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“EXALTACIÓN” COMO EL ARS POETICA DE ÁSPERO, DE ANTONIO ARRÁIZ

Autor: J. I. Villamizar
Fecha: Octubre de 2018

En la actualidad, se considera que algunas de las manifestaciones literarias surgidas entre

los años 1910 y 1930, en Venezuela, marcaron un hito en su historia. Se han destacado,

especialmente, aquellas que pertenecieron a los movimientos de 1918 y 1928, cuyos exponentes

ya han pasado a clasificarse como “Generación del 18” y “Generación del 28”, respectivamente.

Los poetas de esta época promovieron el abandono del canon modernista y los residuos del

romanticismo e impulsaron un paso violento hacia lo que se denominó: vanguardismo.

Uno de esos casos, sin embargo, ha sido catalogado como producto de un tiempo de

transición: Antonio Arráiz, quien se distinguió del resto de los poetas venezolanos

contemporáneos a él, debido a la particularidad de su lenguaje y su contenido:

La obra más conocida de este poeta barquisimetano, publicada en el año 1924 y titulada

Áspero, es un poemario donde se contienen cuarenta y un poemas de corta extensión, y en cuyos

versos se aprecia, primeramente, un lenguaje de tinte “(…) extraño y primitivo, como si fuera

hablado por gentes rudas” (Garmendia, 1923. En Zambrano, 1993: 2). Y es que, desde sus

inicios, Arráiz había preferido irse por un camino distinto al que dictaba la tradición del

momento. En lugar de desarrollar una afición por las salidas nocturnas y los bares, se había

dedicado a actividades como los deportes y a lecturas menos recurrentes como las del

norteamericano Walt Whitman.

Mientras la mayoría de los poetas venezolanos de aquella época continuaban recibiendo

las influencias del modernismo y el simbolismo y se esforzaban por imprimir delicados matices

en sus obras (Uslar Pietri, 1939. En Arráiz, 1987), Antonio Arráiz surgió con un interés particular

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en las raíces indígenas del continente americano (posiblemente influenciado por la cultura

norteamericana del lejano oeste), y para ello trabajó con una forma bastante hosca en relación a

las virtudes formales del lenguaje (Sucre, 1965. En Arráiz, 1987).

En efecto, Áspero “(…) cantaba el deseo de un lenguaje bronco, exaltaba el pasado

aborigen, los impulsos vitales, la naturaleza [y] cierto prestigio bárbaro y viril” (Zona Franca,

1968. En Zambrano, 1993: 3). Adicionalmente, se considera que la escasa rima de sus poemas

contribuyó al inicio de la tradición del verso libre en la poesía venezolana posterior.

No obstante, la importancia que hoy en día juega esta obra se debe, no sólo a las rupturas

estilísticas que motivó, sino también a la repercusión que tuvo en cuanto a la definición de la

identidad americana y venezolana. Es uno de los primeros intentos que surgen dentro de nuestras

fronteras por vincular la literatura con la esencia del pueblo americano y promover el desarrollo

de una conciencia colectiva crítica dentro del marco de los acontecimientos sociopolíticos del

régimen de Juan Vicente Gómez, quien, principalmente, marcó el paso definitivo de la Venezuela

rural a la petrolera y urbana.

Ya en este punto se advierte, entonces, las relaciones metapoéticas que aparecen dentro de

la obra. El título, “Áspero”, cumple una función metapoética que habla de su forma poco

trabajada y un contenido donde lo tosco, lo animal y las actitudes más primitivas del hombre

toman el control de los enunciados.

Dentro de estas dinámicas que se establecen en las páginas del poemario, se destaca un

poema en particular debido a su carácter conductor: “Exaltación”, el cual, si bien no aparece al

inicio de la compilación, define el hilo tonal de toda la obra.

Aunque, en las primeras páginas, el poema titulado “América” abre el repertorio con un

canto nostálgico, su papel no trasciende más allá de ubicar al lector dentro de los intereses del

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autor, es decir, trasladarse a una América “sin españoles y sin cristianismo” (“América”. Áspero.

En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Es verdad que, en principio, el marco temático surge por una añoranza y una noción de

paraíso perdido que pudieran estar vinculadas con el concepto de indianismo, pero ese traslado

que hace Arráiz hacia la América primitiva no sólo parte desde la visión extranjera del mestizo,

sino que además revive la esencia del indio en toda su majestuosidad y plenitud; se trata

meramente de una exaltación, por lo que se estaría hablando, en cambio, de un indigenismo

(Condori, 2010).

Tomando en cuenta estas consideraciones, ya podemos centrarnos en el estudio del

poema propuesto. “Exaltación”, pues, parte de lo que podría considerarse un llamado a una

musa, o más bien, una reproducción de ese llamado:

Lenguaje mío:
conviértete en loco tropel
al decir la exaltación.

(“Exaltación”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

A partir de este momento, comienza una proliferación de tropos y figuras retóricas como

la hipérbole y la anáfora, y el sentido de exaltación, propiamente dicho, cobra todo su vigor:

Más que todos los hombres,


más que todos los hombres de todos los tiempos
que vivieron sus vidas remotas;
más que todos los hombres
yo quiero vivir.

Más que los hombres que arañaban


la tierra parduzca,
con todo el cuerpo y toda el alma
apoyando su peso en el arado,

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detrás del paso de bueyes isócronos,
mientras el sol recorría el espacio.

Más que los hombres


que salían, sonoros de hierro,
agitando las armas
por la senda de guerra.

Más que los hombres


que se propusieron
desentrañar las cosas vedadas
y poco a poco rasgaron
el velo de Dios.

Más que todos los hombres


que han comido y dormido,
más que todos los hombres que amaron,
más que todos los afanes humanos,
más que todas las vidas,
¡más aún!, yo quiero vivir.

Más que todos los dioses.


Más aún que los dioses yo quiero vivir.

Está el cielo sin nubes.


Ahoga tanta azul claridad.

Tres mil quinientas palmeras


se mecen a compás.
Grita el mar sus roncos
quejidos lujuriosos.

Un revuelo de albas palomas


rasga el azul del cielo.
Estoy en el trópico.

Y como un ser extrahumano,


como un dios,
como un dios eternamente sediento,
quiero reír y cantar y sufrir
y llorar y vivir y morir.
Más que todas las cosas:
¡quiero vida!, ¡quiero vida!

¡Que todo lo bueno y que todo lo malo

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me caiga!
Como un titán extrahumano,
soportaré todos los dolores humanos,
saborearé todos los goces humanos.

¡Cómo me horroriza
la insensibilidad de las rocas!

(“Exaltación”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Se advierte que esa exaltación está dirigida hacia lo individual; es el enaltecimiento de un

individuo masculino. El poema se nutre de ese halo de soberbia y vanagloria implicado en el

hombre guerrero, aquel que por sus hazañas se siente en el derecho de disponer de todo cuando

ha quedado a su dominio. Es la misma emoción que se encuentra en las descripciones homéricas

de los héroes clásicos (en especial, héroes como Héctor y Menelao). Pero la voz poética se sitúa

por encima de cualquiera de ellos en la cuarta estrofa.

En la tercera se establece una comparación con el hombre de oficio, aquel que pone su

energía y pasión en el trabajo. Se refiere, en particular, al agricultor, ese individuo que jugó un

papel imprescindible en la conformación de la identidad americana y venezolana, pero es incluso

anterior a cualquiera de las civilizaciones precolombinas de que se tenga conocimiento. Esta

estrofa se pone en dialogismo con el vigésimo sexto poema de la compilación, titulado “El

civilizado”, donde conviven dos hombres pertenecientes a dos momentos históricos totalmente

diferentes, pero que comparten el mismo entorno: el agricultor y el cazador.

Más adelante, la quinta estrofa le da un giro interesante al contexto precolombino de la

obra, pues introduce, de forma críptica, al hombre de ciencia, el hombre que ha osado

desentrañar el sentido del mundo en el que vive y que ha buscado conocer todas sus causas y

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consecuencias, poniéndose por encima de la deidad. La voz poética encuentra una reafirmación

de la vida en esta búsqueda de la verdad, y él quiere estar por encima de ese nivel.

Quiere estar por encima de los dioses, de esa figura que dese los inicios de la civilización

ha sometido al hombre de alguna u otra forma; se quiere liberar de esa opresión; quiere

experimentar una auténtica libertad.

El canto de “Exaltación” es, sobre todo, un grito de guerra, una advertencia que marcará

la pauta para el resto de los poemas de Áspero. Es un viento huracanado que mece “tres mil

quinientas palmeras” y provoca que el mar grite sus “quejidos lujuriosos”. Es aquí donde podrían

estar implícitas las fuerzas de la pasión, un indicador de que el tema del amor es un punto clave

en esta obra de Arráiz, y que forma parte de las necesidades del hombre primitivo americano.

La onceava estrofa nuevamente pone a la voz poética por encima de la deidad, y esto

podría estar en relación con la concepción materialista del mundo, según la cual es el hombre

quien ha creado a Dios a través de la idealización de sus atributos y cualidades (Feuerbach,

1841). Sin embargo, lo relevante de esta referencia es que “Exaltación” se trata de un ímpetu con

el que el hombre quiere hacerlo todo y vivirlo todo, por encima de todo, a la manera de un ser

superior.

Es necesario destacar que esa vitalidad que transmite el poema viene dada por la

complementariedad de los dos recursos retóricos antes mencionados: la hipérbole y la anáfora.

La exageración se fortalece con la anáfora que, mediante la repetición de estructuras sintácticas,

se encarga de proporcionar insistencia a los enunciados y, de esta forma, se logra un mensaje

mucho más violento, imperativo, y se genera la ilusión de una imposición por parte de la voz

poética. El ejemplo más claro lo conforma la sucesión del adverbio “más”, la conjunción “que” y

el sintagma “todos los hombres”.

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Vale mencionar que existe un empleo sutil de otros recursos como el hipérbaton y la

prosopopeya. El primero, de naturaleza sintáctica, consiste en la alteración del orden de las

palabras de los enunciados, y en este caso se puede evidenciar en construcciones como: “Más

aún que los dioses yo quiero vivir”, donde claramente se ha recurrido a esta herramienta con el

mismo propósito enfático de la hipérbole y la anáfora, trasladando el sujeto y el verbo al final de

la oración. Casos similares se encuentran en enunciados como: “Grita el mar sus roncos

quejidos lujuriosos” o “Un revuelo de albas palomas”, donde el atributo, en lugar de situarse

detrás del sustantivo “palomas”, lo antecede.

La prosopopeya, por su parte, se observa en oraciones como la misma anterior: “Grita el

mar sus roncos quejidos lujuriosos”, donde el proceso “gritar”, netamente animal, está siendo

asociado con una entidad absolutamente desprovista de esta capacidad. Un ejemplo afín podría

ubicarse en “mientras el sol recorría el espacio”.

Ahora bien, en esa misma línea conceptual, se presenta una segunda parte del poema

“Exaltación”, en la que, a diferencia de la primera, se comienza con un tono bajo y se alude al

dolor:

Oh, bien sé que hay dolor


y dolor
y dolor.
Solamente dolor.

Sin embargo,
con mi ingenua alegría,
con mi franco entusiasmo,
acojo el dolor.

Como un buitre monstruoso,


con furioso deleite
morderé en el centro del pecho
del dolor
y la sangre más íntima

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chuparé.

Tengo un ansia insaciable


de dolor.
Como un ser extrahumano.
Como un dios eternamente sediento,
más que un dios.

¡Oh, Señor!
Con tu mano fatal
los más duros obstáculos
oponme a mi paso.
De modo
que mi paso,
acostumbrado a salvarlos,
se haga más firme y alado.

¡Oh, Señor!
Que la lucha sin tregua,
la miseria,
el desengaño inclemente,
como dogos de blancos colmillos,
se me planten al frente.
Me siento con fuerzas,
con este sublime valor inicial
para enfrentarme a cada nueva derrota
con nuevo entusiasmo.

¡Oh, Señor!
Y que caiga
de bruces contra la tierra, muerto,
cuando aún la meta esté ante mis ojos
como un espejismo divino
que hasta el segundo final
sostuvo en mi pecho el deseo de luchar.

(“Exaltación”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Podemos inquirir que en esta segunda parte la exaltación ha adquirido un tono un tanto

más pesimista, sin embargo se trata de una aspiración de fortaleza. Quien canta plantea que sólo

a través del dolor y la adversidad el hombre es capaz de alcanzar su máximo potencial, y por eso

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le pide a Dios que le atraviese todos los obstáculos posibles en su camino, y que al final muera

justo en frente de su meta, aquello por lo que luchó en vida.

Se trata de un medio para reafirmar la masculinidad, para reafirmar la valentía, la fuerza,

la resistencia y todos esos atributos estereotípicos del hombre salvaje. Asimismo pareciera que

hay una intención de martirizarlo, sobre todo en los últimos versos, donde se desea la llegada de

la muerte en frente de la meta. Es una forma de convertirlo en un héroe, un modelo a seguir, y

dentro de los marcos del ambiente sociopolítico de la Venezuela de Arráiz, podría tratarse de un

medio para honrar la memoria de todos los que lucharon por la libertad del país.

Pareciera que la tonalidad indigenista del poema estuviera al servicio de metaforizar la

lucha de los venezolanos contra el régimen de Juan Vicente Gómez. Plantearía que cada hombre

estuvo sometido a las más atroces penas y contradicciones pero que, justamente por eso, es digno

de recordar y respetar.

Nuevamente, nos encontramos ante el empleo de figuras retóricas y tropos que enfatizan

el afán de la voz poética. La anáfora vuelve a aparecer con la repetición de sustantivos como

“dolor”, y se evidencian múltiples comparaciones como la de “Como un buitre monstruoso, con

furioso deleite morderé en el centro del pecho del dolor”, con el que no sólo se manifiesta un

ciclo de reiteradas alusiones a heridas en el pecho (también en poemas como “La lanza”, “La

muerte” o “El hermano muerto”), sino que además se aprecian figuras como el hipérbaton, que

altera el orden usual del circunstancial “con furioso deleite”. Un caso parecido yace en la oración

“Que la lucha sin tregua, la miseria, el desengaño inclemente, como dogos de blancos colmillos

(...)”, la cual, al mismo tiempo, es un claro ejemplo de símil.

La prosopopeya también aparece en esta segunda parte del poema, y sintagmas como

“ingenua alegría” denotan el uso de atributos exclusivamente humanos sobre entidades

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inmateriales (conceptos). En esta ocasión, el propósito de tal asociación podría venir del empeño

de referirse a un ser carente de juicio, discernimiento y cautela, como un hombre primitivo.

Sin duda alguna se puede afirmar que estos poemas constituyen la base sobre la que se

erige el discurso de Áspero. No solamente se vislumbran coincidencias formales entre estos y el

resto de los poemas, como por ejemplo la ausencia de rima consonante, el uso recurrente de la

anáfora, la hipérbole, el polisíndeton, el hipérbaton y, por supuesto, las metáforas y símiles, sino

que además se demuestra que contienen la cosmovisión de Arráiz y, de alguna forma, la

justificación de los temas presentes en el poemario, como la muerte, el amor y la naturaleza.

Este tipo de relación se explica con el concepto de ars poetica, planteado por muchos

autores desde Aristóteles, en su Poética, Horacio en su Epístola a los Pisones, y hasta Borges en

su Arte poética. Horacio, de cierta forma, propone un “método lírico”compuesto de dos

principios, uno de ellos es el canon de verosimilitud, y el otro, el de exactitud, con los cuales la

obra debe constituir una unidad temática y estilística (Kilpatrick, 1990).

Por otro lado, Monsalve (2013) considera que la idea de ars poetica está vinculada con la

metapoesía, y que se trata de “(…) plasmar la esencia de la poesía descrita en el poema” (s/p).

Otros autores afirman que, más allá de esta especie de síntesis, un ars poetica debe contener

avisos, reglas y parámetros que conduzcan la lectura de la obra, y en casos extremos, debe

responder a las interrogantes que se generen dentro de la misma (Wiegers, 2013).

Aparecen entonces ejemplos como “El hermano muerto”, donde la voz poética resiste el

dolor que le provoca la muerte de su “hermano ancestral”:

La tristeza es una cosa suave y leve.


Es como una pluma negra
que nada pesa
en la frente del fuerte guerrero

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y ondea negramente.

La tristeza es como una joya


de obsiadiana
de las que hace el viejo artista,
el viejo artista
que aún tiene el pulso firme.
La joya de obsidiana es suave y leve.
La tristeza es suave y leve.

(“El hermano muerto”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Aunado a esto, también se destaca la virilidad y libertad de ese hermano, como el

individuo modelo que tanto desea ser la voz poética en “Exaltación”:

Mi hermano de sangre murió hace ya tiempo.


La herida la tuvo en el pecho.
No hablaba esa lengua extranjera
que hablo yo ahora.
No tenía la frente ultrajada.
No vivía en casas tapadas al sol.
Corría libremente colinas.

(“El hermano muerto”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Como bien lo menciona Garmendia (1923. En Zambrano, 1993), en la presente estrofa se

habla del castellano como una lengua extranjera, por lo que inmediatamente remitimos a la

América precolombina e intuimos que ese hermano muerto no es cualquier hombre sino un

indígena americano, acostumbrado a la naturaleza y sus adversidades. El pecho, como parte

frontal del hombre, es el que contiene toda la esencia de su virilidad, se opone a los senos de la

mujer y es el que protege el corazón .

En el poema “La muerte” se repite la alusión al pecho y se opone a la espalda, siendo éste

el único lugar donde la voz poética no quiere recibir su herida fatal:

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Y algún día,
que me llegue la muerte también (…)

La herida,
que la tenga en el pecho,
en la cara, en la frente,
pero nunca en la espalda.

(“La muerte”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

El extracto nos permite distinguir, por un lado, el mismo deseo de morir que se manifiesta

en la última estrofa de la segunda parte de “Exaltación”, y por el otro lado, la admiración hacia el

pecho, en vez de la espalda, que puede estar motivada en este caso por una relación de valentía-

cobardía: el dar frente a las adversidades de la vida, en oposición al dar la espalda.

En cuanto al poema “Ancestral”, de entrada se advierte una exaltación de la figura

masculina como la que porta la fuerza y el poder de la acción, en contraparte con la femenina,

que es retratada en un rol más bien receptivo. Pero también se encuentra una alusión a esos

obstáculos de la vida y la capacidad de resistencia del hombre:

Cuando
vengan las tempestades
tú te acurrucarás a mi amparo
temblando
y yo seré una torre.
Yo no tengo que amarte, mujer;
venceré los obstáculos
y tú me seguirás
y me darás la blancura de tu cuerpo
y tu amor.

(“Ancestral”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

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La juventud es otro de los atributos resaltados a lo largo del poemario, y en el caso de

“Baile” se destaca con una asociación a la divinidad, ya mencionada en “Exaltación”:

Nos hemos ido a la pradera


cinco hombres y cinco mujeres:
carne de juventud

Todos somos
alados, aéreos,
primaverales,
inquietos,
ligeros de cuerpos,
ligeros de alma,
ligeros como risa,
ligeros como alegría,
ligeros como un espíritu burlón,
un espíritu ligero, burlón e inquieto.

En la pradera florecen las violetas.


Revolotean las mariposas leves.
Estamos los diez, leves
como si tuviésemos
un dios dentro del cuerpo.

(“Baile”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Se trata de ese carácter divino que pretende alcanzar quien canta en “Exaltación”, y que

aquí siente como si estuviera en su interior.

En el poema “Apenas” se hace presente, una vez más, esa vitalidad asociada con lo

masculino y, desde luego, se convierte en motivo de orgullo:

Apenas soy un hombre más.


Y, ¿sabes?,
éste es todo mi orgullo.

Un hombre que siente


y ama y vive.
Un hombre con dos piernas
y un corazón.

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Un hombre que ve y huele y gusta.
Un hombre que corre y grita y come.
Y, ¿sabes?,
éste es todo mi orgullo.

(“Apenas”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Vale destacar que en el presente extracto es muy evidente una de las herramientas que, a

falta de rima consonante, Arráiz emplea para proporcionarle musicalidad a sus versos y estrofas:

la ya mencionada anáfora, que al estar basada en la repetición de determinadas construcciones

sintácticas,contribuye a la creación de ritmos. Véase: “Un hombre...”, “Y, ¿sabes?”, “éste es todo

mi orgullo”, etc.

Ahora bien, es imprescindible tomar en cuenta el poema titulado “Debilidad”, pues platea

lo que podría ser la antítesis de “Exaltación”:

Amigo:
es verdad todo eso que dices.
Pero ahora
vete y déjame solo
llorar.

No me vengas con mis propias teorías.


Es verdad que canté todo eso.
Es verdad que, entusiasta,
proclamé
la hermosura del hombre divino.
Es verdad que adoré la pujanza,
el valor impetuoso, la fuerza.
Pero hoy, amigo,
vete y déjame solo.

Solo, aquí.
Tembloroso y humilde y pequeño,
Solo, frente a la noche inmensa,
frente al bosque sin nombre,
frente a Dios.
Solo, humilde y pequeño.

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No me vengas con mis propias teorías.
Y déjame,
con el rostro en las manos,
sordamente
suavemente
solo, solo,
llorar...

(“Debilidad”. Áspero. En Obra poética. Antonio Arráiz, 1987. Rafael Arráiz Lucca).

Vemos, pues, que se presenta un abatimiento extremo. Pareciera que la voz poética se

estuviera enfrentando a su obstáculo más difícil. No está claro si se trata de un mal de amor, la

muerte, etc., pero ha sido lo suficientemente intenso como para hacerlo rechazar sus

convicciones, las apuntadas en “Exaltación” (y con ello, toda la naturaleza de la obra). De hecho,

pareciera que cuando dice: “No me vengas con mis propias teorías...”, se estuviera refiriendo

paradójicamente a él mismo, es decir, la voz que canta; con lo cual nos encontraríamos ante un

nuevo caso de función metapoética.

Todo lo anterior constituye el corpus de los ejemplos más evidentes que corroboran la

afirmación sobre “Exaltación” como el ars poetica de Áspero. El resto de los poemas aportan

referencias menores y realmente serían redundantes para los propósitos de este estudio.

Retomando brevemente, los tópicos que se abordan en ellos son, según Zambrano (1993),

la naturaleza, en analogía con la historia del hombre natural, y el amor, en sus variantes de: amor

a la tierra, amor a la mujer, amor a los hermanos de raza, etc. Ellos no son más que

manifestaciones de esa vida que tanto anhela la voz poética en “Exaltación”, y son, además,

expresiones del hombre primitivo, que se domina por sus instintos y hambres materiales (Sucre,

1965. En Arráiz, 1987).

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Guillermo Sucre considera que, si bien Arráiz evoca este modo de vida primitiva y parece

reflejar un deseo de volver a ella, su interés real está es en promover la comprensión de los

valores y conductas que forjaron al americano y que, por supuesto, cimentaron el imaginario del

venezolano (1965. En Arráiz, 1987).

Como se mencionó al principio, Áspero podría haber sido concebida con el propósito de

recordarle al venezolano de principios del siglo XX de dónde venía, y advertirle que el curso de

los hechos desencadenados por la dictadura de Juan Vicente Gómez acabaría en la pérdida de la

identidad y la prosperidad.

Podría incluso haber influenciado a otros artistas a recuperar esa esencia de la identidad

americana mediante sus respectivas obras, como el artista plástico y abogado: Pedro Centeno

Vallenilla, quien se dedicó a representar a los personajes de la América colonial y, mediante

elementos y leyes compositivas, exaltó su multietnicidad. De sus pinturas se podría establecer

una relación intertextual con la obra de Arráiz, pues muchas (como Fecundidad, 1942-43)

abarcan esa visión indigenista de Áspero y denotan una valoración de las virtudes masculinas.

Después de repasar cada uno de sus versos, no es de extrañar que este poemario haya

marcado un hito en la historia literaria de Venezuela, y aunque no destaque por la perfección

formal, definitivamente se trata de uno de los mejores ejemplos de poesía venezolana y

latinoamericana, con un manejo increíblemente ingenioso del lenguaje en función del contenido.

Una obra como esta tenía que ser áspera, informe, violenta y libre como el mundo de que era

imagen (Uslar Pietri, 1939. En Arráiz, 1987: 243).

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REFERENCIAS

Arráiz, R. (1987). Obra poética. Antonio Arráiz (1a edición). Caracas: Monte Ávila.

Condori, M. (2010). Levantamientos, revueltas, rebeliones y liderazgos


indígenas (tesis de pregrado). Universidad Mayor de San Andrés, La Paz, Bolivia.

Feuerbach, L. ([1841] 2018). La esencia del cristianismo. Recuperado de


http://www.enxarxa.com

Homero ([ca. s. VIII a. C.] 2003). Ilíada (31a ed). Madrid: Espasa.

Kilpatrick, R. (1990). The poetry of criticism. Alberta: The University of Alberta Press.

Monsalve, J. (6 de abril de 2013). El arte poética: metapoesía [Mensaje en un blog]. Recuperado


de http://monsalve-jhon.blogspot.com

Wiegers, M. (Ed.) (2013). This art: poems about poetry. Washington: Copper Canyon Press.

Zambrano, G. (1993). Áspero, de Antonio Arráiz, en la encrucijada


del amor y la modernidad. Los verbos plurales, 15-38.

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