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que era la que pasaba el cepillo del pan de San Antonio en la parroquia. La pobre vieja vivía mal, y
cuando le agarrotaron al hijo empezó a desinflarse y al poco tiempo se murió. A Elvirita la embromaban
las otras mozas del pueblo enseñándole la picota y diciéndole: ¡en otra igual colgaron a tu padre, tía
asquerosa! Elvirita, un día que ya no pudo aguantar más, se largó del pueblo con un asturiano que vino a
vender peladillas por la función. Anduvo con él dos años largos, pero como le daba unas tundas
tremendas que la deslomaba, un día, en Orense, lo mandó al cuerno y se metió de pupila en casa de la
Pelona, en la calle del Villar, donde conoció a una hija de la Marraca, la leñadora de la pradera de
Fracelos, en Rivadavia, que tuvo doce hijas, todas busconas. Desde entonces, para Elvirita, todo fue
La pobre estaba algo amargada, pero no mucho. Además, era de buenas intenciones y, aunque tímida,