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El consejo: es ponerse a la escucha de Dios para dejarse guiar por él. Hay que
aceptar en la oración los “consejos” de Dios, con el fin de distinguir lo que está bien
y lo que está mal.
El afecto filial: es amar a Dios como un niño; este don también se llama “temor”
de Dios. No es tener miedo, sino darse cuenta de que siempre debemos amarlo
cada vez más.
Todos estos dones están estrechamente vinculados los unos a los otros.
Los dones del Espíritu Santo son hábitos infundidos por Dios en las potencias del
alma, para secundar con facilidad las mociones de ese mismo Espíritu.
Los dones del Espíritu Santo son siete, número muy querido en la simbología
cristiana para expresar plenitud y perfección. Siete son los días que Dios creó, siete
son los sacramentos que comunican la plenitud de la salvación pascual, siete son
las virtudes cardinales más las teologales, siete son los dones del Espíritu Santo
que perfeccionan estas virtudes y Sietes son las Peticiones del Padre Nuestro.
Los dones del Espíritu Santo podemos dividir en dos grandes grupos: 1. Los que
afectan más a la inteligencia especulativa y práctica: Son los dones de
entendimiento, sabiduría, ciencia y consejo. 2.Los que afectan más a la voluntad
operativa: Son los dones de piedad fortaleza y temor (amor) de Dios.
1. El Don de Entendimiento Inteligencia (Combate el pecado de la Gula):
Es el Don Divino que nos Ilumina para aceptar las verdades revelada por Dios. Nos
Permite escrutar las profundidades de Dios. que nos lleva al camino de la
contemplación, camino para acercarse a Dios.
El hombre busca el placer de los sentidos y, en primer lugar, el placer del comer,
visto que cada hombre, necesitando alimentarse, es tentado por la gula. Este
pecado seduce al hombre y lo reduce a un nivel inferior al de los animales. Para
combatir este sexto y tan bajo mal, Cristo nos enseña a pedir en la oración
dominical: “No nos dejes caer en la tentación”.
Por eso, para combatirla, pedimos a Dios, en la sexta petición del Padrenuestro,
que nos conceda el don de la Inteligencia. Porque es el apetito de la palabra de Dios
que contiene al hombre en la justa medida del apetito del pan material, ya que “no
sólo de pan vive el hombre”. Pero sólo entiende eso quien tiene el espíritu de
Inteligencia, que hace comprender la que hace comprender la superioridad de los
bienes espirituales sobre los materiales, haciendo al hombre vencer la gula por el
ayuno y abstinencia, y la avaricia acumuladora por la confianza en la Providencia.
Ve a Dios y sus planes en el mundo sensible y corporal que nos rodea, en los
acontecimientos de nuestra historia cotidiana, por más pequeña y aparentemente
insignificante que sea, ya que a los ojos de Dios los pequeño e insignificante puede
contener los valores perennes del esfuerzo y el amor de la santidad cristiana.
Consideramos entonces que el Creador reparte mal sus bienes, y que ha sido
injusto. Por eso, caemos en cólera contra Él. La ira es entonces hija de la envidia.
Ésta nos lleva a rebelarnos contra Dios como justo distribuidor de los bienes. La
cólera lo despoja de sí mismo, haciéndolo perder el control y el dominio del propio
ser. Porque el colérico tiene rabia de Dios, a quien acusa de repartir injustamente
sus bienes, y se encoleriza contra sí mismo, porque ve que no posee todo el bien y
se da cuenta de sus defectos y limitaciones.
Por todas estas razones Nuestro Señor puso como tercera petición del
Padrenuestro “Hágase tu voluntad, en la Tierra como en el Cielo”. Es la
conformación con la voluntad de Dios que nos permite vencer el pecado de la cólera.
Cuando pedimos sinceramente a Dios, en el Padrenuestro, que nos conformemos
con su santa voluntad, Él nos concede entonces el don de la ciencia, a través del
cual somos instruidos y comprendemos que los males que nos vienen son
consecuencia de la justicia y de un castigo misericordioso de nuestros pecados.
Comprendemos que debemos aceptarlos con paciencia y no con rebeldía.
Y, cuando ve el mismo bien existiendo en otro hombre, no lo ama como bien, sino
que lo odia porque está en otro. Él querría que ese bien no existiera en el otro,
porque considera que ese bien sólo debería existir en él mismo, fuente falsa del
bien. Al ver el bien, que consideraba suyo, en otro hombre, el orgulloso se queda
triste y amargado.
La soberbia genera siempre la envidia del bien que Dios concedió a terceros. De
esa manera, ésta nos separa y despoja de nuestros hermanos, así como la soberbia
nos despoja y separa de Dios, nuestro Creador. Y eso es justo, porque, así como el
soberbio se deleita incontrolablemente con la dulzura de poseer el bien, también se
amarga al ver el bien en el otro.
Este segundo pecado capital que el divino maestro nos enseñó a pedir, en segundo
lugar en el Padrenuestro, “Venga a nosotros tu Reino”.
Cuando pedimos a Dios que Él reine en todas las almas, Él nos concede el don de
la Piedad, que nos vuelve benignos, deseando también para los demás el bien que
deseamos para nosotros mismos.
6. El Don de Fortaleza (Combate del pecado de la Pereza) : Enardece al individuo
frente al temor de los peligros. Inspira el superarlos, y da una invencible confianza
para vencer las dificultades. Este es el Don que nos vuelve valientes para enfrentar
a las dificultades del día a día de la Vida Cristiana. Vuelve fuerte y heroica la fe. Es
el don que el Espíritu Santo concede al fiel, ayuda en la perseverancia, es una fuerza
sobrenatural.
Lo que nos da fuerza para trabajar con alegría e incansablemente en la viña del
Señor es el pan de cada día. Por eso, para combatir la falta de generosidad en el
servicio de Dios, Jesús nos hace pedir en el Padrenuestro: “Danos hoy nuestro
pan de cada día”. Es decir, que Dios nos conceda la gracia y la fuerza necesarias
para cumplir nuestros deberes de cada día. Que Dios nos de su gracia y fuerza para
cumplir los deberes que éstas nos implican. Y esta fuerza de actuar es la que da al
hombre la alegría del deber cumplido.
El hombre deja de amar el bien en sí mismo para amar el bien sólo mientras exista
en él mismo, porque existe en él. De esta forma, el hombre rompe su unión con la
Fuente del bien.
La primera petición del Padrenuestro suplica que Dios nos conceda la gracia de
reconocerlo siempre como la fuente de todo el bien: “Padre nuestro, que estás en
el cielo, santificado sea tu nombre”. Es decir: que Dios sea glorificado como causa
de todo bien existente en nosotros y en todas sus criaturas.
En la primera petición de la oración que nos fue enseñada por la propia Sabiduría
encarnada, rogamos que Dios nos conceda la comprensión y el reconocimiento de
su excelencia y trascendencia, y que así, por medio del don del Temor de Dios
Altísimo, seamos humildes y curemos la enfermedad de nuestro orgullo.
Él nos hacer amar el bien que Dios nos concedió como si fuera nuestro, producido,
en nosotros, por nosotros mismos. Es el orgullo que hace que el arroyo se juzgue
fuente y el rayo de luz se juzgue sol.
Canción
Encuéntrame y háblame Quiero sentirte, quiero escucharte Eres la luz que me guía Al lugar
donde encuentro paz Otra vez Eres la fuerza Que me sostiene Y la esperanza Que me mantiene
Eres la Vida Para mi alma Mi propósito Eres mi Todo ¿Y cómo podria contigo estar Sin mi
corazon cambiar? ¿Me dirías cómo poder hacer Algo mejor que estar Aquí? Calmas las
tormentas Descanso tú me das Me sostienes alto, suave Calmo me dejarás Robaste mi corazón
Y me dejas sin aliento Me dejas en completa paz Llevame a lo más profundo /¿Y cómo podria
contigo estar Sin mi corazon cambiar? ¿Me dirías cómo poder hacer algo mejor que estar?/x2
Y es que... /Tú eres todo lo que yo quiero Te necesito Tú eres todo/x4 ¿Cómo podría contigo
estar Si cambias todo en mí? ¿No me dirás cómo podré hacer algo mejor que estar aquí?
¿Cómo podria contigo estar Si cambias todo en mi? ¿No me dirás cómo podré hacer Algo mejor
aqui, Algo mejor aquí? Y es que podrias tú, decirme a mí cómo puedo ser mejor