estrellas. En esos momentos siento que en
el mundo quedamos sólo mi perro y yo, y que nuestro
trabajo es cuidar las sepulturas de todos los hombres, que
todos los hombres han muerto ya y la Tierra entera es el
cementerio. Cuando la luna aparece, puede uno leer los
nombres y los números, nombres y números para nadie, o
para el cielo, cuando hay luna”.

Miércoles de ceniza
Gastón Sironi

Los miércoles nos reuníamos. El rito había


comenzado con la excusa de seguir juntos después del
secundario, pero todos sabíamos que había algo más, que
hubiéramos terminado haciéndolo de cualquier forma.
Nos juntábamos a la noche en el único lugar posible, el
campito del Flaco detrás del cementerio, la ciudad
encendida, lejos, recordándonos la prohibición.
Demoramos un año en construir la casa. Las piedras pesaban mucho
más en ese páramo, las habíamos encimado entre todos y de eso fueron
testigos los primeros perros. José sabía de mezclas y niveles, los demás
hacíamos en silencio, por fin íbamos a tener un lugar para los miércoles.
Los perros ladraban, las piedras caían sobre las piedras, como si siempre
hubieran estado ahí.
Adentro había tintas y figuras también prohibidas, y
unas hierbas y libros de otro país, y la bitácora. Los
perros llegaban y ya no se iban, el hocico pegado al rojo
de las piedras y hurgando la montañita de huesos y
gusanos.
La India nos recibía con su belleza intacta y sus
pechos desnudos, uno a uno íbamos hermanándonos con
ese gusto agrio y pasábamos a calentarnos las manos en
la chimenea. Cada uno de los gestos había sido asentado
en la bitácora y todos seguíamos nuestro personaje.
Ahora teníamos más de treinta, y ahí estaba la
montañita.

La primera noche la sangre apenas nos había


conmovido, pero acabamos por tomarlo naturalmente,
afuera los ladridos eran de un espanto humano. Cuando
llegábamos a ese momento Guillermo se contraía, algo
no andaba para él, pero después el olor era muy fuerte y
él mismo terminaba con las manos totalmente
manchadas, los ojos irritados. La India tenía para todos
un poco de su sexo, y entre la sangre que había ya por
todos lados y el humo y el olor de los sexos los ladridos
eran insoportables, eran insoportables y no se callaban
hasta que todo pasaba, y ya la India empezaba a retirar
las pipas y lavar los vasos. Con el mantel envolvíamos
los restos, había cigarrillos y manchas de semen, y
siempre esas glándulas, y todo en el mantel iba al fuego
y tras el humo de todo se elevaban esos ladridos agudos.
El Flaco, a esa hora, cuando todos estábamos
extenuados y apenas nos reíamos o temblábamos de
culpa, ponía en la parrilla de la chimenea la olla
gigantesca, y empezaba a revolver los huesos para
desollarlos al otro día y tirarlos a la montañita ante la
risa de la India. El Flaco revolvía esa sopa siempre con
el mismo hueso, un fémur carcomido, y Guillermo lo
miraba apenas porque el Flaco parecía desafiarlo y
esperaba algo que por una vez rompiera el ritmo.
Entonces Guillermo no podía evitar llegarse en el
recuerdo a los primeros miércoles, la India era entonces
la novia de José pero de alguna manera iba siendo la
novia de todos, y por eso ahora, que dormía con el Flaco
todas las noches y con todos todos los miércoles,
Guillermo sentía que lo de la sangre había sido una idea
de la India, aunque todo hubiera sucedido naturalmente.

Un miércoles Guillermo no fumó el humo que la


India, como siempre, nos regalaba a cada uno en la boca
c o n u n b e s o . S í s e a c o s t ó e n s u l u g a r, r e s p e t ó s u p a r t e d e
la bitácora. La India estaba lúcida, la hierba en los
demás barría los umbrales del dolor y del asco, la India
los dominaba con su cuerpo agigantado. Cuando le tocó
a Guillermo acoplarse con ella, la dejó hacer hasta el
momento del éxtasis, pero esta vez se demoró más, y
cuando la India gritaba y empezaba a mojar sus dedos en
la sangre de la mesa, Guillermo no salía de ella y ella no
pudo sacárselo, ni pudo dejar de gritar y de moverse
estúpidamente. La India cayó de espaldas sobre unos
almohadones y enseguida recuperó sus ojos de gato,
Guillermo recuperó el aire y siguió el juego de los
m i é r c o l e s y e m p e z ó a c a n t a r u n a r i a d e Wa g n e r m i r a n d o
al Flaco, semidormido y desnudo, el fémur colgando de
su mano derecha. Los perros seguían ladrando.

Dos meses después la India empezó con los


vómitos. Cuando ella nos lo contó José descargó unas
trompadas contra las piedras y se reventó los dedos,
lloró por eso, la India nos había traicionado, a todos nos
había traicionado. Guillermo se apuró a pedir la hierba y
el Flaco, que no paraba de caminar entre la cocina y la
chimenea, subió el volumen de la música, Por Dios que
s e c a l l e n e s o s p e r ro s . E n u n o s m i n u t o s t o d o f u e u n
miércoles más, y ya el mantel crujía sobre el fuego,
mientras por los labios de la India caía la sangre del
último perro que se había acercado a olisquear las
piedras rojas.

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