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de diciembre de 2018
ADORACIÓN
Dios recibe la adoración de los seres celestiales, y desea
recibir también nuestra adoración en la Tierra.
Adorar a Dios es reconocer la grandeza y la majestad de
Dios; comprender que él es el Creador, y nosotros, criaturas;
y admitir nuestra propia indignidad, impotencia y absoluta
dependencia de él. Ese reconocimiento también implica la
voluntad de aceptar el señorío de Dios sobre nuestra vida.
Llamado a la adoración:
La adoración en el Cielo.
La adoración en la Tierra.
La falsa adoración.
Unidos en adoración:
El estudio de las Escrituras.
La comunión y la oración.
Adorar a Dios es darle la gloria y el honor
que Él se merece.
La adoración celestial es un acto de
agradecimiento por lo que Dios ha hecho:
“porque tú creaste todas las cosas […] y
con tu sangre compraste para Dios gente
de toda raza, lengua, pueblo y nación”
(Ap. 4:11; 5:9 NVI).
El sacrificio de Jesús es el centro de la
adoración. Los seres celestiales rinden
adoración a Dios por habernos redimido a
nosotros. ¡Cuánto más debemos nosotros
adorarle y darle gracias por su redención!
Adoramos a Dios cuando le rendimos
culto, alabanza, amor y obediencia,
porque Él es digno de recibirlos.
El último mensaje de Dios a la humanidad
se compone de dos partes: