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Llegamos así a la reflexión, la conjunción entre Humanismo y Cristianismo en Humanismo de

inspiración Cristiana. Está claro que es un tratar de aclarar que se aceptan todas las
consecuencias que la encarnación del Hijo de Dios tiene para todos los hombres y que exige
una permanente profundización. La Constitución Apostólica Gaudium et Spes del Concilio
Vaticano II si bien, señala un determinado humanismo como una de las raíces del ateísmo
contemporáneo “Hay quienes exaltan tanto al hombre que queda consecuentemente
enervado, la fe en Dios, a lo que parece, más interesados en la afirmación del hombre que por
la negación de Dios.”

Pero, esto no significa que la Iglesia pretenda abandonar el terreno Humanista sino que por su
parte acentúa el aspecto humanista del cristianismo, recogiendo con ello una tradición
también antigua y que lleva al menos cinco decenios de renacimiento en el mundo católico.
Recordando el “Humanismo Integral” el 1936 de J Maritain, el mismo Concilio Vaticano II, las
palabras de Pablo VI en el discurso de clausura del mismo Concilio “Vosotros humanistas
modernos, que renunciáis a la trascendencia de lo supremo atribuid al Concilio siquiera este
mérito y reconozca nuestro nuevo humanismo; También nosotros y más que nadie es
promotor del hombre.” Y en esta medida el Cristianismo es profundamente humanista, ya que
la dimensión no es accidental sino que pertenece a su misma entraña. Sin ella, no sería el
cristianismo lo que es.

En síntesis, el humanismo de inspiración cristiana no es un mero saber del hombre, sino un


crecer consciente como hombre, un optar por la persona de Jesús, Hijo de Dios e Hijo de
María, y por su misión de llevar plenitud a todos los hombres. El humanismo cristiano
contempla al hombre, se acerca al hombre desde Jesús. Desde ahí se solidariza con el
hombre, da firmeza a su responsabilidad y fundamenta su diálogo en una relación
esencialmente personal.

A la relación de este proyecto global del humanismo cristiano debemos llevar como aportación
especifica la luz del ideal fraternal del amor, de la esperanza y de la justicia. Así enunciado el
proyecto global del Humanismo Cristiano abarca todas las dimensiones de la existencia
humana y las orienta en la dirección trascendente. Humanismo y Cristianismo. Un Dios
profundamente humano y unos hombres no eclipsados sino enaltecidos por Él y
llamados a la plena fraternidad de los “Hijos de Dios”.

Nuestro que hacer debe entonces consistir en ver hacia donde puede lo cristiano inspirar los
diversos aspectos de la vida en las circunstancias actuales de la humanidad.

Por esta razón, el amor cristiano impulsa a la denuncia, a la propuesta y al compromiso con
proyección cultural y social, a una laboriosidad eficaz, que apremia a cuantos sienten en su corazón
una sincera preocupación por la suerte del hombre a ofrecer su propia contribución. La humanidad
comprende cada vez con mayor claridad que se halla ligada por un destino único que exige asumir
la responsabilidad en común, inspirada por un humanismo integral y solidario: ve que esta unidad
de destino con frecuencia está condicionada e incluso impuesta por la técnica o por la economía y
percibe la necesidad de una mayor conciencia moral que oriente el camino común. Estupefactos
ante las múltiples innovaciones tecnológicas, los hombres de nuestro tiempo desean
ardientemente que el progreso esté orientado al verdadero bien de la humanidad de hoy y del
mañana.

En conclusión; La Iglesia, experta en humanidad, en una espera confiada y al mismo tiempo


laboriosa, continúa mirando hacia los «nuevos cielos» y la «nueva tierra» (2 P 3,13), e
indicándoselos a cada hombre, para ayudarle a vivir su vida en la dimensión del sentido auténtico.
«Gloria Dei vivens homo»: el hombre que vive en plenitud su dignidad da gloria a Dios, que se la ha
donado.

sábado, noviembre 18, 2006


El humanismo católico se basa en la justicia y la caridad
por Gonzalo Vial, para el periódico La Segunda de la República de Chile.

El CDE ante la opinión y la prensa


Los católicos tenemos la obligación de promover la justicia social, y la caridad que la
perfecciona, para llegar a la sociedad que queremos, que es una sociedad cristiana. Ese
es nuestro humanismo.

Se ha generado un amplio e interesante debate sobre qué entender por humanismo cristiano.

Humanismo es la concepción que se tiene del hombre, de su naturaleza y —acorde a ésta—


de sus fines, derechos y deberes. Concepción que determina el modo de organizar la
sociedad, para que ella optimice y no perjudique el desarrollo del hombre —de todos los
hombres que la conforman— en los aspectos señalados.

El humanismo es cristiano si se ajusta a las enseñanzas de Cristo, de las cuales hay distintas
versiones. A cada una corresponde su humanismo propio... un humanismo anglicano, otro
ortodojo, y otro católico, por supuesto.

Para el católico, el humanismo cristiano es el que deriva de su fe, que la Iglesia conserva y
declara. Respeta a los otros, pero el propio es (cree y afirma) distinto, y más completo y
perfecto. Se expresa en su doctrina social, la doctrina social de la Iglesia. La sociedad
óptima es para el católico la que se constituye y funciona conforme a esa doctrina, cuya
fuente —por otra parte— son las encíclicas pontificias relativas a la materia, periódicas
desde fines del Siglo XIX hasta hoy.

Naturalmente, los católicos no soñamos con imponer a quienes no lo son, ni nuestro


humanismo, ni el esquema social que deriva de él. Pero reivindicamos el derecho a
difundirlos y hacerlos triunfar porque llevan, pensamos, a LA MEJOR SOCIEDAD
POSIBLE... mejor para todos, no sólo para nosotros.

No es una doctrina de recetas, sino de principios. Por ejemplo, la encíclica Quadragesimo


Anno (1931) habló potentemente de sindicatos, cooperativas, salario familiar, etc... Puede
que la complejización de la economía y de su ciencia haya dejado obsoleto aquel
documento en sus aspectos técnicos —que corresponden, claro está, a los años 30, cuando
fue dictado—, pero los principios subyacentes son los mismos. Y el católico los cumplirá
hoy de otra forma que entonces, pero siempre debe cumplirlos, le son obligatorios.

Así, el empresario católico no cumple la doctrina social de la Iglesia pagando el salario de


mercado a sus trabajadores; ella le prescribe, como deber ético, retribuirlos con el salario
justo, cuya definición (en la que hoy no podemos entrar) es compleja, más compleja que la
de Quadragesimo Anno... pero no es vaga.

Las bases de la doctrina social de la Iglesia son la justicia y la caridad. La caridad es el


servicio del prójimo por amor a él y a Dios. Se puede servir al prójimo por otros motivos
laudables, v.gr., el placer interior de hacerlo... la filantropía. Pero la filantropía no es
caridad, y al católico se le exige ésta.

La caridad no excluye la justicia social, sino que la perfecciona. Pero también la supone. Si
no hay justicia previa, no hay caridad posible. La asistencia a necesidades específicas de los
menesterosos más golpeados por la vida —alimento, abrigo, techo— no exonera de la
justicia social ni compensa que no exista.

Los católicos tenemos la obligación de promover la justicia social, y la caridad que la


perfecciona, para llegar a la sociedad que queremos, que es una sociedad cristiana. Ese es
nuestro humanismo.

Esta obligación nos es recordada constantemente por San Alberto Hurtado, según a su vez
nos recuerda un distinguido jesuita en El Mercurio del 22 de enero. Apoyado en citas del
santo, nos dice que la vocación social y de amor del católico se convierte en un profundo
compromiso con la construcción de una sociedad siempre más humana y solidaria, donde
todos y todas tengan cabida digna.

El compromiso de los católicos dirigido a edificar una sociedad donde impere nuestro
humanismo, es más amplio que el de realizar obras de asistencia a los pobres, por muy
loables que sean. Es, estrictamente hablando, un compromiso POLITICO, aunque no se
ejerza desde un partido.

Benedicto XVI, en su primera y reciente encíclica, ratifica ese compromiso, en notable


continuidad de pensamiento con los papas anteriores... Juan Pablo II, Pablo VI, Juan XXIII,
Pío XI y León XIII, y sus respectivas encíclicas sociales.

Implantar el social-catolicismo exige, por último (a mi juicio), tener presentes dos


circunstancias esenciales:
PRIMERA. En la sociedad que vivimos, los bienes palpables, tangibles, han perdido
importancia. Lo que permite al hombre crecer material y espiritualmente —aparte de los
factores religiosos y morales—, es el desarrollo de la INTELIGENCIA CREATIVA Y DE
LA VOLUNTAD REALIZADORA. A ese desarrollo es al que tienen derecho los pobres,
los postergados. Y se traduce en cinco necesidades vitales: empleo, educación, salud,
vivienda y previsión. Atenderlas, es crear IGUALDAD DE OPORTUNIDADES. Nuestra
justicia social, la católica, debe derribar los obstáculos que anulan o merman la igualdad de
oportunidades. Son obstáculos de egoísmo, pero el egoísmo no radica sólo en la resistencia
a compartir bienes materiales —que es lo que suele enfatizarse—, sino también en aferrarse
a aquellos privilegios de gremios que cierran el camino de la igualdad, como sucede hoy
mismo en materia de educación y salud.

SEGUNDA. El humanismo católico y su realización —es decir, el cumplimiento de la


doctrina social de la Iglesia— presumen y exigen que la BASE de la sociedad, sus
fundamentos mismos, sean conformes a lo que enseña la Iglesia. A menudo se piensa sólo,
al tratar aquella doctrina, de las necesidades claves que enumerábamos, o de las relaciones
laborales. Pero todo esto tiene la CONDICION PREVIA E INELUDIBLE de que la base
social sea sana, ajustada a las normas de la Iglesia. Esa base es la FAMILIA. Y la Iglesia
tiene al respecto normas claras, QUE INTEGRAN TAMBIEN SU DOCTRINA SOCIAL.
La familia del orden socialcatólico se fundamenta en el matrimonio indisoluble; en la
fidelidad conyugal; en el sexo exclusivamente dentro del matrimonio; en una maternidad
cuyo control no quebrante la naturaleza del hombre; en el respeto de la vida humana desde
la concepción; en el derecho preferente de los padres a criar y educar a sus hijos, etc., etc.
Son reglas duras para los católicos, porque no son las generalmente aceptadas en el mundo
de hoy. Pero defenderlas y promoverlas —y no silenciarlas vergonzantemente— es tan
parte de la doctrina social de la Iglesia, de su manera de concebir la justicia y el amor en la
sociedad, y del consiguiente orden social y humanismo católicos, como defender y
promover el salario justo, la libertad sindical, la solidaridad, la igualdad de oportunidades,
etc. Entre otros motivos, porque estos últimos valores, sin aquéllos —sin la familia cristiana
— SON IMPOSIBLES, IRREALIZABLES.

Hay que estar con TODA la doctrina de la Iglesia para la sociedad. Aquí el Padre Hurtado,
en dos citas oportunas que transcribe el artículo que comento: El cristiano es cristiano en
todas partes, o no lo es en ninguna... El mundo está cansado de palabras, quiere hechos;
quiere ver a los cristianos cumpliendo los dogmas que profesan.

Read more: http://vivificar.blogspot.com/2006/11/el-humanismo-catlico-se-basa-en-


la.html#ixzz3Zz9cEDDj
Índole comunitaria de la vocación humana según el plan de Dios

24.

Por lo cual, el amor de Dios y del prójimo es el primero y el mayor


mandamiento. La Sagrada Escritura nos enseña que el amor de Dios no puede
separarse del amor del prójimo: (Rom 13,9-10; cf. 1 Io 4,20). Esta doctrina
posee hoy extraordinaria importancia a causa de dos hechos: la creciente
interdependencia mutua de los hombres y la unificación asimismo creciente del
mundo.

Más aún, el Señor, cuando ruega al Padre que todos sean uno, como nosotros
también somos uno (Io 17,21-22), abriendo perspectivas cerradas a la razón
humana, sugiere una cierta semejanza entre la unión de las personas divinas y la
unión de los hijos de Dios en la verdad y en la caridad. Esta semejanza demuestra
que el hombre, única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo, no
puede encontrar su propia plenitud si no es en la entrega sincera de sí mismo a
los demás.

Ayuda que la Iglesia procura dar a la sociedad humana

42

El Concilio aprecia con el mayor respeto cuanto de verdadero, de bueno y de


justo se encuentra en las variadísimas instituciones fundadas ya o que
incesantemente se fundan en la humanidad. Declara, además, que la Iglesia
quiere ayudar y fomentar tales instituciones en lo que de ella dependa y puede
conciliarse con su misión propia.

El hombre, autor de la cultura

55.

Esto se ve más claro si fijamos la mirada en la unificación del mundo y en la


tarea que se nos impone de edificar un mundo mejor en la verdad y en la
justicia. De esta manera somos testigos de que está naciendo un nuevo
humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la
responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia.

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