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Primera: Jer 33, 14-16; segunda: 1Tes 3,12 - 4,2 Evangelio: Lc 21, 25-28.34-36
La venida del Señor está presente en los textos de la actual liturgia; mediante esta
expresión la liturgia quiere mostrarnos el sentido cristiano del tiempo y de la
historia. Vienen días, se nos dice en la primera lectura, en que haré brotar para
David un Germen justo. Jesús, en el discurso escatológico de san Lucas, dice que
los hombres verán venir al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria.
En la primera carta a los Tesalonicenses san Pablo les exhorta a estar preparados
para la Venida de nuestro Señor Jesucristo, con todos sus santos.
MENSAJE DOCTRINAL
Actitud del cristiano. El evangelio nos indica dos actitudes: estar en vela y orar.
La vigilancia es muy oportuna para que cuando llegue el Verbo a nosotros en la
carne de un niño, sepamos aceptar y vivir el misterio. La oración más oportuna y
necesaria todavía, porque sólo mediante la oración se abre a la mente y al
corazón humano el misterio de las acciones de Dios. Por su parte, san Pablo
señala a los tesalonicenses otras dos actitudes: Crecer y abundar en el amor de
unos con otros, y en el amor para con todos; comportarse de modo que se agrade
a Dios. ¿Qué mejor manera de prepararse a la venida del Amor sino mediante el
crecimiento en el amor? Jesucristo en su vida terrena no buscó otra cosa sino
hacer lo que es del agrado de su Padre, por eso, una manera estupenda de
prepararse para la Navidad es buscando agradar a Dios en todo.
SUGEREncias PASTORALES
El sentido del tiempo. Para nosotros, los cristianos, no hay sentido del tiempo
sino en Jesucristo. El es el centro de la historia y de los corazones. La historia
tiene en él su punto de partida (Cristo es el alfa) y su punto de llegada (Cristo es
la omega). El tiempo y la historia culminan en él, alcanzan en él su plenitud
absoluta y su sentido supremo. Sin Jesucristo el tiempo y la historia son sólo un
puro accidente. Con Cristo, son un designio de Dios, una historia de salvación,
un yunque en el cual forjar nuestra decisión en la libertad y responsabilidad. Para
nosotros el tiempo no es una simple sucesión de segundos, minutos y horas; una
cadena de días meses y años; una sucesión y una cadena sin rumbo fijo, a la
deriva de fuerzas impersonales dominadoras que llevan al caos. Para nosotros, el
tiempo con sus siglos y milenios es una historia, dirigida y timoneada por Dios;
para nosotros, el tiempo tiene un principio de unidad y armonía, de coherencia y
cohesión, no en los imperios o en las ideologías, tan caducos como los mismos
hombres, sino en Jesucristo, que es de ayer, de hoy y de siempre. Nuestra vida
diaria con sus tópicos, su monotonía, sus mismas vulgaridades, forma parte de un
proyecto divino, es una tesela dentro del gran mosaico de la historia de la
salvación planeada por Dios. En el sentido del tiempo está incluido
inseparablemente el sentido de mi tiempo. ¿No da esta realidad de nuestra fe un
gran valor a la vida de cada cristiano, a tu vida?
Crecer y abundar en el amor. San Juan de la Cruz concluía una de sus poesías:
"Que sólo en el amor es mi destino". La venida primera de Cristo en la Navidad
es una venida de amor, y es igualmente venida de amor su retorno al final de los
siglos, su parusía. Entre el amor de Cristo que viene y que vendrá se intercala la
vida humana que, como en una sinfonía, desarrollará el tema del amor con el que
comienza y concluye la pieza musical. Crecer resalta el aspecto dinámico del
amor: crecer en el amor a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; en el amor a María y
a los santos. Crecer en el amor a la propia familia, a los parientes, a los amigos, a
los desconocidos, a los necesitados, a los enfermos, a los pecadores... ¿Cómo?
Piensa a ver qué se te ocurre, que sin duda serán muchas cosas. Abundar pone de
relieve la generosidad en el amor, ese rasgo típico de la existencia cristiana.
¿Eres generoso en el amor o lo andas midiendo con el metro de tu egoísmo?
Bienaventurados los generosos en el amor porque ellos tomarán parte en el
cortejo al momento de la parusía de Jesucristo.
MENSAJE DOCTRINAL
3) María es hermana y madre nuestra. En cuanto hermana, igual que todos los
cristianos: hija adoptiva de Dios por medio de Jesucristo, elegida para ser
heredera del Reino de Dios, ordenada a ser alabanza de la gloria de Dios, igual
que todos los que han puesto su esperanza en Cristo (segunda lectura). Su
grandeza radica en que combinó en su vida simultáneamente el ser nuestra
hermana con el ser nuestra madre. Nos dice la Constitución dogmática sobre la
Iglesia: "María colaboró de manera totalmente singular a la obra del Salvador por
su fe, esperanza y ardiente amor, para restablecer la vida sobrenatural de los
hombres. Por esta razón es nuestra Madre en el orden de la gracia" (LG 61). Y
poco antes leemos: "La misión maternal de María para con los hombres de
ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino
que manifiesta su eficacia. En efecto, todo el influjo de la Santísima Virgen en la
salvación de los hombres... brota de la sobreabundancia de los méritos de Cristo,
se apoya en su mediación, depende totalmente de ella y de ella saca toda su
eficacia" (LG 60).
SUGEREncias PASTORALES
María: admirable e imitable. Las dos cosas y las dos inseparables. Porque Dios
ha hecho en ella obras grandes es admirable. Porque nunca ha dejado de ser
pequeña como nosotros, en medio de su excelsitud y su gloria, es por igual
imitable. Como cristianos debemos admirar a María, la mujer más excelsa salida
de las manos del Creador, árbol en quien fructifican la ciencia de Dios y la vida
divina. Pero María es también como una madre y una hermana, que está junto a
nosotros, que nos acompaña en nuestro camino, cuyas virtudes tan humanas son
accesibles a todos. En el jardín de su vida vemos florecidas todas las flores más
bellas. Con palabras cariñosas de madre nos dice que nuestra vida es también un
jardín. Si sembramos virtudes, como María, también florecerán las virtudes.
MENSAJE DOCTRINAL
Las etapas de la Palabra. "En el principio existía la Palabra". Esa Palabra divina,
antes de encarnarse en Jesús de Nazaret, ha hecho un largo recorrido por la
historia humana. La liturgia nos presenta algunas de esas etapas milenarias: 1) La
Palabra que habla del futuro, un futuro transformado por el poder de Dios, para
dar ánimo y consolación a los hombres. Es la Palabra, por ejemplo, del profeta
Baruc. En lenguaje poético imagina el profeta a Jerusalén vestida como una
madre en luto por haber perdido gran parte de sus hijos. Baruc entona un canto a
la ciudad de Jerusalén renovada, transformada por la mano poderosa de Dios:
"Vístete ya con las galas de la gloria de Dios". 2) La Palabra que habla al
presente en el que el pasado llega a su cumplimiento. En Juan Bautista se cumple
el oráculo de Isaías: "Voz del que clama en el desierto: preparad los caminos del
Señor, enderezad sus sendas". Llega al presente de la vida de los judíos (Pilatos
procurador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, regiones habitadas en gran
parte por los judíos) y de la vida de los paganos (Filipo tetrarca de Iturea y de
Traconítide, Lisanias tetrarca de Abilene, regiones paganas). La Palabra dirigida
al futuro es sobre todo Palabra de aliento y consolación; la Palabra encaminada
hacia el presente es más bien Palabra de exhortación y compromiso, de
conversión para el perdón de los pecados. 3) La Palabra que diariamente se vive
y con la que se colabora con amor y gozo. La Palabra de Dios se hace vida en la
cotidianidad de los cristianos y en sus quehaceres diarios. Y todos están llamados
a colaborar con el Evangelio, con la Palabra de la Buena Nueva, para que llegue
a todos los rincones del imperio romano y hasta los confines del mundo.
SUGEREncias PASTORALES
La Palabra de Dios hoy. La carta a los Hebreos nos dice que la Palabra de Dios es
viva y eficaz, cortante como espada de doble filo (4,12). El texto sagrado no dice
fue o será, sino es. Dios sigue hablando a los hombres en el hoy de la historia. La
misma Palabra que habló por medio de los profetas, que resonó en los labios de
Juan el Bautista, que se encarnó en Jesucristo, que fue proclamada por los
apóstoles. Dios desea continuar su diálogo con el hombre. Si en nuestro tiempo
no se percibe la Palabra de Dios, no es que haya dejado Dios de hablar, sino que
hemos silenciado consciente o inconscientemente su voz. Dios nos habla por
medio de la Escritura sagrada leída e interiorizada en la oración; nos habla en las
acciones litúrgicas de la Iglesia, sobre todo en la celebración eucarística, cuya
primera parte está dedicada a la liturgia de la Palabra. Dios nos habla por medio
de los pastores, de los obispos en sus diócesis, del Papa en toda la Iglesia como
pastor universal. Dios nos habla por medio de los profetas, esos hombres de Dios
que interpretan los acontecimientos de la vida y de la historia desde Dios y
movidos por el mismo Dios. Dios nos habla por medio de los mártires y de los
santos, que con su sangre y su vida gritan a la humanidad el misterio insondable
de Dios, del tiempo y de la eternidad, del vivir histórico del hombre. Dios habla
por medio de la conciencia, para que en fidelidad a ella seamos salvados y
colaboremos con Cristo en la obra de la salvación. Dios prosigue hablándonos a
los hombres de muchas maneras. ¿Escuchamos su voz? Hagámoslo antes de que
sea tarde...
MENSAJE DOCTRINAL
¿Por qué alegrarse? Son varias las causas que se hallan en los textos litúrgicos. 1)
Primeramente, porque Dios ha anulado tu sentencia. Sofonías imagina a Yahvéh
como a un jefe de tribunal que, después de haber dictado sentencia condenatoria,
la anula. ¿Cómo no alegrarse? Históricamente se refiere a la pesante opresión que
el imperio asirio ejercía sobre el reino de Judá en tiempo del rey Josías, y de la
que Yahvéh le ha liberado (primera lectura). 2) Alegrarse, porque Yahvéh está en
medio de ti. Esa presencia divina de poder y de salvación libra de todo miedo, y
renueva al reino de Judá con su amor. Es una presencia protectora y segura
(primera lectura). 3) Alegrarse, porque el cristiano posee la paz de Dios que
supera toda inteligencia (segunda lectura). Esa fe de Dios, que es fruto de la fe y
del bautismo, y que se experimenta de modo eficaz en la celebración litúrgica,
cuando "presentamos a Dios nuestras peticiones, mediante la oración y la súplica,
acompañadas de la acción de gracias" (segunda lectura). 4) Finalmente, alegrarse
porque Juan el Bautista, el precursor, proclama la Buena Nueva de Cristo
(evangelio) y, con él y como él, todos los precursores de Cristo en la sociedad y
en el mundo. Por todo ello, podemos decir que el cristianismo es la religión de la
alegría. Pero, alegría en el Señor, como nos recuerda san Pablo.
SUGEREncias PASTORALES
¿Cuáles son las justas relaciones entre el hombre y Dios? Una respuesta a este
interrogante nos viene de la liturgia de hoy. Los textos nos indican
principalmente las relaciones de Jesús y de María. Relación de Jesús con su
Padre (segunda lectura), con Juan Bautista en el seno materno (evangelio), con la
profecía (primera lectura), con el sacerdocio levítico (segunda lectura). Relación
de María con el Espíritu Santo, con Isabel, su prima (evangelio), y sobre todo con
el Verbo (evangelio).
MENSAJE DOCTRINAL
Relaciones de Jesús. Ser y existir como hombre es estar y entrar en relación. Las
relaciones humanas pueden ser sumamente variadas, pero al final se reducen a
tres fundamentales: relación con Dios, con el hombre y con el mundo que lo
rodea. A la liturgia interesan las dos primeras relaciones. La relación
fundamental de Jesús es con su Padre. Es una relación filial de obediencia: "Yo
vengo para hacer, oh Dios, tu voluntad" (segunda lectura). Es la obediencia de un
hijo que trata de agradar en todo a su padre. Esta obediencia filial llegará hasta el
extremo del sacrificio. No se puede separar, en el misterio cristiano, la Navidad
de la pasión, la Navidad de la Pascua. Jesús mantiene su obediencia al Padre
mediante su relación con la profecía, una relación de cumplimiento. El profeta
Miqueas apostrofa a Belén, diciéndola que no será la ciudad más pequeña de
Judá, porque en ella nacerá el dominador de Israel. Jesús, naciendo en Belén,
lleva a cumplimiento la profecía, en actitud de obediencia a la historia salvífica
trazada por el Padre. La relación de Jesús con María es una relación oculta,
extraordinaria: La de quien alimenta su fe y se alimenta de su sangre. El
evangelio nos habla, finalmente, de una relación misteriosa de Jesús, en el seno
de María, con Juan Bautista, en el seno de Isabel. En la presencia de Dios en la
historia, mediante María santísima, llena de gozo al último de los profetas de
Israel y representante último y cualificado del Antiguo Testamento, Juan
Bautista. Es el gozo mesiánico, que preanuncia la hora de la salvación. La
obediencia filial de Jesús, que asume la condición del tiempo y de la historia,
fructifica en la alegría redentora que aporta a los hombres.
Relación de María. Hay dos relaciones de María, que no aparecen en los textos
litúrgicos, pero que están implícitas: la relación con el Espíritu Santo y con el
Verbo encarnado en su seno. Sin estas dos relaciones no se explica el episodio de
la visita de María a su prima Isabel. La relación íntima y personal del Espíritu
Santo con María ha hecho posible que el Verbo de Dios asuma carne y se vaya
formando hombre en su seno materno. La relación de María con el Verbo de
Dios es extremamente misteriosa y delicada: Misteriosa porque la fecundación de
su seno es obra de Dios mismo; delicada, porque está dando a Dios su carne y su
sangre, pero sobre todo su amor, su dedicación, su entrega total. La relación de
María con Isabel es de servicio. Viene a ayudarla en los últimos meses de
embarazo. Viene movida por los lazos naturales, pero sobre todo por el Espíritu
de Dios y por el Verbo que siente presente en su seno: un movimiento natural y
pneumático, al mismo tiempo. En el canto del Magnificat, María eleva su voz a
Dios para alabarle y agradecerle con gozo el misterio que encierra en su seno, a
pesar de su pequeñez y de su humildad. ¿Cómo no alabar a quien se ha dignado
acudir a ella para llevar a cumplimiento su designio de salvación, y la aspiración
más sublime e intensa de los hombres? Por último, en María se lleva a cabo
también la profecía de Miqueas: Ella es aquélla que "dará a luz cuando deba dar a
luz" al Mesías. La relación de maternidad, a través de la cual se expresa toda la
feminidad de María en relación con Jesús.
SUGEREncias PASTORALES
Saber relacionarse. En la conversación humana es frecuente escuchar: "Hay que
saber relacionarse". Con ello se quiere decir que es bueno tener muchas
relaciones, y sobre todo relaciones con gente influyente. La razón es evidente: así
se tiene la posibilidad de que se abran muchas puertas en los diversos ámbitos de
la vida humana: político, financiero, social, profesional, educativo, religioso...Yo
quiero invitar a mis hermanos en la fe y en el sacerdocio a saber relacionarse con
personas de extraordinaria influencia: con Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo; con
María santísima, nuestra madre y nuestra reina; con los santos, nuestros
hermanos y protectores desde el cielo. Estas relaciones no te dan acceso, claro
está, a excelente puesto de trabajo, ni a un negocio redondo. Estas relaciones,
más bien ejercen su influjo en tu interior, transformándolo; en tu visión de las
cosas y de la vida, haciendo que sea según Dios; en tu relación con los hombres y
con las cosas, de forma que esté siempre inspirada por el amor y por el servicio;
en tu relación con tu propia historia, convirtiéndola, tal vez, de una historia sin
sentido a un sentido con historia. ¡Cuántos bienes nos pueden venir –y podemos
obtener para los demás–, si sabemos relacionarnos con Dios, con la Virgen, con
los santos! En el campo de la historia es importante saber relacionarse, ¿no lo va
a ser igualmente en el campo del espíritu? Bienaventurados los que saben
relacionarse, porque serán como un árbol frondoso que dé frutos en sazón: frutos
de bien, de felicidad, de salvación.
MENSAJE DOCTRINAL
Los hombres ante el Salvador. 1) Si el Niño que celebramos esta noche santa es
el salvador de todos, no cabe otra actitud que aceptar con amor su salvación. Para
acogerla con amor se precisa el reconocimiento sincero de estar necesitado de
ella, y además la conciencia de que la autosalvación es imposible; la salvación se
nos da, no forma parte de los derechos humanos, ni es objeto de conquista.
Acoger la salvación requiere un acto de plena libertad y una singular valoración
de la persona que me salva, por pura iniciativa suya y sin pedirme nada de
antemano. Si alguien no acoge a este Niño salvador es, en el mayor de los casos,
por ignorancia: No sabe lo que se pierde. 2) Quien lo acoge, ha de hacerlo con
alegría; con la alegría de quien estaba envuelto en densas tinieblas, y ahora le
llega la luz; la alegría del campesino a la hora de la siega y de la recolección; la
alegría de los soldados que, según las costumbres de aquellos tiempos antiguos,
lograda una victoria, se reparten el botín. 3) La acogida de nuestro Salvador es
fuerza de renovación y compromiso para la vida. El Niño nos salva para que
hagamos presente en nuestras vidas, como él, la prudencia, la fortaleza, la
justicia, la piedad. No cabe duda de que la salvación de Dios no es una salvación
de ganga y baratija; equivale a la salvación del hombre y a la salvación del
mundo. "Fuera de él, no hay salvación".
SUGEREncias PASTORALES
Una noche para jamás olvidar. En la vida de todo hombre hay algún episodio,
algún momento de su existencia que jamás olvidará. Esos momentos o episodios
los solemos llamar fuertes, porque impresionan fuertemente nuestra inteligencia,
nuestra sensibilidad y nuestra memoria. Si alguien ha tenido un accidente mortal,
del que salió con vida por milagro, ¿lo podrá olvidar? O, no sé, la llegada del
primer hijo tan deseado por los esposos, o esa noche insomne en que después de
tantos meses aparentemente infecundos el artista intuye un cuadro o una obra
literaria, o la muerte de un ser muy querido, o la primera operación quirúrgica, el
primer proyecto arquitectónico o la primera misa. Quiero decirte que esta noche
de Navidad, Navidad jubilar por los dos mil años del nacimiento de Jesucristo, ha
de ser una experiencia religiosa tan fuerte en tu vida, que no la puedas olvidar
jamás. Te invito a meterte en el misterio que celebramos con toda tu persona y
con toda tu capacidad de experimentar el amor. Te invito a pedir a ese Niño
divino, con corazón humilde y con intensidad, que te alcance el milagro de una
fe, de un amor y de una esperanza tan vivos, tan penetrantes, tan profundos, que
permanezcan para siempre grabados en tu memoria. Habrá muchos millones de
hombres, desgraciadamente, para quienes esta Navidad sea un día más o una
navidad más. Que para ti no sea así. Se me ocurre imaginar que Dios está
deseando grabar esta santa noche con letras de oro en tu mente, en tu corazón, y
en el resto de tu vida futura.
Podríamos decir que las lecturas del día de Navidad se concentran en dar una
respuesta al gran interrogante que ha atravesado dos mil años de cristianismo:
¿Quién es Jesucristo? La respuesta la encontramos, sobre todo, en el prólogo del
evangelio según san Juan: El Verbo, el creador del universo, la luz del mundo, el
revelador del Padre, etc. Esta respuesta del evangelio es colocada en el ámbito
del profetismo del Antiguo Testamento: Jesucristo, el mensajero que trae la paz y
la salvación (primera lectura); Jesucristo, el último y definitivo profeta de Dios
(segunda lectura).
MENSAJE DOCTRINAL
1) Jesucristo es el Verbo, que vive en el seno de Dios, y que pone su tienda entre
los hombres, en un determinado momento de la historia. Jesucristo, antes de ser
una palabra pronunciada por la historia, es La Palabra pronunciada por el mismo
Dios. En el mundo de Dios el Padre está pronunciando eternamente La Palabra.
En Belén, en tiempo del emperador Augusto, La Palabra eterna es pronunciada
por labios humanos, se convierte en palabra de carne. Se llama Jesús de Nazaret.
¿Quién es Jesús? Es el Verbo, que al ser pronunciado por los hombres, suena
Jesús de Nazaret. ¿Quién es el Verbo? Es Jesús, a quien el Padre llama La
Palabra. En el misterio de Jesucristo no se puede separar la eternidad del tiempo,
el Verbo de Jesús. Sería traicionar la revelación de Dios. A lo largo de la historia
Dios había pronunciado palabras por medio de los profetas, palabras que
manifestaban de modo incompleto la revelación de Dios. Con Jesucristo el Padre
pronuncia la última, definitiva y única Palabra, en la que se compendia y llega a
plenitud toda la revelación (segunda lectura).
2) Jesús es la vida y la verdadera luz del mundo. Vida y luz son dos imágenes
muy usada en todo el Antiguo Testamento. Dios es el creador de la vida (plantas,
animales, hombre). A la vez que creador, es también el señor, que dispone de ella
según sus inescrutables designios. El hombre ha sido creado para la vida, no para
la muerte. Con todo, a causa del pecado, el reino de la muerte se ha instalado en
la historia. Cuando los cristianos proclamamos que Jesús es la vida, afirmamos
que él es el vencedor de la muerte y el restaurador de la vida en la humanidad. Al
restaurar la vida, ésta es como un faro de luz en un mundo prisionero de la
tiniebla. Al confesar que Jesús de Nazaret, en el momento mismo de nacer es
vida y luz de los hombres, estamos afirmando también que no es una vida
cualquiera o una luz cualquiera, efímera y débil, sino la Vida y la Luz originales,
presentes en Dios mismo. Porque es Vida y Luz, su historia personal, una más en
sí misma entre las historias de los hombres, es fuente de Vida y de Luz para la
humanidad entera.
3) Jesús es el revelador del Padre. "A Dios nadie le ha visto jamás, el Hijo
unigénito, que está en el seno del Padre, nos lo ha revelado". Jesucristo no sólo es
el revelado por los profetas, por ejemplo, por Miqueas, como mensajero de paz,
de consolación y de salvación, o no sólo es revelado superior a los ángeles
(segunda lectura). Él mismo, en persona, es revelador. ¿Y qué otra realidad más
honda puede revelarnos sino el misterio de Dios, del que viene y en el que habita,
absolutamente desconocido para los hombres? El Padre no es visible. Se hace
visible y presente en Jesucristo. Lo hace visible hablándonos del Padre, v.g. las
parábolas del padre misericordioso, y sobre todo nos habla del Padre en su modo
de vivir y de estar en el mundo, entre los hombres.
SUGEREncias PASTORALES
¿Qué otro concepto puede aglutinar los textos de este domingo sino el de la
familia? Se habla de la familia de Dios: Dios Padre, el Hijo de Dios, y los
hombres hechos hijos de Dios por la fe (segunda lectura, evangelio). En la
primera lectura y en el evangelio se mencionan dos familias, entre las que parece
darse un cierto paralelismo, con algunas semejanzas y con muchas diferencias.
Son la familia de Ana y la de María. A ambas mujeres Dios les concedió un hijo
de un modo singular: el profeta Samuel a Ana, Jesús de Nazaret a María.
MENSAJE DOCTRINAL
La familia de Ana y María. ¡Dos familias de las que nos habla la Biblia! Una, la
de Ana, pertenece al Antiguo Testamento, la otra, la de María al Nuevo. Ambas
familias: Elcaná y Ana, José y María, eran justos a los ojos de Dios. Ana estaba
casada y no podía tener hijos por ser estéril, María estaba prometida a José y era
virgen. Ana pide a Yahvéh que le conceda un hijo, María le pide que se haga en
todo su voluntad. Dios escucha la oración de Ana, haciendo fecundo su seno;
Dios cumple su voluntad con María, haciéndola madre sin dejar de ser virgen.
Samuel, hijo de Ana, ocupa un puesto relevante en la historia de la salvación;
Jesús, hijo de María, ocupa su vértice y su plenitud. Elcaná es el padre natural de
Samuel, José es sólo el padre legal de Jesús. Samuel, a los tres años, fue llevado
al santuario de Silo, ante Yahvéh y consagrado a él para toda la vida. Jesús fue
consagrado a Yahvéh a los cuarenta días de su nacimiento, y vivió treinta años
con sus padres en Nazaret. Samuel vivió al servicio de Yahvéh en el santuario;
Jesús, a los doce años, se quedó en el templo sin saberlo sus padres, dejó
estupefactos a los maestros por su inteligencia y sus respuestas, y a María y José
les respondió con una pregunta enigmática: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que debía ocuparme de las cosas de mi Padre?" De la relación de Samuel con sus
padres el libro sagrado no nos dice nada más; Jesús, sin embargo, vivió en
Nazaret con sus padres hasta los treinta años, en actitud de obediencia filial. En
los dos casos, se pone en evidencia un elemento común: Tanto en la familia de
Ana como en la de María Dios cuenta y se cuenta con Dios. Las condiciones
culturales y sociológicas de la familia pueden cambiar enormemente, pero el que
Dios cuente y el que se cuente con Dios constituye un aspecto esencial de toda
familia, en cualquier condición cultural, política o sociológica.
SUGEREncias PASTORALES
Ser y hacer familia. Ante todo, ser familia. Y esto quiere decir un padre, una
madre y al menos un hijo, pero si más, mejor. Pongo por delante mi respeto a
todo ser humano, en cualquier estado o condición, pero a la vez pienso que hay
que ser claros y llamar las cosas por su nombre. Por ello, opino que una mujer
sola con un niño, no ES familia, como tampoco, aunque los casos hoy por hoy
sean raros, un varón solo con un niño. Opino que dos lesbianas con un niño no
SON familia, como tampoco lo son dos homosexuales con un niño. En estos
casos, la mayoría de las veces, si no todas, ni Dios cuenta ni se cuenta con Dios.
En segundo lugar, siendo familia, hacer familia. Es decir, construir día tras día,
ladrillo tras ladrillo, el edificio familiar. La familia se construye con la
colaboración de todos sus miembros, y cumpliendo cada uno sus propias
funciones de padre, madre e hijos. Si las funciones o roles se trasponen o
tergiversan, no se construye la familia. Por ejemplo, si los padres son los que
obedecen los caprichos del hijo o de los hijos, o si los hijos sufren no pocas veces
los caprichos de los padres (divorcio, una amante...). El edificio de la familia no
se acaba nunca de construir, es una tarea de toda la vida. Es una tarea que exige
el sacrificio de unos y otros (esposos, padres, hijos) para hacerse mutuamente
todos felices.
¡Salvad la familia! Que la familia está siendo atacada por muchas partes, resulta
algo obvio. Que hasta ahora la institución familiar, aunque muchos hayan caído
en la batalla, ha resistido bien los ataques, también es verdad. Parece cada vez
más claro a politólogos, sociólogos, y a hombres de los medios, que la voz
unánime de la Iglesia católica, desde siempre, pero más intensa a partir del siglo
XX, de salvar la familia para salvar la sociedad y al hombre, es una voz profética
y llena de sabiduría, que hay que escuchar. a punto de finalizar el jubileo de la
Encarnación del Verbo, la Iglesia y todos los hombres rectos y justos, tienen que
elevar su voz muy alto para gritar: "¡Salvemos la familia!". Hay que salvarla del
lenguaje equívoco que por todas partes la acecha. Hay que salvarla de todos los
virus que la destruyen: divorcio, infidelidad, mentalidad hedonista,
individualismo egoísta. Hay que salvarla promoviendo el sentido de familia,
valorando la riqueza humana y espiritual de la familia. Hay que salvarla
formando a los jóvenes en el amor, en la responsabilidad, en la entrega y
capacidad de donación. Hay que salvarla, ofreciendo diversos modelos de
auténtica familia. Nadie se excluya. Cada uno tiene su parte en esta gran tarea de
salvar la familia.
Hacer memoria, recordar, es propio del pueblo de Israel, de María santísima y del
cristiano. El pueblo de Israel hace memoria, en el culto, de las maravillas que
Dios ha realizado en él, que se resumen en la bendición y en la paz (primera
lectura). María recuerda los acontecimientos que ha vivido en torno al misterio
de su maternidad divina (evangelio). La comunidad cristiana hace memoria de
Jesús, como un ser enteramente humano (nacido de mujer, nacido bajo la ley),
pero al mismo tiempo Hijo de Dios, capaz de liberar al hombre de toda esclavitud
(segunda lectura).
MENSAJE DOCTRINAL
Memoria de las "maravillas del Señor". En el pueblo de Israel, caso único, hay
una clarísima conciencia de la presencia de Dios en su marcha por los senderos
de la historia, muchas veces, para la mente humana, tortuosos y oscuros. Desde
Adán todo responde a un designio, a una historia salvífica, y Dios es el artífice y
el guía de esa historia. Los israelitas no cesan de admirar, generación tras
generación, las obras sorprendentes y grandiosas llevadas a cabo por Dios en
bien de su pueblo: las plagas de Egipto, la liberación de la esclavitud egipcia, la
revelación del Sinaí y el don del Decálogo, la victoria sobre los diversos
enemigos que tienen que afrontar en su camino hacia la tierra prometida, la tierra
que mana leche y miel, la presencia viva y consoladora en el templo de Jerusalén,
el inesperado retorno del exilio de Babilonia... El lugar por excelencia de la
memoria es la liturgia en el santuario primero y luego en el templo de Jerusalén.
Antes que nada, la liturgia de las grandes fiestas: Pascua, Pentecostés,
Tabernáculos. Luego, la liturgia de cada día y de las fiestas menores, como el
inicio del año, los novilunios, o la fiesta de los "purim". La memoria de todos
estos grandes acontecimientos se recogía condensadamente, al terminar la liturgia
del día, en la bendición de la primera lectura, y se proyectaba como deseo para el
futuro. Gracias a la memoria de las maravillas del Señor existe el Antiguo
Testamento, y los cristianos conocemos nuestros orígenes y el modo de obrar de
Dios en la historia. Los primeros cristianos seguirán recordando las maravillas de
Dios en la vida de Jesús y de la primitiva Iglesia, y por ello tenemos el Nuevo
Testamento y el grande misterio que da razón de ser de nuestra existencia, de
nuestra misión en el mundo y de nuestro destino final.
Nuestra Señora del recuerdo. En dos ocasiones, que tienen que ver con los
misterios de la infancia de Jesús, san Lucas menciona a María haciendo memoria
de los acontecimientos vividos. No se trata de un acto aislado, pasajero, sino de
una actitud de María, que mantiene a lo largo de su vida terrena. En el Magnificat
recuerda la misericordia de Dios, de generación en generación, para los que lo
temen. María recuerda, sobre todo, los acontecimientos en los que Ella ha
tomado parte: encarnación del Verbo, nacimiento de Jesús, adoración de los
pastores y de los Magos, circuncisión del Niño, imposición del nombre, etc.
Recuerda los hechos, pero principalmente el misterio inefable que en los hechos
se esconde, para entrar en él por medio de la fe y del amor. Evoquemos también
la figura de María, en los últimos años de su vida, haciendo memoria de la vida
de Jesús en Nazaret, de la vida pública de su hijo, del misterio pascual, de
Pentecostés, de los inicios de la Iglesia... María entra en la bodega del recuerdo,
no con la nostalgia de experiencias profundas e irrepetibles, sino con el gozo de
quien revive esos momentos en el presente, gracias a la profundidad y riqueza del
misterio que en ellos se encierra y que a todos interpela. María, la dimensión
femenina y maternal de la Iglesia, pone de relieve el papel de la memoria, de la
contemplación activa, para que el cristianismo se mantenga fiel a sus orígenes y
en ellos encuentre el impulso más genuino a la acción y al apostolado.
SUGEREncias PASTORALES
Recordar rezando el rosario. Uno de los medios más eficaces que la Iglesia ofrece
a la piedad cristiana para recordar es el rezo del santo Rosario. El Rosario se reza
en honor y alabanza de María santísima, pero el centro de los misterios que se
recuerdan lo ocupan los acontecimientos principales de la vida de Jesucristo. En
esta práctica de piedad, que ha caído notablemente en desuso en nuestro tiempo,
al culto a María se une el recuerdo de las grandes verdades del misterio cristiano,
realizándose de este modo una síntesis muy recomendable entre fe y piedad. En
el recuerdo de estos acontecimientos nos acompaña María que los vivió de modo
personal, y que ahora nos hace de guía y de modelo. Con ella y como a través de
su memoria, recordamos los misterios gozosos, que tienen que ver con la llegada
del Mesías entre nosotros, del Enmanuel, y en los que María tomó parte de un
modo único y excepcional. Recordamos también los misterios dolorosos,
misterios que se refieren a los últimos días de la vida de Jesús entre los hombres,
en los que consumó la obra de la Redención muriendo en una cruz, a cuyos pies
María compartía su dolor y colaboraba de modo singular en la obra de la
Redención. Recordamos, finalmente, los misterios gloriosos, en los que
celebramos el triunfo de Jesucristo y, asociado a Él y por obra suya, el triunfo de
María santísima, llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial. ¿Habrá pasado de
moda la práctica del rosario? ¿Cómo rezar el rosario, individualmente o en grupo,
para que sea memoria viva de los misterios de nuestra fe, cogidos de la mano
maternal de María?
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
¡Atentos a los signos de Dios! Los Magos vieron una estrella nueva en el
firmamento, y ésta suscitó su interés y su búsqueda. Fue un signo que Dios les
envió y no lo dejaron pasar sin más, sino que descifraron su sentido y se pusieron
en marcha. En efecto, el año 7 a.C. se efectuó la conjunción de Júpiter y Saturno
en la constelación Piscis. Júpiter representaba la soberanía universal, Saturno era
la estrella del pueblo judío, y Piscis significaba el fin de los tiempos. Conclusión:
en Judea ha nacido el rey universal, en la plenitud de los tiempos. ¡Atención,
reflexión, acción! Hemos de estar atentos porque Dios va sembrando, día tras día,
no pocos signos de su presencia y de su amor eficaz, en la pequeña realidad de
nuestra vida y en los diversos acontecimientos de la historia local, nacional o
internacional. Hemos de reflexionar porque se trata de signos, no de evidencias, y
porque los signos por su misma naturaleza remiten a otra realidad más allá de
ellos mismos. Una vez interpretado correctamente el signo, hemos de pasar, de la
atención y de la reflexión a la acción, para que el signo de Dios fructifique en la
tierra de los hechos concretos. Dios sigue hoy hablando al hombre con palabras y
con acciones, quizás lo que suceda es que los hombres no estamos preparados
para descifrar su lenguaje. Los mártires del siglo XX, ¿no son un signo de Dios?
Dos millones de jóvenes reunidos en Roma para la Jornada Mundial y el Jubileo
de la Juventud, ¿no es acaso una palabra significativa que Dios nos dirige? ¿Y los
Movimientos eclesiales? ¿Y el renacer del espíritu religioso y del ansia de
trascendencia?...
Un mundo con algo que ofrecer a Dios. Cada año los cristianos celebramos la
Navidad, la Epifanía. Dios se nos da, pequeño e impotente, sobre un pesebre o en
manos de su Madre, María. Se nos da como Salvador, como Amor, como camino
de vida, a todos sin excepción. ¿Qué ofrece, en cambio, el mundo al Salvador?
¿Qué le ofrecemos nosotros, cada uno de nosotros? ¿Tiene el mundo un poco
más de paz que ofrecer a quien es llamado el "príncipe de la paz"? ¿Tiene el
mundo algo más de solidaridad para con los más necesitados, sean individuos o
naciones, para ofrecer a quien quiso hacerse en todo solidario con los hombres,
menos en el pecado? ¿Ofrece el mundo más pan a los que tienen hambre, más
medicinas a los que están enfermos, más ayuda para la educación a quienes no
tienen posibilidades, sabiendo que "cuando lo hicisteis con uno de estos mis
hermanos más pequeños conmigo lo hicisteis"? ¿Cuenta el mundo con más
verdad, más honestidad, con más justicia para quien es la Verdad, para quien es
el Justo por excelencia? El mundo, cada nuevo año, puede ofrecer muchas cosas
buenas a Dios. Cada uno de nosotros es parte de ese mundo, y puede y debe
contribuir para ofrecer "algo" a Dios. ¿Con qué piensas contribuir este primer año
del tercer milenio?
Don para Israel, don para el mundo. Nada hay más extraordinario que el hecho de
que Dios haya querido ser don para el hombre. No se trata de darle cosas, objetos
materiales. Eso ya sería grande, pero se queda chico ante la maravilla de un Dios,
don de sí mismo. En la historia de las relaciones de Dios con el hombre,
primeramente es un don que se encarna bajo la forma de sabiduría. Es una
sabiduría divina, la que hallamos en la primera lectura. Preexistía cerca de Dios y
ha salido de su boca, y a la vez ha puesto su tienda en Jerusalén y tiene su lugar
de reposo en Israel. Es decir, en medio de la sabiduría humana, tan
extraordinaria, de los pueblos circunvecinos, como Mesopotamia y Egipto, Israel
goza de una sabiduría superior, por la que Dios le revela sus designios y
proyectos y le manifiesta el sentido de las cosas y de la historia. Con el paso de
los siglos, al llegar el momento culminante de toda la historia, se verifica un
cambio singular: Dios no se da sólo como don espiritual (sabiduría), sino
personal (encarnación del Verbo, de la Palabra de Dios). Ningún signo de
admiración es capaz de expresar este don excepcional. Que Dios rasgue el
misterio de su trascendencia, entre en la historia y se nos dé en una creatura
humana recién nacida, ¿quién lo podrá comprender? (Evangelio). No bastará la
eternidad para sorprendernos ante este gran misterio. No es una "necesidad" de
Dios; no se siente obligado por nadie; no le perfecciona en su divinidad. Sólo el
amor lo explica, el amor que es difusivo y generoso. Además no sólo es un don
personal, es también un don universal, mundial. "Luz para todas las naciones".
Mientras exista la historia, Dios será un don para todos, sin distinción alguna.
Los hombres podrán decir: "No lo quiero", "No lo necesito", pero jamás podrán
pronunciar con sus labios: "Estoy excluido", "No es para mí". Jesucristo es el don
del Padre para toda la humanidad.
Un don en plenitud. Son hermosas las imágenes que utiliza el Sirácida para
comunicarnos esa plenitud: la sabiduría, recurriendo a imágenes vegetales, dice
de sí misma que es como un cedro del Líbano, como palmera de Engadí, como
un rosal de Jericó o un frondoso terebinto. También echa mano de imágenes
aromáticas para describir, con distintos lenguajes, la misma plenitud: el aroma
del laurel indiano (cinamomo), el perfume del bálsamo o de la mirra, el olor
penetrante del gálbano, ónice y el estacte; sobre todo, el incienso que humea en el
templo, y en cuya composición entran todos los aromas aquí mencionados. La
belleza y elegancia de los árboles, la frescura y colorido del rosal, la intensidad
de los perfumes se aúnan para subrayar la plenitud del don divino de la sabiduría.
El evangelio es más sobrio en imágenes, pero más rico en significado. Habla de
la "gloria del Hijo único del Padre, LLENO de gracia y de verdad" y, poco
después, "de su PLENITUD todos hemos recibido gracia sobre gracia". Y el
himno de la carta a los efesios, ¿no se refiere a la plenitud del hombre cuando
dice que "Dios nos ha destinado a ser adoptados como hijos suyos por medio de
Jesucristo"? La grandeza y plenitud del don nos remiten a la grandeza y plenitud
del Donante. ¡Nobleza obliga a agradecer!
SUGEREncias PASTORALES
Un don venido de lejos. No son los astros distantes los que, después de muchos
años o siglos, nos regalan sus rayos de luz; no es la tierra la que, en rincones tan
diversos y lejanos, ofrece al hombre la prodigalidad de sus minerales o de sus
frutos vegetales; no es el hombre quien nos dona su creatividad, su trabajo, su
genio. Todas estas realidades pertenecen al mundo creado. El Don nos viene del
mundo y de la distancia increados, del más allá de toda creatura, del Dios
trascendente. Jesucristo, el Don de Dios, viene de lejos, pero se introduce en el
corazón de los acontecimientos y del ser humano hasta el punto de ser uno más
entre los hombres. Aquí radica nuestra perplejidad. Lo vemos tan igual a
nosotros, que se nos puede ocurrir pensar que no viene desde el mundo de Dios.
En brazos de su Madre nada hay que lo muestre divino. Y desgraciadamente en
no pocas ocasiones los hombres, del hecho de no aparecer como Dios,
concluimos que ni puede serlo ni lo es. Diremos que es un gran personaje de la
historia, que su personalidad es enormemente seductora, que su moral es de una
altura y nobleza grandiosas, que su capacidad de arrastre es imponente, que es
una paradoja viviente al ser el más amado y el más odiado de los nacidos de
mujer... Pero en nuestro razonamiento no podemos llegar a la afirmación
fundamental: "Es un Don de Dios, venido del mismo mundo de Dios". Al venir al
mundo y hacerse hombre, ha venido a quedarse con nosotros; a la vez, estando
con nosotros, pero proviniendo del mundo de Dios, ha venido a llevarnos con Él
al mundo lejano del cual ha salido, el mundo desconocido, pero que es nuestra
patria verdadera y definitiva. ¿Aceptamos con fe y con amor este Don cercano,
como lo es un niño, pero trascendente, como el mismo Dios?
Sin que aparezca la palabra novedad, nuevo en los textos litúrgicos, todos ellos se
refieren, en cierta manera, a la novedad de la acción de Dios en la historia. Es
nuevo el lenguaje de Dios en Isaías: "ha terminado la esclavitud..., que todo valle
sea elevado y todo monte y cerro rebajado..., ahí viene el Señor Yahvéh con
poder y su brazo lo sojuzga todo". Es absolutamente nuevo que Jesús sea
bautizado por Juan, que el cielo se abra, que el Espíritu descienda en forma de
paloma, que se oiga una voz del cielo: "Tú eres mi hijo predilecto". Es nueva la
realidad del hombre que ha recibido el bautismo: "un baño de regeneración y de
renovación del Espíritu Santo, que derramó sobre nosotros con largueza por
medio de Jesucristo nuestro Señor".
MENSAJE DOCTRINAL
MENSAJE DOCTRINAL
Las arras del mesías-esposo. Las arras son el símbolo de la alianza entre los
esposos. Las arras que Jesús-esposo ofrece a la Iglesia-esposa son los carismas,
que otorga mediante su Espíritu. Todos y cada uno de los carismas se los entrega
Cristo a su Iglesia para que pueda realizar su vocación esponsal. El Espíritu
distribuye estos carismas con gran libertad, pero a la vez endereza todos ellos a la
utilidad común de toda la Iglesia. Con ellos, la Iglesia puede garantizar su
fidelidad a la alianza esponsal con Cristo. A mayor abundancia de carismas en la
Iglesia, mayor posibilidad de realizar con perfección su vocación esponsal y su
misión de sacramento universal de salvación entre los hombres.
SUGEREncias PASTORALES
La nueva era cumple dos mil años. En estos dos últimos decenios se ha hablado
mucho de nueva era (New Age). Es un movimiento cultural y religioso reciente,
que se opone como alternativa al cristianismo. Según él, el cristianismo ha
cumplido su ciclo vital, escrito en el zodíaco, y está ya a las puertas el nuevo
ciclo, el ciclo del acuario que instaurará una nueva era en la historia de la
humanidad. Es un movimiento confuso y difuso, sin estructura y sin fuste, pero,
que como la neblina, penetra todos los espacios: arte, medios de comunicación,
cine, religión, instituciones, etc. Es un nuevo mesianismo con ribetes de
científico y espiritual al mismo tiempo. Ante tal situación, someramente descrita,
es necesario afirmar que mesías hay uno solo, y que ese mesías esperado por el
pueblo de Israel y por las naciones ya llegó hace dos mil años con la encarnación
del Verbo en Jesús de Nazaret. Que la nueva era comenzó con Jesucristo Mesías
y que, después de dos mil años, sigue siendo absolutamente nueva, porque no es
obra tanto de los hombres cuanto del mismo Dios. ¡Atentos a la moda de la nueva
era y a la nueva era de moda!
MENSAJE DOCTRINAL
Jesús, el libro y el cristiano. Jesús, como buen judío, escuchó y leyó la Torah,
escrita y oral, en múltiples ocasiones y celebraciones religiosas. Estaba
familiarizado con ella, porque en ella se había educado durante treinta años y en
ella se veía reflejado, en virtud de la conciencia que tenía de sí mismo. Por eso,
podrá decir sin titubeo alguno en la sinagoga de Nazaret: "Hoy se ha cumplido
esta Escritura que acabáis de oír" (evangelio). Después de la ascensión de Jesús a
los cielos, los primeros cristianos, gracias a la mayor comprensión del misterio de
Jesús por obra del Espíritu, hicieron de Jesús el libro viviente, el evangelio de
nuestra salvación. De este modo, el cristianismo no es principalmente la religión
del libro, sino la religión de la persona de Jesucristo, libro siempre vivo que
revela a los hombres las vicisitudes y los tortuosos caminos de la historia. En la
Escritura cristiana (Antiguo y Nuevo Testamento), se hace presente y viva la
persona de Jesús para todos los creyentes. Por eso, los primeros cristianos, tanto
provenientes del judaísmo como del mundo pagano, no predican la Torah, sino el
Evangelio. Por eso, desde los inicios del cristianismo hay carismas relacionados
con el libro de la Escritura: los apóstoles que predican el Evangelio que es Jesús,
los maestros que enseñan la continuidad, discontinuidad y superación del
Evangelio respecto al libro de la Torah, los profetas que leen los acontecimientos
de la vida y de la historia a la luz del Evangelio, libro viviente de Jesús, etc.
(segunda lectura). A lo largo de los siglos y milenios, los cristianos se han
inspirado y continúan inspirándose en el Evangelio (AT y NT), libro viviente de
Jesús, que es para ellos la guía inequívoca de su ser y de su actuar como
creyentes.
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Jer 1, 4-5.17-19; Segunda: 1Cor 12, 31 - 13, 13; Evangelio: Lc 4, 21-30
Jesucristo, Jeremías, Pablo: Tres hombres con una única misión, cuyo vértice es
Jesucristo, plenitud de la revelación y de la misión salvífica de Dios. En efecto,
Jesús es el enviado del Padre para la salvación de los pobres, sin distinción
alguna entre judíos y gentiles (evangelio). La misión profética de Jesús está
prefigurada en Jeremías, el gran profeta de Anatot durante el primer cuarto del
siglo VI a.C, de cuya vocación y misión, en tiempos de la reforma religiosa del
rey Josías y luego durante el asedio y la caída de Jerusalén, trata la primera
lectura. Pablo, segregado desde el seno de su madre, prolonga en el tiempo la
misión profética de Jesús, poniendo el acento en el amor cristiano, como el
carisma que relativiza todos los demás y que constituye la verdadera medida
MENSAJE DOCTRINAL
Características de la misión. Son varios los caracteres que los textos litúrgicos
resaltan, al tratar de la misión profética. Subrayo aquéllos, que considero de
mayor relevancia e incidencia en nuestro tiempo.
2. Una misión en doble dirección. Por un lado destruir, por otro edificar (Jer 1,
10). Por un lado, el anuncio: proclamar la Buena Nueva a los pobres, por otro, la
denuncia: ningún profeta es bien acogido en su tierra (evangelio). Por un lado, la
devaluación de todo sin la caridad, por otro, la caridad como valor supremo
(segunda lectura). Es la dinámica de la misión, y es la dinámica de la vida
cristiana, desde sus inicios hasta nuestros días.
3. Una misión universal. Jeremías es llamado por Dios a ser "profeta de las
naciones"; Jesucristo ha sido ungido por el Espíritu para ayudar a los pobres, a
los cautivos, a los ciegos, a los oprimidos, y para proclamar a todos un año de
gracia del Señor, es decir, un jubileo. Si Dios es creador y padre de todos, todos
son por igual objeto de su amor y de su redención.
4. Una misión con riesgos. El riesgo principal de que los hombres no escuchen ni
acepten el mensaje de Dios, comunicado por el profeta. El riesgo también está en
ser maltratado, considerado enemigo público, tenido por aguafiestas y profeta de
desventuras. La biografía de Jeremías está entretejida con episodios de este
género. Jesús estuvo a punto de ser apedreado por los nazarenos, y Pablo vivió
unas relaciones no poco tensas con los cristianos de Corinto, cuando les escribió
su primera carta.
5. Una misión sin temor y con la fuerza de Dios. Dios dice a Jeremías: "No les
tengas miedo... Yo te constituyo hoy en plaza fuerte, en columna de hierro y
muralla de bronce frente a todo el país". Jesús, ante los nazarenos que quieren
despeñarle, nos dice san Lucas que, "abriéndose paso entre ellos, se marchó".
¡Qué valentía sobrehumana y qué poder de Dios en la actitud de Jesús! ¿Y acaso
no muestra Pablo una fuerza divina cuando antepone el ágape cristiano a la
ciencia, a la pobreza total, a las llamas, y a la misma fe?
6. Una misión que exige una respuesta. Puede ser una respuesta de rechazo, como
en el caso de Jeremías: "Ellos lucharán contra ti" (primera lectura). Puede ser una
respuesta doble, como en el caso de Jesús: por un lado, asentimiento y
admiración, por otro, indignación y deseo de despeñarlo por un precipicio
(evangelio). Y Pablo, en la segunda lectura, al proponer a los corintios el carisma
de la caridad, no hace sino pedirles que respondan con generosidad a dicho
carisma.
SUGEREncias PASTORALES
MENSAJE DOCTRINAL
Un Dios libérrimo en la elección. Sólo un Dios libre puede apelar a la libertad del
hombre. Sólo si Dios es libre, se puede hablar de elección, no de coacción. La
Biblia entera testimonia la soberana libertad de Dios en todas las cosas y en toda
situación. Los textos litúrgicos atestiguan la libertad divina en la elección de los
hombres. Dios es libérrimo para elegir a la persona que quiera: a Isaías, nacido en
Jerusalén de familia acomodada, posiblemente de estirpe sacerdotal; a Pedro,
proveniente de Betsaida, pescador en el lago de Tiberíades; a Pablo, oriundo de
Tarso de Cilicia, con título académico de rabino, por un tiempo perseguidor de la
Iglesia de Cristo. Dios es libérrimo para elegir en el modo y en el tiempo que
desee: a Isaías durante una liturgia en el templo de Jerusalén, mediante una
teofanía cúltica; a Pedro, sobre una barca, después de una pesca milagrosa, signo
de una presencia divina; a Pablo, en el camino hacia la ciudad de Damasco, con
el corazón ardiendo de odio por los cristianos. Isaías, Pedro, Pablo, tres
paradigmas de la libertad de Dios en la elección de los hombres para la gran tarea
de colaborar con Él en la redención de la humanidad.
La única respuesta digna. El hombre, que Dios ha elegido, puede dar diversas
respuestas, pero digna de Dios y del hombre sólo hay una: la humilde aceptación.
Tenemos también en los textos litúrgicos de hoy tres paradigmas diferentes de
una única actitud: Isaías, a la pregunta de Dios: "¿A quién enviaré?", responde:
"Aquí estoy yo, envíame". Pedro, al escuchar a Jesús que le llama a ser "pescador
de hombres", junto con sus compañeros de faena, reacciona generosamente:
"Dejaron todo y lo siguieron". No menos generosa es la actitud de Pablo, después
del costalazo en la tierra y de haber oído la voz de Jesús resucitado, él pregunta a
su interlocutor: "¿Qué quieres que haga?". Luego, en la primera carta a los
corintios (segunda lectura), al recordar esa visión de Jesús, por un lado se
considera el menor de los apóstoles e indigno de llevar ese nombre, pero, por
otro, está convencido de que "he trabajado más que todos los demás; bueno, no
yo, sino la gracia de Dios conmigo".
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Jer 17, 5-8; Segunda: 1Cor 15, 12.16-20; Evangelio: Lc 6, 17.20-26
MENSAJE DOCTRINAL
"Maldito" el que confía en el hombre. Conviene aclarar que aquí no se habla del
hombre "como mediador" entre Dios y los hombres, sino que se refiere a las
cualidades, a las fuerzas y a las seguridades humanas, a los medios humanos,
sean los míos, sean los de otros. En el campo espiritual, el poner la confianza en
las "cosas humanas" termina en fracaso seguro. Por ello, el rico, el satisfecho, el
que ríe y el que es por todos alabado, es llamado "maldito", no porque sea rico,
satisfecho..., sino porque pone su seguridad en su riqueza, su satisfacción, su
diversión, la alabanza humana; es decir, confía en sí y en sus cosas, y no en Dios
(evangelio). Igualmente, el que confía en el hombre o en sí mismo es como un
cardo en la estepa, seco y sin fruto. O sea, una vida estéril, improductiva para el
Reino de Cristo. En la primera carta a los corintios, san Pablo habla de algunos
que no creen en la resurrección de los muertos. ¿Por qué no creen, sino porque
confían demasiado en los consejos de la sabiduría humana, de la propia
inteligencia, de la evidencia de los sentidos?
SUGEREncias PASTORALES
Una nueva escala de valores. Los valores son como el cimiento de una vida.
¿Cuáles son esos valores que priman hoy en muchos hombres de nuestro tiempo,
en los que ponen, sino toda, casi toda su confianza? Un valor, por ejemplo, es
sobresalir por encima de los demás, batir records, entrar en el libro de los
Guiness. Los campos para sobresalir son muy variados: los deportes, la música,
la ciencia, la invención tecnológica, la literatura, la medicina, incluso el crimen, o
cualquier otra cosa de la vida real de los hombres. Lo importante es sobresalir,
llamar la atención, ser visto por los demás, salir en la tele o en los periódicos.
¿Por qué no "sobresalir" en la confianza en Dios? ¿Por qué no confiar más en
Dios que en la propia excelencia musical, científica, literaria, deportiva o
delictiva?
MENSAJE DOCTRINAL
La lógica del más. En cierta manera, hay figuras del Antiguo Testamento que
viven en la lógica del más, aunque la formulación de esta lógica sea propia de
Jesucristo. La primera lectura, en efecto, expone un gesto verdaderamente
generoso de David para con el rey Saúl, que lo estaba persiguiendo a muerte:
Teniendo ocasión de acabar con él, no lo hace "por ser Saúl el consagrado de
Yahvéh". La lógica del más la formula Jesús en términos humanamente
desconcertantes: "Amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian,
bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian" (Lc 6, 27-28) y
"Vosotros amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada a
cambio" (Lc 6, 35). La mente humana pide odiar a los enemigos, Jesús nos pide
amarlos. La mente humana pide hacer el mal al que nos odia, Jesús pide que le
hagamos el bien. La mente humana pide maldecir al que nos maldice, Jesús pide
que le bendigamos. La mente humana pide reclamar el préstamo que se ha hecho
a alguien, Jesús nos pide que prestemos, aunque no nos devuelvan lo prestado. La
mente humana pide que devolvamos calumnia por calumnia, Jesús nos pide que
devolvamos por calumnia oración. ¡Aquí está la esencia más pura del
cristianismo! A esta escuela de cristianismo debemos ir todos los cristianos,
porque pienso que todavía nos quedan muchas lecciones por aprender y vivir. En
la segunda lectura nos hallamos en la lógica del más, de la generosidad, pero en
una dimensión nueva, la dimensión de la eternidad. Cristo resucitado, vencedor
de la muerte, nos prodiga a nosotros la lógica del más, haciéndonos partícipes de
su vida de resucitado, es decir, otorgándonos el don de vencer la muerte y de
entrar a vivir en un mundo regido por la vida y por el Espíritu de Dios. Quien
vive la esencia del cristianismo, que es la caridad, tiene abiertas de par en par las
puertas de la nueva vida.
SUGEREncias PASTORALES
"En nombre de Cristo os suplicamos que os dejéis reconciliar con Dios", nos
exhorta san Pablo en la segunda lectura (2Cor 5, 20). Reconciliación es palabra
clave en la liturgia del miércoles de ceniza. Reconciliación significa cambio
"desde otro", por ello, implica la conversión a Dios y desde Dios, a la que llama
el profeta Joel en la primera lectura: "Volved al Señor, vuestro Dios". Jesús en el
evangelio interioriza las prácticas religiosas y penitenciales del judaísmo: la
limosna ha de ser oculta; el ayuno, gozoso; y la oración, humilde. "Y el Padre
que ve en lo escondido, te recompensará".
MENSAJE DOCTRINAL
La prioridad del corazón. Con el término corazón se quiere decir la interioridad,
no en oposición, sino como venero de toda acción exterior de reconciliación y
penitencia. Por ello, no hablamos de exclusividad, sino de prioridad. Con una
expresión muy lograda, el profeta Joel aboga por esa prioridad: "Rasgad vuestro
corazón, no vuestras vestiduras" (primera lectura). Es evidente que el profeta no
entiende la expresión en modo excluyente, ya que en el versículo 15 continúa:
"Promulgad un ayuno, purificad la comunidad, entre el atrio y el altar lloren los
sacerdotes", acciones todas ellas exteriores. El texto evangélico pone ante
nuestros ojos a Jesús llevando al grado máximo de interioridad las tres prácticas
típicas de la religión judía - y podemos decir que de toda religión, incluida la
cristiana: 1) La limosna, que hoy podríamos traducir con caridad, solidaridad,
asistencia social, voluntariado, es decir, todas las formas posibles de ayuda al
necesitado. Jesús nos enseña el estilo propio de hacer caridad: en secreto, sin
ostentación alguna, buscando únicamente complacer a Dios y llevar a cabo en el
mundo su santísima voluntad. 2) La oración, es decir, todo el conjunto de
actividades espirituales que ligan al hombre con Dios. Desde la santa Misa a la
oración privada, desde la meditación a la oración litúrgica, desde el sacramento
de la penitencia a las diversas formas de religiosidad popular. Para el cristiano lo
que cuenta es que, cualquiera que sea la actividad espiritual, sea un verdadero
encuentro con Dios Padre en la intimidad del corazón. 3) El ayuno, o sea, todo
aquello que implique renuncia de uno mismo, desprendimiento de sí para ganar
en disponibilidad para con Dios y para con el prójimo. Pueden ser los sacrificios
voluntarios, las pequeñas molestias de la vida de cada día, el asumir con decisión
y coraje las pruebas de la vida, la lucha constante y valiente contra las
tentaciones... Aquí lo importante es el gozo espiritual con que se afrontan todas
estas situaciones, un gozo que repercute en la actitud y en el comportamiento
para con Dios y para con los hombres.
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Deut 26, 4-10; Segunda: Rom 10, 8-13; Evangelio: Lc 4, 1-13
MENSAJE DOCTRINAL
La fe cristiana no es una serie de ideas, sino historia. El "credo" que nos presenta
la liturgia hodierna no está formado por unas ideas elevadas sobre Dios, su
esencia y sus atributos, o sobre la razón de ser del hombre y del mundo en la
mente divina. El "credo" del pueblo de Israel, de Jesús y de la comunidad
cristiana es un credo marcado por las vicisitudes históricas de un pueblo, de un
hombre-Dios, de una comunidad creyente. El credo de Israel inicia con la historia
de Jacob, un arameo errante, y de su descendencia, conducidos por Dios, a lo
largo de los siglos, hasta llevarlos a la tierra prometida. Jesús, en su confesión
ante las tentaciones, ¿qué hace sino situarlas en las relaciones de la historia
misma de Dios con su pueblo? El credo del pueblo cristiano se funda en la
historia de Jesús de Nazaret, constituido Señor por su Padre, al resucitarlo de
entre los muertos. Las ideas no son para creerse sino para pensarse; la historia,
cuando entra Dios en ella, no ha de ser tanto objeto de reflexión cuanto de
profesión de fe.
Dos fidelidades que Dios quiere unidas. Los textos litúrgicos manifiestan la
estupenda fidelidad de Dios al hombre. En medio de las oscuridades y de los
"imposibles" de la historia, Dios caminó fielmente junto a su pueblo en Egipto,
en el largo errar por el desierto, hasta introducirlo en la tierra prometida a
Abrahán (primera lectura). Dios fue igualmente fiel para con su Hijo, Jesucristo,
ante los duros ataques del demonio, y ante la tremenda derrota de la muerte
(evangelio, segunda lectura). Dios quiere que a esta fidelidad suya se una la
fidelidad del hombre. Jesús unió su fidelidad a la del Padre de un modo
extraordinario. Los israelitas del desierto no respondieron con la misma fidelidad.
Al hombre, al cristiano de hoy, se le ofrece la disyuntiva: ¿elegirá unir su
fidelidad a la de Dios, como Jesucristo?
SUGEREncias PASTORALES
Confesar la fe en un mundo tentador. La tentación es una compañera inseparable
de la vida humana. El tentador es uno solo, y tan orgulloso que no tiene reparos
en tentar al mismo Hijo de Dios. Las formas que adopta y los medios que utiliza
para tentar a los hombres van cambiando con los tiempos, las costumbres, las
culturas, aunque las tentaciones fundamentales son siempre las mismas: tener,
poder, saber, placer. En cualquiera de las tentaciones imaginables se incluye
alguno de estos ingredientes. La sociedad actual ofrece al tentador un abanico de
posibilidades numerosísimas. Digamos que las formas y modos que el demonio
tiene de tentar al hombre de hoy han crecido de una manera geométrica, y el
hombre ha sido en cierta manera sorprendido por esta avalancha de tentaciones y
con no poca frecuencia vive bastante desguarnecido y desprotegido ante ellas.
Como creyentes en Cristo, es un honor para nosotros y una gran osadía confesar
nuestra fe en medio de este mundo tentador, que se ha propuesto olvidarla,
ahogarla o marginarla entre las cosas inútiles que uno no se atreve a abandonar
del todo. Las tentaciones provenientes del mundo serán para nosotros una
ocasión importante para confesar a Jesucristo, nuestro Dios y Señor, y, mediante
nuestra confesión de fe, vencer la tentación con la fuerza de Dios. No hemos de
tener miedo a este mundo tentador. "Ésta es la victoria que vence al mundo:
vuestra fe".
No nos dejes caer en tentación. El cristiano, como cualquier otro ser humano, es
débil, y tiene además la conciencia de serlo. Pero le acompaña también la
conciencia de poseer una fuerza superior, que le viene de Dios. Porque es débil,
está convencido de que las acometidas del tentador pueden derrumbarle. Porque
cuenta con la fuerza de Dios, está seguro de que no hay tentación, por poderosa
que sea, que no pueda vencer. Por eso, el cristiano pide varias veces al día en el
padrenuestro: "No nos dejes caer en tentación". Obviamente se refiere a cualquier
tentación, pero de modo especial a la gran tentación que es la idolatría y la
apostasía. El culto a otros "dioses" o ídolos acecha al hombre actual fuertemente,
porque en el supermercado de la religión y de lo sagrado, junto a "productos"
genuinos, se dan muchos que son sucedáneos e inauténticos. También la
apostasía es muy tentadora en nuestro tiempo. Apóstata es quien reniega de la
religión cristiana. Hoy en día, formas light de apostasía podrían considerarse el
sincretismo religioso promovido en parte por la ignorancia y en parte por la
acentuación del sentimiento, el ateísmo práctico de quien se llama cristiano pero
vive como pagano, la actitud agnóstica de no pocos santones liberales y laicistas,
que ofician en el panteón de la diosa ciencia y del dios progreso y les rinden
culto. Como individuos, y como miembros de la Iglesia, recemos con fervor
todos los días el padrenuestro, y pidamos humildemente al Señor que "no nos
deje caer en tentación".
Segundo Domingo de Cuaresma 11 de marzo del año 2001
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
Las lecturas de hoy nos describen algunos rasgos del Dios cristiano. En la
primera lectura Dios aparece como fuego que no se consume y se define a sí
mismo: Yo soy el que soy. El evangelio por su parte nos presenta un Dios
misericordioso que desea ardientemente la conversión del pecador, que sabe
esperar antes de intervenir con su justicia. El Dios cristiano es también un Dios
providente, que nos pone ante los ojos la historia de Israel para que estemos
atentos y nos mantengamos en pie (segunda lectura).
MENSAJE DOCTRINAL
Dios es fuego que no se consume. En la mentalidad antigua el fuego es símbolo
de poder y de fuerza divinos. En el Antiguo Testamento es además símbolo de la
presencia divina en la creación (el sol, el rayo...) y en el entramado histórico de
los hombres. Puesto que Dios es eterno, el fuego de su presencia y de su poder no
puede consumirse. ¡Qué hermosa manera de expresar la cercanía constante de
Dios para con Moisés y para con los descendientes de Israel! La presencia
poderosa de Dios entre los suyos, llega a plena realización en el momento en que
el Verbo mismo de Dios se encarna en el seno de María y se hace en todo
semejante al hombre, a excepción del pecado. Jesús, durante su vida pública,
dirá: He venido a traer fuego a la tierra y ¿qué es lo que quiero sino que arda?. Se
trata del fuego que es Dios mismo, en su misteriosa proximidad al hombre; un
fuego, que debe llamear, como una bandera enhiesta, en el corazón de la historia
y de cada ser humano.
Dios se define a sí mismo como el que es. Yahvéh dice a Moisés: Dirás a los
israelitas: Yo Soy me envía a vosotros. El fuego de Dios no es destructor, sino
amigo y benefactor del hombre, en quien el hombre puede poner su confianza.
Sin excluir una posible interpretación esencial del nombre divino revelado a
Moisés, parece más apropiada, teniendo en cuenta el contexto, una interpretación
existencial. Como si Moisés dijera a los israelitas en Egipto: Me manda a
vosotros el Dios en quien podéis tener la confianza y total seguridad de que os va
a liberar. No sólo para los israelitas en Egipto, sino también para los judíos en
otras épocas de su historia y para los cristianos en diversas ocasiones de estos
veinte últimos siglos, la situación puede aparecer desesperada. No hay
horizontes, no hay casi esperanza. ¿Quién podrá salvarnos? ¿Quién podrá
sacarnos de esta situación angustiosa? Dios ha repetido y seguirá repitiendo hasta
el fin de los tiempos las mismas palabras que hallamos en la primera lectura: Yo
soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: ‘Yo Soy’ me envía a vosotros. La
confianza en estas palabras divinas renueva constantemente la historia.
Un Dios paciente, que sabe esperar. Dios sabe que convertirse de verdad no es
fácil, ni cosa de unas horas o días. Porque conoce el interior del hombre, Dios
sabe esperar, no tiene prisas, cuando ve una disposición sincera para la
conversión. La parábola de la higuera, narrada por Jesús en el evangelio, es de
gran consuelo para el hombre débil, y no pocas veces estéril en sus esfuerzos de
conversión. Dios no sólo espera, además actúa en la conciencia humana para que
se convierta y dé frutos. ¿Será el hombre tan ingrato ante tanta bondad y
misericordia de Dios? Somos cristianos. No olvidemos que con Cristo ha llegado
la plenitud de los tiempos, como nos recuerda la segunda lectura. Con la plenitud
de los tiempos llega también la plenitud de la paciencia divina. ¿La
rechazaremos? Señor, líbranos de este mal, el mal supremo.
SUGEREncias PASTORALES
Saber esperar al estilo de Dios. Un gran pecado del apóstol, del cristiano
comprometido, del misionero es o puede ser la impaciencia, la incapacidad para
esperar el momento de Dios. Un párroco, por ejemplo, puede sentirse impaciente
ante ciertas situaciones por las que pasa la parroquia: padres que no bautizan a
sus hijos, bautizos más sociológicos que religiosos, parejas de hecho o casadas
sólo civilmente, notable disminución de la natalidad, ignorancia religiosa de los
fieles, presencia activa y destructiva de los Testigos de Jehová, desintegración
familiar, disenso sobre ciertas verdades de fe y de moral cristianas... ¿Para qué
seguir, si son problemas diarios en la vida de un párroco? Ante todo, conviene
decir que junto a los problemas existen hechos confortantes dentro de la misma
parroquia: una fe más madura y responsable, núcleos de vida cristiana renovada y
floreciente, presencia generalmente positiva de grupos y movimientos eclesiales,
creciente ayuda económica y moral a los más necesitados, etc. ¿No son estos
hechos signos claros de esperanza? Ante los problemas, que son muy reales, no
perder los estribos; mucho menos, gastar las propias energías en lamentarse,
impacientarse, mirar hacia el pasado... Hay que actuar, sí, actuar y saber esperar.
Actuar con fe y con amor, los medios más eficaces para cambiar la vida de los
hombres. Esperar, sin prisas y sin pausa. Jamás decaer en la espera y esperanza.
En la paciencia, nos dice Jesús, poseeréis vuestras almas; en la esperanza
encontraremos nuestra salvación y la de nuestros hermanos.
No cesar de predicar al Dios cristiano. Dios es uno solo, por eso el Dios cristiano
tiene rasgos comunes con el Dios en el que creen los judíos o los musulmanes. A
pesar de ello, hay también aspectos diferenciales, que de ninguna manera deben
ser callados. Hay que hablar del Dios presente y cercano al hombre, del Dios
misericordioso que sabe esperar... Y hay también que hablar del Dios que, siendo
uno, coexiste en tres personas, algo que constituye el rasgo más diferencial de
nuestra concepción cristiana de Dios. Por otro lado, es verdad que hay que hablar
de problemas morales, de cambios de mentalidad, de laicismo y liberalismo
ideológicos..., pero ¿no será algo mucho más importante hablar de Dios? El
cristianismo no es un sistema moral, que implica una religión; el cristianismo es
ante todo y sobre todo una religión, una fe, de la que se deduce una moral, un
modo de vivir y estar presente en el mundo y en la sociedad. Puede ser que
hablando más del Dios vivo y verdadero, algo cambie también el modo de vivir y
de pensar de nuestros contemporáneos. ¡Acepta el reto!
"Dejaos reconciliar con Dios", he aquí una clave de lectura de los textos
litúrgicos de este domingo de cuaresma. En la primera lectura Dios se reconcilia
con su pueblo, concediéndole entrar en la tierra prometida, después de cuarenta
años de vagar sin rumbo por el desierto. En la parábola evangélica el padre se
reconcilia con el hijo menor, y, aunque no tan claramente, también con el hijo
mayor. Finalmente, en la segunda lectura, san Pablo nos enseña que Dios nos ha
reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio
de la reconciliación.
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
El largo camino de la reconciliación. Reconciliarse es hermoso, pero puede llegar
a ser duro y difícil. Pide un cambio, y como todo cambio en la vida exige romper
esquemas hechos, dejar caminos trillados, abrir nuevas brechas, roturar nuevos
campos. En definitiva, salir de nuestra dulce comodidad y rutina, y lanzarnos a
vivir día tras día en la ruta nueva que Dios nos va trazando, ruta de donación y
amor desinteresados. Reconciliarse con Dios, reconciliarse con los demás,
implica estar dispuesto a mirar el pasado con ojos de arrepentimiento y a dejarlo
sin miramientos, por más que nos siga siendo atractivo. Para reconciliarse de
verdad con Dios y con nuestros hermanos, no basta acudir al sacramento de la
reconciliación, recibir el perdón de Dios y... ¡santas pascuas! Esto es sólo el
comienzo. Ahora sigue el trabajo diario y constante por arrancar del alma las
causas profundas, a veces muy ocultas, del distanciamiento, de la desavenencia y
de la lejanía de Dios, y cualquier signo de ellos en nuestra conducta. Ahora viene
la labor tenaz por conquistar nuestro corazón y nuestra vida para el amor, la
concordia, la avenencia y la armonía filiales para con Dios y fraternas para con
los hombres. Todo hombre, si es sincero consigo mismo, se da cuenta de que está
necesitado, en un mayor o menor grado, de reconciliación. Reconcíliate tú
primero, y luego ayuda a los demás a conseguir una auténtica reconciliación.
MENSAJE DOCTRINAL
La vieja novedad de Dios. Algo nuevo puede hacerlo quien tiene en sí la fuente
de la novedad. Un poeta tiene en sí la fuente de la poesía, y por eso puede en
cualquier momento ser poéticamente creativo. Un genio político puede
sorprendernos con su creatividad en cualquier momento de su vida. Un hombre
carismático del espíritu puede poner en juego su carisma, incluso cuando menos
se pudiera esperar. Esto que acontece con hombres extraordinariamente dotados,
ahonda sus raíces en Dios mismo, la novedad por excelencia y fuente de toda
novedad. En la historia de Israel la novedad divina no se ha agotado en el gran
acontecimiento del Éxodo. Siete siglos después del Éxodo egipcio Dios mueve
los hilos de la historia para crear una nueva situación y hacer volver a Jerusalén a
los desterrados en Babilonia (primera lectura). Para la pobre mujer sorprendida
en adulterio y condenada a la lapidación, debió ser una gozosa novedad la actitud
de Jesús para con ella: "¿Nadie te ha condenado?... Tampoco yo te condeno". No
menos novedosa debió de ser para los acusadores de la adúltera el
comportamiento de Jesús: "Quien de vosotros esté sin pecado, que tire la primera
piedra... Al oír esto se marcharon uno tras otro, comenzando por los más
viejos..." (Evangelio). ¿Quién es éste que se atreve a ponerse por encima de la ley
de Moisés? A nuestros oídos, finalmente, suena bastante conocido eso de "la
novedad cristiana". Pablo, que la ha experimentado hasta el fondo, la resume así:
conocer a Cristo (conocimiento que es fruto de la experiencia de fe),
experimentar el poder de su resurrección, compartir sus padecimientos y morir su
muerte, alcanzar así la resurrección de entre los muertos (segunda lectura). Se
puede decir que la historia de la salvación se resume en la historia de las nuevas
intervenciones de Dios en vistas siempre de la salvación de los hombres.
SUGEREncias PASTORALES
La novedad siempre nueva. Las novedades humanas, como todas las cosas de
este mundo, tienen su ciclo vital desde el nacimiento a la muerte. Son novedad, y
dejarán de serlo. Por vía de extinción o de desgaste y decaimiento. La moda es
como el escaparate en que se presenta la fugacidad de las novedades humanas.
Pero hay una persona, Jesucristo, que lleva la novedad dentro de sí, que es
novedad siempre presente sin desaparecer en el pasado y sin perderse en el
futuro: Jesucristo, la novedad absoluta, "ayer, hoy y siempre". Vive, eternamente
joven, con la vida de quien definitivamente ha derrotado a la muerte. Vive,
infundiendo una pujante fuerza de novedad, en quienes le abren su corazón y
asimilan su estilo de vida. Verdaderamente Cristo es en todo momento de la
historia el Hombre Nuevo, que tiene el mismo mensaje eterno de Dios, pero
siempre nuevo y renovador del hombre. ¿Por qué a veces los cristianos somos o
nos creemos viejos? Sé siempre nuevo, siguiendo los pasos del Hombre Nuevo.
¡El dolor! Realidad histórica y designio de Dios. Aquí está el centro del mensaje
del Domingo de Ramos. El Siervo de Yahvéh (primera lectura) sufre golpes,
insultos y salivazos, pero el Señor le ayuda y le enseña el sentido del dolor. San
Pablo, en el himno cristológico de la carta a los filipenses (segunda lectura),
canta a Cristo que "se despojó de su grandeza, tomó la condición de esclavo". En
la narración de la pasión según san Lucas, Jesús afronta sufrimientos indecibles e
incontables, a la manera de un esclavo, pero sabe que todo está dispuesto por el
Padre y por ello confía al Padre su espíritu.
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
El dolor, un tesoro escondido. El hombre actual tiene miedo del dolor. Quisiera
eliminarlo, arrancarlo de la vida humana, e incluso de la vida animal. Parece
como si el dolor fuera solo mal, un mal abominable, un agujero negro en el gran
universo humano que devora todo lo que entra en su campo de acción. Parece
como si la gran batalla de la historia actual fuera contra el dolor en lugar de por
el hombre. Hay que reflexionar sobre esto, porque a veces resulta que logramos
destruir el dolor, pero de tal manera que destruimos también algo del hombre.
Los padres, para que sus hijos no sufran, no les niegan nada, les dejan hacer
todos sus caprichos, pero... ¿no están de esta manera perjudicándolos a largo
plazo? A los ancianos, a los enfermos terminales se les amortiguan los dolores
con medicinas que les hacen perder en gran parte la conciencia. ¿No se les hace
perder así libertad y nobleza de espíritu ante el dolor? No abogo por el
sufrimiento en sí, es necesario aliviarlo lo más posible, abogo por la asunción
humana del sufrimiento. No son infrecuentes los casos de jóvenes y adultos que
ante el fracaso escolar o profesional, ante una decepción amorosa, ante un
escándalo de corrupción, prefieren acabar con la vida, a enfrentarse con el rostro
doloroso de la situación. ¿Por qué? No se conoce, no se ha descubierto el tesoro
escondido en el dolor. Para el hombre es un tesoro escondido de humanización.
Para el cristiano es un tesoro escondido de asimilación del estilo de Cristo, de
valor redentor. Juan Pablo II ha tenido la osadía de hablar del Evangelio del
sufrimiento, ciertamente del sufrimiento de Cristo, pero, junto con Él, del
sufrimiento del cristiano. Estamos llamados a vivir este Evangelio en las
pequeñas penas de la vida, estamos llamados a predicarlo con sinceridad y con
amor.
Primera: Ex 12, 1-8.11-14; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Jn 13, 1-15
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Is 52, 13 - 53, 12; segunda: Heb 4, 14-16 Evangelio: Jn 18, 1 - 19, 42
MENSAJE DOCTRINAL
¿Quién sufre en Jesús de Nazaret? Sufre, ante todo, el hombre Jesús. Es su carne
la que suda sangre en Getsemaní, es su sangre la que se desliza por su cuerpo a
causa de los latigazos y de los clavos, es su sensibilidad la que se ve sacudida al
ser coronado de espinas, es su honor el que sufre al ser abofeteado, es su sentido
de la dignidad humana el que se ve profundamente afectado cuando en su agonía
es objeto de burla y de escarnio. Sufre también el sumo sacerdote Jesús. El sumo
sacerdote de la antigua alianza ponía los pecados del pueblo sobre un macho
cabrío, el día de la expiación. Cristo, sacerdote sumo de la nueva alianza, los
pone sobre sí, los lleva consigo a la cruz, los lava con su sangre, los destruye con
el fuego de su amor misericordioso (segunda lectura). Igualmente sufre Jesús en
cuanto Siervo de Yahvéh, que representa al nuevo pueblo de Israel, a la Iglesia de
Cristo. Todos los pecados de los cristianos están presentes en la pasión de Cristo.
Y todos ellos quedan originariamente perdonados por los méritos del
Crucificado. Sufre, finalmente, Jesús, el Hijo del Dios vivo. De aquí, y sólo de
aquí, proviene la posibilidad y la eficacia de su sufrimiento vicario, el valor
universal y salvífico de todo su sufrimiento. Hermano nuestro, en la naturaleza
humana, conoce nuestras flaquezas y puede compadecerse de nosotros. Hijo de
Dios, en su persona y naturaleza divinas, está capacitado para que su vida, y,
sobre todo su dolor, tengan un poder sobrehumano, infinito y absolutamente
eficaz por su origen, universal por su destino.
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Gen 22, 1-18; segunda: Rom 6, 3-11 Evangelio: Lc 24, 1-12
MENSAJE DOCTRINAL
La soberanía de Dios no tiene igual. En un tiempo como el nuestro que exalta la
igualdad, el concepto soberanía tal vez no sea familiar ni resulte agradable. Hace
pensar, no sé, en sistemas totalitarios, en actitudes de imposición de unos sobre
otros, en flagrantes injusticias por abuso de poder, en algo que desdice del
hombre. Es un hecho, sin embargo, que no puede existir un ordenamiento
jurídico (familiar, social, religioso, político) donde no exista y se reconozca una
jerarquía, una autoridad, una soberanía. En la mentalidad común, cuando
decimos el soberano solemos referirnos al rey, que ha encarnado históricamente
de modo representativo la soberanía. Hoy en día se suele hablar de soberanía
nacional, para indicar en las relaciones internacionales la independencia de una
nación respecto a otra. Cuando en el lenguaje espiritual y religioso nos referimos
a la soberanía de Dios, ¿qué es lo que queremos subrayar? Antes que nada,
tomando pie de las lecturas, el dominio de Dios sobre toda la obra de la creación,
salida de sus manos, gracias a la sobreabundancia de su amor. En segundo lugar,
la afirmación del gobierno de Dios sobre la historia, una historia en la que
paralelamente a los acontecimientos de la historia profana se desarrollan los
eventos de la historia de la salvación. En tercero y último lugar, el señorío de
Dios sobre la muerte y el más allá de la muerte, o sea, la eternidad. El dominio de
Dios no tiene igual, primeramente porque sólo Dios puede crear y tiene el poder
soberano sobre la creación. Luego, por su amplitud, ya que Dios domina sobre
todas las épocas y todos los pueblos, no menos que por su finalidad: el bien y la
salvación del hombre. No tiene igual, sobre todo, porque Dios ejerce su soberanía
en forma totalmente positiva. No es un soberano que subyuga, sino que libera.
No es un soberano que usa de su poder para imponerse con la fuerza, sino para
manifestar su amor de padre. No es un soberano que se deja sobornar, sino que
más bien hace justicia al tiempo oportuno. En la vigilia pascual, al repasar la
historia de la salvación que culmina en la resurrección de Jesucristo, lo que
hacemos es repasar la historia de la soberanía benevolente y amorosa de Dios
para con la humanidad.
SUGEREncias PASTORALES
Una esperanza que no decae. El hombre, por muy realista que sea, por muy
apegado que esté al presente, no puede dejar de mirar hacia adelante, de abrir el
alma a la esperanza, sea ésta únicamente terrena o esté abierta también a la
eternidad. La esperanza, por muy débil que sea, define al hombre en su ser más
profundo. El cristianismo da a esta esperanza humana, por un lado, la fuerza de
mantenerse en pie hasta el final, y, por otro, la apertura a una esperanza superior.
No decae nuestra esperanza en la soberanía providente de Dios sobre la creación
y sobre la historia. Nos puede parecer misteriosa, desconcertante, imprevisible,
esa soberanía providente, pero creemos que existe, confiamos en ella, da
seguridad a nuestro obrar, y, con el paso del tiempo la vamos entreviendo, hasta
quizá llegar a ser una evidencia. No decae nuestra esperanza en Cristo, Luz del
mundo. Esa luz que ha brillado con nuevo esplendor en la primera parte de la
vigilia pascual. Tal vez nos venga la tentación de que son muchas las tinieblas, y
muy densas. Pero sigue encendida la esperanza en Cristo Luz. Una luz que disipa
las tinieblas ante todo y sobre todo en el interior de las conciencias, y desde el
interior en las acciones de los hombres. No decae nuestra esperanza en la acción
purificadora y transformante del bautismo cristiano. ¿Cómo no bautizar a los
niños, desde sus primeros días o meses de vida, si mantenemos firme esta
esperanza? Esta esperanza en la eficacia del bautismo nos exige a los cristianos
vivir con madurez y coherencia purificados del pecado, en actitud de
transformación espiritual y moral bajo el impulso del Espíritu.
Primera: Hech 10, 34.37-43; segunda: 1Cor 5, 6-8 Evangelio: Jn 20, 1-9
MENSAJE DOCTRINAL
Cristo resucitado, objeto de fe. El sepulcro, aunque esté vacío, no demuestra que
Cristo ha resucitado. María Magdalena fue al sepulcro y llegó a la siguiente
conclusión: "Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han
puesto". Pedro entró en el sepulcro y comprobó que "las vendas de lino, y el paño
que habían colocado sobre su cabeza estaban allí". Ni María ni Pedro creyeron, al
ver el sepulcro vacío, que Jesucristo había resucitado. Sólo Juan, "vio y creyó",
porque el sepulcro vacío le llevó a entender la Escritura, según la cual Jesús tenía
que resucitar de entre los muertos (evangelio). "Esto supone, nos enseña el
catecismo 640, que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del
cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana". El conocimiento que, hasta
entonces, Juan tenía de la Escritura era nocional, por eso afectaba solamente sus
ideas; ahora, al entrar en el sepulcro vacío, ver las vendas y el sudario, el
conocimiento de la Escritura se convierte en experiencial y vital. Todavía Cristo
resucitado no se le ha aparecido, pero ya lo ha "visto", porque la Palabra de Dios
es verdadera; las apariciones de Cristo a los discípulos no harán, sino confirmar
la fe en la resurrección.
SUGEREncias PASTORALES
MENSAJE DOCTRINAL
El Viviente sorprende a todos. Si hay algo que los discípulos no esperaban es que
Jesucristo, resucitando, volviese a la vida y se les apareciese sin perder su
identidad con el Crucificado. Los evangelios ponen de relieve esa impresionante
sorpresa, que llegó hasta la temeridad de pedir pruebas, como lo hizo Tomás.
Sorprende a las mujeres que fueron al sepulcro y lo encontraron vacío, sorprende
a los dos discípulos en camino hacia Emaús, soprende a los discípulos reunidos
en una casa. ¡Cuántas sorpresas juntas en ese día primero después del sábado!
¿Por qué les sorprende, si creían en la resurrección de los muertos? ¿Por qué les
sorprende si habían visto a Lázaro, el hermano de Marta y María, ser resucitado
por Jesús? ¿Por qué les sorprende, si Jesús se lo había predicho en varias
ocasiones durante su ministerio público? Les sorprende porque lo que
contemplan sus ojos es algo inaudito. Ellos, como buenos judíos, educados por
los escribas y fariseos, creían en la resurrección de los muertos, pero... no en el
tiempo, sino al final de los tiempos. Les sorprende porque la resurrección
histórica de Jesús es caso único y es absolutamente diferente a la de Lázaro, a la
de la hija de Jairo o a la del hijo de la viuda de Naín. Jesús está vivo, pero su vida
ya no es totalmente igual a la nuestra, es una vida diferente, nueva, superior. Les
sorprende porque una cosa es escuchar, entender, y otra diversa experimentar: los
discípulos no escuchan que Jesús va a resucitar al tercer día, lo ven y lo oyen
resucitado, lo experimentan como el vencedor de la muerte, que vive para
siempre. ¡Dichoso el hombre a quien Jesucristo vivo le sorprenda de modo
permanente!
Los dones del Viviente. ¿Qué es lo que el Viviente regala a los suyos? 1) Les
regala la paz, su paz. La necesitaban, porque estaban encogidos por el miedo. La
necesitaban, para aquietar su mente y su corazón en el presente y de cara al
porvenir. A todos los presentes les da la paz, no sólo a unos pocos privilegiados.
Una paz que de ahora en adelante nadie les quitará, ni siquiera las tribulaciones o
la muerte. 2) Les da su misma misión: Como el Padre me envió a mí, así os envío
yo a vosotros. Durante tres años han ido captando la misión de Jesús y el modo
de realizarla. Ahora Jesús les lanza a continuar su obra en Judea, en Samaría y
hasta los confines del mundo. 3) Les da al Espíritu Santo, para que realicen con
valentía y libertad interior su misión. Inseparable de la misión de Jesucristo,
continuará siendo inseparable de la misión de los apóstoles. Él hará fecundo su
trabajo apostólico, y en un siglo habrán conquistado las plazas más grandes del
mundo entonces conocido. 4) Les da su poder de perdonar los pecados. Puesto
que sólo Dios puede perdonar los pecados, los perdonarán únicamente en nombre
de Jesucristo y en virtud del poder de Dios. Este perdón es algo de lo que todo
hombre siente necesidad, porque, si es sincero, se encontrará culpable. 5) Les da
su amor condescendiente, como sucede con Tomás, con tal de afianzar su fe:
"Acerca tu dedo y comprueba mis manos; acerca tu mano y métela en mi
costado. Y no seas incrédulo, sino creyente" (evangelio). Esta comprensión que
el Viviente tiene de nuestras miserias es maravillosa. 6) Les da el poder de
edificar la Iglesia mediante la predicación y la oración, mediante la realización de
numerosos signos y prodigios, sobre todo de curaciones en nombre de Jesús
(primera lectura).
SUGEREncias PASTORALES
No pasar por la vida, sino vivirla. La vida es una tarea para hombres
responsables. Dios no nos la dio para pasar por ella, como se pasa por una feria o
por un parque de atracciones. Se llega, se ve, se disfruta, y se va... Dios nos la dio
para vivirla conforme a nuestra dignidad humana y cristiana. Dios no nos dio la
vida para pasarla bien, sino para pasar, como Jesucristo, haciendo el bien; no para
pasear, como un turista, sino para construir un mundo mejor y más cristiano; no
para pisar a todo el que se pone en nuestro camino, sino para amar a todos,
especialmente a los más necesitados. Esto de vivir la vida vale sobre todo para
los jóvenes, que la miran de frente y la tienen casi completa todavía por delante.
¡Es una pena, que siendo tan bella, la pierdan o la malgasten! Vale igualmente
para los ya entrados en la edad madura o en la misma ancianidad, porque cada
día de vida es una gracia, es una tarea, es una meta que conquistar. Dichoso quien
sabe apurar la vida hasta el final, amando gozosamente a Dios y a los hombres.
¿Hay mejor manera de vivir esta vida? ¿Hay mejor manera de prepararse para la
vida que nos espera? Que Cristo Viviente sea la antorcha encendida que guíe
nuestros pasos por la vida, para realmente vivirla.
MENSAJE DOCTRINAL
La misión de la Iglesia. Cada evangelista, a su manera, muestra, como parte
fundamental del mensaje de Jesús, la misión universal de la Iglesia. San Juan en
el evangelio de hoy recurre, siguiendo su estilo propio, a los símbolos. El mar
como imagen del mundo, del conjunto de los hombres, era común en tiempos de
Jesús y del evangelista; era igualmente común, al menos entre griegos y romanos,
la imagen de la nave, v.g. la nave del estado. Los primeros cristianos, basándose
en algunos textos del Nuevo Testamento (Lc 5,3; Mt 8, 23; Mc 1,17; Jn 21, 1-
14), hablaron de la nave de la Iglesia. Hay otro símbolo que es exclusivo de Juan.
Me refiero al número de peces recogidos: 153. Es conocido que, en la cultura
contemporánea de Jesús, el símbolo numérico tenía un gran valor y era usado con
no poca frecuencia. Ciento cincuenta y tres indica plenitud y totalidad. Se suele
explicar de dos modos: 1 + 3 + 5 es igual a 9, que siendo múltiplo de 3 subraya la
plenitud en grado sumo. Otro modo de explicar el valor pleno y total de este
número es el siguiente: el múltiplo de 12 es 144; si a 144 sumamos 9 obtenemos
153. Es una manera de acentuar todavía más la totalidad. En resumen, la misión
de la Iglesia, en el mar del mundo, no es otra sino la de ser pescadores de todos
los hombres sin excepción y llevarlos al puerto seguro de la fe y de la eternidad.
A esta imagen de la nave y de la pesca, sigue a continuación otra: la del pastor y
las ovejas. Jesucristo, Buen Pastor, encomienda a Pedro: "Apacienta mis ovejas".
Ezequiel había hablado del Dios como Pastor de Israel; ahora Jesús recurre a la
misma imagen para hablar de sí mismo como Pastor de la Iglesia, y da a Pedro su
misma misión. Buen Pastor es aquél que cuida, ama, protege, apacienta a sus
ovejas, y las defiende de los lobos hasta dar la vida por ellas. La misión de Pedro
y de los pastores en la Iglesia es lograr que todas las ovejas alcancen la salvación
de Dios.
SUGEREncias PASTORALES
¡El Buen Pastor! Éste es el símbolo de Jesucristo que la liturgia de hoy resalta. Es
el Buen Pastor, que conoce a sus ovejas y da la vida por ellas (evangelio). Es el
Buen Pastor que a todos quiere salvar, tanto a las ovejas judías como a las
paganas, y a todos ofrece su vida (primera lectura). Es el Buen Pastor, que
apacienta a sus ovejas no sólo en esta tierra, sino también en el cielo,
conduciéndolas a las fuentes de aguas vivas (segunda lectura).
MENSAJE DOCTRINAL
Las mirabilia del Buen Pastor. En la historia de Israel se habla mucho de las
mirabilia Dei, de los grandes portentos que Dios hizo en favor de su pueblo. Es
legítimo hablar también de las mirabilia Boni Pastoris. Veamos algunas que nos
señalan los textos litúrgicos.
SUGEREncias PASTORALES
¡El martirio posible: don y libertad! La vocación cristiana por fuerza propia lleva
ínsita en sí la vocación al martirio. Es por tanto, una posibilidad, a veces muy real
y hasta cercana, para todo cristiano, allí donde esté. Y no pensemos que los
mártires son posibles sólo en América hispana, Asia, África y Europa del Este.
Cada año no son pocos los que han confesado su fe con el martirio en diversos
continentes. En el mundo hay muchos que mueren violentamente, pero no son
mártires; esto es un don de Cristo crucificado y exaltado a la derecha de Dios. Si
el Crucificado no nos atrae hacia el martirio, no nos otorga esta semejanza
suprema a Él, ni siquiera tendremos la posibilidad de ser mártires. Al don divino
se añade la libertad humana, porque el martirio es un acto de soberana libertad.
Nadie es coaccionado a morir mártir. Se llega a ser mártir, sólo si se es libre y se
ama de veras. Existe el martirio cruento, posible para todos, efectivo sólo en
algunos. Y existe el martirio incruento, posible y efectivo para todos: el martirio
del deber cumplido, de la coherencia entre la fe y la vida, del testimonio
constante, de vivir siempre en la verdad, de amar a los enemigos (políticos,
ideológicos, religiosos, parroquiales...). Cualquiera que sea tu martirio, bebe el
cáliz por Cristo y con Cristo.
Primera: Hch 14, 21-27; segunda: Ap 21, 1-5 Evangelio: Jn 13, 31-33.34-35
NEXO entre las LECTURASLa Iglesia nace de la Pascua. En este domingo los
textos litúrgicos pueden concentrarse en torno al tema de la Iglesia. Ante todo, en
el evangelio se nos ofrece la caridad como sustancia de la Iglesia: "En eso
conocerán que sois mis discípulos". Esta Iglesia, amor y comunión, se realiza
históricamente en las perqueñas comunidades de los orígenes cristianos, por
ejemplo, en las comunidades fundadas por Pablo y Bernabé durante su primer
viaje misionero (primera lectura). Esta Iglesia histórica es reflejo, a la vez que
impulso, hacia la Iglesia eterna, morada definitiva y sin término de Dios entre los
hombres (segunda lectura).
MENSaje DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
El verdadero rostro de la Iglesia. ¿Qué es lo que hace brillar ante los hombres el
verdadero rostro de la Iglesia, un rostro bello y atractivo? Indudablemente la
caridad. La Iglesia docente es necesaria, insustituible, e inseparable de la Ecclesia
amans, pero a los ojos de los hombres, incluso de los mismos cristianos, no es el
rostro más atractivo. La Iglesia que celebra los sacramentos es importantísima, y
un modo aptísimo de expresar el amor de la Iglesia a sus hijos en diversas
situaciones y circunstancias de la vida, pero tampoco es el rostro que más seduce
a los cristianos, menos todavía a los que no lo son (Se sabe la desafección que ha
habido y continúa habiendo hacia los sacramentos). Tampoco el rostro más
genuino de la Iglesia nos lo ofrecen sus instituciones, a veces tan criticadas -con
frecuencia de modo injusto y desleal- por nuestros contemporáneos. El verdadero
rostro de la Iglesia nos lo da la Iglesia-Caridad, comunión, la Iglesia que
realmente ama y se dedica a comunicar amor mediante todos y cada uno de sus
hijos. Todos conocemos el canto que dice: "Donde hay caridad y amor, ahí está
Dios", frase que podría parafrasearse de otra manera: "Donde hay caridad y
amor, ahí está la Iglesia". Esa caridad que en Dios tiene su manantial y en Dios
termina su recorrido de amor por las vidas de los hombres. Dios, alfa y omega de
la caridad. Entre estos dos extremos del vocabulario griego, se hallan todas las
demás consonantes y vocales con las cuales expresar de todo corazón nuestro
amor al prójimo. No desliguemos jamás la caridad de la fe, del dogma, de la
liturgia, de las instituciones, pero que el rostro más bello, genuino y verdadero,
que cada uno de nosotros ofrezca a la Iglesia, sea el rostro de la caridad
verdadera y del amor sincero. Recordemos lo que san Pablo dice en el himno a la
caridad: "Si no tengo caridad, nada soy".
MENSaje DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
MENSaje DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
MENSaje DOCTRINAL
El Espíritu nos consuela y protege. Jesucristo ha sido, durante los años de vida
pública, el consolador de los discípulos. Ahora está por retornar al Padre.
¿Quedarán los discípulos abandonados al desconsuelo, desprotegidos ante los
ataques y la hostilidad del mundo? Jesús les asegura que les enviará otro
Paráclito, es decir, otro consolador y protector. Es el Espíritu Santo. Consolar
quiere decir acompañar, estar al lado de alguien, sobre todo en los momentos de
tribulación, soledad y sufrimiento. El Espíritu Santo hace con nosotros y en
nosotros el camino de la vida, de nuestra vida humana con toda su realidad
prosaica y con toda su exaltación sublime. El cristiano, si es coherente, vive en
un perenne Pentecostés, y por ello en la experiencia inefable del consuelo
espiritual y de la seguridad protectora y eficaz del Espíritu.
El Espíritu, maestro de cristología. Algo muy claro en los textos del Nuevo
Testamento es que el Espíritu sólo sabe hablar de Cristo, la cristología es la única
materia que sabe enseñar a los hombres. Es no sólo un repetidor de lo que Cristo
ha enseñado a los suyos, sino también un actualizador de las enseñanzas de
Cristo ante las nuevas circunstancias y situaciones de los creyentes. En el Nuevo
Testamento aparece bajo muy variadas figuras, pero bajo ellas siempre coincide
en ser el expositor de Cristo. Y no sólo de su doctrina, sino de su vida y de sus
actitudes. Por eso, él es el que hace resonar en nosotros la voz de Cristo que dice:
Abba, Padre.
SUGEREncias PASTORALES
Cristiano, o sea, guiado por el Espíritu. La definición del cristiano es muy rica,
por eso ninguna puede abarcarlo completamente. Cristiano es quien cree en
Jesucristo. Cristiano es quien reproduce en su vida el modelo que Cristo nos
ofrece. Cristiano es todo hombre que está bautizado. Cristiano es todo aquél que
ama a Dios y a su prójimo, etc. Hoy quiero subrayar: Cristiano es todo hombre
guiado por el Espíritu. Siendo el Espíritu de Cristo, él siempre nos llevará a
Cristo, nos hará vivir según Cristo, nos hará amar como Cristo ama, nos hará
vivir a fondo nuestro bautismo, que está eminentemente centrado en la persona y
en la vida de Cristo. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te hará entender y vivir el
Evangelio de Jesucristo: el evangelio de la verdad y de la justicia, el evangelio
del sufrimiento y de la cruz, el evangelio de Dios y del hombre, el evangelio de la
vida y de la muerte, el evangelio de la Iglesia y del mundo, el evangelio de hoy y
de siempre. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te impulsará a ser coherente entre
tu ser y tu obrar, entre tu pensar y tu vivir, entre tu vocación cristiana y tu
presencia en el mundo del trabajo, de los negocios, de la política, de la docencia,
de las finanzas. Si te dejas guiar por el Espíritu, él te llevará a mirar más allá de ti
mismo, a ver tantas necesidades de los hombres que te están esperando, a vivir
con los pies bien afincados en la tierra pero con el corazón puesto en el cielo.
Si me está permitido hablar así, diría que los textos litúrgicos nos encaminan
hacia la Operación Trinidad. Una Operación top secret en el corazón de Dios y
que se va revelando poco a poco, por ejemplo, bajo la personificación de la
Sabiduría (primera lectura). Jesucristo en el evangelio nos adentra en la
Operación Trinidad revelándonos la interacción entre el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo. Por último, el texto de la carta a los Romanos muestra las
consecuencias de la Operación Trinidad en la vida de los cristianos, por obra
sobre todo del Espíritu.
MENSaje DOCTRINAL
Dios NOS revela e interpela. Al revelarse Dios a sí mismo en su vida más íntima,
revela al hombre su más profunda identidad y su quehacer más importante en la
existencia histórica. Por eso, no es ni puede ser indiferente al cristiano el misterio
de la Trinidad. Como nos dice el catecismo, el misterio trinitario es la luz que nos
ilumina (CIC 234). Ilumina nuestra inteligencia de la creación, pues el Padre ha
creado el universo y al hombre con las sabias manos del Hijo y del Espíritu
(primera lectura), y así nos revela no sólo nuestra condición de criaturas sino
también nuestra condición contemplativa y casi mística. Ilumina nuestra
comprensión de las relaciones dentro de la familia divina (evangelio), y mediante
ellas nos revela nuestra participación en esa vida divina y nuestra vocación de
reflejo de la misma. Nos revela sobre todo nuestra condición de oyentes del
Espíritu, a quienes el Espíritu de la Verdad comunica todo lo que ha oído en el
seno del Padre y todo lo que ha recibido del Verbo, hecho carne. Nos revela, por
acción del Espíritu, nuestra condición de hombres de la esperanza, frente a los
hombres sin esperanza, que son los no creyentes; una esperanza sólida, que no
engaña (segunda lectura). Esta revelación que el Dios vivo y trinitario nos hace
de nuestra identidad, nos interpela al mismo tiempo a fin de que la vida divina
adquiera formulación y expresión histórica en cada uno de los cristianos: la
unidad de la fe, el amor como esencia del cristianismo, la docilidad a la presencia
y acción del Espíritu Santo en nuestras almas, el papel magisterial del Espíritu de
la Verdad divina, la multiplicidad de expresiones culturales de la misma y única
fe.
SUGEREncias PASTORALES
Misterio de fe y amor. Es decir, un misterio en el que no sólo tenemos que creer
sino también amar. Creo, creemos en un único Dios que nos da la vida como
Padre, que como Hijo nos llama a vivir a fondo la experiencia filial de la que Él
nos hace partícipes, y que en cuanto Espíritu se define como intercambio de amor
entre el Padre y el Hijo y nos enseña que en el amor está la esencia de Dios y de
toda criatura. Me fío de este Dios Vida, Comunión, Verdad, Amor. Creo y confío
en que en la apropiación de estos grandes valores "divinos" encuentro mi plena
realización humana y cristiana. Como cristiano expreso mi fe amando la
grandeza y belleza del Dios unitrino. Con mi amor a cada una de las personas
divinas pretendo subrayar que el Dios trinitario no es una abstracción, no es un
mundo mental hermoso y bien construido, no es un juego de conceptos con los
cuales entretener la reflexión de los teólogos, sino un Dios tripersonal, al que
amo como hijo, al que obedezco como creatura, y al que adoro por ser mi Dios y
Señor. Considero algo sumamente positivo y necesario que desde la primera
catequesis se introduzca a los niños en una relación personal y adorante con el
Padre, con el Hijo y con el Espíritu. Para esta catequesis trinitaria puede
ayudarnos una explicación elemental de la santa misa, que comienza y termina en
el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. En ella, Jesucristo, Hijo de
Dios, nos habla a los hombres (a los niños, y a los adultos) desde el Evangelio.
En ella todas las oraciones y plegarias nuestras se dirigen a Dios Padre, fuente de
todo don y gracia. En ella está presente y activo el Espíritu Santo de manera muy
especial en el momento de la consagración, para hacer que el pan y el vino se
conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo, y para transformar nuestra pobre
existencia mediante el cuerpo de Cristo que en la misa recibimos. Si Dios es un
misterio de amor, ¿no será el amor la mejor manera de entrar por la puerta del
misterio?
Primera: Gén 14, 18-20; segunda: 1Cor 11, 23-26 Evangelio: Lc 9, 11-
MENSaje DOCTRINAL
La liturgia de hoy nos hace caer en la cuenta de algo importante: "El hombre,
todo hombre, tiene necesidad de una dieta integral". El hecho de ser hombres nos
coloca en una situación pluridimensional, diversa de las demás criaturas. Por eso,
nuestra alimentación no puede ser unidimensional, sino que ha de ser integral y
completa.
SUGEREncias PASTORALES
Hambre de pan, hambre de Dios. Es algo doloroso, que nos debe hacer pensar, el
hecho de que después de 2000 años de cristianismo, haya millones de hermanos
que tienen hambre de pan, y esto no a miles de kilómetros de nuestra casa, sino
en nuestro barrio, en nuestra ciudad, en nuestro país. Además, en estos últimos
decenios, las instituciones internacionales y los medios de comunicación social
nos han hecho más conscientes de este triste e inhumano fenómeno en todo el
mundo. ¿No multiplicó Jesús los panes para saciar el hambre? ¿No dijo a sus
discípulos: "dadles vosotros de comer"? ¿No hemos espiritualizado demasiado
nuestra fe? ¿No hemos reducido nuestra fe al ámbito estrictamente privado?
Ciertamente no se puede identificar el cristianismo con la ONU de la caridad y de
la solidariedad, pero en la entraña misma del cristianismo está el amor al
prójimo, sobre todo al más necesitado. Y hoy, en el siglo de la globalización, no
basta la ayuda individual, pasajera. Los cristianos tenemos que organizarnos, a
nivel parroquial, diocesano, nacional, internacional para desterrar el hambre de la
tierra. Incluso, donde sea necesario, hemos de colaborar con las instituciones de
otras religiones para acabar con esta plaga de la humanidad. Mientras haya un
niño que muera de hambre, nuestra conciencia cristiana no puede estar tranquila.
El hambre de pan es terrible, pero ¿y el hambre de Dios? No nos conmueve tanto,
porque el hambre de Dios no se ve. Es, sin embargo, real, universalmente
presente, más angustiosa no pocas veces que el mismo hambre de pan. Y lo peor
es que son pocos los que de ese hambre se preocupan, pocos los que buscan
satisfacerla. ¿No tendremos que abrir nuestros ojos, ojos de fe y de amor, para
ver a tantos hambrientos de Dios con los que nos cruzamos por la calle, con los
que convivimos en el trabajo, con quienes nos divertimos en un estadio de fútbol
o en una discoteca?
Un pan gratis y para todos. La Eucaristía es eso. Dios, nuestro Padre, nos da
gratuitamente el alimento del Cuerpo de Cristo, siempre que lo queramos recibir
con las debidas disposiciones. Si este alimento no cuesta, si es el "pan de los
fuertes", ¿cómo es posible que sean tan pocos los que lo reciben? ¿No será que
no lo valoran? Es además un mismo y único pan para todos: la eucaristía es el
sacramento de la absoluta igualdad cristiana. No existe una eucaristía para ricos y
otra diversa para pobres. Para Cristo, pan de nuestra alma, todos somos iguales.
Ante Cristo Eucaristía desaparecen todas las barreras económicas o sociales.
MENSaje DOCTRINAL
El mesías de Dios, pero... Pedro, y los demás apóstoles, han acompañado a Jesús
durante un buen tiempo, han convivido con él, le han visto orar, predicar, curar;
han escuchado sus enseñanzas, sobre todo sus palabras sobre el Reino de Dios.
Han dado un paso más en el conocimiento de Jesús: No sólo es un profeta, es el
mesías de Dios. Sí, el mesías, descendiente de David, el caudillo batallador, el
rey victorioso que ha logrado la máxima expansión del reino de Israel,
derrotando a todos sus enemigos. Jesús repetirá, como mesías, la figura de David:
derrotará a los romanos, ampliará las fronteras del reino, los reyes de las naciones
vendrán a él para rendirle vasallaje y pleitesía. El reino de Israel, reino de
Yahvéh, volverá a ser glorioso. Jesús no está de acuerdo con este mesianismo
soñado por Pedro y los demás apóstoles. Jesús no niega, ni jamás negará, que es
el mesías. Sería negar la verdad, y esto es imposible para quien es la Verdad.
Pero Jesús no hace propia la figura de un mesías, caudillo de las huestes de
Yahvéh. Mesías de Dios, sí, pero mesías diverso a como lo imaginan los
discípulos más cercanos.
SUGEREncias PASTORALES
"Ora para entender, entiende para orar". Los misterios de la fe se conocen mejor
en la capilla que en el escritorio, se conocen mejor con la oración que con el
estudio, aunque ambos sean necesarios. Dios es el único que tiene la llave de los
misterios. Sólo Él puede abrirnos ese sagrario de su corazón. La inteligencia,
cuando está abierta a la fe, nos prepara y nos pone ante el sagrario del misterio.
La inteligencia, una vez que Dios nos ha permitido entrar en el misterio, nos
ayuda a darle vueltas y a captar algún que otro átomo de su realidad superior e
infinita. Pero únicamente la oración, si es humilde, constante, confiada, mueve a
Dios a abrirnos el sagrario del misterio. Dentro de ese sagrario, el alma se extasía
y el entendimiento comienza a navegar por mares desconocidos. La teología más
auténtica es la que se hace no sólo desde la fe, sino sobre todo desde la oración,
desde la inteligencia orante y adorante del misterio. Igualmente, la predicación
más verdadera es la que ha pasado las verdades de la fe por el horno de la
meditación. En las cosas de Dios, el que ora entiende, y el que no, no entiende
nada, o casi nada. Si los cristianos orásemos más y mejor, los problemas de fe
disminuirían en gran número o desaparecerían por completo. En un mundo que a
veces parece sin sentido, la oración puede darle sentido. ¡Vale la pena!
Domingo Trece del TIEMPO ORDINARIO 1 de julio del año 2001Primera: 1Re
19, 16b.19-21; segunda: Gál 5,1.13-18 Evangelio: Lc 9, 51-
MENSaje DOCTRINAL
Con Jesús hacia el Gólgota. Con el pasaje evangélico comienza Lucas la gran
marcha de Jesús desde el lugar del triunfo y del éxito (Galilea) hacia el lugar de
la muerte y de la derrota incomprensible (el Gólgota en Jerusalén). Jesús inicia
esta marcha "con firme decisión". Él camina por delante, el primero, el
abanderado de los designios del Padre, "para cumplir los días de su asunción", es
decir, los días de su martirio fuera de los muros de Jerusalén y de su exaltación
gloriosa mediante la resurrección. Los discípulos han dicho sí a la llamada y
ahora siguen sus pasos, sin entender muy bien a dónde van. Jesús, en esta larga
marcha hacia Jerusalén, les irá instruyendo y poco a poco captarán que el camino
termina en una cruz. Jesús habla claro, pero la ceguera de los discípulos no es
fácil de vencer. Necesitarán la luz de la Pascua.
Como Jesús, pasar haciendo el bien. Los hijos del trueno quieren arrojar fuego y
centellas sobre el pueblo que rechaza darles hospedaje. Seguramente habían
escuchado en la sinagoga que Elías había hecho caer fuego del cielo (1 Re 18,
38) y ellos no querían ser menos que aquel gran profeta. Pero Elías hizo bajar el
fuego de Dios no sobre una ciudad y sus habitantes, sino sobre el sacrificio en el
monte Carmelo. Santiago y Juan como buenos discípulos de Juan el Bautista van
más allá, porque ellos han escuchado decir a su antiguo maestro que "el Mesías
quemará la paja con fuego que no se apaga" (Lc 3,17). Lucas nos dice que Jesús
"les reprendió con dureza". ¿Pero es que no se han enterado de que Jesús no ha
venido para hacer el mal, sino sólo el bien? ¿No entienden que Jesús camina
hacia Jerusalén para vencer el mal con el bien sobre el Calvario?
Tres actitudes para seguir a Jesús. Podemos formularlas así: Entrega total,
decisión absoluta, desprendimiento pleno. Hay que estar dispuesto a dejar el
pasado, a no mirar hacia atrás, sino a tender los ojos hacia adelante, hacia la tierra
que hay que labrar y que un día dará su fruto. En el seguimiento de Jesucristo no
se admiten condiciones, si éstas implican subordinar la llamada al propio querer.
Se pide radicalidad, porque el reino de Dios apremia y no puede esperar: Eliseo
pudo poner condiciones a Elías (ir a despedirse de sus padres), pero el cristiano,
si así lo requiere el Reino, ha de librarse de esta preocupación por un bien
urgente y superior. Finalmente, al discípulo Jesús pide el poner exclusivamente
en él su seguridad, renunciando a todo tipo de seguridades materiales y humanas.
Jesús no tiene nada, sólo a su Padre. El discípulo habrá de estar dispuesto a no
tener nada, sólo un camino y un caminante que le va llevando hacia la cruz.
Seguir a Cristo con libertad. Antes del bautismo el cristiano era esclavo de sí
mismo y del Maligno. Cristo lo ha liberado, pero no para arrojarle otra vez a una
nueva esclavitud, sino para que viva siempre en clave de libertad, bajo la guía del
Espíritu Santo. Para un cristiano incircunciso, nos enseña Pablo, la circuncisión
significa es perder la libertad del Espíritu y caer en la esclavitud de la ley. Por
otra parte, un cristiano, proveniente del paganismo, pierde la libertad si vuelve a
vivir como antes, siguiendo las apetencias de la carne, como la idolatría, la
fornicación, la discordia, las borracheras y, en general, cualquier forma de
libertinaje. El cristiano, liberado por Cristo, ha de aceptar y vivir el riesgo y el
reto de la libertad.
SUGEREncias PASTORALES
Caminar sin entender del todo. En las cosas del espíritu no todo es claro, ni todo
evidente. Pero uno no puede quedarse paralizado, hay que caminar aunque no se
entienda todo ni del todo. Caminar mirando una estrella que un día se vio, y que
ahora quizá está cubierta por una densa nube. Caminar, como Jesús, con paso
firme, sin miedo, aunque la inteligencia quiera que detenga el paso e incluso que
retroceda ante la niebla del camino. Caminar en el claroscuro de la fe, mirando
siempre hacia adelante, hacia Jerusalén, la meta de nuestra existencia. Caminar,
caminar, caminar... ¿No nos sucede a veces que nuestra inteligencia nos frena en
el camino de la vida espiritual, del trabajo apostólico? Camina iluminado por el
corazón, porque el corazón tiene sus razones que la razón no comprende. Y el
amor difícilmente se equivoca.
MENSaje DOCTRINAL
Llevo en mi cuerpo el tatuaje de Jesús. Para un cristiano, nos dice San Pablo,
carece de valor estar o no circuncidado, lo que vale es ser una nueva creatura.
Todo ha de estar subordinado a la consecución de este fin. San Pablo es
consciente de haberlo conseguido, pues lleva en su cuerpo el tatuaje de Jesús. Es
decir, lleva en todo su ser una señal de pertenencia a Jesús, como el esclavo
llevaba una señal de pertenencia a su patrón, o como en las religiones mistéricas,
el iniciado llevaba en sí una señal de pertenencia a su dios. Como Pablo, así
deben ser todos los cristianos, por eso puede decirles: "Sed imitadores míos,
como yo lo soy de Cristo". Este es, además, el fin de la misión de Jesucristo: que
el hombre se apropie la redención operada por Jesucristo y llegue así a ser y a
manifestar a los demás que es pertenencia de Dios. Después de veinte siglos de
cristianismo, ¿cuántos llevan grabado en su mismo ser el tatuaje de Jesucristo ¿
SUGEREncias PASTORALES
Cristiano, o sea, misionero. La imagen del cristiano que va a misa, cree en los
dogmas de fe y cumple con los mandamientos, es incompleta y algo anticuada.
No basta eso, porque ser cristiano es tener una misión y realizarla con celo y
ardor en los quehaceres de la vida y en la amplísima gama de tareas eclesiales
hoy existentes. Más aún, el sentido de misión es el estímulo más fuerte para creer
y vivir la fe, para cumplir con los mandamientos de Dios y de la Iglesia. Si
alguno no está convencido de que ser cristiano equivale a vivir en clave de
misión, le recomiendo que lea los documentos del Concilio Vaticano II y el
catecismo de la Iglesia católica. En este último se lee: "Toda la Iglesia es
apostólica en cuanto que ella es ‘enviada’ al mundo entero; todos los miembros
de la Iglesia, aunque de diferentes maneras, tienen parte en este envío. ‘La
vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado"
(CIC 863). Si amamos filialmente a la Iglesia, no dudemos de que la mejor
manera de expresarle nuestro amor sea mediante nuestro espíritu misionero. Y
misionero significa conciencia viva de ser enviado; si bien este envío puede ser al
vecino de casa, al cliente en el trabajo, al emigrante que encuentro en la parada
del autobús o del semáforo, a la joven pareja que se prepara para el matrimonio...
Hoy en día misionar no es únicamente marchar a un país lejano a predicar la fe y
el estilo de vida de Cristo, es también una tarea que se lleva a cabo en el propio
barrio, en las plazas de la ciudad e incluso entre las paredes del propio hogar.
La misión puede más que el miedo. Parafraseando a Juan Pablo II podríamos
decir: "No tengáis miedo de ser misioneros". Porque, a decir verdad, algunas
veces al menos nos atenaza el temor, el respeto humano, el qué pensarán y el qué
dirán. Es humano sentir miedo, pero la misión ha de superar y sobrepasar
nuestros temores. El futbolista no tiene miedo de hablar de fútbol ni el médico o
el maestro de hablar de su profesión. ¿Hemos de tener miedo los cristianos de
hablar de Cristo: su persona, su vida, su verdad, su amor, su misterio? La fe y la
misión comienzan en el corazón, eso es verdad, pero han de terminar en los
hechos y en los labios. Todos hemos de vencer cualquier muestra de miedo. Los
adultos, para no llamar al miedo prudencia. Los jóvenes, para no creerse seres de
otro planeta entre sus coetáneos. Sobre todo, vosotros jóvenes (laicos, religiosos
y religiosas, sacerdotes), que sois enviados por Cristo como apóstoles de los
jóvenes. ¡Es vuestra hora! ¿La dejaréis pasar? También vosotros, maestros y
educadores cristianos, que tenéis en vuestras manos la niñez y la adolescencia,
¡sed misioneros en la escuela! ¿Podremos permitir que el miedo prevalezca sobre
nuestra misión cristiana? Nuestra misión ha de ser nuestra corona y nuestra
gloria.
Domingo Décimo Quinto del TIEMPO ORDINARIO 15 de julio del año 2001
Primera: Deut 30, 10-14; segunda: Col. 1, 15-20 Evangelio: Lc 10, 25-37
MENSAJE DOCTRINAL
El buen samaritano, seudónimo de Jesús. La parábola del buen samaritano no es
sólo un tesoro cristiano, pertenece a la riqueza de la humanidad. Tal vez no sea
exagerado decir que no hay hombre que no la conozca, que no haya pretendido
interpretarla alguna vez en su propia vida. Cabe destacar, por ello, que no es una
parábola hecha vida, sino una vida hecha parábola, y por eso se puede decir que
el buen samaritano es un seudónimo de Jesús. A la pregunta del escriba sobre
quién es su prójimo, Jesús habría podido responder directamente: "Yo soy";
prefirió, sin embargo, escoger el camino parabólico y hacer de la narración un
espejo de su existencia, enteramente entregada al hombre por amor.
Verdaderamente Jesucristo es el prójimo de todo hombre, es decir, cercano,
accesible, disponible, acogedor, próximo en cualquier situación o circunstancia
humanas. Una perspectiva interesante para leer los evangelios podría ser ésta de
la proximidad, adoptando como punto de partida el gran misterio de la
encarnación, por la que Dios se hace próximo al hombre en Jesús de Nazaret.
Jesús está próximo a los niños, a los enfermos, a los discípulos, a los inquietos, a
los poderosos, a los pobres y necesitados, a todos. La proximidad de Jesucristo al
hombre forma parte del misterio de la encarnación y del nacimiento.
SUGEREncias PASTORALES
Una Palabra dirigida a ti. Toda la Biblia es palabra, palabra de Dios. Las palabras
humanas en que está escrita la Biblia son como sonidos que llegan a nuestros
oídos, entran dentro de nosotros y a través de ellos escuchamos la Palabra de
Dios, su mensaje de verdad, de amor, de auténtico humanismo cristiano. Es una
Palabra dirigida a todos, porque todos la podemos entender y a todos nos puede
abrir las puertas de la salvación. Pero sobre todo es una Palabra dirigida
personalmente a cada uno, a ti. Puede suceder que, cuando tú lees un texto de la
Biblia, haya otros hombres leyendo el mismo texto en algún otro lado del
planeta, pero es seguro que el mensaje será absolutamente personal, dirigido a ti,
con tu nombre y apellidos. Cuando en la liturgia de la Palabra, en la misa, se
hacen las tres lecturas, todos los presentes escuchan los mismos textos, pero en
cada uno resuenan de modo diferente y a cada uno envían mensajes particulares.
Para la Palabra de Dios no cuenta el número, sino la persona, cada persona en su
carácter único, irrepetible y diverso de todas las demás. Un Padre de la Iglesia
decía que la Escritura es como una carta que Dios escribe a cada hombre. No una
carta protocolaria o puramente administrativa, sino una carta de un Padre a su
hijo, una carta donde el Padre habla de sí mismo con gran sencillez, pero al
mismo tiempo manifestando sus pensamientos y deseos más íntimos. Escucha
esa Palabra de Dios para ti, en ella te va la vida y la felicidad, en ella se te da la
clave para vivir dando sentido a tu existencia. No te asuste la levedad de la
Palabra. Parece frágil y leve, pero posee la solidez del acero. ¡Es Palabra de
Dios!
Domingo Décimo Sexto del TIEMPO ORDINARIO 22 de julio del año 2001
Primera: Gén 18, 1-10a; segunda: Col. 1, 24-28. Evangelio: Lc 10, 38-42
MENSAJE DOCTRINAL
Dos formas de hospedar al amigo. Estas dos formas están representadas por
Marta y María. Son dos formas igualmente buenas y necesarias, aunque la
segunda sea preferible a la primera. Marta hospeda a Jesús y a sus discípulos en
su casa. De esta manera, les muestra primeramente su aprecio y amistad, les
protege además del calor ardiente del desierto que acaban de atravesar para llegar
hasta Betania, y les da de beber y comer para reparar sus fuerzas, gastadas por la
larga y fatigosa caminata. María hospeda a Jesús escuchando su palabra, sentada
a sus pies, como una discípula entusiasta que no quiere perderse ni una jota de las
enseñanzas del Maestro. Este hospedaje interior, espiritualmente activo, es
estimado por Jesús de más valor que el hospedaje externo, centrado en la
preparación de la mesa para una comida de hospitalidad. Por eso Jesús le dice a
Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad
de pocas, o mejor, de una sola". Jesús en modo alguno desprecia la hospitalidad
de Marta, la considera valiosa. Pero a la vez le recuerda que hay otra hospitalidad
más importante e, indirectamente, invita a Marta a dársela. Es como si Jesús
dijera a su anfitriona: "Mira, Marta, prepara cualquier cosita, y luego ven a
sentarte junto a María y a escuchar como ella mi palabra". Dos formas de
hospedar al amigo, de distinto valor, aunque las dos sean necesarias.
SUGEREncias PASTORALES
Domingo Décimo Séptimo del TIEMPO ORDINARIO 29 de julio del año 2001
Primera: Gén 18, 20-21.23-32; segunda: Col 2, 12-14 Evangelio: Lc 11, 1-13
Los textos litúrgicos de este domingo nos enseñan diversos modo de orar.
Abraham aparece en la primera lectura como modelo de oración de intercesión
por los habitantes de Sodoma. En el evangelio Jesucristo nos enseña con el
padrenuestro dos modos de orar: la oración de deseo, en la primera parte, y la
oración de súplica en la segunda. El texto de la carta a los colosenses no trata
directamente de la oración, pero podríamos decir que ofrece el fundamento de
toda oración cristiana, sobre todo de la oración litúrgica, que es el misterio de la
muerte y resurrección de Jesucristo. O tal vez se pudiera hablar de la oración que
se hace vida, entrega por amor.
MENSAJE DOCTRINAL
Dime cómo oras y te diré quién eres. Hay quienes piensan que el valor del
hombre y su identidad se miden por su cuenta bancaria, por su rango social, por
su poder sobre los demás, por su saber, por su fama... Más bien habrá que decir
que el hombre es lo que ora, vale lo que ora. ¿Oras? ¿Oras de verdad, con todo el
alma? ¿Oras mucho, con frecuencia? ¿Oras con oración de deseo, buscando
sinceramente a Dios en tu oración? ¿Oras desinteresadamente, por quienes tienen
necesidad de Dios, de su misericordia y de su amor? ¿Oras con confianza, con
abandono en el poder y en la sabiduría de Dios que conoce lo que es mejor para
los hombres? ¿Oras con un corazón eclesial, abierto a todos? ¿Oras, como
Jesucristo, con tu vida hecha oblación por la salvación de los hombres? Si oras, y
oras así, eres cristiano auténtico. Si no oras, o si tu oración está desprovista de
estas cualidades, tu carné de identidad cristiana está muy maltrecho y
desfigurado. Por todo esto, conviene recordar que la familia, la escuela, la
parroquia deben ser también y -¿por qué no?- principalmente, escuelas de
oración. ¿No nos sucede que enseñamos muchas cosas a los niños, y nos
olvidamos quizá de enseñarles a orar?
Domingo Décimo Octavo del TIEMPO ORDINARIO 5 de agosto del año 2001
Los textos litúrgicos de este domingo nos proponen dos modos de vivir y estar en
el mundo. Está el modo de vivir del hombre viejo y está el propio del hombre
nuevo (segunda lectura), existe el hombre que busca las cosas de la tierra y el que
busca las cosas del cielo (segunda lectura), aquel para quien todas las cosas son
vanidad y para quien todo es providencia de Dios (primera lectura). El evangelio,
por su parte, opone la vida de quien cifra todo en el tener, y atesora riquezas para
sí, y la vida de quien funda su existencia en el ser, y atesora riquezas delante de
Dios.
MENSAJE DOCTRINAL
Vivir delante de Dios. Dios no es, a decir verdad, el antagonista del yo, de la
realización personal. ¡De ninguna manera! Pero la sabiduría eterna nos enseña
que la propia realización consiste y se lleva a cabo por el camino del vivir para
Dios, de vivir a los ojos de Dios. El trabajo y el saber, a los ojos de Dios, tienen
un sentido y un destino providenciales, más allá de los límites de la esfera
mundana. Todo lo que uno hace por Dios en este mundo lo trasciende y habita,
purificado y elevado, en la eterna morada de Dios. Vive ante Dios y para Dios el
hombre nuevo, que ha sido rehecho por Cristo mediante el bautismo a su imagen
y semejanza, que ha sido circuncidado no en su carne sino en su corazón, y
viviendo delante de Dios vive sin miedo a la muerte, que considera, más que un
final absurdo y sin sentido, una puerta a una existencia nueva de la que ya se
participa, aunque sea de modo muy pobre y elemental. Por eso, el hombre nuevo
tiene los pies bien puestos en la tierra y en los quehaceres de este mundo, pero su
mirada y su corazón están puestos arriba, en el cielo, hacia donde camina con
confianza y esperanza. Quien vive para Dios no se enajena del mundo, no lo
desprecia ni lo odia, porque es la casa que el Padre le ha dado para que en ella
habite. Trabaja como todos los demás, gasta sus fuerzas para producir riqueza,
pero tiene un corazón puro y desprendido y sabe muy bien que los bienes de este
mundo tienen un destino universal, y no pueden ser injustamente acaparados en
pocas manos. En vez de decirse a sí mismo: "Descansa, come, bebe, banquetea",
piensa más bien en cómo ayudar para que los hombres todos, sobre todo quienes
están más cerca de su vida, tengan su oportuno descanso, dispongan de alimentos
y puedan sanamente disfrutar de lo necesario para un banquete de fiesta.
SUGEREncias PASTORALES
¿Tiene sentido cambiar de sentido? Los dos modos de vivir de que hemos
hablado son como una autopista, con las dos vías separadas, sin posibilidad de
maniobra para cambiar de dirección cuando uno quiera. Unos carriles van sólo en
una dirección y otros en la dirección contraria. Esto da mucha mayor seguridad a
los conductores, hace más fácil y menos cansado el conducir, se puede ir a mayor
velocidad... se viaja a gusto en general, aunque habrá que tener cuidado en las
curvas, no excederse en la velocidad, no dejarse vencer por la fatiga. Avanzo,
progreso hacia Babilonia, veo que no voy sólo sino que muchos van por la misma
dirección que yo. Pienso que he elegido bien la ciudad de mis sueños y que será
una gozada vivir en ella, con gente per bene. De vez en cuando observo que hay
un letrero en el que está escrito: "cambio de sentido". He visto que alguno que
otro ha dejado la pista y ha buscado cambiar de dirección. Mi primera reacción
ha sido: "¡Pero qué tonto! ¿Tiene sentido cambiar de sentido?", y he seguido
adelante. Luego, ante otros letreros iguales, o en momentos inesperados, me ha
venido la imagen de quienes salían de la autopista. ¿Por qué lo harán? ¿Será
gente rara? ¿Pensarán que se han equivocado de dirección? ¿Habrán
comprendido que Babilonia no es una isla de felicidad? La verdad es que la
espinita de la duda se me ha clavado dentro. ¿Qué hacer? Te animo a cambiar de
dirección, a tomar el carril que se dirige a Jerusalén; a hacerlo en el próximo
cambio de sentido, sin esperar al último... No creas que son pocos los que van en
esa dirección. Al cambiar de sentido, te darás cuenta de que el tráfico es también
intenso. ¡Jerusalén, la ciudad del gran Dios! ¡Jerusalén, la ciudad en que
Jesucristo dio su vida por nosotros! ¡Jerusalén, la ciudad de los hijos de Dios!
¡Jerusalén, símbolo de verdad y de justicia, símbolo de amor y solidaridad!
¡Jerusalén, la ciudad fundada por Dios para que tú habites en ella!
Domingo Décimo Noveno del TIEMPO ORDINARIO 12 de agosto del año 2001
Primera: Sab 18, 3.6-9; segunda: Heb 11, 1-2.8-19 Evangelio: Lc 12, 32-48
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Ap 11, 19; 12, 1-6a.10ab; segunda: 1Cor 15, 20-26; Evangelio: Lc 1,
39-56
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
Una mujer de nuestra raza. María, con toda su grandeza, no es una mujer diversa
de las demás mujeres de la tierra. Ella es enteramente mujer, no un ser superior
venido de otro planeta ni una creatura sobrenatural bajada del cielo. Ella se
presenta en el Evangelio con todas las características de su feminidad y de su
maternidad en unas circunstancias históricas concretas, a veces teñidas por el
dolor, otras coronadas por el gozo. Siente como mujer, reacciona como mujer,
sufre como mujer, ama como mujer. Su grandeza no procede de ella, sino de la
obra maravillosa de Dios, eso sí acogida y secundada fielmente por María. Su
asunción en cuerpo y alma al cielo no la aleja de nosotros, y la hace más
poderosa para mirar por los hombres, sus hermanos, con ojos de amor y de
piedad. Su presencia gloriosa en el cielo nos habla no sólo de un privilegio de
María, sino de una llamada que Dios hace a todos para participar de esa misma
vida en la plenitud de nuestro cuerpo y de nuestra alma. Como mujer de nuestra
raza, ella es la figura más excelsa de humana creatura a la vez que la más tierna y
maternal. Jesucristo y María, su Madre, ya han pasado la puerta del cielo con la
plenitud de su ser. Nosotros estamos todavía en el umbral, viviendo en espera y
esperanza, pero con la seguridad de que llegará el momento en que la puerta se
abrirá para todos y comenzaremos a vivir en un mundo nuevo. No es sueño, no es
simple promesa. Es realidad que esperamos con absoluta confianza en el poder
de Dios. La asunción de María es garantía de nuestra esperanza. ¿No es algo
magnífico que el destino glorioso de María sea también nuestro último y
definitivo destino?
Salmo a la asunción de María.
de nuestro destino.
de María de Nazaret
Primera: Jer 38, 4-6.8-10; segunda: Heb 12, 1-4 Evangelio: Lc 12, 49-57
MENSAJE DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
"La verdad os hará libres". En un ambiente social, en el que la verdad parece ser
causa de esclavitud y servidumbre, porque se ignora o se menosprecia sea la
naturaleza de la verdad sea la capacidad del hombre para la misma, los cristianos
estamos convencidos de que la verdad en sí, y particularmente la verdad de
nuestra fe nos hace libres. En realidad, toda verdad contribuye a construir al
hombre y al cristiano en su identidad y carácter más específicos. Y está claro que
entre más nos identifiquemos con nuestro ser hombre y con nuestro ser cristiano,
viviremos mejor y más plenamente la verdadera libertad de ser lo que hemos de
ser, según está inscrito en nuestra naturaleza o en el gran libro de la revelación de
Dios. Porque el hombre no es libre de ser "lo que quiere", es libre de ser la
verdad de su ser. La libertad no es un absoluto, dice referencia a la verdad, que
por sí misma nos atrae y subyuga. Allí donde hay verdad, hay libertad, y donde
no hay verdad, hay necesariamente alguna forma de esclavitud. ¿Buscamos la
verdad? ¿Vivimos en la verdad? ¿Amamos la verdad? ¿Permanecemos en la
verdad? ¿Defendemos la verdad? Entonces podemos decir que somos
auténticamente libres, incluso si estamos encerrados en las cuatro paredes de una
prisión o somos considerados "material inútil" por la sociedad circundante. ¿O
acaso tenemos miedo a la verdad, a su fuerza subyugadora? Sí, en un mundo
relativo, dan miedo tal vez las verdades absolutas. Pero, si todo es relativo, ¿no
estamos haciendo de lo relativo lo único absoluto? Tener miedo a la verdad, en
definitiva, es tener miedo a ser uno mismo, es tener miedo a ser coherente, es
dejarse dominar por la ley absoluta de la mayoría, es perder dignidad humana. La
verdad te hará libre. No lo dudes. Es la experiencia de los hombres grandes.
Primera: Is 66, 18-21; segunda: Heb 12, 5-7.11-13 Evangelio: Lc 13, 22-30
MENSAJE DOCTRINAL
La libertad del empeño. En una ocasión alguien pregunto a Jesús: "Señor, ¿son
pocos los que se salvan?" Sabemos que todos son llamados a salvarse, pero ¿se
salvarán realmente todos? En su respuesta, a través de un lenguaje imaginativo y
simbólico, trata de inculcarnos tres verdades fundamentales: 1) La puerta para
entrar en el Reino de Dios, el reino de la salvación, es una puerta estrecha. La
puerta de la llamada la abre Dios y la abre a todos, pero la puerta de la respuesta
depende de la libertad humana, y no todos están dispuestos a entrar por ella,
sobre todo sabiendo que es una puerta estrecha. Jesús nos dice incluso que habrá
muchos que tratarán de entrar pero que no lo lograrán. ¿Por qué? Porque
pretenden entrar cargados de muchas cosas que les impide el paso. Querer entrar
implica querer desprenderse, y hacerlo realmente. Sin esta voluntad de
desprendimiento y sin esta libertad de esfuerzo, no se puede pasar la puerta de la
salvación. 2) La obtención de la salvación no depende de la religión, tampoco de
la experiencia religiosa, incluso mística, sino de la conducta, de las obras de
salvación. No basta ser cristiano para asegurar la salvación, porque si no hacemos
las obras de cristiano, escucharemos la voz de Dios que nos dice: "No os
conozco, no sé de dónde sois". No es la experiencia religiosa (el haber comido y
bebido en su presencia) la que causa la salvación; si no va unida a obras que
nazcan de esa experiencia, Dios se verá obligado a responder: "Os digo que no sé
de dónde sois. Alejaos de mí, obradores de iniquidad". 3) Los que se salven
provendrán no sólo de un lugar, sino de todos los pueblos y de todos los confines
de la tierra. "Vendrán de oriente y de occidente, del norte y del sur, y se pondrán
a la mesa en el reino de Dios". En todos los rincones de la tierra habrá gente
esforzada y generosa que quiera entrar por la puerta estrecha y que ponga todos
los medios para conseguirlo.
SUGEREncias PASTORALES
SUGEREncias PASTORALES
MENSAJE DOCTRINAL
Ciencia del hombre y sabiduría de la fe. Con la primera expresión quiero indicar
el esfuerzo del hombre por conocer la verdad en todas sus dimensiones y vivir
según ella; con la segunda, la acción de Dios en nuestra inteligencia para
hacernos partícipes de su revelación y en nuestra voluntad para inducirnos a vivir
conforme a la misma. ¡Cuántas diferencias entre ellas, pero también cuántas
ayudas y cuánta complementariedad! La ciencia se caracteriza por el límite; un
límite que se supera continuamente, abriendo el paso a otro nuevo, y así una y
otra vez; por eso, en principio el hombre del presente tiene más ciencia que el del
pasado, y el del futuro tendrá más ciencia que el del presente. En el libro de la
Sabiduría leemos: "Si a duras penas vislumbramos lo que hay en la tierra y con
dificultad encontramos lo que tenemos a mano, ¿quién puede rastrear lo que está
en los cielos?". La sabiduría no tiene límites, sino únicamente el que le pone
nuestra pobre inteligencia. Esto explica que exista la posibilidad de hombres con
mayor sabiduría en el pasado que en el presente o de hombres con menor
sabiduría en el futuro. Siendo don de Dios, la sabiduría no está subyugada por el
tiempo. "¿Quién puede conocer tu voluntad, si tú no le das la sabiduría y le
envías tu espíritu santo desde el cielo?" (Primera lectura). Se ve claro que la
ciencia es esfuerzo humano y la sabiduría don divino; lo que se ignora por la
ciencia es con mucho más de lo que se conoce, mientras que por la fe todo se
sabe, aunque no todo se llegue a conocer. La ciencia frecuentemente engríe y
exalta a quien la posee, la sabiduría hace humilde y agradecido a quien la recibe.
La ciencia se acabará con el hombre, la sabiduría es eterna, como lo es Dios, su
fuente perenne. En el evangelio hallamos bellamente formulada la sabiduría de la
cruz, y en la segunda lectura la sabiduría de la caridad con un esclavo que ha
venido a ser -¡algo inaudito!- hermano.
SUGEREncias PASTORALES
La sabiduría al alcance de todos. Una cosa es cierta: no todos están dotados para
ser "científicos", hombres de ciencia, pero todos están capacitados para ser
sabios, receptores de la sabiduría de la fe. Otra cosa es cierta, y aparentemente
paradójica: Que hay "científicos" que carecen de sabiduría, como hay también
ignorantes de ciencia que son, sin embargo, grandes por su sabiduría. No es que
necesariamente hayan que estar reñidas la ciencia y la sabiduría; más bien, lo
propio es que colaboren y se presten mutuo servicio. ¡Ojalá todos los hombres
volásemos con estas dos alas por los espacios de nuestra existencia! Pero no
siempre es así, y no son pocos los casos en que el hombre intenta volar con una
sola ala, con el peligro real de estrellarse contra el suelo. De todos modos, lo que
nos debe llenar de admiración y agradecimiento es el que Dios haya querido
poner la sabiduría al alcance de todos. ¿También de los niños? ¿También de los
ignorantes y con un cociente intelectual mínimo? ¿También de los
descapacitados? La realidad histórica plurisecular, y particularmente del siglo
XX, muestra con gran claridad que esos hermanos nuestros gozan muchas veces
de una sabiduría divina envidiable. A la vez que se afirma el alcance universal de
la sabiduría, no se puede dejar de decir que no todos la aceptan, ni todos la aman,
ni todos viven conforme a ella. ¿Por qué no todos la aceptan? ¡Los caminos de
los pensamientos humanos son inescrutables! Entran en juego la educación, el
ambiente en que se ha crecido y vivido, los principios reguladores de la propia
existencia... ¿Por qué no todos la aman? ¡El corazón del hombre es un abismo
insondable! Quizá se deba a egoísmo, quizá a endurecimiento del corazón, tal vez
a frialdad espiritual o a la fuerza de una pasión... ¿Por qué no todos viven según
ella? Está de por medio la libertad humana, y están en juego los
condicionamientos del mundo en que vivimos y de las propias pasiones,
sumamente poderosas y no pocas veces sin rienda alguna. Es evidente, por ello,
que urge aprender desde pequeño esta sabiduría divina, en el seno de la familia y
de la parroquia, para que se vaya arraigando poco a poco en la vida.
¿Ciencia versus sabiduría? En una cultura que opera por contrastes y por
opuestos, la respuesta positiva a esta pregunta sería la más lógica. A la ciencia
del hombre se opone la sabiduría de Dios y a la sabiduría de Dios se opone la
ciencia del hombre. Con lo cual, entre ciencia y sabiduría no habría
reconciliación posible. Así siguen opinando muchos contemporáneos nuestros,
así lo sostienen con calor en la prensa y en los medios de comunicación social.
No es ésta, ni puede ser, la posición cristiana. La doctrina cristiana nos enseña a
decir: "ciencia y sabiduría"; por tanto, no oposición, sino colaboración, no
exclusión, sino complementariedad. La razón para nosotros los creyentes es
sencilla: quien da al hombre la capacidad de la ciencia es el mismo Dios que le
otorga el don de la sabiduría. Para el no creyente habrá que decir que en ambos
casos se trata de la búsqueda de la verdad, aunque sea por caminos diferentes. En
esa búsqueda todos nos encontramos juntos: unos volando con un solo motor,
otros con dos. ¿Por qué en la búsqueda de la verdad por parte de ambos los
resultados son en ocasiones dispares? A mi entender, se trata de una invitación a
seguir buscando, por no haber logrado todavía "la verdad completa", esa verdad
que satisfaga las exigencias de la ciencia humana y de la sabiduría divina. Y
añadiré que es requisito indispensable por ambas partes el no tener prejuicios de
ningún género, y el no enrocarse en las propias posiciones aun a costa de la
verdad misma.
MENSaje DOCTRINAL
Amor y perdón: las dos caras de la misericordia. El Dios que Jesucristo nos
"pinta" en las tres parábolas evangélicas es el Dios del amor. Dios ama a los
pecadores, y por eso los busca como el buen pastor va en busca de las ovejas
descarriadas; o como un ama de casa busca un cheque que no sabe dónde lo ha
puesto, hasta que lo encuentra. Dios ama al pecador, como un padre ama a sus
hijos: al "frescales" que se le va de casa pidiéndole por adelantado su herencia, y
al que se queda en casa, pero se comporta con él de modo distante y tal vez
huraño. Y porque ama, no puede hacer otra cosa que mostrar su amor:
perdonando, comunicando el amor, celebrando fiesta, invitando a todos a
compartir su alegría. Este retrato de Dios, pintado por Jesucristo, nos conmueve y
nos infunde ánimos para vivir dignamente como hijos. Este retrato resalta todavía
más si lo ponemos al lado del retrato que nos ofrece la primera lectura, tomada de
la historia del Éxodo. El autor nos narra lo que se podría denominar "el pecado
original" del pueblo de Israel: Apenas acaba de "firmar" el pacto de alianza con
Yavéh, cuando la rompen, se construyen un toro de metal fundido y lo convierten
en su "dios" en lugar de Yavéh. Dios se llena de ira y quiere exterminarlo. Sólo la
intercesión de Moisés logra que Dios se "arrepienta" y abra la puerta de su
corazón a la misericordia. ¡Indudablemente hay un progreso en la revelación del
corazón de Dios! Con Pablo nos damos cuenta de que ahora la misericordia de
Dios lleva por nombre "Jesucristo". En efecto, no sólo se le ha mostrado
misericordioso, sacándole de su obcecación en el camino de Damasco, sino que
además le ha tenido tanta confianza que le ha llamado a predicar el evangelio de
la misericordia en el mundo entero. ¡Cómo no sentir profundo agradecimiento
ante tanta magnanimidad de Jesucristo!
SUGEREncias PASTORALES
¿Qué pasa con los hijos de la luz? La expresión "hijos de la luz" parece referirse
a los primeros cristianos, que habían sido iluminados por Cristo resucitado y
glorioso mediante el bautismo. A esa expresión se contrapone la de "hijos de este
mundo", con la que se quiere señalar a todos aquellos cuya vida está regida por
una mentalidad mundana, "económica", más que religiosa. La sentencia
evangélica impresiona fuertemente y hasta nos pone la carne de gallina: "Los
hijos de este mundo son más sagaces, más hábiles con su propia gente que los
hijos de la luz". ¿Por qué este fenómeno que no es únicamente de un ayer lejano,
sino que tiene visos de ser de una tremenda actualidad? ¿Qué es lo que pasa con
los hijos de la luz? Los hijos de este mundo saben hacer uso extraordinario de sus
habilidades y de su ambición para manipular injustamente las balanzas y para
engañar manifiestamente a los pobres, para incluso reducir a otros hombres a
esclavitud por falta de solvencia económica (Primera lectura). Los hijos de este
mundo, en circunstancias adversas, ponen inmediatamente en juego todas sus
capacidades para salir de la situación en forma ventajosa (Evangelio). A los hijos
de la luz Jesús les recrimina que no tengan la sana ambición de recurrir a todos
los medios lícitos para difundir la luz de la fe; que no pongan todas sus
capacidades para inventar modos de vencer las adversidades, de superar los
obstáculos, y sobre todo de llevar la luz a otros muchos hombres. El Dios
Jesucristo y el "dios dinero" no pueden dividirse el dominio. El Dios Jesucristo
tiene todo el derecho de prevalecer sobre el "dios dinero", que al fin y al cabo no
es más que un ídolo. La misión de hacer prevalecer al verdadero Dios, al
Supremo Bien y Riqueza del hombre, sobre el ídolo de la riqueza, es propia de
los hijos de la luz. Si en la sociedad el ídolo del dinero y del consumismo tiene
cada vez más adoradores, ¿no hemos de preguntarnos sobre qué está pasando con
los hijos de la luz?
SUGEREncias PASTORALES
Oración por los ricos. La fe es una riqueza que Dios otorga a todos. La Iglesia es
una comunidad creyente, en la que hay espacio para todos. Es verdad que hay en
la Iglesia una cierta preferencia por los pobres, y está más que justificada. Pero la
Iglesia es de todos y para todos. Por eso os invito a hacer una oración por los
ricos.
Dios omnipotente y eterno, mira a tus hijos los ricos con corazón de Padre,
infúndeles un espíritu filial para
contigo y un corazón fraterno para con todos los hombres, especialmente para
con los más necesitados de ayuda. Dios y Señor del universo, que has destinado
los bienes del mundo para beneficio de todos, concede a quienes abundan en
riquezas la gracia
te hiciste pobre, para enriquecernos con tu pobreza, sé para todos los ricos de este
mundo un modelo de libertad
no perecen.
Amén.
MENSaje DOCTRINAL
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Hab 1, 2-3; 2,2-4; segunda: 2Tim 1, 6-8. 13-14 Evangelio: Lc 17,
MENSaje DOCTRINAL
Diversa es la situación de los discípulos que piden a Jesús: "Aumenta nuestra fe",
como también la de Timoteo, responsable de la comunidad de Éfeso, que ha de
ser el primero en aceptar la fe que Pablo le ha enseñado y dar testimonio de ella,
incluso, si es necesario, con el martirio. Los discípulos, que conviven con Jesús,
han visto la enorme "fe" de Jesús que hace eficaz su palabra y sus obras
(curaciones, milagros). Ante esa fe gigantesca, la suya resulta insignificante y
mínima. Por eso, piden que Jesús se la acreciente. La situación de persecución en
que vive Timoteo y su comunidad pone a prueba su fe y su fidelidad al
Evangelio. De ahí las palabras con que Pablo le exhorta. La dimensión histórica
de la fe hay que tenerla en cuenta en el momento presente, como sucedió ya en el
pasado. ¿Cómo vivir hoy, en nuestro ambiente, en el mundo actual, la fe de
siempre?
SUGEREncias PASTORALES
"La obediencia de la fe" nos ayuda a leer unitariamente los textos de este
domingo. Los diez leprosos se fían de la palabra de Jesús y se ponen en camino
para presentarse a los sacerdotes, a fin de que reconocieran que están curados de
la lepra (Evangelio). Naamán el sirio obedece las palabras de Eliseo, a instancias
de sus siervos, sumergiéndose siete veces en el Jordán, con lo que quedó curado
(Primera lectura). La obediencia de la fe hace que Pablo termine en cadenas y
tenga que sufrir no pocos padecimientos (Segunda lectura).
MENSaje DOCTRINAL
El poder de la obediencia. Los dos milagros de que nos hablan los textos
destacan el poder de la obediencia. No hay gestos curativos ni de Eliseo ni de
Jesús. No se mencionan fórmulas terapéuticas, dirigidas al enfermo, como sucede
en otros relatos de milagros. Hay solamente un mandato. El de Eliseo a Naamán
suena así: "Ve y báñate siete veces en el Jordán". A los leprosos Jesús les dice:
"Id y presentaos a los sacerdotes". Tanto Naamán como los diez leprosos todavía
no han sido curados, ni siquiera saben si lo serán. Pero se fían y obedecen. Y la
fuerza de su confianza y de su obediencia hizo el milagro. La obediencia implica
ya, al menos, un grado mínimo de fe en la persona a la que se obedece. Una fe
que no está exenta de tropiezos y dificultades.
SUGEREncias PASTORALES
Primera: Ex 17, 8-13a; segunda: 2Tim 3, 14 - 4,2 Evangelio: Luc 18, 1-8
"Todo es don" en el mundo de la fe. Como don no tenemos derecho a él, sino que
hemos de pedirlo humildemente en la oración. Así la viuda de la parábola no se
cansa de suplicar justicia al juez, hasta que recibe respuesta (Evangelio). Por su
parte, Moisés, acompañado de Aarón y de Jur, no cesa durante todo el día de
elevar las manos y el corazón a Yavéh para que los israelitas salgan vencedores
sobre los amalecitas (Primera lectura). Mediante el estudio y la meditación de la
Escritura, "el hombre de Dios se encuentra perfecto y preparado para toda obra
buena" (Segunda lectura).
MENSaje DOCTRINAL
Orar para recibir. Como en la vida espiritual todo es don, nada se puede recibir
sin la oración humilde y constante a Dios. Con ella se abre la puerta del corazón
de Dios de un modo invisible, pero real y eficaz. "Sin mí no podéis hacer nada".
"Todo es posible para el que cree", para el que ora con fe. Dios es tan bueno que,
incluso sin orar, recibimos muchas cosas de él. Lo que ciertamente resulta
infalible es pedir a Dios lo que Jesús nos enseña a pedir y en el modo en que nos
lo enseña. La viuda de la parábola sufre de la injusticia de los hombres; sólo el
juez puede hacerle justicia, y por eso le persigue día tras día hasta conseguirla.
Traduciendo la parábola en términos reales, Dios juzgará, con toda seguridad, las
injusticias humanas. Si elevamos a Dios nuestra súplica, él nos escuchará y
responderá a nuestra plegaria. Si Moisés, Aarón y Jur no hubiesen rogado a
Yavéh por la victoria de Israel sobre los amalecitas, ¿la habrían obtenido? La
oración, más que la espada, consiguió la victoria. El cristiano orante ha sido
"dotado" por Dios, como Timoteo, para realizar bien sus tareas: el conocimiento
de las Escrituras, la fidelidad a la tradición recibida, el anuncio del Evangelio. De
este modo, los textos litúrgicos de este domingo dan un valor extraordinario a la
oración, como elemento constitutivo de la ortopraxis y como fundamento del
progreso espiritual y de toda victoria en las luchas diarias de la fe.
Hay que orar para recibir, pero también para dar según el don recibido. El don de
Dios estará acompañado por la acción del hombre, basada en el don mismo. La
victoria es de Dios, pero no sin que el hombre ponga los medios para la acción
divina eficaz. Sin la espada de Josué no hubiese habido victoria, pero la sola
espada, sin la intervención de Dios, hubiese terminado en derrota. Sin el esfuerzo
de Timoteo por ser primeramente buen judío y luego buen discípulo de Pablo,
Dios no hubiese podido "dotarle" para llevar a cabo la misión de dirigente de la
comunidad de Éfeso. Como en la persona de Jesús lo humano y lo divino se unen
inseparablemente, pero sin confundirse, de igual manera en la vida espiritual del
cristiano lo divino y lo humano convergen, manteniendo su identidad, en un
único resultado. Eliminar uno de los términos conduce a una mutilación mortal, a
no ser que se interponga una acción extraordinaria de Dios.
Rasgos del orante. 1) El rasgo más sobresaliente en los textos es la constancia en
el orar. Sin esa constancia ni la viuda hubiera logrado que se le hiciera justicia, ni
el pueblo de Israel que los amalecitas fueran vencidos. Una constancia que, en
nuestra mentalidad, hasta nos puede parecer inoportuna, pero que a Dios le
agrada y conmueve. Una constancia que puede ser exigente, incluso dura, y
requerir no poco esfuerzo, como en el caso de Moisés, pero que Dios bendice. 2)
El orador suplica porque tiene conciencia muy clara de su necesidad y de su
propia impotencia para responder por sí mismo a ella. La distancia entre la
poquedad del orador y la necesidad que le apremia, sólo Dios puede colmarla. El
pueblo de Israel sentía urgente necesidad de derrotar a los amalecitas, sin lo cual
no podrían llegar hasta la tierra prometida, pero a la vez sabían que eran poca
cosa para empresa de tal tamaño. Tendrán que acudir a Yavéh para arrancar de él
la victoria anhelada. 3) El orador tiene que ser un hombre profundamente
creyente. Si no se tiene fe en lo que se pide, ¿para qué entonces sirve la oración?
¿No es acaso hacer de la oración una pantomima? O se ora con fe o mejor dejar
de una vez por todas la oración. La disminución o el aumento de la oración es
correlativa del aumento o la disminución de la vida de fe.
SUGEREncias PASTORALES
Oración y acción, reflexión y lucha. Ya san Benito enseñaba a sus monjes: Ora et
labora. "Ni ores sin trabajar, ni trabajes sin orar". Desde entonces está claro que
no estamos hablando de dos caminos, sino de un único y solo camino en el que se
entrecruzan la oración y la acción, la reflexión y la lucha diaria. En la iglesia se
ora, pero activamente, metiendo en la oración los trabajos y las preocupaciones
del día. En la oficina, en el campo, en la fábrica, en la casa se trabaja, pero
metiendo en el trabajo a Dios, porque "Dios está entre los pucheros", como decía
acertadamente santa Teresa de Ávila. El hombre, por tanto, no reparte su vida
diaria o el domingo, por un lado, en horas de trabajo y, por otro, en ratos de
oración. Digamos mejor que, cuando ora, está trabajando pero de otra manera, y,
cuando trabaja, está orando, pero de diferente modo. Así el cristiano experimenta
y mantiene una grande armonía interior, dejando al margen toda división
innatural, rechazando decididamente cualquier forma de ruptura y desarmonía.
Porque hoy en día, efectivamente, hay peligro de caer en la herejía de la acción,
porque son muchas las tareas y pocos los hombres y el tiempo para realizarlas.
¿No hay párrocos quizá tentados por esta sutil herejía, por esta sirena que halaga
sus oídos con música de una acción febril que no deja espacio ni tiempo para
Dios? Hoy con menos frecuencia, pero también pueden los cristianos ser tentados
por la herejía del quietismo, ese dejar que Dios haga todo sumergiéndose en una
piedad misticoide, pasiva e infecunda. Ni una ni otra son posturas propias de un
verdadero cristiano. Hagamos un esfuerzo por mantener el fiel de la balanza entre
la reflexión y la lucha, entre la acción y la oración.
Diversos modos de orar. La Iglesia nos enseña que hay diversos modos de orar.
1) La oración vocal. La oración para que sea auténtica nace del corazón, pero se
expresa con los labios. Por eso la más bella oración cristiana es una oración
vocal, enseñada por el mismo Jesús: el padrenuestro. Los evangelios en diversas
ocasiones narran que Jesús oraba y, en algunas de ellas, nos ofrecen las oraciones
vocales de Jesús, por ejemplo, en la agonía de Getsemaní. La oración vocal es
como una exigencia de nuestra naturaleza humana. Somos cuerpo y espíritu, y
experimentamos la necesidad de traducir en palabras nuestros sentimientos más
íntimos. La oración vocal es la oración por excelencia de la multitud, por ser
exterior y a la vez plenamente humana. Hay en la Iglesia bellísimas oraciones
vocales, que aprenden los niños en la catequesis y que alimentan nuestra vida de
fe a lo largo de toda la vida: además del padrenuestro, el avemaría, el "gloria al
Padre", el credo, la salve regina. Oraciones que alimentan la piedad de los
cristianos desde el inicio de la vida hasta su término natural. 2) La oración mental
o meditación. El que medita busca comprender el porqué y el cómo de la vida
cristiana para adherirse a lo que Dios quiere. Por eso, se medita sobre las
Sagradas Escrituras, sobre las imágenes sagradas, sobre los textos litúrgicos,
sobre los escritos de los Padres espirituales, etcétera. La oración cristiana se
aplica sobre para meditar "los misterios de Cristo" para conocerlos mejor, y sobre
todo para unirse a Él. Cuando se logra esta unión con Jesucristo, ya la oración se
hace contemplativa y el ser entero del orador se siente transformado por la
experiencia espiritual y profunda del Dios vivo. Contemplación, que no está
exenta de pruebas ni de la noche oscura de la fe.
Primera: Sir 35, 12-14.16-18; segunda: 2Tim 4, 6-8.16-18 Evangelio: Luc 18, 9-
14
Actitudes del orador ante Dios. La oración, que es una relación entre personas
que se aman, interesa tanto al orador como a la persona a la que se dirige el
temblor de la plegaria. Fijemos la atención en el orador que está ante Dios.
¿Cuáles son las actitudes de éste que en la liturgia de hoy hallamos dibujadas?
1) Se agradece a Dios el no ser como los demás. Quien así ora no puede ser sino
un sectario, alguien para quien los demás son todos menos los de su grupo.
Alguien para quien los que no son como él son malos, dignos de reprobación y de
condena. Quien ora así muestra que no le domina el Espíritu de Dios, sino el
espíritu de partido. ¡Cuánto desprecio en esa individuación de "los demás": "éste
publicano"! ¿Cómo es posible agradecer a Dios algo que va contra el mismo
designio de Dios? El hombre que así ora, cualquiera que sea, no puede ser
escuchado por Dios. Dios no toma partido por unos cuantos, para Él todos son
sus hijos.
3) Se reconoce uno a sí mismo pecador. ¿Quién puede, por muy fariseo que sea,
reconocerse justo ante Dios? Esta es la actitud del publicano, y debería ser la del
fariseo, y tiene que ser la de todos. Hay un detalle en el texto griego, que pasa
desapercibido en las traducciones, y que me ha conmovido: "Ten piedad de mí,
EL pecador". Por un lado, acepta la equiparación que los judíos del tiempo de
Jesús hacían entre publicano y pecador. Y por otro lado parece reconocer que él,
como publicano, es el pecador par excelence. Con ese grado de humildad y de
arrepentimiento, se asegura que Dios oiga su oración.
Dios, juez del orador. Hay algo que impresiona en los textos litúrgicos del día de
hoy. Al decirnos la actitud de Dios ante el orador, subraya la de juez. No se
excluye que Dios sea Padre, pero es un padre que hace justicia. Hace justicia a
quien ora con la actitud adecuada, como el publicano, y lo justifica; y hace
justicia a quien ora con actitud impropia, como el fariseo, que sale del templo sin
el perdón de Dios, porque, por lo visto, no lo necesitaba. Dios es un juez que no
tiene acepción de personas, y por eso escucha con especial atención al orador que
le suplica en su opresión. Su oración "penetra hasta las nubes" (Primera lectura),
es decir hasta allí donde Dios mismo tiene su morada. Dios juzga al orador según
sus parámetros de redentor, y no conforme a los parámetros del orador o de otros
hombres. En la respuesta a éste Dios no actúa por capricho, sino para restablecer
la "equidad", la justicia. Por eso, la corona que Pablo espera no es fruto del
mérito personal, sino justicia de Dios para con él y para con todos los que son
imitadores suyos en el servicio al Evangelio (Segunda lectura).
SUGEREncias PASTORALES
Sólo a Dios la gloria. Este domingo es una buena ocasión para examinar nuestra
actitud cuando oramos. Porque puede suceder que, sin saberlo y sin quererlo,
estemos orando "al estilo del fariseo". Rezo porque me lleva a la iglesia la esposa
o la novia, pero estoy ante el Santísimo o ante una imagen de la Virgen más que
orando, rumiando en mi interior mis preocupaciones o mis proyectos. O hablo
con Dios, no tanto porque sienta necesidad de Él, sino porque necesito de todas,
todas desahogarme. O voy a una casa de ejercicios espirituales o de retiro, o hago
"turismo religioso", que parece que se está poniendo de moda, no tanto para
rezar, sino para lograr una cierta armonía interior, para arrancar del alma el
estrés. O muchas veces voy a la Iglesia, más que para encontrarme con Dios, para
encontrarme con mis amistades; más que para alabar y dar gloria a Dios, para
mantener mi reputación de buen católico, de persona que cumple con Dios.
Recordemos: rezar es conectar con Dios. Y con Dios sólo se conecta, si se es
humilde. Si en mi humildad bendigo a Dios, le agradezco su perdón y
misericordia, le suplico por las necesidades espirituales y materiales propias y
también por las de los hombres, entonces Dios prestará oídos a mi oración.
Nuestra oración será del agrado de Dios, si buscamos su gloria y sólo su gloria.
"A Él el honor y la gloria por los siglos de los siglos".
La oración del corazón. En la oración interviene todo el ser humano: su cuerpo y
su espíritu, su inteligencia y su voluntad, sus gestos y posturas como sus
actitudes profundas. Pero, sobre todo se reza con el corazón. De los labios del
orador tienen que brotar las palabras que han nacido primero en su corazón. La
postura de su cuerpo ha de ser un reflejo de la postura con que está delante de
Dios en la intimidad de su alma. Los pensamientos, los afectos, las mociones
interiores, las decisiones, para que verdaderamente sean de un hombre o una
mujer orador, han de tener su manantial más puro en el espíritu humano, habitado
por el Espíritu Santo, maestro de la oración auténtica. Con el corazón no se
señala la afectividad humana, sino todo el mundo interior, ese sagrario intocable
en el que se encuentra consigo mismo, se expone a la verdad de Dios, y le declara
con humildad su indigencia, su pecado, su arrepentimiento, su amor. Tenemos de
cuidar la oración del corazón en las oraciones vocales, para lograr que no se
conviertan en algo rutinario, en un sonniquete tantas veces oído que nos deja
igual. Hemos de cuidar la oración del corazón cuando meditamos, para conseguir
que nuestra meditación no sea una mera especulación, por muy elevada que ésta
sea; o una reflexión interesante y bella sobre la vida o sobre el mundo, sin que
llegue a "mi vida" y "mi mundo"; o un monólogo en el que yo me hablo y me
respondo, sin dejar lugar a la escucha silenciosa y atenta de la voz de Dios.
Oremos a corazón abierto, para que Dios nos escuche igualmente con su corazón
de misericordia y de amor.
MENSaje DOCTRINAL
Comunión con los santos del cielo. La Iglesia, con la fiesta de todos los santos,
celebra a todos los difuntos que ya gozan definitivamente y para siempre del
amor a Dios y del amor a los hombres y entre sí. Tenemos la certeza, por otra
parte, de que si vivimos en la gracia y amistad con Dios ya somos santos aquí en
la tierra. Existe por tanto una comunión de los santos. Es decir, los santos del
cielo están unidos a nosotros, se interesan por nosotros, iluminan nuestra vida
con la suya, interceden por nosotros ante Dios. Todos podrían decir, como Teresa
de Lisieux: "Me pasaré en el cielo haciendo el bien a la tierra". Yo quiero, sin
embargo, referirme especialmente a la comunión de los santos de la tierra con los
santos del cielo. Son nuestros hermanos mayores, que nos han precedido en la
llegada a la meta y que anhelan que toda la familia vuelva a reunirse en la
eternidad. Son las estrellas de nuestro firmamento que nos iluminan en la noche,
no con luz propia, sino con la que han recibido del Sol Invicto, que es Cristo. Son
modelos, por así decir caseros, que nos acercan de alguna manera una virtud o un
aspecto de la plenitud de perfección y santidad que es Jesucristo. ¿No habrá que
renovar y vitalizar nuestra comunión con los santos del cielo? Hoy es un buen día
para hacerlo.
"Muerte y vida" son las dos palabras en que es posible sintetizar la liturgia en
honor de todos los difuntos. En el evangelio Jesús se ofrece como pan de vida y
habla de que el Padre quiere que todos tengan vida eterna. Isaías pone ante
nuestros ojos el festín de la vida, en el que Dios destruirá la muerte para siempre
y secará las lágrimas de todos los rostros (Primera lectura). Y san Pablo en la
carta a los Romanos afirma que "Dios nos ha mostrado su amor haciendo morir a
Cristo por nosotros cuando aún éramos pecadores" (Segunda lectura).
MENSaje DOCTRINAL
"Mi Padre quiere –leemos en el evangelio– que todos los que vean al Hijo y
crean en él, tengan vida eterna, y yo los resucitaré en el último día". Por eso, la
muerte, que condensa en sí nuestra existencia efímera, bien puede considerarse
solamente como un breve prólogo al libro de la vida.
SUGEREncias PASTORALES
Una visión más cristiana de la muerte y de la vida. Un cierto materialismo y
horizontalismo se nos ha metido en el alma de todos, sobre todo en los dos
últimos siglos. Decimos que la muerte es el fin de la vida, pero quizá olvidamos
que es la aurora de una nueva vida. Cuando hablamos de la vida nos referimos a
la existencia terrena, tal vez porque la "otra vida" no forma parte de nuestras
categorías mentales o porque estamos tan bien instalados en ésta que tendemos a
no pensar en su fugacidad y en su momento final. Vida no es solamente un
término temporal, sino que pertenece también al lenguaje de lo eterno. Es posible
que sintamos necesidad de ir aprendiendo ese lenguaje de lo eterno e ir
ejercitándolo, no sea que al pasar a la otra orilla de la vida nadie nos entienda,
con el inconveniente de que allí no hay intérpretes. Un día como hoy es un
momento precioso para remozar nuestros conceptos y nuestra mentalidad, de
manera que abramos más nuestro corazón a las realidades que nos esperan
después de la muerte. "La vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se
transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión
eterna en el cielo", rezamos en el prefacio de difuntos. Y santa Teresa del Niño
Jesús exclamaba: "Yo no muero, entro en la vida". Un tiempo propicio para la
catequesis sobre la resurrección de la carne y sobre la vida eterna a partir de las
páginas que el catecismo de la Iglesia dedica a estos temas (CIC 988-1060).
Orar por los fieles difuntos. En la recomendación del alma a Dios la Iglesia habla
al moribundo con una dulce seguridad: "Alma cristiana, al salir de este mundo,
marcha en el nombre de Dios Padre Todopoderoso, que te creó, en el nombre de
Jesucristo, Hijo de Dios vivo, que murió por ti, en el nombre del Espíritu Santo,
que sobre ti descendió. Entra en el lugar de la paz y que tu morada esté junto a
Dios en Sión, la ciudad santa, con Santa María Virgen, Madre de Dios, con san
José y todos los ángeles y santos". Eso es lo que deseamos de todo corazón para
el moribundo, y eso es lo que pedimos a Dios cuando por ellos rezamos, una vez
que han muerto. A nuestros difuntos nos unen los lazos de la sangre y de la fe,
por eso les seguimos queriendo y deseando su bien mediante nuestras oraciones.
La Iglesia, como madre de todos los cristianos, intercede diariamente en cada
santa misa por los difuntos: "Acuérdate también de nuestros hermanos que
durmieron con la esperanza de la resurrección y de todos los difuntos: admítelos
a contemplar la luz de tu rostro" (Plegaria eucarística, II). Oremos por ellos con
corazón fraterno, pues son nuestros hermanos en la fe, que nos preceden en el
camino hacia la eternidad. Oremos por ellos con sinceridad y humildad de
corazón, para que nuestra intercesión por ellos ante Dios sea escuchada y puedan
definitivamente "estar siempre con el Señor".
Domingo Trigésimo Primero del TIEMPO ORDINARIO 4 de noviembre del año
2001
Primera: Sab 11, 22- 12, 2; segunda: 2Ts 1, 11 - 2, 2 Evangelio: Lc 19, 1-10
MENSaje DOCTRINAL
La aventura del amor divino. Desde el momento mismo en que Dios inició su
obra creadora, dio comienzo para él la aventura del amor. La aventura
maravillosa de ser correspondido en el amor. Pero también la aventura del riesgo
del amor, del rechazo del amor, de la incomprensión del amor, del rostro
doloroso del amor. "Amas a todos los seres y no aborreces nada de lo que hiciste,
pues si algo odiases, no lo habrías creado", dice la Sabiduría. Pero, ¿no da la
impresión de que los cataclismos y las catástrofes naturales de nuestro planeta se
rebelan contra el gobierno soberano del amor? "Hoy ha llegado la salvación a
esta casa, porque también éste es hijo de Abrahám", dice Jesús en el evangelio.
Pero, y las demás "casas" de publicanos, ¿aceptarán el amor? Y las demás casas
de los ricos, ¿se convertirán, como Zaqueo y su casa, al amor de Dios? Dios nos
ha llamado a la vocación cristiana, para ser glorificado en nuestras vidas; pero,
¿realmente nuestras vidas son la gloria del amor? El amor de Dios, en su
aventura histórica, en cierto modo está sometido a la gran ley, creada por Dios y
que él respeta, del libre albedrío. Y así será hasta el final de los tiempos. Esos
tiempos últimos, cuyo final nos resulta totalmente desconocido, y que hacemos
bien si lo dejamos confiadamente en el sagrario del corazón de Dios, que siempre
quiere lo mejor para sus hijos. No queramos escrutar ansiosamente el misterio
que se nos escapa y sobrepasa nuestras capacidades de conocimiento. ¡Vigilantes,
sí, pero serenos! Entonces sí, tras el telón final de la historia, la aventura del amor
de Dios habrá terminado. El amor de Dios será entronizado en los cielos y los
hombres adorarán eternamente la triple faz del Amor.
Un amor sin fronteras. Así es el amor de Dios. No tiene la frontera del tiempo,
porque Él ama en el tiempo y antes del tiempo y más allá del tiempo. No tiene la
frontera del espacio, porque Él ha creado el espacio y lo ha llenado con obras
surgidas únicamente de su amor: el cielo, la tierra y cuanto en ellos habitan
(Primera lectura). No está limitado por la frontera de la edad, de la condición
social o económica, del estado de vida de los hombres, porque lo que más cuenta
para Dios es que todos son imagen suya y a todos los ama como a hijos. Dios no
ama al ciego de Jericó porque es pobre (Lc 18, 35-43) ni a Zaqueo porque es rico,
sino porque ambos son sus hijos. Para Dios no cuentan esas barreras que tanto
cuentan no pocas veces para los hombres. Dios no ama por "méritos", sino en
total libertad. Tampoco está coartado Dios en su amor por la barrera del pecado.
Los hombres somos pecadores, Zaqueo es un pecador público. Eso no importa.
El pecado no es por así decir una derrota del amor, sino ocasión para que el amor
de Dios se manifieste con nuevo resplandor. ¿Y acaso podrán ser nuestras
preocupaciones, nuestros temores, nuestros pensamientos sobre la "inminencia"
del "fin de la historia" una muralla infranqueable del amor de Dios? Deus semper
maior. Dios está por encima de todos los límites que los hombres podamos poner
a su amor. También Dios es más grande y está más allá de la muerte, ese
monstruo en cuyo territorio parece que ni siquiera el amor de Dios tiene acceso.
Dios es "amigo de la vida" (Primera lectura) o, en una traducción quizá más fiel,
"autor de la vida". A Él la muerte no le infunde temor como a nosotros, pobres
mortales, pasa su barrera y la destruye, para que los hombres, sus hijos, vivan
para siempre. Realmente, para Dios la frontera del amor es el amor sin frontera.
SUGEREncias PASTORALES
Ojos para amar. La realidad se mira de modo muy diverso cuando se tienen ojos
para el amor o cuando no se tienen. ¡Ojos para amar a Dios en la grandeza y el
esplendor del firmamento! Puedo contemplar una estrella en una noche de
primavera con el ojo escrutador del científico que indaga sobre su distancia de la
tierra, los años que tiene o el material de que está compuesta. Y puedo
contemplarla con el ojo simple de quien descubre en ella un reflejo de la belleza
de Dios, un regalo de Dios en esa encantadora noche primaveral. ¡Ojos para ver
el amor de Dios en el poder y belleza de la naturaleza! Esa naturaleza que revive
después del invierno y que resucita. Esa naturaleza mediante la cual Dios
recuerda al hombre la ley de la renovación permanente y le reclama su vocación
a la resurrección con Cristo glorioso. ¡Ojos para admirar el amor de Dios como
se muestra en el hombre y en las obras magníficas de su pensamiento! Es distinto
considerar la inteligencia del hombre como fruto de la casualidad evolutiva a ver
en ella la obra más preciosa y sublime del amor creador de Dios. Es muy diverso
el trato que daré a un hombre si me quedo solamente en que es un cuadrúpedo
inteligente o si, traspasando con la mirada el ámbito corporal, lo veo como un
hijo de Dios, nacido para una eternidad feliz en el amor. Los hombres solemos
tener ojos para el mal, para la crítica, para la basura del mundo. Está bien, pero
tenemos que mirar todo eso con ojos de amor, con los mismos ojos con que Dios
lo ve. Y sobre todo tenemos que abrir de par en par nuestra mirada para el bien,
para la verdad, la belleza y la santidad que hay en el mundo. En definitiva, tener
ojos para el amor es tener ojos para Dios, es tener los ojos de Dios.
La creatividad del amor. Que el amor sea creativo, pienso que nadie lo pone en
duda. Ya conocemos la creatividad del amor de Dios: la Sagrada Escritura, la
Iglesia como institución del amor redentor, la presencia de Jesucristo en la
Eucaristía, o la perfección del cerebro humano, y la inmensidad del cosmos y sus
galaxias, por poner algunos ejemplos. Quiero detenerme, sin embargo, en la
creatividad del amor humano y cristiano, esa creatividad que es la nuestra, y en la
que debemos actuar día tras día, para mostrar que somos cristianos de verdad.
¿Quién ignora la potencia "creativa" de una caricia al esposo, al hijo, a la madre,
a la novia? ¿Quién no ha podido constatar alguna vez la creatividad de una
palabra, de una mirada, de un abrazo? Buscar cada día creatividad en el amor
dentro de la familia. ¡Pequeñas cosas del amor, no importa, pero nuevas,
inesperadas, sorprendentes! Buscar la creatividad en el amor para servir mejor a
los demás, como empleado en una oficina, como párroco, como enfermera en un
hospital, como asistente social en una residencia de ancianos, como maestro en
una escuela o profesor en una universidad, etc. Y sobre todo buscar la creatividad
en nuestro amor a Dios. Creativos cuando hablamos con Dios para decirle lo
mismo, pero con lenguaje y música diversos. Creativos en multiplicar lo más
posible las obras del amor, las maneras de expresar el amor. Creativos para
pensar y formular el amor de Dios y comunicarlo creativamente a los hombres.
Creativos para hablar a Dios y para hablar de Dios. ¡Creatividad! ¡Creatividad en
el amor! ¿Acaso no es el amor por su misma naturaleza creativo? Si por una
casualidad el amor dejara de ser creativo, sería aburrimiento, rutina, hastío.
Dejaría de ser amor. ¿Qué hacer para ejercitar diariamente la creatividad del
amor?
MENSaje DOCTRINAL
Misterio y realidad. Conviene afirmar siempre que el destino final del hombre no
es claro como un teorema matemático ni cognoscible como la composición
química del agua. Jesús, en su razonamiento con los saduceos, sostiene que es un
misterio y por eso no acude al raciocinio, sino a la revelación. "El Dios de
Abrahám, de Isaac y de Jacob es un Dios de vivos, no de muertos". La historia de
la salvación nos ayuda a comprender que, siendo misterio, no ha sido objeto de
un conocimiento natural o de una revelación inmediata. Más bien, ha habido un
proceso largo y pedagógico de revelación desde el Antiguo Testamento hasta el
Nuevo. Los saduceos exageran tanto el carácter misterioso de la resurrección,
que simplemente la niegan. Es tal vez una solución fácil, pero impropia del
hombre que es un eterno buscador de la verdad. Procurar entrar en el misterio, sin
destruirlo, ahí está la grandeza del ser humano sobre la tierra. Pero la
resurrección no sólo es misterio, es también realidad. Una realidad que no es
perceptible con los ojos de la carne, sino únicamente con los ojos de la fe. Ya
Horacio había llegado a formular, con su sola razón, la creencia en la
inmortalidad: Non omnis moriar (no he de morir totalmente). Los cristianos
podemos formular nuestra fe en la resurrección: Omnis vivam (viviré todo
entero), en cuerpo y alma, en toda mi realidad psicofísica. Evidentemente no se
tiene que resaltar tanto la resurrección corporal que llegue a imaginarse la vida
terrena en su grado máximo de perfección. "No pueden ya morir, porque son
como ángeles" (Evangelio). El hombre será transformado y, sin dejar de ser
hombre, experimentará y vivirá su humanidad de un modo adecuado a un mundo
infinito y eterno. El destino del hombre no es sino una realidad misteriosa y un
misterio empapado de realidad. Separar el misterio de la realidad o la realidad del
misterio conduce a distorsionar la verdad de la fe en la resurrección de los
muertos.
Martirio y vida. El martirio, incluso para los no creyentes, tiene un poder
seductor muy notable. Un mártir por su fe no es sólo gloria de su religión, sino de
la entera humanidad. Es un héroe y, si es cristiano, es además un santo, un héroe
de la gracia y un evangelizador, porque transmite la fe cristiana con la ofrenda de
su vida. La madre y los siete hijos de los que nos habla la primera lectura han
sido para los judíos y para los cristianos un ejemplo permanente de fortaleza
espiritual y de fe en la resurrección. "El Rey del mundo, a nosotros que morimos
por sus leyes, nos resucitará a una vida eterna", así formula su fe el segundo de
los hermanos. El martirio de tantos cientos de miles de cristianos a lo largo de 21
siglos es el signo de credibilidad más fehaciente de la resurrección de los
muertos. Un martirio que radica en el gran Martirio de Jesucristo en la cruz para
redimirnos del pecado y alcanzarnos la vida eterna. La "corta pena" del
sufrimiento se trueca en "vida perenne" y sin fin (Primera lectura). Junto al
martirio de sangre está el martirio de la vida, el testimonio diario de la fe que da
sustancia y peso a la última verdad del Credo: "Creo en la resurrección de los
muertos y en la vida futura". Porque en verdad mártir es quien prefiere al Dios de
la vida sobre el amor de la vida, quien está dispuesto a cerrar la puerta de la vida
por fidelidad a Dios y a abrir el cancel del Paraíso para estar siempre con el
Señor. Ésta es la Palabra del Señor que debemos anunciar y que hemos de
propagar por todas partes. En un mundo no poco secularizado y bastante miope
para las cosas de la fe, es muy necesario que los cristianos sellemos nuestra
fidelidad a la vida, en esta tierra en que estamos y en la eternidad, con una vida
de fidelidad.
SUGEREncias PASTORALES
MENSaje DOCTRINAL
Ciudadanos de dos mundos. Todo hombre, quiera o no, está inscrito en el registro
de dos mundos diversos. Uno es el mundo presente, la tierra que pisamos y el
aire que respiramos, un mundo pasajero, sellado por el límite y la caducidad. El
otro mundo es el mundo en el que reinan las palabras: siempre e infinitud, el
mundo futuro al que el hombre y la historia se encaminan. Lo interesante es que
estos dos mundos se suceden cronológicamente, pero sobre todo se entrecruzan y
entrelazan en la vida de los hombres. Ninguno de ellos nos es ajeno, en ninguno
vivimos como si el otro no existiera. En el mundo presente no podemos dejar de
pensar en el futuro, y en el mundo futuro no se podrá olvidar el presente. Las
vicisitudes de la historia, sus conflictos y sus penas nos remiten casi
inexorablemente hacia el futuro. La dicha y la plenitud del mundo futuro
solicitarán nuestro interés porque todos los hombres de este mundo puedan
alcanzarla. Como ciudadanos del presente hemos de estar ocupados y dedicados
en la tarea del progreso, de la justicia, del avance en humanismo y solidaridad, y
en el crecimiento de los valores. Como ciudadanos del futuro tenemos que
preocuparnos por la instauración del Reino de Cristo y por la santidad de los
cristianos. El presente en que vivimos es tarea de elección y de renuncia, el
futuro será tiempo de posesión y de gozo. El presente es tiempo de ideales y de
realizaciones, el futuro será de encuentro y de intimidad. El presente es tiempo de
constancia en la lucha, el futuro será de descanso en la paz. El presente es tiempo
de esperanza en la fe y en el amor, el futuro será de triunfo pleno del amor
perfecto. Dos mundo distintos, pero no distantes, sino unidos en el corazón del
hombre. Dos mundos en los que el cristiano ha de vivir a tope, haciendo honor a
su nombre.
La luz de la justicia. En este mundo no siempre brilla con todo su esplendor la
luz de la justicia. Hay también mucha tiniebla de injusticia. Y por eso al hombre
honrado y bueno le acecha la tentación de decir: "¡Es inútil servir a Dios! ¿Qué
ganamos con guardar sus mandamientos?" (Primera lectura). Tal vez llegan a
nuestros oídos voces de falsos profetas que gritan: "¡Yo soy!" o que predicen con
presunción: "El tiempo está por llegar" (Evangelio). Y llegan a preocuparnos esas
voces y crean en los cristianos algo de perplejidad. Oscurecidos sobre el futuro,
había también entre los cristianos de Tesalónica algunos que "no trabajaban y se
metían en todo" (Segunda lectura). Evidentemente creaban confusión y
perturbaban la vida y la paz de la comunidad. Esa tiniebla de injusticia no es
propia sólo del tiempo del Antiguo o del Nuevo Testamento, sigue actualísima en
nuestro tiempo. ¿No hay acaso mucha gente convencida del triunfo del mal sobre
el bien? ¿No hay quienes atemorizan a la gente, sobre todo sencilla y sin mucha
cultura, hablando de revelaciones recibidas sobre el fin del mundo y su pronta
venida? ¿No abundan falsos profetas y doctores, que merodean aquí y allá
enseñando doctrinas erróneas? La revelación de Dios, recogida en los textos
litúrgicos de este domingo, nos recuerda: "Dios hará brillar la luz de la justicia".
Esa luz puede ser que ya comience a brillar en este mundo, pero ciertamente el
sol de justicia irradiará sus rayos de luz en el mundo futuro. El cristiano, por
tanto, en medio de las injusticias y de las persecuciones, ha de mantenerse
tranquilo, paciente y con gran paz, porque Dios intervendrá a su tiempo. "Con
vuestra perseverancia, nos dice Jesucristo en el evangelio, salvaréis vuestras
almas".
SUGEREncias PASTORALES
Vivir el presente desde el futuro. Frecuentemente se piensa que hay que vivir el
presente con un ojo en el pasado, para aprender del mismo, puesto que "la
historia es maestra de la vida". No niego que esto sea verdad. Quiero señalar, sin
embargo, un aspecto propio de nuestra fe cristiana. Hay que vivir el presente
como quien ya hubiera recorrido el camino de la vida y se hallara en el mundo
futuro. Está claro que las perspectivas y el modo de vivir el presente serían muy
diversos. Esto vale en la vida del hombre: si fuera posible vivir los veinte años
desde la perspectiva de los sesenta, sin duda alguna se vivirían de distinta
manera. Con mayor razón vale cuando hipotéticamente nos colocamos en el más
allá. Preguntémonos: Desde la eternidad, ¿cómo hubiese querido vivir el día de
hoy, esta situación familiar, este momento personal de crisis, esta relación
afectiva, este ambiente en el trabajo? Ese futuro crea una distancia entre nosotros
y nuestro presente, y al crear distancia nos permite ver las cosas con mayor paz y
objetividad. Ese futuro nos mete en el mundo de Dios y de esta manera nos
otorga el poder de pensar en las diversas situaciones del presente y de la vida con
el mismo modo de pensar de Dios. Desde el futuro conocemos mejor y sabemos
aplicar con mayor exactitud y coherencia al presente la regla de nuestra fe y la
medida de nuestra conducta. No hay que caer en la utopía, pero una chispa de
futuro en nuestro presente es suficiente para encender el ama con nuevo ardor y
entusiasmo.
"Rey de Israel, rey de los judíos, reino del Hijo" son las expresiones con que la
liturgia nos recuerda solemnemente la gozosa realidad de Jesucristo, rey del
universo. El título de la cruz sobre la que Jesús murió para redimir a los hombres
era el siguiente: "Jesús nazareno, rey de los judíos" (Evangelio). Históricamente,
este título se remontaba hasta David, rey de Israel, (Primera lectura), de quien
Jesús descendía según la carne. Recordando Pablo a los colosenses la obra
redentora de Cristo les escribe: "El Padre nos trasladó al Reino de su Hijo
querido, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados" (Segunda
lectura).
MENSaje DOCTRINAL
Jesús, el rey de los judíos. Esta es la causa por la cual Jesús muere en una cruz
elevada sobre el Gólgota. El texto está escrito en hebreo, en latín y en griego,
para que lo entendiesen todos los habitantes que habían venido a Jerusalén para
celebrar la Pascua en la primavera del año 30 d.C. ¿Un crucificado, rey de los
judíos? Esta ignominia era insoportable para las autoridades de Jerusalén, por eso
acudieron a Pilatos a pedirle que cambiase el título. Pilatos no cedió. "Lo escrito,
escrito está". El título es ocasión de burla y sarcasmo de los soldados romanos:
"Si tú eres el rey de los judíos, ¡sálvate!" (Evangelio). Solamente uno de los
ladrones intuyó que el reino de ese crucificado tenía que ser de otra índole que
los reinos de la tierra, y así le dijo: "Acuérdate de mí cuando estés en tu Reino"
(Evangelio). El título es, pues, verdadero, pero nos reenvía a un reino de otras
características: un Reino de verdad y de vida, un Reino de santidad y de gracia,
un Reino de justicia, de amor y de paz" (Prefacio). En el sometimiento
"impotente" y doloroso de un crucificado al reino de la fuerza dominante está la
clave y el fundamento del reino del amor, de la misericordia y del perdón.
SUGEREncias PASTORALES
"El condicional de la duda". "Si eres rey...": he ahí la eterna tentación del hombre
hundido en su miseria e indigencia. "Si eres el Hijo de Dios...", así el tentador y
así tantos hombres a lo largo de la historia. "Si eres bueno..., ¿porqué reina tanto
mal a nuestro alrededor?". "Si me amas..., ¿porqué en lugar de que reine tu amor
en mí, reina, al contrario, el desorden de las pasiones, el desenfreno del
egoísmo?". "Si eres rey..., ¿cómo es posible que haya gobiernos descreídos y
ateos, que persiguen, encarcelan y asesinan a tus súbditos?". "Si eres rey..., qué
clase de reinado es el tuyo que se oculta hasta el punto que se desvanece y llega
casi a desaparecer?". "Si eres rey...". La duda nos atosiga y nos sacude
interiormente. El condicional nos muerde el alma hasta la herida mortal. "Eso de
Cristo Rey, ¿no será un cuento de hadas o una de tantas utopías que recorren la
historia?". "Cristo vence, Cristo reina, Cristo impera", canta la Iglesia. "¿Es esto
verdad o más bien un exagerado triunfalismo?". ¡Seamos valientes! Quitemos de
una vez por todas el "sí" condicional de nuestras relaciones con Jesucristo Rey.
En lugar de dudar, agradezcamos al Padre que no haya querido instaurar un reino
como hubiésemos querido los hombres, a la medida de nuestros deseos y de
nuestras mezquinas concepciones de las cosas. Cristo reina según su designio y
su medida, no según la nuestra. El Reino de Cristo se recibe como un regalo,
como una revelación del cielo; no es fruto de una mente humana privilegiada ni
del acuerdo decisorio de los hombres. El Reino de Cristo se instala en la vida de
los hombres, pero no es un árbol ya hecho, sino una planta que crece. Desde el
momento que ponemos el reino de Cristo bajo la ley del condicional, estemos
seguros de que estamos corriendo el riesgo de no entenderlo y de quedarnos
fuera.