Salvador El fallecido y laureado periodista Richard Kapuscinski, tan alabado por sus espléndidos libros de viaje y tan denostado por esos gemelos maquiavélicos y ultraderechistas que gobiernan y presiden -espero que por poco tiempo- la desdichada Polonia, escribió hace tiempo sobre unos de esos episodios más dignos de tebeos de risa que de la realidad cotidiana, a pesar de las tristes causas y las funestas consecuencias que tuvo y ocasionó, la conocida y nunca declarada Guerra del Fútbol. Este enfrentamiento bélico entre países hermanos y vecinos, El Salvador y Honduras, más digno de una narración de Gila (la aviación salvadoreña contaba con dos aviones y la hondureña con tan sólo uno, duró únicamente seis días. Ocurrió en 1969, cuando se disputaron dos encuentros que enfrentaron a las selecciones balompédicas de ambos países centroamericanos en una eliminatoria valedera para la clasificación del Mundial de Fútbol de México, en 1970);. La chispa que encendió la hoguera de esa guerra, también llamada de las 100 horas por su brevedad, saltó el seis de junio de 1969 en Tegucigalpa, cuando la selección hondureña derrotaba a la salvadoreña por un gol a cero. Días después, ya en San Salvador, el partido de vuelta dio la victoria a los anfitriones por tres a cero. La eliminatoria estaba empatada porque, por entonces, tan sólo contaban las victorias y no los goles de diferencia. Al finalizar el encuentro, se produjeron graves enfrentamientos entre las hinchadas de ambos países. Nada fuera de lo normal en el mundo del balompié. Había que esperar, no obstante, al tercer partido, el de desempate, a celebrar en México, que, por cierto, dio la victoria a El Salvador por tres a dos y calificó a esta selección para los Mundiales. El problema llegó cuando los militares salvadoreños, tal vez animados por el fervor patrio que supuso la victoria de su selección nacional y que Honduras reaccionara expulsando como represalia a miles de campesinos salvadoreños de su territorio, lanzaron un ataque contra Honduras, cercando Tegucigalpa, la capital. Afortunadamente, el raciocinio se impuso y la Organización de Estados Americanos negoció un alto el fuego que entró en vigor seis días después. Un par de semanas más tarde, el ejército salvadoreño, muy superior al hondureño, se retiró del territorio ocupado, poniendo fin a tan lamentable incidente futbolero-político. Pero si el enfrentamiento balompédico fue la chispa que encendió la hoguera (hoy me siento terriblemente leninista);, las causas del enfrentamiento llevaban muchos años gestándose: El hiper poblado país salvadoreño necesitaba con urgencias tierras de expansión para unos campesinos que invadían de forma constante las fértiles e inutilizadas tierras hondureñas, cuya empobrecida población, ya se pueden imaginar, no estaba dispuesta a entregárselas a sus vecinos así como así. Esta escalada de la tensión fue aprovechada por los gobiernos conservadores de ambos países para orientar la crisis hacia sus propios intereses por medio de mensajes patrióticos. La justa y necesaria revolución de los campesinos pobres no iba a dirigirse hacia esos gobiernos corruptos sino contra el país vecino. En el enfrentamiento, los medios de comunicación jugaron un rol fundamental en el encrespamiento de las masas. Las cifras de esos seis días lastimosos fueron más de cuatro mil muertos por ambos bandos, el hundimiento del Mercado Común Centroamericano, el agravamiento de la situación social en ambas naciones, la carrera armamentista auspiciada por los USA, y, sobre todo, el reforzamiento de las dictaduras militares en la vida política de ambos países. Casi nada.