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ÉTICA Y RESPONSABILIDAD SOCIAL

SEMANA 7
ÍNDICE
LA RESPONSABILIDAD SOCIAL ............................................................................................................. 3
APRENDIZAJES ESPERADOS ................................................................................................................. 3
1. ÉTICA Y ECONOMÍA ..................................................................................................................... 3
2. RESPONSABILIDAD SOCIAL .......................................................................................................... 7
REFERENCIAS ..................................................................................................................................... 10

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LA RESPONSABILIDAD SOCIAL

APRENDIZAJES ESPERADOS
 Examinar las posibilidades de la ética en la sociedad contemporánea.
 Aplicar el concepto de responsabilidad social.

 Decidir entre distintas teorías de responsabilidad social en la empresa.


 Construir una propuesta de ética empresarial.

1. ÉTICA Y ECONOMÍA
Conocido es el impacto que tuvo para las sociedades contemporáneas el aparecimiento de la
economía capitalista y su forma de organización como mercado. Esta forma de actividad humana
se extiende a todo el entramado social y se convierte en la forma hegemónica de acción humana.
También esta nueva forma de acción humana, si bien no es la única causa, se articula en forma
completa con un nuevo tipo de moral y de ética centrada en el individualismo y el interés propio
como únicos motivos para la acción moral de los individuos.

La concepción liberal capitalista de la realidad económica y social hace del orden económico la
esfera más importante de la actividad humana y su último fundamento, de tal modo que este se
transforma en estructura normativa, es decir, es el modelo que determina cómo se realizan las
acciones humanas.

En este orden, el sujeto debe someterse a este tipo de acción. Así lo plantea Germán Gutiérrez en
su libro Ética y economía en Adam Smith y Friedrich Hayek (1998).

Así como los órdenes sociales son producto de la acción humana (aunque no producto de un

plan humano), asimismo la sobrevivencia del sujeto (entendido bien como sujeto individual

o como grupo social) depende de su articulación exitosa al orden social constituido, de

manera que la sobrevivencia impone, en primera instancia, al sujeto una relación de

dependencia respecto de dicho orden. De este modo se le impone al sujeto, como

imperativo categórico, el seguimiento de dicha normatividad si quiere reproducir su vida en

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los marcos de dicho contexto, que es el único posible en primera instancia. El carácter de

necesidad sistémico toma forma de necesidad también para el sujeto, que no puede

sobrevivir sino en el marco de estructuras sociales que él no ha escogido y que están

establecidas (Gutiérrez, 1998, p. 12).

Gutiérrez (1998) señala que esta normatividad que se impone desde la esfera de la economía tiene
una doble cara. Por un lado, el quehacer económico y sus principios de acción se traspasan a la
legalidad positiva, este es su aspecto objetivo y, por otro lado, también se reproduce como
moralidad vigente, este es su aspecto subjetivo.

Este marco determina y delimita un campo de acción para la moralidad y, por lo tanto, se produce
una relación funcional entre la economía y la moral social. Es por ello que tanto para la economía
como para la ética se hace indispensable para explicar las acciones humanas y sus fundamentos
recurrir a una y a otra como factor de análisis en una sociedad de mercado. Por esto las teorías
éticas no pueden abstraerse de la dimensión económica que actúa como una fuerza de hecho, ya
que, en definitiva, los factores condicionantes de la acción humana provienen del espacio
económico dominante. La ética, entonces, no solo se debe preocupar de lo que debe ser sino que
también de lo que es y de una moralidad establecida, la de la sociedad de mercado.

Gutiérrez (1998) continúa diciendo que toda teoría ética pretende tener capacidad práctica, es
decir, intenta convertirse en una reflexión que guíe la acción de los seres humanos y, por lo tanto,
en las condiciones actuales, donde la actividad humana está determinada por factores de su
estructura social, como el orden económico, la teoría ética no puede dejar de analizar la teoría
social y la teoría económica.

Para el autor mencionado, esto es solo una cara del asunto. La ética “es por naturaleza un
horizonte de reflexión sobre y desde el sujeto” (Gutiérrez, 1998) y este sujeto, aun cuando esté
determinado por estructuras sociales de carácter sistémico, es al mismo tiempo “alteridad y
anterioridad a todo orden sistémico”, por lo que la reflexión ética si bien debe partir del orden
dado no tiene por qué sujetarse a las formas y fines institucionales establecidos.

La hegemonía del discurso económico es innegable. Ya se había planteado que en las sociedades
de mercado los análisis técnico-económicos son los que determinan las políticas de Estado y de ahí
la acción de los individuos. Esta hegemonía del discurso económico también se asume en la acción
cotidiana de los actores económicos. Así lo expresa Adela Cortina (2000) al referirse a la actitud de
desconfianza que tiene el mundo empresarial respecto de la ética.

Desde esa desconfianza (de los empresarios) surgen posiciones con respecto a las relaciones entre
ética y empresa:

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a. Para hacer negocios es preciso olvidarse de la ética común y corriente,
porque los negocios tienen sus propias reglas de juego, regidas por una ética
propia.

b. La misión de la empresa consiste en maximizar beneficios, en términos de


dinero, prestigio y poder, de suerte que es esta una guerra en la que
cualquier medio es bueno, cualquier medio queda justificado, si conduce al
fin. El negocio es el negocio.

c. La ética debe limitarse en las empresas a unos mínimos, que en realidad


coinciden con el cumplimiento de la legalidad y la sujeción a las leyes del
mercado. La empresa debe, por tanto, preocuparse de ganar dinero, ya que
los mecanismos del mercado y los poderes públicos se preocuparán de las
cuestiones sociales imponiendo leyes adecuadas.

Fuente: Cortina (2000, p. 76).

Esta actitud frente a la ética, tanto de los actores concretos como de los técnicos
gubernamentales, separa absolutamente a la ética de la economía.

Pero Gutiérrez (1998) advierte un punto importante. El ser humano tiene necesidades y
aspiraciones y mientras el orden vigente hace posible la realización de sus fines y proyectos, el
sujeto tiende a identificar su libertad y moralidad enmarcada en los límites aparentemente
irrebasables del sistema constituido. Pero ¿qué pasa cuando este sistema no permite la
satisfacción de las necesidades y la concretización de las aspiraciones y proyectos de los individuos
que viven dentro de ese sistema? Cuando esto sucede:

Se hace posible la constitución de un horizonte crítico y de interpelación. Y la ética sistémica

pierde, entonces, su carácter de necesidad irrebasable. Se abre un proceso de crítica y

transformación que puede o no puede fructificar. Lo que importa aquí mostrar es que en

esta situación es posible distinguir que lo que a primera vista es un hecho puede dejar de

serlo, que hay otros hechos que el orden fáctico no considera u oculta, hechos que reclaman

tanta o mayor legitimidad que la que se abroga el orden dado (Gutiérrez, 1998, p. 14).

Para Gutiérrez (1998) esta situación muestra las estructuras de la acción humana. El orden
sistémico que hoy rige fue producto de la acción humana para dar respuesta a anteriores
aspiraciones y necesidades, antes de ser un hecho también fue un “debe”, es decir, antes de

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constituirse como orden vigente también estuvo en la condición de proyecto realizable y que
necesitó de una justificación ética para poder constituirse como un proyecto legítimo y realizable.
Los órdenes sociales son producto de la acción humana y en la medida en que no responde a las
expectativas de los sujetos debe ser transformada.

Aparece, entonces, con fuerza, la otra cara de la ética. La ética crítica, la que surge desde el

horizonte de un sujeto necesitado, desde una realidad negada o sojuzgada, que abre el

horizonte de lo posible relativizando el límite de imposibilidad impuesto por el orden

vigente (Gutiérrez, 1998, p. 16).

Al nacer esta reflexión crítica desde lo que no ha sido realizado, rebasa a las ciencias sociales que
se empeñan en describir y analizar lo que es. Entonces se abre un espacio objetivo, nacido desde
la misma realidad social y humana para la legitimación del análisis ético del orden establecido.

Ahora el tiempo es “un tiempo contradictorio por lo que se refiere a la economía” (Conill, 2006).
Por una parte, no se puede cuestionar que la economía liberal se expande a todo el planeta en los
procesos de globalización y se convierte en la pauta y el modelo de acción humana. Pero, por otro
lado, “voces autorizadas denuncian que el pensamiento económico está en crisis, que la economía
fracasa como paradigma para resolver los problemas más graves de la humanidad” (ibíd.).

En las sociedades contemporáneas se generan una multiplicidad de problemas que no pueden ser
solucionados desde la economía y que requieren una reflexión y una acción desde otros ámbitos,
como desde la política y la ética.

El agotamiento sostenido de los recursos del planeta, la explotación laboral en los países menos
desarrollados, las crisis económicas generadas por manejos inescrupulosos de los agentes
financieros, las malas prácticas empresariales, la contaminación, los problemas generados por el
desarrollo de industria biotecnológica, la exclusión del poder para vastos sectores de la población,
el hambre, etc. son problemas que el orden vigente, basados en el cálculo económico, se muestra
incapaz de resolver desde su lógica (Conill, 2006).

Esta situación actual abre un espacio para el nacimiento de una ética económica.

La ética económica se refiere, o bien a todo el campo general de las relaciones entre ética y

economía, o bien específicamente a la reflexión sobre los sistemas económicos, en la que

tienen actualmente un especial interés las reflexiones sobre la ética del capitalismo (Cortina,

2000, p. 51).

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Para la filósofa española Adela Cortina (2000), el surgimiento del capitalismo provoca una
transformación tal en las sociedades tradicionales, que se puede entender como una verdadera
revolución, que logró el progreso económico y social de las sociedades tradicionales. Señala que
para algunos autores son el hedonismo y el consumismo, como justificación moral del capitalismo,
los que provocan que el capitalismo se deteriore moralmente. Otros autores señalarían que la
subordinación a lo económico de la mayor parte de las esferas de la vida ha provocado que este
mundo se deteriore y silencie. Para Cortina, en cambio, el capitalismo ha mostrado una flexibilidad
tal que es el instrumento del progreso técnico y social de nuestras sociedades. El capitalismo con
rostro humano no se presenta como un sistema en que se ponga en contradicción el capital con el
trabajo. Lo que ve como problema Cortina, es que el capitalismo ha dejado de lado su veta ética,
su vertiente moral, reprimiéndola a favor de otros aspectos, como la ganancia, que hace
insuficiente el desarrollo de la economía para resolver los problemas que en la actualidad se
presentan.

Entonces, habría que redirigir los procesos capitalistas para que buscaran dentro de sí los
componentes éticos abandonados u olvidados, incorporando operativamente dentro de las
instituciones del capitalismo su dimensión ética, que le es intrínseca.

Por eso, evitando legitimaciones paralizantes y utopismos estériles, lo razonable y

conveniente sería proseguir este camino de transformación progresiva del capitalismo y de

la empresa desde una inspiración ética, que impulse y oriente diseños operativos que vayan

corrigiendo los mecanismos que producen injusticias y dominación en las diversas esferas

de la cada vez más compleja vida económica y empresarial (Cortina, 2000, p. 55).

Es en esta dimensión donde surge el concepto de responsabilidad social como una respuesta del
mismo sistema y de las propias instituciones respecto de los errores que se cometen cuando se
silencian los aspectos éticos y moralizantes de la economía y las empresas y solo se atiende a la
dimensión de obtención de utilidades.

2. RESPONSABILIDAD SOCIAL
Como se ha visto, en el nacimiento de las economías de mercado, el fundamento base de su
acción fue el egoísmo e interés particular, esta era la moralidad que legitimaba la acción de los
seres humanos, pero siempre manteniendo la esperanza de que el mercado llevaría estos
intereses particulares hacia el beneficio general.

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Es indudable que las economías de mercado han provocado un progreso material y social que no
tiene comparación en la historia de la humanidad, pero también muestra ciertas falencias que
provocan graves daños a la existencia humana y la convivencia social.

La situación anterior muestra cómo la actividad económica se ha centrado en la ganancia sin tener
en cuenta los efectos que produce su actividad, sin considerar las consecuencias.

¿Desde dónde, entonces, es posible hablar de responsabilidad social?

Al hablar de responsabilidad, se hace referencia a que el individuo debe asumir las consecuencias
de sus actos y que esta responsabilidad solo se puede dar cuando el sujeto toma una decisión
consciente en relación a un fin que persigue. Un actuar será ético si se presenta una coherencia
entre la acción y el fin perseguido y los principios que dirigen la acción están determinados por los
fines que se persiguen. ¿Cuáles son los fines que deberían tener los individuos? A esta pregunta
responden las diferentes escuelas éticas que intentan definir qué es lo que hace a un hombre
bueno o qué lo hace un verdadero ser humano.

Existen múltiples teorías respecto de qué es el hombre y cuáles serían los principios que hacen de
su actuar un actuar ético. Si se acepta la libertad como una condición del ser humano, resulta
complicado lograr un acuerdo acerca de qué es una vida buena para los individuos, menos en
sociedades tan plurales como en las que se vive actualmente.

Pero, en el caso de actividades de carácter social, el problema de los fines no es tan complejo.
Conill (2006) señala que para Aristóteles lo que mantiene unidos a los hombres es el intercambio
que se basa en la reciprocidad proporcional. La necesidad que tienen los hombres unos de otros es
lo que constituye el vínculo social que origina la ciudad y el Estado. El fin de la organización social
es la convivencia entre seres humanos, que permite la ayuda mutua para la sobrevivencia y la
posibilidad de alcanzar la felicidad en conjunto.

De esta concepción aristotélica de la convivencia social surge la concepción de responsabilidad


social en relación a los fines que le son propios a cada actividad.

Una actividad profesional es una actividad socialmente reconocida que tiene algún fin

propio, algún bien interno, que le da sentido, racionalidad y legitimidad. Los fines y los

bienes provienen de una tradición, a la que se incorpora cada profesional, que entra a

formar parte así de cierta comunidad, la de los profesionales, caracterizada por un ethos y

por unas actividades (Conill, 2006, p. 262).

Lo que indica Conill (2006) es que la actividad de un profesional o cualquier actividad en la que un
producto (elaborado por un individuo) se ponga en contacto con una necesidad de otra persona se

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origina por el reconocimiento y la necesidad que tiene esa persona de la tarea que el otro realiza.
Por ejemplo, un profesor se reconoce en su actividad única y exclusivamente porque hay
individuos que tienen la necesidad de ser educados y que requieren el bien que el profesor
produce. El fin propio del profesor es enseñar, ese es su bien interno, es lo que da sentido a su
función y determina el uso de su racionalidad para lograr la excelencia en la entrega de ese bien,
es decir, educar. En la medida en que el profesor realiza bien la función que le es propia, adquiere
legitimad social.

De ahí que sea deber de los profesionales responsables desarrollar hábitos y buenas

prácticas para realizar los bienes internos de la profesión, mientras que la corrupción de las

actividades profesionales consiste en cambiar la naturaleza de su práctica; lo cual ocurre

cuando aquellos que participan en ellas no las aprecian en sí mismas, porque no valoran su

bien interno y la realizan por los bienes externos. Es así como se pierde legitimidad,

credibilidad y eficiencia (Conill, 2006, p. 262).

La función de la ética en este ámbito es “dilucidar el sentido y el fin de las actividades sociales
(profesionales, empresariales, gubernamentales) y proponer orientaciones y valores morales
específicos para alcanzar el fin” (Cortina, 2000).

Desde esta perspectiva, entonces, hacerse responsable socialmente implica siempre tener en
cuenta las consecuencias de las decisiones para el posible conjunto de afectados.

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REFERENCIAS
Conill, J. (2006). Horizontes de economía ética. Madrid: Tecnos.

Cortina, A. (2000). Ética de la empresa. Claves para una nueva cultura empresarial. Madrid: Trotta

Editorial.

Gutiérrez, G. (1998). Ética y economía en Adam Smith y Friedrich Hayek. México: Universidad

Iberoamericana.

PARA REFERENCIAR ESTE DOCUMENTO, CONSIDERE:

IACC (2013). La responsabilidad social. Ética y Responsabilidad Social. Semana 7.

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