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Resumen
Abstract
La traición española
Carmen L. BohórqueZ
“el padre de nuestra historia”, fue miembro de la Sociedad Patriótica, diputa-
do suscriptor de la primera Constitución Federal de Venezuela y presidente
del Congreso de 1811, quien tuvo una visión de la independencia epifánica y
partidaria que resumiremos en esta primera parte y que nos dará pista para
comprender la complejidad de un fenómeno que todavía nos persigue: el de
mirar la emancipación a través de un maniqueísmo ideologizante no del todo
superado, como lucha de grupos irreconciliables en la cual la desaparición
física del español parece ser el único motivo. Obras como el Compendio de
la historia desde su descubrimiento y conquista hasta que se declaró Estado
Independiente; y su Relación de los principales sucesos ocurridos en Ve-
nezuela desde que se declaró Estado Independiente hasta el año de 1821;
publicadas en 1840 y 1842, respectivamente; nos revelan delicados criterios
de Yanes a la hora de evaluar todo lo referente a la “Madre Patria”.
Yanes fue cultor de una historia definida en su Compendio como “testi-
monio de los pueblos, antorcha de la verdad, maestra de la vida y pregonera
de la antigüedad” (1944: XVI); saber nunca alejado de la lucha social pese a
todo el alarde científico que se hiciera. Disciplina que compara los tiempos,
investiga las tradiciones, examina “los documentos y actos públicos” y re-
flexiona sobre los “males de los pueblos” (Ídem). Conocimiento que si bien
en las monarquías se veía como un divertimento propio de la educación libe-
ral de las clases pudientes, “en las repúblicas, donde todos los ciudadanos
ejercen parte de la soberanía popular, y pueden ser llamados a los primeros
puestos, debe considerarse como una absoluta necesidad” (Ibídem, XVII). No
escondía Yanes que la causa republicana pedía a gritos una historia patria
que debía ser conocida por todo el pueblo, una historia que repudiara la vo-
rágine conquistadora, que denunciara a esos hombres “ciegos de codicia” y
sedientos de oro, que mostrara que el hambre, la viruela y los gusanos eran
alimañas traídas por los invasores.
Yanes describía a los “buscadores del Dorado” como seres crueles que
arrebataron con alevosía el destino de Venezuela. Violadores que sembraron
en estas latitudes el infierno europeo: “Sus habitantes vivían en crecido nú-
mero y eran naturalmente felices con los beneficios producto de la tierra bajo
la dirección patriarcal de sus caciques” (Ibídem, 192-193).
Yanes calificaba a los españoles de sangrientos y bárbaros, conquis-
tadores autorizados por los monarcas españoles para hacer esclavos a los
indígenas que se rehusaran al yugo de la obediencia. La perfidia y el engaño
fueron herramientas de los usurpadores a lo largo de tres siglos. Por eso, la
libertad fue demanda porque venía a lugar para reivindicar la propiedad y el 9
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y de José de Oviedo y Baños a la hora de pintar la “inhumana actuación” de
los españoles. El problema era y es que también somos España. Yanes niega
con la independencia el pasado, negación en la que la guerra a muerte sirve
de ejemplo máximo como una mutilación simbólica historiográficamente en
observancia.
dará respuesta desde una historia más militante al celebrado autor progome-
cista. Irazábal, como defensor de los partidos políticos en quien encontraba
las plataformas naturales para el afianzamiento democrático, culpabiliza, con
cierto esquematismo, al latifundismo y al caudillismo de ser lacras que han
alimentado el atraso económico nacional. Sus celebérrimos Hacia la demo-
Resguardos indígenas y derechos humanos…
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goría que cualquiera de nuestras frecuentes matazones” (1994, 39). Aunque
hoy parezca una perogrullada, hace más de nueve décadas era temeraria la
idea de que la guerra de la independencia fuera una guerra intestina, hipó-
tesis que gozaba de poca simpatía en los círculos intelectuales. Empezando
por llamar “matazón” en lugar de sacrificio, entrega o inmolación a la guerra
que garantizaría la libertad misma de nuestro pueblo. “Matazón” es ya de por
sí una voz peyorativa y éste es en parte el carácter provocador al cual nos
referimos. Vallenilla Lanz desdice de la naturaleza internacional de la “gesta
emancipadora” defendida por los historiadores de otrora, señalándonos que
si bien, la guerra es parte de la “evolución progresiva de la humanidad”, es
poquísimo lo que podemos esperar de un acontecimiento en que el “deter-
minismo sociológico” impone las reglas del juego. Es así que la guerra es
una fatalidad en la que el hombre es un prisionero. Para sustentar su tesis
Vallenilla explica que un grueso de los soldados que integraron los ejércitos
realistas fueron americanos. En todo caso, insiste, es una hiperbolización ro-
manticona pintar cuadros sangrientos de héroes contra villanos, no hubo en-
frentamientos masivos entre los nacionales y los extranjeros: “Los hombres
que mandaron las montoneras delincuentes de aquellos años, aunque isle-
ños y peninsulares muchos de ellos, tenían largos años de residencia en el
país” (Ibídem, 42). Vallenilla aduce la antipatía que albergaba el pueblo llano
a la causa independentista y se vale de los testimonios de Rafael Urdaneta y
Simón Bolívar, entre otros, siendo este último categórico en su Manifiesto de
Carúpano de 1814 cuando dice: “Vuestros hermanos y no los españoles han
desgarrado vuestro seno, derramado vuestra sangre, incendiado vuestros
hogares y os han condenado a la expatriación…” (Ibídem, 45).
Vallenilla Lanz no visualiza en ningún momento a un Bolívar que se per-
cata de la popularización de la guerra como garantía de triunfo, sino que se
conforma con enfatizar lo errado que estuvieron los ilustrados de la Primera
República al considerar que una masa de analfabetas pudieran adquirir el
estatus de ciudadanos. Deponer las autoridades coloniales trajo como con-
secuencia la anarquía y los resentimientos sociales de los grupos explotados.
Es así como Vallenilla Lanz impugna la psicología popular por ser caldo de
cultivo de “hordas bárbaras”, de “gente feroz y perezosa”, gente ruin incapa-
citada de ejercitar las tan añoradas virtudes republicanas. ¿El colofón de su
razonamiento? La necesidad histórica de Juan Vicente Gómez.
La contestación de Irazábal a Vallenilla pone en evidencia dos tenden-
cias antagónicas a la hora de reinterpretar la independencia. Porque veremos
que en Irazábal la guerra de la independencia es una guerra librada contra 13
el “yugo español”, como reza nuestro himno nacional, es una guerra inter-
nacional, máxime, cuando es expresión de la decadencia del régimen espa-
ñol, que después de tres siglos de dominación, anunciaba en sus colonias
condiciones concretas de extinción. Es en este marco, según Irazábal, que
debe ser entendido el rechazo a la Compañía Guipuzcoana por parte de Juan
Resguardos indígenas y derechos humanos…
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Esto lo expresa diáfanamente Mariano Picón Salas: “La Historia me interesa
no sólo en cuanto pasado, sino en cuanto prueba de la psicología del hombre
y de las reacciones del grupo social y en cuanto ayuda a alumbrar, también
problemas y vivencias contemporáneas” (1983: 657).
Temas axiales, entre ellos la colonia y la independencia, son retomados
con análisis innovadores y siempre polémicos. Una tesis que suscitó encar-
nizados intercambios fue la sostenida por César Zumeta, conocida como el
“hiato histórico”, en la cual explicaba el autor de El continente enfermo que
la separación existente entre los tres siglos de colonialismo español y la vida
republicana era producto de una ruptura total con el pasado. Este punto de
vista defendido por Zumeta en su Discurso de Incorporación a la Academia
Nacional de la Historia en 1932 era, a su vez, una refutación a los argumentos
expuestos por Carracciolo Parra León, quien había subrayado las bondades
de la instrucción en el período colonial. Mario Briceño Iragorry contradiciendo
a Zumeta aclaraba:
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Los hombres de la conquista vieron a un indio muy diferente al de hoy. Vieron
a una raza vigorosa e inteligente que supo resistir al invasor. La resistencia en
Venezuela fue larga y tenaz. Los hombres llamados bárbaros por los cronistas
asombraron al blanco con su intrepidez. Su raza cayó vencida y se embruteció.
El silencio se hizo en su espíritu. No hablemos de las indiadas de México, Bolivia
o Nueva Granada. En Venezuela fueron aniquilados y absorbidos por la pobla-
Resguardos indígenas y derechos humanos…
No nos sería dado hablar de la colonia española sin referirnos a otras coloni-
zaciones posteriores. Hablar de las miserias de ayer y callar las de hoy. De la
inversión de capitales coloniales será preciso escribir voluminosos libros. Dos
estilos o dos maneras en el fondo semejantes. En tal sentido la Real Compañía
Guipuzcoana no difiere mucho de las compañías explotadoras del Petróleo, por
ejemplo. Extraen la sustancia, la riqueza de la tierra (1987: 210).
Los métodos de la conquista parecen una barbarie que se opone a otra. Una bar-
barie que dispone del arcabuz, del caballo y del perro de presa. El diálogo entre
el “bárbaro” y “civilizado” es un admirable y complejo drama. El “bárbaro” aparece
lleno de buen sentido, armado de razón, de su derecho ante el “civilizado”. A ve-
ces hace enmudecer a éste, que no tiene otra razón sino la fuerza. En América,
como otras tantas veces, el derecho se funda con el despojo de una raza por
otra. No es preciso acudir a la “Leyenda Negra” ni a los enciclopedistas, a quie-
nes tanto debe el pensamiento humano. Basta el testimonio de reales cédulas,
de los juicios de residencia, las cartas de gobernadores y obispos, las protestas
de los frailes, los mismos reglamentos de la explotación de minas, el sistema de
encomiendas y el cobro de los tributos (Ídem).
En los últimos tiempos ha florecido toda una escuela de historiadores que pre-
tende hallar en la colonia, no sólo motivos estéticos, la poesía del tiempo des-
vanecido, los mismos orígenes de la nacionalidad, sino un régimen justo, el más
apropiado que pueda concebirse para los pueblos americanos. Sólo espíritus
extraviados por las pasiones pudieron desconocerlo. De otro modo, aseguran,
no habría surgido de aquel mundo de sombras una generación tan extraordinaria
como la del movimiento emancipador. Pero aquella generación lo fue porque
obedeció su sino histórico, el romper con el pasado. Rompía con el pasado y al
mismo tiempo le era obediente. Se emancipaba en primer término de las rancias
disciplinas con que habían querido sujetarla (Ibídem, 220).
Hace más de seis décadas nos sugería Enrique Bernardo Núñez que
la disertación histórica debía estar comprometida contra cualquier acción
orientada a la doblegación del espíritu nacional, que se traducía en la con-
quista ayer y la actitud antinacional de hoy. De tal modo que la conquista,
la colonización y la independencia no eran etapas superadas de nuestra
historia, sino que coexistían dialécticamente en el tiempo. Siendo siempre
la independencia la lucha en todos los frentes contra las prácticas despóti-
cas, contra la mentalidad de atraso, enemigos concretos de todo deseo de
liberación.
Fuentes consultadas
mericana.
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