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Daniel Omar StchigeL

LACAN Y LA CIBERNETICA
lina crítica psicoanalítica del cognitivismo

Prólogo de Luciano Lutereau


TEORÍA PSICOANALÍTICA
Daniel Omar Stchigel es Licenciado y
Doctor en Filosofía por la Universidad de
Buenos Aires (UBA), y Profesor Universitario y
Magíster en Psicoanálisis por la Universidad
Argentina John F. Kennedy. Se desempeña en
dicha institución como Profesor Titular de
Filosofía, Lógica y Antropología Filosófica. Es
miembro del Círculo Latinoamericano de
Fenomenología. Ha participado como disertan­
te en varias Jornadas de Fenomenología y
Hermenéutica en la Academia Nacional de
Ciencias, así como en Jornadas de Ciencia y
Religión organizadas por la Fundación
Aletheuin.
Es autor de las siguientes obras: Filosofando lu
matemática y matematizando la filosofía (Plus
Ultra, 1989); Metasemiótica I: Ensayo de
GnoseologíaSintética (Plus Ultra, 1991); Acoso
intelectual. Setenta filósofos a la búsqueda del
hombre común (Dunken, 2004); El objeto
ausente. Interpretaciones del noema (Virgilio,
2007); El código científico (elaleph.com, 2009);
Elogio de la seriedad (elaleph.com, 2010);
Pseudociencia (elaleph.com, 2010); La simula­
ción de lo real (elaleph.com, 2011); Liberarla
ciencia (elaleph.com, 2011); Desarrollo de las
corrientes psicológicas (elaleph.com, 2012);
Nociones básicas de epistemoanálisis
(elaleph.com, 2012); Elogio de Mario Bunge,
seguido de un elogio del psicoanálisis
(elaleph.com, 2012); Dinámica de las partículas
humanas (elaleph.com, 2013); La salud y la
enfermedad (elaleph.com, 2014).
Ha publicado en colaboración: con la Dra. Mirta
Elena Grimaldi: El Lagos de la Vida. Diálogos
filosóficos acerca de la Biología Molecular
(elaleph.com, 2008); con el publicista Norberto
Álvarez Debans: Conversaciones entre un
filósofo y un publicitario (elaleph.com, 200B).
Daniel Omar Stchigel

LACAN
Y LA CIBERNÉTICA
Una crítica psicoanalítica del cognitivismo

VJftvS
Omar Stchigel, Daniel

l.acan y la cibernética : Una crítica psicoanalítica del cognitivismo


- 1° ed. - Buenos Aires, Letra Viva, 2014.

133 pp .; 22 x 14 cm.

ISBN 978-950-649-512-1

1. Psicoanálisis. I. Título

CDD 150.195

©2014, Letra Viva Editorial


Av. Coronel Díaz 1837, Buenos Aires, Argentina
letraviva@imagoagenda.com
www.imagoagenda.com

©2014, Daniel Ornar Stchigel


s_daniel_omar@hotmail.com

Queda hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en la Argentina - Printed in Argentina

Dirección editorial: Leandro Salgado

Edición a cargo de Luciano Lutereau

Queda prohibida, bajo las sanciones que marcan las leyes, la reproducción total o
parcial de esta obra bajo cualquier método de impresión incluidos la reprografia,
la fotocopia y el tratamiento digital, sin previa autorización escrita del titular del
copyright.
índice

P rólogo , Luciano L u tereau ..................................................... 7

El método éxtimo de La c a n .................................................. 7

In tr o d u c ció n ...........................................................................11

La REPETICIÓN S IM B Ó L IC A ...................................................... 15
• Aportes del Estructuralismo................................................ 18
• ¿Por qué la cibernética?..................................................... 20
• La metapsicología freudiana como termodinámica
aplicada............................................................................. 21

M Á S ALLÁ DEL PRINCIPIO DEL PLACER .................................... 25


• La cibernética y la dialéctica del amo y del esclavo...........29
• El trauma freudiano como falla del modelo cibernético . . 32

El grafo del deseo como máquina d e s e a n t e ................ 35


• La función del W itz............................................................ 39
• La máquina del ingenio..................................................... 44
• El robot y el sú b d ito .......................................................... 51
• La autorreferencia en el complejo de Edipo: el Nombre
del Padre............................................................................. 54
• La autorreferencia en el complejo de Edipo: el deseo de
deseo.................................................................................. 56
• El objeto a: de la lógica a la topología................................62
• Los límites del grafo y su más allá........................................65
D iferencias entre la m á q u in a deseante y la m á q u in a
COGNITIVA.............................................................................................................6 9
• El sustrato real de la inscripción simbólica: cuerpo físico y
cuerpo pulsional................................................................70
• Topología de la cadena significante.....................................78
• El símbolo cognitivista no es el símbolo estructuralista . . 80
• Cognitivismo y Bejahung.................................................... 85

L o s LÍMITES DEL DISCURSO DEL C O G N I T I V I S M O ....................... 8 9


• El lugar de la falta en el cognitivismo.................................. 96
• Ética cibernética................................................................98
• Cognitivismo y psicoanálisis: su posición en torno al
síntoma.............................................................................. 103
• Más allá de la psicología: ética, estética y ontología............108

C o n c l u s ió n ........................................................................... 121

R e f e r e n c ia s 131
P ró lo g o

El método éxtimo de Lacan

En el Tercer Coloquio Filosófico de Royaumont, en 1957, E.


Fink presentó un trabajo titulado “Los conceptos operatorios en
la fenomenología de Husserl”. En dicho trabajo, Fink afirmaba
que todo pensamiento se desarrolla en un médium de concep­
tos que no suelen ser atendidos, pero que operan como causa del
pensar. En este sentido, toda elaboración supone una sombra,
un resto que, en lo impensado, empuja a la explicitación. Esta
distinción trazada por Fink es de particular importancia para
introducir al presente libro de Daniel Ornar Stchigel.
Es conocida la renuencia de Jacques Lacan a sostener la ap­
titud conceptual del psicoanálisis. Luego de un seminario titu­
lado “Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis”, no
hubo más que esperar al seminario del año siguiente para que
afirmara que ninguno de aquellos -inconsciente, repetición,
transferencia y pulsión- eran conceptos. Asimismo, quizá no
habría conceptos en sentido estricto en psicoanálisis. Lacan es
explícito en dicho seminario: nunca una exposición psicoana-
lítica comienza con una definición y desarrolla consecuencias
-al modo de teoremas-. Esta indicación del seminario 12 no
hace más que continuar una referencia del seminario 8, donde
Lacan sostuviera que “en la teoría psicoanalítica no se precede
de modo deductivo”.

7
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

Por lo tanto, ¿cuál es el estatuto del discurso psicoanalítico,


si es que -incluso- hasta es posible dudar en nombrarlo como
“teoría”?
El psicoanálisis es el intento de transmitir una experiencia, la
que se desprende del dispositivo freudiano. El intento de Freud
de llevar al concepto su práctica tuvo un nombre específico: me-
tapsicología. Sin embargo, la deuda naturalista y mecanicista de
sus formulaciones muchas veces generó extravíos no sólo en con­
ceptos, sino en consideraciones clínicas. Frente a este atolladero
es que Lacan abandonó la vía metapsicológica y -como lo afir­
ma reiteradamente en sus primeros escritos- optó por la feno­
menología. Su objetivo no dejó de ser pretencioso: que la trans­
misión de la experiencia coincidiera con la experiencia misma,
que la sombra del pensar se hiciera patente como luz, que el res­
to se pusiera en acto. Al descubrir este método de enseñanza, La-
can “abandonó” la fenomenología e inició su seminario.
A partir del primer seminario, encontramos en la enseñanza
lacaniana una cantidad variable de referencias filosóficas. Aca­
so, ¿se trata de un devaneo especulativo y diletante? En absolu­
to. El presente libro lo demuestra. Lacan se sirve de otras disci­
plinas para esclarecer núcleos propios del psicoanálisis. Busca lo
más íntimo en otra parte, afuera. De ahí que siempre sea vano
acusar a Lacan de falta de rigurosidad o de imprecisión en sus
citas y referencias. He aquí el motivo central que explícita Da­
niel Ornar Stchigel respecto de la cibernética.
Sería inútil el intento de precisar el alcance de nociones como
las de transferencia, inconsciente, pulsión, repetición en el con­
texto del seminario 2. Aquí, Lacan se presta a debates que con­
ciernen a la estructura, la conciencia, el materialismo, etc., aun­
que con un objetivo desplazado: una reformulación del aparato
psíquico y la concepción del sujeto. Lacan se descentra en deba­
tes aledaños, aunque para dar mayor fuerza a los operadores del
psicoanálisis. No son los conceptos temáticos los que importan,
sino los que adquieren su relieve de modo implícito.
Por eso el presente libro no es un trabajo -que también se tra­
ta de una tesis universitaria (realizada en el marco de Universi-

8
El método éxtimo de Lacan

dad J. F. Kennedy, cuya Maestría en Psicoanálisis dirige la Dra.


Amelia Imbriano)- que fuerce la erudición, que, por cierto, no
es poca; sino que sus resultados -una puesta en forma de los
usos de Lacan de la cibernética- apuntan a un motivo clínico:
un crítica -en el sentido kantiano- de los fundamentos de cier­
tos supuestos de las prácticas cognitivistas de nuestro tiempo.
Tiene el lector en sus manos un libro cuya actualidad debe
ser entendida en un doble sentido. Por un lado, responde a un
debate acuciante en nuestros días, la interface (im)posible en­
tre psicoanálisis, psicología cognitiva y neurociencias. Por otro
lado, continúa el designio de una epistemología psicoanalítica
que no se dilapide en una evaluación de construcción de con­
ceptos, sino que atienda a sus consecuencias clínicas. En este úl­
timo sentido, la presente obra continúa los trabajos preceden­
tes del autor en libros como Liberar la ciencia. Alcances y lími­
tes de una epistemología lacaniana (2011) y Nociones básicas de
epistemoanálisis (2012).

Luciano Lutereau
Enero de 2014

9
Introducción

El presente libro se propone mostrar el modo en que Lacan,


en sus primeros seminarios, rescata de la obra de Freud aque­
llos conceptos en los que se anticipó a la manera en que la ci­
bernética entendió más tarde el funcionamiento de la mente, a
la vez que señala las limitaciones de este enfoque, que tiende a
identificar al hombre con una máquina simbólica.
Dicho enfoque es retomado por el cognitivismo actual, con
el costo de poner bajo un cono de sombras todos los aspectos
del funcionamiento del aparato que impiden su identificación
con una máquina de procesamiento de datos.
Por lo tanto, es parte de mi propósito hacer una crítica del
enfoque cognitivista desde la perspectiva del psicoanálisis laca-
niano, teniendo en cuenta las dos versiones principales de di­
cho enfoque:

El modelo de funcionamiento del cerebro basado en una má­


quina de Turing, es decir, en una máquina preprogramada con
una serie de reglas que determinan su manera de manipular sím­
bolos para transformarlos en otros símbolos.
El modelo de funcionamiento del cerebro basado en las lla­
madas redes neuronales, sin reglas previas, pero con una cone­
xión sensorial con el mundo que las hace capaces de autoorga-
nizarse por un proceso de aprendizaje por ensayo y error.

11
Daniei. O mar Stchic. el | Locan y la cibernética

Lacan entiende al aparato psíquico como una máquina pro-


cesadora de símbolos, una máquina pulsional con una hiancia
que la hace ser coaptada por el lenguaje, lo cual introduce en ella
la dimensión del deseo. Para mayor claridad, resumiré los mo­
tivos principales de este libro con tres indicaciones:

1. El concepto de máquina cibernética le sirvió a Lacan para


elaborar una visión estructuralista del inconsciente freu-
diano y a la vez alejarlo de la idea de que se trata de una
estructura cerrada y completa.
2. El discurso cognitivista puede ser caracterizado a través
de un materna que permite diferenciarlo claramente de
los otros cuatro (o cinco) discursos que presenta Lacan
en el Seminario 17.
3. La diferencia entre el modo psicoanalítico y el cogniti­
vista de entender el automatismo mental depende de una
concepción ontológica radicalmente distinta acerca de lo
que es un sujeto, pero también de una determinada éti­
ca y de una estética que se derivan de dicha ontología.

Es necesario aclarar que se entiende aquí por cognitivismo


la continuidad entre una determinada teoría acerca del funcio­
namiento de la mente -psicología cognitiva- y sus aplicaciones
terapéuticas -terapias cognitivo-conductuales-. Establecer esta
continuidad se funda en el hecho de que los representantes de
estas corrientes terapéuticas afirman apoyarse en los resultados
de la psicología cognitiva. Pero interesan para el presente tra­
bajo estas dos vertientes de la teoría cognitiva en la medida en
que se encuentran actualmente bajo la influencia del cognitivis­
mo como teoría multidisciplinaria acerca del funcionamiento
de la mente humana, más allá de la manera independiente en
que el cognitivismo y la psicología cognitiva han desarrollado
sus investigaciones.

* * *

12
Introducción

La importancia que concede Lacan a la cibernética como


marco para el desarrollo de su retorno a Freud no parece ha­
ber sido tenida en cuenta en los escritos que se han ocupado de
trabajar el contenido del Seminario 2, seminario en el cual La-
can se dedica específicamente a este tema. Por ejemplo, Mous-
tapha Safouan, uno de los primeros seguidores de Lacan, ni si­
quiera hace mención del tema en el capítulo que le dedica a co­
mentar este seminario en su obra Lacaniana 1. Si bien Safouan
hace referencia aquí al ejemplo de la máquina de calcular, no
menciona la palabra cibernética ni una sola vez en su comen­
tario. Esto es sorprendente, sobre todo teniendo en cuenta que
uno de los capítulos de la versión de Jacques-Alain Miller del
Seminario 2 es una conferencia que lleva por título “Cibernéti­
ca y Psicoanálisis”.
Justamente es Miller -en El hueso de un análisis (1998, 40)—
quien ha hablado explícitamente de máquina significante, al se­
ñalar el modo en que la cadena significante evita lo real, en el
sentido de lo imposible, de aquello que esa máquina va contor­
neando, lo cual hace que la cadena significante retorne siempre
al mismo lugar.
Actualmente, algunos cognitivistas, sin hacer ninguna alu­
sión al trabajo pionero de Lacan en este sentido, han querido ver
en los primeros escritos de Freud, especialmente en el Proyecto
de psicología para neurólogos y en los trabajos sobre la afasia, un
anticipo de las ideas del cognitivismo. Así, Clark Glymour, en
un artículo llamado, significativamente, Los androides de Freud,
sostiene lo siguiente:

“Freud y sus contemporáneos no tenían noción de lo que es un


sistema de programación, pero ciertamente concebían el ce­
rebro como una máquina biológica que manipula símbolos.”
(Glymour, 1996, 67)

El motivo por el cual los cognitivistas no le reconocen a Freud


su prioridad es el supuesto desvío que sufrió el padre del psicoa­
nálisis respecto de su búsqueda científica original. Esta afirma-

13
Daniel O mar Stchigel | tacan y la cibernética

ción no tiene en cuenta que el abandono de ese modelo, como


señala Lacan, se debió a una necesidad derivada de la propia ex­
periencia analítica. Dentro del ámbito psicoanalítico, por otra
parte, no hay un intento claro por rescatar estos aportes y ubi­
carlos en su justo lugar dentro del contexto de la obra freudiana.
En lo que se refiere a la crítica del cognitivismo desde la pers­
pectiva del uso lacaniano de la teoría de la información, tampo­
co hay muchas referencias bibliográficas. La llamada clínica del
amo desarrollada por Miller como crítica a las TCC (terapias
cognitivo conductuales), tal como la encontramos desarrolla­
da en El Otro que no existe y sus comités de ética, no hace refe­
rencia al modo en que se construyó el saber que sirve de sostén
teórico para la elaboración estratégica propia de este tipo de te­
rapias (Miller, 2005, 16).
Por lo tanto, dada la escasez de la bibliografía sobre el tema,
parece necesario intentar una aclaración de los alcances y lími­
tes del uso que se le puede dar a la cibernética y a la teoría de la
información dentro del marco de la teoría psicoanalítica, y sus
diferencias con respecto al empleo de dichas herramientas teó­
ricas dentro del paradigma cognitivista. Esto se hace necesario
tanto para establecer el estatuto científico del psicoanálisis, como
para mostrar la viabilidad de la orientación de la cura psicoa­
nalítica frente al creciente auge de las llamadas terapias breves,
enfocadas a la*superación de síntomas específicos para permi­
tir la adaptación del sujeto a su entorno.

* * *

Este libro nace de una tesis presentada en la Maestría en Psi­


coanálisis dictada en la Universidad Argentina John F. Kenne­
dy que dirige la Dra. Amelia Imbriano. Fue realizada bajo la di­
rección de la Mgr. Alejandra Porras y defendida en noviembre
del año 2013.

14
La repetición simbólica

En una conferencia, reproducida en el Seminario 2, titulada


“Cibernética y Psicoanálisis”, Jacques Lacan muestra el modo
en que un mensaje, reducido a su carácter puramente signi­
ficante, puede generar en el sujeto un automatismo de repeti­
ción, como aquél del que habla Freud en Más allá del principio
del placer. Igualmente, en la medida en que se maneja con pre­
sencias y ausencias, expresadas a través de los ceros y unos de
su lenguaje binario, la máquina cibernética puede funcionar a
través de paradas que producen en ella escansiones subjetivas,
pero en su interior el mensaje que no encuentra vía de salida se
desplaza en círculos.
En la mencionada conferencia, Lacan hace referencia al len­
guaje binario de las máquinas cibernéticas, cuya representación
en la forma de tablas permite realizar una formalización de los
posibles resultados del juego de pares e impares, juego utiliza­
do por Edgar Alan Poe como análogo de la estrategia necesaria
para la resolución de casos policiales, tales como el que desa­
rrolla en su cuento La carta robada, cuyo estudio ocupa buena
parte del Seminario 2. Ese estudio fue considerado tan impor­
tante por Lacan que lo convirtió en un artículo y lo hizo publi­
car al inicio de la compilación de sus Escritos.

15
Daniel O mar Stchigel | Lacany la cibernética

El juego funciona de la siguiente manera: una persona tiene


objetos -p o r ejemplo, bolitas- escondidos en sus manos, que
pueden ser en número par o en número impar. La otra persona
debe adivinar si se trata de un caso u otro en cada jugada. Si la
persona con las bolitas repite siempre la misma jugada, es fácil
predecir lo que tendrá entre manos en la jugada siguiente. Pero
el hecho de que el jugador que tiene los objetos sabe que el rival
va a intentar predecir sus movimientos en función de alguna re­
gla, hace que aquél vaya cambiando su estrategia en cada juga­
da. Por ejemplo, puede repetir la misma jugada cuando piensa
que su rival, por una cuestión de probabilidad, piensa que no
la va a repetir. Por otra parte, aquél que debe adivinar la jugada
del adversario no sólo debe considerar que cada posibilidad es
igualmente equiprobable, sino que su rival lo sabe también, y
que por ese motivo va a intentar jugadas distintas a las que re­
sulten del puro azar. La única manera de ganar es, entonces, ha­
cer intervenir la intersubjetividad imaginaria. El personaje Du-
pin señala haber conocido a un niño que siempre ganaba en el
juego. Lo hacía poniéndose como espejo del rival, adoptando
sus gestos para pensar su grado de inteligencia y la consiguien­
te estrategia que el rival iba a seguir. Así, si el sujeto (S), a tra­
vés del manejo de su imagen (moi), poniéndose en el lugar de
espejo del otro yo (i(a)) es capaz de adivinar la regla implícita
(A) por la cual se maneja, logra quedarse con el dinero aposta­
do. Pero si el otro (a) es máximamente inteligente, sabiendo que
el sujeto en cuestión intentará imitarlo, puede ganar en el jue­
go jugando al azar, lo cual muestra las limitaciones de la inter­
subjetividad imaginaria.
¿En qué se relaciona el juego de pares e impares con la ciber­
nética? En ella se trata también de diseñar autómatas capaces de
predecir las posibles jugadas del rival, por ejemplo, diseñar un
cañón antiaéreo automático que sea capaz de alcanzar un blan­
co móvil, que puede ser un avión manejado por un conductor
experto. La idea original del matemático Norbert Wiener al ela­
borar las bases de la cibernética fue unir la termodinámica con
la teoría de la información para desarrollar autómatas capaces

16
La repetición simbólica

de autorregularse a partir de una entrada de información del ex­


terior. Esta información es codificada en términos binarios, to­
mando como base las llamadas álgebras de Boole, y se traduce
en movimientos gracias a la analogía que hay entre el funciona­
miento de las conectivas lógicas y las combinaciones de apertu­
ras y cierres que permiten que haya conducción eléctrica en un
sistema de cables (Amster, 2010, 41-42).
Norbert Wiener fue también un pionero en la elaboración
de modelos del funcionamiento del cerebro que se retomarían
más tarde con el estudio de las llamadas redes neuronales, cuan­
do el intento de desarrollar máquinas inteligentes a través de
una programación desde arriba, sin autoorganización a través
de un aprendizaje por entrada de información del exterior, lle­
vó a ciertos callejones sin salida en el intento por emular algu­
nas operaciones intelectuales humanas, tales como el recono­
cimiento de formas y patrones. Esto hizo que la obra de Wie­
ner llamara la atención de Lacan en determinado momento en
el cual estaba dedicado a la lectura de los primeros escritos de
Freud, especialmente a los cambios sufridos por su modelo del
aparato psíquico entre el Proyecto de una psicología para neuró­
logos, que Freud no publicó, y La interpretación de los sueños. Por
ejemplo, cuando Lacan, en el Seminario 3, describe los peque­
ños caminos que debe recorrer el psicótico en su delirio cuan­
do falta la carretera principal del Nombre del Padre, es inevita­
ble pensar en los grafos orientados utilizados en estos primeros
modelos cibernéticos del funcionamiento cerebral a nivel de las
conexiones neuronales.
Lacan encontró un isomorfismo entre las primeras máqui­
nas cibernéticas y el funcionamiento del aparato psíquico que
le permitió encontrar un punto de anudamiento entre el men­
cionado cuento de Edgar Alan Poe La carta robada y el sueño
de la inyección de Irma -detallado por Freud en La interpreta­
ción de los sueños-. Aquí se nota la influencia que tuvo el Estruc-
turalismo en el segundo período de la obra de Lacan. Se trata
de una concepción acerca del lenguaje elaborada por Saussure,
para la cual los significantes se organizan en la forma de oposi-

17
Daniel O mar Stchigel | L a ca n yla cibernética

ciones puramente sintácticas, carentes de verdadero contenido.


Eso significa que sucesiones de signos diferentes, por ejemplo, +
y -, como los utiliza Lacan al representar los posibles resultados
del juego de pares e impares que analiza en su seminario sobre
La carta robada, o de ceros y unos, como se hace en el lengua­
je binario utilizado por la cibernética, son suficientes para es­
tablecer un sistema simbólico formado por significantes clara­
mente diferenciados. Lacan muestra cómo surgen espontánea­
mente ciertas leyes necesarias a partir del sólo hecho de agru­
par determinadas tríadas ordenadas de signos + y de signos
para después clasificarlas y darles un nombre nuevo, de la mis­
ma manera que basta aislar ciertas tríadas posibles de sucesio­
nes de ceros y unos para definir las conectivas lógicas: conjun­
ción, disyunción, condicional y bicondicional.

A p o r t e s d e l E s t r u c t u r a l is m o

Saussure veía el lenguaje como un fenómeno emergente del


cruce de dos flujos paralelos, el del significante y el del signifi­
cado -o pensamiento-, estableciendo la hipótesis de que su or­
ganización depende de la coincidencia o enganche entre ambos
flujos. Como dice en el Curso de lingüística general:

“El papel característico de la lengua respecto al pensamiento no


es crear un medio físico material para la expresión de las ideas,
sino servir de intermediario entre el pensamiento y el sonido,
en condiciones tales que su unión conduzca necesariamente a
delimitaciones recíprocas de unidades. El pensamiento, caótico
por naturaleza, es forzado a precisarse al descomponerse (...)
la lengua elabora sus unidades constituyéndose entre dos ma­
sas amorfas. Imaginemos el aire en contacto con una capa de
agua: si la presión atmosférica cambia, la superficie del agua se
descompone en una serie de divisiones, es decir, de olas; son
esas ondulaciones las que darán una idea de la unión, y, por así
decir, del acoplamiento del pensamiento con la materia fóni­
ca.” (De Saussure, 1980, p. 160)

18
r
La repetición simbólica

Saussure plantea así que la división significante se produce por


un encuentro, por un proceso de autoorganización espontáneo
que el propio lingüista califica de misterioso. Lacan, en cambio,
se vale de la cibernética para acentuar la importancia del signi­
ficante y establecer que el significado es un efecto del significan­
te, significante que está organizado a partir del corte estableci­
do por la organización discreta del lenguaje, y que es indepen­
diente de la materia fónica concreta en la que se inscribe. Esto
se hace claro sobre todo en el Seminario 16, cuando Lacan plan­
tea que la voz, como objeto a, sirve de material para la inscrip­
ción de la huella borrada que constituye el significante como tal.
La diferencia con Saussure queda clara sobre todo en el ar­
tículo La instancia de la letra en el inconsciente, o la razón des­
de Freud, en el que Lacan rechaza el conocido gráfico que pone
la palabra ÁRBOL en el lugar del significante y el dibujo de un
árbol en el del significado -algo que, por otra parte, no es un
ejemplo original del propio Saussure-, sustituyéndola, burlo­
namente, por las palabras CABALLEROS y DAMAS en el lu­
gar del significante, y dos puertas idénticas en el del significa­
do, mostrando así cómo la diferencia significante es lo que de­
termina una diferencia de significado en dos realidades por lo
demás indistinguibles.
El estructuralismo influyó en Lacan sobre todo en la forma que
adoptó en la concepción acerca de la metáfora y de la metonimia
de Román Jakobson y en la aplicación de la semiología al ámbito
de la antropología llevada a cabo por Claude Lévi-Strauss, y,
más tarde, en el estructuralismo marxista de Althusser, como
lo indica en el Seminario 16, en cuyo transcurso Lacan se define
como estructuralista (Lacan, 1968-69, 28).
Es dentro de este paradigma que debe comprenderse la im­
portancia del esquema L como corte que marca el inicio de la
lectura propiamente lacaniana de la obra de Sigmund Freud. El
esquema L -tam bién llamado esquema I.ambda- que apare­
ce en el Seminario 2 de Lacan, muestra que la dimensión de lo
imaginario, que se establece durante el estadio del espejo -p ri­
mer aporte teórico original de Lacan al psicoanálisis-, es sólo un

19
D aniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

bloqueo, un punto de detención frente a la dimensión del Otro


simbólico. El discurso de ese Otro es el inconsciente, estructu­
rado como un lenguaje -u n lenguaje que esperó la llegada de
un Champollion que fuera capaz de descifrarlo, y ese Champo-
Ilion se llamaba Sigmund Freud.

¿Po r q u é l a c i b e r n é t i c a ?

Si uno se limita a la cuestión del registro simbólico, el Estruc-


turalismo parece un marco teórico suficiente para la lectura la-
caniana de la obra de Freud. Haría falta algo más para explicar
por qué en determinado momento la cibernética llama tanto la
atención de Lacan, como él mismo lo indica durante el dictado
del Seminario 3 (Lacan, 1955-56, 58).
El mismo creador de la cibernética, Norbert Wiener, ofre­
ce una pista importante para encontrar una explicación. O cu­
rre que, en su libro Cibernética, a través del cual hizo divulga­
ción de sus aportes para el diseño novedoso de sus autómatas
teleológicos, Wiener le dedicó unas líneas a la psicopatología.
En ellas, junto con la lobotomía y el tratamiento de choque, re­
comienda el uso del psicoanálisis en dos de sus versiones -freu-
diana y adleriana- para poner un límite así sea sólo a los efec­
tos afectivos de los recuerdos traumáticos que hacen entrar en
círculos el funcionamiento de la mente, sin alterar el cerebro a
un nivel físico evidente (Wiener, 1985, 196). Refuerza la sospe­
cha de una influencia directa en la obra del psicoanalista fran­
cés el hecho de que un capítulo del libro más conocido de Wie­
ner, que lleva el título Computadoras y sistema nervioso, contie­
ne tablas muy similares a las que presenta Lacan en su confe­
rencia “Cibernética y Psicoanálisis”.
En la cibernética de Wiener hay algo que Lacan no pudo en­
contrar en el Estructuralismo, pues en éste todavía es operati­
va cierta idea de totalidad armoniosa, de Gestalt, con la que La-
can debió romper para poder dar cabida a los aportes de Freud
acerca de lo que está más allá del principio del placer. Lo que el

20
La repetición simbólica

estructuralismo no tiene en cuenta es el modo en que un ente


real se convierte en la encarnación del sistema significante, sir­
viendo de pasaje entre la dimensión sincrónica y la diacrónica
del lenguaje. Además, como se ha señalado, la idea de entender
el pensamiento obsesivo como un mecanismo cibernético está
presente ya en la obra del padre de la cibernética, pero Lacan
la utilizará como una manera de traducir a un lenguaje cientí­
ficamente sofisticado los aportes de Freud al conocimiento del
inconsciente.

La m e t a p s i c o l o g í a f r e u d ia n a c o m o t e r m o d in á m ic a

A PL IC A D A

Como los propios cognitivistas que creen ver en Freud un


anticipo de sus investigaciones lo admiten, en la obra del padre
del psicoanálisis la palabra máquina prácticamente no aparece
nombrada. Sin embargo, ya desde los primeros escritos, Freud
desarrolla tres perspectivas para describir el funcionamiento de
lo que, no por casualidad, denomina aparato psíquico: la diná­
mica, la tópica y la económica. Cuando Freud se refiere a esta
última perspectiva, habla en términos de trabajo, de producción,
de gasto de energía, de energía ligada y de energía libre. La libi­
do es concebida por Freud como energía sexual, y es para él la
que se gasta en el trabajo del inconsciente. De ahí que encon­
tremos en sus escritos muchas alusiones al gasto que represen­
ta para el aparato el mantenimiento constante de la represión,
que hace que el neurótico se muestre improductivo. Toda esa
energía que gasta en el sostenimiento de las barreras que inter­
pone a la pulsión sexual, hace que no le quede resto para ejecu­
tar trabajos socialmente productivos, o para llevar una adecua­
da vida amorosa. Como la pulsión siempre encuentra satisfac­
ción, a través del síntoma el aparato psíquico alcanza una satis­
facción sustitutiva, un plus de goce, como dirá Lacan, que im­
pide la descarga de energía hacia la realidad exterior. Por otra
parte, cuando Freud busca graficar de una manera comprensi-

21
D aniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

ble cómo funciona el aparato psíquico en su dimensión ener­


gética, suele recurrir a ejemplos tomados de la economía. Esto
no es raro. El discurso capitalista coincide con el de la ciencia
moderna en la medida en que el plus de valor que se necesita
para la acumulación de capital se extrae del trabajo entendido
en sentido termodinámico, y no importa si ese plus se obtiene
del trabajo humano o del trabajo de la máquina.
Además de manejarse en el contexto del discurso capitalista
y de la termodinámica, Freud recurre también al discurso evo­
lucionista. No sólo por su perspicaz uso de la división hecha por
Weismann entre la parte germinal inmortal y la somática mor­
tal del organismo, sino también por sostener una eficacia adap-
tativa de aquellos mecanismos como el de la formación del Yo
a partir del Ello, que no pueden explicarse desde la perspectiva
exclusiva del desarrollo. Por ejemplo, en el capítulo dos de In­
hibición, síntoma y angustia, texto de 1926, hay un entrecruza­
miento de esos tres discursos, el capitalista, el termodinámico
y el evolucionista. También se habla de la relación entre el Yo y
las pulsiones del Ello en términos militares, lo cual no está de­
masiado alejado del discurso liberal capitalista, y suele ser hasta
hoy en día el lenguaje utilizado para describir el funcionamiento
del sistema inmunitario de los seres pluricelulares. Pero lo que
más ha motivado a ver en Freud antecedentes del cognitivismo
es el uso de terminología termodinámica aplicada al estudio del
cerebro, entendido como un sistema modularizado de neuronas
interconectadas en red.
La aplicación de los conceptos termodinámicos por parte de
Freud va, sin embargo, mucho más allá del contexto neurológi-
co, y se extiende a períodos de su obra en los que ya no preten­
de hallar una ubicación cerebral específica para las instancias
que forman el aparato psíquico. Por ejemplo, en el texto La re­
presión, del año 1915, refiriéndose a la neurosis, Freud dice que
la represión le implica al neurótico un “gasto constante” que le
impide “producir”, además de hacerlo incapaz de amar, con lo
cual tampoco es capaz de re-producir-se. Más allá del juego de
palabras, hay que tener en cuenta que así como la robótica se ha

22
La repetición simbólica

ocupado de generar máquinas productivas, von Neumann, uno


de los iniciadores, junto con Norbert Wiener, de la teoría de la
computación, hizo el diseño de una máquina reproductiva, es
decir, capaz de producir copias de sí misma, lo cual fue una de
las inspiraciones para el descubrimiento del mecanismo de re-
plicación del ADN.
Una referencia casi idéntica a la cuestión del gasto se encuen­
tra en este texto diez años posterior -que es el citado Inhibición,
síntoma y angustia- donde Freud dice:

“Es una pieza importante de la teoría de la represión {esfuerzo


de desalojo} que esta no consiste en un proceso que se cumpla
de una vez, sino que reclama un gasto permanente.” (Freud,
1926, 147)

¿Qué pasa si se levantan las barreras de la represión? En ese


caso, debería haber una supresión del síntoma. Sin embargo,
siempre queda un resto reprimido, algo que circula sin provocar
satisfacción, que nunca la provocó, y que sólo genera gasto para
el aparato. Es lo que hace que Freud tenga que admitir, forzado
por la experiencia psicoanalítica derivada de la experiencia de
la Primera Guerra Mundial, el concepto de pulsión de muerte.
La idea de gasto se relaciona con el concepto de entropía. El
concepto de entropía fue una consecuencia de la revolución in­
dustrial que se inicia con la invención de la primera máquina
autorregulada: la máquina de vapor de James Watt. Sus conse­
cuencias fueron catastróficas para el optimismo de la Belle Epo-
que. Dado que todo sistema cerrado tiende a un incremento de
energía térmica no reconvertible a energías de calidad superior,
la predicción de la muerte térmica del universo llevó al desarro­
llo de una filosofía pesimista, uno de cuyos ejemplos es la me­
tafísica de la entropía de Mainlánder (pseudónimo del filóso­
fo Philipp Bathz), perteneciente al grupo del que formaba par­
te Edward von Hartmann -creador, este último, de una ontolo-
gía del inconsciente-. El concepto de pulsión de muerte ya apa­
rece implícito en la energética freudiana, en la medida en que

23
I

D aniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

ese gasto del neurótico en el sostenimiento de la represión sólo


puede llevar a una muerte térmica del aparato psíquico. Parale­
lamente, surge en la biología la inquietud acerca de por qué los
sistemas vivientes no parecen estar sometidos a la ley de incre­
mento de la entropía, lo cual hace pensar que las fórmulas de la
física están incompletas. Ello llevará, entre otras cosas, al desa­
rrollo de la cibernética, una de cuyas aplicaciones será la idea
de la vida como sistema cibernético molecular, desarrollada por
un biólogo leído con interés por Lacan: Jacques Monod, autor
del famoso libro El azar y la necesidad.
Por otra parte, el hecho de que, en principio, sea posible cons­
truir un autómata autorreproductor, y que el neurótico sea inca­
paz de reproducirse debido al gasto de energía empleado en la re­
presión, sumado al carácter sexual de la libido, tiene una conse­
cuencia que se sigue de ello: la sexualidad de la libido nada tiene
que ver con la función de la reproducción. La existencia de tan­
tas desviaciones del desenvolvimiento de esa energía respecto de
la meta reproductora, y el hecho de que sería en principio posi­
ble una reproducción que prescinda de ella, de lo cual es eviden­
cia la existencia de métodos de fecundación in vitro de los cuales
Lacan también tomó nota, demuestran que la sexualidad huma­
na es de otro orden, que pertenece a un registro que Lacan defi­
nirá como registro simbólico. La libido no es la energía de la má­
quina, destinada al trabajo productivo -del cual el hombre pue­
de desviarse sin por ello dejar de dar satisfacción a las pulsio­
nes, aunque se trate de una satisfacción sustitutiva-, ni tampo­
co es la energía que impulsa a los animales hacia la obtención de
la descarga orgásmica en el contexto de la relación sexual -rela­
ción que Lacan dirá que en el ámbito humano no existe-. La in­
troducción del registro simbólico, tomado del estructuralismo y
de la cibernética, le permitirá a Lacan rescribir los conceptos de
energía libre y energía ligada en términos de significantes que ha­
cen o no cadena con otros significantes, y descubrir en la com­
pulsión a la repetición, la búsqueda siempre fracasada que hace
el inconsciente de la parte faltante de un mensaje que ha esta­
do trunco desde su introducción misma en el aparato psíquico.

24
Más allá del principio del placer

La importancia que le otorga Lacan a la cibernética como


instrumento para la comprensión del psicoanálisis, por lo me­
nos desde el Seminario 2 al Seminario 5, es mayor de lo que sue­
le admitirse. Así, en el Seminario 2 Lacan plantea que la evolu­
ción del pensamiento de Freud, que va del inédito Proyecto de
una psicología para neurólogos a Más allá del principio del pla­
cer, es un pasaje desde la termodinámica hacia la cibernética.
¿Por qué? Él lo dice claramente: el planteo original de Freud pasa
por la idea de la conciencia como un homeóstato ubicado entre
el medio interno del organismo y su entorno, cuya función es
liberar la tensión que tiende a quebrar la homeostasis del orga­
nismo, esa homeostasis que se alcanza cuando hay una especie
de armonía preestablecida entre el Innerwelt y el Umwelt. Esto
es lo que plantea la termodinámica al graficar el funcionamien­
to de la máquina de vapor de Watt. El sistema sería el cen­
tro de control que mantiene la regulación. Sólo que este siste­
ma parece funcionar según sus propias reglas, y genera la satis­
facción alucinatoria de los deseos en los sueños para mantener
la energía psíquica en un nivel mínimo, mientras el yo se ase­
guraría de que la realidad sea tenida en cuenta en esta satisfac­
ción, para que el organismo no muera por no satisfacer sus ne­
cesidades -tem a retomado más tarde por Freud al diferenciar
las pulsiones sexuales de las pulsiones del yo.

25
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

Por otra parte, más allá de la relación realidad-placer existe


la compulsión a la repetición. Esta no puede explicarse si no se
plantea la existencia de algo capaz de romper la estabilidad del
sistema orgánico viviente. Si bien Freud habla entonces de una
inercia que tiende a llevar a lo viviente hacia lo inorgánico, es
decir, habla en términos de entropía, dice Lacan que le falta un
símbolo a su fórmula. Ese símbolo, esa F que debería seguir a
la E -a la E de la entropía-, es la información. La información
es aquello que es transmitido por un mensaje. La información
se mete en el sistema viviente gracias al carácter de sujeto de
este último, que es su carácter descentrado respecto de sí mis­
mo, su hiancia y su falta en ser que le permite ser autorreferen-
cial y a la vez lo pone en deuda para consigo mismo, una deu­
da que ningún objeto podría saldar. La necesidad, en el hom ­
bre, se convierte en pulsión, porque el lenguaje se encarna en el
cuerpo viviente del hombre y suscita sus preguntas como suje­
to. Esas preguntas están contenidas en el lenguaje, pero como el
lenguaje entra al sujeto de maneras distintas de acuerdo con su
estructura, estructura que es determinada, a su vez, por el modo
en que éste logra insertarse en ese medio preexistente que es el
lenguaje, y por lo tanto en el uso de los significantes de sus an­
tepasados, básicamente de los que integran el triángulo edípico,
no todos encuentran las mismas respuestas ni del mismo modo.
Pero lo cierto es que es el sujeto el que es interpelado por el len­
guaje, y es esa interpelación lo que Ío lleva a formularse pregun­
tas. Por eso dice Lacan que el significante es lo que el sujeto re­
presenta para otro significante, invirtiendo la definición habi­
tual en la semiótica.
Es para responder a esos mensajes que nos hablan de un modo
incompleto, que nos ponemos a hablar, pero al hacerlo tampo­
co somos los que dan significado a las palabras, pues ellas di­
cen siempre más (y menos) de lo que queremos decir conscien­
temente con ellas.
Estas ideas no aparecen sólo en el Seminario 2. Lacan las re­
toma varias veces, incluso en el Seminario 16, cuando para él los
significantes ya han pasado a un segundo plano frente al tema

26
Más allá del principio del placer

del objeto a. Allí Lacan señala que el descubrimiento de las neu­


ronas le permitió a Freud organizar una concepción del aparato
psíquico que sin embargo muestra trascender lo fisiológico, en
la medida en que las conexiones neuronales son pensadas como
redes en las que surgen circuitos cerrados que bien podría gra-
ficarse utilizando grafos que sirven para representar las relacio­
nes de pertenencia en teoría de conjuntos (Lacan, 1968-69,180).
Se trata del mismo recurso que le permite al cognitivismo saltar
constantemente del dominio fisiológico al simbólico y vicever­
sa. Sólo que Lacan advierte algo que al cognitivismo se le esca­
pa: es porque pensamos simbólicamente el funcionamiento de
las redes neuronales que podemos realizar ese tipo de analogía
entre los circuitos neuronales y las redes simbólicas. Es decir, es
su inscripción en el registro simbólico lo que determina nues­
tra manera de entender el funcionamiento del aparato psíqui­
co a nivel de la realidad.
En el Seminario 2, Lacan trata de aplicar el concepto de má­
quina cibernética al estudio de un cuento de Edgar Alian Poe,
el mismo en el que éste habla del juego de pares e impares: La
carta robada. Al hacerlo, el psicoanalista descubre que la lógica
que regula el despliegue de las dos escenas que tienen lugar alre­
dedor de dicha carta en el cuento de Poe, cada una de ellas con
tres protagonistas, es la misma que resulta de agrupar en tría­
das de signos + y de signos - los posibles resultados del juego
de pares e impares descrito en el mismo cuento. Y no sólo ocu­
rre eso con las dos partes del cuento de Poe. Lo mismo se pue­
de aplicar al análisis estructural de un conocido sueño de Freud:
el sueño de la inyección de Irma.
Igual que la carta robada del cuento de Poe, sin importar cuál
es su contenido, como puro significante, pone a funcionar a los
sujetos al circular entre ellos, y los hace comportarse de acuer­
do a la estructura de cada uno, al punto de feminizarlos, por­
que esa carta es el falo -ese falo simbólico que es el objeto del
anhelo, que es lo que está siempre en otro lugar que allí don­
de se lo busca-, la fórmula de la trimetilamina en el sueño de
la inyección de Irma es un significante vacío, tan vacío como es

27
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

desconocido el contenido de la carta robada. Si no fuera pen­


sada como carente de significado, la fórmula merecería una in­
terpretación en términos de arquetipos, como lo hizo Jung con
los sueños geométricos del físico Wolfgang Pauli. Nada más le­
jos de las intenciones de Lacan, para quien el único significante
que podría llamarse símbolo en un sentido junguiano es, justa­
mente, el falo, lo cual, por otra parte, va en contra de las ideas
del propio Jung acerca del carácter no sexual de la libido.
Como lo indica la raíz tri que está en el nombre de la fórmula,
la trimetilamina no es más que un esquema del funcionamiento
en tríadas de los personajes que se mueven en el sueño de Freud,
y no tendría sentido pretender localizar dicho esquema en algún
lugar de la corteza cerebral, o en algún circuito neuronal. Ellos
siguen exactamente la misma lógica que la que regula los mo­
vimientos de los personajes en el cuento sobre la carta robada,
y que Lacan logra articular en un grafo al que da el nombre de
“Red 1-2-3” (Eidelsztein, 2007,24). Esos personajes representan
las identificaciones fantasmáticas del propio Freud. Su pura es­
tructura simbólica aparece luego de que Irma trae lo real al sue­
ño, a través de la sexualidad, que aparece en la forma de esa gar­
ganta abismal a la que Freud se asoma, y de aquello que represen­
ta el límite de lo que puede ser nombrado, y por lo tanto simboli­
zado: la muerte. Justamente, al atravesar ese punto de encuentro
con lo real en el que la angustia debió despertarlo, Freud, según
Lacan, logra avanzar hasta dar con la pura estructura simbólica
que organiza el propio sueño, esa fórmula que no es escenifica­
da en el sueño, sino que aparece escrita, y en gruesos caracteres,
señalando así la lógica interna que está detrás de su despliegue
escénico -en lo que Freud llama la otra escena-, pero que en sí
misma es un puro significante que no significa nada. No es casual
que Charles Sanders Peirce, el fundador de la semiótica, compa­
rara las fórmulas lógicas con las fórmulas químicas.
Que la fórmula sea el guión para esta otra escena, es lo que
Lacan nos enseña de la manera más clara al hablar del fantasma
en el Seminario 6, inédito, utilizando como ejemplo el Hamlet
de Shakespeare, entendido como un discurso significante al

28
Más allá del principio del placer

que el cuerpo del actor le presta el material para su puesta en


escena imaginaria. La representación será tanto mejor cuanto
el propio discurso del actor, su inconsciente, coincida con esa
cadena significante que es el drama de Shakespeare.
De la misma manera que la fórmula de la trimetilamina sir­
ve de representación simbólica del guión de este sueño, movien­
do a estos personajes que representan las identificaciones par­
ciales del propio Freud con personas de la vida real, cuando un
significante está trunco, no encuentra un punto de salida, una
resolución, y se va transmitiendo de una generación a otra. Ve­
mos así a hijos marcados por el significante de los padres, que
repiten su historia, y también familias y hasta sociedades ente­
ras funcionando como máquinas cibernéticas (Lacan, 1954-55,
141), tal como Lacan ya lo anticipa en “El mito individual del
neurótico”, donde aparece la primera alusión a una serie de tría­
das que se desenvuelven alrededor de un cuarto elemento que es
presentado en ese escrito como la muerte. Se trata de un efecto
del registro simbólico, que actúa como destino, a diferencia de
lo real, donde, según el discurso de la ciencia, rige únicamente
el determinismo ciego.

La c i b e r n é t i c a y l a d i a l é c t i c a d f .l a m o y d e l e s c l a v o

La manera en la que el lenguaje como Otro interviene en la


constitución de la subjetividad, es enmarcada por Lacan dentro
de la dialéctica del amo y el esclavo de Hegel. Nada parece más
alejado del reino de los autómatas cibernéticos. Sin embargo, es
esta dialéctica la que Lacan intentará reformular en términos de
la cibernética tanto en el Seminario 2 como en el Seminario 3.
Hegel, en su obra La Fenomenología del Espíritu, habla de
la lucha a muerte por el reconocimiento -p o r puro prestigio,
como traduce Lacan-. El filósofo parte del hecho de que el su­
jeto se constituye como otro o negación del objeto, como nega­
ción de la Naturaleza de la cual ha surgido. El problema es que,
dada la naturaleza de la relación sujeto-objeto, no puede haber

29
Daniei. O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

dos sujetos al mismo tiempo. Si aparecen dos sujetos, uno debe


convertirse en objeto del otro. Eso significa que si los dos insis­
ten en ser sujetos, uno debe morir. Sólo si muere como sujeto,
si se convierte en cosa, en propiedad del otro, puede salvarse.
El señor se queda con el lado del sujeto, porque no teme morir.
Prefiere morir antes que perder su posición de sujeto. Se reafir­
ma, entonces, en su goce. Este goce no crea nada, y se satisfa­
ce con la destrucción del objeto que es su objeto de apetición.
Eso hace que se renueve constantemente, pero queda estanca­
do, en un círculo. Es el mal infinito, la apetición como una se­
rie de unos que no hacen cadena, pues no generan un efecto re­
troactivo capaz de producir un sentido. El esclavo, en cambio, ha
cedido su subjetividad a cambio de conservar su vida biológi­
ca. No deja de ser sujeto, pero su subjetividad está descentrada,
pues ha reprimido su goce para servir a su amo. En realidad le
teme a la Muerte, que es el gran amo, y por eso se ha hecho es­
clavo. Debe posponer indefinidamente la satisfacción. Es pues­
to a trabajar para el señor. Sirve a su amo, cuando su amo y se­
ñor es en realidad la Muerte, como contracara de la Vida, Vida
que en su crudeza se presenta como lo Otro del hombre, como
la Naturaleza incomprensible de la cual el hombre es negación.
La Muerte, a entender de Lacan, es el Herr que lleva a Freud a
olvidar el nombre Signorelli, significante que contiene a Signio-
re, que es, justamente, señor, pero en italiano.
Ahora bien, la postergación de la satisfacción hace surgir del
trabajo un saber. El esclavo, a diferencia del amo, entra al buen
infinito, a la espiral dialéctica, a la Aufhebung. Él aprende a co­
nocer a la Naturaleza y le pierde miedo. Se objetiva en ella, la
humaniza mediante el trabajo. Finalmente, termina perdiéndole
el temor que lo había llevado a su condición de esclavo. Por su
parte, el amo es esclavo de su esclavo, pues necesita de su reco­
nocimiento para ser amo, y sin embargo, es el reconocimiento
de un esclavo, no de un par, de un igual, con lo cual su propio
carácter de amo carece de legitimidad. Sólo tiene sentido como
amo en la medida en que vaya a la guerra a matar a otros amos,
como ocurre en la litada, por ejemplo.

30
Más allá del principio del placer

Cabe aclarar que Lacan planteará que esta figura del amo es
mítica, que en todo caso correspondería a la época de decaden­
cia de esta institución, y que además, teniendo en cuenta que la
lucha se da por puro prestigio, y que el esclavo opta por mante­
ner su vida biológica, quizás es al esclavo a quien debemos po­
ner en el lugar del goce.
¿Qué relación puede tener esto con la cibernética? Lacan tie­
ne en consideración los primeros autómatas desarrollados a par­
tir de las teorías cibernéticas, y los describe como autistas em­
barcados en la conquista de los objetos, autistas para los cua­
les el otro aparece en espejo como un rival con el que se enta­
bla una lucha a muerte por el dominio de dichos objetos (La-
can, 1954-55, 82-85). Hasta aquí, para Lacan, da lo mismo que
se trate de individuos o de máquinas. En el Seminario 3 Lacan
vuelve sobre este ejemplo o apólogo, como él lo llama, y lo per­
fecciona. ¿De qué manera? Aclarando que la situación del hom­
bre es como la de autómatas cuya regulación dependiera de la
regulación de los otros, de los pequeños otros, los del registro
imaginario, del estadio del espejo. Lacan los piensa como autó­
matas carentes, justamente, de un sistema de control, de un sis­
tema que garantice la homeostasis, carencia que biológicamen­
te es calificada como la prematuridad del hombre. En tal caso,
señala Lacan, los autómatas terminarían aglutinados, chocan­
do unos con otros, limitados sólo por la presencia física, real, de
sus respectivos cuerpos (Lacan, 1955-56, 138-139). En ese con­
texto, sólo si se introduce la posibilidad de un marco lingüístico
que permita a las máquinas rivales llegar a un acuerdo, se entra
en el plano de la verdadera intersubjetividad. Eso abre un nue­
vo espacio, el espacio de la ley, pero a la vez convierte a la sa­
tisfacción de la necesidad, esa que en los animales parece dar­
se naturalmente, en un objetivo inalcanzable, y a las estructu­
ras de la subjetividad en distintos caminos que conducen a ese
goce de modos siempre fracasados, incluyendo entre esos mo­
dos las psicosis, las neurosis y las perversiones.

31
Daniel O mar Stchigei. | Lacan y la cibernética

El t r a u m a f r e u d ia n o c o m o fa l l a d e l m o d e l o

CIBER NÉTIC O

Si se toma en serio la analogía entre el aparato psíquico y la


máquina cibernética tal como es establecida por Lacan en estos
dos seminarios, es posible echar nueva luz sobre la teoría freu-
diana del trauma.
La máquina cibernética fue pensada originalmente para re­
producir tecnológicamente procesos cognoscitivos a partir de la
acción de algoritmos, es decir, de estrategias repetitivas, de ca­
rácter recursivo, que permiten llegar a la resolución de un pro­
blema, por ejemplo matemático. Teóricamente, cuando se intro­
ducen los datos sobre los que se quiere trabajar, por ejemplo, un
enunciado del que quiere probarse si es o no un teorema den­
tro de un determinado sistema axiomático, la máquina se pon­
dría a trabajar, deteniéndose cuando haya probado que ese teo­
rema o su negación se deducen de los axiomas del sistema. Lo
que Lacan considera es que, por un lado, la máquina debe estar
con un cierto nivel de energía circulante antes de la introduc­
ción de los datos, y se espera que en algún momento se detenga.
Pero eso no es necesariamente así. Si el teorema no es demos­
trable, la máquina podría estar eternamente dándole vueltas al
asunto tratando de probarlo. Y aunque intentara probar el con­
trario, también podría no encontrar la respuesta en un núme­
ro finito de pasos. Además, hay proposiciones que son indeci-
dibles, es decir, ni ella ni su contraria pueden ser demostradas
dentro del sistema (Lombardi, 2008). Esto imposibilita reducir
la matemática a pura lógica.
Si se toma esta máquina como modelo del aparato psíquico,
debería pensarse que la detención del sistema culmina con la
elaboración de un conocimiento terminado sobre un tema. Por
lo tanto, la energía que lo hace funcionar, equivalente de la li­
bido, tendría por meta la obtención de conocimientos. Habría
que pensar que esa energía está asociada a una pulsión cognos­
citiva, pulsión ciega de saber, que, bajo circunstancias a especi­
ficar, se convertiría en deseo de conocimiento. Con un adecua­

32
Más allá del principio del placer

do aparato sensorial, se requerirían al menos dos pulsiones que


se organizaran a partir de su coaptación para la satisfacción de
la pulsión cognoscitiva. Básicamente, la pulsión escópica y la
pulsión invocante.
Entonces, supóngase un objeto causa de conocimiento, por
ejemplo, un gemido de la madre. Este objeto-causa activa una
pulsión ligada a la voz. Se produce una sobrecarga libidinal del
aparato. La máquina intenta disminuir esa sobrecarga tratan­
do de completar ese gemido como significante trunco. Se pone
en marcha la pulsión visual. La máquina espía por el ojo de la
cerradura. Si la visión es completa, aumenta la sobrecarga y no
es posible introducir la huella de lo visto en una cadena signifi­
cante. Si la visión es incompleta, lo que no se ve es objeto cau­
sa de deseo de una pulsión visual incapaz de completar la esce­
na. Ante la frustración, la pulsión cognoscitiva mueve a la fan­
tasía a completar provisoriamente el significante faltante. Pero
esa completitud es inconsistente y el sistema recibe nuevas ins­
trucciones. El significante incompleto, la frase trunca, sigue cir­
culando sin encontrar un punto de salida.
Si se acepta esta descripción del armado de una escena pri­
mitiva, aunque sea incompleto y requiera de aclaraciones y de­
talles, queda claro, sin embargo, que no es necesario recurrir a
significantes adquiridos filogenéticamente para dar cuenta de la
formación de una escena que puede reactivarse y afectar toda
la economía libidinal cuando se vuelva a despertar el mensaje
trunco a partir de la aparición de una nueva escena que podría
completar la anterior y darle salida a esa interrogación que ha­
bía quedado sin respuesta. En ese momento se producirá una
represión del contenido representacional de la escena que había
sufrido una fijación, lo cual terminará generando un síntoma.
Es decir, la nueva escena refuerza el circuito del mensaje trun­
co, que permanece dando vueltas en la plataforma circular de
la máquina, sin poder articularse con las demás cadenas de sig­
nificantes que forman el sistema general del conocimiento. La
nueva situación, en vez de darle salida a la anterior, queda atra­
pada por ella y produce efectos más o menos abarcativos sobre

33
Daniel O mar Stchigei. | Lacan y la cibernética

la totalidad del sistema simbólico que se ha ido constituyendo


en el interior de la máquina deseante.
No se trata, simplemente, entonces, de la cuestión de la in­
sistencia del significante, sino del carácter libre, no ligado, de
los significantes truncos, que dejan siempre una insatisfacción
a nivel de la pulsión cognoscitiva, que hace que no tengan vía
de salida, que permanezcan circulando en la forma de una pre­
gunta abierta, fragmento de real entendido como lo imposible
de ser conocido.
Es de suponer que a partir de un modelo simple como este,
que permite comprender la lógica de lo que está más allá del
principio del placer, Lacan fue integrando uno a uno los demás
conceptos freudianos dentro de un esquema mucho más com­
plejo, el llamado grafo del deseo.

34
El grafo del deseo
como máquina deseante

A diferencia de lo que ocurre en los sistemas termodinámi-


cos, en el sujeto el error siempre se presenta como teniendo un
sentido, no es puro ruido, tiene que ver con el proceso de la re­
presión. La imagen corporal global, armoniosa, que ya existe en­
tre los animales guiando su comportamiento sexual, esconde en
el hombre la existencia de la repetición indefinida de los mensa­
jes truncos que proceden de la esfera de lo simbólico, mensajes
bloqueados que sin embargo logran abrirse paso, modificados,
gracias a las caracteristicas propias del lenguaje común, no sim­
bólico, que le permiten al significante transmutarse a través de
dos procesos explotados por la poesía, pero no por ello menos
estructurales: la metáfora y la metonimia. Si seguimos el desa­
rrollo del Seminario 2, el elemento informacional no parece es­
tar sometido a la ley de la entropía.
En el Seminario 17 Lacan volverá sobre este tema, pero con
algunos matices de diferencia: el saber compensa la entropía
generada por la repetición, entropía que es la manera en que el
goce aparece a nivel humano, como pérdida. Esa pérdida debe
ser compensada, y esa compensación surge de lo simbólico, que
se presenta como contrario, entonces, al incremento de la en­
tropía. Este juego entre lo que se pierde y lo que se gana no lle­
va nunca a un equilibrio homeostático (Lacan, 1969-70, 53).

35
Daniel O mar Stchigel | L acanyla cibernética

Para el Lacan del Seminario 2, este carácter neguentrópico


del significante no escapa a la cibernética. Pero la cibernética es
capaz de abarcarlo, al menos en parte, porque no es un capítu­
lo de la física, sino que es una teoría de los mensajes. Sólo hay
mensaje si hay dimensión simbólica, una dimensión a la que los
materialistas, por ejemplo atomistas, nunca recurrirían. Para
ellos la vida es sólo un torbellino efímero en un proceso de caí­
da hacia el vacío. Así es como describe la esfera de lo psíquico
el enfoque energetista del Proyecto de psicología para neurólo­
gos de Freud, enfoque a todas luces insuficiente cuando se trata
de entender al hombre, como lo deja entrever la dificultad del
padre del psicoanálisis para armar una teoría neurológicamen-
te coherente acerca del funcionamiento del psiquismo. Por eso,
en Más allá del principio del placer, Preud habla de “los desvíos
tomados por la vida en su carrera hacia la muerte”, que Lacan
dirá que en el hombre están sostenidos por la dimensión signi­
ficante, dimensión que aparta al hablanteser de ese goce hacia
el cual, sin embargo, se dirige inevitablemente.
Hay una lógica del sujeto, pero es posible porque la lógi­
ca no es la física. La lógica opera a nivel de los símbolos, pre­
senta códigos que les permiten a las máquinas operar y llegar a
determinados resultados, responder a las preguntas del sujeto.
Los sujetos son escansiones temporales en ese proceso simbó­
lico. Por eso, la idea de comparar al sujeto con una máquina de
Turing, como lo hace el físico Douglas Hofstadter (Hofstadter,
2008, 351), aunque dentro de un contexto cognitivista (Varela,
F. J„ et al., 2005, 31), tiene puntos de coincidencia con el plan­
teo de Lacan (Darmon, 2008, 83).
Hay que hacer dos aclaraciones al respecto. En primer lu­
gar, se debe tener en cuenta que una máquina de Turing es
una serie de acciones mecánicas que siguen ciertas reglas de
operación determinadas paso a paso, reglas a las que se lla­
ma en matemática algoritmos. Un ejemplo es el método para
llegar a obtener la raíz cuadrada de números muy grandes, a
partir de un procesamiento mecánico que se aplica reiterada­
mente sobre cada resto dejado por su aplicación anterior. Se

36
El grafo del deseo como máquina deseante

trata de una versión sofisticada de las calculadoras a las que


hace referencia Lacan.
En segundo lugar, la obra de Hofstadter se presta para ser
comparada con las incursiones de Lacan en el campo de la ci­
bernética y de la teoría de la información, debido a la coinciden­
cia notable entre muchos de sus intereses intelectuales, su bagaje
de conocimientos, sus citas bibliográficas, y su abordaje, aunque
desde ángulos totalmente diferentes, de las cuestiones relacio­
nadas con el sujeto, especialmente en lo que se refiere al regis­
tro simbólico. La diferencia central está en que Lacan acentua­
ba todo lo que hay de más allá de los biológico en planteos simi­
lares que se empezaban a desarrollar en la época en la que dictó
sus seminarios. Hay un campo común en el que la obra de La-
can y la de los cognitivistas pueden ser comparadas y contrasta­
das. Sin tal campo compartido, no tendría sentido acentuar las
diferencias enormes que existen, por otra parte, entre esas dos
formas de entender al sujeto.
En la obra de Lacan, la representación cibernética del fun­
cionamiento del inconsciente se continúa en el uso de los ma­
ternas, con los que el psicoanalista va a intentar tocar lo real. La
cibernética es ya una manera de ir directamente de lo simbó­
lico a lo real sin pasar por lo imaginario, en la medida en que,
efectivamente ( Wirklich), es posible montar una máquina que
tome como base un determinado código cibernético. La demos­
tración de ello está en la existencia de los robots y de las com­
putadoras, para los cuales lo más difícil es el reconocimiento de
formas, justamente por lo que esas formas tienen de imagina­
rio, como se deja ver en el debate que tuvo lugar hacia el final
del Seminario 2, cuando los asistentes al seminario cuestiona­
ron la capacidad que podría tener una máquina para reconocer
un triángulo si fuera capaz de percibirlo.
Pero si la cibernética toca lo real no es porque sus diseños
sean realizables. Es porque reemplaza las palabras por letras, y
establece cuáles son las combinaciones que para dichas letras
resultan imposibles. Esa es la manera en que un discurso alcan­
za la exactitud. Así logró introducirla Aristóteles en la lógica:

37
Daniel O mar Stchigei. | Lacanyla cibernética

reemplazando el sujeto de la oración por una A y el predicado


por una B. Lo mismo vale del uso de las letras en las fórmulas
químicas, o en aquello que no por casualidad obtiene su nom ­
bre de una combinación de letras: el ADN.
En su publicación en forma de artículo de El seminario de la
carta robada, Lacan presenta una parte de lo desarrollado en el
Seminario 2, pero hace un agregado que cambia el modo de re­
presentación del juego de pares e impares, agregado al que vuel­
ve durante el dictado del Seminario 4. Utiliza esta vez un grafo
orientado, elemento tomado de la topología. Esto demuestra que
la influencia de la idea de máquina cibernética sigue haciendo
efectos en su pensamiento, por lo menos hasta la presentación
del grafo del deseo. La continuidad de dicho desarrollo queda
clara cuando, en medio de su brillante reconstrucción del caso
Juanito, Lacan muestra cómo los caminos que sigue el niño al
tratar de integrar los elementos imaginarios y reales dentro de
una estructura simbólica en la que todavía se manejaba sólo con
presencias y ausencias -las de su madre-, Juanito sigue ciertas
leyes necesarias, que son las mismas que organizan la descrip­
ción, en términos de letras, de la sucesión de las posibles combi­
naciones de signos + y de signos - con la que Lacan representa
el juego de pares e impares que Poe establece como marco sim­
bólico de su famoso cuento -de la misma manera que el sueño
de la inyección de Irma está estructurado simbólicamente como
la fórmula de la trimetilamina que aparece en el propio sueño.
Por otra parte, que hable en el Seminario 4 de una lógica de
goma, como se habla en matemática de una geometría de goma
-o geometría del caucho (Amster, 2010, 17)-, muestra que La-
can ya anticipa en los maternas usados para el caso Juanito, la
idea de una flexibilidad que acerca esta álgebra de la lógica ha­
cia la topología. Eso significa que, aun cuando hay diferencias
individuales, la forma en que se resuelve el Edipo posee inva­
riantes estructurales, que son justamente los que Lacan va a re­
presentar primero con el grafo del deseo y más adelante con las
superficies topológicas y con el nudo borromeo.

38
El grafo del deseo como máquina deseante

La f u n c ió n del W it z

El grafo es una escritura que contiene puntos unidos por la­


zos, orientados o no. Esos puntos se llaman vértices, y si los la­
zos, también llamados aristas, están orientados, se habla de un
flujo que circula en el grafo. El grafo es un invariante topológi-
co -es decir, sus propiedades no se alteran por cambios conti­
nuos, como estiramientos y torsiones- y sirve para la represen­
tación de cualquier tipo de relaciones entre distintos elementos.
En el grafo del deseo se encuentran entradas y salidas, y un
complejo conjunto de lazos orientados, a menudo retroactivos,
entre distintos nodos, conjunto que representa todos los circui­
tos que puede seguir el desarrollo de la demanda y el del deseo
-entendidos en su diferencia con lo que sería la satisfacción ple­
na de una necesidad-. Según el modo en que el grafo sea reco­
rrido, eso nos da distintas estructuras, por ejemplo, la de la his­
teria y la de la neurosis. A Lacan no le interesa saber cómo se
armó históricamente -genéticamente- aquello que este grafo
representa -el sujeto-. Tampoco se ocupa de la procedencia de
las entradas, ni del destino de las salidas.
Habrá que detenerse en el Seminario 5 para tratar de com­
prender qué se juega en este grafo del deseo. Por un lado, La-
can menciona la continuidad con el grafo del seminario sobre
la carta robada. Menciona también el artículo sobre la instancia
de la letra en el psicoanálisis, donde había establecido el punto
de capitón -o de almohadillado- de los colchoneros como una
metáfora acerca de lo que engancha el significante con el sig­
nificado, en su transcurrir simultáneo pero en sentido inverti­
do. Lacan le dedica mucha atención a estos significantes que li­
gan lo imaginario y lo simbólico, a lo largo del Seminario 3, al
señalar que la psicosis surge cuando falta uno de los significan­
tes que realiza ese enganche, el significante procreación bajo la
forma del ser padre (Lacan, 1955-56,417). Pero en el Seminario
5 señala que los puntos de enganche a los que se referirá aho­
ra son puramente significantes, con lo cual indica que el grafo
que va a presentar se refiere sólo al registro simbólico (Lacan,

39
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

1957-58, 18 y 19). Lacan continúa con la formulación del grafo


en el Seminario 6, y lo presenta en su versión más acabada en el
artículo Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el incons­
ciente freudiano.
El lenguaje, tal como Lacan lo entiende, no puede ser identi­
ficado con el lenguaje simbólico puro al que aspira la lógica des­
de el siglo XIX y que sirve de base a la teoría de la información
en la que echa raíces el cognitivismo, como lo demuestra el he­
cho de que empiece ocupándose del Witz, es decir, de la agude­
za, del ingenio. Esa forma de broma es una muestra de una in­
teligencia que el cognitivismo, en sus intentos por desarrollar
una inteligencia artificial, deja de lado, pero que muchas obras
de ciencia ficción señalan como lo que delataría, en el caso de
una aplicación del test de Turing, cuál de los dos hablantes -o
escribientes- no sería un robot.
Hay que aclarar que Alan Turing elaboró este test pensando
que si una máquina fuera confundida en sus respuestas con un
humano, debería considerarse inteligente. Esa comparación fun­
cionaría como una prueba, prueba a la que se ha llamado, justa­
mente, test de Turing. Como explica Lombardi (2008, 137-142),
la formulación original del test hace intervenir la idea de que la
inteligencia de la máquina debe permitirle simular ser una m u­
jer, es decir, ser capaz, incluso, de expresar la diferencia sexual,
aunque de un manera simulada.
La cuestión, en el Seminario 5, es si la máquina cibernéti­
ca podría alterar el lenguaje en el que sus propias instrucciones
están escritas, haciéndolo trastabillar para generar un efecto de
chiste, de broma ingeniosa. Basta para ello a veces una pequeña
modificación, como señala Freud en su obra sobre el chiste. Por
ejemplo, alcanza con invertir la posición de dos pares de pala­
bras en la línea del discurso para lograrlo. Pero eso puede im­
plicar un imposible para una máquina que debe atenerse a un
código sin faltas para poder funcionar.
De hecho, el primer grafo presentado en este seminario, que
ya contiene los elementos que Lacan va a desarrollar después con
respecto al deseo -pero presentados primero con las mismas le­

40
r

El grafo del deseo como máquina deseante

tras con las que antes había simbolizado las leyes que surgen de
una determinada presentación simbólica del juego de pares e
impares (Darmon, 2008, 127-138)- es elaborado para mostrar
el modo en que funciona el Witz como medio a través del cual
el deseo inconsciente asoma en el discurso. Esto es fundamental
para distinguir la máquina deseante de cualquier manera, por
más sofisticada que esta sea, de entender a la mente como un
procesador simbólico sostenido materialmente por un hardware
neuronal. Para entender esto, es necesario ir al texto de Freud El
chiste y su relación con el inconsciente, donde está planteada la
diferencia, destacada por Lacan, entre la simulación o el enga­
ño, que es algo que se espera que las máquinas, al igual que los
animales, sean capaces de hacer, y que constituye todo el fun­
damento del test de Turing, y la mentira, que, como señala Al­
fredo Eidelsztein, “implica la posibilidad de mentir sobre una
mentira” (Eidelsztein, 2010,63). De ello es una muestra cabal el
chiste reproducido por Freud en su famoso texto, en el cual un
judío acusa a otro de mentiroso cuando le dice la verdad acerca
de la ciudad a la cual se dirige, porque supone que lo hace para
que el primero crea que se dirige a otra ciudad, cuando en rea­
lidad es a esa ciudad a la que el viajero se dirige.
Siguiendo con la exposición del grafo, Lacan habla del ele­
mento fonológico, que está orientado en un sentido, y del ele­
mento racional, orientado en sentido inverso (retroactivo). Am­
bos se cortan en dos puntos. Uno es el código -que más tarde
llamará tesoro de los significantes-, que permite que haya audi­
ción del discurso, y que se encuentra en A, en el gran Otro. El
otro punto es un punto creativo, en el que surge una verdad, la
verdad de un mensaje que genera un sentido. Se trata de lo que
en el grafo ampliado se presentará como s(A), es decir, el signi­
ficado del mensaje. El Yo (je) se conecta con el gran Otro, con
el Otro simbólico, como aquél a quien se dirige la demanda,
mientras que el mensaje se conecta con el objeto metonímico,
ese del cual habla el Yo en el discurso vulgar, sin que sea el ver­
dadero objeto de su deseo (es un sustituto). Yo y objeto se arti­
culan, por su parte, en el discurso vacío. En el grafo desarrolla-

41
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

do, el lugar del je será ocupado por el moi, y el del objeto meto­
nim ia) por el i(a) -identificación del yo (moi) con el semejan­
te, como con su propia imagen en el espejo.
Lo que interesa aquí es señalar que el elemento fonológico, el
material lingüístico del significante, es aquello que permite que
tengan lugar la metáfora y la metonimia, esos encadenamien­
tos gracias a los cuales el deseo inconsciente elude la censura y
puede aparecer a nivel del discurso común a través, por ejem­
plo, del Witz. Es lo que señala Freud en su ensayo sobre el chiste
al indicar que, contra lo que pensaba Kuno Fischer, no hay real­
mente una diferencia entre los chistes que juegan con las pala­
bras y los llamados retruécanos, que juegan con los sonidos. Se
trata en todos los casos de esas condensaciones, con o sin mo­
dificación, esas inversiones, esos dobles sentidos, que son des­
tacados por Freud en su clasificación de los chistes, y que tienen
que ver estrictamente con su aspecto lingüístico. Es justamente
esto lo que el lenguaje de la máquina cibernética debería evitar.
Incluso, en las versiones más desarrolladas de su máquina, con
las que trató de superar los estrictos límites de lo computable,
Turing se propuso hacer máquinas capaces de aprender a través
de un sistema de recompensas y castigos, es decir, dentro de los
límites de un condicionamiento basado en el principio del pla­
cer, pero sin llegar a pensar en la posibilidad de máquinas gra­
ciosas, pues algo así implicaría, precisamente, apuntar a un más
allá del principio del placer. De ahí que, en la perspectiva cog-
nitivista, que continuó la labor iniciada por Turing de pensar el
cerebro como una máquina que procesa información, no haya
lugar para lo inesperado de un acontecimiento, salvo como fa­
lla, como esa falla en la que consiste la aparición de autorrefe-
rencias, que el propio Turing se esforzó por evitar que conta­
minaran su diseño de una máquina capaz de aprender. Simple­
mente, no puede haber en la máquina la expresión de un de­
seo. Sin embargo, en este grafo inicial que Lacan va completan­
do a lo largo de su seminario, como él mismo lo indica, la idea
de máquina cibernética sigue estando presente.
Al volver sobre el ya famoso ejemplo de Freud, del olvido del

42
El grafo del deseo como máquina deseante

nombre Signorelli, Lacan muestra el modo en que las distintas


sustituciones metonímicas que lo llevan al reencuentro con ese
nombre -igual que en el ejemplo de la metáfora-chiste Famillo-
nario, que Freud explica por la acción de una fuerza que produ­
ce una superposición de palabras dando lugar a una condensa­
ción como la que funciona en los sueños-, dejan un elemento
afuera, un elemento caído, reprimido, que circula entre el códi­
go y el mensaje, dando vueltas sin encontrar un punto de sali­
da, sustituidos por el objeto metonímico, el objeto del que ha­
bla el Yo (je) en su discurso. Y entonces dice:

“Acuérdense de lo que les he dejado entrever otras veces, que


deberíamos concebir el mecanismo del olvido y, al mismo tiem­
po, de la rememoración analítica, como emparentado con la
memoria de una máquina.” (Lacan, 1958-59, 43)

Es de pensar que la influencia de la cibernética, como puen­


te hacia la topología de grafos, y finalmente hacia la de nudos -
nudos anticipados también en este seminario al mencionar que
la cadena metonímica funciona, justamente, como una cadena,
formada por lazos, cadena que, al cerrarse, sirve de anillo para
nuevas cadenas-, determinó un menor interés en seguir desa­
rrollando el esquema óptico, en cuya construcción tanto se ha­
bía esforzado Lacan en el Seminario 1 (Lacan, 1953-54, 191 y
ss.). De hecho, en el Seminario 10, cuando vuelve sobre ese es­
quema, Lacan lo hace para extraer de él las superficies topoló-
gicas que le permiten elevar ese gráfico de ingeniero al nivel de
la topología abstracta (Lacan, 1962-63, 108-11).
No es que la cuestión escópica desaparezca totalmente de las
consideraciones de Lacan acerca del deseo, como se puede ob­
servar en el modo en que el velo funciona como la pantalla en
la que se proyectará el objeto que sustituirá al falo ausente de
la madre en el fetichismo -tal como Lacan lo describe en el Se­
minario 4-, Pero se nota la convicción cada vez más acentuada,
bajo la influencia del epistemólogo Alexandre Koyré, de que lo
que determina la entrada del saber en el mundo de la ciencia

43
Daniel O mar Stchigei. | Lacan y la cibernética

moderna, es el abandono de la intuición empírica y la recurren­


cia al puro simbolismo matemático. Incluso, si Lacan empieza
criticando al Freud que entendía al yo como homeóstato ter-
modinámico, por postular una ley de conservación de la ener­
gía psíquica que es insostenible, lo cierto es que para el funcio­
namiento del grafo del deseo Lacan también encuentra un prin­
cipio de conservación, no ya basado en una cuestión de canti­
dad, sino más bien en la idea de que toda creación de sentido
a través de un proceso de condensación o de desplazamiento,
necesariamente deja caer algo desechado a su paso, como fruto
de una necesidad lógica, invocado para mantener la consisten­
cia de su sistema de maternas. Se trata de un elemento necesa­
rio para que haya invariancia estructural en el proceso de cam­
bio, dentro de una lógica que, por más que se pueda estirar -es
decir, por menos métrica y más topológica que sea-, posee, sin
embargo, leyes necesarias que son como las que gobiernan has­
ta el más elemental sistema simbólico, que es el del juego de pa­
res e impares. De lo contrario, no sería posible hacer del psicoa­
nálisis algo que pudiera considerarse legítimamente una cien­
cia. Eso que queda afuera, que es lo imposible para una estruc­
tura, es lo que constituye para Lacan lo real.

La m á q u i n a d e l in g e n io

El grafo del deseo empieza teniendo un piso, por encima del


cual va a agregar Lacan otro más. Hecho, como se ha indicado,
para dar cuenta del Witz, se va volviendo más complejo, hasta
abarcar todos los elementos que conforman el aparato psíquico.
Pero, para comprenderlo, es necesario empezar por su versión
inicial, más simple. En ella, como ya se indicó, hay dos líneas que
se cruzan. Se podría decir que el esquema funciona como un cua­
dro de doble entrada. Debe tenerse cuidado al leer el grafo, pues
la direccionalidad temporal del proceso no está representada en
él. Como dice Lacan más adelante, al establecer los dos pisos del
grafo cuando lo aplica al desarrollo del complejo de Edipo:

44
Elgrafo del deseo como máquina deseante

“En los esquemas que les propongo y que están extraídos del
juego de la experiencia, trato de establecer tiempos. No son
por fuerza tiempos cronológicos, pero no importa, porque los
tiempos lógicos pueden desarrollarse sólo en una determina­
da sucesión.” (Lacan, 1957-58, 204)

Se nota aquí la influencia de la idea hegeliana de momento,


que no remite a la temporalidad real, sino, justamente, a mo­
mentos lógicos, en los que hay elementos que son reintegrados
y superados en los momentos siguientes. De hecho, según como
lo presenta Lacan, el desarrollo del complejo de Edipo, cuyo de­
rrumbe tiene por motor el complejo de castración -d e la misma
manera que el motor de la historia, para Hegel, es la negación-,
constituye un verdadero proceso de Aufhebungen el sentido he-
geliano del término: conservación y superación de los momen­
tos -lógicam ente- anteriores.
Consultado durante el transcurso del Seminario 11 acerca
de la diferencia entre tiempo real y tiempo lógico, Lacan vuel­
ve sobre los tres tiempos de su artículo sobre la paradoja de los
tres prisioneros. Habla del instante de ver, del tiempo para com­
prender y del momento de concluir. Se ve aquí que tiempos y
momentos se identifican, y su carácter triádico tiene un aroma
indudablemente hegeliano. Al agregar que no se puede fundar
nada en el azar si no es en el contexto de una previa estructu­
ración significante, Lacan no hace más que acentuar el carác­
ter no cronológico de esta temporalidad. Más adelante, va a se­
ñalar que hay un elemento que no puede entrar en la dialéctica
de la superación, y que constituye su aporte más original al psi­
coanálisis: el objeto a.
Las dos líneas de la primera presentación del grafo, que se
cruzan en dos puntos, son retroactivas una respecto de la otra,
lo cual complica la interpretación. Lo que queda claro es que el
movimiento de la necesidad -que, al pasar por el Otro, se con­
vierte en demanda de un objeto que, debido a la mediación del
significante, nunca es El objeto por excelencia-, parte de un lu­
gar que no es el mismo que el del desarrollo del discurso que

45
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

pide dicho objeto, y que obtiene su carácter de mensaje sólo des­


pués de ser sancionado como tal por ese Otro al cual se dirige la
demanda. Considerando su manifestación más simple e inge­
nua, el niño, para ir a la dimensión mítica de la génesis del de­
seo, por un lado, tiene hambre. Esa hambre pide el objeto a tra­
vés de la mediación del Otro, pues debido a su prematuridad el
niño no puede procurarse el objeto de su satisfacción. A la vez,
el niño grita y llora, y ese llanto, al cruzarse con la línea de la de­
manda tal como es interpretada por el Otro, es leído por dicho
Otro como un mensaje que debe decodificar, para acercarle fi­
nalmente el objeto que satisfaga su demanda. En la medida en
que el saber del Otro determina lo que el mensaje pide como el
objeto de su necesidad, esa necesidad se convierte en demanda.
Pero el objeto admisible para el Otro nunca es el objeto de la
necesidad, sino un objeto metonímico que lo sustituye, y por ello
es a través del pedido de dicho objeto que la demanda puede ser
dirigida hacia el Otro. Si se demandara lo que realmente se nece­
sita, el mensaje no pasaría el bloqueo generado por el gran Otro.
De ahí el poco sentido que Lacan dice que posee el mensaje. Hay
algo que no se dice, pero ese algo logra la sanción del Otro a tra­
vés del ingenio, del Witz, que permite que pase a pesar de todo. En
esto consiste el paso de sentido o nada de sentido, versión france­
sa del nonsense o tontería, que se constituyó en la Inglaterra vic-
toriana, épocatie una marcada represión sexual, como el nombre
propio de un movimiento literario del que formó parte Lewis Ca-
rroll, y que utilizó el ingenio como un medio de emancipación.
En cuanto al objeto metonímico, no es a lo que apunta la de­
manda, sino lo que tiene valor en el sentido marxista, es decir, lo
que puede cambiarse por otra cosa del mismo valor -p o r ejem­
plo, el pezón puede ser sustituido por la tetina de la mamade­
ra-, Lo que el Witz le devuelve al sujeto es el goce perdido en el
circuito de la demanda, y eso llevará a Lacan a poner en el gra-
fo un segundo piso, que corresponde al goce recuperado a tra­
vés de la enunciación del Witz, el cual requiere de la sanción de
algún otro, que no puede identificarse con quien encarna aquel
Otro al que se dirige inicialmente la demanda.

46
E l g ra fo d e l d eseo c o m o m á q u in a d e se a n te

Antes de pasar a su versión ampliada, se debe notar que lo


más sorprendente de este grafo es que muestra un proceso de
autoorganización -Lacan usa la palabra emergencia- en virtud
del cruce de las dos líneas mencionadas, la de la intención y la
del discurso. Así como la autoorganización de la vida solo es
concebible en un medio químico adecuado, es posible que el
llanto se vuelva mensaje y que la necesidad se vuelva demanda
solo en un medio determinado. El sujeto, para constituirse
como tal, debe estar en un baño de lenguaje, en el interior de un
campo simbólico. Eso está expresado a través del A entendido
como código simbólico. Es este código lo único que pone el
cognitivismo entre estímulo y mensaje, pero lo pone siempre de
nuevo, siempre en el interior de cada sujeto, y en todos de una
manera idéntica, pues sin esa identidad no habría comunicación.
Además, lo pone siempre como un A completo, frente al cual es
el yo como moi el que siempre está en falta. En verdad, el A es a la
vez exterior e interior al sujeto, es algo éxtimo, algo que se necesita
antes de que haya una separación entre un interior y un exterior.
Debe ser compartido, pero sin constituirse en un inconsciente
colectivo, pues eso impediría las leves modificaciones que
pueden introducirse en él para generar el chiste. Además, el
cognitivismo pone al Otro como sexualmente neutro, lo cual
impide hacer entrar al complejo de Edipo en los programas de
Inteligencia Artificial -inteligencia que, por eso mismo, nunca
llega a identificarse con lo que Lacan llama el ingenio.
En el momento en que se propone mostrar algo más sobre el
ingenio y cómo es posible servirse del grafo del deseo para enten­
derlo, Lacan vuelve sobre el ejemplo de la máquina. Además, que
se trata nuevamente de la máquina cibernética, lo demuestra el
hecho de que sea ubicada entre M y A, es decir, entre el Mensaje
y el Código que se localiza en el gran Otro. Esta máquina debería
ser capaz de detectar agudezas de ingenio. ¿Es concebible algo así?
Aunque Lacan no lo dice, puede afirmarse que, en el contexto de
su lectura de Freud, dicha máquina pasaría sin dudas la prueba
de Turing, algo que es imposible para una máquina que sólo sea
inteligente, pero sin nada de ingenio. Lacan afirma en seguida:

47
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

“Esta imaginación se presenta aquí tan sólo a título puramen­


te humorístico, no hay más que hablar, cae por su peso.” (La-
can, 1957-58, 118)

Eso no significa, sin embargo, que para que exista una agude­
za deba haber un otro humano para advertir la broma. Porque,
si se trata de la necesidad de un otro que sea hombre, debemos
preguntarnos por qué debería tratarse de un humano, y no de
una máquina. Decir simplemente humano es no explicar nada.
Ante todo, dice Lacan, la agudeza apela a la necesidad, esa
necesidad que no puede entrar por una vía directa al ámbito
del discurso. Presupone un cuerpo viviente, que es algo del or­
den de lo que en este seminario todavía llama lo real. Es lo que
Freud destaca al señalar que el contenido del chiste siempre tie­
ne que ver con la agresión y la sexualidad, y que el placer que
genera surge de una descarga de energía libidinal, de una ma­
nera de eludir la barrera de la represión.
Además, debe tratarse de un cuerpo prematuro, con una pre-
maturidad que debe entenderse como “una cierta lesión primor­
dial de la interrelación entre el hombre y su entorno” (Lacan, 1957-
58, 119), eso que Freud señala como desamparo del recién naci­
do. Lacan se refiere así a la condición que hace posible el desarro­
llo del estadio del espejo, que produce la identificación y la consi­
guiente rivalidad con el pequeño otro. Esto genera imágenes libres
que deben poder convertirse en significantes usuales, integrando
el tesoro metonímico, que es el lenguaje mismo, en el que las agu­
dezas se encuentran en estado de latencia, dentro del gran Otro.
Estas parecen ser las mismas condiciones a las que suelen
apelar los críticos actuales del cognitivismo. Ellos se basan en
dos objeciones a los intentos por elaborar una máquina capaz
de pensar. Uno es que a dicha máquina le falta un cuerpo orgá­
nico que tenga necesidades vitales. Otro es que esa máquina ca­
rece de la dimensión de la representación, de aquello que Lacan
califica como registro imaginario. Pero la objeción que se le po­
dría hacer a la idea de máquina pensante desde una perspectiva
lacaniana apunta más bien en otra dirección.

48
El grafo del deseo como máquina deseante

Ocurre que ese Otro, más allá de funcionar como un siste­


ma simbólico, funciona también como un dispositivo óptico.
¿De qué manera? Aquello que no logra pasar, eso relativo a la
necesidad que es censurado por el Otro, se refleja, dice Lacan,
como en “una especie de concavidad reflectora” (Lacan, 1957-
58, 123), generando algo que, sin embargo, se describe con una
metáfora auditiva: un eco. Lo que no se dice, finalmente se dice,
pero en otra parte. Si no se dijera, no tendría ese carácter sig­
nificante que hace de la sexualidad y la agresión humanas algo
esencialmente distinto a aquello que existe como su homólogo
en el reino animal. Y si se dijera de un modo directo, sin alterar
el código del gran Otro para expresar eso sin decirlo realmente,
es decir, sin hacerlo aparecer en la forma de un eco, se perdería,
como señala Freud, ese efecto gracioso que le otorga al Witz su
carácter metafórico o metonímico. Lo gracioso es el efecto de
pasar a través del velo sin levantar el velo. De ahí que el ahorro
de palabras en un buen chiste, como indica Freud, se compensa
con un costo de ingenio desproporcionadamente mayor. Quien
hace el chiste no se propone quedar afuera de la parroquia, sino
que la subvierte desde adentro, sin exponerse a quedar excluido
del grupo por quebrar las leyes del decoro. En cuanto al pequeño
otro que lo escucha, tiene también su cuota de placer, dado que
en él también se levanta decorosamente la barrera de la censu­
ra, y sin que su gasto sea mayor, sólo el necesario para interpre­
tar el chiste y descargar la libido a través de la risa, esa risa sin
la cual las reuniones sociales se vuelven insoportables. Se tra­
ta de plus de goce -Lustgewin en términos freudianos- y no de
goce puro, porque la descarga es limitada. Una risa exagerada,
en cambio, una risa en demasía, excedería los límites de la ley,
adquiriendo un carácter displacentero, quizás hasta ominoso.
Esa posibilidad de decir el deseo sin violar la ley que fuer­
za a reprimirlo es muy claro en el chiste relatado por Freud, re­
ferente a un médico que, ante las muestras de admiración del
rey mientras amputaba la pierna a un pobre infeliz, terminada
su labor, le pregunta al rey si quiere que también le ampute al
paciente la otra pierna. De este modo, sin decirlo, le está seña-

49
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

lando que si hace la amputación no es para beneplácito del rey,


sino para salvar la vida del enfermo. Se trata, así, del medio-de­
cir una verdad.
Esto lleva nuevamente a la cuestión del lenguaje binario de
la cibernética, pues para ella cada cifra ocupa un lugar, cada ci­
fra es un lugar. Parece haber un salto insalvable entre lo binario,
la sucesión azarosa de los ceros y los unos, o de los + y los -, en
el juego de pares e impares, y ese orden que una vez instaurado
permite su propia violación, ese orden del discurso que se inau­
gura cuando ciertas tríadas de signos reciben una especie de so­
brenominación, un sobrenombre en términos de letras griegas,
a(3y5, dos niveles entre los cuales, lejos de haber continuidad,
hay una hiancia. Se trata de lo que Freud llamaba la sobredeter­
minación simbólica del inconsciente. Cuando Lacan establece
sus tríadas de signos construye un sistema de relaciones sobre
la base del binarismo inicial, relaciones que se oponen de a pa­
res: semejante-desemejante, simétrico-asimétrico. Partiendo de
ese sistema de relaciones, Lacan logra recodificar esas agrupa­
ciones de ceros y unos para retomar el lenguaje binario inicial,
pero con el agregado de paréntesis en la trama misma del dis­
curso, llegando al nivel de las escansiones subjetivas. Todo este
anidamiento, que determina la formación de reglas necesarias
que hacen que el sistema retorne siempre al mismo lugar, gene­
rando un proceso de repetición simbólica, puede ser representa­
do en la pantalla de una computadora. Pero desde la perspectiva
del lenguaje de la máquina, nunca habremos salido de las sim­
ples sucesiones de ceros y unos que constituyen todos los pro­
gramas tal como son codificados en su lenguaje. Para la máqui­
na cibernética, no hay sobredeterminación, ni, por lo tanto, es­
cansiones temporales del discurso que permitan introducir al
sujeto en el interior del discurso de la máquina.
Debe tenerse en cuenta que las letras griegas que es posible
hacer aparecer en la pantalla de una computadora, por ejem­
plo, no pertenecen al lenguaje de la máquina, sino que son
traducciones en términos de píxeles de ciertas sucesiones lar­
gas de ceros y unos. En el lenguaje de la computadora las le­

50
El grafo del deseo como máquina deseante

tras no pueden atrapar a los ceros y unos que tienen debajo,


no pueden sustituirlos. En la máquina cibernética no hay, en­
tonces, lo que pudiera llamarse propiamente significantes. Y si
no los hay, tampoco existen cadenas metonímicas ni sustitu­
ciones metafóricas.

E l r o b o t y el s ú b d it o

Al entrar por el desfiladero del significante, la necesidad, cuyo


objeto es incestuoso, se convierte en un deseo cuya satisfacción,
para el hablanteser, queda diferida indefinidamente -d e ahí la
alusión de Lacan a la paradoja de Aquiles y la tortuga, donde la
tortuga es la satisfacción mítica de la necesidad, esa que nun­
ca se alcanza por la vía del significante-. Esto hace que la bús­
queda fracasada de la sanción del mensaje por parte del gran
Otro en la demanda requiera de un pequeño otro que sea sos­
tén del deseo. Barrado el Gran Otro por el Otro del Otro, es de­
cir, por la ley que convierte al discurso del Otro en arbitrariedad,
lo que queda más allá de la demanda sólo puede medio-decir­
se, por ejemplo a través del chiste. Este puede encontrar en un
otro imaginario una sanción positiva a través de la risa. Dicho
pequeño otro se articula con el sujeto barrado en el fantasma y
le permite sostener el marco de su realidad, encontrar el sopor­
te para sus objetos perdidos. En el caso del chiste o del ingenio,
la historia debe ser contada a un pequeño otro que se ría y a su
vez se la cuente a otro, con lo cual se inicia un proceso social
que va pasando de sujeto a sujeto. Esto lleva a Lacan a introdu­
cir un segundo nivel del grafo, que se funda en el bloqueo que
opone el gran Otro al mensaje, bloqueo que debe ser eludido
por el Witz para generar un efecto de goce. Puede decirse que
es un obstáculo que introduce un proceso indefinido en espi­
ral que extiende el intercambio simbólico de la palabra plena a
toda una parroquia -es decir, a aquellos sujetos que comparten
un mismo campo de significantes metonímicos que les permi­
ten comprender las brom as- al igual que el intercambio de mu­

51
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

jeres en el átomo de parentesco de Lévi-Strauss se prolonga en


la formación de todo un linaje humano.
Esta duplicación del grafo le permitirá a Lacan situar los dos
niveles en medio de los cuales se localiza el sujeto a partir de la
resolución del Edipo, tomando como base el caso Juanito. En
él se ve claramente cómo la imposibilidad de satisfacer el deseo
de la madre, el deseo de ese objeto metonímico que es el falo, y
con el cual Juanito intenta identificarse, lo lleva a buscar la san­
ción de la satisfacción de su deseo en un segundo nivel, en el
que el Otro ya no tiene la solidez de la madre como tesoro del
lenguaje, porque ésta ha sido barrada, aunque sea imperfecta­
mente, por el padre.
El análisis que hace Lacan de los tres tiempos en el desarrollo
del complejo de Edipo es sumamente rico. Se hará aquí referen­
cia a esos tres momentos en la medida en que dan ciertas pau­
tas para pensar qué se requeriría para que una máquina ciber­
nética pudiera funcionar como una máquina edípica, incluyen­
do sus posibles fallos en la resolución del complejo. El cogniti-
vismo siempre ha buscado la mínima estructura necesaria para
la emergencia de una mente (mind), y ha supuesto que bastaría
con un cableado en red en el que pudiera inscribirse un progra­
ma capaz de procesar información. Pero el grafo del deseo nos
muestra que para que haya sujeto, el mínimo necesario es mucho
más complejo. Incluso, Lacan utiliza un término que parece ex­
cluir de entrada la posibilidad de entender cibernéticamente las
fallas que conducen a la neurosis, a la psicosis o a la perversión,
fallas que una mente, por más mínima que se piense, debe poder
sufrir para ser mente humana. Se trata de la aparición de la pala­
bra elegir, con todas las precauciones que requiere el uso de esta
palabra para no ser confundido con el que es propio de una me­
tafísica de la libertad. Para Lacan, ese elegir es el acto, en el cual
es más bien el sujeto mismo el que resulta elegido, elegido por
algo que ocurre por casualidad (por tyché). Es la verdadera repe­
tición, tal como la entendía el filósofo danés Soren Kierkegaard.
El hecho de presentar al niño, en los inicios de la constitu­
ción de su yo (je) en relación con el Otro -O tro que es, en un

52
El grafo del deseo como máquina deseante

primer momento, Otra, una sexuación de ese tesoro metonímico


que es central para este desarrollo y que el carácter políticamen­
te correcto, es decir, sexualmente neutro, del cognitivismo impi­
de considerar a la hora de construir sus máquinas-, el hecho de
presentarlo como un súbdito, es algo que merece un comentario
aparte. La idea de súbdito remite al significado original del tér­
mino robot. Robot viene de robota, que significa en checo trabajo
duro. El término se refería, justamente, al tiempo de servidum­
bre, de trabajo servil dedicado a un Señor. Claro que en la no­
vela de Karel Capek que hizo famoso el término, la idea era ha­
cer algo similar a personas que fueran felices de servir -lo cual,
como se verá, se acerca mucho al ideal ético del cognitivismo-.
En última instancia, si algo no debe hacer un robot es tener de­
seos, y por tanto tampoco un deseo del deseo -D (D )-, que es
lo que para Lacan caracteriza el ser súbdito en la relación con la
madre. Por eso, cuando Alan Turing, quien dio inicio al proyec­
to de inteligencia artificial, intentó pensar el diseño de una má­
quina capaz de ir más allá de su propio criterio de computabili-
dad mecánica, como señala Gabriel Lombardi:

“[...] afirmó que era necesario pasar de las máquinas-sirvien­


tes a las máquinas-alumnos, capaces de modificar las instruc­
ciones por sí solas.” (Lombardi, 2008, 130)

Así, Turing plantea la posibilidad de una máquina mixta, en


parte programada desde arriba, y en parte autoorganizada a par­
tir de un proceso de ensayo y error, aceptando la posibilidad,
justamente, de que cometa errores, traspiés, fallidos, algo que la
emancipe del carácter de esclavitud complaciente. Esta posibili­
dad de equivocarse será la base de la idea de las redes neurona-
les, que constituye el otro modelo que compite con el de la com-
putabilidad para tratar de imitar el funcionamiento del cerebro
dentro del cognitivismo. Aun así, se sigue tratando de diseños
de máquinas sin deseo, que no son capaces de mostrar ingenio.

53
D aniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

La a u t o r r e f e r e n c i a e n f. l c o m p l e j o d f . Ed ip o :
el N o m b r e d e l Pa d r e

En el infans, después del Fort-Da, que corresponde a las pre­


sencias y ausencias de la madre, a los ceros y unos de la máqui­
na cibernética, y que marca la entrada al registro simbólico, sur­
ge la intención de lograr un manejo de dichas entradas y sali­
das, a través del deseo de ser el objeto del deseo de la madre. Es
decir, el niño se identifica con el objeto metonímico del deseo
materno, con el falo imaginario. A ese objeto apunta la pregun­
ta dirigida al Otro, de la que Lacan ya había hablado en el Se­
minario 4, y a la que volverá mucho después, tomada de un tex­
to literario, El diablo enamorado de Cazotte: “¿Che vuoiV’, “¿Qué
quieres?”. Este ¿qué quieres? o ¿qué me quieres? es dirigido por
el niño a la madre, pero antes ha sido dirigido por la madre al
niño, de manera tal que el deseo se presenta desde el principio
como deseo del Otro. Pero hay una esencial deficiencia en este
intento, como se ve en el caso Juanito. Juanito comprende que
el deseo de la madre es siempre deseo de otra cosa. He aquí el
primer momento del complejo de Edipo.
La interdicción del padre, ese Otro discurso que inserta el
Nombre del Padre como Otro del Otro -com o significante fun­
damento del significante-, como significante que viene a susti­
tuir a manera de metáfora al deseo de la madre, es un mensaje
sobre el mensaje. Como Otro discurso, este mensaje va dirigi­
do tanto al niño como a la madre. Al niño le dice no te acosta­
rás con tu madre, y a la madre, no reintegrarás tu producto. Éste
es el segundo tiempo del Edipo, el de la interdicción.
En un tercer tiempo, el padre se revela, a diferencia de la m a­
dre, como aquél que tiene, como el que domina la ley de la ma­
dre -que es arbitrariedad-, con su propia ley, y da al niño -v a­
rón- “todos los títulos para ser un hombre” en el futuro (La-
can, 1957-58,201).
Se encuentra aquí una serie de significantes que se refieren a
sí mismos de una manera muy peculiar. Esa manera tiene m u­
cho que ver con algo que no sería representable con objetos que

54
El grajo del deseo como máquina deseante

ocupen un espacio con una topología habitual, y esas situacio­


nes sólo parecen ser visualizabas recurriendo a objetos topo-
lógicamente extraños, como la cinta de Moebius, la botella de
Klein o la mitra de obispo -crosscap-, No se trata del bucle del
feed-back cibernético, entendido como una retroalimentación
de información que permite a una máquina perseguir un blan­
co móvil y anticiparse a sus desplazamientos. Al entrar en es­
cena estas autorreferencias, que recuerdan aquellas de las para­
dojas que hacen estallar la completitud o la coherencia de los
sistemas formales de cierta riqueza -nos referimos al teorema
de Gódel- Lacan se encuentra en un nivel simbólico que pare­
ce escapar al manejado por la cibernética.
Por ejemplo, si se considera la idea de Otro del Otro, si no
se toma como una función metalingüística, teniendo en cuenta
que para Lacan no hay metalenguaje, debe pensarse como una
fórmula de una lógica de segundo orden. Se trata del tipo de ló­
gicas que, como la utilizadas por Russell y Whitehead, llevan a
la aparición de proposiciones indecidibles -es decir, al no-To-
do, en el sentido de no toda verdad enunciable en los términos de
un sistema axiomático puede demostrarse dentro del propio siste­
me,i-, como lo indica el título mismo del famoso ensayo de Gó­
del: Sobre los enunciados indecidibles de Principia mathematica
y sistemas afines. Que se trata de una lógica de este tipo, capaz
de cuantificar sobre predicados, se deduce del esquema con el
que Lacan representa el carácter metafórico del significante del
Nombre del Padre, que hace que funcione como un significan­
te de significantes, los que constituyen el Otro materno. Ese es­
quema podría rescribirse en términos de funciones matemáti­
cas de la siguiente manera:

f \ S ->S. ID

Es decir, existe una función que hace que todo significante


remita al significante del Nombre del Padre. Es una manera de
representar la metáfora paterna. Una pregunta interesante se­

55
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

ría si SNp es o no es un S. La respuesta sólo puede ser sí, en la


medida en que la mujer es mujer porque ha sido niña y ha pa­
sado, ella también, por el Nombre del Padre. Sólo que la posi­
ción de la metáfora paterna es diferente en ella que en el padre
de la realidad, por ser ella mujer y no hombre. De ahí que el pa­
dre de la realidad deba jugar el papel de poner a ese significan­
te en su posición metafórica, es decir, sacarlo afuera de la ca­
dena para que sustituya a la propia cadena. Esto parece ser una
contradicción lógica, pues uno de la totalidad de los significan­
tes a la vez no es uno de ellos, queda por afuera como garante
de la ley de la cadena significante. Se trata de la lógica que rige
las fórmulas de la sexuación masculina, según sostendrá Lacan
a partir del Seminario 18.
Como sucede también con el falo o con el sujeto barrado, el
Nombre del Padre obliga a ir más allá de la lógica conjuntista
habitual, lo cual imposibilita su traducción a lenguaje binario,
que es el lenguaje de la máquina cibernética.

La a u t o r r e f e r e n c i a e n el c o m pl e jo de E d i p o : el d e se o
DE DESEO

¿Qué sucede con esta otra autorreferencia, la del deseo del de­
seo? Se trata de un concepto que parece haber sido tomado por
Lacan de las clases de Alexandre Kojéve sobre la dialéctica del
amo y el esclavo de Hegel, lecciones en las que es posible en­
contrarlo formulado casi en los mismos términos. Su fórmula es
D(D). Se trata entonces de una propiedad cuyo argumento no es
una variable sino otra propiedad, que además es la misma. Este
deseo, que surge de la hiancia que la pertenencia al lenguaje es­
tablece entre la necesidad y su satisfacción, tiene dos momen­
tos. Uno de esos momentos es anterior a la interdicción pater­
na, y el otro es posterior a dicha interdicción.
En el primer momento del deseo de deseo, que se desenvuel­
ve aun en el plano de la identificación con el falo imaginario, el
niño desea ser el objeto de deseo de la madre. De este modo, su

56
El grajo del deseo como máquina deseante

deseo es el deseo de Otro. Busca, a través de la captura imagina­


ria, la satisfacción plena de su demanda de amor. En este caso,
deseo de deseo no es un solo deseo simplemente repetido, igual
que el conjunto vacío no es el mismo que el conjunto que con­
tiene al conjunto vacío como elemento. Esta diferencia entre un
conjunto sin elementos y un conjunto que contiene como ele­
mento al conjunto sin elementos, también remite, como el nom­
bre del padre, a un anidamiento de los significantes, aunque no
corresponda a una lógica de segundo orden porque prescinde
de una cuantificación sobre predicados. Se trata de objetos ma­
temáticos que pueden ser construidos siguiendo la teoría axio-
matizada de conjuntos, que también es abarcada por el teorema
de Gódel, como cualquier axiomatización que comprenda a la
aritmética elemental. Este segundo nivel del significante estable­
ce una hiancia frente a la lógica de presencias y ausencias, de ce­
ros y unos, que constituye el lenguaje de la máquina cibernética.
El deseo tiene una lógica, que el grafo trata de dar a ver, pero
no debe descuidarse el hecho de que se trata de una lógica con
tiempos, que implica una reestructuración de las relaciones en­
tre los significantes iniciales cada vez que algo de lo real fuerza
al cambio. Por ejemplo, aparece un hermano, o el pene se pone
erecto, como ocurre en el caso Juanito. Pero esto real irrumpe
en una estructura que no está cerrada, que es problemática en
su mismo carácter significante. El deseo de deseo en el niño ya
pone en primer plano la cuestión del falo como objeto de deseo
de la madre, objeto que está siempre más allá, en una posición
que el niño no puede ocupar. Esto tiene que ver con esta lógica
en la que una propiedad puede aplicarse a la misma propiedad,
aunque sea esa propiedad en Otro (el deseo de deseo). La pre­
sentación conjuntista de este deseo de deseo -deseo de ser de­
seado, y por ello, deseo de ser el objeto del deseo del O tro- pue­
de llevar al error de pensar que el deseo de la madre está aden­
tro del deseo del niño. Cuando se trata de cuestiones significan­
tes, la inclusión no implica que algo sea realmente parte de otra
cosa. Como lo dice I.acan explícitamente en el Seminario 16 re­
firiéndose a la teoría de los conjuntos:

57
Daniel O mar Stchkíel | Lacan y la cibernética

“[...] hablar de parte es profundamente contrario al fundamen­


to de la teoría. [...] En el fondo, el conjunto está incluso despo­
jado del recurso a la propia espacialidad.” (Lacan, 1968-69,246)

Este problema de hacerse una imagen de una relación que no


es imaginaria puede ser resuelto de distintas maneras.
Una forma es tener en cuenta que el deseo de la madre es in­
cluido en el deseo del niño de un modo intencional, en el sen­
tido de la in-existencia intencional de la cosa en su representa­
ción, según ha entendido la escolástica la relación de conoci­
miento, idea cuya evolución vía Brentano hasta desembocar en
la fenomenología de Husserl es bien conocida. Esta idea del de­
seo es llevada a su formulación más rica por Sartre, cuya expo­
sición es alabada por Lacan en el Seminario 5, más allá de cier­
tas reticencias, motivadas quizás por la confusión sartreana en­
tre intencionalidad de la conciencia y deseo inconsciente. La
ventaja del enfoque intencional es que le pone una flecha al de­
seo, lo cual permite dar cuenta de que el deseo del deseo se di­
rige al deseo de la madre pero tomándolo en sentido invertido
(deseo ser el objeto de deseo de mi madre). Esa relación inverti­
da podría graficarsc de la siguiente manera:

D(D) = ->«-)

Lleva a esta comparación entre deseo e intencionalidad algo


que dice Lacan en el Seminario 10. Lo que señala allí es que el
objeto causa del deseo, el objeto a, no es el correlato intencio­
nal del deseo (Lacan, 1962-63, 114). Ese correlato es una x, un
enigma. El objeto causa del deseo está detrás de él, no delan­
te. Es su condición, no su meta. Por la negativa, entonces, La-
can da la pauta de que el falo como meta del deseo sí es un ob­
jeto intencional.
Volviendo a los dos momentos de D(D), materna del deseo
del deseo, se ha indicado que, después de la interdicción del pa­
dre, hay una transformación del deseo de ser el objeto de deseo
de la madre, deseo que, como se ha dicho, implica identificarse

58
El grafo del deseo como máquina deseante

con el falo -el falo imaginario-. Una vez que el padre ha pues­
to en falta a la función materna, se pasa del deseo de ser el falo,
al deseo de tenerlo. Podemos atribuirle a esa transformación el
siguiente materna (cuidando no confundir la D del deseo de de­
seo con la D de la demanda):

D(D) -» NP -> d(d)

Lacan, en el Seminario 5, llama a esta transmutación del de­


seo goce de desear. Se trata de lo siguiente: el sujeto tiene, en el
hecho de desear, y más allá de la posesión o no del objeto cir­
cunstancial, metonímico, de ese deseo, una satisfacción, inclu­
so la satisfacción fundamental, al punto que lo angustia la po­
sibilidad de perder ese deseo, y esa pérdida es lo que la histéri­
ca y el neurótico, cada uno a su manera, se esfuerzan por evi­
tar -u na deseando algo para que el Otro la prive de aquél obje­
to que podría satisfacer ese deseo, el otro deseando algo prohi­
bido, inconfesable para él mismo, y purgando su culpa por po­
seer dicho deseo a través de una entrega al Otro, de un cons­
tante andar excusándose y pidiendo permiso-. Es lo que Jones
llamaba afánisis, y que es la manera en que éste entendía la cas­
tración simbólica. Lacan sostendrá más adelante que la afánisis
indica la pérdida del sujeto mismo, su desaparición en la cade­
na de los significantes, su fading. Como dice en el Seminario 10,
lo que angustia es la posibilidad inminente de que falte la fal­
ta, ese espacio entre los significantes en el que el sujeto evita ser
alcanzado por el tú eres eso. Lo único que evita esa alienación
significante es la extracción del objeto a, extracción que genera
un agujero en lo simbólico que es velado por el fantasma como
marco de la realidad.
El deseo de desear, para Lacan, es un deseo de nada en par
ticular. Coincide con lo que el Husserl de las Investigaciones Ló­
gicas llamaba intención vacía, y que para éste caracterizaba jus­
tamente a los actos de significación, a la enunciación de un sig­
nificante, con ese poder aniquilador del objeto pleno que dicho
acto posee. Por otra parte, se trata del deseo de un desear en ge­

59
Daniel O mar Stchiüf.l | Lacan y la cibernética

neral, que abarca a todos los deseos particulares, de modo que


su fórmula coincidiría con la del Nombre del Padre, aunque éste
último no es deseo sino significante de significantes que tiene
por correlato el falo como marca del deseo:

/ :d(x)-»d(d)

Aquí hay un deseo, el deseo de desear, que queda fuera de la


serie, y al que todo otro deseo remite. Cada deseo tiene su ob­
jeto metonimia), su objeto surgido de la interdicción del Otro,
Otro convertido así en superyo. Pero el deseo de desear, que es
lo más propio del hombre, es un deseo vacío, aunque delimita­
do por su objeto-causa. Es el deseo de tener el falo, es decir, se
caracteriza por el más allá propio del deseo materno tal como
el infans ya lo registra al demandar a su madre una presencia
constante. De ahí su universalidad, correlativa a la universali­
dad significante del Nombre del Padre. El Nombre del Padre, en
el momento mismo en que realiza la sustitución del Deseo de
la Madre, metaforiza el deseo del niño. De esta manera, el de­
seo entra, como el tesoro de los significantes, a una lógica de se­
gundo orden, que está separada por una hiancia de la lógica de
primer orden, que es la única que es estrictamente binaria. De
este modo, se pasa de afirmaciones que cuantifican sobre indivi­
duos, como “todos los hombres son iguales”, o “toda la ropa de la
marca X es de excelente calidad”, a otras como “toda relación es
efímera”, o “toda marca es vanidad”. Para Miller el Nombre del
Padre hace posible el para todo x, introduce la lógica cuantifi-
cacional (Miller, 2011, 117). Pero en la medida en que cada sig­
nificante no es un nombre propio sino que remite ya a una in­
finidad de individuos que lo satisfacen, es de pensar que lo que
se cuantifica a partir del Nombre del Padre son los propios sig­
nificantes, entendidos como predicados. Se pasa así de un dis­
curso más “concreto” a otro más abstracto y reflexivo (casi po­
dría decirse “filosófico”).
Más allá del recurso al concepto de in-existencia intencional,
otra forma de resolver el problema que implica la idea de un de­

60
El grafo del deseo como máquina deseante

seo que contiene otro deseo que sin embargo abarca al prime­
ro y está a la vez va más allá de él, es a través de esas figuras to-
pológicas extrañas que muestran que algo puede estar adentro
y afuera al mismo tiempo. El deseo de deseo le permite al niño
apresar algo que sin embargo lo excede, exceso que es justa­
mente la marca de su fracaso necesario -él no puede ocupar el
lugar del falo para la madre-, y eso lleva a que el deseo del de­
seo se sitúe en un plano inestable, que se estabiliza a través de
un salto, de una transmutación del deseo, que puede dar lugar
a distintas canalizaciones, que son sin embargo un número li­
mitado de cierres posibles de esta historia, que es el recorrido
que cada uno hace por el grafo del deseo. De ahí que Lacan ha­
ble de una lógica de goma, además de incluir el salto, la hiancia
que implica la idea de causa, confundida muchas veces de ma­
nera errónea con una continuidad (Lacan, 1964,30). Como dice
María Alejandra Porras en su libro Azar y destino en psicoaná­
lisis (2008, 89-91) no hay que confundir la continuidad de una
ley natural con la hiancia entre la causa y el efecto. No se pue­
den hacer predicciones en psicoanálisis, sólo reconstruir el re­
corrido que cada uno eligió seguir. La idea de causalidad como
continuidad es uno de los obstáculos que impiden diseñar una
máquina deseante, en la medida en que toda intervención cien­
tífica sobre lo real presupone la posibilidad de predecir sus con­
secuencias en base a las leyes de la naturaleza. Es por este moti­
vo que el cognitivismo, recurriendo al modelo de las redes neu-
ronales, ha intentado introducir azar, tyché, basado en que sólo
del caos determinista o de una complejidad al borde del caos
puede surgir lo nuevo.
El más allá es el destino de la demanda, cuando el deseo se
articula en la forma de un mensaje. Ante el hecho de que el pa­
dre no responda a la risa del niño, esa risa que es demanda de
un asentimiento para su demanda, el deseo se vuelve incons­
ciente. El más allá tal como Lacan lo entiende en esta etapa de
su obra, habla de algo que no está en el infinito, pero que escapa
a los límites del grafo, que no es articulable pero está efectiva­
mente articulado en dicho grafo. Se trata del más allá del prin­

61
Daniel O mar Stchigel | Lacati y ¡a cibernética

cipio de placer, que es también un más allá del principio de rea­


lidad. Pero, como se ha dicho, para que este plus de goce pueda
ser alcanzado, algo de la mítica necesidad originaria que no ha
pasado ni pasará nunca por el desfiladero del significante, ni si­
quiera como formación del inconsciente, tiene que caer. De lo
contrario, el más allá como deseo, al caer el velo del significan­
te, se convertiría en un más allá como goce. Se pasaría del más
allá potencial a un más allá actual, que ya no crearía, entonces,
otra escena. En una situación así, el marco fantasmático que en­
marca la realidad pierde sus límites, como le sucedió al presi­
dente Schreber.

El objeto a: d e la l ó g ic a a la t o p o l o g ía

En el grafo del deseo, el fantasma, sostén imaginario de la


identidad, se inscribe en el registro simbólico como una rela­
ción peculiar entre el sujeto barrado y el a, que no es simplemen­
te un pequeño otro que autoriza la ganancia de un plus de goce,
como el parroquiano que responde al Witz, sino que se trata de
algo en el otro que el sujeto busca porque lo ha perdido, algo de
su cuerpo, aquello a lo que, aludiendo a El mercader de Venecia
de Shakespeare, Lacan llama la libra de carne.
Pero, cuando Lacan revisa el grafo en el Seminario 16, y se
pregunta dónde está dentro del grafo el objeto a, de una manera
que resulta paradójica, lo sitúa en el A, en el propio tesoro me-
tonímico. ¿Por qué allí? Porque el a es lo que no puede ser sig-
nificantizado, y la existencia de eso imposible, y por ello real, en
el A, está dada por el hecho de que el A mismo está agujereado,
es decir, para el tesoro de los significantes no hay un cofre ca­
paz de contenerlo. No lo hay porque, si lo hubiera, ese cofre se­
ría un significante, es decir, sería elemento del propio cofre, con
lo cual se cae en la paradoja de Russell que se interroga acerca
de si el conjunto de todos los conjuntos que no se pertenecen a
sí mismos puede o no pertenecerse a sí mismo. Hay una mane­
ra de representar, sin embargo, la pertenencia, aparentemente

62
El grafo del deseo como máquina deseante

imposible, del tesoro a sí mismo, que es el recurso al crosscap, o


a la botella de Klein, como Lacan lo dice explícitamente en este
seminario, demostrando que la lógica tiene límites insalvables
a la hora de formalizar el A, lo cual obliga, justamente, a dar el
salto hacia la topología (Lacan, 1968-69, 51-56).
¿Qué es lo que no puede ser apresado por el tesoro metoni­
mia)? Suele pensarse que lo que del cuerpo no puede ser apre­
sado por el lenguaje es la pulsión. Sin embargo, no es esta la po­
sición de Lacan, al menos no en el desarrollo del grafo del de­
seo. Como ya se ha visto, la demanda de la satisfacción de la ne­
cesidad, mediada por el lenguaje, se convierte en demanda infi­
nita de la presencia de quien da, es decir, además de demandar
objetos de satisfacción, el niño demanda amor, que no es nada
del orden del tener. Lo que hace la interdicción paterna es po­
ner en falta al Otro. Se trata del significante del Otro barrado,
la castración más insoportable. A partir de esta constatación de
la falta en el Otro, el sujeto, él mismo simbólicamente castrado,
realizará una nueva articulación con la demanda. Esa articula­
ción es lo que Lacan entiende por pulsión.
Hay que tener en cuenta que la pulsión no es el goce. La pul­
sión pertenece al plano significante. El goce, en el esquema, vie­
ne de otra parte, es goce del Otro, del Otro como voz, de un otro
que aún no ha sido barrado. Para Lacan, al menos en esta etapa
de su pensamiento, la diferenciación entre los distintos objetos
parciales es el resultado de un corte significante, puramente sin­
táctico, que articula el cuerpo en distintas zonas erógenas, re­
lacionadas siempre con la demanda, sea del infans hacia la ma­
dre al pedir el seno, sea de la madre hacia el infans al pedirle la
escansión temporal de la entrega del excremento (Eidelsztein,
2010, 144-145). Más adelante, el goce pasará a ser pulsión, y el
a será visto por Lacan como un significante gozado, con lo cual
se vuelve necesario para Lacan buscar una nueva articulación
de sus letras para dar cuenta tanto de lo descifrable como de lo
indescifrable del síntoma.
El materna de la pulsión, como articulación entre el sujeto y
la demanda, es el punto más importante para establecer qué sig-

63
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

niñea exactamente una máquina deseante. Se trata del modo en


que el software del tesoro metonímico captura el hardware del
cuerpo viviente. ¿Cómo lo hace? Mediante la escansión tempo­
ral de lo que es sustituto del objeto a, es decir, de lo que cons­
tantemente entra y sale del cuerpo sin tapar el agujero inicial
producido por la cesión de la Cosa. El A se inscribe en el cuer­
po y escribe con sus excrementos, con el flujo de la leche, con la
mirada y con la voz. Es el modelado del cuerpo por el discurso
del que hablara Foucault al referirse a la manera en que todas
las relaciones humanas están infiltradas por el poder, el poder
del lenguaje, poder articulado, según Lacan, por el falo simbó­
lico sostenido por el Nombre del Padre, falo que es el correla­
to, en el campo de la realidad, del agujero dejado en el cuerpo
por la cesión del objeto a (Negro de I.eserre, 2010, 171). A ese
modelado sintáctico que hace coincidir los agujeros del cuerpo
con los cortes significantes Lacan lo llama, en el Seminario 11,
“el aparejo del cuerpo” (Eidelsztein, 2007, 166).
El modo de moldear y recortar lo que entra y sale del cuer­
po, en la medida en que el cuerpo está significantizado por el
tesoro de los significantes, lo que hace es generar una determi­
nada superficie, es decir, un incorporal, como dirían los estoi­
cos, en el que los intervalos del corte contituyen el lugar del su­
jeto. A la separación y encadenamiento metonímico de los sig­
nificantes le corresponde un modo de inscripción en la super­
ficie corporal que le permite al lenguaje escribir en ella dentro
de los límites de lo que es articulable del cuerpo viviente. Como
decía Freud, es a partir de esa superficie que se contituye el yo
como imagen corporal total (Negro de I.eserre, 2010,32), el moi
del estadio del espejo. Este yo que es otro, articulado con el su­
jeto barrado, con el sujeto de la enunciación, constituye el mar­
co fantasmático de la realidad como escena en la que el yo vive.
¿Es equiparable ese marco fantasmático, cuyas dos caras son
la escena y la otra escena, con la pantalla plana de un solo lado
de la computadora, que está siempre volcada hacia afuera? ¿Po­
dría una máquina cibernética entrar a esa escena? ¿Podría en­
marcarse a sí misma en los límites de sus identificaciones y de

64
El grafo del deseo como máquina deseante

sus objetos de amor y de rivalidad, si algo así tiene sentido para


esa máquina, más allá de su posibilidad de simularlos a un grado
tal que un adolescente pude pasar horas habitando con su ima­
ginario un mundo de juego electrónico, matando rivales, res­
catando princesas y aliándose con compañeros en una batalla
soñada? La máquina crea escenas para un sujeto que está fue­
ra de ella, pero ¿podría haber un sujeto dentro de la máquina?
Para eso, la máquina debería ser coaptada por el registro sim­
bólico mediante su inscripción en los caducos de un cuerpo vi­
viente marcado por un inicial desamparo. Nada de esto ha sido
pensado por los cognitivistas como parte del mínimo necesa­
rio para crear una mente artificial.

Los LÍMITES DEL GRAFO Y SU MÁS ALLÁ

A partir del Seminario 6 podemos presenciar el viraje, el giro


(Kehre, como diría Lleidegger) que va a hacer Lacan en dirección
a lo real, y que recién se hará destacable a partir del Seminario
10. Este cambio parece el producto de una tyché, de un encuen­
tro motivado por el desciframiento que hace Lacan de la pro-
castinación de Hamlet en el texto homónimo de Shakespeare.
Al trabajar sobre el deseo, articulado en el materna del fantasma,
mostrando que las dudas neuróticas de Hamlet para el cumpli­
miento de la venganza de la muerte de su padre se deben al ca­
rácter ectópico del falo, que él percibe en su manifestación real
en la figura del hermano y asesino de su padre, Lacan se detie­
ne en el demudamiento que sufre el personaje central de la obra
en presencia de Ofelia luego de haber visto el fantasma de su pa­
dre. Allí, presenta a Ofelia como el a que sostiene a Hamlet en
su deseo y frente al cual se desvanece como sujeto. Pero inme­
diatamente, luego de señalar el carácter imaginario del a, seña­
la que puede tratarse de un pequeño otro o de toda una escena,
como si anticipara que pudiera tratarse de algo en esa escena,
y señala que no es el objeto del deseo sino el objeto en el deseo.
En un momento lo califica de real, y pasa a enumerar los obje­

65
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

tos, por ejemplo los pregenitales, que pueden ocupar el lugar de


ese a, para terminar, luego de una alusión a la pulsión escópica,
hablando del delirio como lo que es más representativo de ese
lugar. Pero ese delirio, que se ama más que a sí mismo, es voz,
con lo cual Lacan pasa a hablar de la voz como objeto pulsional.
Si bien el tema del objeto a como real entra dentro del ám­
bito de la llamada última enseñanza de Lacan, es necesario re­
currir a ella en la medida en que marca las limitaciones en el al­
cance del uso que Lacan hiciera del grafo del deseo como pre­
sentación sintética de la constitución y el funcionamiento del
sujeto del inconsciente en cierta etapa de su obra, de la cual,
sin embargo, nunca renegó, y a la que lo vemos retornar, en las
constantes relecturas que hace de ella, en un momento tan tar­
dío como el del dictado del Seminario 18. Es a partir de la con­
sideración de ese real, para el que no hay un significante que le
corresponda, que Lacan muestra la imposibilidad de concebir
al sujeto como apresado totalmente en las redes del lenguaje, a
la vez que constituye lo que hace a éste retornar a lo inorgáni­
co, en términos de Freud, es decir, funcionar como un autóma­
ta que está sometido a un proceso de incremento de entropía
derivado del constante trabajo que realiza el inconsciente bus­
cando apresar ese real en las redes del significante sin poder lo­
grarlo nunca. Es ese automatismo, por otra parte, lo que hace
que el sujeto vaya hacia lo real -aunque sin alcanzar un estado
de máquina real sino con la muerte, punto en el que, por otra
parte, deja ya de funcionar-. Esta dirección hacia lo real, suma­
da a su inscripción simbólica, significante, es lo que lo convier­
te en una máquina cibernética fallada, en la que la inscripción
simbólica ocupa el lugar del homeóstato que en los seres bien
adaptados, animales o máquinas, se encarga de regular las rela­
ciones entre el Innerwelt y el Umwelt.
Por otra parte, así como el sujeto podría verse como máqui­
na fallada, podría también contemplarse desde una perspecti­
va paradigmática totalmente diferente, ya no lógica sino topo-
lógica, cambiando el concepto de espacio simbólico. Si el len­
guaje es concebido como una totalidad conexa, y cada sujeto

66
El grafo del deseo como máquina deseante

es un discurso desprendido de ese espacio común que cobra la


forma de una determinada superficie topológica o nudo (Dar-
mon, 2008, 139 y ss.), aun manteniendo una primacía del re­
gistro simbólico, la idea de identificar al sujeto con una máqui­
na de procesamiento de símbolos debe abandonarse como una
aproximación insuficiente.

67
Diferencias entre la máquina
deseante y la máquina cognitiva

Más allá del hecho de que tanto el psicoanálisis lacaniano


como el cognitivismo en algunas de sus versiones están influidos
por la cibernética, cabría preguntarse si se justifica una compa­
ración entre sus modos de entender lo que en un caso se llama
sujeto y en el otro recibe el nombre de mente (mind). Creemos
que esa comparación tiene sentido en la medida en que ambas
formas de saber se plantean de qué manera algo real puede con­
vertirse en la realización de algo de orden simbólico. En el caso
de las ciencias cognitivas, se trata de saber cuáles son las condi­
ciones estructurales mínimas para que un sistema físico funcio­
ne como una máquina procesadora de información eventual­
mente capaz de adquirir conciencia de sí misma. En el caso del
psicoanálisis lacaniano, se trata de determinar el modo en que
un sistema simbólico-cultural es capaz de hacerse carne en un
cuerpo viviente (Imbriano, 2000, 69-70), generando en el pro­
ceso una interfase entre ambos registros, superficie imaginaria
de contacto entre el registro simbólico y lo real del cuerpo. Di­
cho proceso constituye lo que llamamos realidad, lo cual pro­
duce en ese cuerpo un agujero llamado sujeto en el lugar de un
real que debe ser cedido por el cuerpo viviente para que el re­
gistro simbólico pueda apropiarse de él, real llamado por Lacan
el objeto a (a falta de cuya falta, el agujero requerido por lo sim­

69
Danif.i. O mar Stchigel | l.acan y la cibernética

bólico irá a situarse, bien en el propio registro simbólico, como


ocurre en la psicosis, bien en lo real del cuerpo de un modo for­
zado, como ocurre en el fenómeno psicosomático). Desde cier­
ta perspectiva, entonces, puede decirse que tanto las ciencias
cognitivas como el psicoanálisis lacaniano responden a aquello
que los filósofos anglosajones llaman el problema mente-cuerpo.

E l su st r a t o real de la in sc r ip c ió n s im b ó l ic a : c u e r p o
FÍSICO Y C U E R P O PULSIO NAL

Resumiendo lo que se ha dicho en el capítulo anterior, con el


grafo del deseo Lacan plantea una estructura lógica que indica
hasta dónde puede llegar la representación simbólica del sujeto.
Podría pensarse que el grafo del deseo es un gráfico que permiti­
ría el diseño de una o de varias máquinas deseantes. Pero, ¿es así?
Se nota en Lacan cierta vocación spinozista, un intento de
pensar al sujeto more geométrico (al modo de la geometría). En
ese sentido, hay un determinismo, un automatismo del sujeto,
que en principio permite pensarlo como autómata, es decir, como
un ente que es objeto de la cibernética. Ahora bien, ¿qué es la
cibernética? Wiener (1985) dice: “Cibernética, o el control y la
comunicación en animales y máquinas”. El hombre está aparen­
temente ausente en esta definición, aunque está incluido como
parte del reino animal. La cibernética es una rama de la mate­
mática, de la teoría de la información, y si bien tiene un origen
distinto, está emparentada con la teoría de la computación de
Alan Turing. Basados en esta teoría, los cognitivistas pretendie­
ron y pretenden dar un modelo del funcionamiento de la men­
te humana o mind (Varela et al., 2005, 61 y ss.). ¿Es, entonces,
Lacan un predecesor de los cognitivistas? ¿Por eso recomenda­
ba la lectura de El hombre máquina de La Mettrie?
Hay cierto parecido entre la postura spinozista de Lacan y
algo que presenta el cognitivista Douglas Hofstadter en su obra
Gódel, Escher, Bach. Allí, este último expone un grafo que refle­
ja una pequeña parte de su propia red semántica (Hofstadter,

70
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

1987, 413). Bastaría con introducir una pregunta en la entra­


da de la red, para, siguiendo el circuito establecido por el grafo,
llegar, como salida, a la respuesta que el propio Hofstadter da­
ría a esa pregunta. Pero ¿es eso lo que nos presenta Lacan en el
grafo del deseo, la estructura semántica de la mente de un indi­
viduo humano? La respuesta es no, y por una serie de razones.
En primer lugar, un mismo grafo podría servir de modelo
a distintos procesos. De hecho, el de Hofstadter no se diferen­
cia demasiado de aquellos que usa, por ejemplo, la teoría de la
complejidad para graficar procesos autocatalíticos, planteados
como la base de la vida. En estos grafos, las entradas son molé­
culas, y las salidas son otras moléculas. En el caso de la red se­
mántica presentada por Hofstadter, las entradas y las salidas son
expresiones del lenguaje, o expresiones y acciones. ¿El proble­
ma para construir una máquina deseante es, entonces, el tipo
de material en el que se inscribe? Esta ha sido la crítica de los
neurocientíficos a los cognitivistas: dejan de lado el hecho de
que sólo algo tan complejo como un cerebro puede ser el sus­
trato material de un sujeto. Se trata de un problema de emer­
gencia, de anidamiento de las estructuras. Otros introducen el
factor temporal: se necesita la evolución natural para que sur­
ja un sujeto propiamente dicho. Incluso hay quienes plantean
que falta tener en cuenta las entradas y las salidas de informa­
ción específicas, que requieren un determinado aparato senso­
rial (Blackmore, 2010).
Y Lacan, ¿qué pensaba? Para él la cuestión pasa por otro lado,
pasa por el carácter barrado del sujeto, por el carácter perdido
de su objeto. El no-todo, la imposibilidad de un lenguaje com­
pleto y consistente, la imposibilidad de construir un lenguaje
perfecto incluso cuando se trata de un lenguaje matemático, el
hecho de que ese lenguaje imperfecto, que no es una cosa mate­
rial pero tampoco algo trascendente, sea sin embargo el medio
en el cual es posible un sujeto, parece dar la clave para entender
por qué no se puede construir una máquina deseante. La po­
sibilidad que tiene el sujeto de atravesar el fantasma, de ir más
allá del automatismo, muestra que hay un plus que escapa a la

71
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

cibernética, algo que hace a la diferencia entre la concepción de


Lacan acerca del inconsciente y la aceptación de procesos sim­
bólicos inconscientes por parte de los cognitivistas que vinie­
ron después. Es de la diferencia, de la diferencia ontológica, di­
cho heideggerianamente, de lo que se trata aquí.
Yendo a las letras utilizadas por Lacan para marcar los nodos
unidos por los lazos orientados, ¿podrían traducirse sin pérdida
en una forma binaria, como ocurre con el grafo presentado en el
agregado al seminario de la carta robada? Suponiendo que fue­
ra así, ¿elaborar un programa de computadora tomando como
base ese grafo convertiría a la máquina en un sujeto? El proble­
ma es que, si se lograra hacer eso, lo que se tendría como resul­
tado es sólo un autómata, a lo sumo una máquina termodiná­
mica como la que está implícita en el modelo que da Freud del
aparato psíquico en el Proyecto de psicología para neurólogos. Se
perdería su carácter simbólico en el momento mismo de su ins­
cripción en lo real. ¿Por qué motivo? Lo dice el propio Lacan: a
lo real -es también el planteo de Spinoza- nada le falta. Eso es
claro en el Seminario 4, cuando habla de la castración. Mencio­
na que existe una castración real como agujero, pero que no se
puede considerar como una falta hasta que es coaptada por el
orden simbólico. Es sólo en un ente que posee una falta en ser
que viene a situarse lo real de la nada. Lo imaginario no es su­
ficiente para ello, ya que existe a nivel biológico, nivel en el que
la nada tampoco tiene lugar, en la medida en que la unidad del
cuerpo es una Gestalt, una imagen corporal total que pacifica el
caos pulsional (Negro de Leserre, 2010, 111). Pero lo simbóli­
co deja de ser simbólico en el momento mismo en que se hace
real, por ejemplo, en la forma del funcionamiento de una má­
quina cibernética. En el caso del grafo del deseo, el sujeto es la
hiancia, el salto que separa los dos niveles del grafo, y la separa­
ción que hay entre las dos ramas del arco formado por el cami­
no que lleva del yo a su identificación simbólica -la insignia-.
¿Cómo realizar esa hiancia?
El cognitivismo, al menos en su forma inicial, todavía vigente,
basa la cientificidad de sus planteos en la utilización de un len­

72
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

guaje perfecto que permita resolver todos los problemas a tra­


vés de un cálculo de validez universal, proyecto que se remonta
a la mathesis universalis de Descartes, que cobra todo su alcan­
ce en la obra de Leibniz. No es casual que con él se intente una
lógica matemática como ars combinatoria, proceso de abstrac­
ción que dará lugar, según Lacan, al surgimiento de la ciberné­
tica. Se trata de trabajar sobre lugares fijos, no sobre los objetos
que los ocupan. Como sea, está aquí el origen mismo de la cien­
cia moderna. La ciencia pretende ser un lenguaje universal, sin
ambigüedades ni vaguedades, con significantes de sentido pu­
ramente relacional y con una semántica extensional. Lacan, en
su uso de los maternas, que ya es posible ver anticipado en es­
tos códigos de máquina y en estos grafos, intenta convertir al
psicoanálisis en algo que todavía no es, en una ciencia. Sin em ­
bargo, al mismo tiempo, plantea que se ocupa de lo único que
la ciencia tapa en su discurso, es decir, del sujeto. Una máquina
deseante cuyo lenguaje sea perfecto simplemente no tendría in­
consciente. Todas las relaciones significantes debajo de las cua­
les circula el deseo desaparecerían en un lenguaje formalizado.
Como dice Lacan, “{...] no hay metalenguaje, hay formaliza-
dones.” (Lacan, 1957-58/2010, 79), y estas formalizaciones de­
jan siempre afuera algo del orden del lenguaje. Hay que aclarar
que no hay metalenguaje, para Lacan, porque el lenguaje es su
propio metalenguaje, como indica en el Seminario 3: “Todo len­
guaje implica metalenguaje, es ya metalenguaje en su propio re­
gistro” (Lacan, 1955-56, 326). La formalización, en cambio, es
una simplificación, una purificación del lenguaje, que pretende
además reconstruirlo, pero sólo puede darle alcance en el infi­
nito, como una asíntota que nunca toca a la recta hacia la cual,
sin embargo, se acerca tanto como uno lo desee.
Las limitaciones de la lógica formal para Lacan, que lo obli­
gan a ir más allá utilizando la topología, quedan claras en la si­
guiente frase, tomada del Seminario 10:

“La relación con la falta es tan fundamental en la constitución


de toda lógica, que puede decirse que la historia de la lógica es

73
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

la de sus logros en enmascararla, por lo que está emparenta­


da con un vasto acto fallido, si damos a este término su senti­
do positivo.” (Lacan, 1962-63, 145)

Este fallido queda demostrado por las paradojas lógicas, de las


que Lacan da un ejemplo que muestra las excepciones a la ley de
doble negación (según la cual negar dos veces es afirmar), dejan­
do así constancia de que la negación lógica es insuficiente para
dar cuenta de lo que Lacan llama la falta. En la medida en que
el sujeto es algo del orden del significante, un entre-dos signifi­
cantes, y en la medida en que la teoría de conjuntos es una lógi­
ca del significante, todas las paradojas que ella implica afectarán
también al sujeto. Así, si el sujeto se niega a integrar la cadena
significante, su articulación de esa negación en la forma de un
discurso ya lo pone en el interior de esa cadena. Cuanto más se
intenta apartar de ella, más cae dentro de ella. No es otra cosa lo
que los griegos entendían por el destino, como se ve claramente
en el mito de Edipo. Esa insistencia del no hace del goce un exce­
so, pero que además funciona a nivel de la propia cadena signi­
ficante, como queda claro en ese sueño de Anna Freud de niña,
cuando se le prohíbe comer postre, y entonces sueña con todos
los postres. Ese desborde del significante está también manifiesto
en el desarrollo de la matemática, con el descubrimiento de los
espacios no euclidianos o de los infinitos no numerables, de los
espacios multidimensionales y de las extensiones del concepto
de número, desde los números irracionales en adelante. Lo que
se niega a entrar en la cadena significante sólo produce una exa­
cerbación en el desarrollo de dicha cadena.
Como señala Lacan en el Seminario 16, una lógica formal
exige a la matemática dos requisitos que el discurso nunca pue­
de cumplir, ni siquiera el matemático, como lo prueba el teo­
rema de Gódel. Uno de los requisitos es que sea “un lenguaje
sin equívoco. [El otro] que ese lenguaje debe ser pura escritu­
ra” (Lacan, 1968-69, 88).
Si bien el fantasma actúa sobre el sujeto haciéndolo un autó-
maton, una especie de consecuencia lógica, el origen traumáti­

74
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

co del síntoma nos habla de una diferencia de energía libidinal -


según plantea Freud el tem a- que no sería posible predecir, que
muestra un inicio del comportamiento que no es automático, es
decir, que es una tyché que actúa como una catástrofe, como un
cruce de borde entre lo imposible y lo necesario, y que no cabe
en el diseño de una máquina (Lacan, 1964, 61 y ss.). Una má­
quina traumatizada, que pueda funcionar a partir de un exceso
de libido frente a una representación suspendida, ante cuya re­
activación a partir de un encuentro casual o tyché conduzca a
una represión que no pueda evitar un retorno de lo reprimido
debido a la capacidad del mensaje de pasar a pesar que la cone­
xión está cerrada, atravesándola, justamente, como un fantas­
ma, ¿es algo que puede ser diseñado en términos puramente bi­
narios que permitan insertarlo en el código de una máquina? La
máquina binaria supone un dominio clásico, donde el material
de la máquina es molecular, y no un sistema de magnitudes in­
tensivas al que pueda atribuirse goce, capaz de generar una su­
perficie como la del crosscap, entramada a partir de significan­
tes incorpóreos que pudieran corporizarse al capturar ese siste­
ma de magnitudes intensivas, coincidiendo con las escansiones
temporales de las materias que circulan por un cuerpo viviente.
Aun de ser diseñada, la máquina intensiva debería subsistir
en un medio que es el lenguaje, pero no, justamente, en el lla­
mado lenguaje de la máquina. En una computadora, si no hay
conexión, si la conexión está cortada, el mensaje, simplemente,
no puede pasar, salvo que se recurra a un fenómeno cuántico,
que es el efecto túnel. El efecto túnel es justamente la posibili­
dad de un traspaso de una barrera insalvable -la llamada “ba­
rrera de potencial” del átomo-. Pero en el efecto túnel el men­
saje no necesita cifrarse para eludir la censura. A lo sumo pasa
intacto, o bien no pasa. Tampoco se trata de que el mensaje pase
más o menos, que pase en parte y en parte no pase, como la luz
al atravesar un espejo semiazogado. En la represión, se trata de
que pase completo, pero completamente alterado por conden­
saciones y desplazamientos. Pasa, entonces, en eco, pues el re­
presentante de esta representación queda retenido en otra par­

75
Daniel O mar Stchigel | Locan y la cibernética

te, dando vueltas en círculo entre el A y el s(A) -es decir, entre


el tesoro de los significantes y el mensaje del Otro.
A una máquina no le falta nada. Es una materialización de
un grafo. No es el grafo lo que representa a la máquina, lo que
es un simulacro de la máquina. Es la máquina la que simula una
relación simbólica. Sólo alcanza la realización de lo simbólico
en el infinito, como tendencia al límite. Lacan juega con el he­
cho de que, en una calculadora, son las puertas cerradas las que
hacen que el circuito esté abierto y circule el mensaje, mientras
que las puertas abiertas impiden la circulación. Pero lo cierto es
que en lo real no existen las puertas, ni mucho menos existen
las puertas abiertas. Una puerta abierta en realidad está cerrada,
y siempre algo circula. Eso es así porque en lo real no hay algo
que podamos llamar ausencia. Debe recordarse que los ceros y
unos del lenguaje binario de la máquina cibernética son para
Lacan puros significantes, pero algo mínimo significan. Signifi­
can la ausencia y la presencia, que según Lacan advienen al su­
jeto con el Fort-Da, el juego que permite aceptar que la madre,
la agente dadora de los objetos, pueda ausentarse, produciendo
frustración, pero que siempre sea capaz de retornar:

“El niño se sitúa pues entre la noción de un agente, que parti­


cipa ya del orden de la simbolicidad, y el par de opuestos pre­
sencia-ausencia, la connotación más-menos, que nos da el pri­
mer elemento de un orden simbólico.” (Lacan, 1956-57, 69)

Lacan se refiere aquí explícitamente a los más y los menos a


los que hizo alusión en el Seminario 2, y que retomó en su con­
ferencia sobre “Cibernética y Psicoanálisis”.
Ya Leibniz, interpretando los hexagramas del I Ching recién
llegados a Europa como un lenguaje matemático binario, espe­
culaba con que todo puede ser reducido a este lenguaje, pero lo
mínimo que se necesita no es uno Uno, sino un Dos. Este Dos
implica una diferencia, una hiancia. Justamente, presupone el
elemento ausencia, que es el cero, el conjunto vacío. Y si bien
Lacan representa a veces la falta con el -1, lo cual es legítimo,

76
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

pues indica que se trata de la nada de algo determinado, que es,


por lo tanto, como diría Hegel, una nada determinada, o bien
con el uno en más, en la medida en que permite la formación
de la serie de los números naturales, lo cierto es que, a la hora
de hablar del sujeto, la mejor manera de representarlo, más allá
de sus identificaciones con el Otro, identificaciones que consti­
tuyen su ser uno, es con un cero, como una ausencia, una falta
de algo (Lacan, clase del 20 de Enero de 1965). Esa falta obliga
a pensar en algo que falta, en algo que ha caído para que la má­
quina simbólica pueda funcionar, y ese algo es el objeto a, caí­
da que sólo puede ser una cesión ante A, ante el Otro simbóli­
co, que implica, entonces, la existencia simultánea de lo real y
del registro simbólico. Si el a no fuera a insertarse como resto
cedido al Otro, no se produciría en lo real del cuerpo la distan­
cia necesaria para que surgiera el deseo como falta. De ahí que
la mítica constitución originaria del sujeto presuponga un en­
cuentro, una tyché, actuando, al menos, en dos registros incon­
mensurables entre sí: el de lo simbólico y el de lo real.
Retomando el texto de Pulsiones y destinos de pulsión, allí don­
de Freud habla de la generación del sujeto a partir de una conver­
sión en lo contrario de una pulsión inicialmente orientada hacia
afuera y luego volcada hacia sí misma, Lacan señala el modo en
que la caída del objeto a genera un agujero que obliga a la pul­
sión a contornearlo y así retornar sobre sí misma, poniendo en
ese lugar vacío distintos objetos y haciendo que la pulsión se vuel­
va sobre sí misma. Es ese retorno de la pulsión lo que crea suje­
to, en la medida en que el movimiento de la pulsión sólo puede
describirse a través del uso de un verbo reflexivo. Esa es la condi­
ción real que permite a la cultura apropiarse de ese cuerpo cuya
falta lo obliga, para alcanzar la satisfacción, a pasar al campo del
Otro, donde se encontrará con el registro simbólico. A partir de
ese encuentro el deseo sólo podrá satisfacerse con palabras.
En lo puramente real solo hay lo que hay. Por eso Lacan dice
que, aunque se llama privación a la castración real, lo cierto es
que “el objeto de la privación, por su parte, es siempre un obje­
to simbólico”, y continúa:

77
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

“Todo lo que es real está siempre obligatoriamente en su lugar


[...]. La ausencia de algo en lo real es puramente simbólica. Si
un objeto falta de su lugar, es porque mediante una ley defini­
mos que debería estar ahí.” (Lacan, 1956-57,40)

No hay que olvidar que, para Lacan, la cibernética es una


combinatoria, y una combinatoria es una ciencia acerca de lu­
gares, no de las cosas que los ocupan. Ni siquiera la máquina
de Turing está realizada en las computadoras, pues en lo real de
la máquina sólo existe el cero para el sujeto que lee la interrup­
ción del flujo eléctrico en el circuito como una falta. Y si es así
con las máquinas cibernéticas, lo es más aún si consideramos
un lenguaje que vaya más allá de toda posibilidad de formaliza-
ción en términos binarios, como es el caso de los lenguajes na­
turales, con todas esas pequeñas modificaciones exclusivas de
cada parroquia en la que el chiste, como subversión del código,
genera un efecto de plus de goce.

To p o l o g ía d e la c a d e n a sig n ific a n t e

La cadena significante, tal como Lacan la piensa, no funcio­


na de la misma manera que la cinta de Turing, esa cinta con ce­
ros y unos que da la entrada para que opere el programa de la
máquina, y en la que la máquina transcribe el resultado de sus
operaciones. En el hablanteser, la cadena significante se tuer­
ce alrededor de la Cosa (das Ding) y se intersecta consigo mis­
ma, además de presentar dos caras que son, sin embargo, una
sola, y que corresponden, como señala Marc Darmon (2008,58-
59), a los significantes conscientes y a los inconscientes, es de­
cir, a los contenidos manifiestos y a los contenidos latentes del
discurso. Ambas cintas, la de Turing y la del hablanteser, com­
parten, sin embargo, como se ha indicado en el apartado an­
terior, una propiedad: la de no ser materialmente realizables.
Si en la cadena significante hay siempre un más allá, eso tam ­
bién está representado en la cinta de Turing, por el hecho de

78
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

que esta cinta es infinita. Otra similitud es que lo que se escri­


be en una máquina de Turing no está sometido a la ley de en­
tropía. Todas las marcas, y todas las modificaciones retroacti­
vas que sufren por efecto del código de la máquina, permane­
cen en la cinta. Esto muestra que es algo que va más allá de lo
material. ¿Cuál es la diferencia entre ambas cintas, entonces?
En la máquina de Turing, el efecto retroactivo no genera efectos
de sentido. Para generarlos debería estar realizada en un cuer­
po viviente (Lombardi, 2008, 150). El sentido es algo del orden
de la necesidad que se ve afectado por el significante. Además
está el carácter despótico de la demanda, que hace que el niño
desee ser el objeto de deseo del Otro y sufra la imposibilidad
de serlo, mientras que la máquina de Turing es exclusivamen­
te robot, en el sentido original de trabajador servil, un trabaja­
dor servil que no tiene deseos.
Por otra parte, la cinta de Turing no contiene su propio más
allá. Como cinta infinita, constituye un horizonte abierto, im­
posibilitado de representarse en su infinitud en las marcas de
la propia cinta. Para la máquina de Turing no hay un I (Lacan,
1957-58, 488), algo que sume los anudamientos significantes y
abarque la ley de la cadena. Si hay ley, emerge del propio pro­
ceso de funcionamiento de la máquina. Cuando se hace intro­
ducir una autorreferencia en la máquina, algo que codifique su
propia totalidad, la máquina falla. Se genera la situación de la
indecidibilidad. No puede decidir si un determinado enuncia­
do es o no es verdadero. Es decir, no puede determinar, para to­
dos los casos, si un problema es o no es resoluble en un núme­
ro finito de pasos, que es la forma en que Turing demostró lo
mismo que demostró Gódel de otra manera. Para que hubie­
ra una máquina capaz de realizar el tesoro metonímico, la cinta
en la que se escriben los significantes debería formar una cinta
de Moebius, un crosscap o una botella de Klein. Para eso debe­
ría tener una sola cara capaz de conectarse consigo misma en
forma invertida, algo que es irrealizable en el espacio de la rea­
lidad, de la llamada realidad material, que es la única en la que
la cibernética enmarca el diseño y la realización de sus autóma­

79
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

tas. Debería ser bidimensional, y estar sumergida en un espa­


cio de cuatro dimensiones.

El s í m b o l o c o g n it iv is t a n o es el s ím b o l o

E STRUCTURA LISTA

El estudio de las diferencias entre la idea de máquina ciber­


nética y la de máquina deseante conduce, en última instancia, a
la pregunta acerca de si el concepto de símbolo -más allá de su
función de nodo en un grafo orientado, que se encuentra por
igual en lo que puede llamarse el grafo de Hofstadter y en el gra­
fo del deseo- tiene el mismo significado para Lacan que para el
cognitivismo. Para testear la diferencia, es conveniente compa­
rar el análisis que hace Marc Darmon de la topología del signi­
ficante, según la desarrolla en su libro Ensayos acerca de la topo­
logía lacaniana, y el modelo de las simmbolas que expone Dou-
glas Hofstadter en Yo soy un grácil bucle.
La posibilidad de considerar el registro simbólico como un
espacio al que puede darse un tratamiento topológico se fun­
damenta en el hecho de que, para la topología algebraica, el es­
pacio es “una colección arbitraria de ‘objetos homogéneos’ que
no necesariamente son objetos en el sentido común del térmi­
no” (Eidelsztein, 2010, 17). Por ejemplo, cada significante pue­
de ser considerado un punto del espacio, y la distancia entre dos
significantes se puede identificar con la mínima cantidad de de­
finiciones de diccionario por las que hay que pasar para conec­
tar a un significante con otro.
Para iniciar la comparación, debe exponerse, primero, el
contenido de la metáfora del simmbot, inventada por Douglas
Hofstadter. Se trata de imaginar un conjunto de simms o pequeñas
esferas de metal cargadas magnéticamente que se golpean unas a
otras, agrupándose en esferas o simmbolas cuyo contenido gana
y pierde bolitas continuamente. Si se agrega un marco que limite
los golpes de las simms, pero que sea permeable a influencias
externas, de modo tal que estas influencias determinen los

80
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

patrones de formación de las simmbolas, dichas simmbolas pueden


considerarse como equivalentes a símbolos de pensamiento, su
permeabilidad al exterior puede traducirse como percepción, y
la posibilidad de que esa percepción sea sensible a sus propios
estados puede llamarse autoconciencia. Se trata de un modelo que
no representa ningún progreso respecto del esquema del huevo
de Freud, cuya ontología es, en lo esencial, la misma.
Es significativo que Hofstadter eligiera representar la fluidez
de los procesos cerebrales recurriendo a una interacción entre
sólidos. El mecanicismo inevitablemente recurre a la analogía
con bolitas de choque rígido, y aunque éstas estén magnetiza­
das, plantea que las adiciones y pérdidas al azar son suficientes
para hacer un modelo de la constante desorganización y reor­
ganización que sufren las células del cerebro.
Para Hofstadter, el yo es una simmbola de simmbolas, que se
alimenta de simmbolas del pasado, de otras que anticipan el fu­
turo, y de otras que refieren contrafácticamente a presentes po­
sibles. La información que recibe esta simmbola central de sus
efectos sobre el mundo crea un bucle de realimentación que se
satura en la forma de la conciencia de tener un yo permanente,
aunque ese yo es sólo un abultamiento en un sistema de simm­
bolas sin más realidad que la canica ficticia que se forma en el
pliegue central de un conjunto de sobres tomados todos juntos.
¿En qué consiste el yo al que hace referencia aquí Hofstad­
ter? Dado que es el resultado de la aparición de un bucle auto-
rreferencial en un sistema de símbolos -o de simmbolas-, de­
bería considerarse como sujeto de enunciación, el je de I.acan.
Sin embargo, el propio Hofstadter lo define como una alucina­
ción alucinada por una alucinación, es decir, como una entidad
imaginaria autorreferencial. Es una imagen que se mira a sí mis­
ma, como en un espejo, coincidiendo entonces con el moi laca-
niano. No es nada claro de qué modo Hofstadter hace aquí el
salto de lo simbólico a lo imaginario. Los símbolos, por su par­
te, aparecen como el efecto de una determinada mirada -una
perspectiva- sobre un conjunto de pequeñas canicas magneti­
zadas que se modifican constantemente. De este modo, Hofs-

81
Daniel O mar Stchigel | Lacatt y la cibernética

tadter pretende mostrar que, dada una frontera física que sepa­
ra un adentro de un afuera, sí el afuera actúa sobre el adentro a
través de la frontera, sin atravesarla, se puede decir que el aden­
tro es sensible al afuera. Y si el adentro está en constante cam­
bio, sea por influencia causal del afuera, sea por influencia cau­
sal de su propio estado anterior, ese adentro puede verse como
un simmbot, es decir, como un espacio simbólico. Pero ¿qué sig­
nifica aquí esa mirada que desde cierta distancia contempla el
sistema no ya como físico sino como simbólico? Hofstadter no
lo dice. La mirada parece ser para él el emergente de un bucle
autorreferencial que se forma en el propio sistema, y entonces
es sólo cuando se produce ese bucle que el sistema mismo pasa
a ser de orden simbólico. Y sin embargo, esa autorreferencia es
presentada como siendo de orden imaginario.
Debe inferirse, entonces, que para Hofstadter, dado un siste­
ma físico con un borde que lo separa de un afuera, si ese siste­
ma es suficientemente complejo, tan complejo como cualquier
sistema axiomático capaz de abarcar a la aritmética elemental
-pues es en ese orden de complejidad que la autorreferencia es
inevitable, como señala el teorema de Gódel-, lo imaginario y
lo simbólico se generan espontáneamente a partir de lo real -
entendiendo como real una realidad física determinada, que en
este caso está dada por las bolitas cargadas magnéticamente que
ruedan en un espacio semipermeable a influencias externas.
Esto muestra que Hofstadter va un paso más allá de Turing
al tratar de hacer un modelo del aparato psíquico basado en el
procesamiento simbólico. No sólo desciende hasta el nivel mo­
lecular, tratando de demostrar que la interacción atómica me­
diada por el campo electromagnético es ya un sistema simbóli­
co, si se sabe verlo desde cierta perspectiva, sino que, en direc­
ción a los estratos superiores o emergentes, además de aceptar
un proceso de autoorganización del sistema por aprendizaje,
trata de sostener que es posible demostrar que puede generarse
dentro de él una diagonalización de sus procesamientos de da­
tos que produzca aquello que Turing consideraba que debía es­
tar prohibido para que una máquina inteligente pueda funcio­

82
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

nar: la autorreferencia. Y no sólo eso, sino que hace de esa au-


torreferencia, no un límite del sistema, no una verdad formu-
lable en él pero que no es capaz de probarse a partir de él, sino
una apariencia, un espejismo, una alucinación, cambiando to­
talmente el sentido del teorema de Gódel.
Desde una perspectiva topológica, si bien las bolas son
separables, pues la intersección entre ellas es siempre vacía,
Hofstadter considera que su pertenencia a un campo magnético
es suficiente para otorgarles la propiedad de la autoorganización.
Eso se debe a que un campo magnético, en la perspectiva de
la física, no es topológicamente separable. Los campos son
entidades compactas: la intersección entre dos partes del campo
nunca está vacía, pues el campo coincide punto por punto con
el espacio en el que se distribuye, y el espacio, en principio, es
un continuo compacto, como el conjunto de los números reales.
Esto conduce a la pregunta acerca de cómo interactúan las bolas
con el campo magnético que ellas generan, lo cual lleva a dos
posibles soluciones: o las bolas son coágulos del propio campo,
o el campo en realidad se distribuye en un espacio discreto
y separable. Hofstadter no se plantea estas cuestiones, que lo
conducirían al dominio de la física cuántica. Permanece a nivel
de la física clásica, donde la interacción entre partículas y campos
es un enigma.
Lo que se puede afirmar, y es claro en este enfoque, es que la
base física del modelo de los símbolos adoptado por Hofstadter
es el de un mundo no totalmente conexo, en el que las entida­
des que no se superponen (las simms) poseen la cualidad de ser
idénticas a sí mismas (x=x), y es por ello que Hofstadter necesi­
ta recurrir a un campo para que haya entre ellas una conexión
que les es exterior y que permite su organización en estas enti­
dades efímeras y cambiantes de orden superior que son los sím­
bolos, cuya característica es la de estar en el lugar de otra cosa.
¿Por qué en el lugar de otra cosa? Porque si los símbolos son sím­
bolos es porque son representantes, en el medio interno, de las
modificaciones del medio externo que logran pasar la frontera.
Para Hofstadter el símbolo es una representación -Vorstellung-

83
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

del mundo exterior, una huella causal que no aniquila la cosa de


la cual es el efecto. Es ese el sentido de los símbolos para el cog-
nitivismo: son signos de su propia causa, como las huellas mné-
micas de Freud.
Este modelo presenta una serie de dificultades, que son las
mismas con las que Freud se encontró en su Proyecto de una psi­
cología para neurólogos. En primer lugar, dado que las simmbo-
las están constantemente sufriendo adiciones y pérdidas, la me­
moria parece algo misterioso e inexplicable. Para que la huella
mnémica se mantenga, es necesario suponer que el medio in­
terno -eso que Freud llamaba el Real Ich, al menos tal como lo
entiende en el Proyecto, como una red de neuronas investidas-
no es homogéneo. Debería haber un subsistema encargado de
mantener y acumular en serie las experiencias pasadas, para que
estas puedan ser recuperadas. Ese subsistema de simms debe­
ría ser permeable al medio, pero, una vez generada la huella de
la causa, esta debería quedar clausurada a la posibilidad de otra
huella que la borre. No parece ser suficiente con postular una
modularidad del aparato psíquico para explicar estas propieda­
des contradictorias. ¿Cómo se mantendría un recuerdo, y al mis­
mo tiempo cómo podría ser recuperado? ¿De qué manera las
mismas células que conservan una de esas huellas pueden reci­
bir otras nuevas sin que eso desfigure las anteriores? ¿Cómo es
posible sobrescribir sin que eso afecte el recuerdo anterior? Hay
muchos modelos desarrollados por los cognitivistas para tratar
de explicarlo, pero ninguno parece suficientemente satisfactorio.
¿Qué sucede con el concepto de símbolo en el contexto de
la teorización lacaniana del psicoanálisis? Como señala Marc
Darmon, Lacan sigue en esto a Saussure (Darmon, 2008, 38).
El lenguaje es un sistema de diferencias puras, de puras relacio­
nes sin ningún tipo de positividad. Esas diferencias hacen agu­
jero en lo real -com o decía Hegel, el concepto es la muerte de
la cosa-. El carácter diferencial de los significantes, el hecho de
estar siempre en relación con lo que ellos no son, hace de cada
uno algo que no es idéntico a sí mismo (x*x), a la vez que impi­
de separarlos a unos de otros. Esta falta de identidad, que hace

84
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

que los significantes sean los elementos que pertenecen al con­


junto vacío - 0 = { x /x ^ x ) según la definición de Frege-, es de­
cir, que no existen para la lógica ordinaria, explica por qué para
Freud era necesario aceptar que el inconsciente escapa al prin­
cipio de identidad.
La hoja de papel saussureana, cuyas dos caras son el signifi­
cante y el significado, constituye un espacio conexo, no separa­
ble. De ahí la dificultad para marcar la unidad mínima de la ma­
teria fónica que determina un sentido. ¿Es la palabra, es la síla­
ba, es el fonema? Es de notar que la misma dificultad se presen­
ta en los campos, tal como los concibe la física clásica. Si parti­
mos un imán tratando de separar sus polos, cada fragmento de
metal tiene de nuevo dos polos.
En esta concepción del registro simbólico no existe el proble­
ma de la representación, porque los significantes no son el efec­
to físico de una influencia del medio exterior sobre el interior.
Son los significantes mismos los que se encargan de la organi­
zación del mundo y los que generan efectos de sentido al en­
gancharse con el registro imaginario. Pero esto mismo hace que
carezca de sentido plantearse de qué modo el registro simbóli­
co podría emerger en un determinado sistema físico, teniendo
en cuenta que es la realidad del sistema físico lo que forma par­
te de los efectos de sentido de la cadena de los significantes. Es
esa influencia del registro simbólico sobre el imaginario -co n ­
fundido por los cognitivistas con el registro de lo real- lo que
Hofstadter describe como ese punto de vista o perspectiva des­
de el cual el sistema de los simms puede considerarse como una
red de relaciones entre símbolos que representan el mundo ex­
terior o el interior, y que es capaz de representarse a sí misma.

COGNITIVISM O Y B E JA H U N G

George Boole fue el primero en elaborar un álgebra de la lógi­


ca, puramente binaria. Él ya define las conectivas en función de
operaciones matemáticas que permiten formar tablas que deter­

85
Daniel O mar Stchigel | Lacanyla cibernética

minan, según la entrada de información, cuál es la salida corres­


pondiente. Pero lo importante es que para Boole, y para los lógi­
cos en general, la negación tiene una sola forma: la que convierte
la presencia en ausencia y la ausencia en presencia. No es extra­
ño que Boole haya utilizado esa álgebra para poner a prueba la
validez de las deducciones del sistema de Spinoza, porque que­
ría probar que podía hacerse la traducción binaria de todo siste­
ma que fuera more geométrico, es decir, axiomático y deductivo.
Por otra parte, el primero que logró ampliar esta lógica preposi­
cional para la elaboración de una lógica de predicados fue Prege.
Frege tuvo un intercambio epistolar interrumpido con Hus-
serl, y ambos tenían un punto de disidencia fundamental que
sigue presente en las actuales discusiones que desde la filosofía
pretenden poner en falta al cognitivismo.
Ya Russell, con su paradoja, y después Godel, cuestionaron
el proyecto logicista para la reconstrucción formal de la mate­
mática -en realidad, de la teoría de los núm eros- en términos
de lógica simbólica. Pero sólo los fenomenólogos han señalado
lo que se dejó caer para que esta máquina de pensar, este tra­
bajo del pensamiento de la cibernética, entrara en acción, con
extrañas consecuencias, como la posibilidad de armar una má­
quina que haga fáciles las cosas que al sujeto le resultan difíci­
les -jugar al ajedrez, por ejemplo-, pero enormemente difíciles
las cosas fáciles -com o eludir un obstáculo o reconocer la cara
de un viejo amigo-. Eso que se dejó caer es lo que para Brenta-
no, el maestro de Husserl, era lo definitorio del juicio, pero que
fue dejado totalmente de lado por Frege -Frege no quiso saber
nada de eso, y sin ese no querer saber nada las computadoras y
los robots más sofisticados no existirían-. Se trata del asentimien­
to (Bejahung, en alemán). Para Brentano -a cuyas clases asistió
Freud- el asentimiento subjetivo es lo que caracteriza al juicio,
diferenciándolo de un mero contenido informativo del discur­
so. Contenido que es justamente lo que para Frege y sus segui­
dores constituirá el juicio, convertido en proposición y conse­
cuentemente introducido en sistemas, a veces axiomatizados,
otras veces de la llamada deducción natural.

86
Diferencias entre la máquina deseante y la máquina cognitiva

Si algo separa la teoría del juicio de Freud de las otras, es


que pone lo emotivo -la relación placer-dolor y su función en
la constitución del Yo Placer Purificado- por encima de lo lógi­
co y de lo perceptivo a la hora de establecer las bases psicológi­
cas del asentimiento (Bejahung), y, en contrapartida, las distin­
tas formas del rechazo ( Verwerfung, Verneinungy Verleugnung).
Luego de los desarrollos de la lógica formal clásica -lógica
proposicional, lógica de predicados, lógica de relaciones, lógica
de segundo orden- se crearon lógicas modales (lógicas de lo po­
sible, de lo necesario y de lo imposible). También lógicas borro­
sas, paraconsistentes y temporales. Pero no hay una lógica sim­
bólica de la represión, de la denegación y de la forclusión, esos
otros modos de negación distinguidos ya por Freud, y de una
forma más rigurosa por Lacan. Aunque hubiera una lógica así,
y debería haberla si se trata de manifestaciones de la estructura
del sujeto, no podría carecer de una semántica, y además debe­
ría ser una semántica que no sea puramente del tipo verdade-
ro-falso, como lo señaló Jean-Louis Gardies (1979) en un libro
sobre lógicas temporales que no pasó desapercibido para Lacan.
Lacan afirma que no hay un saber de la verdad en sentido es­
tricto. El decir la verdad es siempre un medio decir. Tampoco
hay una verdad del tipo señalado por Tarski (“la nieve es blan­
ca” es verdadero sí y sólo si la nieve es blanca), pues considerar
una correspondencia entre las palabras y las cosas es olvidar que
los hechos son ya de entrada hechos del lenguaje. Si un sujeto
le dice a otro “la nieve es blanca sí y sólo si la nieve es blanca”, el
segundo pensará ¿qué me quiere decir con esto? Por más que el
primero afirmara que se trata de una verdad completa que nada
oculta, es inevitable pensar que se trata de un medio-decir que
algo esconde, y eso por la estructura misma de la subjetividad,
que impide la aceptación de un discurso transparente.
Aunque se lograra traducir las actitudes subjetivas destacadas
por Lacan a lenguaje formal, algo, eso que se ha dejado caer para
que empiece a funcionar ese saber que intenta crear un hombre-
máquina, seguiría faltando. Así lo dice Lacan claramente cuan­
do, en el Seminario 12, critica el proyecto de Noam Chomsky

87
Daniel O mar Stchigei. | Lacan y la cibernética

para encontrar una formalización de la sintaxis del idioma in­


glés que pudiera “ser montada en una máquina electrónica” de
manera tal que de ella no puedan “salir más que frases grama­
ticales correctas” (Lacan, clase del 2 de diciembre de 1964). Allí
toma un famoso ejemplo de oración que según Chomsky care­
ce de sentido, y demuestra que sería perfectamente aceptable
como parte de una poesía, de no ser porque carece de belleza.
Si no hay un lenguaje formal capaz de dar cuenta de lo que es
una afirmación para el lenguaje natural, y por ello mucho me­
nos puede abarcar sus distintas formas de negación, queda cla­
ro que todo intento cognitivista de emular el funcionamiento
de la mente humana terminará en el fracaso, justamente porque
deja caer de entrada aquello que pretende reconstruir al final,
sin hacer otra cosa que convertirlo en una meta imposible, que
sólo puede alcanzar en el infinito. La Bejahunges para el cogni­
tivista el objeto causa de su deseo, y se convierte ante su mirada
en falo simbólico, en una falta que intenta tapar con su escritura
binaria, escritura que da cuenta del enunciado, pero deja afuera
al sujeto de la enunciación.

88
Los límites del discurso
del cognitivismo

El cognitivismo ha tenido históricamente tres formas distin­


tas que siguen aún vigentes: la idea de la mente como procesador
lógico, la idea de la mente como máquina simbólica, y la idea de
la mente como red autoorganizada por ensayo y error. Más allá
de sus diferencias, los tres cognitivismos, así como la psicología
y las terapias emparentadas con ellos -aunque desarrolladas de
un modo independiente, como es el caso de la terapia cogniti-
vo conductual, cuyo origen está en el psicoanálisis del yo- tie­
nen algo en común, algo que podría calificarse, siguiendo a La-
can, en términos de un discurso: sostienen que la mente proce­
sa información sobre la base de un lenguaje en código binario.
En el discurso cognitivista, entonces, hay un significante amo,
un que dictamina que todo mensaje puede codificarse bina­
riamente. Entonces, hace trabajar a un S,, que es un enorme y
costoso proceso de traducción de los procesos mentales en tér­
minos de procesamiento simbólico -costoso, se entiende, en tér­
minos de la economía del aparato psíquico-. ¿Y el producto? Es
el sujeto, entendido como mente (mind).
Para que esta traducción funcione, algo se ha debido dejar
caer, el a del caso (entendido como lo desechado por este dis­
curso). Se trata del no hay relación sexual, del falo como objeto
de deseo, del ser para la muerte, de las caducas, del pecho, del

89
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

excremento, de la mirada, de la voz, pero también de las mo­


dalidades del discurso, que no entran en la teoría del juicio, y
que hacen a la diferencia que establece Lacan entre enunciado
y enunciación.
En el contexto de los cuatro -o cinco- discursos planteados
por Lacan en el Seminario 17, el discurso cognitivista, derivado
de la cibernética, no coincide con ninguno.
El ideal de la ciencia es que no haya ningún desecho, ningún
residuo, nada que no pueda ser asimilado por el saber. El cogni-
tivismo considera estar en la posición de realizar ese ideal. Como
es una ciencia in statu nascendi, no pone su S, en el lugar de una
verdad olvidada de la que sólo se ve, como amo, el S,, el produc­
to de su trabajo, cosa que ocurre con el discurso universitario.
Su paradigma es joven, es cuestionado y debe tenerse presente,
actuando como un verdadero amo, buscando extraer de otros
saberes, de saberes a los que esclaviza, su verdad. Esos saberes a
los que el cognitivismo hace trabajar son matemáticos, neuro-
lógicos y psicológicos. Pero además hace esto para que el suje­
to barrado, desechado por la ciencia, se convierta en su verdad.
Su verdad, la verdad de la que parte, es el sujeto, pero entendido
como desecho del discurso de la ciencia moderna. Como dice
Gabriel Lombardi, refiriéndose al proyecto pionero de Alan Tu-
ring en materia de inteligencia artificial:

“Turing sostiene una concepción residual de la ‘mente más


próxima del objeto a que del sexo Otro.” (Lombardi, 2008,149)

En cuanto a su propio producto, no es algo que el cogniti­


vismo tome como algo desechado, pues no debería haber dese­
chos en este discurso. Es el sujeto aquello que produce, pero un
sujeto muy particular, un sujeto sin castración.
Es posible, entonces, considerar que la estructura del discur­
so cognitivista no surge de la rotación de los otros discursos, y
que puede ser ilustrada de la siguiente manera:

90
Los límites del discurso del cognitivismo

hace trabajar
>
A SI S2
causa produce

a // S i

inagotable en crecimiento constante


(por vacio) (puramente significante)
Míticamente: Científicamente:
das Ding die Sache

Este discurso podría ser llamado sistema de drenaje del to­


nel de las danaides, pues se trata de un proceso inagotable por
el cual se intenta convertir a todo lo desechado por el discurso
científico en cadena significante. Como la tendencia de Schre-
ber hacia el goce, es asintótico, pero no puede considerarse sín­
toma de una psicosis porque es soportado por muchos sujetos
al tradicionalizarse, lo cual le permite generar lazo social, como
ocurre con todo programa de investigación científica, cuya ta­
rea imposible le da esa prolongación infinita que le evita que­
dar congelado. Cuando un proyecto se cierra, como le pasó a la
antropología estructural y a la lingüística, deja de ser tradición
científica y se convierte en disciplina del comentario.
Para Miller, en todos los discursos de los que habla Lacan, aba­
jo a la izquierda está el lugar de lo que se deja inactivo -la pereza-,
arriba a la izquierda, está lo que manda -la ignorancia-, arriba
a la derecha, el trabajo, y abajo a la derecha, el producto (Miller,
2010, 89). Para Lacan, esos cuatro lugares corresponden, respec­
tivamente, a la verdad -por ejemplo, si se trata del discurso cog-
nitivista, es la verdad del sujeto que el cognitivismo busca reve­
lar-, el agente -el supuesto paradigmático que pone inicio a la ca­
dena de los significantes, y que sería, en este caso, la idea del suje­
to como máquina cibernética-, el Otro -para el cognitivismo, el
conjunto de todos los saberes acerca del sujeto entendido como
estructura simbólica- y el producto -el sujeto purificado, caren­
te de toda falta, como supremo bien respecto del cual el a cons­

91
Daniel O mar Stchigel | Locan y la cibernética

tituye tan sólo una falla en el funcionamiento normal de la men­


te, homeostático y adaptado a la realidad física, biológica y social.
El materna que se ha empleado aquí para escribir el discurso
cognitivista escapa a lo posible para los otros discursos, cuya re­
gla de formación sólo autoriza una permutación rotatoria de las
letras que son introducidas con el discurso del amo. Presentado
así, parece tener algo de violatorio. Justamente, lo que se intenta
destacar aquí es la imposibilidad de este discurso desde la pers­
pectiva del psicoanálisis lacaniano. Lo cual implica que aquello
que este discurso forcluye retornará desde lo real, algo que La-
can ya anticipó al hablar de los peligros que veía en el desarro­
llo de las computadoras, mucho peores, según él, que los deri­
vados de la fabricación de la bomba atómica.
Además de estar construido de un modo imposible, el suje­
to no aparece en este discurso con la barra, porque nada le fal­
ta. Es equivalente a la suma de todos los significantes, es decir,
se trata, en terminología lacaniana, de un sujeto-saber (un SS).
No un sujeto supuesto saber, porque es producto del S2, y se va
mejorando a medida que la cadena significante aumenta y se
purifica. No tiene, para el cognitivismo, el carácter de la supo­
sición, sino el de la certeza. La diferencia entre el sujeto supues­
to saber y el sujeto saber es que, para sostenerse, éste último no
necesita de garantías trascendentes. Es un producto del trabajo
mismo que consiste en saber de qué se trata. Se podría decir que
el S es el S, mismo, entendido como aquello que contiene todos
los significantes, lo cual es imposible, pues no hay un todo de
los significantes. S es sólo un nombre para este saber. Por eso se
trata también de un sujeto suturado, mejorado, sin falta, para el
que no vale el no hay relación sexual, ni posee diferencia sexual
alguna, aunque, como insinuaba Turing, algo por el estilo se le
podría agregar, de acuerdo con las demandas del discurso ca­
pitalista. Ese sujeto sin hiancia, sin falta, al que le falta la falta,
porque esa falta es efecto del objeto a, es decir, de lo que es for-
cluído por este discurso, niega la existencia de cualquier cosa
de la que no puede hacerse un saber -entendiendo por saber un
enunciado sin enunciación-. Incluye en esa imposibilidad tanto

92
Los limites del discurso del cognitivismo

al inconsciente freudiano -al que convierte en el inconsciente


de las máquinas que generan la conciencia como una especie de
subproducto o plus de subjetividad- como a los llamados qua-
lia, que es lo que resta del proceso científico de matematización
galileana -colores, calor y frío, húmedo y seco, y sobre todo do­
lor-, y también al yo como centro de irradiación de los actos de
conciencia, al yo que afirma, niega, deniega, duda, cree, repri­
me y forcluye -que corresponde al je lacaniano, como sujeto de
la enunciación. Como sujeto cuya falta está obturada, hace que
el discurso que lo sustenta se aproxime de una manera inquie­
tante al fantasma sadiano tal como Lacan lo presenta en su es­
crito “Kant con Sade”.
El tetraedro de todo discurso tiene una cara rota. Aquí la rup­
tura se da entre el a, que ocupa en este caso el lugar de la ver­
dad, y el S, que es el producto del saber. De hecho, lo que hace
el cognitivismo es intentar llegar al lugar de la verdad a través
del rodeo por el producto de su saber, pero eso lo lleva a un ca­
llejón sin salida. Pretende alcanzar por otra vía aquello que ha
desechado desde un principio.
Como el S, es el supuesto mecanismo oculto de las máqui­
nas deseantes -concebidas como máquinas cognoscitivas cuyos
errores conceptuales son la causa de las enfermedades mentales-,
funciona como un Otro al que nada le falta. El cognitivismo con­
cibe al sujeto como un inconsciente máquina, carente de repre­
siones -es decir, algo que nada tiene que ver con el inconscien­
te del psicoanálisis-, vaciado de todo goce, público e inersubje-
tivo, abstracto y realizado en cuerpos, en el que la conciencia es
un epifenómeno, una ilusión, y el yo es, como dice Hofstadter,
“una alucinación alucinada por una alucinación” (Hofstadter,
2008, 351). Es decir, no hay más yo que el del espejo en el cual
se ve reflejado un yo que es él mismo -es decir, el yo (mor) tie­
ne un carácter puramente imaginario, como si no hubiera pasa­
do a su condición de significante, de sujeto de enunciación (je)-.
Para que el S como producto del Otro no tenga fallas, el Otro
debería ser esto que Lacan señala en el Seminario 16, pero que
justamente el Otro no es:

93
I

Daniei. O mar Stchigel | Lacait y la cibernética

“[...] un código cerrado, sobre cuyo teclado no hay más que


apoyarse para que el discurso se instituya sin falla y se totali­
ce.” (Lacan, 1968-69, 53)

Hay que aclarar que en este seminario Lacan utiliza las pa­
labras falta y falla casi como sinónimos, como lo hizo también
Freud, por ejemplo en Inhibición, síntoma y angustia. Aquí se
ha optado por establecer una diferencia terminológica, toman­
do como falta el agujero simbólico que caracteriza al sujeto y
al Otro, mientras que se entiende por falla una falla mecánica
o disfunción.
En cuanto a las enfermedades mentales, el cognitivismo con­
sidera que si supiéramos lo suficiente sobre el S, podríamos saber
cómo barrarlo, es decir, cómo hacerlo fallar. Pero hay una dife­
rencia abismal entre lo que sería la falla en la máquina y la fal­
ta en ser lacaniana. Una falla es siempre puntual. Las fallas pue­
den acumularse, pero siempre serán vistas, de un modo reduc­
cionista, como modificaciones en los nodos unidos por el grafo
de la máquina, modificaciones que la hagan funcionar con un
régimen que no se considera normal. Una máquina, por ejem­
plo, puede empezar a dar respuestas que se repiten sin importar
la entrada de información o estímulo, lo cual hace pensar en el
síntoma. De hecho, para el cognitivismo no hay un más allá del
síntoma. Podría fabricarse, por ejemplo, una máquina que les
tenga fobia a las arañas, y sólo a las arañas. Bastaría para ello con
modificar los programas que le permiten desarrollar un meca­
nismo de evitación a los robots hechos para desplazarse de ma­
nera autónoma por la superficie de Marte, eludiendo obstácu­
los. También podría elaborarse una máquina multifóbica. Inclu­
so, por qué no, sería posible hacer una máquina capaz de simu­
lar un comportamiento neurótico, sólo que para el congitivis-
mo no hay tal cosa como la neurosis. Neurosis es el nombre de
una multitud de síntomas diferenciados y dispersos. Como dice
Miller, esos síntomas son, desde el punto de vista del discurso
de las personas normales, correspondiente a la cínica del amo,
una serie de significantes (St) entre los cuales cada uno elige el

94
Los limites del discurso del cognitivismo

que corresponde a su identidad. Justamente, los nuevos sínto­


mas son creados por las histéricas para seguir escapando a esta
clínica del amo, que persigue a los sujetos para clasificarlos, ge­
nerando una carrera como la de Aquiles y la tortuga.
Pero nada impide pensar en hacer fallar una máquina para
que se vuelva, aparentemente, psicótica, neurótica o perversa.
¿Cómo se sabría que eso se ha logrado? De la misma manera
que es posible saber que se está frente a un S, a un sujeto como
suma de los saberes cibernéticos. La clave está en el llamado
test de Turing, nunca cuestionado en el campo de la inteligen­
cia artificial. Como se ha señalado antes, este test sostiene que
si una persona, haciéndole preguntas a un hombre y a una má­
quina, es incapaz, de acuerdo con las respuestas, de distinguir
entre ambos, debe concluir que dicha máquina es inteligente.
Lo cual significa, en realidad, que es un sujeto, ya que se podría
encontrar que la máquina no es humana por ser demasiado in­
teligente, o bien se podría tomar como humana a una máquina
que sólo contestara puras tonterías. Lo cierto es que, hasta aho­
ra, ninguna máquina ha pasado el test.
El test de Turing es similar a jugar a pares e impares. Se po­
dría pensar, en un test de corta duración, que se está frente a
un humano, cuando eso no es así, pero en una prueba más lar­
ga encontrar el defecto, es decir, el punto en que la máquina re­
vela ser una máquina. ¿Qué tan largo debe ser el test para sa­
ber si se trata de una máquina o de un ser humano? Nadie lo
sabe. Siempre se puede pensar que, aunque la máquina enga­
ñe al evaluador hasta el tiempo T , puede descubrirse el enga­
ño en T m1. Pero supóngase que una máquina pasara el test de
Turing. Debería entonces ser capaz de responder en todo igual
que un hombre. Y como el hombre es un ser en falta, la máqui­
na también debería serlo. Sin embargo, en la medida en que es
una suma de saberes, la máquina cibernética no puede estar en
falta. Es decir, no puede ser una máquina deseante, por defini­
ción. Y eso porque una falla es algo, mientras que una falta en
ser no es nada. Eso es lo maravilloso del plano simbólico: puede
aparecer en lo real, pero no afecta su realidad. Es lo que los es­

95
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

toicos llamaban incorpóreo, como un corte en la manzana. Una


máquina fallada es sólo una máquina que tiene otro régimen.
Nada le falta a la máquina. Entonces, ¿cómo crear una máqui­
na que no sea simplemente inteligente, sino que sea deseante?
En realidad, que sea deseante significa que es inteligente, pero
no porque sea capaz de jugar al ajedrez, sino porque es capaz de
agudezas de ingenio. Como dice Lacan en el Seminario 5, ser in­
teligente es ser capaz de generar un mensaje que haga surgir un
sentido nuevo con sólo subvertir levemente el código del len­
guaje de un modo que pueda ser autorizado por el gran Otro
para lograr expresar su deseo.

E l l u g a r d e la falta e n el c o g n it iv is m o

En el mito de Edipo, la acción completa el círculo de su des­


tino trágico, que no es tal hasta que la palabra del propio Edi­
po no cierra la frase. Cuando Tiresias le insinúa a Edipo que él
mismo ha sido causante de la peste en lebas, se lo mal-dice, se
lo medio-dice. Eso lo enfurece, pero finalmente completa el di­
cho y cierra el círculo.
En cambio, un mensaje trunco, para una máquina ciberné­
tica no existe. Existe para quien lo introduce en ella y lo ve gi­
rar en círculos sin encontrar un punto de salida. Para la máqui­
na cada ahora es un momento del tiempo cerrado y completo.
Eso no impide encontrar en una computadora algo que pue­
da calificarse de repetición, o de síntoma. Pero para la máqui­
na -si puede hablarse de un para en el caso de una máquina-,
un mensaje en código binario, mientras sea un mensaje con un
número finito de unos y ceros, está completo. No hay máqui­
na que busque saber por qué ha caído la desgracia sobre lebas,
salvo que esté programada para ello. Aunque la máquina lo ave­
riguara y se arrancara los ojos electrónicos para no ver, porque
eso es lo que le estaría indicando el mensaje binario, se trataría
de una pantomima.

96
Los limites del discurso del cognitivismo

En los hablanteseres que son los hombres, hay automatismo


porque hay también no-automatismo. En la máquina no hay tal
cosa -o no-cosa-. Sin embargo, el proyecto de inteligencia ar­
tificial sostiene que es posible acercarse a ese no-automatismo
del sujeto tanto como se desee. El cognitivismo hasta especula
con la fecha, siempre futura, en la que una máquina pase el test
de Turing. Eso es así porque hay implicada aquí una falta. Esa
falta no es el deseo de la máquina, sino el deseo del sujeto que
elabora el saber que se resume en la realización de la máquina.
Y si existe en ese sujeto científico tal deseo, es porque hay algo
que éste ha dejado caer para que se encadenen sus significan­
tes en busca del saber que permita producir la máquina inte­
ligente. Y eso que se ha dejado caer es justamente la distancia
que separa siempre al S maquínico del sujeto barrado al que se
le hacen preguntas en el test de Turing, para ver si hay posibi­
lidad de distinguir a la máquina del hombre. Eso que se ha de­
jado caer, ese objeto a, objeto causa que permanece siempre ig­
norado por el científico, es lo que en él hay de no-automatismo.
Incluso, desde una perspectiva científica, como la que pretende
adoptar el cognitivismo, puede afirmarse que el sujeto tal como
es entendido por la filosofía, como ser consciente y como lugar
de los qualia, no es más que objeto a, como lo es para Pascal se­
gún el análisis que hace Lacan de su famosa apuesta: “[...] el su­
jeto, antes de ser pensante, es primero a" (Lacan, 1968-69,149).
Podría resumirse en el ser en falta, en el agujero del goce, o en
el no hay relación sexual.
Un ser en falta debe ceder una libra de carne. Para ello debe­
ría ser algo orgánico, un cuerpo viviente. Como no se ha podido
hacer vida de la falta de vida, los biólogos han optado por crear
vida a partir de la vida. Y al no haber podido hacer inteligencia
con los chips de silicio, han pensado el proyecto de hacer com­
putadoras con chips orgánicos, es decir, con bacterias modifi­
cadas genéticamente. Pero la inteligencia artificial no ha avan­
zado en esta dirección. Es que habría que alimentar a la máqui­
na con algo que no fuera electricidad, y arreglárselas para elimi­
nar sus desechos. Hay una indudable vocación de pureza en el

97
Daniei. O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

uso de materiales no orgánicos como el silicio. Podría hablarse


de una vocación mineral que hace comprender por qué Lacan
relacionaba al discurso de la ciencia con la pulsión de muerte.
Parece que hacer inteligencia con el material de la vida obliga­
ría a hacer entrar en el juego al objeto desechado, y eso resulta
inaceptable si se trata de crear una mente digital sin cuerpo, sin
reproducción y sin muerte.
El objeto expulsado, abandonado, que retorna como Unheim-
lich, como algo inexpresable, y que siendo de lo real no pertenece
al saber en lo real que el científico busca, pero que es, sin embar­
go, objeto causa de esta cadena del S, que busca formar S -suje­
to sin hiancia-, hace que, epistemológicamente, cuando se intro­
duce en este saber al sujeto científico, y se hace la pregunta por el
deseo del cognitivista, se manifieste su saber como saber-hacer,
como una praxis. Entonces, debe estudiarse el proceso ciberné­
tico como una ética, es decir, como algo que busca ser, que bus­
ca ser porque no es, que busca reencontrar adentro lo que ha de­
jado afuera, eso que le es exterior y a la vez íntimo -es decir, eso
que le es éxtimo: su propio deseo de saber.

Ét i c a c i b e r n é t i c a

Se ve así que la cibernética pertenece al dominio del deber:


el deber de traducir lo teleológico, es decir, la búsqueda de los
fines, de las metas, en el producto de un saber sin finalidad, de
un saber determinista, pero con un determinismo, no al estilo
del que caracteriza a la idea física de causa, sino a la idea ma­
temática del fundamento -aunque necesita recurrir a la causa
física para hacer el pasaje de lo simbólico a la realidad-. La ci­
bernética, si se introduce en ella lo que deja afuera, a saber, el
objeto a, se presenta, al igual que el psicoanálisis, no como una
ciencia, sino como una ética. Pues más allá de la presencia y de
la ausencia a la que se reduce lo simbólico binario, está eso que
caracteriza al inconsciente según Jacques-Alain Miller:

98
Los limites del discurso del cognitivismo

“Aquí, entre estos dos registros de lo óntico que son el ser y el


no ser, está el lugar de lo que pide realizarse: se trata del regis­
tro de lo ético, dado que lo ético concierne a un tipo especial
de ser o de no ser, que es el querer ser Uno de los nombres
de este querer ser es deseo, aunque también se lo puede llamar
intención, demanda e incluso pulsión. Todos los conceptos ana­
líticos son del registro del querer ser." (Miller, 2010, 115-116)

¿Qué pasa con el grafo del deseo, entonces? ¿Es o no es el di­


seño de una máquina? ¿Se trata sólo de una especie de metáfo­
ra? ¿Es un falso grafo? De ninguna manera. Se trata de una má­
quina, pero está contaminada por sus entradas, lo cual hace que
también lo estén sus salidas, aun cuando la estructura que ins­
cribe en el registro simbólico es una estructura perfectamen­
te matemática. El deseo circula por la máquina de la estructu­
ra buscando salir realizado. Lo hace incluso utilizando a varios
hablanteseres, cuando se trata de un deseo compartido, con un
S( funcionando como una insignia. El grafo es una máquina en
la medida en que tiene entradas y salidas y un mensaje que cir­
cula de un modo orientado, modificándose en cada parada, pa­
rada que hace una traducción del mensaje en función de un de­
terminado código, un código supuesto, pues no existen traduc­
ciones canónicas.
Parafraseando a Miller, puede decirse que el S cibernéti­
co es un Otro, pero sin fallas, es decir, se trataría de lo mismo
que plantea Lévi-Strauss en El pensamiento salvaje, un incons­
ciente estructural, mientras que el de Freud es el inconsciente
como sujeto, en el sentido que da Lacan a este término, como
una falta en ser.
Pero, ¿qué significa esta falta en ser?, ¿cómo se relaciona esta
falta con un deseo que no puede terminar de ser integrado, con
un deseo absoluto que hace que no pueda concebirse una Auf-
hebung completa que haga coincidir el pensamiento de Lacan
con el de Hegel, coincidencia que el propio Lacan negaba al se­
ñalar que había probado suficientemente, con el tema del más
allá, que él no era un hegeliano?

99
T

Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

Cuando Lacan dice que Freud no hablaba de un análisis in­


terminable sino infinito, está indicando una clave de la cuestión.
Esa clave es desarrollada en el Seminario 7. Allí habla de Sade,
y de esa aspiración no sublimada hacia el goce de la Cosa (das
Ding) que lleva a un movimiento infinito de aniquilación -del
prójimo y de sí m ism o- en la forma de un suplicio eterno. Cla­
ro que en este caso Sade no deja de ir tras algo imaginario, pues
lo que define al deseo como tal es el ser deseo de deseo, es de­
cir, deseo de nada. No se trata de que esa Cosa esté en un infi­
nito potencial y abierto, al estilo aristotélico. Se trata más bien
de esa intensificación de la fuerza repulsiva del síntoma cuan­
do se intenta llegar a su ombligo, según la perspectiva de Freud.
Se trata de la imposibilidad de que el sujeto, barrado por el len­
guaje, alcance la dimensión del goce animal, que para él no es
nada. De ahí que a Lacan le parezca absurdo plantear el incons­
ciente en términos de una energética limitada por una fórmu­
la de conservación de la energía. Se trata, si se quiere, del Aqui-
les del significante buscando la tortuga de la Cosa. Para llegar al
goce siempre falta la mitad de la mitad de la m itad... Esto hace
estallar el grafo, genera una apertura hacia el infinito, dentro de
un espacio que es, sin embargo, limitado. Por eso Lacan repre­
senta geométricamente al sujeto, al sujeto neurótico, como un
toro -u n cuerpo geométrico en el que hay un agujero que rom ­
pe la perfección de la esfera-, cuyo recorrido en espiral da vuel­
tas siempre del mismo modo, formando una especie de espacio
tubular que es incapaz de integrar el círculo interior de aquella
Cosa que le está vedada, y que en realidad no es nada, o también
como un crosscap, que, como representación del plano proyec-
tivo, contiene un punto impropio que es el punto de fuga de las
representaciones del mundo en perspectiva.
El movimiento aniquilador que se produce cuando el signi­
ficante se mueve hacia el goce es la pulsión de muerte. Este tema
excede los límites del presente trabajo, pero debe indicarse como
el punto por el cual se destaca una relación entre lo simbólico y
el cuerpo viviente que no podría ser capturada por la relación
entre el software y el hardware de una computadora. Puede iden

100
Los límites del discurso del cognitivismo

tificarse ese más allá con el objeto a que el cognitivismo, para


desarrollar su proyecto, está obligado a aplastar bajo su metá­
fora del código binario desde el principio.
La ética cibernética se sostiene asociada a una ontología di­
ferente a la del psicoanálisis. La cuestión gira en torno al papel
del registro simbólico, pero enmarcada en la oposición entre
evolucionismo y creacionismo. En la visión analítica, como La-
can lo destaca en el mismo Seminario 7:

“Les demuestro la necesidad de un punto de creación ex nihilo


del que nace lo que es histórico en la pulsión. Al comienzo era el
Verbo, lo que quiere decir, el significante.” (Lacan, 1959-60,258)

Justamente, lo que marca la falla en el intento de Ereud por


dar un encuadre energético a la cuestión del sujeto, y que lo lle­
va a postular un más allá del principio del placer, demuestra que
lo simbólico subvierte totalmente el orden biológico, y no pue­
de ser enmarcado dentro de una ontología como la que está en
la base de la teoría de la evolución.
El cognitivismo, en cambio, se inserta en el interior del pro­
grama evolucionista, en la medida en que gira alrededor del con­
cepto de adaptación. Dice apoyarse en los descubrimientos de
la neurociencia y del evolucionismo, aunque fracasa constante­
mente en su intento por insertar lo simbólico dentro de estos lí­
mites que le resultan excesivamente estrechos. Lo que hace ac­
tualmente para armonizar sus propias pretensiones de inmor­
talidad del software frente a la mortalidad del hardware diseña­
do por el proceso de la selección natural, y que es al presente el
más adecuado para servirle a aquél de soporte, es postular un
futuro en el que el material sea un bien de intercambio, y sólo
la estructura simbólica conserve, paradójicamente, un carácter
que vaya más allá de lo metonímico. La idea es que se respetará
la identidad del grafo semántico de cada uno, tal como hemos
visto que Hofstadter lo plantea, mientras que los cuerpos reales
serán fabricados y sustituidos para sostener una eternidad en
el tiempo para ese grafo, para ese S sin falta: Donde la muerte

101
Daniel O mar Stchigel | tacan y la cibernética

era, la eternidad debe advenir. Con lo cual, dada la relación en­


tre muerte y sexualidad, la diferencia sexual debe ser suturada.
¿Cuál es, entonces, el objeto de deseo del cognitivista? Es la
creación del doble. Se trata de un concepto peculiar, desarrollado
por Freud en su escrito Lo ominoso. Ominoso es algo familiar y
a la vez extraño. Para Freud, se trata del retorno de algo que de­
bió quedar sepultado, de un deseo antiguo de inmortalidad que
se acompaña, al volver, de un afecto de terror. En los cuentos de
Borges se presenta magistralmente retratado. Es un hombre ge­
nerando otro hombre a partir del material de sus sueños, sin pa­
sar por el trabajo de la reproducción, trabajo que Borges descri­
be a la vez como inútil, igual que la reproducción de una ima­
gen en el espejo, que multiplica los entes innecesariamente. Sor­
prende justamente en el escritor este menosprecio y aprecio si­
multáneos por la multiplicación del yo imaginario, pero es com­
prensible si la pensamos en su diferencia. No es lo mismo crear
una imagen sin pasar por la sexualidad que pasando por ella.
Como en las dos caras del mismo significante de lo ominoso, la
multiplicación presenta, para el cognitivismo, una forma bue­
na, la de la inserción de la propia mente en el interior de la má­
quina, y otra mala, la de la generación de un nuevo ser huma­
no autónomo, surgido de un cruce de genes de ambos padres,
y que no garantiza la continuidad temporal de la propia mente.
Más bien contribuye a la evidencia de la propia caducidad, del
propio ser para la muerte.
Para el psicoanálisis, el deseo es deseo de saber, de saber so­
bre esa relación sexual que no existe, y, como todo deseo, se
paga caro, se paga con goce. También el cognitivismo está bajo
la misma ley. El cognitivista quiere saber, y paga con goce ese
saber, como lo hace el científico. Pero desconoce el goce que ha
debido pagar para alcanzar ese saber, con lo cual su saber es in­
completo, y a la vez ignora que lo es, y en qué medida. El psi­
coanalista no desconoce el precio de su deseo, que es deseo de
dar a saber. Sabe que ese deseo se paga caro, pues implica ser lo
que habrá de ser desechado para que el analizante logre el saber
de su propio deseo y de lo que debe pagar por ese deseo. Ade­

102
Los límites ileí discurso del cogititivismo

más, ese deseo es deseo de deseo. Y si el deseo es dolor, no se le


puede prometer al sujeto la desaparición de todo dolor con una
perfecta adaptación al medio. Eso implicaría convertir al sujeto
en una cosa, en una cosa que demanda pero no desea, pues de­
manda con un mensaje que siempre puede ser consentido y sa­
tisfecho por el gran Otro.

C O G N I T I V I S M O Y PSIC OANÁLISIS: SU POSICIÓN EN TO R NO


AL SÍN T O M A

El hecho de que haya una diferencia insalvable entre psicoa­


nálisis y psicoterapias no pasa sólo por la cuestión de lo simbó­
lico, que es una cuestión de lógica y de ontología, enmarcadas
en la oposición entre binarismo y no-binarismo, y entre evolu­
cionismo y creacionismo, sino también por las dimensiones es­
tética y ética, que son igualmente diferentes en ambas maneras
de entender al sujeto.
Al analizar el discurso del cognitivismo -o programa de in­
teligencia artificial, fuerte o débil-, se ha señalado que establece
un S, a partir del cual construye su saber. Eso indica que obede­
ce a las fórmulas de la sexuación masculina: hay Uno que que­
da afuera del saber, el uno que manda, y luego un saber que se
pone a trabajar dentro de los límites demarcados por ese Uno
que queda afuera. Incluso, puede decirse que en el cognitivis­
mo no hay separación entre el saber y su sentido. El símbolo no
sale nunca de su esfera. En el discurso analítico, en cambio, el
que manda, el analista, toma el lugar de lo inefable, del objeto
a, justamente de aquello que el discurso cognitivista deja afue­
ra. Como dice Miller en El banquete de los analistas, la posición
del analista corresponde a las fórmulas de la sexuación femeni­
na. El analista acepta un no-todo, en el sentido de un no todo es
simbólico. Entonces, el analista debe hacer entrar también en su
saber, es decir, en lo simbólico, al menos un significante para lo
imaginario y al menos un significante para lo real. Incluso hace
introducir una letra que no es realmente un significante, que es

103
'—

Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

O -el falo simbólico, distinto de <p, que es el falo imaginario-.


Por eso, puede decirse que los nodos del grafo del deseo no son
totalmente codificables.
Hay, por ejemplo, una letra para el A, es decir, para el gran
Otro, el tesoro mismo de los significantes. Ese A, para el Estruc-
turalismo, es completo y consistente. Es lo que sostiene Jakob-
son, y Lacan comparte esa tesis, en el sentido de que “lo que no
se podrá expresar en dicha lengua, pues bien, simplemente no
será sentido ni subjetivado” (Lacan, 1960-61, 273). Pero pensar
eso iría en contra de las fórmulas de la sexuación, que establecen
que para que haya un Todo debe haber un Uno que quede afue­
ra, lo cual anula la consistencia del sistema, o bien hay que sos­
tener el no-Todo, con lo cual se garantiza la consistencia, pero se
pierde la completitud. Esto es algo que ocurre con cualquier siste­
ma simbólico que al menos pretenda formalizar la aritmética ele­
mental, como lo prueba el teorema de Gódel, para el cual siempre
hay al menos una verdad que queda afuera del sistema. Y la arit­
mética elemental es el mínimo sistema simbólico necesario para
que exista un lenguaje escrito, como sostiene Lacan al hablar de
la marca que el hombre prehistórico dejó en el hueso, rasgo una-
rio que -puede decirse, dentro de un discurso mítico- le permi­
tió empezar a recordar, al poder empezar a llevar la cuenta de los
animales que cazaba (Lacan, clase del 6 de diciembre de 1961).
En última instancia, la decisión ética que separa al psicoa­
nálisis del cognitivismo, está en optar por una epistemología
finitista o por una infinitista. El cognitivismo opta por la fini-
tud, como lo hace toda disciplina científica, salvo la matemá­
tica, pero deja algo afuera -el objeto a causa de deseo-, lo cual
hace que se encuentre con que toda regla que establece term i­
na encontrándose siempre con anomalías, es decir, con excep­
ciones. El psicoanálisis no pretende dejar nada afuera, pero eso
mismo le impide cerrarse en una totalidad completa. Lacan re­
suelve el problema de la infinitud convirtiendo el espacio infi­
nito de la estética -teoría de la sensibilidad- de Kant en el pla­
no proyectivo de Monge, que introduce en el campo finito de la
percepción el punto de fuga.

104
Los limites del discurso del cognitivistno

Básicamente, lo que se opta o no por dejar afuera apunta tam ­


bién a una dimensión que se podría llamar estética. El cogniti-
vismo nunca considera lo que Lacan llama el horror de lo real.
Frente a lo que aterra pone un velo tranquilizador, el velo de los
propios significantes, el velo de la armonía de su saber, que nun­
ca deja lugar a toda la crudeza de las formas del sufrimiento. Por
eso su objetivo sigue un criterio médico cuando se aplica tera­
péuticamente. Su lema es: siempre se puede hacer algo para me­
jorar el nivel de vida del paciente -del padeciente. Pero al velar el
acceso a lo real, el saber se convierte en un fetiche. Hay que re­
cordar el papel que cumple el velo en el fetichismo. Se justifica
considerar que el S sin barrar es un fetiche del cognitivismo, si
se tiene en cuenta que, desde la perspectiva de Lacan, el fetiche
es un significante tomado como objeto, que encubre la falta en
el Otro, y que produce satisfacción inmediata.
Justamente, lo que Husserl le va a criticar a la ciencia moder­
na es que cubre la cosa misma con un ropaje de ideas. Solo que
Husserl no advierte que es la falta de esa Cosa lo que se cubre.
Se trata de un fetichismo simbólico, por el cual la cadena de los
significantes esconde la nada que está más allá del objeto, ob­
jeto que en este caso es el sujeto, concebido como un sujeto sin
falta, sin hiancia, es decir, justamente, como una cosa -no en el
sentido de das Ding, sino de die Sache-, como un objeto-cosa -
como un tema del discurso.
Habría que tener en cuenta que en el enfoque psicoanalíti-
co hay una falta, que es un más-allá del objeto, mientras que las
psicoterapias tienen más bien un concepto de falla, que consis­
te en un más-acá del objeto. Esa falla es una distancia que sepa­
ra al S real, o individuo, del S ideal, entendido como producto
del S2, del saber cognitivo. Es, si se quiere, una posición plató­
nica acerca de la cuestión. El hacer, en las psicoterapias, no tie­
ne que ver con un hablar, sino con un entrenamiento cogniti-
vo-conductual. En el conductismo clásico, el S producto del sa­
ber no era él mismo un saber. El saber del científico era un sa­
ber acerca de la conducta. Pero, con el surgimiento del cogni­
tivismo, el saber del científico coincide con el saber que consti­

105
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

tuye al S, al sujeto completo. Si se habla de conducta, es porque


la conducta es un signo -n o un símbolo, sino un signo, como el
humo es signo del fuego- de que hay una falla en el saber. Una
fobia, por ejemplo, es un signo del desconocimiento de la fal­
ta de peligro que hay en el objeto al que se teme en la fobia. Por
eso se entrena al individuo para desacondicionarlo, para desacti­
var ese afecto que acompaña al desconocimiento en cuestión. El
afecto es una condición de supervivencia, siempre que se adap­
te a la realidad, y lo que regula esa adaptación es el S2, el saber
acerca de lo real -entendido como la realidad cotidiana, a la que
se le deniega su carga simbólica-. Por ejemplo, para explicar la
conversión del llanto del niño en llamado y demanda, el famo­
so cognitivista Marvin Minsky se pregunta cómo construir un
robot con recursos que le permitan satisfacer necesidades, que
sea, entonces, un robot animal. Una vez que sepamos qué se
requiere para hacer un robot que funcione como un humano
normal, es decir, como un animal bien adaptado al medio, sa­
bremos qué recursos le faltan a aquellos que no son normales,
y cómo suplir esa carencia o falla (Minsky, 2010, 33). El deseo,
en estos enfoques, es reducido a una sofisticación de las nece­
sidades humanas, que son siempre necesidades de superviven­
cia, lo cual genera grandes confusiones a la hora de dar cuenta
del hecho mismo del don como signo de amor. Si las madres de
los mamíferos están junto a sus crías, según el cognitivismo, es
debido a las chapuzas de la evolución, que hace lo mejor posible
para lograr la adaptación al medio con los recursos con los que
cuenta, recursos legados por el azar de las mutaciones genéticas.
Si se tiene un caso más difícil de tratar que una fobia, como
es el del autismo, cuya definición sígnica o sintomática se mues­
tra imposible -al punto que los propios autistas han reivindica­
do su derecho a ser autistas y a ser tratados simplemente como
humanos diferentes, lo cual ha generado una gran confusión en
los medios psicoterapéuticos, como puede verse consultando el
artículo autismo de la Wikipedia-, la idea es la siguiente: se con­
sidera al autista como humano, en la medida en que es hijo de
humanos -lo cual significa que porta genes humanos, aunque

106
Los límites del discurso del coguitivismo

posiblemente en algunos puntos con un mensaje que tiene una


falla-. En realidad, la identificación con un humano viene sobre
todo de la imagen corporal total, esa misma que opera en el es­
tadio del espejo y hace vivir la distancia entre los movimientos
descoordinados del cuerpo y la armonía gestáltica de esa ima­
gen. Que sea humano implica que es un S, aunque la contraria
no se da necesariamente -en principio, un S podría no ser hu­
mano, por ejemplo, podría ser una computadora inteligente-,
Pero se trata de un S fallado, como se deja ver por signos com-
portamentales que apuntan a fallas cognitivas. Se trata de acer­
car, entonces, lo más posible, a ese S fallado hacia el S que es pro­
ducto del S2cognitivista (Meyer et al., 2007, 420-426). Eso pue­
de lograrse de muchas maneras, que a veces se combinan: tra­
tamientos químicos, creación de reflejos condicionados, modi­
ficaciones en el ambiente físico y social para forzar un desplie­
gue de recursos que optimice la adaptación, uso del juego o del
interés en ciertos objetos para acercar al sujeto fallado al sujeto
ideal normal, mediación a través de animales inteligentes o afec­
tuosos con los que pueda identificarse -caballos, perros, delfi­
nes-, etc. Esta es la manera en que se presenta el algo puede ha­
cerse, que, como dice Miller, equivale a decir ¿algo le falta?, no­
sotros le ayudaremos a encontrar eso que lefalta. Este optimismo
contrasta con el testimonio que se encuentra en páginas de In­
ternet en las que los padres de hijos autistas tratan de ayudarse
unos a otros, por ejemplo, cuando se enfrentan al hecho de que
sus hijos buscan satisfacción autoerótica, anal o fálica, y lo ha­
cen a veces delante de cualquiera, y de una manera exagerada,
que tiende hacia lo autodestructivo. De esas cosas, en los libros
para padres autistas, no se habla.
Se observa así que, en las psicoterapias cognitivistas, el S sin
fallas sustituye al falo simbólico, cuya circulación entre los ac­
tores del triángulo edípico organiza la inserción del sujeto en el
sistema simbólico que regula las relaciones de parentesco, y que
no es propiedad de nadie en particular.

107
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

MÁS ALLÁ DE LA PSICOLOGÍA: ÉTICA, ESTÉTICA Y ONTOI.OGÍA

En el debate entre psicoterapias y psicoanálisis, como se ha


señalado, están implicadas las dimensiones fundamentales de lo
que tradicionalmente han sido disciplinas filosóficas. Hay im­
plicadas aquí una ontología y una lógica, pero también una éti­
ca y una estética. Sin considerar estas dimensiones, no es posi­
ble dar cuenta del abismo que separa estas dos miradas acerca
del sujeto que se sustentan por igual en los aportes de la teoría
de la información y de la cibernética para la comprensión del
registro simbólico.
El problema del psicoanálisis es más ético que psicológico -
es decir, que perteneciente a ese ámbito de la ontología especial
llamado psicología. Lo era para el propio Freud desde que en el
Proyecto de psicología para neurólogos, habló directamente de
las relaciones entre el placer y la realidad, algo señalado por La-
can a lo largo de todo el Seminario 7. Más tarde, en el Semina­
rio 11, Lacan reafirma el carácter ético del psicoanálisis al reite­
rar el imperativo freudiano que define el fin del análisis: Wo Es
war solí Ich werden, donde Ello era, Yo debo advenir. Ya en los
seminarios anteriores queda claro que las tres dimensiones cen­
trales del sujeto para el psicoanálisis son el principio del placer,
el principio de realidad y el más allá del principio del placer, di­
mensiones que encuentran su lugar en el grafo del deseo, cuan­
do Lacan plantea que el primer nivel discursivo del grafo va del
placer a la realidad, pues se demanda placer y se obtiene reali­
dad, mientras que el piso superior, correspondiente al exceden­
te de deseo, es el más allá -se entiende, el más allá del principio
del placer, donde se juega la cuestión de la verdad de la palabra
plena, en la que lo inconsciente alcanzaría su desciframiento
gracias al análisis, una verdad que, atravesada por el significan­
te, tiene estructura de ficción en el sentido de Bentham.
¿Cuál es esa verdad que viene a revelar el psicoanálisis y que
lo diferencia de cualquier psicología, incluyendo la psicología
cognitivista? Lo dice Lacan en pocas palabras:

108
Los límites del discurso del cognitivismo

“Pues bien, el paso dado, a nivel del principio del placer, por
Freud, es mostrarnos que no existe Soberano Bien -que el So­
berano Bien, que es das Ding, que es la madre, que es el obje­
to del incesto, es un bien interdicto y que no existe otro bien.”
(Lacan, 1959-60, 88)

Esto significa que no hay un Bien Supremo, al estilo platóni­


co, al cual sea posible acercarse tanto como esté al alcance del
hablanteser. Lo que hace entrar a los hombres en la cultura, en
el dominio de la palabra, es justamente el mandato que prohí­
be el incesto, y que hace que el buen objeto esté perdido para el
hombre desde el principio -aclarando que se trata de buen objeto
justamente a partir del momento mismo en que la ley lo prohíbe,
justamente como la prohibición es origen del mal para Kierke-
gaard, porque establece la diferencia entre lo bueno y lo malo-.
Por eso, el deseo apunta siempre a un más allá de la demanda, y
nunca puede ser satisfecho. Por eso, la satisfacción esencial del
hombre es la del hecho mismo de desear.
Justamente esto es lo contrario de lo que afirma el cogniti­
vismo. Para el cognitivismo, que sigue en este sentido al ilumi-
nismo, el ideal del Supremo Bien existe. Se trata del S como su­
jeto sin fallas, que además está constituido por la cadena signi­
ficante. Ese bien no es das Ding, la cosa, sino die Sache, el tema,
la cosa articulada por el lenguaje. Para el cognitivismo no exis­
te un más allá del principio del placer. El sufrimiento es sólo un
producto de la falta de adaptación a la realidad. Placer y reali­
dad coinciden. Lo que está más allá del placer y de la realidad
es una falla, una falta de regulación homeostática entre el me­
dio interno y el externo. Esa homeostasis es lo deseado, pero se
trata del deseo no como deseo del sujeto, sino como deseo pú­
blico, como deseo social. Es el Otro quien es capaz de dar a cada
uno de acuerdo a su necesidad. Sólo que en vez de modificar
revolucionariamente la realidad para adecuarla a la necesidad,
modifica la necesidad para adecuarla a la realidad. Revolucio­
nar es revolucionarse. La adaptación define para el cognitivis­
mo el Supremo Bien.

109
Daniel O mar Stchigel | Lacany la cibernética

¿Cuál es, entonces, la ética que está detrás del discurso cog-
nitivista? ¿Da Lacan algún indicio acerca de dónde encontrarla?
Así es, y justamente lo hace en el seminario que dedica a la éti­
ca del psicoanálisis. La del cognitivismo es una ética netamente
iluminista, enmarcada en el contexto de la revolución científica
moderna, y cuya conexión con la epistemología Lacan no deja
de señalar: la ética kantiana.
¿Por qué la ética kantiana? Porque si la modernidad se ha­
bía encargado de desterrar del macrocosmos todo elemento
sexual-pasional, Kant se ve en el deber de hacer lo mismo en
el ámbito del microcosmos -es decir, del sujeto-, de manera
tal que para él todo objeto de pathos -en el doble sentido de
pasión y de patología- debe ser reprimido para que el hom ­
bre alcance el bien.
¿Y cómo se debe traducir hoy en día el imperativo categórico
kantiano que tiene como contracara el destierro de esos objetos
de goce, que Sade, como un Kant en espejo, va a resaltar hacién­
dolos el centro de su propio imperativo? En esto no hay dife­
rencia entre el momento actual y aquél en el que Lacan escribe:

“En el punto de nuestra ciencia al que hemos llegado, por ende,


una renovación, una actualización del imperativo kantiano po­
dría plantearse así, empleando el lenguaje de la electrónica y
de la automatización: Actúa de tal suerte que tu acción siempre
pueda ser programada.” (Lacan, 1959-60, 96)

Aquí, la palabra programada tiene el mismo sentido que en


una forma de terapia llamada programación neurolingüística,
que pretende llevar a un control voluntario de la cadena de los
significantes al servicio de la integración social.
Si bien esto que hizo Kant, para Lacan, coincide con un aleja­
miento de la idea del Supremo Bien, sólo prepara ese alejamien­
to. La de Kant no es la respuesta freudiana al problema moral.
La diferencia entre las dos soluciones está en la cuestión de la
represión, que se va a resumir en el nuevo mandamiento esta­
blecido por Lacan: no cederás en tu deseo -lo que Lacan dice,

110
Los lim ite s d e l discurso d e l cogititivismo

en realidad, es que de lo único que se puede considerar culpa­


ble un sujeto es de ceder en su deseo-.
¿Ks el cognitivismo una realización del imperativo kantiano?
Sí, pero hay una diferencia. Como señala Lacan, para Kant hay
un único correlato afectivo que queda en pié si se obedece a la
ley moral. Al perjudicar todas las inclinaciones, esa obedien­
cia sólo puede producir dolor. En ese sentido, no hay diferen­
cia con el imperativo del Marqués de Sade: ¡Goza! Ese imperati­
vo lleva igualmente al dolor, del prójimo, y por añadidura tam­
bién del yo. ¿Cuál es la propuesta del cognitivismo? El cogniti­
vismo propone una sumisión sin dolor. Por ejemplo, si alguien
tiene fobia a los lugares cerrados con mucha gente, debe hacer
el ejercicio de obligarse a sí mismo a permanecer en un café lle­
no de gente la mayor cantidad de tiempo posible. Eso eviden­
temente no puede producir más que dolor. Pero entonces viene
en ayuda la medicina, a través de medicamentos que impiden
la secreción de las sustancias químicas que sirven de base física
al significante dolor. Eso, claro, altera la homeostasis del cuerpo
viviente, pero como un hígado resistente y unos buenos riño­
nes son capaces de liberar del cuerpo los medicamentos, a tra­
vés de una serie del tipo 1-1+1-1..., cuyo límite es Vi -es decir,
la mediocridad-, si la persona no olvida tomar periódicamente
dicho medicamento, es posible lograr que ese dolor no se per­
ciba a nivel consciente.
Esta es, entonces, la nueva utopía moral: represión sin dolor,
un para todos, una máxima universal, que no deja a nadie afue­
ra, que no necesita cerrar esa totalidad completa, aunque lo que
hace es llevar al máximo nivel el ignorar lo que queda más allá
de la demanda. Podría decirse que hay aquí un retorno al ideal
del médico. Cuando I.acan interroga a los psicoanalistas que lo
escuchan les dice:

“¿Qué bien persiguen exactamente en relación a su paciente?


[...] Tenemos que saber en cada instante cuál debe ser nuestra
relación efectiva con el deseo de hacer el bien, el deseo de cu­
rar. (...) se podría de manera paradójica, incluso tajante, de­

111
Daniel O mar Stchigel | L acanyla cibernética

signar nuestro deseo como un no-deseo de curar (...) contra


la trampa benéfica del querer-el-bien-del-sujeto.”

Y agrega luego:

“Pero entonces, ¿de qué desean ustedes curar al sujeto? (...)


curarlo de las ilusiones que lo retienen en la vía de su deseo.”
(I.acan, 1959-60, 264)

Aquí se deja notar claramente cuál es la diferencia entre el


deseo de quien ejerce cualquier terapia psicológica, por ejem­
plo la cognitivista, y el deseo del analista. En un caso, se trata de
curar, en el sentido de hacer un bien, es decir, dar placer, den­
tro de los límites de la realidad. En el otro caso, se trata de que
el analizante tome la vía de su deseo, un deseo que ya sabemos
que está más allá del principio del placer, y por lo tanto, parafra­
seando a Nietzsche, más allá del bien y del mal -aunque Lacan
diría, simplemente, más allá del bien, entendido como ese Bien
Supremo, que es, más bien, el Supremo Mal, es decir, el incesto.
En cuanto a la estética, también es totalmente distinta en am­
bos casos. En el caso del análisis, como lo señala Lacan al co­
mienzo de su brillante exposición de la Antígona de Sófocles, se
trata de dejar ver lo verdadero, el horror de lo real, en la forma
de un espejo reflectante que nos devuelve el carácter aniquila­
dor de nuestro propio deseo, dejándonos perplejos. ¿Qué suce­
de en el cognitivismo? Como está enmarcado en el ideal, en el
ágalma -para decirlo con un término que toma Lacan en el Se­
minario 8 extrayéndolo de El Banquete de Platón- de un ajus­
te perfecto entre Innerwelt y Umwelt, es incapaz de dejar ver, a
través del deslumbre de lo bello trágico, lo que se esconde más
allá. Su estética es, entonces, una estética-pantalla, una estéti­
ca que no deja ver, sobre la que inscribe la armonía de un sa­
ber, de un S2 en la forma de un grafo como el que utiliza Hofs-
tadter para mostrar las relaciones entre sus conceptos, entendi­
dos como símbolos, cuyos sostenes fonéticos no cumplen nin­
gún papel capaz de transgredir el código del gran Otro, enten­

112
Los límites del discurso del cognitivismo

dido como un Otro estructural, sin falta. Puede hablarse aquí de


ágalma, por tratarse de algo que sirve como señuelo del amor,
pero que sólo pone algo en un lugar donde está ese vacío que
caracteriza a la ausencia de la Cosa.
El S sin fallas que resulta del saber cognitivista genera un fe­
nómeno de pantalla, como el de un cuadro, que apacigua la pul­
sión escópica. El cognitivismo da a ver un sujeto sin fallas que
no nos perturba con su propia mirada. Una computadora, un ro­
bot, no miran. Cuando algunos críticos del cognitivismo señalan
que deja de lado los qualia, que es lo que constituye la mancha
que cae sobre el cuadro, esa mancha que también aparece como
algo indefinible en el caso Juanito, esa mancha que lo mira des­
de el caballo y lo atemoriza, notan algo que efectivamente fal­
ta. ¿Pero dónde falta esa mancha? Se supone que falta en el in­
terior de la conciencia del S. El S, se dice, opera mecánicamen­
te, a partir de algoritmos que permiten una sustitución de unos
signos por otros. Es el ejemplo de la habitación china de Searle:
alguien podría contestar preguntas en chino sin entender nada
de chino. Basta con un manual de instrucciones que indique qué
ficha debe entregar a cambio de cuál otra -justamente, de eso
se trata en los discursos que no sean de semblante, se trata de
desarrollar cifras puras que carecen de sentido-, Claro que esas
instrucciones sí deben ser algo que se pueda entender, pero en­
tender es aquí, simplemente, actuar, actuar a nivel material, no
a nivel del significante. Así se supone que opera una máquina.
En cambio, un hombre es un ser consciente, y además ve m an­
chas, ve qualia. Se nota que este planteo permanece en el domi­
nio filosófico, el de la representación. Ahora bien, lo cierto es que
de un otro-yo sólo se capta la imagen, esa misma imagen que
el yo (moi) proyecta en el espejo. Pero lo que perturba del otro
no es esa imagen, que en un robot se puede hacer lo más cerca­
na posible a la de un ser humano. Lo que perturba es la mira­
da del otro, el sentirse observado por el otro. Eso implicaría que
el otro tuviera una pulsión escópica, pero, como se ha visto, el
objeto a es excluido de entrada por el cognitivismo, que lo deja
fuera de juego para construir su saber. Por eso el problema de la

113
Daniel O mar Stchigel | Lacany la cibernética

consciencia, que es, en realidad, el problema de la pulsión escó-


pica, es reducido por el cognitivismo a la nada. De este modo, el
S, al no tener conciencia, no mira, y eso produce el tipo de apa­
ciguamiento que otorga el cuadro. Por eso, en el test de Turing,
los participantes, hombre y autómata, deben ser puestos detrás
de una pantalla. De esta manera, el cognitivismo intenta lograr
lo que es parte del proyecto de la ciencia moderna: eliminar lo
que Lacan llama la esquizia de la mirada. Como señala Lacan,
no sólo uno mira aquello que se le da a ver, sino que detrás de
eso, de la pantalla, se busca lo que nos mira. Lo que hace el cog­
nitivismo, al negar que haya algo que pueda llamarse conscien­
cia, es hacer que el otro, el pequeño otro, sea concebido como
algo que en realidad no mira. Toda la operación por la cual la
modernidad ha ido borrando toda huella de algo que nos mira
en la naturaleza llega así a su culminación pacificadora. Pacifi­
cadora porque el S no tiene pupilas absorbentes capaces de co­
mernos con la mirada, y a la vez alimenta las ansias que tiene el
sujeto de saber, de ver, lo que se esconde detrás de eso que en
el otro nos mira. Se supone un más allá de esa falta, que es una
plenitud de mecanismos inconscientes que están al servicio de
la adaptación. Pero el intento es tan inútil como el de Macbeth
por borrar la mancha de sangre, mancha que ni toda el agua del
mar podría borrar (Lacan, clase del 24 de enero de 1962).
Continuando con la distinción entre el objeto del deseo y el
sujeto de amor, es decir, entre el erómenos y el erastés, tal como
los distingue Lacan siguiendo a Platón en su Banquete, puede
decirse que el proyecto cognitivista consiste en lo contrario del
movimiento del amor. El sujeto es el objeto a del cognitivista,
es aquello que el cognitivista ama, aquello cuyo secreto atracti­
vo, cuyo ágalma, el cognitivista quiere revelar detrás de su mi­
rada, mirada a la cual considera sólo un velo. El cognitivista no
se deja hipnotizar por la mirada del sujeto sufriente. Para él, una
expresión de sufrimiento es sólo el signo -n o el significante sino
el signo- de una falla en el proceso cognitivo. No importa si esa
falla procede de problemas físicos o de problemas de formación
de malos hábitos, o si son resabios del carácter chapucero del

114
Los límites del discurso del cognitivismo

proceso de la selección natural. Pero lo central aquí es que el ob­


jeto causa de su deseo, para el cognitivista, debe ser concebido
como algo que engaña, como un falso brillo. Su manera de amar
a ese objeto es deslucirlo, es borrar ese brillo, es mostrar detrás
de esa mirada un montaje de engranajes que encarnan una ca­
dena significante, que es la del propio saber del cognitivista. Se
trata, entonces, de mostrar que el ágalma es palea, desecho de
un proceso evolutivo ciego. Eso haría pensar que el S sería un
a, a la inversa, entonces, que en el caso del analista, pues mien­
tras el analista se convierte en desecho, el cognitivista convierte
en desecho a su objeto. Pero de ser así, de alcanzar su objetivo,
¿no debería perder ese objeto amado todo su atractivo, a me­
nos que hubiera algo de perverso en esa atracción? En realidad,
el cognitivista pretende mejorar a su objeto, elevarlo, ilustrarlo.
Es inevitable comparar este movimiento con el de cierto com­
portamiento propio de algunos homosexuales, lo cual también
está aclarado en el Banquete, donde el objeto de amor tiene esta
condición de jovencito imberbe, y el sujeto que lo ama se pone
en situación de maestro, de educador. No es otra cosa que aque­
llo que para Freud constituye el único rasgo de diferenciación
sexual que encontramos en el inconsciente: la diferencia entre lo
activo y lo pasivo. No importa qué tanto se disfrace de recipro­
cidad democrática, la relación del cognitivista con su paciente
es la de quien sabe con quién no sabe. ¿Cómo puede estar segu­
ro, de lo contrario, de saber lo que el paciente necesita saber, el
cambio cognitivo que requiere para readaptarse a la sociedad?
De todos modos, en ese objeto de amor hay algo que motiva
también a mantener intacto el deseo. El cognitivista desea saber
cómo se produce el engaño, es decir, de qué modo la palea pue­
de devenir ágalma, cómo ese montaje de engranajes neuronales
puede devenir mirada. Para eso, debe suponer que la palea ha re­
cibido, por un azar afortunado, una tyché que ha resultado adap-
tativa, el carácter de una totalidad simbólica, es decir, de un sis­
tema significante. Ese sistema significante, al poder referirse a sí
mismo -algo que para Lacan no puede suceder, pues el signifi­
cante no hace más que referir un sujeto para otro significante-

115
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

genera autoconciencia. Este proceso simbólico produce una es­


pecie de efecto de sentido que es puramente imaginario, el lla­
mado yo, al cual, como se ha indicado, Douglas Hofstadter de­
fine como “una alucinación alucinada por una alucinación”, que
es como el Barón de Miinchausen saliendo de un pozo al tirar
de sus propios cabellos. Dejando de lado ese efecto de sentido,
la organización significante de la palea llamada materia gris -lo
que Freud llamaba el Real lch- tiende a una homeostasis llama­
da salud mental, que consiste en que en ella se refleje la realidad,
pero no de cualquier forma, sino en la forma de un Lust lch. De
hecho, el Unlust se produce cuando el Real lch no logra reflejar
la realidad debido a errores cognitivos. Es decir, algo en el orden
de la representación distorsiona ese reflejo, haciendo que sea re­
presentado como algo que no es -p o r ejemplo, las arañas se re­
presentan como algo Vnheimlich, cuando en realidad no hay nada
que temer-. Es el sujeto el que para el cognitivismo está fallado,
y debe reacomodarse a lo real, cuyo conocimiento está en el psi­
cólogo cognitivista, con el cual debe, entonces, realizar una iden­
tificación. Así es posible eliminar los malos símbolos, igual que
la genética pretende eliminar los malos genes {bad genes). Se tra­
ta, entonces, de que haya una armonía, una concordancia con la
realidad, que se espera que genere placer, pero, si no lo hace, allí
está la industria farmacológica para reajustar lo que en la mate­
ria, en la materia gris, no se acomoda al buen funcionamiento de
los símbolos. Como dice Lacan en el Seminario 8:

“Hagamos este esfuerzo para desentrañar qué es la individua­


ción, el instinto de la individualidad, en tanto que la individua­
ción tendería como nos lo explican en psicología, a reconquis­
tar para cada una de las individualidades, mediante la expe­
riencia o mediante la enseñanza, toda la estructura real. No es
un asunto sin importancia, y no se llega a concebirlo sin la su­
posición de que ya estaría al menos preparada para una adap­
tación, o una acumulación adaptativa. El individuo humano,
como conocimiento, sería ya la flor de conciencia al término
de una evolución.”

116
Los límites del discurso del cognitivismo

Y agrega: “Esto, yo lo pongo profundamente en duda” (La-


can, 1960-61, 116). Justamente, el individuo humano, como co­
nocimiento es lo que significa el S para el cognitivismo.
Este S no tiene hiancia, lo cual significa que, topológicamen-
te, equivale a una esfera. La totalidad de los significantes de un
S perfectamente adaptado es la esfera perfecta de la que habla
Aristófanes en el Banquete platónico. Cualquier sujeto fallado
es sólo una esfera con magullones, y las terapias cognitivo-con-
ductuales ayudan a que, haciendo fuerza, como quien se tapa la
nariz y sopla hacia adentro, se recupere la forma perfecta por un
proceso de transformación continua. Es este el sentido del deli­
rio de infatuación, el creerse lo que se es, como en el caso del rey
que se cree rey, que está tan loco como el que lo cree sin serlo.
La topología del sujeto lacaniano es, por supuesto, totalmente
diferente. Si se representa con el crosscap, es claro que la opera­
ción psicoanalítica no puede ser de alisamiento, de transforma­
ción continua. Y no puede serlo porque esa topología está nece­
sariamente cortada, cortada, justamente, por lo que para Lacan
es el núcleo del aporte de Freud a la comprensión del hombre:
la castración. Ya el modo de usar el corte, el corte de sesión, en
la práctica del psicoanálisis lacaniano, muestra su distancia con
toda terapia apoyada en una psicología cognitivo-conductual. Si
se considera la forma más simple de representar la relación en­
tre demanda, identificación y deseo, puede decirse que el sujeto
fallado, para la terapia cognitivo-conductual, posee demanda,
como una excresencia que no llega a dibujar un ocho interior
completo, y esa demanda se cierra cuando se logra la identifica­
ción con el terapeuta, a través de los ejercicios que éste le man­
da hacer al sujeto fallado. ¿Qué pasa con la otra oreja del ocho
interior, la del deseo? Simplemente no existe. Hay demanda, de­
manda de salud, pero no hay un más allá del principio de pla­
cer-realidad. Cuando se reparan las múltiples abolladuras, una
por una, se recupera la forma esférica del S, gracias a la identi­
ficación con el SS, con el sujeto saber, que es el terapeuta. El te­
rapeuta es el motor inmóvil de Aristóteles, supremo bien que
mueve por atracción. Sólo que es un motor móvil, pues sabe

117
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

el camino que lleva a su propia esfericidad. Es una ameba que


tiende brazos hacia los sujetos fallados, pero no está magulla­
do, lo hace irradiando su propia sobreabundancia de normali­
dad, como el Uno plotiniano.
Si la esfera es peirar, el límite, el deseo, que siempre sobrepa­
sa el límite, es lo ápeiron. Mientras el cognitivismo toma parti­
do por la finitud, por el límite, el psicoanálisis se enfrenta a lo
ilimitado, el infinito camino que lleva del significante a la Cosa,
sin que nunca la alcance, igual que Aquiles no es capaz de alcan­
zar a la tortuga. Es la oposición entre la homeostasis del princi­
pio del placer sumado al principio de realidad, frente al más allá
del principio del placer. El átopos que representa el eterno jue­
go socrático con el significante es, para Lacan, un anticipo del
descubrimiento de Freud. Como dice Lacan en el Seminario 16:

“En su terreno la experiencia analítica señala en alguna parte


el punto al infinito de todo lo que se organiza en el orden de
las combinaciones significantes. Este punto al infinito es irre­
ducible, por cuanto concierne a un goce que queda como pro­
blemático.” (Lacan, 1968-69, 301)

En cuanto al cognitivismo, si para éste el sujeto desmantela­


do, el sujeto vuelto palea, materia gris, brilla como ágalma, es
porque se trata de un objeto elevado a la dignidad de la Cosa.
Es decir, hay aígo que en esa materia gris ha aparecido por azar,
algo que la hace brillar, y que es, curiosamente, la estructura,
y más específicamente, la estructura simbólica. Una estructu­
ra que puede encarnar en cualquier otra materia, adquirien­
do el carácter propio de esa Cosa que no está y nunca estará,
que es la inmortalidad. Ese brillo es un epifenómeno, un ador­
no, un sobreañadido que caracteriza al animal humano, que se
ha mantenido no porque brille, sino porque lo hace capaz de
adaptarse más allá de su tiempo y espacio propios. Se trata de
algo que tiene efectos topológicos, y que tiende hacia un ideal
de adaptación perfecta en todo tiempo y en todo lugar. Allí ra­
dica su atractivo.

118
Los límites del discurso del cognitivismo

Es de por sí paradójico que el sujeto sea objeto elevado a la


dignidad de la Cosa, pero allí radica su carácter de S, de sujeto
no barrado, no castrado. Al S nada le falta. El S tiene necesida­
des, no deseos, y demanda un saber acorde con ellas, cuando su
saber está fallado y le impide adaptarse. Lo simbólico sólo cum ­
ple el papel de adaptar mejor a condiciones más diversas, pero
no implica lo que implica para Lacan, esa creatio ex nihilo que
genera la situación de una demanda que pide lo que el Otro no
tiene, y un deseo que es ante todo deseo de deseo. Si algo brilla
por su ausencia en el cognitivismo, es una erótica, y es la eró­
tica el aspecto central del psicoanálisis, como lo destaca Lacan
cuando muestra que todo lo que llamamos patológico a nivel
mental tiene que ver con que no hay relación sexual, y con los
múltiples modos en que los sujetos se las arreglan con esa falta.
Si se habla de patológico, claro, esto debe ser contrapuesto, es­
tructuralmente, a lo normal. Para el cognitivista lo normal está
dado por la adaptación perfecta, con el reflejo de la realidad en
el sistema simbólico del S, procurándole un puro Lust, un puro
placer, la felicidad, en suma, como trasfondo de los inevitables
desajustes que dependen del cambio en la realidad, y a los cua­
les, con el bagaje adecuado de saberes, se sabrá enfrentar para
mantener el máximo de adaptación, y consiguientemente de
placer, que le sea posible. En ese sentido, no hay nada menos
común que lo que el cognitivista busca como lo normal. Como
dice Lacan en el Seminario 8:

“[...] sólo mediante un juego de ocultación se puede hacer in­


tervenir en el análisis una noción cualquiera de normatización.
(...) Entonces nos entregamos a extraordinarios vaticinios que
rayan con la prédica moralizante y que con razón inspiran dis-
tanciamiento y desconfianza.” (Lacan, 1960-61, 358)

119
I

Conclusión

Este libro se ha propuesto dos objetivos. En primer lugar,


mostrar cuál es la función de la cibernética en la etapa del pen­
samiento de Lacan en la que da prioridad al registro simbólico
frente al imaginario -imaginario que es el centro de sus investi­
gaciones en torno al estadio del espejo-, y frente a lo real -que
se va imponiendo a partir del descubrimiento del objeto a-, En
segundo lugar, señalar el modo en que esta forma de apropiar­
se de la teoría de la información difiere de la emprendida por
el cognitivismo.
En lo que se refiere al primer punto, se ha tratado de probar
dos cosas. En primer lugar, que el alcance de la influencia de la
cibernética en esta etapa del pensamiento de Lacan es mucho
mayor de lo que suele pensarse. Por un lado, se ha señalado que
es central en los seminarios que van del dos al cinco, y que, si
bien es abordada explícitamente en el Seminario 2, en la confe­
rencia “Cibernética y Psicoanálisis”, hay indicios para pensar que
sirve de fundamento al grafo del deseo, que es su punto de cul­
minación, y que se desarrolla en los Seminarios 5 y 6. Por otro
lado, se ha sostenido también que le sirve a Lacan para destacar
la importancia del juego de pares e impares del que habla Poe en
el cuento I.a carta robada, y utilizarlo para mostrar la inciden­
cia del significante en el cuerpo viviente. De esta manera, la ci­
bernética le sirve a Lacan para mostrar de qué modo es posible
apoyarse en el lenguaje de la ciencia para ir más allá de la teoría

121
Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

económica del aparato psíquico, a partir de la inclusión de una


variable, la información, que permite dar cuenta de lo que está
más allá del principio del placer.
En lo que se refiere al segundo punto, se ha indicado el modo
en que la teoría de la información es utilizada por el cognitivis
mo para dar su propia versión del funcionamiento del aparato
psíquico, entendido como mind (mente), un conjunto complejo
e interconectado de símbolos que cumplen la función de servir
de medio de adaptación del Innerwelt del individuo al Umwelt
tanto físico como social en el cual está sumergido.
Apoyándose en el uso que tanto Lacan como Hofstadter ha­
cen de los grafos para dar cuenta de los flujos de información
en el ámbito simbólico, este trabajo ha querido marcar, al mis­
mo tiempo, la divergencia entre ambos usos de la teoría de la
información. Esas diferencias pueden agruparse según tengan
que ver con lo ontológico, con lo ético y con lo estético, y pue­
den resumirse en la diferencia entre las dos formas de discur­
so que son el discurso del analista y lo que se ha llamado aquí
el discurso cognitivista.
En lo que se refiere a la ontología, se ha indicado que, mien­
tras lo propio del sujeto, para Lacan, es la falta, el sujeto del cog-
nitivismo es un sujeto al que nada le falta, pero que puede pre­
sentar una falla, en el sentido de un mal funcionamiento que en
principio podría ser corregido. En el caso de Lacan, la falta indi­
ca el carácter de no-todo del deseo del sujeto, que lo pone más
allá de toda posibilidad de homeostasis entre su medio inter­
no y el entorno, y que hace inútil aplicar aquí el concepto evo­
lucionista de adaptación. En ese sentido, si algo caracteriza al
sujeto para el análisis es su infinitud, el carácter absoluto tan­
to de su demanda como de su deseo, irreducibles a una nece­
sidad que algún objeto podría llegar a satisfacer. En el cogniti-
vismo, en cambio, la idea de adaptación es la base del concepto
de normalidad: un sujeto adaptado es un sujeto feliz, sin fallas,
en el que es posible una identificación total con el principio del
placer, placer que se alcanza cuando hay una completa adecua­
ción a las exigencias de la realidad.

122
Conclusión

En el plano de la ética, mientras el psicoanálisis sostiene que


no existe un Bien Supremo, que el objeto nunca es el objeto bue­
no, y que el analista tiene por función hacer que el analizante no
se aparte del camino de su deseo, que es deseo de deseo, es de­
cir, deseo de nada, deseo cuyo objeto es en cada caso siempre
un objeto sustitutivo o metonímico, el cognitivismo, en sus apli­
caciones terapéuticas, como puede ser la de la terapia cognitivo
conductual, considera que el fin de la terapia es una identifica­
ción con el ideal, representado por el terapeuta como Sujeto Sa­
ber, como sujeto adaptado. Es lo que Lacan llama en el inédito
Seminario 6 (Clase del 13 de mayo de 1959): “el mundo de abo­
gados americanos”. Para el cognitivismo hay entonces un Bien
Supremo, que consiste en un saber adecuado de la realidad que
permite la mejor adaptación posible, es decir, la homeostasis. Se
trata de un ideal enmarcado claramente en el contexto de la éti­
ca médica, del cual Lacan incita a desconfiar.
En el plano de la estética, el objetivo del psicoanálisis es poner
al hombre cara a cara frente al horror de lo real, del entre-dos-
muertes, como lo hace el género trágico dentro de la literatura.
El cognitivismo, en cambio, da a ver que tras la mirada del otro
hay un mecanismo cuyo conocimiento permite, a la vez, saber
cuál es el camino hacia la felicidad. El sujeto sin fallas se pro­
pone así como un objeto que calma la avidez propia de la pul­
sión escópica, interponiendo una pantalla frente a la otra mira­
da. Por eso el S es sin manchas, porque no debe haber en él algo
que nos mire, algo que angustie, para decirlo en términos del Se­
minario 10, como angustiaban a Darwin los ojos multiplicados
en la cola del pavo real.
Las diferencias entre ambos enfoques han sido presentadas,
de manera sintética, utilizando un materna que marca la dife­
rencia entre el discurso del analista y el discurso cognitivista.
Mientras el analista deja fuera de juego al saber, al S,, y se pone
en el lugar del objeto a, es decir, de lo que debe ser desechado,
para que el sujeto en falta encuentre y haga caer su su rasgo
unario, su identificación, el cognitivista deja de lado el objeto
a, lo hace caer de entrada, y establece un S(: todo se puede tra­

123
r

Daniel O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

ducir a lenguaje binario. Construye a partir de allí un S2que da


como producto el S, el sujeto perfecto sin faltas, con el que se
mide toda falla de un sujeto real.
Si hubiera que ilustrar con un rasgo único {ein einziger Zug,
diría Ereud) la diferencia entre ambas concepciones acerca del re­
gistro simbólico, podría tomarse como base la cuestión de aque­
llo que hace que ningún programa de computadora -n i siquiera
uno sostenido por un hardware que funcione con una estructu­
ra en red- hasta ahora haya pasado el test de Turing. Esa cues­
tión radica en la distinción entre inteligencia e ingenio. La inte­
ligencia puede ser artificial, es decir, es posible hacer máquinas
inteligentes, si se define dicha inteligencia como una capacidad
para responder preguntas a través de un sistema de transfor­
maciones de números binarios basadas en un código que pue­
de diagramarse a través de un grafo. El ingenio, la agudeza, en
cambio, no hay máquina capaz de reproducirlo. Y eso porque
requiere de un tesoro metonímico y de una Spaltung que separe
el más allá y el más acá de la demanda. No basta con que exis­
ta un cuerpo viviente, como plantean algunos críticos del cog-
nitivismo. Tampoco con que sea prematuro y requiera de un yo
ideal dibujado en un espejo que lo guíe hacia una completitud
de la que carece. Ese cuerpo tiene que ser algo en lo que un sis­
tema simbólico se haya hecho carne al punto tal de establecer
una distancia infinita entre la necesidad y su objeto, necesidad
convertida en demanda al pasar por el desfiladero del significan­
te, y que genera como compensación a su interdicción un deseo
inalcanzable, un deseo de deseo, siempre subversivo e inadap­
tado. El sujeto no puede, entonces, concebirse como una esfe­
ra perfecta. Está curvado en torno al hueco dejado por la Cosa
prohibida, y como esa Cosa no es Asunto del que un saber pue­
da tratar, no hay un S producto de un S, capaz de emular mate­
máticamente al sujeto escindido.
Podría llegar a pensarse, sin embargo, que el motivo por el
que una máquina no puede pasar el test de Turing es porque
está hecha para ser inteligente, pero no para ser ingeniosa. Si la
máquina se hiciera sobre la base del grafo del deseo, entonces

124
I

Conclusión

podría pasar la prueba. ¿Es esto posible? El propio Lacan alude


a esta posibilidad, aunque la descarta. Podría ponerse entre el
Otro y el Mensaje un código capaz de detectar, y por qué no, de
formular, agudezas de ingenio. La cuestión es si esto es realmen­
te posible. La respuesta es quizás, pero las bromas saldrían poco
creíbles. ¿Por qué? Porque una máquina así sería, de todas ma­
neras, algo que no es deseante, y por lo tanto, que no es sujeto.
No pasaría de constituir una apariencia, un simulacro de suje­
to. Y eso por la esencia misma del funcionamiento de la máqui­
na. ¿Por qué? Porque una máquina es esencialmente holofrási-
ca. Y eso hace que sea una máquina que no da lugar a un sujeto.
Si se tiene en cuenta el contexto de la máquina, siempre hay
implicado en este contexto un sujeto. ¿En qué sentido? Las má­
quinas no se hacen solas. Aunque pudieran reproducirse, es un
hecho que las primeras máquinas presuponen un sujeto ante­
rior. Un diseñador. Pero hay más. Cuando se mencionaron los
desarrollos del Seminario 2, se vio que Lacan habla por un lado
de automatismo, y, por otro, habla de escansiones subjetivas.
Esas escansiones son paradas, detenciones, cortes. Lacan habla
también, en otro momento, de las preguntas como de algo que
compete sólo a los sujetos. La máquina no se hace preguntas,
y tampoco determina sus propias detenciones, o sus escansio­
nes temporales. Incluso cuando funciona sobre la base de redes
neuronales que se autoorganizan, el proceso fluye en una uni­
dad indivisa, sin posibilidad de decisión. Se sabe lo que signifi­
ca escandir: se refiere a servir la copa, y es necesario saber dón­
de detenerse, para que la copa no rebalse. Pues bien, el sujeto
es quien hace preguntas a la máquina, y quien lee la respues­
ta cuando la máquina se detiene. Pero esto pone al sujeto afue­
ra de la máquina. ¿Qué pasa adentro de la máquina, cuando la
máquina deja de dar vueltas en círculo y se pone a funcionar?
Planteado el problema, la máquina realiza una serie de opera­
ciones. Esas operaciones ya fueron descriptas por Turing, en su
forma más simple: corre la cinta un lugar, borra el uno o el cero
que hay ahí, lo reemplaza por el otro número binario, o no lo
reemplaza, a veces hace correr la cinta hacia atrás, a veces ha­

125
Daniel O mar Stchigei. | tacan y la cibernética

cia adelante, y finalmente, si se tiene suerte, se detiene. Eso si se


tiene suerte, porque hay problemas que son irresolubles. Esos
problemas harían trabajar a la máquina eternamente. Toda la
operación, desde su inicio hasta su final, si existe tal final, es un
sólo movimiento significante. Entre operación y operación no
hay ninguna detención, ningún salto, ninguna hiancia. Por eso
puede decirse que se trata de una holofrase. ¿Qué pasa para La-
can cuando los significantes hacen bloque? Pasa que no hay su­
jeto, o bien, pasa la psicosis, o el fenómeno psicosomático. En
la psicosis sí hay sujeto, porque existe el Otro, es decir, el lugar
del lenguaje. De lo contrario, el psicótico y la máquina no po­
drían distinguirse (Lacan, 1955-56, 61-62). Esto no es nada ex­
traño. El S congitivista, no tiene hiancia, no tiene falta. Es, en­
tonces, un sólido bloque de símbolos, y duerme, duerme sin so­
ñar, hasta que un estímulo, un cambio ambiente, lo obliga a mo­
verse para recuperar su absoluta quietud. Es eso lo que signifi­
ca la homeostasis, idéntica al principio freudiano de la constan­
cia. Algo así no existe ni entre los seres vivos, donde la actividad
de destrucción y reconstitución de la forma es constante. Mu­
cho menos tiene lugar en el sujeto barrado, cuyos significantes
nunca dejan de circular, de afectar su cuerpo y su vida, y donde
el deseo es siempre un apuntar hacia un más allá, un no poder
permanecer en la homeostasis, mientras haya vida.
Si se tuviera que pensar a qué estructuras clínicas se acercan
más la máquina de Turing y la red neuronal, es posible argu­
mentar que, dentro de la holofrase, se acercan, respectivamente,
a la debilidad mental y al fenómeno psicosomático. Esto abre el
camino para nuevas investigaciones acerca del lugar de los lo­
gros en el campo de la inteligencia artificial desde la perspecti­
va de las estructuras clínicas. Si aquí se sostiene esta proximi­
dad entre ciertas estructuras holofrásicas y el funcionamiento
de determinadas máquinas y programas, es para evaluar en su
justa medida qué tanto puede darnos a saber el cognitivismo
acerca del sujeto.
En cuanto a la máquina de Turing, muchos están de acuer­
do en sostener que es una máquina tonta. Nunca se interroga

126
Conclusión

por el qué quieres, pues es idéntica a una pura cadena significan­


te. Igual que muchos débiles mentales, tiene gran capacidad de
cálculo, pero para ella no hay un más allá que genere angustia.
Por otra parte, la red neuronal ha surgido emulando el pro­
ceso de reforzamiento de determinadas conexiones neuronalcs
en detrimento de otras. Se sabe que el cerebro tiene al principio
más conexiones de las necesarias, y que las que no son coapta-
das por el lenguaje materno simplemente mueren, en un sen­
tido orgánico del término mueren. Si bien las redes neuronales
no existen como tales, hay modelos de computadora que mues­
tran el modo en que pueden aprender mediante un proceso de
autoorganización a partir del contacto sensorial con el entorno.
Pero esto significa que el entorno actúa directamente sobre el
cuerpo de la máquina, produciendo en él lesiones que se equi­
paran con una escritura permanente que permite la adaptación
al medio. Lesiones que no son periódicas porque no se inscriben
en un tejido viviente. Por eso es posible comparar a este aprendi­
zaje con un efecto psicosomático, tal como es representado por
el dicho ya en desuso la letra con sangre entra. Aun en este mo­
delo está claramente ausente la existencia de agujeros erógenos
que puedan ser coaptados por los intervalos en la cadena meto-
nímica del significante para hacer del cuerpo la encarnación del
lenguaje. Si hay algo ausente en el modelo de las redes neuro­
nales es la distinción entre la realidad y el baño de lenguaje sin
el cual una máquina no pasa de emular la adaptación animal al
medio natural. Pero por más cerca que esté la máquina de una
forma extrema de debilidad mental o del efecto psicosomático,
no podemos suponerle un sujeto a su saber.
El sujeto, entonces, está siempre afuera de la máquina. Ocu­
rre igual que con la presencia del Otro en la experiencia del pe­
rro de Pablov. El sujeto de la máquina, si se puede llamar así, es
sujeto de enunciado, no de enunciación. No hay posición sub­
jetiva en la máquina, la hay afuera, en quien le hace a la máqui­
na la pregunta, le plantea los problemas. Lo que el cognitivismo
quisiera es, en cambio, meter al sujeto en la máquina. Como se­
ñala Gabriel Lombardi en Clínica y lógica de la autorreferencia,

127
Daniei. O mar Stchigel | Lacan y la cibernética

refiriéndose a la obra pionera de Turing en el campo de la teo­


ría de la computación:

“Alan Turing, habiendo logrado eliminar por completo el efec­


to de sujeto de un sistema formal transformado en un sistema
automático de computar o demostrar, intenta reintroducirlo en
la máquina bajo la forma de efecto de acto, lo cual es una con­
tradicción en los términos.” (Lombardi, 2008, 36)

El acto no es producto del sujeto, sino un cambio en su po­


sición, una destitución subjetiva. Se produce por casualidad (es
decir, por tyché), como una repetición en la que lo repetido y la
repetición coinciden totalmente. Por ejemplo, cuando alguien
dice renuncio, hay una coincidencia completa entre enunciación
y enunciado. En el acto, tal como Lacan lo entiende, enuncia­
ción y enunciado se identifican.
Para que la máquina pudiera alcanzar esa dimensión del acto,
tendría que haber paradas entre operación y operación de la má­
quina, y esas paradas deberían ser a la vez el lugar de la inicia­
tiva del salto de una operación a otra, eso que se llama elección.
Pero cualquier parada, cualquier momento de duda, para decir­
lo con el lenguaje de la solución de Lacan al sofisma de los tres
prisioneros, sería una imposibilidad de seguir, sería parada fi­
nal, sin resolución del problema.
¿Cómo meter un homúnculo en la máquina, cómo meter
al sujeto cartesiano ahí, en donde no puede caber, en la res ex­
tensa? No se puede. La máquina cibernética no da para tanto.
Cuando una máquina se vuelve loca, es decir, se acelera al infi­
nito, hay que pararla, pero para eso no se puede apelar a la pa­
labra, sólo quitarle la fuente de energía (Amster, 2010,131). Eso
muestra que su operación holofrásica nunca puede calificarse
exactamente como significante. Su holofraseo hace que la má­
quina dé testimonio, pero no que alcance una capacidad de co­
municación. La máquina no dialoga con los hombres. Incluso, si
una serie de máquinas se comunicaran, formarían una sola má­
quina. Como dice Lacan en el Seminario 3, para que haya men­

128
Conclusión

saje debe haber comunicación, y para ello no basta con que lo


enviado retorne, que algo vuelva al punto de partida, generan­
do un proceso retroactivo. Es necesario que haya un notificarse
del mensaje, que no puede reducirse a esos procesos de regula­
ción orgánica que ya se conocían por entonces a partir del es­
tudio del funcionamiento de las hormonas, y que dieron lugar
a que la biología se integrara al uso generalizado, e indiscrimi­
nado, de la idea de información, que actualmente abarca des­
de la física de partículas hasta la teoría cognitivista del funcio­
namiento de la mente, pasando por la biología molecular. Ese
notificarse, tan difícil de definir, corresponde a un marcar o to­
mar nota de lo acontecido mediante significantes sin significa­
do, paradas subjetivas del proceso de retorno que implican un
corte en la cadena de las significaciones, es decir, de los signos,
o de las signaturas, que no deben confundirse con los signifi­
cantes verdaderos. Las signaturas, en efecto, no engañan, mien­
tras que el significante, liberado de aquello de lo que toma nota,
por no ser su signo, sí puede hacerlo.
Por otra parte, si se piensa bien, no hay ningún motivo para
meter al sujeto dentro de la máquina. La máquina cibernéti­
ca es ella misma un significante dentro del mundo simbólico
humano, y como tal lo presupone. Sólo que parece estar hecha
especialmente para servir como medio de traducción univer­
sal para todo aquello que no es una máquina cibernética. Se
quisiera poder extender el significante máquina hasta poder
abarcar en él al sujeto, lo cual constituye un programa de in­
vestigación, que, como tal, puede ser muy fructífero. Pero sólo
en el infinito puede una cadena de significantes aproximarse a
aquello que dejó afuera desde un principio. Como dice Lacan
en el Seminario 3:

“[...] la realidad está marcada de entrada por el anonadamien­


to simbólico.” (Lacan, 1955-56, 214)

Por eso, se sostiene en este trabajo que, a la hora de pregun­


tar por la factibilidad del proyecto de inteligencia artificial, que

129
Daniei O mar Stchkíel | l.acan y la cibernética

no es más ni menos factible de llevarse a término que el proyec­


to de la física moderna, por ejemplo, es decir, que funciona en
la medida en que siga en proceso, es más importante pregun­
tar qué es lo que pretende el sujeto con él, cuál es su deseo. Si
se tienen en cuenta las fórmulas que presenta Lacan en el Semi­
nario 10 comparando goce -mítico, originario-, angustia y de­
seo (Lacan, 1962-63,189), puede verse que el deseo del cogniti-
vista es anular la angustia para llegar al goce. Por eso la impor­
tancia de medicamentos como el Prozac, cuya función debería
haber sido la de eliminar esa señal de alarma ante la inm inen­
cia del goce que es la angustia. De ese modo se logra un sujeto
y un Otro sin barra, es decir, sin hiancia, y por lo tanto, sin sig­
nificantes, pues el S2como saber queda así reducido a la máqui­
na holofrásica, que no es más que un mecanismo, en el sentido
mecanicista del término.
Lo que propone el cognitivismo, entonces, debería angustiar
máximamente. Si no lo hace es debido al significante, que tam ­
bién ha hecho del despedazamiento aterrorizante de la novela
Frankenstein una práctica humanista como el transplante de ór­
ganos, destinada a mejorar la calidad de vida de enfermos incu­
rables. Ese dominio del significante es el del discurso capitalista,
que hace de todo un objeto metonímico: algo vale por poder ser
intercambiado por otra cosa del mismo valor, con la excepción
de esa identidad, considerada, sin embargo, ficticia, llamada el
yo, que se intenta conservar en medio de todos los intercambios,
incluyendo los de partes del cuerpo, reducidas así todas ellas al
objeto «, es decir, a lo caduco -lo que la teoría de la evolución
llama órganos vestigiales. Esta es la característica esencial de lo
que la filósofa Paula Sibilia llama el hombre postorgánico. ¿Qué
queda, entonces, del sujeto? Sólo su nombre propio, que ni si­
quiera es de él, una marca, un grafo, significante sin significa­
do, lo puramente formal, sin deseo y sin goce.

130
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133
Esta obra se terminó de imprimir durante febrero de 2014
en los Talleres Gráficos “Planeta Offset", Saavedra 565,
Ciudad de Buenos Aires, Argentina.
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Av. Coronel Díaz 1837
(1425) Ciudad de Buenos Aires
Tel. (54-11)4825-9034
info@imagoagenda.com
www.imagoagenda.com
El presente libro no es un trabajo que fuerce la erudi­
ción, aunque, por cierto, la suya no es poca; sino que sus
resultados -una puesta en forma de los usos de Lacan
de la cibernética- apuntan a un motivo clínico: un críti­
ca -en el sentido kantiano- de los fundamentos de cier­
tos supuestos de las prácticas cognitivistas de nuestro
tiempo.
Tiene el lector en sus manos un libro cuya actualidad
debe ser entendida en un doble sentido. Por un lado,
responde a un debate acuciante en nuestros días, la
interface (im)posible entre psicoanálisis, psicología cog-
nitiva y neurociencias. Por otro lado, continúa el desig­
nio de una epistemología psicoanalítica que no se dilapi­
de en una evaluación de construcción de conceptos, sino
que atienda a sus consecuencias clínicas. En este último
sentido, la presente obra continúa los trabajos prece­
dentes del autor en libros como Liberar la ciencia. Alcan­
ces y límites de una epistemología lacaniana (2011) y
Nociones básicas de epistemoanálisis (2012).

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