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71- REVOLUCIÓN CIENTÍFICO-TÉCNICA EN EL SIGLO

XX. IMPLICACIONES EN LA SOCIEDAD.


1. LAS SOCIEDADES INDUSTRIALES.
El tránsito desde las sociedades agrarias tradicionales hacia las sociedades industriales ha sido
el principal proceso de cambio de nuestra época histórica. La Revolución francesa y la Revolución
industrial han sido los dos grandes acontecimientos que han marcado el inicio de una nueva era en
la historia de la humanidad.
El surgimiento de la sociedad industrial fue posible a partir de la influencia de un conjunto de
factores de índole muy diversa: culturales, intelectuales, políticos, económicos, demográficos,
tecnológicos, etc. La influencia de todos estos factores dio lugar a la superación de las sociedades
agrarias tradicionales, a sus formas de organización social y política, a sus sistemas de trabajo, a
sus esquemas de conocimiento, inaugurando un nuevo periodo histórico.
La evolución del pensamiento político y social, el ascenso de nuevos grupos sociales, el
desarrollo del comercio y la difusión de nuevos enfoques en los métodos de conocimiento e
investigación fueron creando las condiciones adecuadas para el surgimiento de nuevas formas de
organización del trabajo, que iban más allá de la mera obtención de los productos que “daba” la
tierra y de las producciones artesanales tradicionales. Los nuevos descubrimientos científicos y
tecnológicos abrieron las puertas a nuevas posibilidades de organización del trabajo, así como a la
producción de nuevas mercancías y al desarrollo de nuevos sistemas de transportes por tierra y por
mar, que potenciaron enormemente el comercio.
Frente al rígido y estable mundo de las sociedades agrarias tradicionales, en el que los
individuos vivían y trabajaban en unos ámbitos muy localizados, con unas relaciones
perfectamente prefijadas de antemano, que permitían saber desde el momento de su nacimiento
qué iban a hacer a lo largo de toda su vida, qué tipos de trabajo efectuarían, con quién se casarían,
cómo vivirían, etc. Las sociedades industriales van a ser sociedades enormemente dinámicas y
cambiantes, y, por ello, también más inseguras. Las gentes tendrían que desplazarse de unos
lugares a otros para encontrar trabajo y las oportunidades de empleo serían cambiantes y, a veces,
inciertas.
La aplicación de los nuevos conocimientos científicos e innovaciones técnicas a la
organización del trabajo y la producción dio lugar a cambios de ritmo trepidantes que implicaron
un gran esfuerzo de los trabajadores para adaptarse a las nuevas condiciones y para capacitarse en
las nuevas especializaciones. En el nuevo contexto de oportunidades y problemas, a la vez que se
generaron nuevas e impresionantes fuentes de riqueza, se abrieron grandes brechas de desigualdad
social; especialmente durante las primeras etapas de la revolución industrial.
De entre las muchas dimensiones que caracterizaron la emergencia de la sociedad industrial
vamos a referirnos aquí a sus cinco principales rasgos.
En primer lugar, la industrialización puede ser caracterizada principalmente por la
implantación hegemónica de la fábrica y la máquina en el sistema de producción. La invención
de la máquina de vapor por James Watt en 1769, y su perfeccionamiento en 1782, constituyeron
uno de los cambios más revolucionarios y que mayores con secuencias prácticas ha tenido en
nuestra era. La máquina no sólo reemplaza a la mano humana en la realización de determinadas
tareas—con todo lo que ello implica—, sino que supone también un avance impresionante en la
utilización de una fuente de energía que desplaza y supera a las demás formas hasta entonces
conocidas, la muscular, la eólica y la hidráulica.
En segundo lugar, el sistema industrial dio lugar a una mayor división del trabajo, acom-
pañada de una importante modificación en su propia naturaleza y significado. La mecanización y
la progresiva complejización de los sistemas productivos dieron lugar a una constante
especialización de tareas y oficios, que acabaron traduciéndose en un verdadero
“desmenuzamiento”, del trabajo. Los trabajos se hicieron impersonales y los vínculos laborales
quedaron convertidos fundamentalmente en vínculos abstractos, quedando regidos por las neutras
y frías leyes del mercado, en donde el único vínculo real era el vínculo del salario. Los trabajos se
hicieron más inseguros y fluctuantes, al tiempo que se abrió una tendencia hacia la escisión entre
trabajo y vida, y entre la propia función originaria del trabajo y la manera alienada en que éste se
ejecutaba.
En tercer lugar, la industrialización supuso también la implantación práctica de nuevos
valores sociales y económicos. Por una parte el orden económico quedó regulado por nuevas

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leyes, inspiradas en los principios de racionalidad y cálculo. En las sociedades industriales lo que
importa no es tanto el valor de uso de las cosas, como el valor de cambio, por lo que las
mercancías, más allá de su clase, calidad, etc., acaban siendo traducidas en términos dinerarios,
con un precio concreto fijado por la ley de la oferta y la demanda. La empresa funciona de
acuerdo con la ley del mínimo coste y del máximo beneficio, y al margen de cualesquiera otras
consideraciones de tipo moral, político, religioso que no sean imprescindibles para incrementar los
beneficios. La difusión de los valores individualistas, las ideas de responsabilidad, de actuación
racional y calculadora, las aspiraciones de éxito, la especial valoración del esfuerzo competitivo,
la eficacia, la disciplina y la puntualidad, el espíritu de aplicación y dedicación al trabajo, junto a
una cierta capacidad de ascetismo orientado a diferir satisfacciones que hagan posible el ahorro
para mayores inversiones, todo ello, en suma, formará parte de un trasfondo de valores sin los que
la sociedad industrial no hubiera podido llegar a desarrollarse plenamente.
En cuarto lugar, la emergencia de la sociedad industrial dio lugar a nuevas necesidades en la
delimitación de los mercados, especialmente de los mercados nacionales, en los que se
realizaban las ofertas masivas de nuevas mercancías. El Estado moderno, en este sentido, fue un
elemento importante para la consolidación de estos grandes mercados nacionales. De igual
manera, la necesidad de garantizar grandes inversiones no rentables a corto plazo, así como la de
potenciar las obras de infraestructura industrial básica (ferrocarriles, minas, siderurgia, etc.), hizo
necesario un clima político estable, que pudiera generar la confianza necesaria como para
emprender unas in versiones cuyas ganancias no se producían a corto plazo. Por esta razón, los
nuevos sistemas políticos tenían que cubrir ciertos requisitos de estabilidad y ser capaces, a su vez,
de establecer unas reglas de juego político eficaces, y lo suficientemente flexibles como para
adaptarse a las nuevas necesidades económicas, y lo suficientemente firmes como para remover
los obstáculos surgidos a causa de la persistencia de rigideces heredadas del viejo orden
tradicional.
Muchas de estas aspiraciones y necesidades fueron encarnadas por la nueva clase burguesa,
que fue la principal protagonista del nuevo orden social en ascenso. El especial protagonismo
político de la nueva clase burguesa fue uno de los aspectos más importantes de la revolución
industrial. Por ello podemos decir, en quinto lugar, que la sociedad industrial se caracterizó por los
nuevos perfiles de la estratificación social, con un nuevo tipo de estructura de clases que dio
lugar a nuevas formas de conflicto social, de una intensidad y de unas características no conocidas
hasta la fecha. La industrialización supuso el inicio de una época de grandes conflictos que
enfrentaron a las dos grandes clases sociales surgidas del hilo de la revolución industrial: la clase
burguesa y la clase trabajadora.
Del hilo de estas nuevas situaciones sociales y laborales, acabaron surgiendo unos fuertes
movimientos sindicales y políticos, cuyas reivindicaciones permitieron alcanzar un conjunto de
cambios políticos y una aplicación de políticas de protección social que se concretaron a lo largo
del tiempo en lo que hoy en día se conoce como Estado de Bienestar. Este nuevo modelo de
Estado de Bienestar permitió garantizar unos salarios mínimos a los trabajadores, al tiempo que se
protegían determinados derechos y garantías en el propio trabajo (de seguridad e higiene) y en la
sociedad en su conjunto (derecho a la asistencia sanitaria, a la educación, a pensiones de vejez,
viviendas, desempleo, etc.).

2. LAS SOCIEDADES POST–INDUSTRIALES.


Algunas de las principales características de las sociedades industriales, como la aplicación constante de los
nuevos conocimientos científicos a la producción y a la organización del trabajo, y su gran dinamismo social,
implican que estas sociedades están sometidas a procesos de transformación muy intensos. Por ello la acumulación de
todos los cambios que se han producido durante los últimos años ha ido dando lugar, poco a poco, a la emergencia de
un nuevo tipo de sociedad a la que algunos estudiosos han calificado como sociedad post-industrial.
Lo característico de este nuevo tipo de sociedad es que la industria y la actividad industrial ha
dejado ya de ser la referencia social básica. Es decir, la mayoría de los trabajadores ya no están
ocupados en la industria, ni los productos industriales constituyen la principal fuente de riqueza.
Así, de la misma manera que en las sociedades agrarias la mayoría de la gente trabajaba en la
agricultura, y en las sociedades industriales lo hacía en la industria, en las sociedades avanzadas de
nuestros días la mayoría trabaja en actividades de los servicios. Por eso algunos teóricos sociales
consideran que ya no se puede continuar calificando con propiedad a estas sociedades como
industriales y han propuesto la denominación de sociedades post-industriales.

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Daniel Bell ha subrayado algunas de las principales características de estos nuevos tipos de sociedades, en
comparación con las industriales, y las preindustriales. Las sociedades post-industriales no se caracterizan sólo por la
transición de una economía productora de mercancías a otra centrada cada vez en mayor grado en la prestación de
servicios de todo tipo, sino que uno de sus rasgos fundamentales, como el propio Bell ha señalado, es que “la
habilidad técnica pasa a ser la base del poder, y la educación el modo de acceso a él; los que van a la cabeza (o la elite
del grupo) en esta sociedad —concluirá Bell— son los científicos”.
El papel cada vez más importante desempeñado por la ciencia en la organización de la
sociedad está dando lugar, a su vez, a que en nuestros días estén empezando a producirse una serie
de cambios en las formas de organización del trabajo. Los cambios de la sociedad en su conjunto,
que van mucho más allá de las simples reflexiones de los teóricos de la sociedad post-industrial
sobre el número de personas ocupadas en el sector industrial o en el sector servicios.
En nuestros días está teniendo lugar una triple revolución de carácter científico y tecnológico,
que verosímil mente va a dar lugar a cambios muy radicales y globales en nuestras formas de vida
y de trabajo, haciendo posible hablar de la emergencia de un nuevo tipo de sociedad, la sociedad
tecnológica avanzada, del que la sociedad post-industrial no es, en realidad, sino un subtipo, o
una fase de transición.
Las tres revoluciones científicas y tecnológicas de nuestro tiempo son la microelectrónica, la
microbiológica y la energética. La microelectrónica está haciendo posible disponer de
ordenadores cada vez más potentes y perfeccionados que se están aplicando de manera creciente a
los procesos productivos, bien en forma combinada con máquinas cada vez más sofisticadas —
robots industriales—, que pueden realizar prácticamente todas las tareas que hasta ahora realizaban
los seres humanos, bien en forma de sistemas automatizados de trabajo en el sector servicios.
A su vez la revolución microbiológica está permitiendo nuevas aplicaciones y desarrollos en
la ingeniería genética, en la fecundación in vitro, en el tratamiento de las enfermedades y en la
producción de nuevos alimentos, semillas resistentes a las plagas, etc.
Si a todo esto unimos las nuevas potencialidades que se apuntan con nuevas fuentes de
energías menos contaminantes (desde las eólicas y térmicas hasta la fusión nuclear), los nuevos
materiales, las nuevas formas de comunicación y de organización flexible del trabajo, y el
teletrabajo, en unas economías cada vez más conectadas en un mercado mundial, entenderemos
que nos encontramos a las puertas de un nuevo modelo de sociedades, cuyas características y
problemas solo estamos empezando a vislumbrar.
Estas nuevas sociedades ofrecen posibilidades enormes de hacer frente a los problemas de las
enfermedades y de la escasez, abriendo la perspectiva de nuevas formas de vida social con más
tiempo de ocio y de mayor bienestar. Pero, a su vez, encierran serios riesgos, como estamos
empezando a ver, con el aumento del paro estructural, el surgimiento de nuevas infraclases y
sectores marginados y la aparición de nuevos sistemas duales de desigualdad.

3. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA.
La situación actual de la ciencia ha sido el resultado de un largo proceso de evolución. La bús-
queda del conocimiento y las técnicas prácticas inicialmente estuvieron separadas, encontrándose
subordinadas éstas últimas, primero en virtud de un orden político y de valores (Grecia y el
Mundo clásico) y después por medio de unos controles religiosos muy estrictos (Edad Media). Sin
embar-go, la Ilustración y el espíritu de la nueva época estimularon el desarrollo del conocimiento
sin las cortapisas de las ideas religiosas o filosóficas, orientándose después a encontrar una síntesis
entre el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico. En este nuevo contexto se difundió la
con-vicción de que en el progreso científico y económico la humanidad puede encontrar las
soluciones a la mayor parte de sus problemas y carencias. Por eso toda la sociedad ha llegado a
implicarse en la promoción y desarrollo científico, poniendo al propio orden político al servicio de
este objetivo.
De esta manera, la ciencia se ha institucionalizado y, como hemos dicho, ha adquirido una po-
sición social central y prevalente. Cuando decimos que la ciencia se ha institucionalizado en las
so-ciedades modernas, estamos haciendo referencia al hecho de que la ciencia, y la labor de los
cientí-ficos, pasan a convertirse en una de las funciones normales, y cada vez más importantes de
la socie-dad, que da lugar al desarrollo de las actividades profesionales de los científicos, como
una de las tareas necesarias para que la sociedad pueda continuar progresando y funcionando
normalmente.

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El proceso de institucionalización de la ciencia en las sociedades de nuestro tiempo ha tenido
lugar básicamente en tres etapas o periodos. Inicialmente en los siglos XVII y XVIII se ocupaban
de la ciencia individuos de la aristocracia y de los sectores más acomodados de la sociedad, a
partir básicamente de sus propios recursos e iniciativas personales, que generalmente ponían en
común a través de algunas “sociedades científicas” y “académicas» que ellos mismos gestionaban.
La segunda etapa en la institucionalización de la ciencia tuvo lugar a lo largo del siglo XIX y
una parte del siglo XX, con el desarrollo de departamentos de las diferentes especialidades
científicas en las Universidades y los laboratorios de investigación promovidos por las grandes
industrias. En esta segunda etapa se produjo una importante movilización de recursos públicos y
empresariales y una gran profesionalización de la actividad científica. Los científicos se “forman”
en las Universidades y se dedican profesionalmente a su trabajo de manera exclusiva y cada vez
más de forma coordinada e interdependiente.
Una tercera etapa en la institucionalización de la ciencia es la que tuvo lugar durante la
Según-da Guerra Mundial en torno al esfuerzo bélico. El proyecto Manhattan, por ejemplo, fue
una inicia-tiva del gobierno de los Estados Unidos, que empleó recursos económicos muy
importantes y mo-vilizó a un buen número de científicos para intentar disponer de la bomba
atómica antes que Hitler. Proyectos de este tipo, así como los que actualmente tienen en marcha
diversos gobiernos en el campo de la aeronáutica, la microelectrónica y la microbiología, implican
una dimensión organizati-va y de coordinación de actividades en la actividad científica como
nunca antes había sido conocida
La movilización de grandes recursos económicos y humanos bajo la iniciativa de los poderes
públicos, está planteando nuevos problemas de gestión, de organización e, incluso, de concepción
sobre la propia actividad científica. Las decisiones sobre lo que se investiga y sobre las
aplicaciones de los nuevos descubrimientos se han acabado convirtiendo en decisiones de un gran
alcance social, político y económico. Por eso todo lo que concierne a la ciencia, y a las relaciones
entre ciencia y tecnología, en las sociedades de nuestros días no es ya solamente una cuestión de
conocimiento, sino que se ha convertido en una cuestión de poder, en algo que tiene mucho que
ver con la evolución futura de nuestras sociedades.

4. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: ÚLTIMAS FASES.


Los últimos decenios del siglo XIX asistieron al declive de Inglaterra como potencia
industrial y los primeros del siglo XX vieron en el ascenso de los Estados Unidos la confirmación
de un nue-vo tipo de liderazgo económico. Las claves del nuevo orden económico que reformuló
el sistema fabril de la primera industrialización fueron la producción en masa y la
administración científica del trabajo, innovaciones en sí mismas más organizativas que técnicas.
Pero quizá la tendencia más representativa implicada en esta segunda fase de la Revolución
industrial fue la expansión de los grandes monopolios y los movimientos de concentración que
dieron lugar a gran des nombres de la época como Du Pont, General Motors o General Electric,
figuras estelares de lo que se ha dado en llamar la época dorada del capitalismo monopolista. La
gran empresa y la producción en masa albergaron la configuración de un nuevo paradigma
tecnológico en el que la industrialización se convirtió en sinónimo de producción estandarizada.
De esta forma, la nueva ortodoxia industrial se lanzó a un modelo productivo que sólo podía
funcionar si existían mercados lo suficientemente grandes y estables como para absorber toda la
cantidad de mercancías estandarizadas que permitiera rentabilizar las grandes inversiones en
equipo especializado. El aseguramiento de la demanda de sus productos caracterizó la estrategia
tanto de empresas que, como las eléctricas, suministraban una tecnología nueva con la que debían
capturar un mercado que ya existía (la red de alumbrado de gas), como la de aquellas otras que,
cual era el caso de la industria automovilística, con tecnologías no tan nuevas ofrecían productos
nuevos y debían, por tanto, crear un mercado.
El automóvil y la electricidad pasaron a ocupar el lugar simbólico que ocuparon el ferrocarril
y el vapor en la Primera Revolución, si bien su base técnica se desarrolló en gran medida dentro de
ésta. Así, por ejemplo, la base teórica sobre la que descansa el funcionamiento de las máquinas
eléctricas se conocía ya desde el descubrimiento de las leyes del electromagnetismo y,
cocretamen-te, de la ley de la inducción, a mediados del siglo XIX. Gran parte de este campo de
investigación se desarrolló en Francia (Gramme) y Alemania (Siemens), país éste último en que,
con ocasión de la Exposición de Munich de 1882, Marcel Deprez efectuó la primera demostración

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de transporte de energía eléctrica en corriente continua. Estos trabajos fueron la base del desarrollo
del transporte de energía eléctrica característico de la primera mitad del siglo XX y del vertiginoso
incremento de su producción que, de ser prácticamente nula en 1900, pasó a alcanzar los 400.000
millones de kilovatios/hora poco antes de la Segunda Guerra Mundial para doblarse
posteriormente.
Por otro lado, y debido al monopolio ejercido por la maquinaria del vapor en la industria y el
transporte ingleses, el motor de combustión interna fue también inicialmente diseñado en países
como Francia y Alemania. Ya en 1862 De Rochas, un ingeniero francés, había expresado la idea
de conseguir una eficiencia termodinámica haciendo explotar una mezcla de aire y vapor
combustible, pero el desarrollo de los detalles necesarios para su aplicación a un motor (como las
válvulas o los métodos de ignición) era algo que la hegemonía de los motores a vapor no permitía
todavía. Lenoir y Diesel sí llegaron a construir motores eficientes que sólo muy lentamente se
fueron introduciendo en ciertos círculos más atentos a la moda y el lujo que a la innovación
industrial. Así pues, aunque ya técnicamente posible en el siglo XIX, el desarrollo del motor de
combustión interna sólo se produjo cuando la industria del motor fue capaz de hacer efectiva la
posibilidad de un gran mercado que hiciera rentable la gran inversión de capital necesaria para una
producción en masa de tal calibre y cuando, como condición necesaria de esa expansión de
mercados, se hizo igualmente necesario sustituir la rigidez de la comunicación del ferrocarril por
la flexibilidad de las comunicaciones por automóvil. Según Bernal, fueron estos mismos objetivos
los que llevaron al desarrollo de una industria eléctrica pesada que sustituyera a la estacionaria
máquina de vapor por una fuente de energía generada centralizadamente. De ahí que tanto los
motores de gasolina como las redes eléctricas fueran factores clave en el crecimiento exponencial
de la productividad registrado a lo largo de este período. El mundo de hierro y el vapor iluminado
por el gas se fue transformando progresivamente en un mundo de automóviles y carreteras en el
que la luz eléctrica producida centralizadamente llegó a los hogares y en el que comenzó a
proliferar un mercado adecuado para las industrias dedicadas al petróleo, el caucho, el acero
laminado y el plástico.
Si bien el hecho de recurrir a la aplicación de dos nuevas fuentes de energía como la combus-
tión interna y la electricidad sitúa a esta segunda revolución bajo el mismo principio que la
primera (la ampliación de la energía mecánica disponible), debe tenerse muy presente que las
grandes inver-siones de capital desplegadas en su desarrollo fueron acompañadas de un fenómeno
radicalmente nuevo y del que nos ocuparemos más detenidamente en la sección siguiente: las
grandes inversio-nes en Ciencia La investigación científica planificada sustituye cada vez más a la
inventiva mecáni-ca individual. A diferencia de las innovaciones de un Watt o un Crompton, la
ampliación y utiliza-ción de la energía disponible se hicieron ahora inseparables de la ampliación
y utilización de los co-nocimientos ligados a la investigación científica; y no sólo por el
incremento cuantitativo del volu-men de investigación realizada o por el peso específico de sus
resultados, algo decisivo en indus-trias que, como la eléctrica o la química, eran prácticamente una
creación científica; sino, sobre to-do, por la magnitud de unos costes de mantenimiento de la
investigación que habrían sido absoluta-mente impensables para un inventor liberal o aficionado
como muchos de los que fueron artífices de la primera revolución. De ahí que ciencia y tecnología
entraran en esta nueva fase de la Revolución industrial en una nueva relación. Según Bernal,
todavía a mediados de siglo el 80% de la investiga-ción característica de esta ciencia industrial era
realizado en los departamentos de investigación de las empresas monopolistas. El desarrollo
tecnológico se hizo dependiente de la investigación cientí-fica, y ésta, a su vez, pasó a estar
decisivamente controlada y dirigida por las grandes empresas, lo cual no hizo sino reforzar las
tendencias a la concentración de capital exigidas por las nuevas ma-croinversiones. La
concentración y el mayor tamaño de las plantas permitían la instalación de gran-des laboratorios y
departamentos de investigación vinculados frecuentemente a las universidades y a ciertas partidas
de los presupuestos estatales, especialmente de los gastos de defensa.
Cuando Ford comprendió que las innovaciones tecnológicas exigidas por la producción del
au-tomóvil eran asumibles si se desarrollaba masivamente un producto estandarizado, se
comprendió que los métodos habituales en la ingeniería clásica debían ser replanteados (para
producir piezas idénticas con la mayor rapidez posible) un terreno en el que la Gran Guerra no
hará sino contribuir a desarrollar las condiciones y las imágenes de modernidad de las nuevas
formas de productividad encarnadas en la figura del fordismo, como modelo de planificación
científica de la producción.

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El descubrimiento del transistor en 1947, del circuito integrado 1957 y, sobre todo, más
recientemente, el del microprocesador 1971, que abrió una década en que el desarrollo del
ordenador personal y la comercialización del vídeo fueron cruciales para el salto de las nuevas
tecnologías a la vida social, son los principales hitos de la microelectrónica de la posguerra. Con
ella, en un contexto marcado por la crisis del modelo productivo heredado de la segunda
Revolución industrial, se ha puesto en marcha un complejo de innovaciones que pueden
describirse como un nuevo paradigma tecnológico.
La base sobre la que se compone el nuevo paradigma tecnológico radica en el hecho central
de que la microelectrónica permite una capacidad cada vez mayor de tratamiento de la
información y un costo cada vez menor de la unidad de memoria. En ello radica el potencial
innovador del ordenador y de los lenguajes informáticos a la hora de desarrollar el procesamiento
de la información y aumentar su uso y versatilidad. Las tecnologías básicas de este nuevo
paradigma todavía en constitución son, pues, tecnologías centradas en el procesamiento y el
tratamiento de la información; y ello es lo que autoriza a hablar de un nuevo paradigma, pues, en
el complejo técnico resultante, la información, erigida en “nueva materia prima”, desempeña un
papel similar al desempeñando por el vapor, la electricidad o la combustión interna en los
complejos resultantes de las revoluciones anteriormente comentadas.
Los ámbitos de aplicación de este paradigma son muy diversos. Abarcan desde el campo de
las telecomunicaciones, en el que el avance de la microelectrónica se conjuga con el desarrollo de
nuevos materiales como la fibra óptica, hasta él de la automatización, tanto de las cada vez más
relevantes actividades del sector terciario como de las industriales, en las que la introducción de la
robótica, los sistemas CAD/CAM o las estrategias de producción flexible integrada han llegado a
alterar sustancialmente la propia noción tradicional del trabajo. Ciertamente, los avances
registrados en cada uno de estos campos, y en otros como las energías renovables o la ingeniería
genética cuentan con especificidades y ritmos particulares ligados a la historia interna de cada una
de las especialidades. Pero lo que en definitiva permite hablar de la constelación de
descubrimientos y aplicaciones interrelacionadas que caracteriza a toda revolución industrial es el
hecho de que en un breve transcurso de tiempo, han surgido una serie de tecnologías que, al girar
todas ellas en torno al tratamiento de la información, han permitido un intercambio
extraordinariamente rápido y una aplicación recíproca de los resultados registrados en las
diferentes especialidades. Su perfil es, pues, como ha señalado Adam Schaff, el de una revolución
multiforme.
Como dice el propio Schaff, lo que hace a esta revolución cualitativamente distinta de las
anteriores es que, así como en aquellas se reemplazó el poder físico por el vapor o la electricidad,
lo que se está sustituyendo en ésta es el poder intelectual. Si bien es cierto que toda transformación
tecnológica dibuja siempre su perfil sobre un a transformación en la información y la aplicación
del conocimiento, es claro que el hecho de que la actual revolución haga de la información y el
conocimiento mismos su principal objeto de producción le confiere un cierto rango específico.
Ello, no obstante, no debe hacer perder de vista la unidad que dichos efectos guardan entre sí.
Retomando las ideas ya conocidas de Bell o Touraine acerca de la sociedad postindustrial, o lo
que Schaff describe como la sociedad informacional, Castells recoge dicha unidad de efectos bajo
la idea de un desarrollo informacional. Como en todo otro modelo de desarrollo, existe un
conjunto de relaciones técnicas de producción en las que siempre hay un elemento que es decisivo
en la determinación de la productividad del proceso. Así como en el modo de desarrollo industrial
la fuente de la plusvalía excedente radica en la introducción de nuevas fuentes de energía y en la
calidad del uso que se haga de ellas, en el modelo informacional de desarrollo la fuente de la
productividad reside en l a calidad del conocimiento, no sólo en la medida en que éste interviene
en las mejoras técnicas —algo que ocurre en todo modo de desarrollo—, sino, sobre todo, en la
medida en que interviene sobre el conocimiento mismo. Así, y dado que el factor decisivo de un
modo de desarrollo obedece a un principio que determina estructuralmente la organización del
proceso tecnológico, de igual forma que el industrialismo está orientado hacia el crecimiento
económico y la maximización del output, el informacionalismo lo está hacia el desarrollo
tecnológico y la acumulación de conocimiento. En definitiva, como resume el propio Castells:
“mientras que en modos preindustriales de desarrollo el conocimiento se utiliza para organizar la
movilización de grandes cantidades de trabajo y medios de producción, y que en el modo
industrial se apela al conocimiento para proporcionar nuevas formas de energía y reorganizar la
producción de acuerdo con ella, en el modelo informacional de desarrollo el conocimiento

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moviliza la generación de nuevo conocimiento como fuente fundamental de productividad a través
de su impacto sobre el resto de los elementos del proceso de producción y sus relaciones”.
A partir de la descripción de este modelo de desarrollo puede verse claramente cómo las
implicaciones de las nuevas-tecnologías en la transición de la sociedad industrial hacia la
informacional interactúan con el proceso de reestructuración de la economía capitalista mundial
tras la crisis de los setenta. Por un lado, la revolución tecnológica actualmente en curso constituye
un soporte infraestructural indispensable en la reorganización de la economía mundial al
proporcionarle la base material y telemática que le permite poner en conexión sus centros
neurálgicos como el ferrocarril lo hizo en el siglo XIX. Le permite el tipo de intercambios cada
vez mayores y más complejos que subyacen a muchas de las estrategias de descentralización
productiva que buscan ventajas competitivas en la localización dispersa y necesitan reintegrar a
través de medios microelectrónicos los procesos de gestión y producción; le permite la adopción
de estrategias de flexibilización reprogramables que se adecuan mejor a un nuevo entorno más
cambiante de lo tradicionalmente supuesto por el modelo macroplanificador de las grandes
empresas fordistas; le permite, sobre todo, por lo que a los mercados financieros respecta, el uso
de imponentes sistemas de información con los que desarrollar nuevos instrumentos de
intermediación financiera que amplíen las opciones de inversión. Pero por otro lado, las nuevas
tecnologías no sólo brindan una infraestructura a la actual reorganización de la vida económica,
sino que su propia lógica modela en cierta forma dicha reorganización.
A juicio de Castells, esto obedece a tres razones: en primer lugar, a que los sectores que
producen las nuevas tecnologías son los que más crecen, por encima de sectores como el
siderúrgico (característico del viejo modo de industrialización) o del automovilístico
(característico del modo de producción en masa), con lo que su competitividad condiciona la de la
economía en general; en segundo lugar, porque los factores que tienden a tener más peso en los
indicadores de competitividad están cada vez más relacionados con la capacidad de explotación y
gestión de las nuevas tecnologías; y, en tercer lugar, porque la falta de una producción de nuevas
tecnologías adecuadas a las necesidades productivas de un país supone tanto un importante factor
de desequilibrio de su balanza comercial como una no menos importante laguna de experiencia a
la hora de utilizar adecuadamente la tecnología punta importada.

5. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA EN LA SOCIEDAD ACTUAL.


A lo largo de las tres oleadas de la Revolución industrial hemos asistido a una progresiva
transformación del trabajo cada vez menos basado en la pericia y cada vez más en la ciencia y la
ingeniería. Las dos últimas décadas del siglo XIX fueron el punto de inflexión en el que,
paralelamente a la constitución del capitalismo monopolista a la que ya nos hemos referido, el
papel de la ciencia en la producción cambió radicalmente: “el contraste entre la ciencia como una
propiedad social, generalizada y sólo incidental a la producción y la ciencia como propiedad
capitalista que está en el centro de la producción es el contraste entre la Revolución industrial de la
última mitad del XVIII y primer tercio del XIX y la revolución científico-técnica que empezó en
las últimas décadas del XIX y todavía sigue en marcha”.
En efecto, a pesar de algunos esfuerzos por conectar la primera Revolución industrial con la
Revolución científica europea de los siglos anteriores, su relación fue más bien difusa. Basta
recordar la escasa participación de la ciencia académica en el desarrollo de la máquina de vapor
para constatar cómo en dicha fase de la industrialización la ciencia no estaba todavía estructurada
por el capitalismo y, en muchos casos, su desarrollo fue precedido de la curiosidad y la innovación
de las artes industriales. Sobre la escasa repercusión práctica de la ciencia moderna en el
desarrollo de la innovación técnica, B. Russell, por ejemplo, afirmó: “la mayor parte de las
máquinas, en el sentido estricto de la palabra, no poseen nada que merezca ser llamado ciencia.
Las máquinas han sido originalmente simples medios para hacer ejecutar a unos objetos
inanimados unos movimientos regulares que eran anteriormente realizados por el cuerpo y, más
específicamente, por los dedos de los hombres. Ello es particularmente cierto en lo que respecta al
tejido y la hilatura. La ciencia propiamente no ha jugado tampoco ningún gran papel en la
invención del ferrocarril, ni en la navegación a vapor en sus comienzos”. El desarrollo de la
electricidad, el acero, el motor de combustión interna y la industria química en las últimas décadas
del XIX supusieron, sin embargo, un claro cambio de rumbo que partía de lo que Richta llama “un
nuevo lugar para la ciencia”.

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El nuevo modelo de ciencia industrial tuvo su origen en la alianza que las universidades
alema-nas establecieron con empresas como Krupp o IG Farben. A finales de siglo, la industria
química alemana contaba con más de 650 químicos e ingenieros, cien veces más de los que
Inglaterra utili-zaba en la industria de la hulla. Fue así como la debilidad inicial de su capitalismo
dio pie a un mo-delo de desarrollo basado en un complejo integrado de investigación universitaria,
laboratorios in-dustriales, sociedades profesionales y financiaciones gubernamentales. La
importancia de la insti-tucionalización de la ciencia industrial en el nuevo modelo de desarrollo
fue rápidamente advertida por las empresas del primer capitalismo monopolista norteamericano,
que no sólo importaron técnicos alemanes, sino también el propio modelo, aunque inicialmente lo
reformularon desde una perspectiva de rentabilidad más inmediata. El agotamiento de las
posibilidades tecnológicas de la primera Revolución industrial fue haciendo cada vez más
manifiesta la necesidad de abrir un nuevo repertorio de posibilidades tecnológicas, lo que llevó a
la creación de instituciones específicamente destinadas a la investigación científico-industrial
como los Westinghouse Research Laboratories (1917), la General Motors Research Corporation
(1920) o los Bell Telephone Laboratories, la organización investigadora más grande del mundo en
su momento que llegó a emplear a más de 5.000 personas. Ese fue el germen de lo que Sylk ha
denominado la “revolución de la investigación” que subyace a la mutación del papel social de la
ciencia contemporánea.
Las guerras mundiales no hicieron sino reforzar esta tendencia, pues propiciaron el desarrollo
de un sistema institucional altamente integrado en el que pudieron desarrollarse proyectos a gran
escala como el radar, el DDT o el motor a reacción. Tanto la producción científica como la
industrial se convirtieron en parte esencial del desarrollo nacional y su planificación, con lo que la
ciencia industrial liderada por las nuevas empresas monopolistas se hizo también, en cierta forma,
una ciencia gubernamental. Han sido muchos los autores que, como Bernal o Salomon, han visto
precisamente en el desarrollo de la bomba atómica un punto de inflexión en la historia de las
relaciones entre la ciencia y el poder que constituye el reverso de la revolución científico-técnica
característica de nuestro siglo. Con sus 15.000 científicos, 300.000 técnicos y su presupuesto de
2.000 millones de dólares, el Manhattan Project District encargado de liderar la investigación
nuclear puede considerarse como el más directo heredero de los laboratorios Bell. De esta forma,
la investigación científica no sólo quedó integrada como factor decisivo de la producción
económica, sino también de una producción de decisiones políticas cada vez más basadas en el
conocimiento experto. De ahí la importancia actual de las políticas tecnológicas y de innovación
que tienden a propiciar un marco institucional favorable a la elaboración de planes de
investigación y desarrollo (I+D) y a la transferencia de conocimientos entre dichos planes y el
mundo empresarial.

6. EL SISTEMA TECNOLÓGICO: ¿HACIA LA CREACIÓN DE UN MUNDO NUEVO?


La transformación total del mundo humano, de la sociedad occidental, en virtud de la
tecnología, no es un fenómeno de las últimas décadas: desde principios de siglo asistimos en
Occidente a una mutación radical de la vida y de las formas de comunicación y actuación de los
hombres, basadas en los adelantos científico-técnicos y en la nueva sociedad que dichos adelantos
crean. A la vez, aparecen movimientos sociales y políticos que se legitiman en función del uso de
dichos sistemas, desde los proyectos tecnocráticos de Engelmeier, hasta los movimientos de
masas, posibles en gran medida gracias a las nuevas tecnologías de comunicación y transporte. La
percepción de la novedad radical de la configuración industrial, tecnológica y científica del siglo
XX, y de sus consecuencias urbanas, sociales y axiológicas, aparece de forma decisiva en Berlin
Alexanderplatz, y en El Trabajador: la Alemania del primer cuarto de siglo tiene en Berlín la
primera gran tecnópolis, en la que aparece un nuevo tipo de trato y de vida, y frente a la cual surge
el problema de la naturaleza humana, de la existencia, y del sentido de la vida.
La percepción de la novedad absoluta de una civilización forjada por la técnica, y en la cual el
imperativo tecnológico se convierte en el criterio de decisión por excelencia, modificando los
criterios de decisión y con formación social, aparece filosóficamente en la obra de diversos autores
de la primera mitad del siglo XX, tras la primera guerra mundial. Entre ellos, hay que destacar la
reflexión realizada por Ortega y Gassett, en su obra La rebelión de las rnasas, que parte del
surgimiento de un nuevo tipo de sociedad posibilitado por la técnica: la sociedad de masas, donde
se invierten los criterios de vertebración social, y se impone el individuo masa, basado en las
nuevas tecnologías de comunicación, producción y transporte. La modificación radical de la

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sociedad se expresa en la nueva forma de comunicación que Ortega elige para transmitir sus ideas:
el periódico o las conferencias multitudinarias, frente al formato académico habitual.
En Alemania, las técnicas de organización de masas, y el efecto que la masa produce en el
individuo, hacen posible, aunque no necesaria, la organización nazi. En relación con nuestra
comprensión del sistema tecnológico, lo importante aquí es como la cultura de masas, primer
logro de las modernas tecnologías de comunicación y transporte, genera un tipo de individuo
diferente al anterior, con criterios de identificación distintos, que alteran radicalmente la
configuración del mundo. La evolución desde la alta costura al pret a porter, por ejemplo, es
inseparable de los nuevos medios de comunicación, y en dicha evolución aparece claramente una
modificación radical de los criterios de identificación y consumo. La moda del siglo XX es
inseparable de la transformación tecnológica de la sociedad. La técnica, por lo tanto, aparece tanto
como una solución a problemas previos, cuanto como un agente transformador de la realidad: la
nueva base ontológica de un nuevo modo de vivir.
Esta conciencia de la novedad absoluta de la sociedad tecnológica alienta la relectura crítica
de la relación entre Ciencia y Técnica, Industria y Sociedad que se lleva a cabo desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. En esta interacción entre Ciencia, Técnica, Industria y Sociedad, toma
cuerpo lo que entendemos como “sistema tecnológico”, en el que se integran los avances
científico-técnicos con los imperativos sociales, militares y económicos que determinan la gestión
de la ciencia y de la técnica como un sistema industrial mundial. Después de la Segunda Guerra
Mundial, lo que emergen no son cambios del conocimiento científico, sino cambios decisivos en
la construcción de la realidad, que transforman la naturaleza y la identidad, generando problemas
nuevos y un medio social distinto. Como ejemplos, tenemos la TV, los ordenadores y la ingeniería
genética. Tal y como señala J. Echevarría, las “tecnociencias” son formas de manipulación de la
realidad en las cuales los datos sufren una modificación radical: la relación del hombre con la
realidad viene mediada por artefactos, y la propia identidad del hombre se construye desde ellos.
Estamos en el reino de lo artificial, en cuyo ámbito se mueve la investigación tecnocientífica.
En definitiva, nos encontramos con una nueva sociedad tecnológica en la que se modifican los
rasgos fundamentales de las sociedades anteriores, y en la que prima el componente tecnológico
en la definición de la realidad. La actividad técnica y científica se revela como una construcción
social, en la que intervienen diversos factores y agentes, y en la que se conforma esa sociedad. En
la construcción del primer ordenador electrónico digital, realizada por Von Neumann, Goldstine y
su equipo durante la Segunda Guerra Mundial, observamos la implicación de una gran cantidad de
intereses, científicos, técnicos e ingenieros, y a la vez constatamos la transformación de la realidad
social (trabajo, gestión, conocimiento, ocio) que ha generado el ordenador. La relación entre la
Ciencia, la Tecnología y la Sociedad dentro del sistema tecnológico dista de ser unidireccional,
como muestran los estudios de Sociología de la Ciencia, y a la vez dista de ser controlable
previamente en su desenvolvimiento: genera nuevas posibilidades y abre ámbitos inexistentes en
la sociedad, modificándola profundamente.

7. RASGOS DEL SISTEMA TECNOLÓGICO.


La conjunción de las actividades industrial, tecnológica, investigadora, comunicativa y social
en el sistema tecnológico ha llevado tanto a la aceleración de la producción científica y de las
innovaciones técnica, cuanto a la conformación técnica de la sociedad, en la que ejerce un papel
configurador esencial. Las nuevas tecnologías ocupan un papel decisivo en la sociedad actual,
planteando retos en todos los órdenes, y confrontando a los hombres con la necesidad de
evaluación de tecnologías, para decidir no sólo su aplicación, sino la posibilidad de su diseño
como tal. La caída del mito de la neutralidad de la Ciencia, así como la construcción tecnológica
de la realidad social, nos lleva a una relación distinta con la tecnología, que supone una
comprensión distinta de la actividad humana, y refuerza la necesidad de un diseño social,
democrático, de la tecnología, contribuyendo al surgimiento de un sujeto social válido, frente a la
disolución del sujeto en estructuras tecnocientíficas y políticas que actúan por intereses ajenos al
individuo (en la medida en que este no opina, y le son impuestos).
El surgimiento de los movimientos ecologistas, o la crítica a ciertos experimentos
biogenéticos, nos hablan de una nueva conciencia activa frente a la configuración del mundo. Y
esto porque las nuevas tecnologías se caracterizan por su capacidad de transformación de la
realidad, su desarrollo de forma exponencial e imperativa, su vinculación con el conocimiento
científico e ingenieril, y su influencia en el sistema cultural. A la vez, permiten acceder a su propio

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diseño y a sus efectos, haciendo posible el surgimiento de un sujeto crítico: el carácter social de la
construcción tecnológica de la realidad rompe el mito del experto, ya que las justificaciones de
una tecnología son siempre sociales, dependen de un sistema de valores y por lo tanto pueden ser
discutidas independientemente del conocimiento pormenorizado de dicha tecnología. Se trata de
construir una sociedad, y lo que se pone en juego es el sistema de dicha sociedad. La autonomía
aparente del desarrollo tecnológico tiene como reverso el auge de la conciencia sobre los rasgos
sociales y los riesgos de dicho desarrollo. Desde la conciencia social sobre el desarrollo
tecnológico accedemos a una caracterización de dicho proceso social.

Ahora bien, más allá de la reflexión sobre la sociedad y el sistema tecnológico global que la determina, y que
ella misma es, podemos acercarnos a los rasgos de todo sistema técnico, y de las técnicas concretas que los
conforman. Siguiendo a M. A. Quintanilla, si concebimos las técnicas como un sistema de acciones basado en un
conocimiento práctico, podemos definir un sistema técnico como “un sistema de acciones intencionalmente orientado
a la transformación de objetivos concretos para conseguir de forma eficiente un resultado valioso”. Una técnica será el
conjunto de todos los sistemas técnicos equivalentes. Y toda técnica tendrá los siguientes rasgos:
 Las técnicas son sistemas de acciones.
 Son sistemas de acciones orientados a objetivos.
 El objetivo siempre será la transformación de objetos concretos.
 El criterio de eficiencia o de adecuación racional de medios a fines será decisivo para
caracterizar un sistema técnico.
 La referencia al valor de los resultados de una técnica es un criterio esencial para
diferenciar l as técnicas de otros sistemas de acciones.
De acuerdo con esta caracterización, todo sistema técnico tendrá los siguientes elementos:
1. Los componentes materiales.
2. Los agentes de esa técnica.
3. El sistema de acciones entre los agentes y los componentes materiales.
4. Los resultados.
A partir de esta definición de sistema técnico, Quintanilla propone una serie de criterios para clasificar las
técnicas:
a. En función de sus componentes materiales;
b. En función de las características de sus agentes;
c. En función del tipo de acciones involucradas;
d. En función de los resultados.
La toma de conciencia sobre la actividad tecnológica, y la caracterización “interna” de la
tecnología que propone Quintanilla, nos llevan a una tercera perspectiva de reflexión sobre los
rasgos del sistema tecnológico, percibidos desde su interacción con la sociedad, la industria, la
naturaleza y la economía. Desde este punto de vista, que toma en cuenta la construcción
tecnológica de la realidad, el sistema tecnológico se caracteriza por los siguientes elementos:
– Operatividad: la tecnología surge de las necesidades de la realidad social, y vuelve a ella
dispuesta a transformarla, articulándose en torno a criterios de eficacia y control. Su
crecimiento atiende a las exigencias de esa actuación operativa que se le exige y de la que
surge, por lo que hemos de buscar la motivación tecnológica en ese entramado entre la
realidad, las exigencias del hombre y el conocimiento teórico-práctico.
– Impacto social y ecológico: el impacto de las nuevas tecnologías no se puede reducir al
ecológico, si reducimos éste al medio ambiente natural. Hay que tener en cuenta que el
impacto social de las nuevas tecnologías suele ser muy superior al impacto medio-ambiental,
como sucede con las tecnologías de la información. Además, el impacto de las nuevas
tecnologías no afecta sólo al ritmo de cambio socio-histórico, y a la configuración concreta de
la sociedad (estructuras de producción, de comunicación, etc.), sino que también afecta a los
objetos producidos, y que constituyen una parte fundamental de la vida humana.
– Carácter social: realización comunitaria. El carácter social de las nuevas tecnologías se
expresa en la gestión industrial y colectiva de los proyectos de investigación, en sus fuentes de
financiación y en la orientación específica de dichos proyectos. La tecnología es un producto
social que define, configura y refleja la sociedad.
– Independencia sobre los individuos y consecuencias sociales y psicológicas: la
tecnología genera una serie de condiciones que provocan en los seres humanos exigencias y
necesidades de las que no podemos desentendernos, tanto al nivel de exigencia laboral como

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de actividades de ocio. A1 mismo tiempo, la complejidad del desarrollo tecnológico nos
sumerge en un mundo de actos donde no comprendemos la estructura técnica y el
funcionamiento de objetos tecnológicos y sistemas expertos. Desde aquí debemos comprender
las características propias del trabajo tecnificado, la influencia en las relaciones sociales, el
problema del tiempo libre y de la jubilación, y las repercusiones generales de la tecnología
sobre el psiquismo humano.

8. RELACIONES ENTRE CIENCIA, TECNOLOGÍA E INDUSTRIA.


Un aspecto central de la sociedad tecnológica actual, y del sistema técnico, es la relación entre
ciencia, tecnología e industria: como podemos ver en el caso de la industria militar
estadounidense, la imbricación de todos los aspectos nos muestra la construcción social de la
ciencia, y la construcción científico-tecnológica de la realidad. La gestión masiva de la ciencia,
con criterios de eficiencia empresarial, produce unas comunidades científicas ajenas a las
comunidades científicas de siglos anteriores. A la vez, en las últimas décadas han surgido
“ciencias” nuevas que se caracterizan por mezclar diversas áreas de conocimiento teórico y
práctico, mezclando elementos de diverso tipo: un caso ejemplar lo constituye la Robótica, quizás
la tecnología de automatización más decisiva en los próximos años, y que exige conocimientos de
sistemas eléctricos, de movimiento, inteligencia artificial, ingeniería de montaje, sistemas
informáticos, etc. Por otra parte, la implantación y manejo de las nuevas tecnologías modifica
radicalmente los patrones de gestión empresarial, de relaciones humanas, generando nuevos
modelos que transforman la realidad industrial y de servicios. Y los núcleos de desarrollo
tecnológico se configuran como tecnópolis, en las cuales se unen diversas circunstancias: una
fuente de investigación tecnológica; una fuente de capital dispuesto a asumir riesgos, ya sea
público o capital de alto riesgo gestionado por empresas financieras especializadas; una fuente de
fuerza de trabajo técnica y científica; la articulación de dichos elementos a través de un empresario
institucional, generalmente público o para–público; un proceso de sinergia basándose en los
elementos anteriores que genere un valor superior al de cada uno de los elementos singulares
aislados.
La relación entre la Ciencia, la Tecnología y la Industria es paralela a la relación entre la
Ciencia y la Tecnología con la Economía: hoy en día se han convertido en el factor esencial que
rige el desarrollo industrial y económico, y por lo tanto en el motor del desarrollo social. La
historia del siglo XX es la historia del surgimiento de ciudades industriales ligadas a la tecnología,
al igual que en el siglo pasado el desarrollo de la industria química y de la tecnología necesaria
para ella provocó una transformación de la estructura industrial, social y universitaria de
Alemania.
El análisis no de una nación, sino de una ciudad, de su tejido industrial y de sus sucesivas
reindustrializaciones, con todo el impacto que esto genera, es inseparable del desarrollo y
aplicación de las nuevas tecnologías. Las variaciones de los centros de gravedad industrial van
unidas a la expansión de las nuevas tecnologías, a su uso y a su diseño. Precisamente por ello, la
industria adopta como eje fundamental de su desarrollo la inversión tecnológica, y las nuevas
tecnologías se convierten en el gran campo de producción industrial, como ocurre con la
fabricación de “microchips”, ordenadores personales o máquinas automáticas.
A su vez, y precisamente por la importancia de la tecnología, su desarrollo se organiza de
forma industrial, con criterios de eficacia, gestión, diseño aplicado a un campo específico, etc. La
interrelación entre la Ciencia, la Tecnología y la Industria da lugar a una mutación de sus rasgos
fundamentales, generando un todo continuo. La construcción social de la realidad es la
construcción tecnológica e industrial de la realidad, y por ello la capacidad de decisión social pasa
por la comprensión de los rasgos fundamentales de ese conjunto formado por la Ciencia, la
Tecnología y la Industria. La ruptura de los mitos teoricistas del siglo XIX es un primer paso, que
debe culminar en la recuperación de la conciencia histórica del desenvolvimiento de la sociedad
tecnológica, haciendo posible la evaluación de las tecnologías como parte del proceso que tiende
hacia una construcción coherente y consciente de la realidad social.
Esto ha situado las decisiones sobre financiación y política científica en el primer plano de la
actualidad: hoy en día, todos los países industrializados desarrollan planes de innovación
tecnológi-ca, en los que se detallan objetivos, medios, recursos a invertir, y metodologías de
acción. El reco-nocimiento de la incidencia de la innovación tecnológica sobre el crecimiento
económico, y el bien-estar de los ciudadanos, va acompañado de la conciencia sobre el papel

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decisivo de la tecnología en relación con la propia viabilidad de las perspectivas económicas de
cada país para el futuro. Ciertos avances tecnológicos, como la agricultura de laboratorio, afectan
directamente al desarrollo y a las formas de vida de muchos países, que todavía hoy dependen
principalmente del sector agrícola. La política científica aparece como una necesidad, que debe
orientar los esfuerzos de todas las socie-dades, de cara a no perder las posibilidades que ofrece el
futuro. Y, a la vez, la formación científica permite superar formas de producción obsoletas,
abriendo nuevas perspectivas de trabajo, de pro-ducción, y de realización personal. Un ejemplo de
esfuerzo de formación es el realizado por Japón, que intenta cualificar cada vez más su fuerza
laboral, y aumentar el nivel de sus científicos, para su-perar los efectos de la automatización y de
la competencia de los demás países del sudeste asiático.
Finalmente, es necesario insistir en la peculiaridad de la relación que se establece entre la
Ciencia, la Tecnología y la Industria. Por una parte, la importancia de la Ciencia y la Tecnología
ha llevado a un primer plano las decisiones sobre política científica. Los recortes económicos han
re-forzado aún más el papel de la financiación pública, que al no poder satisfacer todas las
demandas de la comunidad científica e industrial, realiza un proceso de selección, concentrando
los recursos, analizando los resultados y evaluando los programas en función de las prioridades
establecidas pre-viamente. Pero, por otra parte, no se puede olvidar que la investigación en la
denominada ciencia básica, no se materializa inmediatamente en aplicaciones concretas. Y ello
exige que los criterios de rentabilidad y aplicación industrial no sean los únicos que gobiernen la
política científica de los di-versos países. Los programas de investigación dirigidos a obtener
resultados deben complementarse con programas de investigación dirigidos al conocimiento
básico, entendiendo por este el dirigido a comprender la realidad y sus mecanismos de
funcionamiento, sin una aplicación industrial inme-diata. De nuevo Japón, consciente de las
limitaciones de un sistema tecnológico dedicado exclusi-vamente a desarrollar aplicaciones,
ejemplifica esta conciencia, dirigiendo una gran cantidad de re-cursos en los últimos años a la
investigación básica. En el ámbito de la Unión Europea, las políticas científicas comunitarias
abordan ambos ámbitos: investigación básica e investigación aplicada. Las dificultades de
financiación de proyectos avanzados en investigación básica han llevado al desarro-llo de
proyectos conjuntos entre diversos países, bien para desarrollar instalaciones de uso compar-tido,
bien para colaborar e intercambiar información en investigaciones comunes. La construcción de
aceleradores de partículas, el uso conjunto de estaciones espaciales, la financiación de proyecto
compartidos por equipos de investigación entre diversos Estados europeos, son un botón de mues-
tra de la unión de esfuerzos, y de la nueva conciencia colectiva sobre el porvenir de la sociedad
eu-ropea como un futuro tecnológico. De ahí la gran preocupación, no solo científica, sino
industrial, por no perder una posición avanzada en relación con la biotecnología, con la
informática, o con las nuevas tecnologías de producción automatizada. Ahora bien, en todos estos
casos, los impactos de las nuevas tecnologías obligan a precisar los criterios con los que se
pretende construir la sociedad del futuro: la sociedad debe hacer frente a nuevas formas de
producción basadas en la ciencia que alteran los modos tradicionales de vida de las sociedades
industriales. La política tecnológica se convierte, por lo tanto, en una cuestión de Estado por dos
motivos: por su impacto industrial y económico, y por su impacto social y transformador de las
formas de vida y de producción vigentes. La resistencia alemana a autorizar experimentos
biotecnológicos, por ejemplo, obliga a muchas empresas alemanas a salir del país, y se levantan
voces de alarma en torno a la posible pérdida del tren tecnológico en la industria de la
biotecnología en Alemania. Pero, por otra parte, la oposición a ciertas formas de experimentación
se nutre de fuertes argumentos éticos y ecológicos.
La búsqueda de un desarrollo sostenible, y de una sociedad tecnológica que dignifique la vida
humana y no destruya el ecosistema, parten de la transformación tecnológica de la realidad, pero a
la vez insisten en ejercer una orientación, en cuanto desde ella se construye la sociedad. Por lo
tanto, las relaciones que se establecen entre la ciencia, la tecnología y la industria, y la sociedad
que surge de ellas y con ellas, no pueden reducirse o simplificarse: deben abordarse en toda su
complejidad, para permitir un análisis que nos permita participar en la construcción del futuro.

9. MUNDIALIZACIÓN Y ECONOMÍA: LOS LÍMITES DEL DESARROLLO.


El nivel de los recursos tecnológicos de un país, su capacidad tecnocientífica y el nivel de
innovación y de aplicación de las modernas tecnologías, constituyen cada vez más la principal
ventaja comparativa entre su economía y la de otros países. Las ventajas comparativas se

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relacionan desde hace décadas con la ciencia y la tecnología, superando la importancia de la
situación geográfica, o el coste de la mano de obra. La ciencia y la tecnología se convierten en la
base de la producción industrial, determinando su viabilidad, estructura y gestión. La historia de la
informática, y la expansión de empresas informáticas como Apel o Microsoft, nos muestra el valor
de la tecnología como riqueza en el mercado, y la transformación de este en función de aquélla.
Las Nuevas Tecnologías transforman la producción industrial, la gestión de los servicios y el
propio perfil de la economía occidental: afectan a la distribución del trabajo, a la distribución de la
riqueza y a las posibilidades de crecimiento de cada economía concreta. Al igual que la
Revolución industrial transformó las condiciones de vida y las características de la economía de su
época, la revolución tecnológica actual está afectando no sólo a las variables económicas, sino
también al conjunto de la configuración social, y por supuesto al mercado del trabajo. La
interacción entre la evolución de la técnica, la distribución internacional del trabajo y la creación
de nuevos sectores económicos (y la desaparición de sectores económicos obsoletos por la
evolución tecnológica), aparece claramente al analizar el impacto de la tecnología de fijación del
nitrógeno en la economía chilena: “la comercialización del proceso de fijación del nitrógeno de
Haber-Bosch, que tuvo lugar durante los años 20, acabó con una de las principales fuentes de
ingresos exteriores de Chile: la explotación de sus nitratos naturales. Hubo un momento en que
Chile aportaba al menos las dos terceras partes de las necesidades de nitrato del mundo entero, y
las tasas sobre la exportación suponían el 80 por ciento de los ingresos totales del país”.
El nivel tecnológico determina también las posibilidades de expansión de los países del Tercer
Mundo, y de los sectores económicos que se quedan al margen del desarrollo tecnológico. Por
ejemplo, la automatización elimina las ventajas comparativas de la mano de obra barata. De aquí
que la producción sea cada vez más resultado de la inversión en capital, en tecnología, y no en
mano de obra. La dualización de cada economía a partir de la automatización (puestos de trabajo
de alto nivel tecnológico, y puestos de trabajo que se limitan a soportar las operaciones
automatizadas, caracterizados por su bajo nivel retributivo y de promoción), también aparece en el
ámbito internacional, entre aquellas economías caracterizadas por una fuerte expansión
tecnológica, y las economías que se quedan al margen de la evolución tecnocientífica.
La necesidad de tomar medidas políticas que rompan estas desigualdades y fomenten un
crecimiento armónico en la medida de lo posible, superando las distancias entre las economías
tecnológicamente avanzadas y las economías atrasadas, exige una voluntad política en el ámbito
nacional e internacional que choca con las grandes necesidades de inversión características de los
proyectos tecnológicos avanzados. Y con la comprensión del carácter propio de las nuevas
tecnologías y las condiciones indispensables para su desarrollo. La incorporación de los países del
Tercer Mundo a las nuevas tecnologías exige grandes inversiones en educación, en recursos
humanos y obliga a romper las concepciones tradicionales del desarrollo industrial.
A la vez, los recursos tecnológicos deben integrarse en una concepción económica que rompa
los mitos del desarrollismo a ultranza, generando una economía asentada en su propio espacio
natu-ral: por ejemplo, la exportación de la biotecnología en el área de la agricultura debe partir del
apro-vechamiento de los recursos energéticos del país en cuestión, y de la integración en su forma
de vi-da, sin caer en una mera imitación del modelo americano o europeo, que en la agricultura es
impo-sible por su elevado coste energético. En relación con los criterios que rigen la implantación
de las nuevas tecnologías y la gestión de los recursos tecnológicos hay que tener presente que
dichos cri-terios responden a los criterios de valor y las formas de dar sentido en una sociedad
determinada. Y que, por lo tanto, para modificar las consecuencias negativas de la implantación de
la tecnología no debe negarse la tecnología como tal, sino los criterios sociales de uso, y en el caso
de las economías actuales, los criterios del mercado establecidos en torno a la maximización de los
beneficios y la minimización de los gastos, sin tener en cuenta la situación de las personas y de las
comunidades.
En relación con los riesgos que entraña un uso acrítico de las nuevas tecnologías, J. Rifkin de-
sarrolla un aleccionador estudio sobre las consecuencias de la automatización en la nueva sociedad
emergente, Frente a los análisis optimistas o catastrofistas, el autor analiza las características de la
sociedad industrial contemporánea, principalmente la estadounidense. La perspectiva histórica
permite reconocer la dinámica interna de los acontecimientos, superar aparentes paradojas en el
análisis económico, y enfrentarnos al impacto de las nuevas tecnologías sobre nuestra propia
realidad económica e industrial. Para Rifkin, lo realmente decisivo es la tendencia a largo plazo
que desvela la configuración tecnológica de la economía mundial, dirigida a la reducción

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progresiva del componente humano: con los nuevos sistemas de automatización, se busca reducir
la presencia de la fuerza de trabajo humana en todos los sectores de la economía productiva y del
sector servicios. Y con las investigaciones en biogenética, se busca prescindir de la propia
naturaleza, produciendo en laboratorio la mayor parte de los alimentos y otros productos de
consumo.
Se trata de analizar las promesas y los peligros de una sociedad basada en el culto a la
productividad, la inversión en tecnologías, la maximización de los beneficios y la reducción de los
costes, entre los cuales se incluye la mano de obra humana. La desaparición del trabajo supone la
modificación de la categoría central de socialización de la economía industrial, con efectos
inimaginados sobre el poder de compra, los ingresos, la propia dignidad y sentido de la vida de los
individuos y la estabilidad social. Ante la configuración tecnológica de la economía mundial desde
los patrones que ligan renta a trabajo, buscando maximizar los beneficios de los inversores sin
tener en cuenta el poder de compra y el bienestar de los trabajadores, J. Rifkin señala la
modificación del papel de los Estados nacionales vigentes en la actualidad: sometidos a un
proceso de mundialización y a una concepción de la economía que se niega a percibir el carácter
de las transformaciones tecnológicas que están teniendo lugar, la capacidad de actuación de los
Estados es cada vez más reducida, aumentando la conflictividad y la violencia dentro de sus
fronteras.
Hablamos de hechos económicos, sociales y tecnológicos que obligan a replantear las teorías
económicas neoliberales vigentes en la actualidad. La contextualización histórica permite al autor
presentar cuidadosamente la evolución de la economía, el empleo y la productividad en diversos
países y empresas. Su detallado análisis persigue un doble objetivo: en primer lugar, señalar la
mentalidad que rige la inversión y la expansión de las tecnologías en la economía actual: la teoría
que establece, de forma no concluyente, que los beneficios obtenidos por inversores y empresas
acaban descendiendo hasta los consumidores y empleados. En segundo lugar, mostrar desde los
datos que dicha teoría no se cumple, y se produce por lo tanto una dualización cada vez mayor de
la sociedad y de economía. Los beneficios de los incrementos en la productividad no llegan a los
trabajadores, ya que no existe un pacto nacional de rentas y los agentes sociales han cedido a la
presión de los imperativos tecnológicos, que insisten en la reconversión de los trabajadores como
forma de encontrar nuevos empleos. Pero los nuevos empleos no se crean: disminuyen, y sobre
todo disminuyen los salarios. Precisamente la forma de distribuir los beneficios aportados por la
introducción de las nuevas tecnologías será la llave que decidirá la orientación de las sociedades
industriales en la era post-industrial: o una dualización creciente, o la disminución de la jornada de
trabajo, y el crecimiento del tercer sector de la economía, más allá del sector público y del sector
privado. Se trata, por lo tanto, de hacer frente a una nueva sociedad, en la cual el mercado y el
sector público ocuparán un ámbito más reducido cada vez. Los criterios de gestión y de inversión
de la riqueza producida por la tecnología pueden dar pie a una sociedad creativa y comunitaria, o a
una sociedad escindida, violenta y donde la mayor parte de los seres humanos no encontrará una
forma viable de realización personal.
La tesis central de Rifkin, “el final del trabajo”, supone abordar el final de la sociedad y de la
economía tal y como hoy la conocemos. Preparándonos, desde un conocimiento crítico, para abor-
dar su posible evolución: se trata de intervenir en la creación de una sociedad integrada, humanista
y que abra espacios de realización personal, frente a la posibilidad de una sociedad dual, con la
mayoría de la población inmersa en una infraclase permanente. Naturalmente, el esfuerzo de
análisis histórico y socioeconómico realizado por el autor arroja luz sobre la evolución de las
sociedades del siglo XX, y nos muestra las claves de la gran depresión, del New Deal de la
economía de postguerra, y de la economía tecnológica actual, a la vez que señala la especificidad
de la economía tecnológica en ciernes. La conciencia sobre los efectos indeseables de la
tecnología sobre el empleo surge de manera recurrente a lo largo de todo el siglo, hasta llegar a su
impacto universal en la actualidad, sobre toda clase y grupo social. El estudio del impacto de las
nuevas tecnologías en el campo y en la población negra permite comprender en toda su extensión
el impacto en las clases medias, sus perspectivas de futuro, y arroja luz sobre la evolución del paro
y de las economías del Tercer Mundo. La incapacidad de hacer frente a la desintegración de las
familias negras en Estados Unidos, por ejemplo, para el autor obedece a que se aborda desde un
planteamiento puramente jurídico (igualdad ante la ley), que no aborda el problema de fondo: la
exclusión del mercado de trabajo por la automatización creciente del campo y de los sistemas de
producción industriales.

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La investigación del autor va presentando los diversos estadios que conducen a la encrucijada
actual, y plantea la necesidad de reformular el modelo de sociedad, como única forma de evitar los
riesgos de una economía tecnológica mundializada que tiende exclusivamente a maximizar sus
beneficios. J. Rifkin habla de riesgos porque el planteamiento erróneo actual acaba gastando más
recursos de los que serían necesarios si se fomentara el poder de compra y una nueva ocupación
para millones de desempleados: la violencia, la desintegración social, la pobreza y el paro suponen
una carga enorme, con la que se podría financiar en parte el surgimiento de un tercer sector,
basado en el servicio mutuo y no en la lógica que vincula el salario con la productividad.
La comprensión de la naturaleza específica de los recursos tecnológicos, y el análisis de las
ca-racterísticas de la expansión de los mismos, nos lleva a plantearnos su impacto sobre la
sociedad. A la vez, la modificación de las formas fundamentales de vida específicas de la sociedad
industrial, en virtud de la automatización y de las nuevas tecnologías biogenéticas y de la
comunicación, nos en-frenta a una disyuntiva histórica: formarnos para elegir el tipo de sociedad y
los criterios de valor, o continuar aplicando los criterios propios de la sociedad industrial en el
nuevo contexto tecnológico. Quizás una de las claves del desempleo estructural esté en seguir
anclados en esa segunda opción, sin enfrentarnos a los nuevos fenómenos económicos y
tecnológicos, tal y como señala J. Rifkin.

10. POLÍTICA TECNOLÓGICA: LOS PROGRAMAS (I + D) (INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO).


Un rasgo central de la nueva sociedad tecnológica es que la producción y la competitividad se
basan de forma especial en la tecnología, como factor decisivo de crecimiento y desarrollo
industrial, económico y social: “la segunda mitad del siglo se ha visto caracterizada por una nueva
ecuación en la generación de productividad y, por ende, de crecimiento económico. En lugar de la
típica suma cuantitativa de capital, trabajo y materia prima en la función del incremento de la
productividad tanto en la economía agraria como en la industrial, la nueva economía que surge en
los países industriales desarrollados a partir de la década de l950 ha dependido de forma creciente,
para su incremento de la productividad, de lo que las ecuaciones econométricas etiquetan como
‘residuo estadístico’, y que la mayoría de los expertos traducen en términos de inputs al proceso
productivo por parte de la ciencia, la tecnología y la gestión de la información”, El input de la
ciencia, la tecnología y la gestión de la información es el factor decisivo de creación de riqueza en
la sociedad tecnológica contemporánea, y por ello la gestión de la actividad científico-tecnológica
aparece como una cuestión prioritaria para el mantenimiento del sistema productivo.
Las políticas tecnológicas de los diversos países tienden a conseguir mejoras sustanciales en
su productividad, aunque la orientación concreta de dichas políticas depende de factores ajenos a
una consideración purista del avance científico: por ejemplo, el peso decisivo del complejo
militar-industrial en la economía norteamericana, que ha actuado como una fuente de financiación
de alto riesgo, permitiendo el desarrollo de numerosas iniciativas en el campo de las nuevas
tecnologías. La financiación de las investigaciones tecnológicas nos muestra la integración de la
tecnología como proceso social, en el cual aparecen siempre decisiones valorativas, que se remiten
a los criterios de actuación y a las preferencias de la sociedad como tal. Y, por supuesto, de sus
grupos de presión. A la vez, la gestión de la investigación tecnológica mueve una gran cantidad de
recursos, y tropieza con los problemas de coordinación y gestión propios de toda gran empresa.

11. MODELOS DE FINANCIACIÓN, ORGANIZACIÓN Y DESARROLLO CIENTÍFICO-TECNOLÓGICO.


Aunque la presencia institucional es condición indispensable para el desarrollo
científico-tecnológico, no hay un único modelo de financiación, organización y desarrollo
científico-tecnológico. En este apartado, debemos distinguir entre la financiación y coordinación
de las tareas de investigación y desarrollo, y los modelos concretos de desarrollo tecnológico e
industrial que se han producido en estos últimos años.
La coordinación del desarrollo tecno-científico es un problema de primera magnitud para los
Estados con temporáneos, incluso en aquellos países que tienen un alto desarrollo de (I + D). Den-
tro de la UE, existen diversos modelos organizativos que responden a concepciones organizativas
diferentes. “El esquema más frecuente en Europa es el de un gran Ministerio de Educación y Cien-
cia, que abarca todas las actividades educativas y de investigación sin perjuicio de que en el seno
del mismo existan, en el ámbito de ministro delegado o secretario de Estado y con diversos grados
de autonomía, unidades que se encarguen específicamente de la Ciencia”. Sin embargo, no hay un
modelo único válido para todas las situaciones: por ejemplo, en Alemania se separan las

15
actividades educativas de las científico-tecnológicas, existiendo un ministerio propio de Ciencia y
Tecnología.
El desarrollo científico-tecnológico no depende solamente de la existencia de una
organización estatal que lo gestiona y coordina. Tal y como los estudios sobre los centros
tecnológicos, ciudades de la ciencia, parques tecnológicos, metrópolis y tecnópolis demuestran, la
existencia de un factor institucional es condición necesaria pero no suficiente para la creación de
centros de innovación tecnológica. El fracaso inicial de la ciudad de la ciencia siberiana,
Akademgorodok, ilustra los límites de las planificaciones institucionales que no tienen en cuenta
las condiciones mínimas para el surgimiento de centros de innovación tecnológica e industrial.
Los proyectos de interacción entre ciencia, tecnología e industria han llevado en los últimos 50
años al surgimiento de centros tecnoló-gicos (independientemente de su denominación), en los que
la inversión en (I + D), y la presencia de factores institucionales, se une a otros elementos
centrales para el surgimiento de la sinergia ne-cesaria para el desarrollo tecnológico. Las políticas
tecnológicas se basan en tres objetivos dis-tintos: la reindustrialización, el equilibrio regional y el
establecimiento de sinergias (entendiendo por sinergia “la generación de una nueva información
de alto valor a través de la interacción humana”).
Las conclusiones respecto al papel del Estado en la innovación tecnológica son claras: “a fina-
les del siglo XX el Estado interviene constantemente en el desarrollo tecnológico, en diversas for-
mas y con diferentes grados de éxito. Los modelos abarcan toda una gama que va desde la econo-
mía planificada de la Unión Soviética, como el caso de Akademgorodok, hasta los muchos y varia-
dos casos en los que un Estado capitalista entra en relación —a veces del tipo proveedor–cliente,
otras como coordinador estratégico y a veces como una mezcla de las dos anteriores— con las
corporaciones privadas”.
La relación entre el Estado y el sector privado es característica de las sociedades tecnológicas
contemporáneas y viene exigida por la naturaleza misma de la innovación tecnológica. Los
diversos modelos posibles de relación entre el ámbito público y el sector privado son evidentes en
el caso de los estados desarrollistas (como Japón, Singapur, Taiwan, Hong–Kong y la República
de Corea), pero también son típicos de los países avanzados (la política de defensa o de alta
tecnología refuerza el rápido desarrollo tecnológico).
Ahora bien, la cuestión esencial es el éxito de esta interacción Estado sector privado. Y aquí
surge la lección del desarrollo tecnológico contemporáneo: “el éxito depende de la capacidad del
Estado para mediar con su presencia, a través de la empresa, en el mercado comercial. Japón, S.A.,
es, por supuesto, el caso que mayor éxito ha alcanzado. Pero cuando el gobierno intenta él sólo la
intervención total, sin la ayuda de las empresas, incluso Japón puede cometer un serio error, como
muestra el caso de Tsukuba; aquí parece ser que el MITI ha aprendido las lecciones del programa
de tecnópolis. Lo que el gobierno puede aportar es su capacidad para fomentar la investigación y
el desarrollo que, bien por su alto riesgo o por hacerse a una escala demasiado grande o por ambas
razones, carece de justificación en un balance comercial normal”.

12. TECNOCRACIA Y PARTICIPACIÓN SOCIAL.


El papel decisivo de la tecnología en la configuración de la sociedad contemporánea, y en la
propia supervivencia del tejido económico, convierte las decisiones tecnológicas en decisiones
vitales que ponen en juego el futuro inmediato de un Estado. La historia de la tecnología del siglo
XX pone de manifiesto las múltiples interacciones que hay que tener en cuenta para desarrollar
una política tecnológica con éxito en el aspecto investigador, en el aspecto industrial y en el
aspecto económico. A la vez, la conformación que la tecnología opera exige la intervención de la
sociedad como tal en el diseño de tecnologías que modificarán radicalmente su estilo de vida, y
que afectan a la definición misma de lo humano, como ocurre con la biotecnología. Por lo tanto, el
problema de la tecnocracia y la participación social, o dicho de otra manera, el problema de las
decisiones sobre política tecnológica y sobre diseños tecnológicos, nos enfrenta a una doble
dimensión:
– Por un lado, la necesidad de estudios y de técnicos que gestionen el desarrollo tecnológico
como clave para el desarrollo económico, logrando la creación de los ámbitos adecuados para
la economía tecnológica y la industria del próximo siglo. La gestión de la tecnología no puede
proceder sin tener en cuenta las realidades económicas y sociales necesarias para el
establecimiento de centros de innovación tecnológica e industrial. En este sentido, se necesitan
expertos no en tecnologías concretas, sino en gestión de la tecnología como tal. Se rompe, por

16
lo tanto, el mito de la tecnocracia, y del tecnócrata, formulado por P. K. Engelmaier a
principios del siglo XX, entendiendo al tecnócrata como técnico internalista, es decir, experto
en una tecnología concreta. La gestión de la tecnología moderna, por su naturaleza y por su
impacto, requiere especialistas en la interacción tecnología-sociedad, más allá de los proyectos
concretos de viabilidad de una técnica concreta, que pueden resultar no viables desde el interés
de la colectividad.
– Por otro, la propia naturaleza de la tecnología nos enfrenta con la necesidad de decidir
socialmente sobre su desarrollo, ya que éste afecta directamente a las bases de la convivencia y
de la naturaleza humana. De ahí el surgimiento de metodologías de evaluación de tecnologías
que superan el binomio coste-beneficio, planteándose los problemas ecológicos, sociales,
ambientales, y de otros tipos, que pone en juego la tecnología contemporánea. La participación
social en el diseño de tecnologías y en su viabilidad práctica alcanza toda su importancia en las
cuestiones relacionadas con la biogenética, el medio ambiente y las tecnologías peligrosas para
la naturaleza humana. Los estudios de las consecuencias sociales, personales y ambientales de
los impactos de las nuevas tecnologías (tanto las aplicadas actualmente cuanto las que están
todavía en fase de diseño) exigen decisiones sociales, donde la participación social se
convierte en una condición mínima para decidir sobre el futuro de todos.
13.
14. LOS IMPACTOS DEL CAMBIO TECNOLÓGICO Y SOCIAL.
En algunos momentos de la evolución social, la realización de ciertos descubrimientos e inno-
vaciones científicas y técnicas decisivas causaron grandes impactos que inauguraron nuevas etapas
en la evolución de la sociedad. Una de estas etapas fue la que dio lugar a la emergencia de las
sociedades industriales, caracterizadas por el papel central adquirido por las nuevas industrias, en
donde se utilizaban máquinas a gran escala para la producción de las mercancías más diversas. Sin
embargo la era de la sociedad industrial está tocando a su fin, bajo el impacto de una gran cantidad
de cambios tecnológicos y sociales de todo tipo, que están dando lugar a que entre los expertos en
ciencias sociales se haya generalizado la impresión de que nos encontramos en los inicios de una
nueva etapa de la evolución de la sociedad, a la que, sin embargo, aun no se sabe muy bien cómo
calificar. De la misma manera que las sociedades agrarias tuvieron su tiempo histórico, con unos
orígenes determinados y un final concreto, de igual forma las sociedades industriales que se han
de-sarrollado durante las ultimas décadas, forman parte de un ciclo histórico que está tocando a su
fin.
Algunos analistas han querido subrayar la entidad de los cambios que desde años están tenien-
do lugar en las sociedades industriales hablando de una segunda revolución industrial, e incluso
de una tercera revolución industrial. De acuerdo a estos enfoques, la primera revolución
industrial, que arrancó en el siglo XVIII, permitió que las máquinas completaran y sustituyeran la
fuerza física–muscular del hombre en el trabajo, utilizando primero la energía del vapor y luego la
eléctrica y la del petróleo. Sin embargo la segunda revolución industrial está permitiendo —se dirá
— susti-tuir las capacidades intelectuales del hombre–cerebro en la realización de un número
creciente de tareas, mediante robots industriales y sistemas automáticos de trabajo cada vez más
perfeccionados.
Otros analistas hablan de tres revoluciones industriales: la primera utilizó principalmente la
energía de las máquinas de vapor en la locomoción, en las minas y en las industrias textiles y
manu-factureras. La segunda empleó, a partir de las décadas anteriores a la Primera Guerra
Mundial, el petróleo y la electricidad en nuevos tipos de motores, reemplazando una mayor
cantidad de energía y esfuerzos humanos en la producción. La tercera revolución industrial, que
arranca en las décadas posteriores a la Segunda Guerra Mundial, utiliza adicionalmente nuevas
fuentes de energía (prin-cipalmente la nuclear) y desarrolla nuevas generaciones de máquinas
“inteligentes” para elaborar productos cada vez más sofisticados con una intervención humana
directa cada vez más reducida.
Pero ya hablemos de una segunda o una tercera revolución industrial, el hecho cierto es que
las grandes innovaciones científicas y tecnológicas que se están produciendo en nuestros días en el
ámbito de la microelectrónica, la microbiología, los nuevos materiales y las nuevas fuentes de
energía, van a dar lugar a cambios de enorme alcance en las formas de organización de la
sociedad, cuyos efectos se van a hacer notar en las formas de vida, de trabajo, de ocio, en las
costumbres y en las formas de pensar y de actuar. La revolución tecnológica puede ser
considerada, en este sentido, como la tercera gran transformación global que ha tenido lugar en la

17
historia de la humanidad. La primera fue la neolítica, que tuvo lugar al final de la gran glaciación
y que dio lugar al desarrollo de la horticultura y la agricultura y a un conjunto de innovaciones
técnicas aplicadas al trabajo (azadas, utilización de metales, invención del arado, etc.). La segunda
transformación fue la industrial, con la utilización de herramientas más complejas y el empleo de
motores y máquinas cada vez más perfeccionadas en procesos de producción fabriles.
Cada una de estas dos transformaciones tuvo efectos muy importantes en las formas de vida
social. La revolución neolítica condujo al surgimiento de la noción de trabajo humano, que no
existía propiamente en las sociedades cazadoras y recolectoras. Es decir, a partir de entonces el
hombre va a intentar obtener “artificialmente” de la naturaleza —por medio de su trabajo
productivo— más de lo que esta proporciona inicialmente. Igualmente la primera gran
transformación dio lugar al nacimiento de los primeros grandes núcleos estables de poblamiento y
sobre todo a las “ciudades”, donde germinó la cultura y se desarrollaron nuevas formas de vida y
de pensar. La propiedad privada, la acumulación de riquezas, las nuevas manifestaciones de
desigualdad y de poder, el surgimiento de grandes Imperios, el establecimiento del modelo de
familia patriarcal y el desarrollo de las religiones —primero politeístas y luego monoteístas—,
fueron algunos de los cambios asociados al desarrollo de las sociedades agrarias.
La segunda gran transformación, que condujo a la aparición de las sociedades industriales,
estuvo también asociada a importantes cambios sociales, culturales y políticos, entre los que
debemos citar el surgimiento de los Estados Modernos (en torno a los mercados nacionales), la
democracia política y el reconocimiento de los derechos humanos, la progresiva secularización de
la vida social, el sindicalismo y los movimientos sociales y políticos (el liberalismo, el socialismo,
el anarquismo, el comunismo, el fascismo, etc.), la sociedad de consumo, los medios de
comunicación de masas y las nuevas formas culturales, etc.
¿Cuáles serán los efectos de la tercera gran transformación que está teniendo lugar como
consecuencia de la revolución tecnológica? ¿Serán tan importantes como los que tuvieron lugar en
torno a las dos transformaciones anteriores?

15. UN NUEVO MODELO DE SOCIEDAD.


Todos los analistas coinciden en señalar que en nuestros días estamos adentrándonos en un
nuevo modelo de sociedad. Pero no hay coincidencia a la hora de señalar cuál es su rasgo
fundamental y definitorio, es decir, cuál es la característica básica que nos puede permitir una
conceptualización tan clara de este nuevo modelo social como han sido las de la sociedad
industrial, en la que predominaba la industria, y las de la sociedad agraria, en la que la subsistencia
se organizaba en torno a diversas formas de explotación agraria.
La comprensión de que la sociedad industrial no suponía el fin de la historia estaba ya
implícita en buena parte de los teóricos del industrialismo y en los reformadores sociales del siglo
XIX. Saint Simón (1760-1825), por ejemplo, había anunciado nuevas formas futuras de
organización y de propiedad y casi todos los grandes teóricos del socialismo, empezando por el
propio Carlos Marx, (1818-1883), vaticinaron el futuro de un nuevo tipo de sociedad que
sustituiría al capitalismo.
Sin embargo, la idea de que estábamos entrando en un nuevo tipo de sociedad no se empezó a
difundir hasta que algunos especialistas divulgaron el concepto de “sociedad post-industrial”. La
expresión “sociedad post-idustrial” fue ya utilizada por algunos analistas sociales a principios de
este siglo, aunque no fue hasta finales de la década de los años cincuenta y a lo largo de las
décadas posteriores cuando los sociólogos y economistas empezaron a interrogarse en serio sobre
el nuevo tipo de sociedad que vendría después de la sociedad industrial. En 1959, Ralph
Dahrendorf en su libro Las clases sociales y su conflicto en la sociedad industrial, se planteó las
transformaciones en la estructura social en las sociedades post-capitalistas, o “sociedades
industriales desarrolladas”. W. W Rostow en su estudio sobre Las etapas del crecimiento
económico (1960), se refirió a un periodo de “post-madurez”, o “más allá del consumo de masas”,
en la perspectiva de la evolución económica de las sociedades, y finalmente analistas como Daniel
Bell, y Herman Kahn y Anthony J. Wiener, acuñaron definitivamente la expresión sociedad
post-industrial en los círculos intelectuales norteamericanos en la década de los años sesenta y
principios de los setenta, con sus libros sobre El advenimiento de la sociedad post- industrial, y El
año 2.000, respectivamente. Al mismo tiempo, en Europa intelectuales como Serge Mallet, André
Gorz, Jean Fouratié, Alain Touraine, etc., se refirieron a la emergencia de un nuevo tipo de

18
sociedad neocapitalista y/o post-industrial, poniendo especial énfasis en los nuevos impactos
científicos y tecnológicos.
Desde entonces las referencias y expresiones para calificar al nuevo tipo de sociedad
emergente se han multiplicado: se ha hablado de “sociedad tecnotrónica” (Brzeninski), de
“sociedad postmoderna” (Etzioni, y más recientemente, y con un significado más amplio, otros
muchos autores), de “sociedad opulenta” o “nuevo Estado industrial” (Galbraith), de “sociedad
post-tradicional” (Eisenstadt), de “sociedad superindustrial”, o “de tercera ola” (Toffler), de
“sociedad industrial-tecnológica” (Ionescu), etc.
Buena parte de los teóricos sociales han intentado resolver el problema de la definición
recurriendo, como vemos, a la simple calificación de esta nueva forma de organización social
como “sociedad post-industrial”, es decir, como el tipo de sociedad que viene después, y que
sustituye, a la “sociedad industrial”. Pero evidentemente esta formulación es poco específica y
satisfactoria, y solo ha servido para subrayar que nos encontramos ante el final de un ciclo
histórico caracterizado por el predominio de la sociedad industrial tradicional. Se trata, por ello, de
un concepto que por la propia lógica de los hechos está entrando en desuso. Calificar a las
sociedades que se están apuntando en el horizonte histórico como “post-industriales”,
posiblemente es tan inapropiado como el recurso denominar a las sociedades agrarias como
sociedades “post-cazadoras”, o a las sociedades industriales como sociedades “post–agrarias”. La
definición de una nueva realidad social debe formularse a partir de lo que es, y no solamente de lo
que ya no es.
Pero, ¿cuál es el rasgo más distintivo y característico de las nuevas sociedades que están
emergiendo en nuestro momento histórico?. Hay quienes piensan que el aspecto fundamental es el
predominio del sector servicios en la economía, en cuanto a su capacidad de generación de riqueza
y de ofrecer empleo a una mayor proporción de la población activa. Por eso se habla de la
“sociedad de los servicios”, en comparación con el anterior predominio económico y laboral del
sector agrícola, primero, e industrial, después, en la estructura económica de las sociedades. Sin
embargo esta definición no es del todo satisfactoria, ya que el llamado sector servicios de la
economía es un verdadero cajón de sastre en el que se incluyen actividades económicas muy
variadas y heterogéneas entre si, prácticamente todo lo que no es propiamente agrícola, ni
industrial en un sentido estricto. Por eso hay quienes hablan de un nuevo sector “cuaternario”, en
el que se deben incluir las actividades más específicas y cualificadas de prestación de servicios a
los otros sectores económicos y entre sí, al tiempo que se proponen otras nuevas clasificaciones de
la población activa y de los sectores de la economía en general, que puedan responder mejor y más
exactamente a las nuevas formas en que actualmente se organiza la producción y el trabajo.
Otra definición que ha tenido cierto eco es la de “sociedad del ocio”, por medio de la que se
pretende enfatizar la menor duración de las jornadas de trabajo y la mayor disposición
generalizada de tiempo para las actividades de ocio y esparcimiento. Sin embargo, tampoco esta
propuesta definitoria ha tenido mucho éxito, ya que cuando hablamos de ocio nos estamos
refiriendo más propiamente a un “tiempo”, que a una actividad productiva. Es decir estamos
mezclando dos cosas diferentes, que no pueden compararse estrictamente, ni tienen el mismo
papel. Y la verdad es que la extensión de los tiempos de no-trabajo, o no-actividad productiva o de
subsistencia, han presentado características y duraciones muy heterogéneas a lo largo de la historia
de la humanidad, hasta el punto de que en realidad solamente durante el periodo de la sociedad
industrial, es decir durante unos 150 ó 200 años podemos hablar de unas jornadas laborales de
ocho o más horas diarias de trabajo a lo largo de todo el año. Por ejemplo, en Roma a la muerte de
Nerón el número de días no laborales al año era de 176, siendo aun mayor en muchos países
europeos durante la Edad Media. Lógicamente, aunque tal número de días de “no trabajo” se
justificaban en términos festivos o de celebraciones religiosas, lo cierto era que obedecían a las
propias necesidades funcionales de economías agrarias que dependían básicamente de los ciclos
naturales para la organización de las tareas de siembra, recolección, etc.
Finalmente las definiciones que están teniendo más éxito y aceptación en nuestros días entre
los especialistas son las que califican al nuevo modelo de sociedad emergente como sociedad de
la información, o informacional, o como sociedad tecnológica, o sociedad tecnológica avanzada.
El concepto de sociedad informacional parte de considerar que en el nuevo tipo de sociedad
emergente el elemento más importante, tanto para la productividad y la competitividad económica,
como para el poder político y la influencia cultural, es la información. Es decir, los que se sitúan a
la cabeza en estas sociedades son los que pueden disponer y procesar más información, y desde

19
otro punto de vista, los que pueden controlar las redes de información y comunicación. Por eso
algunos analistas han sostenido que lo verdaderamente decisivo en las sociedades del futuro ya no
será quién controle o posea los “medios de producción” sino los “medios de comunicación”.

16. LA NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL DE LAS SOCIEDADES TECNOLÓGICAS.


Sin negar la importancia de la dimensión “informacional” o “comunicacional” en las
sociedades del futuro, lo cierto es que el elemento común subyacente a los diversos aspectos de
funcio-namiento de las sociedades emergentes es el tecnológico. La tecnología desempeña un
papel cada vez más central en la producción de bienes y servicios, en los flujos de información y
comunicación y en la organización social y política de la sociedad en su conjunto. En esta
apreciación coinciden la mayor parte de los estudiosos que están analizando el curso de evolución
de las sociedades del futuro. Como el mismo Daniel Bell subrayó, en las nuevas sociedades “la
habilidad técnica pasa a ser la base del poder, y la educación el modo de acceso a él; los que van a
la cabeza (o la elite del grupo) en esta sociedad son los científicos”, “la intelligentsia técnica y
profesional”.
De ahí que, siguiendo el mismo criterio que en anteriores modelos históricos de sociedad, la
nueva formación social deba ser calificada más propiamente como “sociedad tecnológica”, o
“sociedad tecnológica avanzada”, para diferenciar el carácter social básico que están adquiriendo
los nuevos elementos organizativos, los nuevos materiales, las nuevas tecnologías y las formas de
trabajo y de producción que están surgiendo del hilo de la revolución científica en marcha.
Los principales rasgos que caracterizan a esta nueva forma de sociedad, tal como hasta ahora
se está perfilan do, son los siguientes:
Nuevo funcionamiento económico basado en la existencia de un mercado mundial
(globalización), en el que ha entrado en crisis el viejo modelo de los Estados–mercados
nacionales. En el nuevo marco económico global desempeñan un papel central las grandes
empresas y corporaciones multinacionales, en las que se da una nueva definición de la propiedad
(predominio de grandes compañías por acciones, con una atomización del capital y un mayor
control e influencia de los conglomerados financieros). También está teniendo lugar un
crecimiento muy importante de las industrias multinacionales de la cultura, la información y la
comunicación.
Nuevas formas de organización del trabajo y de producción flexible y fragmentada, con
una utilización creciente de robots industriales cada vez más perfeccionados y sistemas
automáticos de trabajo en el sector servicios, que reemplazan cada vez a un mayor número de
empleados.
Nuevos perfiles de la estructura social y ocupacional, con una reducción muy drástica de los
empleados en la agricultura (por debajo ya de la frontera del 5 por ciento en varios países) y en la
industria (por debajo de la frontera del 25 por ciento) y con un crecimiento muy mayoritario del
sector servicios, en el que están surgiendo nuevos sectores de trabajadores progresivamente
proletarizados (con trabajos esporádicos, a tiempo parcial, con bajos salarios, etc.).
Transformación muy profunda en la naturaleza del trabajo, con una drástica reducción de la
proporción de trabajos manuales y una nueva forma de relación del hombre con las nuevas
máquinas (robots, orden adores, etc.), que cobran un considerable grado de autonomía y
suficiencia, y en muchos casos convierten a los seres humanos en meros supervisores de procesos
de trabajo altamente automatizados. En los nuevos sistemas productivos robotizados los hombres
prácticamente ya no hacen o fabrican las mercancías, sino que se limitan a supervisar cómo las
“hacen” los sistemas automáticos.
Papel más activo del Estado, o de las grandes organizaciones y agencias públicas, en la
investigación científica aplicada y en la promoción de innovaciones técnicas. Se entra en una
nueva fase de institucionalización de la ciencia y la tecnología que requiere recursos y
dimensiones cada vez más amplias, que muchas veces desbordan las posibilidades de las empresas
privadas tradicionales, como factor primordial de innovación.
El conocimiento científico-tecnológico desempeña un papel cada vez más central como factor de cambio y
de dinamismo económico y social.
Tendencia a la reducción muy importante de la duración de la jornada de trabajo diaria y
el número de horas trabajadas al año.
Surgimiento de nuevas manifestaciones de subempleo y de paro estructural de larga
duración. Este nuevo tipo de desempleo no es un paro cíclico, es decir no aumenta solamente en

20
etapas de crisis económica, sino que también lo hace en períodos de recuperación y crecimiento.
Las nuevas condiciones laborales dan lugar a nuevas formas de desigualdad, pobreza y
marginación social. Desarrollo de estructuras de clases dualizadas y aumento de las “infraclases”.
Nueva definición de papeles en la estructura ocupacional, con el surgimiento, por una parte,
de una nueva elite de tecnócratas, gerentes, programadores y especialistas, cada vez con un
grado más alto de cualificaciones y con papeles más importantes para el funcionamiento del
sistema y, por otra parte, de sectores ocupacionales con cualificaciones más “obsoletas” y menos
necesarias, que quedan reducidos a una condición cada vez más “prescindible” o “sustituible”.
Declive de las clases medias tradicionales, cuyos valores de emulación, de búsqueda del
éxito, de esfuerzo personal, de sacrificio, etc., están entrando en declive, y ya no pueden garantizar
unas oportunidades de empleo, de mantenimiento del status social y del mismo nivel de vida para
sus hijos. Muchos de los hijos de familias de clase media están experimentando una movilidad
social descendente.
Aumento creciente de los tiempos de ocio y de nuevas formas de “inversión” del tiempo
libre (culturas teledirigidas, ocio individual, nuevas tecnologías del ocio, etc.).
Crisis y desfase de los antiguos Estados-Nación y emergencia de nuevos ámbitos políticos
y económicos supranacionales (por ejemplo, la Unión Europea), con periodos de transición
complejos, en los que las nuevas entidades políticas supranacionales no acaban de tener el poder
real y las competencias que corresponden a las nuevas situaciones.
Nueva lógica del poder y de la influencia en una economía y en un mundo cada vez más
globalizado (poderes multinacionales, industrias de la cultura y la comunicación, nuevas
tecnocracias, etc.).
Problemas de deterioro ecológico y de calidad de vida, sobre todo en las grandes ciudades,
como con secuencia de la falta de nuevos equilibrios de representación y de contra-poderes
efectivos que hagan pesar suficientemente en la sociedad la influencia de criterios
medioambientales, de equidad social y de atención a las necesidades humanas.
Crisis de valores y problemas de incomunicación humana en organizaciones dominadas
por nuevas formas de anonimato y de gigantismo social.
17. EL HOGAR TECNOLÓGICO DEL FUTURO.
Todos los rasgos que acabamos de señalar, hoy por hoy, son los que parece que van a
caracterizar al nuevo tipo de sociedades tecnológicas avanzadas. Sin embargo todos estos rasgos
hay que situarlos, a su vez, en el contexto de un sistema económico orientado a la producción de
nuevos tipos de bienes de consumo y a la prestación de nuevos servicios, influidos por las
posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías y que cambiarán de manera muy radical el perfil
y las características de nuestros hogares.
Los analistas, como hemos visto, piensan que la aplicación de nuevas tecnologías y sistemas
robotizados de trabajo a la producción de bienes y servicios está produciendo efectos ambivalentes
sobre el empleo (transformaciones de las ocupaciones, aumento del paro estructural…), efectos
positivos para las empresas (reducción de costes, más y mejores productos, mayor flexibilidad…),
y consecuencias aún no muy claras para la dinámica global de la economía, que no acaba de
repuntar.
Posiblemente la causa de que la economía no haya emprendido un nuevo ciclo importante de
crecimiento se deba a que hasta ahora las nuevas posibilidades tecnológicas se han aplicado en
mayor grado a la organización de la producción que al diseño y lanzamiento de nuevas
generaciones de productos de consumo de masas. En los años posteriores a la Segunda Guerra
Mundial la economía mundial conoció una fase de expansión debida, entre otras cosas, a la
concurrencia de dos circunstancias:
a. El lanzamiento de una serie de productos de consumo (frigoríficos, lavadoras, automóviles,
televisores, etc.) que en pocos años cambiaron las condiciones de los hogares y dieron lugar a
nuevas formas de desplazamiento y nuevos hábitos de vida, que a su vez influyeron en nuevas
actividades económicas y demandas sociales.
b. La existencia de una numerosa población activa ocupada, con una capacidad adquisitiva
creciente.
Lo ocurrido durante estos años demostró la enorme importancia que las nuevas pautas de
consumo de masas y las nuevas posibilidades de equipamiento de los hogares y las familias tenían
como elementos dinamizadores de la economía. Sin embargo, en los años setenta, la crisis del
petróleo y el práctico agotamiento de un ciclo tecnológico asociado a ciertos productos de

21
consumo, dio lugar a un parón económico sobrellevado a base de simplistas recetas económicas,
de una carrera armamentista que se ha quedado sin justificación a partir del colapso de la URSS y
de una nueva ola de productos de consumo de bazar (vídeo-cámaras, relojes, radiocasetes
portátiles, etc.), que no han logrado impulsar un nuevo ciclo de crecimiento económico sostenido,
en un contexto afectado por la inflación, el aumento del paro, las tormentas monetarias
incontroladas, el aumento de la desprotección social y de las desigualdades, etc.
Por ello, cada vez son más los expertos que creen que para salir de esta situación es necesario
entrar en un nuevo ciclo de consumo basado en una nueva generación de productos de
equipamiento del hogar. Y, consecuentemente, en unas mayores posibilidades adquisitivas de un
número creciente de ciudadanos con empleo y con un nivel suficiente de ingresos.
La dinámica de la sociedad industrial ha ido acompañada de ciclos específicos de consumo de
productos cada vez más sofisticados y al alcance de un número mayor de consumidores.
Precisamente muchos economistas creen que los ciclos de expansión económica están
conectados con los efectos dinamizadores causados por la introducción de innovaciones técnicas,
y el posterior agotamiento de su influjo.
En estos momentos las nuevas posibilidades tecnológicas nos sitúan ante el horizonte de un
nuevo ciclo que puede dar lugar a un nuevo reequipamiento de los hogares y las familias, con
productos cada vez más perfeccionados que, a la par que pueden hacer más cómoda y agradable la
vida, tendrán como efecto adicional la posibilidad de reducir los impactos ecológicos negativos, a
partir de un mayor ahorro energético, de una utilización de nuevas fuentes de energía, de un menor
consumo doméstico de agua y de una eliminación de muchos residuos contaminantes en el hogar
(detergentes, humos, gases de los frigoríficos, etc.). La mayor parte de las tecnologías en que se
puede basar un nuevo ciclo de bienes de consumo están disponibles y sólo es una cuestión de
tiempo, de iniciativa y de disposición cultural del consumidor.
El nuevo ciclo influirá de manera muy importante en las características de nuestros hogares y
en nuestras pautas de vida, de la misma manera que los viejos utilitarios, los electrodomésticos de
hace treinta años y aquellos grandes aparatos de televisión en blanco y negro cambiaron las
costumbres de las familias, y hasta el mismo mobiliario de los comedores-salones de las casas de
hace sólo unos pocos años.
Los nuevos coches y vehículos utilizarán energías limpias y más baratas basadas en la
electricidad, el hidrógeno y el magnetismo, las nuevas cocinas inteligentes permitirán programar
la preparación completa de diversos tipos de menús, de pan recién horneado, etc., con sólo
disponer los ingredientes en sus respectivos compartimentos. Nuevos sistemas de conservación y
almacenamiento de alimentos más cómodos, nuevas lavadoras y lavavajillas por burbujas de aire,
nuevos equipos ambientadores integrales capaces de una plena optimización de las condiciones de
humedad y temperatura, nuevos sistemas de comunicación y de acceso a las informaciones —y al
trabajo en casa—, nuevas formas de ocio y entretenimiento en el hogar, etc., harán posible una
utilización más inteligente y polivalente de los “ambientes” en las casas, en función de un mayor
número de servicios y aplicaciones.
El nuevo ciclo de consumo supondrá, en definitiva, una movilización importante de recursos
económicos y de actividades laborales que permitirá dar a las nuevas tecnologías un sesgo más
práctico y más positivo en términos de valoración social, en la medida que su aplicación global en
el sistema de producción servirá no sólo para ahorrar fuerza de trabajo y empleo en un sentido
cicatero, sino para mejorar la calidad material de nuestras vidas, a partir precisamente del núcleo
base del equipamiento de los hogares.

18. LAS INFRACLASES Y LAS NUEVAS FORMAS DE DESIGUALDAD.


De la misma manera que la sociedad tecnológica del futuro nos abre la perspectiva de un
mundo más cómodo y agradable, en el que pueden solucionarse muchos problemas relacionados
con la escasez, con los trabajos desagradables, peligrosos y tediosos, con las enfermedades y la
poca calidad de vida, lo cierto es que en su dinámica también se pueden adivinar no pocos riesgos
y dificultades relacionadas con la deshumanización y el surgimiento de nuevos problemas
sociales.
Uno de los problemas que ya se pueden entrever en el futuro inmediato es el que tiene que ver
con el desempleo y las desigualdades sociales, en su doble dimensión nacional e internacional.
El aumento del desempleo de larga duración, en un contexto de desigualdades, está dando
lugar al surgimiento de un nuevo sistema de estratificación social propio de las sociedades

22
tecnológicas, caracterizado por una tendencia a la agudización de las dualidades sociales. En este
nuevo sistema se está perfilando una nueva pirámide social en cuya parte inferior se encuentra un
amplio grupo formado por los sectores peor situados en la sociedad, a los que en la Sociología
actual se califica como “infraclases”.
Las “infraclases” están formadas por un gran sector de parados, subempleados con pocos
ingresos, grupos marginados, jubilados, prejubilados y otros sectores que padecen los efectos de
una situación de carencias y falta de recursos y de protección social como consecuencia de la
crisis del Estado de Bienestar y el predominio de las políticas de recortes sociales. Se trata de
personas que en la práctica quedan fuera de las mejores oportunidades de la sociedad y que tiene
pocas expectativas de movilidad social ascendente, e incluso pocas posibilidades de encontrar un
trabajo estable y “normal” en empresas y actividades económicas con futuro.
Puede decirse que uno de los principales rasgos característicos de los nuevos sistemas de desi-
gualdad hacia los que nos encaminamos, es la existencia de una cierta línea fronteriza que define
un conjunto de posiciones sociales y de oportunidades bastante diferenciadas para todos aquellos
que se sitúan en el exterior o en las fronteras periféricas del mercado de trabajo “ordinario”.
Precisamente las infraclases están formadas por aquéllos sectores sociales que se encuentran
en una posición social marginal que les sitúa fuera, y por debajo, de las posibilidades y opor-
tunidades económicas, sociales, cultural es, de nivel de vida, etc., del sistema social establecido.
Se puede formar parte de las infraclases, básicamente, a partir de dos vías:
a) Como consecuencia de las características individuales o culturales que tienden a situar a
algunas personas en la marginación, como pueden ser la baja formación, la inadaptación
social, o la pertenencia a minorías étnicas y raciales socialmente discriminadas (negros,
chicanos, emigrantes africanos, familias marginales, etc.)
b) Como resultado de las nuevas condiciones económicas en una fase de transición de los
sistemas productivos hacia un modelo propio de la sociedad tecnológica avanzada. Estas
nuevas condiciones funcionales de la economía sitúan a una proporción significativa de la
población en edad de trabajar fuera de las posibilidades de empleo de una manera dilatada
en el tiempo, dando lugar a que se perfilen dos sectores sociales. En primer lugar los que
tienen empleo, y por lo tanto, disfrutan de un conjunto de oportunidades vitales, de un
nivel de consumo y de un marco de seguridades sociales (en la enfermedad, la jubilación,
etc.) garantizadas por el Estado, o mediante seguros individualizados privados. En segundo
lugar, en la base de la pirámide social, están todos aquellos que no logran un primer
empleo “estándar”, o bien se encuentran en una situación de paro estructural de larga
duración y, por lo tanto, viven su condición de ciudadanía social con unas características
bastante diferentes a los anteriores, en lo que se refiere a oportunidades vitales, nivel de
consumo y acceso a prestaciones sociales.
En las sociedades de nuestros días, la evolución de los sistemas productivos está dando lugar
a un fuerte incremento de las infraclases de este segundo tipo, debido al aumento del número de
desempleados durante los últimos años.
En el plano internacional el problema del paro y el subempleo ha llegado a presentar tal
dimensión que en 1994 se calculaba que afectaba a 800 millones de personas en el mundo. El
verdadero alcance de este fenómeno debe ser visto, a su vez, a partir de una situación general de
aumento de las desigualdades sociales durante los últimos años.
El Informe sobre el desarrollo mundial en 1995 del Banco Mundial llamó enfáticamente la
atención sobre el aumento de los pobres y los desempleados en el mundo, llegando a calificar la
tendencia “al aumento de la desigualdad internacional de los trabajadores” como “la persistente
ten-dencia que ha caracterizado el siglo XX” (pág. 144). Las desigualdades no sólo están
creciendo en lo que respecta a las diferencias entre el conjunto de los países pobres y los países
ricos, sino tam-bién en lo que se refiere a los trabajadores de unos y otros países. Como se indica
en este informe del Banco Mundial: “El grupo más próspero de los trabajadores del mundo —los
trabajadores cualificados de los países industrializados— ganan en promedio 60 veces más que el
grupo más pobre, constituido por los agricultores de los países del Africa Subsahariana” (pág.
136).
La situación de la pobreza y de la desigualdad en el mundo era descrita a finales de 1995 por
el Director General de la UNESCO, el español Federico Mayor Zaragoza, con estas palabras: “Las
manchas de extrema pobreza se extienden, las diferencias de ingresos aumentan. Son 1.300
millones los habitantes del planeta que no tienen ni para alimentarse correctamente. En un mismo

23
país, puede suceder que la diferencia de ingresos sea de 1 a 30 entre el 20 por ciento más rico de la
población y el 20 por ciento más pobre. A escala planetaria esta diferencia es de uno a 50,
habiéndose multiplicado por dos en los últimos 30 años”.
Al mismo tiempo que esto ocurre, la ayuda pública al desarrollo que los países “ricos”
proporcionan a los países “pobres” ha disminuido, pasando de ser el 0,34 por ciento del PIB en
1970, a un 0,30 por ciento en 1995. A su vez, en dos de las zonas más ricas del mundo, como son
Estados Unidos y la Unión Europea, el número de pobres era a mediados de la década de los años
noventa de 37 millones de personas y de 80 millones respectivamente.
En su conjunto, pues, tanto en los países pobres como en los ricos, los cambios económicos,
sociales y tecnológicos están acentuando las inseguridades, amenazando “con eliminar empleos,
reducir salarios y socavar el apoyo” que requieren muchas personas necesitadas. Muchos de estos
efectos negativos de los cambios no tienen por qué ir necesariamente asociados al progreso
tecnológico y constituyen en sí mismos un hecho paradójico, ya que al tiempo que se abren
grandes posibilidades y se genera una mayor riqueza, no se entiende por qué aumenta la pobreza y
la desigualdad. El problema no es del progreso científico y tecnológico en sí, sino de la forma en
que en ocasiones se están haciendo determinados cambios, bajo la influencia de algunas
condiciones y orientaciones económicas y políticas que no tienen suficientemente en cuenta la
prioridad de los valores sociales y de las necesidades humanas.

19. IMPACTO AMBIENTAL DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS.


El impacto ambiental de las nuevas tecnologías no hay que enfocarlo únicamente desde el
punto de vista físico sino que a las personas les puede afectar desde puntos de vista psicológicos.
En general la robotización, y la microelectrónica son tecnologías limpias. Además su
aplicación y uso tiende a reducir los daños al medio, por ejemplo la robotización y la
microelectrónica hacen inferiores el número de desplazamientos, porque o bien sustituyen mano
de obra o bien el puesto de trabajo puede ubicarse con mayor flexibilidad, por lo que se reduce el
tráfico, uno de los principales factores de la contaminación.
Sin embargo, tanto mediante la robotización como la microelectrónica se producen otro tipo
de impactos. La robotización produce un impacto psicológico —se sustituye al hombre en las
cadenas de montaje por máquinas— reduciendo el número de puestos de trabajo. Lo que supone
otra forma de contaminación, debido al desempleo que genera, esta vez psicológica que incide
directamente sobre las actitudes y los comportamientos de las personas.
La microelectrónica, por su parte, puede generar lo que se llama teletrabajo. Aunque no está
muy estudiado todavía el nuevo comportamiento está muy claro que cambia el estilo de vida de las
personas que lo practican. Se puede vivir a miles de kilómetros del centro de trabajo, se organiza
la persona los ritmos de trabajo singulares, y sobre todo se pierden las relaciones con otras
personas que son habituales en todo centro de trabajo.
Un nuevo tipo de tecnología es precisamente toda aquella que se está generando con el
objetivo de proteger al medio ambiente. Las depuradoradoras, las plantas de tratamiento, las
incineradoras, etc.
También se estudian estrategias de nuevas tecnologías menos contaminantes y menos
consumidoras de energía para la agricultura y para la industria en general.

20. LAS POSIBILIDADES Y APLICACIONES DE LA INGENIERÍA GENÉTICA: SU INSTRUMENTALIZACIÓN IDEOLÓGICA.


En el umbral del siglo XX nos encontramos en un momento privilegiado con relación al
estado y las posibilidades que ofrece la genética y los avances en materia de reproducción asistida
aplicados al hombre. Se trata de dos ámbitos interconectados entre sí, cuya evolución y desarrollo
no pueden entenderse de forma independiente.
La nueva genética y las modernas técnicas reproductoras poseen una larga historia y sus
orígenes arrancan de l as investigaciones habidas en materia animal y vegetal. Sobre este
particular, tenemos que remontarnos al siglo XIX y recordar las figuras de Darwin, Mendel y
Weissman. La aportación principal de Darwin fue su teoría de la evolución que se fundamenta en
la idea de lucha, reproducción y supervivencia diferencial. Mendel, por su parte, en el año 1865,
en su obra Experimentos de hibridación en plantas, mostraba cómo y según qué leyes numéricas
se reparten los caracteres genéticos en la descendencia, asentando lo que se ha venido a denominar
genética. Es a partir del descubrimiento de los cromosomas, realizado en 1878 por Walther

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Fleming, cuando comenzaron a sucederse descubrimientos de mano de August Weismann, de
Walter Sutton, de Thomas Hunt y de otros muchos investigadores.
Estos descubrimientos tuvieron una traducción en el mundo de las ideas y de las teorías
sociales; y se expresaron en la dimensión ideológica de las sociedades del momento. Pensemos,
por ejemplo, en el caso del darvinismo social cuyos postulados devinieron en un tema clave del
laissez-faire capitalista contra todo tipo de proteccionismo (en consecuencia, sí la vida puede
sintetizarse en una continua lucha, lo que acontecía en la lucha humana por la existencia estaba
implícito en las leyes de la biología; argumentación que llevada al mundo social justificaba una
estratificación social desigual, donde unas empresas e individuos prosperaban y otros fracasaban).
En estrecha relación con el darvinismo social se puso el énfasis en la importancia de la
herencia, como elemento determinante de la mayor parte de los caracteres humanos y, en esa línea,
Galton y Pearson llegaron a proponer la eugenesia, con la pretensión de que se alcanzara la
perfección humana mediante cruzamientos controlados, similares a los realizados con animales.
En los años treinta de nuestro siglo, y al hilo de la depresión del año 1929, se ocasionó un colapso
del laissez- faire que se tradujo en un desempleo masivo y en el triunfo del fascismo, el nazismo y
el estalinismo. Todas estas circunstancias dieron lugar a una revitalización de las ideas de Galton y
a la consolidación del movimiento eugenésico, cuyos antecedentes más directos encontramos, en
los primeros años de nuestro siglo, en las leyes de esterilización en los EE.UU. y en las leyes de
inmigración de los años veinte y las leyes eugenésicas y de esterilización de los años treinta en
este mismo país. Debemos, además, recordar los acontecimientos acaecidos en la Alemania
nacional-socialista con su idea de la necesidad de una limpieza racial, cuyos resultados dieron
lugar, a mediados de los años cuarenta, a la esterilización de más de 250.000 personas y a la
eliminación de aquellos individuos calificados “defectuosos desde el punto de vista hereditario”.
A pesar de esta instrumentalización ideológica que se otorgó a la genética, en su seno se
fueron sucediendo los descubrimientos y fue, precisamente, en el año 1953 cuando culminaron
con la importantísima aportación de Francis Grick y de James Watson quienes determinaron la
estructu-ra física del ADN, en forma de una doble estructura helicoidal. Este ha sido, sin duda, uno
de los hallazgos más importantes de nuestro siglo, que posibilitó, a mediados de los años setenta,
el surgi-miento de una nueva etapa en la genética; etapa que se conoce como “la nueva genética” y
que está basada en la tecnología de los ácidos nucleicos, la cual va a permitir fragmentar y
descomponer el ADN y leer directamente el mensaje genético. Avanzando en el tiempo los años
ochenta se encuen-tran salpicados de descubrimientos espectaculares cuyo punto de inflexión
hemos de situar en el año 1985 con las primeras conversaciones de cara a formalizar la
consecución del Proyecto Geno-ma Humano y con acontecimientos tales como la identificación,
en el ano 1983, del gen causante de la enfermedad de Huntings, con el anuncio en el 87 de nuevas
técnicas de ADN recombinante encaminadas a la detección de portadores de la distrofia muscular,
con el descubrimiento en el año 1989 de los genes causantes de la fibrosis quística... y se comenzó
a dirigir los esfuerzos hacia la realización de terapias génicas en humanos. En los años noventa se
suceden ininterrumpidamente noticias que anuncian el descubrimiento de los genes causantes de
penosas patologías como es el caso de la fibrosis quística, de enfermedades de origen coronario,
de ciertos tipos de cáncer, de la trisomía 21, de la enfermedad de Alzheimer… además de otro tipo
de estudios en donde se asocian conductas a determinadas configuraciones genéticas (sería el caso
del supuesto descubrimiento de los genes causantes de la homosexualidad, del alcoholismo y de
determinados rasgos de la personalidad) y se realiza la primera terapia génica en una niña afectada
con la deficiencia de adenosina deaminasa (en definitiva, hacemos mención al Proyecto Genoma
Humano, al diagnóstico genético y a la terapia génica que veremos con mayor profundidad en
breve).
Por otro lado, podríamos remontarnos a las inseminaciones practicadas en el ano 1322 por un
árabe de Daifure que logró el nacimiento de un potro tras la inseminación de una yegua. Es cierto,
que no fue hasta el siglo XV, tal y como lo recoge Maranón de Munzer, en su Itinerarium por
España y Portugal (1494-l495), cuando por primera vez, en nuestro país, se realiza un intento
similar con seres humanos, se practicó en la reina Juana de Portugal, segunda esposa de Enrique
IV, a la que inseminaron con esperma de su marido, aun cuando no se logró un embarazo, dado
que el rey era estéril. En definitiva, la historia de la fecundación recorre un dilatado proceso en el
tiempo, donde aparecen figuras de la talla de Malpighi, Bibbiena, Elkhein, Jacob, Sherman,
Polge... Culminación de tantas investigaciones fue que en el año 1978, tuvo lugar, en Inglaterra, el
nacimiento de Louise Brown, primer bebé probeta del mundo, como consecuencia directa de la

25
intervención realizada por los doctores Robert Edwards y Patrick Steptoe. En los años ochenta, se
alcanzaron grandes éxitos con la fecundación in vitro y a partir de ese momento, diferentes
equipos del mundo han ido perfeccionando los métodos que se usan en el desenvolvimiento
habitual de estas técnicas. En España, el resultado de este largo proceso investigador fue el
nacimiento, en 1984, de la primera “niña probeta” gracias a los trabajos realizados por el doctor N.
Barri y la doctora Ana Veiga, del Instituto Dexeus de Barcelona. Además, en ese mismo año, nace
Zoe Leyland, primer bebé del mundo nacido tras haber permanecido congelado en estado
embrionario.
Como podemos comprobar, la nueva genética y las técnicas reproductoras se encuentran en un
momento de gran interés y suscitan desde esperanzas a inquietudes. Su campo de actuación se
concreta en: el diagnóstico genético, la terapia génica, el Proyecto Genoma Humano y la
fecundación asistida. Esta última abarca:
a) Diagnóstico genético: Su consecución reviste tres modalidades con repercusiones
diferentes: parental, fetal y laboral (subordinado a que el sujeto sobre el que se practique
sea un individuo que desea tener prole; sea un feto o embrión; o sea un trabajador). A su
vez, adopta dos variantes, dependiendo de que se trate de diagnosticar una enfermedad
hereditaria o se trate de una predisposición a desarrollar algún tipo de enfermedad. El
primer caso sería el de una pareja o un a mujer de alto riesgo (es decir, con familiares con
graves patologías de origen genético, como sería tener familiares hemofílicos) que deciden
asesorarse a la hora de tener descendencia. Las ventajas son evidentes, ya que con la
determinación de su perfil familiar génico se estaría en disposición de proporcionar
información acerca de las posibilidades de que en su descendencia nazcan niños con esta
enfermedad y que, conforme al resultado, la pareja o la mujer decida o no tener hijos. Un
caso similar sería el de un individuo que desease conocer su perfil génico ante la evidencia
de familiares con graves patologías de carácter genético y resolviera asesorarse a fin de
conocer su predisposición y, a tal efecto, adoptar las medidas preventivas disponibles.
En cuanto a la segunda de las modalidades indicar que ya es posible, merced a los
diagnósticos preimplantatorios y prenatales, conocer, antes del nacimiento, si un individuo tiene
determinadas predisposiciones a contraer unas u otras enfermedades. La diferencia entre ambas
posibilidades reside en que para el caso del diagnóstico preimplantatorio lo que se evalúa son
embriones no implantados, generados por fecundación in vitro y en los diagnósticos prenatales se
trataría con fetos. En estos análisis si fuera detectada, por ejemplo, una cromosopatía de la
envergadura de la Trisomía 21 o Síndrome de Down —dentro de los márgenes que permite nuestra
normativa sobre el aborto— se permitiría el aborto terapéutico del feto afectado.
Además, este tipo de diagnósticos también se pueden aplicar en contextos no clínicos tales
como la esfera laboral, el ámbito de las compañías de seguros y médicas, y en escuelas y
tribunales de justicia. Sobre este particular deben destacarse los tests génicos aplicados en el
mundo laboral, que se vienen realizando en los EE.UU. desde la década de los anos setenta y más
recientemente en Canadá y Dinamarca. La idea general de este tipo de diagnósticos reviste una
importancia social de primera magnitud, por ejemplo, en la localización en los trabajadores de
genes que inducen al desa-rrollo —o la tendencia al desarrollo— de células cancerosas como
consecuencia de estar en asiduo contacto con sustancias existentes en los lugares de trabajo. Una
vez detectada esta predisposición genética, las soluciones posibles irían desde el despido de los
obreros sensibles a determinadas sustancias, hasta la eliminación de aquellas sustancias nocivas
para determinados individuos.
Desde la perspectiva de la patronal, se considera que este procedimiento puede reducir consi-
derablemente los riesgos de responsabilidades futuras, pero, además, permite recortar gastos en se-
guros e indemnizaciones y evitar la introducción de cambios estructurales en el marco de las
empre-sas. Desde la perspectiva del trabajador, el sondeo génico es una medida discriminatoria
que permi-te a la industria seleccionar empleados adecuados a los puestos de trabajo, en lugar de
ajustar los puestos de trabajo a los empleados. En lo que a la industria de los seguros se refiere,
particu-larmente en lo relacionado con los seguros de vida, de invalidez y de enfermedad, sin lugar
a dudas, toda esta actividad está influenciada por la salud de los individuos. En este sentido, un
diagnóstico genético de sus clientes les permitiría establecer sus primas con menores riesgos y,
llegado el caso, denegar sus servicios a aquellos susceptibles a contraer determinadas
enfermedades.

26
En consecuencia, estas modernas técnicas de diagnóstico genético son un instrumento muy valioso para detectar,
precozmente, predisposiciones a desarrollar determinado tipo de patologías de origen genético; aun cuando, por el
momento, no se cuente con los suficientes conocimientos médicos para establecer terapias que inhiban el desarrollo de
estas enfermedades. Pero también se corre el riesgo de generar socialmente un nuevo tipo de individuos, el de los
“sanos-enfermos”, que podrían verse en situaciones discriminatorias, además de en una posición personal y social
delicada como consecuencia de una posible pérdida de su estima personal y familiar. Pensemos, por ejemplo, en el
caso de un hombre joven al que a través de un estudio genético, practicado en el ámbito laboral, se le detecte una
predisposición a padecer, a corto plazo, una gravísima enfermedad de origen genético. En principio, y en virtud de la
rentabilidad económica, esta persona no sería contratada y devendría en un individuo sano-enfermo, discriminado
laboralmente en función de una predisposición. En idéntica situación se podría encontrar a la hora de que desease
suscribir una póliza de seguro de vida o médica e incluso podría afectar a su vida privada, en el caso de que decidiera
formar una familia. En definitiva, las técnicas de diagnóstico genético significan un avance importante en la
conceptualización de una medicina de tipo predictivo y preventivo, pero, también, puede conducir a situaciones
discriminatorias y eugenésicas en aquellos individuos y familias que se alejen de los parámetros que la sociedad
etiquete como “perfectibilidad humana”.
b) Terapia génica: Se trata de un procedimiento muy reciente. Fue en agosto del año 1990
cuando, por primera vez, se realizó un experimento de terapia génica en seres humanos, en
una “ni-ña burbuja” afectada técnicamente con la deficiencia de adenosina deaminasa
cuyos resultados mos-traron una cierta mejoría, y de los sucesivos protocolos que suman
más de un centenar de los que alrededor de medio centenar han sido realizados en
pacientes afectados por enfermedades mortales (tumor cerebral, melanoma maligno,
cánceres avanzados, SIDA, fibrosis quística, distrofia muscular, hemofilia B…). Todo esto
significa que llegará un día en el que estemos en disposición de corregir algunos defectos
mediante la introducción en el organismo de un gen normal, que sustituya en su
funcionamiento al gen defectuoso. A este procedimiento es a lo que se denomina terapia
génica.
Por el momento, este tipo de técnicas han sido aplicadas en células somáticas, pero, aunque la
corriente que considera que las células germinales no son tabú y va ganando terreno de manos de
figuras de la talla del Premio Nobel Watson (quien se declara partidario de la terapia germinal e
incluso de la mejora genética) existe un debate internacional importante y el hecho es que existen
grandes reservas a su realización en células germinales. Para hacernos una idea de su importancia,
en los EE.UU., los Institutos Nacionales de la Salud gastan anualmente 25.000 millones de pesetas
en establecer la seguridad de los procedimientos y en perfeccionar las técnicas de trasplante de ge-
nes. Sin embargo, pese al entusiasmo inicial y al extraordinario esfuerzo realizado, los últimos in-
formes publicados sobre los beneficios terapéuticos de la nueva técnica no son muy esperanzado-
res. La prueba la tenemos en que de los 125 protocolos aprobados, en el año 1990, en los EE.UU.
casi todos son ensayos orientados a establecer la seguridad de la técnica y ninguno ha demostrado
que la terapia génica sirva para curar. No obstante, nadie pone en duda que la terapia génica
llegará a revolucionar la medicina del futuro, pues la inserción y sustitución de los genes
defectuosos por otros sanos permitirá aliviar, e incluso sanar, muchas enfermedades por el
momento in curables.
c) Proyecto Genoma Humano: Se trata de uno de los proyectos científicos más importantes
que se están realizan do en la actualidad y de tanta envergadura como fueron en su día el
Proyecto Manhattan que dio lugar a la creación de la bomba atómica y al Proyecto Apolo,
que llevó al hombre a la Luna. Su presupuesto de partida, en torno a unos tres mil millones
de dólares, nos da una idea de la trascendencia de su realización, esta cifra, según datos
recientes, se ha visto incrementada y, hasta la fecha, los distintos equipos que en todo el
mundo se ocupan del mismo llevan gastados unos cinco mil millones de dólares. Este
proyecto, aunque originariamente fue impulsado desde EE.UU., ya desde mediados de los
años ochenta Europa está dedicando un gran esfuerzo en su consecución (no olvidemos los
intereses de tipo económico implicados y especialmente la presión de las compañías
informáticas, dado que es imprescindible la creación de programas informáticos que
agilicen el trabajo rutinario de descodificación del genoma). Su finalidad es secuenciar y
cartografiar el ADN humano y crear un mapa de los aproximadamente 50.000 a 100.000
genes del hombre, que una vez interpretados, se espera permitan entender, además de cómo
funcionamos biológicamente, qué tipo de genes se relacionan con determinado tipo de
trastornos metabólicos e incluso con determinadas conductas (se calcula que existen más

27
de 4.000 enfermedades genéticas que afectan a los seres humano) y, además, se espera que
proporcionen los conocimientos adecuados para la consecución de diagnósticos y terapias
génicas.
Sus resultados afectarán de manera relevante el campo de la medicina, en el sentido de que se
dará paso a una nueva conceptualización de ésta, como consecuencia de la sustitución de un tipo
de medicina paliativa por una de tipo predictivo, lo cual conllevará grandes avances en ciencia
básica y tecnología. Por ello no es de extrañar que uno de los objetivos de la UNESCO sea
declarar patrimonio de la humanidad los conocimientos que del mismo se obtengan. Sin embargo,
según el premio Nobel Jonsen, el estudio del genoma permitirá detectar por adelantado —e
incluso comprender con todo detalle el proceso de determinadas enfermedades que “durante
mucho tiempo seguirán incurables”. Así, podemos decir que las posibilidades que ofrece este
proyecto inspiran conjuntamente admiración y temor; uno de los riesgos es que puede llevar a un
determinismo biológico que juzgue, en virtud de distintos tipos de intereses, cuáles deban ser los
modelos biológicos ideales; todo lo cual significaría también la aparición de un nuevo tipo de
discriminación y estigmatización sociales basadas en parámetros genéticos.
En ese sentido, suscita problemas de tipo ético y de política pública que tienen que ver con la
vieja disputa entre la aportación genética y la contribución del medio a la conformación de los
rasgos humanos; con la capacidad de los diagnósticos génicos a la hora de predecir trastornos; con
nuestra capacidad para transferir equitativamente los beneficios que se obtengan con su
consecución y, finalmente, con nuestra aptitud para proteger los intereses de los individuos a
través de nuevas políticas públicas, habida cuenta del rápido ritmo con el que se suceden los
acontecimientos en este campo y de las imágenes sesgadas de las que muchas veces participan los
ciudadanos, debidas, en buena medida, al papel que adoptan los medios de comunicación.
d) Técnicas de Reproducción Asistida: En cuanto a las modernas técnicas reproductoras una
de las esferas en donde su incidencia es más evidente es en la institución familiar. Merced
a estas técnicas, y a pesar de su baja incidencia cuantitativa (tengamos en cuenta que han
nacido hasta el momento en todo el mundo unos 32.000 niños, de los que
aproximadamente 4.000 son españoles), conceptos sociales primarios, como son la
“paternidad” y “maternidad” e incluso la propia concepción de la relación familiar y de la
familia, han variado. Entre otras razones porque el lazo socio-cultural de los miembros de
la familia, derivado de la convivencia, adquiere preeminencia sobre el lazo consanguíneo.
Por otra parte, la relación padres-hijos también se ha trastocado, en el sentido de que el
hijo que tradicionalmente era recibido como un “don de Dios” y que venían al mundo
“cuantos hijos Dios quiera” ahora, con la anticoncepción y estas modernas técnicas
reproductoras, el hijo se ha convertido en un “producto” que el hombre intencionalmente
elabora y planifica y que se encuentra sometido a las leyes del mercado (no olvidemos que
el coste aproximado de cada intento por lograr un embarazo por medio de estas técnicas,
en la sanidad privada, oscila entre 250.000 y 800.000 pesetas).
Pero ¿cuál es la casuística de estas técnicas? Su casuística comprende desde la inseminación
con los gametos de los propios miembros de la pareja, hasta la necesidad de recurrir a gametos de
donantes —bien sea semen u óvulos— de forma tal que en la familia se rompe la particularidad
social de su constitución como una “comunidad de sangre”, pues se introduce en el ámbito
familiar la figura de un extraño; es decir, la figura del donante. Otros casos de interés y
conflictivos dentro de estos procedimientos técnicos son la inseminación a mujeres solas
(lesbianas, solteras...); realizar fecundaciones post-mortem en mujeres con el semen de sus
maridos ya fallecidos, y la muy controvertida posibilidad de recurrir a madres de alquiler. En este
caso, el polémico tema de la participación de un extraño dentro del grupo familiar se puede
complicar extraordinariamente, hasta llegar al punto de coexistir tres madres y tres padres.
Esta biologización y hasta genetización del hombre encuentra en la Sociobiología un buen
referente conceptual y nos introduce en un terreno delicado. La Sociobiología y planteamientos
afines interpretan al ser humano como una máquina, cuyo comportamiento social estuviera
determinado y programado genéticamente. En ese sentido, consideran que lo genético es
ineludible e irreparable, a menos que se puedan solucionar las cosas a este nivel. No obstante, aun
sin dudar que algunos rasgos comportamentales puedan tener un componente genético
(alcoholismo, esquizofrenia...), no cabe duda de que el entorno social y los correctivos educativos
tienen mucho que decir en este terreno. Por otra parte, es interesante destacar como en los países
occidentales, en un momento de tanta viveza y de crisis a todos los niveles, la asimilación e

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interpretación de los desarrollos en el campo de la genética reconducen la violencia de las décadas
pasadas hacia un discurso en donde las personas de otras razas y los inmigrantes devienen, para
determinados grupos, en segmentos inadmisibles sobre la base de condicionantes de tipo genético.
Como vemos la historia de la genética puede sintetizarse en la búsqueda de un conocimiento
acerca de las bases biológicas de la configuración de todo ser vivo, y a tal efecto cabe
cuestionarnos ¿qué significa mejorar a un hombre?, ¿cuál es el gen que puede hacer a una mujer o
a un hombre mejores?, ¿cuál es el gen de la humanidad? e indirectamente plantear el tema de sí
nos encontramos en disposición de generar al “ser humano perfecto”, y planear qué significa el ser
humano perfecto o si, en realidad, existe un genoma perfecto. Sobre este particular Bertran
Russell, en su obra El impacto de la ciencia en la sociedad, planteaba como una posibilidad real
que se llegaran a manipular, en una dirección preconcebida, las fuerzas genéticas del hombre y a
“modificar cualitativamente el embrión humano en relación con una serie de cualidades que
pueden ser objeto de influencia y planificación” y “crear nuevos seres humanos que se
diferenciarán de manera fijada de antemano de aquellos individuos que han sido generados por vía
natural”. Tampoco quiero olvidar las aportaciones de Adam Schaff que hace ya un decenio en su
obra ¿Qué futuro nos aguarda? recoge esta incertidumbre y resalta el interés por plantear los
impactos de los desarrollos en materia de microbiología, y, en particular, de la ingeniería genética
a la vista de sus trascendentes consecuencias para la sociedad futura.

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71- REVOLUCIÓN CIENTÍFICO-TÉCNICA EN EL SIGLO
XX. IMPLICACIONES EN LA SOCIEDAD.
1. LAS SOCIEDADES INDUSTRIALES.___________________________________________________________1

2. LAS SOCIEDADES POST–INDUSTRIALES.______________________________________________________2

3. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA.__________________________________________________3
4. CIENCIA, TECNOLOGÍA Y REVOLUCIÓN INDUSTRIAL: ÚLTIMAS FASES.___________________________4

5. LA INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CIENCIA EN LA SOCIEDAD ACTUAL.___________________________7

6. EL SISTEMA TECNOLÓGICO: ¿HACIA LA CREACIÓN DE UN MUNDO NUEVO?______________________8

7. RASGOS DEL SISTEMA TECNOLÓGICO._______________________________________________________9

8. RELACIONES ENTRE CIENCIA, TECNOLOGÍA E INDUSTRIA.____________________________________11

9. MUNDIALIZACIÓN Y ECONOMÍA: LOS LÍMITES DEL DESARROLLO._____________________________12

10. POLÍTICA TECNOLÓGICA: LOS PROGRAMAS (I + D) (INVESTIGACIÓN Y DESARROLLO)._______15


11. MODELOS DE FINANCIACIÓN, ORGANIZACIÓN Y DESARROLLO CIENTÍFICO- TECNOLÓGICO._____15

12. TECNOCRACIA Y PARTICIPACIÓN SOCIAL._________________________________________________16

13. LOS IMPACTOS DEL CAMBIO TECNOLÓGICO Y SOCIAL._____________________________________17

14. UN NUEVO MODELO DE SOCIEDAD.______________________________________________________18

15. LA NUEVA ESTRUCTURA SOCIAL DE LAS SOCIEDADES TECNOLÓGICAS.______________________19

16. EL HOGAR TECNOLÓGICO DEL FUTURO.__________________________________________________21

17. LAS INFRACLASES Y LAS NUEVAS FORMAS DE DESIGUALDAD.______________________________22

18. IMPACTO AMBIENTAL DE LAS NUEVAS TECNOLOGÍAS.______________________________________23

19. LAS POSIBILIDADES Y APLICACIONES DE LA INGENIERÍA GENÉTICA: SU INSTRUMENTALIZACIÓN


IDEOLÓGICA._________________________________________________________________________________24

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