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EL DERECHO Y LA JUSTICIA JUAN CAR LOS BAYO N MOH I NO

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LA· NORMATIVIDAD
DEL·DERECHO:
DEBER· JURIDICO
Y·RAZONES
PARA·LA ·ACCION
9 788425 9 08958
CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO: DEBER
JURIDICO Y RAZONES PARA LA ACCION
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

LA NORMATIVIDAD
DEL DERECHO:
DEBER JURIDICO Y RAZONES
PARA LA ACCIO
1-
1

.1

CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES


MADRID, 1991
Colección: «El Derecho y la justicia»
Dirigida por Elías Díaz

A la .memoria de mi amigo
Gonzalo Mato

Reservados todos los derechos

© CENTRO DE ESTUDIOS CONSTITUCIONALES


© JUAN CARLOS BAYÓN MOHÍNO

NIPO: 005-91-033-1
ISBN: 84-259-0895-7
Depósito Legal: M-44405-1991

Fotocomposición e impresión: Fotopublicaciones, S. A.


INDICE

Pág.

Nota Preliminar 13

INTRODUCCION
l. La normatividad del derecho como problema 17

PARTE I
EL CONCEPTO DE «RAZONES PARA LA ACCION» COMO
NUCLEO -BASICO DEL DISCURSO PRACTICO
2. La explicación de las acciones y la estructura de la delibera-
ción del agente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 45
3. Deseos: razones instrumentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
3 .1. Estratificación de preferencias . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 58
3.2. Los deseos como razones para actuar . . . . . . . . . . . . . 74
3.3. Deseos y· creencias: razones operativas y auxiliares . . 85
3.4. Racionalidad instrumental: factores de complejidad . 90
4. Intereses: razones prudenciales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 95
4.1. Planes de vida .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. .. . 95
4.2. Racionalidad e identidad personal ................ 100
9
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

Pág. Pág.

4.3. El concepto de intereses «reales» u «objetivos» ..... 114 8.4.3. La obligación moral de obedecer el derecho:
5. Valores: razones morales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 128 observaciones metodológicas . . . . . . . . . . . . . . 691
8.5. Prácticas e instituciones sociales y unidad del razona-
5.1. Prudencia y moralidad: ¿por qué debo ser moral? ... 128
miento práctico . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 711
5.2. La moralidad como una presunta extensión de la ra-
cionalidad prudencial en contextos de interacción es-
EPILOGO
tratégica ...................................... 149
5.3. Las razones morales como razones internas ........ 196 9. Sistema jurídico y razones para la acción . . . . . . . . . . . . . . . . 729

PARTE II BIBLIOGRAFIA ....................................... 741


RAZONES Y REGLAS
INDICE DE AUTORES ...·. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 789
6. Reglas y prescripciones ............................... 248
7. Reglas morales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 306 INDICE DE MATERIAS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 797
7 .l. De nuevo sobre juicios de deber, prescripciones y
reglas ........................................ 306
7 .2. La estructura abierta de la deliberación moral: princi-
pios y reglas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 321
7 .3. Las reglas morales como juicios de deber relativos a
actos genéricos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 363
7 .4. La idea de «deber prima facie» y los conflictos entre
deberes morales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 383
7.5. La distinción entre «tener una obligación» y «deber ha-
cer» y sus posibles interpretaciones ............... 431
8. Reglas sociales: prácticas, instituciones y razones para actuar 448
8.1. Las condiciones de existencia de las reglas sociales y
su papel en los razonamientos prácticos . . . . . . . . . . . 448
8.2. El concepto de «razón excluyente» . . . . . . . . . . . . . . . . 496
8.3. Razones independientes del contenido: las reglas so-
ciales como razones auxiliares . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 544
8.4. Agentes racionales, prácticas e instituciones sociales . 565

8.4.1. Obligaciones de creación voluntaria: la prácti-


ca de la promesa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 566
8.4.2. Obligaciones de creación no voluntaria: con-
cepto y justificación de la autoridad . . . . . . . . 602
10 11
NOTA PRELIMINAR

Este trabajo fue presentado en mayo de 1991, como tesis doctoral


dirigida por Elías Díaz, ante un Tribunal compuesto por Gregario Pe-
ces-Barba, Ernesto Garzón Valdés, Francisco Laporta, Manuel Atien-
za y Alfonso Ruiz Miguel. De todos ellos recibí valiosos comentarios
y sugerencias que me han sido del mayor provecho. 1\.o sé hasta qué
punto, sin embargo, habré sido capaz de aprovecharlos plenamente, y
espero en cualquier caso que no se deba sólo a mi empecinamiento el
que el texto se publique finalmente con apenas unas pocas modifica-
ciones (y seguramente más ligeras de lo que hubiese sido deseable).
A la vista de todo ello, me parece que al menos esta vez resulta algo
más que una cláusula de estilo la obligada aclaración de que todas las
carencias e imperfecciones que subsistan sólo se me han de imputar a
mí.
Durante todos estos años he podido beneficiarme dt~l excelente cli-
ma académico y humano imperante en el Area de Filosofía del Dere-
cho de la Universidad Autónoma de Madrid, del que a buen seguro
Elías Díaz es el principal responsable. A él y a todos los que allí son
hoy o han sido mis compañeros, mi agradecimiento más sincero.
Finalmente, deseo hacer constar mi gratitud al Congreso de los
Diputados por la beca concedida en su día para la realización de este
trabajo.
Madrid, noviembre 1991
INTRODUCCION
l. LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO COMO PROBLEMA

El problema de la normatiyidad del derecho, tal y como ha expli-


cado no hace mucho -y a mi juicio de manera certera- Gerald Pos-
tema, no es otro que el de armonizar dos consideraciones comunes en
relación con el fenómeno jurídico. Por un lado el derecho es una ins-
titución social-i. e., un conjunto de hechos sociales complejos- que
puede ser observada y descrita desde un punto de vista valorativamen-
te neutral mediante enunciados que expresan proposiciones verdade-
ras o falsas. Por otro, el derecho es esencialmente práctico: se apela
a las normas que forman parte del derecho existente para justificar ac-
ciones y decisiones, es decir, se construyen razonamientos prácticos
justificatorios en los que aparentemente las normas jurídicas -cuya
existencia es una cuestión de hecho- operan como razones para ac-
tuar (1). Esos dos aspectos están por supuesto interrelacionados: pre-
cisamente entre los hechos sociales en los que ha de reparar quien ob-
serva y describe el fenómeno jurídico seguramente el más relevante es

(1) Cfr. Gerald Postema, «The Normativity of Law», en R. Gavison (ed.), Issues
in Contemporary Legal Philosophy, The lnfluence of H. L. A. Hart (Oxford; Ciaren-
don Press, 1987), pp. 81-104, p. 81. Sobre esa doble dimensión del derecho, vid. tam-
bién Carlos S. Nino, La validez del derecho (Buenos Aires: Astrea, 1985), pp. 176-177;
Ricardo A. Caracciolo. El sistema jurídico. Problemas actuales (Madrid; Centro de Es-
tudios Constitucionales, 1988), p. 22; y Jeffrey D. Goldsworthy, «The Self-Destruction
of Legal Positivism», en Oxford Journal of Legal Studies, lO (1990), 449-486,
pp. 449-452.

17
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

el de que algunos individuos d~sarrollen esa clase de ra~onamientos nes de la idea general de la separación conceptual -o, si se quiere,
prácticos justificatorios y se aphqu~ la fuerza d.e conformidad con las de la conexión contingente- entre el derecho y la moral, pero son ló-
conclusiones de los mismos. Pero silo que nos mteresa no es el hecho gicamente independientes entre sí. Con arreglo a la primera, la deter-
de que esos razonamie~t?s prá.cticos s~ de~arrollen efectivamente, sino minación de la existencia y el contenido del derecho es exclusivamen-
los razonamientos justiflcatonos en si mismos, surge la sospecha de te una cuestión de hechos sociales complejos para la que no es nece-
que entre los dos aspectos mencionados ~x~ste u?a ~ensi~n difícil de sario acudir a ninguna clase de consideraciones morales (y un corola-
resolver: porque si el derecho n? es en ultimo terffil!lO SI~? un co?- rio de la misma sería que nada es derecho simplemente porque sea jus-
junto de hechos sociales c?mpleJOS que pueden ser Ident.Ificados. sm to). Con arr~glo a la segunda, que una norma forme parte del derecho
asumir compromiso valorativo alguno, entonce~ no es sencillo exphc~r no implica que tenga que haber razones morales para actuar de acuer-
cómo lo identificado de ese modo puede servir a su vez como razon do con ella. La primera tesis no implica la segunda, puesto que podría
justificativa de ciertas acciones y de~isiones. Si se presupone que. ~a de- darse el caso de que la concurrencia de la clase de hechos sociales com-
terminación de lo que el derecho di~pone es a la vez una cuest10n. de plejos que serían necesarios para poder afirmar que existe un sistema
hecho y la identificación de una razon para actuar (2), puede decuse jurídico le asegurara ya algún valor moral cualquiera que fuese su con-
cabalmente que el problema de 1~ normatividad del derec.ho no es otro tenido. Sea como fuere, en virtud de la aceptación de estas dos tesis
que el de explicar cómo son posibles ambas cosas a un tiempo. sería posible deslindar con nitidez el derecho que es y el derecho que
Otra forma de plantear el problema consiste en presentarlo como moralmente debe ser.
una dificultad interna de la tradición del positivismo jurídico para con- Pero el problema surge tan pronto como se afirma también que el
ciliar sus ingredientes esen~iales de un ~odo tal que no .quede com- derecho que «es» debe (jurídica, no moralmente) ser aplicado: porque
prometido el carácter práctico. o normativo de los e~un~I~dos acerca si los enunciados a través de los cuales se identifica lo que el derecho
de lo que el derecho dispone (1. e., acerca de lo que JUndicamente se dispone (es decir, lo que con arreglo al derecho debe hacerse) son pu-
debe hacer). Dos de esos c?mponen~es fundam.entales de la tradici?n ramente descriptivos -cualquiera que sea la naturaleza de los fenó-
positivista son los que cabna denommar la «tesis de las fuentes socia- menos que se supongan que describen-, no acaba de verse con clari-
les del derecho» y la «tesis de la falibilidad moral-o del car~cter ~o­ dad de qué modo puede construirse con ellos un razonamiento prác-
ralmente no concluyente- del derecho» (3). Ambas son mamfestac10- tico justificatorio de manera que su conclusión entrañe una determi-
nada actitud práctica sin que esa misma actitud esté ya presente en el
asentimiento a sus premisas; y alternativamente, si los enunciados acer-
(2) Como dice Nino, «( ... )cuando un j,~ez dice, p. ej:, "el derecho dispone tal cosa, ca de lo que el derecho dispone son ya enunciados prácticos, no me-
por tanto debo decidir concordantemente , su razo?mmento no es cons1?e~a~o gene-
ralmente entimemático (por descansar en una prem1sa oculta como el pnnc1p10 moral
ramente descriptivos, es decir, si el derecho se concibe como un con-
de que se debe hacer lo que el derecho dispon~) ni es descalific.ado por incur~ en un junto de deberes, de normas entendidas como juicios de deber ser -de
non sequitur. Esto implica que la fuerza normat1~a que se transiDite a la conc.lusiOn yace manera, por decirlo al modo de Kelsen, que no es que las normas ju-
en la misma premisa que dice que el derecho d1spone tal cosa» (cfr. La valzdez del de- rídicas impongan deberes, sino que son deberes (4)-, hay que aclarar
recho, cit., p. 167). . . . cómo puede estar en relación genética o causal con hechos de índole
(3) Vid. diferentes presentaciones de estas tesis -pero comc1~entes en lo sustan-
cial- en J. Raz, The Authority of Law. Essays on Law and Moralzty (Oxford: Ciaren-
don Press, 1979) [hay trad. cast. de R. Tamayo, La autorid~d del derecho. Ensayos ~o­ (4) Cfr. H. Kelsen, Reine Rechtslehre, 2.• ed. (Wien: Franz Deuticke, 1960) [hay
bre derecho y moral (México; UNAM, 19.82), por don~e se CI!a], p. 75; Id., «The Punty trad. cast. de R. J. Vernengo, Teoría pura del derecho (México: UNAM, 1979, reimp.
of the Pure Theory», en Révue Internan.onale de P~~l~sophze, 35 (1981) ~41-459, pp. 1981), por donde se cita], p. 19; Id., Allgemeine Theorie der Normen, ed. póstuma a
443-444· Neil MacCormick, «Law, Morality and PosltlVISm», en Legal Studzes, 1 (1982) cargo de K. Ringhofer y R. Walter (Wien: Manzsche Verlags- und UniversWitsbuch-
pp 131-i45 [ahora en N. MacCormick y O. Weinberger, An Institutional !heory of Law. handlung, 1979), p. 108. Esta concepción es reproducida por G. Robles Morchón, Las
New Approaches to Legal Positivism (Dordrech.t/Boston/Lancaster: Re1del 1986).'. pp. reglas del Derecho y las reglas de los juegos. Ensayo de Teoría analítica del Derecho (Pal-
127-144, por donde se cita], pp. 128-129; N. E. S1mmonds, «The Nature of Propos1t1ons ma de Mallorca: Ed. de la Facultad de Derecho, 1984), p. 167 («El deber no es lo que
of Law», en Rechtstheorie, 15 (1984) 96-108, p.96. la norma establece, sino que es la norma misma»).

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

social que pertenecen al mundo del ser. El problema de la normativi- esas explicaciones a quienes ordinariamente se suele considerar sus sos-
dad del derecho puede entonces ser presentado también como el con- tenedores paradigmáticos (8), al acierto de cada uno de los argumen-
sistente en explicar de qué modo están relacionados dos conceptos o
sentidos en los que hablamos de «normas» o decimos que «existe una (8) Así, por ejemplo, en relación con Bentham se ha sostenido -cfr. P. M. S. Hac-
norma»: las normas, por un lado, como fenómenos sociales de los que . ker, «Sanction Theories of Duty», en A. W. B. Simpson (ed.), Oxford Essays in Juris-
puede decirse que tienen una duración en el tiempo, que existen en prudence. Second Series (Oxford: Clarendon Press, 1973), pp. 131-170, vid., pp. 135-142
y especialmente p. 136- que en su obra conviven hasta cuatro explicaciones diferen-
tal o cual grupo pero no en otro, que han sido creadas o que han de- ciables de lo que querría decir que «es legalmente obligatorio 0», y que la crítica clásica
jado de existir, etc.; y las normas como juicios de deber que se utilizan que le formula Hart- cfr. Hart, «ll concetto di obbligo», en Rivista di Filosofia, 62
en razonamientos prácticos justificatorios de acciones y decisiones (5). (1966) 125-140 -se ha fijado sólo en una de ellas (la que combina un elemento impe-
De ahí que no resulte extraño el que Hart haya podido calificar como rativista con un análisis predictivista del deber en términos de probabilidad de sufrir una
«una tarea central de la filosofía del derecho» la de «explicar la fuerza sanción). Para la respuesta de Hart a esa objeción- consistente en poner en duda la
posibilidad real de atribuir todas ellas a Bentham y de sostener, en cualquier caso, que
normativa de las proposiciones jurídicas» (6) (y de hacerlo, se entien- las cuatro compartirían el defecto fundamental de toda estrategia reduccionista -cfr.
de, de un modo tal que se permanezca fiel a las tesis de las fuentes Hart, «Legal Duty and Obligation» (que es una versión sustancialmente corregida y am-
sociales y de la falibilidad moral del derecho). pliada de «ll concetto di obbligo», cit.), en Hart, Essays on Bentham. Studies in Juris-
La solución para el problema apuntado se pierde irremisiblemente prudence and Política! Theory (Oxford: Clarendon Press, 1982), pp. 127-161,
pp. 138-143.
si los enunciados relativos a lo que jurídicamente se debe hacer son
interpretados con arreglo a una cualquiera de las muchas formas po- También se ha sostenido que la forma en que Hart atribuye a los realistas america-
nos una teoría predictivista como expli~ación de los enunciados relativos a deberes ju-
sibles de lo que Raz ha denominado «reduccionismo semántico» (7), rídicos constituye «un ejemplo irritante de mala práctica académica (urischolarly practi-
es decir, si esos enunciados se consideran equivalentes o traducibles a ce) o de polémica desleal» -cfr. William Twining, «Academic Law and Legal Philo-
enunciados descriptivos de cualquier clase de hechos (ya sean éstos la sophy: The Significance of Herbert Hart», en Law Quarterly Review, 95 (1979) 557-580,
emisión de un mandato por parte de alguien, la probabilidad de sufrir p. 568-, alegándose también (por ejemplo, en relación con Holmes) que los pasajes
una sanción si se realiza una acción diferente o de que los tribunales de más crudo y simplista predictivismo que pueden sin duda encontrarse en sus escritos
nunca fueron concebidos por el propio Holmes como una explicación adecuada de la
dicten una determinada decisión, el experimentar una cierta sensación relación del juez con el material jurídico (i. e., de su deber de aplicar el derecho), sino
psicológica de constricción, o cualesquiera otros más complejos que sólo del punto de vista limitado y diferente del individuo interesado exclusivamente en
combinen de diferentes formas estos elementos o algunos análogos a anticipar el contenido de las decisiones judiciales, sin pretender que dicho punto de vis-
ellos). En la discusión de estas estrategias reduccionistas se plantean ta sea el único posible o el único que tenga sentido en relación con el derecho: vid.,
un buen número de poblemas cuya discusión pormenorizada no es po- Thomas C. Grey, «Holmes and Legal Pragmatism», en Stanford Law Review, 41 (1989)
787-870.
sible en este trabajo (que van desde la justicia de atribuir cada una de
En otros casos, más que de la imputación o atribución injusta de una estrategia re-
duccionista a un determinado autor, de lo que habría que hablar es de la convivencia
(5) Sobre estos diversos sentidos en los que cabe hablar de normas jurídicas y las dentro de su obra de elementos que posibilitan alternativamente interpretaciones reduc-
relaciones que median entre ellos, vid., C. S. Nino, «Legal Norms and Reasons for Ac- cionistas y no reduccionistas de los enunciados relativos a lo que el derecho dispone o
tion», en Rechtstheorie, 15 (1984) 489-502 (ahora, con alguna ligera variación, en La va- a lo que con arreglo a éste debe hacerse. Este podría ser el caso de Ross, si junto a su
lidez del derecho, cit., cap. VII, por donde se citará en lo sucesivo). explicación central del significado de un enunciado como «D es derecho vigente» en tér-
(6) Cfr. H. L. A. Hart, Essays in Jurisprudence and Philosophy (Oxford: Ciaren- minos de una predicción acerca de la conducta futura de los tribunales sustentada en la
don Press, 1983), p. 18. Carlos Nino, por su parte, no duda en calificar la cuestión de vivencia por parte de éstos de ciertas normas como obligatorias -cfr. On Law and Jus-
si las normas jurídicas constituyen o no razones autónomas -i. e., no morales- para tice (ed. orig. en danés, 1953) (London: Stevens and Sons, 1958) [hay trad. cast. de
justificar acciones y decisiones (y de si, por consiguiente, el discurso jurídico práctico G. R. Carrió, Sobre el derecho y !ajusticia (Buenos Aires: Eudeba, 1963; 3.a ed., 1974),
es o no un discurso independiente del discurso moral general) como la pregunta o el por donde se cita en lo sucesivo], cap. II-, se toma en cuenta la introducción poste-
tema «central» o «crucial» de la filosofía del derecho: cfr. Nino, La validez del derecho, rior, tratando de resolver la paradoja de la auto-referencia en cuanto a la norma que
cit., pp. 125 y 183; Id., «Sobre los derechos morales», en Doxa, 7 (1990) 311-325, pp. establece el procedimiento de reforma constitucional, de la idea de una «norma básica»
316-317. -en un sentido franca y sorprendentemente similar al que ésta noción tiene en la teoría
(7) Cfr. Raz, «The Purity of the Pure Theory», cit., p. 443. kelseniana-, presupuesta o aceptada la cual sería posible formular enunciados relativos

20 21
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

. h sido criticadas (9), pasando por la ne- jas que los modelos simples que suelen ser habitualmente objeto de
tos particula~es. con.los qu~as a~e esas estrategias explicativas de otras crítica) (11). Pero en cualquier caso el inconveniente central y no 'su-
cesid.ad de distingul! alguero no reduccionistas (lO) o de ignorar lapo- perable de cualquiera de ellas -o de sus versiones corregidas o más
relatiVamente ~arecldals p licaciones reduccionistas más comple- sofisticadas -radica en que, interpretados de ese modo, los enuncia-
sibilidad de articular a gunas exp dos relativos a lo que el derecho dispone, o a lo que jurídicamente se
debe hacer, quedan privados de su caracter práctico o normativo, re-
1 1 derecho que no parecen susceptibles de una tr~­
a lo que debe hacerse con arreg o a , . om le. os y que resultan esencialmente SI-
ducción reduccionista a fenómen?sde~kt~;:o~ h:rtilnos (cfr. A. Ross, «Ün Self-Refe-
milares, según creo,. a los e~un~m ~ L » en Mind 78 (1969) 1-24 [hay trad. cast. de por qué incurrir en un regressus ad infinitum ni nos fuerza a presuponer -como cree
rence anda Puzzle m _co~s~~~!Io<~;obr:~a'auto-referencia y un difícil problema de. de-
el propio Kelsen- que en último término encontramos un órgano que simplemente
«está autorizado» para imponer una sanción (aunque en sentido técnico no tendría un
E. Bulygin YE: Garzon a 'El conce to de validez y otros ensayos (~uenos Aft~s:
recho constituciOnal», _e~ Ross,. 1969{ 47-81]). Sobre esta irrupciOn esporadi~a genuino «deber jurídico» de hacerlo). Para evitar esas conclusiones --desde los presu-
Centro Editor de Amenc~ ~atma, 1 te~rf:d.e Ross han llamado la atención Torstem puestos de la propia teoría- basta con que exista en el ordenamiento una norma (como
de plantea~entos.n?rmatiVI~~as ~;.:e Notion of Basic Norm(s) in Jurispt;Idenc~», .e~ la que tipifica y pena el delito de prevaricación del juez) que establezca una sanción
Eckhoff y Nils Kri.stl~n Sun y, 75 121-151, . 124; Riccardo Guastiru, L~zzom dz para el juez que -en determinadas circunstancias o con determinados requisitos- in-
Scandinavian Studzes z~. Law, 1? (~9G) ichelli l983), pp. 74-75; Julio B. Maier, «Re- cumpla su deber de imponer sanciones, incluídas la que debe imponer en aplicación de
E.
TeoriaAnalitica del Dzr~tto ('~or:~der~Jto», en Bulygin et al. (eds.), El lenguaje del esa misma norma (dando lugar así a una forma de auto-referencia lógicamente inobje-
table); cfr. Hart, «Self-referring Laws», en Festskrift till Karl Olivecrona (Stockholm:
flexiones acercad~ la VIgencia e., Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1983), pp. ~35-27~,
derecho. Homenaje aG. R. Ca~zo (. Il problema del diritto e l'obbligatorieta. Studzo Norstedts, 1964), pp. 307-316 (ahora en Hart, Essays in Jurisprudence and Philosophy,
pp. 256-257, nota 46; Afo(~o ~·a~~' Scientifiche Italiane, 1983), p. 120, n. 23; J. A. cit., pp. 170-178, por donde se cita), pp. 170-173.
_. sulla norma fondamenta ed apo . ·~iento en la teoría jurídica de H. L. A. Hart. Un De todos modos, dejando ahora al margen la cuestión central de que en cualquier
Ramos Pascua,. La r~~la del rdecon~cz mo sistema normativo autónomo (Madrid: Tec- caso la explicación de la fuerza normativa de un enunciado relativo al deber de imponer
intento de configuraczon e erec 0 co una sanción es exactamente igual de poblemática que la de un enunciado relativo al de-
nos, 1989), PP· 84~85. - 1 do ue el argumento según el cual la explicación ber de realizar una determinada conducta -exista o no el deber de imponer una san-
(9) Así, por eJempl~, s~ ha ~nfa a ro~abilidad de sufrir una sanción fallaría porque ción en caso contrario-, así como el hecho de que una teoría como la aludida propone
de la idea de deber en terffil~os . e ~ dicción que «X tiene el deber de hacer ~» pero un criterio sumamente discutible y muy poco manejable de individualización de las nor-
es perfectamente posible de~I: szn con ~acer ~» está mal planteado, puesto que la ver- mas jurídicas (que, entre otras cosas, excluye la posibilidad de hablar de deberes jurí-
«no va a sufrir ninguna sanci?~ ~or no tivo a clases de casos no queda desmentida por dicos no sancionados: vid., una aguda crítica de esa exclusión en R. W. M. Días, «The
dad de un enuncia~o probab~stico ~l~n caso articular (de esa clase) en el que su~ede Unenforceable Duty», en Tulane Law Review, 33 (1959) 473-490), su defecto central
la verdad de enunciados relativos a. g pb ble (cfr Giacomo Gavazzi, «In difesa me parece la dificultad a la que ha de hacer frente en cuanto a la identificación de las
. · d 1 aquél enunc1a como pro a · . . . E"[ ,;; sanciones, que no es posible sin presuponer como concepto primitivo o primario el de
algo distmto e o que . d'tf dell'obbligo giuridico», en Rzvzsta dz rl osoJ.a,
(parziale) di una conceziOneRpreGI lVt~ . (ed) Problemi di teoría del diritto (Bo!o!Wa: deber; a ello me he referido en otro lugar, al que me permito reenviar: vid., J. C. Ba-
62 (1966) 165-174 [ahora en . uas liD . ' . . yón, voz «Sanction», en A. J. Arnaud (ed.). Dictionnaire encyclopédique de théorie et
n Mulino, 1980), ?P· 125-l~?~vid Sobre el concepto de deber jurídico (Bue~?s Aires: de sociologie du droit (Dictionnaire d'Eguilles) (París: L.G.D.J.; Bruxelles: Story Scien-
tia, 1988), pp. 359-363. De otro modo, como se ha señalado con frecuencia, no es po-
(10) Como senala Carno . t , del deber en términos de sanciOn puede
Abeledo Perrot, 1966), pp. 50-51- una. ~or:e tipo probabilístico o predictivo, en cuyo sible distinguir una multa de una tasa ni un deber de una carga; sobre el concepto de
proponer entre ambos o .bien u~abcone!o~onsideran equivalentes o traducibles a enun- «carga», vid., Giacomo Gavazzi: L'onere. Tra la liberta e l'obbligo (Torino: Giappiche-
caso los enunciados relativos a e. ~res b. en en términos normativos («se tiene el de- lli, 1970).
ciados descriptiv?s de hec?os socia es, ~an~ión caso de no-~») en cuyo caso no se pos- Obsérvese, de todos modos, que la tarea de identificar e individualizar a partir del
ber de hacer ~ si se debe ~mp?~er u~accionista de los enunciados relativos a deberes; material normativo que compone el derecho vigente qué deberes existen, así como la
tula en absoluto una explicaciOn re u . fr General Theory of Law and State (Caro- de aclarar a qué diferentes situaciones normativas de un sujeto -en el sentido de un
éste último es desde luego el. caso. de :elsenÍ9c45) [hay trad. cast. de E. García Maynez, cuadro de distinciones como el hohfeldiano- podemos referirnos diciendo genéricamen-
bridge, Mass.: Harvard Uruverslty ressM' . UNAM 1949· 2 a reimp. de la 2.a ed., te que «debe» jurídicamente hacer algo, constituyen problemas diferentes (y lógica o
Teoría General del De~ec]ho y e¿;~~d~e~rí~~~~~ del der~cho, 2.a· ed., cit., PP· 63-67 y conceptualmente posteriores) al de aclarar en qué sentido el derecho puede proporcio-
1979), por donde se cita ~P· ' . 108-110 nar razones para actuar. En este trabajo me ocupo tan sólo de este último.
129-133; Allge"!:ine Theorze de; ~~~~:~~re~. i!~bligación .jurídica en térmi~os del. de- (11) Vid., por ejemplo, Ilkka Niiniluoto, «Ün the Truth of Norm Propositions», en
La postulaciOn de un~ _teona d liz . , de una conducta contrana no tiene Rechtstheorie, Beiheft 3 (1981) 171-180.
ber de imponer una sanciOn en caso e rea aciOn
23
22
JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sultando por consiguiente incapaces de captar el sentido en que se usan cuenta como marco de su actuar prudencial. Así, por ejemplo, un
para exigir o justificar acciones o decisiones (es decir, para la guía y enunciado del tipo «X tiene la obligación de hacer 0», que expresado
evaluación de conductas). como enunciado interno indica la aceptación de razones para que X
Por supuesto en la teoría del derecho contemporánea el haberlo vis- haga 0 (que servirán llegado el caso como justificación de una reac-
to así es fundamentalmente un mérito de Hart (12). Para Hart -re- ción crítica en contra de X si no hace 0), sería erróneamente interpre-
sumiendo ahora en forma apresurada nociones que son sobradamente tado como la aserción de que es probable que X sufra una reacción ad-
conocidas- hay una clase de enunciados jurídicos (o, más en general, versa si no hace 0, borrando entonces la diferencia sustancial que me-
acerca de cualquier clase de normas) que no pueden ser adecuadamen- dia, desde el punto de vista de quien formuló aquel enunciado inter-
te explicados como enunciados descriptivos de alguna clase de hechos no, entre decir que X tiene una obligación y decir que X se ve obliga-
y que se utilizan precisamente para exigir, justificar o criticar accio- do a hacer 0. Con el inconveniente además de que el punto de vista
nes. Son por tanto enunciados que expresan juicios prácticos o genui- interno en relación con las normas sería en realidad conceptualmente
namente normativos con los que se manifiesta la aceptación de una nor- previo respecto al punto de vista externo, puesto que las regularidades
ma y se hace uso de ella como criterio de evaluación de conductas. de conducta que se constatan desde éste tienen su explicación profun-
Allí donde hay sujetos que adoptan este punto de vista, formulan esta da en la adopción por parte de algunos de los actores implicados -aun-
clase de enunciados («internos») y actúan en consecuencia, es posible que no necesariamente de todos- del punto de vista interno (i. e., en
constatar desde fuera, como mero observador que no adopta a su vez su aceptación de normas).
aquel punto de vista, una serie de regularidades de conducta (entre las La distinción entre enunciados externos y enunciados internos, no
que se cuentan reacciones adversas frente a la realización de conduc- obstante, ha sido trazada por Hart de modo un tanto confuso. En su
tas distintas) y dar cuenta de ellas mediante enunciados («externos») definición del punto de vista interno, como ya se ha señalado en re-
que sí son puramente descriptivos. El defecto de cualquier forma de petidas ocasiones (13), se mezclan un componente cognitivo y un com-
«reduccionismo semántico» consistiría entonces en que perdería por ponente volitivo, de manera que se presentan como si fuesen inescin-
completo de vista el primer tipo de enunciados; o peor aún: que in- dibles la comprensión de fenómenos sociales en términos de seguimien-
terpretaría el sentido de cualquier clase de enunciado que se formule to de reglas (y no como meras regularidades de conducta) y la acep-
en relación con el derecho -incluidos los enunciados internos --como tación de esas mismas reglas (14). Ambos componentes, sin embargo,
si se tratara de un enunciado externo, con lo que se distorsionaría por son claramente separables. De hecho, el propio Hart lo admite implí-
completo el punto de vista de quienes aceptan las normas y las toman cita o explícitamente en alguna ocasión: implícitamente cuando apun-
como criterio de evaluación de conductas, asimilándolo forzadamente ta que con los enunciados internos acerca de la validez de una norma
al de quienes sólo están interesados en conocer regularidades de com-
portamiento y disposiciones de conducta de otros para tomarlas en (13) De un modo especialmente claro por MacCorrnick, Legal Reasoning and Legal
Theory (Oxford: Oxford University Press, 1978), pp. 275-292, sobre todo pp. 287-292;
(12) Cfr. H. L. A. Hart, «Legal and Moral Obligation», en A. I. Melden (ed.), Es- Id., H. L. A. Hart (London: Edward Arnold, 1981), pp. 33-40 y 43-44; MacCor-
says in Moral Philosophy (Seattle: University of Washington Press, 1958), pp. 82-107 rnick!Weinberger, An Institutional Theory of Law, cit., pp. 104-105 y 131-132; y por
[hay trad. cast. de J. Esquive! y L. Alfonso Ortiz, «Obligación jurídica y obligación mo- Guastini, «Metateoria degli atteggiarnenti norrnativi», en Id., Lezioni di teoría analitica
ral», Cuadernos de crítica, n.o 3, (México: UNAM, 1977), por donde se cita], pp. 13-14 del diritto, cit., pp. 39-60. Vid. también Frederick Siegler, «Hart on Rules of Obliga-
y 20-24; Id., The Concept of Law (Oxford: Clarendon Press, 1961), pp. 55-58 y 80-89 tion», en Australasian Journal of Philosophy, 45 (1967) 341-355, pp. 351-355; Roscoe
[hay trad. cast. de G. R. Carrió, El concepto de derecho (Abeledo Perrot: Buenos Ai- E. Hill, «Legal Validity and Legal Obligation», en Yale Law Journal, 80 (1970) 47-75,
res, 1963; reirnp. de la 2.• ed. -por la que se cita-, México, Ed. Nacional, 1980), p. 57; Ota Weinberger, «Die Norrn als Gedanke und Realitiit», en Osterreichische
pp. 70-72 y 102-113; en lo sucesivo se cita corno CL seguido del número de página de Zeitsschrift für offentliches Recht, 20 (1970) 203-216 [ahora en MacCorrnick y Weinber-
la ed. inglesa; y CD, seguido del número de página de la trad. cast. citada]; Id. Essays ger, An institutional Theory of Law, cit., «The Norrn as Thought and as Reality»,
on Bentham, cit., pp. 144-147. Sobre el punto de vista hartiano, vid. J. R. de Páramo, pp. 31-48, por donde se cita], p. 40; Rodger Beehler, «The Concept ofLaw and the Obli-
H. L. A. Hart y la teoría analítica del Derecho (Madrid: C.E.C., 1984), especialmente, gation to Obey», en American Journal of Jurisprudence, 23 (1978) 120-142, p. 139.
para lo que aquí interesa, pp. 301-333. (14) CL, pp. 87-88 y 197 (CD, pp. 111-113 y 249).

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JUAN CARLOS BAYON MORINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

jurídica se manifiesta normalmente la aceptación por parte de quien ha- Cormick (17) y que el propio Hart ha terminado por aceptar (18). Si
bla de la regla de reconocimiento del sistema (lo que implica que tam- la comprensión de fenómenos sociales en términos de seguimiento de
bién es posible, aunque quizá menos frecuente, formular enunciados reglas es separable de la aceptación de esas mismas reglas, entre los
semejantes por parte de alguien que no la acepta) (15); y explícita- enunciados desde un punto de vista externo extremo, que se limitan a
mente cuando, después de haber ofrecido una caracterización prelimi- registrar regularidades de conducta, y los genuinos enunciados inter-
nar del punto de vista externo con arreglo a la cual éste es propio de nos, con los que el hablante ma~ifiesta su aceptación de una regla y
quien rechaza las reglas y de quien es incapaz de discernir que cierta hace uso de ella como criterio de evaluación de conductas, queda es-
regularidad observable ha de ser interpretada como el seguimiento de pacio para un tercer tipo de enunciados .-a los que Raz denomina «im-
una regla por parte de los actores implicados -sugiriendo entonces parciales» o «no comprometidos» [detached] y MacCormick enuncia-
que hay alguna clase de conexión entre una cosa y otra-, admite ul- dos desde un «punto de vista hermeneútico>>-- que hacen uso de len-
teriormente hasta tres tipos de enunciados diferentes que es posible guaje normativo y que el hablante formula desde el punto de vista de
formular desde el punto de vista externo, el tercero de los cuales (el quien verdaderamente acepta la regla, pero sin que sea necesario que
«menos externo» de los tres) sería propio de aquel que no se limita a él, por su parte, la acepte a su vez. Los enunciados que emplean len-
registrar regularidades de conducta y reacciones críticas, sino que en- guaje normativo (términos como «deber», «obligatorio», etc.) podrían
tiende que los agentes cuyo comportamiento se observa aceptan ciertas entonces ser de dos tipos: o bien enunciados «comprometidos» [com-
reglas como criterios de evaluación y realizan aquellas conductas en mitted], formulados por quien realmente acepta la regla, o bien enun-
tanto que requeridas por dichas reglas o manifiestan aquellas reaccio- ciados imparciales o no comprometidos con los cuales se habla desde
nes. críticas en tanto que justificadas por ellas (sin necesidad de que el un cierto punto de vista -el de quien formula enunciados comprome-
observador las acepte a su vez) (16). tidos- que no se tiene por qué compartir o adoptar. Por consiguiente
Estas observaciones dan pie para introducir en el esquema de Hart la no aceptación de una regla no nos fuerza a limitar nuestro lenguaje
una corrección que ha sido propuesta por autores como Raz o Mac- o nuestra apreciación de la situación a una serie de descripciones con-
ductistas de meras regularidades externas.
Los enunciados imparciales o no comprometidos guardan cierto pa-
recido con la noción mencionada hace un momento y que Hart deno-
minó en El concepto de derecho el tercer tipo (el menos extremo) de
enunciados desde el punto de vista externo. Hay incluso quien, como
Bulygin, sostiene sin ambages que se trata exactamente de la misma
(15) Cfr. Hart, «Scandinavian Realism», en Cambridge Law Journal, 17 (1959)
233-240 [ahora en Hart, Essays in Jurisprudence and Philosophy, cit., pp. 161-169, por idea (19). Sin embargo media entre ellos una diferencia: el tercer tipo
donde se cita], p. 167; CL, p. 100 (CD, pp. 128-129).
(16) CL, p. 244 (CD, p. 309); la manifestación extrema del punto de vista externo (17) Cfr. Raz, Practica[ Reason and Norms (London: Hutchinson, 1975; 2.a ed.
sería la de aquel que se limita «a registrar las regularidades de conducta de aquellos que -que incluye un nuevo apéndice «Rethinking Exclusionary Reasons»-, Princeton, NJ:
cumplen con las reglas, como si fueran meros hábitos, sin referirse al hecho de que esos Princeton University Press, 1990), pp. 170-177; Id., La autoridad del derecho, cit.,
patrones son considerados por los miembros de la sociedad como pautas o criterios de cap. VIII; ·MacCormick, Legal Reasoning and Legal Theory, cit., pp. 287 y 291; Id.,
conducta correcta»; la segunda posibilidad -intermedia-, la de aquél que registra ade- H. L. A. Hart, cit., pp. 37-40.
más la regularidad de las reacciones críticas frente a la desviación de aquellas regulari- (18) Cfr. Hart, Essays in Jurisprudence and Philosophy, cit., p. 14; Id., Essays on
dades de conducta, pero «sin referirse aquí tampoco al hecho de que tales desviaciones Bentham, cit., pp. 154-155 (donde califica la corrección aludida como «Un complemento
son consideradas por los miembros de la sociedad como razones y justificativos [sic; en valioso [a valuable supplementation] a mi distinción trazada en El concepto de derecho
el original, justifications] para tales reacciones». Vid. una caracterización similar a la de entre enunciados externos acerca del derecho y enunciados internos hechos por aque-
Hart de la forma menos extrema de punto de vista interno en H. Kliemt, Moralische Ins- llos que aceptan el derecho»).
titutionen. Empiristische Theorien ihrer Evolution (Freiburg/München: Karl Alber, 1985) (19) Cfr. E. Bulygin, «Norms, Normative Propositions and Legal Statements», en
[hay trad. cast. de J. M. Seña, Las instituciones morales. Las teorías empiristas de su evo-
lución (Barcelona: Alfa, 1986), por donde se cita], p. 189.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

de enunciado externo de Hart es un enunciado acerca del hecho de que sin que quepa sostener -como sugiere cualquier forma de «reduccio-
otros individuos aceptan reglas y actúan guiados por ellas, mientras nismo semántico>>-- que dichos enunciados son perfectamente equiva-
que los enunciados imparciales o no comprometidos no son enuncia- lentes o traducibles sin más a otros que son descriptivos de alguna cla-
dos acerca de esos hechos complejos, sino enunciados formulados des- se de regularidad fáctica o de algún fenómeno psicológico.
de el punto de vista (en el que el hablante se sitúa sólo hipotéticamen- Conviene de todos modos establecer con claridad que los enuncia-
dos imparciales o no comprometidos son a pesar de todo descriptivos
te, es decir, sin comprometerse con él o hacerlo suyo) de aquellos que
(sin bien no exactamente de alguna clase de hechos sociales, sino de
aceptan las reglas. En ese sentido resultarían más próximos, como
las razones para actuar que existen desde un determinado punto de vis-
apunta Raz (20), a los Sollsiitze -o, en lo referente al derecho, Rechts- ta). Raz es un tanto oscuro en este extremo, y aunque insiste en ha-
siitze- kelsenianos, si bien la oscuridad de Kelsen en cuanto a la idea blar de ellos como <<normativos» (23) reconoce abiertamente que pue-
de un «deber ser en sentido descriptivo» hace difícil trazar con segu- den ser verdaderos o falsos (24). En realidad hablar de «enunciados
ridad el parecido (21). Sea como fuere, la admisión de la posibilidad
de formular enunciados imparciales o no comprometidos (o «desde un
punto de vista hermenéutico») permite dar cuenta del modo en que es genuinos enunciados internos en el sentido de Hart (es decir, enunciados comprometi-
dos con los que manifiesta, sea o no consciente de ello, su aceptación de las reglas que
posible utilizar lenguaje normativo en la descripción de un sistema ju- presenta como válidas) de manera que las presuntas «proposiciones normativas» con las
rídico sin que ello implique necesariamente la asunción de un compro- que se s].lpone que describiría el derecho vendrían a ser en realidad «preceptos reitera-
miso valorativo en relación con el mismo (i. e., su aceptación) (22) y dos», esto es, lenguaje prescriptivo no susceptible de verdad o falsedad; y por consi-
guiente el positivismo jurídico sería una ideología que presupondría un compromiso po-
lítico o valorativo (puesto que seleccionaría una parcela de la realidad entre otras posi-
G. Fl0istad (ed.), Contemporary Philosophy. A New Survey, vol. 3 (Den Haag/Bos-
bles para dar cuenta de ella en términos normativos -i. e., escogería «una norma fun-
ton/London: Martinus Nijhoff, 1982), pp. 127-152, p. 139.
damental» entre todas las posibles-, y esa selección, aun justificable desde presupues-
(20) Cfr. Raz, «The Purity of the Pure Theory», cit., pp. 450-451. tos valorativos, sería arbitraria en el estricto plano científico): cfr. U. Scarpelli, Cos' e il
(21) Cfr. Kelsen, Teoría pura del derecho, 2.• ed., cit.,§ 16. La equiparación entre positivismo giuridico (Milano: Ed. di Comunita, 1965), pp. 50-52, 57-61, 88-89 y 91-93;
los Rechtssiitze kelsenianos y los enunciados imparciales o no comprometidos [detached] Id., «Le proposizioni giuridiche come precetti reiterati», en Rivista di Filosofía del Di-
de Raz ha sido puesta en duda por E. Bulygin, «Enunciados jurídicos y positivismo: res- ritto, 44 (1967) 465-482. ·
puesta a Raz», en Análisis Filosófico, 1 (1981) 49-59, p. 56; y por Roberto Vernengo, Vid. una crítica explícita de la tesis de Scarpelli en Alfonso Catania, «L'accettazione
«Kelsen's Rechtssiitze as Detached Statements», en R. Tur y W. Twining (eds.), Essays nel pensiero di Herbert L. A. Hart», en Rivista de Filosofía del Diritto, 48 (1971)
on Kelsen (Oxford: Clarendon Press, 1986), pp. 99-108; pero las reservas de Bulygin y 261-279, pp. 268-272; Id., 11 problema del diritto e l'obbligatorieta, cit., pp. 152-158; Lui-
Vernengo, según creo, tienen que ver sobre todo con la insistencia de Raz en que los gi Ferrajoli, Diritto e ragione. Teoría del garantismo penale (Bari: Laterza, 1989; 2. • ed.,
enunciados imparciales o no comprometidos son, a pesar de todo, «normativos» (mien- 1990), p. 970. A pesar de todo, Scarpelli ha reiterado recientemente el mismo punto de
tras que Kelsen insiste repetidamente en que los Rechtssiitze son descriptivos -si bien vista: cfr. U. Scarpelli, «11 positivismo giuridico rivisitato», en Rivista di Filosofía, 80
«descriptivos de un deber ser» en tanto que propios de una «ciencia normativa>>-- y, (1989), 461-475, especialmente pp. 474-475. Más matizadamente, vid. Mario Jori, 11 me-
como tales, susceptibles de verdad o falsedad). En realidad la discrepancia, como tra- todo giuridico tra scienza e politica (Milano: Giuffre, 1976), cap. VI, donde Jori sostie-
taré de explicar en breve, obedece sobre todo a la impropiedad de Raz al caracterizar ne que si bien el «científico del derecho» que adopta la posición que él denomina «nor-
a los enunciados imparciales como «normativos», aun admitiendo, como de hecho hace, mativismo abierto» evita «la responsabilidad ideológica», no evita «la responsabilidad
que pueden ser verdaderos o falsos: si se remueve ese obstáculo, me parece que la no- político-metodológica de haber escogido el método de hacer ciencia jurídica basado en
ción de un enunciado imparcial o no comprometido capta adecuadamente lo que puede el concepto de norma, ordenamiento y norma fundamental»: cfr. p. 338.
haber de aprovechable en la confusa noción kelseniana de un deber ser en sentido des- (23) Cfr. Raz, La autoridad del derecho, cit., p. 202 (donde, no obstante, califica a
criptivo. Sobre el concepto kelseniano de un «deber ser en sentido descriptivo» -y las los enunciados comprometidos como «enunciados normativos genuinos», lo que daría a
perplejidades que suscita- vid. además Mario G. Losano, «Per un analisi del "Sollen" entender que los enunciados imparciales o no comprometidos son «normativos» en un
in Hans Kelsen», en Rivista Internazionale di Filosofía del Diritto, 44 (1967), 546-568, sentido espurio o no genuino); Id., «The Purity of the Pure Theory», cit., p. 450. Hart
especialmente pp. 562-568. Vid. también Albert Calsamiglia, Kelsen y la crisis de la cien- habla también de los enunciados imparciales o no comprometidos como «enunciados nor-
cia jurídica (Barcelona: Ariel, 1978), pp. 65-90. mativos», aun apuntando inmediantamente que se trataría del tipo de enunciados nor-
(22) El no haber reparado en la posibilidad de esta clase de enunciados imparciales mativos que «pueden ser usados para describir el derecho» (cfr. Hart, Essays on Ben-
o no comprometidos ha llevado a algunos autores, como por ejemplo a Scarpelli, a sos- tahm, cit., p. 154; la cursiva es mía).
tener que el jurista que da cuenta del derecho existente en términos normativos formula (24) Cfr. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., p. 177.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO NORMATIVIDAD DEL DERECHO

normativos» [normative statements] resulta muy poco clarificador, sal- desviaciones, nótese bien, no sólo de quienes igualmente aceptan la re-
vo que se entienda por tal simplemente aquel que contiene términos gla, sino de todos aquéllos a quienes los aceptantes entienden que se
deónticos (como «deber», «obligatorio», etc.) (25); pero entonces de- aplica, tanto si la aceptan a su vez como si no es ese el caso), tenemos
cir de un enunciado que es «normativo» es constatar meramente un ras- un fenómeno social que puede ser descrito sin asumir ninguna clase de
go superficial suyo, de manera que un «enunciado normativo» en esa compromiso valorativo -i. e., sin que el observador tenga que acep-
acepción -i. e., uno que contiene términos normativos- puede ser tar la regla o reglas en cuestión- o bien a través de enunciados exter-
usado con diferentes fuerzas ilocucionarias (esto es, para realizar dife- nos que registran sólo las regularidades de conducta cuya explicación
rentes actos de habla) (26): o bien puede expresar un genuino juicio profunda se encuentra en la aceptación de reglas por parte de (algu-
práctico (en cuyo caso puede. servir como premisa de razonamientos nos de) los actores implicados (o, eventualmente, a través de enuncia-
prácticos justificatorios, en tanto en cuanto el asentimiento al mismo dos igualmente externos pero más refinados acerca del hecho de que
supone la aceptación de razones para actuar, es decir, la adopción de algunos agentes aceptan dichas reglas), o bien a través de enunciados
una determinada actitud práctica), y entonces carece de sentido decir inparciales o no comprometidos, con los que el hablante se sitúa sólo
de él que es «Verdadero» o «falso», o bien expresa lo que suele deno- hipotéticamente en el punto de vista de quien las acepta y califica nor-
minarse una «proposición normativa» (27), en cuyo caso es ciertamen- mativamente comportamientos desde dicho punto de vista (sin expre-
te susceptible de verdad o falsedad, pero la creencia en su verdad no sar a pesar de todo genuinos juicios prácticos). Quizá si dejamos al
implica ninguna clase de actitud -práctica por parte del hablante (ni por margen los enunciados formulados desde el punto de vista externo más
consiguiente la aceptación de razones para la acción). Los enunciados extremo -que denotarían incapacidad para comprender que determi-
imparciales o no comprometidos serían entonces, como dice Delgado nados fenómenos sociales constituyen un caso de seguimiento de re-
Pinto, «formalmente normativos» (lo que significaría que contienen glas, y no meros hábitos-, no puede afirmarse que una de esas posi-
términos normativos), pero cumplirían una función «descriptiva infor- bilidades de descripción sea la «correcta» o la verdaderamente apro-
mativa» (puesto que «son apropiados para dar cuenta de o informar piada. Todo observador puede optar entre dar cuenta de la existencia
sobre las reglas· existentes») (28). de reglas en un cierto grupo social bien a través de enunciados exter-
Los enunciados imparciales o no comprometidos, por tanto, resul- nos (en especial si son del tipo menos extremo), bien a través de la
tan parasitarios o conceptualmente dependientes respecto a los corres- formulación de juicios imparciales o no comprometidos, sin que que-
pondientes enunciados comprometidos. Allí donde un conjunto de in- pa decir que incurre en alguna clase de error si opta por uno o por
dividuos acepta cierta regla, actúa de acuerdo con ella y reacciona crí- otro. Seguramente eso es lo que quiso subrayar Kelsen al apuntar que
ticamente frente a las desviaciones respecto de la misma (frente a las «no hay necesidad de presuponer la norma básica» al dar cuenta de
las conductas que, presupuesta aquélla, son percibidas como jurídica-
(25) Así utiliza la expresión «enunciados deónticos» Guastini: cfr. R. Guastini, «Üs- mente obligatorias, permitidas o prohibidas, y que «un anarquista» que
servazioni in margine» [a la trad. it. de Bulygin, «Norms, normative propositions and rechace globalmente el orden establecido puede optar por dar cuenta
legal statements», cit.], en P. Comanducci y R. Guastini (eds.), L'analisi del ragiona- de él o bien en términos de puras relaciones de fuerza (es decir, como
mento giuridico (Torino: Giappichelli, 1987), pp. 40-51, pp. 41-42, Un «enunciado deón-
tico» puede ser entonces uno que expresa una norma (y ser entonces prescriptivo) o
procesos causales que se manifiestan externamente en forma de regu-
uno que expresa una proposición normativa (y ser descriptivo). laridades de conducta), o bien, actuando «como jurista»~ «describir un
(26) Cfr. Roger Shiner, «Hermeneutics and the Interna! Point of View», en S. Pa- derecho positivo como un sistema de normas válidas, sin aprobar-
nou et al, (eds.) Theory and Systems of Legal Philosophy, Poceedings of the IVR 12th lo» (29). Por supuesto lo segundo resulta especialmente interesante si
World Congress (1985), ARSP, supp. vol. III (Stuttgart 1 Wiesbaden: Franz Steiner,
1988) pp. 222-229, que apunta -p. 223- que más que hablar de diferentes clases de
«enunciados» habría que hablar de diferentes clases de actos de habla. (29) Cfr. Kelsen, Teoría pura del derecho, 2.a ed., cit., p. 229, nota 133; Id., What
(27) Con más detalle, vid. infra, apartado 6 de este trabajo. is Justice? Justice, Law and Politics in the mirfor of Science (Berkeley: University of Ca-
(28) Cfr. José Delgado Pinto, «Sobre la vigencia y la validez de las normas jurídi- lifornia Press, 1971) [hay trad. cast., con un estudio preliminar, de A. Calsamiglia, ¿Qué
cas», en Doxa, 7 (1990) 101-167, pp. 131 y 133. es justicia? (Barcelona: Ariel, 1982), por donde se cita], p. 147.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

uno trata de reproducir el punto de vista que guiará las decisiones de tico (respecto de los cuales son parasitarios o conceptualmente depen-
aquellos que cuentan con la capacidad material de constreñir las ac- dientes los enunciados imparciales o no comprometidos a través de los
ciones de la generalidad de los individuos dentro de un cierto medio, cuales es posible describir el derecho sin asumir compromiso valorati-
incluidos quienes no comparten ese punto de vista: porque en ese caso vo alguno). Y llegados a este punto, la pregunta central a-la que hay
también éstos tienen un interés práctico -de tipo prudencial- en re- que dar respuesta es si esos enunciados jurídicos comprometidos ex-
producir dicho punto de vista para calcular así las consecuencias pre- presan o no juicios morales. Aquí resulta preciso ser muy cuidadoso
visibles de sus acciones (30). Pero en cualquier caso quien justifica ac- para no propiciar equívocos innecesarios. Por supuesto una réplica in-
ciones y decisiones no describe ni se sitúa hipotéticamente en un pun- mediata a la sugerencia de que puedan expresar juicios morales po-
to de vista, sino que lo acepta o suscribe. Dicho de otro modo: las pre- dría ser la de que «lo que jurídicamente debemos hacer» y «lo que mo-
misas que, como genuinos juicios prácticos, forman parte de razona- ralmente debemos hacer» no tienen por qué coincidir en absoluto -lo
mientos justificatorios son los juicios que un individuo expresa a tra- que no es más que recordar las tesis de las fuentes sociales y de la fa-
vés de enunciados comprometidos, no los que pueda expresar a través libilidad moral del derecho-, y que ello es prueba suficiente de que
de enunciados imparciales o no comprometidos. Si tratamos de recons- la sugerencia en cuestión constituiría un error de bulto. Ahora bien,
truir el razonamiento con el que un juez justifica una decisión -y no si al hablar de «lo que jurídicamente debemos hacer» estamos expre-
el de un jurista teórico que da cuenta del derecho existente sin asumir
sando un juicio imparcial o no comprometido -en suma, un tipo es-
en relación con él ninguna clase de actitud práctica-, no podemos ha-
cerlo en términos de enunciados imparciales o no comprometidos (que pecial de juicio descriptivo susceptible de verdad o falsedad- y al ha-
no expresan la aceptación de razones para actuar), sino en términos blar de «lo que moralmente d~pemos hacer» estamos expresando un
de enunciados comprometidos (31). juicio comprometido -i. e., estamos hablando de lo que verdadera-
El pr'oblema fundamental reside por tanto en aclarar la naturaleza mente aceptamos como razones para actuar-, entonces el carácter fa-
de esos enunciados comprometidos con los que se justifican acciones laz de la réplica me parece evidente: el primer enunciado no compro-
o decisiones y que por consiguiente forman parte de un discurso prác- mete a quien lo formula a sostener que existe ninguna clase de razo-
nes para actuar, ni morales ni de ningún otro género, simplementé por-
que es un enunciado que formula situándose hipotéticamente en un
De ese modo un individuo podría decir a la vez y sin contradicción que «tiene la obli-
gación de hacer 0» (formulando un enunciado imparcial o no comprometido desde un punto de vista desde el que habla sin suscribirlo (32). El verdadero pro-
punto de vista que él no acepta), pero que en realidad «tiene la obligación de abstener- blema reside en determinar qué clase de razones para actuar estaría
se de hacer 0» (formulando ahora un enunciado comprometido) y que todo lo que su- aceptando quien formulara ese mismo juicio como un enunciado com-
cede es que «se ve obligado a hacer 0» (formulando un enunciado externo que toma en
cuenta regularidades sociales de conducta que se explican en último término porque hay
prometido, y la pregunta resulta ser entonces, como Nino ha señalado
individuos que aceptan el primero de los tres enunciados y, actuando en consecuencia, con gran claridad, la de si se puede decir que existen «razones jurídi-
cuentan con la capacidad material de constreñir al hablante a hacer 0). Que tal cosa sea cas» para actuar independientes y autónomas o si, por el contrario, el
posible es juzgada -a mi entender erróneamente- como una paradoja por Eugene Ma-
yers, «A Critique of H. L. A. Hart's Philosophy of Law, with Special Reference to its
(32) Como dice Postema, tampoco «lo que moralmente debemos hacer», en tanto
Theory of Obligation», en P. Trappe (ed.), Conceptions Contemporaines du Droit, Ac-
que juicio imparcial o no comprometido que da cuenta de la moralidad social o positiva
tes du 9.° Congres Mondial de 1' IVR (1979), ARSP, supp. vol. I (Wiesbaden: Franz
(situándose hipotéticamente el que habla en el punto de vista de quienes la suscriben
Steiner, 1982), pp. 123-133, pp. 127-128. Creo que el error de Mayers deriva simple-
como su moral individual o crítica pero sin aceptarlo él mismo) tiene por qué coincidir
mente de no percibir que los enunciados relativos a deberes u obligaciones son siempre
con «lo que moralmente debemos hacer», ahora como juicio comprometido con el que
relativos a un punto de vista, ya sea el que uno asume u otro en el que se sitúa hipoté-
el hablante expresa las razones morales para actuar que él acepta o suscribe. Pero de
ticamente (y que puede ser especialmente importante para el agente porque es el que
ello no se sigue que haya «dos clases de deberes» o «dos clases de razones para actuar»
aceptan -y conforme al cual actúan- quienes cuentan con la capacidad material de
en juego; lo único que tenemos son enunciados acerca de un mismo tipo de razones pero
constreñir sus acciones). formulados desde puntos de vista distintos (desde los que se discrepa acerca de cuáles
(30) Cfr. Raz, Practica[ Reason and Norms, cit., p. 177.
son esas razones). Cfr. Postema, «The Normativity of Law», cit., pp. 83-84.
(31) Cfr. Nino, La validez del derecho, cit., pp. 169-217.

32 33
JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

discurso jurídico práctico (y no el descriptivo) no es más que una parte mente ya no es posible acudir de nuevo a un fundamento jurídico para
del discurso moral general (33). justificar en virtud de qué el que esos hechos tengan o hayan tenido
Si quien formula un enunciado jurídico comprometido está expre- lugar habría generado una razón para actuar (35).
sando un juicio moral, éste habrá de ser sin duda de un tipo especial, Con arreglo a una teoría del derecho como la hartiana, sin embar-
puesto que quien lo formula no apela directamente al carácter 9 a la go, no sería necesario ir a la búsqueda de un fundamento más allá de
naturaleza de la acción que con arreglo al derecho debe ser. realizada la norma jurídica última -la regla de reconocimiento, que existe como
como razón para realizarla: a lo que apela de un modo directo es pre- una regla social- para explicar la posibilidad de articular razonamien-
cisamente a una norma jurídica, al hecho de que el derecho lo exige tos jurídicos justificatorios. Para formular genuinos enunciados com-
(y sólo por eso puede decirse precisamente que formula un enunciado prometidos bastaría con aceptar la regla de reconocimiento del siste-
jurídico comprometido). Ahora bien, si, con arreglo a la tesis de las ma y, una vez aceptada ésta y precisamente en virtud de su contenido,
fuentes sociales, qué es derecho depende exclusivamente de hechos so- entender que hay razones -jurídicas, puesto que dimanarían tan sólo
ciales, entonces la constatación de que cierto hecho -del que decimos de la aceptación de la regla de reconocimiento-- para aplicar las re-
que supone la «creación» de una norma jurídica- tiene o ha tenido glas que satisfagan los criterios que ella establece. Esa posibilidad de
lugar no puede ser alegada por sí sola como una razón que justifica ac- cierre o aislamiento del discurso jurídico justificatorio respecto al dis-
ciones y decisiones. Ciertamente puede alegarse que ese hecho genera curso moral general, no obstante, ha sido puesta en duda por buena
una razón para actuar en tanto en cuanto hay otra norma jurídica en parte de los críticos de Hart. Uno de los argumentos utilizados con ma-
virtud de la cual aquel hecho constituye la creación de una nueva nor- yor frecuencia para tal fin toma pie precisamente en la forma en la
ma jurídica válida (y que por lo que podemos decir que la razón de la que el propio Hart define las~ condiciones de existencia de una regla
que estamos hablando es una razón jurídica es precisamente porque es obligatoria: porque, en efecto, una de tales condiciones sería el que
en virtud de esa norma jurídica previa, y no, por ejemplo, de consi- tales reglas «son reputadas importantes porque se las cree necesarias
deraciones morales, por lo que entendemos que existe ahora -a par- para la preservación de la vida social o de algún aspecto de ella al que
tir de que aquel hecho tuviera lugar -una nueva razón para actuar). se atribuye gran valor» (36). Ciertamente Hart es muy oscuro a la hora
Lo que sucede, obviamente, es que el problema mencionado se plan- de explicar en qué consitiría exactamente la aceptación de una regla,
tea exactamente en los mismos términos con respecto a aquella norma pero en cualquier caso parece que la concibe, tal y como Bobbio lo
jurídica previa y sucesivamente con respecto a cualesquiera normas expuso hace ya bastantes años, como algo más que la mera conformi-
previas a ella (34) -a lo largo de una cadena con mayor o menor nú- dad u obediencia a la misma y como algo menos que (o que no tiene
mero de eslabones--, hasta llegar a alguna norma jurídica última: la necesariamente por qué llegar a) su aprobación moral (37). Pero lo
existencia de ésta ha de depender. a su vez exclusivamente de hechos que se alega entonces en contra de la opinión de Hart es cómo sería
sociales- con arreglo a los presupuestos asumidos-, pero sencilla- posible negar la entrada en juego de consideraciones morales cuando
alguien toma una regla como criterio de evaluación de la conducta pro-
pia y ajena que justificaría las exigencias de conformidad a la misma
(33) Vid. supra, nota 6. y las reacciones críticas frente a las desviaciones y lo hace además en-
(34) Esto demostraría, dicho sea de pasada, la inutilidad -por redundantes- de
normas jurídicas que establecen la obligación de obedecer otra u otras normas del sis-
tema (tales como el art. 1.757 CC, a tenor del cual «Los establecimientos de préstamos
sobre prendas quedan además sujetos a los reglamentos que les conciernen»; o, con ca-
rácter general para todas las normas del sistema, el art. 9.1 CE, que dispone que «Los
ciudadanos y los poderes públicos están sujetos a la Constitución y al resto del ordena- (35) Vid. Raz, La autoridad del derecho, cit., pp. 90-94; y Nino, La validez del de-
miento jurídico»). Vid. al respecto F. Laporta, «Norma básica, constitución y decisión recho, especialmente capítulos III y VII.
por mayorías», en Revista de las Cortes Generales, 1, (1984) 35-57, pp. 42-43; J. R. de (36) CL, p. 85 (CD, p. 108).
Páramo, «Razonamiento jurídico e interpretación constitucional», en Revista Española (37) Cfr. N. Bobbio, «Considerazioni in margine», en Rivista di filosofía, 57 (1966)
de Derecho Constitucional, 8 (1988) 89-119, pp. 105-106. 235-246, pp. 244-245.

34 35
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tendiendo que todo ello es necesario para la preservación de la vida quier regla social, existe como una práctica, como un hecho social de
social o de algún aspecto especialmente importante de el:a. (38). naturaleza compleja. Pero como tal hecho no puede constituir por sí
La tesis de Hart ofrece además otro flanco para la cntica, proba- sólo una razón que justifique acciones y decisiones, quien entienda que
blemente aún más decisivo. La regla de reconocimiento, como cual- la existencia de ese hecho supone la de determinadas razones para ac-
tuar que no existirían igualmente en caso contrario, tiene que estar de-
(38) Cfr. Roscoe Hill, «1:-egal yalidity and Legal Oblig.ation», ci~., p. 63; A: Cata- sarrollando un razonamiento práctico complejo en el que se atribuye
nia «L'accettazione nel pensiero di Herbert L. A. Hart», clt., p. 26?, J. R. de Paramo, relevancia práctica a aquel hecho en virtud de la aceptación previa de
H. 'L. A. Hart y la teoría analítica del Derecho, cit., p. 323; ~·E. Simmonds~ «The Na-
ture of Propositions of Law», cit., pp. 100-105; N. Ma~Co:m1ck, «Law, Morality and.Po- alguna clase de regla que no puede ser la propia regla de reconoci-
sitivism» (en MacCormick/Weinberger, An Instltutwnal Theory of, L~w; .cit.), miento en tanto que práctica social (y que muy verosímilmente habría
pp. 132-134; J. A. Ramos Pascua, La regla de reconocimiento en la teorza ¡urzdlca de de ser una regla o principio moral). El intento de aislar el discurso ju-
H. L. A. Hart, cit., pp. 194-199. rídico práctico del discurso moral en general-o lo que es lo mismo:
En relación con este punto me gustaría comentar brevem~nte lo que por.:l ~o~~n­ de postular la existencia de razones jurídicas como una clase especial,
to parece ser el último pronunciamiento de Hart ~~ere~ _de la Idea de obligacwn JUn~Ica
y que según el propio Hart, constituiría una modificacwn respecto a sus puntos de vista
independiente y autónoma de razones justificativas- quedaría en cual-
anterlores y en especial respecto a las tesis sostenidas en El concepto de derecho [cfr. quier caso puesto en entredicho (39).
J. R. de Páramo, «Entrevista a H. L. A. Hart», en Doxa, 5 (1988~ 33?:361, PP· 343-3~6].
Algunos críticos de Hart han creído detectar u~a importante,osc~acwn en el tra~amlen­ conducta consistente en aplicar todas aquellas reglas que satisfagan un conjunto de con-
to hartiano de la idea de obligación, que se define en unos termmos cuan~o se tle~e en diciones C1, ~ ... , Cn; y por lo tanto, para explicar cómo surgen obligaciones de estas
mente las obligaciones que surgen de reglas sociales que no tienen por.qu: ~oncurnr en últimas reglas no hay que postular en .absoluto que ellas satisfacen también los requisi-
absoluto cuando se trata de las obligaciones que surgirían de nor~as JUndicas P.romul- tos que han de concurrir para que exista una regla social obligatoria (aceptación gene-
gadas por alguna autoridad e identificadas como válidas en la medida en que satisfagan ralizada, presión social seria en favor de la conformidad, etc.); basta con reparar en que
los requisitos establecidos por la regla de reconoc~ento del sistema, tales como el ser aceptar la regla de reconocimiento es aceptar una razón para actuar de conformidad con
generalmente aceptadas por los miembros de la sociedad, el estar re~paldadas por u?a las reglas que satisfagan aquel conjunto de condiciones con exclusión de cualquier otro
presión social seria, etc. Este tipo de crítica puede encont~arse, por eJe~p~o, en F. Sie- criterio. Por supuesto ello no significa que la explicación hartiana sea globalmente sa-
gler, «Hart on Rules of Obligation», cit., p. 342; R. E. Hill, «Legal Valid1ty ~nd .Legal tisfactoria; lo que quiere decir, según creo, es que la razón por la que no lo es no es ésta.
Obligation», cit., pp. 59-60; R. Beehler, «The Concept of L~w and the Obligatwn to (39) Cfr. M. B. E., Smith, «Concerning Lawful Illegality», en Yale Law Journal, 83
Obey», cit., p. 125; 0 Robert N. Moles, Definition and Rule m Leg.al Theory. A Reas- (1974) 1534-1549, especialmente pp. 1542-1543; R. Dworkin, Taking Rights Seriously
sessment of H. L. A. Hart and the Positivist Tradition (Oxford: Basil Blackwell, 1987), (London: Duckworth, 1977; 2.a ed., -con un apéndice: «A Reply to Critics>>-, 1978),
pp. 90-91. . . ' . pp. 57-58 [hay trad. cast. de M. Guastavino, con est. prel. de A. Calsamiglia, Los de-
Ahora Hart acepta en buena medida es~ crítica y a~rm~, que su, teona de la oblig~- rechos en serio (Barcelona: Ariel, 1984), pp. 116-117]; R. A. Duff, «Legal Obligation
ción en El concepto de derecho «no ofrece mnguna expl~cac10~ de como surgen l~s obli- and the Moral Nature of Law», en Juridical Review, 25 [new series] (1980) 61-87, espe-
gaciones jurídicas de las reglas jurídicas promulg~das,. siendo mco~ple~a la teona d~ la cialmente pp. 80-86; J. Raz, «The Purity of the Pure Theory», cit., pp. 454-455; Id.,
obligación que sostuve en un sistema de reglas pnmanas consuetudmanas» («Entre~Ista «Hart on Moral Rights and Legal Duties», en Oxford Journal of Legal Studies, 4(1984)
a H. L. A. Hart», cit., p. 344); entiende entonc~s que ~~el co~p~~ente central de la. Idea 123-131, pp. 129-131 [hay que señalar que el punto de vista sostenido por Raz con an-
de obligación» es la idea de «una respuesta legítima a la .des~Iacw~ e? ~orma .de eXIgen- terioridad a las obras que se acaban de citar era mucho más próximo al de Hart: vid.
cias y presión para la conformidad» .(ibid.): y qu~ ~las obligaciOnes Jur~di:a~ eXIste~ ~uan­ infra, nota 42 de esta Introducción; y para una consideración más detenida de ese giro
do las demandas y la presión social estan legitimadas por re?las JUndica~ P~~Itivas» teórico y sus implicaciones, véase el apartado 9 de este trabajo]; David Lyons, «Justi-
(p. 345), sosteniendo que todo ello constituye una «nueva teona» de la obligaci?n. fication and Judicial Responsibility», en California Law Review, 72 (1984) 178-199; Ph.
Aun con la cautela a la que obliga el discrepar del modo en el que el propiO Hart Soper, A Theory of Law (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1984), pp. 38-46;
concibe sus opiniones pasadas y actuales y la diferencia entre ambas, he ~e confes~r que G. Postema, «The Normativity of Law», cit.; N. MacCormick, «Comment» (a Postema,
no acierto a ver una novedad sustancial con respecto a sus puntos de v1sta antenores, «The Normativity of Law»), en R. Gavison (ed.) Issues in Contemporary Legal Philo-
ni tampoco una corrección o superación real de sus puntos débiles. Es más, me p~rece sophy, cit., pp. 105-113, especialmente p. 112; C. S. Nino, La validez del derecho, es-
que la crítica que ahora acepta y que le llev~ a introdu~ir esas presuntas correcciOnes pecialmente caps. III y VII; J. R. de Páramo, «Razonamiento jurídico e interpretación
es una crítica mal formulada a la que en realidad se podm contestar desde l~s ~lantea­ constitucional», cit.: Id., «Interner Standpunkt und Normativiüit des Rechts», en E. Gar-
mientos mantenidos en El concepto de derecho; porque la regla de reconociiDlento es zón Valdé§ -( ed. ,) Spanische Studien zur Rechtstheorie und Rechtsphilosophie (Berlín:
una regla social que no versa acerca de una conducta predeterminada, sino acerca de la Duncker & Humblot, 1990), pp., 99-113; J. Delgado Pinto, «El deber jurídico y la obli-

36 37
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Sin embargo Hart no acepta ese tipo de críticas. En uno de sus es- moral le parece muy poco creíble como pretensión empírica y comple-
critos más recientes (40) reformula sus ideas acerca de lo que supon- tamente gratuito o infundado en el plano conceptual (43).
dría aceptar la regla de reconocimiento recurriendo al concepto de una Planteada la discusión en estos términos, ha de reconocerse, según
«razón jurídica autoritativa», entendiendo por tal una razón para ac- creo, que ésta se mueve sobre bases muy poco firmes hasta tanto no
tuar de un tipo especial: por un lado se trataría de una razón «peren- contemos con una idea más clara acerca de qué se entiende exacta-
toria» -concepto que reconoce que le ha sido sugerido por la noción mente por una «razón para actuar», qué diferencia (y que relación) ha-
de «razón excluyente» acuñada por Raz (41)-, es decir, de una razón bría entre una razón en sentido explicativo y una razón en sentido jus-
para actuar con exclusión del resultado de la deliberación del agente tificativo, qué diferentes clases de razones justificativas existen y qué
acerca del resto de razones a favor y en contra de dicha acción; por querría decir que «existen». Aunque autores como Nagel, Richards,
otro, de una razón «independiente del contenido», en la medida en Raz o Nino (44) -por citar sólo algunos ejemplos entre lo que a mi
que se trataría de una razón para r~alizar una acción con independe~­ juicio son las aportaciones recientes más interesantes en materia de
cia del contenido o naturaleza de esta. Aceptar la regla de reconoci- análisis del discurso práctico- han contribuido en buena medida a es-
miento equivaldría entonces a aceptar que las reglas identificadas con clarecer el concepto de razones para actuar, éste no deja de suscitar
arreglo a lo que aquélla establece han de ser consideradas como razo- dudas y recelos en la medida en que se entiende que su significado es
nes para actuar perentorias e independientes del contenido. Y las ra- aún excesivamente oscuro como para hacer de él la base para la re-
zones que un individuo pudiera tener para aceptar tal cosa podrían ser construcción de los conceptos fundamentales del discurso prácti-
de los más diversos órdenes. En general, para Hart, es posible aceptar co (45).
una regla por razones morales, pero no es en absoluto necesario: pue- El punto de partida de esté'trabajo, por el contrario, radica en la
de aceptarse también por cualquier otra clase de razón (42). Y en el convicción de que los conceptos fundamentales del discurso práctico
supuesto concreto de los jueces, el afirmar que su aceptación de la re-
gla de reconocimiento ha de involucrar la aceptación de alguna razón
(43) Cfr. Hart, Essays on Bentham, cit., pp. 158-160 y 266-267.
(44) Cfr. Th. Nagel, The Possibility of Altruism (Oxford: Oxford University Press,
1970); David A. J. Richards, A Theory of Reasons for Action (Oxford: Clarendon Press,
gación moral de obe~ecer al. derecho», ponencia presenta?a, e~ las XII Jornadas de Fi- 1971); J. Raz, Practica! Reason and Norms, cit.; Id., «Introduction» a J. Raz (ed.), Prac-
losofía Jurídica y Social (Oviedo, 28-30 de marzo, 1990), medita; J. A. Ramos Pascua, tica! Reasoning (Oxford: Oxford University Press, 1978), pp. 1-17; Carlos S. Nino, La
La regla de reconocimiento en la teoría jurídica d~ H. L. A. Ha;!, c~t. '. P~· ~89-194; Jua_n validez del derecho, cit., caps. VI -publicado anteriormente con el título «Razones y
Ruiz Manero, Jurisdicción y normas. Dos estudzos sobre funczon ¡urzsdzcczonal y teona prescripciones» en Análisis filosófico, 1 (1981) 37-48- y VII; Id., Introducción a la Fi-
del Derecho (Madrid: C.E.C., 1990), pp. 166-179. losofía de la Acción Humana (Buenos Aires: Eudeba, 1987).
(40) Cfr. Hart, «Commands and Authoritative.Reasons», cap. X de Essays on Bent- (45) Philippa Foot, p. ej., afirma estar «segura de no entender la idea de una razón
ham, cit.. para actuar» y se pregunta «SÍ hay alguien que la entienda» [«Postscript to "Reasons for
(41) Vid. infra, nota 334 de la parte II y apartado 8.2. Action and Desires" »,en Ph. Foot, Virtues and Vices and Other Essays in Moral Phi-
(42) CL, pp. 198-199 (CD, pp. 250-251); Essays on Bentham, cit., 256-257. La idea losophy (Oxford: Basil Blackwell, 1978), p. 156]; James P. Sterba -«Justifying Mora-
de que una regla. pued~ s~r. aceptada. <~p?r cualquier clase de razó?» es comp~rtida por lity: The Right and the Wrong Ways», en Synthese, 72 (1987) 45-69- afirma que «muy
Bulygin, «Enunctados JUndicos y positiVIsmo: respuest~ a ~az», czt., P· 58; Kliemt, !--as pocos filósofos que utilizan la espresión "X tiene una razón para actuar" son lo sufi-
instituciones morales, cit., p. 187; o Nicola Lacey, «Übligatwns, Sanctwns and Obedien- cientemente claros acerca de qué quieren decir con ella» (p. 67, nota 18); N. MacCor-
ce» en N. MacCormick y P. Birks (eds.) The Legal Mind. Essays for Tony Honoré (Ox- mick --<<Comment» (a Postema, «The Normativity of Law»), cit., p. 112- califica de
ford: Clarendon Press, 1986), pp. 219-234, p. 226. Raz la sostuvo también hasta comien- «extraña» [odd] la «opinión actual de que los enunciados acerca de lo que se debe hacer
zos de los ochenta: vid. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., pp. 147-148; Id., La au- resultan más claros al ser traducidos a enunciados acerca de razones para hacer cosas»;
toridad del derecho, cit., p. 198; Id., The Concept of a Legal System. An Introduction a juicio de Ricardo Caracciolo -El sistema jurídico, cit., p. 75- «( ... ) aunque de modo
to the Theory of Legal System (Oxford: Clarendon Press, 1970; 2.a ed. -que incluye un general es plausible pensar que "justificar" designa la actividad de expresar las razones
apéndice; «Postscript: Sources, Normativity and Individuation», pp. 209-238-, 1980), de una conducta ( ... ) no es nada claro qué significa el término "razón" ni tampoco lo
p. 235 [hay trad. cast. de R. Tamayo, El concepto de sistema jurídico. Una introducción es la cuestión de saber en qué condiciones algo puede contar como "razón" o "razones"
a la teoría del sistema jurídico (México: UNAM, 1986)]. para una conducta o su resultado».

38 39
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

pueden ser reconstruidos provechosamente en términos de la idea bá-


sica de «razones para la acción». En su primera parte se analiza este
concepto haciendo completa abstracción de la existencia de prácticas
e instituciones sociales. La razón de hacerlo así se encuentra, según
creo, en que éstas pueden ser analizadas a su vez como entramados
de conductas y disposiciones de conducta que dependen del desarrollo
por parte de los individuos de razonamientos prácticos complejos que
precisamente toman en cuenta el hecho de que los demás individuos
desarrollan razonamientos similares interdependientes y actúan en con-
secuencia. Todo ello conducirá, en la segunda parte de este trabajo,
a analizar la idea de «regla» y tratar de esclarecer de qué modo dife-
rentes clases de reglas intervienen de distintas formas en los razona-
mientos prácticos, a examinar las nociones de «razones excluyentes»
(o «perentorias») y de «razones independientes del contenido», y a in-
tentar dilucidar la estructura de los razonamientos prácticos complejos PRIMERA PARTE
que toman en cuenta la existencia de reglas, prácticas e instituciones
sociales y, de modo muy particular, de autoridades. EL CONCEPTO DE «RAZONES PARA LA
Todo lo cual nos aproximará, según creo, precisamente hasta el ACCION» COMOCNUCLEO BASICO DEL
punto en el que se ha detenido la discusión acerca de la normatividad
del derecho, el concepto de deber jurídico y la esctructura de los ra- .DISCURSO PRACTICO
zonamientos prácticos justificatorios en esta introducción. Confío en
que para entonces -ya en el último tramo de este trabajo- se hayan
sentado las bases que permitan reanudar esta discusión suficientemen-
te pertrechados con un aparato conceptual apropiado para tomar par-
tido en ella de un modo más claro.

40
En el lenguaje ordinario es posible encontrar muchas expresiones
corrientes que incluyen una referencia a la idea de razones para ac-
tuar. Esas expresiones sirven para realizar diferentes actos ilocuciona-
rios -explicar, orientar, excusar, recomendar, aprobar. ..-, y pueden
formar parte de razonamientos referidos a las propias acciones o a ac-
ciones de terceros (1). A la vista de esa multiplicidad de usos posibles
parece sensato sostener que no utilizamos el término «razón» en un
sentido único, sino en varias a~epciones diferentes. Quizá la distinción
más obvia es la que media entre las ideas de razones por las que al-
guien (un agente al que podemos llamar «A») ha hecho algo (una ac-
ción cualquiera que podemos representar como «0») y razones para
que A haga 0. La diferencia que existe entre «razones por» y «razones
para» no es otra que la que va de la explicación de la conducta a su
justificación: en el primer caso se trata de identificar los factores que
motivan al agente, mientras que en el segundo estamos hablando de

(1) Esta multiplicidad de propósitos y perspectivas puede ilustrarse con unos pocos
ejemplos, que no pretenden en modo alguno ser exhaustivos: en ocasiones tratamos de
explicar qué es lo que llevó a cierto agente a actuar de la forma en que lo hizo, como
cuando decimos que «la razón por la que A hizo 0 fue R»; otras veces, como sucede al
afirmar que «A cree que R es una razón para hacer 0», tratamos quizá de destacar que
desde el punto de vista de A sería irracional no hacer 0, y ello aunque en nuestra opi-
nión no existan razones para hacer 0 o incluso aunque A finalmente no haga 0; por el
contrario, si afirmamos que «Res una razón para hacer 0» podemos estar tomando una
resolución acerca de nuestra propia acción, recomendando un curso de acción a un agen-
te dubitativo, justificando su -o nuestra- acción 0, criticándole -o autocriticándo-
nos- por no haber hecho 0, etc.

43
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

los que deberían motivarle, con independencia de que lo hagan o no. en cuestión son razones justificativas («razones para» actuar), la forma
A partir de la constatación de que los contextos de uso del térmi- en que dicho agente jerarquiza o estratifica esas razones, y compren-
no «razones» son básicamente dos, la explicación de la conducta y su der además la estructura de las diferentes situaciones en que él mismo
justificación, los analistas del discurso práctico proponen una distin- puede reconocer como «injustificada» su acción a pesar ele que sin duda
ción básica entre razones en sentido explicativo y razones en sentido -en la medida en que se trata de acciones intencionale:~- ha actuado
justificativo (2). En palabras de Nino, las razones en sentido explica- «por (lo que para él era) una razón», si bien no concluyente. En de-
tivo -o, más brevemente, las razones explicativas- son aquéllas «a finitiva, si queremos determinar qué es lo que constituye una «razón
las que se recurre para explicar o predecir un comportamiento sin va- justificativa», en cuántos sentidos distintos es posible hablar de «jus-
lorarlo»; mientras que las razones justificativas son aquéllas «a las que tificación de las acciones» y que tipo de relación media entre «razones
se acude para mostrar la corrección o legitimidad de una conducta» (3). explicativas» y «razones justificativas», de qué forma se articulan unas
La distinción entre razones en sentido explicativo y razones en sen- y otras, hemos de comenzar por descomponer el par explicación/jus-
tido justificativo parece intuitivamente correcta, un punto de partida tificación en un conjunto de distinciones más finas.
indiscutible para cualquier análisis acertado del concepto de «razones».
No obstante, aun siendo aceptable en líneas generales, es también in-
suficiente. Es insuficiente, en primer lugar, porque si no me equivoco 2. LA EXPLICACION DE LAS ACCIONES Y LA ESTRUCTURA
las ideas de «explicación» y «justificación» de las acciones son lo bas- DE LA DELIBERACION DEL AGENTE
tante ambiguas como para que dentro de cada uno de esos ámbitos el
término «razones» pueda usarse en distintos sentidos: cuando habla- Que deba entenderse por «explicar uria acción» -o incluso deter-
mos de «explicación de las acciones» debemos distinguir cuidadosa- minar qué es lo que cuenta como «una acción», a diferencia de ciertos
mente entre la explicación psicológica de la acción ya realizada y la re- movimientos reflejos o de meros automatismos- constituye uno de
construcción de la deliberación previa a la acción; cuando hablamos los problemas de fondo de la teoría de la acción, cuya complejidad ape-
de «justificación» hemos de tener presente que la evaluación de una nas puede ser aquí esbozada (4). Por el momento, y para soslayar to-
acción puede llevarse a cabo desde diferentes puntos de vista o en dis-
tintos sentidos de «evaluar» -instrumental, prudencial, moral. ..- , y (4) Se supone generalmente que el elemento esencial que permite distinguir entre
no está claro en absoluto que las razones a las que apelamos para esas el simple movimiento físico y la acción humana es la «intencionalidad» o «Voluntarie-
diferentes formas de evaluar conductas exhiban en todos los casos ras- dad»; pero explicar qué debe entenderse por tal-y en qué sentido, si es que en algu-
no, cabe hablar de actos propiamente dichos pero no voluntarios- SEpone dar respues-
gos estructurales comunes (por ejemplo, en relación con los fines o de- . ta al problema de la relación entre estados o actitudes mentales e intencionalidad de las
seos del agente). acciones, lo que requiere a su vez tomar partido en las grandes disputas de fondo de la
Y es insuficiente, en segundo lugar, porque no basta con resaltar filosofía de la acción: la relación mente-cuerpo y la opción entre los modelos monoló-
la diferencia entre explicación y justificación de las acciones, sino que gico-causal y teleológico-intencional. Una primera posibilidad consist,; en definir las ac-
también es preciso mostrar en detalle de qué forma se conectan ambas ciones como movimientos causados por determinados tipos de acontecimientos o esta-
dos mentales (deseos, voliciones, etc.); ejemplos paradigmáticos de esta orientación se-
esferas: predecir cómo actuará un sujeto o explicar por qué lo ha he- rían Donald Davidson, «Actions, Reasons and Causes», en Journal of Philosophy, 60
cho de cierta manera es reconstruir idealmente lo que para el agente (1963) 685-700 (ahora en Alan R. White (ed.), The Philosophy of Action (Oxford: Ox-
ford University Press, 1968) [hay trad. cast. de Sonia Block, La Filosofía de la Acción
(México: F. C. E., 1976), por donde se cita, pp. 116-138]); o Arthur C. Danto, Analy-
(2) Cfr., p. ej., K Baier, The moral Point of View. A Rational Basis of Ethics (It- tical Philosophy of Action (Cambridge: Cambridge University Press, 1973). La línea de
haca: Cornell University Press, 1958), pp. 148-156; J. Raz, Practica! Reason and Norms, pensamiento alternativa niega la posibilidad de explicar la diferencia e:1tre un simple mo-
cit., pp 18-19; Id., Introducción a Practica! Reasoning, cit., pp. 3-4; D. Parfit, Reasons vimiento corporal y una acción a partir de un estado mental antecedente que operase
and Persons (Oxford: Clarendon Press, 1984), p. 118; C. S. Nino, Introducción a la Fi- como causa, sosteniendo que no es posible identificar actitudes mentales independien-
losofía de la Acción humana (Buenos Aires, Eudeba, 1987) pp. 82-83. temente de las acciones que pretendidamente serían su efecto: por el contrario, para en-
(3) Introducción a la Filosofía de la Acción Humana, cit., p. 83. tender qué es una acción habría más bien que interpretar la intención o propósito del

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

das esas dificultadas técnicas, manejaré una noción poco refinada de que creyó estar haciendo otra cosa, etc.; o por deseos o inclinaciones
lo que debe entenderse por «explicar una acción», que equivaldría sim- inconscientes, en los que el propio agente no repara, pero que, de he-
plemente a mostrar el motivo o la razón por los que el agente actuó cho, han guiado su acción; etc.); de manera que preguntarse por qué
de la forma en que lo hizo, sin tratar de precisar qué tipo de conexión «motivo» actuó el agente, sin indicar qué sentido estamos dando a la
-si causal o de otra naturaleza- representa ese «por los que» (5). pregunta (o, lo que es lo mismo, qué tipo de «explicación de la con-
Sí conviene, no obstante, dejar establecidas otras precisiones so- ducta» andamos buscando), equivale a plantear el problema de un
bre el sentido en el que se habla de «explicar una acción»: como ha modo muy poco fructífero. Lo que aquí nos interesa es el tipo de ex-
señalado Urmson (6), la pregunta «¿por qué motivo A hizo 0?» -o plicación de las acciones que destaca su dimensión intencional, es de-
la más coloquial «¿por qué A hizo 0?>>-- puede ser entendida en mu- cir, la explicación de las acciones intencionales, y explicar una acción
chos sentidos diferentes (podemos preguntar por el propósito, finali- intencional no es otra cosa que interpretarla a la luz de un objetivo
dad o intención del agente; o por aquello que le forzó a hacerlo, o de- del agente (dejando pendiente de determinación cuál es la naturaleza
terminó que lo hiciera sin que se pueda afirmar que medió un propó- de ese «objetivo», o si la conexión entre éste y la acción puede o no
sito o intención suya para el tipo de acción que efectivamente ha reali- ser descrita como una relación causa-efecto).
zado, como cuando decimos que A hizo 0 por descuido, por error, por- Ahora bien, lo que sucede en realidad es que la intención u obje-
tivo del agente no sólo explica su acción, sino que la identifica (7).
agente en relación con un contexto simbólico de reglas o prácticas sociales; exponentes Cualquier acción puede ser descrita de muchas maneras diferentes: se
típicos de esta línea de pensamiento serían R. S. Peters, The Concept of Motivation (Len- puede decir que estoy agitando mi mano derecha, que saludo a alguien
don: Routledge & Kegan Paul, 1958); Ch. Taylor, The Explanation of Behaviour (Lo n- que se acerca, que distraigo su-atención, que hago una señal a un ter-
don: Routledge & Kegan Paul, 1964); o G. H. von Wright, Explanatior¡, and Unders- cero que se le aproxima por la espalda ... Todas ellas son descripciones
tanding (Ithaca: Cornell University Press, 1971) [hay trad. cast. de Luis Vega, Explica-
ción y Comprensión (Madrid: Alianza, 1981)]. A pesar de las dos décadas transcurridas diferentes de una misma acción, no acciones distinas. Pero que algu-
desde su publicación, la compilación de Alan R. White citada anteriormente sigue sien- nas de esas descripciones sean correctas y otras no, o incluso cuál de
do un punto de referencia clásico para obtener una panorámica general sobre los pro- ellas es la más correcta, es algo que depende de lo que pretendo hacer
blemas centrales de la filosofía de la acción. Una exposición actualizada del «estado de al actuar de la forma en que lo hago. Mi intención y objetivo al actuar
la cuestión» puede encontrarse en el artículo de Raimo Tuomela, «Explanation of Ac-
tion», en G. Fl0istad (ed.), Philosophy of Action, Vol. 3. 0 de la serie Contemporary Phi-
no sólo explica por qué actúo, sino que en rigor determina de qué for-
losophy. A new survey (Den Haag/Boston!London: Martinus Nijhoff, 1982), pp. 15-43. ma actúo, es decir, determina cuál de las descripciones de mi acción
(5) Por supuesto coloquialmente podemos aceptar como equivalentes las expresio- en las que podría pensar un observador es en realidad la más correcta.
nes «el motivo (o la razón) por el que A hizo 0 fue X» y «la causa por la que A hizo En suma: al hablar de explicación de las acciones intentamos recons-
0 fue X»; pero ·si damos al término «causa» un sentido técnico, no meramente colo- truir la deliberación del agente previa a una acción intencional suya;
quial, no está claro en absoluto que podamos hablar de los motivos o razones como cau-
sas. Para hablar de «causa» en sentido estricto --o, como dice von Wright, «causa nó- y los pasos y el resultado de esa deliberación indican cuál de las posi-
mica»- es preciso que causa y efecto sean lógicamente independientes y que estén co- bles descripciones de la acción realizada tuvo en mente el agente, es
nectados por una ley, es decir, que siempre que se dé la causa «en el marco de ciertas decir, la identifican.
circunstancias» se siga el efecto: cfr., G. H. von Wright, «Explanation and Understan- La forma en que se suele dar cuenta de la noción de «motivo» (o
ding of Action», en Révue Internationale de Philosophie, 35 (1981) pp. 127-142 [ahora
en G. H. von Wright, Practica! Reason (Oxford: Basil Blackwell, 1982), pp. 52-66, por «razón» en sentido explicativo), una vez acotado el problema de la ma-
donde se cita; p. 52]. La cláusula «en el marco de ciertas circunstancias [in the frame or nera que se acaba de indicar, consiste en describirlo como una com-
setting of so me circunstances]» tiene que ver con la espinosa cuestión de cómo seleccio- binación de creencias y deseos (8). Estos dos términos son altamente
namos el factor al que llamamos «causa» dentro del conjunto de todas las condiciones
necesarias para que se produzca el efecto, pero no es necesario detenerse aquí en esa
cuestión. (7) Cfr. D. Davidson, «Actions, Reasons and Causes», cit. [por la trad. cast. de la
' (6) Cfr. J. O. Urmson, «Motives and Causes», en Proceedings ofthe Aristotelian So- ya mencionada compilación de White], pp. 118-119 y 129.
ciety, Supp. vol. 26 (1952) 179-194 [ahora en A. R. White (ed.), La Filosofía de la Ac- (8) Don Locke califica esta tesis como «la ortodoxia actual en filosofía de la ac-
ción, cit., pp. 218-235, por donde se cita]; pp. 224-225 y 234. ción»: cfr. Don Locke, «Beliefs, Desires and Reasons for Action», en American Philo-

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

imprecisos, y la discusión en torno a qué sentido se les haya de atri- no realizar esa acción. Entre la conclusión de la deliberación del agen-
buir se ha enredado en un buen número de equívocos que trataré de te previa a la acción y la acción finalmente ejecutada parece existir un
deshacer más adelante. Pero las explicaciones corrientes de la noción hiato que no se percibe con claridad cuando contemplamos ex post la
de «motivo» parecen dar por sentado que su significado es claro: se acción ejecutada y la motivación que llevó al agente a realizarla.
supone que cuando una persona actúa intencionalmente lo que sucede, Para superar ese equívoco es preciso introducir una cautela en la
a grandes rasgos, es que valora positivamente cierto estado de cosas, que si no me equivoco muchos autores no han reparado, y en la que
cree que cierta acción producirá o promoverá dicho estado de cosas y ha insistido particularmente von Wright (10): cuando hablamos de mo-
por lo tanto actúa (9). Ahora bien, el paso entre los deseos y creen- tivos y razones es muy importante separar lo que es la explicación de
cias del agente y su acción es mucho más problemático de lo que ese la acción ya realizada (punto de vista ex post, retrospectivo), de lo que
simple esquema parece sugerir. Cuando tratamos de explicar una ac- es la reconstrucción de la deliberación previa a la acción que, se supo-
ción ya realizada no parece que haya ningún problema en caracterizar ne, permitirá hasta cierto punto predecir ésta (punto de vista ex ante,
la conexión entre motivo (es decir, combinación de creencias y deseos) predictivo). Quizá se piense que la distinción es irrelevante porque lo
y acción como una relación causal: después de todo, la eficacia causal que prospectivamente permite predecir algo es lo mismo que retros-
del motivo vendría demostrada por la ejecución de la acción corres- pectivamente permitirá explicarlo, pero por más que esta idea pudiera
pondiente a la intención formada. No obstante, cuando contemplamos parecernos intuitivamente correcta creo que lleva razón von Wright al
la deliberación del agente previa a la acción nos damos cuenta de que sostener que es errónea (11). No trataré de dar argumentos de tipo ge-
las cosas no son tan sencillas: el agente puede desear algo, creer que neral en apoyo de la necesidad de distinguir entre la perspectiva ex
cierta acción es el medio apropiado para conseguirlo y, sin embargo, ante y la perspectiva ex post: intentaré más bien que esa necesidad vaya
haciéndose visible por sí sola a partir del análisis de las dificultades ori-
ginadas por no tomar en cuenta la distinción entre una y otra perspec-
sophical Quarterly, 19 (1982), 241-249, p. 242. Una exposición clásica del concepto de tiva.
«motivo» como combinación de creencias y deseos es la de G. R. Grice, The Grounds Una de esas dificultades es la que encuentran autores como Ri-
of Moral Judgement (Cambridge: Cambridge University Press, 1967), pp. 10-14. El aná- chards, Raz o Nino al sostener que el concepto de razón explicativa
lisis de Grice es sustancialmente compartido por Nino, que estima que los motivos para
actuar «están constituidos por el deseo de producir un estado de cosas ulterior al que
presupone o puede analizarse a partir del de razón justificativa: para
es relevante para la descripción de la acción respectiva y una creencia de que la acción estos autores una razón explicativa es una creencia en una razón jus-
es un medio adecuado --causal o de otra índole- para obtener ese estado de cosas»: tificativa, de manera que este último es el concepto primario en tér-
cfr. C. S. Nino, Introducción a la Filosofía de la Acción Humana, cit., p. 82. Richards minos del cual es posible dar cuenta de aquél (12). Eso significa que
también ha subrayado hasta qué punto es aceptado este modelo de explicación de lo
que constituye un motivo, señalando que lo comparten filósofos como Melden, Findlay
o D'Arcy y economistas o cultivadores de la teoría de juegos como Luce y Raiffa, Arrow (10) En «Explanation and Understanding for Action», cit., pp. 59-60; y antes en
o Schelling: vid. D. A. J. Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., pp. 32 y 300 «Ün So-called Practica! Inference», en Acta Sociologica, 15 (1972), 39-53 [ahora en Prac-
(notas 11 y 12). . tica! Reason, cit., por donde se cita: pp. 39-53]; p. 30. Ha de tenerse en cuenta que el
(9) Al dar cuenta de la noción de «motivo» o «razón» en estos términos no se pre- , propio von Wright ha manifestado -en el prólogo a Practica! Reason [1983], pp. vü-
tende en absoluto que como hecho psicológico el agente haya seguido efectivamente viü- que sus puntos de vista actuales sobre el particular son los expresados en «Expla-
un razonamiento semejante: puede que en algunos casos sea cierto que lo ha hecho, nation and Understanding of Action» [recuérdese, de 1981], que modifican parcialmen-
pero en otros muchos no lo será. Lo que se quiere decir, más bien, es que su motiva- te lo que había sostenido antes en «Practica! Inference» (originalmente publicado en Phi-
ción para actuar puede ser reconstruida idealmente del modo que se ha indicado, es de- losophical Review, 72 [1963], 159-179; ahora en Practica! Reason, cit., pp. 1-17), en su
cir, que el agente aceptaría esa reconstrucción como una racionalización correcta de su libro Explanation and Understanding, cit. [1971] y en «Ün So-called Practica! Inferen-
actuar intencional, por más que éste no haya venido precedido en sentido estricto por ce», cit. [1972].
una actividad mental real con ese contenido. Sobre esta precisión, cfr. Richards, A (11) Al menos por lo que se refiere al campo de la acción humana; puede que en
Theory of Reasons for Action, cit., p. 58; y Stuart Hampshire, Thought and Action (Lon- el terreno de las ciencias naturales sea válida, pero en este trabajo se deja a un lado
don: Chatto & Windus, 1959; 2. • ed., 1982) [se cita por la ed. americana, correspon- esa cuestión.
diente a la 2.• inglesa: Notre Dame, Ind., University Press, 1983; pp. 149-150]. (12) Cfr. Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., pp. 56 y 227; Raz Practi-

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

un enunciado del tipo (1) «La razón por la que A hizo 0 fue p» es ver- Ahora bien, la afirmación de que el enunciado (1) es «traducible»
dadero si A creyó que «p es una razón para hacer 0» y A hizo 0 por en los términos indicados parece querer decir que el agente siempre
la razón de que p. Esta idea de que las razones justificativas son la no- concibe los factores que le llevaron a hace 0 como una razón -justi-
ción primaria en términos de la cual es posible dar cuenta de las ra- ficativa- para hacerlo, y no parece que eso sea cierto (al menos no
zones explicativas es la que lleva a Raz, en su análisis de la estructura lo parece mientras no introduzcamos importantes matizaciones respec-
lógica de los enunciados relativos a razones -que denomina genéri- to a los diferentes sentidos en que un agente puede afirmar que algo
camente «enunciados-R>>-, a sostener que todos ellos son reducibles es una razón para actuar): no parece haber nada de absurdo en la au-
a una formulación canónica que contenga como núcleo básico «p es tocrítica de un agente que reconoce que no hay ninguna razón justifi-
una razón para que X haga 0»: a ese núcleo básico -que representa cativa para actuar de la forma en que lo hizo, que simplemente cedió
simbólicamente como «R(0) p, X» le denomina Raz «enunciado-R ató- a determinada tentación, o no pudo reprimir cierto deseo. Si añadi-
mico»; todos los enunciados-R contendrían, una vez traducidos a su mos a continuación que «la razón» por la que actuó fue ese deseo o
formulación canónica, un enunciado-R atómico (13). esa tentación, la traducibilidad de los enunciados del tipo (1) en los tér-
minos indicados queda en entredicho.
cal Reason and Norms, cit., pp. 18-19 y su introducción a Practica[ Reasoning, cit., Raz parece ser consciente de esa dificultad, y para hacerle frente
pp. 3-4; Nino, «Legal Norms and Reasons for Action», cit., p. 491 e Introducción a la propone desdoblar la explicación del significado de los enunciados de
Filosofía de la Acción Humana, cit., p. 83. Al hablar -como lo hacen estos autores- tipo (1) -la razón por la que X hizo 0 fue p>>- en dos supuestos di-
de creencia en una razón justificativa (y no, por ejemplo, de «aceptar» o «Sostener» que
existe una razón para actuar) aparece que se está sugiriendo que los enunciados del tipo
ferentes, según que «p» incluya o no un deseo del agente: si no lo in-
«p es una razón para hacer 0» expresan proposiciones, es decir, son susceptibles de ver- cluye, el enunciado puede ser traducido a la forma canónica anterior-
dad o falsedad. Más adelante analizaré en qué medida es o no aceptable ese punto de mente descrita; pero si lo incluye, su significado sería «X deseó s y cre-
vista; baste por el momento con subrayar el diferente sentido en que se habla de «creen- yó que q e hizo 0 intencionalmente a causa de (because of) esas creen-
cias» cuando éstas versan acerca de estados de cosas en el mundo y cuando se refieren cias y deseos suyos» (14). Lo que sucede es que esa concesión entur-
a la existencia de razones que justifican cursos de acción, distinción que habrá de te-
nerse en cuenta cuando se analice hasta qué punto las «creencias» del agente pueden bia toda la explicación y sus,cita un buen número de problemas que
proporcionarle, en ausencia de un deseo correspondiente, un motivo para actuar. Raz elude (15), porque no está claro en qué sentido los dos supuestos
(13) Cfr., Practica[ Reason and Norms, cit., pp. 20-21. Aunque Raz no explora to-
das estas posibilidades, parece que podemos construir diferentes «enunciados-R» según e) Un enunciado del tipo «la razón por la que hice 0 fue p», empleado por el agen-
la forma en que combinemos al menos tres' variables: que adoptemos la perspectiva del te para justificarse ante un observador (es decir, empleado por el agente no para dar
propio agente o la de un observador de la acción de otro; que hablemos ex ante o ex cuenta de lo que realmente le movió a actuar, sino para dar una -falsa- explicación
post actu; y que el acto ilocucionario que intentamos realizar sea o bien la explicación de su conducta que la haga pasar como justificada a los ojos de un tercero) implica que
o predicción de una acción, o bien su recomendación o valoración. Todas las combina- el agente cree que aquél a quien se habla asiente a «R(0) p, X», donde X vale por un
ciones pragmáticamente interesantes puden ser reformuladas sin dificultad en términos conjunto de características que él cree que su interlocutor considera que le son aplicables.
de un «enunciado-R atómico» excepto aquéllas en las que se trata de explicar una ac-
d) En cambio parece que los enunciados mediante los cuales se intenta explicar
ción ya realizada, sea por parte del propio agente o de un observador:
una acción ya realizada, sea por parte de un observador -«la razón por la que X hizo
a) Enunciados del tipo «pera (o no era) una razón para que X hiciera 0» o «pes 0 fue p>>-- o por parte del propio agente -«la razón por la que hice 0 fue p>>-- no
una razón para que X haga 0», utilizados por un observador para valorar ex post la ac- implican necesariamente, si son verdaderos, que el agente asienta a «R(0) p, X», ya
ción realizada por el agente o para guiar ex ante su conducta, implican que quien habla que, como se mostrará en seguida, el agente puede reconocer autocríticamente que no
-aunque no necesariamente a quien se habla -asiente a «R(0) p, X». Por supuesto hay razón para actuar de la forma en que lo hizo.
cuando son utilizados en primera persona- esto es, cuando el propio agente valora la
acción que ha realizado o delibera acerca de su acción futura- implican necesariamen- (14) Cfr. Practica[ Reason and Norms, cit., p. 21.
te que el sujeto asiente a «R(0) p, X», donde X vale por un conjunto de características (15) De hecho más adelante -p. 28- prescinde de esa doble posibilidad y afirma,
que él considera que le son aplicables. sin mayores matizaciones respecto a la presencia o no de deseos del agente, que un enun-
b) Un enunciado del tipo «X cree que pes una razón para hacer 0», utilizado por ciado como «la razón por la que X hizo 0 fue p» es analizable en términos de «X creyó
un observador para predecir cómo actuará X, implica, si es verdadero, que aquél de que pes una razón para hacer 0». Aunque Raz ha reelaborado parcialmente este punto
quien se habla -aunque no necesariamente quien habla- asiente a «R(0) p, X». en su Introducción a Practica[ Reasoning, cit., (1978), pp. 3-4 y 15-17, no me parece

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

son mutuamente excluyentes: parece que en la ejecución de una ac- finido del mismo modo (combinación deseo-creencia) tanto cuando ha-
ción intencional siempre interviene de un modo u otro un «deseo» del blamos ex ante como cuando lo hacemos ex post.
agente, siquiera sea el deseo de hacer aquello que uno cree que tiene Al hablar de «creencias» nos referimos a estados mentales cuyo
una razón para hacer: por mucho que el agente admita que existe una contenido proposicional puede ser muy diverso: en concreto, podemos
razón para ejecutar cierta acción, está claro que la acción no tendrá referirnos tanto a «creencias» acerca de estados de cosas en el mundo
lugar a menos que el sujeto quiera actuar (16) (suponer lo contrario o relaciones causa-efecto como a «creencias» acerca de la existencia
significaría confundir el asentimiento al juicio de que existe una razón de razones para actuar. Y al hablar de «deseos» hemos de hacer fren-
para hacer 0 con el acto de 0). Escindir la explicación de las acciones te a una ambigüedad aún más perturbadora: como señala Davidson,
en dos supuestos, según que concurra o no un deseo del agente, pa- la vaguedad del lenguaje ordinario permite tratar con toda naturali-
rece por tanto una vía poco prometedora, al menos mientras noma- dad las ideas de «desear» o «querer» como «un género que incluye en
ticemos la imprecisa idea de «deseo». _ tanto que especies suyas a todas las actitudes favorables» hacia un cur-
Me parece, de hecho, que todas las dificultades que acompañan a so de acción determinado (17). En ese sentido amplísimo acaba sien-
la caracterización del concepto de «motivo» o razón explicativa en tér- do necesariamente verdadero que cuando alguien ha hecho algo inten-
minos de una combinación de creencias y deseos provienen de dos ma- c~onalmente, «ha querido» hacerlo: pero acaba siendo verdad, como
lentendidos que en mi opinión se alimentan y refuerzan recíprocamen- d1ce Amartya Sen con una expresión feliz, sólo «en el mundo encan-
te: de no reparar en la ambigüedad radical de las ideas mismas de tado de las definiciones» (18). Hay un sentido restringido de de-
«creencia» y «deseo» y de suponer que el significado de «motivo» o sear (19) -una especie de ese género del que habla Davidson- en el
«razón explicativa» es exactamente el mismo cuando hablamos de la que ya no es verdadero por definición que «deseamos» hacer todo lo
deliberación del agente previa a la acción y de la explicación de su con- que hacemos intencionalmente: un sentido que contrapone, por ejem-
ducta ya realizada. Y digo que ambos malentendidos se alimentan re- plo, hacer lo que uno desea y hacer lo que uno cree que debe hacer.
cíprocamente porque son precisamente los subrepticios deslizamientos Tratemos ahora de proyectar estas ambigüedades sobre nuestra
de significado de los términos «creencia» y «deseo» los que sostienen comprensión de qué es un motivo cuando contemplamos la delibera-
la ilusión de que un «motivo» -o «razón explicativa>>- puede ser de- ción del agente previa a la acción, es decir, desde la perspectiva ex
ante. El agente puede sentirse motivado por muchos factores distin-
tos, que quizá apuntan en direcciones contrapuestas, y en una delibe-
que con esa reelaboración haya conseguido disipar la confusión: en cualquier caso no
me ocuparé aquí de los detalles de esa modificación.
(16) Podría replicarse que si el agente admite que existe una razón concluyente para (17) Cfr. D. Davidson, «Actions, Reasons and Causes», cit., p. 119.
ejecutar cierta acción tiene que querer realizarla: pero me parece que en ese «tiene que (18) Cfr. Amartya K. Sen, «Rational Fools: A Critique of the Behavioral Founda-
querer» se confunden los planos lógico y psicológico. «Tiene que querer» querría decir tions of Economic Theory», en Philosophy & Public Affairs, 6 (1977) 317-344; p. 323.
que «carece de una razón para no querer» o, si se quiere, que sería irracional por su (19) Tom Nagel y Don Locke han subrayado la diferencia entre estos dos sentidos
parte no querer; pero no significa en modo alguno que resulte imposible que, como he- de «deseo»: cfr. T. Nagel, The Possibility of Altruism, cit., pp. 28-30; y D. Locke, «Be-
cho psicológico, no quiera, lo que sería tanto como decir que es imposible que alguien liefs, Desires and Reasons for Actions», cit., pp. 243-244. La distinción ya había sido
se comporte irracionalmente. Más adelante volveré sobre estas cuestiones, que entron- señalada por Hare: cfr. R. M. Hare, Freedom and Reason (Oxford: Oxford University
can en cierta medida con un problema clásico de la filosofía de la acción y la filosofía Press, 1963), pp. 70 y 170; Id., «Descriptivism», en Proceedings ofthe British Academy,
moral, el de la akrasía aristotélica, al que hoy solemos referirnos bajo las rúbricas de 49 (1963) [ahora en W. D. Hudson (ed.), The Is-Ought Question. A Collection of Pa-
«incontinencia» o «debilidad de la voluntad»; un trabajo ya clásico sobre el particular pers on the Central Problem in Moral Philosophy (London: Macmillan, 1969);
es el de Donald Davidson, «How is Weakness of the Will Possible», en Joel Feinberg pp. 240-258, por donde se cita], p. 248. Como el propio Hare reconoce, la distinción en-
(ed.). Moral Concepts (Oxford: Oxford University Press, 1969), pp. 93-113; pero el aná- tre estos dos sentidos de «deseo» es, a grandes rasgos, la misma que existía entre las
lisis más convincente que conozco es el de Robert A. Sharpe, «Prudence and Akrasia», nociones de órexis y epithymía en la ética aristotélica: «Órekton» es lo querido como re-
en J. Srzednicki (ed.) Stephan Korner: Philosophical Analysis and Reconstruction. Con- sultado de la deliberación, mientras que «ephiesthai» -que se suele traducir al latín
tributions to Philosophy (Dordrecht/Boston/Lancaster: Martinus Nijhoff, 1987), como appetere- es «querer» en el sentido de experimentar una inclinación espontánea.
pp. 89-106. Más adelante volveré sobre las implicaciones de esta distinción.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ración mínimamente compleja atribuirá un peso relativo a cada uno mente, como el agente sopesa y jerarquiza las diferentes razones para
de ellos, es decir, los jerarquizará o estratificará según un sistema de actuar que cree que tiene, su creencia e' de que cuenta con una razón
prioridades o preferencias. Puede, por ejemplo, desear algo y creer para actuar puede referirse a cada una de ellas (un sentido prima fa-
(creencia «e») que cierta acción es el medio adecuado para conseguir- cie) o a la que él atribuya el máximo rango dentro de un proceso je-
lo. Esa combinación deseo-creencia (no la creencia por sí sola) es con- rarquizado de deliberación, prevaleciendo sobre las demás (sentido
siderada por él como una razón para ejecutar cierta acción «0», le pro- concluyente).
porciona un motivo. Pero también podemos decir que el agente «cree» En suma, cuando nos movemos en la perspectiva ex ante la carac-
que su deseo más su creencia le proporcionan una razón para actuar: terización de cualquier motivo o razón como una combinación creen-
esta segunda creencia (que podemos llamar e') es básicamente distin- cia-deseo no parece afortunada: parece, más bien, que esa combina-
ta a la anterior (e); especialmente porque no tiene sentido decir que ción constituye un determinado tipo de razón para actuar, no una des-
e' sólo le proporciona un motivo si «desea» actuar según lo que cree cripción acertada de cualquier clase de motivo.
que le proporciona un motivo (20). e y e' están situadas en niveles La idea de que todo motivo implica un deseo parece reforzarse
distintos y no pueden ser tratadas del mismo mod~. Ahora bien, otro cuando, a veces sin plena conciencia de lo que supone el desplazamien-
factor presente en la deliberación del agente puede ser la «creencia» to, se pasa de la perspectiva ex ante a la perspectiva ex post. Antes ha-
de que «-0» es prudencialmente aconsejable o moralmente debida: y blé de un hiato entre la conclusión de la deliberación previa a la ac-
el dato fundamental es que esta «creencia» es como e', no como e, ción y la acción ejecutada (22): alguien puede creer que tiene una ra-
de manera que no tiene sentido afirmar que sólo proporcionan un mo-
tivo al agente en conexión con un deseo correspondiente (21). Final- (22) La percepción de ese hiato se ve dificultada por la persistencia de la doctrina
aristotélica sobre el razonamiento o silogismo práctico -expuesta fundamentalmente en
(20) Para comprobar que no tiene sentido basta con reparar en que también podría De Anima, 433a 15 ss., De Motu Animalium, 701a 7 ss., y en los libros III (esp. cap.
decirse que el agente «cree» (C'') que «SU creencia C' más su deseo de actuar según lo 3), VI y VII de la Etica Nicomáquea-, con su afirmación de que la conclusión del ra-
que cree que le proporciona un motivo para actuar» le proporciona un motivo para ac- zonamiento práctico es la acción. Quizá la fuente de la confusión que rodea sus plan-
tuar; pero que C" sólo le proporciona un motivo si desea ... , y así ad infinitum. teamientos se debe a su insistencia en subrayar el paralelismo entre el silogismo teórico
Lo que indudablemente es cierto es que el agente sólo actuará si desea hacerlo se- y el silogismo práctico: su problemática tesis de que la conclusión de un razonamiento
gún lo que cree que le proporciona un motivo (C'), pero C' le proporciona un motivo práctico es la acción parece basada en la idea de que al igual que la demostración de
en sentido ex ante tanto si finalmente actúa conforme a C' (es decir, si actúa racional- que alguien ha razonado correctamente en el ámbito teórico es su afirmación de la con-
mente) como si no lo hace (es decir, si actúa irracionalmente). clusión -es decir, el hecho de asentir a la conclusión de una inferencia correcta a cuyas
(21) Cfr., T. Nagel, The Possibility of Altruism, cit., Parte I. La posición de Philip- premisas se asiente-, del mismo modo la demostración de que se ha razonado correc-
pa Foot, por el contrario, descansa en buena medida sobre una mala comprensión de tamente en el ámbito práctico sería la acción conforme a la conclusión. Ahora bien, de
este punto decisivo: véase Ph. R. Foot, «Reasons for Action and Desires», en Procee- ahí no se sigue que la conclusión del razonamiento práctico sea la acción: la conclusión
dings of the Aristotelian Society, Supp. vol. 36 (1972) [ahora en Ph. Foot, Virtues and del razonamiento es una cosa, y otra muy distinta la acción conforme a ella. Lo que real-
Vices and Other Essays in Moral Philosophy (Oxford: Basil Blackwell, 1978), pp. mente sucede, como ha señalado José Hierro en su esclarecedor análisis del concepto
148-156]; Id., «Morality as a System of Hypothetical Imperatives», en Philosophical Re- aristotélico de razonamiento práctico, es que Aristóteles está englobando bajo una mis-
view, 81 (1972) [ahora en Ph. Foot, Virtues and Vices ... , cit., pp. 157-173]. ma rúbrica --<<razonamiento práctico>>- varias cosas distintas (razonamientos normati-
Más adelante volveré sobre esta cuestión, en torno a la cual gira la discusión que vos, razonamientos sobre medios y fines, razonamientos con resoluciones del agente ... ;
enfrenta, en la terminología ya clásica introducida por Falk y Frankena, a los partida- o incluso no sólo diversos tipos de razonamientos que preceden a la acción, sino tam-
rios de concepciones internalistas y externalistas de los juicios morales: cfr. W. D. Falk, bién razonamientos exhibidos en la acción, es decir, una explicación psicológica de la
«"Ought" and Motivation», en Proceedings ofthe Aristotelian Society 48 (1947-48) [aho- acción realizada); y es sobre todo desde esta perspectiva ex post desde la que resulta
ra en W. S. Sellars y J. Hospers (eds.), Readings in Ethical Theory (New York: Apple- más fácil llegar a pensar en la acción ejecutada como «conclusión» del razonamiento
ton-Century-Crofts, 1952), pp. 492-517], y W. K. Frankena, «Obligation and Motiva- práctico. Cfr., J. Hierro Sánchez-Pescador, Problemas del Análisis del Lenguaje Moral
tion in Recent Moral Philosophy», en A. I. Melden (ed.), Essays in Moral Philosophy (Madrid: Tecnos, 1977), sec., IV, 5 [pp. 167-181].
(Seattle/London: University of Washington Press, 1958), pp. 40-81 [ahora en K. E. Hoy se admite generalmente que las divergencias acerca de si los razonamientos prác-
Goodpaster (ed.), Perspectives on Morality: Essays of William K. Frankena (Notre ticos poseen o no una lógica especial, cuál es la naturaleza de su premisa mayor (una
Dame, Ind.: University Press, 1976), pp. 49-73]. regla, un juicio valorativo, un deseo o fin del agente ... ), su premisa menor (un enun-

54 55
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

zón concluyente para hacer algo y sin embargo actuar sin que esa ra- con detalle qué diferentes tipos de razones justificativas existen y cómo
zón -en sentido ex ante- sea la razón -en sentido ex post- por la se ordenan en la deliberación del agente -es decir, la necesidad de
que actúa. La razón por la que actúa es lo que él mismo reconoce como reconstruir minuciosamente la estructura estratificada de la delibera-
una razón desbancada por otra de más peso, y ese desbancamiento es ción práctica (23)- como paso necesario para la explicación en pro-
el que proporciona su sentido a una afirmación autocrítica del agente fundidad de sus acciones. Por supuesto podría objetarse que la pre-
del tipo «no hay razón [queriendo decir "no hay razón concluyente"] gunta acerca de «qué razones justificativas existen» es de un orden dis-
para actuar del modo en que lo he hecho». Ahora bien, parece que tinto que la de «qué razones justificativas cree el agente que existen»:
para describir en su integridad el motivo o la razón por la que un agen- pero la relación entre una y otra, según creo, se va haciendo visible
te ha actuado tenemos que referirnos a su creencia de que tenía una en el curso de una indagación acerca de qué puede estimar un agente
razón (concluyente o no) para hacerlo, más su deseo -o, si se quiere, que constituye para él una razón para la acción.
su decisión- de actuar por esa razón y no por otra, de mayor o me- Comenzaré adelantando -reconozco que, por ahora, con el tono
nor peso, de las que él mismo reconoce que tenía. Es ese «deseo» o de una cruda estipulación- mi respuesta a esa pregunta: un agente
decisión el que ha cubierto el hiato al que antes me he referido: sin él puede considerar que constituyen razones para actuar sus deseos, sus
no tiene lugar el paso de la deliberación a la acción. Lo que sucede, intereses o sus valores, que generan respectivamente razones instru-
como es fácil de percibir, es que ya nos hemos deslizado del sentido mentales, prudenciales y morales. La tarea pendiente consiste, como
restringido al sentido omnicomprensivo de «deseo», ese sentido am- es obvio, en aclarar el sentido que haya de atribuirse a cada uno de
plísimo en el que es verdadero por definición que cuando un agente estos términos y el tipo de relaciones que median entre ellos.
ha actuado intencionalmente ha mediado el deseo de hacer lo que hizo,
de manera que una descripción adecuada de la razón o motivo por los
que actuó debe incluir siempre un deseo como ingrediente.
Creo que no es preciso extenderse más para comprender hasta qué
punto resulta poco satisfactorio afirmar sin mayores matizaciones que
una razón en sentido explicativo o motivo consiste «en una combina-
ción entre creencias y deseos» o en una «creencia en una razón justi-
ficativa». Manteniendo indiferenciadas las perspectivas ex ante y ex (23) La idea clave de una estructura estratificada -en la que se jerarquizan actitu-
post y no precisando el sentido exacto en que se habla de creencias y des prácticas de primer nivel acerca de estados de cosas, actitudes de segundo nivel acer-
ca de las actitudes de primer nivel... y, en general, actitudes de nivel N acerca de actitu-
deseos cualquiera de esas dos tesis básicas puede parecernos correcta des de nivelN _ 1- es la base del enfoque que para analizar la deliberación práctica pro-
o incorrecta según el punto en el que fijemos nuestra atención. Lo que ponen Stephan Korner, Experience and Conduct (Cambridge: Cambridge University
este análisis ha revelado, en mi opinión, es la necesidad de conocer Press, 1971), pp. 91 y ss.; o Harry Frankfurt, «Freedom of the Will and the Concept of
a Person», en Journal of Philosophy, 68 (1971) pp. 5-20 [ahora en Frankfurt, The Im-
portance of What We Care About. Philosophical Essays (Cambridge: Cambridge Uni-
ciado que expresa que cierta clase de acciones está comprendida en el supuesto al que versity Press, 1988), pp. 11-25]. Como se verá enseguida, mi punto de vista acerca de
se refiere la mayor, o que cierta acción es el medio para alcanzar cierto fin ... ), o de su la estructura de la deliberación práctica se basa en gran medida en estos modelos de es-
conclusión (una acción, una resolución o disposición a actuar, un enunciado descriptivo, tratificación.
normativo ... ), se deben en último término a que bajo la rúbrica única de «razonamiento Esta línea de pensamiento ha sido rigurosamente formalizada, dentro de una lógica
práctico» se está haciendo referencia a varias cosas distintas, por lo que resulta poco fruc- de la preferencia, por Richard C. Jeffrey, «Preference among Preferences», en Journal
tífero indagar cuáles son las características de los «razonamientos prácticos» en general. of Philosophy, 71 (1974) pp. 377-391. Sobre los desarrollos contemporáneos de la lógica
Cfr. R. M. Hare, «Practical Inferences», en su libro Practica! lnferences (London: Mac- de la preferencia -o «lógica prohairética», según la terminología propuesta por von
nillan, 1971), pp. 59-73; G. H. von Wright, «Ün So-called Practica! Inference» [ahora Wright en The Logic of Preference: An Essay (Edinburgh: Edinburgh University Press,
en Practica! Reason, por donde se cita, pp. 18-34]; R. D. Milo, «The Notion of a Prac- 1963), uno de los trabajos pioneros en este campo-, véase Nicholas J. Moutafakis, The
tical Inference», en American Philosophical Quarterly, 13 (1976) pp. 13-21, y C. S. Nino, Logics of Preference. A Study of Prohairetic Logics in Twentieth Century Philosophy
Introducción a la Filosofía de la Acción Humana, cit., p. 84. (Dordrecht/Boston/Lancaster: Reidel, 1987).

56 57
JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

3. DESEOS:RAZONESINSTR~ENTALES ción y el «deseo» exhibido en la acción, creo que es mejor no llamar


en absoluto «deseo» al segundo, sino «intención» (25).
3.1. Estratificación de preferencias La tercera restricción del significado de «deseo» arranca de la dis-
tinción anterior y subraya la necesidad de reservar el término para un
En el lenguaje coloquial hablamos de «deseos» en un sentido más cierto tipo de eso que he llamado de forma más bien vaga «ingredien-
amplio que el que resulta relevante en una teoría de las razones para tes de la deliberación previa a la acción» y de no aplicarlo indiscrimi-
la acción. Para acercarnos a ese sentido relevante es preciso introducir nadamente a cualquiera de ellos. Me parece que éste es el punto más
tres distinciones: en primer lugar todos «deseamos» estados de cosas delicado de todo este trabajo previo de depuración cenceptual y, por
que no podemos intentar producir (24), pero cuando hablamos de «de- ello mismo, donde con mayor facilidad puede brotar la confusión.
seos» como razones para actuar es obvio que sólo nos referimos a los Los materiales o ingredientes de la deliberación del agente son una
deseos del agente que pueden ser satisfechos mediante su acción in- pluralidad de fines, propósitos, objetivos, aspiraciones, anhelos, etc.,
tencional. Esta primera restricción del significado de «deseo» no re- empleando todos estos términos en un sentido coloquial y reconocida-
presenta ninguna dificultad especial. Los dos pasos restantes, por el mente impreciso. Todos ellos de un modo u otro, con mayor o menor
contrario, merecen un análisis más cuidadoso. Ambos tienen que ver fuerza, motivan al agente. Utilizando una expresión de Bernard Wi-
con la necesidad de aislar un sentido restringido de «desear» en el que lliams podemos llamar a la reunión de todos ellos «conjunto subjetivo
no resulte verdadero por definición que «deseamos» hacer todo lo que de motivaciones» (26). Más adelante intentaré dar respuesta a la que
hacemos intencionalmente, si bien cada uno de ellos contempla un as- quizá es la pregunta clave sobre este tema, a saber, si siempre que ha-
pecto -o un momento- distinto de esa dificultad. De los dos, el pri- blamos de razones para actuar nos referimos a elementos o miembros
mero ya ha sido anticipado y no queda ahora sino formularlo clara y
sintéticamente: necesitamos distinguir entre «deseos» que son ingre-
(25) De manera que «tener la intención de» equivaldría al sentido de «querer» ca-
dientes de la deliberación previa a la acción y el «deseo» que cubre racterizado por Anscombe como «intentar conseguir» [trying to get]: vid. G. E. M. Ans-
el hiato entre la deliberación y la acción. Este último sólo se manifies- combe, Intention (Ithaca, NY: Com.ell University Press, 1957), p. 68. Conforme al sen-
ta en el acto de realizar -o intentar realizar- 0, no en la inclinación tido estipulado tiene perfecto sentido decir de un agente que desea algo, pero no tiene
del agente hacia 0 (a la que puede seguir, a pesar de todo, la realiza- intención de hacerlo (es decir, que «quiere» y «no quiere» hacerlo, en dos diferentes
ción intencional de una acción distinta de 0). Los primeros, por el con- sentidos de «querer»), Hampshire opina que esa divergencia es posible a condición de
que no sea permanente, ya que «nadie puede actuar constantemente contra sus presuntos
trario, son identificables ex ante actu. Para subrayar esta diferencia en- deseos y seguir manteniendo que quiere genuinamente lo que nunca intenta realizar
tre los «deseos» como ingredientes de la deliberación previa a la ac- cuando se le ofrece la ocasión», resultando exigible «una cierta consistencia mínima» en-
tre lo que alguien afirma desear y sus acciones efectivas para admitir que efectivamente
lo desea (cfr. Stuart Hampshire, Thought and Action, cit., p. 147; las cursivas son mías).
(24) Yo puedo desear que mañana llueva, pero es evidente que ese deseo no cons- El argumento de Hampshire sólo es aceptable si llamamos «deseos» indiscriminadamen-
tituye una razón para que yo actúe, porque no hay nada que yo pueda hacer para que te a todos los ingredientes de la deliberación práctica de un agente: en ese sentido sí
se realice el objeto de mi deseo. Alvin Goldman -A Theory of Human Action (Engle- sería razonable dudar de la sinceridad de un agente que jamás intenta realizar lo que
wood Cliffs, NJ: Prentice Hall, 1970), p. 104- distingue en este sentido entre «event- afirma desear. Pero si reservamos el término «deseos» --como propondré a continua-
wants» y «action-wants»: sólo los segundos constituyen razones para actuar. Sobre este ción- para un tipo de esos ingredientes (y precisamente para el que ocupa el nivel in-
punto, cfr. además Héctor-Neri Castañeda, Thinking and Doing. The Philosophical ferior en la estructura estratificada de razones para actuar que el agente reconoce), en-
Foundations of Institutions (Dordrecht/Boston/London: Reidel, 1975; reimp. 1982) tonces es perfectamente posible lo que a Hampshire le parece inverosímil. Confío en
pp. 289-290; y Jesús Mosterín, Racionalidad y Acción Humana (Madrid: Alianza 1978), que más adelante quede claro por qué (vid. infra, nota 49 de esta paite I).
p. 179. Esta observación se detecta ya en Aristóteles, que en el libro III de la Etica Ni- (26) Bernard Williams, «Internal And External Reasons», en R. Harrison (ed.), Ra-
comáquea apunta que no cualquier deseo -epithymía- puede ser objeto de elección tional Action: Studies in Philosophy and Social Science (New York/Cambridge: Cam-
-proaírésis-, ya que a veces deseamos lo imposible (como la inmortalidad) o lo que bridge University Press, 1979), pp. 17-28 [ahora en B. Williams, Moral Luck (New
de ningún modo podemos realizar por nosotros mismos (como el triunfo de un actor o York/Cambridge: Cambridge University Press, 1981), pp. 101-113, por donde se cita];
un atleta): cfr. Et. Nic., llllb, 20-26. pp. 104-105.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

del «conjunto subjetivo de motivaciones» de algún agente -es decir, nos permite hablar meramente de «deseos» de diferentes cosas o, por
si todas las razones para la acción son razones internas- o si por el el contrario, de diferentes clases de «deseos» (para referirnos a las cuá-
contrario existen, y en qué sentido, razones para actuar con indepen- les, si no queremos propiciar la confusión, haríamos bien en emplear
dencia de que no formen parte del «conjunto subjetivo de motivacio- términos distintos). O con otras palabras, si los «deseos» --en sentido
nes» de nadie -ésto es, si cabe o no hablar de razones externas. Pero, muy amplio- difieren entre sí sólo por su contenido o lo hacen tam-
por el momento, dejaré esa cuestión al margen. Lo que me interesa bién por su estructura.
ahora es examinar qué tipos de elementos pueden integrar el «conjun- Entre los cultivadores de la economía del bienestar y de la teoría
to subjetivo de motivaciones» de un agente, de qué clase de miembros de la elección colectiva predomina el primer punto de vista, aunque
puede constar dicho conjunto y qué clase de relación hay entre ellos. el término usualmente empleado no es «deseos», sino «preferencias».
Uno de los grandes obstáculos con los que se tropieza en esa tarea, Podemos tomar como ejemplo representativo el análisis de
en la medida en que oscurece diferencias relevantes, es el uso indis- Arrow (28): según la teoría de la preferencia revelada un individuo
criminado del término «deseo»: dándole un significado de máxima am- «prefiere» el estado de cosas A al estado de cosas B si en una situa-
plitud (ese significado que incluye a todas las actitudes favorables del ción en que A y B son opciones excluyentes realiza (o intenta realizar)
agente hacia un curso de acción determinado, del que nos hablaba Da- A. Idealmente, si presentáramos en forma reiterada a dicho individuo
vidson), puede aplicarse sin excesiva violencia a cualquiera de los ele- una serie de alternativas hipotéticas entre opciones excluyentes, sus
mentos que forman parte del «conjunto subjetivo de motivaciones» del elecciones en cada caso nos permitirían construir el conjunto comple-
agente, ya que, en definitiva, habida cuenta de que todos le motivan, to y jerarquizado de sus preferencias, es decir, su «ordenación de pre-
de todos puede decirse que «desearía» satisfacerlos. ferencias». Un individuo racional tendría una ordenación completa y
Los «deseos» se identifican por su objeto, ésto es, por aquel estado transitiva, y «actuar racionalmente» no sería otra cosa que elegir si-
de cosas de cuya producción se puede decir que «satisface» el de- guiendo esa ordenación. Por supuesto, de sus preferencias se puede de-
seo (27). Los «objetos» que se desean pueden ser muy variados: un cir en cada caso, en un lenguaje vulgar, que son lo que «desea». Aho-
agente no sólo tiene «deseos» que se satisfacen de forma momentánea ra bien, nótese que en el modelo descrito las preferencias se distin-
(aquí y ahora), sino también «deseos» de cuya satisfacción sólo puede guen entre sí sólo por su contenido y por el lugar que ocupan a lo lar-
hablarse a medio y largo plazo, en la medida en que lo son de objetos go de una escala ordinal, sin que quepa hablar de preferencias de dis-
duraderos; no sólo tiene «deseos» cuya satisfacción o frustración recae tintas clases. Las opiniones en este sentido son inequívocas: frente a
exclusivamente sobre él (deseos referidos a uno mismo), sino también protestas de filósofos morales como Brandt o Baier, que, en discusión
deseos referidos a otros (como el deseo de A de que se realice el de- crítica con este modelo, han subrayado la necesidad de diferenciar den-
seo de B de que p); y por supuesto tiene «deseos» a los que él mismo tro del conjunto de «preferencias» de un sujeto aquellas que tienen
atribuye niveles de importancia muy diferentes, que pueden ir desde que ver con su interés o su bienestar de aquellas que tienen que ver
la trivialidad hasta el deseo global de ser un determinado tipo de per- con su aceptación de ciertos valores (29), economistas como Arrow o
sona, tener cierta clase de relación duradera con los demás, o vivir en
cierto tipo de sociedad. Pues bien, la cuestión central es si todo ello (28) Kenneth J. Arrow, «Public and Prívate Values», en Sidney Hook (ed.), Hu-
man Values and Economic Policy. A Symposium (New York: New York University
Press, 1967), pp. 3-21; pp. 3-5.
(27) Como es bien sabido existe una larga y profunda polémica -desarrollada so-
bre todo en el seno de la tradición utilitarista y precisamente para definir el concepto (29) Lo que Brandt y Baier deseaban subrayar es que el uso que hacen los econo-
clave de «utilidad>>-- acerca de si lo que verdaderamente representa la satisfacción de mistas del término «preferencia» convierte en un sinsentido la idea de que en ocasiones
un deseo es un estado mental del agente o un estado de cosas en el mundo. Doy por alguien hace algo distinto de lo que prefiere (p. ej., elige respetar un principio moral
buena la segunda opción, como puede apreciarse en el texto, pero no entraré en abso- en vez de beneficiarse transgrediéndolo), de manera que resulta tautológico afirmar que
luto a discutir en profundidad este problema. Véase al respecto el excelente análisis de al elegir un agente actúa siempre autointeresadamente, que maximiza siempre su bien-
James Griffin, Well-Being. Its Meaning, Measurement and Moral Importance (Oxford: estar. Lo cierto -piensan Brandt y Baier- es que ésa es una pretensión empírica (y
Clarendon Press, 1986), parte I, cap. l. además, en muchos casos, falsa) que no puede tornarse verdadera por la sola fuerza de

60 61
JUAN CARLOS BAYON MOHlNO

Samuelson han insistido en que no existe ninguna base firme para tal ría como un horno ceconomicus que trata de maximizar un conjunto
distinción (30). jerarquizado de preferencias esencialmente homogéneas.
En este modelo manejado por la economía del bienestar «orto- Lo que ocurre es que este modelo (o si se quiere: este uso de las
doxa» la id~a de una elécción contrapreferencial que el propio sujeto ideas de «deseo» y «preferencia») posee implicaciones fuertemente
pueda calificar como racional-es decir, la idea de que un agente deja contraituitivas y oscurece conceptos y distinciones sobre los que sería
de hacer lo que más desea y cuenta con lo que él mismo reconoce como deseable obtener algo más de claridad. En particular, resultan seria-
una razón para ello- difícilmente tiene cabida: un agente elige lo que mente desdibujados los conceptos de egoísmo y autointerés del agen-
prefiere, y la prueba de que lo prefiere es que lo elige. A este resul- te. Todo lo que un sujeto hace intencionada y libremente es algo que,
en un sentido u otro, «quiere hacer». Pero parece conveniente acotar
tado se llega, como ha señalado lúcidamente Amartya Sen (31), ex-
los significados de «egoísmo» y «autointerés» de manera que no resul-
plotando una ambigüedad contenida en la idea misma ·de «preferen-
te necesariamente verdadero que, haga lo que haga, el agente siempre
cia» y, subsiguientemente, en la teoría de la preferencia revelada. La
actúa autointeresadamente, o más aún, siempre está motivado por con-
idea de «lo preferido» puede entenderse de dos modos: en primer lu- sideraciones egoístas. Mark C. Overvold ha trazado con bastante pre-
gar, como aquello que un sujeto «preferiría», lo que más desea; en se- cisión los límites del problema (32): necesitamos un concepto de au-
gundo lugar, como aquello que «ha preferido», lo que efectivamente tointerés que, por un lado, no haga incoherente el concepto de auto-
ha escogido. Solapando ambos sentidos («preferir>> como «desear más» sacrificio (en el modelo criticado cuando el agente hace lo que prefie-
y «preferir» como «escogen>) se obtiene la tesis de que un sujeto es- re nunca se sacrifica, ya que ha hecho precisamente lo que más desea-
coge -por definición-lo que más desea. Todo agente se comporta- ba hacer); y que, por otro, permita hablar de acciones no egoístas en
su motivación, es decir de acciones que el agente no realiza para maxi-
una definición estipulativa. Vid. Richard B. Brandt, «Personal Values and the Justifica- mizar su autointerés, y ello aunque resulte que sí lo hacen (lo que en
tion of Institutions», en S. Hook (ed.), Human Values and Economic Policy, cit., pp. el modelo criticado resulta difícil de concebir: si cualquier cosa que un
23-39, esp. pp. 27-28; y Kurt Baier, «Welfare and Preference», ibídem, pp. 120-135, esp.
pp. 131-132.
agente hace la hace porque la prefiere, resulta difícil ver cuál podría
(30) Arrow (op. cit., p. 4) afirma que aunque es posible que deseemos sepa:rar de ser su motivación para actuar 'aparte del hecho de hacer lo que él pre-
los meros «gustos» [tastes} un «conjunto especialmente noble y elevado de elecciOnes» fiere). Parece, por tanto, que no debemos identificar el interés del
para el que nos gustaría reservar el nombre de «valores», lo cierto es que «la distinción agente con la satisfacción de todas sus «preferencias» o deseos, de cual-
no puede hacerse lógicamente». Respondie~do a las ~.bservacio~es críticas de Bra~dt, quier tipo o clase que sean, sino con la de un cierto tipo de ellos; y la
Paul Samuelson afirma: «Supongamos que Siempre eliJo renunciar al pescado los vier-
nes, aunque me gusta el pescado, para vivir de acuerdo con determinado código de obli:
dificultad, como señala correctamente el propio Overvold, radica en
gación; o supongamos que siempre entraría en una casa en llamas para rescata:~~ que si algunos de los «deseos» del agente (dando al término la máxi-
hijo incluso a costa de mi propia vida; o que sacrificaría los futuros placeres de VIVIr ti- ma amplitud de significado) han de ser aislados como constitutivos de
rándome sobre una bomba que amenaza a mis compañeros de armas. Mientras mis ac- su autointerés, excluyendo otros, necesitamos encontrar una base cla-
tos encajen en una ordenación bien dispuesta no hay necesidad alguna de tomar en cuen- ra para la distinción (33).
ta las distinciones de las que a Brandt le gustaría que tomáramos nota» (P. Samuelson,
«Arrow's Mathematical Politics» en S. Hook (ed.), Human Values and Economic Po-
Antes de examinar cuál podría ser esa base me interesa insistir en
licy, cit., pp. 41-51; p. 44). Según Plott las ideas acerca de lo bueno «son simplemente las razones que nos fuerzan a buscarla. Si se postula un determinado
expresiones de prioridades y, por lo tanto, jerarquizaciones de opciones. En otras pa- uso de «deseo» o «autointerés» no es por un arbitrario afán de regla-
labras: implican las mismas propiedades técnicas que las preferencias»: Charles R. Plott,
«A:xiomatic Social Choice Theory: An Overview and Interpretation», en American Jour-
nal of Political Science, 20 (1976) 511-527 [ahora en Brian Barry y Russell Hardin (eds.), (32) Cfr. Mark Carl Overvold, «Self-Interest and the Concept of Self-Sacrifice», en
Rational Man and Irrational Society? (Bervely Hills 1 London: Sage, 1982), pp. 231-245, Canadian Journal of Philosophy, lO (1980), 105-118; y «Self-Interest and Getting What
por donde se cita; p. 244] You Want», en H. B. Miller y W. H. Williams (eds.), The Limits of Utilitarianism (Min-
(31) En «Rational Fools: A Critique of the Behavioral Foundations of Economic neapolis: University of Minnesota Press, 1982), pp. 186-194.
Theory», cit., p. 329. (33) «Self-Interest and Getting What you Want», cit., p. 187.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

mentación verbal, sino para posibilitar el tratamiento adecuado de ~ro­ sar ~n la delibera~ión del agente si su satisfacción constituye uno de
blemas que nos interesa aclarar. Señalaré especialmente dos: la dife- los fines del p~opw agente. Parecería entonces que egoísmo y altruis-
rencia entre egoísmo y altruismo y la relación entre prudencia y mo- mo no so? noci?nes excluyentes: habría, simplemente, acciones egoís-
ralidad. A primera vista podría pensarse que la diferencia entre «egoís- tas que solo satisfacen deseos del agente y acciones egoístas que satis-
mo» y «altruismo» es obvia y no requiere mayor comentario: un agen- facen deseos de terceros más el deseo del agente de satisfacer deseos
te actuaría de manera egoísta cuando busca la satisfacción de sus pro- d.e terceros. Podríamos llamar «altruistas» a este segundo tipo de ac-
pios fines o deseos, mientras que actuaría de manera altruista cuando ciOnes, pero en ese caso el término «altruista» designaría una clase de
busca la satisfacción de los fines o deseos de los demás. Si se quiere las acciones egoístas, no algo completamente distinto de ellas (36).
una presentación más técnica de esta sencilla intuición podemos re- Los resultados de todo ello serían sorprendentes. No se trataría me-
currir, p. ej., a la ofrecida recientemente por Michael Taylor (34): su- ramente de que ~uera posible demostrar -como han pretendido hacer
poniendo que cada curso de acción alternativo ofrece una distint~ ma- algunos partldanos de la extensión indiscriminada del análisis econó-
triz de «pagos» (payoffs) tanto para el agente como para los demas (es mico a cualquier. esfera de la conducta humana, como p. ej., Gary Bec-
decir, un grado diferente de satisfación o frustracción de sus pre!e~en­ ker (37)- que ciertas conductas altruistas típicas, en situaciones de in-
cias), es «egoísta» el agente que actúa buscando solamente maxlffiiZar teracción estratégica entre una pluralidad de agentes, resultan ser la
sus propios pagos, mientras que es «altruista» aquel que concede a los de~ensa más intelig~nte de interes~s egoístas a largo plazo (lo que, des-
pagos de algun(os) tercero(s) un peso m~yo.r que cero en s~ ~delib~:a­ pues de todo, podna ser desmentido por los hechos o por un análisis
ción, de manera que actúa buscando maximizar alguna funcwn adztzva detallado de la situación en términos de teoría de juegos), sino de algo
de sus propios pagos y de los aquel(los). Creo, no ob.stante, ~que e.sta más espectacular: el egoísmo gsicológico -una tesis empírica de cuya
propuesta de distinción fracasa tanto en su presentación mas sencilla verdad parecí~ q~e pod}a. dudarse en aquellos supuestos en los que,
e intuitiva como en cualquier versión compleja que retenga como dato por empl~ar termmos clasicos, el agente actuaba por «simpatía» o «be-
básico la contraposición fines propios/fines de los demás. Y ello por nevolencia»-- resultaría verdadero por definición. De ese modo sería-
una razón elemental: que promover algún fin de otro puede ser uno mos yíctimas ?ela que modernamente ha llamado Ronald Cohen «pa-
de mis fines (puedo desear que se satisfaga el deseo de X de ~ue p, radoJa hedomsta» (38), un problema que Hume trató de resolver con
con lo que realizando p satisfago el deseo de. X y el mío P.ropio), de
manera que el principio de diferenciación quieb~a en su misma base. conceder importancia al bienestar de B ( ... ). Pero tal evaluación es interna en A no
Es más, puede argumentarse -como hacen, p. eJ., Buchanan y Bren- puede ser la evaluación que hace B de su propio bienestar. Esta última valoració~ no
nan (35)- que por definición los fines de los demás sólo pueden pe- puede ejercer influencia en la elección de A»: G. Brennan y J. M. Buchanan, The Rea-
son ?f Rules. Constitutional Política[ Economy (Cambridge/New York: Cambridge Uni-
verslty Press, 1985) [hay trad. cast. de J. A. Aguirre Rodríguez, La razón de las normas
(34) Cfr. Michael Taylor, The Possibili_ty of Cooperation. \~ambridge/New. Yo~k: (Madrid: Unión Editorial, 1987), por donde_se cita]; p. 73.
Cambridge University Press, 1987), p. 111. [Aunque The Posszbzlzty of Cooperatzon vie-
ne presentando como «edición revisada» del anterior libro Taylor, Anarchy .an~ ~o~pe­ (36) Por eso Dennis Mueller, un destacado miembro de la escuela de la Public Choi-
ration (New York: Wiley & Sons, 1976), las variaciones son tant.as y t~n s1gi?-ficat1vas ce, afirma qu~ aunque. ob:iamente muchos actúan según preferencias éticas o lo que so-
que bien puede considerarse una obra nueva, como en parte -v1d. p. IX- VIene a re- lemos denommar motivaciOnes altruistas «( ... ) la aplicación de la navaja de Occam im-
conocer el propio Taylor]. Aun con importantes diferencias en cuanto. al de~ar.rollo glo- pone mantener un presupuesto puramente egoísta respecto a la conducta humana»· cfr.
bal de la cuestión, la diferencia egoísmo/altruismo es trazada en térmmos Similares por D. C. Mueller, «Rational Egoism versus Adaptive Egoism as Fundamental Postulat~ for
Howard Margolis, Selfishness. Altruism and Rationality (Cambridge: Cambridge Uni- a De~criptive Theory of Human Behavior», en Public Choice, 51 (1986) 3-23, p. 15.
versitty Press, 1982), p. 36. También Raz traza en último término la distinción sobre ~1 no _me equivoc~ también Martín D. Farrell maneja las nociones de altruismo y
estas bases al definir «autointerés» como «aquello que queda después de sustraer de la automteres en un sentido en el que no resultan excluyentes: vid. Martín Diego Farrell,
noción más amplia de bienestar (well-being) el logro de aquellos proyectos cuyo valor La Democracia Liberal (Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1988), pp. 76-77.
(ante los ojos de la persona en cuestión) es su contribución al bienestar de otros»: cfr. ~37! Cfr. Gary S. Becker, «Altruism, Egoism, and Genetic Fitness; Economics and
The Morality of Freedom (Oxford: Clarendon Press, 1986), p. 297. Socwbwlogy» (1976), en Becker, The Economic Approach to Human Behavior (Chica-
go: Chicago University Press, 1976), pp. 282-294.
(35) «[El agente] puede no buscar sólo maximizar su riqueza neta; puede también (38) Ronald Cohen, «Altruism: Human, Cultural or What?», en Journal of Social
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

discutible acierto (39), del que decididamente fu~ .víctima ~~nt­ secución de los propios fines en atención a los fines de los demás. Pero
ham (40) y del que acaso sólo Sidgwick, entre los clasicos del utilita- si las razones morales que acepta el agente se conceptúan como «fi-
rismo, fue plenamente consciente (41). nes» o «deseos» suyos -como algunas, entre otras, de sus «preferen-
Sin un uso restringido de «deseo» y «autointerés» no sólo se difu- cias», por más que sean las que ocupen los escalones más altos de su
mina la diferencia entre egoísmo y altruismo, sino que se desenfoca la escala ordinal-, y si cualquier acción prima facie altruista es rápida-
relación entre razones prudenciales y razones morales (o, para ser más mente engullida por un egoísmo abárcalo-todo a tenor del cual si el
exacto, entre razones prudenciales y las razones moral e~ que acepta el agente promueve los fines de otros es porque él desea hacerlo, la di-
agente). Aunque las relaciones entre prudencia y morahdad son com- ferencia entre prudencia y moralidad se desdibuja: el agente que ac-
plejas y controvertidas, muchos aceptarán que, grosso modo, actuar túa según principios morales que él acepta no estaría poniendo un lí-
prudencialmente equivale a maximi.zar 1~ satisfac~ión de_ lo~ fines o de- mite a su racionalidad prudencial, sino que más bien llevaría ésta has-
seos propios, mientras que la morahdad Impone ciertos hmltes a la per- ta sus últimas consecuencias. La racionalidad prudencial plena y con-
secuente no llegaría hasta el punto en que comienza lo que el agente
entiende como racionalidad moral, sino que continuaría su avance en-
Issues, 28 (1972) 39-69 [ahora en L. Wispe (ed.), Altruism, Sympathy and Helping (New
York: Academic Press, 1978), pp. 79-98, por donde se cita]; pp. 82-83. Maclntyre c~en­ gulléndola. En la noche de la «paradoja hedonista» todos los gatos son
ta una anédocta de Hobbes -tomándola de las Brief Lives de John Aubrey-, que ilus- pardos (o, para el caso, egoístas); y bajo su espeso manto de oscuri-
tra a la perfección la sustancia de la «paradoja hedonista»; en cierta ocasión en que Hob- dad no hay manera de saber si se mueven por el tejado de la pruden-
bes acababa de dar limosna a un mendigo, un clérigo le preguntó si lo habría hecho de cia o por el de la moralidad, que, a la postre, resultan ser el mismo.
todos modos aunque Jesús no lo hubiera mandado; la respuesta del de Malmesbury fue
que al dar la limosna no sólo mitigaba el dolor del mendi~o, sino su propio dolor al con- En suma, necesitamos est'ablecer diferencias internas entre los ele-
templar el dolor del mendigo; cfr. A. Maclntyre, «Egmsm. and Altrmsm», en P. Ed- mentos del «conjunto subjetivo de motivaciones» del agente, de ma-
wards (ed.), Encyclopedia of Philosophy (New York: Macmillan & Free Press/London: nera que su interés quede identificado con una parte del mismo y no
Collier-Macmillan, 1967; reimp. 1972) vol. 1-2, pp. 462-466; pág. 463. con su totalidad. Esa diferenciación permitirá discriminar casos en los
(39) En Enquiry concerning the Principies of Morals, App, 1, 5 [pp. 266-272, vol. 4,
de T. H. Green y T. H. Grose (eds), David Hume. The Philosophical Works, 4 vols. que el agente actúa autointeresadamente y casos en los que no lo hace;
(Aalen: Scientia Verlag, 1964)], Hume desea criticar la tes~s según la cual to~~ acto de devolverá su sentido a las nociones de «egoísmo» y «altruismo», no
benevolencia es en el fondo un acto de egoísmo, pero lo mas que llega a adnutlr es que convirtiendo a la segunda en una clase o especie de la primera; y hará
el agente altruista actúa por «los motivos combinados de benevolencia y placer propio», posible trazar los límites entre prudencia y moralidad, no ya desde el
(pp. 271-272). . . .' punto de vista de un observador que habla de razones morales que el
(40) Escribe Bentham: «El placer que siento al dar placer a nu anugo, ¿de qmen es
sino mío? El dolor que siento al ver a mi amigo afligido por el dolor, ¿de quién es sino agente no acepta, sino desde el propio punto de vista de éste. Permi-
mío? Y si no siento ningún placer ni ningún dolor, ¿dónde está mi simpatía? ( ... ).El tirá además, si no me equivoco, un tratamiento satisfactorio del pro-
más desinteresado de los hombres no está bajo el dominio del interés en menor medida blema de la akrasía o debilidad de la voluntad.
que el más interesado»; J. Bentham, Deontology, together with a Table of the Springs
of Actions and the article on Utilitarianism, Ammon Goldworth (ed.), (Oxford: Ciaren- Creo que lleva razón Maclntyre cuando afirma que el contraste en-
don Press, 1983), pp. 83-84 [tomo la cita de Gerald J. Postema, Bentham and the Com- tre la conducta autointeresada y la benevolente o altruista sólo se apre-
mon Law Tradition (Oxford: Clarendon Press, 1986), p. 384, n. 48]. cia con nitidez cuando se dan situaciones competitivas, de concurren-
(41) Al examinar el concepto de «egoísmo» ~n The M~thods of Ethics, ~ib. 1, cap. cia de intereses de varios individuos, o cuando el agente, contrafácti-
VII, sec. 2 (7." ed., London: Macmillan, 1907; re1mp., lnd1anapolis/Cambndge: Hac-
kett Pub., 1981, p. 95; en adelante, todas las referencias de página corresponden a la camente, considera qué es lo que haría en caso de darse ese tipo de
edición Hackett) -Sidgwick advierte contra una interpretación absolutamente formal situaciones (42). Que la diferencia entre distintas clases de preferen-
del término que hace posible llamar «egoísta» a quien se comporta según preceptos mo- cias del sujeto sólo se hace perfectamente visible cuando -real o hi-
rales meramente porque busca con ello su autorrealización; «El Egoísmo, si por tal cosa potéticamente- entran en conflicto es algo que ya intuyó Sidg-
entendemos meramente un método que apunta a la autorrealización, resulta ser una for-
ma en la que puede introducirse cualquier sistema moral sin modificar sus característi-
cas esenciales». (42) Cfr. A. Macintyre, «Egoism and Altruism», cit._, p. 466.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

wick (43) y que recientemente ha mostrado con claridad Amartya Sen. una amplitud máxima, de manera que bajo él quepan todas las prefe-
Sen propone una distinción básica entre las nociones de «simpatía» y rencias o razones para actuar que el agente reconoce como si forma-
«compromiso» [commitment] (44): en una primera aproximación, un sen un continuo de elementos esencialmente homogéneos, distingui-
agente actúa por simpatía cuando toma en cuenta los intereses de otros bles sólo por su contenido e intensidad. En su lugar, debemos pensar
en la medida en que al hacerlo maximiza su propio bienestar (en tér- más bien en diferentes clases de ingredientes de la deliberación prácti-
minos benthamitas, cuando el agente actúa porque le complace el pla- ca del agente, ordenados según una estructura estratificada (45). El re-
cer de otro o le aflige el dolor de otro, aumentando por tanto su pro- curso técnico que nos permite representarnos en forma clara y econó-
pia utilidad al aumentar el placer o disminuir el dolor de aque~); mien- mica esa estructura estratificada es la noción de metapreferencias, es
tras que actúa por compromiso cuando toma en cuenta los mtereses decir, de preferencias acerca de preferencias, de actitudes prácticas de
de otros en detrimento de su propio bienestar, es decir, cuando el agen- nivelN acerca de actitudes prácticas de nivel N _ 1 ( 46). Esta idea puede
te elige no maximizar ciertas preferencias suyas al entrar éstas en con-
flicto con ciertas preferencias de terceros (nótese que en este segundo (45) En este sentido escribe James Griffin: «[ ... ]nuestros deseos tienen una estruc-
caso resulta perfectamente congruente decir que el agente prefiere no tura, no están todos en el mismo nivel. Tenemos deseos ocasionales (por una bebida,
pongamos por caso), pero también deseos de orden más alto (como el de distanciarse
satisfacer ciertas preferencias: pero una preferencia de este tipo -es
de los deseos materiales del consumidor) y deseos globales (como el de vivir autóno-
decir, una preferencia acerca de otras preferencias- ocupa un plano mamente)» (J. Griffin, Well-Being, cit., p. 13; la cursiva es mía). Contestando a quie-
superior respecto a las demás y no puede considerarse meramente nes alegan que si el agente moral se mueve por el deseo de obrar según principios de
como una más entre ellas). justicia entonces es a fin de cuentas !I~terónomo, ya que actúa a partir de algún deseo
Antes dije que «Simpatía» y «compromiso» podían definirse de ese y no sólo por la razón, Rawls afirma: «[ ... ] una concepción kantiana no niega que ac-
modo en una primera aproximación. Esa cautela resultaba pertinente tuamos a partir de algún deseo. Lo que importa es el tipo de deseos a partir de los cua-
porque, una vez hecha inteligible la idea básica, es preciso introducir les actuamos y cómo están ordenados; [... ] el deseo de actuar a partir de los principios
de justicia no es un deseo que se encuentre en pie de igualdad con las inclinaciones na-
un importante matiz que ayude a perfilar definitivamente ambos con- turales; es un deseo ejecutivo y regulativo de orden supremo de actuar a partir de deter-
ceptos. Parecería, según la definición tentativa que se adel~ntó ante- minados principios de justicia ... » (J. Rawls, «Kantian Constructivism in Moral Theory»,
riormente, que el agente sólo actúa realmente por «compromiSO» cuan- en Journal of Philosophy, 77 (1980) 515-572 [hay trad. cast. de M. A., Rodilla, en J.
do su acción va en detrimento de sus intereses: pero en rigor no es así. Rawls, Justicia como Equidad. Materiales para una Teoría de la Justicia (Madrid: Tec-
Se puede decir que un agente ha actuado por compromiso, aun cuan- nos, 1986), pp. 137-186, por donde se cita]; pp. 152-153; las cursivas son mías).
do sus intereses resulten maximizados, siempre que no haya sido ésa Resulta considerablemente llamativo que la moderna economía del bienestar y la teo-
ría de la elección colectiva, que tan prominente uso han hecho de algunas mociones pa-
la razón por la que ha actuado. Lo decisivo, en suma, no es tanto que
retianas, hayan pasado completamente por alto en sus versiones ortodoxas la distinción
los intereses del agente resulten afectados, sino que éste pueda res- que estableció el propio Pareto entre «ofelimidad» -del griego óphelimon, «beneficio-
ponder afirmativamente a la pregunta de si su elección habría sido la so» o «provechoso>>-- y «utilidad», una distinción que también subraya, a su modo, la
misma en el supuesto contrafáctico de que sus intereses resultaran per- necesidad de establecer diferencias entre clases de elementos del «conjunto subjetivo de
judicados. motivaciones» del agente. Para Pareto la ofelimidad coincide con la racionalidad eco-
La idea clave que se desprende de estas observaciones es que de- nómica, mientras que la utilidad abarca todo el conjunto de preferencias del agente, y
por tanto también sus valores («residuos», en la jerga paretiana); de ahí que muchas
bemos dejar de hablar de los «deseos» del agente dando al término veces la maximización de la utilidad tenga un coste en términos de ofelimidad. La mo-
derna teoría de la preferencia revelada borra por completo esta distinción. Cfr. V. Pa-
reto, Compendio di Sociologia Genera/e, a cura di G. Farina (Firenze: Barbera, 1920),
(43) «[ ... ]todos nuestros impulsos, altos y bajos, tanto sensuales como morales, es- §§ 859-861 [en la ed. de Giovanni Busino (Torino: Einaudi, 1978), pp. 369-370].
tán hasta tal punto relacionados de manera similar con uno mismo que --excepto cuan-
do dos o más impulsos entran en conflicto consciente- tendemos a identificarnos con (46) Véanse los trabajos de Stephan Korner, Harry Frankfurt y Richard Jeffrey cit.
cada uno de ellos tal y como surge»; vid. H. Sidgwick, The Methods of Ethics, lib. I, supra, en nota 23 de esta parte I. Véase también Amartya K. Sen, «Choice, Orderings
cap. VII, § 1 [ed. Hackett, pp. 90-91; la cursiva es mía]. and Morality», en S. Korner (ed.), Practica! Reason (New Haven: Yale University Press,
(44) Cfr. A.K. Sen, «Rational Fools ... », cit., pp. 326-327. 1974), pp, 53-67, con una esclarecedora propuesta de definición de las razones morales

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

parecer un tanto oscura si no se acompaña de una elaboración cuida- nes), puede determinar si realmente las considera como preferencias
dosa, así que merece la pena examinarla con algún detenimiento. de primer nivel o como metapreferencias razonando contrafácticamen-
El agente no es un receptáculo pasivo de sus deseos o preferen- te. Utilizando un ejemplo manejado por Gibbard (48), yo puedo sen-
cias: éstos no son para él un dato bruto, algo que meramente siente o tir aversión por las espinacas y por la crueldad con mis semejantes:
constata que tiene. Por el contrario, el sujeto valora positiva o nega- pero acepto que si un día llegara a desear comer espinacas me gustaría
tivamente el hecho de tener los deseos que tiene y aspira a ir modifi- hacerlo, y no que si un día deseara ser cruel preferiría serlo. Más ri-
cándolos o conformándolos en ciertas direcciones. No creo que resulte gurosamente: prefiero que me gusten las espinacas y comerlas a que
paradójico decir que desea llegar a desear ciertas cosas o que desea me gusten y no comerlas, pero prefiero que me guste ser cruel y no
llegar a verse libre de ciertos deseos que por el momento tiene. Al me- serlo a que me guste y serlo. Lo que eso quiere decir es que mi aver-
nos en parte el sujeto va depurando el conjunto de sus preferencias y sión por las espinacas constituye una preferencia de primer nivel no
orientando el proceso de su formación futura. Si esto es así, tal y como dominada: si tuviese la preferencia contraria, no habría razón para no
pienso, tenemos en nuestras manos los materiales para construir la no- satisfacerla. En cambio mi aversión por la crueldad es una metaprefe-
ción de metapreferencias: el sujeto tiene actitudes prácticas de primer rencia que domina preferencias de nivel inferior, reales o hipotéticas.
nivel hacia ciertos estados de cosas y actitudes prácticas de segundo ni- Si tuviera preferencias de primer nivel distintas de las que tengo -si
vel hacia sus actitudes prácticas de primer nivel (y es al menos teóri- deseara ser cruel-, no por ello se alteraría mi metapreferencia, y pre-
camente posible que tenga actitudes prácticas de niveles sucesivamen- cisamente es eso lo que me permite verificar que para mí constituye
te superiores: de tercer nivel acerca de las de segundo nivel... y, en una metapreferencia. En suma, no toda metapreferencia tiene que do-
general, de nivelN acerca de otras de nivelN _ 1). No creo, sin embargo, minar a una preferencia de,signo contrario: basta con que el agente
que una reconstrucción de la estructura de motivaciones de un agen- acepte, contrafácticamente, que si llegara a tener esa preferencia de
te-tipo en el que podamos reconocernos necesite una excesiva prolife- signo contrario resultaría dominada.
ración de niveles: me parece que basta con tres, pero no es ahora el Lo que el agente hace no es un criterio concluyente para identifi-
momento de explicar por qué. Lo que necesitamos, en cualquier caso, car sus preferencias de nivel superior. Que actúe en un caso concreto
es una estipulación terminológica que nos ayude a reconocer con fa- buscando la satisfacción de lo que afirma que es para él una preferen-
cilidad a cuál de esos niveles nos estamos refiriendo: en lo sucesivo, cia dominada no quiere decir que verdaderamente no tenga la meta-
llamaré «deseos» sólo a las actitudes prácticas de primer nivel del agen- preferencia que domina a la preferencia que ha intentado satisfa-
te; «intereses», a las de segundo nivel; y «valores» a las de tercer ni- cer (49). Si esa meta preferencia existe se manifestará en el agente en
vel. Lo que el agente considera que son sus intereses constituye una
forma de autorreproche o autocensura, ya que todo agente reconoce,
metapreferencia con respecto a sus deseos; lo que considera que es va-
por definición, que una preferencia dominada no es para él una razón
lioso constituye una metapreferencia con respecto a sus intereses (y, a
concluyente para actuar. Pero es perfectamente coherente decir que el
fortiori, con respecto a sus deseos). Diré por último -siguiendo en
agente tiene realmente cierta metapreferencia, aunque ha actuado in-
este punto la terminología propuesta por Stephan Korner (47) -que
tentando satisfacer una preferencia dominada por aquélla.
una preferencia resulta «dominada» cuando el agente tiene una ac~i­
tud práctica negativa de nivel superior (es decir, una meta preferencia
negativa) respecto de ella. (48) Véase Allan Gibbard, «A Noncognitivistic Analysis of Rationality in Action»,
en Social Theory & Practice, 9 (1983), 199-221; pp. 215-216.
Aunque prima facie el agente pueda identificarse por igual con to- (49) Quizá se pueda dudar de la sinceridad de un agente que jamás actúa según lo
das sus preferencias (positivas o negativas: esto es, deseos o aversio- que afirma que son sus metapreferencias, aunque el criterio decisivo me sigue parecien-
do el autorreproche del agente. A la inversa, espero que ahora quede claro por qué dije
anteriormente -vid. supra, nota 25 de esta parte I-, en contra de lo sostenido por
aceptadas por un agente en términos de metapreferencias, de la que me serviré más ade- Hampshire, que no hay por qué dudar de la sinceridad de un agente que afirma desear
lante. algo que jamás intenta realizar: el agente puede tener una preferencia de primer nivel
(47) Cfr. S. Korner, Experience and Conduct, cit., p. 93. dominada --<<desear algo>>-- y actuar siempre según la metapreferencia que la domina.

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LA NORMATIVIDAD

El esquema descrito permite una caracterización satisfactoria del permite disolver la paradoja -propiciada por la multiplicidad de sig-
concepto de conducta egoísta, capaz de superar las aporías de una dis- nificados de «querer»- en la que parece quedar envuelto un agente
tinción entre egoísmo y altruismo basada en la contraposición deseos que afirma que en cierto sentido es indudable que quiso hacer 0 (que-
propios-deseos de los demás: «egoísta» sería el agente que persigue sin riendo decir que hizo 0 intencionalmente) pero que «en realidad» -en
restricción la satisfacción de su interés -ya consista éste en la maxi- otro sentido de «querer»- no quería hacer 0 (queriendo decir que se
mización de su propio bienestar o (como parte de él) en la satisfacción representa su deseo de 0 como una preferencia dominada por otra de
de su deseo de maximizar el bienestar de otros-, sin adoptar actitu- nivel superior) (52).
des prácticas de nivel superior (metapreferencias) que impongan, lle-
gado el caso, el autosacrificio en la satisfacción de preferencias de ni-
vel inferior. Utilizando los términos de Sen presentados anteriormen- (52) Cfr. Robert A. Sharpe, «Prudence and Akrasia», cit., especialmente pp. 94-100.
te, lo que excluye el egoísmo no es la acción por simpatía, sino la ac- Esa distinción entre sentidos de querer permite ver qué es lo que falla en la presenta-
ción por compromiso. Los deseos de terceros no constituyen razones ción de los términos del problema de la akrasía que nos ofrece Davidson. Según David-
desde el punto de vista del agente a menos que él desee, le interese o son -«How is Weakness of the Will Possible?», cit., p. 95-la dificultad surge porque
· hay que conciliar la afirmación de que existen acciones incontinentes con estos dos prin-
considere valioso satisfacerlos: pero -dejando por el momento al mar- cipios:
gen la diferencia entre «deseo» e «interés», que aquí no resulta parti- P 1: Si un agente quiere hacer X más de lo que quiere hacer Y y se considera libre
cularmente relevante- no es lo mismo tener la intención de satisfacer de hacer X o Y, entonces hará intencionalmente X si es que hace intencionalmente X
un deseo ajeno porque se desea hacerlo que tenerla porque se consi- o Y.
P 2: Si un agente juzga que sería.mejor hacer X que hacer Y, entonces quiere hacer
dera valioso hacerlo (aunque quizá no se desee). De ahí que resulten X más de lo que quiere hacer Y.
especialmente adecuadas propuestas como la de Parfit, que nos des- Si se tienen en mente los dos sentidos de «querer» que he diferenciado en el texto
cribe al egoísta como el individuo que nunca renuncia a la satisfacción al que hace referencia esta nota, se verá que P 1 es correcto si se interpreta «querer»
de su interés [never self-denying]; o la de Gauthier, que le caracteriza en el primer sentido, pero no si se interpreta en el segundo; mientras que P 2 es correc-
como «maximizador irrestricto» [unrestricted maximizer] (50). to si se interpreta «querer» en el segundo sentido, pero no si se interpreta en el primero.
Resulta igualmente perturbadora para entender el fenómeno de la akrasia la acep-
Creo, por último, que este modelo de estratificación permite igual-
tación de una idea que cambia el sentido de la implicación del principio P 2 de David-
mente un tratamiento adecuado del problema de la akrasía. Por lo son, aunque adolece del mismo defecto que éste: que si un sujeto quiere hacer X más
pronto, permite diferenciar dos sentidos distintos en los que cabe ha- de lo que quiere hacer Y, entonces considera mejor hacer X que Y. Esta idea se detecta
blar de la «fuerza» de una preferencia: su fuerza psicológica como fac- en Hobbes (Leviatán, I, 6, «sea cual sea el objeto del apetito o deseo de cualquier hom-
tor de motivación en un caso concreto y su «fuerza» en el sentido del bre, esto es lo que él, por su parte, llama bueno ... ») y Geach nos la presenta en su for-
ma medieval («quidquid appetitur appetitur sub specie boni») apuntando su origen so-
nivel que el sujeto le asigne dentro de su estructura estratificada depre-
crático (P. T. Geach, «Üood and Evil», en Analysis, 17 (1956) pp. 33-42, p. 38 [tomo
ferencias (51). Es posible, por consiguiente, que en un supuesto de- la cita de Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., p. 301, nota 21 ]). La tesis que
terminado no sea la preferencia más fuerte (en el segundo sentido) la he sostenido permite, por el contrario, entender en qué sentido un agente puede querer
que motive al sujeto con más fuerza (en el primer sentido). Esa, se- hacer ¡¡j reconociendo al mismo tiempo que «lo bueno» sería no hacerlo. Tesis, dicho
gún creo, es la descripción más exacta de lo que llamamos «debilidad sea de paso, que resulta ser considerablemente cercana a la aristotélica: para Aristóte-
de la voluntad». En ese supuesto el agente puede afirmar que la razón les el akratés es aquel que no actúa conforme a su elección [ele proairéseós}, el que aban-
dona la conclusión a la que ha llegado acerca de lo que debe hacer y hace una cosa dis-
por la que hizo algo (en el sentido de aquello que le motivó) no es una tinta (Et. Nic., 1151a 6-7, 1146b, 3-5), porque la auténtica elección [proaírésis] sólo es
razón para actuar (en el sentido de que desde su punto de vista no es la de los medios para la realización de la verdadera voluntad del individuo [boúlésis],
una razón concluyente, es decir, una preferencia no dominada); y ello no la de los medios para la satisfacción de sus meras inclinaciones o apetitos [epithy-
miai], y la auténtica boúlésis se reconoce porque el individuo está dispuesto a afirmar
de ella que ésa es su idea de lo bien hecho [eupráxía]. Cfr., G. E. M. Anscombe,
(50) Cfr. Derek Parfit, Reasons and Persons, cit., p. 6; y David Gauthier, «The Im- ~<Thought and Action in Aristotle. What is "Practica! Truth"?» [1965], en The Collected
possibility of Rational Egoism», en Journal of Philosophy, 71 (1974), 439-456, p. 442. Philosophical Papers of G. E. M. Anscombe. Vol. 1: From Parmenides to Wittgenstein
(51) Cfr., James Griffin, Well-Being, cit., p.l5. (Oxford: Basil Blackwell, 1981), pp. 66-77.

72 73
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

3.2. Los deseos como razones para actuar Podría pensarse que la cuestón verdaderamente decisiva no es si
l?s deseos constituyen o no razones internas, es decir, factores quemo-
El análisis de las relaciones entre deseos e intenciones (utilizando tiva~ al agente -preg~nta a ~a que parece que hay que contestar afir-
ambos términos según se ha estipulado) aclara el sentido preciso en ~ativamel?-te-, s1no SI constituyen o no verdaderas razones justifica-
que los primeros constituyen razones para actuar. No siempre que al- tivas; no s1 el agente ve sus deseos como razones, sino si son realmen-
guien desea hacer algo tiene la intención de hacerlo: puedo tener el te razones, esto es, si el agente puede justificar una acción suya ale-
deseo de comer, pero no la intención de hacerlo porque estoy reali- gando que deseaba hacerla. Planteado el problema en estos términos
zando una huelga de hambre; o puedo tener el deseo de escuchar de- quizá pueda par~~e~ ?bvio qu~ ,se ha de responder con una negati-
trás de la puerta, pero no la intención de hacerlo porque creo que se m:
va (55), pero a JUICIO l,a cuestwn es bastante más compleja y no pue-
de despacharse s1n ciertas puntualizaciones.
debe respetar la intimidad de las personas. En términos generales creo
que se puede afirmar que cuando un agente desea algo, pero no tiene La más importante es que acaso no se ha percibido adecuadamen-
la intención de hacerlo, en la deliberación previa a la formación de su te el papel de primer orden que juega la cláusula ceteris paribus en la
intención ha intervenido o un deseo más fuerte o lo que el agente ha caracteriz~ción d_e los deseos del agente como razones para actuar. Raz
considerado que constituye para él un interés o un valor. Eso es tanto ha sostemdo recientemente -modificando su postura anterior- que
como decir que si no interviene ninguno de esos factores -esto es, los deseos no constituyen por sí mismos razones para actuar, ya que
siempre que quede satisfecha la condición ceteris paribus- el agente cuando un agente desea algo lo desea por una razón, es decir consi-
tendrá la intención de hacer aquello que desea hacer. Y la tendrá por- dera que hay una razón por la que el objeto de su deseo res~lta va-
lioso (56). En mi opinión esta tesis mezcla indebidamente dos sentí-
que los deseos de un agente son para él -ceteris paribus- lo que von
Wright y Bernard Williams han denominado «razones internas» (53):
el agente finalmente no hace 0 (por inhibición, timidez, desidia ... ), y que la existencia
en la definición de Williams, pes una razón interna para que A haga
de tales. supuestos desm~ente la tesis de que los deseos -ceteris paribus- constituyen
0 si y sólo si A se siente motivado por p -ceteris paribus- para hacer necesanamente r.azones mternas. Pero convendría adelantar dos precisiones respecto a
0; o, en la exposición de von Wright, si A no puede afirmar sin come- eso~ casos: ~n pnmer lugar_ se podría afirmar que lo que ha ocurrido en realidad es que
ter una inconsistencia que es el caso que p -y que queda satisfecha ha mtervemdo un deseo. ~as fuerte (el deseo de ahorrarse el trabajo que supone hacer
la condición ceteris paribus-, pero que carece a pesar de ello de un ~' de no exp?nerse al ndicu~o, etc.), con lo que no estaríamos en presencia de autén-
ticos contraeJemplos a la tesis mantenida, que incluye entre sus características la satis-
motivo para hacer 0. facci.ó~ de la cláusula cete.ris parib.us; y en segundo lugar -y más importante-, aunque
En mi opinión es analíticamente verdadero que un deseo del agen- adimtleramos que no ha mtervemdo un deseo más fuerte, que el agente finalmente no
te (entendiendo «deseo» de la forma que se indicó anteriormente) haya ~ech? 0 no quiere decir que «realmente» no tuviera una razón para hacerlo: quie-
constituye para él-ceteris paribus- una razón interna. Si alguien afir- re decrr, Simplemente, que ha actuado irracionalmente.
mara que desea el estado de cosas X, que la mejor forma de materia- . (55) Es lo que hacen, p. ej., Carlos S. Nino, Etica y Derechos Humanos, 2.• ed.,
lizar dicho estado de cosas es la acción 0 y no hay ningún obstáculo crt., pp. _79-80; Id., Introducción a la Filosofía de la Acción Humana, cit., pp. 83-84; De-
rek Parfit, Reasons and Persons, cit., p. 121; James Griffin, Well-Being, cit., pp. 139-141;
empírico que le impida hacer 0, que no hay ningún otro deseo, interés o ~?bert K. Sh~rpe, «Prudence and Akrasia», cit., p. 95. En este mismo sentido y muy
o valor en juego (cláusula ceteris paribus), pero que a pesar de todo graficamente, afirma Rawls: «Los deseos[ ... ] no son por sí mismos razones[ ... ]. El he-
eso no tiene la intención de hacer 0 porque no ve motivo para ello, cho de que tengamos un deseo compulsivo no habla más en favor de su satisfacción de
pensaríamos que o no ha sido sincero al afirmar que desea X, o des- lo que ~a fuerza de una convicción habla en favor de su verdad» (J. Rawls, «Social Unity
and Pn?Iary Goods~>, en A: K. .sen y B. Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond
conoce el significado común de la palabra «deseo» (54). (Ca~bndge: Cambndge Umversity Press, 1982), pp. 159-185 [hay trad. cast. de M. A.
Rodill~ en J. Rawls, Justicia como Equidad. Materiales para una Teoría de la Justicia
(53) Cfr. Bernard Williams, «<nternal and External Reasons», cit., pp. 106-107, y (Madnd: Tecnos, 1986), pp. 187-211, por donde se cita], p. 198).
G. H. von Wright, «Explanation and Understanding of Action», cit., pp. 54-55. (5~) Cfr. J. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 140-141 y 316-317. Raz había
(54) Quizá puede pensarse que existen supuestos en los que aparentemente con- sostemdo que los deseos constituían razones para la acción en Practica! Reason and
curren todos los requisitos que se acaban de mencionar, pero en los que a pesar de todo Norms, cit., p. 34, y en su Introducción a Practica! Reasoning, cit., p. 4. El mismo ar-

74 75
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

dos de «deseo» que se distinguieron anteriormente -«deseos» propia- de fragmentar la noción de «justificación» de una acción, de manera
mente dichos e «intenciones>>-- e infravalora el papel de la cláusula ce- que sería posible afirmar de 0 que está justificada en el sentido A,
teris paribus a la hora de caracterizar a los deseos como razones. Para pero no en el B, etc.; pero asume al mismo tiempo que esos distintos
que el equívoco resulte patente podemos reconstruir las afirmaciones tipos de justificación están jerarquizados, y que el rango máximo le
de Raz sustituyendo «deseo» por «deseo 1» cuando el término se refie- corresponde a la justificación moral; y extrae de ahí la conclusión de
re a actitudes prácticas de primer nivel («dominables» por otras de ni- que una razón justificativa concluyente -es decir, una que prevalezca
velN), y por «deseo 2» cuando se refiere a lo que el sujeto intenta como sobre razones justificativas de otros tipos- no puede ser sino moral,
producto de su deliberación (es decir, a su «intención»): habría que de- esto es, que cuando se afirma globalmente, sin matizaciones, que la
cir, en ese caso, que los deseos 1 constituyen por sí mismos razones acción 0 está justificada, esto tiene que querer decir que está justifica-
para actuar cuando no están en juego intereses o valores del agente da moralmente. Si ello es así -continuaría el argumento- cuando de-
(esto es, ceteris paribus), y que cuando un agente desea2 algo lo de- cimos que la presencia de cierto deseo «justifica» determinada acción
sea2 por una razón, que en ese caso sería su deseob más su convicción de un sujeto lo que queremos decir es que su acción es racional en el
de que no hay en ese supuesto concreto ninguna otra razón para la ac- sentido de instrumentalmente racional (esto es, desde el punto de vista
ción que prevalezca sobre su deseo 1 . Ahora se puede mantener, si se de un razonamiento práctico en términos de fines y medios); pero nun-
quiere, la tesis de que los deseos -«deseos 1>>-- no son después de todo ca podría afirmarse que un deseo constituye una razón justificativa con-
razones para la acción por sí solos, ya que únicamente lo son en com- cluyente para una acción, porque eso representaría atribuir valor mo-
pañía del juicio según el cual queda satisfecha la condición ceteris pa- ral a los deseos del agente, lo que viene a ser tanto como disolver la
ribus; pero eso equivale simplemente a decir que los deseos del agente moralidad en los deseos, algo.que difícilmente parece aceptable.
no son en cualquier supuesto imaginable razones concluyentes para ac- Pero esa argumentación es errónea. Hay dos sentidos diferentes en
tuar, algo que he dado por sentado desde el principio y en lo que no los que puede decirse que una acción está justificada moralmente: en
creo que merezca la pena insistir (57). el primero, equivale a afirmar que existen razones morales (conclu-
Además, la resistencia a admitir que los deseos del agente -en las yentes) para realizarla; en el segundo, equivale a afirmar que no exis-
condiciones y en el sentido apuntados- constituyen razones para ac- ten razones morales para no realizarla (58) (aunque ta.mpoco las haya
tuar proviene quizá de la influencia perniciosa de un equívoco que es para realizarla). Cuando una acción es moralmente indiferente, su rea-
preciso disolver. A veces se da por supuesto que si bien es posible ha- lización está «moralmente justificada» en el segundo sentido, no en el
blar de «razones justificativas» en sentidos no morales (p. ej., pruden- primero. El argumento criticado no ve esta diferencia y se obstina en
ciales), cuando hablamos de razones justificativas concluyentes nos re- afirmar que toda justificación concluyente de una acción debe incluir
ferimos siempre a razones «morales»: esta tesis asumiría la posibilidad
(58) El no percibir la diferencia entre estas dos posibilidades tiene que ver con la
gumento -que cuando se desea algo la razón para actuar no puede ser el hecho de de- confusión entre negación interna y negación externa: la negación int,~rna de (1) «existen
searlo, sino lo valioso que sea aquello que se desea- puede encontrarse en Derek Par- razones para 0» sería (2) «existen razones para no-0»; su negación externa sería (3) «no
fit, Reasons and Persons, cit., p. 121; y en James Griffin, Well-Being, cit., pp. 140-141. existen razones para 0»; y la negación externa de (2) sería (4) «no existen razones para
(57) Don Locke -en «Beliefs, Desires and Reasons for Action», cit., p. 247- sos- no-0». Si utilizamos el símbolo«>» para indicar que la razón situada a su izquierda pre-
tiene que el juicio según el cual «p es en este caso una razón para 0» incluye siempre valece sobre la situada a su derecha, decimos que una acción 0 está justificada en el pri-
dos elementos: el reconocimiento por parte del agente de que «es el caso que p» y lo mer sentido si es el caso que [(1) 1\ -(2)] o que [(1) > (2)]; decinos que está justifi-
que denomina «creencia en una razón suficiente», que podría enunciarse como «que cada en el segundo sentido si es el caso que (4). Por supuesto no es cierto que
("es el caso que p") basta para sostener que hacer 0 está justificado». Eso es tanto como [(4) ~ (1)], y eso es lo que quizá se pasa por alto en el argumente criticado. Sobre la
decir, si no me equivoco, que todo enunciado de razones para la acción (relativo a actos diferencia entre negación interna y negación externa, véase von Wright, «Ün the Logic
genéricos) lleva implícita una cláusula ceteris paribus; y que todo enunciado que afirma of Norms and Actions», en R. Hilpinen (ed.), New Studies in Deonti.~ Logic (Dordrecht:
una razón concluyente para un acto individual lleva implícita la idea de que la condición Reidel, 1981), pp. 3-35 (ahora en v. Wright, Practica! Reason, cit., pp. 100-129, por don-
ceteris paribus ha quedado satisfecha. de se cita); pp. 117-118.

76 77
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

la existencia de una razón moral: está en lo cierto al afirmar que esa paces de encontrar. Así que será después de inventariar y analizar és-
razón moral no puede ser el deseo del agente, pero no se da cuenta tas cuando estaremos en condiciones de precisar que entendemos por
de que no hace falta en absoluto presuponer tal cosa. Una justifica- «racionalidad», y no antes.
ción concluyente de una acción debe incluir su justificación moral, bien Creo, de todas formas, que pueden anticiparse algunas ideas que
en el sentido de que existe una razón moral para realizarla, bien en el ayuden a entender qué puede querer decir que un deseo es «irracio-
sentido de que no existe ninguna para no realizarla. Lo que sucede, nal». En primer lugar podría decirse, en tono humeano (61), que un
simplemente, es que al afirmar que en un supuesto concreto está sa- deseo es irracional cuando descansa en una creencia falsa: mi deseo
tisfecha la cláusula ceteris paribus ya estamos indicando -según se ex- de beber el líquido contenido en ese recipiente es irracional si creo que
puso anteriormente- que no concurre ninguna razón para la acción se trata de agua y en realidad es gasolina. Ahora bien, no creo que
de otro tipo, lo que es tanto como decir que la acción está «justifica- quienes aducen que hay deseos irracionales -que, por ello mismo,
da» -negativamente, esto es, por ausencia de razones en contra- en quedan descalificados como razones para actuar- estén pensando sólo
cualquier otro sentido de «justificación» pensable. Y de ahí que pueda en este tipo de irracionalidad. Entre otras cosas, porque en estos su-
afirmarse que un deseo del agente, más la satisfacción de la cláusula puestos no es que los deseos del agente no le proporcionen razones
ceteris paribus, proporciona una justificación concluyente de su acción. para actuar, sino que le proporcionan razones para una acción distinta
Si en un supuesto concreto no queda satisfecha la cláusula ceteris pa- de la que él cree -erróneamente- que satisfaría su deseo. En reali-
ribus el deseo del agente sólo «justificará» su acción en un sentido par- dad todo depende de la forma en que describamos las acciones: si en
cial de «justificar» (el sentido que tiene que ver con la racionalidad ins- vez de decir que mi deseo es «beber el contenido de este recipiente»,
trumental de su acción) (59), nunca en un sentido global o concluyente. decimos que «deseo beber agua» y «creo que este recipiente contiene
Me parece, no obstante, que quienes niegan que los deseos pue- agua», parece claro que no es que mi deseo no me proporcione una
dan ser -ceteris paribus- razones para actuar no quedarían conven- razón para actuar, sino que me proporciona una razón para una ac-
cidos por estos argumentos. Podrían alegar, por ejemplo, que hay de- ción distinta de la que yo creía.
seos irracionales, de manera que aun admitiendo que un deseo racio- Parece, por tanto, que tenemos que buscar no la irracionalidad teó-
nal pudiera contar como razón para actuar (en las condiciones y con rica, sino la irracionalidad practica: no un deseo basado en una creen-
los límites que se han apuntado), nunca podría decirse otro tanto de cia falsa, sino un deseo que es, él mismo, irracional. Un sujeto puede
un deseo irracional (60). Pero, ¿qué quiere decir que un deseo es «irra- calificar sus propios deseos como «irracionales» cuando entran en con-
cional»? Y sobre todo, ¿en qué sentido la exigencia de que un deseo tradicción con lo que él considera que son sus intereses o con los va-
sea racional para que cuente como razón para actuar añade algún ele- lores que él acepta·. Decir que un deseo es irracional, en este sentido,
mento nuevo a la cautela ya adoptada de que quede satisfecha la con- equivaldría a decir que se trata (dentro del «conjunto subjetivo de mo-
dición ceteris paribus? La idea de «racionalidad» es lo bastante densa tivaciones» del agente) de una actitud práctica dominada por otras de
e intrincada como para no intentar aprehenderla de entrada con una nivel superior. Pero si es ésa la interpretación que damos a la idea de
definición. Me parece mucho más sensato tratar de ir perfilándola me- «deseo irracional» no hay necesidad alguna de enmendar las tesis que
diante una estrategia de aproximaciones sucesivas. Entre otras cosas, sostuve anteriormente: basta con decir que ese deseo no satisface la
porque decir que la acción 0 es «racional» es lo mismo que decir que condición ceteris paribus. Así pues, hemos de seguir buscando por otro
existe una razón (justificativa) para 0; y habrá tantos tipos de racio- camino.
nalidad como clases de razones (justificativas) para actuar seamos ca- Podría pensarse que el deseo genuinamente irracional no es aquel
que entra en contradicción con lo que el agente considera que son sus
(59) De ahí que pueda decirse respecto a una acción imprudente o inmoral que es, intereses o con lo que él estima valioso, sino el que contradice lo que
a pesar de todo, instrumentalmente racional respecto al deseo del agente que opera verdaderamente son sus intereses (aunque él no se dé cuenta) o lo que
como motivo.
(60) Cfr., p. ej., Derek Parfit, Reasons and Persons, cit., pp. 120-121. (61) Vid. infra, nota 74 de esta parte I.
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79
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

verdaderamente es valioso (aunque él no lo estime así). Aquí hemos te -y el observador lo admite- razones relativas al agente, pero la
llegado a la verdadera médula del problema. Y se abren ante nosotros verificación de que ha quedado satisfecha la condición ceteris paribus
dos posibilidades: o bien consideramos que existe algo que objetiva- requiere un pronunciamiento del observador en el sentido de que el
mente constituye el interés del agente (aunque ni él ni nigún observa- deseo en cuestión no contradice razones que en su opinión no son re-
dor en el mundo lo considere así) y algo que objetivamente es valioso lativas a lo que el agente quiere, y que por eso mismo deben ser apre-
(aunque no se trate de los valores que acepta el agente ni de los que ciadas desde su punto de vista, no desde el punto de vista del agente
acepta ningún observador en el mundo); o de lo contrario decimos, evaluado.
simplemente, que según un observador B que evalúa la conducta de A veces nos parece que ciertos deseos son «irracionales» en sí mis-
un agente A, un deseo de A es irracional si contradice lo que el ob- mos, es decir, aun cuando desde nuestro punto de vista como obser-
servador B considera que son los intereses de A o lo que B considera vadores que evalúan las acciones de un agente estimemos que no con-
valioso (es decir, que el deseo es irracional desde el punto de vista de tradicen preferencias de nivel superior (intereses o valores) y, por tan-
B). La opción entre estas dos posibilidades no es sino una forma de to, que ha quedado satisfecha la condición ceteris paribus. Quizás al-
presentar la pregunta fundamental de si existen razones externas o si, gunas observaciones sobre la estructura típica de preferencias de un
por el contrario, todas las razones para actuar son internas al «conjun- agente ayuden a entender por qué. A veces deseamos cosas por sí mis-
to subjetivo de motivaciones» de algún individuo, por más que éste las mas, consituyen para nosotros fines últimos: si nos preguntan por qué
utilice no sólo para evaluar la conducta propia sino también para eva- las deseamos lo único que sabemos responder es que las consideramos
luar la conducta de otros. La respuesta a esta pregunta sólo puede vis- deseables (o lo que es lo mismo: que las deseamos porque nos produ-
lumbrarse después de analizar las nociones de «intereses» y «valores», cen placer, y que deseamos 16 que nos produce placer porque el pla-
y por tanto quedará por ahora en suspenso. Pero sí pueden resaltarse cer es deseable). Nótese que al hablar de ~<fines últimos» no pretendo
dos ideas que a mi juicio son de interés: la primera, que un deseo «irra- referirme a fines elevados o a componentes esenciales del plan de vida
cional» resulta no ser otra cosa que un deseo que no satisface la con- del individuo: estoy hablando de «actitudes prácticas de primer nivel»
dición ceteris paribus, de manera que la observación de que hay de- no dominadas por otras de nivel superior (intereses o valores), y el
seos irracionales no obliga a modificar o abandonar las tesis sostenidas agente puede reconocer que se trata de deseos incluso triviales. Lo de-
anteriormente, sino que más bien coincide con ellas. Sucede, simple- cisivo es que lo que se desea no se desea como medio para la satisfac-
mente, que cuando alguien evalúa la conducta ajena constata que la ción de otro deseo ulterior. Cuando, por el contrario, éste es el caso,
condición ceteris paribus queda o no satisfecha desde su propio punto nos encontramos con un encadenamiento de deseos del agente que ne-
de vista, no con arreglo al punto de vista del evaluado. Y de aquí se cesariamente acabará en un deseo del primer tipo (63). Tenemos, por
desprende una segunda idea sumamente importante: que seguramente
todo individuo reconoce dos grupos o familias de razones a la hora de
evaluar la conducta de los demás, unas que son relativas a lo que quie- University Press; Cambridge: Cambridge University Press, 1980), pp. 77-139, pp.
101-103; Id., The View from Nowhere (New York 1 Oxford: Oxford University Press,
re el agente cuya conducta se evalúa -de manera que el observador 1986), pp. 152-153, [en p. 152, nota 4, Nagel reconoce que toma los términos de Parfit
reconoce que el agente sólo tiene una razón para actuar si efectiva- por considerarlos más esclarecedores que los que él había utilizado antes -en The Pos-
mente tiene el deseo correspondiente- y otras que no lo son -de sibility of Altruism, cit.- para referirse a la misma distinción: razones «subjetivas» y «Ob-
modo que según el observador el agente tiene esas razones para ac- jetivas»]. Tal y como la presentan Nagel o Parfit, no obstante, la distinción mezcla se-
gún creo algunas cuestiones diferentes y no resulta del todo clara. Por el momento la
tuar aunque éste piense lo contrario- (62). Los deseos son típicamen- utilizaré, sin mayores precisiones, meramente en el sentido que se ha sugerido en el tex-
to: pero más adelante -en el apartado 5.3- trataré de perfilar ambos conceptos de un
(62) Sobre la distinción entre «razones relativas al agente» [agent-relative reasons] modo más riguroso que a mi juicio salva las oscuridades y defectos de esta no muy cui-
y «razones neutrales respecto al agente» [agent-neutral reasons], vid. Derek Parfit, Rea- dada definición provisional.
sons and Persons, cit., p. 143; Thomas Nagel, «The Limits of Objectivity», en S. (63) Cfr. Richard B. Brandt, «The Concept of Rational Action», en Social Theory
McMurrin (ed.), The Tanner Lectures on Human Values, vol. 1 (Salt Lake City: Utah and Practice, 9 (1983) 143-164, p. 157.

80 81
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

tanto, estados de cosas que el agente desea por sí mismos y estados una historia» (66), no tienen por qué considerarse meramente como
de cosas que el agente desea porque son medios para obtener estados algo dado, que resulta que el agente tiene, sino que puede analizarse
de cosas que -pasando quizá por una pluralidad de eslabones inter- su génesis, el proceso que ha determinado que los deseos que tiene el
medios- el agente desea por sí mismos. En un medio cultural míni- agente sean unos y no otros; y el análisis del proceso de su formación
mamente homogéneo habrá normalmente un alto grado de coinciden- es relevante a la hora de decidir si los deseos constituyen o no razones
cia respecto a los estados de cosas que los distintos. agentes desean por para actuar. Porque el agente puede haber sido manipulado, puede ha-
sí mismos. Lo que hace parecer extravagante, anormal, «irracional» a ber formado lo que Elster ha denominado «preferencias adaptati-
cierto deseo de un agente -por ejemplo, el de un agente que mani- vas» (67) (el agente forma sus deseos a la vista de las posibilidades re a-
fiesta sinceramente que desea dar una palmada mañana a las doce en les que cree que va a tener de satisfacerlos), puede no haber tenido a
punto-- es el hecho de que el observador no acierta a ver para qué su ~isposición ~o?os los elementos de juicio que habrían hecho surgir
estado de cosas de los que él -o los patrones culturales típicos de los en el deseos d1stmtos, etc. En mi opinión el análisis de la génesis de
grupos sociales a los que pertenece- considera deseables por sí mis- las preferencias de los individuos es de la máxima importancia, y el no
mos podría ser un medio el deseo «extravagante» del agente observa- haberle prestado la debida atención es uno de los más serios defectos
do (64). Pero adviértase que -satisfecha siempre la condición ceteris -no el único, desde luego-- de los planteamientos usuales de la eco-
paribus, es decir, sentado que no hay intereses ni valores en juego-- nomí~ del bienestar y de 1~ teoría de la elección social. Pero lo que
cualquier agente al que se pregunte por qué desea lo que desea llega- no acierto a ver es que obhgue a corregir el fondo de lo que aquí se
rá, más pronto o más tarde, a un deseo último, del que sólo podrá de- ha dicho acerca del sentido en que los deseos son razones para actuar.
cir que lo desea porque le parece deseable. Todos los deseos últimos, Si acaso obliga a especificar aJgo más la tesis sostenida: un deseo es
desde ese punto de vista, están en pie de igualdad (65). Parece, por irracional cuando no satisface la condición ceteris paribus, lo que pue-
tanto, que se ha de reafirmar la tesis de que sólo en un sentido puede de sucede~, entre otras posibilidades (como, p. ej., su génesis a partir
hablarse de deseos «irracionales»: en el sentido de que no satisfacen de creencias falsas), cuando el deseo se ha formado en condiciones
la condición ceteris paribus. Una vez satisfecha, no se acierta a ver la que se reputan contrarias a los intereses del agente o inmorales. Si no
base sobre la cuál podría afirmarse que ciertos deseos son intrínseca- es en este sentido -que supone una extensión del alcance de la con-
mente irracionales. dición ceteris paribus, que no se aplica ya sólo al deseo mismo, sino
también a las condiciones de su formación-, no sé en cuál se podría
Una estrategia a primera vista interesante para demostrar que al- trazar la divisoria entre las condiciones de formación de los deseos que
gunos deseos son irracionales en sí mismos es la que se detiene a exa- son «correctas» o «aceptables» y las que no lo son.
minar su origen, las condiciones de su formación y aparición en el agen- . Existe un último argumento -empleado, por ejemplo, por Carlos
te. Como dice James Griffin, muy gráficamente, «los deseos tienen Nmo-- para negar que los deseos constituyan razones para actuar. Se-
gún Nino, en los casos en que un deseo parece ser una razón justifi-
(64) Anscombe -en Intention, cit., pp. 72 y ss.- afirma en este sentido que una catoria suficiente lo que ocurre realmente es que:
expresión del tipo «quiero X» (como, utilizando su mismo ejemplo, «quiero un alfiler»)
no es inteligible a menos que se proporcione una cierta explicación de por qué X es de-
seable, es decir, a menos que se pueda señalar una «característica de deseabilidad» en
X. Creo, por el contrario, que lleva razón Richards -cfr. A Theory of Reasons for Ac-
tion, cit., pp. 34-35- al afirmar que no es que sea ininteligible, sino que producirá per- (66) En Well-Being, cit., p. 140.
plejidad en el oyente si éste, desde su propio punto de vista, no encuentra ninguna «Ca- (67) Cfr. Jan Elster, «Sour Grapes: Utilitarianism and the Genesis of Wants» en
racterística de deseabilidad» en X. A. ~·Sen y B. Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond (Cambridge: Cambridge Uni-
(65) Véase, en este sentido, la crítica de Lanning Sowden a la afirmación de Parfit verslty Press, 1982), pp. 219-238; pp. 220-226 [ahora, con ligeras modificaciones, en Els-
-en Reasons and Persons, cit., pp. 120-121- de que ciertos deseos son intrínsecamen- ter, ~our Grapes. Studies in the Subversion of Rationality (Cambridge: Cambridge Uni-
te irracionales: Lanning Sowden, «Parfit on Self-Interest, Common-Sense Morality and v~rslty Press, 1983), cap. 111; hay trad. cast. de E. Lynch, Uvas amargas (Barcelona: Pe-
Consequentialism», en Philosophical Quarterly, 36 (1986) 514-535, p. 524. runsula, 1988)].

82 83
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

«[ ... ]el deseo no es en sí mismo 1~ ~azón, sino.qu~ co~s~ituye un h.echo bría añadir- implícito que estipula la conveniencia de satisfacer cierta
antecedente aludido por un princzpw prudencial Imphcito q~e estlp~la clase de deseos en determinadas circunstancias» no sería simplemente
la conveniencia de satisfacer cierta clase de deseos en determmadas Cir- el contenido de preferencias de niveles superiores del sujeto evalua-
cunstancias; es ese principio prudencial el que constituye una razón ope- dor (de sus propias acciones o de las de un tercero), sino algún prin-
rativa para actuar» (68). cipio objetivamente válido que atribuiría o no relevancia práctica al he-
cho de que un sujeto tenga determinados deseos. Si esa presuposición
Para hacer frente a esta objeción creo que debe subrayarse que pre- se rechaza, la resistencia a hablar de los deseos como razones para ac-
ferir o desear algo -es decir, mantener o suscribir una cierta actitud tuar pierde según creo toda su fuerza. Pero entiendo que sólo puede
práctica- no equivale a constatar el hecho psicoló~ico de que uno de- determinarse si hemos de rechazarla o no tras haber examinado los
sea o prefiere (69). La constatación de un hecho ciertamente no c~ns­ otros dos niveles del razonamiento práctico dominantes sobre el pri-
tituye una razón para actuar (ni aquí se ha mantenido lo contran~), mer nivel de los deseos.
pero expresarse en estos términos equivale a adoptar un punto de VIS-
ta externo respecto a los deseos o preferencias (algo, por cierto, que
un agente puede hacer no sólo cuando en calidad de observad?r con- 3.3. Deseos y creencias: razones operativas y auxiliares
templa deseos de terceros, sino también, remontándose a un mvel su-
perior de su estructura estratificada de preferencias y contemplando Anteriormente quedó apuntado el problema de la relación entre
desde él sus preferencias de niveles inferiores, en ~elación con l~s pro: deseos y creencias, y éste es el momento de analizarlo en profundi-
pios). Cuando el agente examina, d~s?~e su pr~p10 Runto ~e vista, SI dad. Muchas veces decimos que un agente ha actuado de un cierto
un deseo suyo satisface o no la condiciOn c~terzs parzbus: ciertam.ente modo porque desea esto o aquéllo (que ha abierto la ventana porque
está tomando distancia respecto a sus propias preferencias de pnmer desea que entre aire fresco, o que ha cogido un paraguas porque no
nivel (contemplándolas, si se quiere, como h.echos o dato~); pero cuan- quiere mojarse ... ); otras, decimos que ha actuado porque cree o
do concluye que esa condición queda efectivamente satisfecha, es su sabe (70) que se da determinado estado de cosas (que ha cogido un
deseo desde el punto de vista interno -i. e., su actitud práctica (de paraguas porque está lloviendo, o que ha abierto la ventana porque
primer nivel)- lo que constituye para él una ~~~ón par~ actu.ar (del hace mucho calor ... ). A partir de aquí podría pensarse que lo que cons-
mismo modo que cuando concluye que la condicion ceterzs parzbus no tituye una razón para actuar es en unos casos un deseo (por sí solo) y
queda satisfecha sus razones para no actuar. sobre 1~ base de su~ pre- en otros una creencia (por sí sola), pero en realidad no es así. El agen-
ferencias de primer nivel son sus preferencias de mveles supenores, te que ve en su deseo de que tenga lugar el estado de cosas X ~y en
no «el hecho» -psicológico- de que sostiene o suscribe esas prefe- su juicio adicional de que no hay ninguna otra razón para actuar apli-
rencias dominantes). En realidad una objeción como la que plantea cable al caso-- una razón para realizar la acción 0, está manejando im-
Nino se basa en presuponer que hay un sentido reconocible e~ el 9ue
se puede afirmar que algo constituye verdaderamente .una razon .(Jus-
tificativa) para actuar que no está ligado al punto de vista de nadze (o, (70) Existe una extensa literatura sobre las relaciones y diferencias entre «Saber» y
«creer». La tesis clásica al respecto es la de Ayer, para quien puede decirse que «X sabe
si se quiere, que no es interno a la o~d~n~ción de pr~ferencias de nin- que 0» cuando es verdad que 0, X cree que 0 --<<asiente» a la idea de que 0-- y X tiene
gún sujeto), de manera que ese «pnncipiO prudencial-o moral, ca- una justificación para creer que 0: cfr. A. J. Ayer, The Problem of Knowledge (Len-
don: Macmillan, 1956) [se cita por la reimp, de 1976: Harmondsworth, Penguin], pp. 31
y ss. Por supuesto los conceptos de «verdad» y de «justificación para creer» son a su
(68) Vid. Etica y Derechos Humanos, 2." ed., cit., p. 79-80. James Griffin razona vez problemáticos, como lo es determinar qué implica la noción de «asentimiento a una
de manera similar en Well-Being, cit., p. 140, aunque no desarrolla el argumento de idea». Sobre todo ello, véase Jaakko Hintikka, Knowledge and Belief (Ithaca: Cornell
modo explícito. .. . . . University Press, 1962) [hay trad. cast. de J. J. Acero, Saber y creer (Madrid: Tecnos,
(69) Cfr. Jeremy Waldron, «Particular Values and Cnt1cal Morality», en Califorma 1979)]; y Jesús Mosterín, Racionalidad y Acción Humana (Madrid: Alianza, 1978),
Law Review, 77 (1989), 561-589, pp. 580-581. cap. IV [pp. 105-139].

84 85
JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

plícitamente un razonamiento práctico en el que se da por supuesta la tión de si las creencias pueden o no constituir razones operativas no
premisa menor: a saber, que la acción 0 es adecuada para producir el se plantea del mismo modo que cuando hablamos de mi creencia de
estado de cosas X. El deseo del agente constituye una razón para la que está lloviendo, pongamos por caso. Como ni siquiera es claro el
acción: pero son sus creencias las que le indican qué acción tiene una significado de expresiones como «creo que 0 es obligatorio» o «creo
razón para ejecutar en virtud de su deseo. que hay una razón para 0» (ya que depende entre otras cosas del pun-
Como ha señalado Raz, coloquialmente llamamos «razones» a cual- to de vista del hablante, es decir, de si acepta o describe sin aceptar un
quiera de las premisas de un razonamiento práctico, pero en un sen- juicio valorativo o normativo), diré que la tesis según la cual las creen-
tido más estricto hemos de distinguir entre «razones operativas», «ra- cias no constituyen razones operativas es válida siempre que se refiera
zones auxiliares» y «razones completas» (71); una razón operativa es a «creencias» cuyo contenido proposicional sea un genuino juicio des-
aquélla que justifica una actitud práctica hacia una acción, la forma- criptivo (73). Si se habla de «creencias» de otro tipo, la idea de que
ción de una intención; una razón auxiliar es un juicio descriptivo que las creencias por sí sólas son inertes, que cuenta desde luego con pre-
identifica el tipo de acción que tenemos una razón operativa para eje- cedentes ilustres (74), debe ser recibida con la máxima cautela para
cutar; una razón completa es el conjunto de premisas no redundantes no propiciar lamentables equívocos.
de un razonamiento práctico, lo que incluye siempre una razón ope-
rativa y una o varias razones auxiliares. A la luz de estas distinciones
(73) Al hablar de «genuino» juicio descriptivo pretendo resguardarme frente a lo
puede afirmarse que los deseos constituyen razones operativas, las que Hare -siguiendo una expresión de Austin-llama «falacia descriptiva» o «descrip-
creencias, razones auxiliares, y la combinación de ambos, una razón tivismo», es decir, el error de tratar como si fuera un juicio descriptivo a uno que sólo
completa (72). lo es aparentemente. Cfr. R. M. Hare, «Descriptivism», en Proceedings of the British
Al decir que las creencias no constituyen razones operativas, sino Academy, 49 (1963) [ahora en W. D~ Hudson (ed.), The Is-Ought Question. A Collec-
que siempre forman parte de un razonamiento práctico como razones tion of Papers on the Central Problem in Moral Philosophy (London: Macmillan, 1969);
pp. 240-258, por donde se cita], pp. 240-241. Por supuesto la labor de determinar qué
auxiliares, me refiero a creencias acerca de fenómenos empíricos, de juicios son realmente descriptivos es bastante ardua, y desde luego todo cognoscitivista
estados de cosas, no a cualquier supuesto en que coloquialmente es po- afirmaría que un juicio moral es realmente descriptivo, pero de momento pospondré
sible hablar de «creencias». Ya señalé anteriormente cómo el lenguaje esa dificultad.
ordinario, con su inevitable carga de imprecisión, permite llamar (74) Su formulación clásica es el famoso dictum de Hume que hace de la razón «la
«creencia» al asentimiento a un juicio de deber o, en general, a la con- esclava de las pasiones»; cfr. A Treatise of Human Nature, lib. Il, parte iii, sec. 3 (en
la ed. de T. H. Green y T. H. Grose, David Hume. The Philosophical Works, cit.,
sideración de que hay una razón que justifica una acción: no parece vol. 2, p. 195). Pero si se examinan con cuidado las tesis de Hume, resulta patente que
haber nada de absurdo ni de chocante en expresiones como «creo que su escepticismo acerca de la capacidad motivadora de la razón depende por completo de
0 es obligatorio» o «creo que hay una razón para 0», y no tiene sen- la forma en que ha definido qué es lo que puede ser llamado con propiedad un «juicio
tido decretar sin más que ese uso de «creencia» es impropio o inade- de razón»: lo que Hume subraya en Treatise ... II, iii, 3 al afirmar que la razón «es y
cuado. Lo que sí conviene repetir es que en estos supuestos la cues- sólo puede ser la esclava de las pasiones», es que el papel de la razón en la orientación
de la acción se limita al discernimiento de los medios adecuados para alcanzar nuestros
fines, sin que pueda decirnos nada acerca de qué fines perseguir. Las pasiones son el
(71) Cfr. J. Raz, Practica! Reason and Norms, pp. 33-35. genuino motor de la acción, y el entendimiento (the understanding), ya sea mediante ra-
(72) Si a simple vista parece que los deseos (por sí solos) o las creencias (por sí so- zonamientos demostrativos que se ocupan de «la relación entre las ideas» o mediante el
las) pueden constituir razones completas, ello se debe simplemente a ciertas presuposi- conocimiento empírico, que establece relaciones de causa-efecto, sólo es relevante para
ciones conversacionales acerca de lo que la gente suele desear en determinadas situa- la orientación de la acción indicando qué vías son adecuadas y cuáles no para la satis-
ciones típicas (al decir simplemente que el hecho de que esté lloviendo es una razón facción de una pasión [es decir, proporcionando sólo razones auxiliares: cfr. al respecto
para coger un paraguas, damos por supuesto que cuando llueve la gente desea nomo- John L. Mackie, Hume's Moral Theory (London: Routledge & Kegan Paul, 1980),
jarse) y acerca de la normal racionalidad instrumental de la conducta de la gente (al de- pp. 44-47)].
cir simplemente que el deseo de que entre aire fresco es una razón para abrir la ventana Como es bien sabido, para Hume los juicios morales pertenecen a la esfera del sen-
damos a entender implícitamente que creemos que la temperatura exterior es más baja timiento, no a la de la razón (Hume es suficientemente explícito: «La moral excita las
que la temperatura interior). Pero en rigor todo razonamiento que presenta como -apa- pasiones, y produce o evita acciones. La razón por sí misma es completamente impo-
rente- razón completa para la acción sólo un deseo o sólo una creencia es un entimema. tente al respecto. Las reglas de la moralidad, por consiguiente, no son conclusiones de

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O LA

La conclusión de todo este análisis de los deseos como razones para agente actúa racionalmente (es decir, de conformidad con lo que ha
actuar podría enunciarse del siguiente modo: los deseos del agente concluido que tiene una razón para hacer), se puede afirmar que la ra-
-como razones operativas- más sus creencias -como razones auxi- zón explicativa de su acción -o, si se quiere, el motivo de la misma-
liares- justifican una acción desde el punto de vista de la racionali- fue su intención de actuar de conformidad con lo que reconoció que
dad instrumental, es decir, constituyen razones instrumentales para una constituía una razón justificativa.
acción; si en un supuesto concreto queda satisfecha la condición cete-
ris paribus constituyen una razón concluyente para una acción (ésto «debe» técnico, cuya naturaleza real es descriptiva, no prescriptiva. Decir de una acción
es, se puede afirmar de ella que está globalmente justificada: está ins- que es instrumentalmente irracional es decir que no resulta adecuada para satisfacer los
deseos del agente (un juicio genuinamente descriptivo).
trumentalmente justificada por la presencia de una razón instrumental
para realizarla; y prudencial o moralmente justificada por la ausencia En un trabajo antiguo («Practica! Inference», cit., [1963], pp. 5-6), cuyas conclusio-
nes ha abandonado en parte posteriormente (vid., supra, nota 10 de esta parte I), von
de razones prudenciales o morales para no realizarla). Cuando un Wright aceptó el carácter descriptivo de la conclusión de un razonamiento de este tipo
agente construye un razonamiento práctico a partir de sus deseos, sus desarrollado en tercera persona -que, sostenía en aquel momento, no sería un genuino
creencias -entre las cuales figura la de que no existen obstáculos em- razonamiento práctico, sino teórico,- sosteniendo en cambio que cuando el razona-
píricos para realizar la acción más adecuada ~.'!:a la satisfacción del de- miento se desarrollaba en primera persona (es decir, cuando se partía de un deseo real
del agente, y no de un enunciado descriptivo que afirma que el agente tiene ese deseo)
seo- y el juicio de que ha quedado satisfecha la condición ceteris pa- su conclusión era la acción. Por supuesto la afirmación de que la conclusión de un ra-
ribus, su conclusión es una razón interna para su acción (75). Si el zonamiento es la acción no deja de resultar sorprendente; una cosa es el razonamiento
y otra muy distinta el paso del razonamiento a la acción. Todo lo que el análisis prece-
nuestra razón»; cfr. Treatise ... , III, i, 1 [ed. Green-Grose, p. 235]). Por consiguiente, dente intenta demostrar es que cuando el agente desea efectivamente el fin que figura
la clave para la calificación moral de una acción no es alguna cualidad presente en ella en la premisa mayor y estima que ha quedado satisfecha la condición ceteris paribus, es
y que pueda ser objeto de conocimiento, sino que radica en nosotros, en el sentimiento irracional que no adopte un juicio de resolución -es decir, que no forme una «inten-
de aprobación o rechazo que en nosotros suscita (cfr. Treatise ... III, i, 1 [ed. Green- ción», en el sentido anteriormente especificado- acorde con la conclusión del razona-
Grose, pp. 233-246; esp. p. 245]; en Treatise ... , III, i, 2 [ed. Greengrose, p. 246] preci- miento; y, por supuesto, que es irracional que no actúe conforme a ese juicio de reso-
sa que si puede parecernos lo contrario, ello se debe simplemente a que «ese sentimien- lución o intención formada cuando nil}gún obstáculo empírico se lo impide. O, si se quie-
to es a menudo tan tenue que tendemos a confundirlo con una idea»). De ahí que, si re, que es irracional (nótese bien que es irracional, no que empíricamente es imposible
se es fiel al planteamiento de Hume, la tesis según la cual la razón es incapaz de generar como hecho psicológico) que un agente desee algo y que, estimando que queda satisfe-
motivos por sí sola no implica en modo alguno que la afirmación de que algo es moral- cha la condición ceteris paribus, no desee los medios necesarios para obtener aquel fin.
mente correcto --o de que «existe una razón moral para hacer !1)>>- no sea en sí misma A pesar de todo, la idea -de raíz aristotélica: vid., supra, nota 22 de esta parte ! -
un motivo para actuar, por la sencilla razón de que tal afirmación no es un juicio de ra- según la cual la conclusión del razonamiento práctico en primera persona es una acción
zón, aunque verbalmente pueda venir presentada en unos términos -en términos de parece difícil de eliminar y sigue sosteniéndose en análisis recientes de los silogismos
«creencias», por ejemplo- que acaso puedan sugerir lo contrario (vid. al respecto el prácticos; así lo hace, p. ej., Martín Farrell, que aparentemente considera intercambia-
esclarecedor análisis de Christine M. Korsgaard. «Skepticism about Practical Reason», bles las afirmaciones de que la conclusión de un razonamiento práctico en primera per-
en Journal of Philosophy, 83 (1986) 5-25). sona es la formación de una intención y la de que es una acción, utilizando alternativa-
La conclusión de todo ello es bastante clara: en Hume la incapacidad motivadora mente una y otra. Vid. Martín Farrell, «Practica! Reasoning and Judicial Decision», en
de la razón y su concepción de qué puede ser llamado con propiedad un «juicio de ra- Rechtstheorie, Beiheft 8 (1958) [A. J. Arnaud, R. Hilpinen y J. Wróblewski (eds.), Ju-
zón» forman un todo inescindible. Si se rechaza la segunda no es posible mantener la ristische Logik, Rationalitiit und Irrationalitiit im Recht] 109-121; pág. 114. Y Aulis Aar-
primera en sus propios términos, como, si no me equivoco, hace Philippa Foot en su nio, que afirma que la conclusión del silogismo práctico es «el hecho de emprender un
caracterización de los juicios morales como imperativos hipotéticos; de ello me ocuparé acto»: cfr. A. Aarnio, «Sobre el razonamiento jurídico como razonamiento práctico»,
más adelante, al analizar las razones morales para actuar. ponencia presentada ante las X Jornadas de Filosofía Jurídica y Social, Alicante 1987
(75) Se ha discutido mucho la naturaleza de las premisas y de la conclusión de ese (trad. cast. de J. A. Pérez Lledó), pp. 4-6 del original policopiado.
tipo de razonamiento práctico referente a fines del agente y medios para alcanzarlos. Estas observaciones sobre razonamientos relativos a fines y medios conducen evi-
Autores como Max Black («The Gap between "Is" and "Should", cit.) consideran que dentemente al tema kantiano de los imperativos hipotéticos (cÚ. Grundlegung zur Me-
su conclusión es prescriptiva a pesar de que sus premisas son puramente descriptivas, taphysik der Sitten, Akad, t. IV, pp. 413 ss.), cuya toma en consideración pospondré no
viendo en ello una refutación de la «guillotina de Hume»; frente a ello hay que contes- obstante hasta haber analizado el papel de los intereses como razones para actuar, a fin
tar que aunque esa conclusión pueda expresarse en términos de «deber» se trata de un de hacer más clara la diferencia entre lo que Kant llamaba «imperativos técnicos» (o

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

3.4. Racionalidad instrumental: factores de complejidad ción óptima desde el punto de vista de la racionalidad instrumental (es
decir, circunstancias en las que el agente no sabe a ciencia cierta qué
Hasta aquí he venido manejado una noción de racionalidad instru- acción tiene una razón para ejecutar en virtud de su deseo). La teoría
mental extraordinariamente simplificada. Un concepto más depurado de la decisión racional se ocupa del diseño de estrategias óptimas en
de lo que deba entenderse por «instrumentalmente racional», no obs- situaciones de incertidumbre, entendiendo por «óptimas» aquellas que
tante, requiere la introducción de complicaciones de diversos órdenes. combinan en el grado más beneficioso para el agente una probabilidad
La primera tiene que ver con la verdad o falsedad de las creencias máxima del resultado más apetecido con una probabilidad mínima del
del agente. Ningún agente puede «equivocarse» acerca de cuáles son menos deseado (77) (por supuesto el gran problema de la teoría de la
sus deseos (al menos siempre que nos refiramos a deseos conscientes, decisión racional consiste en equilibrar las dos variables constituidas
que son los que nos interesan a la hora de analizar acciones intencio- por el grado de probabilidad del resultado y el grado de utilidad que
nales), pero sí puede equivocarse en sus creencias. Cuando un obser- éste representa para el agente, es decir, consiste en determinar qué in-
vador estima que las creencias del agente son erróneas su afirmación crementos de la utilidad de un resultado posible compensan probabi-
«A tiene una razón (instrumental) para hacer 0» puede significar dos lidades menores de que se produzcan) (78). En situaciones de incerti-
cosas: o bien que tiene tal razón desde el punto de vista de sus creen- dumbre, por tanto, una acción instrumentalmente racional es aquella
cias erróneas, o bien que la tiene desde el punto de vista de las que que corresponde a una «estrategia óptima» en el sentido indicado.
el observador estima correctas (76). Ello implica que si bien el juicio Una variedad especial de incertidumbre en el razonamiento instru-
que afirma la existencia de una razón instrumental para una acción aje- mental del agente es la que viene dada por la existencia de situaciones
na es siempre relativo a los deseos del agente, no siempre es relativo
a sus creencias, sino que puede ser relativo a las creencias del obser- (77) La tesis de la «maximización de la utilidad esperada», que constituye de hecho
vador (es más, típicamente será relativo a las creencias del observa- la ortodoxia en el pensamiento económico actual, fue formulada con precisión en un tra-
dor: el juicio relativo a las creencias del agente se expresaría normal- bajo de Frank P. Ramsey, «Truth and Probability» de 1926, que ha llegado a ser un ver-
mente como «A cree que tiene una razón instrumental para hacer 0»). dadero clásico en la materia; puede encontrarse en R. Braithwaite (ed.), The Founda-
tions of Mathematics and Other Logical Essays (London: Kegan Paul, 1931), pp. 156-198
El segundo factor de complejidad viene dado por la existencia de [ahora en David H. Mellor (ed.), Frank P. Ramsey. Philosophical Papers (Cambridge:
situaciones en las que el problema no radica en si las creencias del agen- Cambridge University Press, 1990), pp. 52-94]. Sobre la teoría de la decisión racional
te son verdaderas o falsas, sino más bien en que el agente sabe que en general, vid. R. M. Thrall, C. H. Coombs y R. L. Davis (eds.), Decision Processes
carece de toda la información necesaria para determinar cuál es la ac- (New York: John Wiley & Sons, 1954); D. J. White, Decision Theory (London: Allen
&Unwin, 1969) [hay trad. cast. de J. L. García Molina, Madrid, Alianza, 1972]; y C.
Hooker, J. Leach y E. F. McClennen (eds.), Foundations and Applications of Decision
«principios problemático-prácticos») e «imperativos pragmáticos» (o «principios asertó- Theory, 2 vols (Dordrecht/Boston!London: Reidel, 1978).
rico-prácticos»); como se verá, esa diferencia coincide a grandes rasgos con la que se (78) La cuestión de qué estrategia equilibra en forma óptica incrementos o dismi-
presentará en este trabajo entre «razones instrumentales» y «razones prudenciales». nuciones de la utilidad del resultado con probabilidades menores o mayores de que se
(76) Algunos autores, para resaltar la diferencia entre una y otra perspectiva, ha- produzca dista mucho de estar resuelta en la teoría de la decisión; una respuesta cono-
blan de «racionalidad subjetiva» y «racionalidad objetiva»: vid., p. ej., L. J. Cohen, «The cida -sobre todo tras su utilización por parte de Rawls- consiste en afirmar que es la
Unity of Reason», en Social Theory & Practice, 9 (1983) 245-269, p. 260; y F. Kratoch- que corresponda a una estrategia maximin (elegir el curso de acción que tenga una re-
wil, «Rules, Norms, Values and the Limits of "Rationality"», en Archiv für Rechts-und muneración mínima más alta), pero algunos teóricos no están en absoluto de acuerdo
Sozialphilosophie, 73 (1987) 301-319, pp. 311-312. Nótese, sin embargo, que sería aún con esa respuesta; vid. R. Radner y J. Marschak, «Note on Sorne Proposed Decision
más riguroso distinguir entre: 1) la racionalidad subjetiva del agente (lo que es racional Criteria», en R. M. Thrall et al., Decision Processes, cit., pp. 61-68. En realidad las so-
hacer teniendo el deseo del agente y las creencias que el agente cree correctas); 2) la luciones propuestas dependen en último término de la aceptación de ciertos postulados
racionalidad subjetiva del observador (lo que es racional hacer teniendo el deseo del acerca de la psicología de un agente-tipo (que tienen que ver fundamentalmente con la
agente y las creencias que el observador cree correctas); y 3) la racionalidad objetiva propensión o aversión al riesgo); en este sentido siguen siendo de gran interés, a pesar
(lo que es racional hacer teniendo el deseo del agente y creencias correctas). Como es del tiempo transcurrido desde su publicación, las observaciones críticas de Maurice
obvio 1) y 2) pueden coincidir o no coincidir, y lo mismo puede decirse respecto a cada Allais, «Le comportement de l'homme rationnel devant le risque; critique des postulats
una de ellas y 3). et axiomes de l'école Américaine», en Econometrica, 21 (1953) 503-546.

90 91
LA NORMATIVIDAD DEL

que encierran una interacción estratégica entre dos o más agentes, de A conduce a un resultado al menos tan deseable como el que en cada
manera que la determinación de la acción instrumentalmente racional uno de esos casos produciría B y 2) en al menos una ocasión -esto
para cada uno de ellos depende de cuál sea la acción que realicen los es, por lo menos respecto a una elección de los demás agentes- con-
demás. Se trata de situaciones en las que, en palabras de Thomas Sche- duce a un resultado más deseable (81).
lling
(81) En realidad ésta es una descripción muy tosca de lo que debe entenderse por
«[ ... ] la acción que para cada uno resulta más beneficiosa depende de acción instrumentalmente racional en supuestos de incertidumbre derivada de una si-
la conducta que espera que siga el otro, la cual sabe que depende a su tuación de interacción estratégica entre varios agentes, ya que no todas las situaciones
de este tipo tienen la misma estructura; los teóricos de juegos distinguen entre juegos
vez de las expectativas del otro acerca de su propia conducta [... ], con de información perfecta o imperfecta; bipersonales o de n-personas [n> 2]; de conflicto
lo que ambos comprenden que deben tratar de adivinar lo que el otro puro («de suma cero»), de coordinación pura o mixtos; finitos o no finitos («superjue-
supone que supone el otro, y así sucesivamente, en la conocida espiral gos»), etc. Y la noción de «acción instrumentalmente racional» debe tener en cuenta
de las expectativas recíprocas» (79). esa diversidad estructural. En cualquier caso el teorema básico de la teoría de juegos
-cfr. Luce y Raiffa, op. cit., pp. 71-73- afirma que para todos los juegos de suma
La teoría de juegos trata de orientar la racionalidad instrumental cero existe una estrategia mixta (es decir, una en la que se asocia un grado de probabi-
lidad a cada alternativa posible) tal que para cada agente existe una remuneración mí-
del agente en situaciones de interacción estratégica. Como el agente nima garantizada cualquiera que sea la estrategia elegida por los demás.
carece de certeza respecto a qué acciones ejecutarán aquéllos con los Existe además otro problema del máximo interés: en el lenguaje de la teoría de jue-
que interactúa estratégicamente, puede afirmarse que la teoría de jue- gos se dice que dos o más estrategias de dos o más agentes distintos están en equilibrio
gos no es el fondo sino una rama especial de la teoría de la decisión, si «no es posible que alguno de los <J,gentes hubiera salido mejor parado si sólo él hu-
definida por la naturaleza del factor que genera la incertidumbre (80). biera actuado de manera diferente y el resto lo hubiera hecho exactamente corno lo
hizo» [David K. Lewis, Convention. A Philosophical Study (Cambridge, Mass.: Har-
En situaciones de incertidumbre generadas por la existencia de inte- vard University Press, 1969; reimp.: Oxford, Basil Blackwell, 1986), p. 8], es decir, si
racciones estratégicas entre varios agentes, una acción instrumental- ningún agente ganaría cambiando unilateralmente su estrategia. El resultado correspon-
mente racional es aquella que corresponde a lo que en la teoría de jue- diente a un conjunto de estrategias en equilibrio se define como punto de equilibrio. En
gos se denomina una estrategia «dominante»: se dice que una estrate- los juegos de coordinación pura (o en los mixtos en los que predominan elementos coo-
perativos) las estrategias estrictamente dominantes de cada agente confluyen en un --o
gia (A) domina otra alternativa a ella (B) cuando 1) siempre -es de- para ser más exacto, al menos en un- punto de equilibrio al que se denomina «equili-
cir,· cualquiera que sea la elección realizada por los demás agentes- brio de coordinación», cuya característica peculiar consiste en ser una combinación de
estategias de cada agente tal que todos saldrían peor parados si uno cualquiera hubiera
(79) Cfr. Thornas C. Schelling, The Strategy of Conflict (Cabridge, Mass.: Harvard elegido una estrategia distinta: en esos casos el punto de equilibrio coincide perfecta-
University Press, 1960) [hay trad. cast. de Adolfo Martín, Madrid, Tecnos, 1964, por mente con el resultado óptimo para cada agente.
donde se cita]; pp. 107-108. Es fácil comprender que, tal y como estos términos han sido definidos, todo equili-
(80) Pueden considerarse corno clásicos de la moderna teoría de juegos las obras de brio de coordinación es un equilibrio, pero no a la inversa: en los juegos de conflicto
John van Neurnann y Oskar Morgenstern, The Theory of Games and Economic Beha- puro (o en los mixtos en los que predominan elementos no cooperativos) el punto de
vior (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1944); Duncan R. Luce y Howard Raif- equilibrio corresponde a lo que en el lenguaje de la teoría de juegos se denomina «equi-
fa, Games and Decisions. Introduction and Critica[ Survey (New York: John Wiley & librio no cooperativo» o «equilibrio de Nash», entendiendo por tal una combinación de
Sons, 1957); Anatol Rapoport, Fights, Games and Debates (Ann Arbor: University of estrategias de los distintos agentes tal que cada agente ha hecho lo más beneficioso para
Michigan Press, 1960); y Thornas C. Schelling, The Strategy of Conflict, cit. Una expo- él dada la acción que previsiblemente realizarán los demás siguiendo sus estrategias do-
sición muy accesible de las nociones básicas de la teoría de juegos puede encontrarse minantes, pero que no coincide con el resultado óptimo para todos los agentes implica-
en las obras de Morton D. Davis, Game Theory. A Nontechnical Introduction (New dos [véase David K. Lewis, Convention, cit., pp. 8-24; y AndrewSchotter, The Econo-
York: Basic Books, 1969) [hay trad. cast. de F. Elías Castillo, Madrid, Alianza Edito- mic Theory of Social Institutions (Cambridge: Cambridge University Press, 1981), pp.
rial, 1971]; y de Henry Harnburger, Games as Models of Social Phenomena (San Fran- 15-17]. Cada uno de los agentes debe conformarse con un resultaao sub-óptimo porque
cisco: W.H. Freernan, 1979). Una introducción más breve y aún más sencilla a los pro- el resultado óptimo no es un punto de equilibrio; y ya que cualquier podría apartarse
blemas de la racionalidad estratégica -pero no por ello menos útil y rigurosa- puede beneficiosarnente de él alterando unilateralmente su estrategia, nadie puede confiar ra-
encontrarse en David Gauthier, Morals by Agreement (Oxford: Clarendon Press, 1986), cionalmente en que los demás no lo harán (en perjuicio suyo). Se trata, obviamente,
cap. III (pp. 60-82). del tipo de situación que se conoce como «dilema del prisionero»: véase al respecto Ana-

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BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Por último, un tercer factor de complejidad viene dado por la plu- 4. INTERESES: RAZONES PRUDENCIALES
ralidad de deseos del agente, tanto sincrónica como diacrónica: hasta
4.1. Planes de vida
aquí he hablado de lo instrumentalmente rac~onal respect? a un d~seo
artificialmente aislado, pero ese supuesto es Irreal. De ahi que la Idea Una representación mínimamente realista de la deliberación prác-
de una «decisión racional» deba hacer frente al menos a otras dos se- tica de un agente tiene que reconocer dos datos elementales: que todo
ries de problemas: 1) determinar qué acción es racional cuando el agen- agente tiene una pluralidad de deseos y que éstos no se encuentr~n me-
te parte de una pluralidad de deseos incompatibles, es decir, de un con- ramente yuxtapuestos, sino que forman una estructura compleJa. La
junto tal que la satisfacción de algunos de ellos implica inevitablemen- pluralidad de deseos del agente implica la posibilidad de que entren
te la frustración de otros, de manera que la elección final lleva consigo en conflicto; su estructuración determina qué es en ese caso lo que el
lo que los economistas denominan «costes de oportunida?»; y 2) de- agente debe considerar como una decisión racional. El dato fundamen-
terminar qué acción es racional en el momento presente SI se toma en tal de esa estructuración reside en el hecho de que algunas de las co-
cuenta su incidencia en la satisfacción o frustración de deseos futuros sas que desea el agente las desea meramente como fines intermedios,
del propio agente, con la complejidad añadida de que esos deseos~­ ésto es, como fines que son a su vez un medio para la satisfacción de
turos pueden ser previsibles o imprevisibles en el momento actual. Uti- otros fines ulteriores. Esas estructuras lineales de deseos que se enca-
lizando la terminología propuesta por Weinberger, el primer proble- denan en una relación medio-fin poseen una dimensión jerárquica: si
ma es el de un «sistema teleológico con pluralidad de fines»; el segun- ciertos estados de cosas se desean no por sí mismos, sino sólo en la
do, el de la «dinámica de los sistemas de fines» (82). Desde mi punto medida en que normalmente .!~sultan instrumentalmente adecuados
de vista la introducción de estos dos problemas marca el paso de la «ra- para la satisfacción de otros deseos últimos, el agente tiene que con-
cionalidad instrumental» a la «racionalidad prudencial» y permite dis- siderar por definición que es irracional satisfacer los primeros en cir-
tinguir entre las nociones de «deseo» e «interés». El sentido de ese cunstancias tales que dificulten la satisfacción o impliquen la frustra-
paso se aborda a continuación. ción de los segundos. Por otra parte el agente no atribuirá normalmen-
te el mismo peso o importancia a todos sus deseos últimos, sino que,
aun dejando abierta la posibilidad de que considere algunos de ellos
inconmensurables o igualmente importantes, los ordenará según un es-
tol Rapoport y A. M. Chammah, Prisoner's Dilemma (Ann Arbor: University of Mi-
chigan Press, 1965); A. Rapoport, Game Theory as a Theory of Conflict Resolution (Dor- quema de prioridades. De todo ello se derivan dos conclusiones pro-
drecht: Reidel, 1974), pp. 17-34; y Edna Ullmann-Margalit, The Emergence of Norms visionales: en caso de conflicto entre dos deseos de la misma línea la
(Oxford: Clarendon Press, 1977), cap. II. Como han demostrado Russell Hardin -en decisión racional será la que dé prioridad a los ulteriores a costa de
«Collective Action as an Agreeable n-Prisoners' Dilemma», en Behavioral Science 16 los intermedios; en caso de conflicto entre deseos de distintas líneas,
(1971) 472-481- y Thomas Schelling -en Micro motives and Macrobehavior (New York:
W.W. Norton, 1978), pp. 213-224-, el problema es esencialmente el mismo que fue ana-
la que dé prioridad al que es instrumentalmente adecuado para la sa-
lizado por Mancur Olson en The Logic of Collective Action (Cambridge, Mass.: Har- tisfacción del deseo último de más peso.
vard University Press, 1965; reimp., con un nuevo Apéndice, 1971), ya que el problema Aunque quizá se pueda decir de todas estas consideraciones que
olsoniano de la acción colectiva puede ser reconstruido como un «dilema del prisionero tienen un acusado sabor formalista, creo que ponen de manifiesto algo
de n-personas». sumamente importante y que no se debería pasar por alto: los indivi-
Lo que las situaciones del tipo del «dilema del prisionero» parecen poner de mani-
fiesto es que a veces una estricta racionalidad instrumental conduce a una elección ins- duos no son meros soportes de deseos inconexos y ocasionales, sino
trumentalmente irracional (es decir, que la racionalidad instrumental puede llegar a ser que son autores de lo que, según una convención extendida en la teo-
auto-refutatoria); pero la cuestión es bastante más compleja y no creo que esa afirma- ría de la acción y en la filosofía moral, suele denominarse «planes de
ción pueda suscribirse sin matizaciones. Me ocuparé de ella más adelante, al tratar de vida» (83). Hablar del «plan de vida» de un individuo es hablar de sus
la relación entre razones prudenciales y razones morales.
(82) Cfr. Ota Weinberger, «Problemas Fundamentales .de la Teleología Formal», en
Análisis Filosófico, 3 (1984) 21-36 [trad. cast. de E. Bulygm], pp. 29-33. (83) Sobre la noción de «plan de vida» como una estructura ordenada y jerarquiza-

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deseos más importantes y más estables o duraderos, así como de la for- taria y que son relativamente duraderos) que desempeñan un papel re-
ma en que los ordena. Es hablar, como dice Mosterín, de los «fines gulador (86) con respecto a otros de carácter ocasional y que son apre-
generales que de algún modo regulan, ordenan, estructuran y restrin- ciados según la relación instrumental-positiva o negativa- que guar-
gen los fines concretos que en cada momento podemos perseguir» (84). den con aquéllos. Esos deseos últimos o elementos fundamentales de
Afirmar que los agentes son autores de planes de vida no implica un plan de vida funcionan como auténticas metapreferencias o prefe-
suscribir la insostenible visión de un individuo radicalmente autóno- rencias de segundo nivel: aunque en un momento dado se pueda afir-
mo, capaz de autodeterminarse en un sentido fuerte que implica la mar que el agente desea verdaderamente realizar 0 a pesar de que ello
inexistencia -o la completa ineficacia- de condicionamientos am- dificultará o frustrará la satisfacción de uno de sus deseos últimos, pre-
bientales. Por supuesto esos deseos últimos tienen una matriz social, cisamente por esta última circunstancia tiene perfecto sentido añadir
tanto en el sentido de que muchos de ellos no podrían formarse ni sa- que desearía no desearlo. La formación de un plan de vida orienta y
tisfacerse en ausencia de ciertas prácticas sociales, convenciones o ins- depura la génesis de las preferencias de primer nivel y constituye el
tituciones, como en el sentido de que su formación obedece funda- marco de referencia desde el cual el agente las reconoce o no como
mentalmente a procesos de aprendizaje y socialización (por más que razones para actuar. El hecho de que los individuos articulen planes
el individuo pueda, mediante ajustes, variaciones parciales y recombi- de vida y no funcionen como agentes de decisión erráticos posibilita
naciones, formar un plan de vida que trascienda relativamente las for- en suma la coordinación intra e interpersonal: intrapersonalmente, per-
mas sociales en las que se ha socializado, así como, desde luego, optar mite decidir qué costes de oportunidad es racional afrontar -incluso
entre distintas posibilidades que el medio social le ofrece) (85). Al atri- a largo plazo-- cuando el agente tiene una pluralidad de deseos in-
buir un plan de vida a un sujeto, por otra parte, no se pretende afir- compatibles; interpersonalmente; amplía notablemente la previsibilidad
mar que ha reflexionado sobre sí mismo hasta el punto de identificar de las acciones de los demás, un dato capital para decidir qué es ra-
y ser capaz de enumerar y ordenar sus fines últimos (lo que, desde el cional que hagamos nosotros cuando nos vemos envueltos en una si-
punto de vista empírico, seguramente es falso con carácter general). tuación de interacción estratégica.
La idea del plan de vida de un sujeto es un puro mecanismo heurísti- Si la racionalidad instrumental tiene que ver con la satisfacción de
co: asumiendo que ha interiorizado y utiliza una estructura semejante un deseo que se toma en consideración aisladamente, la racionalidad
entendemos y damos razón de la forma en que él juzga racional o irra- prudencial tiene que ver con la satisfacción global de un plan de vida.
cional satisfacer ciertos deseos, sin pretender que como hecho psico- Eso quiere decir que el juicio acerca de la racionalidad de una acción
lógico el agente ha sido capaz de explicitar dicha estructura y razona puede descomponerse ya en dos niveles: una acción puede ser instru-
consciente y efectivamente a la luz de ella. mentalmente racional en un sentido parcial (porque satisface en forma
Al subrayar la importancia de la formación de planes de vida, por óptima un deseo del agente) y prudencialmente irracional (porque el
consiguiente, no se pretende destacar la capacidad de autodetermina- deseo que queda satisfecho es una preferencia de primer nivel domi-
ción ni la posibilidad de autoconocimiento en grados que seguramente nada por otra de nivel superior, por un «deseo último» o componente
el agente no tiene. Lo que se desea resaltar es un rasgo formal del con- central de su plan de vida); y a la inversa, cabe que de una acción pru-
junto subjetivo de motivaciones del agente: la presencia en él de al- dencialmente racional se pueda decir que es instrumentalmente irra-
gunos deseos últimos (a los que el sujeto atribuye importancia priori- cional respecto de un deseo aislado (aunque nótese que será al mismo
tiempo instrumentalmente racional con respecto a la preferencia de ni-
vel superior en aras de la cual se ha desatendido aquél).
da de fines del agente vid. Alvin Goldman, A Theory of Action, cit., pp. 56-73; J. Rawls, Reteniendo la idea central de que la racionalidad prudencial tiene
A Theory of Justice, cit., pp. 407-411; J. Mosterín, Racionalidad y Acción Humana, cit., que ver con la satisfacción global de planes de vida y habiendo esbo-
pp. 30 y 82-83; Michael Bratman, «Taking Plans Seriously», en Social Theory & Prac-
tice, 9 (1983), 271-287; y J. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 292-294.
(84) Cfr. J. Mosterín, op. cit., p. 82. (86) Vid. Rawls, A Theory of Justice, cit., pp. 410-411; y Michael Bratman, «Ta-
(85) Cfr. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 310-312. king Plans Seriously», cit., pp. 275-277.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

zado ya sumariamente en qué términos se estructuran éstos, puede acerca de si ese plan de vida es racional o no: la primera apunta a un
comprenderse que los detalles particulares de las reglas de elección ra- sentido de racionalidad (el prudencial) interno a un plan de vida, y no
cional que aseguran esa satisfacción o maximización global resultan su- iré más lejos en su análisis; la segunda, a un sentido (aún por explo-
mamente complejos. Han sido discutidos profusamente por los econo- rar) externo a él.
mistas, interesados en articular una función que sintetice los paráme- Si al sujeto le interesa realizar aquellas acciones que, en términos
tros de la racionalidad en la elección individual, y la cuestión dista mu- netos, promuevan la satisfacción global de su plan de vida, podemos
cho de poderse dar por resuelta (87). De entrada la dis.cusi~n in~or­ decir que sus «intereses» son precisamente los «deseos últimos» y re-
pora todos los problemas mencionados al tratar de la racwnahdad ms- lativamente duraderos que en conjunto definen ese plan de vida (90).
trumental-verdad o falsedad de las creencias del agente, situaciones Esto supone dar una visión subjetiva de los intereses del agente, lo que
de incertidumbre y medidas de probabilidad, interacciones estratégi- representa una afirmación sumamente polémica: para muchos lo que
cas-, ya que la elección prudencialmente racional ~s por defi~ición el agente cree que son sus intereses no tiene por qué coincidir con lo
instrumentalmente racional respecto a una preferencia no dommada; que realmente son sus intereses, y sólo éstos, no los primeros, consi-
y a ellos se añaden las dificultades específicas que dimanan de la plu- tuirían auténticas razones prudenciales (justificativas) para la acción.
ralidad de fines del agente (88) y de dar entrada en el análisis al factor Este es un punto clave que debe ser analizado con cuidado y que en-
tiempo (89). Aunque me referiré en breve a algunas de estas dificul- tronca con la cuestión de en qué sentido puede decirse que es o nora-
tades, su exploración completa y detallada excede con mucho de ~os cional un plan de vida. Pero antes es preciso examinar un problema
límites y propósitos de este trabajo. Si debe subrayarse, en ~ualqmer distinto que también podría esgrimirse críticamente contra el concepto
caso, que la cuestión de qué es racional hacer en una oportumdad con- de racionalidad prudencial que,. estoy esbozando y que tiene que ver
creta teniendo el plan de vida que se tiene es distinta de la pregunta con el complicado asunto de la identidad personal del agente a lo lar-
go del tiempo. De hecho la introducción del factor tiempo en el aná-
lisis de la racionalidad prudencial resulta básica, ya que la importancia
(87) Vid., p. ej., K. J. Arrow, Social Choice and Individual Values (New York: John de la estructuración por parte del agente de un «plan de vida» -y la
Wiley & Sons, 1951; 2." ed., 1963), cap. II [hay trad. cast. de E. Aparicio Auñón, Ma-
drid, Instituto de Estudios Fiscales, 1974]; G. Debreu, The Theory ofValue (New York:
necesidad correspondiente de diferenciar entre «deseos» e «intereses»
John Wiley & Sons, 1959), cap. 1; y A. K. Sen, Collective Choice and Social Welfare -se aprecia mejor desde una perspectiva dinámica que desde una pu-
(San Francisco: Holden-Day, 1970), caps. 1 y 11.a [hay trad. cast. de F. Elías Castillo, ramente estática. Si no fuera por esta dimensión que aporta la intro-
Madrid, Alianza Ed., 1976]. Corno ejemplos de la recepción en la filosofía moral de los ducción del factor tiempo -que hace visibles la permanencia y relati-
principios de elección racional articulados por los economistas, vid., J. Rawls, A Theory va estabilidad de los «intereses» o deseos últimos del agente- apenas
of Justice, cit., cap. VII, sec, 63 y 64; y D. A. J. Richards, A Theory of Reasons for
Action, cit., cap. 3 sec. 1 y II.
tendríamos que hablar de algo más que de «racionalidad instrumental
(88) La discusión tiene que ver aquí con las características que habría de reunir una deliberativa», y no quedaría claro en qué sentido debemos hablar de
ordenación de preferencias para poder ser calificada corno formalmente racional (i. e., «intereses» como metapreferencias y no simplemente como «preferen-
si habría de ser una «ordenación lineal», o si bastaría con que se tratara de una «orde- cias más fuertes» (pero del mismo nivel) que otras que tiene el agente
nación débil» o incluso de una «cuasi-ordenación»: sobre el significado de estos térmi-
nos, vid., infra, nota 236 de la parte II y el texto al que acompaña).
en un momento dado. El sentido en el que los intereses o elementos
(89) Entre los economistas existe una vasta literatura acere~ de los pr~blernas de «ra- fundamentales del plan de vida del agente son metapreferencias se apre-
cionalidad dinámica», i. e., de los planteados por una secuencia de eleccwnes a lo largo cia mejor al analizar diacrónicamente la estructura de su deliberación.
del tiempo cada una de las cuales habrá de tornarse en una situación que, entre otr~s
cosas, será una función de las elecciones anteriores (y eventualmente con la compleJI-
dad añadida por posibles cambios en la ordenación de preferencias del agente a lo largo
de esa secuencia). Para una consideración global, detallada y puesta al día de estos pro-
blemas de «racionalidad dinámica», vid. Edward Francis McClennen, Rationality and
Dynamic Choice. Foundational Explorations (Cambridge: Cambridge University Press, (90) Cfr., Mary Gibson, «Rationatility», en Philosophy & Public Affairs, 6 (1977)
1990). 193-225, p. 214.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

4.2. Racionalidad e identidad personal


dumbre relativa acerca de qué preferirá entonces (que será tanto ma-
Para entender cómo afecta la dimensión temporal a la racionali- yor cuanto más alejados estén en el tiempo t0 y t1 ).
dad prudencial del agente hay que destacar dos ideas básicas. La pri- Si retenemos estas dos ideas centrales de la interdependencia mul-
mera es la que, con expresión de Brennan y Buch~nan, podemos lla: tiperiódica de las elecciones del agente y de la continuidad parcial de
mar «interdependencia multiperiódica» de las elecciOnes del agen~e. SI sus planes de vida, podemos preguntarnos de qué manera tomará en
denominamos «to» al momento presente, en el que el agente .delibera cuenta el factor tiempo un agente racional que trata de actuar pruden-
y actúa (o se abstiene de actuar), y «t1 » a un momen~o post~no~ ~u.al­ cialmente, es decir, que busca la satisfacción o maximización global de
quiera, lo que subraya la idea de la interdependencia multipenodica su plan .de vida. Podemos com{(nzar examinando las dos estrategias
es el hecho evidente de que prudenciales que probablemente son más comunes cuando un agente
delibera acerca de la incidencia de sus elecciones presentes en momen-
«[e]n t1 el individuo será un producto de las eleccion~s que han, sido pre- tos posteriores, para preguntarnos más tarde en qué sentido podemos
viamente hechas en t0 y a lo largo de una secuencia de penados t_ b afirmar que esas estrategias son o no «racionales».
t_ 2 . •• t_w Dentro de límites que sean releva~tes, el indi~iduo se hac~ a
sí mismo como un ser que elige y actúa mediante un conJunto de acciO- En un primer caso, el agente duda acerca de cuáles serán exacta-
nes que han tenido lugar antes de la elección con que ahora se e~fre~­ mente sus preferencias futuras y sabe que sus elecciones actuales son
ta. [... ] El individuo tiene una historia privada y person~l ~ es~a h1stona decisivas respecto a la posibilidad material que tendrá de satisfacerlas.
habrá dado forma tanto a las preferencias como a las limitaciOnes que La realización de cada plan de vida está condicionada por la posesión
actúan entre sí para determinar la conducta de elección en cualquier pe- por parte del agente de ciertos medios necesarios para su satisfacción
ríodo t0 .» (91).
(y no se trata exclusivamente de medios materiales: puede considerar-
se como igualmente necesaria, p. ej., la posesión de ciertos rasgos de
En definitiva, el agente va depurando el conjunto de sus pref~ren­
carácter que es posible cultivar desde ahora). Pero quizá existe un con-
cias y orientando el proceso de su formación futura (d~ntro de c.I~rtos
límites, «se construye a sí mismo»), y al hacerlo canaliza, c~ndiciona junto mínimo básico de medios o instrumentos necesarios para la rea-
y restringe sus posibilidades .d~ elección en ~o~entos postenores (del li~ación de c~alquier plan de vida, de cualquier conjunto de preferen-
mismo modo que están condicionadas y restnngidas ahora por sus elec- Cias 9ue ~1. SUJeto pueda llega~ a tener. En ese caso una estrategia pru-
ciones de momentos anteriores). dencial tlpica es la que recomienda al agente preservar en cantidad su-
La segunda idea fundamental es la continuidad p~rc~al de l~s pla- ficiente esos medios aunque, para hacerlo, deba dejar insatisfecho un
nes de vida del agente: en la medida en que esa contm':I~ad existe, el deseo presente (92). Lo que el agente trata de preservar, incluso con-
individuo está interesado en hacer en t0 aquello que le sltue en las me-
jores condiciones para satisfacer sus preferenci~s c~ando se ha~le en (92) Sociólogos como Pareto o Parsons definen precisamente los «intereses» como
aquellos medios de eficacia generalizada para la consecución de cualesquiera fines últi-
t · en la medida sin embargo, en que esa contmmdad es parczal, el
a~ente sabe que 'sus preferencias en t1 pueden ser dis.tintas de las q~e
mos: cfr. V. Pareto, Compendio di Sociología Generale, cit., § 776; y Talcott Parsons,
The Structure of Social Action (New York: The Free Press of Glencoe, 1937) [hay trad.
ahora, en t0, cree que tendrá en ese momento pos tenor. Debe elegir, cast: en 2 vol. de J. J. Caballer~ y J. Castillo, Madrid, Guadarrama, 1968, por donde
por consiguiente, dentro de la tensión que ~xiste entre su dese~ den? !'
s~ .cita], vol. pp. 337-339. Lardea de que la racionalidad exige dejar abierta la posi-
bilidad de satisfacer en. el futuro preferencias que ahora son relativamente imprevisibles
hacer ahora algo que en el futuro lamentara haber hecho y su mcertl- Y dotarse para ello de Ciertos medios de eficacia instrumental general es defendida -bajo
la r~bric~ de «principi~ de aplazamiento» [postponement]- por Rawls, A Theory of
(91) Cfr. G. Brennan y J. M. Buchanan, L~ Razón de las Normas, cit., p. 108. So- lustzc~, crt., p. 410; ~ Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., p. 29. Por supues-
bre la idea de «autoconstrucción» del agente, vrd., James M. Buchanan, «Natural and t? la I?~a de un conJ~nto básico de medios de eficacia instrumental general para lasa-
Artifactual Man», en J. M. Buchanan (ed.), What Should Economists Do? (Indianapo- tisfaccwn de cualesqUiera preferencias es la que intenta condensar Rawls con su noción
lis: Liberty Press, 1979), pp. 93-112. ~e «biene~ primarios»; sobre ello -y sobre las dificultades que suscita, que aquí no han
sido menciOnadas- volveré más adelante.
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tra sus deseos presentes, es su «deseo último» -su metapreferencia- ~o intuitivam~nte indiscutible: que toda la vida del agente es un con-
de seguir siendo capaz de satisfacer sus preferencias en el futuro. tmuo cuyas diferentes partes deben ser objeto de igual consideración
En un segundo caso, por el contrario, el agente prevé que en un a la h~ra de t?mar una decisión en un momento cualquiera. O dicho
momento ti deseará 0, pero su deseo de 0 es una preferencia domina- co.n. mas exactitud: que un agente racional no construiría funciones de
da por otra de nivel superior, algo que literalmente «desearía no de- utlhdad s~paradas P.ara cada período o unidad discreta de su vida; por
sear>>. Cree, sin embargo, que en ti no será capaz de renunciar a 0, el contrano, entendiendo que la mera proximidad o lejanía en el tiem-
que cederá por debilidad de la voluntad a su deseo de hacerlo. Para po de un de~e? no es una razón para atribuirle un peso mayor 0 me-
eliminar esa eventualidad adopta en t0 una estrategia prudencial con- nor, constrmra en cada momento una función de utilidad global que
sistente en cerrarse materialmente la posibilidad de hacer 0 en ti (p. tome en cuenta a la vez sus preferencias presentes y futuras así como
ej., desprendiéndose de los medios sin los que no es posible hacer 0, su impo~tancia relativa (94). El presente, desde este punt~ de vista,
autorizando u ordenando a otro que se lo impida, etc.) (93). no e.s n:as que un segmento de una vida que posee una unidad, una
¿En qué sentido puede defenderse la racionalidad de estas estra- contmmda~, y de ahí que el agente racional no sea el que desde cada
tegias? ¿Puede afirmarse que existen razones justificativas válidas para segmento mslado contempla los demás como si se tratara de las vidas
actuar de cualquiera de esas dos formas? Nótese, si se me permite ha- de otros, sino el que «saliendo fuera» de su concreta localización tem-
blar con cierta laxitud, que en el primer caso se trata de proteger a la poral contempla co~o si estuvieran situados en un mismo plano todos
persona que el agente será en ti de la que es ahora en t 0 , mientras que los segmentos que mtegran la unidad de su vida.
en el segundo caso se trata exactamente de lo contrario. Parece que Ahor~ bie~, parece que para mantener ese punto de vista acerca
el requisito necesario para defender la racionalidad de una y otra es- de la rac10na~Idad. prudencial·;es preciso dar por sentada cierta tesis
trategia es la aceptación de un postulado que a muchos les ha parecí- acerca de la Id.entidad personal del agente: la que ve esa identidad
c?I?-o ~:go contmuo, durarero, que se extiende sin interrupción ni mo-
dificaclOn a todo lo largo de su vida (95). Por supuesto sus preferen-
(93) Se trata como es obvio del tipo de decisiones a las que, a raíz del impacto de
los análisis del Elster, es usual referirse como «estrategias-Ulises»: vid., Jon Elster,
«Ulysses and the Sirens: A Theory of Imperfect Rationality», en Social Science Infor- . (9~) Véase una formulación clásica de esta idea en H. Sidgwick, The Methods of Et-
mation, 41 (1977) 469-526 [ahora, con ligeros cambios, en Elster, Ulysses and the Sirens: hlcs, cit., PP· .11~ Y 381. La tesis según la cual es irracional atribuir un peso menor a
Studies in Rationality and Irrationality (Cambridge 1 New York: Cambridge University una preferencia Simplemente porque está alejada en el tiempo puede convivir perfecta-
Press, 1979), cap. II, pp. 36-111]. mente con el reconocimiento de que de hecho es lo que hace -por debilidad de la vo-
Los clásicos de la teoría de juegos han analizado también las estrategias de reduc- luntad, porque su racionalidad es imperfecta- la mayor parte de los individuos: así lo
ción del propio margen de maniobra futuro corno forma de asegurar a los demás, en recono~e Hume -cfr. A Treatise of Human Nature, lib. II, parte iii, sec, 7 y· 8- que
contextos de interacción estratégica, que uno no se desviará de la solución cooperativa ve precisamente en e~~ décalage entre lo que es racional y aquéllo hacia lo cual tienden
(es decir, Pareto-óptirna) en beneficio propio, de manera que va en interés de todos la l?s h.~rnbres por debilidad natur~l la bas~ de la argumentación que conduce a la justi-
adopción generalizada de estrategias de este tipo para sentar así las condiciones de po- ficacwn del Estado: cfr. el conocido pasaJe al respecto del Treatise .. ., lib. III, parte ii
sibilidad de una cooperación social estable: cfr. D. R. Luce y H. Raiffa, Games and De- sec. 7 [en la ed. Green-Grose, cit., pp.301-302] '
cisions, cit., p. 75; y T. C. Schelling, La Estrategia del Conflicto, cit., p. 145. Corno se dijo anteriormente, la decisión racional en condiciones de incertidumbre
La idea de que un individuo consiente en un momento t 0 que su libertad sea res- es la que torna en cuenta el grado de probabilidad de que cierta acción produzca el re-
tringida en un momento posterior t 1 constituye para algunos una forma de justificar una sultado deseado. P?r s.up~esto la satisfación de una preferencia puede resultar menos
intervención paternalista en ese momento ulterior. Pero esa tesis no está libre de difi- probable cuanto mas difenda se halle en el tiempo. Pero nótese que en ese caso la base
cultades, que tienen que ver entre otras cosas con la justificación de la irrevocabilidad para «des~ontar» el peso de la preferencia es la incertidumbre, no su localización tem-
del consentimiento: sobre este punto, cfr. Donald Regan, «Paternalism, Freedorn, Iden-
poral: .e~ Cierto que la primera está causada -al menos en parte- por la segunda, pero
tity and Cornrnitrnent», en R. Sartorius (ed.), Paternalism (Minneapolis: University of
lo decisivo es que desconta~íarnos en. el mis~ o grado el peso de otra preferencia pre:
Minnesota Press, 1983), pp. 113-138; Donald VanDeVeer, Paternalistjc Intervention. The
s~nte pero afectada por la misma medida de mcertidurnbre (provocada por factores dis-
Moral Bounds on Benevolence (Princeton, NJ: Pricenton University Press, 1986), cap. tintos).
V sec. 7; y Ernesto Garzón Valdés, «¿Es éticamente justificable el paternalismo jurídi-
co?», en Doxa, 5 (1988) 155-173, pp. 162-163. (95) Así conciben la noción de identidad personal T. Nagel, The Possibility of Al-

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

cías pueden variar a lo largo del tiempo, pero lo que no varía es el he- clarecedor Parfit sugiere que debemos pensar qué es una persona en
cho de que todas son suyas, de un mismo individuo. Pero si ese con- términos parecidos a como pensamos qué es una nación: si «nación»
cepto de identidad personal fuera rechazable podría pensarse que la no tiene referencia semántica alguna aparte de un conjunto de perso-
noción de racionalidad prudencial que se ha descrito quedaría privada nas asentadas en un cierto territorio y relacionadas por ciertas formas
de fundamentación. Eso es justamente lo que ha sostenido Derek Par- simbólicas muy complejas, una persona no es nada aparte de un cuer-
fit (96), proponiéndonos una concepción diferente de la noción .de po, un cerebro y un conjunto de experiencias.
identidad personal que a su juicio tendría profundas consecuencias Ahora bien, si aceptamos el punto de vista reduccionista debemos
para nuestros razonamientos morales y prudenciales. concluir -nos dice Parfit- que la identidad personal no es una cues-
Parfit denomina «reduccionista» a su propio punto de vista acerca tión de «todo o nada», sino de grado: las conexiones psicológicas en-
de la identidad personal. La opinión contraria -«no reduccionista>>- tre dos períodos de la vida de una persona pueden ser más o menos
sería la que se acaba de describir como presupuesto aparentemente im- fuertes, y cuando son muy reducidas podemos hablar de yoes distintos
plícito en la concepción corriente de la racionalidad prudencial. La jus- que aparecen sucesivamente (del mismo modo que podemos decir que
tificación de esa terminología es la siguiente (97): para el punto de vis- la Inglaterra anglosajona, la medieval y la Tudor no son exactamente
ta no reduccionista una persona no es meramente un cuerpo, un cere- la misma nación) (98). Pero entonces no habría ninguna razón espe-
bro y un conjunto de experiencias, sino además el soporte de todo eso, cial para ocuparme de los intereses de mis yoes futuros distinta de las
un Yo cartesiano que existe separadamente y desde el cual es posible que puedan existir para ocuparme de los de un tercero (o quizá, en
decir «este es mi cuerpo», «este es mi cerebro», «estas son mis expe- una pretensión más moderada, la racionalidad de mi interés por mis
riencias»; y sobre todo, algo que existe permanentemente, por más yoes futuros será una cuestión.¿.de grado, que dependerá de la fuerza
que cambien las experiencias psicológicas o que cambien incluso -y de las conexiones con ellos) (99). En cualquier caso, si abandonamos
aquí Parfit nos sugiere toda suerte de posibilidades (hoy por hoy) fan- la noción de identidad personal que nos ofrece la tesis no reduccionis-
tásticas, que no tienen sin embargo otra misión que hacernos recapa- ta lo único que podemos decir es que no debemos hacer a nuestros
citar sobre intuiciones que acaso damos por sentadas-las estructuras yoes futuros lo que sería inmoral hacer a terceros: es decir, lo critica-
orgánicas que constituyen el cuerpo y el cerebro del sujeto. Para el ble de las conductas que solemos llamar imprudentes (el sacrificio de
punto de vista reduccionista, por el contrario, decir que un cuerpo, un las preferencias del yo de un momento dado en aras de las del de otro)
cerebro y un conjunto de experiencias son míos no pasa de ser un abu- es que no respetan razones morales para actuar. La imprudencia no
so del lenguaje: lo apropiado sería decir que yo soy todo eso. Y ello sería sino una forma de inmoralidad (100).
porque no hay tal Yo cartesiano, no hay entidad separada alguna que El propósito central de Parfit al internarse en el análisis de los cri-
quepa identificar como «soporte» de esos elementos. Con un símil es- terios de identidad personal es el de hallar una respuesta original y de-
fendible a una de las acusaciones más fuertes lanzadas contra el utili-
tarismo por sus adversarios: que no da relevancia moral a la separabi-
truism, cit., pp. 39 y 43 y cap. VIII; y J. Rawls, A Theory of Justice, cit., pp. 420, 422
y 423.
(96) Vid. Derek Parfit, «Personal Identity», en Philosophical Review, 80 (1971) 3-27; (98) Op. cit., pp. 304-306. Nótese que cuando Parfit habla de yoes que se suceden
Id., «Ün the Importance of Self-Identity», en Journal of Philosophy, 68 (1971) 683-690; en una misma vida parece que el punto de vista no reduccionista, expulsado por la puer-
Id., «Later Selves and Moral Principies», en A. Montefiore (ed.), Philosophy and Per- ta, se ha colado de rondón por la ventana, ya que al hablar en esos términos parece
sonal Relations (London: Routledge & Kegan Paul, 1973), pp. 137-168; y, en una pre- admitirse implícitamente que hay algún elemento permanente que agrupa a diferentes
sentación definitiva del argumento, Id., Reasons and Persons, cit., parte III. yoes como sucesores unos de otros. Sin embargo Parfit no admite esa conclusión: para
(97) Cfr. Reasons and Persons, cit., p. 275. Si no me equivoco el punto de vista que él sólo habría grados de conexión que son lo bastante débiles como para hablar de yoes
Parfit llama «no reduccionista» coincide a grandes rasgos con el que Michael Sandel, en distintos, pero al mismo tiempo lo suficientemente fuertes como para reconocer en uno
otro contexto y con propósitos parcialmente diferentes, denomina -atribuyéndoselo a de esos yoes al sucesor de otro.
Rawls- «concepción del yo como sujeto de posesión»: vid., M. Sandel, Liberalism and (99) Op. cit., pp. 307 y 311-313.
the Limits of Justice (Cambridge: Cambridge University Press, 1982), pp. 19-20. (100) Op. cit., pp. 319-320.

104 105
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

caso quedaría por el momento en pie su crítica a la idea de prudencia


lidad de las personas, empleando un enfoque agregativo que fusiona-
descrita anteriormente.
ría los intereses de los distintos individuos en una evaluación global,
En mi opinión una explicación adecuada de la racionalidad pru-
como si fuese posible compensar los perjuicios sufridos por unos con dencial no tiene por qué asumir una visión «nÓ reduccionista» de la
los beneficios de que gozarían otros, e ignorando por consiguiente que
identidad perso~al (102). Tampoco ha de concluir, como hace Parfit,
se trata de personas distintas y que el modelo de decisión que es váli- que entonces la Imprudencia sólo es criticable como una forma de in-
do para un individuo -en el que se sacrifican ciertas preferencias en moralidad. Aquí nos encontramos, según creo, ante un falso dilema.
aras de la satisfacción de otras cuando el resultado neto es beneficio-
so-- no es aceptable para la sociedad en su conjunto. Frente a ello Par-
-y como todos los. dilemas que en el fondo sólo lo son aparentemente,
este debe provemr de alguna confusión conceptual. La noción pertur-
fit intenta demostrar que la fuerza de esta crítica reposa en gran me-
badora m~ pare~e que e~ ~n este caso la de un deseo o preferencia fu-
dida en la aceptación de un punto de vista muy discutible acerca de la tura, que mterviene decisivamente en los dos modelos rivales que se
noción de identidad personal, de manera que al reemplazarlo por otra
han expue~~o (aunque d~ d~ferente manera en cada uno de ellos: para
tesis alternativa el principio distributivo perdería en gran medida su la concepc10n no reducc10msta mis deseos futuros son -en tanto que
plausibilidad. Esta visión alternativa de la identidad personal nos obli-
míos- razones para que yo actúe, exactamente en el mismo sentido
garía además a revisar ciertas concepcion~s morales comunes en rela- que lo son mis deseos presentes; para la concepción reduccionista los
ción con cuestiones como la justificación del paternalismo, la asunción deseos de mis yoes futuros serán en todo caso razones para que mi yo
de obligaciones voluntarias o la idea de merecimiento. No me ocuparé presente actúe exactamente en el mismo sentido que puedan serlo los
aquí de ninguno de estos problemas -aunque me parece discutible
deseos de terceros.) Ahora ~~~n, ¿qué debemos entender por «deseos
hasta qué punto son sólidos los argumentos de Parfit en cuanto a su
pretensión central para la filosofía moral (101)-, pero en cualquier
yoes que _se suceden a lo largo de una misma vida (op. cit., pp. 333-334). Pero añade
(101) Esa pretensión central es criticable al menos desde dos puntos de vista. En ac~o segmdo qu~ la segunda consecuencia sería la disminución de su peso, ya que si la
primer lugar puede sostenerse, como hace Rawls --cfr. su «The Independence of Moral u_mdad de una vida es menos profunda de lo que creíamos, entonces resulta más plau-
Theory», en Proceedings and Addresses of the American Philosophical Association (197 4) Sible sostene~ que no e~ esa unidad la que justifica la maximización global en la que se
pp. 5-22 [trad. cast. de M. A. Rodilla en J. Rawls, Justicia como Equidad. Materiales compensan bienes y danos, de manera que sale reforzado el punto de vista según el cual
para una.teoría de la justicia (Madrid: Tecnos, 1986), pp. 122-136, por donde se cita]-, debemos preocuparnos más de la calidad de las experiencias --«es mejor que haya me-
que las diferentes teorías acerca de la identidad personal no son un dato previo que pue- nos d~ lo que es malo y más de lo que es bueno>>-- que de quién son esas experiencias
d_a fijarse con independencia de cualquier punto de vista moral y a la luz del cual, pre- (op. cit., p. 346). Y que el efecto neto de esa ampliación (de alcance) y esa disminución
Cisamente, podamos dilucidar qué concepciones morales son aceptables y cuáles no; sino (de peso), es f~vorabl~ al utilitarismo. Pero, a pesar de los esfuerzos de Parfit, puede
que, más bien al revés, distintas concepciones morales -p. ej. la kantiana y la utilita- alegarse que solo el pnmer paso de esta argumentación está bien construido de manera
rista- nos proponen diferentes visiones de la identidad personal, sin que pueda afir- que,~! principio distributivo que enarbolan los críticos del utilitarismo habrÍa salido pa-
marse que ninguna de ellas queda completamente descartada a la luz de los resultados radOJI_camente reforzado; es lo que hace Carlos Nino en Etica y Derechos humanos, 2.•
de la filosofía de la mente (pp. 132-135). Por tanto será una mala estrategia la que in- ed., cit., pp. 245-246.
tente defender una concepción moral determinada sobre la base de una cierta noción (102) Lo que no quiere decir que no quepa entonces sino dar por buena la tesis de
?e identidad personal, ya que más bien sería aquélla la que sustenta a ésta y no a la Parfit. Las teorías «reduccionista» y «no reduccionista» son desde luego mutuamente ex-
c~~yentes, pero no me parece que sean conjuntamente exhaustivas. Existen otras posi-
mversa. En una dirección similar, vid., Norman Daniels, «Moral Theory and the Plas- .
ticity of Persons», en The Monist, 62 (1979) 265-287; y Samuel Scheffler, «Ethics, Per- bilida?es, no m:nos _el~boradas y complejas que la de Parfit: vid., p. ej., la teoría del
«contmuador mas prox1mo» [the closest continuer] que desarrolla Robert Nozick en Phi-
sonal Identity and Ideals of the Person», en Canadian Journal of Philosophy, 12 (1982)
losophi~al Explanations (Cambridge, Mass.: Harvard University Press, 1981), pp. 29-37
pp 229-246
o o

y espec~almente pp. 33-34. Como es sabido Parfit ha intentado demostrar que la teoría
En segundo lugar puede afirmarse que aunque el punto de vista de Parfit acerca de ~e ~oz1ck y la suya, en contra de lo que piensa el propio Nozick, son en el fondo muy
la identidad personal fuese correcto, las 'consecuencias que de ello se derivarían no son snnilares (cfr. Reasons and Persons, cit., apéndice E, pp. 477-479); aunque aquí no pue-
las que él cree. Parfit reconoce que la primera consecuencia de adoptar el punto de vis- do entrar en ese punto, creo no obstante que hay diferencias importantes entre una y
ta «reduccion~sta» sería la ampliación del alcance del principio distributivo, de manera otra.
que no se aplique sólo entre vidas humanas distintas sino también entre los diferentes
107
106
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

futuros», ya los presentemos como los «míos» o los de «mis yoes fu- ca de qué hacer en el momento presente el marco de su deliberación
turos»? Para sacar a la luz los equívocos que esconde la idea de «pre- está constituido por lo que él considera ahora que s.on sus intere-
ferencia futura» me parece conveniente adoptar algunas convenciones ses (106), preferencias de segundo nivel que son a la vez AA/A E; y
terminológicas que han sido propuestas por Hare (103): algunas de mis sus deseos o preferencias de primer nivel AA y AE, a~;í como lo que
preferencias son «de ahora para ahora» [en adelante, «AA»], es decir, prevé ahora que serán sus deseos EE, son vistos o no como razones
deseos que tengo ahora de hacer algo ahora (p. ej., mi deseo de fu- para actuar según que promuevan o frustren la satisfacción de aque-
mar un cigarrillo inmediatamente), mientras que otras son «de ahora llas metapreferencias AAIAE.
para entonces» [en adelante, «AE»], ésto es, deseos que tengo ahora Hay dos puntos que me interesa aclarar en relación con esta des-
de hacer algo en algún momento futuro (p. ej., mi deseo de tener un cripción de la racionalidad prudencial. El primero es que el hecho de
hijo dentro de algunos años). El dato decisivo es que mis preferencias que el agente forme preferencias de segundo nivel que son a la vez
AE no son preferencias futuras, sino preferencias presentes, preferen- AAIAE (y no sólamente AA) no implica necesariamente que conciba
cias que tengo ahora y quizá no subsistan cuando se llegue a ese mo- su propia identidad personal a través del tiempo en términos no re-
mento «E». Mis genuinas preferencias futuras serán las «de entonces duccionistas. Por supuesto, un agente que efectivamente considere
para entonces»[«EE»] (104), preferencias que ahora no puedo saber correcta esa concepción -y que sea consciente de lo que antes se de-
a ciencia cierta cuáles serán (lo sé con una medida de probabilidad que nominó «interdependencia multiperiódica» de sus elecciones- mani-
varía según la lejanía en el tiempo de ese momento E). festará su interés por su futuro en la formación de metapreferencias
Pero además, como ya sabemos, mis preferencias -sean presentes AE. Pero sería un error pensar que un agente que -acaso tras le~r a
o futuras- pueden ser de distintos niveles: no sólo preferencias de pri- Parfit- considerara correcta la. concepción reduccionista sólo podría
mer nivel («deseos»), sino también metapreferencias («intereses») que coherentemente formar metapreferencias AA. Lo que quizá nos mue-
en tanto que elementos definidores de mi plan de vida asumen una fun- ve aquí a confusión es la noción de «yoes sucesivos»: cuando un indi-
ción reguladora respecto a las primeras. Pues bien, la idea misma de viduo compara ex post dos partes de su vida y constata :aasta qué pun-
plan de vida implica que mis metapreferencias presentes son a la vez to son reducidas ciertas conexiones psicológicas entre ambas, puede
AA y AE. Tener un plan de vida es tener un conjunto de metaprefe-
afirmar -si damos la razón a -Parfit- que se trata de yoes distintos.
rencias que no se refieren sólo al momento presente, sino que abarcan
Pero, ¿cómo podrá jugar la idea de «yoes sucesivos» cuando el agente
lo que quiero que sea mi futuro. Pero nótese bien: lo que quiero ahora
no contempla su vida retrospectivamente, sino prospectivamente (107)?
que sea mi futuro. Por supuesto tendré también metapreferencias fu-
turas (105), pero, como cualquier otra preferencia del momento E, son
(106) También por lo que él considera que es moralmente valioso, que, como vere-
inciertas cuando trato de identificarlas desde el momento A.
mos, puede caracterizarse como una preferencia de tercer nivel que para el agente pre-
Me parece que con todas estas distinciones estamos mejor pertre- valece sobre lo que considera que son sus intereses. Decir que los intereses del agente
chados para entender la noción de racionalidad prudencial que con el son ceteris paribus razones para actuar es decir precisamente que lo son en tanto en cuan-
simple binomio «deseos presentes-deseos futuros» (o «deseos de mi yo to no se vean desplazados por razones morales. Pero por el momento prescindiré de esa
presente-deseos de mis yoes futuros».) Cuando el agente delibera acer- complicación y daré por supuesto que no hay ninguna razón moral en juego.
(107) Me parece muy siginificativo que en el pasaje en el que Paifit presenta la no-
(103) Cfr. R. M. Hare, Moral Thinking. Its Levels, Method and Point (Oxford: Cla- ción de yoes sucesivos nos hable de la relación del yo actual con un ~ro pasado, no con
rendon Press, 1981), pp. 101-104. un yo futuro: «Según la forma de hablar que propongo, usamos "yo" y los demás pro-
(104) Por supuesto se puede hablar también -como señala Hare, op. cit., p. 103- nombres para referirnos sólamente a las partes de nuestras vidas con las que, en el mo-
de mis preferencias de entonces (E) para un momento posterior a E (correlato respecto mento que hablamos, tenemos las conexiones psicológicas más fuerte:s. Cuando las co-
del momento E de lo que representan las preferencias AE respecto del momento A), a nexiones se han reducido marcadamente --cuando ha habido un cambio significativo de
las que podríamos llamar «EF». No obstante, para aligerar la exposición, sólo me refe- caracter, o de estilo de vida, o de creencias e ideales- podemos decir "no fui yo el que
riré ocasionalmente a esta cuarta posibilidad. hizo eso, sino un yo anterior". Podríamos describir entonces de qut! maneras y hasta
(105) Que serán a la vez (vid., nota anterior) EE y EF. qué grado estamos relacionados con ese yo pasado» (op. cit., pp. 306.-305). Pruébese a

108 109
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Salvo que considerásemos que cada yo es literalmente instantáneo que :fuera cognoscible ahora)? Para que esa idea tuviera sentido, me
-algo que Parfit no pretende- mi yo actual continuará por un perío- parece, haría falta un marco global de orden superior desde el cuál po-
do cuya duración no conozco ahora (ni siquiera sé si será mi último der decir qué costes de oportunidad sería racional asumir en aras de
yo o si será susti tui do por otro y, en ese caso, por cuál). La idea de esa maximización conjunta, un «meta-plan» de vida. Pero aunque es-
un agente que sabe que en t1 habrá sido reemplazado por un yo suce- tuviéramos dispuestos a dar entrada en nuestro análisis a una entidad -
sivo y que se plantea en qué sentido debe tomar en cuenta en su de- semejante -lo que es mucho conceder-, el «meta-plan» del agente
liberación actual los deseos de ese yo de t1 me parece simplemente in- en t0 y su «meta-plan» en t1 podrían ser diferentes, con lo que su «maxi-
comprensible. Para que tuviera sentido, el agente tendría que poder mización conjunta» requeriría ascender un peldaño suplementario, y
situarse en un mirador atemporal desde el cual fuesen visibles a la vez así sucesivamente en un inevitable regressus ad infinitum.
su yo actual y sus yoes futuros, del mismo modo que son visibles a la En realidad la idea de que la racionalidad prudencial consiste en
vez desde el presente su yo actual y sus yoes pasados. Pero ese mira- la maximización conjunta de las metapreferencias presentes y futuras
dor, por descontado, no existe. En conclusión: aunque un agente dé del agente requiere, como ha explicado lúcidamente Thomas C. Sche-
por buena la concepción reduccionista formará coherentemente meta- lling (108), aceptar implícitamente un postulado insostenible: que el
preferencias AE para el período -cuya duración es indefinida a prio- agente puede adoptar una perspectiva atemporal, el punto de vista de
ri- durante el que subsistirá su yo actual. un «super-yo» que ve desde fuera los distintos sistemas momentáneos
El segundo punto por aclarar tiene que ver con una posible obje- de preferencias y metapreferencias que se suceden a lo largo de su vida
ción que cabría formular contra el punto de vista que aquí se ha sos- y actúa como árbitro entre ellos (109). Ese punto de vista no existe:
tenido. Podría pensarse, en efecto, que la auténtica racionalidad pru- el agente no puede ser «neutr:al» entre su plan de vida -el que efec-
dencial no consiste en maximizar la satisfacción de mi plan de vida ac- tivamente tiene ahora- y otros planes de vida que eventualmente pu-
tual (es decir, de mis preferencias de segundo nivel que son a la vez diera llegar a tener. La idea misma de «tener un plan de vida» excluye
AAIAE, decidiendo en vista de ellas si he de satisfacer o no mis de- esa posibilidad. Por supuesto el agente, consciente de la interdepen-
seos o preferencias de primer nivel AA y AE, así como lo que preveo dencia multiperiódica de sus elecciones, se interesa por su futuro (re-
ahora que serán mis deseos EE), sino en procurar la maximización con- sultando indiferente que conciba su identidad en términos reduccio-
junta de mis distintos planes de vida a lo largo del tiempo (esto es, de nistas o no reduccionistas, como expliqué anteriormente): no constru-
mis metapreferencias de ahora -AAIAE- y mis metapreferencias fu- ye funciones de utilidad separadas para cada instante de su vida, sino
turas EEIEF). Pero esa pretensión, a mi juicio, choca con varios obs- que forma metapreferencias AAIAE. Pero esas metapreferencias son
táculos difíciles de salvar. Y no es el más importante la dificultad de siempre las de un momento concreto. La idea de una atemporal super-
precisar desde el presente cuáles serán mis metapreferencias futuras: función de utilidad global que integre todas sus metapreferencias su-
el problema de mayor envergadura sería el de aclarar de qué modo se- cesivas carece de sentido (110).
ría posible esa «maximización conjunta» de planes de vida distintos.
La idea de maximización tiene sentido en el marco de un plan de vida: (108) Cfr. Thomas C. Schelling, «Ethics, Law and the Exercise of Self-Command»,
dentro de él el sacrificio de ciertas preferencias puede conceptuarse en Sterling M. McMurrin (ed.), The Tanner Lectures on Human Values, vol, IV (Salt
como un coste de oportunidad que racionalmente debe ser asumido Lake City, University of Utah Press/Cambridge, Cambridge University Press, 1983), pp.
43-79 [ahora en S. M. McMurrin (ed.), Liberty, Equality and Law. Selected Taimer Lec-
en aras de la satisfacción de preferencias de orden superior. Pero tures on Moral Philosophy (Salt Lake City, University of Utah Press/Cambridge, Cam-
¿cómo procurar la «maximización conjunta» del plan de vida X que bridge University Press, 1987), pp. 165-169, por donde se cita, pp. 167-169; hay trad.
tiene el sujeto en t0 y el plan de vida Y que tendrá en t1 (suponiendo cast. de G. Valverde, «La ética, el derecho y el ejercicio del autodominio», en S. M.
McMurrin (ed.), Libertad, Igualdad y Derecho. Las conferencias Tanner sobre filosofía
moral (Barcelona: Ariel, 1988), pp. 157-191).
cambiar en ese texto los pretéritos por futuros y «anterior» por «posterior» y se com- (109) Op. cit., p. 169.
probará hasta qué punto resulta chocante. (110) Al decir que las metapreferencias del agente son siempre las de un momento

110 111
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

Descartada la idea de que la racionalidad prudencial pueda consis- de contar entre sus metapreferencias presentes la de dejar abiertas
tir en la maximización conjunta de los sucesivos planes de vida del dentro de ciertos límites, algunas líneas de modificación de su plan d~
agente y aceptando que todas sus metapreferencias son de algún mo- vida actual. Cuáles y cuántas resulten ser esas líneas de modificación
mento concreto, podría alegarse sin embargo que un agente racional que el agente puede coherentemente querer dejar abiertas es algo que
incluirá siempre entre sus metapreferencias presentes la de estar en dependerá del resto del contenido de su plan de vida actual.
condiciones en el futuro de satisfacer nuevas metapreferencias que pu- En conclusión: razonar prudencialmente es buscar la satisfacción
diera llegar a tener. Dicho de manera más sencilla: que un agente ra- global. de un piar: ~e vida. Y tener un plan de vida no es contemplar
cional considerará como uno de sus intereses el no cerrar con sus ac- el conJunto de mi vida «desde fuera», desde una imposible perspectiva
ciones presentes las puertas que es necesario que permanezcan abier- atemporal para la que el presente y el futuro son simultáneos, están
tas para satisfacer sus intereses futuros, cualesquiera que éstos sean; ahí a la vez: .es tener .una idea presente de lo que quiero que sea mi
que, en definitiva, considerará en cada momento como uno de sus in- presente y mi futur? .Cmcluyendo entre esas preferencias por mi futuro
tereses preservar su capacidad de seguir revisando, eligiendo y satisfa- la de estar en ~or:dicwnes, ~entro de ciertos límites -impuestos por el
ciendo lo que considera que son sus intereses (111). Nótese que aquí grado de proximidad con mi plan de vida actual-, de satisfacer nue-
aparece la idea de un interés «real» u «objetivo», es decir, de algo que vos punto~ de vista que pueda llegar a tener acerca de lo que quiero
interesa al agente aunque él no se interese por ello: de algo, en suma, que sea mi futuro). Esta concepción de la racionalidad prudencial deja
por lo que debería interesarse. De la noción de intereses «reales» u «ob- abierta la cuestión de cuál es la visión más correcta de la identidad per-
jetivos» me ocuparé en breve, pero desde ya mismo puede destacarse ~onal d~l agen!e, y permite distinguir las nociones de imprudencia e
un importante inconveniente al que debe hacer frente esta propuesta lllJ?Orahdad, sm forzarnos a concluir que -como sugiere Parfit- la
de reconstrucción del concepto de racionalidad prudencial: si un agen- ~rn~era no es otra cosa que una forma de la segunda. Creo, por con-
te considerara seriamente como uno de sus intereses el de no cerrar sigUiente, que lleva razón Susan Wolf cuando afirma que Parfit nos ha
con sus acciones presentes la posibilidad de satisfacer en el futuro cual- hecho centrar la antención en un punto que no es el decisivo (112).
quier metapreferencia que pudiera llegar a tener, ese interés sería se-
guramente incompatible con la satisfacción del resto de sus intereses (112) Cfr. .susan Wolf, «Self-Interest and Interest in Selves» en Ethics, 96 (1986)
704-720; especialmente p. 707.
presentes. Cada elección del agente supone renunciar a otras opciones
posibles, muchas veces de manera irreversible en la práctica. Si las Me parece que en esa desviación de la cuestión esencial Parfit fue predecido por Sidg-
wick. Como se recordará, Sidgwick se plantea al comienzo del capítulo II del libro IV
puertas se cierran tras quien las cruza, mantener abiertas todas sólo de The Methods of Ethics -que trata de «La prueba del Utilitarismo>>- por qué hemos
es posible no pasando por ninguna. Así que como mucho el agente pue- de aceptar la idea de que el principio egoísta no necesita el tipo de justificación que nos
parece adecuado exigir al utilitarismo (es decir, por qué hemos de aceptar como evi-
dente que ~ebemos sacrificar un placer presente en aras de otro mayor en el futuro, y
concreto y que no tiene sentido hablar de una función de utilidad atemporal que integre como no evidente y precisado de una justificación suplementaria que debemos sacrificar
todas sus metaprefencias sucesivas estamos, si no me equivoco, aplicando en el plano la propia felicidad en aras de la mayor felicidad de otro). Y la respuesta de Sidgwick es
intrapersonal el mismo tipo de crítica que en la teoría de la elección colectiva formulan que la necesidad de justificar la primera afirmación no puede ser eludida por aquellos
autores como Ian Little contra la idea de una «función de bienestar social»: que todos que asuman un cierto punto de vista en materia de identidad personal (quienes asuman
los sistemas de preferencias son de individuos concretos y que no tiene sentido hablar que «el Yo es meramente un sistema de fenómenos coherentes, que el "Yo" idéntico y
de una función de utilidad impersonal que agregue las preferencias de los individuos permanente no es un hecho sino una ficción, como mantienen Hume y sus seguidores»;
que componen una colectividad; cfr. Ian M. D. Little, «Social Choice and Individual Va- de modo que quedaría entonces por explicar por qué «una parte de la serie de senti-
lues», en Journal of Política! Economy, 60 (1952), pp. 422-432 [ahora en B. Barry y R. mientos en la que se descompone el Yo debe ocuparse de otra parte de la misma serie
Hardin (eds.), Rational man and Irrational Society?, cit., pp. 269-282]. Aunque aquí no e~ mayor medida que de otra serie distinta»; cfr. H. Sidgwick. The Methods of Ethics,
sea posible desarrollar esta idea con detenimiento, me parece que resultaría muy inte- Cit., pp. 418-419). Pero el problema de justificar en qué sentido los deseos e intereses
resante explorar ese paralelismo. del agen~e co~stituyen razones para actuar se plantea sea cual sea el punto de vista acer-
(111) Es lo que sostiene, p. ej., Robert Q. Parks, «Interests and the Politic of Choi- ca de la Identidad personal que se sostenga, así que el aspecto esencial de la discusión
ce», en Política! Theory, lO (1982) 547-565, especialmente pp. 553-557. no gravita en torno a este punto (utilizando los mismo términos de Sidgwick: habría que

112 113
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

blar de los .deseos como razones apunté que cuando alguien evalúa la
Nos ha hecho creer que la noción común de que tenemos cierto tipo
co~ducta aJena constata. que la condición ceteris paribus queda o no
de razones para actuar (prudenciales) está conectada a una determi-
s~tlsfecha desde su propw punto de vista, no con arreglo al punto de
nada concepción de la identidad personal a lo largo del tiempo que re-
vis~a del ev~alua~o. Pero añadí también que desde el punto de vista de
sulta ser rechazable; y que allibranos de ésta, nuestra convicción de
qmen evalua existen dos grupos o familias de razones: unas que son
que tenemos ese tipo de razones debe desvanecerse (aunque, eso sí,
relativas a lo que quiere el agente cuya conducta se evalúa -de ma-
el vacío resultante sería cubierto por razones de otra clase: morales).
nera que el observador reconoce que lo que el agente tiene una razón
Pero si en realidad nuestro concepto de racionalidad prudencial no pre-
para hacer depende de lo 9ue efectivamente quiera- y otras que no
cisaba de aquella tesis -dejando abierta, por el contrario, la cuestión
lo son -de modo que segun el observador el agente tiene esas razo-
de cuál es la concepción más correcta en materia de identidad perso-
nes p~ra actuar aunque ést~ piense lo contrario-. Siguiendo la termi-
nal-, la crítica de Parfit no resulta especialmente relevante. Lo que
nologm propuesta por Parflt y Nagel, podemos llamar provisionalmen-
sí resulta fundamental, en cambio, es precisar por qué los intereses del
te a esas dos clases de razones «relativas al agente» y «neutrales res-
agente -en el sentido en qu~ se han definido, es decir, los elementos
pecto al agente», aunque más adelante redefiniré estos términos de un
centrales del plan de vida que se ha trazado- constituyen razones para
modo no ent~~a~.ente coincidente con el que acaba de exponer-
actuar. se (114). A mi JUICIO los deseos y los intereses son razones relativas al
agente, y las únicas razones neutrales respecto al agente son razones
morales.
4.3. El concepto de intereses «reales» u «objetivos» Es difícil negar q_ue los des~.os son razones relativas al agente: cuan-
do el obse~~~rdor afl.rma que, una vez satisfecha desde su punto de vis-
¿Podría sostenerse que lo que el agente considera que son sus in-
ta la condi~IO~ ceterzs paribus, los deseos del agente son razones para
tereses constituye ceteris paribus una razón para actuar (113)? Al ha- actuar, esta afuma~do que el agente tiene razones para hacer 0, don-
de ~«0» es un espac~o en blanco que habrá que rellenar determinando
explicar también por qué una parte de la serie de sentimientos en la que se descompone que es ~o que efectivamente desea. También parece claro que, por el
el Yo -si es que aceptamos tal cosa- debe ocuparse de sí misma en mayor medida que contrano, cuando el observador afirma que hay razones morales para
de otra parte de la misma serie o de otra serie distinta). que. el agente haga 0, no está dispuesto a conceder que «0» sea un es-
(113) El sentido de esta afirmación puede aclararse si se tiene en cuenta lo que se
dijo en su momento al hablar de los deseos como razones y que, para evitar repeticio- paciO .en bla.nco a r~llenar según lo que el agente considere moralmen-
nes, me limitaré ahora a resumir brevemente. En la estructura estratificada de la deli- te vahoso, smo seg~n lo que es (lo que le parece a él, observador, que
beración del agente lo que él considera que son sus intereses constituye una metapre- es) moralmente vah?so (115). Lo que sin embargo puede no resultar
ferencia con respecto a sus deseos; pero, a su vez, lo que él considera que es moral- ta~ claro es que los mtereses sean -como he sostenido- razones re-
mente valioso constituye una metapreferencia con repecto a sus intereses (y, a fortiori,
con respecto a sus deseos). Al decir desde el punto de vista del agente que una prefe-
lativas al agente, y no neutrales respecto al agente.
rencia -del nivel que sea- satisface la condición ceteris paribus, lo que se quiere indi- En e~ecto, p~dría afirmarse que hay cosas que interesan al agente
car es que no resulta «dominada», ésto es, que el agente no tiene ninguna actitud prác- aunque el no se znterese por ellas, que lo que realmente le interesa no
tica negativa de nivel superior (una metapreferencia) respecto de ella. Por lo tanto, al tiene po; q~é coincidi~ con lo que él considera que le interesa. Si esto
afirmar que cierto interés es para el agente una razón justificativa válida --es decir, que fuera asi, si fuese posible establecer una diferencia entre sus intereses
considera que ha quedado satisfecha la condición ceteris paribus- se afirma implícita-
mente que considera que no hay en juego ninguna razón moral para no hacer lo que reales u objetivos y sus intereses subjetivos, serían sin duda los prime-
piensa que le interesa: la acción está para él prudencialmente justificada por la presen-
cia de su interés; y moralmente justificada por la ausencia de razones morales para no (11_4) Vid. supra, nota 62 de esta parte I, así como las matizaciones que se introdu-
realizarla. Que el agente desee hacer -o incluso haga, por debilidad de la voluntad- cen mas adelante (en el apartado 5.3).
algo incompatible con lo que le interesa, por el contrario, no invalida la afirmación de . (115) Lo contrario da lug.ar, como expondré en el apartado 5.3, a una forma de re-
que para él es su interés el que consituye una razón para actuar, ya que ese deseo es latlVlsmo que es rechazable Simplemente por razones lógicas.
una preferencia de primer nivel dominada por aquél.
115
114
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ros, no los segundos, los que constituirían -ceteris paribus- una ver- pudiera parecer a primer vista. En realidad se puede dar varios senti-
dadera razón justificativa para actuar (los segundos no pasarían de ser dos diferentes a la idea de «intereses objetivos», y al menos en uno
un motivo (116), una posible razón explicativa); y por consiguiente los de ellos- a mi juicio el más claro y aprovechable- es posible seguir
intereses, entendiendo el término en su recto sentido, serían razones manteniendo la tesis central de que los intereses son en último térmi-
no r~zo~es relativas al agente (aunque ciertamente en un sentido algo
neutrales respecto al agente. más mtnncado que los deseos o preferencias de primer nivel).
No se puede negar que este punto de vista goza de cierto atractivo
Qu~zá conven~ría empezar explorando con cuidado el concepto de
inicial. El concepto de «necesidades», por ejemplo, parece bastante
apto para recoger ese sentido objetivado de «interés», y no parece ha- «necesidad». Decir de algo que es «necesario» o que cierto agente lo
ber ningún contrasentido en decir que las necesidades de un individuo «necesita» es siempre afirmar -aunque las más de las veces elíptica-
son independientes de que él sea o no consciente de ellas. Y si hay co- mente- que es necesario para otra cosa. Al hablar de necesidades nos
sas que interesan al agente aunque no se interese por ellas, también, referimos a estructuras causales, a factores que son condiciones sine
se podría decir, a la inversa, que se interesa por otras que van contra qua non para la producción de un determinado estado de cosas; y esas
sus intereses reales: habría planes de vida irracionales, así que el he- relacio~es causales existen evidentemente con independencia de que
cho de estar interesado en ellos no sería en modo alguno una razón cualqmer observador sea o no consciente de ellas. En suma, la forma
para actuar (aunque el agente crea lo contrario). Desde este punto de canónica a la que pueden ser traducidos los enunciados relativos a ne-
vista no se podría aceptar que el individuo es el mejor juez de sus pro- cesidades es «X necesita Y para Z» (119); y si éso es verdad, lo es con
pios intereses, y su «bienestar» no podría ser definido meramente como independencia de que X sea o no consciente de ello. Ahora bien, tan
la satisfacción de las metapreferencias que componen su plan de vida, pronto como entendemos lo q-g_¡; está implícito en los enunciados re-
sino como aquel estado caracterizado por la presencia de ciertos «bie- lativos a razones -y que en el uso ordinario no suele explicitarse por
nes objetivos» (117). completo-, nos damos cuenta de que el hecho de que «Y sea nece-
Me parece, no obstante, que la noción de «intereses reales u ob- sario para Z» no dice por sí mismo nada en favor de la realización de
jetivos» -que tan importante papel ha jugado, por ejemplo, en el pen- Y: para que pueda hacerlo hay que presuponer que el agente X tiene
samiento de tradición marxista (118)- es mucho más oscura de lo que una razón p~ra inten~ar conseguir Z. Quiere ello decir que el concep-
to de «necesidades» JUega un papel derivado en la justificación de ac-
(116) Cfr., p. ej., G. R. Grice, The Grounds of Moral Judgement, cit., pp. 15-16. ciones: que, como dice Brian Barry, puede ser usado en conjunción
(117) De una «lista objetiva» de bienes habla en efecto Derek Parfit, Reasons and con principios justificativos de cualquier clase, pero no como una jus-
Persons, cit., pp. 466, 493, 499 (aunque no se pronuncia inequívocamente a favor de tificación independiente (120).
esa concepción objetivista del bienestar: cfr. pp. 501-502). Sobre los enfoques objetivo
y subjetivo del bienestar, vid. Thomas M. Scanlon, «Preference and Urgency», enlour-
Conviene ahora que reflexionemos sobre la forma en la que sole-
nal of Philosophy, 72 (1975) 655-669, esp. pp. 656-658; y Carlos S. Nino, Etica y Dere- mos hablar de las «necesidades» -o incluso de las necesidades «bási-
chos Humanos, 2." ed., cit., pp. 211-219. cas», «mínimas» o «fundamentales»- de los individuos. Al afirmar
Una tesis especialmente matizada sobre este punto es la de James Griffin -vid. Well- que un individuo X necesita Y (o que está «real» u «objetivamente»
Being, cit., cap. II, sec, 4; cap. III, sec. 7; y cap. IV, sec. 3-, quien, aun creyendo po- interesado en Y) podemos estar queriendo decir tres cosas: que «X ne-
sible aislar un conjunto de «valores prudenciales» o «bienes objetivos» (cfr. p. 67), aña-
de no obstante dos cautelas: que esos bienes pueden realizarse y combinarse de formas
cesita Y para Z» y Z es una preferencia de segundo nivel que X efec-
tan distintas que no es posible definir a partir de ellos una única forma de vida en la
que todo individuo estaría objetivamente interesado (p. 131); y que «puede haber per-
sonas muy especiales para las cuales cualquier valor de esa lista, aun siendo para él tan Press, 1976) [hay trad. cast. de J. F. Yvars -del original alemán Bedeutung und Funk-
tion des Begriffs Bedürfnis im Denken van Karl Marx (1974)-, Teoría de las necesida-
valioso como para todo el mundo, entre en conflicto con otro valor en medida suficien-
des en Marx (Barcelona: Península, 2. a e d., 1986)].
te [... ]como para que, tomando en consideración todos los factores, tenerlo no resulte
(119) Cfr. Alan R. White, Modal Thinking (Oxford: Blackwell, 1971), pp. 105-106;
valioso para él» (p. 33). Brian Barry, Political Argument, cit. pp. 47-49.
(118) Cfr., p. ej., el concepto de «necesidades radicales» explorado por Agnes He-
(120) Op. cit., p. 49
ller, The Theory of Need in Marx (London: Allison & Bus by; New York: St. Martín
117
116
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tivamente tiene un elemento definidor del plan de vida que se ha tra- Por tanto, no es que los intereses (últimos) del agente no sean razones
zado; que «X ~ecesita Y para Z» y Z es una prefere~cia que debería para actuar, es que son razones para una acción distinta de aquella que
tener, aunque de hecho no la tenga; o .que <:~necesita Yyara cual- cree que le interesa. De ahí que a la pregunta de si es el agente el me-
quier z pensable», es decir, para la satis~accwn de ~ualqmer plan de jor juez de sus propios intereses haya que contestar que en un sentido
vida que pueda tener. Me parece convemente exammar estos tres ca- sí (sus intereses últimos son el elemento determinante para precisar 1
sos por separado. . . qué es lo que «objetivamente» le interesa) y en otro no necesariamen-
En el primero podemos hablar de lo que «real» u «ObJetlvament~» te (puede equivocarse acerca de lo que objetivamente conduce mejor
interesa al agente (como algo distinto de aquéllo que él cree que le m- a la satisfacción de sus intereses últimos; y un observador puede des-
teresa) sin tener por ello que admitir que los intereses son razones neu- tacar ese error contraponiendo lo que realmente interesa al agente a
trales respecto al agente. Supongamos que el agente no se da cuen- Jf tenor del plan de vida que tiene y lo que este cree que le interesa).
ta de que Y es necesario para Z (porque sus c~eencms ~~erca .de l~s Pero este primer sentido en el que cabe hablar de intereses «reales» u
relaciones causales relevantes son erróneas, su mformacwn es msufi- «objetivos» no nos fueza en absoluto a abandonar la tesis central de
ciente, maneja cálculos probabilísticos. irreales, no t?ma en cuenta cier- que los intereses son razones relativas al agente.
tas consecuencias laterales o secundanas de sus acciOnes, etc.); supon- ¿Hay algún sentido en el que quepa afirmar que un individuo «Se
gamos incluso que está convencido (erróneamente¿ de que. W es. ?ece- equivoca» acerca de sus intereses últimos, y no meramente acerca de
sario para z, cuando la realidad es que W frustrana la satlsfaccwn de lo que serviría en forma óptima para la satisfacción de éstos? Algunos
z. En ese supuesto podemos decir que algunas de ~as co~as que el agen- autores creen que es posible dar sentido a la idea de un error del agen-
te cree que le interesan (p. ej., W) no son en ~e~lidad mtereses suyos, te acerca de sus intereses últimos si se toman en cuenta las condicio-
mientras que sí lo son -lo son «real» u «ObJetivamente» -otras en nes psicológicas en que fueron formados: quizá el sujeto formó sus pre-
las que él no se interesa (p. ej., Y). . ferencias de segundo nivel, los elementos centrales de su plan de vida,
Pero nótese bien: lo son o no en razón de su metapreferencm Z (y en circunstancias inapropiadas (puede haber desarrollado un de_§eD-- -
de ciertas relaciones instrumentales que él puede percibir correcta o cumpulsivo hacia cierto objeto a consecuencia de una privación-severa
incorrectamente). Ciertas cosas interesan «objetivamente~> ~1 agente y prolongada del mismo, o movido por un propósito de emulación que
en razón de sus intereses subjetivos; y otras en las que sub]etiVame.nte deriva de traumas o frustraciones pasadas de las que no es consciente,
se interesa deben ser descartadas como razones para actuar precisa- o en períodos en los que por cualquier razón sus facultades cognosci-
mente a la vista de lo que son sus intereses subjetivos últimos (121). tivas y volitivas se hallaban disminuidas, etc.); y cabe hablar de «error»
o «equivocación» si se puede afirmar que él mismo, situado en las con-
(121) Pero como dice Nino -Etica y Derechos Humano~, 2.a ed., cit., p. 216 ;1 diciones apropiadas, reconocería ese «error» y modificaría en conse-
«proceso de disociar al individuo de algunos de sus deseos e mtereses debe tener algun cuencia su idea de lo que constituye sus intereses últimos (122).
límite si la base misma de esa disociación es la satisfacción de sus planes de vida o de
sus in~ereses más importantes, con los que aquéllos son incompatibles» (las cursivas son gación con las de otros individuos según una determinada función de bienestar social o
del original). regla de elección colectiva, sin que ello presuponga una valoración que se pretende pre-
Esta explicación de lo que debemos entender por int~reses «objetivos» o «reales» cisamente que debe ser el resultado de esa agregación. Para resolverlo se han desarro-
de un individuo, compatible con la idea central de que los mtereses no son razones n~u­ llado sofisticados modelos que dan cuenta de cómo diferentes clases de preferencias de
trales respecto al agente, sino relativas a él, coincide a grandes .r,asgos con la sostemda un sujeto deben ser descartadas por razones internas al conjunto de sus propias prefe-
por Brian Barry, Political Argument, cit., pp. 179-183; y tamb.ten con. el concepto de rencias últimas. El resultado es un concepto de «intereses reales» u «objetivos» muy si-
«preferencias auténticas» --como algo distinto de las «pr.eferenctas rr:anifestadas>>-:- que milar al que acabo de esbozar en el texto: vid. p. ej., Robert E. Goodin, «Laundering
maneja John Harsanyi «Morality and the Theory of Ratwnal Behavtour», en Soeza! Re- Preferences», en Jon Elster y Aanund Hylland (eds.), Foundations of Social Choice
search 44 (1977) [aho;a en A.K. Sen y B. Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond, Theory (Cambridge: Cambridge University Press/ Oslo: Universitetsforlaget, 1986), pp.
cit., pp. 39-62, por donde se cita]; pág. 55. ., . , . . 103-132.
Uno de los problemas clásicos de la teoría de la eleccwn so.ctal es el de como JUSti- (122) Es lo que sostiene, por ejemplo, Richard Brandt, que define como deseos o
ficar que ciertas preferencias de un sujeto sean rechazadas y exlmdas del proceso de agre- intereses «racionales» aquéllos que «sobrevivirían a un proceso de psicoterapia cogniti-

118 119
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

Esta tesis, sin embargo, debe ser acogida con alguna cautela. En conceptual ~ntre lo que verderamente interesa al agente y lo que él
especial ha de definirse con cuidado qué es lo que cuenta como «con- cree que le mteresa. Lo que sucede es que las más de las veces se ha-
diciones apropiadas»: si un individuo no reconoce que cierto cambio bla de lo que «verdadera» u «objetivamente» interesa a los individuos
en su situación le interese, pero a pesar de todo ese cambio se produ- mezclando dos niveles que a mi juicio sería conveniente mantener con-
ce y a resultas del mismo pasa a aceptar que efectivamente le intere- ceptualmente diferenciados: los planes de vida y las concepciones de
saba, necesitamos un criterio que justifique por qué las «circunstan- lo bueno. En un esquema de tipo aristotélico, por ejemplo, del hom-
cias apropiadas» para fijar cuáles son sus verdaderos intereses son las bre que se aparta de la práctica de las virtudes que conducen a la eu-
segundas y no las primeras. De lo contrario cualquier cambio inducido daimonía se puede decir a la vez -en lenguaje actual- que es inmo-
de las preferencias del agente, no importa lo manipulatorio que pueda ral y que se.equivoca respecto a sus verdaderos intereses (125). Lo que
haber sido, se confirmaría a sí mismo como una reconciliación de los sucede obviamente es que en esa concepción la idea de «verdaderos
intereses «subjetivos» y «objetivos» del agente. Necesitamos, por tan- intereses» descansa en una metafísica teleológica que hoy no parece fá-
to, como ha señalado Bernard Williams (123), una «teoría del error», ~il de ac.eptar. ~i prescind.imos de ella -y no empleamos tampoco la
una «explicación sustantiva de la forma en qur. la gente puede equivo- Idea de mcapacidad descnta anteriormente- me parece que los pre-
carse al reconocer sus intereses», sin la cual la. idea de intereses reales suntos intereses «objetivos» de los que a veces se nos habla resultan
resulta ser puramente ideológica. Habrá que mostrar, por consiguien- no ser otr.a cosa .que concepciones de lo bueno, de lo que es moral-
te, que en las circunstancias originales el agente estaba afectado por mente valioso. SI parecen otra cosa es porque se nos presentan habi-
alguna suerte de incapacidad -distinta del mero hecho de no recono- tualmente como si derivaran de una cierta concepción de la persona
cer originalmente que el cambio recomendado le interesaba- de la previa a cualquier consideració~de tipo moral (126), lo que a decir ver-
que se ha librado posteriormente. Si efectivamente contamos con un dad no creo que sea el caso (127). Ahora bien, si insistimos en llamar
concepto de «incapacidad» que cumpla esos requisitos (es decir, que
no convierta a cualquier cambio en autoconfirmatorio), podemos dar (125)~ Y ello permite entender los rasgos de la prudencia aristotélica, la phrónesis,
sentido a la idea de un agente que está «equivocado» en cuanto a sus profundamente distinta de una concepción como la que aquí se está manejando y que
se encuentra mucho más próxima, pdr ejemplo, a la concepción kantiana (vid. infra,
intereses últimos (124). Pero eso no implica que los intereses sean ra- nota 131 de este capítu~o). Aristót~les no llama «prudente» [phrónimos1 a quien elige
zones neutrales respecto al agente, incluso respecto al agente no afec- a~ecuadamente los mediOs necesanos para un fin dado, sino «diestro» [deinós1 (cfr. E t.
tado por ninguna clase de incapacidad del tipo descrito, que es lo que l'jlc., 11.44~ 23 y ss.). La p~rónesis se diferencia de la mera destreza [deinótes1 en que
requería la tesis objetivista empeñada en la absoluta independización esta e~ ~diferent~ a la calidad moral del fin que se persigue, mientras que aquélla es
1~ _habtlid~d del VI~tuoso, es el saber distinguir los medios adecuados para la consecu-
cion del fin de la. v1da b~ena. Ya que éste sería el fin natural del hombre, la phrónesis,
va», es decir, a una confrontación «repetida», «vívida» y «en los momentos oportunos» como la prudencia kantiana [Klugheit1, es la habilidad en la persecución de un fin ne-
con «la lógica y los hechos relevantes»: cfr. A Theory of the Good and the Right (Ox- cesario, pero, a diferencia de ella, de un fin necesariamente bueno. De este modo Aris-
ford: Oxford University Press, 1979), pp. 111 y ss.; las tesis de Brandt son suscritas por tóteles co~cluye afirmando alg?que Kant no podría aceptar: que «es imposible ser pru-
Maurizio Mori, Utilitarismo e Morale Razionale. Per una Teoría Etica Obiettivista (Mi- dente no Siendo bueno» (Et. N1c., 1144a 35-36), Cfr. el exhaustivo análisis de Pierre Au-
lano: Giuffré, 1986), pp. 59 y 65-66. Una idea similar de «intereses racionales» como benque, La prudence chez Aristote (París: P. U. F., 1963; 3.• ed. revisada y aumentada
aquellos que han sido formados con «plena conciencia» [full awareness1 es sostenida por 1986). '
Hare, «What Makes Choices Rational?», en Review of Metaphysics, 32 (1979) 623-637.
(123) Cfr. Bernard Williams, Ethics and the Limits of Philosophy (London: Fonta- (126) Es 1? q.ue sucede, p. ej., con la lista de «formas básicas de lo bueno» que nos
na-Collins, 1985), pp. 42-43. ofrece John Fmms, Natural Law and Natural Rights, cit., caps. III y IV; Id., Fundamen-
tals of Ethics (Oxford: Clarendon Press, 1983), cap. II, sec. 7.
(124) Esa idea de «incapacidad» o «incompetencia» constituye de hecho el núcleo
de la que es a mi juicio la mejor forma de justificación moral del pat~rnalismo: cfr. John (127) ·Me parece que lleva razón Norman Daniels cuando afirma que no existe algo
Rawls, A Theory of Justice, cit., p. 250; J effrey Murphy, «Incompetence and Paterna- que pueda ser llamado «la pura verdad, previa, profunda y determinada» acerca de la
lism», en Archiv für Rechts- und Sozialphilosophie, 60 (1979) 465-486; Donald VanDe- n.aturaleza de las personas, sino que cualquier teoría de la persona «incluye considera-
Veer, Paternalistic Intervention, eit., cap. VII; y Ernesto Garzón Valdés, «¿Es éticamen- ciOnes que derivan del interior de una teoría moral»·; cfr. Norman Daniels, «Moral
te justificable el paternalismo jurídico?», cit., pp. 165 ss. Theory and the Plasticity of Persons», cit., pp. 273-274. Convendría en este sentido dis-

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

«intereses reales» u «objetivos» a los elementos que integran una con- actuar·. Pero no lo es por razones morales (porque no satisface la con-
cepción de lo bueno estaremos presentando las relacion~s entre pru- , dición ceteris paribus), no porque no coincida con un presunto interés
dencia y moralidad de una forma que no me parece la mas adecuada: real u objetivo que el sujeto tendría.
creo que resulta mucho más claro decir que el. agente tiene razon~s mo- Por supuesto un agente que reflexiona acerca de su idea del tipo
rales para hacer ciertas cosas (aunque no le mteresen), que decir que de vida que merece la pena ser vivida puede no ser capaz de distinguir
en realidad sí le interesan (aunque él piense lo contrario). con facilidad dónde está la divisoria entre su plan de vida y su con-
Todo ello nos lleva al segundo de los casos que distinguí anterior- cepción de lo bueno. Lo moral puede. penetrar en el terreno de lo p~u­
mente: «X necesita Y para Z» y Z es una preferencia que debería te- dencial de diferentes maneras: en pnmer lugar porque las concepciO-
ner. Si Z es una preferencia que el sujeto debe tener (esto es, si no es nes de lo bueno se basan en ideas muy generales acerca de la clase de
opcional para él incluir Z en su plan de vida), h~mos de concl~ir que persona que es valioso ser, y esas ideas pueden no ser fáciles de ais.lar
tiene que procurar Z por razones morales. Al .~f1rn:ar q~e los mte~e­ del resto de las aspiraciones personales que integran el plan de vida
ses del agente constituyen razones para la. ~ccion solo si queda sa~Is­ del sujeto; además, el sujeto puede considerar que en general le inte-
fecha la condición ceteris paribus se está diciendo que su plan de vida resa comportarse moralmente en vista de la desazón psicológica (au-
\ no constituye la última palabra en cuanto a razones para actuar, que
torreproche, sensación de culpabilidad) o de la presión social que ex-
las razones prudenciales están limitadas por razones m~rales. Se.gú~ ~1 perimenta en caso contrario; e incluso no hay nada .de incongruente
concepto de racionalidad prudencial que estoy defendiendo el mdiVI-
en la idea de un individuo que se traza un plan de vida cuyo compo-
duo puede tener razones morales para dejar de hacer lo que prud~n­
nente esencial sea el de vivir virtuosamente. A pesar de todo creo que
cialmente le interesa o para hacer ciertas cosas en las que prudencial-
es posible diferenciar el plan "de vida de un sujeto de su concepción
mente no está interesado. Por el contrario, si insistimos en que Y cons-
tituye para el agente un verdadero interés (o más en general: q~e lo de lo bueno de la misma manera que se diferencian en general una pre-
que objetivamente le interesa es hacer lo que es bueno, no la satisfac- ferencia cualquiera y una metapreferencia referida a ella, y que no con-
ción de cualquier plan de vida diferente que pudiera haberse trazado), siste en constatar que la metapreferencia domina a una preferencia de
difuminaremos la divisoria entre prudencia y moralidad y habremos de signo contrario (lo que puede no ser el caso), sino en que ~1 age~te
concluir que -por definición- al agente le i11;teresa ser moral, dando acepte, contrafácticamente, que si llegara a tener esa preferencia de sig-
1 por zanjada una cuestión sumamente compleJa y que merece un t.ra- no contrario resultaría dominada.
tamiento más rico que una simple estipulación (128). O el plan de vida Recapitulando: parece que cuando hablamos de intereses «objeti-
de un individuo es moralmente permisible o no lo es; si no lo es, lo vos» de los individuos nos estamos refiriendo en realidad a una de es-
que él considera que constituye su interés no es una razón válida para tas dos cosas: o a lo que podríamos denominar «intereses objetivos so- \
bre la base de sus intereses subjetivos (últimos)», o a componentes de
una concepción de lo bueno, de lo moralmente valioso. En el primer
tinguir, como propone Rawls, entre una «concepción de la persona» ~ una «te.~ría ?e caso no hay por qué abandonar la tesis de que los intereses son en pu-
la naturaleza humana»: mientras que la segunda es el resultado de la mformacwn dis- ridad razones relativas al agente; en el segundo, estamos ciertamente
ponible a partir, entre otras cosas, de la psicología y la sociología, la primera es inequí-
vocamente un ideal moral (vid. «El constructivismo kantiano en la teoría moral», pp. en presencia de razones neutrales respecto al ag~nte, p~ro no se tr.ata
153-154 de la trad. cast. cit.). de sus intereses (salvo que resolvamos lo contrano mediante una sim-
(128) Como dice Thomas Nagel, «[ ... ]la convergencia entre la racionalidad y la ~ti­ ple estipulación, en detrimento -creo- de la claridad concep-
ca no debe alcanzarse de un modo demasiado fácil, y desde luego no merced a una sim-
ple definición de lo moral como lo racional o de lo racional como .lo mo~al» (The ~iew
tual) (129).
from Nowhere, cit., p. 200). Me parece que Joseph Raz no ha sabido evlt~r ese peligro
cuando afirma -en The Morality of Freedom, Cit., p. 318- que los conflictos entre la (129) Tengo la impresión de que en buena parte de las reflexiones producidas en
moralidad y el bienestar del agente «son sólo accidentales y ocasionales», lo que no es los últimos años en torno al concepto de «necesidades básicas» se pasan por alto las im-
de extrañar si se tiene en cuenta que previamente ha definido el bienestar del agente plicaciones de esta distinción, con la consecuencia -a mi juicio perturbadora- de que
como el éxito en la consecución de sus objetivos si éstos son valiosos (pp. 297-298). se pretende haber dado con un medio de fundamentar juicios morales sobre una base
122 123
LA
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

No obstante, como indiqué anteriormente, quedaría por explorar mos (con lo que. esta tercer~ posibilidad queda reducida a la primera
una tercera posibilidad de dar sentido a la expresión «intereses obje- de las dos exammadas antenormente). En esta interpretación el con-
tivos»: la que podemos representar esquemáticamente con la fórmula tenido de Y resultaría ser verdaderamente exiguo: apenas lo estricta-
«X necesita Y para cualquier Z pensable», es decir, para la satisfac- ment.e impre.s_cindible para mantener vivo al agente (y ni tan siquiera
ción de cualquier plan de vida. Me parece, sin embargo, que este ter- eso si, no deJandonos desconcertar por el aire de paradoja que tendría
cer camino desemboca finalmente en alguno de los dos anteriores. En e~ exp~esar~e en semej~ntes términos, al hablar de cualquier «plan de
vid~» mclmmos el consistente en el suicidio). Normalmente, al hablar
primer lugar, si verdaderamente es cierto que Y es necesario para la
satisfacción de cualquier plan de vida, entonces Y será un interés ob- de mtereses o necesidades básicas la idea pretende utilizarse con un
jetivo sobre la base de cualquier conjunto de intereses subjetivos últi- contenido no tan extraordinariamente reducido. Pero ello se debe, se-
gún creo, a que entonces no se está pensando ya en medios necesarios
para la satisfacción de cualquier plan de vida en sentido estricto o li-
de naturaleza puramente fáctica o empírica no controvertible. Esa estrategia argumen- teral, sino en ~os que son necesarios para la satisfacción del conjunto
tal se basa en postular, como por ejemplo hace Wiggins -vid., David Wiggins, «Claims de planes de ~Ida entre los que nos parece moralmente permisible op-
of Need», en T. Honderich (ed.), Morality and Objetivity. A Tribute to J. L. Mackie tar (presupomendo en~onces un.a concepción de la clase de persona
(London: Routledge & Kegan Paul, 1985), pp. 149-202, especialmente pp. 153-154, 157 que es mor~lment~ v.ahoso se~, meluso si esa concepción es una que,
y 18~-190, nota 10-, un presunto sentido no instrumental o categórico de «necesidad», dentro de czertos lzmztes, considera moralmente valiosa la autonomía
en VIrtud del cual decir que «X necesita Y» no es una forma elíptica de decir que <<ne-
cesita Y para Z» (con lo que toda la fuerza justificatoria de su necesidad de Y depen- d~ los i!ldividuos p~ra forjar sus planes de vida) (130); y por este ca-
derá de la que posea Z y no podrá ser determinada previa o independientemente de mmo, SI ~o me eqmvoco, la presunta tercera posibilidad en juego que-
ésta), sino que significaría que X resultaría dañado de un modo fundamental si no lle- da reducida a la segunda de las que antes examiné.
gara a disponer de Y, de manera que esa sóla constatación ofrecería una justificación . Ciertamente ~o e.s inusu~l h~blar de «intereses objetivos» para re-
(y además una que reposaría sobre circunstancias empíricas objetivas) para el juicio prác- fenr~e a los medios Imprescmdibles para la satisfacción de los planes
tico según el cual la necesidad que X tiene de Y debe ser satisfecha. Pero a mi juicio
no se «deriva» de ello justificación alguna, sino que simplemente se está manejando un
de vida que la gente suele tener de hecho (y que dentro de un medio
concepto normativo de daño -y no, contra lo que se pretende, puramente empírico o cultural mínimamente homogéneo no serán por lo general extraordi-
descriptivo- en el que la presunta justificación obtenida está en realidad contenida des-
de el principio (i. e., no es que algo sea valioso porque sea objeto de una necesidad
sino que es necesario para algo que previa e independientemente hemos juzgado com~ (130) En este sentido me parece especialmente significativa la revisión de la noción
valioso.) de «bienes primarios» que Rawls ha llevado a cabo en sus últimos escritos. En «Social
En mi opinión estas dificultades afectan en alguna medida, a pesar de las importan- Uni:y and Primar~ Goods» afirma que«[ ... ] la cuestión de qué cuenta como bienes pri-
tes matizaciones que introducen, a los muy interesantes trabajos recientemente publi- manos n~ se ?e?Ide preguntando qué medios generales son esenciales para alcanzar
cados de Ruth Zimmerling, «Necesidades básicas y relativismo moral», en Doxa 7 (1990) aquellos fines ultimas que un examen empírico o histórico comprehensivo mostraría que
35-54, y de Javier de Lucas y María José Añón, «Necesidades, razones, derechos», en la gente por regla general o..normalment~ tiene en común», siendo posible en cualquier
Doxa 7 (1990) 55-81. Así Zimmerling, aun reconociendo (p. 39) que su posición se basa caso que ~<[ .. -Lhaya poco~ fines d~ es~ tlp.o, si es que hay alguno», sino que «[a]unque
en la presunción de «prejuicios» que no admiten justificación ulterior (pero que, viene la determmacwn de los bienes pnmanos mvoca un conocimiento de las circunstancias
a decirnos, estarían implicados en el concepto de «moralidad», en la naturaleza de «la y exigencias generales de la vida social, lo hace sólo a la luz de una concepción de la
empresa moral misma», p. 38), afirma que las necesidades básicas son datos «empíri- pers~na dad~ de ~ntemano» (p. 194 de la trad. cast., cit.; la cursiva es mía). Así pues,
cos» y «objetivos» (pp. 47 y 51) sobre la base de los cuales es posible refutar la postura l~s bie~es pnmanos no son medios necesarios para la realización de cualquier plan de
del relativista moral. De Lucas y Añón, por su parte, aunque admiten que la identifi- VIda~ smo de los planes de. vida compatibles con una concepción de la persona que se
cación de las necesidades básicas «Se realiza en la mayor parte de los casos desde pre- admite que constituye un Ideal moral. En «Kantian Constructivism in Moral Theory»
misas normativas» (p. 58) y que la teoría de las necesidades se encuentra en un «apa- reconoce que en este punto ha revisado su opinión anterior: «Debería aquí comentar
rente callejón sin salida ... en punto a la relación entre la existencia de una necesidad y que, al hacer que la relación de los bienes primarios descanse en una concepción par-
la exigencia de su satisfacción» (p. 69), sostienen no obstante que las necesidades tienen tlcul.ar de la persona, estoy revisando las sugerencias que se encuentran en A Theory of
«caracter objetivo» y «juegan un papel de primer orden como razones justificativas» (p. Justzce, pues allí puede parecer como si la lista de los bienes primarios se concibiera
61), de modo que una vez establecida una necesidad ésta es por sí misma «una buena como el resultado de una investigación puramente psicológica, estadística o histórica»
razón» para que sea satisfecha (pp. 70, 74), si bien «no concluyente» (p. 70). (p. 147 de la trad. cast., cit.).

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

nariamente dispares.) Dada la extremada complejidad que puede lle- son útiles sobreentendiendo que el agente efectivamente tiene -como
gar a revestir el cálculo prudencial y las limitaciones de tiempo, cono- quizá sea lo normal, o lo más frecuente dentro de su grupo social-
cimiento y facultades de razonamiento del agente, es posible que lo los fines últimos para alcanzar los cuáles dichas máximas resultan ge-
más normal sea no desarrollar en toda su complejidad la deliberación neralmente apropiadas.
encaminada a determinar qué acción produce una mayor satisfacción En suma, como los intereses del agente sólo constituyen razones
neta del conjunto de nuestro plan de vida; en su lugar recurrimos a para actuar si queda satisfecha la condición ceteris paribus, se puede
ciertas máximas de experiencia -que son el producto de un vastísimo afirmar que un plan de vida no constituye una razón justificativa váli-
razonamiento inductivo llevado a cabo por el grupo social e incorpo- da para actuar si contraviene razones morales. Si al afirmar que un
rado a su concepción pública del «sentido común»- que, funcionando plan de vida es ~r~~cional queremos decir algo diferente de ésto, pa-
como atajos, nos hacen llegar en la mayor parte de los casos a la de- rece que las pos1b1hdades restantes serían sólo las siguientes: que sea
cisión prudencialmente adecuada (131). Pero nótese bien: lo que esas el producto de alguna situación de incapacidad del agente, en el sen-
máximas recomiendan no son intereses «objetivos» en el sentido de tido en que ésta fue definida anteriormente; que esté basado en infor-
que seguirían siéndolo sea cual fuese el plan de vida del agente; sólo maciones o conocimientos falsos o insuficientes, o en una apreciación
errónea de relaciones causales, probabilidades, etc.; o que sea incon-
(131) Estas observaciones nos aproximan al concepto kantiano de prudencia. En el sistente, es decir, que contenga fines últimos incompatibles (en cuyo
cap. II de la Fundamentación de la Metafísica de las Costumbres (cfr. Grundlegung zur caso resulta autofrustrante).
Metaphysik der Sitten, Ale, t. IV, pp. 413 y ss.) Kant distingue dos clases de imperati- Cabría pensar, sin embargo, en un problema distinto: que quizá es
vos hipotéticos: las reglas de la habilidad [Geschicklichkeit] o principios problemático-
prácticos y los consejos de la prudencia [Klugheit] o principios asertórico-prácticos. Los
posible que en ocasiones una estricta racionalidad prudencial conduz-
primeros se refieren a la realización de un fin contingente, mientras que los segundos se ca a una elección prudencialmente irracional, es decir, que la raciona-
refieren a la realización de un fin necesario (ser feliz, «Un propósito que no sólo pueden lidad prudencial podría llegar a ser auto-refutatoria. Muchos creen que
tener, sino que puede presuponerse con seguridad que todos tienen, por una necesidad exactamente éso es lo que sucede en las situaciones de interacción es-
natural»). De ahí que la prudencia pueda definirse como la «habilidad en la elección de
tratégica del tipo del «dilema del prisionero» (132). Si así fuera, el
los medios que nos conducen a nuestro propio bienestar» [zum eigenen Wohlsein].
Ocurre sin embargo que ningún ente finito, por perspicaz y minucioso que pueda llegar agente estaría «objetivamente -interesado» -porque sería la forma de
a ser en su deliberación, puede estar plenamente seguro acerca de cómo maximizar su producir un resultado Pareto-óptimo- en observar, a condición de
felicidad, pues para ello precisaría de algo de lo que necesariamente carece: la omnis- que los demás hicieran otro tanto, ciertas reglas que impondrían la frus-
ciencia. De ahí que para ser feliz «no cabe obrar por principios determinados, sino sólo tración parcial o total de lo que el agente -aquejado en ese caso de
por consejos empíricos», como los relativos a la dieta, la cortesía, la moderación en el
gasto, etc., pues «la experiencia enseña que estos consejos son los que mejor fomentan, cierta «miopía» prudencial- considera que son sus intereses. Esas re-
por término medio, el bienestar». glas seguramente podrían calificarse como «morales». Creo que lasco-
El sentido en el que Kant consideraba las «reglas de habilidad» como «principios pr..o- sas no son tan sencillas, pero lo que está en juego, en cualquier caso,
blemático-prácticos» y los «consejos de prudencia» como «principios asertórico-prácti- es el tipo de conexión, la continuidad o discontinuidad, entre razones
cos» ha sido aclarado por Günther Patzig, que explica minuciosamente el uso «analógi-
co» que hace Kant de los términos de su teoría del juicio en el ámbito de la ética: cfr.,
prudenciales para actuar y razones morales. Ha llegado por tanto el
Günther Patzig, «Die logischen Formen praktischer Satze in Kants Ethik», en Kantstu- momento de adentrarse en el análisis de éstas últimas.
dien 56 (1966) pp. 237-252 [ahora en G. Patzig, Ethik ohne Metaphysik (Gotingen: Van-
denhoeck & Ruprecht, 1971); hay trad. cast. de E. Garzón Valdés, Etíca sin Metafísica
(Buenos Aires: Alfa, 1975), pp. 98-122, por donde se cita; esp., pp. 112-118].
Sobre los cambios terminológicos introducidos por Kant después de la Fundamen-
tación -especialmente en la primera redacción y en la versión definitivamente publica-
da de la Introducción a la Crítica del Juicio- para referirse a las dos clases de impera-
tivos hipotéticos, vid. Pierre Aubenque, «La prudence chez Kant», en Revue de Mé-
taphysique et de Morale 80 (1975), pp. 156-182 [ahora, como apéndice, en La prudence
chez Aristote, cit., pp. 186-212, vid. especialmente, pp. 191-197]. (132) Vid. supra, nota 81 de esta parte l.

126 127
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

5. VALORES: RAZONES MORALES ces citada afirmación de Sidgwick sería «el más profundo de la éti-
ca» (133), se ha discutido comúnmente bajo un encabezamiento que
5.1. Prudencia y moralidad: ¿por qué debo ser moral? sin duda ha hecho fortuna en la filosofía moral contemporánea: «¿por
qué debo ser moral?». Lo que sucede, según creo, es que los debates
desarrollados bajo esa rúbrica mezclan inadvertidamente varias cues-
La idea que se acaba de presentar requiere sin duda un estudio tiones diferentes (pero entrecruzadas), algunas de las cuales son legí-
más detenido: por un lado habría que examinar en profundidad, utili- timas, mientras que otras reposan en simples equívocos. La falta de
zando el esclarecedor aparato formal de la moderna toería de juegos, precisión respecto al significado que se atribuye a los términos clave
la estructura de las situaciones en las que aparentemente se produce de la discusión -«interés», «moral», «racionalidad>>- sirve de cobijo
la quiebra de la racionalidad prudencial individual; por otro, habría a un enredo de cuestiones diversas del que dudo que pueda emerger
que aclarar con carácter general la idea misma de que una clase cual- una respuesta simple y conCisa. · ·
quiera de racionalidad resulta auto-refutatoria, distinguiendo quizá en- En particular, no creo que la dificultad pueda zanjarse suscribien-
tre diversas formas en las que podría llegar a darse ese resultado. Pero do alguna versión de las tesis que, desde Prichard (134), han defendi-
antes -y para evitar equívocos- conviene situar el problema de la re- do con distintos matices muchos filósofos morales (135) y cuyo núcleo
lación entre prudencia y moralidad de un modo más general. -prescindiendo ahora de los detalles añadidos por cada uno- podría
Si la prudencia se concibe como maximización de la utilidad de un resumirse así: en la pregunta «¿por qué debo ser moral?» se puede atri-
individuo (entendiendo por talla satisfacción global de su plan de vida) buir al término «debo» un significado moral o uno no moral; si se hace¡.
y se admite que la moralidad impone restricciones a la maximización lo primero la pregunta carece d~~sentido, ya que sería exactamente del
de aquella utilidad -como parece ser el caso con caracter general, mismo género que «¿por qué los círculos son circulares?»; si se hace
~ sean cuales sean las diferencias ulteriores que existan entre nociones lo segundo y se reconvierte la pregunta original en otra tipo «¿qué ra-
distintas de «moralidad»-, parece evidente que en determinadas si- zones prudenciales tengo para ser moral?», la respuesta es que senci-
tuaciones el agente tendrá razones prudenciales para actuar de mane- llamente resulta absurdo preguntar por las razones prudenciales que
ra inmoral y razones morales para actuar de manera imprudente. Se pueden avalar el no actuar sobre la base de razones prudenciales; así
diría por tanto que nos encontramos ante dos escalas o medidas dis- que, sea como fuere, la pregunta resulta estar mal planteada, carece
tintas para justificar una acción. Pero no podemos contentarnos con de sentido.
la constatación de esa duplicidad de patrones de evaluación: se ha de
establecer el peso relativo de cada una de esas dos series de conside- (133) Vid. H. Sidgwick, The Methods of Ethics, cit., p. 386, nota 4. Literalmente,
raciones distintas. Ahora bien, el problema reside en determinar de el problema reside según Sidgwick en la relación entre el «egoísmo racional» y la «be-
qué modo sería posible hacerlo. Porque evidentemente cualquiera de nevolencia racional».
esas dos clases de consideraciones, cuando entran en conflicto, resulta (134) Vid. H. A. Prichard, «Ddes Moral Philosophy Rest on a Mistake?» en Mind,
21 (1912) [ahora en Id., Moral Obligation (Oxford: Oxford University Press, 1968), pp.
descalificada en términos de la otra; y no parece que exista (o al me- 1-17].
nos no resulta en modo alguno evidente cuál podría ser) una tercera (135) Cfr., p. ej., S. Toulmin, An Examination of the Place of Reason in Ethics
escala a la luz de la cual resulte posible establecer el peso relativo de (Cambridge: Cambridge University Press, 1950), pp. 160-163 [trad. cast. de I. F, Ariza,
El puesto de la razón en la Etica (Madrid: Revista de Occidente, 1964; Alianza Ed.,
las dos anteriores. Resta añadir que no cabe salir del atolladero ale- 1979)]; J. Hospers, Human Conduct (New York: Harcourt, Brace & World, 1961), pp.
gando simplemente que las razones morales prevalecen sobre las pru- 194 ss.; Kai Nielsen, «Is "Why should I be moral?" an Absurdity?, en Australasian Jour-
denciales por definición, ya que con ello sólo conseguiríamos recon- nal of Philosophy, 36 (1958) 25-32; Id., «Why Should I Be Moral? [1963], en W. Sellars
vertir la pregunta de qué razones prevalecen en otra nueva, pero no y J. Hospers, Readings in Ethical Theory, 2." ed. (Englewood Cliffs, NJ: Prentice Hall,
1970), pp. 747-768; Marcus G. Singer, Generalization in Ethics ((New York: Alfred A.
menos perturbadora: qué es lo que justifica que aceptemos una defi- Knopf, 1961; 2" ed., por donde cito, Atheneum, 1971), pp. 319 y 324; D. A. J. Richards,
nición semejante. A Theory of Reasons for Action, cit., pp. 280-282; Dan W. Brock, «The Justification of
Ese problema, que si hemos de hacer caso de la añeja y tantas ve- Morality», en American Philosophical Quarterly, 14 (1977) 71-78.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

~ Creo que esta forma de razonar da por resuelto -o por «disuel- punto .de vi_sta interno o externo respecto a las razones para la acción,
to>>-- el problema demasiado deprisa. En primer lugar, porque exis- y que efectivamente puede decirse que descansan en una serie de ma-
ten varias estrategias argumentativas diferentes (y algunas de ellas muy lentendidos; otras, que constituyen una forma (seguramente impropia
serias) para intentar demostrar que, no obstante las apariencias, sí exis- y un tanto confusa) de preguntar por el concepto adecuado de «racio-
ten razones de autointerés para actuar moralmente (136); y aunque nalidad» a la luz del cual sea posible dar cuenta satisfactoriamente de
quizá resulte a la postre que todas esas estrategias fallan por una u la relació~ entr~ moral y autointerés (137), y que no sólo tienen per-
otra razón, no creo que su fracaso pueda darse por sentado de ante- fecto sentido, smo que resultan ser verdaderamente capitales.
mano sin un análisis detenido. Trataré de ser más claro en el deslinde de las cuestiones bien y mal
Y en segundo lugar (y esta objeción me parece más decisiva) por- planteadas que a mi juicio se agazapan tras la confusa pregunta «¿por
que, aunque la pregunta «¿por qué debo ser moral?» esté efectivamen- qué debo ser moral?». Esa confusión se manifiesta emblemáticamente
te mal planteada, seguramente puede ser reemplazada por otra pre- en el par de conceptos «internalismo 1 externalismo», que, desde que
gunta no trivial que refleja la misma sensación de incomodidad que mo- fue acuñado por Falk (138), se viene considerando como criterio de de-
tivó la formulación de aquélla: por ejemplo «¿por qué es racional an-
teponer la moralidad a la prudencia?». Nótese que, si bien es posible (137) Resulta de-sconcertante que la discusión desarrollada bajo el rótulo «¿Por qué
interpretar esta pregunta nueva de manera que acabe llevándonos al debo ser moral?» de generalmente por supuesto que todos entendemos sin necesidad
mismo callejón sin salida que la anterior (o «racional» significa «mo- de aclaraCión prev~a- ? más aún; que lo entendemos de la misma forma- qué es lo
ralmente racional» o «prudencialmente racional»; si lo primero, la pre- que llamamos «raciOnalidad», «moral» e «interés», cuando lo cierto es que cada uno de
gunta es trivial; si lo segundo, hay que contestar que de ninguna for- e~os t~rminos ad~ite obvia~ente inte:J?Ietaciones muy diferentes, que no todas las com-
bmaciOnes entre mterpretac10n~s posibles de cada uno de ellos son consistentes, y que
ma puede ser racional), también es posible hacerlo en un sentido di- de todo ell~ depende el tratamiento que hayamos de dispensar a aquella pregunta.
fernte: un sentido que tiene que ver con la pregunta misma de en vir- Kurt Barer h~ señalado que la perplejidad suscitada por la pregunta «¿Por qué debo
tud de qué podemos decir de algo que constituye una razón para ac- ser moral?>~ provrene probablemente de la inconsistencia entre lo que seguramente son
tuar, pues respondiendo a esa pregunta aclararemos de paso en virtud las concepc~o.nes pre-reflexivas más extendidas acerca de los conceptos en juego: no po-
demos adnutrr a la vez (a pesar de la hipotética aceptabilidad inicial de cada una de es-
de qué cierta clase de razones es jerárquicamente superior a otra. Con- tas proposiciones) que 1) decir que una conducta es «racional» para alguien es demos-
fío en que el sentido de esta última idea, que por ahora puede no re- trar que maximiza su interés; 2) las consideraciones morales imponen en ocasiones la
sultar excesivamente claro, irá emergiendo paulatinamente a medida frustración del propio interés; y 3) realmente no podrían exigir tal cosa a menos que se
que avance la argumentación. Creo, en cualquier caso, que lo que su- muestre que actuar por razones morales es racional mientras que ignorarlas no lo es.
Es obvio que ninguna de estas proposiciones puede ser verdadera si lo son las otras dos
cede no es tanto que la pregunta «¿por qué debo ser moral?» esté mal
(~n pal~bras de Baier: qu~ forman una «tríada inconsistente»), de manera que es pre-
formulada o constituya un pseudoproblema, sino más bien que en ella CISO revisarlas para determmar cuál de ellas debe ser abandonada. Cfr. Kurt Baier «Jus-
se mezclan varias cuestiones: algunas, que como veremos tienen que tification en Ethics», en J. Roland Pennock y John W. Chapman (eds.) Justificatio~: No-
ver con la distinción entre razones y motivos y con la adopción de un mos XXVIII (New York/London: New York University Press, 1986), pp. 3-27; p. 13.
. Con otras pa~abras: dar una respuesta a la pregunta «¿Por qué debo ser moral?» con-
Siste en caracteriZar los conceptos de «racionalidad», «consideraciones morales» e «in-
(136) Evidentemente la armonización entre autointerés y moralidad puede conse- ter~s del agente» -así_ co~o la r~lación que hay entre ellos- de manera que resulte
guirse con facilidad -con demasiada facilidad- presuponiendo un concepto objetivado posible escapar a esa tr~ada mcons~~tente. q~e.nos señala Baier. Suponiendo siempre que
de interés, al modo platónico-aristotélico: cfr. la respuesta que Platón pone en boca de queda descartada una mterpretac10n objetivrsta del concepto de «interés» [vid. supra,
Sócrates frente al argumento presentado por Glaucón en el conocido pasaje del «anillo apartado 4.3] y quedando pendiente de determinar a qué -y a qué no- estamos dis-
de Giges»; República, 395 e y 444 d; y, respecto a Aristóteles, Et. Nic., 1176 b 25 ss. puestos a llamar «moralidad», me parece claro que lo que marca la diferencia entre las
Más dignos de atención son los intentos de tender puentes entre moralidad y autoin- distintas. salidas posibles a esa «tríada inconsistente» es el concepto de racionalidad que
terés en los que éste se interpreta como la satisfacción del plan de vida del agente, que se maneJe. De ello me ocuparé enseguida.
por supuesto están ligados en buena medida a la idea ya apuntada -y dejada de mo- (138) Vid. W. D. Falk, «'Ought' and Motivation», cit.; cfr. también W. K. Franke-
mento en suspenso- de que la racionalidad prudencial puede ser autorefutatoria en con- n.a,_ <~Obligatio~ and ~otivation in Recent Moral Philosophy», cit.; y T. Nagel, The pos-
textos de interacción estratégica. Volveré sobre ello más 'adelante. szbllzty of altruzsm, Cit., pp. 7-15.

130 131
JUAN CARLOS BAYON MOHlNO

marcación básico entre dos tipos de concepciones acerca de los juicios


val-· eligió como blanco de sus críticas: el intuicionismo de W. D.
morales desde las cuales la pregunta «¿por qué debo ser moral?» sería
Ross. La propia lógica interna del intuicionismo, en efecto, parece
tratada de manera completamente distinta. Para la concepción inter-
crear un problema del que Ross pensó que sólo se podía salir median-
nalista -según nos la presentan Falk y Frankena- el ~ono~imiento. o te la adopción del tipo de estrategia que Falk denomina «externalis-
la aceptación de un juicio moral por parte del agente I.mphca la ~XIS­
ta». Para el intuicionista tiene sentido hablar de un «conocimiento»
tencia en él de una motivación para actuar de conformidad con dicho
moral como conocimiento teórico, como conocimiento de ciertos he-
juicio (motivación, eso sí, que puede no prevalecer. en ~~s acc~ones/ ~el chos morales «no naturales».· Por supuesto ello implica la aceptación
agente a causa del fenómeno de la akrasía): la mot1vac10n va Imphcita
de premisas metafísicas sumamente discutibles, pero ahora eso no hace
en el reconocimiento de la obligatoriedad moral de una conducta, es
al caso: lo relevante es que para el intuicionista existe un «conocimien-
interna a ella. La formulación de un juicio moral implica (y parece cla-
to» moral que nos revela que el objeto tal posee tales o cuales carac-
ro que no se está hablando de una implicación. es.tricta, sino de u~a im~ terísticas (p. ej., ser «prima facie obligatorio»). Ahora bien, postulan-
plicación pragmática o contextua!) el reconocimiento de un motivo: ~I do un «conocimiento» moral como forma de conocimiento teórico (y
alguien manifiesta que está de acuerdo en que 0 es moralmente o~h­ la analogía con el conocimiento de lo empírico da pie a la omnipre-
gatorio, pero que no ve por qué motivo habría de hacer 0 , estaría In- sente utilización en el terreno de la moralidad de términos como «he-
curriendo en una suerte de autocontradicción que, según la conceg- cho», «objetivo», «ver», «reconocer», «verdadero/falso», como si afir-
ción internalista, pondría de manifiesto que no entiende correctamen-
mar la moralidad o inmoralidad de una acción consistiera en caer en
te lo que quiere decir que 0 es moralmente obligatorio. P~r/a la con- la cuenta de alguna clase de fenómeno), el intuicionista se encuentra
cepción externalista, por el contrario, recon~cer que una ~ccion es mo- ante un hiato entre conocimiento y motivación y necesita alguna suer-
ralmente obligatoria y que uno tiene un motivo para realizarla son dos te de puente o eslabón para salvarlo. Ese eslabón, piensa Ross, no pue-
cuestiones distintas e independientes: la motivación sería externa a los
de ser otro que la intervención de un mecanismo psicológico suple-
juicios morales y no tiene en absoluto por qué ir implícita (contextual- mentario: el deseo de hacer lo que uno reconoce que es moralmente
mente) en el asentimiento a ellos.
obligatorio hacer (139); y qui~n carezca de ese deseo podría preguntar
Hasta aquí, la presentación clásica que Falk y Fr~nkena nos dan con perfecto sentido «¿por qué debo hacer lo que (reconocozco que)
de estas dos concepciones y que he tratado de resumir con la mayor es moralmente obligatorio?» (140).
fidelidad (y, por ello mismo, conservando los aspectos equívocos o dis-
Ahora bien, parece claro que en esa forma de razonar se incurre
cutibles que a mi juicio contiene). Me parece evidente que ~n torno a
en un error al que ya me he referido antes (141), y que proviene de
ellas flota un continuo equívoco entre los conceptos de «motivo» (o ra-
zón en sentido explicativo) y «razón» (en sentido justificativo); y que
cuando ese equívoco se hace patente toma cuerpo la impresión de que (139) Vid. William David Ross, The Right and the Good (Oxford: Clarendon Press,
1930; reimp.: University Press, 1967), pp. 157 ss.
o bien la oposición fundamental no reside exactamente donde la loca- (140) Nowell-Smith, a quien estoy siguiendo en buena medida en esta exposición
lizan Fall<: y Frakena o, de lo contrario, ~o nos ha!l~mos /ante '!na al- del modo en que el intuicionismo se ve abocado a adoptar la tesis externalista, describe
ternativa seria ante la que resulte complicado decidir que partido to- la situación gráficamente: «Un nuevo mundo se revela a nuestra inspección; contiene
mar, sino ante un puro y simple malentendido basado a lo que parece tales y tales objetos, fenómenos y características; es posible levantar un plano del mis-
en un error de bulto. mo y describirlo con todo detalle. [... ] Adquirir conocimientos sobre "valores" o "de-
beres" puede resultar tan interesante como adquirir conocimientos acerca de nebulosas
Tomemos de entrada la concepción externalista. No resulta fácil o trombas de agua. Pero ¿qué pasa si no estoy interesado? ¿Por qué habría de hacer
encontrar ejemplos indiscutibles de filósofo~ morales pr?m~nentes qu.e algo a propósito de estos objetos que acaban de serme revelados? Según acabo de apren-
sin ningún género de dudas la hayan sostemdo en los termmos descn- der, algunas cosas son buenas y otras malas; pero ¿por qué habría de hacer lo que está
tos, pero en cualquier caso conoc~mos cuál f~e ~1 represe~tante ~e esa bien y evitar lo que está mal?»; cfr. P. H. Nowell-Smith, Ethics (Harmondsworth: Pen-
posición que Falk -que se consideraba a si mismo un mter~a~I/sta !' guin, 1954) [tr. cast. de Gilberto Gutiérrez, Etica (Estella: Verbo Divino, 1977), por don-
de se cita; p. 56].
que acuñó la distinción a fin de iluminar los defectos de la posicion n-
(141) Vid. supra, apartado 2 y la distinción allí establecida entre lo que llamé «creen-
132
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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

no ver la diferencia entre una creencia cuyo contenido proposicional confundiendo «razones» (cualesquiera que éstas sean y sea de donde
es un juicio descriptivo acerca de fenómenos empíricos y la «creencia» fuere de donde provengan) y «motivos».
de que el acto 0 posee la característica o cualidad de «ser mo~almen~e Porque, en efecto, si existe una cierta racionalidad moral objetiva,
obligatorio»: quien asienta sinceramente a la segunda -a diferencia que conforme a ella se deba hacer 0 es una razón para hacer 0 sean
de quien asienta sinceramente a la primera- está reconociendo _la exi~­ cuales sean los deseos del agente. Afirmar lo contrario sería como de-
tencia de una razón completa para actuar, no meramente la existencia cir, en ~1 plano teórico, que el hecho de que cierta proposición sea la
de un razón auxiliar que necesita ser complementada por algún otro conclusión correcta de una inferencia deductiva a partir de premisas
elemento a título de razón operativa (como, por ejemplo, el deseo de verdaderas no es una ra~ón para creer que es verdadera a menos que
realizar la clase de actos en los que se reconoce que concurre la pro- uno crea que las conclusiOnes correctas a partir de premisas verdade-
piedad o característica aludida) (142). En ese sentido Falk, al criticar r~s so~ verdad~r~s. En ningu~o de los. dos casos -ni en el plano prác-
la forma en que el intuicionismo daba cuenta de los juicios morales, ti.co m en el teon.co- es preciso que mtervenga un elemento psicoló-
no estaba haciendo otra cosa que reproducir la crítica clásica del emo·· gtco suplementano -deseo o creencia- para pasar de la afirmación
tivismo de los años treinta a las teorías que sostienen que los juicios de que ~s racional hacer o creer 0 a la afirmación de que cualquier
morales expresan proposiciones: que son incapaces de dar cuenta del agente tiene en ese caso una razón para hacer o creer 0. Otra cosa dis-
«magnetismo» de los términos morales, de su relación inmediata con tinta, evidentemente, es que el agente no desee hacer lo que es racio-
la acción, de su fuerza práctica (143). Por supuesto esa crítica incluía nal hacer, o no crea lo que es racional creer: eso simplemente demues-
la idea de que es absurdo hablar de una moralidad objetiva (144): pero tra algo tan sencillo como que el agente es irracional. Como dice Toul-
nótese que, tuviera o no razón en esa pretensión adicional, podría man- rr:in, una ~osa es hacer ver a atguien que tiene una razón para elegir
tenerse la crítica del externalismo meramente sobre la base de que está ctertas acc10nes, y otra -y por cierto, agrega Toulmin, «no la tarea
de un filósofo>>-- hacer que ese alguien quiera hacer lo que tiene una
cias C» y «creenciasC'» (especialmente notas 20 y 21 y el texto al que hacen referencia).
razón para hacer (145). El externalismo, en suma, no ve con claridad
(142) Cito de nuevo a Nowell-Smith: «[ ... ]en la vida ordinaria no existe entre "esto la relación entre razones y motivos (146): y por consiguiente, si parte
es lo que tengo que hacer" y "debo hacer esto" resquicio alguno por donde el escéptico
pudiese meter una cuña. Pero si "X es correcto" y "X es obligatorio" se interpretan (145) Vid. Stephen E. Toulmin, El puesto de la razón en la Etica, cit., p.186.
como enunciados de forma tal que X posee las características no-naturales de correc- (146) Me parece e~ectiva~ente que sólo confundiendo razones y motivos puede pa-
ción u obligatoriedad, de las cuales "vemos" sin más que están presentes, parecería tan recer que s~ tiene en ;ne la tesis -sostenida en los últimos años por varios autores que,
imposible deducir "debo hacer X" de estas premisas como hacerlo de "X es agradable" por lo demas, no estan de acuerdo en otras muchas cuestiones de filosofía moral- de
o "X está de acuerdo con la voluntad de Dios". Entre "X es obligatorio para mí" y que la moralidad no es sino un conjunto de imperativos hipotéticos, es decir, que el he-
"debo hacerlo" se ha creado un abismo del que el lenguaje ordinario no sabe nada; y cho de que «mo!almente se debe hacer 0» no ~s una razón para que un agente A haga
ese abismo es preciso salvarlo»; cfr. Etica, cit., p. 57. 0 a menos que el desee actuar moralmente. VId. p. ej. Ph. Foot, «Reasons for Action
(143) Vid. los trabajos clásicos de Ralph B. Perry, «Value and its Moving Appeal», and D_esires», cit.; Id:, «Morality as a System of Hypothetical Imperatives», cit.; H. N.
Philosophical Review 61 (1932) 337-350; y de Charles L. Stevenson, «The Emotive Mea- Castaneda, «Imperatlves, Oughts and Moral Oughts», en Australasian Journal of Phi-
ning of Ethical Terms», Mind 46 (1937) [ahora en W. Sellars y J. Hospers (eds.), Rea- l?sophy, 44 \1966) 277-300; J. C. Harsanyi, «Ethics in Terms of Hypothetical Impera-
dings in Ethical Theory (New York: Appleton-Century-Crofts, 1952), pp. 415-429]. ti.ves», e~ Mznd, 67 (1958) 305-316; Id., «Morality and the Theory of Rational Beha-
De dar crédito a la interpretación de algunos autores [vid. Jonathan Harrison, Hu- VIour», clt., p. 62; Id., «Does Reason Tell Us What Moral Code to Follow and Indeed
me's Moral Epistemology (Oxford: Oxford University Press, 1976), pp. 74-82 y 110-125; to Follow Any Moral Code at All?» en Ethiq, 96 (1985) 42-55, p. 49. ' '
y J. Finnis, Natural Law and Natural Rights, cit., pp. 36-48], ése mismo sería en el fon- Por supuesto toda la confusión radica en que queda sin indicar si «moralmente se
do el sentido último del famosísimo pasaje de Hume acerca del tránsito del «es» al debe ha~e~ X» es una afirm~ción formulada: 1) presuponiendo que existen razones mo-
«debe» ( Treatise, III, i.l): la crítica al hiato obligación-motivación -y, por ende, a la rales ObJetivas;. 2) presupon~end_o 9ue no existen y por parte de alguien que está expre-
concepción de qué es un juicio moral que lo origina- perceptible en la filosofía moral sando s_us propias pr.eferenci.as ultimas; o 3) presuponiendo que no existen y por parte
de autores intelectualistas como Butler, Cudworth o Clarke. de al~me~ que descnbe mediante un enunciado imparcial o no comprometido (es decir,
(144) Cfr. Falk, «"Ought" and Motivation», cit., p. 510, donde habla de rechazar descnbe sm aceptar) las preferencias últimas de otro(s).
el «objetivismo oscurantista». La tesis criticada -que el hecho de que «moralmente se debe hacer 0» no es una
134
135
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de la premisa de que hay algo que puede ser llamado «racionalidad mo- conciencia de que se están mezclando esas dos cuestiones diferentes
ral objetiva», defiende o bien una tesis insostenible -que «0 es mo- (una de las cuales, además, descansa en un malentendido).
ralmente obligatorio» no implica que hay una razón para hacer 0 a me- De las dos, ya ha quedado delimitada la primera y hemos visto que
nos que el sujeto desee hacer 0--, o bien una tes~s trivial -qu~ como en el fondo, superando la trampa verbal tendida por la confusión en-
hecho psicológico empírico es perfectamente posible que el suJeto no tre «razones» y «motivos», desemboca en la cuestión (a la que hay que
desee hacer lo que («objetivamente») tiene una razón para hacer, lo contestar con una negativa) de si es pertinente o lógicamente admisi-
que es tanto como decir que los motivos de su acción pueden ser irra- ble la pregunta «¿por qué he de hacer lo que debo hacer?». Pero al
cionales. En suma: el rechazo del externalismo no depende del recha- hablar de la «relación entre deber y motivación» podemos estar plan-
zo de una racionalidad moral objetiva: antes bien, resulta claro que si teándonos un problema distinto: si la existencia de una razón para ac-
ésta existe la pregunta de por qué hacer lo que a la luz de ella es ra- tuar, en sentido justificativo, está o no ligada conceptualmente a su
cional hacer está efectivamente mal planteada. En este sentido el in- aceptación como tal por parte de alguien. O con otras palabras (y ha-
tuicionista Prichard fue más lúcido que el intuicionista Ross. ciendo uso de la terminología de Williams que se presentó anterior-
mente) (147): si hay o no algún sentido en el que se pueda decir que
Se diría que hasta aquí estoy echando agua al molino de quienes «existe» una razón para actuar aunque nadie en el mundo la incluya
afirman que «¿por qué debo ser moral?» es una pregunta carente de en su «conjunto subjetivo de motivaciones». La contestación negativa
sentido. Y en efecto, creo que la confusión entre razones y motivos es -es decir, la que sostiene que sólo existen razones internas, que siem-
responsable de la parte del problema contenido bajo esa pregunta que pre que hablamos de razones para actuar nos referimos a elementos o
debe ser calificada como un malentendido. Pero junto a ella, según miembros del conjunto subjetivo de motivaciones de algún agente-
creo, queda otra parte que no puede ser despachada en los mismos té~­ sería propia de la concepción internalista; la afirmativa -esto es, la
minos. Para identificarla debemos tratar de reinterpretar o reconstrUir que sostiene que existen razones externas, razones de las que se puede
la diferencia entre internalismo y externalismo. decir que existen independientemente de su aceptación como tales por
Al decir de Falk y Frankena, la cuestión acerca de la cual discre- parte de alguien-, de la externalista (148).
pan internalistas y externalistas es la «relación entre debe~ y motiva- Estas dos concepciones requieren sin duda un análisis más deteni-
ción». Sucede, sin embargo, que cuando hablamos de analizar la «re- . do. Pero antes me interesa subrayar que, interpretadas como dos res-
lación entre deber y motivación» podemos tener en mente dos proble:.. puestas distintas al problema de si hay o no «razones externas», estas
mas distintos (o mejor dicho: un pseudoproblema y un problema real); dos concepciones no se solapan respectivamente con el «externalismo»
y que en la caracterización de Falk y Frankena parece no haber plena y el «internalismo» concebidos como dos diferentes contestaciones al
pseudoproblema encerrado en la pregunta «¿por qué he de hacer lo
que debo hacer?»: concebido como respuesta a ese pseudoproblema,
razón para que un agente A haga !21 a menos que él desee actuar moralmente- debe
rechazarse si, como primera posibilidad, aceptamos la existencia de ciertas razones ob-
el «externalismo» debe ser rechazado a limine (149); por el contrario,
jetivas para actuar: si existe una cierta racionalidad moral objetiva, que conforme a ella
se deba hacer !21 es, como ya he explicado, una razón para hacer !21 sean cuales sean los (147) Vid., supra, apartado 3.1, nota 26.
deseos del agente. Si por el contrario afirmamos que la idea de razones objetivas para (148) Así emplea los términos «internalista» y «externalista» David A. J. Richards
actuar carece de sentido, que sólo existen preferencias últimas de alguien, la tesis criti- en «Moral Rationality», en Synthese, 72 (1987) 91-101, p. 96; Hart ha hablado recien-
cada sólo queda en pie si la afirmación «moralmente se debe hacer X» está formulada temente de razones «"externas" u objetivas»: cfr. Hart. Essays on Bentham, cit., p. 266.
como enunciado imparcial o no comprometido --es decir, como descripción de un con- (149) Es lo que he intentado subrayar al insistir en que debe ser rechazado no sólo
junto subjetivo de motivaciones que no es el suyo- por el agente A que delibera acer- por quien sostenga que no hay más que razones internas, sino también por quien afirme
ca de qué razones tiene para actuar. Lo que en ningún caso puede ser admitido es que que existen razones externas: porque, en efecto, si hay razones externas, razones «Ob-
esa tesis se mantiene en pie (y esto es algo que los autores criticados no ponen en claro) jetivas», actuar racionalmente no puede querer decir otra cosa (sean cuales sean los de-
aunque se presuponga la existencia de una racionalidad moral objetiva o, presuponien- seos del agente) que actuar conforme a ellas (aunque como dato psicológico empírico
do que no existe, aunque la afirmación «moralmente se debe hacer !21» sea formulada resulte posible que el agente no desee hacer lo que objetivamente es racional hacer).
desde el punto de vista interno por el propio A.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

concebidos como respuestas al problema de si cabe o no hablar de «ra- nadie en el mundo las incluya en su conjunto subjetivo de motivacio-
zones externas», tanto el internalismo como el externalismo exhiben nes, porque su validez no es relativa a su aceptación por un agente. Si
cierta plausibilidad inicial. En adelante, por consiguiente, hablaré esas razones existen objetivamente (y ahora no importa demasiado de
siempre de internalismo y externalismo sólo en este segundo sentido. donde su~gen: d~ cual9uier clase de «hechos morales» que se postu-
Por ahora me limitaré a dar, con trazos muy gruesos, una cierta len, de ciertas dimensiOnes pragmáticas del discurso, etc.) entonces
idea de la lógica interna de cada uno de estos dos modelos. Al hacerlo existe una base para distinguir con nitidez entre lo que el agente cree
quedarán sin duda pendientes de aclarar muchos puntos cruciales, pero que s~n razones (y le motiva) y lo que realmente son razones (y por
creo que por el momento es mejor pasarlos por alto. Para el modelo ello mismo debería motivarle). Nótese bien: entre lo que cree que son
internalista, en primer lugar, no existe nada de lo que se pueda decir y lo que realmente son razones; no entre lo que para él son razones y
que constituye una razón para la acción con independencia de que al- lo que son razones para un agente distinto. La clave, por supuesto, re-
guien -quien habla: el agente o cualquier observador de su conduc- side en que en este segundo modelo la idea de razones (al menos en
ta- acepte que es así. En este primer modelo la idea de razones para el nivel de las razones últimas) se desconecta conceptualmente de la
la acción está conectada conceptualmente a la idea de preferencias (o idea de preferencias. Que el sujeto tenga efectivamente una preferen-
más exactamente, si se tiene en cuenta la estructura estratificada del cia no dominada hacia lo que es racional hacer resultaría contingente:
discurso práctico que he ido exponiendo, a la idea de «preferencias no pero el hecho de que no la tenga no afectaría para nada a la determi-
dominadas»). Eso quiere decir que todas las razones para actuar son nación de qué es verdaderamente lo racional. En definitiva, lo que este
«razones desde el punto de vista de alguien»; o, más técnicamente, segu~do .modelo postula es que sólo la racionalidad instrumental-pru-
que la afirmación de que algo constituye una razón para actuar es ads- dencial tlen~ que ver con la satisfacción de las preferencias del agente,
criptiva, no descriptiva. Por supuesto cualquiera puede describir desde pero que existe además otra dimensión de la racionalidad práctica des-
fuera (es decir, describir sin suscribirlo) el conjunto subjetivo de mo- de la cual es posible evaluar precisamente sus preferencias últimas. A
tivaciones de otro (y los enunciados que emplearía al hacerlo serían diferencia de lo que sostiene el primer modelo, para el cual la racio-
entonces -en el sentido de Hare- juicios entrecomillados); y desde nalidad moral es relativa a las preferencias de máximo nivel del eva-
luego puede criticarlo, pero necesariamente desde el suyo propio (o luador., es~e .segundo m~de~o'. afirma la posibilidad de evaluar las pre-
desde cualquier otro desde el que reflexione hipotéticamente, ésto es, ferencias ultimas de un md1v1duo desde un punto de vista que no re-
sin aceptarlo y convertirlo por consiguiente en el suyo propio). Lo que . sulte ser meramente el conjunto de preferencias últimas de otro sino
sostiene el modelo internalista, en cualquier caso, es que siempre se una instancia independiente de ambos, exterior a ellos. La natu;aleza
reflexiona y se habla desde un conjunto subjetivo de motivaciones, y de esa ?imensió~ suplementaria de la racionalidad práctica completa-
que lo que no existe es un «punto de Arquímedes» desde el que poder . mente mdependiente de cualquier clase de preferencias del sujeto (o
evaluarlos todos desde fuera, un punto de vista que no sea el de nadie de preferencias de quien evalúa su conducta), puede resultar más o me-
en particular (150) y desde el cual quepa determinar lo que «Verdade- nos nebulosa, pero en cualquier caso su postulación es el elemento di-
ramente» son razones para actuar. ferencial de lo que estoy llamando modelo externalista (151).
Para el modelo externalista, por el contrario, tiene sentido hablar
de razones para la acción objetivas, de razones que son válidas aunque (151) Podría pensarse que al hablar de «modelo internalista» y «modelo externalis-
ta» se está empleando una terminología innecesariamente novedosa y escasamente acre-
ditada en la filosofía moral para hacer referencia a algo que convencionalmente suele
Vid. en este sentido las observaciones de E.J. Bond, Reason and Value (Cambridge: designarse c~n otros .nombres. Así, por ejemplo, cabría pensar que lo que estoy llaman-
Cambridge University Press, 1983), pp. 41-42 y 65-66. · do «~o?elo mternahsta». no es otra cosa --en términos más familiares- que «no cog-
(150) Es decir, un «View frorn Nowhere», por emplear la sugerente expresión de la n_o~c.rtivisrno» (y, correlativamente, que el «modelo externalista» equivaldría al «cognos-
que se ha servido Nagel para dar título a su reciente y penetrante reflexión acerca de crtlvrsrno»). Creo; n? ?bstante, que hablando de «cognoscitivisrno» y «no cognoscitivis-
las ideas de objetividad y subjetividad, tanto en su aplicación a la teoría del conocimien- mo» (o de «descnpt1Vlsmo» y «no descriptivisrno») se introduce un factor de confusión
to corno en el terreno de la moralidad [op. cit.: vid. supra nota 62 de esta parte I]. que es precisamente el que pretendo evitar (y en razón del cual me parece preferible

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

Aunque son muchos los puntos por aclarar acerca de cada uno de «moralidad»: para no correr el riesgo de incurrir en peticiones de prin-
estos dos modelos, para mis propósitos presentes basta con la carac- cipio, me parece que por el momento lo más conveniente será pasar
terización sumaria que se acaba de ofrecer. Lo que me interesa ahora revista a diferentes posibilidades de definición de lo «moral», sin dar
es dar una idea de cómo la pregunta «¿por qué debo ser moral?» (o por sentado de antemano (como podría hacerse en virtud de una sim-
para ser más exacto: aquel aspecto de la misma que no puede serta- ple estipulación) que alguna de ellas es la correcta, o la más defendi-
chado de mera confusión conceptual) asume unos perfiles distintos se-
ble. La acepción más laxa -o, lo que es lo mismo, menos exigente-
gún cuáles sean los presupuestos (internalistas o externalistas) desde
coincide con lo que Mackie ha llamado «moral en sentido amplio», o
los que se esté reflexionando.
Supondré, en primer lugar, que estamos asumiendo los presupues- con lo que resultaría de adoptar el criterio de definición que Peter Sin-
tos del modelo internalista. Falta por aclarar, evidentemente, qué es ger denomina «neutralismo respecto a la forma y el contenido» (152):
lo que -desde la óptica de ese modelo- estamos dispuestos a llamar la moral, en este sentido, sería cualquier conjunto de principios que
un individuo considere el criterio último y de orden supE~mo para guiar
hablar de «modelo internalista» y «modelo externalista», por atípico que resulte). Por-
sus elecciones. Nótese que, por definición, todo agente tendrá una
que en efecto, «cognoscitivismo» y «no cognoscitivismo» se emplean usualmente para «moral» en este sentido amplísimo, pues entre la pluralidad de ele-
dar nombre a dos posiciones -o mejor: familias de posiciones- antitéticas que giran mentos jerarquizados de su conjunto subjetivo de mot:lvaciones algu-
en torno a las cuestiones del significado y la función de los enunciados morales, y no nos -los que sean- habrán de ocupar el lugar más alro. Me parece,
tanto (aunque el matiz quede muchas veces oscurecido por un uso poco riguroso de los no obstante, que este sentido amplísimo, que convierte en una tauto-
términos) en torno a la cuestión ontológica de en qué sentido puede decirse que «exis-
ten» razones para la acción. Entendido el «cognoscitivismo» en su sentido genuino -es logía la afirmación de que es inconcebible un agente amoral, sólo re-
decir, como una teoría acerca del significado y función de los enunciados morales que sulta de recibo si -presuponi€\ndo siempre la concepción de qué es
atribuye a éstos un contenido proposicional, una función referencial-, tan cognosciti- una <<razón para actuar» que he descrito como característica del mo-
vista es, pongamos por caso, el intuicionista (que, en la terminología que propugno, se delo internalista- se adopta una visión tosca de la estructura interna
adscribiría al modelo externalista) como el «naturalista subjetivista» que sostiene que
los enunciados morales son reducibles a enunciados fácticos, de contenido psicológico,
del conjunto subjetivo de motivaciones del agente, a tenor de la cual
en los que se afirma que una persona o un grupo experimentan determinadas actitudes todos los elementos que lo integran son indistintamente «preferencias»
ante cierta clase de actos (aceptando con toda probabilidad lo que estoy llamando mo- suyas (que se distinguen, eso sí, por el lugar que ocupan a lo largo de
delo internalista). Un buen resumen de los esquemas clasificatorios de teorías metaéti- una escala ordinal). He explicado en otro lugar por qué esa visión re-
cas más difundidos puede encontrarse en E. Rabossi, «Análisis filosófico y teorías éti- sulta inadecuada (153), y creo que no es preciso reproducir ahora esa
cas», en Ethos, 1 (1973) 193-209 [ahora en Rabossi, Estudios Eticos, cit., pp. 57-81].
Por otra parte, «externalismo» e «internalismo», tal cual han sido provisionalmente explicación. Pero en cualquier caso resulta palmario cómo construiría
descritos, constituyen dos opciones excluyentes entre las que no hay conciliación posi- su respuesta a la pregunta «¿por qué debo ser moral?>> quien razone
ble. Me parece, por el contrario, que es posible construir una teoría acerca del signifi- a partir de estas premisas: el «interés» del agente no :~ería otra cosa
cado y función de los enunciados morales que recoja a la vez lo que hay de atractivo que la satisfacción neta del conjunto de sus preferencias (de todas sus
tanto en el «cognoscitivismo» (o «descriptivismo») como en el «no cognoscitivismo» (o
«no descriptivismo») sin quedar lastrada por sus respectivos inconvenientes: es decir,
preferencias), de manera que en puridad habría que ab2.ndonar la idea
que dé cuenta satisfactoriamente de la fuerza ilocucionaria típica de los enunciados mo- de que la moralidad exige en ocasiones el sacrificio del propio interés.
rales (dificultad en la que el «cognoscitivismo» tropieza de manera recurrente), y al mis- Ocurriría más bien todo lo contrario: consistiendo la moral en las pre-
mo tiempo explique adecuadamente su dimensión asertórica, el sentido en que puede ferencias a las que el sujeto atribuye mayor importancia, es precisa-
decirse que los términos morales funcionan como predicados (sin lo cual es difícil expli- mente al satisfacerlas cuando vela por su auténtico interés, no cuando
car en qué sentido -si es que no se trata de un puro error- podemos decir que se «ra-
zona» moralmente, o qué sentido cabe atribuir a enunciados morales interrogativos, o
condicionales, dificultades todas ellas que repetidamente se han esgrimido en contra del (152) Cfr. John Mackie, Ethics. lnventing Right and Wrong (Harnondsworth: Pen-
«no cognoscitivismo»). Es lo que han hecho --en mi opinión de forma muy convincen- guin, 1977), pp. 106-107; Peter Singer, «The Triviality of the Debate~ over "ls-Ought"
te- A. Peczenik y H.M. Spector, «A Theory of Moral Ought-Sentences», en Archiv and the Definition of "Moral"», en American Philosophical Quarterly, 10 (1973), pp.
für Rechts- und Sozialphilosophie, 73 (1987) 441-475. Intentaré desarrollar todas estas 51-56, pp. 51-52.
ideas más adelante (en el apartado 5.3). (153) Vid. el apartado 3.1.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

las desatiende en aras de la satisfacción de preferencias a las que él mis- guaje que deje sitio para esa posibilidad, que no elimine por principio
mo atribuye un menor peso (154). Y eliminándose el conflicto entre la idea de un individuo rigurosamente amoral y permita distinguir en-
autointerés y moralidad la perplejidad inicial que rodea a la pregunta tre la ausencia y la presencia de preferencias de tercer nivel, necesita-
«¿por qué debo ser moral?» se desvanece. mos restringir el sentido amplísimo de «moral» que se presentó ante-
Supongamos ahora que -permaneciendo siempre en la óptica del riormente. No diremos, por tanto, que la moral de un individuo está
modelo internalista en cuanto a qué debe entenderse por razones para constituida por cualesquiera razones para actuar que, dentro de su con-
actuar- adoptamos una visión más refinada del conjunto subjetivo de junto subjetivo de motivaciones, sean jerárquicamente supremas (lo
motivaciones del agente, según la cual su estructura consta de diferen- que nos forzaría a concluir que la satisfacción de su plan de vida es
tes niveles que se articulan entre sí como preferencias y metapreferen- «la moral del amoral»), sino por sus preferencias de tercer nivel (que
cias acerca de ellas. Las capacidades específicamente humanas de re- normalmente todo ~gente tendrá, pero de las que, como posibilidad
presentarse un objeto no presente, de autocontrol y de trazar planes lógicamente irreprochable, puede carecer). Y esas preferencias de ter-
a largo plazo determinan que los seres humanos no tengamos sólo pre- cer nivel-valores morales- pueden definirse, desde el punto de vis-
ferencias de primer nivel, sino que formemos metapreferencias relati- ta de quien las sostiene, como razones para actuar caracterizadas por
vamente duraderas acerca de ellas, es decir, que tengamos al menos dos rasgos: constituyen metapreferencias con respecto a los intereses
preferencias de segundo nivel («planes de vida», en cuya satisfacción, (y por tanto, en caso de conflicto, son éstos los que resultan «domina-
como ya hemos visto, puede decirse que consiste el «interés» del agen- dos»); y son consideradas por él como razones que todo el mundo de-
te). La idea de una persona completamente desprovista de preferen- bería respetar sea cual sea su plan de vida, ya que precisamente trazan
cias de segundo nivel resulta difícil de concebir, hasta el punto de que, los límites de lo que cabe considerar como planes de vida aceptables.
según creo, estaríamos de acuerdo en considerar esa carencia como sín- Pues bien, si son éstas las premisas de las que partimos (sólo existen
toma de alguna incapacidad básica que afectaría al sujeto. Sin embar- razones internas; el interés del agente consiste en la satisfacción de sus
go la idea de un sujeto que sólo tiene preferencias de primer y segun- preferencias de segundo nivel; la moral, en sus preferencias de tercer
do nivel me parece perfectamente posible desde el punto de vista ló- nivel), resulta evidente qué habría que contestar a la pregunta «¿por
gico (aunque, desde el punto de vista empírico, creo que resulta alta- qué debo ser moral?»: lo racional para un agente sería actuar según
mente improbable) (155). Y por eso, si queremos disponer de un len- sus preferencias no dominadas y, dependiendo de los casos, las de se-
gundo nivel (sus «intereses») puede que sí lo sean (por sus <<valores»
(154) Esta es, en esencia, la forma en que razona Fernando Savater en Etica como o preferencias de tercer nivel). Así que, aunque la moral le exige el
amor propio (Madrid: Mondadori, 1988); vid., p. ej. p. 22: «... las valoraciones no sólo
no pueden ser desinteresadas, sino que constituyen en sí mismas expresión de los más
altos y arraigados intereses. Llamamos "valor" y concedemos valor a aquello que más
nos interesa».
c~t:', pp. 52-58. No estoy _seguro, sin embargo, de que -como Hare pretende-lapo-
(155) No creo que tengan razón los que afirman que quien sostenga esa posición se SlCIOn del amoral sea cntlcable por razones prudenciales (porque le impide adquirir há-
vería envuelto en una suerte de autocontradicción pragmática: en esa incómoda situa- bitos o disposiciones de conducta que también resultan ser prudencialmente beneficio-
ción, según me parece, se encontraría sólamente quien suscribiera el principio según el sos): cfr. Moral Thinking, cit., pp. 191 y ss., y 219.
cual todo individuo debe perseguir su propio interés, lo que sin duda resulta completa- He apuntado también que, aun siendo hipotéticamente concebible, la existencia de
mente distinto de la posición del amoral, que precisamente se abstiene de formular cual- un agente de ese tipo r~sulta altamente improbable desde el punto de vista empírico:
quier clase de principio de conducta universal. Véase sobre este punto Jesse Kalin, «Pu- las causas que lo hacen muy improbable son con seguridad complejas y muy variadas,
blic Pursuit ari.d Prívate Escape: The Persistence of Egoism», en Edward Regís Jr. (ed.), y pueden consistir en presiones del medio social y exigencias del proceso de socializa-
Gewirth's Ethical Rationalism. Critica! Essays with a Reply by Alan Gewirth (Chicago: ción, características psicológicas de los seres humanos o incluso, de creer a la parte más
University of Chicago Press, 1984), pp. 128-146. Que la posición del amoral es inataca- defendible -explicativa, y no justificativa- de la moderna sociobioloaía, condicionan-
ble desde el punto de vista lógico ha sido reiteradamente subrayado por Hare: cfr. Free- tes biológicos; pero cuáles sean con exactitud esas causas es una cue~tión que excede
dom and Reason, cit., pp. 100-102; Moral Thinking, cit., pp. 183-187; y «Do Agents con mucho de los límites de este trabajo y que, en cualquier caso, tampoco es indispen-
Have to be Moralists?», en Edward Regís Jr. (ed.), Gewirth's Ethical Rationalism ... , sable esclarecer en este momento.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sacrificio de su interés, su razón para ser moral consiste en que ello es de consideración valorativa (que irremediablemente nos haría desem-
acorde con una preferencia suya de orden superior. bocar en una petición de principio).
Aunque el concepto de «moral» ha quedado sensiblemente circuns- Supongamos que aceptamos este criterio de uso del témino «mo-
crito, cabe pensar que aún sigue siendo demasiado amplio, demasiado ral», que admitimos que las preferencias de tercer nivel de un indivi-
poco exigente. Alguien podría objetar que para que cierta pauta de duo que en su opinión constituyen razones que han de prevalecer so-
conducta que un sujeto suscribe merezca realmente el nombre de «mo- bre las inclinaciones de cualquier agente sólo pueden ser llamadas «mo-
ral» no basta con que satisfaga los requisitos mencionados (preferen- rales» si pueden ser suscritas por quien adopte determinado punto de
cias de tercer nivel que él considera que han de prevalecer sobre los vista, o si tiene cierto contenido (158). En ese caso, como es obvio,
deseos e intereses de cualquiera), sino que hace falta bastante más. que un individuo incluya razones «morales» en su conjunto subjetivo
Puede sostenerse que la idea misma de moralidad está ligada a la adop- de motivaciones es un hecho puramente contigente. Pero nótese que
ción de una cierta perspectiva o punto de vista (por ejemplo: a un pun- si' no las incluye -y siempre si permanecemos dentro del modelo in-
to de vista imparcial o de un observador ideal que atribuye el mismo ternalista acere~ de qué cabe entender por «razones para la acción»
peso a todos los intereses en juego); y que quien no adopta esa pers- -su respuesta a la pregunta «¿por qué ser moral?» será sencillamente
pectiva o punto de vista sencillamente no formula juicios morales, no que no tiene ninguna razón para serlo. Excluida por hipótesis la posi-
emplea conceptos morales, por más que maneje un cof!cepto de lo bilidad de «razones objetivas», las presuntas razones morales no serán
«bueno» (producto quizá de las convenciones de su comunidad, de para él sino las preferencias de tercer nivel de otro(s), algo que él con-
creencias religiosas, etc.) que según él es regulativo respecto a las in-
clinaciones de cualquiera (propias y ajenas) porque su valor no depen-
de de que sea acorde con los intereses de los individuos (156). Lo con- (158) Seguramente es cierto -y ~utores como Maclntyre lo han subrayado con es-
pecial énfasis: cfr., p. ej., A Short History of Ethics (London: Macmillan, 1966), p. 1
trario -proseguiría esta línea de argumentación- nos llevaría a un [trad. cast. de R. J. Walton, Historia de la Etica (Buenos Aires/Barcelona/México: Pai-
«vaciamiento conceptual de la moral» (157), lo que debería ser evita- dos, 1982] y After Virtue (Notre Dame, Ind.: University of Notre Dame Press, 1981; 2."
do simplemente en aras del rigor y la claridad, no por ninguna clase ed., 1984) [trad. cast. de Amelia Valcárcel, Tras la Virtud (Barcelona: Crítica, 1987),
por donde se cita], pp 25 y 59 -que nuestra concepción corriente de lo que cabe en-
tender por «discusión moral» es relativa a una práctica social que desde luego no ha exis-
tido en todo tiempo y lugar. Ahora bien, ante ese hecho cabe preguntarse si es prefe-
(156) Este punto de vista se encuentra perfectamente resumido en el siguiente texto rible reservar el calificativo «moral» para esa práctica contingente y sostener que fuera
de Warnock, que, a pesar de su extensión, no me resisto a citar por su gran expresivi- de ella ninguna clase de evaluación merece ese nombre, o, por el contrario, admitir con
dad:«¿[ ... ] contamos con una forma de identificar ciertos conceptos como morales[ ... ], criterio más amplio que puede calificarse como «moral» a cualquier juego de lenguaje,
de manera que nos sea posible decir inteligiblemente de una persona que, si bien posee sean cuales sean sus reglas, en el que los individuos evalúan el carácter y la conducta
sin duda formas de evaluación del carácter y la conducta humanos, no emplea en rea- humanos con arreglo a criterios últimos que se entiende que han de prevalecer sobre
lidad conceptos morales en absoluto? Aquí nos entran las dudas, ante el espectro de la las inclinaciones contrarias de cualquier agente (añadiendo a continuación que, por su-
mera arbitrariedad, o de la estipulación lingüística carente de interés; pero, a pesar de puesto, las reglas de ese juego de lenguaje son enormemente cambiantes en el tiempo
todo, me parece que sí contamos con ella, [... ]. Si estamos, p. ej., ante un individuo y el espacio). Pues bien, lo que me interesa resaltar por el momento es que la decisión
cuyas opiniones acerca de lo bueno y de lo malo, de lo correcto y lo incorrecto derivan de calificar o no esta disputa como meramente verbal -y por tanto no merecedora de
de una mezcla de tabúes religiosos y devoción apasionada y exclusiva hacia la gloria mayores desvelos- dependerá en último término del concepto de «racionalidad» que
guerrera de su tribu, me parece que podemos decir inteligiblemente: este hombre no manejemos, de lo que a nuestro juicio deba entenderse por «razones (justificativas) para
ve nada como un problema moral, no posee conceptos morales en absoluto, la morali- la acción»: si sostenemos que sólo existen razones internas, que no hay nada que «ob-
dad implica una manera de ver las cosas que sencillamente nunca se le plantea. Si él jetivamente» sea una razón, creo que no importa el que decidamos hacer un uso más
dice que uno de los miembros de su tribu es un hombre bueno, porque observa los ta- restringido o más amplio del término «moral»; si, por el contrario, consideramos que
búes religiosos y tiene docenas de cabelleras colgando del mástil de su tienda, podemos existen razones para la acción objetivas, cuya validez no depende en absoluto de que
decir razonablemente que eso no es un juicio moral». Cfr. G.J. Warnock, The Object efectivamente sean aceptadas por alguien en particular y que son superiores a la racio-
of Morality (London: Methuen, 1971), pp. 7-11; el párrafo citado se encuentra en la nalidad instrumental-prudencial, entonces puede ser sensato sostener que el calificativo
p. 8 [las cursivas son del original]. «moral» debe reservarse para referirnos a ellas, so pena de introducir la confusión en
(157) La expresión es de Nino: cfr., Etica y derechos humanos, 2." ed., cit., p. 86. problemas como el de dar respuesta a la pregunta «¿por qué debo ser moral?».

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

templa meramente desde el punto de vista externo. Si un conjunto sub- meramente la evaluación de un conjunto subjetivo de motivaciones
jetivo de motivaciones sólo puede ser evaluado y criticado desde otro, desde otro diferente (es decir, del suscrito por el evaluado desde el que
porque no existe ningún punto de vista neutral y superior a ambos, los suscribiría quien está evaluando). Todo ello requiere una elucidación
elementos del primero que no formen parte también del segundo no más profunda de las nociones de objetividad y subjetividad y de punto
son razones en absoluto desde la óptica de este último (y vicever- de vista interno y externo respecto a un conjunto de razones, cuestio-
sa) (159). nes todas que están en el corazón mismo de la alternativa internalis-
Pasemos ahora al modelo externalista. Para él, como ya apunté, mo-externalismo. Pero dejando por el momento al margen esas difi-
existe una dimensión de la racionalidad práctica que está por encima cultades, lo que es obvio es que, razonando a partir de las premisas
de -o fuera de- los conjuntos subjetivos de motivaciones de cual- externalistas, la pregunta «¿por qué debo ser moral?» queda reducida
quier agente. Desde esa dimensión objetiva se podría calificar como a una de estas dos interpretaciones: o bien es interpretada como «¿por
racional que cada agente, dentro de ciertos límites, persiga la satisfac- qué debo hacer lo que X -yo mismo u otro- considera que es mo-
ción de sus intereses (es decir, la racionalidad práctica objetiva daría ral?», en cuyo caso puede responderse que si no coincide con lo que
relevancia en tanto que razones válidas para actuar a algunos de los verdaderamente es moral no debo hacerlo en absoluto; o bien se in-
elementos del conjunto subjeto de motivaciones de cada agente, cua- terpreta como «¿por qué debo hacer lo que verdaderamente es moral»,
lesquiera que resulten ser, a condición de que no trasgredan aquellos y entonces la pregunta resulta ser equivalente a «¿qué razones existen
límites); y al mismo tiempo se podría calificar como racional el respeto para hacer lo que es objetivamente racional hacer?» (y el mero hecho
de dichos límites (sin que para ello sea condición ni suficiente ni ne- de formularla denotaría un serio desorden conceptual en quien pregun-
cesaria que el sujeto incluya en su conjunto subjetivo de motivacio- ta).
nes, como preferencia de orden supremo, el respeto de esos límites). Tras el examen del modo en que se haría frente a la pregunta «¿por
Con otras palabras: sería la misma racionalidad práctica objetiva la qué debo ser moral?» desde los modelos internalista y externalista, la
que justificaría los comportamientos prudenciales y los límites morales conclusión de todo este largo análisis previo debe ya quedar clara: es
a la prudencia, con la única diferencia de que en el primer caso sólo poco fructífero discutir acerca de las relaciones entre prudencia y mo-
determinaría por qué es racional actuar prudencialmente -pero no ralidad -o intentar responder a la pregunta «¿por qué debo ser mo-
qué comportamientos son prudencialmente racionales, porque esa de- ral?- sin hacer explícita la idea de «razones para actuar>> (o lo que es
terminación vendría dada para cada individuo por una parte del con- lo mismo: de racionalidad de las acciones) que se está manejando.
tenido de su conjunto subjetivo de motivaciones-, mientras que en Como la respuesta depende por completo de los presupuestos que se
el segundo determinaría a la vez por qué es racional actuar moralmen- asuman, la discusión provechosa será sólo la que se remonte hasta
te y qué comportamientos son morales (siendo irrelevante para esta de- ellos. Esta es la auténtica cuestión crucial. Desde esta perspectiva la
terminación el contenido de las preferencias de orden supremo de los pregunta «¿por qué es racional anteponer la moralidad a la pruden-
individuos). cia?» no constituye un síntoma de confusión conceptual, un pseudo-
Todos los problemas radican, por supuesto, en la identificación de problema: es, por el contrario, una forma de plantear las cuestiones
esa presunta racionalidad práctica objetiva. Y muy especialmente en básicas de qué significa hablar de «racionalidad» de las acciones, qué
la justificación del sentido en que es verdaderamente «objetiva», y no es lo que hace de algo una razón para actuar y qué lo que determina
que cierta clase de razones sea superior a otra. La discusión, por tan-
to, debe girar hacia la evaluación de los méritos relativos de los mo-
(159) Por supuesto el agente puede desear .comportarse conforme a las preferencias delos internalista y externalista y la clarificación en profundidad de sus
de otro (por deferencia, afán de agradar, etc), considerar que le interesa hacerlo o in- postulados.
cluso estimarlo valioso. Pero obsérvese que en ninguno de esos casos actuará conforme
a preferencias que no son las suyas, ya que las preferencias ajenas sólo penetran de ma- Pero antes de proceder a su análisis es preciso tomar en cuenta una
nera indirecta en su conjunto subjetivo de motivaciones al ser invocadas por sus propios tercera posibilidad. Para adentrarnos en ella hay que recuperar las
deseos, intereses o valores, siendo éstos sus genuinas i·azones para actuar. ideas que dejé en suspenso al concluir el examen de las razones pru-
146 147
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

denciales y pasar al de las razones morales: supongamos que es posi- · dad dt! hacerlo a partir de un concepto de racionalidad -el que la iden-
ble demostrar que ciertas pautas de conducta que constriñen la maxi- tifica con la satisfacción en forma óptima de las preferencias reales de
mización del propio interés serían aceptadas por cualquier agente au- los individuos reales (162)- que se presume claro y no controvertido.
tointeresado pero plenamente racional (y aquí «racionalidad» no quie- Y además el problema de la motivación habría quedado resuelto de
re decir otra cosa que racionalidad instrumental-prudencial) porque, forma transparente: a la pregunta «¿por qué debo ser moral?» habría
dada la situación de interacción estratégica en la que le sitúa la vida que contestar, lisa y llanamente, «porque me interesa». Las promesas
en sociedad, su adopción resultaría ser beneficiosa para él a largo pla- de esta tercera vía (que consisten ni más ni menos que en presentar-
zo. Aunque a primera vista pueda parecer un simple dislate hablar de nos la fundamentación de normas morales como una mera extensión
razones de autointerés para aceptar restricciones a la satisfacción del de la teoría de la decisión racional en sentido económico) son tan atrac-
propio interés, lo cierto es que ése sería justamente el resultado al que tivas que seguramente la hacen merecedora de ser examinada en pri-
se llegaría si se pudiese demostrar que la racionalidad prudencial es, mer lugar. Porque, de resultar satisfactoria, el examen detallado de los
en situaciones de interacción estratégica, auto-refutatoria (es decir, si otros dos modelos probablemente resultaría superfluo. Me temo que
se demostrara que actuar prudencialmente no es la forma óptima de a la postre no es así: pero, según creo, de las razones de su fracaso se
alcanzar los resultados prudencialmente deseables). derivarán algunas lecciones importantes a tener en cuenta al analizar
Nótese que, si fuese posible semejante demostración, el resultado con más calma los dos modelos que quedaron esbozados anteriormen-
que alcanzaríamos por esta tercera vía tendría ventajas evidentes so- te.
bre los dos modelos anteriores: frente al modelo internalista -que im-
plicaría una forma de subjetivismo o relativismo (160) que puede que
a muchos les parezca insatisfactoria-, la posibilidad de aislar un con- 5.2. La moralidad como una presunta extensión de na racionalidad
junto de pautas de conducta aceptables (sin que para ello sea condi- prudencial en contextos de interacción estratégica
ción necesaria que de Jacto sean aceptadas) para cualquier agente ra-
cional autointeresado (161); frente al modelo externalista, la posibili- Hay, desde luego, algo de paradójico en afirmar que pueden exis-
tir razones de autointerés para aceptar restricciones a la satisfacción
(160) Uso aquí estos términos en un sentido coloquial y poco preciso, aunque, como del propio interés. Pero esa paradoja no es fácil de eliminar. Deriva
trataré de mostrar en el apartado 5.3, el calificar como «subjetivista» o «relativista» al de hecho del entrecruzamiento de dos ideas que, quizá en un nivel más
modelo internalista puede mover a confusión y propiciar una imagen distorsionada de
lo que éste realmente implica.
intuitivo que verdaderamente reflexivo, probablemente nos parecen
(161) Nótese que para que este tercer modelo constituya realmente una alternativa igualmente aceptables: por un lado, que la moral, sean cuáles sean los
al modelo externalista, la noción de «interés» debe entenderse en el sentido que he de- términos en los que la concibamos, exige en ocasiones el sacrificio del
fendido al analizar la racionalidad prudencial, es decir, como satisfacción global del plan propio interés; por otro, que es más ventajoso para todos vivir en una
de vida que el agente se ha trazado. Si, por el contrario, adoptamos una versión obje-
tivada de la idea de interés (aquello en lo que el agente debería interesarse, aunque qui-
zá de hecho no se interese por ello), no estaremos sino ante una variante encubierta del (162) Si, en lugar de ello, habláramos de las preferencias que hipotéticamente ten-
modelo externalista (es decir, estaremos presuponiendo la existencia de ciertas razones drían sujetos ideales situados en determinadas circunstancias no empíricas, no estaría-
objetivas para actuar, independientes de las preferencias de los individuos, que se nos mos realmente en presencia de una «tercera vía», sino ante una variante de alguno de
presentan ahora como «interés real»). Por ello, al afirm.ar que se trata de aislar un con- los dos modelos anteriores: del modelo internalista, si nos expresamos meramente como
junto de pautas de conducta que serían aceptables, aunque de Jacto no sean aceptadas, alguien que hace suyas, en tanto que preferencias de tercer nivel, las preferencias que
por un agente autointeresado, no me estoy refiriendo a ninguna clase de «interés real», tendrían esos sujetos en_Ias circunstancias ideales que se definan, y que no admite que
sino a lo que antes llamé «intereses objetivos sobre la base de los intereses subjetivos» pueda hablarse con sentido de «razones externas»; o del modelo externalista, si se sos-
[vid. supra, apartado 4.3, éspecialmente, nota 121]; y lo que sostiene esta tercera vía es tie,ne que es ?bjeti~amente raci?nal actuar según las preferencias hipotéticas que ten-
que a cualquier agente le interesa objetivamente respetar ciertas restricciones a la maxi- dnan esos SUJetos Ideales, con mdependencia de que haya o no alguien en el mundo
mización de su interés habida cuenta de sus intereses subjetivos (y no en contra o al mar- que las haya incorporado efectivamente a su conjunto subjetivo de motivaciones como
gen de ellos), cualesquiera que éstos resulten ser. preferencias de tercer nivel.

148 149
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sociedad compuesta de agentes morales -es decir, de individuos que han analizado lúcida y minuciosamente la estructura, en términos de
respetan ciertos límites que restringen la satisfacción de sus intereses- teoría de juegos, de las situaciones de interacción estratégica en las
que en una en la que todo el mundo se afan~ra i~~?ndicio.na~am~nte que aparentemente la racionalidad prudencial resulta ser auto-refuta-
en satisfacer su propio interés. Esta segunda mtmc10n, de mdiscutible toria. Para analizar estas situaciones -que son del tipo que solemos
sabor hobbesiano, ha llevado recientemente a autores como ~urt llamar «dilema del prisionero» (167)- puede ser útil tener a la vista
Baier (163) o Nicholas Rescher (1?4). ~ sosten~: .que la m~rahdad la siguiente representación convencional:
(cuando dejamos de pensar en un mdividuo ~:tificm~mente m.slado Y
tomamos en cuenta la realidad de la interacc10n social) contnbuye a B
la satisfación de los intereses de los individuos de una manera más efec- Coop. No Coop.
tiva que la prudencia; y que, por consiguien~e.' cualqu.ier a?ente preo- Coop. 2,2 4,1
cupado por su propio interés habr~a de admitir la raciOnalidad de an- A
teponer la moralidad a la prudencm. ~ No Coop. 1,4 3,3
La tesis de Baier o Rescher, no obstante, encuentra un obstaculo
persistente en la idea intuitivamente aceptable que se mencionó en pri-
mer lugar: porque lo que se sostiene en ella no es meramente 9ue la Este gráfico respresenta la matriz de pagos para una interacción es-
moral exige sacrificios momentáneos pero compens~dos -?.~as que tratégica (o «juego», en sentido técnico) bipersonal (168) que tiene la
compensados- a medio o largo plazo, sino que e~I~e. s.acnficiO.s que estructura del dilema del prisionero (en adelante, «estructura-DP» ).
pueden ser netos, es decir, sacrificios para cuy.a exigibihdad es zrrel~­ Los dígitos del 1 al 4 expresaR una gradación ordinal (169) de prefe-
vante su compensabilidad (contingente) a mediO o largo plazo. Se di-
ría, por consiguiente, que las ventajas de .obrar moralmente se nos P!e- «Prudence, Morality and the Prisoner's Dilemma», en Proceedings of the British Aca-
sentan bajo luces distintas cuando reflexiOnamos en el plan? colectivo demy, 65 (1979), pp. 539-564.
y cuando lo hacemos en el individual. Y, de hecho, esa es _JUStamente (167) Vid. supra, nota 81 de esta parte I.
la clave que nos encarrila hacia la di~~lución de la par~doJa. ~ (168) Por supuesto el problema cuya estructura me interesa estudiar -la relación
entre prudencia y moralidad- no se presenta en la realidad como un juego bipersonal,
Entre los filósofos morales el mento de haberlo visto asi corres- sino n-personal. Pero esa simplificación, introducida ahora en aras de la claridad expo-
ponde sobre todo a David Gauthier (165) y De re k Parfit (166), que sitiva, se salva según creo en el conjunto de la argumentación.
(169) Nótese que para los propósitos de mi argumentación es suficiente hablar de
(163) Vid. K. Baier, The Moral Point ofView,. cit., p. 314; «Moral Reasons and Rea- una gradación ordinal de preferencias, con lo que se elude el problema de si son o no
sons to be Moral», en A. l. Goldman y J. Kim (eds.), Values and Af!orals (Dor- posibles y en qué sentido las comparaciones interpersonales de utilidad (CIU), una cues-
drecht/Boston/Lancaster: Reidel, 1978), pp. 231-256; «The Conceptual Lmk Between tión que tendría que ser resuelta si, por el contrario, se asignaran a cada sujeto medidas
Morality and Rationality», en Noús, 16 (1982), pp. 78-~8; y «Rationality, Reason and cardinales de utilidad. Como es bien sabido, el rechazo de la legitimidad de las CIU es
the Good», en D. Copp y D. Zimmerman (eds.), Morallty, Reason and Truth. New Es- uno de los puntos básicos de la crítica a la tradición clásica y neoclásica de la economía
says on the Foundation of Ethics (Totowa, N. J.: Rowman & Allanheld, 1985), PP· del bienestar -crítica de la que es exponente paradigmático Lionel Robbins, An Essay
on the Nature and Significance of Economic Science (London: Allen & Unwin, 1932)-
194-211.
y poco menos que un dogma de fe para la «New Welfare Economics» que se desarrolló
(164) Vid. M. Rescher, Unselfishness (Pittsburgh: University of Pittsburgh Press,
desde finales de los años treinta. No obstante, últimamente se ha defendido desde di-
1975); y «Rationality and Moral Obligation», en Synthese, 72 (1987), pp. 29-43.
versas perspectivas la viabilidad de las CIU, afirmando que su rechazo es un mero re-
(165) Vid. D. Gauthier, «Morality and Advantage», en Ph~losophical Review, 76 sabio neopositivista que debe ser superado y que, si realmente tomásemos en serio los
(1967), pp. 460-475, [ahora en J. Raz (ed.), Practical.Reasoning, c1t., pp. 185-197]; «Rea- argumentos que se esgrimen contra su posibilidad, nos deslizaríamos por una pendiente
son and Maximization», en Canadian Journal of Phzlosophy 4 (1975), PP: 418-433 [aho- en la que acabaríamos por tener que negar la existencia de otras mentes [algo que, como
ra en B. Barry y R. Hardin (eds.), Rational Man and Irrational Society?, c1t., pp. 90-106]; recuerda Maurizio Mari -en Utilitarismo e Morale Razionale, cit., p. 190- ya había
y «Reason to be Moral?», en Synthese, 72 (1987), pp. 5-27. sido señalado por I. M. D. Little en A Critique of Welfare Economics (Oxford: Oxford
(166) Vid., Reasons and Persons, cit., caps. 1, 2 y 4; .las tesi~ ?efendidas por ~arfit University Press, 1950)]: cfr. p. ej. J. Harsanyi, «Morality and the Theory of Rational
en Reasons and Persons sobre esta cuestión ya habían s1do ant1c1padas en su art1culo Behaviour», cit., [1977], pp. 49-52; Kenneth J. Arrow, «Extended Sympathy and the Pos-

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA

rencias, tal que «1» es para cualquiera de los dos sujetos -A o B- dónde falla la línea de argumentación de Baier y Rescher y saber cómo
lo que cada uno de ellos desea más desde un punto de vista autointe- se explica la paradoja de que aparentemente puedan existir razones
resado, y «4» lo más desventajoso. En cada uno de los cuadrantes del de autointerés para restringir la satisfacción del propio interés. En cual-
gráfico el primer dígito -de izquierda a derecha- representa la uti- quier interacción con una estructura-DP la mejor de las soluciones para
lidad que en ese caso obtendría A y el segundo la que obtendría B. cada agente implicado es que todos excepto él jueguen la estrategia coo-
Frente al disfrute de un determinado bien público -y como tal puede perativa, porque recibe así el beneficio que supone para él la restric-
ser definido el respecto social de un principio moral- cada agente tie- ción por parte de los demás de sus respectivos intereses -conflictivos
ne ante sí dos estrategias posibles: la estrategia cooperativa -el res- con el suyo- ahorrándose además el coste de hacer otro tanto. La se-
peto del principio en cuestión, pagando el coste en términos de res- gunda mejor solución desde el punto de vista autointeresado consiste
tricción del propio interés que tal respeto puede representar- y la es- en que todos, incluido él, jueguen la estrategia cooperativa, con lo que
trategia no cooperativa- el comportamiento puramente autointeresa- recibe el beneficio de la restricción por todos los demás de sus respec-
do que transgrede el principio mencionado. tivos intereses, pero pagando el coste de restringirlo también él mis-
El problema de toda interacción con una estructura-DP, como es mo. Y evidentemente la tercera mejor y la cuarta y peor de todas con-
de sobra conocido, radica en que su punto dt tquilibrio no es Pareto- sisten respectivamente en que nadie juegue la estrategia cooperativa
óptimo: el estado de cosas Pareto-óptimo es aquel en que ambos agen- (con lo que no recibe beneficio alguno, pero tampoco paga ningún cos-
tes siguen la estrategia cooperativa (simbolizado en el cuadrante supe- te) y en jugarla sólamente él (con lo que paga el coste sin recibir be-
rior izquierdo, en el que cada agente obtiene lo que prefiere en segun- neficio de ningún tipo). Pero todo ello significa que no hay razones de
do lugar); pero como cada agente se ve tentado a adoptar la estrategia autointerés para restringir la s-atisfacción del propio interés. Es cierto
que le retribuye con la satisfacción de su primera preferencia (es de- que colectiva o agregativamente todos están mejor -en términos de au-
cir, A se ve tentado por la situación representada en el cuadrante in- tointerés- en un mundo en el que todos cooperan que en un mundo
ferior izquierdo y B por la representada en el superior derecho) y como en el que no lo hace nadie. Pero individual o distributivamente cada
cada uno de los dos sabe que el otro puede ceder a esa tentación, am- uno pierde -y actúa por tanto irracionalmente en términos de autoin-
bos, para evitar la peor de las situaciones (aquella en la que sólo ob- terés- al cooperar, al actuar moralmente. Y pierde siempre: pierde,
tienen lo peor, lo que prefieren en cuarto lugar), se orientan racional- por supuesto, cuando él actúa moralmente y los demás no; pero pier-
mente hacia el punto de equilibrio del cuadrante inferior derecho -un de también -con respecto a la más ventajosa de las situaciones- cuan-
equilibrio competitivo o «equilibrio de Nash»-, en el que uno y otro do él y todos los demás actúan moralmente, aunque gane -con res-
han de conformarse con obtener sólo lo que prefieren en tercer lugar. pecto a la tercera de las posibilidades por orden de preferibilidad- de
Todo ello es bien sabido. Pero hay que tenerlo presente para ver las pérdidas iguales (o lo que es lo mismo, de la igual irracionalidad)
de todos los demás (170). Eso quiere decir que lo que le interesa al
agente no es actuar moralmente, sino que lo hagan los demás (171):
sibility of Social Choice», en American Economic Review, 67 (1977), pp. 219-225; C.
d'Asprernont y L. Gevers, «Equity and Inforrnational Basis of Collective Choice», en
Review of Economic Studies, 44 (1977), pp. 199-210; L. Gevers, «Ün Interpersonal Corn- (170) Vid. Gauthier, «Morality and Advantage», cit., p. 192; Id., «Reason to Be Mo-
parability and Social Welfare Orderings», en Econometrica, 47 (1979), pp. 75-89; Ste- ral?», cit., pp. 10-11; Parfit, Reasons and Persons, cit., pp. 88-91.
ven Strasnick, «Extended Syrnpathy Cornparisons and the Basis of Social Choice», en (171) Este argumento basta para desarticular los intentos más sencillos de deriva-
Theory and Decision, 10 (1979), pp. 311-328; R. M. Hare, Moral Thinking, cit., [1981] ción de la moralidad a partir del autointerés, corno el de Norbert Hoerster, «Rechtset-
pp. 117-130; y Donald Davidson, «Judging Interpersonal Interests», en J. Elster y A. hik ohne Metaphysik», en Juristenzeitung, 8 (1982), pp. 265-272 [hay trad. cast. de Car-
Hylland (eds.), Foundations of Social Choice Theory, cit. [1986], pp. 195-211. Precisar los de Santiago, rev. por E. Garzón Valdés, en E. Garzón Valdés (ed.), Derecho y Fi-
hasta qué punto son aceptables estos intentos de demostración de la viabilidad de las losofía (Barcelona/Caracas, Alfa, 1985), pp. 111-134]. Hasta qué punto basta también
CIU es algo que excede con mucho de los límites de este trabajo, pero, de todas for- en último término para desmontar construcciones mucho más sofisticadas --corno la de
mas, véase la penetrante crítica que de los mismos ofrece James Griffin en Well-Being, Gauthier, a la que me referiré enseguida-, es algo a lo que por el momento no inten-
cit. [1986], pp. 108-111. taré dar respuesta.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

como mucho, que le interesa fingir que es un agente moral-para que Parece, por tanto, que no es atinado afirmar que en condiciones
los demás no dejen de serlo en su interacción con él-, actuando al de interacción estratégica con una estructura-DP la racionalidad pru-
mismo tiempo inmoralmente en beneficio propio cada vez que se le dencial es auto-refutatoria. O, por lo menos, me parece que no lo es
presente la oportunidad de hacerlo (172). en el sentido que sería relevante. Para entender qué es lo que ésto quie-

(172) Se podría objetar que eso sólo es verdad en una interacción estratégica con dual Actions and Collective Phenomena (Utrecht: E. S. Publications, 1982), pp. 76-100,
estructura-DP --o «situación-DP>>-- que se dé una única vez, no en una que se reitere especialmente pp. 88-94. Más conocidos son probablemente los trabajos de Robert Axel-
un número indefinido de veces entre los mismos agentes, ya que en este caso, -<<situa- rod, en los que se aplican razonamientos similares con la mira puesta fundamentalmen-
ción-DP reiterada>>-- cada uno de los actores percibiría, si es plenamente racional, que te en el análisis de la carrera de armamentos: vid. R. Axelrod, «The Emergence of Coo-
las ventajas de la cooperación en una larga serie de ocasiones futuras (si es que se con- peration among Egoists», en American Political Science Review, 75 (1981), 306-318; Id.,
sigue generar y sostener una tradición de confianza mutua) excederán con mucho de la The Evolution of Cooperation (New York: Basic Books, 1984) [hay trad. cast. de Luis
ganancia que se podría obtener en un momento dado acudiendo al engaño (a causa del Bou, Madrid, Alianza Ed., 1986]; para un examen de los argumentos de Axelrod, vid.
cual uno quedaría excluido en las interacciones sucesivas). A. Calsamiglia, «De nuevo sobre la guerra y la cooperación», en Anuario de Filosofía
Para dar cuerpo a esta idea conviene introducir algunos términos técnicos: en el len- del Derecho (nueva época), 2 (1985), 45-63.
guaje de la teoría de juegos se denomina «superjuego» a una secuencia formada por la De todas formas es bastante discutible hasta qué punto son convincentes estos in-
reiteración en n-ocasiones de un «juego base» entre los mismos agentes; y podemos lla- tentos de demostrar cómo se produciría la «cooperación entre egoístas». Por lo pronto
mar «superjuego-DP» a una secuencia formada por la reiteración de un número-n de el análisis de Axelrod -como admite en The Evolution of Cooperation, p. 11- se cons-
juegos-base cada uno de los cuales tiene la estructura del «dilema del prisionero». En truye sobre un DP reiterado de horizonte no finito bipersonal, y por consiguiente no se
un «superjuego-DP», por consiguiente, cada actor elige en cada uno de los juegos base percibe en él el incentivo para no cooperar que se produce cuando la interacción con
desconociendo lo que eligen los demás en esa ronda del superjuego, pero teniendo a la estructura-DP se produce en el niveUie los grandes números (donde aumenta la posi-
vista cuáles han sido sus elecciones en las rondas (o juegos base) anteriores; y, por ello, bilidad de que el fraude en una ronda del superjuego no vaya seguido de la exclusión
puede poner en marcha estrategias condicionadas a las elecciones de los demás actores. en rondas futuras), tal y como ponen de manifiesto Russell Hardin, Collective Action
La idea central es que, a diferencia de lo que ocurriría en una «situación-DP no reite- (Baltimore: Johns Hopkins University Press, 1982), pp. 42-49, o Michael Taylor, The
rada», en un superjuego-DP un egoísta racional buscaría la cooperación, porque senci- Possibility of Cooperation, cit. [1987], p. 105. Sobre este punto capital volveré más ade-
llamente eso es, en términos de autointerés, lo más beneficioso para él (siempre y cuan- lante, pero debe reseñarse además que la tesis de la emergencia de una solución coo-
do el horizonte del superjuego sea no finito, es decir, siempre que no se sepa a priori perativa en un DP reiterado de horizonte no finito (incluso bipersonal, y no n-personal)
cuál de las rondas del superjuego es la última); y que la forma de conseguir que surja ha de hacer frente a otras críticas de tipo general: J. W. Friedman, p. ej. ha demostra-
la confianza mutua necesaria para la cooperación radica en jugar en una ronda la estra- do en qué condiciones la solución de un superjuego-DP puede ser un equilibrio de Nash
tegia cooperativa y seguir haciéndolo mientras los demás hayan respondido de la misma (Pareto-subóptimo) en «A Non-Cooperative Equilibrium for Supergames», en Review
manera (lo que en el fondo equivale a arriesgar una pequeña inversión de cara a la ob- of Economic Studies, 38 (1971), 1-12; y Earl A. Thompson y Roger L. Faith -en «A
tención de grandes beneficios a largo plazo). Si todo ello es cierto, la dinámica de los Pure Theory of Strategic Behavior and Social Institutions», American Economic Review,
superjuegos explicaría la posibilidad de la cooperación --o, para el caso, la posibilidad 71 (1981), 366-380, especialmente pp. 378-379- han puesto de manifiesto otras dos di-
del respeto a un principio moral- entre «egoístas racionales», es decir, entre agentes ficultades genéricas: que queda sin explicar de qué modo se alcanzaría un acuerdo acer-
que actúan movidos exclusivamente por el afán de maximizar la satisfacción de su inte- ca de cuál de los diversos resultados Pareto-superiores al equilibrio no-cooperativo se
rés. Sobre la emergencia de una estrategia cooperativa en superjuegos-DP con horizon- elegiría finalmente; y que la idea de un horizonte no finito, cuando se aplica no al mun-
te no finito, vid., Martín Shubik, «Game Theory, Behavior, and the Paradox of the Pri- do . sino a la percepción de éste que los actores integran en sus cálculos, parece exigir
soner's Dilemma: Three Solutions», en Journal of Conflict Resolution, 14 (1970), que aquéllos se autoconciban como agentes eternos cuyo número de elecciones futuras
181-193; y Robert J. Aumann, «Survey of Repeated Games», en R. J. Aumann et al. es, en cualquier momento de sus vidas, indefinido a priori, lo que ciertamente es poco
(eds.) Essays in Game Theory and Mathematical Economics in Honor of Oskar Mor- plausible (vid. una crítica semejante dirigida a Axelrod en Nino, Etica y derechos hu-
genstern (Mannheim!Wien/Zurich: Bibliographisches Institut, 1981), pp. 11-42. Autores manos, 2.a ed., cit., pp. 68-69). En Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., pp. 118-120,
como Schotter o Voss han contruido teorías económicas de las instituciones sociales en John Mackie sintetiza lúcidamente y sin aparato técnico la idea de que el cálculo au-
las que éstas (o al menos algunas de ellas) son presentadas justamente como puntos de tointeresado a largo plazo es incapaz por sí solo (incluso en el caso de situaciones rei-
equilibrio de superjuegos constituidos por la reiteración indefinida de un juego-base con teradas) de generar un esquema cooperativo estable y mutuamente beneficioso para los
estructura-DP: vid. Andrew Schotter, The Economic Theory of Social Institutions, cit. actores implicados.
[1981], especialmente pp. 11-12 y 24 ss.; y Thomas Voss, «Rational Actors and Social La teoría de supe1juegos, finalmente, no debe ser confundida con la teoría de me-
Institutions: The Case of the Organic Emergence of Norms», en Werner Raub (ed.), tajuegos, desarrollada y defendida por Nigel Howard en Paradoxes of Rationality: Theory
Theoretical Models and Empirical Analyses. Contributions to the Explanation of Indivi- of Metagames and Political Behavior (Cambridge, Mass.: The M. I. T. Press, 1971): lo

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

re decir convendría traer a colación algunas ideas desarrolladas por mente autorefutatoria (175): en el sentido pertinente no puede decirse
Parfit, que ha analizado en profundidad los diversos sentidos en que que sea prudencialmente irracional hacer en todo caso lo que la racio-
se puede decir que una forma cualquiera de racionalidad resulta auto- nalidad prudencial recomienda.
refutatoria [self-defeating]. Parfit distingue, en primer lugar, entre for- Ahora bien, los intentos de tender puentes entre moral y autoin-
mas de racionalidad que son autorefutatorias directa e individualmente terés, de presentar la racionalidad moral como una extensión de la ra-
y aquellas que lo son directa y colectivamente (173): si llamamos «R» cionalidad prudencial, no se detienen aquí. Lo que las reflexiones an-
a una forma cualquiera de racionalidad y «objetivos-R» a aquellos que teriores demostrarían, de estar bien construidas, es que en términos
según R es racional tratar de alcanzar, podemos decir que R es directa de autointerés no existen razones para actuar moralmente. Pero aún
e individualmente auto-refutatoria si es el caso que al hacer alguien lo quedaría disponible una vía más sutil: quizá sea posible sostener que,
que conforme aRes racional, alcanza peor sus objetivos-R que si hu- en puros términos de autointerés, hay razones para dejar de ser un
biera hecho lo que en términos de R es irracional; y es directa y co- agente meramente autointeresado y convertirse en un agente moral.
lectivamente auto-refutatoria si es el caso que al hacer todos lo que se- Para captar el sentido de esta nueva posibilidad -que ha sido explo-
gún Res racional, cada uno alcanza sus objetivos-R peor que si todos rada con la mayor lucidez por Gauthier (176) -y entender con exac-
hubieran hecho lo que en términos de R es irracional. Lo que demues- titud en qué sentido abriría una vía diferente de la que se acaba de des-
tra el dilema del prisionero es que la racionalidad prudencial es direc- cartar, creo que haremos bien en continuar un trecho más de la mano
ta y colectivamente auto-refutatoria (174), no que lo sea directa e in- de Parfit y de su análisis de las diferentes maneras en que una forma
dividualmente. Y es que de hecho no lo es: cualquiera que sea la elec- cualquiera de racionalidad puede resultar auto-refutatoria.
ción de los demás, el agente obtiene los mejores resultados (pruden- Lo que tenían en común las dos formas de auto-refutación (indi-
cialmente hablando) si da prioridad a las razones prudenciales, no si vidual y colectiva) mencionadas anteriormente era que ambas lo eran
se la da a las razones morales. El interés de todos quedará mejor ser- de manera directa. Pero Parfit apunta que una forma determinada de
vido si todos son morales que si todos son prudentes; pero el interés racionalidad también puede ser auto-refutatoria (de nuevo, individual
de cada uno siempre resultará satisfecho en mayor medida si es pru- o colectivamente) de manera indirecta. La diferencia estribaría en que
dente que si es moral. Actuar prudencialmente no es para un indivi- en este segundo caso lo que 'provocaría la auto-refutación no serían
duo una opción prudencialmente contraproducente. Pero como la ra- los actos del agente (o de los agentes) sino su( s) disposición( es). En
cionalidad prudencial es una forma de racionalidad individual, y en concreto, una cierta forma de racionalidad R sería indirecta e indivi-
modo alguno un código colectivo, no se puede decir que falle en sus dualmente autorefutatoria si es el caso que un agente alcanzaría mejor
propios términos por el hecho de que resulte ser directa y colectiva- los objetivos-R si dejara de ser la clase de agente que intenta alcanzar
exclusivamente los objetivos-R (177). Si se demostrase que la raciona-
lidad prudencial es indirecta e individualmente autorefutatoria no se
que Howard intenta demostrar es que un agente racional elegiría la estrategia coopera-
tiva en una situación-DP única, no reiterada, y que lo haría sobre la base de un razo- estaría diciendo que en términos de autointerés existen razones para
namiento complejo en el que se representaría la situación en un nivel meta-estratégico, actuar moralmente -que no las hay, si son correctos los argumentos
de elección entre «estrategias para elegir estrategias». Obviamente si Howard tuviera presentados anteriormente-, sino que existen razones para dejar de
razón el esfuerzo desplegado por la teoría de superjuegos resultaría superfluo. Para la ser un agente meramente autointeresado y convertirse en un agente
crítica de la teoría de meta juegos, vid. Michael Taylor, The Possibility of Cooperation, moral (es decir, en alguien que no es un maximizador irrestricto de
cit., pp. 180-184.
(173) Reasons and Persons, cit., p. 55.
sus intereses, sino que constriñe o restringe en determinados supues-
(174) Parfit sostiene que será directa y colectivamente auto-refutatoria cualquier for-
ma de racionalidad respecto de la cual concurran estas tres condiciones: que ofrezca ra- (175) Reasons and Persons, p. 92.
zones relativas al agente; que la medida en que cada individuo consiga sus objetivos-R (176) Sobre todo en su obra fundamental Morals by Agreement (Oxford: Clarendon
dependa en parte de lo que hagan los demás; y que lo que cada uno haga no afecte a Press, 1986); vid. también su «Reason and Maximization», cit., y las últimas páginas de
lo que hacen los demás (Reasons and Persons, p. 56). Vid. sin embargo A. Kuflik, «A «Morality and Advantage», cit.
Defense of Common-Sense Morality», en Ethics, 96 (1986), 748-803. (177) Vid. Reasons and Persons, p. 5.

156 157
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

tos la maximización de su interés). No que actuar moralmente sea lo te sea. en cada caso lo más beneficioso en términos prudenciales: el
más ventajoso, sino que hay razones de autointerés para dejar de ser hombre prudente consideraría racional pasar a ser un agente moral (es
el tipo de agente que busca incondicionadamente lo más ventajoso para decir, adoptar la disposición de un hombre moral), pero la acción que
él. la prudencia recomienda en cada caso concreto sigue siendo la maxi-
Esta es sin duda la vía por la que se interna Gauthier. El punto de mización de la utilidad individual (179). De este modo sería posible
partida de su razonamiento puede sintetizarse en estos términos: lla- mantener diferenciadas la racionalidad prudencial y la racionalidad
memos «maximizador irrestricto» al agente que guía sus elecciones ex- moral y, sin embargo, mostrar al mismo tiempo de qué modo la pri-
clusivamente por un cálculo de autointerés y «maximizador restringi- mera sugeriría salir de ella para adoptar la segunda.
do» a aquél que está dispuesto a renunciar a la maximización de su uti- No obstante, hay una dificultad evidente a la hora de demostrar
lidad individual en aras de la consecución de un resultado Pareto-óp- que la racionalidad prudencial sería indirecta e individualmente auto-
timo. Si fuera posible saber de antemano qué agentes son maximiza- refutatoria. Porque, en efecto, parece que sólo lo sería -como adver-
dores irrestrictos parece claro que nadie concertaría con ellos ninguna tí de entrada- si fuera posible saber de antemano qué agentes son
clase de acuerdo cooperativo, ya que la concepción de la racionalidad maximizado res irrestrictos. Si los hombres fuésemos «transparentes»,
que abraza el maximizador irrestricto le compele a transgredido en be- si cualquiera pudiera advertir de inmediato si está tratando con un
neficio propio (y en perjuicio, por consiguiente, de quienes han con- maximizador restringido o con un maximizador in estricto, parece cla-
certado el acuerdo con él). Pero lo que eso significaría es que la utili- ro que todo lo dicho se mantendría efectivamente en pie. Pero no so-
dad esperada -a largo plazo- de ser un maximizador restringido es mos transparentes. Y como no lo somos -seguramente somos «trans-
mayor que la de ser un maximizador irrestricto, que un hamo cecono- lúcidos», ya que tampoco son absolutamente inescrutables para los de-
micus puro no podría considerar racional la elección de ser un maxi- más las disposiciones de cada uno- el hombre meramente prudente
mizador irrestricto. En palabras de Gauthier, que puede considerar que lo racional no es pasar a ser un maximizador res-
tringido, sino tan sólo fingir que uno lo es. Y si eso es cierto, toda la
«[ ... ] una persona racional que empieza adoptando el criterio de maxi- argumentación precedente -al menos en apariencia- quedaría des-
mización de su utilidad individual elegiría, siguiendo ese mismo criterio,
montada. Precisamente es de este punto de donde arrancaría la for-
una concepción diferente de la racionalidad, y pasaría a preferir un cri-
terio que exige la optimización mediante un acuerdo cuando ello resul- midable construcción teórica emprendida por Gauthier en Morals by
ta posible.» (178) Agreement (180) [en adelante, MA ]. Por decirlo con los términos que
he venido empleando, lo que pretende Gauthier es demostrar que la
El resultado de todo ello es que la opción de ser un maximizador racionalidad prudencial es indirecta e individualmente auto-refutato-
irrestricto se anularía o cancelaría a sí misma: el hombre meramente ria, y ello aún dando por descontado que los hombres no somos trans-
prudente -pero capaz de desarrollar su cálculo prudencial hasta las parentes. Y que, por consiguiente, «la moralidad [ ... ] puede ser gene-
últimas consecuencias- repararía en que el hecho de atender exclusi-
vamente a la satisfacción de su interés le deja fuera de acuerdos coo- (179) Op. cit., p. 105.
perativos beneficiosos para todas las partes que los conciertan, de ma- (180) La ingeniosa y elaborada construcción de Morals by Agreement constituye el
nera que elegiría por razones prudenciales, dejar de ser un hombre me- intento más acabado que conozco de derivar la moralidad a partir de una noción de ra-
ramente prudente y pasar a ser un agente moral (es decir, la clase de cionalidad como maximización de la utilidad, apurando hasta un límite difícil de igualar
las posibilidades que esa racionalidad ofrece. Creo, sin embargo, que su argumentación
hombre que no transgrede en beneficio propio- o, lo que es lo mis- fracasa en algunos puntos esenciales; y que ese fallo, en una obra de su nivel, ilustra de
mo, a costa de los demás -los acuerdos cooperativos en los que in- la mejor manera que el problema reside en los términos del proyecto mismo, no en la
terviene). Nótese que ello no equivale a afirmar que actuar moralmen- incapacidad de quienes, con diferente rigor y profundidad, han intentado llevarlo a cabo.
De ahí que en este trabajo se dedique una considerable atención a la obra de Gauthier:
tras su publicación no parece admisible afirmar que la moralidad no es derivable del au-
(178) Cfr. Gauthier, «Reason and Maximization», cit., p. 102; la cursiva es mía. tointerés sin tomarse el trabajo de intentar desmontar sus argumentos.

158
159
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

rada como una constricción racional a partir de las premisas no mora- sólo para quien las prefiere (185). Eso es tanto como decir que la idea
les de la elección racional» (181), bastando para ello aplicar, hasta sus de «valor objetivo» carece de sentido (186) y que no existe ninguna cla-
últimas consecuencias, la concepción maximizadora de la racionalidad se de instancia exterior a los conjuntos subjetivos de motivaciones de
en sentido económico a ciertas estructuras de interacción estratégica. los distintos agentes desde la cual fuera posible evaluar las preferen-
Si el proyecto se lleva a buen fin, se habría demostrado que «los lími- cias últimas de cada uno de ellos (187). O lo que es lo mismo: que la
tes racionales a la satisfacción del propio interés tienen su fundamento idea de «razones externas» debe ser rechazada.
en el propio interés que limitan» (182), con lo ,que «la mora.lidad. en- Gauthier, por consiguiente, acepta en términos generales las pre-
contraría un basamento firme en una concepcwn de la raciOnalidad misas de lo que vengo llamando «modelo internalista». Ahora bien, su
práctica débil y ampliamente aceptada» (183). . versión particular de él-o incluso: su alternativa al mismo- arranca
Antes de pasar a analizar con más detalle la c~mpl~Ja a:gumenta- de la forma en que define (estipulativamente) el concepto de morali-
ción de Gauthier conviene dejar claro desde el pnnciplO cual es la na- dad. La moralidad, tal cual nos la presenta Gauthier, es el conjunto
turaleza de la em'presa que acomete y qué es lo que tendrí~ qu~ hacer de restricciones a la satisfacción del propio interés, adoptado por ra-
-o en sentido contrario: qué es lo que a toda costa debena evitar ha- zones de autointerés, que permitiría alcanzar resultados Pareto-ópti-
cer~ para que pudiéramos decir que la ?a c.oronado .c~n é~ito. Estas mos y cuya aceptación haría posible al mismo tiempo a cada individuo
consideraciones, como veremos, nos daran pie para distmgmr dos pla- obtener una satisfacción de sus intereses más completa que si actuara
nos o niveles de enjuiciamiento de su propuesta. siempre como un maximizador irrestricto, solventando, por consiguien-
Para Gauthier el concepto de razones (justificativas) para actuar te, el problema planteado por el tipo de interacciones que tienen la es-
está ligado conceptualmente a la idea de prefere~cia.s: las cosas so~ va- tructura del «dilema del prisionero» (188). Pues bien, presentando la
liosas porque son preferidas (184), y, por consigUiente, son vahosas moralidad en estos términos el proyecto de Gauthier se convierte en
el blanco posible de dos tipos distintos de crítica: porque, en efecto,
puede discutirse en primer lugar -crítica interna- que un mero cál-
(181) MA, p. 4. culo de autointerés sea capaz de hacernos desembocar, sin la interven-
(182) MA, p. 2. ., . .
(183) MA, p. 17, donde agrega: «Ninguna conce~c1~n. alternativa de la mo~abdad (185) «Lo que es bueno es bueno en último término porque es preferido, y es bue-
satisface esa condición. Quienes pretenden que los pnnc1p10s morales son. el o?Jeto de no desde el punto de vista de aquéllos, y sólo de aquéllos, que lo prefieren» (MA, p. 59).
la elección racional en circunstancias especiales fallan al establecer la raciOnalidad del (186) «El valor objetivo, como el flogisto, es un parte innecesaria de nuestro apa-
acatamiento real de esos principios. Los que pretenden establecer la racionalidad de ese rato explicativo y, como tal, deber ser afeitado del rostro del universo por la navaja de
acatamiento apelan a una concepción fuerte y controve~t}da de la r~zón que parece que Ockham» (MA, p. 56).
incorpora supuestos morales previos. Ninguna concepc1on. ~lternatlv~ genera la moral, (187) «Sin duda hay personas que se preguntan a sí mismas, al reflexionar acerca
en tanto que constricción racional de la elección y la accwn, a partir de una base no de sus preferencias, qué es lo que tienen una razón para preferir. Pero no conozco nin-
moral o moralmente neutral». Utilizando la terminología que he adoptado en este tra- guna explicación plausible de qué clase de razones podrían ser ésas, si suponemos que
bajo, lo que Gauthier está defendiendo son las vent~jas ~e su propu~sta fren~e ~lo que habrían de ser discernidas independientemente de las preferencias reflexivas [del suje-
he llamado «modelo internalista» -que no proporcwnana una base mtersubJetlvamen-
to] y tendrían que servir como guía para éstas, excepto si son, como ya he mencionado,
te aceptable para la moralidad- y «modelo externalista» -que lo haría a partir de un
restricciones a la satisfacción de preferencias basadas a su vez en preferencias, del tipo
concepto discutible de racionalidad. , . . que yo identifico con la moralidad» ( «Morality, Rational Choice and Semantic Repre-
(184) «El valor no es, por consiguiente, una caractenstlca.mhe~ente de la~ ~osas o
de los estados de cosas, ni algo que exista como parte del.e~mparruento on~olog1co del sentation: A Reply to my Critics», cit. p. 193).
universo, de manera independiente a las personas y sus actividades. Antes bien, el valor (188) Eso significa que en condiciones ideales de competencia perfecta ningún agen-
se crea o determina a través de la preferencia. Los valores son producto de nuestros afec- te tendría una razón para aceptar restricciones a su comportamiento maximizador: pero
tos» (MA, p. 47). Vid. también David Gauthier, «Morality, Rational Choice an.d Se- como las condiciones de competencia perfecta no se dan nunca en las interacciones hu-
mantic Representation: A Reply to my Critics», en So~ial Philosophy an~ Pollcy, 5 manas reales, la moralidad -al igual que, en otro plano, el derecho- vendría a ser un
(1988), 173-221: «[ ... ] las razones han .de derivarse a p~rt1r de las pre.ferencia~ [ .._.]; to- remedio al carácter sub-óptimo del «estado de naturaleza». Vid. al respecto Jody S.
das las razones se basan en preferencias [are preferentzally basedj, directa o mdirecta- Kraus y Jules L. Coleman, «Morality and the Theory of Rational Choice», en Ethics,
mente» (p. 192). 97 (1987), 715-749, págs. 716-717.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ción de otro tipo de factores, en la aceptación de límites a la ~a~i~fac­ traducir subrepticiamente premisas morales- que todo agente, sim-
ción del propio interés (es decir, puede ponerse en ~~la de JUICIO la plemente en virtud de un cálculo autointeresado bien construido, da-
idea de que la racionalidad prudencial es, en las condicwnes reales. de ría su acuerdo a la adopción de una estrategia cooperativa -!imitado-
la interacción social, indirecta e individualmente auto-refutatona); ra de la maximización de su utilidad individual-, y una vez adoptada,
pero es que, además, aun aceptando que t~l derivación fuese posibl~, la respetaría efectivamente. Aún habría que aclarar -y esta discusión
puede discutirse -crítica exter.na- po~ que hemos de a~ertar la esti- se movería en el plano de la crítica externa- por qué hemos de iden-
pulación de que la moral consiste prec1same~t.e en los hmlte.s a 1~ sa- tificar la moralidad con esta estrategia cooperativa. Se diría, de hecho,
tisfacción del propio interés que vendrían exigidos por la racwnahdad que existen poderosas razones para no hacerlo. En primer lugar pare-
económica misma, y no en otra cosa distinta (189). Cada uno de e~tos ce claro que si nos preguntamos qué estrategia cooperativa acordarían
planos o niveles de crítica merece algunas aclaraciones supleme~tanas. y, una vez acordada, respetarían agentes racionales, la respuesta debe
En cuanto al plano de la crítica interna, el problema consiste en ser que eso depende por completo de la situación de partida de cada
determinar si Gauthier demuestra convincentemente lo que según él uno de ellos, del statu quo ante. Y se diría que ello deja al proyecto
es efectivamente demostrable: que la imposición de límites o restric- de Gauthier en mala posición, ya que aparentemente quedaría apri-
ciones a la maximización de la propia utilidad sería de hecho la estra- sionado entre los cuernos del siguiente dilema: o bien define la mora-
tegia que, tras una reflexión suficie~ten:ente pers~icaz,, adoptarí~n lidad como aquella estrategia cooperativa que acordarían y respetarían
agentes guiados exclusivamente por cntenos de automteres (es dec1~, agentes racionales autointeresados a partir de cualquier statu quo ante,
de racionalidad en sentido económico). Y para poder llegar a decir lo que choca frontalmente con nuestra comprensión intuitiva o prea-
que lo ha demostrado convincentemente habría que. con:~robar que nalítica de lo que es la moralielad, ya que no se ve por qué hemos de
cada uno de los pasos que integren ese proceso d~ denvacwn se h~ r~­ estar dt? acuerdo en dignificar con el nombre de «moralidad» a la es-
suelto sin dar entrada de manera encubierta a mnguna clase de limi- trategia cooperativa que sería acordada desde una situación de partida
taciones morales previas, ya que eso eq~üvaldría a ~raicionar los pro- extremadamente inicua; o bien define la moralidad como la estrategia
pios presupuestos del proyecto emprendido. Es decir, debe.rr:ostrarse cooperativa que acordarían y respetarían agentes racionales autointe-
que cada una de las cosas que se afirma q~~ un agente automt~resa?o resados a partir de determinada situación inicial-y no a partir de cual-
no haría, no la haría justamente porque uta .en co~tra de su mteres. quier otra-, con lo que el proyecto prometido habría quedado adul-
De lo contrario se caería en la trampa de la cuculandad (190), ya que terado, ya que la moralidad no se habría obtenido meramente como
se habría introducido fraudulentamente como premisa lo que se supo- una extensión de la racionalidad en sentido económico, sino a partir
ne que debía aparecer solamente como conclusión: porque el proyecto de ésta más ciertas restricciones extrañas a ella (191).
de Gauthier consiste en derivar la moralidad del cálculo de agentes pu-
ramente autointeresados no del de agentes que, ya de entrada, renun- (191) Recuérdese que según Gauthier la debilidad del contractualismo de tipo rawl-
cian a maximizar su utiÚdad individual en determinadas condiciones siano radicaría en que no acierta a justificar sin suposiciones morales previas por qué
(por ejemplo, en atención a ciertos intereses básicos de los demás, o un sujeto real tendría que considerar racional aceptar los principios que serían elegidos
a consideraciones de imparcialidad). por ciertos sujetos ideales emplazados en una situación hipotética previamente definida.
Pero supongamos que la articulación interna de la argument~ci~n En «Morality, Rational Choice and Semantic Representation: A Reply to my Critics»,
de Gauthier carece de fisuras, que efectivamente demuestra -sm m- cit, pp. 178-179, escribe lo siguiente: «Un acuerdo hipotético -la consideración de lo
que uno acordaría racionalmente en un estado de naturaleza apropiado, de un tipo tal
que se asegurara la imparcialidad- no tiene por qué dar lugar a principios que sería
racional cumplir en condiciones reales. Suponer que de todas formas esos principios
(189) Gauthier admite abiertamente que su pr~yecto ha de h~cer frente a ese dobl~ constituyen la moralidad sería abandonar el intento de desarrollar la moralidad dentro
reto: cfr. «Morality, Rational Choice and Semantlc Representatwn: Reply to my Cn-
del marco de la elección racional. Rawls [... ] ha reconocido [se refiere a lo que afirma
tics», cit., p. 177. , . Rawls en «Justice as Fairness: Political not Metaphysical», Philosophy & Public Affairs,
(190) Cfr. MA, p. 6, donde Gauthier reconoce que para q~e su ~:oyecto tenga ~Xl-
to debe desenvolverse sin dar entrada a ninguna clase de cons1derac10n moral prevm. 14 (1985) 223-251, pág. 237, nota 201] que fue un error por su parte suponer que su

163
J62
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Gauthier intenta demostrar que ése es un falso dilema. Sostiene.' simplemente -como de hecho hace (193)- que las opiniones mora-
de hecho, que ningún agente racional acordar~a -y desl?ués ~~mph­ les comunes (producto quizá de creencias religiosas, o seguidas tal vez
ría- una estrategia cooperativa si no es a partir ~e. una s1tuac10n ~ue por el simple peso de la tradición), no tienen por qué gozar de pre-
satisfaga determinados requisitos; y que esos reqmslto~ son. tal tipo ?e sunción alguna en su favor, de manera que si no coinciden con los lí-
que la estrategia cooperativa qu~ emer.ge~ía de una sltuac:o~ que los mites a la satisfacción del propio interés a los que, en aras de la opti-
satisfaga incorporaría la nota de Imparcmhdad qu~ caractenstlcamente mización, daría su acuerdo un agente racional, habrá que considerar-
acompaña a la concepción (intuitiva) más extendida de l~ moral; Por las como simples residuos ideológicos y deberán ser abandona-
tanto, según Gauthier, no es que debamo~ llamar «m~r~hdad» solo al das (194). Pero en cualquier caso quedaría en pie la cuestión -y es a
acuerdo cooperativo alcanzado en determmadas c~ndicio~e~ ~l~ que ella a la que me refiero al hablar de crítica externa- de por qué acep-
nos pondría en el difícil trance de tener que/ e~phc~r que JUStl!Ic~ .la tar la estipulación de Gauthier respecto a qué cuenta como «moral».
introducción de esa restricción-; es que sena urac10nal (economzca- De estos dos planos -crítica interna y crítica externa- me parece
mente irracional) acordar y, una vez acordadas, respetar estrategias más decisivo el segundo. Y no porque la construcción de Gauthier su-
cooperativas partiendo de condiciones diferentes. pere la crítica interna (que a mi juicio no lo hace), sino más bien por-
De todos modos, sea o no aceptable esta contestación -de la q~e que, aunque la superara, su fracaso desde el punto de vista de la crí-
me ocuparé más adelante-, lo que ~í paree~ evide.nte en cualq.m~r tica externa bastaría de todos modos para cuestionar el proyecto en su
caso es que el contenido de la «moralidad» asi obtemda pue?e comci- conjunto. Me limitaré por consiguiente, por lo que hace al plano de
dir sólo parcialmente con_los principios?~ la mor~l c~nvenc10nal, con la crítica interna, a llamar la atención sobre los puntos que a mi juicio
que~an peor resueltos en la cempleja argumentación de Gauthier, sin
aquellos que de hecho reciben una adhes10n mayontana en nuestra.cu~­
tura o nuestro medio social. Por supuesto, la falta de absoluta comci- segmr el desarrollo de cada problema hasta sus últimos detalles; y tra-
taré después de explicar por qué su proyecto podría ser igualmente im-
dencia no tiene por qué representar un problema rar.a la P.ropuesta ~e
pugnado de manera global aunque se enmendaran -de alguna forma
Gauthier: allí donde se produzca de hecho la comcidencm se podna
que, por otra parte, no alcanzo a ver cuál podría ser- aquellos pun-
afirmar que la aceptación de aquellos principios, que históricame~te
tos débiles. ·
puede ser el producto de las causas más diversas, queda ahora «raciO-
La argumentación de Gauthier -muy resumidamente- consta de
nalizada» (192); y allí donde la coincidencia no exista puede contestar tres pasos fundamentales, que corresponden a tres problemas capita-

teoría de la justicia era una parte de la teoría de la elección racional, y la naturaleza (193) Cfr. MA, pp. 6, 168 y 269; y «Morality, Rational Choice and Semantic Re-
del error debería ahora resultar evidente». . presentation: A Reply to my Critics», cit., p. 182.
Cuestión diferente es la de si Gauthier es realmente fiel a los postulados que afirma (194) Siempre es discutible hasta qué punto representa una objeción decisiva contra
asumir, 0 si, por el contrario, se aparta inadvertidamente de ellos. Podría ~ensarse que una teoría moral la constatación de que de ella derivan conclusiones que nos parecen
lo que sucede es más bien esto último: p. ~j., al. a~vertir -MA, P~·- 155-156- que la moralmente inaceptables, pues siempre sería posible contestar que quien ve en ello una
aceptación del criterio de la concesión. relativa rr;1~max como soluc10n al problema de objeción decisiva está incurriendo en una petición de principio. Esto es lo que, muy grá-
la distribución del excedente cooperativo se dana SI presupone~os que .tod?s.los agen- ficamente, expresa Smart en relación con ciertas críticas usuales al utilitarismo: «Es cier-
tes están plenamente informados, que ninguno adolece de debilidad psicologica explo- to que el utilitarismo tiene consecuencias que son incompatibles con la conciencia moral
table por los demás y que el proceso de negociación no r~p~esenta coste alguno (e~ de- común, pero yo me inclinaba a tomar el punto de vista de que "tanto peor para la con-
cir, que no existen costes de transacción), lo que se está d.1C1endo es que se aceptana en ciencia moral común"»; cfr. J. J. C. Smart, «Üutline of a System of Utilitarian Ethics»,
condiciones ideales, puesto que es evidente que en la realidad las cosas ~uce~en de otro en !·J·C:· Smart y B. Williams, Utilitarianism: For and Against (Cambridge: Cambridge
modo; así que, en definitiva, las tesis de Gauthier parecen e~tar constrmdas ~ustamente Urnverslty Press, 1973) [hay trad. cast., por donde se cita, de Jesús Rodríguez Marín,
del modo que, programáticamente, afirma que d.ebe ser evitado. En s~ recie~te «Mo- Utilitarismo: Pro y Contra (Madrid: Tecnos, 1981)], p. 78. El valor de este tipo de ob-
rality, Rational Choice and Semantic Representat10n: A Reply to my C:ntc~», c!t., Gaut- jeciones depende en cualquier caso de cómo concibamos qué es lo que estamos hacien-
hier intenta responder a esta objeción usando un argumento que analizare mas tarde. d?. al construir una teoría moral y cuáles nos parezcan que son los criterios de acepta-
(192) Cfr. MA, p. 168. bilidad de teorías morales. Más adelante examino parcialmente estas cuestiones.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

la utilidad aconseja a cada parte beneficiarse de la actitud cooperativa


les que han de resolverse si se quiere mostrar de qué forma es posible
de los demás sin cumplir él mismo su parte del acuerdo, entonces las
presentar la moralidad como el resultado d~ u~ acuerdo .al qu.e llega-
partes carecen de una razón para cumplir el acuerdo al que se llegue.
rían agentes guiados exclusivamente por cntenos de raciOnalidad en
sentido económico: hay que explicar -sin introducir elementos mora- y en ese caso el problema de cómo asegurar el cumplimiento del acuer-
les en el curso de la argumentación- cómo es posible alcanzar ese do revierte a su vez sobre la cuestión previa de cómo es posible llegar
acuerdo cómo se asegura su cumplimiento y cómo evitar que su re- a él, puesto que ningún agente concertará un acuerdo que entiende
sultado tenga poco que ver con lo que estamos dispuestos a llamar «mo- que es racional (tanto para él como para los demás) no cumplir. Hay
que mostrar, por consiguiente, que en contra de lo que pueda parecer
ral».
El primer problema es el de cómo alcanzar un acuerdo acerca de a primera vista un agente verdaderamente racional cumpliría el acuer-
la distribución del excedente cooperativo [co-operative surplus}: la coo- do al que se llegase.
peración produce un result~d~ Pareto-óptim? ~ tra_v"és de la auto~mp~­ El tercer problema, por último, tiene que ver con las característi-
sición generalizada de restnccwnes a la maxim.I~acwn de la propia uti- cas del punto de partida de la negociación, el statu quo ante. Si vamos
lidad, y por consiguiente, un excedente de utilidad respecto al punto a considerar reglas morales a las restricciones a la maximización de la
de equilibrio no cooperativo (subóptimo); ahora bien, pueden estable- utilidad individual que resulten de la negociación, parece difícil de ad-
cerse muchos esquemas distintos de distribución del excedente coope- mitir que resulte indiferente cómo es el punto de partida. Por consi-
rativo entre las partes (195), y cada una tratará racionalmente (s~gún guiente el problema consiste en ésto: necesitamos fijar un conjunto de
la noción de racionalidad que el proyecto presupone) de consegmr la requisitos o salvaguardias, par_e.. decir a continuación que la moralidad
mayor cuota posible en dicha distribución. Este problema de cómo lle- consiste en el contenido del acuerdo que alcanzarían agentes raciona-
gar a un acuerdo acerca de la f?rma del reparto ~o pue~e _resolverse les a partir de una situación que satisfaga aquellos requisitos; pero en-
introduciendo en las partes una Idea de equidad o Imparcialidad como tonces tenemos que explicar qué consideraciones puramente racionales
determinante de su actitud, pues como ya se ha dicho el proyecto fra- (en el sentido de económicamente racionales) justificarían su introduc-
casa si las consideraciones morales se introducen sin justificación en el ción, porque de lo contrario no se habrá sido fiel al proyecto empren-
transcurso del proceso de derivación y no se limitan a aparecer como dido (la moralidad no se habrá derivado meramente de la racionalidad
resultado del mismo. Pero si no se alcanza un acuerdo acerca de la económica, sino que se habrá introducido como premisa). Este tercer
distribución no tendrá lugar la cooperación, así que necesitamos de- problema enlaza además con el primero: porque, obviamente, la de-
mostrar que alguna de las soluciones distributivas Rosibles es la qu.e se- terminación de cuál de las soluciones distributivas posibles es la que
ría elegida por agentes racionales meramente en vzrtud .de esa. racwna- racionalmente elegirían las partes dependerá de cuál sea la posición
lidad, y no por influir en ellos cualquier clase de consideraciOnes ex- de cada uno en el punto de partida de la negociación. De hecho, la
trañas a la misma. ligazón entre estos tres problemas hace que la respuesta a cada uno
El segundo problema es el de cómo a~egurar el cum~li~ien.t~ del de ellos no pueda ser cabalmente explicada sin tener en cuenta a la
acuerdo una vez alcanzado: si la racionalidad como maximizacwn de vez cómo habría que responder a los otros dos. De ahí que al ofrecer
una solución para alguna de las tres dificultades tengamos que dar pro-
(195) Podría pensarse que el tipo de discusió~ qt_te. se .des.arr~lla en estos .términos visionalmente por sentadas ciertas ideas cuya plena justificación sólo
tiene que ver exclusivamente con problem~s de «JUStl~Ia distnbutl~a», ente.ndida como se alcanzaría al reflexionar acerca de los problemas restantes.
justicia en el reparto de la «riqueza», de bienes ma:enales ~n sentido a~plio, Y no c?n
problemas morales de otra naturaleza. Pero no es ast: en pundad cualquzer clase de, pr~n­
Es lo que ocurre, por ejemplo, al tratar de responder al primero
cipio moral tiene un componente distributivo int~ínseco, puesto que. desde una optlca de ellos (cómo alcanzar un acuerdo acerca de la distribución del exce-
económica todo principio moral puede ser concebido como un deterrmnado esquema de dente cooperativo). Según Gauthier, todo agente racional -y mera-
distribución -diferente según cual sea el contenido del principio- de~ exc~?ente c?o- mente en virtud de esa racionalidad- estaría de acuerdo en que esa
perativo que representa su acep~a~ión gene~aliza~a con respecto a la sltuacwn que Im- distribución se efectúe con arreglo al criterio que denomina «conce-
peraría en una sociedad de maximizadores Irrestnctos.
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166
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

sión relativa minimax» (196): cada individuo empezaría comparando ademá.s que su pretensión respecto a los frutos de la cooperación debe
la utilidad esperada de una situación de partida definida por la ausen- lle~ar Justo hasta el punto más allá del cual no sería económicamente
cia de interacción entre las partes (197) con la máxima utilidad espe- raciOnal para los demás cooperar con él; no debe ir más allá (porque
rada que él podría pretender en un esquema posible de distribución la amenaza por parte de A ?e no cooperar si no recibe una cuota ma-
del excedente cooperativo (y a la diferencia entre ambas podríamos de- yor. del excedente cooperativo no es creíble para agentes igualmente
nominarla su pretensión máxima respecto a los frutos de la coopera- rac~onales que, por ello mismo, entienden que para A seguiría siendo
ción); cualquier pretensión menor que la pretensión máxima represen- raciOnal cooperar, aunque recibiera una cuota menor), pero tampoco
taría por tanto una concesión por parte del agente; y sería posible cuan- ?e~e detenerse antes de alcanzar ese punto (porque los demás no de-
tificar la magnitud relativa de esa concesión comparándola con la con- Janan de c?o:perar con .él si yretendiera una cuota mayor y por lo tan-
cesión total que representaría descender hasta la utilidad esperada de to es e~onomicai?ente Irr.aci~nal renunciar a esa diferencia). Por todo
la línea de partida (es decir, aquélla en la que no se recibe ninguno ello, dice Gauthier, el entena de la concesión relativa minimax es el
de los frutos de la cooperación). Pues bien, calculando para cada es- que capta a~ecua~amente la naturaleza misma del regateo (199).
quema de distribución posible del excedente cooperativo cuál sería la Ahora bien, notese -como quedó apuntado anteriormente- que
concesión relativa que en él haría cada una de las partes del acuerdo,
lo que sostiene Gauthier es que todas, si son plenamente racionales, do d~ .los problemas q~e .~ntes he enumerado. Nuevamente se hace aquí una concesión
concordarán en aceptar el esquema de distribución en el que sea más provlSlonal, cuya plausibilidad habrá que revisar más adelante.
baja la más alta de las concesiones relativas que el esquema exige de . (199) M_~, P· 150. ~ara Gauthier, por consiguiente, un agente económicamente ra-
alguna de las partes (es decir, aquél que satisfaga el criterio de la con- ~wnal a~qu~nna una disp?sición a co;:perar en términos no peores que los que aran-
tiza ~1 cnteno ~e l.a concesi~n relativa minimax --disposición a la que denomina deg«con-
cesión relativa minimax). Y lo harían porque, siendo todas igualmente formidad restnng1da o, estncta» [narrow compliance]·. MA , p . 178-, nunca una d.Ispo-
racionales, considerarían irracional la disposición a cooperar en térmi- . ., .
SICIO~ a coope~ar en termmos peores que aquéllos --es decir, una disposición de «con-
nos menos favorables que los que garantiza el criterio de la concesión forffildad amplia» [~road. con:pliancej. Ahora bien, podría sostenerse- como hace Gil-
relativa minimax (porque ello alentaría a los demás, si conocen esa dis- ber~ Harman, «Rat~onalit~ m Agreement: A Commentary on Gauthier's Morals b
posición nuestra, a imponernos esos términos más desventajosos sin Ag1eement», en Soeza! Phzlosophy and Policy 5 (1988) pp 1-16 p 9 1 dy
d · , . ' , · , . -que o ver a-
.eramente racwna1 no sena eso, smo mostrar una disposición restringida cuando es po-
miedo a que, por querer ampliar su cuota, acaben perdiendo más con s~b.t: obten~r lo que garantiza el criterio de la concesión relativa minimax y una dispo-
nuestra negativa a cooperar en dichas condiciones), e igualmente irra- SICIOn .amplia cu~ndo no es posible- es decir, cuando aquéllos con los que podríamos
cional la disposición a cooperar sólo en términos más favorables que cooperar se ob~t~nan enpre.tender más y no disponemos, como alternativa, de otra ofer-
ésos (porque eso significaría, en virtud de lo dicho, que ningún agente ta de c~operacwn en terffilnos más ventajosos, -porque de lo contrario, aun ue los
que esten tratando de explotamos sufran la pérdida determinada por nuestra n~gativa
racional cooperaría con quien mostrase esta disposición). Traduciendo a co?per~r con ellos, lo hacen con un coste para nosotros: dejar de obtener aquéllo--
la idea de Gauthier a términos muy toscos: un agente A económica- a~n mfenor a lo que g~:antiza _el ~riterio de la concesión relativa minimax- que gana-
mente racional, convencido de la mayor utilidad de ser un maximiza- namos de esa ~o?peracion en termmos no equitativos.
dar restringido que de ser un maximizador irrestricto (198), percibirá En las condiciOnes del m~ndo real ~e parece evidente que las observaciones de Har-
m~n .son correctas. Lo que ?~ce ?authier s.ólo sería cierto en condiciones ideales, si no
exi~tr~ran costes de transaccwn m mformaciones asimétricas, si no hubiera debilidad psi-
(196) MA, cap. V; cfr. especialmente, dentro del mismo, el epígrafe 3.3 (pp. cologica que explotar, etc. Lo que sí es cierto es que en esas condiciones ideales en las
141-146). q~e ~odos los agentes son igualmente racionales, aquél a quien se propone coop~rar en
(197) Por qué la línea de partida [base-line] del cálculo debería ser ésa y no otra terffilnos peores qu~ los qu~ garantiza el criterio de la concesión relativa minimax sabe
distinta es algo que, en la construcción de Gauthier, se explica en relación con la solu- que la oferta --o, ~I se prefiere, la amenaza- no es creíble (porque quien pretende una
ción del tercer problema; así que, meramente para no discutir todas las dificultades a cuota mayor te~dna con nuestra negativa a cooperar una pérdida superior al beneficio
la vez, podemos dar por buena provisionalmente la idea de que un agente racional acep- ext~a.~l que a~p1ra), Ysabe que la otra parte sabe que él lo sabe, de manera que la «dis-
taría esa fijación de la línea de partida. ~OSICion amplia» sería efectivamente irracional. Todo ello plantea una vez más 1 d·-
ftc~ltad persistente. de explic~r qué razón tendría un agente real pa~a hacer lo qu~ :erí~
(198) Lo que sólo sería cierto si se consigue dar una respuesta satisfactoria al segun- raciOnal hacer en Circunstancias ideales.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

para Gauthier la línea de partida de todo el cálculo debe ser la utili- te, puesto que quedaría reducida a una estrategia -cambiante en cada
dad esperada en una situación definida por la ausencia de interacción caso-- de optimización económica de las circustancias realmente exis-
entre las partes, no en una definida por la ausencia de cooperación en- tentes, cualesquiera que éstas sean (201).
tre las mismas. Es decir, el punto de partida para calcular en qué tér- Lo que Gauthier necesita demostrar, por consiguiente, es que las
minos es racional cooperar no debe ser la situación que de hecho exis-
ta antes de la cooperación, cualquiera que resulte ser, sino cierta si- (201) A mi juicio éste no es un problema particular de la argumentación de Gaut-
tuación ideal (la que existiría en ausencia de interacción) definida por hier, sino una dificultad estructural típica a la que debe enfrentarse cualquier intento de
justificación de reglas o instituciones que pretenda derivar meramente de la racionali-
la concurrencia de determinados requisitos, aunque de hecho no sea dad económica. Piénsese, por ejemplo, en la teoría económica de la constitución de-
la que efectivamente existe. Este matiz tiene una importancia decisiva sarrolla~a por Jam~s Buchanan -so~re todo en The Limits of Liberty. Between Anarchy
-de hecho conecta la solución del primer problema (cómo alcanzar and Levzathan (Chicago/London: Chicago University Press, 1975); y anteriormente, con
un acuerdo sobre la distribución del excedente cooperativo) con la del G. Tullock, en The Calculus of Consent. Logical Foundations of Constitutional Demo-
tercero (cómo seleccionar un punto de partida para la negociación cracy (Ann Arbor: Univer~ity of Michigan Press, 1962) (hay trad. cast., Madrid, Espasa
Calpe, 1980)- y en especial en el modo en que justifica la adopción de la regla de de-
como el único admisible)- y conviene que recapitulemos por qué. cisión por mayorías por parte de agentes racionales autointeresados. La reflexión de Bu-
En el proyecto de Gauthier la moralidad viene presentada como chanan, como se sabe, arranca de un estado de naturaleza concebido en lo fundamental
el contenido de un acuerdo cooperativo al que llegarían las partes al modo hobbesiano: si los hombres actuaran en un contexto en el que no hubiera nin-
guiándose exclusivamente por criterios de racionalidad económica. guna clase de normas que limitaran su conducta, cada cual vería a los demás como ele-
mentos de su entorno natural susceptibles de explotación económica, no como sujetos
Pero en principio parece natural objetar que el acuerdo al que racio- de derechos que hay que respetar. Eso quiere decir que cada cual, actuando meramente
nalmente llegarían la partes dependerá de la situacion de la que par- como maximiz.ador, asi~n~ría un parte ?e sus recursos a arrebatar a otros los suyos y a
tan (200). Ahora bien, si se aceptara esta idea toda la empresa de Gaut- protegerse de mtentos smlilares provementes de los demás; y ello hasta que se alcanza-
hier quedaría seriamente comprometida: porque siendo la moral el re- se un pun~o de equilibrio o «distribución natural»: aquel en el que «el beneficio margi-
sultado de un acuerdo cooperativo al que racionalmente llegarían las nal de aplicar ~n mayor esfuer~o [en actividades depredadoras y defensivas] es igual a
los costes ~a~g¡na.l~s que reqmere tal esfuerzo» (Limits of Liberty, cit., p. 24). Por lo
partes, no cabría, dentro de la lógica del proyecto emprendido, des- tanto la «d~stnbuc~on natural» de los, recursos registra tanto las desigualdades que deri-
cartar a priori como inmoral (y por tanto como punto de partida ad- van de la diferencia entre los talentos naturales, capacidad productiva y de ahorro e in-
misible para la derivación de la moralidad) ningún statu quo ante, ya cluso buena o mala fortuna de los individuos, como las que derivan del balance que
que para hacerlo necesitaríamos contar desde el principio con lo que cada uno ha sido capaz de conseguir sumando lo que ha arrebatado a otros y restando
lo que no ha podido impedir que otros le arrebaten.
se supone que sólo podemos obtener como resultado final del cálculo; . Por supuesto la justificaci?n de reglas e instituciones que asuma como punto de par-
y en ese caso se daría a la moralidad una base movediza y contingen- tida un estado de cosas semeJante queda fuertemente condicionada en cuanto a sus re-
sultados. Pero Buchanan no considera legítimo prefigurar el rumbo que hayan de tomar
éstos introdu~iendo restricciones. en el punto de partida (por ejemplo, un esquema de
(200) Como dice Gilbert Harman -en «Rationality in Agreement», cit., p. 7- que derechos de tipo lockeano que Sirva de base para establecer la «titularidad» de los re-
las partes tengan igual racionalidad es una cosa, y otra muy distinta que tengan igual cursos), porque sus premisas metodológicas se lo impiden: sería como «hacer de Dios»
poder en la negociación: el interés de cada parte en la cooperación es directamente pro- (~imits of Liberty, P; 1), presuponiendo una verdad o racionalidad moral que a su jui-
porcional a la utilidad marginal que represente para él la cuota que va a recibir del ex- CIO es un fraude. Asi que no cabe tomar otro punto de partida para calcular la raciona-
cedente cooperativo; pero esa utilidad marginal será tanto menor cuanto mayor sea la lidad de la cooperación que el determinado por la «distribución natural» (sea cual sea
cantidad del bien a distribuir de que él ya dispone antes de que se establezca la coope- éste).
ración; de manera que si la situación de partida es profundamente desigual se diría que A partir de ahí la senda para la justificación (en puros términos de racionalidad eco-
no es econónicamente racional condicionar la cooperación a un reparto estrictamente nómica) de reglas e instituciones discurre del siguiente modo: el estado de «distribución
igualitario del excedente cooperativo. El resultado de todo ello sería que si se toma como n~tural» constituye un equilib~io, pero no es Pareto-óptimo, puesto que en él las acti-
línea de partida en el cálculo de la concesión relativa minimax la utilidad esperada por VIda?es depredadoras y defensivas implican transferencias improductivas; todas las par-
cada una de las partes en el statu qua anterior a la negociación, la distribución del ex- tes tienen, por consiguiente, un interés de naturaleza económica en acordar el cese de
cedente cooperativo que sería racional aceptar sería tanto más desigual cuanto más de- las actividades depredatorias, definir un esquema de derechos e instaurar un instrumen-
sigual fuera aquel statu qua ante. to que asegure el cumplimiento de lo acordado («Estado protector», Limits of liberty,

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partes sólo considerarían económicamente racional cooperar a partir hier no puede alegar que las partes sólo estarían de acuerdo en coo-
de una determinada situación (o, encontrándose en otra diferente, cos- perar conforme al criterio de la concesión relativa minimax (que in-
truyendo un cálculo en el que se tome como punto de partida la uti- cluye la fijación del punto de partida del cálculo en la ausencia de la
lidad esperada que cada uno tendría en aquélla). Nótese bien: Gaut- interacción) porque consideren que cualquier otra alternativa sería in-
justa, parcial o no equitativa; tiene que demostrar que sólo coopera-
p. 67) y que, en otro orden de cosas, asegure la pro~ucción de bienes pú?licos («Estad? rian en esas condiciones porque sería económicamente irracional coo-
productor», Limits of Liberty, pp. 97. s.s.). Ahora. bien, el pro~l~~a radi~a en d~te.rmi­
nar cómo habrían de tomarse las declSlones relativas a la provisiOn de bienes pubhcos: perar en otras cualesquiera. Por lo tanto ha de aclarar dos cosas: cuá-
como no existe un criterio de lo «objetivamente correcto», lo deseable sería alcanzar la les son los rasgos definidores de esa única situación («ausencia de in-
unanimidad al respecto (lo que teóricamente aseguraría la toma de decisiones Pareto- teracción») a partir de la cuál sería racional cooperar; y qué es lo que
óptimas; que en realidad la unanimidad no asegura el carácter óptimo -en el sentido haría irracional la disposición a cooperar en cualquier otra situación di-
de Pareto- del resultado es algo que a mi juicio han demostrado convincentemente ferente.
Geoffrey Brennan y Loren Lomasky, «Inefficient Unanimity», en Journal of Applied
Philisophy, 1 (1981) 151-163; pero en este momento no hace al caso profundi~ar. en esta Gauthier responde a la primera de esas dos cuestiones mediante la
dirección); pero como los costes de decisión necesarios para alcanzar la unammidad re- introducción de la condición o requisito lockeano (Lockean provi-
sultarían prohibitivos, cualquier agente racional autointeresado, en las condiciones de so) (202). Lo que exige el requisito lockeano -tal cual lo presenta
incertidumbre actuales respecto a procesos de decisión futuros, consideraría económi- Gauthier- es que nadie obtenga un beneficio del empeoramiento de
camente racional la instauración del criterio de las mayorías como regla de decisión co-
lectiva (Calculus of Consent, p. 70). Se habría llegado así -según Buchanan- a una la situación del otro (o si se quiere, en términos económicos, que na-
justificación puramente económica de la regla de mayorías. die imponga a otro una transferencia improductiva de recursos en su
Ahora bien, lo que un egoísta racional realmente haría sería elegir ~qu~lla.r~gla de favor). El requisito lockeano-se viola evidentemente arrebatando a
decisión que maximizara la posibilidad de realización de sus preferencias Individuales otro -mediante la violencia o el engaño- los bienes que ha produ-
(descontando el coste del proceso de decisión del mismo); y esa regla ser~a la mayori-
taria sólo si pensara que las preferencias sobre todos los temas que son obJeto de vota-
cido; pero se viola también desplazando sobre otros lm, costes de una
ción, sea cual sea su importancia, están distribuidas aleatoriamente (porque ello garan- actividad que nos beneficia, es decir, imponiendo externalidades ne-
tiza que, sea cual sea el tema que se discute, su probabilidad de encontrar~e f~rmando gativas. Por eso Gauthier se refiere a la situación en que queda satis-
parte de la mayoría es mayor que la de encontrarse formando pa:te de la ~nona); pero fecho el requisito lockeano cono «ausencia de interacción»: en una si-
si esas condiciones no se dan no es cierto en absoluto que el eg01sta automteresado ele- tuación hipotética en la que la vida de cada agente discurriera del mis-
giría la regla mayoritaria. Por consiguiente su elección está condiciona~a p~r las cara~­
terísticas particulares -en cuanto a distribución de recursos- de la situación a partir
de la cual hay que hacer la elección: unos pocos individuos que concentren cuotas de
propias premisas metodológicas: vid. Norman P. Barry, «Unanimity, Agreement and Li-
recursos muy grandes no estarán racionalmente interesados en la adopción de una reg~a
beralism. A Critique of James Buchanan's Social Philosophy», en Política! Theory, 12
mayoritaria como sustituta del ideal de la unanimidad si las pérdidas que pueden sufnr
(1984) 579-596, esp. pp. 591-592; Id., On Classical Liberalism and Libertarianism (New
con ella son previsiblemente mayores que los costes de decisión que se ahorran con su
York: St. Martín Press, 1987), cap. 5. Como vemos el problema de Buchanan tiene una
establecimiento (y, lógicamente, para muchos individuos que concentren cuotas muy p~­ estructura similar a la de aquél al que Gauthier se enfrenta.
queñas vale exactamente lo contrario). En suma, egoístas racionales emplazados en di-
(202) MA, pp. 200-205. Gauthier toma la expresión «Lockean proviso» de Nozick,
ferentes situaciones de partida en cuanto a la distribución de recursos elegirían reglas
Anarchy, State and Utopía (New York: Basic Books; Oxford: Basil Blackwell, 1974),
políticas post-constitucionales diferentes: cfr. Bengt-Arne Wickstrom, «Üptimal Majo-
pp. 174-182 [hay trad. cast. de R. Tamayo, Anarquía, Estado y Utopía (México;
rities for Decisions of Varying Importance», en Public Choice, 48 (1986) 273-290.
F. C. E., 1988)]. No discutiré aquí hasta qué punto la teoría del justo título presentada
Por eso, como apunta Norman Barry, o bien Buchanan tiene que renunciar a la de- por Nozick se distancia de la teoría de la adquisición de Locke, tal y como la expone
fensa en todo caso de la regla de las mayorías (porque su adopción sería económica-
en Two Treatises on Government, Second Treatise, cap. V, fundamentalmente parágra-
mente racional para todos los implicados en determinadas circustancias, no en cualquie-
fos 27 y 33: véase al respecto Fernando Vallespín, Nuevas Teorías del Contrato Social:
ra de ellas) y admitir que el esquema político que quepa considerar «justificado» no es
John Rawls, Robert Nozick, y James Buchanan (Madrid: Alianza, 1985) pp. 162-163;
identificable a priori, sino que depende de los rasgos particulares que concurran en el
Miguel Angel Rodilla, «Buchanan, Nozick, Rawls: Variaciones sobr.; el estado de na-
statu qua ante; o, si quiere mantenerla, tiene que introducir en el proceso mediante el
turaleza», en Anuario de Filosofía del Derecho, nueva época, 2 (1985) 229-284, p. 258;
que se llega a su obtención elementos -c?mo por ejem~lo .un esquema ~e derechos en y Elena Beltrán, «Nozick, la justificación de la propiedad», en Sistema, 77 (1987)
el punto de partida- ajenos a la pura racwnahdad econorrnca y no asurrnbles desde sus 131-139.

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mo modo que si los demás no existieran el requisito lockeano queda- en q_ue se hallen la~yartes antes de la negociación (es decir, en «au-
ría satisfecho por definición (203). Obsérvese, no obstante, que el re- sencia de co.operaciOn») puede ser el p~o?ucto de una serie repetida
quisito lockeano prohíbe dañar a otros, pero no obliga a beneficiarles. de tra.nsgresiOnes en el pasado del reqmsito lockeano; y, si lo es, no
El problema, evidentemente, consiste en saber qué cuenta como es raciOnal acordar la cooperación partiendo de ella.
«daño» y qué como «no beneficio». Pero aunque ésta es, si no me equi- ~na vez es~ablec_idos l?s rasgos definitorios del tipo de situación a
voco, una cuestión sumamente espinosa (204) que hubiera merecido partir de la cual ~en~ raciOnal cooperar (la que satisfaga el requisito
un tratamiento más refinado, Gauthier la resuelve de manera simple: loc.kea~o), Gaut~Ier t~e?_e que demostrar por qué sería económicamen-
el criterio para saber si A beneficia, no beneficia ni empeora, o em- te IrraciOnal la ~IsposiciOn a cooperar en cualquier otra situación dife-
peora la situación de B se obtiene comparando lo que A hace efecti- re?-~e. Este es sm duda.' como él mismo reconoce, uno de los puntos
vamente o lo que podría haber hecho y no hizo con lo que le habría cntlcos de su construcción (206).
ocurrido a B, ceteris paribus, en ausencia de A [lo que viene a signi-
ficar que la satisfacción del requisito lockeano no exige el cumplimien- gu~da, vid. R. _Nozick, «Coercion», en S. Morgenbesser, P. Suppes y M. White (eds.),
to de «deberes positivos generales» (205)]. En definitiva: la situación ~hdosophy, Sczence and Method. Essays in Honor of Ernest Nagel (New York: St. Mar-
tm Press, 1969), pp. 440-472; Virginia Held, «Coercion and Coercive Offers», en J.R.
Pennock Y J.R. Chapman (e~s) Coercion. Nomos XIV (Chicago/New York: Aldine-
(203) La ausencia de interacción es condición suficiente pero no necesaria para lasa- Atherton, 1~76), pp. 49-62; V1mt Haksar, «Co~rcive Proposals», en Política[ Theory, 4
tisfacción del requisito lockeano, ya que éste .no veda las interacciones consentidas que (1976) 65-79, Cheyney C. Ryan, «The Normat1ve Concept of Coercion», en Mind 89
generan transferencias productivas: como dice Gauthier -MA, p. 205 -lo que conde- (1980) 481-498; y J. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 148-157. '
na es lo que puede resumirse en la idea común de «aprovecharse» o «abusar» de otro.
. ?bsérvese, sin embargo, que desde el punto de vista de Gauthier la crítica de Fish-
(204) De esta cuestión me he ocupado en otro lugar, al que me permito reenviar:
vid. J.C. Bayón, «Los deberes positivos generales y la determinación de sus límites», k;n I?curre en un~ J?etición de_prindPio. Gauthier no afirma que las partes considera-
en Doxa, 3 (1986) 35-54, pp. 36-39. nan J~lsto o sufz~z~ntemente JUsto:- cooperar a partir de una situación que meramen-
(205) MA, p. 204. Fishkin ha señalado al respecto que la exigencia de que quede te s.at1sfaga el reqms1to lockeano, smo que eso es lo que considerarían económicamente
satisfecho el requisito lockeano (tal cual lo presenta Gauthier) es demasiado débil, pues- raczonal; y, tal Y.como Ga~thier_define la moralidad, no cabe aceptar como premisa que
to que puede haber situaciones previas a la negociación que lo satisfagan y que no obs- algo e~ moral _o m~oral, smo solo. ll~ga~ ~ ello como conclusión acerca del rumbo que
tante resulten moralmente objetables, con lo que el acuerdo cooperativo al que sería ~o mana _l_a racwn~li?ad como ~~lffilZaCI?n de utilidad al enfrentarse a un contexto de
racional llegar a partir de ellas arrastraría como un vicio de origen la inmoralidad del mteraccwn estrateg:c~. La obJecwn de F1shkin podría hacerse valer, por consiguiente,
punto de partida. En concreto, a Fishkin le parece insuficiente la exigencia de que en en el plano. ?e la cntlca ~xterna (es decir, en la valoración de si debemos aceptar 0 no
el punto de partida ninguno empeore la situación de otro mediante acciones positivas: !a est1pulac10n de Ga_u~hie: acerca de qué ha de entenderse por «moralidad»), pero es
si nos encontramos ante un statu quo dinámico (es decir, ante cursos causales en marcha moc~a en el de la cnt~ca znterna ( é~to es, en la comprobación de si hay 0 no un non
que no han sido desencadenados por acciones de un agente P y que desembocarán inexo- seqwtu; entre la~ premisas de. Gauth1er y sus conclusiones). En ese sentido creo que lle-
rablemente en un cierto resultado desastroso para Q a menos que P haga algo para evi- va razon .Gauthier cuando afirma --en «Morality, Rational Choice and Semantic Re-
tarlo) quien simplemente se abstiene de actuar no viola el requisito lockeano, como tam- pres~ntatwn: .A Reply to my Critics», cit., p. 202 -que el verdadero problema para su
poco lo haría quien condicione la prestación de la ayuda al pago por parte del destina- teona ~o- estnba en que. haya que reforzar las exigencias del requisito lockeano, sino en
tario de ésta de la máxima compensación que para él sería económicamente racional pa- q~e ~mza son ya demasLado fuertes (en el sentido de que quizá la mera racionalidad eco-
noffilca de las partes no basta para sustentar su introducción).
gar (es decir, de aquélla más allá de la cual sería preferible para Q no recibir la ayuda
y sufrir el daño que se cierne sobre él). Vid. James S. Fishkin, «Bargaining, Justice and Al ?Iargen de ello, nótese además que los deberes positivos generales no tendrían
Justification: Towards Reconstruction», en Social Philosophy and Policy, 5 (1988) 46-64, p~r q.ue quedar fuera del acuerdo cooperativo al que llegarían las partes siguiendo el
especialmente pp. 46-53. La crítica de Fishkin conecta con algunas cuestiones extrema- c7~teno de la concesión relativa minimax calculada sobre la línea-base de la no interac-
damente complejas en las que no me es posible entrar ahora, como la justificación de ~Ion, ya que segurament~. es fácil mostrar la racionalidad económica de su inclusión en
los deberes positivos generales (y hasta qué punto las razones que sustentan la imposi- el (calc_u!ando la probab1hdad de llegar a precisar la ayuda, el coste de no recibirla, la
ción de deberes negativos no nos compelen también a admitir la imposición de deberes probabihda? de encontrarse en condiciones de prestarla y el coste de hacerlo); pero una
positivos), o la distinción entre «amenazas» y «ofertas» (ligada a la determinación de cosa es decir q~e .formarí~n parte del ~cuer?o -algo que Gauthier no necesita negar
las condiciones en las que puede afirmarse que estas últimas tienen carácter coactivo): Y.otra muy d1stmta decir que deben mclmrse en la caracterización de la situación a
sobre la primera de esas cuestiones vid., por todos, Ernesto Garzón Valdés, «Los de- partir de la cual sería racional concertar el acuerdo.
beres positivos generales y su fundamentación», en Doxa 3 (1986) 17-33; sobre la se- (206) En su reciente «Morality, Rational Choice and Semantic Representation: A
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175
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

En síntesis, Gauthier esgrime dos argumentos para demostrar que ferencjas improductivas; pero como no es racional concertar acuerdos
sólo sería económicamente racional la disposición a cooperar tomando inestables (es decir, acuerdos que se sabe que para alguna de las par-
como línea de partida para el cálculo de la concesión relativa minimax tes no es racional cumplir), es irracional concertar acuerdos no equi-
la situación en que queda satisfecho el requisito lockeano: en primer tativos (quod erat demonstrandum).
lugar, que la disposición a cooperar sobre bases distintas sería irracio- El problema de esta argumentación -que parece expresamente
nal porque el acuerdo resultante sería inestable al exigir transferencias concebida como crítica a la teoría de Buchanan acerca de cómo sur-
improductivas (207); en segundo lugar, que sería irracional porque in- giría la cooperación a partir del estado de «distribución natural (210)
citaría a los demás a mejorar mediante la depredación -y por tanto -radica en que Gauthier da por supuesto, pero no demuestra, que
a costa nuestra- su situación previa a la negociación (208). Cada uno toda transferencia improductiva es necesariamente irracional en ausen-
de estos argumentos debe ser analizado con cuidado, porque si resul- cia de coacción. Pero, como han puesto de manifiesto Kraus y Cole-
tasen errados -como de hecho creo que es el caso- las consecuen- man (211), una transferencia improductiva puede ser de hecho econó-
cias para la viabilidad global del proyecto de Gauthier serían suma- micamente racional, aún en ausencia de coacción, si se toman en cuen-
mente serias. ta los costes de oportunidad de no pasar por ella (es decir, si se piensa
Tomemos el primero de ellos. Lo que Gauthier intenta demostrar en cuáles son las alternativas realmente disponibles: si resulta que la
es que sólo es económicamente racional concertar «acuerdos equitati- única es el retorno a la situación previa a la negociación -que incluye
vos», entendiendo por tales aquellos en los que se calculan los bene- la coacción-, entonces será económicamente racional tolerar la trans-
ficios de cooperar tomando como línea de partida la situación en que ferencia improductiva). Por lo tanto Gauthier no ha demostrado -al
quedaría satisfecho el requisito lockeano. Y el razonamiento que es- menos por esta primera vía- .ftUe estar dispuesto a concertar «acuer-
grime al efecto puede descomponerse en los siguientes pasos: los acuer- dos no equitativos» sea necesariamente irracional en términos económi-
dos no equitativos exigen transferencias improductivas (209); una cos.
transferencia improductiva sólo es económicamente racional si es el Para demostrarlo, podría escudarse aún en el segundo de los argu-
precio que alguien paga para evitar la coacción, con lo que, en ausen- mentos: que la disposición a cooperar tomando como línea de partida
cia de coacción, toda transferencia improductiva es irracional; por lo para el cálculo de la concesión relativa mínimax una situación que no
tanto, un acuerdo cooperativo que se concierte a partir de una situa- satisface el requisito lockeano sería irracional porque incitaría a los de-
ción configurada por la violación del requisito lockeano y meramente más a mejorar mediante la depredación su situación previa a la nego-
para que subsista ahora el statu quo, pero sin necesidad de mantenerlo ciación. Pero la solidez de este segundo argumento puede ponerse tam-
mediante la coacción (lo que sin duda representa una situación Pare- bién en tela de juicio (212). Lo que viene a decirnos Gauthier es que
to-superior a la de partida, ya que unos se ahorran el coste de coac- hay que adoptar aquella disposición (la disposición de «conformidad
cionar y otros el de ser coaccionados) exigiría transferencias improduc- restringida» [narrow compliance~) que haría que los demás se compor-
tivas; y por consiguiente sería un acuerdo inestable, porque al desa- taran irracionalmente si trataran de sacar ventaja mediante la depre-
parecer la coacción desaparece la razón para seguir generando trans- dación: porque, en efecto, si el depredador potencial supiera que ac-
túa en un mundo en el que nadie está dispuesto a concertar acuerdos
Reply to my Critics», cit., [1988], admite que es «bastante más precario» que otras par- cooperativos con los que se presentan en la negociación con recursos
tes de su construcción (p. 200) y que exigiría una futura reconsideración (p. 203). arrebatados a otros, comprendería que como agente maximizador le
(207) MA, p. 196-197.
(208) MA, p. 195.
(209) En MA, p. 197, Gauthier define las transferencias improductivas de este modo: (210) Sobre la idea de «distribución natural» en Buchanan, vid. supra, nota 201.
«Una transferencia improductiva no crea nuevos bienes ni implica intercambio·de bie- Gauthier critica las tesis de Buchanan en MA, pp. 193-199.
nes existentes; simplemente redistribuye algún bien existente de una persona a otra. Im- (211) Cfr. Jody S. Kraus y Jules S. Coleman, «Morality and the Theory of Rational
plica por consiguiente un coste de utilidad por el que no se recibe ningún beneficio y Choice», cit. pp. 728-729.
una ganancia de utilidad por la que no se presta servicio alguno». (212) Vid. nuevamente Kraus y Coleman, op. cit., pp. 736-738.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

interesa más no depredar y por lo tanto no quedar fuera de los acuer- jo.r e?. un mun~o en el que impera la disposición de conformidad res-
dos cooperativos, que lo contrario. Pero las cosas no son tan sencillas. t~mgida, lo meJor para cada uno es en cualquier caso no adoptarla (y
Para que la depredación sea económicamente irracional no es preciso si puede, trata: de hacer que la adopten los demás) (214). Por consi-
que ningún agente esté dispuesto a cooperar con depredadores: basta- gmente Gau~hi~r no ha det;nostrado, tampoco por esta vía, que un
age~te economicamen~~ racwn.al sól? .estaría dispuesto a cooperar si
rá con que el número de agentes que muestren esa disposición -la de
el calculo de la conceswn relativa mimmax se efectúa tomando como
«conformidad restringida»- sea suficientemente grande (es decir, que
base la satisfacción del requisito lockeano.
rebase el punto -al que podemos llamar por conveniencia «punto P»-
~~:a evitar que el examen pormenorizado de los árboles nos hurte
por debajo del cual los beneficios de la depredación son mayores que
la VISIOn del bosque: convendría, a modo de recapitulación, poner en
el coste de quedar excluido en cierto número de ocasiones de los acuer- claro las consecuencias de orden general que se derivarían del fracaso
dos cooperativos). Pero entonces, desde el punto de vista del indivi- de esos. argumentos. Puede que Gauthier demuestre la racionalidad
duo que reflexiona acerca de la disposición que es racional adoptar, económica de la ~ispo~ición a cooperar (215), pero lo que no ha de-
se plantea el típico dilema de la acción colectiva: si el número de agen- most:ado es la ra.ci.onahdad de cooperar sólo sobre cierta base o en de-
tes que muestran la disposición de «conformidad restringida» está por termmadas con~hcw~es. Ahora bien, si no puede justificar en térmi-
debajo del punto P, entonces es racional para él la disposición a coo- nos de pura raciOnalidad económica la introducción de esa restricción
perar con depredadores, ya que para éstos seguiría siendo racional la el proye~to de ident!ficar la moralidad con el contenido del acuerd~
depredación aunque él adoptara una disposición contraria y, caso de cooperativo gue raciOnalmente alcanzarían las partes queda privado
hacerlo, perdería los beneficios de esa cooperación (que, aunque sea de una base fume, ya que tod~_Io que cabría afirmar sería que las par-
«no equitativa», siempre serán mayores que si no se coopera en abso-
luto). Si por el contrario el número de agentes que muestran la dispo- radoja _del votante»: ~id., p. e~·; W. Ricker y P. Ordeshook, «A Theory of the Calculus
sicón de «conformidad restringida» está por encima del punto P, sería of Votmg», en Amencan Pobtzcal Science Review, 62 (1968) 25-42; y P. Meehl, «The
irracional ser un depredador: pero si algunos lo son (guíados por un Paradoxof the Th_row-Away _Yate», en American Political Science Review, 71 (1977)
cálculo erróneo de su interés) sigue siendo racional para el agente la 11-30. Dere~ Parfit ha sostemdo -en Reasons and Persons, cit., pp. 73-75- que el ar-
g~rnento es ;n~orrecto y que no hay tal paradoja, alegando que en esta clase de situa-
disposición a cooperar con ellos, ya que así puede percibir los benefi- cw~e.s, por mfirn~ que sea la probabilidad de que la elección del agente resulte ser la
cios de esa cooperación sin pagar el enorme coste de hacer racional la declSlva, la mag_n~t~;td de_ las consecuencias que se derivarían del hecho de que lo fuera
depredación (que sigue siendo irracional cualquiera que sea la dispo- hace que l_a declSlon racwnal no sea la que he apuntado, sino justamente la contraria.
sición que él adopte). Sólo si el número de agentes que muestran la En cu_alqm~r.caso esta objeción, en cuyo análisis no me es posible entrar ahora no re-
sultana decisiva p_ara lo que aquí se está discutiendo: aunque Parfit estuviera en 'lo cier-
disposición de «conformidad restringida» está exactamente en el punto to, la argumentación de Gauthier fracasaría igualmente en el plano de la crítica interna
P sería irracional para un agente adoptar la disposición a cooperar con p_orqu~, corno expon?r~ a continuación, no creo que explique satisfactoriamente la ra-
depredadores, porque su elección tendría el extraordinario coste de c:onalidad del curnplillllento del acuerdo contraído (lo que socava a su vez la raciona-
ser precisamente la que inclina la balanza y hace económicamente ra- lidad de concertarlo).
(~14) Lo que esta conclusión pone de manifiesto es algo que quizá no siempre se
cional la depredación: pero la probabilidad de encontrarse exactamen- percib~ ~decuadarn~nte: que el ~stablecünient? de un mercado competitivo -que es
te en ese punto -es decir, la probabilidad de que la elección propia algo distmto de la J~ngla hobbesiana, ya que Implica conceptualmente una definición
sea justamente la decisiva- es tan remota que, cuando en condiciones de derechos de_ propiedad ~ de f_orrnas válidas e inválidas de transmisión e intercambio
de incertidumbre respecto a la disposición de los demás el agente cal- de recursos, asi ~o~o la eXIstencia de un dispositivo que garantice la efectividad de todo
ello -es ya en ~I mismo un pro?~erna ~e acción_ co_lectiva (en terminología olsoniana) y
cula la utilidad esperada de adoptar la disposición de conformidad res- que, en es~ sentido, la cooperac10n exhibe su pnondad lógica respecto a la competencia
tringida o no adoptarla, la teoría de la decisión racional le encamina Y no a la mver_s~, corno quizá se piensa generalmente. Así lo ha señalado Jules Cole-
en esta segunda dirección (213). En definitiva, aunque todos están me- rnan, «Cornpetltwn and Cooperation», en Ethics, 98 (1987) 76-90, pp. 82-83.
(215) Para lo cual ~endría que demostrar satisfactoriamente que, una vez concerta-
do el ~cuerdo ~ooperatlvo, sería económicamente racional cumplirlo. A mi juicio corno
(213) Este argumento constituye corno es obvio una aplicación de la llamada «pa- se vera enseguida, no lo hace. '

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

tes establecerían racionalmente acuerdos cooperativos distintos según par~ concertar acuerdos con ellos y, transgrediéndolos después, sacar
cual sea la situación de partida; y ninguna de éstas podría ser moral- partido a su costa (con lo cu~l quedarían identificados como lo que real-
mente censurable, ya que si «¿qué es moral?» -es decir, «¿cuál sería ~ente s~n de cara a negoCiaciOnes futuras). Pues bien, lo que Gaut-
el contenido del acuerdo cooperativo que racionalmente alcanzarían hier sostiene es que un agente económicamente racional que reflexio-
las partes?»-- depende de la situación en la que estemos, la pregunta ~e acerca de qué d~sp?sición. es m~s beneficioso adoptar a largo plazo,
de si es moral esa situación misma sería lógicamente implanteable. Si, SI la de ser un maximizador Irrestncto o la de ser un maximizador res-
como alternativa, la moralidad se identifica con el contenido del acuer- tringido, elegiría lo segundo sencillamente porque la utilidad esperada
do cooperativo que racionalmente alcanzarían las partes en determina- de serlo es mayor que la de la elección contraria.
das condiciones ideales (por ejemplo, en aquellas que satisfagan el re- Ahora bien, esa conclusión es francamente discutible. Es discuti-
quisito lockeano), entonces toda la argumentación quedaría expuesta ble, en primer lu~ar, !?~~que _ el cálculo de la utilidad esperada de adop-
al mismo tipo de objeción que Gauthier plantea a construcciones como tar una u otra disposiciOn solo puede hacerse a la luz de las circuns-
la rawlsiana: que dejan sin explicar qué razón (en sentido económico, tancias reales del entorno del agente. Como ha señalado McClennen
el único que los postulados de Gauthier permiten) tendría un sujeto todo agente qu~ d~sarrolle ese cálculo habrá de tomar en cuenta, por
real para hacer lo que sería racional hacer en circunstancias idea- lo menos, los sigUientes factores: la proporción entre maximizadores
les (216). restringidos y maximizadores irrestrictos existente de hecho en la so-
En definitiva, de los tres problemas que Gauthier tenía ante sí ciedad (es decir, la probabilidad de que un miembro cualquiera de ella,
(cómo alcanzar un acuerdo acerca de la distribución del excedente coo- t?mado al azar, ~es.ulte ser lo ~n~ o lo otro); la probabilidad de que
perativo; cómo asegurar su cumplimiento; y cómo restringir lo que pue- si uno es un maximizador restnng1do los demás que también lo son se
de contar como punto de partida aceptable de la negociación), el pri- den cuenta de ello; la probabilidad de ser engañado por maximizado-
mero y el tercero, conectados de la forma que se ha expuesto, no ha- res irrestrictos 9~e fingen ser maximizadores restringidos (lo que in-
brían sido resueltos satisfactoriamente. Pero es que además sigue en cluye la P!obabihdad de lle~ar a estar informado de que en interaccio-
pie el segundo de ellos: y un hipotético fracaso a la hora de demostrar nes ~n~enores. con ~tros sujetos diferentes cierto agente actuó como
por qué sería racional cumplir los acuerdos concertados, recordémos- maximizador. Irrestr.Ict~ ); la ~r~babilidad que tiene él de engañar a
lo, revertiría además sobre la presunta racionalidad de concertarlos. otro~: es decir, de fmgir con exlto que es un maximizador restringido
Gauthier intenta demostrar la racionalidad del cumplimiento acu- no swndolo realmente; y la magnitud de las pérdidas y ganancias de
diendo a nuestra relativa capacidad para advertir con qué clase de in- cada u~o de los acuer~?s en que el sujeto pueda participar (porque las
dividuos (dispuestos o no a cooperar) estamos interactuando y a la idea ganancia~ __de una ocaswn p~eden ser tales que superen las pérdidas de
de que la racionalidad, en condiciones de incertidumbre, debe tomar la e~cluswn de la cooperación en ocasiones futuras) (218). y lo que
en cuenta el grado de probabilidad de cada resultado (es decir, debe de nmguna manera cabe dar por supuesto a priori es que la magnitud
consistir en la maximización de la utilidad esperada). Con esos elemen- de todos esos factores será en todos los casos tal que favorezca la elec-
tos a la vista, su argumentación se construye del siguiente modo (217): ción de ser un maximizador restringido (219). En definitiva, que la uti-
si hay dos clases de sujetos, maximizadores irrestrictos y maximizado-
res restringidos, es obvio que los segundos se buscarían entre sí para (218) Cfr. Edward F. McClennen, «Constrained Maximization and Resolute Choi-
concertar acuerdos mutuamente beneficiosos y tratarían de excluir de ce», en Social Philosop?y an~ Pol~cy, 5 (1988), 95-118, p. 103. En una línea parecida,
ellos a los primeros; y que éstos -los maximizadores irrestrictos-, tra- Alan Nelson, «Economrc Ratronahty and Morality», en Philosophy and Public Affairs,
17 (1988)' pp 149-166, pp. 160-161.
tando de disimular que lo son, buscarían maximizadores restringidos
(~19) De. hecho G~uthier se limita a señalar, por vía de ejemplo, que si se dan de-
~ermmadas Clrcunstancws -tales como la existencia de i oual número de maximizadores
mestrictos que de maximizado res restringidos, la capacidad de éstos de reconocerse con
(216) Vid. el texto de Gauthier cit. supra, en la nota 191 de esta parte I. seguridad e~tr~ sí dos de ca~a ~res veces y la capacidad de aquéllos de angañar con éxi-
(217) MA, pp. 170-177. to a los maxrmrzadores restnngrdos una de cada cinco veces (MA, p. 177)- será mayor

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

lidad esperada de ser un maximizador restri~~ido sea mayor que. la de


ser un maximizador irrestricto es una cuestwn puramente contzngen- antes haya surgido en otros como producto de consideraciones de otro
orden.
te (220). · El '1 1 d 1 En definitiva, la tesis de que un agente económicamente racional
Pero no es ésa la única dificultad para Gauthwr. ca cu o e a
utilidad esperada de adoptar .una u otra di~posición no sólo depende cumpliría los acuerdos concertados porque repararía en la mayor uti-
de circunstancias empíricas, smo que adeJ?as tr~s uno de los factores lidad esperada de adoptar la disposición de ser un maximizador res-
de ese cálculo se esconde un problema de circulandad. Porque, en efec- tringido puede ser puesta en entredicho por dos tipos de razones: por-
to ceteris paribus será tanto más racional económicamente adoptar ~a que su verdad es puramente contingente y porque al desarrollar ese
di~posición de ser un maximizador restringido cuanto may?r sea el nu- cálculo se tropieza con un problema de circularidad. Pero es que ade-
mero de maximizadores restringidos existente en la s?ciedad, (221). más, en tercer lugar, puede someterse a crítica la idea misma de «adop-
Pero lo que esa forma de presenta~ el p:o.~lema n~ explica es como se tar una disposición» que maneja Gauthier y que, por otra parte, es fun-
supone que llegaron a adoptar la disposicwn que tienen -y q~e nues- damental dentro de la lógica global de su proyecto. Y puede someter-
tro agente toma como un dato en su ?álculo- todo~ los demas age.n~ se a crítica por dos clases de razones: primero, porque no está claro
tes, que Gauthier nos presenta como zgualment~ ra~z?nales. P?r deci: que sea posible constreñir la propia voluntad de una forma tan severa
lo sintéticamente: para todos y cada uno de los I~divi~~?s sera econ~­ como la que Gauthier denomina «adoptar una disposición»; y segun-
micamente racional (ceteris paribus) adoptar la disposicion de un maxi- do, porque aunque fuera posible no está claro que a un agente maxi-
mizador restringido si hay un número suficiente. de agentes que lo .s?~; mizador le interesara racionalmente hacerlo.
pero por eso mismo ninguno puede ~o~ar racwnalmente la. decisio_n Gauthier subraya que su construcción toma un rumbo distinto del
de serlo antes de saber cuál es la decision de (a~ men?s un cierto m~­ de la teoría bayesiana de la deeisión o del de la teoría de juegos clá-
mero de) los demás; y precisamente eso es alg? I~~osible de determi- sica por cuanto éstas identifican la racionalidad con la maximización
nar, porque ellos, que desarrollan un cálculo ~de~tlco, se encuentr.an de la utilidad en cada elección particular, mientras que él la identifica
exactamente ante el mismo impasse. Por consiguiente, la mera _ra~w­ con la maximización de la utilidad en la eleccion de una disposición a
nalidad económica no genera las condiciones que ~acen econom~ca­ elegir de cierta manera (222). Las primeras dan por supuesto que la
mente racional la adopción de la disposición cooper.atiVa: para q.ue esta esencia de una elección racional para un caso concreto consiste en lo
surja en un agente como producto de esa racionalidad es preciso que siguiente: el agente tiene una ordenación de preferencias dada de an-
temano; examina todas las alternativas de acción efectivamente dispo-
la utilidad esperada de ser un maxirnizador restringido. Pero s~poner que la realid~d nibles en el contexto en que se halla; y elige aquella que le ofrece una
corresponde (o más aún, tiene siempre. qu~ corresponder) aproXImadamente a esas Cir- mayor utilidad esperada. Ese patrón de elección funcionará del mismo
cunstancias resulta completamente arbltrano. modo en todas las ocasiones que se presenten. Por consiguiente, per-
(220) Una variable decisiva para calcular la utilidad esperada de adoptar una u otra maneciendo constante su ordenación de preferencias, si el agente quie-
disposición será además el tamaño de la comunidad en !a que se .muev~ el agente qu~
se lantea la elección: a medida que aumenta ese ta~ano -:-_~etens parz?u~- ~;ec~ ex re encauzar, condicionar o predeterminar el sentido de su elección en
po~encialmente la utilidad esperada de adoptar una drsposr~ron maxrm1z~cr~n
.de rrres- un caso futuro -porque estima que la maximización de su utilidad en
tricta, ya que cada vez es más difícil estar informado del hr~to~al de cumpli~entos o ese caso le conducirá naturalmente a una elección que irá en perjuicio
incumplimientos pasados de los demás y en v~rtud de .ello ?r.smmuye correlatrv~me~te de su maximización a largo plazo-la manera de conseguirlo consiste
la robabilidad de que el maxirnizador irrestncto sea rdentlficad~ ~~mo tal Y exch~rdo
de 1a cooperación. Vid. en este sentido Michael Taylor, The Poss~bzlltyof Cooperatz?n, en alterar mediante acciones presentes lo que será el contexto en el
cit., [1987], p. 105; y James Buchanan, «The Gauthier Enterpnse», en Soeza! Phzlo- que habrá de elegir en el caso futuro (haciendo más gravosas o incluso
sophy and Policy, 5 (1988), pp. 75-94, pp. 79-81. materialmente imposibles algunas de las que serían alternativas de ac-
(221) De hecho Gauthier reconoce -MA, pp. 181-182-, come~tando ~n texto de ción disponibles en ese momento). De ese modo, alterando o redu-
Hume que nos habla de la falta de raz~nes para .ser. justo que tendna <(?-n vrrtuoso r~:
deado de rufianes» -Enquiry Concernzng the Prznczples of Morals, III, 1-, que efectl
vamente en esas condiciones extremas no sería racional ser moral. (222) MA, p. 182.
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ciendo el propio margen de maniobra, la maximización de la utilidad Lo. que tiene que quedar claro es cuál habría de ser el sentido de
-que funciona siempre caso por caso- hará que la elección de en- esa modificación. No se trata meramente de que el agente forme una
tonces tome el rumbo que se desea ahora (223). metapreferencia (moral) que domine su cálculo prudencial caso-por-ca-
Este esquema puede aplicarse al caso que nos ocupa (cómo asegu- so: porque entonces, llegada la ocasión del cumplimiento, la raciona-
rar el cumplimiento de los acuerdos cooperativos concertados): pre- ijdad prudencial seguirá aconsejando la transgresión; y aunque el agen-
viendo que la elección que maximizará su utilidad cuando llegue el mo- te «prefiera no preferir» esa transgresión, estará expuesto al problema
mento del cumplimiento será la transgresión y sabiendo que esa pre- de la akrasía. De lo que se trata es de que el agente, por razones pru-
visión socava las bases de un acuerdo mutuamente beneficioso, lo que denciales, decida dejar de ver el mundo como lo hace un agente pru-
las partes deben hacer ahora es introducir factores que modifiquen el dente; de que empujado por la racionalidad prudencial salga fuera de
contexto en el que habrá de elegirse entonces, de manera que la maxi- ella y «adopte una disposición» desde la cual se ve el mundo en tér-
mización de la utilidad en ese momento quede enderezada hacia el minos diferentes, atribuyendo a ciertas acciones o estados de cosas va-
cumplimiento del acuerdo. El modo más sencillo de hacerlo es proba- lor intrínseco. Pero esa idea de «adoptar una disposición», como ha
blemente el establecimiento de un sistema de sanciones, que, modifi- puesto de relieve Bernard Williams (225), exige una transformación
cando el cálculo de costes y beneficios de lé." ¿artes, inclinará la ba- personal extremadamente inverosímil: porque no se trata meramente
lanza de la utilidad del lado del cumplimiento del acuerdo. de que el agente vea el mundo de manera distinta desde su nueva dis-
Ahora bien, esta solución tiene obviamente sus puntos débiles: posición al mismo tiempo que sigue contemplando (desde fuera de ella)
como la racionalidad sigue concibiéndose como maximización de la uti- su adopción como prudencialmente racional (ya que si así fuera po-
lidad caso por caso, seguirá siendo racional la transgresión si -por las dría, si lo aconsejaran las circ{tllstancias particulares del caso, consi-
circunstancias que sea- en una ocasión determinada es muy poco pro- derar igualmente racional en términos prudenciales el abandono de la
bable que llegue a aplicarse efectivamente la sanción establecida; y, disposición adoptada) (226); de lo que se trata es de que el agente «ol-
como cuestión más de fondo, al ser el establecimiento del sistema de vide» las razones que le llevaron a adoptar esa disposición y valore aho-
sanciones un «bien público» en sentido técnico (porque no es posible ra desde ella no sólo cada elección particular, sino la misma disposi-
excluir de los beneficios que derivan de su existencia a quienes no con- ción adoptada. Y parece más 'que dudosa la viabilidad de una trans-
tribuyan a ponerlo en marcha), su instauración plantea un problema formación semejante.
de acción colectiva de segundo nivel (es decir, un problema de acción Pero supongamos que sí es posible «adoptar una disposición» en
colectiva que afecta a la generación de un mecanismo destinado a re- el sentido fuerte que requiere la argumentación de Gauthier, que por
solver otro problema de acción colectiva). Por eso la construcción de algún medio -que por otra parte no alcanzo a concebir- le sería po-
Gauthier toma un rumbo completamente distinto: lo que tendrían que sible a cualquier agente producir en sí mismo un cambio de ese tipo:
hacer agentes verdaderamente racionales para predeterminar sus elec- ¿sería racional para él producirlo? ¿maximizaría su utilidad esperada
ciones futuras no sería modificar el contexto en el que éstas habrán de constreñir sus elecciones futuras mediante la «elección de una dispo-
formarse, sino modificarse a sí mismos (224). sición»? Creo que hay razones para dudarlo. Probablemente un agen-
te racional llegaría a la conclusión de que lo más beneficioso para él
(223) Cfr., p. ej., Duncan R. Luce y Howard Raiffa, Games and Decisions, cit., p. a largo plazo no es constreñir su margen de maniobra de una vez por
75, y Thomas C. Schelling, La Estrategia del Conflicto, cit., pp. 145 y 150.
(224) Derek Parfit llama soluciones políticas a las que consisten en modificar el con- meros factores de su cálculo prudencial y adoptan respecto a ellas un punto de vista in-
texto de la elección y soluciones psicológicas a las consistentes en provocar cambios en terno, puede afirmarse que las soluciones «psicológicas» están en parte conectadas ge-
el propio agente: vid. Reasons and Persons, cit., pp. 62-66. De todos modos, como re- néticamente con las soluciones «políticas».
cuerda James Griffin -en Well-Being, cit., p. 205-, no debe perderse de vista la co- (225) Cfr. Bernard Williams, Ethics and the Limits of Philosophy, cit., p. 108, que
nexión que probablemente se da en la práctica entre unas y otras: en la medida en que desarrolla este punto como objeción a cualquier forma de utilitarismo indirecto.
las reglas que establecen sanciones son interiorizadas (paulatinamente y en diversos gra- (226) Cfr. Edward F. McClennen, «Constrained Maximization and Resolute Choi-
dos), es decir, en la medida en que los individuos dejan de manejar esas reglas como ce», cit., p. 106.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

todas mediante la «adopción de una disposición» (sea la que sea), sino económica, repararían en la mayor utilidad esperada de adoptar la dis-
comportarse como el «granuja sensato» del que nos habla Hume: sien- posición de un maximizador restringido. Aún así, quedaría en pie la
do honesto -«maximizador restringido>>-- como regla general, pero pregunta de por qué hemos de identificar la moralidad con el conte-
permitiéndose excepciones cada vez que las circunstancias lo aconse- nido de dichos acuerdos y no con otra cosa diferente: por qué, en de-
jen (227). Porque de hecho es posible que las circunstancias sean tales finitiva, habríamos de aceptar la estipulación de Gauthier acerca de
que los beneficios del incumplimiento de un acuerdo excedan las pér- qué es lo que debe entenderse por «moralidad». Me parece que existe
didas que hayan de afrontarse en el futuro a resultas de la consiguien- una poderosa razón para poner en entredicho esa estipulación. Pero
te exclusión de la cooperación (228); y un agente económicamente ra- no es del tipo que suele esgrimirse generalmente.
cional no se cerraría a priori la posibilidad de aprovecharse de una si- La objeción más común consiste en denunciar la falta de coinci-
tuación semejante si es que llega a producirse. Por consiguiente, no dencia -por defecto o por exceso- entre la moral que resultaría del
sólo es discutible que pueda «adoptarse una disposición»: es que aun- proyecto de Gauthier y una cierta idea convencional de la moralidad,
que fuera posible no está claro que la racionalidad económica nos re- más intuitiva que reflexiva, que se supone que la mayor parte de no-
comendara hacerlo. sotros compartimos. Se afirma en ese sentido que la moral perfilada
Creo, en definitiva, que todas estas reflexiones autorizan a con- por Gauthier no deja sitio para los actos supererogatorios (229) o para
cluir que Gauthier no ha probado adecuadamente la racionalidad de los deberes consigo mismo o hacia aquéllos con los que no es posible
cumplir (a través de la adopción de la disposición apropiada) los acuer- negociar (incapacitados, generaciones futuras, animales ... ) (230); y, a
dos concertados. Y con ello queda además en tela de juicio la racio- la inversa, que caben dentro de ella acuerdos inaceptables en los que
nalidad de concertarlos. Como esta dificultad se acumula sobre las ex- el beneficio mutuo y en térmtfíos imparciales que se produce para las
ploradas anteriormente (cómo alcanzar un acuerdo acerca de la distri- partes del acuerdo se consigue a costa de quienes quedan fuera de
bución del excedente cooperativo y cómo restringir lo que puede con- él (231). El valor de este tipo de críticas, no obstante, dista a mi juicio
tar como punto de partida aceptable de la negociación), no me parece de ser concluyente. No se trata sólo de que quizá infravaloren la ca-
aventurado afirmar que la argumentación de Gauthier fracasa en su pacidad de adaptación y flexibilización del proyecto de Gauthier, que
conjunto en el plano de la crítica interna: no ha conseguido demostrar probablemente puede, sin violentar sus premisas, encontrar vías para
satisfactoriamente de qué manera emergería la moralidad como una incluir en su seno mucho de lo que se supone que deja fuera o para
constricción racional a partir de las premisas no morales de la elección excluir de él lo que se afirma que incluye indebidamente. Es que ade-
racional. más, aunque finalmente no acertara a hacerlo, la objeción de que al-
Pero es que además, como he apuntado desde el principio, todo guna de sus conclusiones resulta «contraintuitiva» carece de valor a me-
su proyecto puede criticarse en otro plano diferente (el que he llama- nos que se demuestre que las intuiciones que violenta no son meras
do crítica externa). Supongamos que fuera posible demostrar (bien por- ideas recibidas, el poso de tradiciones que no hay por qué considerar
que las críticas aquí presentadas estuvieran mal planteadas, bien por- justificadas, sino auténticas exigencias de una noción de racionalidad
que se reconstruyera la argumentación de Gauthier de modo que las
salvara) que agentes económicamente racionales concertarían acuer- (229) Cfr. Kurt Baier, «Rationality, Value and Preference», en Social Philosophy
dos cooperativos con arreglo al criterio de la concesión relativa mini- and Policy, 5 (1988) 17-45, pp. 20-21.
max -tomando como punto de partida para su cálculo la situación en (230) Cfr. K. Baier, loe. cit.; y J. Griffin, Well-Being, cit., p. 130.
la que quedaría satisfecho el requisito lockeano-; y que cumplirían (231) Cfr. Edna Ullman-Margalit, The Emergence of Norms, cit., pp. 41-43; y Ja-
después esos acuerdos porque, guiados por esa misma racionalidad mes Buchanan, «The Gauthier Enterprise», cit., pp. 76-79. Téngase en cuenta que el
propio Gauthier reconoce que los límites de la comunidad que se toma como ámbito re-
levante para dar lugar a la moralidad en tanto que constricción racional llegan tan lejos
(227) Cfr. Enquiry concerning the Principies of Morals, IX, ii. como las perspectivas de cooperación mutuamente beneficiosa, y que ciertamente esos
(228) Vid. Alan Nelson, «Economic Rationality and Morality», cit., pp. 157-158; y límites no aseguran una moralidad estrictamente universal: vid. D. Gauthier, «Morality,
C.S. Nino, Etica y derechos humanos, 2.• ed., cit., p. 70. Rational Choice and Semantic Representation: A Reply to my Critics», cit., p. 205.

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que está por explicitar. De lo contrario, si la solidez de esas intuicio- en entredicho la estipulación de Gauthier acerca de qué es lo que debe
nes simplemente se da por supuesta, la crítica desemboca en una pura entenderse por «moralidad» radica en su infidelidad a los propios pre-
petición de principio (232). supuestos metodológicos que afirma asumir. Y si lo que acabo de afir-
Algo parecido sucede con otro tipo usual de crítica que, discurrien- mar puede ser demostrado cabría concluir que su propuesta se desca-
do por senderos similares, se mueve no obstante en un plano superior lifica a sí misma, con lo que quedaría minada sin necesidad de otorgar
de abstracción. Es la que consiste en afirmar que la interpretación de ningún valor especial a nuestras intuiciones morales ni de dar por sen-
la moral en términos económicos es inaceptable en su misma raíz, por- tado un concepto de racionalidad que como mínimo es discutible.
que la validez moral de un principio de acción cualquiera no consiste Para Gauthier, la moralidad consiste en aquellos límites a la satis-
meramente en su capacidad para conseguir el asentimiento de los in- facción del propio interés que tienen su fundamento en el mismo in-
dividuos en razón de sus intereses (o mejor: de una comprensión más terés que limitan, obtenidos e identificados a través de la mera aplica-
esclarecida de lo que su maximización exige), sino en su aceptabilidad ción de la teoría de la decisión a contextos de interacción estratégica.
para cualquier individuo «racional» en un sentido distinto de «econó- Ya he explicado por qué ese proceso de derivación se salda a mi juicio
micamente racional», es decir, en su capacidad de ser fundamentado con un fracaso, pero supongamos por un momento que no es así: lo
a través de una racionalidad no estratégico-maximizadora, sino de otro que Gauthier sostiene -y es lo que ahora me interesa destacar- es
tipo (p. ej., discursiva) (233). Pero si este tipo de crítica no da un paso que todo individuo tendría una razón para aceptar esos límites a lasa-
más, si se detiene justamente aquí, me parece que incurre igualmente tisfacción de su interés y ninguna para aceptar otros cualesquiera. Di-
en una petición de principio. Porque es precisamente la convicción de cho con otras palabras: para Gauthier cualquier creencia moral de un
que no existe una forma tal de «racionalidad» libre de supuestos mo- sujeto distinta de aquellos límites es irracional, un puro residuo ideo-
rales previos -es decir, una base que no sea ya ella misma la asun- lógico propio de quien está «equivocado acerca de la naturaleza de la
ción de una cierta posición moral- la que lleva a Gauthier (y con él, moralidad» y que, como tal, debe ser abandonado (234). Lo que eso
me atrevería a decir, a todos los que buscan el basamento de la mo- significa es que entre las preferencias de tercer nivel de un individuo
ralidad en la racionalidad económica) a definir estipulativamente qué -que en su calidad de tales son aceptadas por él como dominantes
cuenta como moralidad del modo en que lo hace (esto es, fijándose con respecto a sus intereses -sólo constituyen auténticas razones para
en el rumbo que tomaría la racionalidad como maximización de la uti- actuar las que concuerden con los resultados del proceso de deriva-
lidad al enfrentarse a un contexto de interación estratégica). Por con- ción que Gauthier propone. El problema radica en aclarar cómo pue-
siguiente no basta meramente con señalar que no hace uso de cierta de sostener una tesis semejante quien, como punto de partida, ha asu-
concepción de la racionalidad quien precisamente afirma que no es via- mido que «el valor se crea o determina a través de la preferencia»,
ble: lo que habrá que demostrar será justamente su viabilidad. Y si se que «lo que es bueno es bueno en último término porque es preferido,
da simplemente por supuesta, quien razone en los términos en que lo y es bu.eno desde el p~nto de vista de aquéllos, y sólo de aquéllos, que
hace Gauthier puede esquivar la crítica mediante el sencillo expedien- lo prefieren» (235). S1 ello es así, cuesta entender por qué no consti-
te de negarse a aceptar que le incumba a él la carga de la prueba de tuye una razón para actuar cualquier preferencia de un sujeto de no
lo que niega. maximizar su interés en determinadas condiciones. Sostener que las
Por todo ello, me parece que la razón más poderosa para poner
. ~234) ~fr. «Morality, Rational Choice and Sernantic Representation: A Reply to rny
(232) Y corno talla despacha Gauthier en repetidas ocasiones: cfr. MA, pp. 6, 168 CntiCS», clt., p. 182. Y remacha:«[ ... ] cualquier fuerza que tengan las pretensiones mo-
y 268-269. rales deriva, y deriva por completo, de su papel en la superación del problema estruc-
(233) Dirigida no a Gauthier, sino a Buchanan, este tipo de crítica puede encon- tural de interacción representado por el dilema del prisionero, el problema de reconci-
trarse en Miguel Angel Rodilla, «Buchanan, Nozick, Rawls: Variaciones sobre el esta- liar la acción individual maximiza dora con el óptimo de Pareto. Cualquier otra cosa se-
do de naturaleza», cit., pp. 236 y 250-252; y en Ernes~o Garzón Valdés, «Etica y Eco- ría sólo un añadido mítico que, tan pronto corno fuese comprendido, dejaría a la mo-
nomía», ponencia presentada ante las X Jornadas de Filosofía Jurídica y Social, Alican- ralidad tan impotente corno la religión,» (ibi, p. 176).
te 1987, pp. 19-20 del original policopiado. (235) Vid. supra, notas 184 y 185.

188 189
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

preferencias de ese tipo que no coincidan con las resultantes del pro- premisas internalistas asumidas de entrada, será obligado reconocer
ceso de derivación propuesto son «irracionales», es apelar a una no- que cualquier valor que puedan tener el método mismo de agregación
ción de racionalidad que entra en contradicción con las premisas mis- o su resultado lo tendrán desde el punto de vista de la ordenación de
mas de toda su construcción (236). preferencias de alguien (es decir, sólo desde el punto de vista de quie-
Me parece necesario insistir en este punto, ya que si no me equi- nes los incluyen en su ordenación y precisamente por el hecho de que
voco todos los intentos de fundamentación intersubjetiva de normas los incluyen). Por supuesto, un individuo puede encontrar que la pre-
morales (o «elecciones sociales») a partir de las premisas de la racio- ferencia «social» coincide con la suya, o puede modificar su ordena-
nalidad económica tropiezan sistemáticamente con el mismo proble- ción de preferencias tras la agregación para introducir en ella su re-
ma (237). Su punto de partida es la convicción de que la racionalidad sultado (238); puede sostener incluso que tiene una razón para hacerlo
práctica no consiste en otra cosa que en la satisfacción de una ordena- si su ordenación de preferencias incluía el método de agregación (239);
ción coherente de preferencias. Eso quiere decir que la determinación pero lo que de ningún modo puede afirmarse sin traicionar el punto
de qué es lo «racional» desde el punto de vista práctico es siempre in- de partida asumido es que la preferencia «social» constituye alguna
terna a una ordenación: que no hay ninguna instancia externa a ellas suerte de razón para actuar «objetiva», esto es, que es «racional» ac-
-i. e., que no resulte ser meramente la ordenación de otro indivi- tuar según lo que ha resultado ser la preferencia «social» y que esta
duo- desde la cual pueda afirmarse qué es lo que «Verdaderamente» última afirmación no está hecha meramente desde el interior de la or-
constituye una razón para actuar. Por supuesto la idea de que las ra- denación de preferencias de quien habla (es decir, desde el punto de
zones para actuar están ancladas conceptualmente en preferencias (no vista de alguien que hace suya dicha preferencia «social»), sino desde
dominadas) es el rasgo distintivo de lo que vengo llamando «modelo una «racionalidad» que no es la ·cle nadie en particular y que, una vez
internalista». Ese modelo puede o no ser aceptable, pero lo que sin obtenida, constriñe a todos -o quizá sólo a algunos, como por ejem-
duda no cabe es seguir un itinerario argumental en el que se parta de plo a los funcionarios públicos- a ajustarse a ella no importa cuál sea
su aceptación y se acabe, tras una finta o deslizamiento no siempre fá- su propia ordenación individual (240). Si se sostiene tal cosa se ha sal-
cil de percibir, razonando desde la lógica del modelo contrario.
Consideremos, por ejemplo, la idea de una preferencia o elección (238) Aunque, como ha apuntado Rawls, un individuo que siempre esté dispuesto
«social» tal y como suele concebirse entre los cultivadores de la eco- a hacer suya la que resulte ser la preferencia «social» se revelaría como una «persona
vacía» (bare person), entendiendo por tal el tipo de personas que «no tienen una deter-
nomía del bienestar a partir de Arrow. La preferencia «social» es el minada concepción del bien con la que estén comprometidas», que «están dispuestas a
resultado de agregar las ordenaciones de preferencias de todos los in- considerar cualquier convicción y aspiración nueva, e incluso a abandonar apegos y leal-
dividuos según cierta «función de bienestar social» o ciertas «reglas de tades cuando el hacerlo les promete una vida con mayor satisfacción global, o bienestar,
elección colectiva». Ahora bien, ¿qué representa la preferencia «SO- de acuerdo con una jerarquización pública» lo que representaría la pérdida de la indi-
cial» así obtenida desde el punto de vista de las razones para actuar? vidualidad, la «disolución de la persona como alguien que lleva una vida que es expre-
sión de un carácter y de una entrega a fines últimos y a valores adoptados (o afirmados)
Por descontado, hablar de una preferencia «social» no pasa de ser un que definen los puntos de vista distintivos asociados con concepciones del bien diferen-
abuso verbal (y eso justifica el reiterativo entrecomillado): las prefe- tes»; cfr. J. Rawls, «Social Unity and Primary Goods», cit., pp. 180-181 [trad. cast. cit.
rencias siempre son de alguien. Y por consiguiente, si se es fiel a las -supra, en nota 55-, pp. 206-207].
(239) Pero en ese caso puede producirse una contradicción entre su preferencia in-
(236) Cfr. Ch. W. Morris, «The Relation between Self-Interest and Justice in Con- dividual y el resultado de agregar ésta con las preferencias de los demás, que el indivi-
tractarian Ethics», en Social Philosophy and Policy, 5 (1988) 118-153, pp. 143-144. duo ve igualmente como una razón para actuar en virtud de su aceptación del método
(237) Sobre el que no hace mucho ha llamado la atención Hartmut Kliemt -vid. de agregación: se trata obviamente del tipo de problema que -en relación con el me-
H. Kliemt, «Unanimous Consent, Social Contract and the Sceptical Ethics of Econo- canismo de la democracia- se suele denominar «paradoja de Wollheim», al que me re-
mists», en Rechtstheorie, 18 (1987) 502-515- y que, hace casi cuatro décadas y en dis- feriré más adelante (vid. infra, nota 630 de la parte II).
cusión con el paradigma arrowiano por entonces incipiente, ya fue puesto de manifiesto (240) El ver las cosas de este modo es precisamente lo que marca el corte radical
por Ian Little: cfr. I.M.D. Little, «Social Choice and Individual Values», cit. [vid. su- entre la perspectiva arrowiana, que se impone en la teoría de la elección social a co-
pra, nota 110]. mienzos de los cincuenta, y la dominante en la economía del bienestar inmediatamente

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LA NORMATIVIDAD

tado subrepticiamente del modelo intern~l~st~ al mo~el~ externalist~, del ra.zonamiento fuese correcto -y a mi entender no lo es- se ha-
seguramente en pos de una «fundamentacwn mtersubJetlva» que la lo- bría identificado un conjunto de límites al propio interés que puede o
no coincidir con los que realmente acepta un individuo, con el nivel
gica del primero simplemente excl~~e. .
La estructura de la argumentacwn de Gauthier reproduce a gran- superior de su ordenación de preferencias real. Ahora bien, al afirmar
des rasgos el mismo problema. Como pr~mer paso. se ~.arca una cesu- que la moralidad consiste precisamente en aquellos límites y que las
ra dentro de la ordenación de preferencias d~ los ~~dividuos:. sus pre- preferencias de tercer nivel reales que no coincidan con ellos son irra-
ferencias de tercer nivel -los límites a la s~tisfaccwn de s~s mt~res~s cionales se ha dado un salto que las propias premisas aceptadas por
que ellos mismos aceptan- son puestas baJO sosp~cha .de Irrac/wnah- Gauthier -las del modelo internalista- descalifican. Porque lo que
dad y quedan colocadas de momento. entre p~rentesis, tomandose se está diciendo es que la afirmación de que sólo son racionales aque-
como base del razonamiento sólo su actitud aut?mte~~sada, sus pre~e­ llos límites a la satisfacción del propio interés (y de que son irraciona-
rencias de segundo nivel (241). Se afirma. a contmua~10n ~1 caracter m- les límites suplementarios o más exigentes) no está hecha meramente
directa e individualmente auto-refutatono de la raciOnalidad pruden- desde el punto de vista de alguien cuyas preferencias de tercer nivel
cial, lo que presuntamente conducirí~ a. la adopció!l ~or razones. pru- resultan ser precisamente esas (desde el principio o después de desarro-
denciales de la disposición de un maximiza~or ~estnngido,. es decir, de lar un razonamiento como el de Gauthier y abandonar las suyas ante-
ciertos límites a la satisfacción de los propws mte reses. SI este tramo riores que fuesen diferentes de ellas), sino desde un punto de vista que
no es el de nadie en particular, desde un punto de vista -quiérase o
anterior, cuyo representante más caracterizado po~ría ser Abram ~~r~son. En Bergs?n no utilizar el término- «objetivo» con el que todos habrían de com-
la idea de una «función de bienestar social» se entiende como .un fUlCW moral de un .l~­ parar y ajustar sus propias preferencias de tercer nivel reales. Y sen-
dividuo acerca de qué hace a la sociedad mejor o peor, y de ?mgun modo como un JUI- cillamente, habida cuenta de las premisas asumidas, no cabe hablar de
cio «de la sociedad»: vid. la crítica de Bergson al punto de vista de Arrow. en A. Berg-
son «Ün the Concept of Social Welfare», en Quarterly Jou~nal of Eco~omlCS, 68 (1954) un punto de vista semejante.
233-252 [ahora en Bergson, Essays in Normative Economlcs (Cambndge, Mass.: Har- Cuando Gauthier estipula qué es lo que a su juicio ha de enten-
vard University Press, 1966), pp. 27-49]. . derse por «moralidad» está expresando qué preferencias de tercer ni-
Desde la perspectiva bergsoniana el problem~ de la «no-dictadura»,, que provoca tan-
tos dolores de cabeza a quien razone en los térmi~os de Arro~ -rec~erdese que. el teo- vel le parecen aceptables. Pero de ahí no se sigue que cualquier indi-
rema arrowiano de imposibilidad demuestra que mnguna ~n.cwn.de bienestar .social pue- viduo que encuentre que sus preferencias de tercer nivel son distintas
de satisfacer al tiempo los requisitos de dominio no re~tnngido, mdependencia de alte;- o más exigentes deba reconocer, desde su punto de vista, que su pro-
nativas irrelevantes, principio de Pareto débil y no-dictadura-, ~o representa la mas pia ordenación es irracional. Si se admite que la determinación de lo
mínima dificultad: todo individuo opera necesariamente como «dictador» (en 1~ acep-
racional desde el punto de vista práctico es siempre interna a una or-
ción arrowiana) cuando formula sus juicios morale.s, y si la presunta pr~f~rencia «s.o-
cial» no es otra cosa que un juicio de valor de algmen resulta absurdo exigir que satis- denación de preferencias, ¿por qué un sujeto habría de identificarse
faga el requisito de «no-dictadura». . .. . . más con la satisfacción de sus intereses (más los límites a la misma que
(241) No creo que Gauthier pueda JUStificar esa estr~tegm acud1end?, al argumento se supone llegarían a adoptarse partiendo de un cálculo autointeresa-
de «evitar el doble recuento», es decir, a la idea de que SI se. toman tamblen como pu~to do) que con la satisfacción de las preferencias que él acepta como do-
de partida preferencias altruistas, y no exclusivamente automteres~da.s, las preferencias
autointeresadas de algunos sujetos serían contadas do~ veces (por SI mismas y como con- minantes respecto a sus intereses (y también por tanto, en caso de dis-
tenido de las preferencias altruistas de otros). Y no solo porque el argumento d.el doble crepancia, con respecto a aquellos límites a la satisfacción de los mis-
recuento es en sí mismo muy poco claro -vid. al re.specto las a?udas observaciOnes de mos que presuntamente se adoptarían sólo en aras de la maximación
Hart en «Between Utility and Rights», en Columbw Law RevleW, 79 (1979) 828-846,
[ahora en Essays in Jurisprudence and Philosophy (Oxford: Clarendon Pr~ss, 1983),
de su interés a largo plazo)? ¿Por qué habría de pensar en sus prefe-
pp. 198-222, p. 216; hay trad. cast. de M. D. Gzlez. Soler, F. Lapor!a y L. Hierro, «En~ rencias de tercer nivel como algo menos suyo, de las que debería de-
tre el Principio de Utilidad y los Derechos Humanos», RFDUC, num. 58 (1_980) 7-28], sembarazarse si exceden de los presuntos límites a la satisfacción de
también y sobre todo porque la proscripción ~~1 doble recuento es ya ell~ misma de ca- su interés estrictamente necesarios para mejor alcanzar los objetivos
racter moral, y como tal no apta para ser utilizada co~o punto de partida en una es-
de su racionalidad prudencial a largo plazo, cuando en verdad son tan
trategia argumental como la que se ha propuesto Gauthier.
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192
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

suyas como sus intereses y precisamente más valiosas (i. e., dominan- can una fundamentación intersubjetiva de normas morales a partir de
tes) desde su punto de vista? Privilegiar el aut~interés como una base las premisas de la racionalidad económica- ha sido recorrer una vía
segura para discernir a partir de él (y d~ los límites. que presuntamen~e intermedia entre el modelo internalista y el modelo externalista: una
se impondría a sí mismo) qué es lo racwnal, considerand~ en cambio vía que recela de un concepto de razones para actuar desconectado o
que las preferencias de tercer nivel han de ser puestas baJO so.specha, independiente de las actitudes prácticas de los individuos, pero que a
es algo que carece de justificación desde la lóg¡ca del modelo mterna- pesar de todo no desiste de fundamentar intersubjetivamente ciertos
lista. principios como aceptables para cualquier individuo (queriendo decir
A modo de conclusión, merecería la pena reflexionar globalmente con ello que incurriría en alguna suerte de irracionalidad práctica quien
sobre los términos en los que Gauthier concibe su propio proyecto .. A no los aceptase). La lección que a mi juicio cabe extraer de su fracaso
su juicio la filosofía moral es presa del si~ui~nte. ?ilema (2~~): o bien es que esa vía intermedia no existe. El análisis más detenido de los
concibe la racionalidad práctica como maximizacwn de la utilidad, con dos modelos que se han mostrado irreductibles ayudará seguramente
lo que no se deja lugar para una restricción «racional» de los compor- a entender mejor por qué (242 bis).
tamientos maximizadores, que es en lo que se supone 9"ue ha de. con-
sistir la moralidad; o, de lo contrario, apela a una nocion de racwna- (242 bis) Estando ya completada la redacción de este apartado ha visto la luz el
lidad práctica de corte kantiano, que perdería de vista que las consi- núm. 6 de la revista Doxa, correspondiente a 1989, cuya primera sección contiene -bajo
el rótulo genérico de «Razón económica y razón moral. En torno a David Gauthier»-
deraciones que constituyen las razones para actuar de u~a persona de- un interesante texto del propio Gauthier [«¿Por qué contractualismo?» (trad. cast. de
ben fundamentarse en la satisfacción de sus preferencias. Y la clave S. Mendlewicz y A. Calsamiglia), pp.J9-38] en el que se sintetizan las grandes opciones
para salir del mismo residiría en darse cuenta de cómo existen restric- de fondo que definen la inspiración básica de su programa y tres excelentes críticas de
ciones a la satisfacción de preferencias basadas a su vez en preferen- su obra a cargo de Martín D. Farrell («El dilema de Gauthier», pp. 39-48), Ruth Zim-
cias de cómo los límites racionales a la satisfacción del propio interés merling («La pregunta del tonto y la respuesta de Gauthier», pp. 49-76) y Albert Cal-
enc~entran su fundamento en el propio interés que limitan, lo que per- samiglia («Un Egoísta colectivo. Ensayo sobre el individualismo de Gauthier», pp.
77-94). Farrell, Zimmerling y Casalmiglia coinciden, con algunas diferencias de exten-
mitiría sostener la idea de moralidad como una constricción «racional» sión y de acento, en criticar a Gauthier en los dos planos que he llamado «interno» y
sin tener que abandonar la concepción que liga las razones para act~ar «externo», llegando a conclusiones que en mi opinión no andan lejos de las que aquí he
de un sujeto a sus preferencias. Pero ese proyecto fracasa, y no s~lo defendido; si acaso, yo diría que sus objeciones a Gauthier en el nivel de la «crítica ex-
porque no ha conseguido demostrar con~incenteme?te e~ caracter m- terna» tienden a diferir de las mías en la medida en que, tal y como las entiendo, pa-
directa e individualmente auto-refutatono de la racwnalidad pruden- recen estar formuladas más bien desde el punto de vista que antes he dicho que Gaut-
hier podría rechazar en tanto que petitio principii (vid. supra el texto que acompaña a
cial. Fracasa además porque el primero de los t~rmi~os de 1~ a.lterna- las notas 232 y 233). (Al margen de ello quisiera apuntar, meramente de pasada y re-
tiva está mal descrito: cuando se equipara la raciOnalidad practica con conociendo como es obvio que se trata de una cuestión menor, que en el texto del ar-
la «maximización de utilidad», y no con la satisfacción de una ordena- tículo de Casalmiglia se ha deslizado un error de imprenta que aun fácil de percibir
ción coherente de preferencias, se pierden de vista las preferencias del como tal a la luz del conjunto de su exposición, altera notablemente el sentido de una
agente de no maximizar su utilidad en determinadas condicio~es; y con importante cita de Gauthier y quizá podría provocar una innecesaria confusión en un
lector insuficientemente informado: cuando en la p. 84 se cita lo que escribe el autor
ello se obstaculiza la percepción de que desde ese ~o~~lo tlen~ per- canadiense en MA, p. 59, donde dice «Lo que es bueno lo es porque es preferible ... »
fecto sentido hablar de la moralidad como una restncc10n «racwnal» debe decir «Lo que es bueno lo es porque es preferido ... »; la diferencia entre una cosa
de la utilidad, auque eso sí, en un sentido de «racional» que es exclu- y otra, evidente, no es un mero detalle).
sivamente interno a una ordenación de preferencias dada. Lo que En el mismo número de Doxa -aunque ya fuera de la sección que se le dedica mo-
Gauthier ha intentado -y con él, si no me equivoco, todos los que bus- nográficamente- se ocupa también brevemente de la propuesta de Gauthier Julia Barra-
gán («Las reglas de la cooperación», pp. 329-384; vid. pp. 348-352), que tampoco cree
que la haya culminado con éxito. No estoy tan seguro, sin embargo, de la viabilidad de
(242) Cfr. MA, p. 184; y David Gauthier, «The Unity of Reason: A Subversive Rein- la orientación que postula Barragán -que confía en la disolución del problema que re-
terpretation of Kant», en Ethics, 96 (1985) 74-88. presentan las situaciones-DP mediante una modificación de la matriz de pagos que re-

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

5.3. Las razones morales como razones internas de szi plan de vida presente. Al menos desde Hare (245) se ha discu-
tido intensamente qué es exactamente lo que ha de entenderse por uni-
versalizabilidad de los juicios morales. Pero, sin necesidad de aden-
i) Como ya indiqué anteriormente (~43), un agente acepta un~ ra- trarse en todos los meandros de esa discusión, baste aquí con decir que
zón moral cuando la concibe como domznante sobre los deseos e mte- el sentido en el que entiendo que las razones morales son por defini-
reses de cualquiera (incluido, por supuesto, él misn_:o}. Las r~zo?es I?o- ción razones que el sujeto pretende hacer valer universalmente queda
rales son por tanto, en primer luga~, .las !-"~zones ultimas ? Jerarqmca- recogido de un modo suficientemente adecuado en la explicación que
mente supremas dentro de la estratiflcac10n de preferencias d~ un su- da Mackie de lo que él denomina «el segundo estadio de la universa-
jeto (lo que implica que por definición son razo~es no domzna~as). lización»: mi preferencia por un cierto mundo posible M sobre otro
Pero además son razones que desde el punto de vista del agente ngen mundo posible alternativo N es una preferencia moral si no sólo la
universalmente es decir, razones para actuar que desde su punto de acepto como jerárquicamente última o suprema, sino que además es
vista tiene cualquiera (que satisfaga una cierta descrip.ción genéric~, aceptada por mí al mismo tiempo como una preferencia hacia cual-
i. e., una que no incluya referencias individuales) con mdependencw quiera de los miembros del conjunto de mundos posibles que son idén-
de cuáles resulten ser sus deseos o intereses (y cuáles sean las razon~s ticos a M excepto en el dato de que todos los individuos (conservando
que éstos acepten a su vez como morales) (24.4). Este segundo reqm- cada uno los deseos e intereses que tiene en M) intercambian los lu-
sito es importante para evitar llegar a conclus10n~s ~omo .la de que el gares que ocupan en M de todas las formas posibles (246).
egoísmo es «la moral del amoral». Así como la mcidencw del factor Estas consideraciones dan pie para abordar de nuevo -y en cierto
tiempo era la clave para compren~er la diferencia entre las razones. de modo revisar- las nociones de razones relativas al agente y neutrales
primer y segundo nivel (deseos e mtereses), de manera. que el sentido respecto al agente a las que ya he hecho referencia con anteriori-
de estas últimas sólo se captaba plenamente al conc~birlas c?mo. me- dad (247). La definición que de ellas nos ofrecen Parfit o Nagel no me
tapreferencias de un yo con respe~t? .a las preferencias de mvel m~e­ parece especialmente clara, pero su sentido puede ser reconstruido de
rior de sus yoes sucesivos, la especificidad de las ra~ones morales solo tm modo que, según creo, nos va a llevar a distinguir dos acepciones
se capta al pasar del plano intrape~sonal ~1 plano znterpersonal. Esto diferentes de la idea de «razones relativas al agente». Según Parfit, al
no quiere decir que carezca de sentido .la Idea d~ deb~res morales ha- decir que un agente tiene una razón para 0, dicha razón será (conce-
cia uno mismo: pero si estos no se conciben al mismo tiempo como de- bida como) relativa al agente cuando se admite que puede no ser al
beres de cada cual para consigo mismo, quizá ~ólo de manera un tant? mismo tiempo una razón para que otros agentes distintos de él hagan
artificiosa sería posible distinguir la que el sujeto acepta como genm- 0, mientras que será (concebida como) neutral respecto al agente cuan-
nas razones morales de los componentes centrales o más importantes
(245) Cfr. Hare, The Language of Morals, cit., sec. 11.5; Id., Freedom and Reason,
fuerce la salida cooperativa-, que a mi juicio ha de hacer frente a serias dificultades a cit. sec. 2,2; Id., Moral Thinking, cit., cap. 6.
las que ya me he referido (vid. supra el párrafo que antecede a la nota 224). (246) Cfr. J. L. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., pp. 90-92; y, con
(243) Vid. supra, apartado 5.1. , . . mayor precisión, Id., «The Three Stages of Universalization» [1979], publicado póstu-
(244) Esta caracterización es por tanto ~astant.e proxima a la que ofrece Pet:r Sm-
mamente en Mackie, Persons and Values. Selected Papers, vol Il, cit., pp. 170-183, es-
ger: «una persona actúa de acuerdo con c~ns1deracwnes morales to~a vez que actua ate-
pecialmente p. 173. En su «primer estadio» la idea de universalización implicaría tan
niéndose a consideraciones que estaría dispuesta a hacer ~aler u.mvers.almente Y qu~,
para ella, son más importantes que cualesquie:a otr~s consideraci~nes 1gualme~te u~l­ sólo que quien suscribe un juicio moral particular está dispuesto a suscribir un juicio ge-
versales», cfr. P. Singer, Democracy and Dzsobedzence (Oxford. <?xfo.rd Umverslty nérico en el que cualquiera de los términos singulares que contenga el primero es reem-
Press, 1973 [hay trad. cast. de M. Guast~vino, D~n:ocracia y desobedze~cza (Barcelona: plazado por términos que hacen referencia a propiedades y relaciones genéricas («The
Ariel, 1985), por donde se cita], p. 11. S1 acaso difiere de ella en 9ue Smg:r ~arece ad- Three Stages of Universalization», cit., p. 171-172.)
mitir la existencia de razones para actuar categóricas ~ue ?n ,suje~o «esta dispuesto a (247) Vid. supra, nota 62 de esta parte 1 y el comienzo del apartado 4.3, lugares en
hacer valer universalmente>>-- pero no morales y sometidas Jerarqmcamente a las razo- los que se advierte que se hace uso de esas nociones en un sentido provisional que ha-
nes morales: haré alguna referencia a ese punto en el apartado 8.5. bría de ser matizado en este momento.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ral ~onsecuencialista (249). Por eso, tal y como ellos entienden estas
do se entiende que es una razón para que cualquiera haga 0 (247 bis). nociOnes, todas las razones no morales serían relativas al agente y to-
Nagel, por su parte, afirma que una razón es relativa al agente cuando das las razones neutrales respecto al agente serían razones morales
«(su) forma general ( ... ) incluye una referencia esencial a la persona pero al~~nas razones ~orales s~rí~n relativas al agente. Para que es~
que la tiene», mientras que será neutral respecto al agente si «se le pue- conclu~10n sea m~ntemble este ultimo concepto debe ser interpretado
de dar una forma general que no incluye una referencia esencial a la de algun modo diferente del que se ha sugerido hace un momento (y
persona que la tiene» (248). Con arreglo a una primera interpretación que es e~ que he empleado hasta ahora en este trabajo.)
posible de estos conceptos (que es la que he sugerido anteriormente) Podna parecer de entrada que la idea de una razón moral relativa
una razón sería concebida como relativa al agente cuando se entiende al _agente es. contr~dictoria, porque al ser de esta última clase no po-
que lo que se afirma que éste tiene una razón para hacer depende pre- dna ser umversahzada. Pero en realidad esa impresión es erró-
cisamente de -o viene definido por- cuáles sean sus deseos o inte- nea (250). Para hacer valer universalmente una razón no es preciso
reses (y como agentes distintos pueden tener deseos o intereses distin- que se sostenga q~e es .una ~~zón que tendría cualquier individuo que
tos, la razón de esta clase que puede tener un agente A para hacer 0 se halle en cualqmer sltuacwn o en cualesquiera circunstancias sino
que ~s una 9ue t~?drá cualquier individuo que se encuentre en u~a de-
«puede no ser al mismo tiempo una razón para que otros agentes dis-
tintos de él hagan 0», y por tanto «incluye una referencia esencial a la termmada sltuacwn o en unas determinadas circunstancias descritas en
persona que la tiene»), mientras que sería concebida como neutral res-
términos genéricos. Por. es~,. que una razón (moral y relativa al agen-
pecto al agente cuando se entiende que es una razón para que todo
te) pueda serlo para un md1v1duo y no al mismo tiempo para cualquier
agente haga algo sean cuales sean sus deseos o intereses (y en ese caso
otro (que se halle en una situáción o en unas circunstancias diferentes
«se le puede dar una forma general que no incluye una referencia esen-
~~ un aspecto_ que ~e juzga relev~nte) no implica que la razón en cues-
cial a la persona que la tiene», puesto que «es una razón para que cual-
quiera haga 0»). Habría que entender entonces que el campo de las twn no se este haciendo val~r umversalmente. Ahora bien, tan pronto
razones relativas al agente coincide extensionalmente con el de las ra- como se repara en ~llo ca~na pensar que hay un sentido en el que pro-
zones no morales y que el de las razones neutrales respecto al agente bablemente cualquzer razon moral sería entonces «relativa al agente»
(pu~sto que al describir en términos genéricos la situación o circuns-
coincide con el de las razones morales.
Pero esa interpretación no sería fiel a los puntos de vista de Parfit .tanc1as en las que se afirma que cualquier agente tendría una razón
o de Nagel, para los que son perfectamente concebibles razones mo- para actuar siempre será posible encontrar agentes que en un momen-
rales relativas al agente. Al menos en el caso de Nagel ,el concepto de to dado se hallan en dicha situación y otros que no se encuentran en
razones relativas al agente se introduce, entre otras cosas, precisamen- ella), con lo que la distinción propugnada resultaría ser trivial (251).
te para aislar algunas clases de razones morales que suponen otros tan-
tos límites o excepciones al punto de vista que sería propio de una mo-
, (249) Cf~. Nagel, The View from Nowhere, cit., p. 165.
. (250) As1 lo ~econoce, a pesar de propugnar una moral estrictamente consecuencia-
(247 bis) Vid. Reasons and Persons, cit., p. 143. lista que no .a~mite razones (morales) relativas al agente, Donald Regan, «Against Eva-
(248) Vid. The View from Nowhere, cit., pp. 152-153, Recientemente Eric Mack ha luator Relat1Vlty: A Response toSen» en Philosophy & Public Affairs, 12 (1983) 93-112,
propuesto una definición en términos más formales pero que comparten según creo la pp. 94-95.
inspiración fundamental de las definiciones de Parfit o Nagel. Según Mack «un estado (~51) Lo admite explícitamente Parfit: «En un sentido todas las razones pueden ser
de cosas E 1 tiene un valor relativo al agente A 1 si y sólo si la presencia distintiva de E 1 rel~tlv~s a un ~gente, a un momento y a un lugar. Incluso si tú y yo tratamos de lograr
en [un mundo] M 1 es una base para que A 1 jerarquice M 1 sobre [otro mundo] M2 aun algun fm com~n, podemos encontrarnos en diferentes situaciones causales. Yo puedo
cuando E 1 puede no ser una base para que cualquier otro agente jerarquice M 1 sobre tener una razon para act;.rar de ~na manera que promueve nuestro fin común, pero tú
M », mientras que «[u]n estado de cosas E 2 tiene un valor neutral respecto al agente si puedes no tener una razon semeJante porque puede que no estés en condiciones de ac-
2
y sólo si su presencia en M2 es una base para que todo agente jerarquice M2 sobre un tuar de ese mo~o. Puest? que incluso las razones neutrales respecto al agente pueden
M del todo idéntico excepto que en él falta E 2 »; cfr. E. Mack, «Moral Individualism, ser, en este sentido, relativas al agente, dicho sentido es irrelevante para esta discusión»
1
Agent-Relativity and Deontic Restraints», en Social Philosophy & Policy, 7 (1989), pp. (Reasons and Persons, cit.,_p. 143).
81-111, p. 84.
199
198
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

Si se quiere evitar esta conclusión hay que buscar un sentido a la idea les s~an sus deseos o intereses, se considera que puede no ser al mis-
de razones morales relativas al agente que seguramente está implícito mo t~~mpo una razón para otros individuos que en relación con la pro-
en la construcción de Parfit o en la de Nagel, pero que -me parece- ?uccwn de un estado de ~osas ocupan una posición distinta de la suya,
ninguno de los dos ha llegado a hacer explícito con la suficiente clari- 1. e., una que no es precisamente la del agente que con su acción lo
dad (y que sólo se deja entrever en las no muy esclarecedoras defini- pro~u~e (razones mor~les relativas al agente.) Y ambos sentidos, como
ciones que nos ofrecen y que hace un momento he mencionado.) es facllmente perceptible, quedan englobados en las definiciones ex-
Creo que la especificidad de la idea de razones morales relativas plícitas que Parfit o Nagel nos ofrecen (254).
al agente sólo se percibe con nitidez cuando se la presenta expresa- Parece que sólo el primer sentido tiene que ver con la distinción
mente como una restricción respecto a un criterio de evaluación (mo- entre ~azones mo~ales y_~o morales, mientras que el segundo hace re-
ral) estrictamente consecuencialista (252). Sostener entonces que algu- ferencia a la configuracwn estructural de diferentes clases de teorías
nas razones morales pueden ser relativas al agente equivale a sostener moral/es ..como el problema que aquí me interesa es sólo el primero
que el valor de un cierto estado de cosas no es necesariamente 'el mis- y el termmo «razones relativas al agente» evoca ambos a la vez quizá
mo contemplado desde el punto de vista de cualquier sujeto sea cual sería preferible no seguir utilizando el par de conceptos «razones neu-
sea el papel o la posición que cada uno de ellos juega en relación con trales ;espe~to al ag~nte» y «~a~ones relativas al agente» para expresar
su producción, en la medida en que el valor o desvalor de la acción a tr.~ve~ d~ el ~e que forma difieren -además de por su diferente ubi-
productora misma se incorpore a la evaluación del estado de cosas pro- cacwn Jerarqmca dentro de la estructura estratificada de preferencias
ducido: y en ese caso tiene perfecto sentido sostener que uno no debe ?e un agente-las razones morales de las no morales. Quizá sería me-
hacer p ni siquiera cuando esa es la única forma de evitar que suceda JOr apelar entonces a una ter@nología más tradicional y hablar de ra-
q y que sin embargo es permisible (o incluso obligatorio) impedir que zon~~ -o como Ka?tyreferida decir: «imperativos>>-- categóricas e hi-
suceda q aunque la única forma de hacerlo implique dejar de impedir potetlcas (255). El umco problema -y de no poca transcendencia- ra-
a otro que haga p (porque el desvalor intrínseco de hacer p se consi-
dera mayor que el de que ocurra p computado desde el punto de vista . (254) Esta duplicidad de sentidos es advertida por E. J. Bond, Reason and Value,
c1t., p. 64, nota 2. -
de un observador, i. e., de un agente que no es el que lo produ-
(~55) Siempre y ~uando no se entienda, como por ejemplo hace Kelsen, que los im-
ce) (253). perativos de la moralidad también pueden ser hipotéticos en la medida en que establez-
Repárese entonces en que hay dos clases de explicaciones acerca can como debido un determinado comportamiento cuando se den determinadas condi-
del sentido en que una razón puede ser «relativa al agente» (i. e., pue- ciones: así, según Kelsen, normas morales tales como «debes matar a un hombre sólo
de ser una razón que un agente tiene para hacer 0 que «puede no ser cua~~o haya cometido un asesinato» o «cuando tu hijo mienta, repréndele» serían hi-
potetlcas, pue~to qu~ no ~stabl~cen como debido un comportamiento incondicionada-
al mismo tiempo una razón para que otros agentes distintos de él ha- ~ente [unbedzngt], smo solo baJo determinadas condiciones [nur unter bestimmten Be-
gan 0», o «que incluye en su forma general una referencia esencial a dl~gungen]; cfr. H. Kelsen, ~llgemeine Theorie der Normen, ed. póstuma a cargo de K.
la persona que la tiene»): puede serlo, en primer lugar, si es una ra- Ringhofer Y R. Walter (Wien: Ma?;sche yerlags- und UniversiHitsbuchhandlung,
zón que depende de cuáles sean sus deseos o intereses (razones rela- 19_79), pp. ~2 ~ 1.5; En Norma y Accwn ... , Cit., p. 91, von Wright traza en términos si-
tivas al agente no morales); y puede serlo, en segundo lugar, si aun milares la distmc10n ~ntre normas hipotéticas y categóricas (si bien advierte que «es im-
portante no confundir las normas hipotéticas con las técnicas», distinción que desarrolla
entendiendo que es una razón para que el agente haga algo sean cua- en pp. 177-179).
~rente ~ esta interpretación, creo que lleva razón Günther Patzig al subrayar que
un Imperativo. P.~ede pe~f~ctamen.te ser categórico aunque su «forma lingüística sea la
(252) Para una explicación que adopta una linea similar a ésta vid. Amartya Sen, d~ u~a ~rop~s1c1~n c?ndiciOnal» .si «en la proposición condicional no se tiene en cuenta
«Rights and Agency», en Philosophy & Public Affairs, 11 (1982) 3-39 [ahora en S. Schef- ~mgu?, mteres,. mngun deseo, mnguna finalidad, sino que simplemente se esboza una
fler, Consequentialism and its Critics (Oxford: Orford University Press, 1988), pp. Situ~ciOn ~specml en la cual la exig.encia ?~1. mandato ético se dirige a los respectivos
187-223, por donde se cita], pp. 204-212. destmatanos de manera absoluta, sm posibilidad de escapatoria o de alternativas. Así
(253) Más adelante volveré sobre estas ideas y trataré de perfilar ambas nociones P.ues, lo que h~ce .~u~ un i~p~rativo ~ea hip~tético no es, como en el caso de los jui-
de un modo más pormenorizado (vid. infra, nota 484 de la parte II). Cios, su forma lmgmstlca o log¡ca; los Imperativos son hipotéticos cuando expresan exi-

200 201
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tereses/ y las que entiende que tiene él mismo o cualquier otro agente
dicaría entonces en que la idea kantiana de una razón para actuar ca- e~ ~az?? de los deseo~ e intereses de cada cual (258). En definitiva, la
tegórica implica no sólo que se trata de una razón que cualquier agen- distmcwn entre esas diferent~s c.la~es de razones desde el punto de vis-
te tiene con independencia de cuáles sean sus deseos e intereses, sino ta formal o estructural en pnncipiO parece factible tanto desde la ó -
además que se trata de una razón «objetiva», de una «necesidad prác- tica del modelo internalista como desde la del modelo externalÍs-
tica», o, si se prefiere, utilizando los términos que he empleado ante., ta (~~9), de manera que el rasgo definidor de las razones morales que
riormente, de una razón externa (256). Sin embargo la distinción entre aqm ~nteresa subrayar sólo queda adecuadamente reflejado afirmando
razones morales y no morales desde el punto de vista exclusivamente que e~tas. so~ (ac~ptadas como) «categóricas» si no se entiende que
formal o estructural no necesida prejuzgar la cuestión de si existen o este te~mmo Implica ya q~e .s~ trata de razones «externas» u «objeti-
no y en qué sentido razones externas. O dicho con otras palabras: el vas»: SI se ac~pta esa rest~ICCion en cuanto a su significado, no hay ma-
problema de determinar qué quiere decir que «existe» una razón para Y?r mconvemente en deci.r que un sujeto acepta una razón como ra-
actuar puede y debe ser separado del problema de qué diferentes cla- zon moral cuando la concibe como categórica (o que, si existen razo-
ses de razones para actuar se admite que existen (cualquiera que sea nes externas, las razones morales son categóricas).
el sentido en el que se dice que «existen»). Quien sostenga que «exis-
ten» razones·externas, razones «objetivas» que son válidas aunque na- ii) En este trabajo voy a intentar defender -no sin ciertos mati-
die en el mundo las incluya en su conjunto subjetivo de motivaciones ces? como se verá más adelante -lo que he llamado el modelo inter-
(porque el sentido en el que cabe hablar de su «validez» no es mera- nahsta en cuanto al. co?cepto .de razo~~s para actuar. Ello implica sos-
mente interno a una ordenación de preferencias dada), puede afirmar t~ner. que no hay ~mgun sen~!9o admisible o inteligible en el que que-
entonces que «objetivamente» hay una razón para que dentro de cier- p~/ afirmar que existen razones externas; y, por consiguiente, que tam-
tos límites cada individuo actúe buscando la satisfacción de sus deseos bzen las ~azones morales deben ser entendidas en último término como
e intereses (obviamente subjetivos), afirmando entonces -como hace ra~ones mternas. Aunqu~ ~ada uno de esos dos modelos ya fue des-
N agel- que «mientras su existencia [la de esas razones] ha de ser re- c~Ito a grandes rasgos, qmza convenga perfilar ahora el contenido pre-
conocida desde un punto de vista objetivo, su contenido no puede ser CISO .de cada uno de ellos; y a partir de ahí trataré de explicar en qué
comprendido si no es desde una perspectiva más particular» (257). La sentido una ~o~c~pción de las razones morales como razones internas
aceptación del modelo externalista en cuanto a las razones para actuar puede n.o. c.omcidir exactament~ c?~ lo que suele entenderse por «no
no excluye entonces el que algunas de las razones que los individuos cognoscltiVIsmo» -o «no descnptlvismo»-, «subjetivismo», «escepti-
tienen dependan (en su contenido, no en su fundamento) de cuáles
sean sus deseos e intereses. A la inversa, quien entiende que las razo- (~58) ~gunos autores, corno p. ej .. Jame~ Fishkin, han sostenido que quien niega
nes para actuar lo son siempre desde el punto de vista de alguien pue- la eXIstencia de razones externas y al ffilsrno tiempo suscribe razones morales (i e _
de diferenciar entre las razones que desde su punto de vista entiende zones 9ue pr~tende hacer ~al~~ universalmente) queda atrapado en el dilema ~ai ';:e
un sujeto que tiene cualquier agente sean cuales sean sus deseos e in- deno~na «dilema de~ sub]etmsta>>-- de o bien tener que reconocer que al pretender
que. ngen para cualqmer~ sean ~uales sean sus deseos e intereses está imponiendo arbi-
tranamente ~us preferencias, o bien te~er 9ue dejar de pretender que esas razones rigen
gencias con respecto a las cuales tiene sentido suponer que sólo rigen con miras a los pa:a cualqmera, en cuyo caso se desdibUJa el sentido e~ el que las aceptaría corno ge-
posibles, reales o quizá hasta necesarios intereses y deseos del destinatario.[ ... ] Cuando n~mas razon~~ mora~es: cfr. J. S. Fishkin, Beyond Subjective Morality. Ethical Reaso-
no existe esta referencia a intereses y deseos del destinatario, entonces estos imperati- mng an~ Polztzcal Phzlosophy (New Haven: Yale University Press 1984) p 140 141
vos son categóricos, aún cuando estas exigencias, en su totalidad, hayan sido presenta- 1~~-149. C:eo, no~bstante, que la cuestión de la coherencia o in~ohere~da .de la- posf-
das en proposiciones "si-entonces"» (cfr. G. Patzig, Etica sin metafísica, cit. , c¡on. de qu~en suscnb~ el ~o del o internalista en cuanto a las razones para actuar y que
pp. 106-107). En un sentido similar, vid. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, al ffilsrno tiempo sostiene ciertas razones corno razones morales debe ser pospuesta has-
cit., p. 28. ta el momento e~ que se confro~ten d?"ectarnente los posibles méritos y deméritos de
(256) Vid. supra, nota 148 y el texto al que acompaña. los dos rno~elos nvales. (externalista e mternalista).
(257) Vid. Nagel, The View from Nowhere, cit., p. 149; en el mismo sentido, Mack, (259) VId. Sen, «Rights and Agency», cit., p. 216.
«Moral Individualisrn: Agent-Relativity and Deontic Restraints», cit., pp. 93 ~s.
203
202
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

cismo» o «relativismo» (y digo que puede no coincidir con lo que suele piedades naturales. Esas «actitudes prácticas» pueden s.er llamadas hu-
entenderse que significan cada uno de estos términos porque tanto ellos meanamente «afectos» o «pasiones», o más genéricamente, preferen-
como sus contrarios son utilizados en ocasiones con sentidos diversos, cias. Preferir algo sería entonces atribuirle valor: pero no habría nin-
lo que justamente hace tanto más necesario el trabajo de clarificación gún sentido en el que cupiese decir que algo «es» valioso que no sea
conceptual). la preferencia hacia .ello de quien está hablando. Seguramente nues-
Para el modelo externalista (260) el carácter valioso de una acción tros modos corrientes de hablar sugieren la idea de un valor externo
o de un estado de cosas no depende en absoluto de que algún agente que los sujetos pueden descubrir o reconocer: pero lo que sucedería
en el mundo se lo atribuya. El valor no es un producto o una proyec- en realidad es que cada sujeto, desde su punto de vista, «colorea» va-
ción de las preferencias del sujeto, sino algo exterior a (e independien- lorativamente el mundo al proyectar sobre él sus preferencias hacia
te de) las mismas: el agente que prefiere algo lo prefiere porque en- ciertas características o propiedades naturales de los objetos y descri-
tiende que es valioso, pero, concebido el valor como algo externo a birlo después como si el mundo contuviese ya esos rasgos de valor y
los conjuntos de preferencias de los individuos, tendría perfecto sen- fuese su descubrimiento o reconocimiento el que generase la preferen-
tido decir que puede estar equivocado en su apreciación. Se supone cia hacia ellos. De ahí que me parezca especialmente afortunada la pro-
que un sujeto, quizá no en cualesquiera condiciones, pero sí al menos puesta terminológica de Simon Blackburn, que sugiere que denomine-
tras haber desarrollado un punto de vista apropiado (lo que puede exi- mos a esta concepción acerca de las relaciones conceptuales entre va-
gir un contacto más o menos prolongado con lo valioso y el cultivo de lor y preferencias -o, más genéricamente, acerca de qué cabe enten-
las capacidades personales que harán posible un discernimiento correc- der por razones para actuar- «proyectivismo» (261). Para una con-
to), puede reconocer o descubrir el valor que reside en un cierto ob.,. cepción proyectivista carece q~ sentido la idea de un conjunto de ra-
jeto, y descubrirlo como algo que es independiente de (y previo a) su zones externas u objetivas por comparación con las cuales puediera un
adopción de ese punto de vista. El reconocimiento o descubrimiento sujeto evaluar, depurar y ajustar su propio conjunto de preferen-
del valor generaría una preferencia, es decir, lo que es una verdadera cias (262). Todos los valores o razones lo son desde el punto de vista
razón justificativa se incorporaría al conjunto subjetivo de motivacio- de alguien, y todo lo que se diga al respecto se dice siempre desde un
nes del agente, convirtiéndose entonces además en una «razón inter- punto de vista: no hay «punto arquimédico» en el que situarse para
na»: eso es tanto como decir que toda verdadera razón externa debe-
ría ser una razón interna para cualquier agente racional, i. e., debería (261) Cfr. Simon Blackburn, «Errors and the Phenomenology of Value», en T. Hon-
motivarle, y ello con independencia de que de hecho no forme parte derich (ed.), Morality and Objectivity. A Tribute to J. L. Mackie (London: Routlege &
del conjunto subjetivo de motivaciones de ningún agente empírico. En Kegan Paul, 1985), pp. 1-22, p. 5; para una contraposición esquemática de la lógica de
uno y otro modelo, vid., también D. A. J. Richards, «Moral Rationality», cit., pp. 93-96.
suma, no es el preferir lo que confiere valor a lo preferido, sino jus- (262) Quiero insistir -tal y como ya hice en el apartado 5.1, distinguiendo entre
tamente a la inversa: el valor externo u objetivo habría de ser la guía dos sentidos de la distinción externalismo/internalismo- en que no eabe defender la te-
para la formación de preferencias verdaderamente racionales. . sis de que sólo hay razones internas -tal y como, p. ej., hace Williams en «<nterna!
Para el modelo internalista, por el contrario, la idea de un valor and Externa! Reasons», cit.- alegando que como una razón justificativa tiene quemo-
externo u objetivo carece de sentido. Las acciones, estados de cosas, tivar, mover a la acción, de ello se sigue que toda razón justificativa ha de estar conec-
tada intrínsecamente con preferencias (y que por consiguiente no hay razones externas).
etc., poseen desde luego ciertas propiedades o características natura- La discusión entre el modelo externalista y el modelo internalista nc puede zanjarse de
les, pero estas propiedades no son en sí mismas portadoras de ninguna ese modo, porque si hubiese razones externas u objetivas -que es lo que se discute y
clase de «valor intrínseco». Lo que ocurre, más bien, es que el sujeto lo que la concepción internalista o proyectivista niega- sería racional por definición ac-
mantiene actitudes prácticas ante la presencia o ausencia de esas pro- tuar de acuerdo con ellas, y esa conclusión no quedaría invalidada por el hecho de que
no hubieran sido incluidas en el conjunto subjetivo de motivaciones de agente alguno
(simplemente, si fueran racionales, tendrían que incluirlas en él; y no habría hiato de
(260) La descripción de este modelo está basada fundamentalmente en E. J. Bond, ninguna clase entre reparar en la validez de una razón externa y emender que se tiene
Reason and Value, cit., pp. 35-36, 41-42, 54-56 y 64-66; y Nagel, The View from Now- a tenor de ella un motivo -además de una justificación- para actuar). Este punto es
here, cit., pp. 138-143 y 150. - explicado con claridad por Bond, Reason and Value, cit., p. 41.

204 205
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

contemplar y evaluar desde fuera -i. e., sin situarse uno ya en un pun- basando así el marco del internalismo o proyectivismo- no tiene nada
to de vista particular- si «verdaderamente» son razones para actuar que ver con la presuposición de alguna clase de «verdad» moral en-
lo que desde uno u otro punto de vista se acepta como razones para tendida como «correspondencia» con presuntos valores externos u ob-
jetivos (266), concepción ésta de la que justamente se duda -o inclu-
actuar.
Situada la cuestión en estos términos, la diferencia entre uno y otro so, sin ambages, se niega- que pueda conducirnos a resultados satis-
modelo resulta ser de caracter ontológico (263). Lo que el modelo ex- factorios. Por ahora dejaré al margen los enfoques constructivistas,
ternalista está propugnando es alguna forma de realismo valorat~v? /o que se supone que vendrían a constituir una suerte de «tercera vía» no
normativo, entendiendo por tal -en palabras de N agel- la opmwn reconducible en último término a ninguno de los dos modelos expues-
tos (y que he presentado como dicotómicos). La razón de proceder de·
según la cual este modo radica en que, si estoy en lo cierto, no hay tercera vía po-
«las proposiciones acerca de lo que nos da razones para actuar pueden sible entre el externalismo -o «realismo>>- y el internalismo -o «pro-
ser verdaderas o falsas independientemente de cómo nos parecen las co- yectivismo>>- (y por consiguiente la idea de que los enfoques cons-
sas, y [ ...] podemos esperar descubrir la verdad trascendiendo las apa- tructivistas sí lo son resultaría no ser más que una apariencia). Pero
riencias y sometiéndolas a una apreciación crítica» (264). sólo entraré a discutir esta cuestión tras haber examinado los méritos
y deméritos de los dos modelos mencionados.
Justamente ese realismo valorativo es lo que el modelo internalista Aunque no son las cuestiones terminológicas las que más me preo-
-o «proyectivista>>- impugna. Para referirse~ la posición de qui~nes cupan, para evitar equívocos conceptuales sí-creo que sería convenien-
impugnan el realismo valorativo se han mane] ado muchas d.e~~mma­ te llamar la atención sobre las_posibles diferencias entre lo que vengo
ciones distintas: Giuliano Pontara, por ejemplo, la llama «nihilismo»; . llamando internalismo o proyectivismo y el sentido en el que a veces
Hare o Nagel, simplemente «antirrealismo»; Mackie, «escepticis- (no siempre) se habla de «no cognoscitivismo» -o «no descriptivis-
mo» (265). Personalmente me parece más clarificador seg~ir ha?lando mo»-, «subjetivismo», «escepticismo» o «relativismo». Cuando se ha-
de «internalismo» o «proyectivismo», pero, como es obvio, mientras bla de «cognoscitivismo» o «descriptivismo» -o de sus contrarios- se
el concepto sea el que se ha expuesto, qué término hayamos de em- suele hacer referencia a teorías que versan acerca del significado y fun-
plear para referirnos a él no es lo más imp?rtante. Sí me gustaría. ad-
vertir algo desde este mismo momento. No Ignor~ 9ue el p~a~teamien­ (266) Cfr. J. Rawls, «El constructivismo kantiano en la teoría moral», cit., p. 179
to de esta contraposición fundamental como cuest10~ ontologica /es hoy -donde afirma taxativamente, «la idea de aproximarse a la verdad moral no tiene lugar
alguno en una doctrina constructivista [... ] Esta concepción no se concibe como una
en día juzgado por muchos como un mo~o sustancwl~ent.e erroneo o aproximación operativa a los hechos morales: no hay tales hechos a los que los princi-
descaminado de situar el problema esencial de la racwnahdad en ma- pios adoptados pudieran aproximarse»- y p. 185; J. Habermas, Moralbewuf3tsein und
teria moral. .En particular, desde cualquier clase de posición construc- kommunikatives Handeln (Frankfurt: Suhrkamp, 1983) [hay trad. cast. de R. G. Cota-
tivista se subraya precisamente que el sentido correcto en el que ca- relo, Conciencia moral y acción comunicativa (Barcelona: Península, 1985), por donde
bría hablar de la «validez» o «racionalidad» de un juicio moral -re- se cita], pp. 70-76 y 70-71, donde escribe: «Cuando partimos (con razón a mi juicio) de
que los enunciados normativos puedan ser válidos o inválidos y cuando, como señala la
expresión de la "verdad moral", interpretamos las pretensiones de validez dudosas de
(263) Cfr. J. Mackie, Ethics. Inventing Right. and Wrong, cit., p. 24. los ~~gumentos morales según el modelo accesible en principio de la verdad de las pro-
(264) Th. Nagel, The View from Nowhere, cit., P·. 139. . . . posiciOnes, acabamos llegando a la conclusión (falsa a mi juicio) de que la veracidad de
(265) Cfr. Giuliano Pontara, «ll presupposto teonco d~l raz10n~lisn:~ etl~o», en~· las cuestiones prácticas debe entenderse como si los enunciados normativos pudieran
Gianformaggio y E. Lecaldano (eds.), Etica e diritto. Le vze ~ella ?zustifi~azwn.e razw- ser "verdaderos" o "falsos" como lo son los enunciados descriptivos»; C. S. Nino, «Los
nale (Bari: Laterza, 1986), pp. 117-148 [ahora en Pontara, Fzlosofia pratzca ~Milan?: Il hechos morales en una concepción constructivista», cap. III de Id., El constructivismo
Saggiatore, 1988), pp. 71-107, por donde se cita], p. 72; Hare, «Üntology m Ethic.s», ético, cit., especialmente pp. 68-70.
en T. Honderich (ed.), Morality and Objectivity, cit., pp. 39-53, p. 39; Nagel, Th.e Vzew Giuliano Pontara, por el contrario, defiende expresamente la tesis de que el realis-
from Nowhere, cit., pp. 143-149; Mackie, Ethics. Inventing Right and Wrong, c1t., pp. mo moral (o, como él dice, el «realismo ético») es el presupuesto necesario de la racio-
nalidad moral (cfr. «Il presupposto teorico del razionalismo ético», cit., pp. 73 y 107.)
15-17.
207
206
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

ción de los enunciados morales (267), no acerca de la cuestión onto- De lo que acaba de decirse se colige igualmente la equivocidad de
lógica de en qué sentido puede decirse que «existen» razones para ~a equiparar el internalismo o proyectivismo con el «subjetivismo». Este
acción. El cognoscitivismo o descriptivismo es entonces aquella fami-
último término, como se ha señalado a menudo, puede ser interpreta-
lia de teorías que, de formas muy diversas, coi~~iden en sosten~; qu~
do al menos de dos formas diferentes (270): en un sentido coloquial o
los enunciados morales tienen contenido proposiciOnal, una func10n re-
más laxo sí podría ser entendido como negación del externalismo orea-
ferencial, y por consiguiente valores veritativos. Pero ent~n~es la acep-
tación del internalismo o proyectivismo en el pl~n~ ~ntologico ~s com- lismo; pero en un sentido más técnico -como teoría específica acerca
patible con una posición cognoscitivista o descnpti~Ista (por eJe~plo, del significado y función de los enunciados morales- el «subjetivis-
afirmando que los enunciados morales son reducibles a en_unciados mo» es una forma de descriptivismo naturalista según la cual los enun-
acerca de hechos de naturaleza psicológica con los qu~ se aflrn;a 9ue ciados morales son descripciones de las actitudes mantenidas por el que
una persona o un grupo mantienen determinadas actitudes practicas habla (subjetivismo individualista) o por el grupo del que forma parte
ante ciertas clases de acciones o estados de cosas.) De hecho, aunque el que habla (subjetivismo colectivo o convencionalismo), de manera
aquí no quepa desarrollar en profundidad esta idea, .m~ ~arece plau- que, en ese preciso sentido, un emotivista -pongamos por caso- no
sible sostener que, en tanto que teorías acerca del sign~flcad~ y fun- es un subjetivista (ni tiene tampoco por qué serlo quien, en el plano
ción de los enunciados morales y estrictamente en ese sentido, m el ~o~­ ontológico, propugne el internalismo o proyectivismo). Parecidas difi-
noscitivismo o descriptivismo ni el no cognoscitivismo o no de~cnpti­ cultades rodean a la equiparación de su contrario -el «objetivismo»-
vismo resultan plenamente satisfactorios (26~) ~ pe~o lo que me mtere- con el externalismo o realismo. Pontara, por ejemplo, llama «objeti-
sa subrayar, en cualquier caso, es que la diviso na ~nt~e uno y ot~o vismo» a la tesis según la cual-los juicios morales poseen valores veri-
(una vez más: entendidos en el sentido que acaba de mdicarse) n~·~Is­ tativos (i. e., a lo que hace un momento he denominado «cognosciti-
curre por el mismo punto que aquella otra que en el plano ontologico vismo» o «descriptivismo» en tanto que teoría acerca del significado y
separa a externalistas e internalistas. Por supuesto toda~ estas adv~r­ función de los enunciados morales), advirtiendo entonces que el obje-
tencias y precisiones están de más si -co~o.hace por eJ~mplo Javier tivismo, así entendido, es lógicamente compatible con la aceptación en
Muguerza- uno entiende por «cognoscltiVIS~O» aproxim~damente el plano ontológico del internalismo o proyectivismo (al que Pontara
aquello que aquí he llamado externalismo o realismo valorativo (269). denomina «nihilismo») (271).

(267) Cfr. Rabossi., Estudios éticos, cit., pp. 62-63; Nino, El constructivismo ético,
A la equiparación entre internalismo o proyectivismo y «escepti-
cit.' pp. 61-62. cismo» cabría aplicarle consideraciones parecidas. En un sentido lato
(268) A. Peczenik y H. M. Spector -<<A.T~t:?ry of Mora~ _Ought-Sentenc~s>>, cit.- de «escepticismo» ambas nociones podrían considerarse equivalen-
han desarrollado una explicación acerca del sigruflcado.y func10n de l~s.enunciados mo- tes (272): pero si por «escepticismo» se entiende aquella tesis episte-
rales de deber que combina los aspectos más atractivos de ambas posiciones. Co~ arre- mológica según la cual no es posible -si existen- el conocimiento de
glo a su análisis -que denominan «dualista»: vid. p. 46~- el. verb? «debe» act~a por
un lado como un indicador convencional de una fuerza 1locuc10nana (en el sentido .de
que quien profiere seriamente un juido moral d~ deber ma~ifiesta. ~na actitud práctzca rigor» habría que entender por cognoscitivista «una posición más o menos afín a la del
en relación con la acción correspondiente de un tipo tal que mcu~nna en una. suerte de intuicionismo ético». Como no pretendo -ni sé con qué títulos podría hacerlo- regla-
contradicción pragmática si no asintiera a un imperativo con el.rmsmo contemdo) Y por mentar el uso del lenguaje, entiendo que no hay nada que objetar a una propuesta de
otro como un predicado que designa una propiedad.natur~l.-1. .e., no moral- de ~na definición como ésta; simplemente me interesa subrayar la diversidad de significados
acción o un estado de cosas (en el sentido de que qmen cah~1ca cierto.acto como d~b1do que pueden atribuirse al término «no cognoscitivismo» y cuáles de ellos coinciden o no
con lo que llamo internalismo o proyectivismo.
afirma que concurre en él o en el resultado que produce cierta p~~p1edad, en razon de
la cual precisamente lo considera debido, es decir, adopta en relac10n con el aquella ac- (270) Sobre estos dos sentidos, cfr. Rabossi, Estudios éticos, cit., pp. 70-71; y Mac-
kie, Ethics. Inventing Right and Wrong, cit., p. 18.
titud práctica.) .
(271) Cfr. Giuliano Pontara, «Il presupposto teorico del razionalismo etico», cit.,
(269) Cfr. J. Muguerza, Desde la perplejidad (Ensayos sobre la ética, _la razón y el p. 72. .
diálogo) (Madrid/México/Buenos Aires: F. C. E., 1990), p. 302, donde afirma que «en (272) Así lo hace Mackie, Ethics. Inventing Right and Wrong, cit., pp. 15-16.
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209
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

un e~emento_ del punto de vista propio (o, en general, de cada punto


valores externos u objetivos (273), entonces el «escepticismo» resulta
de ~I~ta), as1 que la pre~u?ta tesis resulta ser una fusión imposible de
ser compatible tanto con el externalismo o realismo como con el in-
ternalismo o proyectivismo (i. e. no habría contradicción entre la ad- posiciOnes a. la vez relativistas y no relativistas. Esta inconsistencia ha
misión en el plano ontológico de valores externos u objetivos y la ad- sido denunciada ~n ~últiple.s ocasiones y no merece la pena insistir en
ell~. Pero el partidano del mternalismo o proyectivismo no tiene por
hesión a la idea -en el plano epistemológico- de que sin embargo
que hacer suya en modo alguno una idea semejante. Como ha seña-
su conocimiento no es posible.)
Con todo, la equiparación potencialmente más peligrosa o deso- l~do ~eoff~ey Harriso~ (277), si con el enunciado «cualquier punto de
rientadora me parece aquélla entre el internalismo o proyectivismo y vista (mclUido ~~- propw) es "tan válido" como cualquier otro» se ex-
el «relativismo». Aunque ya es una cautela usual distinguir entre las pre~a una asercwn en el plano metaético con la que tan sólo se quiere
tesis «relativistas» en los diferentes planos de la ética descriptiva, la éti- decir -segurame~te de u~a form~ tosca o muy poco adecuada- jus-
ca normativa y la metaética (27 4), y aunque si cabe decir en alguno tamente lo qu.e ~fuma el mternahsta (a saber: que no existen valores
de esos planos que el internalista o proyectivista es un «relativista» será externos u obJetivos que verdaderamente constituyan razones para ac-
en todo caso en el tercero, no deja de ser frecuente el presuponer que tuar, y que todo lo que hay son sistemas de preferencias desde alguno
quien suscriba el internalismo o proyectivismo no puede por menos de de los cuales se habla cua~d~ se sostiene que «existen» razones para
hacer suya la idea «relativista» de que cualquier punto de vista es en- actuar), entonces del asentimiento a esa aserción no se sigue en forma
tonces «tan válido» como cualquier otro, incurriendo por consiguiente a.lguna que cuando un sujeto formula juicios morales (lo que necesa-
en la inconsistencia de tener que aceptar desde sus premisas «relati- namente ha de h~c~r. desde s~_propio conjunto de preferencias últi-
vistas» el principio no relativista de tolerancia frente a cualquier punto m~s) un? de esos JUICios tenga que ser el de que nadie tiene derecho
de vista distinto del propio (275). Ciertamente hay una forma de re- a Impedir a otro el que ~ctú~ con arreglo a sus propios puntos de vista
lativismo -a la que Williams llama «relativismo vulgar» y no duda en morales. Por el. co~tr~~10, SI con aquel enunciado se pretendiera ex-
calificar como «la más absurda opinión que se haya llegado a sostener presar un ~enumo JUICIO moral, sería desde luego uno inconsistente
en materia de filosofía moral (276)- según la cual cada individuo (o (algo parecido a «moralmente se debe hacer 0 o cualquier otra cosa
quizá cada grupo, sociedad o cultura) debe actuar con arreglo a lo que qu~ cada age~te entie~da que moralmente debe hacerse», lo que es
por su parte considere correcto sin que resulte permisible para nadie abiertaii_Iente mcompatlble con la propia idea de lo que es suscribir
impedir a otro el que actúe de acuerdo con sus propias concepciones u~~ razon .moral ~ara actuar); pero -según creo- no hay nada en la
morales. No es difícil caer en la cuenta de que efectivamente esta tesis l~g~c~ del mternahsmo o proye~tivismo que fuerce a aceptar presuntos
es manifiestamente inconsistente: la actitud que haya de adoptarse en «JUICIOs. ~orales» como ese. SI acaso el partidario del internalismo o
relación con quien sostiene puntos de vista distintos es precisamente proyectlvisrr:o encuentra otro problema (distinto del que presuntamen-
te ~e _atrapan.a en las red~s de un relativismo inconsistente y con el que
(273) Cfr. p. ej., G. Pontara, «Il presupposto te o rico del razionalismo etico», cit., qUiza hay~ Sido confundido): que no puede «dar razón» de su propio
p. 73. compromiso con las preferencias últimas que de hecho mantiene lo
. (274) Cfr. R. B. Brandt, «Ethical Relativism», en P. Edwards (ed.), The Encyclo- qu? presuntamente .mi.naría el «sentido» de seguirlas manteniendo des-
pedia of Philosophy (New York: Macmillan, 1967), vol. III, pp. 75-78; E. Rabossi, «Re-
pues de un reconocimiento semejante. Para adentrarse en la discusión
lativismo y ciencias sociales», en Dianoia, 22 (1976), 189-201 [ahora en Rabossi, Estu-
dios éticos, cit., pp. 165-179, por donde se cita]; vid. también Enrique López Castellón, de esta y otras ideas relacionadas hay que proceder a la comparación
«Supuestos teóricos de los relativismos éticos», en Sistema, 58 (1984), 3-29.
(275) Cfr., p. ej., Ruth Zimmerling, «Necesidades básicas y relativismo moral», cit., (277) Cfr. Geoffrey Ha~rison, «Relativism and Tolerance», en Ethics, 86 (1976),
p. 36. 122-135 [ahora en J. W. Meiland y M. Krausz (eds.), Relativism. Cognitive and Moral
(276) Cfr. B. Williams, Morality. An lntroduction to Ethics (Cambridge: Cambridge (~otre Dame, Ind.: Notre Dame University Press 1982) pp. 229-243 por dond
University Press, 1972), pp. 34-39 [hay trad. cast. de M. Jiménez Redondo, lñtroduc- cita], p. 240. ' ' ' e se
ción a la ética (Madrid, Cátedra, 2." ed. 1985)].
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sistemática de las virtudes y defectos de los modelos externalista e in- zanjada con eso, el partidario del modelo externalista o realista podría
acusar a su oponente de incurrir en una petición de principio. En rea-
ternalista. lidad los debates acerca de la existencia o inexistencia de algo (inclui-
iii) La discusión entre estos dos modelos no queda confinada es-
trictamente al plano metaético, sino que conecta ine~~tabl~mente con do el mundo en su conjunto) son recurrentes en múltiples áreas filo-
otras áreas filosóficas tales como una teoría de la acc10n o mcluso una sóficas, y no parece sencillo tomar partido por cualquiera de los ban-
concepción general acerca de la naturaleza de la realidad. ~or eso, dos enfrentados en cada uno de esos debates si no se cuenta con algo
como dice McNaughton, cualquier teoría acerca de la moralidad «es parecido a un criterio general, suficientemente claro y articulado, acer-
sólo tan plausible como lo sea la imagen completa del mundo de la ca de cómo trazar la divisoria entre lo real y lo que es sólo un punto
que forma parte» (278). Precisamente el gran problema del modelo ex- de vista del sujeto acerca de una realidad externa.
ternalista o realista radicaría en el tipo de «imagen completa del mun- Pero además el partidario del modelo externalista o realista parece
do» que parece presuponer, puesto que esa imagen incluye las ideas contar de entrada con una baza que desplazaría la carga de la prueba
de una serie de hechos morales que forman parte de la estructura del sobre su oponente: nuestras concepciones comunes acerca del discur-
mundo (en tanto que propiedades reales d~ una~se_rie de ob~etos -ac- so moral incorporan una pretensión de objetividad (280) que no puede
ciones, estados de cosas ...- , cuya presencia sena mdependiente de _su ser simplemente ignorada, al menos no hasta que se explique qué se
percepción por parte de algún sujeto) y de una capacidad humana sm- supone entonces que estaríamos haciendo al defender concepciones
gular para tener acceso cognitivo a ellos (probable~ente alguna suerte morales o al intervenir en discursos morales una vez que hubiéramos
de facultad intuitiva específica, profundamente diferente de nuestras rechazado aquella pretensión como ilusoria. Quizá algún conjunto de
capacidades cognitivas basadas en la percepción sensori~l) (~7_9). _Jus- argumentos acerca de la naturf!!eza de la realidad podría sustentar la
tamente las críticas tradicionales a cualquier forma de mtuiciom~mo idea de que esa pretensión de objetividad incorporada a nuestra ex-
ético se basan en reiterar la mayor plausibilidad de planteamientos on- periencia moral ordinaria no es más que un error (un error común y
tológicos y epistemológicos más austeros que no incluya? eso_s~ elemen- singularmente persistente), pero lo que el externalista o realista puede
tos tan singulares. Ahora bien, si se entendiera que la discuswn queda sostener es que, si aquellos argumentos resultasen no ser concluyen-
tes, nuestra experiencia moral ordinaria constituye una presunción en
,favor de sus tesis que es a su oponente a quien corresponde rebatir.
(278) Cfr. David McNaughton, Moral Vision. An Introduction to Ethics (Oxford: Ba-
Afirmar que nuestra concepción ordinaria del fenómeno moral in-
sil Blackwell, 1988), p. 41.
(279) Algunos partidarios del modelo externalista o realis:a.no acept~n que su pun- corpora una pretensión de objetividad es afirmar que quien sostiene
to de vista dependa de la aceptación de presupuestos ontologicos semeJantes. Nagel, un juicio moral pretende o presupone que los demás, si consideraran
por ejemplo -cfr. The View from Nowhere, cit., p. 139 -:-.subraya que su ~e~ensa ?el la cuestión «de un modo razonable», si llegaran a adoptar lo que con-
realismo valorativo o normativo no presupone una metafísica de corte platomco, smo
sideramos «la perspectiva adecuada», llegarían a la misma conclusión
simplemente el reconocimiento de la existencia de razo~e~ para actuar ~ue, a rno~o de
motivaciones necesarias o inescapables, están dadas obJetivarn~nte y leJOS de s~r mter- que nosotros. Es entender también que los individuos no se ven a sí
nas respecto al conjunto subjetivo de rnotivaciortes de algún suJeto, son regulatlvas res- mismos como comprome~idos con los concretos fines últimos que tie-
pecto a éstos. Sin embargo no me parece que Nagel sea en absoluto claro_ acerca de la nen en un momento dado (cualesquiera que éstos resulten ser y jus-
objetividad de algunas razones, limitándose a insistir -corno veremos rr:~s adelante- . tamente ·porque son los que en ese momento tienen), sino más bien
en su «evidencia intuitiva». No creo, por ejemplo, que nuestra cornprenswn de esa ob-
jetividad resulte facilitada por afirmaciones corno «la ~pinión de que los valore~ son rea-
como capaces de revisar o corregir sus fines en atención a considera-
les no es la opinión de que existen entidades o propiedades reales ocultas, smo la de ciones que no resultan ser meramente ni otros fines más fundamenta-
que hay valores reales; la de que nuestras pretensiones acerca del valor.Y acerca .de lo les que ya formaban parte de su conjunto subjetivo de motivaciones
que la gente tiene una razón para hacer pueden ser verdaderas o. falsas I~dep~n~Iente­
rnente de nuestras creencias e inclinaciones» (ap. cit., p. 144); SI del pnrner mciso de
(280) Cfr. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., pp. 30-35; más adelan-
esta cita eliminarnos aquello que según Nagel su opinión no presupone, lo que nos que-
te, al examinar los puntos de vista constructivistas, volveré sobre esta idea de una pre-
da es que «la opinión de que los valores son reales ... [es la ?pinión de que] hay valores
tensión de corrección ínsita en el hecho mismo de participar en un discurso moral.
reales», lo que desde luego no parece que nos lleve muy leJOS.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

(y a la luz de los cuales el individuo va depurando otros ~leme~tos de- rias-. falta por explicar qué se supone que estarían haciendo quienes
rivativos del mismo a medida en que repare en que son mconsistentes intervienen en discusiones morales. Si se da por descontado que quien
con aquéllos), ni cualesquiera fines últimos nue~os que en aquel con- interviene en una discusión moral presupone con el mismo hecho de
junto reemplacen a los anteriores (de lo contrano parece q~e no ten- su intervención que hay un sentido en el que «existen» razones para
dría sentido -o, al menos, no el que ordinariament~ se duía que le actuar que es externo a los conjuntos de preferencias de todos los in-
damos- pensar que se puede estar moralmente equzvocado, o tener dividuos y que lo que se ventila en la discusión es cuáles son esas ra-
dudas o perplejidades morales). . . . . zones, entonces, por definición, quien interviniera en una discusión
Esta pretensión de objetividad, po! c~~sigmente, tiene su Impor- moral reconociendo ser un defensor del modelo internalista o proyec-
tancia tanto en el plano estrictamente m~Ivid~al como en el plano co- tivista incurriría en una suerte de contradicción pragmática. Sucede sin
lectivo de la participación en discursos o discusiones ~orales. ~n ~lpla­ embargo, una vez más, que desde la aceptación de este último modelo
no individual parece que el prescindir de la pret~ns10~ de obJetlvi~~d sería posible dar una explicación alternativa -aunque sea reconocien-
priva de sentido (o, si se quie~e, ~o~vierte ~n arbltrana) a la adopcH;m do que se aparta en mayor o menor medida de nuestras concepciones
de un conjunto de preferencias ultimas: SI no se P?ede s~stener que ordinarias- del sentido de la intervención en discusiones morales. En
esas preferencias últimas son «correctas» -en a~gun sentido externo primer lugar, desde los supuestos del internalismo o proyectivismo sí
u objetivo- y si el individuo reconoce tal cos~, ciertamente pue?e s/e- hay un sentido limitado en el que perfectamente cabe hablar de la ra-
guir formulando juicios morales desde ese conJunto de preferencias ul- cionalidad o irracionalidad de un conjunto de preferencias últimas que
tim·as acerca de sus acciones y de las de los demás, pero no puede dar no resulte ser su evaluación desde otro diferente: este sentido limitado
una justificación acerca de su adop~ión de e~e conJunto de ~r~feren­ tiene que ver con su consistencia interna, con la veracidad de las creen-
cias últimas (es más, en rigor tendna que afu~ar qu.e/ esta ultima es cias acerca de cuestiones de hecho en las que un sujeto basa algunos
una cuestión mal planteada, puesto que toda afumac10n acer~a de lo de los juicios morales que formula y con su caracter no colectivamente
que está ·justificado o lo que se tiene una razón P.ara hacer sen~ n~ce­ auto-refutatorio. Un primer espacio para la discusión en materia mo-
sariamente interna a una ordenación de preferencias, Ypo~ consigmen- ral desde supuestos internalistas o proyectivistas tiene que ver preci-
te se estarían traspasando los límites de lo que puede decuse con sen- samente con la detección de defectos de esta clase en el punto de vista
tido al plantear una cuestión como aquéll~) (281), con lo que ~u ~om­ que se critica (282). Podría pensarse que este espacio es sumamente li-
promiso con ellas quedaría «falto de sentido» tras un reconocimiento mitado, y si lo que se quiere decir es que permite tan sólo descalificar
semejante. . . ./ b' · 'd d algunos conjuntos de preferencias últimas pero no fundamentar -des-
En el plano colectivo, el prescmdu d~ /la pre~ens~on de o Jetivi a de un punto de vista «objetivo>>- la elección de uno entre los que sí
parece que desnaturaliza nuestra concep~10n ?!'dmana acerca de los d~­ satisfagan esos requisitos mínimos, creo que indudablemente se está
sacuerdos morales y del sentido de la discu~Ion moral: P~rece que SI~ en lo cierto. Pero hay otra circunstancia que, junto a ésta, da sentido
un criterio de corrección externo a los conJuntos subJetivos de moti- a la discusión moral desde supuestos internalistas. Si observamos la for-
vaciones de los individuos resultaría inapropiado decir que hay entre ma en que típicamente se desarrollan las discusiones morales veremos,
ellos «desacuerdos» morales, salvo que se entienda po~ t~l meramente según creo, que el modo más característico de argumentar en contra
el hecho de que los contenidos de esos conjuntos son distm~os. P?r su- de una cierta postura consiste en intentar demostrar que de ella se de-
puesto nada impide reinterpretar de ese modo lo que q_uerna decir qu~ rivan implicaciones que se supone que no está dispuesto a aceptar
existe un desacuerdo moral. Pero aceptando ese sentido. -que s~gu quien la sostiene, o que no puede ser consistentemente aceptada al mis-
ramente supone una revisión o corrección de nuestras Ideas ordina- mo tiempo que se acepta alguna otra tesis que se supone que no esta-

(281) Sería algo parecido a plantear si «realmente» es válida la regla de recon~ci~


miento de un sistema jurídico o si ~~realmente» era legalmente competente el constitu (282) Cfr. Gauthier, MA, p. 25: «No de las preferencias particulares, sino de lama-
yente originario. nera en la que se sostienen y de sus interrelaciones es de lo que se ocupa la razón».

214 215
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

ría dispuesto a· rechazar el oponente. Si presupone~.~s que no existe


te de las convicciones más profundas de los individuos o de una cul-
ninguna base mínima compartida entre nuestr~ pos1c10n y la de nues-
tura, no se validan a sí mismas y deben ser impugnadas si resultan es-
tro oponente es muy posible, como apunta Gll~ert J:I. arman, que ~?
tar basadas en presupuestos ontológicos rechazables. Por eso la adop-
le encontremos ningún sentido a entrar en una d1scus1on mo~al con el
ción de una teoría del error conduce a una estrategia revisionista acer-
y nos limitemos a evaluar sus preferencias últimas y sus. ~ccwnes con
ca de esas concepciones comunes: una estrategia revisionista, como he-
arreglo a nuestro propio punto de vista (283). La ~1~cuswn moral, en
mos visto, acerca de si es o no una cuestión bien planteada el pregun-
suma, procedería fundamentalmente al modo so~ratlco: ~o d~ndo a;-
gumentos no rebatibles en favor del punto .de v1sta propw, smo mas tarse ~or 1~ ~orrección o justific~ción «externa» u «objetiva» de las pre-
ferencias ultimas que uno suscnbe, o acerca de cómo habría que en-
bien «dejando en mal lugar» el punto de v1sta del oponente a la luz
tender los desacuerdos morales o qué sentido tendría la intervención
de fundamentos más profundos que (presuponemos que) ambos com-
en discusio.nes morales; y aunque el peso de esas concepciones comu-
partimos (sin presuponer que se ajustan a su vez a alguna cl.ase de va-
lores externos u objetivos ni que el hecho .de q~e se converJa en ellos nes contemdas en la pretensión de objetividad provoque una caracte-
-incluso si se tratara de una convergencia unzversal- es lo que les rística «desazón» (285) ante cualquiera de esas explicaciones revisio-
prestaría ese «fundamento externo» u «objetvo»). De ~se modo ~a­ nistas, defender una teoría del error es sostener que no cabe aferrarse·
bría sostener que el rechazo de los p:esupues.tos exter~~hstas ~ rea~ls­ a presupuestos ontológicos rechazables sólo para evitar o mitigar esa
tas no priva necesariamente de sentido a la 1.nt~~venc10n ~~ discusio- desazón (286). Lo que sí hay que reconocer es que la postulación de
nes morales ni le hace a uno presa de contrad1ccwn pragmatlca alguna una teoría del error, en la medida en que se aparta tan notablemente
(aunque seguramente sí obliga a revisar la con~epci?.n común acerca de concepciones comunes fuertemente enraizadas, necesita de muy
de la naturaleza, sentido y presupuestos de la ~1scuswn mor~l}. . buenos argumentos en su favor. La cuestión es saber si el partidario
Por todo ello la defensa del modelo internahsta o proyect1v1sta Im- del modelo internalista o proyectivista dispone o no de ellos.
plica, como ha señalado Ma~k~e: la ~e una «teoría del error>; .. (284) ~~rece que en el fondo las objeciones centrales que desde el pro-
acerca de la pretensión de obJetividad mcorporad~ .a la concepcwn co- yectlvismo se formulan en contra del externalismo o realismo se resu-
mún de la moralidad: no se niega que como cuestwn de hecho la con- men en lo que Mackie ha denominado el argumento de la extrañeza
cepción socialmente vigente acerca del f~nómeno moral inco~~ore esa o de la singularidad [queerness]: si hubiese valores objetivos se trata-
pretensión de objetividad, sino que se afiima que ~s~ pretenswn care- ría de una clase de entidades, cualidades o relaciones de una natura-
ce de fundamento (o si se quiere: que esa presupos1c10n. es falsa). Pro- leza sumamente extraña, completamente diferente de cualquier otra
pugnar una teoría del error e.s afir~ar que las . concepcwnes comunes en el mundo, y sólo serían cognoscibles a través de alguna facultad
acerca de la moralidad, por d1fund1das que esten, aunque formen par- intuició.n .o modo específico de percepción igualmente singular, del
todo d1stmta de los modos de percibir o conocer cualquier otra
cosa (287). ~~ proyectivista postula una explicación mucho más simple
(283) Cfr. Gilbert Harman, «Mor~l Relativism Defended», en P~il?sophical .~e­
q~e no reqmere en absoluto de la introducción de esas extrañas pro-
view», 84 (1975) 3-22 [ahora en J.W. Meiland y M. Krausz (e~s.), Relattvzsm. Cog~zt~ve
and Moral, cit., pp. 189-204, por donde se cita], p. 190. La tesis de Harman no se h~1ta p~edades y modos de percep.ción: el agente percibe una serie de pro-
sin embargo a la presuposición -que me parece aceptabl~- de que e~ gener.al qmen Pie?ades naturales de los objetos ante las cuales adopta determinadas
entra en una discusión moral presupone una base compartl?a para la rmsma, smo que, actitudes, y proyectando esas actitudes sobre aquellas propiedades de
dando un paso más -que a mi juicio no es correcto--, sostiene que «cuando s. formula
el juicio de que A debe hacer D, S asume que A pretende actuar de conformidad co~
un acuerdo que S y la audiencia de S tambi~n. pretenden observar> desembocand? asi
en una forma de convencionalismo moral (rbr, p. 194); para la cntica de esta tesis de
(285~ Cf~. S. Blackburn, «Errors and the Phenomenology ofValue», cit., p. 6 [... this
ex;planatzon rs apt to leave a residual unease].
Harman vid. David Lyons, «Ethical Relativism and the Problem of Inco~~r~nce», en
Ethics 86 (1976) 107-121 (ahora en J.W. Meiland y M. Krausz (eds.) Relattvrsm. Cog-
(28~) Como dice Blackburn -op. cit., p 11-, si el punto de vista común incorpora
una sene de defectos «uno no debe ajustar su metafísica para condescender con esos
nitive and Moral, cit., pp. 209-225, por donde se cita], pp. 2~3-224. defectos».
(284) Cfr. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, clt., p. 35.
(287) Cfr. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., pp. 38 y ss.
216
217
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

los objetos habla de éstos como de algo que «es» val~oso: _El extern~­ cias históricas en formas particulares de «errores de percepción»). Aun
lista o realista, sin embargo, insiste en que esa exphcacwn proyecti- debiendo hacer frente a todas esas dificultades, es posible que el mo-
vista confunde por completo el orden de prioridades: que es el valo~ delo externalista o realista conserve aún un cierto atractivo intuitivo
de las cosas el que, una vez percibido o desc~~ierto (o una -¡ez que el pero creo, como apunta Mackie (289), que ello se debe en gran me~
agente cree -erróneamente- haberlo percibido o descubi~rto), de- dida a lo siguiente: muchas valoraciones son objetivas a la luz de un
termina la aparición de una actitud, de manera que los ~ambws .e~ las cierto criterio o standard que manejamos implícitamente. Presuponien-
evaluaciones de un sujeto serían en primer lugar cambios cogmtiVos, do criterios de evaluación, la aplicación de los mismos se limita a la
y sólo derivativamente y a resultas de éstos, cambios de actitudes. Lo constatación de la concurrencia o ausencia en el objeto evaluado de
que sucede es que con una explicación como ésta queda ~nvuelta en propiedades naturales a las que el criterio presupuesto otorga relevan-
el misterio la clase de relación que existiría entre las propiedades na- cia (y esa correspondencia o falta de correspondencia es ciertamente
turales de un objeto -acción, estado de cosas ... - y sus pr?piedad~s objetiva, independiente de que cualquier sujeto reconozca que existe
valorativas, o, más técnicamente, el modo en que estas senan super- o no). Es más, de los criterios de evaluación que manejamos en cierto
vinientes respecto a las primeras (288). Si decimos, por ejemplo, que ámbito podemos decir también que no han sido seleccionados arbitra-
una acción es inmoral porque causa dolor a otros y rechazamos la ex- riamente, sino que son los más apropiados (de nuevo, objetivamente)
plicación proyectivista (el agente percibe la. ~ropiedad ?~tural Y es. ~u en atención o a la luz de ciertos fines o propósitos que perseguimos
actitud de rechazo frente a ella la que mamfiesta al calificar la accwn en aquel ámbito. Pero que la evaluación sea objetiva a la luz de cri-
como inmoral), habrá que explicar de qué modo pec~liar n~ sólo «pe~­ terios definidos y que la selección o identificación de éstos sea igual-
cibe» el agente las «propiedades valorativas». del obJeto, smo adem~s mente objetiva a la luz de cie'ñ:os fines o propósitos sólo pospone el
las percibe como ligadas o conectadas a propwda~es naturales espe~I­ punto de confrontación entre las tesis externalistas o realistas e inter-
ficas. Teniendo el realista que postular unas propiedades de los obJ~­ nalistas o proyectivistas, que reaparece entonces al explicar qué es lo
tos sumamente peculiares, un modo de percibirlas no menos singular que se quería decir al afimar que aquellos fines o propósitos «son va-
y alguna suerte de extraño vínculo real o dado en el .mundo entre u~ liosos» (o que «existe» una razón para actuar en orden a su materiali-
conjunto de propiedades naturales Y. ot~~ de «pro~I~dades valo~ati­ zación).
vas», parece que la más austera exphcacwn proyectlvista nos sugiere Desde la óptica externalista o realista, no obstante, puede aún in-
una imagen del mundo tanto más fácil de asumir. Como además, de tentarse una defensa de su concepción de la realidad frente a objecio-
hecho no todo el mundo suscribe los mismos valores, desde el mode- nes como las expuestas. Es lo que, recurriendo al concepto lockeano
lo reaÚsta tendría que poder ofrecerse alguna clase de exp~i-caci?n ac~r­ de «cualidades secundarias» (290), pero dando cuenta ·de ellas de un
ca de qué es lo que origina y de qué modo una percepc10n. distorsio- modo no exactamente coincidente con el del propio Locke, han inten-
nada de los valores externos u objetivos, y qué lo que explicaría que tado recientemente autores como Nagel, McDowell o. McNaugh-
ton (291). Las cualidades secundarias son aquéllas -de las que resul-
esas percepciones distorsionadas adopten además el mis~o rumbo~~­
tarían un ejemplo paradigmático los colores- cuya naturaleza no pue-
tre un buen número de sujetos pertenecientes a una misma colectivi-
de ser explicada si no es por referencia a una específica forma de per-
dad (i. e., de qué modo se producirían sistemáticamente convergen-
cepción. Que un objeto sea perceptible como «rojo» depende de cua-

(288) Cfr. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., ~·. 41. Segú~ la defini- (289) Cfr. Mackie, Ethics: Inventing Right and Wrong, cit., pp. 25-27.
ción -que cabe considerar clásica- de Jaegwon Kim, una familia de propl~dad.es M (290) Cfr. An Essay concerning Human Understanding, II, viü, 10.
es superviniente respecto a una familia de propiedade~ N .con re~pe.c~o a un amblto A (291) Vid. Th. Nagel, «What is it like to be a Bat?», en Philosophical Review, 83
si es el caso que para cualesquiera dos objetos en el amblto A .s~ difieren en ~uanto a (1974), 435-450 ~ahora en Nagel, Mortal Questions, cit., pp. 165-180]; Id., The View
la familia M difieren también necesariamente en cuanto a la faffilha N; cfr. J. Kim, «Su- from Nowhere, crt., secs. II.1, V.3 y VI.3; John McDowell, «Values and Secondary Qua-
pervinience and Nomological Inconmensurables», en American Philosophical Quarterly, litieS»;"en T. Honderich (ed.), Morality and Objectivity, cit., pp. 110-129; D. McNaugh-
15 (1978) 149-156, p. 154. ton, Moral Vision, cit., sec. 4.3 y caps. 5 y 6.

218 219
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

lidades primarias del mismo (el modo en que refleja ondas luminosas) jo. Pero sí creo que cabe subrayar que en cualquier caso las presuntas
y de un modo de percepción específico (un mecanismo receptivo sin- propiedades o cualidades valorativas. reales cuya existencia objetiva
gular desde el cual, y sólo desde el cual, se percibe como «rojo» el ob- asume el modelo externalista o realista seguirían siendo, como ha se-
jeto con aquellas cualidades primarias). Podría pensarse entonces ñalado Blackburn (293), profundamente distintas del resto de cualida-
-como seguramente hizo Locke, que definía las cualidades secunda- des secundarias a las que podríamos referirnos: serían supervinientes
rias como aquéllas «que realmente no son nada en los objetos mismos, respecto. a .cualidades primarias de los objetos de un modo completa-
sino potencias [powers} para producir en nosotros diversas sensacio- mente d1stmto a como lo son otras cualidades secundarias; los meca-
nes por medio de sus cualidades primarias>>- que sólo las cualidades nismos receptivos que posibilitarían su percepción serían del todo di-
primarias forman parte de la estructura del mundo, de «lo real», y que ferentes de aquéllos, bien conocidos y susceptibles de una explicación
las cualidades secundarias, por el contrario, pertenecen al campo de precisa, que hacen posible la percepción de otras cualidades secunda-
«lo no objetivo», lo que corresponde tan sólo a un punto de vista s~b­ rias (y, a diferencia de lo que sucede en el caso de estos últimos, no
jetivo acerca de lo objetivo. Ahora bien, lo que alegan los autores an- dispondríamos de explicaciones satisfactorias acerca de los defectos o
teriormente mencionados es que ése sería un paso fatal: porque el in- alteraciones de esos mecanismos receptivos que son responsables de
tento de acceder a «lo real» a base de ir eliminando de nuestra expe- percepciones distorsionadas); y la dependencia parcial de las valora-
riencia todo aquello cuya percepción depende de nuestra manera sin- ciones respecto de formas de vida social diferentes no parece darse
gular de ver el mundo, de trascender nuestro punto de vista peculiar, tampoco en el caso de otras cualidades secundarias. En atención a todo
no nos dejaría al final con «la realidad desnuda», con el mundo tal ello creo que cabe concluir que el recurso a la noción de cualidades
como es conteniendo sólo cualidades primarias, sino que nos dejaría secundarias, encaminado a una reinterpretación del concepto de «lo
literalmente con las manos vacías (292). Si eliminamos de nuestra con- r~~l» acorde con los presupuestos externalistas, no sirve tampoco para
cepción de lo que es el mundo todo lo que depende de nuestra manera d1s1par las dudas que se condensan en el argumento de la extrañeza o
específica de percibirlo, eliminamos todo. Por eso, se afirma, quien de la singularidad tal y como éste fue expuesto anteriormente.
pretende contar con un criterio de demarcación de lo real que excluye Es sumamente difícil, en cualquier caso, ofrecer algo que en sen-
las cualidades secundarias no estaría postulando verdaderamente una tido estricto pudiera contar como una demostración de la falsedad de
ontología más creíble o más fácilmente asumible, sino más bien al con- los presupuestos externalistas o realistas. Creo que todo lo que cabe
trario. Y lo que se concluye entonces es que no hay ninguna razón hacer es señalar -como, por ejemplo, hace Blackburn al subrayar de
para no considerar las cualidades secundarias como reales, como parte qué modo la propiedad de «ser valioso» diferiría de cualquier otra cla-
de «lo real», y ello a pesar de que sólo sean perceptibles desde una se de propiedades secundarias y resultaría absolutamente sui generis-
determinada perspectiva (que al menos en el caso de algunas propie- de qué manera esos presupuestos tienen un difícil encaje en la «ima-
dades secundarias sería posible formar o desarrollar mediante un en- gen completa del mundo» que estamos dispuestos a defender como la
trenamiento reiterado en su apreciación). Y si se admite tal cosa no más plausible. Pero por supuestb siempre se podría objetar que eso
habría por qué excluir a las propiedades valorativas -como otras cua- no es suficiente, que limitarse a constatar que los presupuestos realis-
lidades secundarias más- del ámbito de «lo real» según la única ca- tas no encajan en la «imagen completa del mundo» que el internalista
racterización plausible de este concepto que nos sería dado llegar a ar- o proyectivista considera por su parte como la más plausible supone
ticular. incurrir en una petición de principio y que, en cualquier caso, el rea-
U na discusión en profundidad acerca del concepto de «lo real» ex- lista cuenta con la presunción en su favor de no tener que postular una
cede con mucho de mis posibilidades y de los objetivos de este traba- «teoría del error» que conciba y explique como el producto de una
equivocación generalizada la pretensión de objetividad que incorpora
(292) Cfr. H. Putnam, Reason, Truth and History (Cambridge/New York: Cambrid-
ge University Press, 1981), pp. 50-52, sobre la idea de los «objetos» como algo que ine-
vitablemente se configura desde o a través de algún esquema conceptual. (293) Vid. Blackburn, «Errors and the Phenomenology of Value», cit., pp. 13-15.

220 221
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

la concepción común acerca de la moralidad. La conformidad con esa vista determinado, de manera que cuando se afirma que algo es mo-
concepción común, el no tener que proceder a una estrategia revisio- ralmente correcto lo que se está afirmando es que es lo que moral-
nista como la que ha de emprender el que postule una teoría del erro_r, mente. ap~obaría quien se. situara correctamente en ese punto de vista.
es visto entonces por algunos defensores del externalimo o realismo ~ada JUI~Io moral sostemdo por quien interviene en esa práctica con-
como un argumento para desplazar la carga de la prueba sobre el pro- ti~gente mcorpor~ría entonces la pretensión de reflejar correctamente
yectivista (294), lo que, a falta de algo que en sentido estricto cupiera dicho p~nto de VIsta, y los desacuerdos morales serían genuinas dis-
considerar como una refutación del realismo, presuntamente bastaría crepancias acerca de lo que resultaría de la adopción del mi·s p
(al menos provisionalmente) para considerar preferibles los presupues- ese t d . mo. ero
tos realistas. pun o . e v1sta no vendría definido meramente por la concurrencia
Por mi parte, no estoy en absoluto seguro de que ese criterio de de ~na sene de r.asgos formales, sino que sería un punto de vista sus-
distribución de la carga de la prueba resulte bien fundado (295). Para tan~vo, uno que mcorpora ciertas preferencias últimas fundamentales.
invertirlo siempre cabría apelar en último término al criterio occamia- Y; Siempre d~ntro de los confines del modelo internalista 0 proyecti~
no de la no multiplicación de los entes más allá de lo necesario y, aun- VIS~a,. se considera que no hay en absoluto ningún criterio externo u
que aquí no voy a proseguir esta discusión, entiendo que las conside- ~b~etivo re~pecto al ~ual c?nfrontar la «validez» de esas preferencias
raciones anteriormente esbozadas favorecen, en aplicación de dicho ultimas (existen e~~ SI, conJuntos distintos de preferencias últimas des-
criterio, la adopción del modelo internalista o proyectivista. La acep- ~e los cuales se cntican aquéllas y viceversa). La explicación cuasi-rea-
tación de este modelo, por otra parte, puede resultar menos contrain- lista propugna ~ntonces simplemente una restricción en el uso del con-
tuitiva si se adopta lo que Simon Blackburn ha denominado una ex- cepto de moral~dad, reservándol9~para los juicios que se emiten desde
plicación «cuasi-realista» (296) de la práctica social del discurso mo- ese punto .d~ ~Ista Y típicamente -de lo contrario se trataría simple-
ral. Esta ~xplicación tiene la virtud de que no exige la misma estrate- mente de
gia de revisión general de los términos en los que se desenvuelve di- . . . JUICIOs
. ~
entrecomillados
. , en el sentido de Hare , y no de ge-
numos JUICios practicas- por quienes verdaderamente lo suscriben.
cha práctica que vendría exigida por la postulación de una teoría del
error como la de Mackie, permaneciendo sin embargo igualmente an- ~ . Por supuesto ~so no excluye el que un sujeto suscriba preferencias
clada, en cuanto a sus presupuestos fundamentales, dentro del modelo ultimas 0 ~o do~m?adas Y q.ue él concibe como categóricas desde otro
internalista o proyectivista. punto d~ v.z~ta dzstznt~,. y qUI~n.lo hace no incurre en ninguna clase de
Según la explicación cuasi-realista la práctica social del discurso cont~adiccw? ~ragmatica, m twne sentido decir que desde un punto
moral efectivamente existente presupone la adopción de un punto de de VIsta «ObJetivo» -:que no resulte ser meramente aquel otro que él
no adopta- lo que el acepta como razones para actuar no son verda-
(294) Cfr. Th. Nagel, The View from Nowhere, cit., pp. 143 (donde sostiene que la derament~ razone~ para actuar. Simplemente no participa de ese jue 0
carga de la prueba se sitúa incorrectamente cuando se hace recaer sobre el realista); 154 de leng~aJe espe~IÍico, fundamentado en la adopción de un cierto pu~­
to ~de. VIsta 9ue mc?rpora preferencias sustantivas, que constituye la
(donde afirma que «la aceptación de algunos valores objetivos es inevitable, no porque
la alternativa sea inconsistente, sino porque no es creíble»); y 162 (donde apela abier-
tamente a la idea de «evidencia» para sostener la existencia de razones para actuar «Ob- p;actica social ~ontmgente para la que reservamos estipulativamente
jetivas»). En el mismo sentido, vid. McNaughton, Moral Vision, cit., pp. 40-41, 64-65 e nombre de discu~so moral. Pero el «punto de vista moral» es sólo
y 104.
(295) Que -a la inversa de lo que sostienen Nagel o McNaughton-la carga de la
u~o entre otros ~~sibles desde lo que se suscriben preferencias no do-
prueba recae precisamente sobre el externalista, es explícitamente afirmado por Gau- mmadas Y cate~oncas,. y todos ellos quedan concebidos desde la ópti-
thier: cfr. David Gauthier, «¿Por qué contractualismo?» [trad. cast. de S. Mendlewicz ~a del modelo mter~ahsta o proyectivista (es decir, aunque decidamos
y A. Calsamiglia], en Doxa, 6 (1989) 19-38, p. 26. '' lamar «morales» solo .a las preferencias de esa clase que corres an-
den a aquel punto de VIsta, esa decisión terminológica 0 conceptu~ no
(296) Cfr. S. Blackburn, «Rule Following and Moral Realism», en S. Holtzman y
Ch. Leich (eds.), Wittgenstein: To Follow a Rule (London: Routledge & Kegan Paul,
1981), pp. 163-187; Id., Spreading the Word (Oxford: Oxford University Press, 1984), altera en nada. los presupuestos internalistas o proyectivistas ya descri-
cap. 6; Id., «Errors and the Phenomenology of Value», cit. tos Y' en particular, no permite hablar de la «existencia» de razones.
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

justificativas nada más que en un sentido puramente interno a una or- supue~tos por el mo.delo externalista o realista (299), sino que debe en-
denación de preferencias dada). tenderse -:-por d~culo con palabras de Rawls- «por referencia a un
No sé si esa restricción en el uso del concepto de «moralidad» es punto de VIsta social adecuadamente construido» (300). Lo moralmen-
fructífera o si más bien será preferible seguir llamando razones mora- te correcto será entonces, diciéndolo de un modo muy general y pres-
les a cualquier clase de preferencias últimas o no dominadas que un cindiendo de los detalle.s particulares de cada propuesta, lo que resul-
sujeto acepte como categóricas. Me inclino a pensar que, por lo me- te ace~table en d.etern:madas condiciones ideales o para un sujeto 0
nos en atención a los fines de este trabajo, es preferible lo segundo, comumdad de SUJetos Ideales. Ahora bien, en ese caso la identifica-
ya que según creo ello permite reconstruir adecuadamente la estruc- ción de lo m~r~lmente correcto depende por completo de la definición
tura de los razonamientos prácticos ligados a la existencia de prácticas ?e esas condiciOnes o de los atributos que se asignen a esos sujetos
o instituciones sociales que un sujeto desarrolla desde un punto de vis- Ideales: Y entonces se p~antea un problema general que, a mi juicio,
ta exclusivamente formal, es decir, cualquiera que sea el contenido de Peczemk y Spector han Identificado con claridad: si la naturaleza de
las preferencias últimas que suscriba. Pero, en cualquier caso, tengo esos sujetos ideales se define a partir de su preferencia por actos o es-
la sospecha de que si aceptamos la explicación cuasi-realista no anda- tados de c?__sas que posean ciertas características, el verdadero criterio
mos muy lejos de lo que Nino denomina «relativismo concep- de corr~ccwn moral que estamos manejando es el definido por la con-
tual>> (297). Sin embargo, las tesis constructivistas -que Nino suscri- cu~renci.a de esas ~a~acterísticas, y la referencia al punto de vista de
be- suelen concebirse como una tercera vía entre lo que he venido sujetos Ideales defimdos o construidos de tal modo que sólo preferi-
denominando externalismo o realismo e internalismo o proyectivismo. rían actos o estados de cosas que las posean resulta absolutamente su-
Creo que ha llegado el momento de examinar si esa pretensión es acep- perflua por redundante (301)._.En ese caso, tras una fachada construc-
table. ~ivista, t~e~e que subyacer o bien el modelo externalista o realista (esas
caracte~Isticas son real:rzente valiosas en un sentido externo u objeti-
vo) o bi:n el modelo mt~rnalista o proyectivista (esas características
iv) Hablar de las tesis «constructivistas» en general entraña por son aquellas a las q~e .atnbuye valor el sujeto o los sujetos reales que
supuesto una simplificación, ya que desde luego existen formas o va- proponen .el procedimiento o punto de vista en cuestión como defini-
riantes de constructivismo en materia moral sustancialmente diferen- ~or de lo mo~alm~nte. c.o~:ecto). Creo q~~ esta conclusión se impone
tes (298). Sin embargo, todas ellas comparten unos ciertos rasgos es- siempre que en la defmicion de las condiciOnes, o reglas procedimen-
tru~turales mínimos en los que concentraré mi atención. De más está
tales,? natur..aleza d~l.suj~to o comunidad de sujetos ideales cuyas pre-
decir, por otra parte, que aquí sólo voy a ocuparme de las filosofías ferencias senan defmltonas de la corrección en materia moral se in-
morales constructivistas en un nivel muy general y sólo para destacar trod~zca ~1 m~s mínimo elemento sustantivo. A este problema se ha
algunas ideas que me interesan en particular, sin que resulte posible .refendo F1s~km como «el problema de la jurisdicción» (302); si se in-
en absoluto examinar en profundidad lo que de hecho son las propues- tro~uce algun.elemento sustantivo en la definición del procedimiento,
tas globales más elaboradas, difundidas y discutidas en la filosofía mo- o bi~n se sostiene que ese elemento es objetivamente correcto en un
ral de estos últimos años. sentido que no puede ser el definido por el propio procedimiento sino
Todas las formas de constructivismo parten de la idea de que la ob- . alguno previo a. él (y que no puede ser otro que el postulado ;or el
jetividad en materia moral no tiene nada que ver con la postulación
de valores externos u objetivos en el sentido en el que éstos son pre-
(299) Vid. supra, nota 266.
(300) Cfr. Rawls, «E~ constructivismo kantiano en la teoría moral», cit., p. 185.
(297) Cfr. C. S. Nino, Etica y derechos humanos, 2.a ed., cit., p. 88. (301) Cfr. A. Peczemk y H. Spector, «A Theory of Moral Ouaht-Sentences» cit
(298) Vid. en particular las útiles distinciones propuestas por Nino entre tres formas p. 447. o ' .,
de «constructivismo ontológico» y otras tantas de «constructivismo epistemológico» (a (302) Cfr. J. Fishkin, Beyond Subjective Morality, cit., sec. 4.2, especialmente
las que me referiré n:ás adelante) en El constructivismo ético, cit., cap. V. · pp. 101-102, 106 y 108.

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225
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

modelo externalista o realista), o bien hay que renunciar a la idea de la crítica racional -en un sentido fo 1d . .
que la objetividad se define y obtiene por referencia al punto de vista ferentes conjuntos posibles
. . de prefe;:~iase
. u~<<lrt~cwnahdad» ----:-~ l?s en-
Imas que permltina di-
construido. Porque en este último caso siempre cabrá construir puntos to~ces una estrategia constructlvista así definid
a s~na exa~tamente el
~
de vista distintos (introduciendo en ellos algún elemento sustantivo di- mzsmo que cabe reconocer también d d
ferente), y la presunta «objetividad» será entonces meramente relati- yectivistas; y en cuanto excediera d ~~ e supuestos m~ternahstas o pro-
va o interna a cada uno de esos puntos de vista; y de lo que no dis- definición que en esas condiciones e e cr~o que pod.na asegurarse por
pondríamos en absoluto sería de un criterio auténticamente objetivo naturaleza del sujeto o comunid ' o reg. as p~ocedimentales, o en la
-i. e., uno que no sea el de nadie en particular- desde el que con- cias serían definitorias de la corr:~c~en s~~etos/d~ales cuyas preteren-
siderar moralmente preferible uno entre aquellos puntos de vista posi- traducido ya -manifiesta sub . . ma ena moral se habría in-
tantivo (304). Nótese por 0 t repticiame~te- algún elemento sus-
bles. ' o raparte, que SI el constructivista admite
Alternativamente, si no se introduce en la definición de esas con-
diciones ideales o de la naturaleza de ese sujeto o comunidad de S)l-
dero -incluso <<mímmo»-- para la. no~i<~ar~ce qu~, I?~s que haber encontrado un así-
deramente no puede ser mantenida M
jetos ideales ninguna clase de elemento sustantivo, es decir, si esas con-
diciones o esos sujetos son «racionales» meramente en el sentido limi- hace Fishkin es linlitarse a reiterar hast n _e «Objetrvrdad» en materia moral, lo que
acerca del fenómeno de la moralidad dabq~~ punto nuestras consideraciones comunes
tado o formal que excluye los conjuntos de preferencias últimas incon- tensión de objetividad que de hecho. e ena~ ser profundamente revisadas si la pre-
sistentes o colectivamente auto-refutatorios y que supone un conoci- como es obvio, no prueba que en re~n~~~~o:~ l~e::a~b~ndonada por ilusoria. Pero ello,
miento completo y veraz de los hechos relevantes, entonces por refe-
rencia al punto de vista así construido no es posible en modo alguno (304) No siempre es fácil determinar si se i
pero para detectarlo habrá que exaniinar co .~t~ ducen no elementos sustantivos,
°
seleccionar una concepdón moral entre todas las que superen la criba la elección de un deternlinado con. t d n cm ~ .o en cada caso cómo se fundamenta
preliminar de esos requisitos mínimos (303). El limitado espacio para configuración específica de un SUJ. ~t~n o e co~ddrcdwnes o reglas procedimentales o la
· 1 ° comum a de sujetos ideale T
eJemp o, e1 caso de la teoría del discurso rae· 1d s. omemos, por
Juristischen Argumentation Die Theo¡·z·e d wna. eslarrollada por Alexy en Theorie der
(303) Cfr. Fishkin, Beyond Subjective Morality, cit., pp. 110-111. La posición final- . h · es ratzona en Diskurses al Th · d
tzsc en Begründung (Frankfurt a M . S h k . s eorze er Juris-
mente defendida por el propio Fishkin en Beyond Subjective Morality, a la que deno- M. Atienza e I. Espejo Teoría de la.A·u r amp,.~978; rermp. 1983 [hay trad. cast. de
mina «objetivismo múlimo» (cfr. sec. 4.5), no me parece por otra parte fácilmente in-
teligible. Toda la estrategia de esta obra se encamina a demostrar que el atractivo ini-
c~onal como teoría de ld fundamentació~gj:~~;~:cr{:J.a~u:í~ica. La teoría del discurso ra-
crta en lo sucesivo J. Para Alexy la racion lid d d nd. C.E. C.' 1989), por donde se
cial que pudiera revestir la posición del «subjetivista» (i. e., de lo que aquí he llamado por el cumplimiento de las reglas del d' a a e _una propuesta normativa viene dada
internalista o proyectivista) deriva de dar por supuesto que para que una concepción mo- posiciones, sino también al comportami~~tur~o r~c:rnal (que no se refieren sólo a pro-
ral pueda ser calificada como «objetiva» debe satisfacer una serie de expectativas que
Fishkin no duda en calificar como excesivas (entre ellas, singularmente, la pretensión
mentación jurídica, cit., p. 177). Pero ento~ce~
fundamentación del conjunto mismo de
t ante: cfr. ~exy, Teoría de la argu-
1 de p~oblema radrca como es obvio en la
'<absolutista» de que el juicio propio es <'racionalmente incuestionable»; cfr. p. 11); que a cuatro modos de fundamentación .r~g as el drscurso que se propone. Alexy apela
tan pronto como nos desprendamos del prejuicio de que la objetividad requiere la sa- lece de ciertas dificultades· una fund~osr tes,. ;ec~no~iendo que cada uno de ellos ada-
tisfacción de esas expectativas habremos encontrado un sentido '<rnímmo», pero útil y más idóneas para asegura; la consec ~~n adcwn te~mca (las reglas seleccionadas son las
manejable, de <<objetividad»; y que quien rechace incluso ese sentido rnímmo -es de-
d ucwn e un crerto fin) qu f
e presuponer fines no justificados a su vez· ' ~, rene e1 mconveniente
·
cir, quien traspase la divisoria entre el objetivismo mímmo y el subjetivismo, situándose seleccionadas son las que rigen de hecho en '¡~na _fu~dame~tacw.n empírica (las reglas
ya dentro del campo de este último- ha de hacer frente al dilema (cfr. pp. 140-141) de moral), cuyo punto débil es que asu . prabctrca socral eXIstente de la discusión
· me -sm prue a-lo dado d'd
o bien tener que reconocer que impone arbitrariamente sus preferencias sobre los de- clOna1; una fundamentación definitoria ( 1 . como me 1 a de lo ra-
más, o bien tener que dejar de suscribir razones para actuar como genuinamente mo- estipulativamente se define un jue o de ::ns::~cwna u_n. conjunto de reglas con las que
rales, i. e., como razones que considera categóricas. Sin embargo no entiendo bien qué te que en último término es arbitr~ria· g ¿e especrfrc~¿, que reco~oce abiertamen-
es exactamente lo que se entiende por «objetividad» en el «objetivismo mínimo» -i. e., o pragmático-universal (se selecciona ~~una. nda;:entacron pragmátrco-trascendental
en la pretensión de que el propio punto de vista está sustentado por consideraciones bilidad de la comunicación lingüístic . con)JUnto e ~eglas. que son condición de posi-
sas y «sirve en el meJ·or de 1 a mrsma ' cuyas vrrtuahdades serían bastante esca-
que cualquiera aceptaría si considerara el problema desde lo que se considera la pers-
pocas ~eg as fundamentales»
f ' os casos, para fundamentar 1
pectiva moral apropiada- cuando se acepta a la vez, como hace Fishkin, que la pre- (e r. Teoría de la Argumentación jurídica, cit. . 178-
tensión («absolutista») de que el juicio propio es «racionalmente incuestionable>> verda- Alexy salta por encima de esas dificult d 'PP_l . 184, especialmente p. 183). Pero
a es que e mrsmo reconoce, limitándose a afir-

226 227
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

. . . estos pueden ser igualmente acordes c~n do cuerpo la idea ya sugerida de que las estrategias constructivistas no
que JUICIOS moral~s con~~~p~u o se uimiento se considera definitono pueden ofrecer en realidad una «tercera vía» entre el modelo externa-
las regla~ pr~~~~:;,:~~~ica, o ~gual~ente elegibles por el s~jeto o CC?- lista o realista y el modelo internalista o proyectivista. A decir verdad,
de 1~ raciOna~. e tos ideales, tropieza exactament.e .con los mismos pro- creo que algunas formas de constructivismo moral -como el postula-
mumdad des J. tan al internalista o proyectlvista a la hora de ex- do por Rawls, especialmente en los escritos posteriores a su A Theory
bl~mas que ~e f:~~ el reconocimiento de que no existe un pu~to ~e of Justice, y, con algún matiz diferenciador, también como el defendi-
p~Icar d~ que d de el cual quepa calificar las propias preferencias ul- do por Nino- acaban siendo sustancialmente equiparables a lo que
v!sta obJetivo es deramente correctas (en un sentido en el que no po- Blackburn denomina «cuasi-realismo». Creo que este punto merece
tn~as como. ve~~ente referencias últimas incompatib~~s) no socava- ser desarrollado con algo más de detenimiento.
dnan ser~o Ig/u ·~ » al hecho de seguir mantemendolas (305). En los últimos escritos rawlsianos conviven dos interpretaciones di-
ría o «pnvan~ fuee:::~e ~sa objeción -que en realidad sólo c~be eyi- ferentes de lo que habría que entender por «constructivismo kantia-
Sea cual sea \eto asumiendo presupuestos externalis~a~ o realistas~, no». Con arreglo a la primera de ellas el constructivismo resulta ser
tar por comt.P. ta no estaría entonces en mejores condiciones que el m- una concepción política que evita o soslaya la cuestión de si existe o
el construc IVIS no un «orden moral previo e independiente» de las concepciones que
r royectivista para hacerle frente.
tern~ I;::t~r ~e estas observaciones generales creo que puede ir toman- los individuos efectivamente suscriben, que simplemente no se pronun-
cia en torno a esa cuestión, y que encontrando incorporada o encas-
trada en nuestra cultura pública una cierta concepción de la persona
d sólo mediante reglas fundamentadas no es irrazo~able» aspira a hacer de ella la base·' mínima para un acuerdo (un «consenso
mar que «el que no se proc~lea em ezar de alguna manera la dis~usión, es también ra-
y que «dado que es razona p las no ·ustificadas» (op. czt.' p. 184). Me parece superpuesto» o «por superposición») acerca de una concepción políti-
zonable empezarla sobre la bas~ de_ re?ente· s/ el seauimiento de las reglas del discurso ca de la justicia (306). Ahora bien, entonces la justificación de esa con-
que todo ello viene a parar _end o1sig~e de~cartaría la noción limitada o formal de ~<ra­ cepción de la justicia es relativa a la aceptación previa de aquel ideal
sirve para descartar algo ma~ et o ~- én el internalista o proyectivista, ello se consigue de la persona (307). Dicho con otras palabras: si el constructivismo
cionalidad» que pued~_maneJ~[ a: ~lementos sustantivos (provinientes sobre todo de
gracias a la. introduccwn en e asd t 'o'n ) Sobre estos problemas de fundamenta-
f mas de «fun amen aci » . .
las tres pnmeras or Al f Ingrid Dwars, «La rationalité du discours prati~ue (306) Cfr. Rawls, «Justice as Fairness: Political, not Metaphysical», en Philosophy
ción de la propuesta de Aexhy: e rde Philosophie du Droit, 32 (1987) 291-304, especlal- & Public Affairs, 14 (1985) 223-251, p. 230: «Tratamos entonces de dejar al margen con-
selon Robert Alexy», en re zves troversias filosóficas allí donde es posible, y buscamos formas de evitar los problemas
mente pp. 301-302. . n lo el seguimiento de las reglas del dis- persistentes de la filosofía. Entonces, en lo que he llamado «constructivismo kantiano»,
(305) En la p~opuesta_ ~e- Ale~~~l~~~ae~~c~a;iamente ciertos juicios de deber (que tratamos de evitar el problema de la verdad y la controversia entre realismo y subjeti-
curso práctico racwnal ~xlgma o d' sl·vamente necesarios» y «discursivamente im- vismo acerca del status de los valores morales y políticos. Esta forma de constructivismo
ectlvamente « ¡scur , . 1
serían entonces, res p . d ' uestas normativas incompatibles senan por 1gua ni afirma ni niega estas doctrinas»; Id., «The Idea of an Overlapping Consensus», en
posibles»)' pero en o~aswnes ods ~ro~ almente compatibles con el seguimiento de las Oxford Journal of Legal Studies 7 (1987) 1-25 [hay trad. cast. de J.C. Bayón en J. Be-
. · nte pos1bles» (es ec1r, 1gu . , · 'd-· 't tegón y J.R. de Páramo (eds.), Derecho y moral. Ensayos analíticos (Barcelona: Ariel,
«d1scurs1vame . f Al Teoría de la argumentacwn JUrl ,zca, c1 . ,
reglas del discurso racwnal: te rll 't:;~~l discurso práctico general fundamentarían la 1990), pp. 63-85, por donde se cita], p. 74.
pp. 201-202). Precis~m~~te es ~~o~~ es de eso de lo que ahora quiero ocuparme (sobre (307) Cfr. Rawls, «El constructivismo kantiano en la teoría moral», cit., pp. 140 («lo
necesidad de_ reg~as _Jundl~:s¿:h, de la arte II); lo que quiero subrayar es si;n~Iemen~e que justifica a una concepción de la justicia no es el que sea verdadera en relación con
ese punto, v1d. z~rfta: no 'd P quepa hablar de «racionalidad practica» mas un orden antecedente a nosotros o que nos viene dado, sino su congruencia con nuestro
. h runoun sentl o en e1 que · ·, '1 más profundo entendimiento de nosotros mismos y de nuestras aspiraciones, y el per-
que, s1 no ay o
1 discurso uien repara en que la poslClon por e
allá del seguimiento _de la~ reglas de 'bl __:_J entonces por definición, tan «discur- catarnos de que, dada nuestra historia y las tradiciones que se encuentran encastradas
defendida es sólo «dlscursivamente. posl e» uede «dar razÓn» de por qué mantiene esa en nuestra vida pública es la doctrina más razonable para nosotros»), 171 («Esta inter-
sivamente posible» com? la ~ontr~na- noppretensión de ob]' etividad» o de «corrección» pretación de la objetividad implica que, más que pensar en los principios de justicia
. ., 1 ontrana ru asociar una « · · 'd d como verdaderos, mejor es decir que son los principios más razonables para nosotros,
posic1on y no a e . ' tl'do francamente singular de «ObJetlVl a »
.. , nteruda (a no ser en un sen . 'bl dada nuestra concepción de las personas como libres e iguales y como miembros plena-
a la poslclon ma 1 1 lo sea igualmente otra posición mcompatl e con
o «corrección» que no exc uye e que mente cooperantes de una sociedad democrática»), 184 («en el constructivismo los pri-
ella).
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228
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

kantiano no se pronuncia acerca de cuestiones tales como la de si ese v!dad» sumamen~e particular. Esto puede verse de un modo má 1
ideal de la persona -que es un ideal moral- es «objetivamente correc- s1 se tra~ a colación una distinción que está implícita en los tex~~s a~~
to», entonces todo lo que puede ofrecer es una fundamentación hipo- R~wls (ct~nq~e no empleando de una manera definida y constante los
tética de una concepción política de la justicia («Si se acepta como pun- mismos termmos. de los que voy a hacer uso) , que es 1a que me d'1a en-
to de partida este ideal de la persona, entonces la concepción de la jus- tr~ «concepciOnes de la persona» e «ideales de la persona» (309). Las
ticia más acorde con él es X»). Por supuesto quien parte ya de la base pnmeras se mueven en el terreno de la filosofía de lo mental r1
de aceptar dicho ideal puede considerar justificada desde su punto de que ~er <:o~ cuestiones como la identidad personal del sujeto~~ e t;~~
vista la concepción que, tras la debida consideración, resulte ser efec- no ~Iacromco; los segundos, en cambio, corresponden al plano de las
tivamente la más acorde con aquel fundamento profundo (i. e., con teona morales sustan~ivas y tienen que ver con la cuestión de la clase
las preferencias últimas a las que atribuye mayor importancia o un ca- de P.er~ona que, es vahoso ser. Los resultados de la filosofía de lomen-
rácter más fundamental entre las que él suscribe). Pero si se insiste/ ~n t~l ümztan el numero de «concepciones de la persona» viables y servi-
que el constructivismo simplemente no se pronuncia acerca de la exis- nan entonces para desca:tar algunos ideales (morales) de la persona
tencia de un «orden moral previo e independiente» -y por tanto no qu~ presuponen ~o?cepc10nes de la persona inviables. Pero en cual-
excluye que pueda existir-, toda la estrategia de fundamentación pa- qmer caso no servinan para hacer plausible sólamente uno de esos idea-
rece asentada sobre bases muy poco claras y firmes. Si tal orden moral les. Con otras pala.bras: habría una pluralidad de ideales (morales) de
previo e independiente verdaderamente existiera -y nos sirviera en- la persona compatibles con aquellos resultados (310). Al llegar a ese
tonces para determinar si ese ideal de la persona implícito en nuestra punto central
1 cabe optar. por uno de estos dos cam1·nos·. 0 b'Ien se af'Ir-
cultura pública es o no «moralmente correcto>>-, decir que la tarea maque a guno de esos Ideales.{morales) de la persona es objetivamen-
de la filosofía política consiste meramente en explicar la forma de un t~ correcto (~ceptando ent?nces los presupuestos externalistas 0 rea-
acuerdo posible a partir de una base dada resultaría seguramente muy h.stas YmaneJando una noción de objetividad en sentido prop1o es de-
poco plausible: lo que interesaría es saber si esa base dada es o no ver- c~r, una ~~ue .no es m~r~mente relativa o interna a un cierto p~nto de
daderamente correcta. vist.a con.~trmdo o defimdo a partir de la aceptación de un determina-
En otros momentos, sin embargo, Rawls parece interpretar el do Ideal de Iayersona) (311); o bien, alternativamente, se define como
«constructivismo kantiano» como un punto de vista que no es neutral el punto e:~, VIsta «m~ral» precisamente al que se construye a partir de
en el terreno ontológico o metafísico y que hace suyo abiertamente el ~a aceptac10n de ese Ideal y que es el que -se supone- resulta estar
rechazo del realismo (308). En ese caso el constructivismo afirmaría mcorporado a «nuestras» convicciones morales más profund
explícitamente una interpretación de la «objetividad» en materia mo- «nuestra>> vida públic~, ? a <<nuestra» práctica social efectiva ~~ ~is~
ral que no querría en absoluto decir que ciertos principios son «verda- curs? mora.l. ~n este ultimo caso (si se rechaza la idea de un «punto
deros» (i. e., objetivamente correctos en el sentido del externalismo o de VIsta obJetiVO» desde el que seleccionar como correcto un ideal de
realismo), sino «razonables para nosotros» dada nuestra concepción de la persona), los resultados obtenidos me parecen sustancialmente equi-
la persona. Esa resulta ser, me parece, una concepción de la «objeti- valf.ntes a los de aquello que Blackburn proponía denominar «cuasi-
rea Ismo» (y que, recuérdese, asumía sin ambages los supuestos últi-
meros principios son [ ... ] los más razonables para quienes conciben su persona tal como
está representada en el procedimiento de construcción») y 185 («el acuerdo esencial en
los juicios de justicia surge no del reconocimiento de un orden moral previo e indepen- (309). ~fr. Rawls.' _«La independencia de la teoría moral», cit, pp. 132-135· Id «El
constructivu:mo kantiano en la teoría moral», cit., pp. 185-186. ' .,
diente, sino de la afirmación por todos de la misma perspectiva social dotada de autori-
dad»). 'd (310) .~tr. Rawls, «El constructivismo kantiano en la teoría moral», cit., pp. 139-140·
(308) Cfr. «El constructivismo kantiano en la teoría moral», cit., p. 140: «El cons- ~~s; t~~(bf9e~/.9S) am2.8u8el3SOc3heffler '.«1Moral Scepticism and Ideals of the Person»' en The M o~
tructivismo kantiano sostiene que la objetividad moral ha de entenderse en términos de ' , - , especia mente pp. 295-300.
un punto de vista social adecuadamente construido y que todos puedan aceptar. Fuera dat/311) Es 1~ que hace .abiertament~ David O. Brink, Moral Realism and the Foun-
del procedimiento de construir los principios de justicia, no hay hechos morales» (la cur- on~ .o.f Etlucs (Cambndge: Cambndge University Press 1989) pp 317-318 y 321
siva es mía). que cntica expresamente a Rawls por pensar que ese paso ~o puede s~r dado. '

230 231
BAYON MOHINO

mos del modelo internalista o proyectivista); y la idea de que las ra- tido lato de los enunciados normativos equivale simplemente a su po-
zones morales son después de todo razones externas resulta ser enton- sibilidad de ser fundamentados racionalmente: más concretamente a
ces sólo una apariencia propiciada por una restricción est~p~l~da. e.n su capacidad de ser objeto de un consenso logrado por medio de u~a
cuanto al uso del concepto «moral» (que se reserva para los JUICIOS JUS- argumentación desarrollada en determinadas condiciones. Esas condi-
tificatorios que emitiría sólo quien se situara correctamente en un de- ciones -sostiene Habermas- están presupuestas idealmente en los
terminado punto de vista, en cuya definición se incluyen ya elementos discur~os reales, implícitas en todo contexto de argumentación, y el he-
sustantivos) (312). En suma: por este camino, según creo, el construc- cho mismo de que se argumente significaría que se han reconocido tá-
tivismo no resulta ser verdaderamente una tercera vía entre los mode- citamente esas presuposiciones pragmáticas sin las cuales la argumen-
los externalista o realista e internalista o proyectivista. tación no tendría sentido. Por supuesto no cualquier consenso alcan-
Me parece, finalmente, que habrá de llegarse a la misma conclu- zado de hecho nos brinda la fundamentación racional que andamos bus-
sión, si se explora una variante constructivista diferente como es la ha- cando, puesto qu~ aquellas condiciones ideales presupuestas implíci-
bermasiana. Para Habermas -resumiendo ahora en pocos trazos /su tamente en todo discurso pueden no haber quedado empíricamente sa-
complejo punto de vista- las cuestiones prácticas pueden ser .decidi- tisfechas en los procesos reales de argumentación: y por eso dicho con-
das racionalmente, y eso querría decir que tiene perfecto sentido ha- junto de condiciones (presupuestas implícitamente por cualquiera que
blar en este terreno de un criterio objetivo de validez, corrección o, si entre en una relación comunicativa) nos brinda además la medida de
el término se toma en un sentido lato, «verdad». Pero lo que subraya la validez o racionalidad de cualquier consenso logrado de hecho (314).
decididamente es que los enunciados normativos no son susceptibles Para Habermas, si se pregunta que el fundamento de esos presu-
de «verdad» si por tal se entiende, empleando ahora el término en un puestos de la argumentación .(que son la medida de la racionalidad o
sentido más estricto, correspondencia con alguna clase de «hechos mo- validez de los consensos logrados) no es posible -ni necesario- dar
rales» o valores externos u objetivos (313). La posible «verdad» en sen- otro argumento que el de que no cabe argumentar en su contra sin in-
currir en una contradicción pragmática; de ahí que sólo quepa sustraer-
(312) Si no me equivoco estas observaciones son igualmente aplicables a las tesis de . se a su fuerza dejando de argumentar, lo que conduciría inexorable-
Nino, quien sostiene -cfr. El constructivismo ético, cit., p. 108- que «la verdad moral
[queda] definida por presupuestos de la práctica social del discurso moral», entre lo~ cua- mente a «un callejón existencial sin salida» (315). Aceptados entonces
les «hay posiblemente principios sustantivos como el de autonomía» (en p. 107 afir~a, esos presupuestos .necesa:iamente por todo el que argumenta (lo que
más tajantemente, que uno «debe admitir que el discurso tiene presupu~stos val~r~tlvos es tanto como decu: asociando cada uno a su propuesta en el discurso
sustantivos, como el principio de autonomía»). En «Autonomía y necesidades basicas», una pretensión de corrección), de lo que se trata es de impulsar un pro-
Doxa, 7 (1990), pp. 21-34, afirma que «la participación genuina y honesta» en la prác-
tica social del discurso moral «presume la aceptación del valor de [la] autonomía moral»
ceso de formación discursiva de una voluntad racional de modo que
(p. 23), y que «la autonomía es parte de una con~epción más amplia del bi~n personal pueda alcanzarse un consenso en torno a un interés común o genera-
y [... ] cuando promovemos a aquélla no estamos Siendo neutrales frente a diversas con- lizable, i. e., en torno a normas que todos puedan querer (316). La pre-
cepciones del bien» (p. 32).
Entre los planteamientos de Rawls y de Nino, como el propio Nino ha subrayado, keit und Reflexion. Festschrift für Walter Schulz zum 60. Geburtstag, Pfullingen, 1973,
subsiste de todos modos' una diferencia en cuanto a la forma de llegar a conocer o de- pp. 211-265, pp. 226-227; Id., Conciencia moral y acción comunicativa, cit., pp. 70-71
terminar lo que resultaría del emplazamiento en el punto de vista construido o definido, Y76. Vid. también Thomas McCarthy, The Critica! Theory of Jürgen Habermas (Cam-
determinación que para Rawls sería posible individual o monológicamente, mientras que bridge, Mass.: Harvard University Press, 1978) [hay trad. cast. de M. Jiménez Redon-
para Nino -·suscribiendo la forma de «constructivismo epistemo~ó~ico» qu~ deno~na. do, La teoría crítica de lürgen Habermas (Madrid: Tecnos, 1987), por donde se cita],
"E2"»- «[l]a discusión y la decisión intersubjetiva es el procedn~Iento mas co~~a~le pp. 359-360.
de acceso a la verdad moral», aunque «esto no excluye que por vm de la reflex10n In-
dividual alguien pueda acceder al conocimiento d~ soluciones c?rrectas», si bie~ ~<hay (314) Cfr. Habermas, «Wahrheitstheorien», cit., p. 258.
que admitir que este método es mucho menos confiable» (cfr. Nmo, El constructívlsmo (315) Conciencia moral y acción comunicativa, cit., p.128.
ético, cit., pp. 105, 107 y 110.)
(316) Cfr. Habermas, Legitimationsprobleme in Spiitkapitalismus (Frankfurt: Suhr-
(313) Cfr. J. Habermas, «Wahrheitstheorien», en H. Fahrenbach (ed.), Wirklich- kamp, 1973) [hay trad. cast. de J. L. Etcheverry, Problemas de legitimación en el capi-
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233
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

tensión de corrección o universalidad que todo el que. argur:nenta Ydia- volvemos (321). Si al menos se puediera determinar individual o mo-
loga asocia a su propuesta debe ser corroborada dis~urs1vamente, Y nológicamente qué es lo que aceptarían como justificado sujetos em-
sólo cabe reconocer como válidas (o correctas, o raciOnalmente fu~­ plazados en esas condiciones ideales, su no realización actual no re-
damentadas) aquellas normas susceptibles de ex~resa~se co~o volun- sultaría particularmente perturbadora. Pero Habermas es tajante al
tad general en la medida en que salvaguardan un mteres comun (317) · descartar esa posibilidad: sólo mediante discursos reales puede deter-
Lo que cuenta entonces como moralmente ~o~r,ecto no es me~amente minarse qué contenidos normativos cabe considerar «racionalmente
justificados».
«lo que cada cual pueda querer sin contradiCCion que se convierta. en
una ley universal», sino «lo que todos pueden acordar que se convier- De todos modos no son ésos los problemas más serios o de fondo
ta en una norma universal» (318). . ., de la propuesta habermasiana. Supongamos que la situación en la que
Ahora bien -y ésto completaría la descnpcwn a grandes rasgos se desenvuelve el discurso real sí satisface las condiciones idealmente
del modelo habermasiano-, la determinación de. aquello que «:odos presupuestas en todo contexto de argumentación. Aun así, uno de los
pueden acordar que se convierta en una norma umver~al» no .sena po- puntos más oscuros de todo el esquema resulta ser, en mi opinión, la
sible monológicamente, sino que tendrí~ q_ue determinarse mexcusa- idea de «intereses comunes» o «generalizables», la de aquello que «to-
blemente como resultado de discursos practlcos reales desarrollados e.n dos puedan querer». Si en la definición de aquel conjunto de. condi-
las condiciones especificadas (319). L?, que cualq~~era puede deducu ciones se introdujera algún elemento sustantivo, algún contenido de-
por su cuenta, a partir de una reflexwn «pragmatlco-trascend~ntal», terminado, podríamos precisar -al menos hasta cierto punto- qué se-
es cuáles son las reglas del discurso, los presupues~os n~cesanos de ría lo que sujetos emplazados en esas condiciones ideales podrían con-
toda argumentación racional; pero «todos los contemdos, mcluso aun- siderar su interés común. Pero entonces probablemente ni siquiera ha-
que afecten a normas de acción fundamentales, han de hacerse ~epen­ ría falta aguardar los resultadosde los discursos reales: individual o mo-
dientes de discursos reales» (320). Y como los. ~untos de parti~a ?~1 nológicamente se podría intentar ya determinar el contenido de algu-
diálogo -las propuestas que plantean los participantes- son histon- nas normas motales que cabría considerar «justificadas» (las quepa-
camente variables, los consensos racionales alcanzables pu~den ten~r saran la criba de las condiciones de racionalidad del discurso y ade-
a su vez diversos contenidos (no hay un único consenso racwn~l posi- más, entre todos los contenidos incompatibles entre sí capaces de su-
ble). y . perar ese primer filtro, los que fuesen más acordes con aquel elemen-
Parece claro que nada garantiza que el consenso se alcance. SI to sustantivo incorporado a la definición de la perspectiva que adop-
de hecho se alcanza uno, nada garantiza que se trate de u~ consenso taría un sujeto ideal). Quizá, como mucho, podría admitirse que los
verdaderamente racional (puesto que puede haber~e obtemdo en una diálogos reales serían un medio de corroborar que uno habría deduci-
situación de comunicación distorsionada que no s.atisface re~lmente las do correctamente -i. e., sin dejarse llevar por una apreciación sesga-
condiciones idealmente presupuestas en todo disc~rso ). SI la funda-
mentación racional de normas morales sólo se consigue. cuando se lo-
gra un consenso en una situación en la que quedan. sa~Isfechas a9ue- (321) Tanto, opina Muguerza, que ello «nos sitúa ante una paradoja particularmen-
te dramática de la ética comunicativa, que conoce el remedio para el mal de la violencia
llas condiciones ideales, hay para pensar que ese obJetivo queda ure- -a saber, el diálogo racional- pero parecería tener que resignarse a un silencio impo-
mediablemente muy lejos del mundo en el que realmente nos desen- tente hasta que ese diálogo no sea una realidad, con lo que el veredicto de la ética no
podría producirse sino cuando ya hubiese dejado de ser necesario y vendría a caracte-
rizarse, así, por su inactualidad»: cfr., J. Muguerza, Desde la perplejidad, cit., p. 328
talismo tardío (Buenos Aires: Amorro.rtu, 1975), por donde se cita], P· 131; Id., Con- [una parte del cap. 7 de Desde la perplejidad -<<Más allá del contrato social (Venturas
ciencia moral y acción comunicativa, cit., pp. 85: 93. Y 11?. y desventuras de la ética comunicativa)>>-- incorpora con modificaciones otro texto an-
(317) Cfr. Conciencia moral y acc~ó.n comu~lcatlva, Clt., PP· ~3 Y 88. terior de Muguerza, en el que se contiene literalmente el pasaje citado: cfr. Muguerza,
(318) Cfr. McCarthy, La teoría cntlca de ]urgen Haberm~s, .cit., p. 3?7. . . «Habermas en el "reino de los fines" (variaciones sobre un tema kantiano)», en E. Gui-
(319) Cfr. Habermas, Problemas d~ le9itim~ción en el capltallsmo tardw, c1t.' P· 134, sán (ed.), Esplendor y miseria de la ética kantiana (Barcelona: Anthropos, 1988), pp.
Id., Conciencia moral y acción comun~~atlVa, clt . ' Pr· 86 Y 88. 97-139, p. 120].
(320) Cfr. Conciencia moral y accwn comumcatlva, p. 118.

234 235
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

da o parcial de la cuestión-lo que estaría implícito en aquel conjunto las -en. P.rincip~o- igualmente aceptables cuando quedan satisfechas
de condiciones ideales: pero aun esa concesión no invalidaría la idea las condiciOnes 1deales del diálogo, consigue además concitar en torno
de que hay ya, implícitos en esas condiciones, contenidos normativos a ella el consenso efectivo de todos.
determinados (que serían entonces «válidos», o «correctos», o. estarían . Lo q~e ocurre es que al sostener tal cosa -y de lo contrario, como
«racionalmente justificados» con anterioridad a la consecución de un hemos visto, el modelo habermasiano no constituiría una alternativa
re~l frente a otr~s opciones que ya nos son conocidas y que en cual-
consenso real en torno a ellos). qmer caso nos siguen presentando la oposición externa.lismo/interna-
Pero Habermas no puede admitir tal cosa, seguramente porque es
consciente de que la introducción de elementos sustantivos en aquel lismo coi?o un.a dicotomía básica frente a la cual no hay en realidad
terc~ra via p~sible -aparecen algunas dificultades de no poca impor-
conjunto de condiciones ideales implicaría o bien sostener que son «ob-
tancia. La pnmera de ellas, que si la «validez» o «corrección» de una
jetivamente» correctos en un sentido previo al procedimiento (que no
puede ser otro que el postulado por el modelo externalista o realista, propuesta depende del resultado de la discusión, no se entiende bien
que Habermas rechaza), o bien afirmar simplemente que son los que en qué sentido cada participante asociaría una pretens:[ón de correc-
«nosotros» aceptamos de hecho, o los que están incorporados a la prác- ción a la suya (323), en qué sentido, en suma, la defendería como «Vá-
tica social del discurso moral realmente existente, o a nuestra «cultura lida»: si se dice que la defiende como una que los demás podrían acep-
tar, entonces o bien las condiciones en las que debe desarrollarse el
pública», lo que haría que la «objetivida~>~ de los contenidos ~orma:
tivos fundamentados a través de la adopc10n de un punto de vista asi ?iscurso sólo permiten un consenso racional posible y lo que cada su-
construido fuese meramente relativa a dicho punto de vista, cuya adop- Jeto pretende es .que su propuesta r~fleja ese contenido (pero Haber-
ma~ rechaza esa mte~pretacw.~, o bien aquellas condiciones permiten
ción misma escaparía ya del ámbito de lo que, con arreglo a los pro-
pios presupuestos asumidos, puede ser «racionalmente fundamenta- vanos consensos raciOnales posibles y lo que cada sujeto pretende es
que s~ propuesta coincide con uno de ellos (pero entonces no estaría
do». sostemendo q.ue su propuesta es «válida» en el sentido en el que Ha-
Reconociendo que· no hay un único consenso válido posible, que
bermas maneJa el termmo, puesto que válido o racionalmente justifi-
puede haber diferentes contenidos normativos que sean igualmente
cado só~o es aquel consens.o al que de hecho se llega como resultado
aceptables cuando quedan satisfechas las condiciones ideales del ~iá­ d~ un discurso real que satisface un conjunto de condiciones ideales.)
logo, una alternativa al camino anterior sería aceptar que cualqwera
SI to~amos el. mod.elo hab~rmasiano al pie de la letra, lo que estaría
de ellos debe ser considerado «racional» o «justificado», lo que desde quen~ndo. decu qmen sostiene que su propuesta es válida es que re-
luego tendría como consecuencia que propuestas normativas incompa- sultara obJeto de un consenso como resultado de un discurso real de-
tibles entre sí habrían de ser consideradas igualmente «correctas». Ha- s~nvuelto e~ condiciones de racionalidad: pero si las condiciones del
bermas, sin embargo, tampoco queda satisfecho con esta alternativa discurso racwnal no son tales que determinen de antemano un único
(que seguramente no permitiría descartar como «irracional» más de lo resultado posible, esa pretensión parece absurda. Si hay varios resul-
que también cabría descartar como tal -en el sentido l~mitado. o for- tados. que <<todos podrían querer» o erigir como interés «;:omún» o «ge-
mal del que hablé anteriormente- desde presupuestos mternahstas o , nerahzable», no se acaba de entender en qué podría consistir exacta-
proyectiyist~s). Pero para evitar también esta conclusión no que?a ot~o mente. . un «buen argumento» en ~avor de uno de ellos en particular, ni
camino que incurrir, como señala Nino (322), en un «convenciOnalis- de q_ue modo .-que no sea un simple cambio endógeno en las prefe-
mo moderado» («moderado» por el establecimiento de un conjunto de renc~~s del sujet? o el resultado de la persuasión, que, si no es la per-
requisitos sin los cuales no se reconoce como válido cualquier consen- suaswn del «meJor argumento», no parece que tenga cabida en el dis-
so alcanzado de hecho), con arreglo al cual sólo cabe considerar «ra- curso ~esarrollado en condiciones ideales -individuos que partieran
cional» o ((justificada» aquella propuesta normativa que, entre todas respectivamente de la,,aceptación de «resultados posibles» diferentes

(323) Cfr. Nino, El constructivis~o ético, cit., pp. 107-108.


(322) Cfr. Nino, El constructivismo ético, cit., p. 107.
237
236
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

podrían llegar finalmente a ponerse de acuerdo en torno a un? de ellos


(de una manera que constituyese un auténtico <~consens~ racwnal» en pero entonces, por definición, la posición del discrepante (incluso del
el sentido habermasiano, y no un mero acuerdo transacciOnal que sol- único discrepante) nunca puede ser tildada de incorrecta, puesto que
venta un choque de intereses) (324). en tanto subsista la discrepancia de alguien no hay consenso de todos.
Supongamos por otra parte que el consenso se ~lca~za, Y que se Sostener lo contrario equivaldría a postular una forma de convencio-
alcanza además como resultado de un discurso que s1 satisface el con- nalismo de la mayoría («correcto es lo que, a resultas de un discurso
junto de condiciones ideales implícitamente pre~upuestas en toda a~­ desarrollado en las condiciones apropiadas, la mayoría acepte como
umentación. Desde el punto de vista de~ ~ualqmera de los que part~­ correcto») que ni cuenta con una fundamentación clara ni parece ser
~i an en el consenso obtenido éste es «vahdo» o «correcto» por def~­ un resultado a la altura de las pretensiones de la ética dicursiva. Pero
nkión ya que decir que el consenso de todos se ha alcanzado es decu estas aporías son el resultado de haber escogido el camino de un con-
recis~mente que todos concuerdan en cons~derar correcto est? resul- vencionalismo moderado como única forma de evitar la reducibilidad
fado. Pero desde el punto de vista de cualqmera que contemple de~1e del programa propuesto a alguna de las alternativas anteriormente exa-
fuera el resultado alcanzado (y ese «desde fuera» puede s~r la~ pos1c1on minadas (o bien la reaparición de presupuestos externalistas o realis-
del partícipe en el discurso que, en el límite, queda en mznona de u~o tas; o bien la postulación de una estrategia «cuasi-realista» que no des-
frente a todos los demás, es decir, el discrepan.te de un consenso « e miente los planteamientos internalistas o proyectivistas; o bien, por úl-
todos menos unO»), s: la posición que él man~1ene es una de las cae timo, el manejo de un concepto limitado o formal de la idea de racio-
odrían haber sido -y finalmente no fue- obJeto de un c~nsenso e- nalidad del que también puede hacer uso el internalista o proyectivis-
farrollado en condiciones ideales (es decir, una de. las ~a~ms que su- ta).
peran la criba inicial de la racionalidad en un sentido hmlta?o o ~or­
mal) no parece que haya razón alguna para pensar que «e~ta ~e~uiVo­
cado:>, que el punto de vista que él manti~ne resulta ser «I~vahdo» o v) La aceptación de los presupuestos del modelo internalista o
· t O» (325) · Porque «inválido» o «mcorrecto», proyectivista sólo se ha fundamentado aquí a través de un examen
«mcorrec . · recuerdese,
· 1 dno
· -que difícilmente puede llegar a ser concluyente- de las dificultades
odía significar contrario a valores externos u obJetivos prevws ~ IS-
pcurso e '·1ndepend'1entes de e~l (en el sentido .del modelo externahsta
· 1 ~ ·o a las que debe hacer frente el modelo externalista o realista y de una
realista) nociones que Habermas rechaza; m tampoco cont~ano a um- crítica (desarrollada en un plano muy general) de las pretensiones de
co cons~nso posible contenido ya en las condiciones ?el discurso con diferentes formas de constructivismo moral de constituir una tercera
antelación a su adopción, puesto que también se s~stlene q~e no hay vía no reconducible a ninguno de aquellos dos modelos. Estos argu-
tal. «Inválido» 0 «incorrecto» sólo puede querer de~1~ contrano a.l ~on~ mentos podrían considerarse insuficientes para sustentar la tesis de que
senso de todos efectivamente alcanzado en las condiciones apropia as. no hay razones externas u objetivas y de que por consiguiente todas
las razones para actuar -y por tanto también las morales- deben ser
entendidas desde la óptica del modelo internalista. Pero incluso si real-
(324) Sobre la diferencia entre ambas cosas, cfr. Habermas, Conciencia moral Y ac- mente resultaran ser insuficientes, ello no constituye un inconveniente
ción comunicativa, cit., PP· 93-94. . f do de un com- serio para el resto de la argumentación pendiente aún de ser desarro-
(325) En ello ha insistido reiteradamente J av1er Muguerza, quepa! len d
miso incondicional con un determinado contenido moral (el refleJado en 1~ segun a llada en este trabajo. Porque en último término mi interés se concen-
f~~mulación del imperativo categórico kantiano, que sería al menos un contemdo nega- tra en la reconstrucción de la estructura de razonamientos prácticos
tivo en el sentido de que indicaría sólo qué no se debe hacer), que a su v~~ parece con- complejos que los agentes desarrollan en relación con la existencia de
sid:rar no susceptible de fundamentación ulterior -vendría. a ser, no~ Ice, una «su~
prácticas o instituciones sociales, y para esa tarea el dato decisivo re-
erstición humanitaria»: cfr. «Habermas en el reino. de los fines ... ~>, clt., pp. 127:1~8,
'besde la perplejidad, cit., p. 334--, entiende que dtcho compronnso marca un ~~ sulta ser lo que cada agente acepta como una razón para actuar pru-
para la aceptabilidad de cualquier consenso ~?grado. (vid., p. eJ., «Habermas en el r dencial o moral. El análisis por consiguiente, puede ser proseguido in-
de los fines ... », cit., p. 109; Desde la perplejldad, clt., p. 324). cluso si finalmente resultara haber -en contra de lo que aquí he sos-
tenido- algún sentido en el que cupiese hablar de las razones morales
238
239
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

para actuar como razones externas u objetivas y pudiese decirse por


tanto que lo que un agente considera una razón moral no es verdade-
ramente (desde un punto de vista que no resulte ser meramente otro
diferente en el que se sitúa el que habla) una razón justificativa para
actuar.

SEGUNDA PARTE
RAZONES Y REGLAS

240
Uno de los hilos conductores de este trabajo es la idea de que las
razones para la acción son el elemento mínimo en términos del cual po-
demos explicar y reconstruir la estructura del discurso práctico, cual-
quiera que sea su nivel de COll}J?lejidad. Al guiar o evaluar acciones,
no obstante, rara vez se utiliza'directamente el lenguaje de las razones
para actuar, siendo mucho más frecuente el manejo de la idea de «nor-
mas» o «reglas». Ello obliga a poner a prueba la validez de la hipóte-
sis de partida, es decir, a mostrar de qué modo las reglas o normas pue-
den ser analizadas como estructuras complejas de razones para la ac-
ción.
El mayor obstáculo para esa tarea radica en la extraordinaria di-
versidad de significaciones de los términos <<norma» o «regla» (que sal-
vo indicación en contrario usaré como intercambiables). Sin ningún
afán de exhaustividad, destacaré varios puntos de vista desde los cua-
les cabe hablar de diferentes tipos -o sentidos- de «reglas». En pri-
mer lugar solemos distinguir entre reglas constitutivas (1), reglas «regu-

(1) Cfr. John R. Searle, «How to Derive "Ought" from "Is"», en Philosophical Re-
view, 73 (1964) 43-58 [hay trad. cast. de M. Arbolí en Ph. Foot, Teorías sobre la Etica
(México: F. C. E., 1974),pp. 151-170];Id.,«WhatisaSpeechAct?»,enM.Black(ed.),
Philosophy in America (London: Allen & Unwin, 1964), pp. 221-239 [hay trad. cast. de
L.M. Valdés Villanueva, ¿Qué es ui1 acto de habla? (Valencia: Cuadernos Teorema,
1977)]; Id., Speech Acts. An Essay in the Philosophy of Language (Cambridge: Cam-
bridge University Press, 1969) [hay trad. cast. de L.M. Valdés Villanueva, Actos de Ha-
bla (Madrid: Cátedra, 1980)]; John Rawls, «Two Concepts of Rules», en Philosophical
Review, 64 (1955) 3-32 [hay trad. cast. de M. Arbolí en Ph. Foot (ed.), Teorías sobre
la Etica, cit., pp. 210-247]; David S. Shwayder, The Stratification of Behaviour. A System

243
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

glas o normas cualificatorias (4), reglas técnicas (5), etc. Entre los teó-
. (o «que imponen deberes», o «deónticas», o «que mandan») (2),
latwas» · nfi n poderes (3) re- ricos de las normas no hay acuerdo ni respecto a esta terminología ni
reglas permisivas, reglas de competencia o que co ere , respecto a las cuestiones de fondo que laten tras ella: algunos sosten-
drían que en esa relación faltan clases de reglas que no pueden ser re-
d D 'fi d d (L don· Routledge & Kegan Paul, 1965),
of Definitions Propound~d m~ e ~~~e C~ond~n· Routledge & Kegan Paul, 1968) ducidas a ninguno de los tipos mencionados (6), mientras que otros la
pp. 267-271; Alf Ross, pzrectzve~ ~n orms rmas (Madrid: Tecnos, 1971), por donde encontrarían ya demasiado abundante (discrepando a su vez acerca de
ca~?-~~·J 0~~~~~, t~:;~~e~:a~a~~~orme
[hay. tr]ad. costitutive (Milano: Giuffre, 1974);
se clta , PP· ' (R . B 1 i 1979)· Amedeo G. Cante, «Kons-
Id La -Forza costitutiva delle norme oma. u zonS, .' ( ds ) Ethik Akten des litación (Ermiichtigungsnormen): cfr., p. ej., Ota Weinberger, «Die Struktur der recht-
·' J' 'k E Morscher y R tranzmger e · ' ·
titutive Regeln und Deontl >~,en ·. · · (Wien· Holder-Pichler-Tempsky, lichen Normenordnung», en G. Winkler (ed.), Rechtstheorie und Rechtsinformatik. Vo-
Fünften Intern:ti~wze;_ W{ttge~:::~~i:;y:~~~~~::e, antin;mia», en U. Scarpelli (ed.), raussetzungen und Moglichkeiten formaler Erkenntnis des Rechts (Wien/New York:
1981), ~P· 82-8 d.l ~· ~t7o ~~~blemi e ;endenze attuali (Studi dedicati a Norberto. Bob-
l Springer, 1975), pp. 110-132, p. 129. La terminología hartiana de «normas que confie-
La teorza genera e ~ m o .. , 1983) PP 21-39· Id.' «ldealtypen für eine Theon~ der ren poderes» (power-conferring) es de utilización corriente en el ámbito anglosajón: vid.
bio) (Milano: Ed. dl Comumta, ' 'z ( d ') Vernunft und Erfahrung im Rechts- Raz, The Concept of a Legal System, cit., p. 156 ss.; Id., Practica! Reasons and Norms,
konstitutiven Regeln», en Th. Edckl hoff etda. 1~ ~~ltkongreB der IVR, Helsinki, 1983), cit., p. 97 ss; William Twining y David Miers, How toDo Things with Rules (London:
denken der Gegenwart (Ver an ungen er .
Widenfeld & Nicolson, 1976; 2 ed., 1982), pp. 144-145.
Rechtstheorie, Beiheft 10 (198~): pp. 24~-250. blicando una serie de trabajos acerca de (4) Cfr. Eckhoff y Sundby, Rechtssysteme ... , cit., pp. 85-89, que apuntan (p. 86)
En los últir~ws. años Guastlm ha v~mdoc;~ ara exhaustivamente los diferentes sen- que el concepto de normas cualificatorias fue acuñado por Tare Stromberg en 1962.
las reglas constltutlva~ ~n los que a?ah~a ~ f 1uccardo Guastini, «Teorie delle regale Vid. también Rafael Hernández Marín, El derecho como dogma (Madrid: Tecnos, 1984),
tidos en que se ha. ~tilizado _este. terrm~~-~~~~ofia del Diritto, 60 (1983) 548-564; Id., pp. 29-32, donde se da noticia de los orígenes del concepto. Hernández Marín, no obs-
costitutive»' en R~vzsta Intel nazzm~ale. U Scarpelli (e d.)' La teoría generale del tante, evita hablar de normas cualifielrtorias: la expresión que emplea es disposiciones
«~~gnitivismblo l~dl~O ~ re;~~~~~~:l;~!~~»de~~catt a Norberto Bobbio), cit., pp. 153-1~6; cualificatorias, que contrapone a las genuinas normas (de obligación o prohibición).
(5) El concepto de regla técnica está presente en Kant bajo la rúbrica «imperativos
dmtto. Pro emz e en en . . 1 R Carcaterra» en Alf Ross. Estudzos
Id., «Teoría de l[as reglas, ~?ns~~u:~v~~:v~~:rd~' Ci~~~tas Sociales (Valparaíso), 25 (1984), de la habilidad» (Imperativen der Geschicklichkeit), es decir, aquella subclase de los im-
en su homenaje monogra1~~oid s· Concepts of "Constitutive Rule"», en T. Eckhoff perativos hipotéticos a los que Kant llama «problemáticos»: vid. supra, nota 131 de la
2 vol.]: vol). ~' ~P· ft297-3d Erfah~~~:im Rechtsdenken der Gengenwart, cit.' P~· 261-269. parte l. Un análisis clásico es el de van Wright, Norma y Acción.,., cit., pp. 29-30. Una
et al. (eds. , emun un . !: . p· Pollastro «Fenomenolog1a delle re- buena exposición de conjunto de las principales concepciones en circulación acerca de
Vid. también, como exposlClon de conJunt?, lera l . ' 'd' 13 (1983) 233-262. las reglas técnicas puede encontrarse en G. M. Azzoni, «Regola tecnica tra ontico e
ole costitutive» en Materiali per una storza della cu tura gzurz zca, . d d d . deontico», en Rivista Internazionale di Filosofía del Diritto, 64 (1987) 297-321.
g ' ., 1 1 f » ue tiene un indiscutible aue e re un ancla,
(2) ~adexpres~o~ri~~;;~g::;;~sici?m a «regla constitutiva»; reglas «que imponen (6) Puede pensarse, p. ej., en las normas o reglas derogatorias como un tipo sui ge-
es maneJa a po~ e . uesto la terminología que emplea Hart; Eckhoff y neris que no se deja reducir con.facilidad a ninguno de los mencionados. El último Kel-
debeTeS» (duty-zmposzng) e~ p~r ~u~> (Pflichtnormen): cfr. Torstein Eckhoff y Nils Kris- sen, por ejemplo, enumera cuatro funciones posibles de las normas (mandar, permitir,
Sundby hablan de <<normas e E~ er t theoretische Einführung in die Rechtstheorie autorizar, derogar), apuntando que mientras que con el «deber ser» (en sentido amplio)
· S ndby Rechtssysteme. me sys em . 1 Gregona· R se expresan las tres funciones normativas de mandar, autorizar y permitir, la cuarta fun-
tlan . u ' & H bl0 t 1988) cap. 4· de «reglas deóntlcas» haba o-
(Berlin· Duncker um ' ' ' ¡ · 't cap VII) reservando ción normativa, «sumamente peculiar» (hochst eigenartige), consiste no en establecer un
bles (cfr. Las _reg~as del Derecho Y last'~~~::t~~to~s~~:!~; «~~~ ma~dan» 'es la traduc- «deber ser», sino un «no deber ser» (Sie statuiert nicht ein Sallen, sondern ein Nicht-so-

~~~ ~~=,p~~;::;~,;~~';::,l:~:;;e:~~~u:~~~~~m:~~~':Z,t~o;:sr:~"::: e~O!li~~~~:


llen): cfr. Hans Kelsen, Allgemeime Theorie der Normen, cit., pp. 76 y 85. Alchourrón
y Bulygin han defendido recientemente una concepción de las normas (la concepción
nes jurídicas y razones parlaCactuar '/a de Derecho R~vista de Ciencias Sociales núm. 28 «expresiva») en la que justamente se reconocen dos tipos básicos de actos normativos,
lla (ed) H.L.A. Hart y e oncep o ' «mandar» (commanding) y «rechazar» (rejecting), siendo la derogación el resultado de
(V a1parms
· '' o· Edeval 1986) pp. 271-295, P· 288.
. ' ' .
.
término habitual entre los iusfilósofos escandl-
un acto de rechazo más la sustracción del sistema de la norma rechazada: cfr. C. E. Al-
(3) «Normas de competencm» es ~n Justicia cit p SO· Id. Lógica de las normas, chourrón y E. Bulygin, «The Expressive Conception of Norms», en R. Hilpinen (ed.),
c~i?~~~: i,~~~~~~y~~:~~;, ~e~htssyste:rze, ~it., ~ap~ ~ore
n.atvosp: 3; Stro"mbderg), «T~'~rmys New Studies in Deontic Logic, Norms. Actions and the Foundations of Ethics (Dor- .
drecht/Boston/London: Reidel, 1981), pp. 95-124, pp. 104-105 y 109-112. Hernández Ma-
Cl . 'p . - ' . . J . d en A Peczemck et a1. (e s. ' ueor
of Competence in Scandmavmn unspru ~nce»,
L l Science (Proceedings of the ConJerence on ega
L
l Theory and Philosophy of
. 1 1984)
rín entiende por el contrario que las «normas derogatorias» son en realidad un tipo más
de disposiciones cualificatorias: El derecho como dogma, cit., p. 52; Id., Teoría General
o1. ega D ber 11-14 1983) (Dordrecht/Boston!Lancaster: Re~de:, P~· del Derecho y de la Ciencia Jurídica (Barcelona: PPU, 1989), p. 141.
Sczence, Lund, eceml h' bla con frecuencia de normas de autonzac10n o habl-
559_570. En lengua a emana se a
245
244
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

cuál o cuáles serían los tipos básicos a los que habrían de ser recon- no lo son en el mismo sentido central o genuino en el ue lo ,
ducidos algunos de los elementos incluidos en esa enumeración) (7) .. :o~! de~ás; ol que todos o algunos de ellos son tipos distin~s e rr::~~~~
También puede pensarse que, aun siendo irreductibles entre sí, noto- : es e reg as, pero no de normas, ya que el término «norma» d b
dos los integrantes de esa lista son auténticas reglas o normas, o que na ~serv~rse en exclusiva para las <<reglas regulativas>> etc (8) e e-
. e to as esas clases o tipos de reglas me interes ' , . .
(7) Sólo a título ilustrativo enumeraré algunas de esas propuestas de reducción. La
lativas»
. o «que imponen deberes» A . an aqm las
· unque mnguna de esas deno · «regu-
diferencia entre las reglas constitutivas y regulativas ha sido impugnada por Warnock, naciOnes me parece
. , . completamente
.. . sat.IS fact ona'
. presumue
. , que tene-
mi-
que sostiene que en el fondo todas las reglas son regulativas (cfr. The Object of Mora- mos una nocwn mtmtlva lo suficientemente clara del f d
lity, cit., pp. 37-38). Las reglas cualificatorias, por otra parte, pueden ser vistas como del que se está hablando. Creo que hay mucho de ciertoi~~ 1 e.~orma
reglas constitutivas [después de todo una de las formulaciones que ofrece Searle de lo
que las reglas de esta clase juegan en algún sentido un papetbl' de ~a
~e~~r~yesd:cto pe~o ;~1~~1~
que es una regla constitutiva -<<X cuenta como (counts as) Y en el contexto C», Speech
Acts, cit., pp. 33-34- coincide en gran medida con lo que suele entenderse por normas _a lasddemás, no entraré a considerar si es

:~~~i~~~!oc~~ ~:~t~ l:s ~':r~~s ;~:g~~a~i~


cualificatorias, que según Eckhoff y Sundby tendrían la estructura típica «S debe valer que mo o- reducir toda la gama d
como K» (S sollas K gelten)], o quizá como una subclase de ellas (si se admite la sub-
división de A. G. Conte entre reglas constitutivas «ónticas», «deónticas», «aléticas» y de ella) al tipo central de
«téticas»: cfr, «Konstitutive Regeln ... ,», cit., pp. 82 ss.); Eckhoff y Sundby, no obstan-
a ar' como argumento en favor de la osici,
tral de las reglas «regulativas» que así como f p on cen-
te, consideran que no todas las reglas cualificatorias -aunque sí muchas de ellas- pue-
cebibles sistemas normativos d~ los que no f son per ectamente con-
den ser asimiladas a las reglas constitutivas (cfr. Rechtssysteme, p. 89). . d 1 d , . ormen parte reglas de cual-

l
Son muchos los que, desde diferentes puntos de vista, niegan status independiente qu~dera de os ~mas tipos, resultaría francamente difícil de entender
a las normas permisivas, reduciendo los permisos o bien a ausencia de prohibiciones o a I ea e un «Sistema norm .. · ·
bien a obligaciones de no interferir la conducta que llamamos «permitida». La admisi- regulativa (lo que explica seag_~:o~r:epnoor mc~uyera ni una sola regla
d h bl d · ' ' que no nos parece adecua
~a fóg~~a ~ :~I~~~;:~j~o~~~~~os» referirno~
bilidad de esa reducción tiene que ver con la aceptación o el rechazo de la distinción
entre permisos fuertes y débiles, originalmente planteada por von Wright (Norma y Ac- a en sentido estricto para
ción ... , cit., p. 100; Weinberger plantea una distinción similar en «Der Erlaubnisbegriff hablar d ' 1 os en 1os que resulta del todo natural
und der Aufbau der Normenlogik», en Logique et Analyse, 16 (1973) 113-142) y que ha e «r~glas», pero en los que difícilmente tiene cabida la idea
sido objeto de agudas críticas (cfr. Ross, Lógica de las normas, cit., pp. 114-118; y Raz, de una genuma regla regulativa.)
Practica! Reason and Norms, cit., pp. 86 ss). Opalek y Wolenski han sostenido la tesis Dentro del campo de las reglas o normas regulativas se introduce
de que la admisión de «permitido» como un caracter normativo independiente denota
una confusión entre el uso y la mención de las normas, ya que los permisos pertenece-
rían a un metalenguaje descriptivo del lenguaje en el que se formulan las normas, en- 77-78; Carlos Nino, «El Concepto de Derecho d H
trando en polémica con Alchourrón y Bulygin, que consideran por el contrario que la Hart y El Concepto de Derecho cit 33-5 e art», en A. Squell.a (ed.), H.L.A.
normas cualificatorias: cfr. Tore Stro~~~; «N~' p. 8. Otros las c~nsideran más bien
4
distinción entre permisos fuertes y débiles merece ser mantenida: cfr. Kazimierz Opalek
y Jan Wolenski, «Ün Weak and Strong Permissions», en Rechtstheorie, 4 (1973) 169-182, risprudence» cit. p. 564· Herna'ndez l\f·r g; Elrdms of Competence m Scandinavian Ju-
o og_ma, Cit., .P~· 38 ss.;
, ' ' ' 1 ann, erecho com d ·
y «Ün Weak and Strong Permissions once more», en Rechtstheorie, 17 (1986) 83-88; Car- Id.' Teona General ... , cit., pp. 160 ss. Eckhoff
los E. Alchourrón y Eugenio Bulygin, «Permission an Permissive Norms» en W. Kra- reglas constitut~vas (Rechtssysteme, cit., p. 89). y Sundby las consideran asimilables a
wietz et al. (eds.), Theorie der Normen. Festgabe für Ota Weinberger zum 65. Geburts- (8) E_n particular suele ponerse en duda el , a . .
tag (Berlín: Duncker & Humblot, 1984), pp. 349-371, y «Perils of Level Confusion in
«reglas tecnicas». No lo ve así Roble M 1 , caracter oenumamente normativo de las
ma» para otra clase de reglas (las de~ forClon, q.ue, aun reservando el término <<nor-
Normative Discourse», en Rechtstheorie, 19 (1988) 230-237. Hernández Marín conside-
ra que lo que suele denominarse «normas permisivas» son en realidad normas de obli- de los sistemas jurídicos han de s~~ e~~eic~.s; ), (stlma. que las «~eglas pro~edimentales»
con su distinción entre realas «ónticas nr I as :on. ciertos matices que tienen que ver
nicas (o, para decirlo en l~s términos» Je ~glas tecmcas) p:ecisamente como reglas téc-
gación o disposiciones cualificatorias o estructuras más complejas formadas por la con-
junción de varias normas y/o disposiciones cualificatorias (El derecho como dogma, cit., 150-161 y 227 231) L f . , 9 el emplea, «tecmco-convencionales»· op cit
pp · - - · a con uswn Implícita e d · . ' · .,
pp. 55-72; Teoría General ... , cit., pp. 185-194).
Por lo que respecta a las normas de competencia o que confieren poderes se ha sos- con claridad por Nino, «El Concepto de Derech~ ~e punto ~ VISta ha Sido destacada
de cosas se ha sostenido que las normas d e ~art», cll., P· 47. En otro orden
den ser reconstruidas en realidad como d ~ c?~pete(ncm o que confieren poderes pue-
tenido a veces que son reducibles en último término y a través de diferentes vías a nor-
mas de obligación: cfr. Ross, Sobre el Derecho y la Justicia, cit., p. 50 ss.; Id., Lógica
ciciones y normas» cit 40-41) e m~zone~. cfr. Alchourrón y Bulygin, «Defi-
en sentido estricto '( cfr: 'J~;nández 'raue, lasEdliSdp~SICIOnes cualificatori~s no son normas
de las Normas, cit., pp. 112-113; Neil MacCormick, «Voluntary Obligations and Norma-
tive Powers», en Proceedings of Aristotelian Society, Supp. Vol. 46 (1972) 59-78, pp. ann, e1echo como dogma, cit., p. 29), etc.

246 247
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

a veces una distinción ulterior entre «principios» y «reglas» (en senti- glas sociales) y que otras, por fin, ni consiste en una práctica ni la pre-
s~pone (como oc~rr~ ~on las re~~as no de la moral social o positiva,
do estricto). Tal y como suele trazarse, dicha distinción tendría que
ver con una diferencia de importancia y de nivel de especificidad que smo de la moral mdividual o cntlca de un sujeto.) En otro orden de
cosas -y de ahí la diferencia que he pretendido marcar entre «tipos»
permitiría afirmar que las segundas se justifican apel~r:d? a los ~rime­
ros y quizá que la relación de unas y otros con los JUICIOS relat.IVos a de reglas regulativas y «sentidos» o «contextos» en los que se habla de
ellas-, hablamos por igual de «reglas» para hacer referencia según los
casos concretos es de diferente naturaleza (9). No hay acuerdo, sm em-
bargo, acerca de si media entre «principios» y «reglas» una. genuir:a di- casos a algo de lo que puede decirse que «existe» o no, o que tiene o
ferencia estructural o si se trata más bien de una mera diferencia de ha tenido una «duración» en el tiempo (cierto conjunto de hechos com-
grado no especialmente significativa. Para poder articular una distin- plejos, en el plano social o en el puramente individual); o bien a enun-
ción interesante desde el punto de vista teórico en torno al par prin- ciados, expresiones, entidades meramente lingüísticas; o bien a juicios
cipios/reglas habría que mostrar en qué sentido unos y otras represen- que serían el «contenido» de aquellos hechos complejos o el «signifi-
tarían diferentes estrcuturas complejas de razones para actuar: pero cado» de esas expresiones, etc. (10). No todos esos tipos o sentidos de
por el momento dejaré en suspenso esa posibilidad y hablaré, prescin- «regla» intervienen del mismo modo (o con el mismo papel) en los ra-
diendo de la distinción, de normas o reglas < ~~:gulativas» en un senti- zonamientos prácticos; y me temo que caracterizando a las reglas en
do amplio, capaz de englobar principios y «reglas» en un (por ahora general como «~rescripciones» (sea cuál sea, por otra parte, ei signi-
ficado que se atnbuya a este término) se oscurecen irremediablemente
hipotético) sentido estricto. esas diferencias. Lo que necesitamos por tanto, según creo, es una elu-
cida~ión de los diferentes tipos y sentidos de «reglas» desde el punto
de ~Ista de la estructura de los razonamientos prácticos en los que in-
6. REGLAS Y PRESCRIPCIONES
tervienen y ~~llugar que ocupan dentro de ellos, elucidación que con
Con frecuencia las reglas o normas regulativas son caracterizadas toda probabilidad deberá conducir a la estipulación de una terminolo-
gía mejorada con arreglo a la cual fuese posible hablar de «reglas» o
como prescripciones. Que esa caracterización resulte o no adecuada de-
penderá sin embargo no sólo de lo que se entienda por «prescripción», «normas» con una menor carga de ambigüedad.
sino también del tipo de reglas regulativas a que nos refiramos e in- . Trat~ré de ilustrar e~a necesidad a través del análisis de una polé-
cluso del sentido (o el contexto) en el que hablemos de «reglas». Usual- mica reciente. Hoy en d1a -y en el marco más general de la discusión
mente llamamos por igual «reglas» (regulativas) a algo que a veces pre- acerca de la posibilidad de una genuina lógica deóntica- se suelen con-
supone una práctica social aunque no consiste en ella (como s~ce.de traponer dos concepciones fundamentales acerca de la naturaleza de
con las reglas creadas por autoridades, que descansan en una practica las normas que Alchourrón y Bulygin han bautizado respectivamente
social de reconocimiento, pero de las que se puede decir que «exis- como «expresiva» e «hilética» (11). Ambas aceptarían precisamente
ten» sin necesidad de que ellas mismas sean practicadas), que otras ve-
ces consiste en una práctica de cierta clase (como es el caso de las re- (10) Cfr. C. S. Nino, La validez del Derecho, cit., pp. 134-135.
(11) Cf~. Carlos E. Alchourrón y Eugenio Bulygin, «The Expressive Conception of
Norms», czt., [1981]; Alchourrón-Bulygin, «Pragmatic Foundations for a Logic of
(9) Sobre la diferencia entre principios y reglas en la filosofía moral cfr. Marcus G.
Norms», en .Rechtstheorie, 15 (1984}, pp. 453-464; E. Bulygin, «Norms and Logic: Kel-
Singer, «Moral Rules and Principies», en A. I. Melden, Essays in Moral Philosophy
sen and Wemberg~r on the Ontology of Norms», en Law & Philosophy, 4 (1985), pp.
(Seattle: University of Washington Press, 1958), pp. 160-197 [incluido ahora en M. G.
145-163; E. Bulygm, «Sobre el problema de la aplicabilidad de la lógica al Derecho»
Singer, Generalization in Ethics. An Essay in the Logic of Ethics, with the Rudiments of
a System of Moral Philosophy (New York: Alfred A. Knopf, 1961; 2.• ed., por donde [trad. c~st. de Jerónimo Betegón, publicado originalmente en G. Rohlmann (ed.),
Fest~c~rift für U. Klug, vol. 1 (Kóln: Peter Deudner Verlag, 1983), pp. 19-31], estudio
se cita, Atheneum, 1971), pp. 96-138]. Hoy día en la teoría del derecho la distinción
entre principios y reglas hace pensar de inmediato en Dworkin, a pesar de haber s~do prehmmar a~· Kelsen y U. Klug, Normas Jurídicas y Análisis Lógico (Madrid: C. E. C.
explorada con anterioridad en la filosofía jurídica continental; volveré sobre la cuestión 1989) [ed. ong., Kelsen-Klug, Rechtsnormen und logische Analyse (Wien: F. Deuticke,
1981), trad. de Juan Carlos Gardella], pp. 9-26. Kazimierz Opalek y Jan Wolenski han
más adelante.
249
248
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O
-----------------------------
que las normas son «prescripciones», si bien para la concepción expre-
siva por «prescripción» habría que entender un acto de habla de un cier- sea cual sea la profundidad de su discrepancia acerca de la cuestión bá-
to tipo (o su resultado), mientras que para la concepción hilética se tra- sica en torno a la que discuten (la posibilidad de construir una lógica
taría de una categoría semántica (un cierto tipo de significado.) Pero de l~s n?;mas) (12), h~y un plano en el que pueden coincidir: en una
exphcacwn de la «realidad» o la existencia de las normas que consiste
defendido una concepción de las normas que a grandes rasgos coincide con el punto de
vista de Alchourrón y Bulygin: cfr. Opalek-Wolenski, «<s, Ought and Logic», en Archiv tific~r .adecuadamente mi o~inión, me parece claro, como a Weinberger, Losano 0 Cal-
für Rechts- und Sozialphilosophie, 73 (1987), pp. 373-385. En La eficacia del Derecho sarmgli~, que en el pensamiento. kelse~ano se produce un importante giro después de
(Madrid: C. E. C., 1990), Pablo E. Navarro ha propuesto algunos desarrollos suma- 196? .Csm entrar .ahora a valora~ s~ ~se g1ro fue, en conjunto o en alguno de sus aspectos,
mente sugerentes de la concepción expresiva de Alchourrón y Bulygin (vid. especial- positivo o negativo); esa apreciacion es perfectamente compatible con la observación de
mente caps. II y III.) Pa~lson de que las ~bras de I~elsen anteriores a 1960, lejos de formar una unidad, van
Ota Weinberger -a quien Alchourrón y Bulygin consideran un exponente típico de registrando ya cambiOs paulatmos. No comparto en cambio puntos de vista como el de
la concepción hilética- ha criticado la concepción «expresiva» que defienden los auto- ~~rnán?ez Marín, qu.e afirma taxativamente que en la Allgemeine Theorie ... no se mo-
res argentinos en «Ün the Meaning of Norm Sentences, Normative Inconsistency and d~fica mnguna de las 1dea_s centrales de la segunda edición de la Reine Rechtslehre (op.
Normative Entailment. A Reply to C. E. Alchourrón y E. Bulygin», en Rechtstheorie, czt., p. 682); o el de Martmez Roldán, que cree ver continuidad entre las obras anterio-
15 (1984), pp. 465-475; y «The Expressive Conception of Norms. An Impasse for the res Y posten~~es a esta última, a la que considera «una especie de paréntesis dubitativo»
Logic of Norms», en Law & Philosophy, 4 (1985), pp. 165-198. e~ 1~ evolucwn del pensamiento kelsesiano (op. cit., p. 143). Sobre estas cuestiones,
Para Weinberger la concepción de Alchourrón y Bulygin es una muestra más de una v1d. mfra, nota 85.
tendencia general a negar la posibilidad de una genuina lógica de las normas -a la que (12) S~guiendo a von Wright, «Norms, Truth and Logic», en von Wright, Practica!
ha llegado a llamar «NormenirrationalismLtS» o, más suavemente, «Normenlogische Skep- Reason, c~t., PP · 13?-?09, PP. 130-.132 [una versión preliminar de la primera parte de
tizismus»- que habría que poner en relación con los puntos de vista del último Kelsen este trabaJo se pub.hco en A. Martmo (ed.), Deontic Logic, Computational Linguistics
y de von Wright a partir de comienzos de los ochenta: vid. Weinberger, Normentheorie and Legal Injonnatwn Systems (Amsterdarn!New York: North Holland, 1982), pp. 3-20];
als Grundlage der Jurisprudenz und Ethik. Eine Auseinandersetzung mit Hans Kelsen y a E. Bulygm, «Norms, Normative Propositions and Legal Statements», en G. Fl0istad
Theorie der Normen (Berlín: Duncker & Humblot, 1981), y «Logic and the Pure Theory (ed.)_, C?ntemporary Philosophy. A New Survey, vol. 3, cit., pp. 127-152, pp. 128-134,
of Law», en R. Tur y W. Twining (eds.), Essays on Kelsen (Oxford: Clarendon Press, los,te~rmnos ?el problema pueden ser reconstruidos del siguiente modo. Los enunciados
1986), pp. 187-199, en los que se critica la posición de Kelsen en Allgemeine Theorie deont~c~s - L e., las expresiones en las que se emplean términos como «obligatorio»,
der Normen y se sostiene que es incompatible con los presupuestos esenciales de la Teo- «p,rohibl~O», etc.- pueden expresar normas o describir normas. Siguiendo una conven-
ría Pura; y Weinberger, «"Is" and "Ought" Reconsidered», en Archiv für Rechts- und cion cornente podemos llamar «normas» a los primeros y «proposiciones normativas» a
Sozialphilosophie, 70 (1984), pp. 454-474, donde discute las tesis sostenidas por von los segundos (aun~ue seguramente resultaría más afortunado decir que los primeros ex-
Wright en «<s and Ought», en E. Bulygin et al. (eds.), Man, Law and Modern Forms presa~ nor~as mientras que los segundos expresan proposiciones normativas). Desde
of Life. Proceedings of the Jlth World Congress on Philosophy of Law and Social Phi- los anos tremta (cfr. J0rgen J0rgensen, «lmperatives and Logic», en Erkenntnis, 7
losophy, Helsinki 1983 (Dordrecht/Boston!Lancaster: Reidel, 1985), pp. 263-281. Vid. (1937-38),_ PP· 288-296; Alf Ross, <:Imperatives and Logic», en Theoria, 7 (1941), pp.
además Weinberger, «Der Normenlogische Skeptizismus», en Rechtstheorie, 17 (1986), ?3-71) e.sta firmemente asentada la Idea de que las normas --entendidas entonces como
pp. 13-81, donde se intenta una refutación global del «escepticismo en materia de lógica Imperativos- carecen .de .valores de verdad o falsedad: sólo las proposiciones normati-
de las normas» a través de la crítica pormenorizada y sucesiva de J0rgensen, Englis, el vas poseen .valores vent~t1vo~ . ~~ora bien, .si con:o suele suponerse la «lógica» se ocu-
último Kelsen, Alchourrón y Bulygin y el último von Wright. pa de _;elaciOnes como «Imphcacion», «consistencia», etc., que se definen precisamente
Sobre la comparación entre el pensamiento kelseniano anterior y posterior a 1960 a tra;es de tabl~s de v~r?ad, no es en modo alguno evidente de qué modo podría haber
(es decir, a la segunda edición de la Reine Rechtslehre) cfr. Mario G. Losano, «La dot- ~emnn~s «relac~ones log1cas» ~n!re entidades que. c~recen de valores veritativos. Lo que
trina pura del diritto dallogicismo all' irrazionalismo», estudio preliminar a H. Kelsen, esto qu.Iere decir es qu~ ~n~ logica de las proposzcwnes normativas sería perfectamente
Teoría Genera/e delle Norme, trad. it. de Mirella Torre (Torino: Einaudi, 1985) [trad. concebible, pero e!l.pnncipl~ ~o se v~ .qué po?ría haber en ella de peculiar o específico
cast. de Juan Ruiz Manero en Doxa, 2 (1985) 55-85]; A. Calsamiglia, «Sobre la teoría respect~ ~ la~ tradiciOnales log1cas aletlcas, m1entras que una genuina lógica de las nor-
general de las normas», en Doxa, 2 (1985), pp. 87-105; Stanley L. Paulson, «El peiió- mas sena mv1able a menos que se estuviera dispuesto a sostener que las normas son ver-
dico posterior a 1960 de Kelsen, ¿Ruptura o continuidad?», en Doxa, 2 (1985), 153-157 daderas o fa~sas o _se fu~ra capaz de explicar de qué modo sería posible extender el cam-
[trad. cast. de J. Aguiló Regla]; R. Hernández Marín, recensión de H. Kelsen, Teoria po. de la lógica mas. alla del terreno de las funciones veritativas (y parece que por cual-
Generale delle Norme, cit., en Anuario de Filosofía del Derecho (nueva época), 3 (1986), qmera de esos cammos se tropieza con serias dificultades.)
682-685; y L. Martínez Roldán, Nueva aproximación al pensamiento jurídico de Hans , P~ra escap~r de ese dil~ma (el conocido «dilema de J 0rgensen») se han ensayado
Kelsen (Madrid: La Ley, 1988). Aunque en este momento no puedo detenerme a jus- p~act1camente .todas las posibles vías de salida. Hay quien, como Kalinowski, ha soste-
mdo que efectivamente las normas mismas -y no meramente las proposiciones norma-
250
251
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

en conectarlas genéticamente con un tipo específico de acto de habla;


. respecto
les e a la estructura
/ de distintas clases de razonamientos
· "
prac-
ticos. breo ademas· que del replanteamiento de la cont raposiciOn
· ·-- en-
y en la medida en que lo hagan, ambas pueden ser vistas como ejem- ~re. am as concepc~ones se podrán extraer -aunque no sea éste el ob-
plos de esa reducción de las reglas (regulativas) en general a «pres- JetiVO central
cripciones» que a mi juicio oscurece algunas diferencias fundamenta- · b'l'ddedmi trabajo- algunas observaciones de 1'nteres
" respec-
to a 1a v1a 1 1 a de la lógica deóntica.
tivas que se refieren a ellas- pueden ser verdaderas o falsas: cfr. G. Kalinowski, Le
probleme de la vérité en m01·ale et en droit (Lyon: Emmanuel Vitte, 1967): Id., La Lo-
poco
'T' , ¡ de ·las normas» (que es lo que sostiene ' p · e1·· , R . H ernan
deG «lógica , d ez M ann
,
1. eorza en era ... , cit., pp. 424-425). Pero lo que proponen Alcho ,
part~~~~ ~~~r~~n~;~Jus­
· · '
gique des Nonnes (París: P. U. F., 1972) [trad. cast. de J. R. Capella, Lógica del Dis- tam.e,nte prescindir de la noción semántica de consecuencia,
curso Normativo (Madrid: Tecnos, 1975), p. 16] y, más recientemente, Id., «Üntique et
Déontique», en Rivista Internazionale di Filosofía del Diritto, 66 (1989), pp. 437-449, es-
nociOn abstracta de. ~onsecuen.cia (más general o primitiva que aquélla),enten~ida ~~~
rament~ como fun_cwn de c?nJun.to de enunciados a conjunto de enunciados ue
pecialmente, pp. 443 y 446. Pero parece que atribuir a las normas valores de verdad nos
compromete con una ontología difícilmente digerible: para la crítica de Kalinowski, vid. u~~ .~rop1edades
sene de (mclusión, idempotencia y monotonía). Tomando ~om~os;.~ 1
J. R. Capella, El derecho como lenguaje, cit., pp. 95-103; Dora Sánchez García, «De- li la, nocwn abstracta de consecuencia ' el sentido d e 1as conectivas
mitiva · y operadoresp se
finición de la norma verdadera», en Theoria (San Sebastián, 2." época), 1 (1985), pp. f.~P dcC~Ia meramente dando las reglas para su uso dentro de un contexto de derivabi-
535-544, pp. 536-539; R. J. Vernengo, «Sobre algunos criterios de verdad normativa», :. a . ~ ma~era que con cada especificación de esas reglas podría construirse una ló-
en Doxa, 3 (1986), pp. 233-242; Id., «Derecho y lógica: un balance provisorio», en 0ICa,.,..'hd1stmta).
· (S cfr. Carlos . · E. Alchourrón y Antonio A · M armo,
t' «L'og¡ca
· sm · verdad»
Anuario de Filosofía del Derecho (nueva época), 4 (1987), pp. 303-329, pp. 310-311. en1 1.. bl eorza d an Sebastian), 2." época ' núms. 7-8-9 (1987-88) 'PP· 7-43 . Me parece que'
Otras veces se ha sostenido que las relaciones lógicas entre normas son posibles en e pr~ ~ma . e un~b~l~~puesta de ~ste tipo -cuya valoración en profundidad excede con
la medida en que les son adscribibles valores bivalentes distintos de «Verdadero» y «fal- ~uc ? e m~s pos1 Il ades- radica en que para no desembocar en la construcción ar
bitrana de calculas nos hacen falta nóCíones previas que guíen la selección de a ll -
especJ~qeueans
so», como p. ej., «válido» e «inválido». En realidad, hablar de la «validez» de una nor-
ma supone emplear un término cuyo significado dista mucho de estar claro; pero si se regflas de uso (que guíen, por ejemplo, nuestra selección de las reglas que
entiende que al decir que una norma es «válida» se quiere decir que existe o que perte- dla orma en. que ) ha. de maneJ· arse un opera d or como «obhgatono»
· · dentro de un cálculo
nece a un sistema normativo (i. e., si se emplea un concepto descriptivo de validez), en- ~- sec~encias ; y JUStamente es ese conjunto de <<nociones previas» el ue en mi 0 i
tonces la pretensión de haber construido sobre el par válido/inválido una «lógica sin ver- mon dista mucho de estar claro en el campo normativo (como co f q · p-
a lo largo de este apartado). n 10 en 1r mostrando
dad» o «más allá de la verdad» no es más que una ilusión: lo que obtendríamos real-
mente sería una lógica de proposiciones que hacen cierta predicación («Validez») de cier- Sor~rendenteme~te, la. moderna lógica deóntica -a partir. del traba· 0 ionero de
tos sujetos («normas»), y de las que tiene perfecto sentido decir que su verdad depende von Wnght,
. ( «Deontic Logic» , en Mind , 60 (1951) 1-15 [a h ora en von Wncrht J· p L · l
de la correspondencia con ciertos hechos complejos (es decir, no una auténtica lógica Stu d· Lesh London: Routledge & Kecran Paul ' 1957) ' pp · 58 - 74]- comienza
. ogLca
a odesarrolla
'
res~elto
b o
·de las normas, sino de las proposiciones normativas). se sm a er de modo claro estas dificultades que afectan a sus mismos f d r-
Si se descartan las dos vías anteriores, recae sobre quienes postulan la posibilidad
de una genuina lógica de las normas la carga de explicar de qué modo sería posible esa
~~~~:· ;: propiO._"'on Wright habría de reconocer en 1957 -en el prólogo a L~;ic:l
mental' de ~~~~a~~]· O d~\~~~o haberlas te~do presentes c?nstituía un defecto funda-
«lógica sin verdad». Weinberger simplemente da por supuesta su viabilidad, llegando , , . pero no paso entonces de afirmar que la ló ica va ,
todo lo más a replicar, a la defensiva, que en posiciones como las mantenidas por von allat del· , terreno de la[ verdad ' sm. explicar en absoluto de que, manera sena , gposible
. mas
E 19 esa
Wright o Alchourrón y Bulygin en los trabajos citados en la nota anterior, que niegan ex enswn. n 63 Norm and Action cit pp 133 134 (N. ·, ·

Y1~t~14~] s~.st~vo ad~itía. i~terpre~:C%an~~,a~~~;~.e~~~~~~~


la posibilidad de relaciones lógicas propiamente dichas entre normas, se está presupo- (que su cálculo deó.ntido dos
niendo sin reconocerlo un cierta «lógica oculta» de las normas, con lo que en cualquier . . a esClLP_tLva conservando la 1msma ambigüedad que el lengua· e ordinario .
caso el déficit de fundamentación que afectaría a su propuesta pesaría por igual sobre SI b1en. «Un Sistema . "totalmente
. desarrollado" de 1a L,og1ca· D eont1ca
, ) es una teoría ) ' Y que
d
las de aquéllos (vid. infra, notas 19, 29 y 30). Curiosamente ha sido Carlos Alchourrón expre~l~nes descnptivamente interpretadas», «( ... ) las leyes ( ) q r e
-en colaboración con A. A. Martina-quien, en un trabajo más reciente que los cita- :~ta log¡ca atañen a propiedades lógicas fre las mismas normas:. que~~ ;~ger:~: ¡:~e~ e:
dos en la nota anterior y modificando su enfoque del problema, ha tratado de esbozar "ba~~" pl~~~e~,a~es ~gi_ca~ de las proposiciones-norma», con lo que en definitiva «la .
el camino por el que sería posible la articulación de una «lógica sin verdad». Común- . a og1ca eontica es una teoría lógica de las expresiones -0 -P re · ·
mente se supone que lo que hace que las reglas lógicas no sean arbitrarias es su depen- vamente mterpertadas» (Norma y Acción cit p 147) Ah b' y p scnpti-
dencia de consideraciones semánticas, es decir, que lo que controla las reglas de infe- mod~ se presupone que hay relaciones lÓgic~~ e~tre ~orm~;a Ien, razonando de ese
rencia son las correlaciones semánticas del lenguaje que usamos para referirnos al mun- relacwnes lógicas entre proposiciones normativas, con lo que q~ea~: ~~~n~~a~~se~~ !~s
do (la noción semántica de «consecuencia»). Si se piensa que no cabe ninguna otra for- co~tes!ar- yregu~t~s:
dos cómo son posibles las relaciones lógicas entre normas ~~
ma de dar sentido a la noción de «consecuencia» que la que la liga a consideraciones que, SI las relaciOnes log1cas entre proposiciones normativas son un mero reflejo de~as
semánticas, entonces ciertamente no cabe hablar de «lógica sin verdad» y por ende tam-
253
252
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

JUAN CARLOS BAYON M O HIN O


te» [modalindifferenzierter Substrat} ... (14) -sería una descripción de
i) Alchourrón y Bulygin caracterizan la diferencia entre las co~­ una acción o de un estad.o de cosas; pero a la hora de especificar en
cepciones expresiva e hilética del siguiente modo ~13). Ambas estan qué consistiría el segundo (es decir, el componente normativo) los ca-
de acuerdo en distinguir entre enunciados normativos (n~rm se~t:~­ minos de las concepciones hilética y expresiva se separan radicalmente.
ces Normsiitze) que expresan normas (que no son verda eras m.. a- Para la concepción hilética las normas serían el significado de los
sas) y enunciados descriptivos (descriptive sentences, Aussagensatze) enunciados normativos del mismo modo que las proposiciones son el
ue expresan proposiciones (verdaderas ~ fa.lsas). Una clase de enu~~ significado de los enunciados descriptivos (15). La diferencia entre nor-
¿iados descriptivos son los enunciados deontlcos, ~ue expres.anyrop mas y proposiciones sería por tanto semántica: los enunciados norma-
siciones normativas: como cualquier otro e~u~~!a?o descnptiVO son tivos tendrían un «significado prescriptivo», no descriptivo (no dicen
verdaderos o falsos' siendo de carácter metalmguistlco r~specto ~~len- que algo es el caso, sino que algo debe ser el caso). Entendida de esta
ua. e en el que se expresan las normas ( afi~man que cierta acci~n es forma, una norma es un entidad puramente conceptual que aunque
~bl{gatoria prohibida o permitida según cierto sistema normativo). puede ser expresada a través del lenguaje es en sí independiente de
Los genui~os enunciados normativos ~onstarían de dos compon~~t~~~ cualquier acto de habla real. Conforme a la concepción hilética, por
uno descri tivo y otro normativo: el pnmero -lo que Hare ll~m~ ra consiguiente, el «componente normativo» de los enunciados normati-
tico», Ros~ «tema» [tapie], Kelsen «substrato modalmente mdiferen- vos sería un operador que actuaría en el plano semántico (de una ma-
nera similar a los operadores modales aléticos) y que actuando sobre
d' t la genuina lógica de las normas. un enunciado descriptivo generaría un enunciado normativo.
que se dan entre las normas, no ela?orar zrlectamen ~ n Wright no disponía de una Para la concepción expresi~a, por el contrario, la idea de un «sig-
De todo ello se deduce que en la decada_de os sesena vo
alternativa clara a las posibilidades ~nten~rmente~~f~~s~~-tomado un nuevo rumbo.
nificado prescriptivo» no es de recibo. Lo distintivo de las normas ha-
En la última década el p~~samrent~ e von desarrollada en Norma y Acción bría que encontrarlo no en el plano semántico, sino en el pragmático:

~~~~)~~~ '~~~:~ ~~~~:v~~~~~~~!~J=!~~:~~ ;~~~:~~~~c~~;~:~:c~~'~.;~~


un enunciado que expresa la misma proposición podría ser usado para
hacer diferentes cosas -afirmar, ordenar, preguntar ... - de manera
cuand~
sucede es que hablan:os . racional irracional
iedad a lo ue sería o que que la diferencia entre una afirmación, una orden, un pregunta ... no
que hacemos e_s aludrr con cierta rmprop d e~ llamar «lóaica de las normas» no
1
quisiera un legrslador, de manera que, ~ que se a f d u y lat;._ de la legislación ra- residiría en el significado del enunciado empleado, sino en el diferente
sería otra cosa que una teoría --o «log~ca» e~ se~·~s~e~un mundo posible en que to- uso que se hace de un mismo enunciado. Por consiguiente una norma
cional. El legislador quiere qu~ el ~un. o rea ~~d~ posible no es «deónticamente per- sería el resultado de un tipo específico de acto de habla («prescribir»
~~;t~~s_:c:~~t~~~~da: ~~~~:~:~~siln:;k~s:, ~Deontic Logic a~d its Philosophi~;¡_~~- u «ordenar»). Ello quiere decir que el componente normativo de los
rals», en Models for Modali~ies. ?elected Essays (~or?~ec:~: ;~~e~~;~!;i':fa·lógica d~
pp. 188-189- su querer ~s uracwnal~ Lo que .c~i~í:r~~ael estudio de las relaciones lógi-
las proposiciones normativas es que esta co~sis . . de estados de cosas implícitas (14) Cfr. Hare, The Language of Morals, cit., p. 18; Ross, Lógica de las Normas,
cas no entre prescripciones, sino entre las escnpciones Cf G H von Wright «Ün cit., p. 20; Kelsen, Allgemeine Theorie der Normen, cit., pp. 46-47. En PFLN -p. 454-
' ' · ) d d ' ticamente perfectos. r. · · ' Alchourrón y Bulygin consideran a ese componente descriptivo un enunciado (act-sen-
en ellas (frasticos ' en mur~ os eonR H'l . en New Studies in Deontic Logic. Norms,
the Loaic ofNorms and Actwns», en · . 1 pm ' . . 5 . Id Norms Truth and Lo- tence) que expresa una proposición (act-proposition). Weinberger entiende por el con-
Action~ and the Foundations of Ethics, cit. (1981], pph. 3--' :t [.' « ntad~ en el XI Con- trario que se trata de un elemento sincategoremático de un enunciado normativo, no
. . [ . , d f' 'f 1983]· Id «ls and Qua t», Cl. prese .
gre>>, clt. verswn e rm IV~, 'bl' d 3
19 5]. Id «Bedingungsnormen --em
de un enunciado per se (cfr. Weinberger, «Ün the Meaning of Norm Sentences ... », cit.,
greso de la IVR, Helsinkr, _1983; ~ ~a o_ et tal (eds.) Theorie der Normen. Fest- p. 467). Como se verá en breve, la diferencia tiene su importancia a la hora de carac-
56
Prüfst~_in für di~ No~menlog~k», en · ra:~;-~ e . En la polémica con Weinberger, Al- terizar las normas y de aceptar o rechazar la idea de un «significado prescriptivo».
gabe für O. Wembe1 ger .. ., crt.' (1984], pp. . 11 t . de fondo de von Wright (aunque (15) Es decir, serían algo similar a lo que Castañeda llama «practitions», neologis-
chourrón y Bulygin comparten en lo ~ustanc;a a _esi~ mo con el que designa a lo que según él es el correlato de las proposiciones en el terre-
., . · propio segun se vera en breve.)
su elaboracwn srgue un carm~ 0 ' . f N S» (en adelante, ECN), cit., no práctico (y que abarcaría a las «prescripciones» y a las «intenciones», que él entiende
(13) Cfr. «The Expressrve Conceptwn o orm d lante PFLN) cit como «prescripciones en primera persona»); cfr. Héctor-Neri Castañeda, Thinking and
~~· ~~fM '~~;;:,ti~J~,'::;~~~~nt¿~ca :te~~n°!~o::;;,b~~g:r ~n th~ Ontolo'gy ~¡ Doing, cit., p. 43 ss.
Norms» (en adelante, NL), ca., pp. 147-148. 255
254
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

enunciados normativos debe ser entendido en términos de fuerza ilo-


guir-, habría que explicar en segundo lugar cómo es posible hablar
cucionaria, de lo que hace el hablante al usar una ~xp~esión (y p~r lo
tanto no como un operador, sino como un mero mdicador de dicha de relaciones lógicas entre normas no teniendo éstas valores de ver-
fuerza: no como algo que contribuye al significado de lo que el ha- dad (18): en especial habría que explicar de qué modo deberían ser en-
blante dice, sino que indica lo que hace) (16). tendidas en esa «lógica» las conectivas o las ideas de implicación y con-
tradicción, que en la lógica proposicional se definen usualmente me-
Las posibilidades de construir una genuina lógica de las n?rmas diante tablas de verdad (19).
-continúan Alchourrón y Bulygin- aparecen por supuesto baJo una
Para la concepción expresiva, por el contrario, una lógica, de las
luz diferente según que se adopte la perspectiva d~ _ la c?~~epción h_i-
normas en sentido estricto sería imposible. Las normas se conciben
lética o de la concepción expresiva. Para la concepcwn hlletlca tendna
co~~ mandatos (20), es decir, como un cierto tipo de actos (y más es-
perfecto sentido hablar de rel.ac~ones lógicas e~tre normas, ~a que és-
pecificame~te de ~ct?s de habla), y entre actos obviamente no puede
tas serían significados (prescnptlvos) de enuncmd~s normatlv?s par~­ haber relacwnes logicas. Lo que sí podría haber es una lógica de las
lelos a las proposiciones (o significados de enunciados descnptiVos J, · proposiciones normativas. Esa lógica se construiría a través de los si-
aunque eso sí a diferencia de estas últimas no serían susceptibles de guientes pasos:
verdad o falsedad. Lo que ocurre es que antes de aceptar la viabilidad
de una lógica de las normas concebida en términos sem~j antes habrí.a .. }-) si p ha sido manda~o por. una autoridad x, entonces la propo-
que resolver dos tipos de problemas verdaderament~ esp~nosos: en pr~­ SICIOn segun la cual p es obhgatono (en un sentido meramente relativo
mer lugar habría que dar sentido a la idea de un «sigmfica?o» es~ec~­ a los mandatos emitidos por x) es verdadera (21);
ficamente normativo o prescriptivo en tanto que categona semantl-
ca (17); y aunque tal cosa fuese posible -y no parece fácil de conse- mático) de significado», del mismo rri~o que el componente descriptivo de los enun-
ci~d.os normativos (el frásti~o) no se~ía .U?a proposición, sino un elemento sincategore-
(16) La diferencia entre las concep~iones hil~tica y ~xpre.siva_ respecto a ~ómo debe matico de la norma (es decir, del «Sigmficado» -prescriptivo-- del enunciado norma-
ser entendido ese componente normativo debena refleJarse segun Alchourron Y Buly- tivo). Cfr. Weinberger, «Ün the Meaning of Norm Sentences ... », cit., pp. 170 y 172-176.
gin en el plano de la simbolización. Para la concepción hilética una norma podría ser
(18) Vid. supra, nota 12.
simbolizada como «Üp»; para la concepción expresiva, como «!p» (donde «l» es u~ ~ero (19) Como se verá, Weinberger responde a esas cuestiones de un modo indirecto·
indicador del tipo de acto lingüístico que ejecuta el hablante -ordenar o prescnbir-, se limi~a a señala: que en_ la lógica de _las proposiciones normativas que proponen Al~
del mismo modo que «1- p» simbolizaría el afirmar p por un hablan~e). ~óteseque «!p» chourron y Bulygm se esta operando sm reconocerlo con esas mismas nociones de im-
no describe en absoluto el hecho de que p ha sido ordenado; «lp» Simboliza una norma, plicación o contradicción entre normas a las que presuntamente sería difícil encontrar
no la proposición (verdadera o falsa) de que es .el caso ~ue alg? ha sido prescrito ( q_ue un s~ntido; y que por lo ta?~o, independientemente de su «propia habilidad para pro-
podría ser simbolizada como «Ü*p», donde «Ü"'» -a diferencia de «Ü»-- debe ser In- porcionar una respuesta positiva al problema»- Weinberger, «Ün the Meaning ofNorm
terpretado descriptivamente). Cfr. ECN, pp. 96-97 Sentences ... », cit., p. 475-, la dificultad a la que según los autores argentinos habría
de hacer frente la concepción hilética constituye un problema también para ellos.
(17) Para Weinberger el rechazo de la noci~n. ~e un «significado prescriptivo» s~­
pone incurrir en una petición de principio. A su JUICIO lo que o_cur~e es que Alchourron (20) ECN, p. 97: «Para la concepción expresiva las normas son esencialmente man-
y Bulygin han planteado las dos ontologías de las normas en termmos que mueven a la datos (commands)». De todos modos la concepción expresiva no coincide exactamente
confusión. Para él no tiene sentido decir que una norma es «el resultado de una opera- con una concepción imperativista de las normas en sentido clásico; a diferencia de ésta
la ~~ncepción expresiva cuenta con recursos propios para explicar la continuidad o du~
ción sobre una proposición» (como presuntamente sostendría la c_o?cepción hil~t~ca) o
racion temporal de las normas, que consisten básicamente en la postulación de un se-
«un determinado uso de una proposición» (como se supone que dma la concepcwn ex-
gundo tipo de acto ilocucionario en la esfera de lo normativo además del de «mandar»
presiva): esa forma de hablar sugeriría en el primer caso q~e .hay, por así decirlo, una como es el de «rechazar» (reject). '
proposición «contenida» en la norma; en el segundo, qu~ distmto_s actos de habla pue-
den tener «el mismo significado». Pero ninguna de esas Ideas se~Ia. aceptable: lo q~~ a (21) ECN, p. 97. En realidad la cuestión sería algo más compleja: que p haya sido
su juicio hay que contrapon~r es de un lado los ~nunciados d~scnptivos con proposicio- man~ado por x ~~ría una condición necesaria pero no suficiente para que p fuese obli-
nes como significados suyos, y de otro los enunciados normativos c~n normas co:no .sus g.atono (en relacwn a los mandatos de x), puesto que además haría falta que no hubiese
significados. Por consiguiente par~ Weinber~er .e.l opera~or normativo no e~ un mdi~a­ s1do rechazado. J;I~blar de la. existencia en el tiempo de una norma sería precisamente
dor de una función pragmática pnvado de sigmficado, smo «un portador (smcategore- una _forma metaf~nca de dec1r que pertenece a una serie de conjuntos de normas ins-
tantaneos y sucesivos A 2 , ... , An- integrados en cada caso por todos los man-
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257
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

2) llamamos A al conjunt~ ?e todas las pr.oposiciones (conteni- tivas son relativas a un conjunto A consistente, es decir, mandado por
un legislador racional (23).
dos normativos) mandadas exphcltamente por x, , .
3) si es una consecuencia de p y p ha sido mandado exphclta- Las concepciones expresiva e hilética se nos presentan por tanto
t en~nces q ha sido mandado implícitamente por x 0? que no como dos diferentes ontologías de las normas que conducen a dos vi-
~~~r:' decir que como hecho psicológico x tenga que haber sido cons- siones contrapuestas acerca de la viabilidad y el sentido de la lógica
ciente de que q es una consecuencia de P) (22); . deóntica. Sin embargo hay un terreno en el que ambas pueden coin-
4) introducimos la noción de «sistema normativo» -«Cn (A)»~, cidir (aunque la coincidencia en ese punto, como trataré de mostrar,
, 1 . to de todas las proposiciones que son consecuencia no se produce entre ellas de modo necesario).
que sena e conJun · d
de A (de manera que el sistema normativo .no es un conp~nto )~ nor- Para localizar ese punto de posible coincidencia debe tenerse en
mas, sino de contenidos normativos, es decir' de prop~s~ciOnes ' cuenta que entre la concepción expresiva y la concepción hilética exis-
5) la lógica de las proposiciones normativas e~ la logica de las pr~­ te una importante asimetría. La concepción hilética es un punto de vis-
posiciones (como tales, verdaderas o falsas) rela~Ivas a la pert~nen~a ta acerca de las normas como contenidos significativos de ciertas cons-
o no ertenencia de otras proposiciones a un sistema nori?a~IVO n trucciones lingüísticas (24), pero ese punto de vista no implica en modo
decir, la lógica de las proposiciones ~~gún las cua~e~ ciertos co n~
(A) :S
tenidos normativos son obligatorios, permitidos o prohibidos en re a 1 alguno que cualquier norma «lingüísticamente posible» sea una norma
realmente existente (25). De ahí que cualquier partidario de la concep-
ción a un conjunto de normas dado; ción hilética deba contar además con algún tipo de explicación acerca
6) un legislador x puede emitir mandatos inconsiste_ntes (!p y !-p), de cómo adquieren su realidad las normas, de cómo una norma lin-
o tanto p como -p pertenecenan a Cn (A) Y güísticamente posible llega a ser una norma realmente existente. Por
de manera que en ese Cas 1 ·' 1 conveniencia llamaré a esa explicación adicional o suplementaria que
. . t t to O*p como 0*-p serían verdaderas en re aciOn a
or
P . consigmen e an · ·t t necesita el partidario de la concepción hilética una «teoría acerca de
conJunto de normas emi't'd I o por x·, que «lp» y «l-p» son mconsisd. en·,es la generación de normas». Lél concepción hilética, per se, es sólo un
no es decir que hay entre ellos una relaci~n lógic_a. de con~ra ICCIOn
normas y entre normas no hay relaciOnes logicas)' m tampoco punto de vista acerca de las normas como entidades lingüísticas idea-
(so~ 1 er'amente a decir que «p» y «-p» son contradictorios; lo que les, no una teoría acerca de la generación de normas: y no todos los
eqmva e m · . , · · lmente que aceptan la concepción hilética tienen por qué suscribir además la
uiere decir es ue en el plano pragmático x actuana uraciOna .
~andando «lp»\ «!-p» (dada la finalidad normal para la cu~l algmen
manda algo' a saber, que el destinatario del mandato tome este como (23) Por supuesto éste es sólo el esqueleto de la lógica de las proposiciones norma-
tivas que proponen Alchourrón y Bulygin. Una visión más completa de ella requeriría
una razón para actuar y haga lo mandado); . . , . analizar en profundidad el acto ilocucionario de «rechazar», que para los autores argen-
7) la lógica de las proposiciones normativas es ISOI~~rfica con los tinos es la base de la noción de derogación, permite distinguir entre dos sentidos dife-
sistemas standard de lógica deóntica cuando las proposiciones norma- rentes de incompatibilidad entre normas y juega un papel esencial en la caracterización
de los permisos (haciendo innecesaria la postulación de «permitir» corno un tercer tipo
básico de acto ilocucionario junto a «mandar» y «rechazar»): cfr. ECN y PFLN, passim.
datos emitidos por x que aún no han sid_o.:echazados (ECN, PP· 101 y 106). Esa com-
Todas estas cuestiones pueden dejarse al margen sin que ello afecte a los propósitos cen-
plicación se omite para aligerar la expos1c10nci· fble que si p ha sido mandado (y no trales de mi análisis.
En otro orden de cosas ~s fra~carnente, 1SCU 1a fuerza de esta afirmación se quiera (24) Cfr. Weinberger, «Der Norrnenlogische Skeptizisrnus», cit., p.47: la norma es
rechazado) entonces P es obhga~ono' por_ ma;. q~~ sino meramente en un sentido rela-
1
el significado [Bedeutung] específico de «enunciados normativos corno series de signos
atenuar diciendo que no es obh~r~no st~~5l-~56). éste es uno de los frentes desde los lingüísticamente bien formadas [Normsiitze als sprachlich wohlgeformte Zeichenreihen]».
tivo a los mandatos de x (cfr. P . , 'PP· ' . de la concepción expresiva. (25) Cfr. Weinberger, «Die Norrn als Gedanke und RealiHit», en Osterreichische
que criticaré más adelante la nocwn ~~ ~rrna prop~á la idea de un mandato implícito Zeitschrift für offentliches Recht, 20 (1970) 203-216 [ahora en Weinberger y MacCor-
(22) ECN, ~P· 102-103; NL, p. _1f.d r~~o;: l~ch~urrón y Bulygin al expresivisrno mick, An Institutional Theory of Law, cit.: «The Norrn as Thought andas Reality», pp.
es vista por Wemberger corno una m 1 e 1 a 31-48, por donde se cita].
estricto.
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258
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

misma teoría acerca de la generación de normas. E:n el marco d~ }a -como trataré de mostrar enseguida- que ahí radica el talón de Aqui-
concepción expresiva, por el contrario, no es concebible la separ~c10n les de la concepción prescriptivista de la generación de normas que
de uno y otro plano. La concepción expresiva es a la vez ~ mdiso~u­ comparten. Pero lo que en cualquier caso parece indudable es que en
blemente un punto de vista acerca de las normas como entidades lm- este terreno no hay diferencias apreciables entre sus respectivas posi-
güísticas (lo específicamente normativo no se encuel!tra en el plano _se- ciones: como dice Weinberger, «[s]i definimos mandar [commanding]
mántico sino en el pragmático: las normas se conciben como ~~tipo en un sentido muy amplio como la producción [the bringing about] de
específico de acto de habla) y una teoría acerca de la genera~10n. ~e una norma, entonces yo mismo soy un expresivista» (28).
normas (una norma no llega a existir .si no es ~ través ~e la reahzac10n A juicico de Weinberger la coincidencia entre la postura de Al-
del acto de habla correspondiente -en sentido ampho, <~~rde~~r~>). chourrón y Bulygin y la suya sería en realidad más amplia. No sólo es-
Pues bien, puede suceder que un partidario de la concep_cwn hlletica tarían sustancialmente de acuerdo en cuanto a cómo llegan las normas
suscriba la teoría acerca de la generación de normas propia del expre- a ser «realmente existentes», sino que la «lógica de las proposiciones
sivismo (que según creo es lo que hace W einb~rger); y al hacerl~, una normativas» de los autores argentinos estaría presuponiendo -mal que
parte de su teoría global de las non?as quedara expuesta a los mismo_s les pese y por más que nieguen explícitamente esta coincidencia con
reproches que eventualmente puedwran formularse contra esa especi- la concepción hilética- la existencia de relaciones lógicas entre nor-
fica teoría acerca de la generación de normas. mas en tanto que entidades ideales. Lo que Weinberger sostiene es
No creo que quepan dudas acerca de la acepta_c}ón por parte de que al igual que del acto de afirmar algo podemos abstraer la propo-
Weinberger de la misma teoría acerca de 1~ generac10n de normas ~ue sición afirmada, del acto de mandar algo podemos abstraer la norma
es propia del expresivismo. Las normas existent~s o.. :e~les -nos dic_e la
mandada. La proposición y norma serían dos clases de entidades se-
Weinberger- son una subclase de las normas lmg~Isticamente posi-
bles que «están en relación genética con comporta1~11entos o?servables
y hechos institucionales» (26). Por supuesto nos. mte resana conocer que alguien realice cierta acción [... ]; ésto es lo que llamamos un mandato. Por tanto
con más detalle en qué consisten los «comportamientos observabl~s y mandar da lu'gar a la existencia de las normas» (PFLN, p. 455; las cursivas son del ori-
ginal). En ECN afirman que sólo se ocuparán de las normas emitidas por una autoridad
hechos institucionales» que son generadores de n?rmas (como realida- normativa y dirigidas a otros agentes -las «prescripciones» en el sentido de van
des). y la respuesta de Weinberger es clara: consisten en «actos. d~ vo- Wright- (p. 100), pero añadiendo que «la teoría puede ser adaptada también a las nor-
luntad» en «mandatos». Parece claro que en este terreno comciden mas consuetudinarias. Su existencia depende de ciertas disposiciones que se revelan en
en lo f~ndamental la concepción expresiva y la versió~ de la conc_ep- ciertas acciones» (p. 121, nota 19). No creo que la adaptación sea tan fácil: el problema
ción hilética que hace suya Weinberger: ~na n~rma ~osible se convier- consiste desde luego en reconstruir en detalle esas «ciertas disposiciones que se revelan
en ciertas acciones», y como se verá en breve no me parece que la idea de ejecutar un
te en una norma real ejecutando el acto Ilocucwnano d~ ordena_r. Me cierto tipo de acto ilocucionario (como mandar u ordenar) sirva de mucho en esa recons-
parece sumamente significativo que ~lchourrón y B_ulygii?- ,Y Wem~er­ trucción.
ger coincidan por una parte en apostillar que esa afirmacwn v~le si ~e Obsérvese hasta qué punto Weinberger coincide en este terreno con Alchourrón y
interpreta en un sentido amplio capaz de dar cuenta de la existencia Bulygin: «Hemos de subrayar el hecho --como hace el expresivista- de que las normas
de reglas sociales consuetudinarias-y por otra ~-n no desarrollar en ab- efectivamente existentes son producidas por determinados actos de voluntad (actos de
soluto de qué modo sería posible esa extenswn (27): creo de hecho mandar). Si los términos "mandar", "promulgación" y otros similares son concebidos
en un sentido tan amplio como para abarcar todos los tipos de establecimiento indivi-
dual o social de normas, entonces la opinión según la cual las normas son creadas me-
(26) «[Sie] stehen in Wirkzusammenhiingen mit ~e.obachtba~en Vorgiingen und insti- diante actos de mandar [commanding acts] es correcta» («Ün the Meaning of Norm Sen-
tutionellen Tatsachen» («Der Normenlogische Skeptizismus», czt., p. 47). . . tences ... », cit., p. 467); «Está claro que todos los expresivistas sostienen que las normas
(27) Cfr. Alchourrón y Bulygin: «Dejando a un lado. las norm~s consuetudm.anas son creadas mediante actos de mandar [... ] Si esta noción se concibe en sentido muy
(que requieren un tratamiento separado aunque no esen~mlmente d1f~rent~) la exzsten- amplio, de manera que cualesquiera institucionalizaciones de reglas normativas sean ca-
cia de una norma depende de un uso típico de los enunciados normativos, 1. e., de una sos de mandar, entonces este punto de vista es bastante plausible» («The Expressive Con-
cierta acción ejecutada por una autoridad normativa que llamamos ~cto de promul~~­ ception of Norms- An Impasse ... », cit., pp. 170-171).
ción. Un uso standard de los enunciados normativos (aunque no el úmco) es el de eXIgir (28) «The Expressive Conception of Norms- An Impasse ... », cit., p. 171.

260 261
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

mánticas al mismo nivel; afirmar (una proposición) y mandar (una nor- mas (30). Por todo ello Weinberger piensa que existen en realidad dos
ma), dos clases de actos pragmáticos igualmente al mismo nivel. Y del forr:zas básica~ de ~~presivismo, una radical y otra moderada (31): la
mismo modo que se darían relaciones lógicas entre proposiciones -no r~dical (que Identifica con el pensamiento del último Kelsen) liga
entre los actos de afirmarlas, ni entre los contenidos psicológicos de ferreamente las n?rma~ a los actos que las producen y por consiguien-
esos actos- se darían igualmente relaciones lógicas entre normas te descarta de rmz la Idea de «norma» como entidad ideal abstraída
(como entidades ideales abstraídas de los actos que convierten una nor- de su acto ~roduc~or, conduciendo al rechazo -coherente pero cen-
ma «lingüísticamente posible» en una norma existente). Para Wein- surable, segun Wemberger- de la posibilidad de una lógica de las nor-
berger, Alchourrón y Bulygin no tienen más remedio que aceptar que mas; la moderada (que correspondería al punto de vista de Alchourrón
en su «lógica de las proposiciones normativas» están manejando de y Buly~in) p~opone un co.ncepto de «sistema normativo» que sería in-
manera encubierta una lógica de las normas entendidas como entida- concebible SI no se estuviera manejando -aún sin reconocerlo- un
des ideales abstraídas de los actos que las producen: de lo contrario concepto de norma como entidad ideal abstraída del acto que la pro-
no podrían hablar de la forma en que lo hacen ni de «mandatos im · duce: y aunque rechaza explícitamente la posibilidad de una lógica de
plícitos» (29) ni de ·la inconsistencia o incompatibilidad entre nor-
rnativo d~ ~os enunciados normativos (en términos de Hare, su «néustico» característi-
(29) Hablar de lo «mandado implícitamente» -sostiene Weinberger- no es sino ha- co) es calificado corno un operador (ibfdem); hay una lógica corno un cálculo de direc-
blar de lo que está lógicamente implicado por los contenidos ideales de los actos reales tivos paralela al.c~lculo proposicional (p. 167) y es una genuina lógica de las normas,
de mandar: y eso exigiría, quiérase o no admitirlo, reconocer la existencia de genuinas no de las propos~ciO~es acerca de la existencia de las normas (pp. 168-169). Si se piensa
relaciones lógicas entre normas. Si el expresivisrno concibe las normas exclusivamente en el R~~s de Dzre_ctlVes and Norms,_.su inclusión entre las filas de los partidarios de la
corno actos -y no corno el contenido ideal de esos actos- puede negarse a admitir la concepc10n expresiva me parece -aun convencido de ello; lo digo no sin cierto temor-
existencia de relaciones lógicas entre normas, pero al precio de tener que dejar de ha- simplemente errónea.
blar (entre otras cosas) de «mandatos implícitos»; vid. «Ün the Meaning of Nonn Sen- (30) A_juicio de Weinberger decir que «!p» y «!-p» son inconsistentes no es decir
tences ... », cit., pp. 467 y 471-472; «The Expressive Conceptioli of Norrns - An Impas- que un l~gi~lad~r que rna~dara ambas sería irracional, sino más bien al revés: ese legis-
se ... », cit., pp. 177, 179, 185, 193. Alchourrón y Bulygin esquivan esa conclusión ale- lador sena maciO~al prec~sarnente por e~tir normas que son inconsistentes. En apoyo
gando que lo «mandado implícitamente» no es una consecuencia de una norma, sino de ese punto de VIsta Wemberger maneJa dos argumentos. El primero consiste en re-
«de la proposición mandada». Pero a juicio de Weinberger la idea de «mandar una pro- saltar que hay v_arios tip~s. de motivos p.or los que la edicción de una norma 0 un par
posición» es un sinsentido: se mandan normas igual que se afirman proposiciones, pero de normas podna ser calificada en condiciones normales corno muestra de la «irracio-
«mandar una proposición» sería algo tan absurdo corno «afirmar una norma» (que por nalidad» de su edictor: ordenar .una conducta de cumplimiento (fácticarnente) imposi-
supuesto es bien distinto de «afirmar una proposición relativa a la existencia de una nor- ble, ?r?enar a la vez qu~ se castigue una conducta y la omisión de la misma, ordenar y
ma»); vid. supra, nota 18. También Hernández Marín -aunque en un sentido diferen- proh.Ibir a la vez una misma conducta, etc.; sólo en el último caso hay dos normas in-
te- considera «incomprensible» la idea de Alchourrón y Bulygin de «ordenar una pro- c.o~siste~tes, ~ello ~robaría que no es la irracionalidad del legislador la que permite de-
posición», apuntando que «[l]o que se ordena son actos o comportamientos»: cfr. Teo- firur !a mconsistencia normativa, sino que ésta es uno de los factores (definible inde-
ría General..., cit., p. 436. pendie?ternente) que pueden permitirnos calificar a un legislador corno irracional. Si
Corno digresión, me gustaría subrayar que esta última crítica de Weinberger a Al- ~ste p~Irner .argumento consist~ en mostrar que ~o siempre que hay irracionalidad hay
chourrón y Bulygin -que no tiene sentido hablar de «mandar una proposición», que el ~ncons~stenc~a, el s~gu~do c~nsisteyor ~1 cont~ano en mostrar que no siempre que hay
frástico de un enunciado normativo no es una proposición- coincide con la que Alf mconsistencia hay IrraciOnalidad: si algmen emite dos órdenes inconsistentes porque de-
Ross formula contra C. H. Langford y M. Langford y contra I. Hedenius en Directives sea expresamente poner en un apuro al destinatario de las mismas, su actuar no tiene
and Norms (pp. 73-75 de la ed. cast., Lógica de las Normas, cit.). Esto puede parecer por qué ser calificado corno irracional (es instrumentalmente racional en sentido estric-
sorprendente si se tiene en cuenta que Alchourrón y Bulygin incluyen a Ross entre los to); a pesar de ello sus mandatos son en cualquier caso inconsistentes. En definitiva la
partidarios de la concepción expresiva (cfr. ECN, p. 98; Bulygin, «Sobre el problema apel:~ión. ~ la r~cionalidad del !eg~slador -o a. una «lógica ~en sentido no estricto)' de
de la aplicabilidad de la lógica al Derecho», cit., p. 21, nota 14). Quizá esa adscripción la leoisl~ciOn raciOnal>>- no sena smo un expediente para evitar reconocer la existencia
pueda ser correcta por lo que se refiere al Ross de «Irnperatives and Logic» [1941; cit.], ~e genu~nas relaciones l~gicas -y entre ellas la contradicción- entre normas (corno en-
pero desde luego no me parece que lo sea para el Ross de Directives and Norms [1968], tidad:s ~?e~!es); c,~r. We1~berger, <~On the M~aning of Norrn Sentences ... »,cit., pp. 470
que suscribe los puntos esenciales de la concepción hilética: la proposición y el «direc- Y 475, « Is and Ought Reconsidered», czt., p. 460; «The Expressive Conception of
tivo» son entidades semánticas al mismo nivel (p. 75, siempre de la ed. cast.); el direc- Norrns - An Impasse ... », cit., p. 196.
tivo es el contenido significativo del enunciado normativo (p. 41); el componente nor- (31) Cfr. Weinberger, «On the Meaning of Nonn Sentences ... », cit., p. 471.

262 263
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tiene todos los elementos necesarios para esclar~cer las insuficiencias


las normas, la presupone implícitamente en la «lógica de las proposi-
de la teoría prescriptivista acerca de la generación de normas así que
me ~erviré d~ él para condl!cir la discusión hacia el punto e~ el que
ciones normativas» que propone en su lugar.
Si Weinberger estuviese en lo cierto en cuanto a esta última apre-
me mteresa situarla. Los pnmeros pasos de ese análisis pueden pare-
ciación, los términos del debate podrían clarificarse distinguiendo cua-
cer poco menos que obviedades, pero en la medida en que sobre ellos
tro tipos básicos -pero seguramente no exhaustivos- de teorías glo-
van as.entándose. resultados seguramente no tan evidentes me parece
bales de las normas: 1) una concepción hilética complementada por
prefenble, aun a riesgo de incurrir en cierta morosidad, no dar nada.
una teoría acerca de la generación de normas distinta de la prescripti-
prematuramente por sentado.
vista que hace suya el expresivismo; 2) una concepción hilética asocia-
En el acto de «mandar» -nos dice MacCormick- podemos aislar
da a la teoría prescriptivista acerca de la generación de normas (Wein-
do~ elementos: ~na conducta observable y una intención por parte de
berger); 3) una concepción expresivista moderada (Alchourrón y Buly-
q~wn orde.n~, sle.ndo el segundo el decisivo en la medida en que per-
gin); y 4) una concepción expresivista radical. Las concepciones (1),
mite descnbu o mterpretar adecuadamente el primero. La conducta
(2) y (3) tendrían en común la admisión de la idea de norma como en-
observable consiste en la emisión -mediante el habla, la escritura o
tidad ideal abstraída del acto que la produce -es decir, como entidad
semántica al mismo nivel que una proposición-, aunque en (1) y en q~izá a través ~e otra cl~se de medios (señales, gestos, etc.) a los ¿ue
(2) esa admisión sería explícita, mientras que en (3) la idea sólo esta- ciertas convenciOnes atnbuyen un determinado sentido- de un men-
ría presente de un modo encubierto. Las concepciones (2), (3) y (4) saje .de un c~erto tipo. Decir que ese mensaje debería ser precisamente
compatirían la teoría prescriptivista en cuanto a la generación de nor- un «Imperativo», una. «orden», etc. resulta demasiado esclarecedor, ya
mas. Seguramente el propósito de Weinberger es demostrar que las di- que el problema consiste de hecho en saber qué mensajes cuentan como
ferencias entre (2) y (3) son más aparentes que reales; o por decirlo imperativos, órdenes, etc., dando por supuesto -en el caso más co-
mejor, que (3) es concebida por sus partidarios como sustancialmente mún de la utilización de lenguajes naturales- que no resulta conclu-
distinta de (2) sólo por la mala comprensión que tienen de su propia yente al respecto ni la forma gramatical del enunciado empleado ni los
teoría -o de lo que está presupuesto en ella-, lo que se traduciría posibles efectos perlocucionarios producidos por su emisión.
en una formulación o presentación de la misma en términos inadecua- Lo que identifica al mensaje como un «mandato» es justamente la
dos y a la postre engañosos. Tenga o no razón, lo que aquí me inte- intención del hablante al emitirlo. Ahora bien, al aludir a la intención
resa no es éso. Lo que quiero poner en tela de juicio es la teoría pres- del ~~bl~nte habría que distinguir entre su «intención ulterior» y su «in-
criptivista acerca de la generación de normas que comparten (2), (3) tencwn mterna» (33). Cuando A ordena X a B, normalmente A quie-
y (4), aunque seguramente del examen de sus insuficiencias puden sur- re qu~ .B ~aga ~y que su expresión induzca a B a hacer X: pero esa
gir algunas ideas interesantes para el replanteamiento global de la dis- especifica mtencwn por parte de A (intención «ulterior») no es un re-
cusión entre la concepciones hilética y expresiva. quisito ni necesario ni suficiente para que podamos hablar de un «man-
ii) La crítica de lo que aquí vengo llamando una «teoría prescrip- dato». Que no constituye una condición suficiente resulta obvio si se
/ tivista acerca de la generación de normas» (es decir, del punto de vista piensa que ese tipo de intención normalmente también está presente
7 según el cual la existencia o realidad de las normas se conecta genéti- e~ otros actos ilocucionarios diferentes de ordenar (pedir, rogar, su-
(, camente con la emisión de mandatos) debe arrancar de un examen de- plicar ... ). Lo que quizá ya no resulta tan obvio es que tampoco cons-
'·tenido del acto ilocucionario de «mandar» u «ordenar». Neil MacCor- tituya una condición necesaria. Pero para comprender que no lo es bas-
mick nos ha brindado un análisis del mismo (32) que a mi juicio con-
(Oxford: Clarendon Press, 1986), pp. 121-133 [una versión ligeramente modificada de
(32) Cfr. Neil MacCormick, «Legal Obligation and the Imperative Fallacy», en es:e t.rabajo se p~bli.c~ en francés con el título «La théorie des actes de langage et la
A.W.B. Simpson (ed.), Oxford Essays in Jurisprudence (Second Series), cit., pp. theone des actes JUndiques» en P. Amselek (ed.), Théorie des actes de Langage Ethi-
100-130; N. MacCormick y Zenon Bankowski, «Speech Acts, Legal Institutions and Real que et Droit (París: P.U.F., 1986), pp. 195-209]. '
Laws», en N. MacCormick y P. Birks (eds.), The Legal Mind. Essays for Tony Honoré (33) Cfr. MacCormick, «Legal Obligation and the Imperative Fallacy», cit., p. 104.

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JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

ta con darse cuenta de que tiene perfecto sentido decir que alguien en el que no hay superioridad (de ninguna de las dos clases): cierta-
manda algo no porque quiere que se haga, sino porque quiere otra mente podría decirse entonces que el mandato resulta inapropiado,
cosa (poner a prueba al destinatario del mandato, ponerle en un apu- pero lo decisivo para poder hablar de un mandato no es que haya su-
ro, etc.). Esa es precisamente la base sobre la que podemos distinguir perioridad, sino que el hablante la asuma (y por eso, cuando la asume
un mandato «sincero» de uno que no lo es (pero que no por ello deja y realmente no la hay, es precisamente por lo que puede decirse que
de ser un mandato). Por consiguiente el requisito necesario para po- . el mandato es «inapropiado»). En conclusión: se puede afirmar que
der hablar de un mandato es la existencia de otra clase de intención una expresión como «haz X» -o cualquier otra equivalente, aunque
(«interna») por parte del hablante: su intención de que B tome su ex- no haga uso del modo imperativo- dicha por A a B es un mandato
presión como muestra de su deseo de que B haga X y como muestra si y sólo si A «pretende que B la tome como muestra de una intención
de su deseo de que su expresión induzca a B a hacer X (34). Ambos de inducir a B a hacer X en reconocimiento de la superioridad de A
tipos de intención concurrirán normalmente en quien manda, pero sólo sobre él y en virtud del reconocimiento por parte de B de esa inten-
la segunda resulta imprescindible para poder decir que se está mandan- ción». Cuando además A quiere realmente que B haga X, el mandato
do. es sincero; y cuando además A es efectivamente superior a B (en cual-
Con todo, que resulte imprescindible no quiere decir que resulte quiera de los dos sentidos mencionados o en ambos), el mandato es
suficiente. Queda en pie el problema de distinguir entre el acto ilocu- apropiado (36).
cionario de mandar y otro tipo de actos (como pedir, rogar, etc.) en Los dos tipos de situaciones en las que resulta apropiado ordenar
los que también concurre siempre esa misma intención interna y gene- (o cuya asunción por parte del hablante resulta imprescindible para po-
ralmente aquella intención ulterior. Por tanto es preciso aislar el ele- der decir que se está ordenan~o) tienen una estructura distinta, siendo
mento característico o diferenciador de «mandar». «Mandar» es exigir mucho más compleja en el caso de la autoridad que en el de la coac-
obediencia y exigir obediencia implica afirmar la propia superioridad, ción (37). Cuando alguien manda asumiendo un contexto de autori-
de manera que existen ciertas situaciones o relaciones que constituyen dad se puede decir que pretende que su mandato sea tomado por el
el único contexto apropiado de «mandar» (35) (que difieren del con- destinatario como algo que debe ser cumplido (y correlativamente, al
texto apropiado de «rogar», «suplicar», etc.). Esas relaciones o con- menos en una primera caracterización más bien gruesa (38), se puede
textos apropiados son dos, la coacción y la autoridad: pueden darse decir que cuando alguien recibe un mandato reconociendo la autori-
asociados -es más, empíricamente es muy problabe que la autoridad dad de quien manda admite que el mandato debe ser cumplido). La
surja y perdure casi siempre sobre un trasfondo coactivo-, pero al me- noción de autoridad es el nexo que liga los mandatos con los juicios
nos desde el punto de vista conceptual son perfectamente concebibles de deber relativos a lo que se ha mandado. De todos modos resultaría
el uno sin el otro. Ahora bien, puede haber mandatos en un contexto engañoso afirmar meramente que si una autoridad A «manda X» en-
tonces «se debe hacer X». Las cosas son algo más complejas. Cuando
(34) Para remachar el sentido de la distinción, compárese:
1) «A quiere que B haga X», con
2) «A quiere que B interprete que ["A quiere que B haga X"]», e igualmente. (36) Op. cit., p. 108. La distinción entre mandatos sinceros y apropiados y otros que
3) «A quiere que su expresión induzca a B a hacer X», con no lo son (pero que no por ello dejan de ser mandatos), es a mi juicio una aportación
4) «A quiere que B interprete que ["A quiere que su expresión induzca a B a hacer singularmente valiosa del análisis de MacCormick que muchas veces es pasada por alto;
X"]. vid., p. ej., von Wright, Norma y Acción, cit., p. 133, donde se afirma: «El dador de
El hablante A tiene la «intención interna» imprescindible para hablar de mandato la orden[ ... ] desea que el sujeto de la prescripción haga el acto en cuestión».
cuando es el caso que (2) y que (4); tiene además la «intención ulterior» que acompaña (37) Como esos dos contextos no son mutuamente excluyentes --es decir, como la
normalmente a los mandatos cuando es el caso que (1) y que (3); pero puede tener la autoridad puede y suele estar asociada empíricamente a la coacción - quizá sería más
intención interna necesaria teniendo además una intención ulterior diferente -p. ej.: riguroso hablar de contextos en los que no hay en absoluto una relación de autoridad y
«A quiere poner a prueba a B», «A quiere desconcertar a B>>-, que es lo que sucede contextos en los que sí la hay (aunque pueda venir acompañada de coacción).
cuando es el caso que (2) y que (4), pero no que (1) ni que (3). (38) Pero suficiente para mis propósitos en este momento: en el apartado 8.4.2 se
(35) Op. cit, p. 106. intentará un análisis más detallado del concepto de autoridad.

266 267
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

el destinatario B acepta que se debe hacer X porque ha sido mandado B, sería un «juicio de deber»; el enunciado «Se debe hacer X» pronun-
por A, la estructura de su razonamiento práctico ha de completarse ex- ciado por A -en un contexto como el descrito, i. e., asumiendo A
plicitando su premisa mayor que B acepta (1) y pretendiendo con su formulación ... etc.- sería un
«mandato» (y como tal se describiría el hecho de su emisión en la pre-
RP1 1) se debe hacer lo que mande A misa menor (2) del razonamiento práctico RP1).
2) A manda X La estructura del acto ilocucionario de mandar en un contexto de
3) se debe hacer X autoridad (o asumiendo el hablante dicho contexto) presenta dos com-
plicaciones adicionales. Para entender en qué consiste la primera se
Decir que B acepta (1) es decir precisamente que reconoce la au- puede introducir una subdivisión entre dos clases de lo que acabo de
toridad de A. Decir que A ha mandado X asumiendo un contexto de llamar «juicios de deber». B podría afirmar que «se debe hacer X» por
autoridad es decir que asume que B acepta (1), sea ello cierto o no: razones independientes de que X haya sido mandado por A en conjun-
y que por tanto al mandar X pretende que B tome su expresión como ción con su aceptación de la autoridad de éste: en ese caso B seguiría
muestra de una intención de inducir a B a hacer X en reconocimiento aceptando que «Se debe hacer X» aunque A retirara o revocara su man-
de que debe hacer lo que mande A y en virtud del reconocimiento por dato, puesto que la formulación de éste no forma pa:rte de la razón
parte de B de esa intención. -o la estructura de razones- que él expresa al decir que «se debe ha-
Estas observaciones nos permiten estipular una diferencia entre cer X». En este primer caso podemos hablar -y se trata por supuesto
«mandatos» y «juicios de deber»: seguramente es posible en castella- de una terminología meramente ad hoc, sin pretensiones conceptuales
no formular órdenes o mandatos mediante expresiones de deber de ninguna clase- de «juicig_s de deber independientes de la formu-
-como «¡debes hacer Xl>>-, aunque creo que no es la forma más lación de mandatos». Por e!'contrario un juicio de deber como el ex-
corriente de hacerlo; pero en cualquier caso ese rasgo superficial del presado por B en la conclusión (3) de su razonamiento práctico RP1
lenguaje no debe oscurecer la diferencia profunda entre un enunciado es dependiente de la formulación de un mandato: ceteris paribus, B no
con el que el hablante expresa la existencia de ciertas razones para ac- seguiría aceptando que «se debe hacer X» si A revocara su mandato
tuar (que considera independientes del hecho de que él esté formulan- (ni lo habría aceptado tampoco -una vez más, ceteris paribus- antes
do ese enunciado) y un enunciado que el hablante formula precisa- de que A lo formulara).
mente con la intención de que su emisión sea vista por el destinatario Pues bien, la primera de la complicaciones a las que me refiero con-
como una razón (o. para ser más exactos: como parte o complemento siste en determinar si el juicio de deber expresado por B en la premisa
una razón) para la acción (39). A la luz del análisis del acto ilqc_l,l- mayor (1) de su razonamiento práctico RP1 es independiente o depen-
cionario d~ «!llandar» que se presentó anteriornienrefesulta obvíO. que diente de la formulación de un mandato. Por supuesto caben ambas
sólo en elsegundo caso puede hablarse de «mandato», así que hablaré posibilidades: es perfectamente posible que ese juicio de deber que
de «juicios de deber» para referirme a los enunciados del primer opera como premisa mayor de RP1 sea a su vez la conclusión de un
tipo (40): un enunciado como (3) «Se debe hacer X», pronunciado por razonamiento práctico conceptualmente previo como

(39) Cfr. C.S. Nino, «Razones y Prescripciones», en Análisis Filosófico, 1 (1981) RPO -1) se debe hacer lo que mande A*
37-48 [ahora, con el título «¿Son prescripciones los juicios de valor?» y ligeras modifi- O) A*manda que se haga lo que mande A
caciones, en La Validez del Derecho, cit., pp. 109-123, por donde se cita]; pp. 116-117. 1) se debe hacer lo que mande A
(40) Creo que para ser más exactos habría que decir que los juicios de deber no afir-
man meramente la existencia de razones, sino la existencia de un cierto esquema de prio- Por supuesto también es posible que la premisa mayor ( -1) de
ridades relativas entre razones; de otro modo se difuminaría la diferencia entre la afir-
mación de que algo es debido y la afirmación de que algo es supererogatorio. Más ade- RPO sea a su vez la conclusión de un razonamiento práctico previo
lante desarrollaré esta idea (en el apartado 7.3), pero por el momento creo que se pue- RP-1, etc., etc. Lo que obviamente no es posible es concebir una ca-
de prescindir de esa complicación. dena infinita de razonamientos prácticos previos en los que la premisa
268 269
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

mayor sea en cada caso la conclusión del anterior: o dicho. con ~tras dena una complicación estructural bastante evidente: ese criterio no
palabras, cuando A manda asumiendo un contexto d~ autondad tiene puede fija~~e a tra;és de un mandato de A, ya que respecto al man-
dat~ que !IJas.e que cuenta como mandatos se plantearía el problema
que asumir que B acepta un juicio de deber -del tipo de (1), o de
(-1), etc.- independiente de la formulación de ~andatos (y.correla- de SI e:a el mism? un ~andat? o ~n juicio de deber. Los criterios que
tivamente: para poder decir que B acepta la autondad de A tiene que formalizan -o, SI se qmere, ntuahzan- el acto ilocucionario de man-
ser el caso que B acepte en algún nivel un juicio de deber indepen- dar (i. e., que permiten reconocer la emisión de ciertos enunciados
diente de la formulación de mandatos). Me gustaría subrayar que esta c?mo la formulación de mandatos) no pueden ser fijados a su vez me-
observación reviste una importancia capital: significa de hecho que sólo di/ante un mandato s~n incurrir en un regressus ad infinitum (41). Más
es posible ejecutar el acto ilocucionario d~ «mandar» en un c?ntex~o aun: cuando la autondad no se reconoce incondicionalmente es decir
de autoridad (o asumiendo ese contexto) si se presupone la existencia c~ando no se acepta meramente que «Se debe hacer lo que m'ande A»:
o la aceptación de normas que no son explicables ~ ~~ vez en té~minos smo que «Se debe hacer lo que mande A en tales o cuales circunstan-
de la formulación de mandatos. Sin esa presuposiciOn sucede simple- c!as o con tales o cuales limitaciones», para poder decir que A está emi-
tlen~o un mandato hay que asumir que A formula un enunciado pre-
mente que «mandar>> (en un contexto de autoridad) es conceptualm~n­
te imposible. De esta conclusión se derivan importantes consecuencias tendiendo que B lo tome como muestra de su intención de inducir a
para la crítica de la «teoría prescriptivista acere~ ?e la gen~ración de B a hacer ?C en recono~i~iento de un deber de hacer lo que mande A
normas» que como vimos comparten la concepc10~ expresiva y algu- en determmadas condiciOnes y de que efectivamente concurren esas
nos partidarios de la concepción hilética (como Wemberger). Pero an- condiciones, y en virtud del reconocimiento por parte de B de esa in-
tes de desarrollar esa crítica en profundidad conviene mencionar, a ma- tención. Y lo 9ue e~o sig~ific~ una vez más, es que sólo es posible eje-
cutar el acto Ilocucwnano de «mandar» en un contexto de autoridad
yor abundamiento, un segunda complicación que presenta -o puede
mí!lima~ente complej?/ (o asumiendo ese contexto) presuponiendo la
presentar-la estructura del acto ilocucionario de «mandar» en un con-
e~1stenc1a ~ la aceptacw/n ?e. no~mas -como la que especifica en qué
texto de autoridad (o cuando se asume dicho contexto). circunstancias o con que hmltacwnes se admite que se debe hacer lo
Cuando distinguí entre «mandatos» y «juicios de deber» dije que
que A ordena, o lo que es lo mismo, qué cuenta como un genuino
un enunciado como «se debe hacer X», pronunciado por A, era un
mandato en ciertas condiciones: a saber, asumiendo que A lo formula
(41) Podría pensarse que el problema desaparece si A no utiliza una expresión como
pretendiendo que B lo tome como muestra de su intención de inducir «Se debe hacer X», pragmáticamente ambigua, sino una como «ordeno X» o «'haz X'»
a B a hacer X en reconocimiento de un deber de hacer lo que mande que eliminarían las dudas acerca de su «intención interna». Pero esa observació~ no a~u~
A y en virtud del reconocimiento por parte de B de esa intención. Pero 1~ .el valor del ar?umento ex~uesto. En primer lugar, la utilización de un «verbo expo-
por supuesto cuando A afirma «se debe hacer X» puede. no tener en sttlvo» en el sentido de Austm --es decir, de un verbo que expresa justamente la clase
absoluto esa intención (la «intención interna» característica de «man- de acto ilocucionario que está ejecutando el hablante al usarlo, como «Ordeno que ... »,
«~ando que ... », <~pr~meto que ... », etc.-, que en un contexto muy simple .puede fun-
dar»): es decir, puede no estar mandando, sino formulando por .s~ par- CI~nar c?mo el entena d~ _reconocimiento del que se está hablando, depende ya de la
te un juicio de deber, con lo que no pretende que su formulacwn. ~ea eXIstencia de una convencwn que no puede ser creada a su vez mediante un acto de ha-
tomada por el destinatario como (parte de) una razón para la accwn. bla de~ tipo al9ue se refiere el expositivo en cuestión. Y en segundo lugar porque, como
La dificultad radica en que el destinatario B puede tener la duda de se vera ensegmda, en un contexo de autoridad mínimamente complejo no se admite me-
si A está mandado o formulando un juicio de deber -es decir, si está rament~ que «Se ~e.be hacer lo que mande A», sino que «Se debe hacer lo que mande

actuando como autoridad o no--; y como puede malinterpretar la in- A en ctertas condiCIOnes o co~ .ci.ertas limitac~ones»: este juicio de deber tiene que ser
lo que antes he llamado un «JUICIO de deber mdependiente de la formulación de man-
tención característica que A pone de manifiesto, es posible que cr.ea datos» (o tiene que depender, al final de una cadena con más o menos eslabones de
que sucede lo primero cuando está suce.dien~o lo segundo ,0 a 1~ n:- un juicio de deber de esa clase); y en ese contexto «emitir un mandato de autoridad»
versa. Para evitar este problema es preciso disponer de algun cruerw sól? es conceptualmente posible si el hablante asume entre otras cosas que el destina-
de reconocimiento que cuente como señal aceptada que indica cuándo tano acepta una norma no explicable en última instancia en términos de la formulación
está mandando A. Pe~o la existencia de ese tipo de criterio desenca- de mandatos (que es lo que se trata de demostrar).

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

«mandato de autoridad» de A (42)-que no son explicables a su vez


que tiene (es .decir, en qué términos se define esa superioridad desde
en términos de la formulación de mandatos. el punto de v1st~ de su «intención interna») (45).
Nada de esto sucede en el contexto mucho más simple de los man-
. Lo que m~ .~~teresa subrayar en cualquier caso es que las condi-
datos basados en (la asunción de) una situación de superioridad TI:n-
ciOnes de J?O~Ibihdad del acto ilocucionario de «mandar» son profun-
dada en la mera coacción (43). La superioridad meramente coactiva
d~~ent~ distmtas en uno y otro supuesto. MacCormick nos propone
es un dato empírico: para que exista (o para asumir que ~xiste) no es distmgmr entre actos de habla «formales» e «informales»: los actos de
preciso aceptar o presuponer que se acepta norma de mngua clase. habla formales -c~mo mandar en un contexto de autoridad o prome-
Por consiguiente para poder decir que A está mandando basta en este ter- ~resuponen Ciertas reglas, resultando lógicamente imposibles en
caso con que formule una expresión pretendiendo que B la to~e ~omo ausencia de ellas; los actos de habla informales- como mandar en un
muestra de una intención de inducir a B a hacer X en reconocimiento contex~o me~~mente coactivo, ~ asegurar a alguien que se hará algo
de la capacidad material de A de infligirle algún mal en caso c~ntra­ con la mtenc10n de .que ese algmen tome esa expresión como garantía
rió (44) y en virtud del reconocimiento por parte de ~ de esa mten- de que su expectativa d~ que lo hará está bien fundada, pero en un
ción. Si se recuerda la distinción que se presentó antenormente entre contexto ~n el que no ex.Istiendo la práctica de la «promesa» no existe
un mandato «apropiado» y uno que no lo es (pero que no obstante si- u.~ mecamsmo de expresión y reconocimiento indubitado de esa inten-
gue siendo un mandato), se comprenderá con facilidad que un man- c~on (46)- son perfectamente posibles sin necesidad de presuponer
dato de autoridad que no es apropiado como tal (porque A asume que nmguna clase de regla conceptualmente previa (47). Por tanto no to-
B acepta que se debe hacer lo que A mande, cuando en realidad no d?s los actos de habla deben ser explicados en términos de normas pre-
es ése el caso) puede sin embargo ser apropiado como mandato pura- vms.
mente coactivo (porque de todos modos sí existe la superioridad ~a­ Pe~o .la idea capital a la horu de apreciar el punto débil de la teoría
terial necesaria para ello). Pero lo decisivo a la hora de determmar prescnp.tiva de la genera~ión. de normas -que comparten Alchourrón
qué clase de acto ilocucionario ejecuta el hablant~, si la ei?isión de un y Bulygm Y ~lgunos partidanos dela concepción hilética como Wein-
mandato de autoridad o de uno meramente coact1vo (con mdependen- berger- radica en que el tipo de acto de habla que se nos propone
cia de si es o no apropiado como lo uno o como lo otro) no es qué com? creador de normas es un acto de habla formal: y por consiguien-
tipo de superioridad tiene efectivamente el hablante, sino cuál asume te, s1 todo acto de habla formal presupone conceptualmente ciertas re-
glas previas, la afirmación de que no toda regla puede haber sido crea-
(42) Nótese que la norma que en este caso es necesario presuponer para_ formular
un mandato de autoridad, en la que cabría pensar como «norma de competencia» o nor- (45) _Co~o s~ sabe Kelsen sostiene que el «sentido subjetivo del acto de ordenar»
ma «que confiere potestades», puede ser presentada sin may_or dificult~d desde el punto [der subjektzve Sznn des Befehlsaktes] es en todo caso que el destinatario debe compor-
de vista de quien tiene que aceptarla como una r~gla regu!atwa o «q~e. Impone deberes» tarse d~l mod? ~ue la orden establece, si bien sólo se puede decir que ése es además
cuya condición de aplicación remite a la satisfacción de ciertas condiciOnes (~ue son las el «sent~do obJ~hvo» d~l acto de ordenar cuando el que manda está autorizado para ha-
que definen el ámbito en que puede ejercerse «válidamente» esa co~petencm o p_otes- cerlo (vid. _P· eJ., Teorza Pura del Derecho, 2.• ed., cit., p. 21; Allgemeíne Theoríe der
tad). Creo que ello abona la tesis de que las normas de competencia o que confieren Normen, cit., pp. ~1-22). Presc~ndiendo ahora de la segunda parte de esa afirmación,
potestades pueden reformularse -o ser vistas desde otra óptica- com~ re~las regula- creo ~u~ lleva razon MacCormick cuando afirma que, a la vista del diferente tipo de
tivas, pero no entraré a desarrollar esa posibilidad (de todos modos, VId. znfra, notas s~penondad que el hablante asume en su «intención interna» en un mandato de auto-
531 y 543 de esta parte II). . nda~ y_en uno meramente coactivo, sólo en el primer caso puede decirse que el sentido
(43) Repito una vez más que coacción y autoridad pueden darse asoCiados (y pro- «~UbJetlvo» de_ su orden es qu~ el_destinatario «debe» comportarse del modo ordenado:
VId. MacConruck, «Legal Obligat10n and the Imperative Fallacy», cit., p. 111.
bablemente será lo que suceda en la mayor parte de los casos); por eso debo acla!~r
que cuando hablo de contextos de mera coacción -o incluso de contextos de coacc10n . (46) No tenemos un nombre específico para ese acto de habla que sería el correlato
a secas- me refiero sólo a aquellos casos (como la clásica «situación del asaltante» har- I?formal de~ acto de habla de «prometer» y quizá ello complique la comprensión intui-
tiana) en los que no hay el más mínimo elemento de una relación de autoridad. tiVa del fenomeno al que se está haciendo referencia. Espero que resulte más claro en
el apartado 8.4.1, cuando se analice la institución de la promesa.
(44) Sobre el concepto de coacción y la diferencia entre «amenazas» y «ofertas»,
vid. las referencias bibliográficas cit. supra, en la nota 205 de la parte I. (47) ~fr. MacCormick y Bankowski, «Speech Acts, Legal Institutions and Real
Laws», clt., pp. 123-128.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

coactivos)
to. y creo que merece la pena examinarla con algu~ n det emmien-
. .
da mediante un acto de habla (formal) creador de reglas se convierte
en una cuestión de pura lógica. Para decir que exiten normas creadas Cuando decimos que un acto de habla h
mediante un acto de habla formal como «mandar en un contexto de una norma estamos dando or s a «creado» o «generado»
autoridad» hay que presuponer otras normas que no pueden haber sido que posee una cierta d :p ~ upuesto que la norma «creada» es algo
uraczon o permanencia no . ~
creadas también de esa manera (48). Lo más que se puede admitir es neo como el acto de habla que la co t't u~ suceso mstanta-
Ah
que algunas normas son creadas por mandatos de autoridad: pero esas ga sentido hablar de esa duración ns 1 uye. _ora bien, para que ten-
normas son conceptualmente secundarias o derivativas respecto a otras factores' de los cuales el primero ofpermanencia han de concurrir dos
cuya «existencia» o «realidad» tiene que ser explicada necesariamente acto de habla y el segundo con la I~ne. 9ue ver con el contenido del
en otros términos. Por consiguiente el fallo de la teoría prescriptivista tinatario. Al menos desde Austin :: ~~~~7 J.n~~e el. hablante y el des-
acerca de la generación de normas no consiste simplemente en que como mandato abstracto (un mandato d ~;. Ingu~r entre una norma
sólo da cuenta de la creación o la existencia de algunas normas (y no situaciones) y una orden como mand t e rea Izar a go en una clase de
r a o concreto (un mandato d
de cualquier clase de ellas): consiste en que, incluso en ese caso, toma Izar a1go en una situación determinada) (52)· 'd e .rea-
como fenómeno primario lo que en realidad es conceptualmente deri- ra condición para poder decir que un acto dee~Ia~l~t~mente 1~ pnme-
vativo o secundario (49). norma como algo que posee una cierta dura . ~ a «ere~ O» una
Quien sostenga que «la opinión según la cual las normas son crea- el contenido de ese acto de habla sea ~on o permanencia es que
das mediante actos de mandar es correcta» (50), o que «mandar da lu- dato concreto (53). Pero no basta co~~:an ato ab~tracto, no ~n man-
gar a la existencia de las normas» (51) puede no obstante intentar de- vida de una prescripción es [.. J. la d ~~Como die~ von vy;:Ight, «la
fenderse de la crítica que se acaba de exponer, aunque seguramente su emisor y su(s) destinatario(s) (54)~~acwn d~ la vznculaczon» entre
al precio de aceptar ciertas modificaciones en sus tesis originales. Esta vacados de una autoridad odrán . os n;tan atos abstractos no re-
hipotética réplica tendría que ver con la posibilidad de crear normas tes» en la medida en p . ser consi~erados normas «existen-
dad (55)· 1 d que subsista esa relación o práctica de autori-
mediante actos de habla informales (como los mandatos meramente ' os man atos abstractos no revocados de quien manda sobre
----
(48) Cfr. MacCormick y Bankowski, op. cit., p. 128; y Jan de Greef, «Conventions
2 vols. (1861-1863), 5." ed., R. Campb~~ls(p:~)e(nGcel or ~he Ph.ilosophy of Positive Law,
(52) Cfr. John Austin Lectures on J · d
norrnatives et perforrnatives», en P. Trappe (ed.), Conceptions Contemporaines du KG, 1972); lect. I. · ashutten 1. T.: Detler Auverrnann
Droit. Actes du 9o Congres Mondial de l'IVR (Basel, 1979), ARSP Supp. vol. I, parte
l?s ernplea~os de un banco que entreguen el d~s, cit.~ p. 80: «[S].I ~n gángster ordena a
1." (Wiesbaden: Franz Steiner, 1982), pp. 187-198. (53 ) Cfr., p. ej., Ross, Lógica de las norm · .
(49) Podría resultar sorprendente que Weinberger y MacCorrnick no coincidan en
este punto fundamental si se tiene en cuenta que uno y otro han visto entre sus respec- tlvo. Esta situación puede describirse en térmi:ero, ~sto_s ?urnpliran o no con tal direc-
ne lugar, y no hay sitio para un térmi os¡sicologicos corno un suceso que tie-
dición permanente. ¿Qué podríamos n~e;~; se ~e ~r~.~ un estado de cosas, a una con-
tivas posturas teóricas un grado tal de proximidad corno para animarse a agrupar varios
de sus escritos bajo un rótulo que sugiere la autoría común -aun habiendo desarrolla-
do cada uno su contribución separadamente- de una teoría global unitaria ( Grundla- adquirido existencia una norma en uqn se t'ddecdu SI diJerarno~ que en esta situación ha
nI o e permanencia?~
. ~.
(54) N '
gen des Institutionalistischen Rechtspositivismus, cit. [1985]; An Institutional Theory of 55) ?rma y acción, cit., p. 132 (la cursiva es mía)
Law, cit., [1986]). A mi juicio -aunque éste no es momento para detenerse en ello- . ( Digo «en la medida en que subsista 1 ., . , .
en ese aunamiento es mayor la voluntad de encontrar coincidencia que la coincidencia nendo indicar que lo que cuenta no e e~a r~ acwn o practica de autoridad» que-
ridades, ni la «Continuidad de su volu:ta~>~.o~t~n~Idad de ciertos individ~os como auto-
1
real (aunque indudablemente ésta exista en cierta medida). En lo tocante al punto que
se acaba de discutir Weinberger y MacCormick afirman que su concepción «es sustan- habla formales ni siquiera es irnprescindibl 1 echo, cu~ndo nos refenrnos a actos de
nuidad- de esa voluntad: se uede decir e a co~cu~re_ncw -ergo menos aún la conti-
cialmente común, aunque con algunos puntos de divergencia»: cfr. An Institutional
Theory of Law, cit., p. 14: Bankowski ha destacado recientemente la falta de una per- bla de que se trate cuando ha ~e uido . ¡ue un m.di~Iduo ha ejecutado el acto de ha-
significación que se le atribuye 1ncl Cier o pr?cedumento convencional conociendo la
fecta coincidencia entre los puntos de vista de Weinberger y MacCorrnick: cfr. Z. Ban- ·t , uso no temendo -o desapa · d .
kowski, «lnstitutional Legal Positivisrn?», en Rechststheorie, 20 (1989), pp. 289-302, es- SIS e e1 «efecto» convencional del acto d h bl . recien o lllientras sub-
típicamente ~stá presente en la realizacfónadead~J~cutad~ !a intención o voluntad que
pecialmente pp. 297-298.
(50) Weinberger, «Ün the Meaning of Norrn Sentences ... », cit., p. 467. son, «<ntentwn and Convention in Speech A tIC o acto; VId. a~ respecto P. F. Straw-
c S», en Phllosophlcal Review, 73 (1964),
(51) Alchourrón y Bulygin, PFLN, p. 455.
275
274
JUAN CARLOS BAYON MOHINO
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

la base de una situación de superioridad coactiva podrían ser vistos que no todas las normas son creadas t "
como normas «existentes» en la medida en que perdure esa situación. a la que, en cualquier caso uiz" a ;aves de mand.atos (objeción
Quizá muchos consideren inapropiado decir que un mandato coactivo
(aunque sea abstracto y aunque la relación de superioridad no sea mo- sentido am lísimo ca ·
'¡;
sanchar la significación de ide~ ~ podnadhacehr frente Intentando en-
e «man ar» asta entenderla en un
mentánea sino continuada) «crea una norma», pensando más bien que te de un in~ividuo d~az, p. eJ.' de dar cuenta de la aceptación por par-
una norma moral o de la ado . "
de «creación de normas» sólo puede hablarse en contextos de autori- de del tipo de actitud crítica que ha de d pcwn por ~u parte
dad (56). Pero en cualquier caso a esa objeción cabría replicar -lo miembros de un grupo para poder d . arse. en un~ plurahdad de
que hago tan sólo a efectos de seguir explorando el argumento- que cial de tipo consuetudinario) (57) s"ecu quede~Iste en el una regla so-
se trata de un mero problema de reglamentación verbal: después de ción complementaria de que inclu~o \;:~Jo na contestarse a la ?bje-
todo, si quien manda en un contextb coactivo pretende que el desti- actos formales de creación de ( rmas que se crean mediante
natario tome la emisión de su mandato como una razón para actuar conceptualmente secundarias o ~~:~:~iv:andatos de autoridad) son
en virtud de consideraciones prudenciales, ¿por qué no decir que dan- existencia o realidad tiene que ser expr1 J
con res~ecto a otras cuya
do un mandato abstracto se ha «creado» una norma que «existe» du- nos distintos de la formulación de ~ a ne~esan~mente en térmi-
rante todo el tiempo en que sigue siendo prudencialmente racional para matización de que estos últimos man~=~ atos: adstana con a~~itir la
el destinatario hacer lo mandado -cada vez que se dé la situación datos de autoridad. os no pue en ser tambzen man-
correspondiente- porque sigue subsistiendo esa situación de superio- A mi juicio esta posible defe d 1 "
ridad coactiva? t
de la generación de normas no ~:a e ~fona prescriptivista acerca
Supongamos por consiguiente que no carece de sentido decir que deración va a servir para introducira~e~ a ·~· Pero su toma ~n consi-
un acto de habla informal (como mandar en un contexto de mera coac- filándose poco a poco a lo largo--de est a;Ia~ ~. eas qu~ aunque Irán per-
ción) puede crear o generar normas. Si ello es así, desaparecería en te desde ya mismo Para e e ra aJo, conviene tener en men-
este caso el problema de regressus ad infinitum que afectaba a la idea tame~te lo que qu.ieren d:Cfre~fch~~;~os p~gfn~arnos qué es. exac-
de que las normas son creadas mediante actos de habla formales: lo que SI p ha sido mandado n Y u ygm cuando afirman
que tendríamos ahora sería un tipo de acto de habla potencialmente
generador de normas que no presupondría a su vez normas de ningu- f)e:s ovb~!~~~::ao· (Lena respuesta
un sen~~~ x;~:~:~~ar~:~fv~i~i~~ :~~~;~~~~
viene dada p 1 · · .
na clase. Si se acepta tal cosa, el partidario de la teoría prescrip~iva a pesar de su extensión creo que conviene r~prr~d SI~mente ~asaJe: que
acerca de la generación de normas tendría en su mano la posibilidad uc1r en su mtegndad:
de reconstruir su argumentación alegando que aunque es cierto que la
creación de normas mediante mandatos de autoridad -como acto de «Si a un individuo y le ha sido mandado or . .
habla formal- presupone otras normas que no pueden haber sido crea-
das a su vez de ese modo, estas últimas podrían haber sido creadas me-
:;s;::~~~"!c:s:~t~~~~~ ~:~~:·;~!f:~~~~ jis ~J~:~~=~~~:;;;~~js;~ ~=:
diante un acto de habla informal-como los mandatos en un contexto ~=~~or::gh~:0SUn 0obhlaicgaci1ón es relati~a a ~~t~a~~~~~~~~~fd~~b;~;:~ ~i
L' J er o que se exige de él d '
de mera coacción-, que no presupone a su vez normas de ninguna cla- tión completamente distinta. No d . p~r parte e. x e~ "una cues-
se. Y de ese modo, aun dejando por ahora al margen la objeción de lizar p simpliciter. Quizá deber om~~Imos qu~ tiene la obligacwn de rea-
que es mucho más importante ar ~{ en VIrtud de alguna otra norma
pp. 439-460. En cualquier caso todas estas complicaciones remiten a un análisis más com- tienen completamente sin cuida~o ~ e quedlos mandatos de x; quizá le
. os man atos de x; no obstante sigue
pleto de la idea de autoridad y de la estructura de los razonamientos prácticos ligados
a ella que emprenderé más adelante y del que por ahora es mejor prescindir. (57) Personalmente no creo que ese« h .
(56) Eso es, p. ej., lo que diría Kelsen: un acto de voluntad'-mandato, orden- dar» en el que confían tanto Alchourró en~a~c ~miento» de .la significación de «man-
cuyo «Sentido subjetivo» es un deber ser produce una norma si y sólo si ése es además de la existencia de normas consuetudin~rÍa u Y?~n como Wemberger para dar cuenta
su «sentido objetivo», lo que sucede únicamente cuando quien manda está autorizado aceptables; y tampoco creo ue sirva a s-VI .' supra, nota 27- arroje resultados
para hacerlo: vid. Teoría Pura del Derecho, 2." ed., cit., pp. 21-22. de su aceptación por un ind~iduo. D~ tradcarallctenzar a las ~or~as morales ni al hecho
0 0
e 0 me ocupare mas adelante.
276
277
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

siendo cierto [true] que con arreglo a los mandatos de x tiene la obli- presente la distinción fundamental entre un juicio de deber dependien-
te de la formulación de mandatos y una proposición normativa. El con-
gación de realizar p (58).
cepto de «proposición normativa» conecta con un buen número de di-
Nótese que al afirmar que y no tiene la obligación de realizar p si.m- ficul~ades -que tienen que ver con la adopción de diferentes puntos
pliciter Alchourrón y Bulygin aluden a dos c~sos completamente .d.Ife- de vista ante las normas y por consiguiente con la distinción entre di-
rentes. En el primero -aquél en el que y piens~ que «debe omitir f fer~ntes clas~s de enunciados a propósito o acerca de ellas- que no
en virtud de alguna otra norma que es mucho mas Importante para el sena sensato mtentar resolver de una vez: pero siguiendo (como he he-
que los mandatos de x»- podría decirse qu~~ «Se debe hacer p» es un cho en otros lugares de este trabajo) una estrategia de aproximaciones
juicio de deber (dependiente de la formulacwn d~l mandato de x) que sucesivas, trataré de introducir ahora algunas distinciones básicas en
y acepta, pero no como concluyente, como expresivo d~ un deber «tras l~s qu~ ~e apoyaré de~~ués para articular un análisis más completo y
la consideración de todos los factores relevantes», smo merament~ sistematlco de esa nocwn (59). Cuando y no acepta (1) ni tampoco
como un deber prima facie que puede ser -y en e~te caso ~es .efecti- (1 ') está claro que un enunciado como «Se debe hacer p» o «existe la
vamente- desbancado 0 sobrepasado en su razona~w~to practico PSr obligación de hacer p» -que en este momento consideraré equivalen-
otro de más peso. La estructura del razonamiento practico de y no sena tes (60)- no puede expresar un juicio de deber (dependiente de la for-
mulación de.mandatos por parte de x) suscrito por y. Creo que enton-
RP1 1) se debe hace lo que mande x (simpliciter) ces el ~nunc1ado «se debe hacer p» -o «y debe hacer p»- sólo pue-
de ser mterpretado de estas tres maneras: a) como un genuino juicio
2) x ha mandado p
3) se debe hacer p (simpliciter) de deber suscrito por y, pero independiente de la formulación de man-
datos o, en todo caso, dependiente de la formulación de los mandatos
de un emis?r distinto de x (respecto del cual sí acepta y un juicio de
sino debe: del tipo de [1] o de [1 ']); b) como un genuino juicio de deber
RP1' 1') se debe hacer lo que mande x (ceteris paribus) suscnto por un tercero, w, que acepta respecto de x un juicio de deber
como (1) o como (1') y que considera -y así lo expresa en su juicio
2') x ha mandado p de deber- q~e el man~at? p formulado por x es aplicable a y; o e) co-
3') se debe hacer p (ceteris paribus) mo un enuncmdo descnptlvo, que expresa una proposición normativa.
De esas tres posi.bilidades podemos dejar a un lado la primera, ya
En este supuesto y considera que su deber «tras la .consid~ración
q.ue lo que estamos mtentando aclarar ahora es qué puede querer de-
de todos los factores relevantes» -y no meramente pr~ma .Jacze o ce- Cir que «no obstante [el hecho de que a y' le tienen sin cuidado los man-
teris paribus- es omitir p: pero no porq~e no acepte (_1 ) '.sino porque datos de x'] sigue siendo cierto que con arreglo a los mandatos de x
en su razonamiento práctico (1') compite con otro.s JUICIOS de deber tiene la obligación de realizar p».
relativos a actos genéricos que en este caso y considera que prevale- L.a segunda posibilidad nos recuerda que los genuinos juicios de de-
cen sobre (1'). ~ ber siempre se fo:mulan desde el punto de vista de alguien, y que des-
Un caso completamente distinto es aquél en el que Y no solo. no de ese punto de VIsta el deber en cuestión no recae sólo sobre aquéllos
acepta (1), sino tampoco (1'), es decir, aquél en el que ~co~o dicen que también suscriben el mismo juicio de deber. Todo ello no es sino
Alchourrón y Bulygin- a y «le tienen completamente sm cuidado los
mandatos de x». ¿Qué puede querer decir en este segundo supuesto
que «no obstante sigue siendo cierto que con arreglo a los mandatos (59). Vid. también la referencia al concepto de «enunciados imparciales» o no com-
de x tiene la obligación de realizar p»? En este punto hay que tener prometidos en la Introducción de este trabajo (apartado 1)».
(60) Sobre la .distinci?~ entre «tener una obligación» y «deber hacer» vid. infra, apar-
t~d~ _7·5: Para mis propos1tos en este momento creo que puede prescindirse de la dis-
tmcwn sm que la argumentación quede afectada por ello.
(58) PFLN, pp. 455-456.
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278
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

una a licación de lo que se dijo al fin~l de la primera parte de este hacer p» (en relación a los mandatos de x) son, en boca de z, enun-
trabaj~ acerca de la lógica del «modelo mterna~Is~a.» en cuanto al con- ciados descriptivos; pronunciados por w, son genuinos juicios de de-
ce to de razones para actuar, ya que con los JUIC~os de deber el ~~a­ ber. Si decimos, con Alchourrón y Bulygin, que si x ha mandado p en-
bl~nte expresa precisamente la «existenci~» de -I .. e., su aceptaciOn tonces es cierto o verdadero [true] que «Se debe o es obligatorio hacer
de_ ciertas razones para la acción (o meJor: una ciert~ es~ructura de p (en relación a los mandatos de x)», resulta evidente que este enun-
r
prioridades relativas entre las mismas). T~l como exp~Iqu~ entonces, ciado -en el contexto en que a y «le tienen sin cuidado los mandatos
· habla desde un conjunto subJetivo de motiVaciOnes, aun- de X» y quizá a z también- no puede ser entendido como un juicio
siempre se f ( · 'b' lo) el con
que por supuesto se puede describir desde uera sm suscr~ Ir . ~- de deber formulado por w, ya que entonces no se podría decir de él
· to subjetivo de motivaciones de otro o incluso reflexiOnar hipote- de ninguna manera que es verdadero o falso. Si puede ser verdadero
{f:amente desde éste (ya sea el de un sujeto real o el .de .uno mera- o falso tiene que ser un enunciado descriptivo, aunque quizá se trate
mente hipotético) sin aceptarlo y convertirlo por consiguiente en el de uno de esos enunciados descriptivos que formula z acerca de los jui-
propio. h cios de deber que suscribe o suscribiría w. Esta última observación nos
Ahora bien, lo que eso quiere decir es que «Se debe acer p» o «Y lleva a la contemplación de la tercera de las posibilidades que enume-
debe hacer p» (a la vista de que x ha mandad'-" ¡1 a y, o a una clase de ré de entrada, lo que nos obliga a preguntarnos qué debe entenderse
su. etos entre los que w considera que se encuentra y) pueden ser o exactamente por «proposición normativa»: como veremos, el proble-
·J · · · · de deber formulados por w -que acepta respec-
biedn genuu~o~ J.UicdiOsd ber como (1) o como (1')- o bien «juicios en- ma radica en que los términos en que generalmente se concibe dicha
to e x un JUICIO e e · d' ·d noción no sólo no son demasiq.do exactos, sino que pueden resultar in-
trecomillados» (en el sentido de Hare) con los que otro. m IVI u~, z, cluso francamente desorientadores.
0
bien describe los juicios de deber que w suscnbe, o bien reflexi~na
hipotéticamente (es decir, sin suscribid~) desde su punto de v~sta Las proposiciones normativas son concebidas con frecuencia como
-ésto es desde el punto de vista de alguien que com~ ~ .(ya sea. este el significado de enunciados descriptivos de caracter metalingüístico
un sujet~ real 0 hipotético) acepta respecto de x un JUICIO de deber respecto a otros enunciados -no descriptivos- en los que se expre-
como (1) 0 como (1') y que toma nota además del hec~o de que x ha san o formulan las normas. Pero esa caracterización presenta varios in-
mandado p a una clase de sujetos y de que y es un miembro de .esa convenientes. El primero consiste en que parece estar pensada única-
clase, con independencia de que el pro~io w, .si se trata. de un sujeto mente para aquellos casos en que las normas se crean mediante la emi-
real haya 0 no reparado en estas dos últimas cucunstancias. Al menos sión de un mandato o prescripción, es decir, mediante la realización
en ~lguno de los casos mencionados (61), «se debe hacer p» o «Y debe de un cierto acto de habla. En esos casos contamos obviamente con
un enunciado -lenguaje objeto- acerca del cual podemos formular
) La salvedad tiene que ver con la distinción entre lo q~e Richards l~ama propo- otros enunciados -meta-lenguaje-, siendo el caso que un cierto acto
(61 . d · · R z enuncmdos normativos «puros»
siciones normativas «primanas» y « envatiVaS», o a . . 20 22· ilocucionario realizado mediante la emisión del primero en determina-
. · Cf D A J Richards A Theory of Reasons for Actwn, cit., PP· - , das condiciones o en un determinado contexto «crea» o da su «existen-
o «aplIcatiVOS». r · · · · ' . ·d también G H van
J Raz The Concept of a Legal System, 2. a ed.' cit.' p. 49 ; VI . : .' . cia» a una norma. Pero hay normas que no han sido creadas de ese
Wri h; «The Foundation of Norms and Normative Statements», .en K: A?~uk1ew1~~
(ed The Foundation of Statements and Decisions (Warszawa: P?hsh Scient~fic Pu~hs
3 modo ni «existen» en esos términos, como las reglas sociales de tipo
her~,.1965), pp. 351-367 [ahora en van Wright, Practica! Reason, cit., PP· 67-8 'por an- consuetudinario: respecto de ellas no hay ningún enunciado que pue-
de se cita, p. 69] . . .
Las «proposiciones normativas derivativas» o los «enunciados n~r~at1~os .a~h~atl­ pendientes de los mandatos que ha formulado x. Un análisis en profundidad de esta
0
vos» son enunciados interpretativos -acerca de qué es lo mandado P 0 e SI e e idea sólo puede abordarse si se pasa de la consideración de un modelo extraordinaria-
no entenderse que un sujeto (y) está incluido en ~a :lase dse sujeto~:t~o~:~as~~:s i~~:~ mente simplificado como el que estoy manejando, en el que se reflexiona sobre normas
da ue - ue pueden no ser meramente descnpt1vos. egur~II_I. aisladas, a otro mucho más complejo en el que se tomen en cuenta sistemas normativos
ducfr etmis!o matiz para distinguir entre diferentes clases de JUICIOS de deber de w de- suficientemente ricos.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

da ser visto como su formulación o expresión canónica (62) o cuyo uso que ~er en absoluto con la realización por parte de alguien de un de-
en ciertas condiciones pueda ser señalado como determinante del co- termmado. act? de habla, como sucede en el caso de las reglas sociales
mienzo de su existencia. Si admitimos que también tiene sentido for- consuetudmanas). Las proposiciones normativas se refieren a normas
mular enunciados descriptivos -cuyos significados serían proposicio- como fenómen~s con una existencia o permanencia, no a enunciados
nes normativas- acerca de esta clase de reglas, necesitamos revisar o como construcc1?nes lingüí~ticas ni a actos de habla (aunque sean ex-
matizar esa caracterización inicial que los concibe como enunciados presables a traves de los pnmeros y, en determinados contextos pue-
dan ser creadas a través de los segundos). '
meta-lingüísticos acerca de otros enunciados no descriptivos.
Incluso en el caso en que las normas son creadas mediante la rea- No obstante, tampoco suele llamarse «proposición normativa» al
lización de un cierto acto de habla en determinadas condiciones, pa- significado de cualquier posible enunciado descriptivo acerca de nor-
race que a lo que se refieren los enunciados descriptivos cuyo signifi- mas, sino al de una cierta clase de ellos. Existe una enorme variedad
cado son las proposiciones normativas es a las normas creadas -es de- de posibles enunciados acerca de normas indiscutiblemente descripti-
cir a algo que tiene una «existencia», una duración temporal-, no a vos (63), como
lo; enunciados -como meras series bien formadas de símbolos lingüís- d) «la norma N (N = "se deb.e hacer p") es generalmente obede-
ticos- cuyo uso en cierta forma y en determinadas condiciones las cida», o
crea, ni meramente al hecho de haberse emitido un enunciado de ese e) «la norma N (N = "se debe hacer p") no se ha modificado en
tipo o de haberse realizado al usarlo un determinado tipo de acto de el último año», etc.
habla. Acerca del enunciado «se debe hacer p» pueden formularse
enunciados metalingüísticos de caracter descriptivo como entre cuyas condiciones de verdad se cuentan la existencia de una nor-
ma y algún otro hecho (que la norma existente sea generalmente obe-
a) «"se debe hacer p" es un enunciado sintácticamente bien forma- decida; que la norma existente no se haya modificado en el último año
do» etc.). Pero hay otro tipo de enunciados descriptivos acerca de norma~
cuya única condición de verdad es precisamente la existencia de una
y acerca del hecho de que alguien ha emitido un enunciado como «se nori?a (64): el sign~ficado de esos enunciados es una proposición nor-
debe hacer p» o ha realizado al usarlo cierto. acto de habla se puede mativa; su referencia, el hecho de la existencia de una norma.
sin duda formular otros enunciados descriptivos como · El problema radica en que la forma normal de expresar esa clase
específica de enunciados cuyo significado es una proposición normati-
b) «X ha dicho que "se debe hacer p"», o va en sentido estricto es -a pesar de ser enunciados descriptivos-la
e) «X ha ordenado: "se debe hacer p"», que hace uso de términos deónticos como «se debe», «es obligatorio»,
etc. (65). En el caso de reglas que se han creado usando de cierta for-
pero lo que suele entenderse por «proposición normativa» ~o es desde
luego el significado de un enunciado como (a), (b) o (e), smo de uno .. (63) _Cfr._ Kazimierz Opalek, «Les normes, les énoncés sur les normes et les propo-
relativo a una norma (que puede existir o bien porque, entre otras co- Sitl~ns deontlques_»,_ en Archive~ de_~hilosophie du Droit, 17 (1972), pp. 355-372, p.362;
sas, x ha ordenado «se debe hacer p», o bien de un modo que no tiene Y~ccardo G~a~t1m, «Üsservaz10m m margine» [a la trad. it. de Bulygin, «Norms, nor-
m,atlveyropositl?ns and lega! st_at_ements», cit.], en P. Comanducci y R. Guastini (eds.),
L_ anabsz del ragwnamento gzurzdzco. Materiali ad uso degli studenti (Torino: Giappiche-
(62) Este dato debe hacernos pensar en que la distinción entre propo~iciones nor- lli, 1987), pp. 42-43.
mativas «primarias» y «derivativas» de la que h~ hablado e~ la_ ~ota anter~or no puede (64) Vid. la diferencia entre enunciados normativos «directos» e «indirectos» en Raz
aplicarse por igual a reglas que «existen» a partir de la realizac10n _de un cier;~ acto de The Concept of a Legal System, 2.a ed., cit., p. 49. El enunciado normativo «directo>:
habla en determinadas condiciones -usando a tal efecto un enuncmdo especifico-- Y a es aquel cuya única condición de verdad es la existencia de una norma· el «indirecto»
reglas sociales de tipo consuetudinario. Como trataré de ~o~trar ~ás adelante, proba- aquel entre cuyas condiciones de verdad se cuenta la existencia de una 'norma. '
blemente todas las proposiciones normativas acerca de este ultimo tlpo de reglas son «de- (65) La ambigüedad sistemática de los enunciados deónticos constituy~ un proble-
rivativas».
283
282
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

hechos. Por consiguiente el enunciado (g) -«existe la norma N


ma y en determinado contexto un enunciado -«formulación norma- (N ==. "s.e debe hacer p~')»- significaría lo mismo que otro enunciado
tiva»-, el enunciado descriptivo cuyo significado es la proposición nor- descnptlvo bastante mas complejo como
mativa puede incluso ser idéntico al enunciado que acabo de llamar
«formulación normativa». Ello quiere decir que para entender qué es i) <<X ha ord~na?o p -que es un mandato abstracto- a y; x tiene
exactamente lo que describen los enunciados cuyo significado es una s~b!e y un~ supen~ndad de tipo coactivo duradera y le amenaza con in-
proposición normativa y que normalmente hacen uso de términos fligirle algun mal s1 no realiza p; a la vista de la superioridad coactiva
deónticos conviene reformularlos o traducirlos a otra expresión equi- de ~ es ~;udencialmente racional para y realizar p cada vez que se da
valente cuyo caracter genuinamente descriptivo resulte perceptible de la s1tuac10n correspondiente»
inmediato. Pero ni esa reformulación es en absoluto sencilla ni siem-
pre está claro que el enunciado reformulado sea verdaderamente des- Ahora bien, si el enunciado (f) -«se debe o es obligatorio hacer
p»- es un enunciado descriptivo que expresa una proposición norma-
criptivo. tiva y que como tal es equivalente a (g) -«existe la norma N (N == "se
Si un enunciado como
debe hacer p")»-, entonces el significado de (f) en este caso no es
f) «se debe -o es obligatorio- hacer p»
otro que el significado de (i). Por otra parte un enunciado como (h)
-«la norma N (N == "se debe hacer p") es válida»- carecería de sen-
no es un mandato ni expresa un juicio de deber, sino que es un enun- tido. en este contexto. Como ~nunciados meramente descriptivos -y
ciado descriptivo que expresa una proposición normativa, podría ser no siempre lo son- los enunciados acerca de la «validez» de una nor-
ma sólo tienen sentido en el casó de creación de normas mediante ac-
reformulado -manteniendo su significado- como
tos de habla formales: describen precisamente el hecho de que el acto
g) «existe la norma N (N = "se debe hacer p")» de habla ha sido «afortunado» en el sentido en el que Austin entiende
esta expresi~n, es decir, el hecho de que se ha ajustado a las reglas
qu~ convenciOnalmente definen en qué circunstancias o con qué limi-
o quizá como taciOnes se produce el efecto -igualmente convencional- pretendi-
h) «la norma N (N = "se debe hacer p") es válida» do (66). Como mandar en un contexto de mera coacción es un acto
de habla informal, la formulación de enunciados como (h) acerca de
Ya vimos de qué modo podría explicarse en qué consiste la «exis- ese contexto carece de sentido (a no ser que sea vista como una forma
tencia» de una norma creada por un mandato en un contexto de mera ling.üísticamente. muy extrava~ante de decir meramente que la norma
coacción (suponiendo que se admita la estipulación terminológica se- «existe»'. entendiendo esta afumación en los términos reseñados).
gún la cual efectivamente es admisible decir en ese caso que se ha Explicar en qué c?nsiste la «existencia» de una norma creada por
«creado una norma»): decir en ese caso que «existe la norma N» no un ~andato de autondad es más complicado, incluso si -como estoy
es sino decir en forma abreviada que tienen o han tenido lugar ciertos haciendo por ahora- manejamos el supuesto irreal (por simplificado)
de u?a norma de ese tipo que existe aisladamente, y no en el seno de
un Sistema normativo con una estructura interna potencialmente muy
ma percibido con claridad al menos desde la distinción de Hedenius entre «enunciados
legales genuinos» y «enunciados legales espúreos», que se remonta a 1941: vid. von
Wright, Norma y Acción, cit., p. 120. Las distinción kelseniana -cronológicamente an- (66) Cfr. J. L. Austin -J. O. Urmson (ed.)- How toDo Things With Words, (Ox-
terior- entre Rechtsnorm y Rechtssatz está oscurecida sin embargo por la insistencia de ~ ford: Clarendon Press, 1962), [hay trad, cast. de G. R. Carrió y E. Rabossi, Cómo ha-
Kelsen en que las Rechtssiitze expresan a pesar de todo juicios de deber ser [Sollsiitze], cer cosas con p~labras. Palabras y Acciones (Buenos Aires: Paidós, 1971, reimp. 1982,
si bien de un oscuro «deber ser en sentido descriptivo». Para una información más am- por donde se ctta), pp. 55 ss.]. Sobre los enunciados acerca de la validez de normas
plia acerca de cómo y cuándo se ha percibido esa distinción entre los cultivadores de la como en~nciad?s que afirman la «fortuna» de actos de habla, vid. K. Opalek, «Les nor-
lógica deóntica y los teóricos del derecho, vid. Bulygin, «Norms, Normative proposi- mes, les enances sur les normes et les propositions déontiques», cit., pp. 371-372.
tions and Legal Statements», cit.
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284
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

(p. ej., «sist~ma jurídico») a alguno de los sistemas normativos de esa


compleja. Es más complicado porque, a~nque consiste tambi~n en un clase que existen en un ámbito social determinado (68).
conjunto de hechos, uno de esos hechos tle~e que ser que algm~n acep- Hay un segundo problema que me parece de especial importancia:
ta o suscribe otra(s) norma(s). Muy resumidamente, el ~nuncmdo (g) no ~e. ~debe conf~ndir el enunciado descriptivo que expresa una pro-
-«existe la norma N (N = "se debe hacer p")>>-, r~fe~I?o a una .nor- posic~on ~~r~atlva (f) -«se debe o es obligatorio hacer p»- con el
ma creada por un mandato de autoridad, ve~dría a sigmficar lo mismo genumo ¡uzcw de deber (dependiente de la formulación del mandato
que otro enunciado descriptivo más compleJO como de x); superficialJ?ente idéntico, :<se debe ~ e~ obligatorio hacer p».
El pnmero e~ eqmvalente al enunciado descnptlvo (g) -«existe la nor-
j) «X ha mandado p a y; alguien -no necesaríamente el propio y- ma N (N = se d~be hacer P_"):>- y por consiguiente significa lo mis-
acepta la autoridad de x, es decir., acepta que se debe hacer lo queman- m~ que. el enunciado descnptivo más complejo (j). Evidentemente
de x (en las condiciones C) en ta:1to no revoque su m~~dato (en las con-
q~1en afirme (f) no necesita aceptar la autoridad del edictor x. En cam-
diciones C'); el mandato de x ~e emitió en la condiciones C; x no ha
biO el segundo, el genuino juicio de deber, es la conclusión del razo-
revocado su mandato en la condi.ciones C'»
namiento práctico cuya premisa mayor es el juicio de deber «se debe
Hay que hacer varias observaciones en relación con es~~ propue~~a hacer lo que mande ~ ~en las ~ondiciones C y en tanto no revoque su
de reformulación. La primera tiene que ver con la cuestwn de qu~en mandato en la.s .condiciones C )» y su premisa menor «X ha mandado
o quiénes tienen que aceptar la autoridad de x para que te~ga sentido p (en las condicwnes C y no ha revocado su mandato en las condicio-
decir que «existe» unél norma ct,;ada por su ~andato. P?dna pensarse nes ~')», Y.P?r. tanto sólo puede ser ~firmado sinceramente por quien
que no basta con que alguien ac~~te la aut~n~a? de x, sino que es pre- suscnba el JUIClO de deber de la,.-premisa mayor. El enunciado descrip-
ciso que lo hága un número suflewnte de mdividuos~ o que lo ~aga al tivo co~plejo (j) se re~ier~ ~n~re otras cosas al hecho de que alguien
menos un grupo de ellos en quienes concurra ad~mas algu~a circuns- -llame.mosle w- suscnbe JU~cios de deber como ése: de ahí que cuan-
tancia adicional (como por ejemplo disponer de cierta capacidad coac- do algme~ fo:mula u? e.nunciado descriptivo -a pesar de estar expre-
sa?~ en tenn_1~o~ ?eonticos- como (f), se pueda decir que está des-
tiva, o gozar a su vez de autoridad sobre q':üenes disponen d~ ella,
cn~Iend~ que JUICIOS d~ ~eber sus.cribe w («se debe hacer p») o cuáles
etc.). La primera de esas dos cuestiones remlt~ al problema .mas am-
~e:I~ racwnal que suscnbiera habida cuenta de su aceptación de otros
plio de qué cuenta como grupo a la hora d~ afirmar que «existe» ~n.a
JUIClOS de deber («se debe hacer lo que mande x en las condicio-
regla social (en el seno de un grupo determmado) (67), ya que el JUI-
nes ... etc.») y .d~ ciertos hechos que han tenido lugar («X ha mandado
cio de deber según en cual «Se debe hacer lo que man.de x (e~ las con- p en las condicwnes ... etc.»).
diciones C)» se formula normalmente po.r parte d~ quien admite la ~u­ ~or fin, conviene h.~cer una tercera observación que no es en el fon-
toridad de x a la vista de una regla soeza/ (que el acepta) que defme do smo una prolongacwn de la segunda. Un enunciado como (h) -«la
esa autoridad y a tenor de la cual se debe obedecer a quien la osten~a. norma N (N = "se debe hacer p") es válida>>- puede ser un enuncia-
Esa cuestión se analizará más adelante, pero no veo razones especia- do purame~t~ descriptivo o un juicio de deber expresado de una for-
les para negar que exista una norma o un sistema ~o!mativo bas~dos m~ que qmz~ enmascara su naturaleza. Cuando es un enunciado des-
en una práctica de autoridad a menos q~e esa ~ra~t~ca de autondad cnptlvo, eqmvalente como tal a (g) -«existe la norma N (N = "se
involucre a un número muy elevado (¿cual?) de mdividuos. La segu~­ d~be hacer p"j-, sus condiciones de verdad son los hechos que des-
da creo que no tiene que ver con las con?iciones neces~rias para afir- cnbe el enunciado complejo (j): lo que sucede es que con el enuncia-
mar la existencia de una norma o de un sistema normativo basados en do (h) se subraya entre ellos el hecho de que efectivamente el manda-
un práctica de autoridad, sino con el problema ulterior ~e especificar to de x se ha dado en las condiciones C (y no ha sido revocado en las
qué condiciones juzgamos necesarias para llamar de cwrta manera
. (68) Cfr. J. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., pp. 149 ss.; Theodore M. Ben-
(67) Cfr. Tony Honoré, «Groups, Laws and .obed~ence», en A. W. B. Simpson ditt, Law as Rule and Principle, cit., p. 54. .
(ed.), Oxford Essays in Jurisprudence (Second Senes), cit., pp. 1-21.
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286
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

condiciones C') (69). Como juicio de deber, expresa que alguien que
acepta que se debe hacer lo que mande x en determinadas condicio- s?lo quiero subrayar, una v~z más, !~ diferencia entre el genuino jui-
. nes, acepta que «se debe hacer p» porque entiende que cua~~o x ha ciO de deber co~ el q~e. algmen mamfwsta la adopción por su parte de
mandado p han quedado efectivamente satisfechas ~sas condic~on~s. esa clase de actitud cntica y el enunciado descriptivo de los hechos de-
terminantes de la realidad o existencia de la regla social, entre los cua-
Por supuesto también pueden formularse enunciados d~scnp~lVos
les se cuenta el hecho de la aceptación por parte de algunos de aque-
-que expresan proposiciones normativas- a~erca de la existe~cia de llos juicios de deber.
otras clases de normas que no son creadas mediante mandatos, m co~c­
Sentadas estas distinciones, creo que estamos convenientemente
tivos ni de autoridad (como es el caso de las reglas morales que un m-
pertrechados para enjuiciar la afirmación de Alchourrón y Bulygin en
dividuo acepta o de las reglas sociales que existen en un determinado
grupo). No pretendo ofrecer en este momento ~n análisis detallado de
el sentido?e x
qu~ si ha mandado p, entonces es verdad que «se debe
-o es obliga tono- hacer p (en un sentido meramente relativo a los
lo que quiere decir que «existen» est?s otros tipo~ ~e reglas -de he-
cho ése es en buena medida el cometido de los prox1mos apartados-,
m~ndatos de x)» y para contestar al argumento que me condujo a exa-
mmarla. Ese argumento, recuérdese, era el siguiente: es cierto que no
pero sí creo que pueden adelantarse algunas consideraciones prelimi-
todas las normas pueden haber sido creadas mediante mandatos de au-
nares que conectan con las distinciones que acaba!l de menci~narse.
toridad, ya que mandar en un contexto de autoridad, como acto de ha-
En lo que concierne a las reglas morales, y a la vista del partido to-
bla formal, sólo es posible presuponiendo la existencia de otras nor-
mado en la primera parte de este trabajo en favor de lo que entonces
mas, que por razones lógicas no pueden haber sido creadas a su vez
llamé «modelo internalista» en cuanto al concepto de razones para la
mediante mandatos de autoridad; pero estas últimas podrían haber sido
acción se entenderá que en mi opinión no tiene sentido hablar de la
creadas por mandatos coactivw, que como actos de habla informales
«exist~ncia» de una regla moral si no es para indicar que un individuo no pres~p?nen a su vez la existencia de reglas de ninguna clase; por
suscribe cierta estructura de «preferencias no dominadas». Que lá sus-
tanto, SI bwn no todas las normas pueden haber sido creadas median-
criba es un hecho, que puede ser descrito por él mism~ o ~or un ob-
te ~a~dato~ de autorida~, no se ha demostrado que no pueda decirse
servador (con independencia de cuáles sean las que suscnba este): pero
-sm m~urnr en paralogismo de ninguna clase- que todas son crea-
por supuesto no hay que confu!ldir ~1 ge~uino juicio de ~~ber co~ el das mediante mandatos (en unos casos, de autoridad; en otros mera-
que quien habla expresa la «existencia» (1. e., su acepta~wn) de CI~r­ mente coactivos). '
tas razones para actuar de orden supre~o: ~on el enunciado d~scnp­
El error de ese argumento puede percibirse con claridad si se re~
tivo de la aceptación por alguien de ese JUlCIO de debe~ (p?r. mas que
cu~rda la estructura de~ razonamiento práctico (RPl) que desarrolla
aquél pueda venir expresado en ciertos contextos en te~mmos sup~r­ qmen reconoce la autondad de un edictor x
ficialmente similares a éste). En cuanto a las reglas sociales, su exis-
tencia viene dada por la realidad de una práctica definible gross?,modo
a partir de la reiteración de ciertas conductas y de la formulaci~n por RPl 1) se debe hacer lo que mande x
una serie de individuos de juicios justificativos acerca de las mismas, 2) x manda p
expresivos de la adopción por su parte de un determinado tipo de ~c­ 3) se debe hacer p
titud crítica. Evidentemente una definición como ésta es aún demasia-
do crítica y deja una buena cantidad de cabos sin atar. Pero por ahora Y. ~e reflexiona sobre 1~ natu:aieza de su premisa mayor, cuya acepta-
Cion por parte del ?estmatano del mandato debe ser asumida por par-
(69) Si se recuerda la distinción entre proposiciones normativas «pri~arias» y «de- te de x (sea o no c1er~o que realmente la acepta) para poder decir que
rivativas» que se mencionó hace un momento en la nota 61, se .obs.ervara que ~n enun- «~a mand.ado p asumiendo un contexto de autoridad», y cuya acepta-
ciado como (h) puede expresar una «proposición n~rmativa denv~t~va», es decu, pued.e Cion efectzva por parte de alguien, aunque no necesariamente el desti- ·
contener una interpretación acerca de lo que reqmeren las condiciones C y por consi- natario del mandato, es necesaria para poder decir que éste ha «crea-
guiente puede no ser puramente descriptivo. Sobre ello volveré más adelante.
do» una norma que «realmente existe». La idea clave es que esa pre-
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289
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

misa mayor tiene que ser un genuin? j~icio de de_ber, no u~ enunciado ahora sólo me interesa extraer la siguiente conclusión: la hipotética ré-
descriptivo que exprese una proposici~n normativa (e~ decir, que des- plica que podría esgrimir en su defensa la teoría prescriptivista acerca
criba el hecho de que una norma «exzste», en el sentido que esta e~­ de la generación de normas no se sostiene, y por consiguiente creo que
presión puede tener en diferentes contextos y que he tratado de expli- se reafirma la idea de que si bien algunas normas son creadas median-
car hace un momento). Si «Xo» emite un mandato en u~ contexto de te mandatos de autoridad, esas normas son conceptualmente derivati-
mera coacción como «obedézcase a x1 », o como «obedezcase lo que vas o dependientes de otras -a la vista de las cuales se formulan jui-
yo ordene» -y concurren las circunst~nci~s de hecho a las ~que se. re- cios de deber como «se debe hacer lo que mande X»- cuya existencia
fería el enunciado descriptivo compleJO (I) que se pres.ento anter~or­ o realidad no puede ser explicada en términos de la formulación de
mente- puede decirse, en línea con Alchourrón y Bulygm, que es cier- mandatos (ni de autoridad ni meramente coactivos). Por tanto el aná-
to que «Se debe -o es obligatorio- hacer ~o 9-ue ordene x! (o xo)~: lisis de esos otros tipos de reglas no es un mero complemento, algo
pero ése sería un enunciado puramente descnptivo de un ~onJunto ~as que se yuxtapone al análisis de las normas creadas por mandatos de
menos complejo de hechos, incapaz como tal d~ serv~r de premisa autoridad: es el prius conceptual insoslayable para entender cabalmen-
0
Y.
mayor en un razonamiento práctico como RP1. ~I alguien ~ormulara te en qué consisten éstas. La teoría prescriptivista acerca de la gene-
ración de normas ·es ciega ante esa circunstancia porque en su expli-
ese enunciado no como expresivo de una proposiCI?n n.o~~atiVa -ver-
dadera 0 falsa- sino como expresivo de un genumo JUICIO de debe~, cación de cómo se crean las normas da por hecho que alguien «es una
ello indicaría necesariamente que no está c~nsidera~o el mandato on- autoridad», sin analizar qué es lo que éso quiere decir, cuando es pre-
ginario de xo como meramente coactivo, sino precisamente ya como cisamente la comprensión de aquello en lo que consiste «ser autori-
dad» lo que pone al descubierto sus insuficiencias.
un mandato de autoridad (70). ~ . . .
En su momento traté de explicar por que el JUl~Io de debe: que
iii) Conviene por consiguiente replantear de modo general hasta
sirve de premisa mayor en RP1 no podía ser ~o meJor: no podm .s~r
qué punto las normas pueden ser caracterizadas adecuadamente como
en última instancia) un «juicio de deber dependie~te de la formul~cwn
de un mandato de autoridad»: suponer lo contrano desencadenana un «prescripciones». Si se entiende por «prescripción» un determinado
regressus ad infinitum. Esa observación se complementa ahora con .esta tipo de acto de habla -como sostiene la concepción expresiva-, creo
otra: para formular un genuino j~icio de debe~ -y no un enunci~~o q~e ~xisten buenas razones para no decir que las normas son «pres-

descriptivo superficialmente idént.Ico- dependiente de la f?rmulacwn cnpcwnes». Un acto de habla es algo realizado por algún individuo en
de un mandato es preciso que qmen lo formula no lo considere com? un momento determinado, algo instantáneo: por el contrario una nor-
un mandato meramente coactivo, sino como un mand.ato de a~t?~I­ ma -al menos en uno de los sentidos en que solemos usar esta pala-
dad, lo que exige inexcusablemente la aceptación prevza de un J~ICIO bra- es algo de lo que podemos afirmar que existe durante un cierto
de deber y por consiguiente nos hace tropezar. ~e nuevo con la pnme- tiempo, alg? que posee una cierta duración o permanencia (71); y al
ra dificultad. Si no me equivoco la argumentacwn que se acaba de pre- menos en .cwr~os casos -como sucede con las reglas sociales de tipo
sentar constituye la base mínima para aclarar algunos problemas ~u­ consuetudmano-, carece de sentido señalar a algún individuo deter-
mamente intrincados de la teoría del der~cho, com~ ~on ~os que .ti~­ minado como su «autor».
nen que ver con la competencia del constltuy~nte ongmano, las limi-
taciones legales del soberano, la autorrefere~cm ?e las normas .q~~ es- . Por supuest? pod~ía replicarse -como hacen Alchourrón y Buly-
tablecen el procedimiento de reforma constltucio?al o la posibilidad gm- que la existencia de las normas a lo largo del tiempo es simple-
de que la obligación de obedecer las normas del sistema p~ovenga de m~nte una metáfora, un modo .de hablar, que no hay una entidad que
lo establecido por una de ellas, que no voy a abordar aqm. Pero por exista en una suerte de poppenano «mundo-3» (72), que lo único que

(71) Cfr. Ross. Lógica de las Normas, cit., pp. 79-80.


(70) Cfr. o. Lahtinen, «Ün the Relations between Commanding, Oughtness and Is-
ness», en Archiv für Rechts-und Sozialphilosophie, 44 (1958) 323-332. (72) Sobre los sentidos en los que puede decirse -o se ha dicho- que «existen»

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

existe como hecho empírico es la ejecución de dos tipos de actos de


a las órdenes o mandatos se encuadran corrientemente otros tipos de
habla («mandar» y «rechazar»). Dejan~o ahora apar~e elyroblema ~e
actos de habla corno consejos, súplicas, etc. Pues bien, quizá cabría
la «existencia» de reglas como las de tipo consuetudmano, yo estana
pensar que adoptar la clase de actitud crítica que es preciso que se dé
dispuesto a aceptar que cuando hablamos de una norma co~o d~ algo
en una pluralidad de individuos para poder decir que existe una regla
que existe a lo largo del tiempo es~amo~ __hablando en se?tldo figura-
social, o incluso suscribir un sujeto una regla moral corno parte de sú
do. Lo que no aceptaría es que la eJecuciOn de esos dos tipos de actos
moral individual, son «actos de habla» encuadrables entre las «pres-
de habla son «los únicos hechos empíricos relevantes para la existen-
cripciones» en sentido amplio (aunque, desde luego, no «órdenes» ni
cia de una norma» y que por consiguiente no es necesario «ningún he-
«mandatos»); y, sobre esa base, podría sostenerse que todas las reglas
cho adicional que hiciera verdadera la proposición según la cual una
adquieren su realidad mediante actos de «prescribir». Más adelante
norma existe» (73). La «existencia» de la norma requiere ciert.aJ?ente,
examinaré hasta qué punto puede considerarse o no acertado ese pun-
corno he tratado de explicar con anterioridad, algún hecho adiciOnal a
to de vista (74). Pero en cualquier caso, existan o no entre ellos rasgos
la ejecución de esos actos de habla (o si se quiere: a la ejecución del
comunes que autoricen su encuadramiento dentro de un mismo géne-
primero y a la no ejecución por el momento del s~gundo): en el ~aso
ro, me parece importante volver a subrayar las diferencias entre «man-
de los mandatos de autoridad, que es al que se refieren Alchourron y
datos», es decir, enunciados que el hablante formula con la intención
Bulygin, el hecho de que alguien acepte cierta clase de jui~ios de de-
de que su emisión sea vista por el destinatario como una razón para
ber. Ahora podernos admitir que decir que una norma «existe» no es
actuar, y «juicios de deber», ésto es, enunciados con los que el hablan-
más que un modo de decir que se han dado o se dan hechos o esta~os
te expresa la existencia de razones para actuar que considera indepen-
de cosas: pero en la medida en que éstos incluyen algo más que la eJe-
dientes del hecho de que él esté formulando ese enunciado. Las acti-
cución de cierto acto ilocucionario, me sigue pareciendo desacertado
tudes críticas cuya reiteración por parte de una pluralidad de indivi-
decir que una norma es meramente un acto de esa clase.
duos constituye las reglas sociales y las reglas morales (de la moral in-
Quizá conviene hacer alguna matización respecto a la idea de «pres- dividual de un sujeto, no de la moral positiva, que son reglas sociales)
cripción» corno un tipo específico de acto de habla. He venido hablan- se expresan a mi entender por quienes las suscriben a través de «jui-
do de «teoría prescriptivista acerca de la generación de normas» para cios de deber»: y su adopción no veo que deba caracterizarse en ab-
referirme a la idea de que las normas adquieren su realidad mediante soluto corno un acto de habla. Por eso me interesa dejar apuntada por
la emisión de órdenes o mandatos, lo que quizá sugiera que por «pres- ahora la idea -ya sugerida desde el comienzo de este apartado- de
cripciones» estoy entendiendo justamente «órdenes o mandatos» y que presentando todas las reglas indiferenciadamente corno «prescrip-
nada más que eso. Cabría replicar que los mandatos no son más que ciones» (i. e., corno resultados de actos de «prescribir») se oscurece el
una especie entre otras muchas del género «prescripciones»: en este dato esencial de que esas distintas clases de reglas intervienen de di-
sentido amplio -perfectamente corriente, por lo demás, en la filoso- ferente forma en los razonamientos prácticos.
fía del lenguaje-, «prescripción» designaría una familia de actos de Tampoco creo que las normas puedan ser definidas como prescrip-
habla, cuyo rasgo en común vendría a ser estar dirigidos a influir o ciones si por «prescripción» se entiende -corno hace la concepción hi-
guiar la conducta, constituyendo su diferencia específica el modo en lética- no un acto de habla, sino una entidad semántica al mismo ni-
que se intenta producir esa influencia con cada un? de ello~. D~ esta vel que las proposiciones, una suerte de «significado prescriptivo». Na-
forma, dentro del género «prescripciones» en sentido amplio y JUnto turalmente la admisión misma de esa clase de «entidad semántica» re-
presenta ya un espinoso problema: de hecho es muy posible que la
las normas, cfr. Kazimierz Opalek, «The Problem of the Existence of the Norm», en idea de un «significado prescriptivo» sea simplemente el producto de
M. Imboden et al. (eds.), Festschrift für Adolf J. Merkl (München/Salzburg; Wilhelm una confusión -entre los conceptos de «significado» y «fuerza» (75).
Fink Verlag, 1970), pp. 285-300; y Manuel Atienza, «Para una ontología de la norma
jurídica», en El Basilisco, 3 (1978), pp. 37-45. (74) En el apartado 7.1 y a lo largo del apartado 8.
(73) ECN, p. 106 (las cursivas son mías). (75) Así lo sugiere Bulygin, «Norms and Logic. Kelsen and Weinberger on the On-
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

Pero lo que quiero subrayar ahora es que aunque se acepte ese ti~o evitarse el uso de un mismo término (<<norma») para referirse a am-
peculiar de entidades semánticas, aún habría que establecer una dis- bas. Ross, por ejemplo, llama «directivo» a la primera y «norma» stric-
tinción entre ellas y las «normas». to sensu- a la segunda (76). En su razonamiento práctico un indivi-
Para ilustrar la necesidad de establecer esa distinción podemos to- duo no manejaría meramente «directivos», sino directivos aceptados
mar como punto de comparación la diferencia entre una proposición por él, o aceptados por él en la medida en que son aceptados también
y el acto de afirmarla~ de creer en la. verdad de }a ~isma. Es posible por otros, u o~denados por alguien a quien considera que se debe obe-
representarse proposiciOnes como umdades semantlcas que uno con- decer, etc. Y JUstamente el hecho de que él acepta un directivo, o de
templa abstraídas de cualquier decisión acerca de si han de ser consi- que. una pluralidad de individuos coincide en su aceptación de un di-
deradas verdaderas o falsas: pero afirmar una proposición o creer en recti~o (probablemen~e sobre la base de que también lo aceptan los
su verdad implica hacer ciertas cosas o tomar determinadas actitudes demas), _o de 9ue algmen ~a presentado un directivo pretendiendo que
en relación con ella. Evidentemente ello permite distinguir entre la los demas entiendan que tienen una razón para cumplirlo por el hecho
proposición como abstracción de la que no tiene sentido decir que po·· de que él lo ha .pres~ntado de ese modo (siendo el caso que efectiva-
see una «existencia» independiente (lo que existirá, en todo caso, son mente hay algmen que acepta tal cosa), es lo que describimos dicien-
los hechos que la hacen verdadera) y los hechos de afirmarla, creer en do que existe una norma (cuyo «contenido significativo» sería el direc-
su verdad, etc., que puede haber tenido lugar o no, que son adscribí- tivo. ~n cuestión, del mismo modo que podemos decir que cierta pro-
bies a alguien y de los que en algún caso ___,como sucede con las creen- posición es el contenido significativo de determinada creencia afirma-
cias- se puede decir que poseen una duración o permanencia determi- c.ión, et~.) Por co~siguiente las normas, como algo de lo que tiene sen-
nada. tid? decir qu~ ~xiste o n~, que existe durante cierto tiempo o que ha
Podría entonces establecerse una diferencia similar entre la norma de] ado de exiStir, que existe en cierto ámbito (en lo moral individual
como «significado prescriptivo», como entidad ideal (o, como dice de un determinado sujeto, o en un cierto grupo o comunidad ... ) pero
Weinberger, «norma lingüísticamente posible»), y la norma como rea- no en otro, etc., no pueden identificarse con los «directivos» como pre-
lidad, como «norma realmente existente». Hasta tal punto convendría suntas entidades semánticas al mismo nivel que las proposiciones. Esa
marcar la diferencia entre una cosa y otra que seguramente habría de i~entificación borraría la difere~cia entre «normas lingüísticamente po-
sibles» y «normas realmente existentes»; y difuminaría además la dis-
tology of Norms», cit., p 149. El propio Austin llama la atención sob:e el hecho de ~ue tinción entre diver~as clases de normas (morales, sociales, creadas por
a veces se tiende a denominar «significado» a lo que en sentido estncto no es tal, smo
fuerza ilocucionaria de una oración: «[D~~sde hace algunos añ?~ venimo.s a~virtiendo
m~ndatos de autondad ... ), cuyo «contenido significativo» puede ser el
cada vez con mayor claridad que la ocaswn en que una expreswn se effilte t1ene gran ~Ismo, pero cuyas condiciones de «existencia» son distintas (y que en
importancia, y que las palabras usadas tienen que ser "explicadas", en alguna medida, vutud de ello, como espero que vaya haciéndose visible a lo largo de
por el "contexto" dentro del cual se in.tenta usarlas o fuero.n realment~ usa?as .en un
intercambio lingüístico. Sin embargo qmzá, todavía, nos sentimos demasmdo mclmados
a explicar estas cosas en términos del "significado de las palabras". Es cierto que tam- (76) ~fr. ~oss, Lógica ~e las Normas, cit., pp. 78-82. Creo sin embargo que la idea
bién podemos hablar de "significado" para referirnos a la fuerza ilocucionaria [... ]Pero d~ un «~Irect.IVO» como entidad semántica al mismo nivel que las proposiciones, en sí
deseo distinguir fuerza y significado, entendiendo por este último sentido y referencia, m~sma d1scu~rble, s.e ve enturbiada además en la exposición de Ross por el estableci-
tal como ha llegado a ser esencial distinguir sentido y referencia dentro del significado»; miento de diferen~Ias entre varias clases de directivos -como los mandatos, consejos,
cfr. Cómo hacer cosas con palabras. Palabras y acciones, cit., p. 144. Desde el punto ruegos, etc.: op. clt., cap. III -atendiendo a factores que indiscutiblemente tienen que
de vista austiniano la idea de un «significado prescriptivo» mezclaría indebidamente dos ver con el plano pragmático, no con el semántico: .si se sigue coherentemente la idea de
planos o dimensiones del lenguaje: la que tiene que ver con el acto locucionario -y un «?irectivo» como ent~dad. semántica al mis~o nivel que las proposiciones, más que
más concretamente con lo que el acto locucionario tiene de «acto rético», es decir, el de diferentes clases de dzrectzvos creo que habna que hablar entonces de diferentes cla-
acto de usar ciertos términos con un determinado sentido y referencia- y la que tiene ses de actos iloc~cion~rios que se pueden ejecutar en relación con un directivo (del mis-
que ver con el acto ilocucionario. Sobre la necesidad de evitar la confusión entre signi- mo modo que afirmacwnes, bromas, mentiras ... , serían diferentes clases de actos ilocu-
ficado y fuerza vid. también Letizia Gianformaggio, «Significato e forza», en Rivista In- cionarios que se pueden ejecutar en relación con una proposición no diferentes clases
temazionale di Filosofia del Diritto, 44 (1967) 459-464. · de proposiciones). '

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

este trabajo, intervienen de diferente forma en los razonamientos prác- ent?nces una forma de decir que. no hay ningún mundo lógicamente
ticos). posi?le e.n el que ambos puedan ser obedecidos; decir que un directi-
v? :<Imphca» otr? sería una forma de decir que no hay ningún mundo
iv) Si se acepta esta distinción entre «directivo» y «norma», qui- logicamente posible en el que se obedezca el primero y no se obedez-
zá podría intentarse una aproximación entre las concepciones hilética ca el segundo (79).
y expresiva en cuanto a los términos en los que sería viable la lógica Si tene~os ~n mente la diferencia entre un «directivo» y una «nor-
deóntica. Esa aproximación vendría a sugerir que, siempre que se ten- ma», es decir, SI se acepta la estipulación terminológica según la cual
ga presente dicha distinción, una y otra podrían ser consideradas como una. norma .no es una entidad ~emántica, sino algo de lo que se puede
dos caminos que a través de ontologías o concepciones semánticas dis- decu que t~ene ~ no un~ «existencia real» (sabiendo que esa «reali-
tintas quizá acabarían desembocando en resultados no tan diversos dad». o «e~Isten~Ia» consiste en el hecho de haberse ejecutado cierto
como acaso pudiera parecer a primera vista. Ello serviría para dar la acto Il?cucwnano en .el marco de ciertas prácticas complejas que a su
razón a Alchourrón y Bulygin cuando, tras mostrarnos las diferencias vez existen en la medida en que exista una red de actitudes críticas in-
irreconciliables entre ambas concepciones, afirman -de un modo que terdependientes; o sólo en el hecho de la existencia de esas prácticas
puede resultar un tanto desconcertante para el lector- que no hay un complejas; o sólo en el hecho de la adopción de una de esas actitudes
test decisivo para preferir una de ellas frente a la otra (77). Aunque
mi propósito central al analizar la polémica entre las concepciones hi- ss. Pero la explicación de Kalinowski acerca de cómo serían posibles entonces dichas «re-
lética y expresiva ha sido el de examinar si se podría aceptar o no -y lacion~s lógicas» pasa o bien por atribuir valores de verdad a los directivos (Kalinowski
se defi~e como cog~osciti~~s~a e iusn3tvralista: cfr. ibi, p. 284, nota 13), lo que exige
en qué sentido- la caracterización genérica de las reglas como «pres- concesiOnes ontológicas difíciles de asumir, o bien por sostener que los valores verda-
cripciones» (que he juzgado inadecuada tanto si la «prescripción» se dero/fa!so pueden sustituirse por ~~alquier otro par de valores («1» y «0») interpretados
concibe como un acto de habla como si se entiende por tal una entidad respectivamente com? «valor positiVO» y «valor negativo», sin que el primero haya de
semántica, una presunta clase de «significado»), me animo a conjetu- corresponder. necesanamente a .la verdad y el segundo a la falsedad (ibi, p. 284). Este
rar, a modo de conclusión, de qué forma sería posible esa aproxima- segundo. cammo es ~1 emprendido por algunos autores -p. ej. Ross en «<mperatives
and Logic» (!941), czt:- que han tomado como valores lógicos el par «válido/inválido»;
ción. pero como .dice Buly~m ~ ~Norms, normative propositions and legal statements», cit., p.
131), ~sa Simple sustltucwn no basta: lo que habría que demostrar es que el concepto
Supongamos que admitimos -en línea con la concepción hilética- de vahdez se comporta lógicamente del mismo modo que el de verdad en todos los as-
la idea de un «significado prescriptivo», esto es, de un «directivo» como pectos rele~ant~s. Por otra parte, al introducir .el concepto de validez se confunde el pla-
no de los directivos como presuntas entidades semánticas con el de las normas como fe-
entidad semántica al mismo nivel que las proposiciones (después de nómenos existentes. En un reciente trabajo, Arend Soeteman ha tratado de salvar esta
todo no resulta fácil precisar qué criterios contarían para decidir si una última objec~ón al~gando que maneja el par «válido/inválido» en un sentido «no pura-
concesión ontológica como ésa es o no admisible). En cualquier caso, mente ma~enal;>, smo en uno «semántico» o «lógico-prescriptivo» que es a mi juicio de
si se reconoce que los directivos carecen de valores de verdad, no veo una. osc~nd.ad Impen~trable: cfr. A. Soeteman, Logic in Law. Remarks on Logic and
Ratwnallty m Normatzve Reasoning, Especially in Law (Dordrecht/Boston/London: Klu-
otra forma de definir las nociones de inconsistencia o implicación en- wer, 1989), pp. 62 ss.
tre directivos que la que recurre a la idea de obedecibilidad en mun- (79). Ev~dentemente.l~ ~ación de «obedecibilidad» tiene un significado claro respec-
dos posibles (78): decir que dos directivos son «contradictorios» sería to a o.bhgacwn~s y prohibiciOnes, pero si se admite la idea de que los permisos son una
clase mdependrente de directivos -irreductible a obligaciones y prohibiciones- resul-
(77) Cfr. Alchourrón y Bulygin, ECN, pp. 99-100; Bulygin, «Sobre el problema de taría difícil de entender qué quiere decir «obedecer un permiso». Para salvar ese obs-
táculo. von Wright propone la i~ea más amplia de «satisfiability» [neologismo inglés que
la aplicabilidad de la lógica al Derecho», cit., p. 26.
Bu~ygm traduce con. el ne?logismo castellano «satisfacibilidad»], que también podría
(78) Kalinowski opina que esa forma de explicar en qué podrían consistir las «rela- aplica~se a los permisos: vid. G. H. von Wright, «Normas de orden superior», en E.
ciones lógicas» entre directivos constituye un rodeo innecesario: cfr. Georges Kalinows- Bulygm etal. (eds.), Ell.engu.aje del Derecho. Homenaje aG. R. Carrió, cit., pp. 457-470,
ki, «Sur les normes et leur logique. Remarques en marge de "ls and Ought" de Georg pp. 459-460; sobre la discuswn acerca del status independiente de los permisos de la
Henrik von Wright», en Archives de Philosophie du Droit, 32 (1987), 277-289, pp. 283 que no pretendo ocuparme aquí, vid. supra, nota 7 de esta parte II. '

296 297
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

c~alquier razón. en este. último tipo de proposiciones, es obvio que el


críticas), resulta evidente que no puede haber relaciones lógicas entre
calculo de predicados (mcluyendo cuantificadores de variables indivi-
normas (aunque se admita que las hay entre «directivos»). En el terre-
dual~s) es un instr~J?ento más adecuado para formalizarlas que el sim-
no del lenguaje descriptivo sucede exactamente lo mismo: hay relacio-
ple c~lculo propo~ICiona!. Pero en cualquier caso, nadie comete el error
nes lógicas entre proposiciones, pero el acto ilocucionario de afirmar
de afinl!ar que SI «la meve es blanca» y «la nieve no es blanca» son
una proposición (correlato del acto ilocucionario de mandar un direc-
contradictonas entonces también lo son «A ha afirmado que "la nieve
tivo) o el acto soliloquístico adjudicativo de creer en la verdad de una
es blanca"» y «A ha afirmado que "la nieve no es blanca"»· ni tam-
proposición (correlato de la aceptación de un directivo) son hechos; y
poco el. error de decir que hay una contradicción en sentid~ estricto
por eso no hay relaciones lógicas entre a~tos de afirmar proposiciones
(es decir, como relación lógica) entre los actos de afirmar una y afir-
ni entre actos de admitir como verdadera («creer») una proposición.
mar otra.
No cabe la menor duda de que un sujeto puede .afirmar dos proposi-
Me parece que e~ el cam~o de lo normativo no siempre se han vis-
ciones contradictorias o creer en la verdad de ambas. Creer en la ver-
to las cosas .con la misma clandd. Lo que han intentado articular quie-
dad de dos proposiciones contradictorias es seguramente una muestra
~es se han mteresado por la. construcción de sistemas de lógica deón-
de irracionalidad teórica, pero como hecho psicológico es perfectamen-
tica (m?chas veces con la mira puesta fundamentalmente en sistemas
te posible (lo que no es más que decir que es posible que un sujeto
n?rm~tivos col?o los ?rdenamientos jurídicos), más que un cálculo de
sea irracional, algo demasiado obvio como para que merezca la pena
d_Irectivos ~ (o SI se qmere: de «normas lingüísticamente posibles») ha
insistir en ello). Afirmar dos proposiciones contradictorias no es nece-
sido un calculo de normas (de «normas realmente existentes» o con
sariamente una muestra de irracionalidad: afirmar sinceramente una
un término q?e según el m~d?,>n que se use puede ser o no eq~iva­
proposición implica pragmáticamente creer que es verdadera y de ahí
lente al antenor y cuya ambiguedad es seguramente la causa principal
que afirmar sinceramente dos proposiciones contradictorias sí pueda
de las confusiones que se producen en este campo, de «normas váli-
ser considerado irracional; pero la afirmación no sincera de dos pro-
das»). Pero por supuesto, aun aceptando la noción de un «directivo»
posiciones contradictorias no es indicio de irracionalidad teórica (por-
como ~entidad sem~ntica al mismo nivel que las proposiciones -cosa
que no implica creer en la verdad de ambas) y puede perfectamente
que solo estoy haciendo a efectos de la argumentación- la idea de
ser instrumentalmente racional desde el punto de vista del hablante.
un «cálculo de normas» resulta francamente extraña. Po; decirlo de
A nadie se le ha ocurrido que las variables del cálculo proposicio-
una forma sintética: un «cálculo de normas» (y no de directivos ni de
nal simbolicen afirmaciones (es decir, actos de afirmar) o creencias (es proposiciones descriptivas de la existencia de normas) sería apr~xima­
decir, el hecho de creer). Está claro que simbolizan proposiciones, afir- demente el correlato de un «cálculo de afirmaciones» o un «cálculo de
madas o no, creídas o no. Por supuesto, un cálculo proposicional es c~eencias» (y no de prop?siciones: n~ siquiera de proposiciones que pre-
apto para formalizar cualesquiera proposiciones, ya sean como la ex- d~can que otras pro:p~~ICiones .son afirmadas o creídas por alguien). De-
presada por el enunciado «la nieve es blanca» (por utilizar el ejemplo Cir que una proposiciOn es afirmada o es creída remite a hechos rela-
clásico de Tarski) o como las expresadas por los enunciados «A ha afir- tiva~ente sencillos; decjr que una norma «existe» remite a hechos po-
mado que "la nieve es blanca"» o «A cree que "la nieve es blanca"», ten~Ial~~nte m?cho mas complejos que pueden tener que ver con la
es decir, proposiciones que predican algo (que ha sido afirmada, que r~abzacwn d.e ciertos actos ilocucionarios en el marco de ciertas prác-
es creída) de otras proposiciones (80). Si nuestro interés se centra por ticas com~leJas qu~ ~su .vez «existen» en la medida en que exista una
red de actitudes cntlcas mterdependientes, o sólo con la existencia de
(80) Naturalmente proposiciones que predican algo de otra proposición como «A esas prácticas complejas, o sólo con la adopción de una de esas acti-
ha afirmado que "la nieve es blanca"» pueden a su vez ser afirmadas, creídas, etc., con tudes ~ríticas. Pero naturalmente entre los hechos de adoptar esa clase
lo que cabe pensar en nuevas proposiciones 2 , que predican algo de otra proposición1 ?e actitudes, los hechos de que existan esa clase de prácticas comple-
que predica algo de otra proposición 0 , como las expresadas por los enunciados «B ha Jas o los hechos de que se hayan ejecutado ciertos actos ilocucionarios
afirmado que "A ha afirmado que 'la nieve es blanca' "», «B cree que "A ha afirmado en el marco de esas prácticas complejas no hay ni puede haber «rela-
que 'la nieve es blanca' "», etc.
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298
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

dones lógicas» (81) (como no las hay ni puede haberlas entre los he- ha sido ordenado el otro sean contradictorias a su vez. Nótese que lo
que suele denominarse «proposición normativa» es el significado de un
chos de afirmar o de creer algo).
La aceptación de dos directivos «contradictorios» sería tan irracio- enunciado descriptivo de normas, no «descriptivo de directivos» (si se
nal y tan perfectamente posible como hecho psicológico como la creen- acepta la idea de un directivo como «significado prescriptivo» ni si-
cia en dos proposiciones contradictorias. También _habr!a un pe~fecto quiera está claro qué cabría entender por «describir un directivo»: un
paralelismo entre mandar dos directivos «Contradictonos» y afirmar enunciado puede expresar un directivo, o puede decir algo acerca del
dos proposiciones contradictorias: ambas cosas son pe~fecta~ent~ po- enunciado en el que el directivo se expresa, pero éso sería algo com-
sibles como hechos; y al igual que ocurría con el acto Ilocuc10nano de pletamente diferente). De ahí que aunque en un cálculo de directivos
afirmar mandar dos directivos «contradictorios» sólo sería una mues- -que no sería relativo a lo ordenado por ninguna autoridad normati-
tra de i;racionalidad -en este caso práctica- si los mandatos son sin- va determinada, del mismo modo que el cálculo proposicional no es
ceros (82). Del mismo modo que «la nieve es blanca» y «la nieve no relativo a lo afirmado o creído por alguien en particular- serían «con-
es blanca» son contradictorias sin que lo sean de ninguna manera «A tradictorios» «Üp» y «Ü-p»· (84), en una «lógica de las proposiciones
ha afirmado que "la nieve es blanca"» y «A ha afirmado que "la nieve normativas» -relativa forzosamente a lo ordenado por alguna autori-
no es blanca"», la «contradicción» (y el entrecomillado indica que se dad normativa, del mismo modo que el predicado «Crefda» o «afirma-
está hablando de ese sentido ad hoc del término definible a partir de da» es siempre ~elat~vo a alguien que cree o afirma- «O*p» y «0*-p»
la idea de obedecibilidad en mundos posibles, no en el sentido usual no son contrad1ctonos en absoluto (85). Si acaso parece que lo son,
que presupone valores de verdad) entre dos directivos no implicaría
en modo alguno que la proposición normativa según la cual uno de autoridad normativa habrá de entenderse que procede de nuevo el mismo tipo de ex-
tensión a la que se acaba de aludir.
e~los ha sido ordenado (83) y la proposición normativa según la cual
(84) En .los ~stud~os tradicionales de lógica deóntica suele decirse que Op y 0-p no
s?? contradz.ctonos, smo contrarios: la a_uténtica contradicción existiría entre la obliga-
(81) Corno dice von Wright, muy gráficamente, «[l]a lógica no puede forzar a 1~ au- cton ~e realizar. una conducta~ el permiso de no realizarla, o entre la prohibición y el
toridad creadora de normas al comportamiento racional» («Normas de orden supenor», permiso de realizarla; cfr., p. eJ., D. T. Echave, M. E. Urquijo y R. A. Guibourg, Ló-
cit., p. 469). gica, proposición y norma (Buenos Aires: Astrea, 1983), pp. 127 ss. Ese punto de vista
(82) La idea de un mandato «sincero» remite a la distinción entre «intención in~er­ hace. uso de una anal?gía. con las modalidades aléticas que hoy en día se ha llegado a
na» e «intención ulterior» en el acto ilocucionario de mandar que se expuso antenor- considerar bastante discutible: cfr. von Wright, «Ün the Logic of Norrns and Actions»,
rnente. Este matiz ayuda a entender el sentido de la crítica de Weinberger a la idea se- cit., p. 103 ss. De todos modos ha de tenerse en cuenta el sentido ad hocen que se vie-
ne hablando de «contradicción» entre directivos, que recurre a la idea de imposibilidad
gún la cual decir que dos mandatos «son inconsistentes» es decir que un legislador que
de satisfacción conjunta en ningún mundo posible; en este sentido ad hoc quizá falta
mandara ambos sería irracional -vid. supra, nota 30 de esta parte Il-; Y ayuda tam-
incluso la base para distinguir entre «contrariedad» y «contradicción», que son nociones
bién a entender de qué modo pueden responder a esa crítica Alchourrón YBulygin: de-
cu~o sentido ordinario. está fuertemente ligado a los valores de verdad. Lo que en cual-
cir que dos mandatos «son inconsistentes» sería decir que un legislado.r que rna~dara ~~­ qmer caso me parece Importante es reparar en que O*p y 0*-p -que son proposicio-
bos con la intención ulterior de que se realizara lo mandado (es decir, con la mtencwn nes normativas verdaderas o falsas relativas a un sistema dado-- no wn ni contrarias ni
ulterior que acompaña normalmente a los mandatos) sería irracional. contradictorias: vid. T. Mazzarese, Logica Deontica e Linguaggio Giuridico (Padova:
(83) Para evitar que la exposición sea excesivamente farragosa hablo sólo del caso CEDAM, 1989), pp. 148-149.
en que la norma se crea a través de un mandato en el marco de una práctica de auto- (85) Hasta la segunda edición de la Reine Rechtslehre Kelsen com:!te el error de afir;.; 1
ridad. Para expresar la idea de manera completa habría que hablar no sólo de la «pro- mar que «[d]os normas jurídicas se contradicen y, por ende, no pueden ser afirmadas
posición normativa» según la cual un directivo ha sido ?rde?ado por una autoridad n~r­ corno sirn~ltánearnente válidas, cuando los dos enunciados jurídicos que las describen ,/
rnativa, sino también de aquellas según las cuales un drrectiVO es «aceptado» por un m- s~ contradicen» (Teoría Pura del Derecho, 2." ed., cit., p. 88), lo que a su juicio perfni:.:'"
dividuo (es decir, aquella que decribe el hecho de que el individuo tiene la actit~d pr~c­ tlría aplicar los principios lógicos «si bien no directamente, por lo menos indirectamen-
tica correspondiente hacia dicho directivo) y de aquellas según las cuales un drrectivo te» a las normas mismas «en tanto y en cuanto esos principios sean aplicables a los enun-
es el contenido de una práctica compleja que de hecho existe en cierto grupo (y que a ciados jurídicos que describen esas normas jurídicas, enunciados que pueden ser verda-
su vez «existe» en la medida en que exista una red de actitudes críticas interdependien- deros o no verdaderos» (ibi, pp. 87-88). El problema proviene por supuesto del manejo
tes). Cuando en lo sucesivo se hable en contextos similares sólo de lo ordenado por una de un concepto de «Validez» que no significa sólo <<existencia» de las normas: si los «enun-

301
300
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ello obedece sin duda a una confusa idea de lo que es un.a <;proposi- criba la concepción hilé tica (es decir, quien acepte la idea de un «di-
ción normativa» según la cual ésta sería ciertamente descnptiVa, pero rectivo» como entidad semántica -un «significado prescriptivo»- al
no descriptiva de hechos, sino de la «validez» -en un sentido no me- mismo nivel que las proposiciones) no llega en realidad a resultados
ramente descriptivo- de normas. . . . . muy diferentes de los que alcanza el partidario de la concepción ex-
Todas estas observaciones apuntan a mi enten~er ~a~;a la sigmen- presiva siempre que 1) admita que las relaciones lógicas entre direc-
te conclusión (que aquí presento más como una mt':ucion qu~ como tivos se definen a partir de la idea de obedecibilidad en mundos posi-
una tesis que yo sea capaz de desarrollar en profundidad): qmen sus- bles; y 2) no confunda en ningún momento los directivos como «nor-
mas lingüísticamente posibles» -entidades semánticas- con las <<nor-
mas realmente existentes». Por supuesto el partidario de la concepción
ciados jurídicos» [Rechtssiitze] meramente describen la existencia de norm~s -y si hi-
cieran otra cosa no serían auténticamente descriptivos y, como t~les, susc~pt~~les de v~r­
hilé ti ca podría rechazar (1), pero entonces recae sobre él la carga de
dad 0 falsedad-, el hecho de que existan dos normas en conflicto no. sign~fica de m~­ mostrar de qué otra forma sería posible definir las relaciones lógicas
guna manera que los enunciados que desc~ben ese hecho sean co~tradictonos (del miS- entre directivos; y si acepta (1), me parece que lo que él entendería
mo modo que la contradicción entre «la ~ev~ es blanca» _Y «la meve ~o e~ blanca» no por «lógica de los directivos» y lo que el partidario de la concepción
implica en modo alguno que sean contradictonos «A ha afirmado que la meve es blan- expresiva entendería por «teoría de la legislación racional» (i. e., un
ca"» y «A ha afirmado que "la nieve no es blanca"»). . .
A partir de 1962 («Derogation») reconocerá por el contrano que cuando eXIsten dos estudio de las relaciones lógicas no entre prescripciones, sino entre las
normas válidas que entran en conflicto --conflicto que en modo alg_uno de?~ ser enten- descripciones de estados de cosas implícitas en ellas -frásticos- en
dido como.«contradicción lógica», ya que entre normas no hay relacwnes.logic~s en sen- mundos deónticamente perfectos) serían en realidad dos formas de pre-
tido estricto, sino como imposibilidad de cumplimiento co.njunto-las afirmaciOnes que sentación distintas de ideas d~fondo muy similares. Y siempre que ob-
conciernen respectivamente a la validez de una y a la validez de la otra .son ambas ver-
daderas (es decir, no hay entre ellas contradicción ~ógica):.cfr. «Derogation», ,en Ess~ys
serven (2), el partidario de la concepción hilética y el expresivista no
in Jurisprudence in Honour of Roscoe Pound (Indianapolis/New Y ~rk: Bobb s Mern~l, tienen por qué concebir de distinto modo las relaciones lógicas entre
1962) [ahora en H. K.lecatsky et al. (eds.) Die Wiener rechts!,h~oretzsche Schule. ~chrif­ las proposiciones normativas relativas a un sistema normativo dado
ten van H. Kelsen, A. Merkl, A. Verdross (Wien/Frankfurt/Zunch: Europa Verlag, Salz- realmente existente, de las que se ocuparían las tradicionales lógicas
burg/München: UniversWitsverlag Anton Pustet, 1968), vol. 2: pp. 1.429-1.444; Yen O. aléticas. Evidentemente, otra cosa es que el partidario de la concep-
Weinberger (ed.), H. Kelsen, Essays in Legal ~nd ~oral Phzlosophy ~~~rdrecht/B~s­
ton: Reidel, 1973), pp. 261-275, por donde se cita; vid. p. 271]. Esa opimon se mantie- ción hilética no tenga una conciencia clara respecto a (2) debido alma-
ne en Algemeine Theorie der Normen, cit., pp. :77-178. . . nejo de una oscura noción de «proposición normativa» que presunta-
El error del Kelsen anterior a 1962 es advertido certeramente por ~art en 1968. VId. mente no describiría sintéticamente hechos muy complejos, sino un hi-
H. L. A. Hart, «Kelsen's Doctrine of the Unity of Law», en H. E. Kiefer Y M. K. Mu- potético «sentido (prescriptivo) objetivo» de esos hechos, y que es el
nitz (eds.), Ethics and Social Justice (Albany: State University. of New Y ~rk Press, 1968),
pp. 171-199 [ahora en Hart, Essays in Jurisprudence and Phzlosophy, cit., pp. 309~342,
producto de una simple confusión entre un enunciado descriptivo de
por donde se cita], pp. 331-332 (en la~· 324, nota 36, Hart reconoce que a partir de la existencia de una norma y un genuino juicio de deber que alguien
1962 Kelsen ha cambiado su punto de vista). .. . . , . formula tomando en cuenta (entre otras cosas) la existencia de una nor-
Me parece, por el contrario, que en Kelsen y la crzszs ~e !a Czencza Jurz~zca (Barce- ma.
1ona.. Ariel , 1978) , pp . 72-74, Albert Calsamiglia no explico con total clan. dad lo que Dejando ahora al margen estas observaciones tentativas acerca de
estaba implicado en el giro kelseniano de 1962; y~ qll:e desde luego no es cierto --como
por aquel entonces parecía interpretar Calsamiglia, SI es que comprendo ~orr~ctamente
los términos en los que sería viable la lógica deóntica -y sea cual fue-
sus afirmaciones- que las tesis del Kelsen de la década de los s~senta Imp~qu.e~ q':e re su valor-, quizá convendría, ya para concluir este dilatado aparta-
«una proposición jurídica pueda ser verdadera y falsa ~ ~a vez>: ~ 9ue «el pnnciplO lo- do, recapitular brevemente las ideas centrales que en él se han presen-
gico de contradicción no es aplicable [... ] a las prop?~I?IOnes JU:Idicas»; solo esos .~a­ tado (y que habrán de ser matizadas y desarrolladas en lo sucesivo).
lentendidos explican que a Calsamiglia le pareciera difícil concebrr que «dos proposic~o­ He tratado de establecer las diferencias y relaciones entre los concep-
nes que describen normas antinómicas sean~ la v.ez ~~rdad~ras». Sobre este punto, v~d. tos de «norma» o «regla», «órdenes» o «mandatos», «prescripciones»,
T. Mazzarese, Logica Deontica e Linguaggw Gzurzdzco, c~t., pp. 92, 142 Y 148-1~0, Y
c. Alarcón Cabrera, «En torno a la lógica deóntica del último Kelsen», en Anuarw de «juicios de deber» y «proposiciones normativas». Los resultados pro-
Filosofía del Derecho (nueva época), 6 (1989), pp. 313-337, pp. 321 Y333. visionales de ese examen podrían condensarse en las siguientes ideas:

302 303
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tre proposiciones normativas primarias y derivativas. En cualquier caso


1) Por «prescripciones» suele entender~e ? bien ll:n t~~o de actos
la diferenciación entre distintas clases de juicios de deber y de enuncia-
de habla o bien cierta clase de «entidad semantlca» ~ _«sigmficado» ..Las
dos descriptivos acerca de las normas es la base para construir una ti-
normas cuando nos referimos a ellas en una acepcwn en la que tiene
pología más rica que la representada por la división dicotómica entre
sentido' hablar de su «existencia» (es decir, no. m~ramente como «nor-
enunciados desde el punto de vista interno y desde el punto de vista ex-
mas lingüísticamente posibles»), no son pr~scnpcwnes. _ terno.
2) Algunas normas adquieren su reali?ad, ~ntre ?tras cosa~, me
diante la ejecución de determinados actos llocucwn~:ws. Pero es~ no
es una condición necesaria ni suficiente de la generacwn de normas. ~as Estos conceptos se han introducido en el curso de un análisis que,
que derivan su existencia de la realización de actos d~ habla forma es aun sin limitarse a ellas, se ha centrado fundamentalmente en las nor-
presuponen lógicamente otras que no pueden haber sido creadas a su mas creadas por mandatos de autoridad. El concepto mismo de auto-
vez del mismo modo. . · ( d - ridad práctica implica que alguien formula enunciados con la intención
3) Con los juicios de deber quien habla expresa 1~ eXIs~encm es. e- de que su emisión sea considerada por otros como una razón para ac-
cir su aceptación) de razones para la acción que conside~a mdependien- tuar, suponiendo la aceptación por parte de éstos de un juicio según
tes' del hecho de su emisión. Por tanto difieren sustancml~ente .~e las
el cual se debe obedecer a aquél a quien se considera autoridad. Ese
órdenes 0 mandatos, que se formulan precisamente con la I~tencwn de
ue su emisión sea vista por el destinatario como una ~azon para ac- juicio de deber, que no puede ser a su vez dependiente de la formu-
~ar. Resta por ver si los juicios de deber pueden ser con~Iderad~s como lación de un mandato de autoridad, será normalmente dependiente de
· _ ·unto a otras entre las que se encuadranan las ordenes la existencia de una regla social: es decir, quien acepta que debe hacer
una especie 1 ' E · · · de deber
0
mandatos- del género «prescripciones». ntre 1os JU1C10S ' lo que cierta autoridad dispon,_ga lo acepta generalmente en la medida
algunos son dependientes de la formulación de mandatos (o del ~e~ho en que exista una regla social al efecto (i. e., en la medida en que exis-
de la existencia de una regla social): pero entonces presuponen log¡ca- ta una red de actitudes críticas ínterdependientes en ese sentido). Por
mente otros que no lo son. . d consiguiente, el esclarecimiento de la noción de regla social resulta ser
4) No hay que confundir las normas socmles o las ?-~r~as crea as conceptualmente previo al análisis de la idea de autoridad práctica (y
por mandatos de autoridad como algo existente con los JUICIOS de deber por tanto también a la de reglas creadas por autoridades).
que es posible formular acerca de los actos a los que esas normas s.e re-
Pero a su vez el concepto de regla social puede presuponer otro
fieren y que entre otras cosas, toman en cuenta el hecho de q.ue dichas
normas exislen (ésto es, que son dependientes de tal h. echo_). Ciertamen- concepto de «regla» más profundo. Empleado en un discurso descrip-
te decir que existen esas normas es presupon~r q~e algwen acepta de- tivo,. el concepto de «regla social» alude al hecho de que exista una
terminados juicios de deber acerca de su obedienci~: .n? obstante, c~~o práctica definible a partir de la reiteración de ciertas conductas y de
constatar la aceptación por parte de alguie.n .d~ un JU1C10 de deber difi~­ la formulación por una serie de individuos de juicios justificativos acer-
re sustancialmente de aceptar ese mismo JUICIO Y no compele en mo 0 ca de las mismas, expresivos de la adopción por su parte de un deter-
al uno a ello, la existencia de normas sociales o de nor:nas cread~s por minado tipo de actitud crítica. Pero en la medida en que la adopción
m~ndatos de autoridad puede perfectamente ser de~cnta por qm~n no de dicha actitud crítica esté condicionada a la realidad de esa situación
suscribe en absoluto ningún juicio de deber dependiente de su eXIsten-
colectiva, ello exige por parte de cada individuo que la suscriba la acep-
cia. S) Los juicios de deber no han de ser confundidos con los, e~un- tación lógicamente previa de un juicio de deber que dé relevancia prác-
ciados descriptivos acerca o a propósito de las normas. Estos ultimos tica al hecho de la existencia de la regla (y por consiguiente al hecho
ueden ser a su vez de diferentes clases: con una de ~ll~s -los enu~­ de la aceptación por parte de otros de esos mismos juicios): y con ese
~iados directos acerca de normas, que expresa~ J?roposiCI~n~s. normati- juicio de deber previo se expresa la aceptación de una regla que no es
vas- se describen (sin que ello implique suscr~blflos).los JUICI.o~ ~e de- ella misma una regla social (como hecho) y que acaso sea -aunque
ber que formula quien acepta una norma. La ?1ferencm entr.e Jlil~lOS d~ por el momento no pretendo pronunciarme al respecto- una regla mo-
deber y proposiciones normativas, ya oscurecida por la habttualidentl- ral (no de la «moral social», sino de la moral crítica o individual del
dad superficial de los términos en los que unos y otras _se for~rn~la~~ debe
trazarse con sumo dudado si se tiene en cuenta ademas la d1stmc10n en-
sujeto).
305
304
JUAN CARLOS BAYON MORINO
LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO

En el resto de esta segunda parte, por consiguiented, segu~ré el s~l o no sentido caracterizarlos como «prescripciones» (en un sentido am-
. . . r / n primer lugar el concepto e reg a mor
~:~d~~:nc~r:.~:z~:~
1:~~
plio o genérico).

deber,dpr~sacreipnctle·~~:sr ~~eqg~~ss;~~;;1~;r~~~~s ~~les,


;or un replanteamiento de !as relaciones
Los juicios de deber pueden presentar como debidos actos genéri-
inf juicios de
lo ya expuesto y ayu ara . d d t ·
cos -ésto es, categorías o clases de actos- o actos individuales -la
realización en una ocasión específica y por un agente específico de un
d n lado las reglas sociales o creadas por autonda ~s,
e o ro, n~-
e~ d¿ distinto modo en los razonamientos prácticos; y a contl- acto describible como caso de tal( es) o cual( es) acto(s) genéri-

~~~~f~~(apartado 8) trat_ar~ de examinar ene~r~:~~~d~de~i:::f:U~: co(s) (87). También parece natural suponer que los juicios de deber
pueden o bien formar parte de la deliberación práctica que un indivi-
de .llos ra~onl amiee~t~~~i~a~~~~~ni~ed~o;~~ticas o instituciones sociales duo desarrolla en soliloquio (es decir, pueden servir co.mo verbaliza-
reg as soc1a es o /1· · de la noción ción o reconstrucción ideal de los puntos de partida, los pasos inter-
/ 1 . s deteniéndome en particular en e1 ana lSlS .
~:~ec~~~:~:o~idad>>. Todo ell? contribuirlá, según( crf:p'
tadas las bases teóricas necesanas para ese are.ce~ ~n
=r~eeif~a~e~~ medios o la conclusión de esa deliberación), o bien ser usados en la
comunicación con un(os) destinatario(s) real(es), sirviendo entonces
su emisión para realizar un determinado tipo de acto ilocucionario.
este trabajo) la relación entre ordenamientos Jundlcos y razones para
Cuando se expresa con ellos la existencia de razones morales para ac- ·¡
actuar.
tuar, podemos decir que el juicio de deber relativo a actos genéricos (
enuncia una regla (o principio) moral y que el juicio de deber relativo :
a actos individuales constituye un juicio moral particular (88).
7. REGLAS MORALES La asimilación de los juicios...de deber con los mandatos o impera-
tivos constituye sin duda una seria distorsión conceptual. Por supuesto
es posible ejecutar un acto de habla consistente en formular un juicio
7.1 De nuevo sobre juicios de deber' prescripciones y reglas de deber con el propósito de influir en la conducta de otro. Pero ese
acto de habla -en el que se puede hacer uso de enunciados que ex-
i) En el a artado anterior he sugerido' sigui~nd? en buena n:e- presan juicios de deber relativos a actos genéricos o a un acto indivi-
dida a Nino (8~ una distinción entre <<mandatos» (u <<ordenes», o ~D?- dual a realizar por el oyente; expresados en segunda persona («debes~
hacer p») o impersonalmente («se debe hacer p»)- difiere de los man- 1
p~rativos») Y. «JUlClOS e e e:;dos que el hablante formula asumien-
. '. . d d b que quedaba planteada en estos er-
datos o imperativos en el modo en que se procura influir en la con-
~~n:~ lo~f¡~:~:r~: ~~~e~~~~~ad con la intención de que su. emisión ducta del oyente, y de hecho se parece más a una exhortación o ad-
sea vistappor el destinatario como una ra~ón_ ga~aya~~u~~~:~~~~~1ó~)~
conocimiento por su parte de esa supenon a . . d
monición que a un mandato: el hablante expresa ante el oyente la apli-

~~siendo necesario (aunque desd1~ estpo~~~edad~~ :les~~~~o~


luegf
cepte que hay razones para rea 1zar e ac 0 . ' . d ('
(87) Utilizo las expresiones «acto genérico» --o «categoría-acto>>- y «acto indivi-
dual» --o «individuo-actO>>- en el sentido de von Wright: vid. Norma y Acción ... , cit.,
a · d 1 s que el hablante expresa la ex1stenc1a e l. e., p. 54; Id., Practica! Reason, cit., p. 112. Es la misma distinción a la que frecuentemente
o enuncia os con ° 'd · dependientes
ace tación de) razones para actuar que con~l era m . . se alude en la filosofía anglosajona mediante las expresiones «act-type» y «act-token».

_,\ . he~ho
de que él esté f~r~ulan~o ~s~ ~nu~~~~~~·e;~~:~~~:r~:~~~
/ 'éxaminar con mayor detenmuento os JUICIOS . , • . f e
Por comodidad hablo sólo de acciones, pero debe entenderse que utilizo el término en
un sentido amplio que engloba el hacer positivo y eí omitir.
(88) Por supuesto habría que distinguir entre el juicio de debe¡¡ relativo a un acto
clases, su hipotética relación con los mandatos o ImperatiVos y Sl len individual que meramente señala que éste puede ser descrito como caso de un acto ge-
nérico debido -que sería un juicio moral particular meramente prima facie- y el juicio
. .
(86) Cfr. Nino, «Razones y prescnpciOnes», · pp. 45-46 [vid . ahora La validez
Clt.,
de deber referido a ese mismo acto individual pero «una vez sopesados todos los facto-
del Derecho, cit., p. 121]. res» o «tras la consideración de todos los factores relevantes» [all things considered]. De
la potencialmente confusa idea de un «deber prima facie» me ocuparé más adelante.
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JUAN CARLOS BAYON M ORINO

cabilidad a un caso o a cierta clase de casos de determinadas razones por un mandato de autoridad no tien , . .
~e ~:6~:~~~ ~;;r~~a ~~j:~~s!:~na regla ~:~~ (:~~!~ ,q~: ~~j~!~
para actuar pretendiendo que éste tome en cuenta en su deliberación
esas razones (89), no pretendiendo que considere como razón (ni ope-
rativa ni auxiliar) el hecho mismo de que él ha ejecutado el acto de acto genérico) o de un juicio mo:a1e r~~onts morales para realizar un
habla consistente en formular dicho juicio en esa concreta ocasión y to-mandato. Pero la idea de un manS:;oicu. ar com? una su~rte de au-
con esa intención. sona carece de sentido: el acto iloc . o .Imderativo en ~nme;a per-
Si el acto de habla consistente en formular un juicio de deber di- se toma en t ·d 0 · . u~IOnano e mandar (SI el termino
rigido a un oyente determinado con el propósito de influir en su con- tintos. Parasfn~:~t~r d:~t~~~~¿~x~gt mex~~s~lemente dos sujetos dis-
ducta (del modo que se ha descrito) no puede ser asimilado a los man- mismo no queda entonces otro re a ~?cion e un n:andato hacia uno
datos o imperativos, mucho menos puede serlo la aceptación por par- artificiosa escisión ideal de la perso~~iá~dq~~ ~~~urnr a una forzada y
te de un individuo de un juicio de deber (que puede venir expresado da y otra que es la destinataria del mandato· per~:te~ una_queman-
impersonalmente o en primera persona, formando parte como punto
de partida, paso intermedio o conclusión de la deliberación práctica
que desarrolla en soliloquio). Quien considera que toda norma es crea-
que éso parece el abandono
milación entre la aceptación f:j~i~i~~~~~~
. ·
t
u~ o mas sensato
cualqm~r cl~s_e de asi-
tos il?cucionarios como .m~nd~r u ordenar (~o).r y la eJecuciOn de ac-
la i;~~ ~~sca~~ada ~s~ ~similación, se intenta a pesar de todo defender
(89) Conviene diferenciar con cuidado tres situaciones. En primer lugar, el hablan- por tal un ~:n~~~c~:l de deber son «prescripciones» (entendiendo
cos:!
te formula un genuino juicio de deber cuando expresa con él su aceptación de ciertas mandatos o imperativos co¡;:~ loseJt~~ ot~asd ~erí)an esp~cies tanto los
razones (o, si se quiere, la «existencia» de las mismas desde su punto de vista): en ese qué se entiende por « rescri Ción mcios e ,e er : habna que aclarar
caso su pretensión de que el oyente tome en cuenta esas razones seguramente implica
que él cree que el propio oyente las acepta también o que en todo caso acepta otras
ciones los juicios de d¿ber L~ » Y en q':e sentid.o serían prescrip-
que no sería posible suscribir coherentemente al tiempo que se rechazan las primeras es sin duda la d H · p:opuest~ J?~S conocida en ese s·entido
1
(vid. supra, apartado 5.3, sobre el sentido de la discusión moral cuando las razones mo-
rales son concebidas como razones internas); si no presupone tal cosa puede decirse que
son imperativos,eper~rf~~~:nq~ :: J~~J~~~~e ~~~~~:~e;:ti~~~(~l)~
lo que pretende es propagar la aceptación de las razones que él suscribe (pudiendo afir-
marse entonces que una intención como ésa implica que el hablante asume que ejerce (90) El caso de Kelsen en la Allgemeine The . d
algún tipo de ascendiente sobre el oyente, con lo que el acto ilocucionario que ejecuta ilustrativo: definiendo las normas en ge one er Normen me parece sumamente
1
formulando un juicio de deber que él suscribe puede aproximarse significativamente a la aceptación de normas como la repetic~~rad c~mo el sentido de un acto de voluntad y
la emisión de un mandato de autoridad). hacia sí mismo (op. cit p 33) no diOn ~ a arde~ vuelta ahora por el destinatario
·' · ' que a mas remedw que post 1
En segundo lugar el hablante puede expresar la aplicabilidad al caso de razones que mente acaba haciendo Kelsen- la escisión del ind' . u ar --como efectiva-
él no suscribe (es decir, puede formular un enunciado genuinamente descriptivo de las para que el esquema pueda ser aplicabl 1 lVlduo en dos («ego» y «alter ego»)
razones que otro acepta, de la «existencia» de las mismas desde un punto de vista en 23-24). Por supuesto no se percibe enton~esaco~ nor?Ias d~ una m~ral autónoma (pp.
el que él se sitúa hipotéticamente pero sin convertirlo en el suyo propio). Pero a pesar cada a las normas de una moral autónoma la di c~an.~ad como podna entenderse, apli-
del carácter descriptivo del enunciado que formula puede pretender al mismo tiempo sentidos subjetivo y objetivo del acto de '1 ~m(Cion que Kelsen propugna entre los
influir con él en la conducta del oyente (como sucede cuando alguien afirma «tu casa estru~tura estratificada de preferencias q~~ ~:~a dpp. 2 ~-22). Creo que 1~ idea de una
está ardiendo», enunciado inequívocamente descriptivo, pero utilizable sin duda con la un SUJeto suscr.ibe ciertas preferencias de orden efendido en este !rabaJo (en la que
intención de mover al oyente a hacer algo): en ese caso parece sensato suponer que el otras preferencias de orden inferior igualment sup)remo como ~ommantes respecto a
hablante entiende que las razones cuya «existencia» describe sin suscribirlas son suscri- so pueda haber en la idea de un eg d e sduyas capta el posible atractivo que aca-
o «or enan O» a un alter
tas precisamente por el oyente y que en ello confía para influir en la conducta de éste. como presunta reconstrucción de la ace t . , ego -que se nos ofrece
Por último, el hablante puede formular un enunciado descriptivo que expresa una moral y de la tensión entre dicha ace t P. ~cion por parte de un individuo de una regla
proposición normativa sin la intención de influir en la conducta de nadie: en ese caso su parte de obrar en sentido contrari!-aci.on y la pres~ncia efectiva de inclinaciones por
el acto ilocucionario que ejecuta es una genuina afirmación o constatación (aunque pue- pañan a la idea de un auto-mandato ? sm ge~erar mng.uno de los equívocos que acom-
o Imperativo en pnmera persona
da tener como efecto perlocucionario el mover a alguien a actuar). Sobre la necesidad (91) Cfr. Hare The Language of M l . ·
de distinguir exhortaciones, mandatos de autoridad y enunciados descriptivos que ex- i
well-Smith afirma ~ue «Smith debe hac~ra CI~.. ' especialme.nte caps. 1-3 y 10-12. No-
presan una proposición normativa, cfr. Ross, Lógica de las Normas, cit., pp. 52-53. pero dicho por Jones expresa un mandat; r », Icho po7 ~ffilt~, expresa una decisión,
¿expresses an m¡unctzon]: cfr. P. H. Nowell--
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

. . las que resultan capaces


Según Hare las expresiones prescnhi~~~~o~. qué hacer?», es decir' a una suerte de «imperativos en primera persona»: pero tomando la idea
de dar una respuesta a ll:na pregun ·ado desc(,riptivo puede responder de «mandato» o «imperativo» en sentido estricto, hablar de automan-
t / tica · mngun enunci .
una pregun a prac . . / e lo ue identifica al lenguaJe pres- datos o imperativos en primera persona resulta un contrasentido. En
a una pregunta .de ese tlp~, asi ~u de r~puesta a preguntas prácticas. cuanto a lo segundo -la tesis según la cual los juicig_s de deber impli-
criptivo es precisamente e se;virprácticas se responden con imperati- can (o de ellos se deducen) imperativos- parece que lo único que cabe
Como según Hare las pregun as . ue o bien son imperativos admitir es que asentir a un juicio de deber y no adoptar el juicio de
vos? so~ pr~scriptivas;¡¡uellasd:X~~~;~~~e;ativos. Los juicios (mora- resolución correspondiente (o no asentir al imperativo que ordena ha-
o bien zmplzcan o se e uc~n / . · cu a diferencia espe- cer lo que se acepta que se debe hacer) supondría incurrir en una con-
les) de deber serían expreslOnes d.el ~lt~~t~; r~sg~ (universalizabili-
0
tradicción pragmática: aceptar que hay razones concluyentes para rea-
cífica vendría dada por la presencia e CI o revaleciente [overriding- lizar p y no resolver hacer p o no obedecer un mandato de hacer p sig-
dad, supervinie~ci~, carfcter s~~:~~a~ en pcomún juicios de deber y nifica sin duda actuar irracionalmente (94).
ness]). Por ~onsigm~nte o que mitiría considerar a unos y otros como Pero con estos resultados queda considerablemente minada la base
mandatos o 1mper~t1vos -y per / prescripciones»-sería el ser- propuesta para estimar que mandatos o imperativos de un lado, y jui-
dos distintas especies del genero comu~ «.
cios de deber de otro, tienen un rasgo esencial en común que permite
vir para dar respuestas a p;egunt~s p~ac;~::¡ivos sirven para dar res- considerarlos a pesar de sus diferencias como dos especies del género
Ahora bien, las id~as. e que os Im 'uicios de deber implican (o «prescripciones». Si lo que buscamos es establecer esa semejanza de
puestas a preguntas P.ractlcas. y de qu~tl~~ irancamente discutibles. En fondo, no nos sirve una definición de la prescriptividad que consista
de ellos se de~ucen) Imperatlvc:s f~~ace ya años José Hierro critican- en afirmar que son expresion~ prescriptivas aquellas que responden
cuanto a lo pnmero -como sena ~ . n 'uicio de (o de las que se deduce una respuesta) a preguntas prácticas, ya que
do a H~:e (92)-, las ~regun~~so~r:r~~~~sas~::l~~~e~;:r~ijo el des- ni los imperativos dan una respuesta a esa clase de preguntas ni de los
resolucwn, no con un 1IDpera IV . . lo o no cumplirlo, así que juicios de deber «se deducen» los juicios de resolución correspondien-
tinatar~o de~ ~is~~ puede r~~ol;;~t~:o~~~~ juicios de resolución está tes (que son los que proporcionan esas respuestas). Por consiguiente,
cualqme~ asftilaciOn ~9e3~okin ;ealidad esa asimilación parece que vie- o bien se busca otra definición de la noción de prescriptividad, o de
conden~
ne ~a por
propiciada racasol
e error. de concebir los juicios de resolución como
(94) No es extraño que quienes sostienen que los juicios de deber implican impera-
tivos utilicen siempre como ejemplos juicios relativos a un deber concluyente o «tras la
. , ca~te llana dicholosea consideración de todos los factores relevantes» de realizar cierto acto individual: tras-
Smith Ethics, cit., p. 195 [en la traduccwn 21,8- quedeapaso, se traduce
mi J'uicio «in-
no consti-
'
J·unction» d · ·' trad cast czt p. ' ladada a los juicios de deber relativos a actos genéricos en los que se entiende que está
como «a momcwn»., -
tilí tica. mas, . . ' s afortunada sino un cambio concep-
o meno ' contenida implícitamente una cláusula del tipo ceteris paribus, la tesis según la cual los
tuye meramente una opci~n. e.s s son im erativos, pero implican o de ellos
tual]. La idea de q~e los Jm:ws de deber n~. tintos ~atices en emotivistas como Ayer
juicios de deber implican imperativos se desacredita de un modo patente. En efecto, pa-
rece sumamente espinoso precisar qué clase de imperativo se supone que está implicado
se deducen imperativos, esta presente ~onTr~~h and Logic, cit., cap. VI; C. L. Steven- por un juicio de deber como «Se debe hacer (el acto genérico) P» -sea P decir la ver-
o Stevenson: cfr. A. J. Ayer, Languag., ale University Press, 1943), caps. II y X. dad, cumplir las promesas, o cualquier otro-, cuándo lo que se expresa con ese juicio
son, Ethics and Lan~~tage (~ew Haven. yd Pr blemas del análisis del lenguaje moral es un deber prima facie o ceteris paribus, no el deber absoluto e incondicionado de rea-
(92) Vid. José Hierro Sanchez-Pesca or, 0
lizar cualquier acto individual que sea describible c:omo caso del acto genérico P, sean
(Madrid: Tecnos, 1970), cap. II. . ·c·o que expresa una resolución no pue- cuales sean las demás descripciones posibles del mismo; desde luego el imperativo su-
(93) «Es obvio -afirm~ ~erro- que u~ }md~ esa resolución, ya que si la expresa puestamente implicado no podría ser «¡haz P!» o -sLse maneja la discutible idea de un
de, al mismo tiempo, co~tnbmr a ~a for~acw: a formarla es que aún no está form.ada imperativo en primera persona- «¡haga yo P!» simpliciter, sino algo parecido a «¡(salvo
es que está formada, y VIceversa, SI~o~::~~\ólo puede ser prescriptivo si es pr~vlO a que debas omitir un acto individual describible como caso de P) haz P!», extraña fór-
Y' por tanto, no puede expr~sarla. . n J , t ntonces no puede expresarla. Declf que
·, d · ·' si es prev10 a es a e · · mula respecto a la que habría que aclarar qué clase de imperativo se supone implicado
la
un resolucwn o eciswn,esYprescnptivo
juicio de resolución . . es, des de e1 punto de vista lógico, contradictono» por el juicio de deber contenido dentro del paréntesis y cómo se conectaría con el im-
(op. cit., p. 93). perativo que queda fuera de él. Este punto ha sido destacado con claridad por Pecze-
nick y Spector, «ATheory of Moral Ought-Sentences», cit., p. 445.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

lo contrario habrá que admitir que no hemos encontr~do el .el~I?ento esto es todo lo que se desea indicar (97), evidentemente estoy de acuer-
común que permita considerar a mandatos o imperati;os Y JUICI?S ~e do con ello (y creo que en este trabajo se han dedicado suficientes pá-
deber como dos diferentes especies del género comun «pre.s~npciO­ ginas a explicar por qué). Pero encontrar un rasgo común que aúne la
nes». El primer camino es el que sigue Hie~ro tras haber. cnticado a adopción de esa actitud con la ejecución de una pluralidad de actos ilo-
cucionarios (exhortar, mandar, aconsejar, suplicar, etc.) como diferen-
Hare en los términos que se acaban de menciOnar: para Hierro «pres-
tes especies del género «prescribir» me parece bastante más difícil de
cribir», como género, es ejecutar un acto de hab~a con el que s~ pre- lo que acaso se piense a simple vista; y en todo caso daría lugar a un
tende contribuir a formar una resolución; y las diferent~s ~species de sentido extraordinariamente lato de «prescripción», a partir del cual
prescripciones se identifican con otras tantas maneras dis~:ntas en las se impondría inmediatamente la necesidad de insistir en las diferen-
que se intenta o procura contribuir a formar una resoluc10n (95) · La cias capitales -mucho más visibles que la presunta semejanza genéri-
formulación de juicios de deber y la emisión de ór.denes o man~at~s ca- que mediarían entre la primera y los segundos como distintos sub-
serían entonces dos formas entre otras muchas de Intentar contnbmr grupos de especies de ese desvaído género.
a formar una resolución de un agente, y ése sería su elemento ~n ~o­
mún, el dato que permitiría calificar a unos y otros como prescnpciO- ii) Hasta el momento he venido diciendo que los juicios de deber
nes. son enunciados con los que el hablante expresa la existencia desde su
1
Esa idea me parece sustancialmente c?r~~cta por lo que hace a punto de vista de razones para actuar (que considera independientes
acto de habla consistente en formular un JUICIO de de?er con el pro- del hecho de que él esté formulando ese enunciado). Lo que ahora me
pósito de influir en la conducta de otro. Pero tengo mi~ _dudas ace~ca propongo examinar es la relación entre los juicios de deber y las re-
de si puede extenderse hasta cubrir ta~bién .1~ acept~ciOn por un m- glas o normas. Raz ha señalado que cuando alguien afirma «se debe
dividuo de un juicio de deber (en la dehberac10~ P:~ctlca que desarro- hacer p» -expresando con ello un genuino juicio de deber, no emi-
lla en soliloquio): hablar en ese caso ~e «prescnpcion» me pare.ce que tiendo un enunciado descriptivo que expresa una proposición norma-
equivaldría a decir que el individuo e~~cuta un acto con el que mtent~ tiva- y al preguntársele qué quiere decir contesta «hay una regla se-
contribuir a formar su propia resoluc10n, con lo que me temo que re. gún la cual se debe hacer p» -indicando por consiguiente que él acep-
caemos de nuevo en las paradojas de la noción de a~to-ma?dato, SI ta esa regla, no registrando meramente el hecho de que otro(s) lo ha-
bien atenuadas ahora por el reconocimiento de ~as. diferencias e~tre ce(n)-, su segunda afirmación puede entenderse de dos maneras: o
dos distintas maneras de «prescribir». Si las prescnrciOn~s aca?an sien- bien puede pensarse que ha dicho con otras palabras lo mismo que con
do definidas como actos de habla con una fuerza Ilo~uc~~nana (0 una la primera, o bien se puede interpretar que con la primera ha expre-
familia de ellas) típica, mi resistencia a ver una prescnpcion en la acep- sado que hay una razón para hacer p y con la segunda ha indicado pre-
tación de un juicio de deber deriva simplemente d~ que n? creo que cisamente cuál es esa razón (98). Por supuesto, la diferencia entre esas
ésta constituya en absoluto un acto de habla en s~ntld~ estncto. Segu- dos interpretaciones sólo resulta interesante si cabe afirmar que en al-
ramente lo que se trata de subrayar cuando se dice, sin ma~or~s ma- gunas ocasiones, pero no siempre, las razones cuya aceptación está in-
tizaciones, que los juicios de deber son «una clase de prescnpc10nes» dicando el hablante al formular un juicio de deber son (o tienen que
es que sostener que algo constituye una razón para actua~ no es me- ver con la existencia de) reglas o normas: es decir, si al indicar el ha-
ramente describir, constatar o caer en la cuenta de algo, sino q~e su: blante con su segunda afirmación cuál es la razón para hacer p cuya
pone adoptar una actitud (96), formar o suscribir una preferencia. SI
(97) Ese parece ser el caso cuando von Wright afirma que «asentir a una norma [to
assent to a norm] no es afirmar una verdad» y que, por consiguiente, «asentir [... ] es
(95) Op. cit., P· 95. . ¡· 'ón»· sobre el con- una actividad (mental) prescriptiva y no descriptiva»: cfr. G. H. von Wright, «<s and
(96) No «tener una intención», m mucho menos «rea IZar un~ acc1 ·
cepto de intención y el problema de la debilidad de la voluntad, v1d. supra, parte I, apar- Ought», cit., p. 278.
(98) Cfr. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., p. 50.
tado 3.1.
313
312
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

existencia ha expresado con la primera hubiera sido posible que no re- más complejo de lo que. generalmente se piensa y no es éste el mo-
sultara ser una norma. Esa es la cuestión que me interesa abordar en mento de abordar esa explicación; pero lo único que deseo subrayar
este momento y que, como veremos, nos va a llevar a disti~guir dos por ahora es que hay una clase de juicios de deber que un sujeto sus-
sentidos bastante diferentes de «reglas» desde el punto de vista de su cribe -entre otras cosas- porque existe una regla social, queriéndose
relación con las razones para actuar. - decir con ello que en ausencia de esa regla no lo suscribiría, o no lo
suscribiría exactamente con el mismo contenido. En segundo lugar, de-
En el apartado 6 introduje una distinción entre juicios de deber ~e­ cir que lo suscribe entre otras cosas porque existe una regla social es
pendientes e independientes de la formulación de m~~datos. Qmen decir que la regla (para ser exactos: el hecho de que la regla existe) es
suscribe un juicio de deber dependiente de la formulacwn de un ~an­ parte de su razón para suscribir ese juicio de deber: la existencia de la
dato puede afirmar que está diciendo que hay una razón para reahzar regla no es ni p~ede ser -en tanto que puro hecho- una razón com-
un determinado acto y que esa razón es la norma creada por el man- pleta para actuar, pero sí interviene en su razonamiento práctico como
dato de autoridad. Sabemos ya que si se expresa así se está refiriendo razón auxiliar. Lo que a su vez implica dos cosas: la primera, que si
sólo a una parte del razonamiento práctico completo que en realidad el sujeto dice que la razón por la que «Se debe hacer p» es esa regla
desarrolla: como el genuino juicio de deber dependiente de la formu- se está expresando de una manera inexacta (por incompleta), explica-
lación de un mandato presupone otro juicio de deber que no puede ble a caso sobre la base de ciertas presuposiciones conversacionales
ser a su vez de esa clase (y que es relativo al deber de realizar lo que que tienen que ver con el hecho corriente de que al justificar acciones
ordene alguien a quien, precisamente por ello, se considera «autori- no se expresan ordinariamente la totalidad de razones operativas y
dad»), lo que realmente se está diciendo es que hay razones para ha- auxiliares que intervienen en et razonamiento práctico de quien habla,
cer lo que ordene X y que como X ha ordenado p hay razones para sino muchas veces sólo aquella que «inclina la balanza» de las razones
hacer p. Pero como, ceteris paribus, estima que no habría razo?es para a favor o en contra de un determinado acto o que «introduce la dife-
hacer p de no ser justamente por ese mandato de X, al decu mera- rencia» respecto al conjunto de razones que se presupone que hablan-
mente que hay una razón para hacer p y que esa razón es la norma te y oyente aceptan; la segunda (que por ahora dejo meramente apun-
creada por X lo que está haciendo es destacar aquella parte de su ra- tada para desarrollar más tarde) (99)), que el razonamiento práctico
zonamiento práctico completo que especifica precisamente q~é a~t? cuya conclusión es un genuino juicio de deber dependiente de la exis-
tiene una razón para ejecutar (quedando el resto presupuesto Imphci- tencia de una regla social exige como permisa mayor otro juicio de de-
tamente). ber que no puede ser del mismo tipo, sino que debe ser de la clase
Vayamos ahora a los juicios de deber que n~ ~ependen de la.for- que he llamado «indepediente de la existencia de reglas».
mulación de mandatos. Por supuesto hablar de JUICIOS de deber znde- Decir que un juicio de deber es «independiente de la existencia de
pendientes de la formulación de mandatos es ofre~er un~ ~a:acteriza­ reglas» es decir que con él el hablante expresa la existencia de razones
ción puramente negativa, alu~ir tan sólo a 1~ qu~ ~cierto~ }UICIO~ ~e de- para actuar que no dependen -ni siquiera en parte- ni del hecho de
ber no son. Para avanzar hacia una caractenzacwn positiva, dire aho- que alguien haya formulado un mandato ni del hecho de que exista
ra que los juicios de deber independientes de la formulación de man- una regla social. Quien afirma sinceramente que «se debe hacer p» por
datos pueden ser a su vez dependientes de la existencia de. reglas so- razones independientes de la existencia de reglas lo afirma sean cuales
ciales o independientes de la existencia de reglas. En el pnmer caso, sean los mandatos que cualquier autoridad haya formulado y sean cua-
un individuo cuenta entre sus razones para afirmar «se debe hacer p» les sean las reglas que eventualmente puedan existir en la sociedad
el hecho de que existe una regla social relativa ~ la cl~se de. actos q_ue (aunque si realmente se hubiese mandado que p o existiese una regla
son como p. Esta afirmación requi~re introducu de m~edi~to van~s social a tenor de la cual se debe hacer p, el hablante podría considerar
precisiones. En primer lugar, exphcar exactamente que quie.re decu
que «existe» una regla social -entendiendo por tal una de tipo con-
suetudinario, no creada por ninguna autoridad- me parece bastante (99) Vid. infra, apartado 8.1.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

en ciertos casos que cuenta en parte por ello con razones suplementa- ber~s I?or~~es» o «juicio~ morales de deber» habrá de entenderse (sal-
rias para hacer p ). Quizá podría pensarse que sólo este tipo de juicios vo md1cac10n en contrano) que me refiero exclusivamente a «deberes
de deber que estoy llamando «independientes de la existencia de re- naturales» o a «juicios de deber independientes de la existencia de re-
glas» pueden ser considerados auténticos juicios morales, pero entien- glas».
do que eso sería un error: hay juicios morales de deber independien- Podría pensarse -y ello nos lleva por fin al punto central que que-
tes de la existencia de reglas, dependientes de la existencia de reglas ría destacar- que si ciertamente hay juicios de deber independientes
sociales y dependientes de la formulación de mandatos. Aunque no de la formulación de mandatos y de la existencia de reglas sociales, lo
pretendo justificar ahora esta afirmación, señalaré tan sólo, anticipán- que no hay en modo alguno son juicios de deber independientes de la
dome a una posible crítica que si no me equivoco resulta bastante co- existencia de reglas (de alguna clase_, no necesariamente reglas creadas
mún, que los juicios de deber de las dos últimas clases no dependen por mandatos de autoridad ni reglas sociales). Cuando hablamos de re-
nunca únicamente del hecho de que exista una regla social o de que se glas no siempre nos referimos a reglas creadas por autoridades o a re-
haya formulado un mandato en determinado contexto: esos hechos son glas sociales, sin~ que es perfectamente usual hablar también de reglas
-en el razonamiento práctico de quien suscribe esos juicios- razones morales. En ocasiOnes se llama «reglas morales» a reglas sociales -de
auxiliares que especifican qué actos se tiene una razón para realizar ha- la moral positiva-, y puede haber quien esté dispuesto a llamar «regla
bida cuenta de que quien habla suscribe ciertas razones operativas que moral» a reglas creadas por mandatos de autoridad (como sucede en
no dependen de hechos de esa clase (i. e., que se expresan a través algunas morales de tipo religioso): pero evidentemente respecto a «re-
·de juicios de deber «independientes de la existencia de reglas»). Aun- glas morales» de cualquiera de esas dos clases siempre cabe pregun-
que no todos los juicios de deber moral son independientes de la exis- tarse -y la pregunta no constituye en modo alguno un sinsentido- si
tencia de reglas, sí puede decirse que éstos forman una importante sub- uno debe moralmente obedecerlas. Ahora bien, también hablamos de
clase de ellos: la de los que Rawls ha llamado -con una terminología las reglas de la moral-«crítica», autónoma- que uno acepta, respec-
que quizá no es tan afortunada como hubiese sido deseable- «debe- to de las cuales (como vimos en su momento) sí sería síntoma de con-
res naturales», entendiendo por tales aquellos que no tienen ninguna fusión conceptual preguntarse si se debe moralmente obedecerlas, y
clase de conexión necesaria con instituciones o prácticas sociales (100). que son a las que me referiré siempre cuando en lo sucesivo hable de
Como ya he dicho que la aceptación de juicios de deber dependientes «reglas morales» sin mayores precisiones. Pues bien, cabría pensar que
de la formulación de mandatos y de juicios de deber dependientes de cuando .hace _tm momento hablé de «juicios de deber independientes
la existencia de reglas sociales presupone la aceptación previa de jui- de la existencia de reglas» debería haber dicho más bien «independien-
cios de deber independientes de la existencia de reglas, este último tes .de la existencia de reglas sociales o generadas por mandatos de au-
tipo de juicios de deber resulta ser el más básico de los tres. Por esa t~ndad», porqu.e en ~ealidad los presuntos juicios de deber «indepen-
razón -y porque todavía no he justificado (aunque es lo que realmen- dientes de la existencia de reglas» serían dependientes de la existencia
te pienso) que no pueda haber genuinos juicios de deber dependientes (ésto es, de la aceptación por parte de quien habla) de reglas morales.
de la formulación de mandatos o de la existencia de reglas sociales que Desde este punto de vista, quien suscribiera un juicio moral como «de-
no sean morales- cuando hable en el resto de este apartado de «de- bes decir la verdad a X» estaría expresando la existencia de razones
para actuar que no serían otras que la existencia (i. e., su aceptación)
(100) J. Rawls, A Theory of Justice, cit., pp. 114-115; también D. A. J. Richards, de una regla moral como «se debe decir la verdad»: y en ese sentido,
A Theory of Reasons for Action, cit., pp. 92-94. Digo que la terminología no me parece si los juicios de deber indican la existencia de razones esas razones
del todo afortunada porque la idea de «deberes naturales» quizá evoque de inmediato
. '
szempre serían reglas (de un tipo u otro: como mínimo, reglas de lamo-
la de «derechos naturales», con lo que a través de esa asociación acaso podría parecer ral que el hablante acepta). Me parece sin embargo que hablando de
que al hablar de deberes naturales se refiere uno a un orden moral objetivo, presunta-
mente enraizado en la «naturaleza humana» o en cualquier otra base semejante. Me pa-
ese modo se oscurece una importante diferencia sobre la que ha lla-
rece evidente que las tesis sostenidas en la parte I de este trabajo excluyen por lo que
a mí respecta la más mínima cercanía a esa interpretación.

316 317
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

valor especial en sí misma (lo que desde luego resultaría bastante cho-
mado la atención Warnock (101) y que creo que conviene tener pre-
sente para entender en qué sentido se puede decir que la relación en- cante), sino ~arque habida cuenta del hecho de que esa regla existe y
tre las reglas (o principios) morales y los juicios de deber que hasta se respeta, Circular por la derecha es la forma de conseguir un resul-
aquí he venido llamando «independientes de la existencia de reglas» tado que sí se considera valioso en sí mismo (minimizar el riesgo de
no es del mismo tipo que la que media entre reglas sociales o genera- dañar a otro). En ese sentido la existencia de la regla convierte un acto
das por mandatos de autoridad y juicios de deber dependientes de la moralmente indiferente en uno debido, pero no por sí misma, es de-
existencia de las primeras o de la formulación de los segundos. cir, con .indepen?encia de las razones que previamente aceptara quien
Cuando hablamos de reglas sociales o reglas creadas por mandatos habla, smo precisamente en la medida en que determina o identifica
de autoridad tiene sentido distinguir entre las razones para realizar el de qué modos tiene que actuar éste para respetar ciertas razones para
acto al que las reglas se refieren que son independientes de que efec- la acción que aceptaba de antemano. Si para representarnos la delibe-
tivamente existan o no dichas reglas, las razones para tener una regla ración moral utilizamos la clásica imagen de la balanza en cada uno
relativa a esa clase de actos y las razones para realizar dichos actos ge- de cuyos platillos se van colocando a modo de pesas las razones a fa-
neradas por la existencia efectiva de esas reglas (102). Evidentemente vor y las razones en contra de un determinado acto, se puede decir
hay muchos puntos por aclarar en esa distinción (103), pero confío en que en el caso que se acaba de mencionar la existencia de la regla es
que a grandes rasgos resulte intuitivamente aceptable. Como ejemplo una pesa adicional que se agrega a las razones que previamente pudie-
trivial que sirva meramente para ayudar a ilustrarla -a la espera de ran existir para realizar u omitir la clase de actos a los que la regla se
su completo desarrollo en un momento posterior-, sirva el siguiente: refiere: esa pesa adicional puede reforzar razones ya existentes, con-
no hay en principio razones para conducir por la derecha más bien que trapesar razones de signo contrario o conferir algún tipo de peso a un
por la izquierda, hay razones para tener una regla al respecto (la ne- ac~o qu~ previamente no tenía ninguno (esto es, que de no ser por la
cesidad de conseguir una coordinación de las conductas que minimice existencia de la regla resultaría indiferente). Cuando esa pesa adicio-
el riesgo de accidentes) y la existencia efectiva de esa regla (p. ej., de
nal resulta ser decisiva en la evaluación de un acto, el individuo puede
una que ordena circular por la derecha) genera una razón para hacer
decir que la razón por la que se debe realizar dicho acto es esa regla:
lo que la regla ordena que no existiría caso de no existir la regla. A
en realidad al expresarse así sólo menciona una parte de su razona-
mi juicio tiene perfecto sentido que alguien diga que si existe y es ge-
neralmente obedecida una regla según la cual se debe circular por la miento práctico completo, pero ya se han mencionado el tipo de pre-
derecha entonces se tiene el deber moral de circular por la derecha: suposiciones conversacionales que llevan usualmente a presentar como
no porque atribuya a la clase de actos «circular por la derecha» algún razón completa lo que realmente no es tal.
Esa imagen de las reglas como «pesas adicionales» de la delibera-
(101) Cfr. G. J. Warnock, The Object of Morality, cit., caps. 4 y 5. ción práctica no es trasladable en absoluto al caso de las reglas mora-
(102) Warnock, op. cit., pp. 36-43. Vid. también Chaim Gans, The Concept of Duty les que un individuo suscribe. La regla moral expresa las razones mo-
(D. Phil. Thesis, Oxford, 1981; inédita), cap. VIII [debo expresar mi agradecimiento al
Prof. Raz por haberme facilitado una copia del original]; y Donald H. Regan, «Law's
rales para actuar que el individuo acepta, no se agrega a ellas como
Halo», en Social Philosophy & Policy, 4 (1986), pp. 15-30. una razón suplementaria. No tiene sentido diferenciar entre las razo-
(103) Menciono algunos sólo a título de ejemplo: las razones para tener una regla, nes morales para realizar una clase de actos, las razones para «tener
¿son siempre razones para realizar el acto al que se refiere la regla, o sólo en ocasio- una regla moral» relativa a esa clase de actos y las razones generadas
nes?; ¿podría admitirse que aunque no haya en principio razones para tener cierta re-
gla, si a pesar de todo existe, ese hecho genera razones para realizar el acto al que la
por la «existencia» de esa regla (como algo que se añadiría a las pri-
regla se refiere?; partiendo de la base de que hay reglas (como las reglas sociales) de meras). De hecho, si alguien acepta que existen determinadas razones
las que no se puede decir que existen si no son efectivas, pero que también hay otras para considerar moralmente debidos la clase de actos P, no se alcanza
(como las creadas por mandatos de autoridad) cuya existencia no implica necesariamen- a comprender en qué más podría consistir el «tener una regla moral»
te su efectividad, ¿habrá que decir que es la existencia o más bien la efectividad de la a tenor de la cual se debe realizar la clase de actos P. Parece sensato
regla lo que puede generar razones para actuar?
319
318
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

afirmar que tener esa clase de regla no significa nada más que aceptar 7.2. La estructura abierta de la deliberación moral: principios y
aquellas razones. reglas
Por consiguiente creo que la relación entre las reglas morales -que
no son otra cosa que juicios de deber relativos a actos genéricos- y Las reglas morales han sido caracterizadas provisionalmente como
los juicios morales particulares no queda descrita adecuadamente di- juicios de deber relativos a actos genéricos. Para entender con mayor~~
ciendo que los segundos expresan la existencia de razones para actuar exactitud de qué modo funcionan en la deliberación práctica y cuál es J

y que esas razones son las reglas morales: me parece más acertado de- su relación con los juicios morales particulares me parece que puede
cir que esas razones son aquellas cuyas relaciones de prioridad típicas resultar útil empezar examinando el concepto de «norma probabilísti-
para ciertas clases de casos se expresan con los juicios de deber que ca» tal y como ha sido presentado, no hace mucho, per Gert-Fredrik
son a su vez las reglas morales (104). En la medida en que las propias Malt (105). La idea que Malt trata de condensar con su concepto de
reglas morales no constituyen por sí mismas razones para actuar dife- <<normas probabilísticas» ciertamente no es nueva: corresponde grosso
rentes de aquellas cuya existencia expresan me parece justificado lla- "!~~o a lo que a veces ha si.do den~minado principios (por contrapo-
mar «independientes de la existencia de reglas» a la clase de juicios mo- SICIOn a la~ «reglas» en sentido estncto), normas o standards débiles,
rales de deber que no dependen ni de la formulación de mandatos ni normas abwrtas, etc. Pero el análisis de Malt tiene a mi juicio la vir-
de la existencia de reglas sociales. t~d de subrayar u.n imp?rtate paralelismo entre los razonamientos prác-
ticos en los que mtervwnen esa clase de normas y los razonamientos
La relación entre las reglas morales y los juicios morales particu-
t~ó:icos con ~nu?ciad~s prob.abilísticos descriptivos, que una vez per-
lares, así como el concepto mismo de «regla moral», no han quedado cibido nos evita mcurnr en Ciertos errores comunes que vician el tra-
todavía suficientemente aclarados: analizarlos con mayor profundidad tamiento de algunos problemas como, por ejemplo, el de los conflic-
constituye el objetivo de los próximos apartados. Pero por ahora me tos de deberes. La idea de una <<norma probabilística» también recor-
gustaría presentar, a modo de resumen de lo que se acaba de exponer, dará de inmediato la noción de «deber prima facie», que como se sabe
la siguiente conclusión: las reglas morales son juicios de deber (relati- fue in~roducida en la reflexión moral contemporánea -precisamente
vos a actos genéricos), y como tales no constituyen razones para ac- como mstrumento supuestamente idóneo para tratar de manera ade-
tuar, sino que expresan la existencia de éstas; las reglas sociales y las cuada los conflictos de deberes- por William David Ross (106) y que
creadas por mandatos de autoridad no son juicios de deber, aunque ha lle~ado a ser una ~erramienta conceptual de uso corriente. Lo que
su existencia presupone que alguien acepta ciertos juicios de deber y a decir verdad no deJa de resultar un tanto sorprendente, si se tiene
aunque es posible formular juicios de deber acerca de los actos a los en cuenta que casi todos los críticos y comentaristas de Ross subrayan
que se refieren que entre otras cosas tomen en cuenta el hecho de que que su planteamiento es ambiguo e inconsistente (107). Tengo para mí
esas reglas existen (y en ese sentido se puede decir de ellas que cons-
tituyen razones auxiliares para la acción). (105) Cfr. G. F. Malt, «Deontic Probability», E. Bulygin et al. (eds.) Man, Law and
Modern Forms of Lije, cit., pp. 233-240 .
(104) En la realidad no existen más que actos individuales: los «actos genéricos» son .(106} W. D. Ross, The Right and the Good (Oxford: Cl;uendon Press, 1930; reimpr.,
construcciones intelectuales, formas de ordenar la experiencia que, por decirlo gráfica- Umverslty Press, 1967), cap. II; Id., Foundations of Ethics (London: Oxford University
mente, «recortan» una parcela de la realidad y le asignan un nombre. Esa operación de Press, 1939) [hay trad. cast. de Dionisia Rivera y Andrés Pirk, revisada por Carlos Astí
clasificación y categorización podría realizarse en principio de infinitas formas, pero si Vera, Fundamentos de Etica, Buenos Aires, Eudeba, 1972].
lo hacemos de una manera determinada y no de otra --es decir, si manejamos juicios
(107) Véase la temprana crítica de Moore, que declaraba con fingida inocencia «no
de deber relativos a conjuntos de actos individuales considerados bajo tal o cual de sus
estar seguro de entender del todo la manera en que Sir David utiliza el término»: G. E.
descripciones posibles, y no bajo otras distintas- es porque nos interesa resaltar ciertas
Moore, «A Reply to I_UY Critics», en Paul Arthur Schilpp (ed. ), The Philosophy of G. E.
situaciones típicas en las que reiteradamente suele darse un mismo esquema de priori-
Moore (Evanston/Ch1cago: Northwestern University Press, 1942), pp. 533-677, p. 563.
dades relativas entre razones para la acción. Sobre esta última idea, vid. infra, apartado
Me Closkey,. en un artículo ya. clásico («Ross and the Concept of a Prima Facie Duty»,
7.3.
en Australaszan Journal of Phzlosophy, 41 (1963), pp. 336-345), consideraba el análisis
320
321
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

que el concepto de deber prima facie sigue .arrastrando como ~icios de de la que se sirve Lyons -a medio camino entre el lenguaje natural
origen buena parte de las confusiones ross~anas, que algunos mt~ntos y la formalización- quizá se percibe ya de un modo intuitivo el fondo
recientes de superarlas o enderezarlas no nos llevan ~uch~ ~~~ le- de la diferencia estructural entre esas dos clases de principios o reglas.
jos (108) y que todo ello repercute negativament~ en la mtehgibihdad Pero a mi juicio se captaría aún con mayor claridad acudiendo a una
de los términos en que se discuten algunas cuestiOnes fundamentales formalización más rigurosa. La formalización, por consiguiente, tiene
(como por ejemplo la de si existe o no, en qué sentido y con qué al- para mí en este momento un valor puramente instrumental: no me in-
cance un deber moral de obedecer al derecho). Por eso me parece pre- teresa per se, sino sólo en la medida en que contribuya a hacer más
feribl~ examinar en profundidad la idea de «deber prima facie» en un fácilmente visible el punto que pretendo destacar (y ello justifica, se-
momento posterior, cuando contemos con una visión más .clara ~e l.a gún creo, el que aquí puedan dejarse al margen sin mayor inconve-
estructura de la deliberación moral, de sus puntos de partida (pnnci- niente buena parte de los más ásperos escollos teóricos que es preciso
pios o reglas morales) y su relación con los ju~cios mora.l~s particu~a­ sortear en la construcción de un cálculo deóntico).
res, lo que según creo permitirá afrontar en meJores condiCI~nes la dis- La presentación en lenguaje natural-o semi-natural- de los prin-
cusión acerca de si ha de admitirse la posibilidad de que existan (y en cipios o reglas mediante una estructura del tipo «si ... , entonces ... » su-
qué términos) genuinos conflictos de deberes. giere intuitivamente que en su formalización habrá de hacerse uso
(como conectiva) de alguna forma de condicional. Podría pensarse, no
i) Siguiendo la terminología propuesta por David Lyons,.. ~ode­ obstante, que ese recurso resultará necesario no para la representación
mos distinguir entre principios o reglas morales «fuertes» ~ «deblles». simbólica de cualquier norma, sino sólo de las que establezcan «obli-
La representación esquemática de la estructura de los pnmeros que gaciones condicionadas» - cuya formalización, por cierto, se ha ido
nos ofrece Lyons es revelando tan extraordinariamente compleja que ha llegado a ser ca-
lificada recientemente por von Wright como «piedra de toque» para
«Si p, entonces r» la lógica normativa (110)-, entendiendo por tales aquellas que von
Wright denomina -no sin cierta impropi~dad (111)- «normas hipo-
donde «r» es «un juicio que concierne al acto particular o a la clase téticas», es decir, normas cuya condición de aplicación no puede de-
de acto en cuestión», mientras que los principios o reglas débiles ten- rivarse sólo de su contenido, puesto que implica algo más que la exis-
drían la forma tencia de una oportunidad de ejecutar. la acción correspondiente. Aquí
entenderé, por el contrario, que toda norma, en la medida en que pue-
«Si p y q, entonces r» de ser concebida como enunciado que correlaciona «casos» con «solu-
ciones», posee una estructura exteriorizable en lenguaje natural por
donde «q» representa una cláusula ceteris paribus (109) .Ccuya ~nclu­ medio de una construcción del tipo «si (caso), entonces (solución)» y
sión obviamente es el elemento decisivo que marca la diferencia en- susceptible de ser representada simbólicamente a través de un esque-
'
tre una ."
y otra clase' de principios o reglas). En la forma de presentacwn ma condicional (si bien, como es natural, el modo de formalizar el
«caso» de las normas hipotéticas habrá de ser más complejo que el de
las normas categóricas -siempre en el sentido específico que da von
de Ross «Obscuro, confuso e inconsistente» (p. 336). También Searle ha subrayad~ la
inconsistencia de Ross en un artículo que ha influido notablemente en muchos escntos
Wright a estos términos-, dificultad de la que aquí voy a prescindir).
posteriores sobre el tema y cuyas conclusiones examina~é más adel.ante:. cfr . .John R. Asumiendo ese punto de partida, resultaría ingenuo intentar exa-
Searle, «Prima Facie Obligations», en J. Raz (ed.), Practzcal Reasonzng, c1t., PP· 81-90. minar en profundidad todas las dificultades que surgen al intentar for-
(108) Me refiero en particular al análisis de Searle citado en la nota antenor, que, malizar las obligaciones condicionadas, algunas de las cuales tienen
si no me equivoco, es considerado por muchos -yo diría que sorprendentemente-
como definitivo en la materia: vid. infra, apartados 7.4 Y 7.5.
(109) Cfr. Forms and Limits of Utilitarianism (Oxford: Oxford University Press, (110) Vid. «Bedingungsnormen: ein Prüfstein für die Normenlogik», cit.
1965), pp. 19-21. (111) Vid. supra, apartado 5.3.

322 323
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

que ver con las cuestiones más gene~ales que se plantean/ acerca del en que funcionan dentro de un sistema standard de lógica deóntica las
modo en que sería viable y los térmmos en los que ha?na de co~~­ diferentes conectivas con las que es posible simbolizar las diversas es-
truirse una lógica deóntica (112), mientras que otras den~an espectfl- tructuras que pueden subyacer a una formulación en lenguaje natural
camente de la lógica de los condicionales mismos, es dec1r, del modo del tipo «Si ... , entonces ... » (113). Por consiguiente introduciré una se-

(112) Tal y como pone de ma~f~esto la discusión acerca de si el modo correcto ?e representa la «paradoja de la obligación derivada», sobre la que volveré en la próxima
formalizar las obligaciones condicionadas es «? (p ~ q)» o : por el contrano, nota- su inconveniente principal consistiría --como indicó Weinberger, hace yabas-
«P ~ Oq». En su trabajo pionero de 1951, von Wnght utilizaba la. formula «0 (p ~ q)» tantes años: cfr. O. Weinberger, «Über die Negation von Sollsatzen», en Theoria, 23
(cfr. «Deontic Logic», cit., ~· 4), q~e abandonó a f~nale.s de los cm~uenta para soslayar (1957) 102-134 [ahora en O. Weinberger, Studien zur Normenlogik und Rechtsinforma-
las «paradojas de la obligación denvada» que hab1an s1?0 denu~cm?as por Art?ur N. tik (Berlin: J. Schweitzer, 1974), pp. 33-58]- en que aparentemente lo que se requiere
Prior en 1954 (cfr. A.N. Prior, «The Paradoxes of Denved Obh.gatiOn», en M:nd, 63 en ella como deber es la implicación «p ~ q» en su conjunto (lo que desde luego re-
(1954) 64-65). Por lo que se refiere a la formalización de von Wngh~, la paradoJa con- sulta un tanto extraño), y no «p, a condición de que q». Frente a esa interpretación
siste en que en su sistema resulta ser válida «0-p ~ ~ ~p ~ q).», form~l~ que parece Ross replica que «0 (p ~ q)» significa «la obligación de actuar de manera que "p ~ q"
que ha de ser interpretada en el sentido de que lo proh1b1do obliga condicion~l~ente a sea verdadera»; y que por consiguiente, habida cuenta de que dado «p» sólo es verda-
cualquier cosa, lo que ciertamente resulta contraintuitiv.o (para la dem_ostraciOn _d~ la dera «p ~ q» a condición de que «q», «0 (p ~ q)» significa «la obligación de hacer q
validez de «0-p ~ o (p ~ q)» en el sistema de ~on ~nght ?e 1951, ve ase la prmama (... ) a condición de que p» (Lógica de las Normas, cit., p. 156).
nota). Tratando de evitar ese resultado, von Wnght mtrodujo en 1956 -«A Not~ on En realidad el problema de interpretar una fórmula como «0 (p ~ q)» remite a la
Deontic Logic and Derived Obligation», en Min~, 65 C.1959) 507-5?9- Y ~esarrollo e? cuestión más general de cómo deben entenderse -y construirse- las fórmulas deónti-
rofundidad en 1964 -<<A New System of Deont1c Log1c», en Danzsh Yembook of Phl- cas. En la lógica deóntica standard los operadores normativos van seguidos de los sím-
pl h 1 (1964) 173-182 [ahora en R. Hilpinen (ed.), Deontic Logic: Introductory and bolos que tradicionalmente representaR enunciados indicativos, y se supone que actúan
osop y, d / · d''d' O
Svstematic Readings, cit., pp. 105-120]- la idea de un o~e:~dor eont1co 1a 1co « sobre proposiciones. En ese sentido el sistema standard constituye una lógica del tipo
(q/p )» -fórmula que interpreta como «debe ser q a condicion de qu.~ p>~, que es el Sein-Sollen (i. e., una lógica de lo que debe o no debe ser), no del tipo Tun-Sollen (de
que utiliza en sus obras fundamentales de los sesenta [Norma _Y Accwn, Cl~., (1963) Y lo que se debe o no hacer), tal y como reconoce el propio von Wright --cfr. «On the
An Essay in Deontic Logic and the General Theory of Action, c!t.'. (196~))· .sm embargo Logic of Norms and Actions», cit., p. 106-, lo que nos aproxima intuitivamente a la
en la década de los ochenta ha abandonado los operadores deont1cos d1adicos Y propo- lectura de «0 (p ~ q)» que lleva a cabo Ross. No falta sin embargo quien entiende que
ne de nuevo la fórmula «0 (p ~ q)»; cfr. von Wright, «Problems and Prospects of Deo~­ los operadores deónticos han de aplicarse no a proposiciones, sino a términos individua-
tic Logic -A Survey», en E. Agazzi (ed.), Modern Lag~:_- A ~~r~ey (Dordre~ht: Rei- les de acción, lo que siembra la duda acerca de la admisibilidad de «0 (p ~ q)» como
del, 1980), p. 411; Id., «Norms Truth and Logic» [v~rs10n defimtlva e~ Pra.~tlca~ Rea- fórmula bien formada de un cálculo deóntico: cfr. Hernández Marín, El derecho como
son, cit., (1983), por donde se cita], p. 151; Id., «Bedmgungsnormen; em Prufstem ... », dogma, cit., p. 127 y las referencias bibliográficas allí citadas; Id., Teoría General ... , p.
cit. (1984), p. 451, nota 11. . 86 (vid. también, no obstante, la propuesta desarrollada por el propio Hernández Ma-
El problema de una fórmula como «p ~ Oq». radica, por decirlo c?n. palabras qu~ rín, siguiendo ideas de Z. Ziemba, de un lenguaje prescriptivo exclusivamente de acto-
emplea Ross, en que parece ser un «híbrid~ impos1?l~~> (cfr. A. Ross, LogLca de las N?l- res y no de acciones: El derecho como dogma, cit., pp. 113 ss.; Teoría General.., cit.,
mas, cit., p. 155; von Wright suscribe la 1msma op1m?n: cfr. «Nor:n~· Truth and Logic» pp. 88 ss.).
cit., p. 151); 0 bien «0q» ha de interpretarse en esa formula descnptlvam~n:e (y ento~es (113) La expresión «sistema standard de lógica deóntica» fue acuñada por Bengt
la fórmula en su conjunto no simbolizaría en absoluto u~a norma cond1~10nada, smo Hansson en «An Analysis of Sorne Deontic Logics», Noús 4 (1970) 373-398 [ahora en
una proposición normativa relativa a ella), o de lo contrano «~» resultana ~er una co- R. Hilpinen (ed. ), Deontic logic: Introductory and Systematic Readings, cit., pp.
nectiva sui generis imposible de definir mediante tablas de verdad (ya que ciertamente 121-147]. Los rasgos definitorios del «sistema standard» son los siguientes: se entiende
«p» puede ser verdadero o falso, pero desde luego no cabría ~ecir.?tro ta~to de ,«?q» que todas las tautologías de la lógica proposicional constituyen también tautologías deón-
si se interpreta prescriptivamente). Como puede apreci~rse ~a ?1scus10n remite en ~ltlma ticas sustituyendo las variables proposicionales (p, q ... ) por fórmulas deónticas bien for-
instancia al problema general de si es _viable u~a .genuma log1ca d~ ~as normas o ~1, ~or madas (Op, Oq ... ); se acepta la interdefinibilidad de los operadores deónticos; se aña-
el contrario, podemos construir tan solo una log1ca de las proposiciones nor:n.a~Ivas, Y den como axiomas el «principio de la permisión» -Pp v P-p- y el «principio de distri-
por ello no debe extrañar que un autor como Weinberger, defenso~ de la pos1?1hdad de =
bución de la permisión» -P (p v q) Pp v Pq; y se entiende que los operadores actúan
una genuina lógica de las normas, opte por el segun~o cuerno del dllema.y defienda pre- sobre proposiciones. En general el sistema standard asume la analogía de la lógica deón-
cisamente esa interpretación sui generis de la conectiva«~»: cfr. O. W~mberger, .«Nor- tica con la lógica modal alética, analogía que recientemente ha sido puesta en entredi-
menlogik und logische Bereiche» en A. G. Conte et al. (eds.), Deontlsche LogLk und cho (cfr. von Wright, «On the Logic of Norms and Actions», cit., p. 103 ss.). Para una
Semantik (Wiesbaden: Athenaion, 1977), pp. 176-212, p. 196. .. explicación más detallada de la idea de «sistema standard», vid. Dagfinn F0llesdal y R.
En cuanto a la fórmula.«O (p ~ q)» -y dejando ahora al margen la dificultad que Hilpinen, «Deontic Logic: An Introduction», en R. Hilpinen (ed.), Deontic Logic: In-

324 325
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Pdarltat~os de una fórmula de la lógica de predicados de primer or


rie de simplificaciones que según creo permiten soslayar la mayor par- dffi e ~o -
te de esos problemas, con el único objetivo de concentrar la atención
en el aspecto que aquí me interesa (y que es también el que Lyons quie- (x) (Fx -? O*x)
re resaltar) .
en la que «X» es una variable individual para actos, «F» una variable
troductory and Systematic Readings, cit., pp. 1-35, pp. 13-15; y von Wright, «On the Lo-
gic of Norms and Actions», cit., p. 102.
Dentro del sistema standard -y haciendo ahora abstracción de los problemas men- ~~~~~~~t~~::r~~ (~: c)nectiva para simbolizar las obligaciones condicionadas la im-
cionados en la nota anterior-, la formalización de las obligaciones condicionadas me- tinto la fórmula corres ;ndi~~~~ce que, corno mucho (e interpretando de un modo dis-
diante el uso como conectiva de la implicación material ( « ----? ») genera al menos tres la obligación derivada»~ Es lo qu~ fo~~~~~~~~~:f::tte alf proble~a. de la «paradoja de
tipos de problemas (en cuya exposición sigo fundamentalmente a Judith Wagner De-
cew, «Conditional Obligation and Counterfactuals», en Journal of Philosophical Log:c,
and Logic», cit., p. 152· Id «B d' . . -e.:·
v~n nght, «Norms, Truth
razonando del siguient~ m~do: ~o~~~~g~~or~~n,dem P rufstem ... », cit., pp. 453-454-
f' l 1 gacwn e «0 (p ----7 q)» es «P (p 1\ ) 1
10 (1981) 55-72, pp. 55-57): ormu a con a que se representa la paradoja de la obl' ·, d · -q », a
1) Paradoja de la obligación derivada: en la lógica proposicional es una tautología q)>>-- equivale a «0- ----? -P ( 1\ _ >' Ig~cwn ~nvada- «0-p----? O (p----7
«p----? (p v q)», y por tanto también lo es «-P----? (p----? q)» (ya que a partir de llamar «lógica de las ~ormas» ~i. e.,~~' ~l~~~~n~e~, s~ se entle~de que lo ~~e se da en
«p----? (p v q)» obtenernos «-p----? (-p v q)» por sustitución, y de ahí «-p----? (p----? q)» por tiva) no es otra cosa que una teoría (o ló . eontic~;n su mterpretacwn prescrip-
racional-vid .. supra, nota 12 de esta p=rt:I~t> e~~~n~ _ muy lato) de la le~islación
0
interdefinibilidad de las conectivas). Como en el sistema standard se asume que todas
las tautologías de la lógica proposicional constituyen también tautologías deónticas sus- tarse en ~1. sentido de que ningún legislador racio~al pd p (p ./\ -q)» deb~ mte~pre­
tituyendo las variables proposicionales por fórmulas deónticas bien formadas, resultan po perffiltlr «p» en conjunción con cmi1quier otra c;s:~ e prohibir «p» y al ffilsmo tlem-
ser válidas «Op----? O (p v q)» (paradoja de Ross) y «0-p----? O (p----? q)» (paradoja de
Pero, sea cual fuere la validez de , 1. .
mas. Para hacerles frente, siempre de:tsr~ r~~ I~a~r¿uedan .en pie los otros dos proble-
la obligación derivada): si esas fórmulas se interpretan respectivamente en el sentido de

s~gerido condiciona~d~~~~~~t~~~asi~~~~~~ióa~gun~s ~~­


que si se debe hacer algo, entonces se debe hacer eso o cualquier otra cosa, y en el de
que si algo está prohibido, entonces su realización obliga condicionalmente a cualquier tores han utilizar una conectiva
cosa, ambas resultan ciertamente contraintuitivas (aunque no está dicho, como se verá como por eJemplo el condicional contrafáctico («0----?») de David L . ma e~a'
ma «P 0----? q» es verdadera en un mundo d d . ewis, en cuyo SISte-
más adelante, que ésa sea la forma correcta de interpretarlas). próximo a él (i e en el , 'd a o SI «q» es verdadero en el mundo-p más
2) Refuerzo del antecedente: como en la lógica proposicional resulta ser válido · ·' mas pareci o -al mundo dado- de 1 d
«p» es verdadero)· cfr D L · e os mun os en los que
«(p----? q)----? [(p 1\ r)----? q]», en el sistema standard de lógica deóntica resulta serlo tam- sity Press' 1973)' ~spe~ial~e:~~s 'po~~~tqerfactualsf( Camblridge'. Ma~s.: Harvard U niver-
bién «0 (p----? q)----? O [(p 1\ r)----? q]»; pero aunque se admita que «0 (p----? q)» sim- p. 100. ' ue se re Iere a as obligaciOnes condicionadas,
boliza la obligatoriedad de «q» cuando es el caso que «p», no resulta intuitivamente acep-
table que de ahí se siga la obligatoriedad de «q» cuando es el caso que «(p 1\ r)» -para
cualquier «r>>--, ya que no parece haber nada de absurdo en un sistema normativo que ta laEnparadoja
un sistemade standard d . co~con d'ICiona
ampliado
la obligación . 1es co~.trafácticos ciertamente se evi-
«-p ----? (p O----? q) L e nva a, ya que en el sistema de Lewis no es válida
considere obligatorio «q» en las circunstancias «P» y que sin embargo considere obliga-
blemas restantes. Peter L. Mott -<~On Chisho ' se evi en Igua mente los dos pro-
». o que no resu1ta tan claro es que 't · 1
torio ~~-q» en las circunstacias «(p 1\ r)».
3) Paradoja de Chisholm: si se tiene un cierto deber -a) Op---'- más el deber de ha- phical Logic, 2 (1973) 197-211- ha sostenido lm s Para.dox», en Journal of Philoso-
cer alguna otra cosa cuando es el caso que se ha cumplido el primero -b) O (p ----? q), nales contrafácticos se disuelve la paradoja deq~~e~ ~Istema stand~r~ ,con condicio-
o, si se prefiere, p----? Oq- y de no hacerla si el primero no se ha cumplido -e) batida por J. Wagner Decew, op. cit., . 59-62 s o ' pero esa op.Imon ha sido re-
O (-p----? -q), o, si se prefiere, -p----? 0-q-, y es el caso que el primero no se ha cum- Duty Imperatives and Conditional Obli P~. y ~ames E. Tomberlin, «Contrary-to-
plido- d)-p-, esa secuencia genera una inconsistencia deóntica, puesto que de (a) y trata de una cuestión altamente com le~: IOn», en, ous, 15 (1981) 357-375. Aunque se
(b) se sigue «Oq» y de (e) y (d) se sigue «0-q». En definitiva, lo que ilustra la paradoja para hacer frente a la arado· a de p .J ' que aqm, no pret~n?o d~sarrollar, parece que
de Chisholm es la no idoneidad de la implicación material (dentro de un sistema stan- contrafácticos con difeientes }eferen~~:~olm th~b:Ia que distmgmr entre condicionales
dard) para simbolizar obligaciones condicionadas en las que el antecedente -o si se quie- cas.o para distinguir lo que sería obligatori;~~ ;;sc~~:~:/~:po(rales o aros e~ c~alquier
re, en el lenguaje de von Wright, cuya condición de aplicación- es la transgresión pre- te Ideales, en los que ningún deber ha s'd . .a en mun os deontrcamen-
via de otro deber (cfr. R.M. Chisholm, «Contrary-to-Duty Imperatives and Deontic Lo- gatorio cuando haya asado tal cosa I o previam~n~e VIolado) de lo que sería obli-
resultado -irreversi~e d . 1 . (en mundos deonticamente sub-ideales que son el
gic», en Analysis, 24 (1963) 33-36).
Resta añadir que estos tres problemas se plantean por igual dentro del sistema stan- rentes ángulos sugieren~ h:nv~~~~~:~e p~evias/~eberes). Eso es lo que desde dife-
dard tanto si consideramos correcta la simboliz(lción «0 (p ----? q)» como si preferimos Jones e I. Porn, «ldeality Sub-ideality a:~eDr e.o t'agnLer ~ecew, Sop. cit., p. 69; A.J.
' n IC ogic», en ynthese, 65 (1985)
«p----? Oq» (cfr. J.W. Decew, ibídem). Si nos mantenemos en el sistema standard y se-
327
326
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

predicativa (para propiedades de actos individuales) y «Ü*» no un ope- b.oliza un enunci~do descriptivo, no se plantea ningún problema espe-
rador, sino un predicado (114) (con el que se afirma que según un de- cial respecto a como entender la conectiva«--? » (115). Por otra par-
terminado sistema normativo, que se toma como referencia, se tiene el te, ~~nque probab~emente la forma correcta de simbolizar ciertas pro-
deber «concluyente» o «tras la consideración de todos los factores re- posiciOnes normativas verdaderas relativas a un sistema normativo
levantes» de realizar cierto acto individual). Por consiguiente una fór- dado (como la moral que un sujeto acepta) debería hacer uso de otro
mula como t~po ?econdicional~s (p. ~j., ~e condicionales contrafácticos), sólo uti-
lizare c~mo conectiva 1~ Implicación material (« --? »), simplificación
1) (x) (Tx ~ O*x) que segun creo resulta disculpable para los propósitos que aquí se per-
siguen, ya que el problema sobre el que pretendo llamar la atención
formaliza no una norma, sino una proposición normativa, relativa a al- se plantea de todas formas para cualquiera de esas conectivas (116).
gún sistema normativo determinado -p. ej., la moral que un sujeto Sorte.~dos esos e~collo.s, podemos analizar con mayor comodidad la
acepta-, que será verdadera si y sólo si es verdad que con arreglo a cuestwn que aqm nos mteresa.
alguna norma de ese sistema se tiene el deber «final» o «concluyente» Quien acepta un principio o regla «fuerte» -en el sentido de
de realizar cualquier acto individual describible como «T» (i. e., como Lyons- acepta un tipo de norma con una estructura tal que resulta
caso del acto genérico «T»; o, lo que es lo mismo, como miembro de verdadera la proposición normativa
la clase de todos los actos individuales en los que concurre la propie-
1) (x) (Tx ~ O*x)
dad «T»). Obsérvese que en esta fórmula, en la medida en que sim-
Como es sabido, la implicación material (« --? ») satisface el prin-
275-290; o F. Feldman, Doing the Best We Can. An Essay in Informal Deontic Logic
(Dordrecht/Boston: Reidel, 1986), cap. IV, especialmente pp. 86-98.
En cuanto al segundo problema, ciertamente el condicional contrafáctico -a dife- (11"'5) Es d~cir, la cone~tiva se define mediante tablas de verdad (siendo la verdad
rencia de la implicación material- no satisface el principio del refuerzo del anteceden- de «0 ·X» relativa .al contemdo. de un sistema normativo dado), con lo que se soslaya el
te, es decir, no es de ningún modo válida «(p o~ q) ~ [(p 1\ r) o~ q]». Pero, como problema -menciOnado antenormente, en la nota 112- de cómo entenderla cuando
ha señalado Alchourrón, ello no elimina los resultados contraintuitivos a la hora de for- f?rma parte de f?rmulas que ~resun.tamente no formalizan proposiciones normativas,
malizar las obligaciones condicionadas, puesto que los condicionales contrafácticos sí sa- sm~ normas. DeJO al margen mtencwnadamente la cuestión de cómo habrían de for-
tisfacen el modus ponens, i. e., es válida «[(p o~ q) 1\ p] ~q», lo que equivale a malizarse e.ntonces las normas mismas a las que se refieren esas proposiciones normati-
«(p o~ q) ~ (p ~ q)» (es decir, el condicional contrafáctico implica lógicamente la im- vas. Aarmo, Alexy y Peczen!k consideran que tanto «F ~ O (G)» como «(x)
plicación material, por la razón evidente de que ningún mundo es más próximo a un (Tx .~ Ox)» son dos ~aneras diferentes de formalizar normas (no proposiciones nor-
mundo dado que él mismo). Pero entonces en el sistema standard ampliado con condi- mativas): cfr. A. Aarmo, R. Alexy y A. Peczenik, «The Foundation of Legal Reaso-
cionales contrafácticos vale «0 (p o~ q) ~ O (p ~ q)»; y como «0 (p ~ q) ~ O ning», _en Rechtstheorie, 12 (1981) 133-158, 257-279 y 423-448, págs. 153 y 424. Al-
[(p 1\ r) ~ q]», resulta que «0 (p o~ q) ~ O [(p 1\ r) ~ q]», con lo que la formali- chourron, por su parte, propone «p ~ Oq» como formalización de una norma utilizan-
zación de las obligaciones condicionadas mediante «0 (p o~ q)» sigue excluyendo la do el.opera?or diá?ico «O (q/p )»para formalizar proposiciones relativas a lo q~e es obli-
posibilidad -perfectamente aceptable intuitivamente- de un sistema normativo que gatono se.gun un sistema nor.m~ti~o dado.: cfr. C.E. Alchourrón, «Condizionalita e rap-
considere obligatorio «q» en las circunstancias «P» y que sin embargo considere obliga- presentazwne delle n~rme gmndiche», clt., pp. 249-250 [obsérvese, dicho sea de pasa-
torio «-q» en las circunstancias ~~Cp 1\ r)»; cfr. C.E. Alchourrón, «Condizionalita e rap- da, que e? est·e· trabaJ? (pr~sen~~do origina~mente en _un congreso celebrado en 1985)
presentazione delle norme giuridiche», en A.A. Martina y F. Socci Natali (eds), Analisi Alchourron utiliza la Simbolizacwn que considera propia de la concepción hilétic a: cfr.,
Automatica dei Testi Giuridici, Contributi al II Convegno Internazionale di Logica, In- supra, nota 16 de esta parte II].
formatica, Diritto, Firenze-1985 (Milano: Giuffre, 1988), pp. 241-254, especialmente (116) Vid. supra -en la nota 113- la argumentación que desarrolla Alchourrón
págs. 245-247. para demostrar que ni la implicación material ni el condicional contrafáctico son idó-
(114) Cfr. el concepto de «predicación deóntica» en von Wright, «On the Logic of neos para f?rmalizar deberes meramente prima facie: para representarlos satisfactoria-
Norms and Actions», cit., pp. 119-120. «O*x» representa entonces la propiedad de un mente habna que en.contrar una formalización que no cumpla ni el principio del refuer-
acto individual de ser calificado como obligatorio con arreglo al contenido de un siste- z? ?el antecede~ te. m el mod~s P?nens _(la ÍJ?p~c-ación material satisface ambos; y el con-
ma normativo dado que se toma como referencia. Sobre la interpretación descriptiva de dicional_ con~rafactico -que Implica la 1mpbcac10n material-, aunque no satisface el pri-
«0*», vid. supra, nota 16 de esta parte II. mero, s1 satisface el segundo).

328 329
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

que «(x) (Tx ~ O*x)», entonces también tiene que serlo «(x)
cipio del refuerzo del antecedente o, por decirl~ con la. expresión clá-
[(Tx 1\ Sx) ~ O*x]» (para cualquier propiedad «S»). La única forma
sica de Popper (117), de «aumento ?-e las premisas»: si «p ~ q», en-
de mantener la conectiva « ~ » en la representación simbólica de una
tonces «(p 1\ r) ~ q» (para cualquier «r»), lo que es ~anto como de-
proposición normativa descriptiva de una norma débil consiste en in-
cir que «p» es condición suficiente d~ «q». Por t~nto '.SI e.s ver~~d que sertar una cláusula cceteris paribus en el antecedente.
la norma que un sujeto acepta admite ser descnta sm d1storsion me-
diante una fórmula como (1), lo que aquél está aceptando es que el
hecho de que un acto individual satisfaga la ~e~cripción «T» -e~ ~~­ 2) (x) [(Tx 1\ :cp)
l__ _j
~ O*x],
cir, pueda ser descrito como caso del acto genenco «T»- es condzczon
suficiente para admitir que se tiene el deber concluy~nte o «tras ~a. con- ya que sin esa inclusión dicha formalización supondría una distorsión
sideración de todos los factores relevantes» de realizarlo (u omitirlo), de lo que el sujeto realmente acepta (de hecho, la inclusión de una
y ello cualesquiera que sean el resto de d~s~ripci~n~s. posibles («Rx», cláusula ceteris paribus en el antecedente de un condicional es una for-
«SX», etc.) de dicho acto individua~. Suscnbir un JUICIO de deber rela- ma de obviar la exigencia del «aumento de las premisas» o refuerzo
tivo a actos genéricos que sea del tipo que se aca~a de llamar «f~er~e;> del antecedente). Por consiguiente, entre principios o reglas «fuertes»
implica aceptar la existencia de ra~o~~s para realizar todo acto mdivi- y «débiles» existe una genuina diferencia estructural. Acaso podría
dual que satisfaga una cierta descnpcwn que no pueden ser desbanc~­ pensarse que no es así, que la idea de una norma «débil» tiene que
das 0 superadas en la deliberación moral por otras razones de mas ver más bien con la textura abierta del lenguaje, es decir, con el hecho
peso. De ahí que si dos principios o reglas m?~~les fuertes que. u~ su- de que cualquier propiedad «F» tiene que expresarse en algún lengua-
jeto acepta simultáneamente en~raran en coliswn -esto ~s, SI cierto je natural y por consiguienté siempre podría existir la duda -en la.
acto individual pudiera ser descnto como caso d~ ~os o mas actos ge- «zona de penumbra» de «F»- de si un determinado acto individual la
néricos a los que se refieren como antecedentes distlnt~s nor~as ~<fuer­ satisface o no; y que en ese sentido, como todos los términos de clase
tes» cuyos consecuentes son incompatibles-, el conflicto sena literal- de los lenguajes naturales son potencialmente vagos, todas las normas
mente irresoluble. . serían realmente «débiles». Pero a mi juicio ésa sería una mala inter-
Por el contrario, quien suscribe un principio o. regla moral «débil» pretación del concepto de <<norma débil»: aunque ciertamente el tér-
está aceptando la existencia de raz?nes para :ea~I~ar los actos d~ ~na mino que designe cualquier propiedad «F» será potencialmente vago,
cierta clase que determinan que si un acto mdividual es, descnb1ble lo que subraya la idea de una norma débil relativa a la obligatoriedad
como miembro de esa clase se tenga generalmente o las m.as de ~~s ve- de cierto acto genérico es que quien la acepta no admite, ni siquiera
ces (pero no siempre) el deber concl~yente o «tr~s.la consideracwn de en la esfera limitada de los casos que clara o induscutiblemente satis-
todos los factores relevantes» de realizarlo (u omitirlo), ya que esas ra- fagan esa descripción, que si un acto individual es susceptible de ser
zones pueden ser desbancadas o sobrep~sada~ por otras (y eso ~~ pre- descrito como miembro de esa clase entonces se tiene siempre el de-
cisamente lo que se indica mediante la mcluswn en la formul.aci?n de ber concluyente o «tras la consideración de todos los factores relevan-
la norma de una cláusula del tipo ceteris paribus). Por ~o~s1guien~e, tes» de realizarlo (u omitirlo), sino sólo generalmente o las más de las
una proposición normativa descriptiva de una non.na <;d.ebll» relativa veces.
a la clase de actos «T» no puede ser representada simbohcamente me- ¿Cuál sería entonces el tipo de relación que la aceptación de una
diante una fórmula como (1): lo impid~ la l?gica mism~ de la c~~ec­ norma débil establecería entre el hecho de que un acto individual pue-
tiva « ~ », que obliga a aceptar que si es cierto -segun las cali~Ica­ da ser presentado como caso del acto genérico al que la norma se re-
ciones deónticas del sistema normativo que se toma como referencia- fiere y su consideración como final o concluyentemente debido? Que·
la norma se acepte como norma «débil» quiere decir precisamente que
(117) Cfr. K. R. Popper, «Ün Rules of Detachment and so-called Inductive Logic», no se admite que lo primero sea condición suficiente de lo segundo. J
en l. Lakatos (ed.). The Problem of Jnductive Logic (Amsterdam: North-Holland, 1968), Sin embargo, aun no llegando a ser condición suficiente, tampoco re-
pp. 130-139.
331
330
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sulta enteramente irrelevante: lo que se está aceptando al aceptar una plemente que q «es probable», dada p, lo que queremos decir es que
norma «débil» es que existen ciertas razones, en competencia con «Pr_ (q/p) ~ k», siendo «k» un cierto valor (relativamente alto) de la
otras, pero que suelen ser decisivas en relación con cierta clase de ac- vanable n. Y lo que los enunciados descriptivos relativos a probabili-
tos «T», que hacen que con una determinada frecuencia o en u?a ?~­ d_ades estadísticas ~os permiten es expresar relaciones entre proposi-
terminada proporción (relativamente altas) del tota~ de actos md_IVI- ciOnes que no consisten en ser una de ellas condición suficiente de la
duales que, entre otras descripciones posibles, admiten ser descnt~s otra: la probabilidad de q puede ser muy alta dado p y sin embargo
como casos de «T», dichos actos individuales resulten finalmente debi- muy baja dado (p 1\ r).
Explotando el paralelismo con los enunciados descriptivos relati-
dos (118). vos a pro~abi~idades estadísticas quizá podamos alcanzar una mejor
Ese tipo de relación -bien distinta de la de ser una condición su-
ficiente- resulta ser parecida o comparable a la que se establece entre comprenswn de la estructura de las normas «débiles». Preguntarse si
se acepta o no una norma «débil» relativa a cierto acto genérico -es
la verdad de dos proposiciones por medio de una función de probabi-
~ecir, a cierto conjunto de actos individuales en la medida en que sa-
lidad (y de esa analogía se sirve Malt cuando, con terminología que
tisface~ una determinada descripción- equivale por tanto a pregun-
ha de considerarse como un mero recurso estilístico, denomina «nor-
tarse si se acepta o no una razón conectada con la satisfacción de esa
mas probabilísticas» a las que hasta aquí he venido llamando normas descripción y en virtud de la cual generalmente resultan finalmente de-
«débiles») (119). Una fórmula del tipo «Pr (q/p) = n» expre~a que la b~dos los actos individuales de esa clase. La relación que la norma «dé-
probabilidad de (la verdad de) q, dada (la verdad de) p, es Igual a n bil» establece entre el hecho de que un acto individual satisfaga cierta
(un número entre O y 1): las funciones de probabilidad se c~nstru~en descripción y su calificación como finalmente debido, que no consiste
e interpretan en términos frecuenciales (120), y cuando decimos sim- en ser condición suficiente y por tanto no puede describirse mediante
«(x) (Tx-? O*x)», sí podría quedar descrita mediante «Pr
(118) Aunque no explicada en estos mismos términos, creo que ésta es la idea de (O*x/Tx) ~ k» (121): y por consiguiente perfectamente puede darse el
fondo que subyace al concepto de regla moral que propone Marcus Singer («Las reglas
morales expresan lo que es correcto o incorrecto usualmente o la mayor parte de las ve-
ces, aunque no es preciso que estén enunciadas -y comúnmente no lo están- con esa bros de F sean miembros de G. En el caso de las «normas probabilísticas» podría de-
cualificación»; Generalization in Ethics, cit., p. 99) o a la afirmación de Bernard Gert cirse, mutatis mutandis, que su medida de probabilidad es tanto más cercana a 1 cuanto
de que «todas las reglas morales tienen excepciones»: cfr. B. Gert, Morality. A New Jus- mayor sea el número de los actos («X») describibles como «T» que resultan finalmente
tification of the Moral Rules (New York/Oxford: Oxford University Press, 1988), p. 70. debidos («O*x») en relación al número total de actos describibles como «T». Una norma
cuya estructura admite ser descrita en términos que incluyen un condicional en sentido
(119) La analogía con los enunciados descriptivos relativos a probabilidades esta?ís-
propio (i. e., una «norma fuerte» en el sentido de Lyons) tendría por tanto una «medi-
ticas ya había sido sugerida por Chisholm -siguiendo ideas de Bo~ano- en «P~actlcal
da de probabilidad» = 1.
Reason and the Logic of Requirement», en S. Korner (ed.), Practlcal Reason, cit., pp.
1-17, especialmente pp. 10 ss. Para una crítica de la propuesta de Chisholm, v~d. J. W. N. (121) Me parece conveniente apuntar dos precisiones. En primer lugar, con una fór-
Watkins, «What does Chisholm Require of Us?», en S. Korner (ed.), Practlcal Reason, mula como «Pr (O*x/Tx) ~ k» no se pretende en absoluto describir una norma débil, y
cit., pp. 36-40; y Fred Feldman, Doing the Best We Can ... , cit., pp. 133-142. mucho menos formularla: tan sólo sugiero que cuando es verdad que un individuo acep-
ta una norma relativa a la obligatoriedad del acto genérico «T» co?Zo norma débil la
(120) Cfr. Carl G. Hempel, Aspects of Scientific Explanation (N~w York: Free Pres~,
1965) [hay trad. cast. de M. Frassineti de Gallo, N. Míguez, l. Rmz Aused Y C. S. Sei-
relac~ón_ ~ue en v~rtud de esa aceptación queda establecida entre el hecho de que' un
acto mdlVldual satisfaga aquella descripción y su calificación como firalmente debido ad-
bert de Yujnovsky, La explicación científica (Buenos Aires, Paidós, 1979), por donde
se cita], p. 62, donde Hempel explica cómo la teoría matemática interpreta en términos mite ser descrita o representada en esos términos. En segundo luga::, para que sea ver-
frecuenciales la «medida de probabilidad» -oscilante entre O y 1- por lo que respecta dad que _tm _i~dividuo acepta una norma moral débil relativa al acto genérico (o clase
a los enunciados descriptivos relativos a probabilidades estadísticas: una fórmula del tipo de actos mdiVId~ales) «T» no basta con que sea cierto según el sistema normativo acep-
«Pr(G/F) = n», que especifica la probabilidad estadística d~ que un _miembr~ ,del con- tado, q~e «Pr_ (O'"x/Tx) ~ k»: es preciso además que la satisfacción d1~ la descripción «T»
junto F sea miembro del conjunto G, afirmaría que la medida de la mtersecc10n de los se considere JUstamente como la razón en virtud de la cual suelen resultar finalmente
conjuntos G y F, dividida por la medida de F, es igual a n. Es fácil comprender que debido~ los actos indi':id~a~es describibles como «T» (no como un rasgo contingente de
n = O cuando ningún miembro de F es un miembro de G y que n = 1 cuando todos los un conJunto de actos mdlVlduales )a mayor parte de los cuales resultan finalmente de-
miembros de F son miembros de G, aumentando n desde O hacia 1 cuantos más miem- bidos por alguna razón que no tiene nada que ver con «T»). Sobre esta última idea -a

333
332
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

caso de que, en relación a un sistema normativo dado del que formen ra sería de poner a prueba la fecundidad de la analogía probabilista
parte una serie de normas «débiles» relativas a los actos genéricos «T», que aquí se ha sugerido: es decir, de comprobar de qué manera lo que
«S», etc., la probabilidad de (que sea verdadero) «Ü*x» dado que (es sabemos acerca de la lógica de los enunciados descriptivos relativos, a
verdad que) «Tx» sea muy alta y sin embargo muy baja dado que (es probabilidades estadísticas podría ayudarnos, mutatis mutandis, para
verdad que) «(Tx 1\ Sx)». aclarar algunos aspectos de la estructura de los razonamientos prácti-
A la luz de estas observaciones se puede introducir, estipulativa- cos en los que intervienen normas «débiles» o «probabilísticas».
mente, la siguiente terminología: por un lado, hablaré en adelante de Me parece que la utilidad de esa analogía se pone de manifiesto
normas «débiles», o «normas probabilísticas», entendiendo por tales en relación con la siguiente observación. Quizá podría pensarse que
aquellas cuya inclusión en un sistema normativo determina que sólo una norma «débil» expresa que si un determinado acto individual es
puedan formularse proposiciones normativas verdaderas relativas a las un miembro de la clase «T», entonces siempre se tiene el deber «cete-
mismas del tipo «Si Tx, entonces, con una medida de probabilidad w, ris paribus» o «prima facie» de realizarlo (u omitirlo). Hablando de
O*x»; y las contrapondré a las normas «fuertes», aquellas otras que ha- ese modo se vendría a sugerir que la interpretación de las normas dé-
cen posible la formulación de proposiciones normativas verdaderas con biles como «normas probabilísticas» andaría desencaminada: lo que
la forma «si Tx, entonces siempre O*x» (122). De lo que se trataría aho- ocurriría sería simplemente que lo que se tendría siempre que un de-
terminado acto individual fuese un miembro de la clase «T» sería un
la que me referiré en el proximo apartado (7 .3) como «requisito de no contingencia»--, deber meramente prima facie o ceteris paribus, que sólo en una deter-
cfr. Fred Feldman, Doing the Best We Can ... , cit., p. 142. minada proporción de casos, eso sí, resultaría ser finalmente un deber
(122) Malt habla en este caso de «norma universal» -cfr. G. F. Malt, «Deontic Pro- «concluyente» o «tras la consideración de todos los factores relevan-
bability», cit., pp. 234 y 240- pero esa terminología no me parece demasiado afortu- tes». Pero ese modo de hablar sugiere que la expresión «deber prima
nada. Habitualmente se habla de «universalidad» de las normas en relación con sus su- facie o ceteris paribus» se interprete como si denotara una especie o
jetos o destinatarios: se dice entonces que una norma es <<Universal» cuando su forma
lógica incluye un cuantificador universal en relación con sus destinatarios, es decir, cuan-
tipo de deber, una suerte de «deber débil», interpretación que, como
do éstos son todos los miembros de una clase (sea cual sea la amplitud de dicha clase). veremos más adelante, es una de las varias que conviven en inestable
No parece entonces que la diferencia entre normas morales fuertes y débiles tenga que maridaje en la explicación rossiana de lo que es un «deber prima fa-
ver con la «universalidad» entendida en esa acepción: el concepto mismo de «preferen- cíe». Y a mi juicio esa interpretación es rechazable. En mi opinión, de-
cia moral» -vid. supra, apartado 5.3- implica que los destinatarios de cualquier nor- cir que se tiene el deber prima facie de realizar cierto acto genérico
ma moral, fuerte o débil, son todos los miembros de una clase (más o menos amplia),
y en ese sentido toda norma moral es universal.
no es más que decir que se acepta una <<norma probabilística» referen-
La diferencia entre ambos tipos de normas tampoco reside en que sean más o me-
te a esa clase de actos; y decir que cierto acto individual es prima facie
nos genéricas (aunque me inclino a pensar que cuanto más genérica sea una norma mo- debido no es más que decir que puede ser descrito como caso de un
ral será tanto más difícil que un sujeto no la acepte meramente como <<norma probabi- acto genérico al que se refiere una «norma probabilística» que uno
lística»): el concepto mismo de norma moral -como algo distinto de un juicio moral acepta y que, por consiguiente, es un acto que probablemente tenemos
particular- implica que se refiere, tanto si es «fuerte» como si es «débil», no a actos el deber concluyente de realizar (aunque finalmente podamos resol-
individuales, sino a actos genéricos (un acto genérico no es más que una clase de actos
y una clase no es sino un conjunto definido por la presencia o ausencia de una o varias ver, «tras la consideración de todos los factores relevantes», que no lo
propiedades; para que algo sea una clase es irrelevante que tenga muchos o pocos miem- tenemos en absoluto). Desde este punto de vista, comenzar la delibe-
bros, o dicho con otras palabras, un· acto genérico puede ser más o menos específico ración moral constatando que el acto individual que se enjuicia puede
-será tanto más específico cuanto menor sea el número de actos heterogéneos que pue- ser descrito como caso de dos o más actos genéricos a los que se re-
dan ser caracterizados como «casos» de él- sin que ello afecte en nada a su carácter fieren como antecedentes diferentes normas probabilísticas cuyos con-
de acto genérico). Sobre estos conceptos de «universalidad» y «genericidad» --o, según
su terminología, «generalidad», lo que a mi juicio puede ser confundido o bien con la
idea misma de «universalidad» o bien con la cuestión de la mayor o menor amplitud nu- tinción entre «universalidad» y «generalidad» en The Language of Morals, cit., pp.
mérica de la clase de los destinatarios de la norma-, cfr. Hare, Moral Thinking, cit., 155-158). En cualquier caso, me parece que la diferencia entre normas «fuertes» y «dé-
p. 41 (donde además califica de «descuidada» [slovenly} la forma en la que trató la dis- biles» no queda plasmada con claridad llamando a una de las dos «universal».

334 335
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

secuentes son incompatibles no supondría en absolut~ hallarse en pre- o bien


sencia de un genuino conflicto de deberes. Como no swmpre se acep.ta
tal cosa, y como me interesa además dejar sentadas las bases para dis- (3) a es F
tinguir más tarde entre conflictos de deberes aparentes Y. r~ales, creo la proporción de F que son G es cercana a 1
que merece la pena explorar este punto co~ mayor d~temmi~nto, tra- casi ciertamente (o probablemente) a es G
tando de aclarar el funcionamiento de la clausula «przma facze» o «ce-
teris paribus». Y es aquí donde puede resultar útil e~~lo~ar el parale-
El problema de este tipo de «cuasi-silogismos», como señala Hem-
lismo que se viene sugiriendo entre ;<~ormas pro~a~Ihsticas» y e~un­
ple, es que el caso individual a pertenecerá de hecho a diferentes cla-
ciados descriptivos relativos a probabilidades e~tadistlcas, y~ qu~, SI no
ses (Ft, F2, F3, ... , Fn) y que los miembros de cada una de esas clases
me equivoco, en torno a la lógica de estos últimos se ha discutido un
serán G con diferentes medidas de probabilidad o frecuencias estadís-
problema -el de las llamadas «inconsistencias inductivas>~del q~e,
ticas (126). Ello puede permitir la construcción de varios «cuasi-silo-
con las debidas adaptaciones, podemos extraer alg_u~~s .en~en~~zas In-
gismos» referidos al mismo caso individual a en cada uno de los cuales
teresantes para lo que aquí nos ocupa, lo que a mi JUICIO JUstifica una
se le contemple como miembro de una de las diferentes clases a las
digresión relativamente amplia. .
que puede ser adscrito, con el resultado posible de que siendo verda-
El problema de las «inconsistencias ind.uctivas», que ~empel d~s­
deras las premisas de todos ellos sus respectivas conclusiones sean (o
cute siguiendo ideas de Carnap y en polémica con Toulmm (123), tie-
parezcan ser) incompatibles, justo en el modo en que lo son las con-
ne que ver con el análisis de los «s.ilog.ismos esta~ís.ticos» y del valor
clusiones de los cuasi-silogismos (2) y (3). Este problema (a saber, que
o status de sus conclusiones. Un silogismo estadistlco es un razona-
los llamados por Toulmin «cuasi-silogismos» pueden generar lo que
miento de la forma
Hempel denomina «inconsistencias inductivas») puede ilustrarse sobre
(1) a es F uno de los ejemplos que Toulmin propone de «cuasi-silogismo» váli-
do (127)
la proporción de F que son G es q
con probabilidad q, a es G
(4) Petersen es sueco .
Según Toulmin (124), cuando la medida de probabilidad q es muy la proporción de suecos que son católicos es menor que 2%
baja o muy alta -es decir, muy cercana a O ó a 1 ~125)- s~rí~n ~á­ casi ciertamente (o probablemente) Petersen no es católico
lidos razonamientos de este tipo (a los que denomma «cuasi-silogis-
mos») Como señaló Cooley (128), criticando a Toulmin, que las premisas
de (4) sean verdaderas no implica en modo alguno que no puedan ser-
(2) a es F lo también las de otro «cuasi-silogismo» como
la proporción de F que son G es cercana a O
casi ciertamente (o probablemente) a no es G
(5) Pe tersen peregrinó a Lourdes
la proporción de los que peregrinan a Lourdes que no son ca-
(123) Cfr. C. G. Hempel, La explicación científica, cit., cap. II [que es una versión tólicos es menor que 2%
modificada de Hempel, dnductive Inconsistencies», en Synthese, 12 (1960), 439-469]; casi ciertamente (o probablemente) Petersen es católico
R. Carnap, Logical Foundations of Probability (Chicago: Unive~sity of <:;mca.go Press,
1950); S. Toulmin, The Uses of Argument (Cambridge: Cambndge Umverslty Press, (126) La explicación científica, cit., p. 63.
1958). (127) The Uses of Argument, cit., p. 109.
(124) The Uses of Argument, cit., pp. 109 y ss, y 139-140.. .. . (128) J. Cooley, «Ün Mr. Toulmin's Revolution in Logic», en Journal of Philosophy,
(125) Sobre la cuantificación -entre Oy 1- de una «medida de probabilidad», vid. 56 (1959), pp. 297-319, p. 305 [tomo la cita de Hempel, La explicación científica, cit.,
supra, nota 120. p. 63; el «cuasi-silogismo» (5) es el ejemplo que utilizó Cooley].

336
337
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

lo que demostraría que las inferencias «cuasi-silogísticas» pueden con- ~os d~ tomar c~m~ ~uía para la formación de nuestras creencias. Aquí
ducir de conjuntos de premisas verdaderas a conclusiones que son (o mte~Iene.un pnncipiO, que no es parte de la lógica de los razonamien-
parecen ser) incompatibles, es decir, pueden generar «inconsistencias t?s mductlv?s o estadísticos, sino un requisito de la racionalidad teó-
inductivas». nca ~n sentido m.u~ amplio, y que, siguiendo a Carnap, podemos de-
Ahora bien, las conclusiones de los razonamientos probabilísticos nOI~I?ar el «reqmslto de l?s elementos de juicio totales» (131): la for-
como (4) y (5) sólo podrán ser vistas como contradictorias en la me- macwn de nuestras creencias, expectativas y decisiones debe estar guia-
dida en que las palabras «casi ciertamente» o «probablemente» sean da por el razonamiento. probabilístico cuyas premisas contengan todo
vistas como un calificativo modal de la conclusión: pero en el contexto lo que sabemos en lo atmente a la cuestión (132). De ese modo sabre-
de esos razonamientos, como advierte Hempel (129), no son tal, sino mos que la probabilidad de que la conclusión de ese razonamiento sea
la expresión del tipo de relación existente entre las premisas y la con- verdadera es ~ás alta que la de que lo sea la conclusión de cualquier
clusión, indicando justamente «la medida en la cual las premisas apo- otro razonamiento probabilístico cuyas premisas contengan sólo parte
yan o confirman la conclusión (no calificada)» (130). El error consis- de la información relevante.
tiría en asimilar de un modo demasiado estrecho estos razonamientos ~n esquema de razonamiento similar -y en el que precisamente
probabilísticos a las inferencias deductivas: en estas últimas la verdad se ~Iguen de modo explícito las observaciones de Hempel- ha sido
de las premisas garantiza la verdad de la conclusión, y ello permite aplicado por Donald Davidson al análisis de los juicios de deber con
aceptar como verdaderas nuevas proposiciones sobre la base de las ya los que se expresa que cierto acto individual es prima facie debi-
aceptadas como tales; pero en el caso de los razonamientos probabi- do (133). Un acto individual puede ser visto como caso de diferentes
lísticos la verdad de las premisas sólo permite afirmar con qué proba- actos genéricos según cuáles ,de sus propiedades seleccionemos como
bilidad es verdadero que «a es G» o que «a no es G» en relación a ese relevantes en ~a~a descripción del mismo. Puede ocurrir que esas di-
conjunto de premisas, no que es verdadero que «probablemente a es ferentes descnpcwnes nos presenten al acto individual en cuestión
G» o que «probablemente a no es G». como ~aso de distintas normas que establecen deberes incompatibles.
Cuando las palabras «casi ciertamente» o «probablemente» son en- P~:o. SI esas normas son aceptadas como normas «débiles» o «proba-
tendidas no como calificativos modales, sino como expresiones del tipo bilistlcas» -esto es, como normas que llevan implícita una cláusula ce-
de relación que media entre las premisas y la conclusión (de la medida teris pari~u~--:-' su «aplicación» al acto individual en cuestión no ge-
en que las primeras prestan apoyo a la segunda), la presunta inconsis- nera dos JUICIOS de deber en conflicto («a es prima facie debido» «a
tencia entre las conclusiones de razonamientos como (4) y (5) se des- está prima facie prohibido»), porque la expresión «prima facie» _:_del
vanece: uno de esos razonamientos muestra que con respecto a un con- mismo modo que «casi ciertamente» o «probablemente» en el caso de
junto de premisas es altamente probable que sea verdadera cierta pro-
posición, mientras que el otro muestra que con respecto a otro con-
junto de premisas es altamente probable que sea verdadera su contra- (131) Cfr. Carnap, Logical Foundations of Probability, cit., pp. 211 y 221· y Hem-
dictoria. Cuestión diferente es la de determinar sobre qué razonamien- pel, La explicación científica, cit., pp. 71-75. '
tos probabilísticos cuyas premisas hayan sido contrastadas como ver- (132) Como s~~a~a Hempel-_ap. cit., p. 74- aplicar en la práctica el requisito de
los el~m~ntos de JUICI? totales encierra grandes dificultades, ya que supondría construir
daderas debemos basar nuestras expectativas y decisiones, cuáles he- un «silogismo. estadístiCO» .cuyas premisas serían incomparablemente más complejas que
la~ de cualqmera de lo~ eJemplos que se han ido proponiendo: su premisa mayor ten-
dna que ser .al~o parecido a «a es (F 1 , F2 , F 3 , •.. , F0 )» --conde estuvieran incluidas to-
(129) Op. cit., p. 67. das las descnpcwnes que conozcamos de a en tanto que miembro de diferentes clases-
(130) Lo que quiere decir que los razonamientos probabilísticos «no indican que de y su premisa menor algo similar a «la proporción de (F1 que son a la vez F2 que son ~
las premisas dadas podamos inferir con validez "casi ciertamente a es [o no es] G", sino la vez F3 que son a la vez, ... , que son a la vez F0 ) que son G es q» -donde se supone
que esas premisas prestan un fuerte apoyo al enunciado "a es [o no es] G", o que di- q~e q sería la más exacta medida de probabilidad de que a sea G de la que podemos
chas premisas confieren a este enunciado una probabilidad muy alta [de ser verdadero]» disponer.
(ibídem.) (133) En «How is Weakness of the Will Possible?», cit., especialmente pp. 108-112.

338 339
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

las conclusiones de los silogismos estadísticos- no jugaría en ellos el acto individual que se juzga como un caso de T, cupiera sostener
como un calificativo modal de la conclusión (forma de ver las cosas en alguna ocasión que no resulta finalmente debido). Por eso la me-
que abonaría la idea de un deber prima facie de realizar cierto acto in- dida de probabilidad que afecta al «condicional» de la proposición nor-
dividual como una especie o tipo de deber, una suerte de «deber dé- mativa verdadera que describe una norma probabilística será tanto más
bil»), sino como una indicación del grado de apoyo que cierta norma alta (esto es, tanto más cercana a 1 que a O) cuantos menos elementos
probabilística prestaría como premisa de un razonamiento práctico a de juicio o razones relevantes queden fuera de su consideración, hasta
la conclusión (no calificada), es decir, del grado de apoyo que una nor- llegar a igualarse a 1 -·es decir, a alcanzar lo que Malt llama la «exi-
ma probabilística prestaría a un determinado juicio de deber conclu- gencia de máxima especificidad» (135), lo que es tanto como obtener
yente o «tras la consideración de todos los factores relevantes» relati- una <<norma fuerte>>-- cuando no quede fuera de ella ninguno (o lo
vo al acto individual en cuestión. que es lo mismo, cuando el sujeto no acepte ninguna otra norma re-
Una vez trazado el paralelismo entre <<normas probabilísticas» y lativa a una clase de actos que pueda tener algún miembro «X» en co-
premisas de los silogismos estadísticos y entre juicios según los cuales mún con T y que establezca un deber incompatible).
cierto acto individual es prima facie debido y conclusiones de aqué- Por consiguiente para llegar a un juicio moral particular, superan-
llos, se comprenderá que también vale para la deliberación moral la do el problema de la «ambigüedad probabilística», hay que tratar de
idea contenida en el principio carnapiano de los «elementos de juicio reconstruir y jerarquizar el conjunto de todos los elementos de juicio
totales». Del mismo modo que a quien le interesa conocer la proba- relevantes en el caso, lo que supone combinar y armonizar las distin-
bilidad de que a sea G no le basta con saber que con arreglo a cierto tas normas probabilísticas que operan como puntos de partida de la de-
conjunto de premisas verdaderas es altamente probable, mientras que liberación para ir articulando ..-normas probabilísticas más complejas,
con arreglo a otro conjunto de premisas igualmente verdaderas lo es susceptibles de ser descritas mediante proposiciones normativas en
en muy escasa medida, a quien delibera acerca de si se debe hacer p cuya formulación se incluye una medida de pro habilidad cada vez más
no le basta con saber que descrito de cierto modo puede ser visto como cercana a 1 (es decir, no ya «SÍ Tx, entonces, con una probabilidad y,
caso de una clase de actos generalmente debidos mientras que descri- O*x» sino «si Tx 1\ Rx 1\ -Sx ... , entonces, con una probabilidad
to de otro modo se le puede contemplar como caso de otra clase de z-donde z > y-, O*x»). La indicación de una medida probabilística
actos generalmente prohibidos (134). Para llegar a un juicio moral fi- inferior a 1 es precisamente un reconocimiento de que la argumenta-
nal tiene que buscar también la satisfacción de algo comparable al «re- ción no es completa: sólo cuando ya no hay más razones relevantes y
quisito de los elementos de juicio totales». por tanto posibles normas probabilísticas rivales alcanzamos una nor-
Para entender de qué modo puede proseguir entonces la delibera- ma susceptible de ser descrita como norma «fuerte», una norma res-
ción conviene volver a reflexionar sobre la diferencia entre una «nor- pecto de la cual el sujeto esté dispuesto a reconocer que si el supuesto
ma probabilística» y una norma fuerte. Una norma del primer tipo in- particular que se enjuicia puede ser descrito como «caso» del acto ge-
dica alguno de los elementos de juicio que han de tomarse en cuenta nérico -tan complejo o matizado como se quiera- al que se refiere
a la hora de evaluar los actos de una cierta clase T (es decir, alguna su antecedente, entonces siempre, sin que esa conclusión pueda venir
razón en su favor), pero indica además que esos elementos de juicio exceptuada por ninguna clase de razones o consideraciones adiciona-
no son todos los que han de considerarse en la valoración de los actos les o especiales, se debe hacer lo que establece su consecuente.
subsumibles en dicha clase: si así fuera, no habría razón para decir que
Una vez que contamos con este marco conceptual conviene pre-
esos actos son debidos «ceteris paribus», o «con una cierta frecuencia»,
guntarse acerca de los términos en que se desarrolla la deliberación mo-
o «en cierto número de casos» (puesto que no quedaría por tomar en
cuenta ninguna razón en atención a la cual, a pesar de ser describible ral, lo que es tanto como preguntarse de qué modo están estructura-
das nuestras concepciones morales. Cuando se habla de «códigos mo-
(134) Malt denomina a esta dificultad «problema de la ambigüedad probabilística»:
cfr. «Deontic Probability», cit., p. 239. (135) Ibídem.

340 341
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

rales» o de las concepciones morales de los individuos como «sist~mas reglas mucho más específicas articuladas a base de ajustar o delimitar
normativos», lo que se tiene en mente por lo general es un .conJunto los ámbitos de aplicación o definir criterios de prioridad entre las re-
de principios o reglas -relativas a actos genéricos muy ampl~os- que glas del nivel superficial- ha sido propuesta como una reconstrucción
un individuo acepta como normas probabilísticas y que constltuy~n los del modo en que se desarrolla nuestra deliberación práctica por filó-
puntos de partida de su deliberación moral. P/o~ supue~t~ ese conJ/unt? sofos morales contemporáneos como Hare, que los denomina respec-
de reglas probabilísticas relativas a actos genenco~ ?efmidos en ter~I­ tivamente «nivel intuitivo» y «nivel crítico» (136).
nos muy amplios no constituye más que la superfzcze de la concepc10n Aunque en su estructura profunda la concepción moral de un in-
moral que un individuo suscribe. Cuando un agent~ constata q~~ un dividuo comprenda normas probabilísticas mucho más complejas, las
acto individual es describible como caso de dos o mas actos genencos normas probabilísticas básicas del «nivel intuitivo» o superficial serían
que operan como antecedentes de normas probabilísticas c~n con_s/e- útiles para la transmisión y aprendizaje de un sistema moral (137), para
cuentes incompatibles que él está dispuesto a aceptar, su dehberacion hacer posible que éste satisfaga la condición de publicidad (138), o in-
moral no tiene por qué detenerse -ni típicamente se detiene- ante cluso, según Hare, como máximas o reglas de experiencia de validez
esa constatación: aunque en ocasiones pueda concluir que se enfrenta aproximativa [«rules of thumb»} lo suficientemente inespecíficas como
ante un genuino dilema moral -es decir, ante la falta de una razón para cubrir una gran variedad de situaciones con importantes rasgos
moral para preferir una de las opciones en juego frente a la otra~, en común y cuya observancia sería en la mayoría de los casos un opor-
muchas veces estima sin vacilación que las razones o elementos de JUI- tuno atajo para arribar a un juicio moral correcto -correcto, se en-
cio destacados por una de las normas probabilísticas en concurrencia tiende, dentro del sistema, es decir, habida cuenta de los principios o
han de tomar prioridad frente a las indicadas por otra .C u otras) .. Lo reglas morales últimos que se acepten-, ahorrando tiempo y esfuer-
que ese dato podría sugerir es que aunq~e por una s~ne d~ /motivos zos reflexivos en circunstancias ordinarias y sirviendo como estrategias
sigamos manejando como puntos de partida de 1~ dehberacwn moral de minimización de errores cuando no hay certidumbre acerca de si
algunas normas probabilísticas relativamente sencillas, aceptamos tam-
bién -aunque quizá no acertemos a enunciarlas de un mod? que es-
(136) Cfr. M oral Thinking, cit., pp. 25 ss.
temos dispuestos a reconocer como verdaderamente ~xpresivo ~~ lo (137) R. M. Hare, The Language of Morals, cit., pp. 60-61; Moral Thinking, cit.,
que realmente aceptamos- toda una serie de excep~I?n.es, cu~bf~ca­ p. 35. La función de principios o reglas morales simples y considerablemente genéricos
ciones o criterios de prioridad entre esas reglas probabihstlcas mas sim- en la transmisión y aprendizaje de un sistema moral es descrita muy gráficamente por
ples: es decir, aceptamos también normas probabilísticas m~cho más Kolakowski: «No deberíamos educar a los niños en la convicción de que la mentira está
complejas, relativas a actos genéricos definidos de forma c?nsidera?le- absolutamente prohibida, ya que pronto tendrán que convencerse ellos mismos de que
ésta constituye una necesidad de la vida, a veces incluso un acto positivo ... Tampoco
mente más detallada, y susceptibles por tanto de ser descntas median- conviene enseñarles que en determinadas circunstancias la mentira puede ser algo bue-
te proposiciones normativas en cuya fo~mulación se inc~uye u_na «me- no, ya que semejante regla resulta demasiado fácilmente extensible a un número incal-
dida de probabilidad» más cercana a 1 (1. e., no ya del tipo «SI Tx, en- culable de casos particulares, y semejante elasticidad no deja de ser peligrosa. Habría-
tonces con una probabilidad w, O*x», descriptivas de las que en ade- mos, por el contrario, de reforzarles en la convicción de que la mentira es mala aunque
lante 1iamaré por comodidad «normas probabilísticas básicas», sino del a veces no haya otro remedio que mentir ... »; cfr, Leszek Kolakowski, Traktat über die
Sterblichkeit der Vernunft (München: R. Piper, 1967) [hay trad. cast. de Jacobo Muñoz,
tipo «Si Tx 1\ Rx, entonces, con una probabilidad y -donde y >. ~-, El racionalismo como ideología y Etica sin código (Barcelona: Ariel, 1970), por donde
O*x»; o del tipo «Si Tx 1\ Rx 1\ -Sx, entonces, con una probabzlldad se cita], pp. 163-164.
z -donde z > y-, O*x», etc., descriptivas de aquellas a las que, por (138) Cfr J. Rawls, «The Independence of Moral Theory», cit. [trad. cast. de M. A.
comparación con las primeras, me referiré en lo sucesivo como <<nor- Rodilla en Justicia como Equidad, cit., por donde se cita], p. 129: «La exigencia de sim-
mas probabilísticas complejas»). . . plicidad surge del hecho de que si una concepción moral ha de ser pública, tiene que
Esa organización en dos niveles de la moralidad .-uno «superfi- existir un límite a la complejidad de sus principios; tiene uno que ser capaz de formular
sus principios sin demasiadas excepciones y cláusulas cualificadoras; y el número de prin-
cial», integrado por reglas o principios relativamente Simples («non~as cipios tiene que ser razonablemente pequeño y las reglas de prioridad dominables con
probabilísticas básicas»), y otro más profundo, en el que se maneJan la mirada».

342 343
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

concurren o no determinadas razones que, de concurrir, justificarían mente procedimental no puede ser aceptada como una reconstrucción
el actuar de un modo distinto (139). adecuada de la estructura de nuestras concepciones morales: capta sólo
Lo que no es admisible, sea cual sea la utilidad o el sentido de las su superficie, el tipo de «normas probabilísticas» más básicas que ope-
normas probabilísticas básicas del «nivel intuitivo», es ofrecer como re- ran usualmente como puntos de partida de la deliberación moral, pero
construcción de la estructura de las concepciones morales una que no es ciega ante todo el conjunto de excepciones, cualificaciones o crite-
tome en cuenta más que ese nivel intuitivo o superficial. Eso es justa- rios de prioridad entre esas reglas probabilísticas más simples -es de-
mente lo que hace el «intuicionismo», entendiendo el término en un cir, ante el conjunto de normas probabilísticas mucho más complejas,
sentido exclusivamente procedimental. Hay dos sentidos en los que una relativas a actos genéricos definidos de forma considerablemente más
teoría moral puede ser calificada como «intuicionista»: el primero tie- detallada- que es preciso suponer que integran la estructura profun-
ne que ver con sus premisas epistemológicas básicas y remite a las ideas da de las concepciones morales de los individuos para estar en condi-
de que los principios morales expresan proposiciones autoe~identes o ciones de explicar su aceptación de los juicios morales particulares que
de que los conceptos de «bueno» o «correcto» no son analizables; el efectivamente suscriben. Esa estructura profunda la encubre el intui-
segundo se refiere más bien a su modus operandi, as~ calidad?~ pro- cionismo (en sentido procedimental) con una nebulosa apelación a la
cedimiento de resolución de problemas morak" pudiendo calificarse ponderación mediante una «percepción intuitiva» del «peso» o «fuer-
entonces como «intuicionista» a cualquier teoría moral que sostenga za» de las normas probabilísticas más básicas que oscurece por com-
que 1) existe una pluralidad irreductible de principios morales últimos; pleto la verdadera complejidad del modo en que están articuladas nues-
2) cabe la posibilidad de que esos principios entren en conflicto; y tras concepciones morales (142).
3) para la resolución de esos conflictos no puede apelarse a reglas o .....,
criterios precisos y especificables de antemano, sino tan sólo a una
bría pensar en una pluralidad de principios últimos tales que nunca pudieran entrar en
apreciación intuitiva del «peso» o «fuerza» en el caso concreto ~e cada conflicto); pero la conjunción de las dos primeras seguramente implica la tercera: por-
uno de los principios que entran en colisión (140). Como es obviO esos que si se alegara que los conflictos entre principios últimos pueden resolverse de algún
dos sentidos son independientes el uno del otro: una teoría moral pue- otro modo -por ejemplo, según ciertas reglas de prioridad o jerarquización entre prin-
de ser «intuicionista» en el primer sentido y no serlo en el segundo, o cipios- ello querría decir que la presunta pluralidad irreductible de principios últimos
no es tal, ya que toda pluralidad lexicográficamente ordenada de principios puede ser ·
a la inversa (141). Una teoría moral intuicionista en sentido exclusiva- trivialmente reconvertida en un principios único complejo con el mismo contenido. Vol-
veré sobre ello más adelante (apartado 7.4), al examinar hasta qué punto es decisiva la
(139) R. M. Hare, The Language of Morals, cit., p. 61; Freedom and Reason, cit., cuestión de si todo lo valioso puede o no ser reconducido a un único principio último a
pp. 41-42, Moral Thinking, cit., pp. 38-39; «Come decid~re raz~o~almente.le questi?ni la hora de admitir o rechazar la posibilidad de genuinos conflictos de deberes.
morali», en L. Gianformaggio y E. Lecaldano (eds.) Etzca e Dmtto. Le Vle della gLus- (142) Como dice Rawls, la asignación precisa de «pesos» o «fuerzas» a los princi-
tificazione razionale (Bari: Laterza, 1986), pp. 45-58 [es la contribución de Hare al co~­ pios morales -mediante el establecimiento de criterios de prioridad- es una parte esen-
greso celebrado en la Universidad de Siena en mayo de 1984 cuyo tema era «ll contn- cial y no desdeñable de cualquier teoría moral, y su ausencia en el modelo intuicionista
buto della filosofia analitica al problema della giustificazione in morale e in diritto»; la le convierte en «una concepción a medias» (A Theory of Justice, cit., p. 41). En pare-·
trad. al ital. es de E. Lecaldano], p. 57. cidos términos se expresa Hare cuando califica al intuicionismo como «un procedimien-
(140) De «intuicionismo» en ese sentido exclusivamente estructural o procedimen- to en dos niveles sin ninguna explicación de lo que sucede en el segundo nivel» (Moral
tal nos hablan Rawls, Urmson o Hare: cfr. John Rawls, A Theory of Justice, cit., pp. Thinking, cit., p. 35).
34-40; J. O. Urmson, «A Defense of Intuitionism», en Proceedings of the Aristotelian Hare describe la situación muy gráficamente: si mi reflexión moral arranca de dos
Society, 75 (1974), 111-119; y R. M. Hare, Moral Thinking, cit., cap. II («Mor~l Con- principios o reglas como (1) «no se deben realizar actos de la clase F» y (2) «no se de-
flicts»). Nozick denomina a un modelo semejante «estructura de contrapeso simple» ben realizar actos de la clase G», y cuando me encuentro en una situación en la que es
[simple balancing structure]: cfr. Philosophical Explanations, cit., pp. 479-482. inevitable realizar o un acto de la clase F o un acto de la clase G estimo que debo rea-
lizar el acto de la clase G, ello demuestra que el principio o regla que acepto realmente
(141) Y por supuesto también puede ser intuicionista en ambos sentidos, que como
no es «no se deben realizar actos de la clase G» simpliciter, sino (2') «no se deben rea-
veremos es lo que sucede en el caso de W. D. Ross (vid. infra, apartado 7.4). Nótese
lizar actos de la clase G a menos que sea necesario para evitar un acto de la clase F»
que de las tres tesis que componen el modelo intuicionista en su sentido estructural o
(o, lo que desde el punto de vista lógico viene a parar en lo mismo: que no sólo acepto
procedimental, la primera no implica la segunda (porque, al menos teóricamente, ca-
(1) y (2), sino también un criterio de prioridad del primero sobre el segundo). El intuí-
344
345
LA NORMATIVlDAD DEL DERECHO

Ahora bien, ¿podría admitirse entonces la idea de que si se recons- dad probabilística» a base de definir para cada regla o principio del ni-
truye en su totalidad el contenido de la concepció~ moral qu~ ~n ~u­ vel crítico un ámbito de aplicación autónomo.
jeto acepta -tomando en cuenta todas las excepc10~es, cuahficacw- Ahora bien, la presuposición de que la estructura del sistema mo-
nes, criterios de prioridad, etc., que re~lmente suscnbe- lo qu~ _o~­ ral que un individuo acepta, expuesta en su integridad y con una ree-
tendríamos sería no meramente un conJunto de <<normas probabihsti- laboración todo lo cuidadosa que se quiera, se ajusta a esas caracte-
cas» extraordinariamente más complejas que las <<normas probabilísti- rísticas (o debería ajustarse a ellas para merecer el calificativo de ra-
cas básicas» que integran su superficie, sino un conjunto de auténticas cional) es muy poco verosímil: en mi opinión distorsiona seriamente
normas «fuertes», de normas cuya estructura, en razón de haberse to- la naturaleza de la deliberación moral y debe ser cuestionada. Y me
mado en cuenta todos los elementos de juicio relevantes, podría ser parece además que la razón fundamental de su ineptitud para dar cuen-
descrita mediante fórmulas que incluyeran genuinos condicionales? ta de la manera en que se desenvuelve la deliberación moral es fácil
Hare sostiene que efectivamente eso es lo que sucede en el «nivel crí- .de identificar: atribuye a la moralidad un carácter cerrado, como si fue-
tico» de la deliberación moral. Los principios del nivel crítico segui.: ra condensable en un código_ acabado que da solución por anticipado
rían siendo relativos a actos genéricos, pero a actos genéricos extraor- a cualquier situación pensable ¿Qué otra cosa significa si no la afirma-
dinariamente específicos (143), y en la medida en que esa extraordi- ción de que cada uno de los principios y reglas del sistema, en su for-
naria especificación se habría ido forjando a base de tomar en cuenta .mulación completa y cuidadosa, incorpora todas las excepciones mo-
todas las excepciones moralmente significativas a los principios o re- ralmente significativas que han de ser tenidas en cuenta en el razona-
glas del nivel «intuitivo» o superficial, lo.s principios del nivel crít~co miento práctico? Significa, lisa y llanamente, que todas esas excepcio-
funcionarían como «normas fuertes»: regirían para todos los actos In- nes son determinables de antemano (144). Pero el proceso de refor-
dividuales -por extraordinariamente reducido que fuese su númer?-
que pudieran ser descritos como miembros de. la clase en que c~nsiste
el acto genérico (extraordinariamente específico) al que se refiere el (144) Como dice Kolakowski, el ideal de un «código moral» semejante no es más
que la búsqueda de una inalcanzable seguridad moral, el deseo de vivir en un mundo
principio o regla del nivel crítico. De ese m~d.o, por de~ir~o en los t~~­ en el que cualquier situación que se presente puede ser subsumida en una regla de la
minos de Malt, se habría alcanzado el reqmslto de «maxima especifi- que ya tenemos conocimiento y en el que, consiguientemente, ya nos hemos liberado
cidad», acabándose por consiguiente con el problema de la «ambigüe- de la responsabilidad de tomar decisiones. Escribe Kolakowski: «El ideal de un código
no es sino el de un sistema absolutamente decidible, en el que de acuerdo con las ca-
racterísticas de una situación dada pueda deducirse un determinado juicio de valor, es
decir, él o su negación. Al código le incumbe transformar el mundo de los valores en
cionismo --en sentido procedimental- daría cuenta de la estructura de esa concepción
un paisaje cristalino en el que no haya valor que no pueda ser inmediatamente locali-
moral fijándose sólo en (1) y en (2), no en (2') o en el criterio de prioridad aceptado
zado e identificado sin discusión alguna [... ] En su forma ideal el código tiene que ser
entre (1) y (2). Ello implicaría, por otra parte, que el «conflicto de,deber~s» que se po-
una recopilación de decisiones abstractas, es decir, unas decisiones llamadas a sustituir
dría pensar que surge de (1) y (2) y que presuntamente se resolvena medmnte la «pon-
deración intuitiva» de sus respectivos pesos es aparente (puesto que lo que realmente se a toda decisión concreta [... ] Toda situación moral de hecho es convertida en caso es-
acepta es (1) y (2'), o (1) y (2) y una regla de priori?a~ del ~rimero sobre el segundo). pecial de alguna de las situaciones abstractas descritas en el código [... ] lo concreto es
Cfr. The Language of Morals, cit., p. 65; Moral Tlunkmg, c1t., ~P· 32-33. reproducido con ayuda de clases abstractas y sus restos no reducibles pueden ser nega-
(143) Cfr. Moral Thinking, cit., pp. 40-41 y 60. Sobre el sentido en g~e un act? ge- dos o ignorados»; «Etica sin código», cit., pp. 138-139 y 144-145.
nérico puede ser más o menos específico, vid. supra, nota 122. Por utilizar ~1. mismo En La imaginación ética Victoria Camps critica en términos parecidos lo que deno-
ejemplo de Hare (Moral Thinking, p. 41), tanto «matar» como «matar en legitimad~­ mina el «empeño codificador» o «fundamentalista» de la ética, que olvida que «lo pro-
fensa» son actos genéricos (es decir, clases o categorías de actos) pero el segundo es ~as piamente ético es la búsqueda, el interrogante, la incomodidad provocadas por la ur-
específico que el primero (por que todos los actos ~ndividuales que pued~n ser descntos gencia de tener que preferir»; y añade: «[C]ualquier principio último ... se desacredita
como casos del segundo también pueden ser descntos como casos del pnmero, pero no tan pronto como nos disponemos a aplicarlo a los hechos: no funciona en la práctica,
a la inversa). Obviamente a medida que se van añadiendo propiedades adicionales a la no nos da la respuesta que buscamos al conflicto y, lo que es peor, nos engaña con la
connotación de un término que designa un acto genérico va disminuyendo su denota- falsa seguridad de quien cree que teniendo algo así como los Diez Mandamientos puede
ción (i. e., el acto genérico en cuestión va siendo cada vez más específico Y por consi- solucionar sin pensarlo cualquier duda moral»; V. Camps. La imaginación ética (Barce-
guiente va siendo menor el número de actos individuales describibles como caso de él). lona: Seix Barral, 1983), pp. 48 y 197.

346 347
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

mulación e incorporación de excepciones no puede darse nunca por que el resto de sus características o descripciones posibles son moral-
completado, no se pueden dejar resueltas por anticipado todas las du- mente irrelevantes: es decir, sólo sería racional si su deliberación mo-
das que puedan plantearse al afrontar desde el punto de vista moral ral hubiese llegado a su término respecto a la totalidad de esas situa-
una situación concreta. ciones. Si no es así -y es materialmente imposible que lo sea- su
Es fácil comprender por qué ese proceso de reformulación e incor- aceptación de esa regla como una regla «fuerte», y no como una «re-
poración de excepciones no puede darse nunca por completado. En gla probabilística» que a pesar de ser altamente compleja sigue inclu-
ciertos contextos -como por ejemplo las reglas de un juego--, y en yendo una cláusula ceteris paribus, supondría renunciar de antemano
razón de los propósitos que en ellos se persiguen, es posible aislar cier- a evaluar todas y cada una de las circunstancias adicionales a
tos rasgos de una situación como necesarios y suficientes para hacer (T 1\ R ;\ -S) del caso concreto, renuncia que, en materia de delibe-
de ella un miembro de una clase a la que se refiere una regla, dese- ración moral, creo que puede ser considerada sin vacilación como una
chando de antemano como irrelevante cualquier otro rasgo igualmen- forma de irracionalidad (146).
te presente en el caso concreto, esto es, descartando por anticipado la Decir que un individuo tiene una ordenación completa de prefe-
posibilidad de excluir dicha situación del campo de aplicación de la re- rencias morales es.decir que tiene una postura tomada acerca del valor
gla tratándola como una excepción. Pero cuando se trata de decidir relativo de cualquier par de estados de cosas o cursos de conducta al-
cuestiones morales es preciso enjuiciar la relevancia o irrelevancia de ternativos (o, si se prefiere, acerca de la obligatoriedad, permisibili-
cualquier elemento del caso concreto: no basta con apelar a una regla dad o no permisibilidad moral de cualquier acción individual conjetu-
preconstituida que por principio declare irrelevantes todas las caracte- rable). Obviamente ese supuesto es irreal: el número de situaciones
rísticas de la situación distintas de las que ya componen la lista cerra- -reales o hipotéticas- que eualquier individuo ha evaluado moral-
da que se seleccionó de antemano al elaborar la regla (145). mente (es decir, el número de situaciones acerca de las cuáles real-
Una regla susceptible de ser descrita mediante una proposición nor- mente se ha planteado alguna vez qué sería moralmente más valioso
mativa en cuya formulación se incluye un genuino condicional-como o qué sería moralmente permisible y qué no) no es sino una pequeña
(x) (Tx 1\ -Sx--:) O*x)- expresa la obligatoriedad de todo acto indi- parte del conjunto de todas las situaciones posibles. Cuando recons-
vidual en el que concurran las propiedades (T 1\ R 1\ -S), sean cuales
sean el resto de las características o circunstancias concurrentes: es de- (146) Cfr. G. Warnock, The Object of Morality, cit., p. 65. Para Warnock, tener,
cir, declara de antemano irrelevantes cualesquiera circunstancias o ca- seguir o aceptar una regla implica admitir que en todos los casos particulares que caigan
racterísticas adicionales a (T 1\ R 1\ -S) que puedan darse en el· su- bajo el campo de aplicación de la regla se ha de hacer lo que la regla establece, sean
puesto concreto que se evalúa. Aceptar una regla moral semejante sólo cuales sean sus peculiaridades; es decir, tener tomada una decisión respecto a lo que ha
sería racional si el sujeto hubiese considerado todas las situaciones po- de hacerse en una clase de situaciones --como dice Warnock, «cerrar los ojos a los mé-
ritos del caso particular»: op. cit., pp 46-47-, lo que por principio excluye la evaluación
sibles en las que, entre otras, se dan las propiedades (T 1\ R 1\ -S) y caso por caso, excluye el considerar la regla como un criterio que generalmente debe
hubiese juzgado que en todas ellas se debe actuar del mismo modo por- ser seguido, pero que en un supuesto particular puede dejarse a un lado en atención a
las circunstancias o a sus características específicas. Si tener, seguir o aceptar una regla
es eso (en la terminología que aquí he venido utilizando, aceptar una regla «fuerte»),
(145) En este sentido escribe John R. Lucas: «... alguien que discrepa [de una regla entonces parece evidente que «sostener opiniones morales, hacer juicios morales y to-
moral propuesta] siempre tiene abierta la posibilidad de interponer un "pero" y alegar mar decisiones morales, no puede ser visto adecuadamente como una cuestión de acep-
algún hecho adicional o aportar algún argumento nuevo que altera la configuración del tar y aplicar reglas morales» (op. cit., p. 68) porque la deliberación moral no puede acep-
caso. No podemos dictar de antemano una lista exacta y exhaustiva de los rasgos que tar detenerse ante «regla» alguna (en el sentido que Warnock le da al término), no pue-
caracterizan esos casos que han de ser considerados casos iguales y tratados del mismo de aceptar el dejar de considerar las razones a favor y en contra de cada caso particular.
modo. Sólo cuando nos enfrentamos a casos nuevos y hemos de decidir acerca de ellos El análisis que nos propone Warnock de lo que implica «seguir o aceptar una regla»
llegamos a percibir la relevancia de nuevos factores»; On Justice (Oxford: Clarendon está en línea con el análisis que hace Raz de las reglas como «razones excluyentes», y
Press, 1980), p. 43. Vid., en la misma dirección, David McNaughton, Moral Vision. An de hecho parece haber influido en éste; cfr. Raz, Practica[ Reason and Norms, cit., p.
Introduction to Ethics, cit., pp. 192-194; Javier de Lucas y M." José Añón, ~~Necesida­ 184, nota 11. Para la exposición y crítica del concepto de razones excluyentes, vid. in-
des, Razones, Derechos», cit., p. 71: fra, apartado 8.2.

348 349
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

nes?» (~48);~ Y en 1~ respuesta hay siempre un elemento de decisión,


truimos idealmente el «sistema moral» que un individuo acepta en un y~ consista esta en _JUzgar que efectivamente concurre alguna diferen~
momento dado a partir de un conjunto finito de juicios particulares
cm rele~ante _o en Juzgar que no es así (149). Ciertamente, en virtud
que él estaría dispuesto a suscribir, lo que hacemos es abstraer de cada de la exigencia de universalizabilidad, la decisión de considerar cierto
situación algunos rasgos o características que son aquellos que el su-
ca~o ~o~o excepció~ a un principio ha de ser a su vez una decisión de
jeto considera relevantes para evaluar cada situación de la forma en pnnczpzo. Pero conviene precisar qué es lo que eso quiere decir. Quie-
que lo hace. Pero naturalmente de ese modo no obtenemos más que re decir que todo caso ha de ser contemplado como miembro de una
una descripción incompleta de cada opción moralmente preferi-
clas~ de casos, ~o que compromete -por una mera cuestión de cohe-
da (147): siempre cabe la posibilidad de que en nuevos casos en los rencia- a considerar del mismo modo todos los demás miembros de
que concurran también esos mismos rasgos y además otros no presen-
es~ clase. P~~o a.~sta última afirmación habría que añadirle, una vez
tes en los casos ya decididos, el sujeto considere que alguno de esos .
mas,. la ~':ahflcacwn «ceteris paribus»: al contemplar el caso particular
rasgos adicionales demanda un juicio moral particular distinto, a pesar
que JUStifica 1~ exceJ?c~ón al principio original como miembro de una
de que el conjunto de propiedades que todos esos supuestos tienen en clase se le esta descnbiendo a su vez de manera incompleta, destacan-
común permita subsumirlos en una misma «clase». Por consiguiente, do como relevantes algunas de sus propiedades o características que
el conjunto de pautas o criterios generales que tratamos de condensar en ca~os futuro~ puede~ co~~urrir también, pero acompañadas de nue-
para presentarlo como «el sistema moral que el sujeto acepta» es ine- vas ~ucunstancias que JUStifiquen la introducción de una clase de ex-
vitablemente abierto (es decir, cada uno de sus elementos contiene cepc~ones en la clase resultante de introducir la primera clase de ex-
siempre implícita una cláusula del tipo ceteris paribus), ya que siem- cep~wnes en la clase original. Como la misma idea puede aplicarse re-
pre es posible que algunas características adicionales de una situación cursiVamen~e. a. las nuevas clases resultantes, me parece correcto afir-
particular lleven al individuo a suscribir un juicio moral diferente y es mar que el JUICI~ m~ral particular no «aplica» en sentido estricto la re-
imposible determinar a priori el catálogo completo de lo que podrían gl~, _smo que mas bien la va configurando y moldeando, sin llegar a
ser dichas circunstancias. Un sujeto acepta o reconoce un conjunto de ehmmar de ella la cláusula ceteris paribus.
razones morales para actuar, pero ese conjunto es abierto y dinámico: Ahora bien, si _alguien entendiera ~ntonces que los principios o re-
a medida que se enjuician situaciones nuevas se restringe o reformula glas mora~es van siemp!~' por asi deculo, a la zaga de los juicios mo-
el alcance de las razones previamente aceptadas, en un proceso cons- rales particulares, «codific_an?o» o reorganizando los conjuntos de ra-
tructivo de reelaboración y matización que se extiende a lo largo del zones para ac~uar y las pr~o:I?ades entre ellas cuya aceptación ha ex-
tiempo y que es difícil imaginar que pueda llegar a completarse en sen- presado el SUJ~to en ~us JUICI?s morales particulares no repudiados,
tido estricto. creo que habna perdido de vista un dato de la mayor importancia.
Ese proceso continuo de ajuste y reelaboración hace que entre los J ·. M. Brennan _lo h~ ~exJ?r~s~do con suma claridad: sólo puede conce-
principios o reglas morales y los juicios morales particulares se dé una birse que una Situacwn medita o un caso difícil plantean un problema
compleja relación que a mi juicio queda bastante bien representada
en la idea rawlsiana de buscar un «equilibrio reflexivo». Enjuiciar mo-
ralmente una situación particular es siempre decidir acerca de la rele- (148) Cfr. The Language of Morals, cit., p. 52.
vancia o irrelevancia de la totalidad de las circunstancias del caso, es (149) The Lang~a?~ of J¡¡orals, cit., p. 55: «Cuando alguien dice "esto es falso, y
por lo .tanto no _lo due , o esto es falso, pero lo diré de todos modos haciendo una
preguntarse, como dice Hare, «¿hay algo en este caso que le haga di- excep~Ión en 1ll1 principio", está haciendo bastante más que inferir. Un' proceso de in-
ferente de la generalidad de casos, de manera que yo deba colocar los ferencia, P?r sí so~o, .n~ le ~iría cuál de ~s~s do_s cosas ha de decir en cada caso singular
casos como éste en una clase especial y tratarlos como excepcio.: que cae b~J~ el pnncipiO. Tiene que decidir cual de las dos dirá. Inferir consiste en afir-
mar que SI d_Ice una falsedad estará in~ringiendo el principio, mientras que si dice la ver-
d~d 1? estara o~servando. Esa es una mferencia deductiva irreprochable, y no hace falta
anad1r. nada mas al re.specto. Lo que hace además de eso no es una inferencia en abso-
(147) Este punto es destacado con claridad por James Fishkin, Beyond Subjective luto, smo algo muy diferente, a saber, decidir si altera el principio o no».
Morality, cit., pp 113-119.
351
350
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

moral si existe un marco conceptual previo configurado por la acepta- vancia de los distintos rasgos de cada situación, guiada en primer lu-
ción de unos principios morales cuya correcta interpretación en el caso gar por esos conceptos, tiene por resultado el progresivo perfilamien-
to y encaje de sus contenidos.
individual nos resulta problemática, lo que es tanto como decir que
«no hay problemas morales per se» (150), que «en ausencia de princi- Este carácter abierto habrá de ser tenido en cuenta a la hora de
determinar si podemos o no aceptar una determinada teoría moral
pios morales no hay problemas morales>; (~5~). Los problemas mo~a­
como reconstrucción adecuada de la concepción moral que cada uno
les se suscitan precisamente cuando los md1v1duos se hallan perpleJOS
acerca de la extensión precisa de sus conceptos morales: por eso, como de nosotros suscribe. En los debates de filosofía moral precisamente
una forma típica de criticar e intentar desacreditar una teoría sustan-
dice Brennan, tiva consiste en presentar supuestos hipotéticos (más o menos alambi-
cad~s, pero no a~so~u~amente inverosímiles) en los que el seguimiento
«Un jucio moral no es por consiguiente la entonación de "correcto".
o "incorrecto" sobre una colección de hechos neutrales. Es la respuesta e~tr~c~o. de los pnnc1p10.s que la integran conduciría a tener que suscri-
a una pregunta que se ha suscitado sólo en el marco de una situación bir JUICIOS mor~l~s ~articulares que se supone que no estarían dispues-
que ha sido estructurada por conceptos morales». (152) tos a aceptar m siqmera los que la proponen (155). Dada la virtual im-
p_osibilidad de dejar sentada~ de antemano todas las excepciones po-
Por consiguiente, los juicios morales particulares van configurando sibles, me parece que cualqmer teoría moral que presente una estruc-
y moldeando los principios o reglas morales precisamente como tomas tura cerr~d~ queda in~~i~ablemente expuesta a este tipo de desafíos y
de posición del sujeto ante situaciones percibidas como problemáticas por consigmente es dificil que pueda ser aceptada (es decir, que po-
a la luz o en el marco de aquellos principios o reglas. Nuestra delibe- damos reconocer en ella una acticulación ordenada y económica de la
ración está guiada por conceptos morales que no son otra cosa que cla- estructura profunda de las concepciones morales que efectivamente
sificaciones abiertas de acciones, intenciones, estados de cosas, etc., suscribimos) (156).
que se juzgan correctas o incorrectas, valiosos o disvaliosos por la mis-
ma razón: no clasificaciones de acciones, intenciones o estados de co- ü) A la luz de estas consideraciones es posible replantear el sen-
sas similares con arreglo a una descripción moralmente neutral, sino tido de la distinción entre «principios» y «reglas» morales, términos
con arreglo a rasgos que se consideran moralmente relevantes (153). que hasta el momento he venido manejando indistintamente y sin ma-
Como esos conceptos morales tienen inevitablemente una textura yor rigor. Un primer criterio de uso posible es el que aplica los térmi-
abierta, la deliberación moral toma la forma de un razonamiento pro- nos «principio» y «regla» a normas probabilísticas de distinto nivel de
blemático (154), en el que la apreciación de la relevancia o la irrele- especificidad, es decir, el que concibe que la diferencia entre ambos
conceptos constit_uye una cuestión de grado. Si la diferencia que existe
(150) Cfr. J. M. Brennan, The Open-Texture of Moral Concepts (London: Macmi-
entre ambas nocwnes es meramente de grado, la decisión acerca de
lo genérica que ha de ser una «norma probabilística» para merecer el
llan, 1977), p. 33.
(151) Op. cit., p. 34. nombre de «principio» más bien que el de «regla» resulta hasta cierto
(152) Op. cit., p. 35. El no percibir esta circunstancia es quizá la parte más recha- punto arbitraria. Parece claro, en cualquier caso, que no suele califi-
zable de la -hoy en día no muy en boga- «moral de situación», y no, como suele de-
cirse, su énfasis en la imposibilidad de contar con reglas morales que no requieran ex-
gins, «Deliberation and Practica! Reason», en Proceedings ofthe Aristotelian Society, 76
cepciones en ninguna clase de situaciones: cfr. Thomas E. Davitt, Ethics in the Situation
(1975-76), 4.3-49 [al;lora en J; Raz (ed.), Practica! Reasoning, cit., pp. 144-152].
(Milwaukee: Marquette University Press, 1970; ed. revisada, 1978); y Joseph Fletcher,
(155! V1d; una interesa?te reflexión acerca de este recurso típico de las discusio-
Situation Ethics (Philadelphia: Westminster Press, 1966) [hay trad. cast. de J. Costa y
nes de filosofía moral en Michael Stocker, «Sorne Problems with Counter-Examples in
Costa, Etica de la situación. La nueva moralidad (Barcelona: Ariel, 1969)].
Ethics», en Synthese, 72 (1987), 277-289.
(153) Brennan, op. cit., pp. 38-41. Bernard Williams atribuye un papel similar a lo
~156) Para un .análisi~ m~s complet? de la estructura de las concepciones morales y
que denomina «thick concepts»: cfr. Ethics and the Limits of Philosophy, cit., p. 140.
de SI es o no plausible atnbuules el caracter de ordenaciones completas, vid. infra, apar-
(154) Sobre el carácter problemático y abierto de la deliberación práctica, siguiendo tado 7.4.
3
ideas aristotélicas -cfr. Et. Nic., 1104a 1-9, 1137b 13-33 y 1142 24 ss.-, vid. D. Wig-
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352
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

carse como «principio» a un enunciado normativo referente a actos ge- observar es que, en la medida en que las normas sólo son concebibles
néricos muy específicos (o, lo que lógicamente sería equivalente, a a~­ en términos lingüísticos, ese modo de trazar la diferencia entre «prin-
tos genéricos muy poco específicos con la adición de abundantes y m~­ cipios» y «reglas» no puede ser perfectamente nítido a causa de la tex-
nuciosas cláusulas de excepción): lo más común es reservar ese térmi- tura abierta del lenguaje: la duda acerca de si el caso que se enjucia
no para las normas probabilísticas menos específicas d~l-- si~tema, de ma- es o no uno de aquellos en los que efectivamente se debe hacer lo que
nera que cabe denominar «reglas» a normas probab1hst1cas compara- cierto principio afirma que generalmente se debe hacer en esa clase de
tivamente más específicas que constituyen concreciones de aquéllas. situaciones no es fácil de distinguir de la duda acerca de si el caso en-
La caracterización de principios y reglas morales como normas pro- juiciado es o no uno de aquellos en los que cierta regla afirma que siem-
babilísticas con distintos niveles de especificidad presupone que unos pre se debe actuar de un determinado modo (158). De todas formas,
y otros son juicios que expresan la existencia de razones para realizar en la medida en que la vaguedad o la textura abierta del lenguaje no
ciertas acciones en determinadas circunstancias, estando definidas esas elimina la existencia de un núcleo de casos claros, sino que implica tan
acciones y esas circunstancias por propiedades fácticas de índole gené- sólo que ese núcleo de significado está rodeado de una «zona de pe-
rica. Si por el contrario están definidas en términos no meramente fác- numbra», la diferencia entre «principios» y «reglas» según este segun-
ticos es posible presentar principios morales que aparentemente no do criterio de uso podría mantenerse al menos respecto del núcleo de
funcionarían en la deliberación práctica como normas probabilísticas, casos que claramente estén comprendidos en el campo de aplicación
sino como normas «fuertes». Materializar el respeto de la autonomía de las «reglas». Respecto de ese núcleo, la aceptación de una «regla»
o la dignidad de las personas puede ser una propiedad que se predi- (entendiendo el término en el sentido de norma fuerte) puede ser con-
que de ciertas acciones, de manera que es posible hablar ?e la clase cebida de dos maneras. ·/
de todos los actos definidos por la concurrencia de esa propredad. Ha- En primer lugar, cabe entender que lo que el sujeto acepta es que
blando en esos términos podría pensarse que quien acepta el principio respecto de ese núcleo de casos claramente comprendidos en el campo
que expresa la obligatoriedad de esas acciones no lo acep~a en abso- de aplicación de la regla existen razones para actuar que no pueden
luto como una norma probabilística, sino como una auténtica <<norma ser desbancadas o superadas en la deliberación práctica por ninguna
fuerte». Pero «respetar la autonomía o la dignidad de las personas» no otra de signo contrario que también pudiera concurrir en los casos de
es una propiedad fáctica, sino un predicado moral: precisar el conte- esa clase, es decir, que existen (respecto de ese núcleo de casos) lo
nido de ese principio es justamente tratar de articular reglas morales que Raz denomina «razones absolutas» (159). Toda la argumentación
relativas a acciones y circunstancias definidas en términos puramente que aquí se ha desarrollado acerca de la estructura abierta de la deli-
fácticos; y lo que a mi juicio implica la estructu!a abiert~ de los c~n­
ceptos morales es que las reglas relativas a acciOnes y ~Ircunstanci~s como normas fuertes; y con el término «principios morales» (moral principles) designa
definidas en términos puramente fácticos con las que se mtenta preci- tanto lo que a mi juicio son -más que principios morales sustantivos- cánones o re-
sar su contenido son aceptadas como normas probabilísticas. quisitos que definen la idea misma de aceptar una razón moral (como el «principio de
El segundo criterio de uso posible del par «principios»-«reglas» es generalización» o el «principio según el cual toda violación de una regla moral debe es-
el que identifica a los primeros con norma~ probab~lísticas y ~ las s~­ tar justificada»), como normas relativas a acciones y circunstancias definidas en térmi-
nos no meramente fácticos (como «siempre es incorrecto causar un sufrimiento innece-
gundas con normas fuertes (relativas a accwnes y circunstancias defi- rario») y que en virtud de ello parecen normas no probabilísticas: cfr. M. G. Singer, Ge-
nidas en términos puramente fácticos) (157). Lo primero que se ha de neralization in Ethics, cit., pp. 98-110.
(158) Cfr. Mario Jori, Ilformalismo giuridico (IVlilano: Giuffré, 1980), pp. 9-10 y 12.
(157) Por supuesto lo importante son las distinciones conceptuales, no tanto la ter- (159) Cfr. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., p. 27, Raz distingue entre razo-
minología que usemos para referirnos a ellas: M. G. Singer, p. ej., denomina «reglas nes absolutas y razones concluyentes en estos términos: una razón concluyente es la que
morales» (moral rules) a cualquier norma moral (sea cual sea su nivel de especificidad) en un caso particular prevalece sobre cualesquiera otras que concurran en él (aunque
que funcione como una norma probabilística; «leyes morales» (morallaws), a las rela- puede haber otras razones que, de haber concurrido, habrían prevalecido sobre ella),
tivas a acciones y circunstancias definidas en términos puramente fácticos que funcionen mientras que una razón es «absoluta» respecto de una clase de casos cuando prevalece
sobre cualquier otra razón de las que puedan concurrir en los casos de esa clase.

354 355
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

beración moral está dirigida a intentar demostar que es poco plausible


reconstruir nuestras concepciones morales como conjuntos de razones sible com~render instituci~nes o prácticas sociales como las promesas
o la autondad. En cualqmer caso, quedando pendiente para un mo-
absolutas: pero quizá si quepa admitir que inc~uyan a~g~na razón a~­
mento posterior un análisis más detenido de la idea de «razón exclu-
soluta, lo que por otra parte resultaría tanto mas ve~osimil cuanto mas
yente» (162), no me parece aventurado afirmar que «aceptar reglas
específicos sean los actos genérico~ ~ los que ~~ refieran esas razones
morales» no consiste en absoluto en aceptar razones excluyentes: creo
absolutas (porque será tanto mas facil de admltu. que real~ente el su-
que consiste típicamente en aceptar normas probabilísticas relativa-
jeto ha evaluado de antemano todas las~ excepci~nes p.osibles). Esta
mente específicas y quizá en algunas ocasiones (con las reservas o cau-
concesión, de todos modos, debe acompanarse de mmedmto de dos re-
servas o cautelas: la primera, que una concepción moral no puede ad- telas que se mencionaron anteriormente) en aceptar razones absolutas
respecto a ciertos actos genéricos. Salvo indicación en contrario será
mitir muchas razones de esa clase -ni referidas a actos genéricos que
al primero de esos dos sentidos al que me refiera en adelante c~ando
no sean altamente específicos- sin quedar eo ipso expuesta a~ ~i~sgo hable sin mayores precisiones de «reglas morales».
de generar conflictos insolubles; y aunque no creo que l.a pos~bihdad
de un genuino conflicto de deberes deba ser descartada m considerada iii) Las observaciones precedentes quizá pueden servir para acla-
necesariamente como síntoma de irracionalidad de la concepción mo- rar la distinción entre «principios» y «reglas» como diferentes clases
ral que los admite (160), sí creo que hay un límite al númer~ de con- de normas jurídicas, y ello aunque no quepa trasladar sin más todo lo
flictos genuinos que una concepción moral puede generar sm acabar que acaba de decirse acerca de la moralidad al campo del derecho (en-
quedando bloqueada o refutándose a sí misma. La segunda, que ha de tre otras cosas, porque todavía no se ha ofrecido una caracterización
recordarse que todo ello vale sólo respecto del n~cleo de casos cl~~os a.decuada de la estructura de.-·los razonamientos jurídicos justificato-
de aplicabilidad de la norma, sin que se deba olvidar lo problematlca r.ws). No obstante, me parece posible aprovechar ya los conceptos ana-
que es en sí misma la determinación de si un caso es o no claro. lizados en e~te apartado para avanzar algunas ideas respecto al modo
También cabe entender, en segundo lugar, que al aceptar una «re- en que habna de entenderse la diferencia entre principios y reglas en
gla» (en el sentido de norma fuerte) lo que el sujeto acepta es no una tanto que normas jurídicas.
razón absoluta, sino una razón excluyente respecto de una clase de ca- La distinción entre «principios» y «reglas» en el derecho resulta ex-
sos, es decir, una razón para actuar en todos esos casos (de nuevo .con trema~a~e~te .co~~sa por la gran diversidad de acepciones del térmi-
el problema de la textura abierta del lenguaje a la hora de determmar no «pnnc1p10s Jundicos» (163). En especial, y junto a la idea de lama-
si el supuesto particular que se enjuicia es o no uno de ellos) sólo de
acuerdo con la regla y no con cualquier otra clase de razones que tam- (162) Vid. infra, apartado 8.2.
bién concurran en dichos casos (161). La idea de una razón para no (163) ~asta el punto de que cualquier reflexión sobre la idea de «principios jurídi-
actuar según el balance de la totalidad de razones que concurren en cos» debena c~me?Zar elaborando una taxonOI.ní~ de los diferentes sentidos en los que
un caso dado -que no otra cosa serían las «razones excluyentes»-- se emplea el. te:~mo (o el no exactamente comcidente, pero indudablemente relacio-
me parece difícil de aceptar, aunque al decir de Raz sin ella no es po- nado~ d~ <:p~ncipws generales del derecho»). Es lo que hacen N. Bobbio, «Principi ge-
nerali di dmtto», voz del Novissimo Digesto Italiano, vol. XIII (Torino: UTET 1968)
pp. 887-896; G.R. Carrió, ~rincipios jurídicos y positivismo jurídico (Buenos Airds: Abe~
(160) Vid. infra, apartado 7.4. . . . ledo Perrot, 1970), especialmente pp. 33-37; A. Peczenick, «Principies of Law. The
(161) Cfr. Raz, Practica[ Reason and Norms, cit., secciOnes 1.2 y 2.2. Aun sm em- S~~rch .for. Legal Theory», en Rechtstheorie, 2 (1971), pp. 17-35; M. Jori, «I principi nel
plear el término «razones excluyentes», la explicación .que nos o~e~e Warnock de aq~e­ dmtto.It~hano», en So~iologia ~el diritto, lO (1983), pp. 7-33, [ahora en Jori, Saggi di
llo en lo que consistiría «aceptar una regla» es sustancialmente similar -cfr. The Object "N!~taglunsprudenza ~Milano: Gmffre, 1985), pp. 301-332]; R. Guasti:ni, «Sui principi del
of Morality, cit., pp. 46-47-, lo que le ~eva a descartar de plano qu~ tener ur:a c?n- dmtto», en M. Bascm (ed.), Soggetto e Principi Generali del Diritto. Atti del XV Con-
cepción moral consista en absoluto en «tener o aceptar reglas» (entendiendo el termino gresso Nazionale della Societa Italiana di Filosofía Guridica e Politica (Milano: Giuffre
en ese preciso sentido). Para una crítica del concepto de War~ock d~ «aceptar una re- 1987), pp. 67-88. Sobre la formación histórica del concepto de «principios generales dei
gla», vid. David-Hillel Ruben, «Warnock on Rules», en Phllosophlcal Quarterly, 22 Der~cho», ~fr. P~ttaro, «Alle origi:ni della nozione "Principi generali del Diritto".
"?·
(197~) 349-354. ~rofilo stonco-filosofico», en M. Basciu (ed.), Soggetto e Principi Generali del Diritto ... ,
Cit., pp. 25-65.
356
357
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

yor importancia de los primeros, al contraponer los principios a las re- por «principios» suele entenderse algo equivalente a lo que aquí se ha
glas como especies diferentes de normas jurídicas se solapan usualmen- denominado <<normas probabilísticas» muy genéricas (165). En lo que
te dos grandes cuestiones. La primera tiene que ver con una presunta ya no hay acuerdo es en la naturaleza de la diferencia que existiría en-
diferencia en cuanto a los criterios que contarían en uno y otro caso tonces entre principios y reglas: por decirlo en los términos que em-
para identificar y establecer la pertenencia al sistema d.e e~as do~ cla- plea Alexy (166), se puede sostener una «tesis débil de laseparación»
ses de normas, insistiéndose por lo general en que los cntenos de Iden- [schwache Trennungsthese} entre principios y reglas, a tenor de la cual
tificación y pertenencia relativos a los principios -a diferencia de lo unos y otras funcionarían en el razonamiento jurídico como normas
que sucedería con los relativos a las reglas- no I?ueden ser ~prehen­ probabilísticas, de manera que la diferencia entre ambos radicaría sólo
didos por un test que se refiera meramente a su ongen (es decir, al he- en su diferente grado de especificidad; o una «tesis fuerte de la sepa-
cho de su edicción formal mediante procedimientos que ciertos órga- ración» [strenge Trennungsthese], según la cual la diferencia entre prin-
nos reconocen como creadores de derecho o al hecho de su reconoci- cipios y reglas no sería meramente de grado, sino de tipo cualitativo.
miento directo por parte de esos órganos), sino que tendría que ver Dworkin suscribe por supuesto la tesis fuerte (167), y también lo ha-
más bien con su calidad o contenido. La segunda se refiere exclusiva- rían autores como Esser o Larenz, que habían utilizado la distinción
mente a sus diferencias estructurales: desde este segundo punto de vis- entre principios y reglas con anterioridad (168).
ta principios y reglas serían dos clases de normas que diferirían en su
estructura, pudiendo perfectamente. tener el mismo origen. y por con- (165) Algunos autores escandinavos han destacado también el papel específico que
siguiente formar parte del ordenamiento exactamente en virtud de los juegan en los razonamientos jurídicos normas o standards que tienen la estructura de
«normas probabilísticas» altamente gooéricas, aunque usando para designarlas términos
mismos criterios (de manera que entre las normas creadas por un le- distintos del más usual o extendido de «principios». Es lo que sucede, por ejemplo, con
gislador, pongamos por caso, algunas serían principios y. ~tras reglas el concepto de «líneas directrices» [retningslinjer, guide Unes, Richtlinien] tal corno lo
en virtud de sus diferencias estructurales) La superposicion de estas emplean Eckhoff y Sundby: cfr. T. Eckhoff, «Guiding Standards in Legal Reasoning»,
dos cuestiones es palmaria en enfoques como el de Dworkin, pero me en Current Legal Problems, 29 (1976), pp. 205-219; Eckhoff-Sundby, Rechtssysteme, cit.,
cap. 6; o con el de «reglas tópicas» [topical rules] que ha expuesto Hannu Tapani Kla-
parece evidente que una y otra son lógicamente independientes (164). rni, «Ün the so-called Metanorrns in Criminal Law», en Rechtstheorie, 10 (1979), pp.
En este momento me referiré únicamente a la segunda de ellas. 143-158, p. 157.
Desde un punto de vista exclusivamente estructural me parece que (166) Cfr. R. Alexy, «Zurn Begriff des Rechtsprinzips», en W. Krawietz et al. (eds.),
Argumentation und Hermeneutik in der Jurisprudenz, Rechtstheorie, Beiheft 1 (1979),
pp. 58-87, pp. 64-65; Id., «Sistema jurídico, principios jurídicos y razón práctica» [trad.
(164) Véase, entre la abundante bibliografía existente, Anna Pintare, Norme e pri~­ cast. de M. Atienza], en Doxa, 5 (1988), pp. 139-151, p. 141.
cipi. Una critica a Dworkin (Milano: Giuffre, 1982), especialrnen~e pp. 27~3~. En el ana-
(167) Cfr. Taldng Rights Seriously, cit., p. 24 [trad. cast., pp. 74-75].
lisis de Dworldn (al menos en el posterior a «Hard Cases», publicado ongmalrnente en
1975) hay una tercera cuestión que se acumula sobre las dos rne.nci.o~adas a la h~ra de (168) Cfr. J. Esser, Grundsatz und Norm in der richterlichen Fortbildung des Priva-
caracterizar los principios: la idea de que los «argumentos de pnnc1p10» son relativos a trechts (Tübingen: Mohr, 1956; 3." ed., 1974, por la que se cita), pp. 50-51 y 95 [hay
derechos (cfr. Taking Rights Seriously, cit., pp. 82 ss. [trad. cast., pp. 147 ss.]) ..Mac- trad. cast. de E. Valentí Fiol, Principio y norma en la elaboración jurisprudencia! del
Corrnick y Raz, entre otros muchos, han insistido en que difícilmente puede servir ese Derecho Privado (Barcelona: Bosch, 1961), pp. 65-66 y 102-103], que afirma taxativa-
dato para establecer una diferencia conceptual clara entre principios y reglas, ya que ob- mente que la diferencia entre principios y reglas no consiste meramente en su distinto
viamente también éstas últimas -tanto si su diferencia específica se busca por el lado grado de especificidad, sino que es de tipo cualitativo; y K. Larenz, Methodenlehre der
de los diversos criteüos de identificación y pertenencia corno si se busca por el de sus Rechtswissenschaft (Berlín/Heildelberg: Springer, 1960; 4." ed., 1979, por la que se cita),
distintas características estructurales- pueden establecer derechos: cfr. MacCormick, p. 458 [hay trad. cast. de la l." ed. alemana -a cargo de E. Girnbernat, Metodología
Legal Reasoning and Legal Theroy, cit., p. 232; J. Raz, «A Postscript» [a su artículo de la Ciencia del Derecho (Barcelona: Ariel, 1966)- y de la 4. a, a cargo de M. Rodrí-
«Legal Principies and the Lirnits of Law», en Y ale Law Journal, 81 (1972), pp. 823-358], guez Molinero (Barcelona: Ariel, 1980), por la que se cita; p. 465]. Por lo que respecta
en M. Cohen (ed.), Ronald Dworkin and Contemporary Jurisprudence (London: Duck- a Larenz esta idea debería quizá matizarse si se tiene en cuenta la distinción que esta-
worth, 1983), pp. 81-86, p. 82. Para una exposición y crítica global de la distinción dwor- blece entre «principios abiertos» [offenen Prinzipien] y «principios en forma de norma
kiniana entre principios y reglas véase también J. R. de Páramo, H. L. A. Hart Y la teo- jurídica» [rechtssatzformigen Prinzipien] (p. 463; trad. cast. p. 471). Sobre la coinciden-
ría analítica del Derecho, cit., pp. 381-391, y la bibliografía allí citada. cia en este punto entre Dworkin y los más representativos autores alemanes que habían

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358
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

La determinación de cuál de esas dos tesis es correcta resulta com- mente diferenciable (salvo que la distinción se conciba meramente
plicada por el hecho de que entre ambas no existe una perfecta sime- como de grado) de la duda acerca de si el caso enjuiciado es o no uno
tría. Trataré de explicar qué es lo que ésto quiere decir. La tesis débil de aquéllos en los que una presunta «regla» afirma que siempre se debe
parte de la consideración de los principios como normas probabilísti- actuar de un determinado modo.
cas muy genéricas, distinguiéndolos entonces de las reglas que serían Frente a esta observación cabría quizá interponer una objeción:
normas probabilísticas comparativamente más específicas. Sin embar- que la aplicabilidad al modo «todo o nada» que según Dworkin es ca-
go la tesis fuerte, que postula tan sólo la existencia de una diferencia racterística de las reglas habría que predicarla de las reglas una vez in-
de tipo cualitativo -y no meramente de grado- entre unos y otras, terpretadas, no de las reglas como enunciados que precisamente re-
puede ser a su vez interpretada de diversos modos dependiendo de quieren una interpretación para establecer cuáles son exactamente los
qué se entienda por «principios» y en qué se haga consistir entonces casos comprendidos en la clase a la que la norma se refiere y en los
la presunta diferencia cualitativa. Si por principios se sigue entendien- que la norma actuaría como «razón suficiente», es decir, en los que ha-
do «normas probabilísticas muy genéricas», una primera interpretación bría de aplicarse incondicionalmente sean cuales fueren el resto de des-
posible de la tesis fuerte sería aquella que concibiese las reglas como cripciones posibles del supuesto que se enjuicia. Pero a mi entender
<<normas fuertes». Me parece que hay otros modos diferentes de arti- esta observación nos muestra precisamente el flanco más débil. de la
cular la tesis fuerte de la separación, pero lo que me interesa destacar caracterización de las reglas como <<normas fuertes», porque la deter-
es que, entendida con arreglo a esta primera interpretación posible, minación del alcance de una regla siempre es un producto de la rela-
en mi opinión resulta inaceptable. Y discutir esta primera interpreta- ción entre dicha disposición y el resto del ordenamiento, y dicha rela-
ción posible de la tesis fuerte me parece importante para intentar de- ción descarta la posibilidad d(Yque alguna norma del sistema funcione
mostrar que los razonamientos jurídicos justificatorios, como ocurre exactamente del modo en que Dworkin afirma que lo hacen las «re-
con la deliberación moral (de la que no serían sino un caso especial), glas». Dworkin admite (170) -y de hecho ésa es la situación en el caso
tienen siempre -y no sólo en algunos casos- una estructura abierta. que le sirve de modelo para su exposición, Riggs v. Palmer- que se
En primer lugar hay que insistir en que la ineliminable vaguedad puede producir una colisión entre un principio y una regla que deter-
de los lenguajes naturales, su textura abierta, difumina esta forma de mine que un cierto caso, indiscutiblemente comprendido en el campo
distinción tajante entre principios y reglas. El propio Dworkin reco- de aplicación de la regla, deba ser tratado sin embargo de modo dis-
noce que «la forma de un standard no siempre deja claro si se trata tinto a lo que ésta establece y precisamente en atención al principio.
de una regla o de un principio» (169), y me parece que la razón más Pero si ello es así, entonces la idea de que siempre es posible enume-
evidente por la que se tropieza con esa dificultad radica en que la va- úu de antemano las excepciones a una regla (a diferencia de lo que
guedad potencial de los términos en los que cualquier norma viene ex- sucedería con los principios) sólo puede ser mantenida si se supone
presada hace que la duda acerca de si el caso que se enjuicia es o no que una de las excepciones que incorpora toda regla del sistema tiene
uno de aquéllos en los que efectivamente se debe hacer lo que un pre-
que ser algo parecido a« ... y siempre que no sea aplicable algún prin-
sunto «principio» afirma que generalmente se debe hacer no sea fácil-
cipio que justifique una decisión diferente»; y entonces, dado que no
es posible contar de antemano con una lista cerrada de todas las ex-
hecho uso anteriormente de la distinción entre principios y reglas ha llamado la aten-
cepciones a los principios y por ende de todos y cada uno de los casos
ción Alexy, «Zum Begriff des Rechtsprinzips», cit., pp. 67-68; como se verá más ade- en los que son aplicables, la introducción de una cláusula de excep-
lante -nota 172- Alexy es partidario también de la tesis fuerte de la separación, aun- ción semejante en la estructura de toda regla acaba siendo un autén-
que entendiéndola de un modo distinto de aquel que contrapondría a los principios como tico caballo de Troya que destruye la diferencia entre principios y re-
<<normas probabilísticas (muy genéricas)» con las reglas como «normas fuertes».
(169) Cfr. Taking Rights Seriously, cit., p. 27, p. 27 [trad. cast., p. 78; no sigo lite- glas tal y como la entiende la interpretación de la «tesis fuerte de la
ralmente el texto de esta traducción: traduzco, p. ej., «rule» como «regla», y no como
<<norma», para mantener la idea de <<norma» como género al que pertenecerían princi-
pios y reglas como diferentes especies]. (170) Taking Rights Seriously, cit., p. 23 [trad. cast., p. 73].

360 361
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

separaciOn» que estoy criticando. La existencia misma de principios Si tanto los principios como las reglas funcionan en el razonamien-
dentro del sistema (así como la posibilidad de fijar el alcance de un to jurídico como <<normas probabilísticas» (con diferentes niveles ele es-
precepto mediante razonamientos analógicos, que en sustancia no di- pecificidad), entonces la relación entre los juicios de deber relativos a
fieren de los argumentos sobre la base de principios) (171) determina actos genéricos con los que alguien expresa su aceptación de normas
que entre principios y reglas sólo pueda establecerse una diferencia de jurídicas y los juicios de deber relativos a actos individuales que «apli-
grado -en cuanto a sus respectivos niveles de especificidad-, que es can» esas normas no será muy distinta de la que media entre princi-
lo que sostiene la «tesis débil» de la separación entre ambos (172). pios o reglas morales y juicios morales particulares, lo que según creo
autoriza a concluir que los razonamientos jurídicos justificatorios po-
(171) Cfr. MacCormick, Legal Reasoning and Legal Theory, cit., p. 155, 161 y 186.
seen también, como la deliberación moral, una «estructura abierta».
También considera que no hay una diferencia esencial entre los argumentos a partir de Este rasgo habrá de ser tenido en cuenta a la hora de emprender una
principios y los argumentos por analogía M. Atienza, Sobre la analogía en el Derecho. reconstrucción más completa de los primeros.
Ensayo de análisis de un razonamiento jurídico (Madrid: Civitas, 1986), p. 185. A pesar
de la prohibición de la analogía in malam partem en sectores como el Derecho penal,
la falta de una distinción nítida entre analogía e interpretación extensiva determina que
también le sean aplicables -quizá, una vez más, con una diferencia meramente de gra- 7.3. Las reglas morales como juicios de deber relativos a actos
do- estas consideraciones: cfr. Atienza, op. cit., pp. 183-184. genéricos
(172) Que la presencia misma de principios en el sistema difumina la distinción en-
tre principios y reglas sobre la base de que éstas últimas serían aplicables al modo «todo i) Aceptar una regla moral, es decir, un juicio de deber relativo
o nada» ha sido señalado por Alexy, «Zum Begriff des Rechtsprinzips», cit., pp. 69-71. a cierto acto genérico, no impjica -salvo en el caso especial en el que
Sin embargo la posición de Alexy es más compleja, puesto que él considera correCta la
«tesis fuerte de la separación», si bien entendida de un modo distinto. Según Alexy los
se acepta una «razón absoluta», que ha de ser considerado con las cau-
principios son «mandatos de optimización» -cfr. Alexy, «Zum Begriff des Rechtsprin- telas o reservas mencionadas- aceptar que se tiene el deber conclu-
zips», cit., p. 80; Id., «Sistema jurídico, principios jurídicos y razón práctica», cit., p. yente o tras la consideración de todos los factores relevantes de reali-
143-, lo que querría decir que se trata de normas que prescriben que algo se realice zar cualquier acto individual que pueda ser descrito como caso de di-
en la mayor medida posible y que por lo tanto pueden quedar satisfechas en grados di-
versos (y no simplemente cumplidas o vulneradas). De ese modo, cuando dos principios
cho acto genérico: implica tan sólo aceptar una razón en virtud de la
entraran en colisión las exigencias de uno y otro habrían de ser sopesadas o ponderadas
y la decisión que se tome habrá de ser el reflejo de esa ponderación para el caso con-
creto que se enjuicia, sin que ello signifique que uno de los dos principios simplemente glas» entendida en estos términos, y de hecho me parece digna de ser tenida en cuenta
queda invalidado. Las reglas, por el contrario, serían normas que exigirían un «cumpli- en una reconstrucción de la clase de ingredientes que intervienen en los razonamientos
miento pleno», de manera que sólo pueden ser o bien cumplidas o bien vulneradas; y jurídicos justificatorios. Pero nada de ello me parece incompatible con lo que aquí he
cuando dos reglas entrasen en colisión, una de las dos habría de quedar invalidada. Todo sostenido, ni contradice -sino que en mi opinión, por el contrario, abona-la conclu-
ello significa, según Alexy, que entre «principios» y «reglas» sí puede encontrarse una sión central que me ha interesado defender: a saber, el carácter abierto (análogamente
genuina diferencia cualitativa -y no meramente de grado-, y que por consiguiente la a lo que ocurre con la deliberación moral) de los razonamientos jurídicos justificatorios.
tesis fuerte de la separación es correcta, aunque quizá no en los términos en que a veces Porque ese carácter abierto, según creo, resulta incontestable toda vez que se admite
se ha pretendido que lo era, y aunque a tenor de la caracterización propuesta por Alexy que el conjunto de principios que integran el sistema -con la dificultad añadida, y que
quizá no serían genuinos principios muchos de los que generalmente suelen considerar- aquí no he entrado a considerar, de determinar cuáles son éstos- no puede ser recon-
se tales (cfr. «Zum Begriff des Rechtsprinzips», cit., p. 82). La diferencia de perspectiva ducido a una ordenación lineal o «fuerte» y que toda regla incorpora como cláusula de
provendría de que, tal y como Alexy utiliza el término, un «principio» es una norma excepción que no sea aplicable algún principio que justifique una decisión diferente (y
que no prescribe la realización de algún acto genérico (ni siquiera de uno muy poco es- por eso, dicho sea entre paréntesis, creo que habría que matizar al propio Alexy cuando
pecífico), sino que prescribe que cierto valor sea materializado tanto como sea posible afirma que «[s]i una regla es válida, entonces es obligatorio hacer precisamente lo que
al realizar cualquier clase de acciones que puedan tener que ver con la mayor o menor ordena, ni más ni menos» -<<Sistema jurídico, principios y razón práctica», cit., p. 144--,
satisfacción de aquél; mientras que las reglas serían normas que sí prescriben la reali- porque justamente la cuestión de qué es exactamente «lo que ordena», si se entiende
zación de actos genéricos determinados (cuya descripción, añadiría yo, debe ser posible por regla completa el resultado de incorporarle todas sus excepciones -y por tanto tam-
en términos fácticos, si es que quiere evitarse que la distinción acabe difuminándose.) bién una cláusula general como la que acaba de mencionarse-, es inevitablemente una
No encuentro mayor inconveniente en aceptar una distinción entre «principios» y «re- cuestión abierta.)

362 363
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

cual generalmente o las más de las veces resultan efectivamente debi- taca o condensa en un juicio moral relativo a actos genéricos (es decir,
dos los actos individuales que, entre otras descripciones posibles, pue- a clases o categorías de actos individuales; o, lo que es lo mismo, a
den ser presentados como casos del acto genérico al que se refiere la conjuntos de actos individuales contemplados bajo una de sus descrip-
regla. ciones posibles).
Ahora bien, al suscribir una regla moral lo que se acepta no es me- Cuando decimos que cierto acto genérico -i. e., cierta clase de ac-
• ramente la existencia de una razón en favor de la realización de cierta tos- es supererogatorio, lo que destacamos es que en esa clase de si-
clase de actos, sino de una razón que hace que resulten debidos lama- tuaciones se da un esquema de prioridades relativas entre razones mo-
yor parte de los actos de esa clase. Muchos filósofos morales sostienen rales que tiene una estructura distinta de la que cabe atribuir a la que
que los enunciados «hay una razón moral para realizar los actos de la reiteradamente suele darse en la clase de actos que consideramos «de-
clase P» y «los actos de la clase P son prima facie debidos» expresan bidos». Para entender en qué consiste esa diferencia estructural con-
exactamente lo mismo (173), pero esa presunta equivalencia socava las viene reflexionar acerca de lo que queremos decir al calificar un acto
bases para distinguir entre lo debido (aunque sea en un sentido mera- como «supererogatorio». Esa calificación, por cierto, no tiene cabida
mente prima facie) y lo supererogatorio. Sin duda existe alguna razón en cualquier sistema moral imaginable: no la tiene, por ejemplo, en
moral en favor de la realización de actos supererogatorios -de lo con- un utilitarismo de actos como el de Moore en el que «afirmar que una
trario no se entendería por qué realizarlos es moralmente loable, y no cierta línea de conducta es [... ] absolutamente obligatoria es obvia-
moralmente indiferente-, pero no por ello decimos que son «debi- mente afirmar que en el mundo existirá más bien o menos mal si se
dos», ni tan siquiera prima facie. Podría pensarse entonces que un acto adopta que si se hace en su lugar cualquier otra cosa» (174). Para dar
genérico resulta debido cuando su realización viene favorecida por un cabida a la calificación de un acto o de una clase de actos como supe-
cierto tipo o clase de razón, pero me parece que es más exacto decir rerogatorios, una moral tiene que conceder relevancia a lo que Schef-
que resulta debido cuando se da respecto de él un cierto tipo de rela- fler ha llamado una «prerrogativa centrada en el agente» (175), es de-
ción entre razones: lo que necesitamos conocer más a fondo, como es cir, tiene que atribuir importancia moral al hecho de que el agente que-
obvio, es la estructura de esa relación entre razones que tiene que dar- de hasta cierto punto eximido de procurar en todo momento la maxi-
se para poder decir que se tiene el deber de realizar cierto acto gené- mización del bien en el mundo en atención a sus propios proyectos y
rico. apegos personales, esto es, en atenciól) a la satisfacción de su propio
La fuerza práctica de una razón para actuar depende de su rela- plan de vida. Nótese que ello no significa en modo alguno dar priori-
ción con otras razones, variando por consiguiente según cuál sea la dad a las razones prudenciales sobre las razones morales, algo que, en
constelación de razones concurrentes con las que haya de ser sopesada
en cada ocasión. El número de combinaciones posibles, es decir, el nú- (174) .Cfr. G. E. Moore, Principia Ethica (Cambridge: Cambridge University Press,
mero de esquemas diferentes de prioridad relativa entre razones, re- 1903), p. 25 [tomo la cita de David Heyd, Supererogation. Its Statu:1 in Ethical Theory
(Cambridge: Cambridge University Press, 1982), p. 77]. En la filosofía moral anglosa-
sulta prácticamente infinito. Pero a pesar de ello existen ciertas situa- jona, los dos trabajos que a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta contri-
ciones típicas (aisladas o definidas por la presencia o ausencia de de- buyeron en mayor medida a renovar el interés por la categoría de los actos superero-
terminadas propiedades que se consideran relevantes) en las que rei- gatorios estaban concebidos en buena parte precisamente como reacciones contra el em-
teradamente suele darse un mismo esquema de prioridades relativas en- pobrecimiento y simplificación de nuestros conceptos morales que representaba la tra-
tre razones morales. Esa reiteración habitual de un mismo esquema dición utilitarista, por entonces dominante en aquel ámbito cultural: vid. J. O. Urmson,
«Saints and Heroes», en A. I. Melden (ed.), Essays in Moral Philosophy (Seattle: Uni-
de prioridades relativas en una clase de situaciones es lo que se des- versity of Washington Press, 1958), pp. 198-216 [ahora en J. Feinberg (ed.), Moral Con-
cepts, cit., pp. 60-73]; Roderick M. Chisholm, «Supererogation and Offence. A Con-
(173) Cfr., por ejemplo, K. Baier, The Moral Point of View, cit., pp. 102-103; H. ceptual Scheme for Ethics», en Ratio, 5 (1963), pp. 1-14.
Jack, «More on Prima Facie Duties», en Journal of Philosophy, 63 (1966), 521-524, p. (175) Cfr. Samuel Scheffler, The Rejection of Consequentialism. A Philosophical In-
522; J. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., pp. 25-28; G. Harman, The Nature of vestigation of the Considerations Underlying Rival Moral Conceptions (Oxford: Ciaren-
don Press, 1982), pp. 21-22.
Morality, cit., pp. 119-121.

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LA NOR!v1ATIVIDAD DEL DERECHO

virtud de la definición misma de las razones morales como dominantes crificio de su autonomía que es comparativamente de escasa importan-
respecto a las prudenciales, de ningún modo podría estar justifi~ado. cia. Me parece, por consiguiente, que el esquema de prioridades rela-
Las razones prudenciales del agente sólo entran en escena al ser mvo- tivas para actuar que concurre cuando calificamos un acto como supe-
cadas por el valor que se concede a su autonomía, que es a todas luces rerogatorio estaría estructurado a grandes rasgos de este modo: ha-
un valor moral: por consiguiente, no es que el agente pueda oponer biendo razones morales en favor de cierta acción (u omisión), preva-
válidamente sus razones prudenciales para eximirse de actuar según lece sobre ellas en la configuración concreta de esa situación el valor
t ciertas razones morales, es que puede oponer el valor moral de su au- moral de la autonomía del agente; y como el agente actúa autónoma-
tonomía como algo que en ciertas situaciones tiene más peso que el res- mente al elegir libremente, no al elegir algo determinado, el mérito de
to de razones morales concurrentes y de signo contrario; y sólo en la la acción supererogatoria radica en elegir un uso de la propia autono-
medida en que su ser autónomo consiste en e! ?esarrollo de su pla!l mía que consiste precisamente en actuar según aquellas razones que
de vida (lo que incluye tanto el estar en condiciOnes de poder eleg~r hubiera sido permisible desatender (por el mayor peso que en esa oca-
como el desarrollar la opción elegida), se abre para el agente la posi- sión tiene sobre ellas la autonomía del agente).
bilidad de oponer justificadamente como relevantes sus razones pru- Por consiguiente, calificar un acto genérico -es decir, una clase o
denciales. categoría de actos- como «supererogatorio» es aislar o delimitar una
El valor moral de la autonomía del agente es por consiguiente una clase de situaciones definida de tal manera que los propios términos
razón moral a contrapesar en cada situación con el resto de razones en los que se las describe implican que se da típicamente en esas si-
morales concurrentes (y entre ellas, señaladamente, el valor de la au- tuaciones un esquema de prioridades relativas entre razones para ac-
tonomía de los demás), lo que quiere decir que en unas ocasiones Rre- tuar como el que se acaba de wencionar. Por el contrario, calificar un
valecerá sobre éstas y en otras cederá ante ellas. Est~ pu~to de vista acto genérico como debido implica aislar una clase de situaciones en
supone un distanciamiento sustancial de aquellas exphcacwnes de los las que se da una razón para actuar que típicamente prevalece sobre
supererogatorio basadas en la idea de que el valor moral de la .aut?- las razones de autonomía que el agente podría alegar en ese tipo de
nomía y el resto de razones morales concurrentes no son de .mngun supuestos (tal y como quedan delimitados o descritos) y que además
modo contrapesables dentro de un mismo balance de razones, smo que suele prevalecer sobre el resto de las razones morales que hipotética-
el primero nos brinda un permiso para no actuar según lo que res.ulten mente puedan concurrir. A la razón que por prevalecer típicamente
ser las razones de más peso en cada caso (176), o uno y otras tienen en una clase de situaciones (tal como vienen delimitadas o descritas)
que ver con planos de evaluación moral independientes (como lo «exi- sobre las razones de autonomía determina que cierto acto genérico re-
gible» y lo «deseable») (177), o son, en .tanto que razones p~ra actuar, sulte debido (i. e., que generalmente se tenga el deber final o conclu-
literalmente inconmensurables (178). SI se aceptara cualquiera de es- yente de realizar los actos individuales susceptibles de ser descritos
tas propuestas no se alcanza a ver cómo podríamos explicar que en cier- como caso de dicho acto genérico) podemos denominarla, meramente
tos casos la consideración del bien que cierta acción podría producir por comodidad, razón «domínate»; respecto de ella, las razones pru-
deba prevalecer sobre las razones de autonomía que el agente. pudiera denciales o de autointerés del agente que vendrían invocadas por el va-
oponer como presunta justifi__caci~n. para actuar de un mod? diferent~, lor moral de su autonomía resultan (en esa clase de situaciones) típi-
es decir, no se ve cómo podna eXIguse a un agente que actue para evi- camente «dominadas»; y al resto de razones morales que en una oca-
tar la producción o persistencia de un mal aunque ello suponga un sa- sión determinada pueden resultar relevantes en la evaluación de los ac-
tos individuales de esa clase, pero que (tal y como esa clase está defi-
(176) Cfr. J. Raz, «Permissions and Supererogation», en Ar:zerican Philosophical nida o delimitada) no es habitual que compitan con la razón dominan-
Quarterly, 12 (1975) 161-168; Id., Practica[ Reason and Norms, cit., pp. 9.1-95. te, las podemos llamar razones «concurrentes». Con un juicio de de-
(177) Cfr. R. Attfield, «Supererogation and Double Standards», en Mmd, 88 (1979) ber relativo a un acto genérico destacamos o condensamos la tipicidad
481-499. o la reiteración para una clase de situaciones de un esquema de prio-
(178) Sobre la idea de inconmensurabilidad entre razones morales para actuar, vid.
infra, apartado 7. 4. ridades relativas entre razones para la acción como el que se acaba de

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA

describir. Esa tipicidad o reiteración es la que determina que estos jui- fuerza de un deber relativo a actos genéricos podemos denominarla,
cios de deber relativos a actos genéricos sean tomados como puntos siguiendo a Gans, su «extensión» (180). Hay sin embargo otras dimen-
de partida habituales de la deliberación moral, como sus «unidades bá- siones de la fuerza de los deberes relativos a actos genéricos distinta
sicas», a pesar de que el sujeto acepte también lo que antes he llama- de su extensión, y su análisis puede servirnos para introducir algunas
do reglas probabilísticas más especificas referentes a prioridades rela- complicaciones adicionales en el modelo teórico simplificado que se ha
tivas entre la razón dominante y posibles razones concurrentes en sub- propuesto hasta el momento como reconstrucción de la idea de un de-
clases de situaciones mucho menos habituales o recurrentes. ber de realizar cierta clase o categoría de actos. Hay que insistir en
Teniendo en mente este esquema pueden desarrollarse tres series que aceptar un juicio de deber relativo a un acto genérico no implica
de consideraciones que nos proporcionan una visión algo más comple- aceptar que se tiene el deber concluyente o tras la consideración de
ta de la estructura de la deliberación moral. En primer lugar hay que todos los factores relevantes de realizar cualquier acto individual que
reiterar que una razón que es «dominante» en relación con cierto acto pueda ser descrito como caso de dicho acto genérico, sino tan sólo
genérico (es decir, en relación con un determinado conjunto de actos aceptar una razón en virtud de la cual generalmente o las más de las
individuales contemplados bajo cierto aspecto) puede no serlo en re- veces resultan efectivamente debidos los actos individuales que, entre
lación con otros. El valor que atribuimos a la vida humana es una ra- otras descripciones posibles, pueden ser presentados como casos del
zón para no matar a otro y también lo es para salvar a alguien que acto genérico al que se refiere ese juicio de deber: precisamente lo que
está en peligro de muerte, incluso cuando el salvamento sólo es posi- el análisis de Gans acerca de las diferentes «dimensiones» de la fuerza
ble a riesgo de la integridad física del salvador; pero sólo en el primer de los deberes de realizar actos genéricos nos permite entender con cla-
caso solemos considerar que esa razón resulta dominante, esto es, sólo ridad es la diversidad de configuraciones estructurales que se escon-
en él aceptamos la existencia de un «deber prima facie» (que puede den detrás de ese «generalmente» o «las más de las veces» (181).
no resultar ser un deber «final» o «concluyente»: por ejemplo, en los
casos de legítima defensa). Por lo tanto no es que las razones domi- ii) Hasta ahora se ha dado por supuesto que aceptar que se tienen
nantes sean una clase especial o separada de razones, sino que una mis- un deber de realizar cierto acto genérico es aceptar que hay una razón
ma razón lo es o no en relación con el resto de la constelación de ra-
moral que juega en favor de la realización de todos los actos indivi-
zones que se da recurrentemente en cierta clase o categoría de casos.
duales que puedan ser descritos como casos de dicho acto genérico; y
En segundo lugar, la realización de un acto individual x puede es-
que este acto genérico -es decir, esta clase o categoría de actos- está
tar favorecida no por una, sino por varias razones morales para ac-
tuar: es decir, en la medida en que ese acto individual x sea contem- delimitado o definido de tal modo que aquella razón prevalece típica-
plado como caso del acto genérico debido A, su realización puede es- mente sobre las razones de autonomía que pudiera invocar el agente.
tar favorecida no sólo por la que es la razón dominante en relación Decir que prevalece «típicamente» equivale a decir que la razón do-
con la clase de actos A, sino también por alguna o algunas de las que minante para esa clase de actos y las razones de autonomía del agente
desde esa perspectiva son razones concurrentes (entre las cuales, a su habrán de ser contrapesadas en cada acto individual que sea un caso
vez, quizá algunas son razones dominantes en relación con actos ge- del acto genérico en cuestión, consistiendo éste en una clase de situa-
néricos B, C, etc. de los que también puede ser descrito como caso el ciones de un tipo fal que sólo excepcionalmente prevalecerán en ellas
acto individual x).
Por último, un deber de realizar cierto acto genérico es tanto más
y que expresara por tanto la existencia de una razón absoluta para realizar cierta clase
fuerte cuanto mayor sea el número de posibles razones concurrentes de actos indicaría que la razón dominante en relación con ellos prevalece sobre cual-
sobre las que prevalezca en caso de conflicto la que es la razón domi- quier posible razón concurrente.
nante en relación con esa clase de actos (179). A esta dimensión de la (180) Cfr. Chaim Gans, The Concept of Duty, cit., pp. 129 ss.
(181) Vid. Ch. Gans, The Concept of Duty, cit., caps.V y VI; vid. también suco-
mentario a Ph. Soper, «The Obligation to Obey the Law», en R. Gavison, Issues in Con-
(179) En el límite, una regla moral cuya estructura fuese la de una «norma fuerte» temporary Legal Philosophy ... , cit., pp. 180-190, especialmente pp. 183-188.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

las razones de autonomía del agente. Cuando en la configuración con- clases de deberes de realizar actos genéricos, e interesa sobre todo per-
creta de un supuesto particular la «razón dominante» prevalezca efec- cibir adecuadamente la diferencia entre la «extensión» y la «frecuen-
tivamente sobre las razones de autonomía que en ese caso pudiera opo- cia de dominación» en tanto que dimensiones distintas de su fuerza
ner el agente, la única justificación posible para no actuar de acuerdo como deberes (o si se quiere, en tanto que bases para dos distintas cla-
con esa razón dominante sería la presencia de una razón concurrente ses de argumentos apropiados para justificar por qué no se tiene el de-
de signo contrario y de mayor peso. ber final o concluyente de realizar cierto acto individual a pesar de que
Pero también reconocemos deberes de realizar actos genéricos en pueda ser descrito como caso de un acto genérico que se acepta como
los que la relación entre la que es su razón dominante y las razones debido). La clarificación conceptual puede resultar más fácil si se re-
prudenciales invocadas por el valor de la autonomía del agente está es- curre a algún ejemplo. El prototipo de los deberes de «frecuencia es-
tructurada de otro modo. En este segundo tipo de deberes, la razón tadística» son los que en la tradición de la filosofía moral se han lla-
por la que el acto genérico en cuestión se reputa debido (y que juega mado muchas veces -con un rótulo que seguramente no es el más
en fav~r de la realización de todo acto individual que pueda ser des- apropiado- «deberes de beneficiencia»: aceptar que se tiene un de-
crito como caso suyo) no domina sobre las razones de autonomía que ber de esta clase es aceptar una razón que favorece la realización de
pudiera oponer el agente en el sentido de que, contrapesadas caso por cualquier acto individual describible como caso de él, pero cuya rela-
caso, resulte prevalecer sobre ellas en la gran mayoría de las ocasio- ción de dominación sobre las razones de autointerés del agente invo-
nes. Domina en el sentido de que la oposición de esas razones de au- cadas por el valor de su autonomía no se establece acto por acto, sino
tonomía se considera válida sólo en un cierto número de todas las oca- sobre una determinada proporción de todos los actos de esa clase que
siones de realizar actos de esa clase que se presenten a lo largo del tiem- el agente tenga la oportunidad/de realizar a lo largo del tiempo, que-
po, considerándose indiferente en cuáles se decida hacerlo. Por c~nsi­ dando libradas a su elección las concretas ocasiones de cumplimiento
guiente, la «frecuencia de dominación» sobre las razones prudenc~ales del deber.
invocadas por el valor de la autonomía del agente, que en el pnmer La idea central respecto de esta clase de deberes es que hay una
tipo de deberes sería el resultado o balance de una apreciación caso razón moral para actuar ante la que no son oponibles siempre o cons-
por caso respecto del total de casos posible~, en este segundo tipo re- tantemente razones de autointerés invocadas por el valor de la auto-
mitiría a una fracción del total de casos posibles a lo largo del tiempo nomía del agente (y por eso su realización con una determinada fre-
de la que es moralmente relevante sólo su dimensión, no la identidad cuencia sería un auténtico deber, no un acto supererogatorio), pero sí
de los casos individuales que la integran. En relación con esta dimen- en un cierto número de casos (porque de lo contrario resultaría una car-
sión de la fuerza de los deberes de realizar actos genéricos que sería ga para él cuya asunción sí se reputaría supererogatoria) (183). Acep-
su «frecuencia de dominación», podríamos hablar -meramente por tar un deber de «frecuencia estadística» de realizar cierto acto genéri-
comodidad- de «deberes con frecuencia de dominación caso por caso» co es por consiguiente aceptar que hay una razón que juega en favor
para referirnos a los del primer tipo y de «deberes con frecuencia de
dominación estadística» para aludir a los segundos (182). _
(183) La producción de esa extraordinaria sobrecarga moral en relación con el cum-
Interesa distinguir con claridad la diferente estructura de estas dos plimiento de deberes positivos generales es el argumento central de J. Fishkin, The Li-
mits of Obligation (New Haven!London: Y ale University Press, 1982). Para una crítica
(182) Chaim Gans, a quien estoy siguiendo en la diferenciación de las distintas di- efectiva del argumento de Fishkin -en el sentido de que el monto total del deber ha
mensiones de la fuerza de los deberes de realizar actos genéricos, denomina a los pri- de c~lcularse teniendo ~n cuent~ todos los sucesivos actos de cumplimiento a lo largo
meros «deberes de frecuencia absoluta». Esa terminología no me parece ciertamente la del tiempo-, cfr. Martm McGmre, «The Calculus of Moral Obligation», en Ethics, 95
más afortunada, ya que sugiere que la contraposición se da entre un esquema en el que (1985) 199-223; y E. Garzón Valdés, «Los deberes positivos generales y su fundamen-
hay una razón que domina siempre sobre las razones de autonomía y otro en el que do- tación», cit. Debe observarse, no obstante, que no todos los deberes positivos generales
mina sobre ellas sólo en un cierto número de ocasiones, lo que a mi juicio no es acep- serían deberes de «frecuencia estadística» (en el sentido en que aquí se ha empleado
table y supone perder de vista la verdadera sustancia de la distinción. Cfr. Gans, The e~~a expresión): sobre este punto, me permito reenvíar a J.C. Bayón, «Los deberes po-
Sitivos generales y la fundamentación de sus límites», cit., pp. 41-42.
concept of Duty, cit., p. 136 y, en general, pp. 134-143.
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

de la realización de todos los actos individuales que pueqan ser des- Nótese por consiguiente que, a diferencia de lo que sucedía con
critos como casos de dicho acto genérico -y por eso su ejecución más los deberes con frecuencia de dominación caso por caso, cuando se tra-
allá de cierto límite es moralmente loable y no indiferente-, pero que t~ de debe.res de frecuencia. estadística hay no una, sino dos justifica-
domina sobre las razones prudenciales o de autointerés sólo en una de- clOnes posibles para no reahzar un acto individual que pueda ser des-
terminada proporción o cantidad de ellos. Lo debido es realizar un nú- crito como caso del acto genérico que se dice debido: la primera -al
mero suficiente de actos individuales que cuenten como casos del acto igual que s~cedía con los de frecuencia caso a caso-, que en el su-
genérico debido, no realizarlos todos ni realizar alguno de ell?s en par- pu~esto particular ?ay ~na razón concurrente de signo contrario y de
ticular: la relación de dominación sobre las razones prudenciales o de mas peso, lo que Imphca que atender en esa ocasión al deber de fre-
autointerés invocadas por el valor de la autonomía del agente se cons- cuencia estadística en cuestión ni siquiera sería moralmente permisi-
tituye tomando en cuenta su comportamiento a lo largo del tiempo, no ble; la segunda -y esta posibilidad se ofrece sólo para los de frecuen-
acto por acto, y ello permite que el agente pueda alegar sus actos de cia estadística- que en ese supuesto particular el agente opone váli-
cumplimiento pasados y futuros para eximirse de realizar el presente damente sus razones prudenciales, lo que quiere decir (en el entendi-
(algo que ciertamente no sucede con los deberes con frecuencia de do- miento de que a lo largo del tiempo sí cumple sus deberes de frecuen-
minación caso por caso, como el de abstenerse de matar) (184). c~a estadísti~~ en un número s~ficiente de ocasiones) que si no las opu-
siera su acc10n en ese caso sena supererogatoria.
(184) Esta idea de deberes de «frecuencia estadística» captaría al menos uno de los
sentidos en el que autores como Kant o Mili hablan de «deberes imperfectos». En la Fun-
.iii) . Aceptar que se tien~ el deber de realizar cierto acto genérico
damentación de la Metafísica de las Costumbres Kant distingue entre «deberes perfec-
tos» [vollkommene Pflichten] y «deberes imperfec~os» [unv~l!kommene Pflichte~], ~fir­
no Imphca, como ya se ha dicho, aceptar que se tiene el deber final o
mando que un deber perfecto es «el que no admite excepc10n en favor de ~as mclina- concluyente de realizar cualquier acto individual susceptible de ser des-
ciones» (Grundlegung, Akad., vol. IV, p. 421), lo que parece que ha de ser mterpreta- crito como caso del mismo; pero sí podría querer decir que se acepta
do en el sentido de que los deberes imperfectos corresponderían entonces a lo que aquí que hay una razón que favorece la realización de todos ellos, ya domi-
se ha llamado «deberes de frecuencia estadística»; y añade que unos y otros representan ne o no en cada supuesto sobre las razones de autonomía que pudiera
diferentes derivaciones del imperativo categórico, ya que una máxima que niegue los pri-
oponer el agente y con independencia de que finalmente resulte o no
meros sería contradictoria (no puede ser querida, en el sentido de que tendría por re-
sultado una contradicción en el pensamiento), mientras que una máxima que niegue los superada e~ alguna ~casión por alguna otr.a razón concurrente de sig-
segundos, aun no siendo contradictoria, no puede ser querida (tendría por resultado una no contrano y de mas peso. En los dos tlpos de deberes de realizar
contradicción con la voluntad). En la «<ntroducción a la Doctrina de la Virtud», al ~o­ actos genéricos que se han examinado hasta el momento éso es efec-
mienzo de la segunda parte de la Metafísica de las Costumbres, distingue entre deberes tivamente lo que sucede: a pesar de sus diferencias estr~cturales -y
jurídicos -por lo que debe entenderse «deberes de justicia>~ o. ?e obli~ación.estricta
[enger Verbindlichkeit] y deberes éticos -de virtud- o de obligac10n ~mplia [_welfer Ver-
bindlichkeit]: los primeros prescriben o prohiben todos los casos de Ciertos tipos de ac- Barnes & Noble, 1963), pp. 95-112; Paul D. Eisenberg, «From the Forbidden to the Su-
ción, mientras que los segundos prescriben la adopción de una máxima (la propia per- pererogatory: The Basic Ethical Categories in Kant's Tugendlehre», en American Phi-
fección y la felicidad de los demás), pero no exactamente qué, cuándo. y en ~ué medi~a losophical Quarterly, 3 (1966) 225-269; Bruce Aune, Kant's Theory of Morals (Prince-
ton, NJ: Princeton University Press, 1979), pp. 188-194.
debe ser hecho para que se realicen esos fines que es moralmente obligatono ~o~ve7~Ir
en máxima de las propias acciones (Metaphysik, Akad., vol. VI, p. 390). La distmciOn .Mili, por su parte, llama «de~er~s de obligación imperfecta» [duties of imperfect obli-
se conecta además, siguiendo en ésto la tradición del iusnaturalismo racionalista gatlon]. a aquellos e.n los que «SI b1en e~ _acto es obligatorio, las ocasiones particulares
de realizarlo son deJadas a nuestra elecc10n; como en el caso de la caridad o beneficien-
(cfr. Grocio, De Jure Belli ac Pacis, I, i, iv-viii y Pufendorf,. De Jure Naturae ~t Gen-
cía, que de hecho estamos obligados a practicar, pero no hacia una persona definida 0
tium, I, vii, 7-9), con la existencia o no de derechos correlativos y con su cualidad de
en alguna ocasión determinada», añadiendo que, a diferencia de lo que sucede con los
coercibles o no coercibles (en el sentido de una coacción externa: claramente se puede
~eberes d~ ?b~ga~ión perfecta, no implican un derecho correlativo del que alguien sea
ser constreñido a realizar una acción, pero no a adoptar una máxima para las propias
titular. (Unlltanams_.m, cap. V, § 15). Véase al respecto David Lyons, «Mill's Theory of
acciones: cfr. Metaphysik, Akad., vol. VI, p. 394). Sobre la distinción entre deberes per- Morahty», en Nous, 10 (1976) 101-120; Id., «Benevolence and Justice in Mili» en
fectos e imperfectos en Kant, vid. Mary Gregor, Laws of Freedom. A Study of Kant's H.B. Miller Y W. H. Williams (eds.), The Limits of Utilitarianism (Minneapolis: Uni-
Method of Applying the Categorical Jmperative in the Metaphysik der Sitten (New York: versity of Minnesota Press, 1982), pp. 42-70.

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373
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sea cual sea en cada caso su respectiva «extensión>~, aceptar que s~ que satisfacen la descripción «estar jurídicamente prescrito»). Lo que
tienen esos deberes implica aceptar que hay una razon que como mz- Smith o Raz subrayan es que para aceptar que se tiene un deber se-
nimo juega en favor de la realización. de todos y cada uno de los act~s mejante no basta con admitir que efectivamente hay alguna razón mo-
individuales susceptibles de ser descntos como caso de ese acto gene- ral para realizar una serie de actos (como p. ej. «abstenerse de ma-
tar>>) que se da la circunstancia de que están jurídicamente prescritos,
rico. / · dd 1 algo que ciertamente parece difícil de negar a la vista del contenido
Podría pensarse que de hecho tiene qu~ ser as~, en VIrtu e o qu~
Gans denomina el «requisito de la no contmgencm» (185). Este requi- usual de nuestras concepciones morales: lo que habría que aceptar es
sito es fácil de comprender: para poder decir q:U~ se tiene el deber ~e que el mero hecho de darse esa circunstancia constituye por sí mismo
realizar el acto genérico A no basta con admltir que hay una r~zon una razón (qué quizá se sume a otras, pero que posee una entidad pro-
para realizar ciertos actos individuales que, ~n.tre otras ~osas, satlsfa- pia). Si no fuese así, la relación entre la descripción «estar jurídica-
cen la descripción «A»; lo que hay que admltu e~ que JUStame?te e~ mente prescrito» y la existencia de razones morales para realizar los
hecho de que satisfagan la descripció~ <~~» constltuye .una r~zon. SI actos individuales que la satisfacen resultaría meramente contingente,
no fuese así, la relación entre la descnpc10n «A» y la. existencia de r~­ de modo que no habríamos encontrado base suficiente para poder afir-
zones para realizar los actos individuales que /la satlsfac~n re~ultana mar que se tiene el deber moral de realizar el acto genérico «Obedecer
meramente contingente, de manera que no sena sensato mclmr entre al derecho». Precisamente este requisito de la no contingencia consti-
los puntos de partida de nuestra deliberación moral un pres~:mto deber tuye el punto de partida de la estrategia argumental que con mayor fre-
de realizar el acto genérico A. Y tan pronto ~omo. se ad~ute este re- cuencia se emplea hoy para negar la existencia de un deber (prima fa-
quisito de la no contingencia pare~e que se sigue mme?mtamente la cíe) de obedecer al derecho (187). Esta estrategia arranca de la idea
conclusión de que aceptar que se tlene el deber de r~ahzar un dete~­ de que sólo podrá afirmarse que existe un deber semejante si se con-
minado acto genérico implica aceptar que hay una razon que como mz- sigue mostrar que hay una razón que juega en favor de la realización
nimo juega en favor de la realización. de todos y cada uno de los act~s de todos y cada uno de los actos individuales que satisfagan la descrip-
individuales susceptibles de ser descntos como caso de ~se ac~~ gene- ción «estar jurídicamente prescrito» (aunque no siempre prevalezca o
rico (aunque finalmente pueda no prevalecer en la d~hberac10n mo- resulte concluyente en la deliberación moral), sean cuales sean las cir-
ral): si para poder decir que se tiene el deber ~e ~~ahzar el act? ge- cunstancias del caso y las características del agente; partiendo de esa
nérico A hay que admitir que satisfacer la descnpc10n «~» constltuye base se pasa revista a los argumentos que habitualmente se esgrimen
una razón ·cómo iba a poderse afirmar que un determ1nado acto m- para defender la existencia de ese deber, alegando frente a cada uno
dividua! s~ttsface la descripción «A» y que sin. en:bargo no h~y en ab- de ellos, como contraejemplo, supuestos en los que las características
soluto, no ya un deber concluyente, sino tan siquiera una razone~ fa- de la ocasión o del agente son tales que el argumento en cuestión no
vor de su realización (aunque finalmente no prevalezca en la delibe- es aplicable; y no encontrando ninguna razón que satisfaga el requisi-
ración moral)? . . . / ./ to de poder ser alegada en favor de la realización de todos y cada uno
Este requisito de la no contmgencm ha sido tr~Ido a ~ol~c10n por de los actos individuales que satisfagan la descripción «estar jurídica-
autores como Smith o Raz (186) a la hora de precisar que circunstan- mente prescrito» (sean cuales sean las circunstancias), se concluye, de
cias habrían de darse para poder aceptar que se t~ene un deber moral acuerdo con los presupuestos de partida, que no hay un deber (prima
de obedecer al derecho (es decir, un deber de realiZar la clase de actos facie) de obedecer al derecho.
Sin embargo quizá sea posible interpretar el requisito de la no con-
(185) Cfr. Ch. Gans, «Comrnent» [a Ph. Soper, «Th.e Obligation ~o Obey the Law»], tingencia de un modo menos exigente. Según esta interpretación más
en R. Gavison (ed.), Issues in Contemporary Legal ~hzlosophY:··' cit., p. 184. ?
(186) Cfr. M.B.E. Smith, «Is there a Prima Fac1e Obligatwn to Obey the Law.»,
en Yale Law Journal, 82 (1973) 950-976, pp. 951-952 [hay trad. cast. de F. L.aporta en (187) Cfr. los trabajos de Smith y Raz citados en la nota anterior; y A.J. Simmons,
J. Betegón y J.R. Páramo, Derecho y moral. Ensayos analí~cos (Barcelona: Anel, 1990), Moral Principles and Political Obligations (Princeton, NJ: Princeton University Press,
pp. 183-203, p. 184]; J. Raz, La autoridad del Derecho, cit., p. 290. 1979).

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

débil, para poder decir que se tiene el deber de realizar el acto gené- ejemplo que ayude a comprender en qué consiste la interpretación dé-
rico A no sería preciso que el hecho mismo de satisfacer la descripción bil del requisito de la no contingencia, no pretendo justificar por
A constituya una razón (de manera que, por definición, aceptar que qué) (189). Según esta explicación, hay una razón (que no sería sino
se tiene el deber de realizar un determinado acto genérico implicaría una especificación de la idea más genérica de respetar a los demás, o
aceptar que hay una razón que como mínimo juega en favor de la rea- no servirnos de ellos como medios) para no defraudar las expectativas
lización de todos y cada uno de los actos individuales susceptibles de de otro acerca de nuestra conducta futura cuando esas expectativas es-
ser descritos como caso de ese acto genérico, aunque finalmente pue- tán fundadas en actos nuestros con los que se ha expresado, precisa-
da no prevalecer en la deliberación moral): bastaría con que hubiera mente, que ese otro puede contar con que el rumbo futuro de nuestra
una razón que típicamente -es decir, con una alta frecuencia- jugara conducta será uno determinado. La práctica de la promesa sería en-
en favor de la realización de la clase de actos que satisfacen la descrip- tonces un mecanismo convencional para manifestar y reconocer con fa-
ción A (lo que significa que puede haber algunos de esos actos en los cilidad esa voluntad o disposición, evitando que alguien interprete
que dicha razón se halle completamente ausente). Como dice Gans, erróneamente nuestros. actos como expresión de que puede contar con
para que quede asegurada la no contingencia del vínculo entre el he- que nuestra conducta futura será una determinada (y actuar por con-
cho de que un acto individual satisfaga una cierta descripción y la exis- siguiente en la confianza de que esas expectativas no se verán defrau-
tencia de una razón para realizarlo, bastaría con poder contestar afir- dadas) cuando realmente no pretendemos darle a entender tal cosa.
mativamente a la pregunta: ¿hay algo conectado típicamente -no Ahora bien, el hecho de que prestar una promesa sea un mecanis-
siempre o necesariamente- con los actos de esa clase y que constituye mo idóneo para manifestar y reconocer esa voluntad (lo que depende
una razón para actuar? (188). Por consiguiente la relación entre el he- de la efectividad de una práctica social) no implica que toda manifes-
cho de que un acto individual pueda ser descrito como caso de un acto tación formal de que otro puede contar con que nuestra conducta será
genérico y la existencia de una razón para realizarlo no resultaría ab- una determinada sea reconocida como tal por su destinatario: es decir,
solutamente contingente (puesto que la razón por la que se considera la prestación de una promesa, yendo dirigida a asegurar a otro que pue-
debido el acto genérico concurriría típicamente en los actos individua- de formar ciertas expectativas y contar con que no se verán defrauda-
les que pueden ser descritos como casos suyos): pero tampoco habría das, puede fracasar -por las razones que sea- en la formación de
de ser tan estrecha como para afirmar que la consideración de un acto esas expectativas. Y cuando ello sucede tenemos una promesa cuyo in-
genérico como debido implica aceptar que hay una razón como míni- cumplimiento, por definición, no defraudará las expectativas de otro
mo juega en favor de la realización de todos y cada uno de los actos acerca de nuestra conducta futura (puesto que no las ha generado). Si
individuales susceptibles de ser descritos como casos de aquel acto ge- las circunstancias del caso, además, son tales que ese incumplimiento
nérico. carecerá de eficacia· causal sobre la efectividad general de la práctica
Para entender mejor el sentido de esta interpretación débil del re- misma (admitiendo que hay razones para preservarla, habida cuenta
quisito de la no contingencia puede ser útil recurrir a un ejemplo. Hay de su idoneidad como mecanismo para reducir las dudas acerca de la
muchas explicaciones distintas acerca de qué sentido se ha de atribuir clase de voluntad o disposición que se manifiesta), estaremos ante una
y por qué tendríamos un deber moral de cumplir las promesas. Cier- promesa en la que no concurren las razones que típicamente juegan
tamente algunas de esas explicaciones asumen que si algo es el cum- en favor de la realización de lo prometido y que permiten afirmar que
plimiento de una promesa entonces, eo ipso, hay una razón moral para
realizarlo (con independencia de que finalmente resulte o no superada
por otra de más peso). Pero hay otra forma de explicar por qué se tie- (189) Para una interpretación del deber de cumplir las promesas en línea con lo que
ne un deber de cumplir las promesas que me parece más acertada (aun- aquí se va a sugerir, vid. N. MacCorrnick, «Voluntary Obligations and Normative Po-
wers», en Proceedings of the Aristotelian Society, Supp. Vol. 46 (1972) 59-78. Más ade-
que en este momento, en el que me interesa tan sólo disponer de un lante --en conexión con el análisis del modo en que se generan razones para actuar a
partir de prácticas o instituciones sociales- intentaré explicar por qué me parece correc-
(188) Cfr. Gans, «Comment», cit., p. 186. ta esta interpretación (vid. infra, apartado 8.4 .1).

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tenemos el deber de realizar el acto genérico «cumplir las promesas». circular por la derecha» no constituye una razón intrínseca en favor de
De acuerdo con esta interpretación, aceptar que se tiene el deber de su realización (en el sentido de que nuestras concepciones morales no
realizar el acto genérico «cumplir lo prometido» no implica aceptar atribuyen relevancia moral a esa circunstancia en sí misma). Ahora
que si un acto individual puede ser descrito como «cumplimiento de bien, si, en virtud del seguimiento efectivo de esa regla -convencio-
una promesa» entonces siempre, automáticamente, hay una razón que nal o creada por una autoridad-, no circular por la derecha es típica-
juega en favor de su realización (aunque pueda ser,superada finalmen- mente una forma de «crear un peligro de dañar a otro», entonces que
te por otra): implica aceptar tan sólo que la realización de los actos un acto individual satisfaga la descripción «obedecer la regla que obli-
individuales susceptibles de ser descritos como «cumplimiento de una ga a circular por la derecha» constituye una razón indicativa en favor
promesa» está favorecida típicamente por una razón que, habida cuen- de su reali:z;ación: lo que quiere decir que, en virtud de la conexión cau-
ta de la efectividad de una práctica social y de los propósitos en aten- sal creada por el seguimiento efectivo de la regla, que un acto indivi-
ción a los cuales se sirve la gente de ella, normalmente resulta aplica- dual satisfaga esa descripción indica que muy posiblemente (puesto
ble cada vez que se presta una promesa. Lo que evidentemente signi- que es lo que suele suceder con la mayor parte de los casos que tam-
fica también que un acto individual puede ser un caso del. acto gené- bién la satisfacen) su realización u omisión viene favorecida por una
rico «cumplir las promesas» y, a pesar de ello, no concurrir en abso- razón intrínseca concectada típicamente con esa clase de actos (es de-
luto en él la razón por la que se considera debido dicho acto genérico cir, con un conjunto de actos individuales en la medida en que satis-
(lo que por supuesto es bien distinto de decir que concurre, pero que facen dicha descripción).
en el caso particular no resulta concluyente). Como la conexión entre las razones indicativas y las razones intrín-
Por consiguient~, no es que tengamos el deber de realizar el acto secas (cuya probable concurrencia indican las primeras) es empírica o
genérico «cumplir las promesas» porque el mero hecho de que algo causal, y no analítica, la existencia de una de las primeras en una oca-
sea el cumplimiento de una promesa constituya en sí mismo una razón sión particular no garantiza la aplicabilidad de una de las segundas.
moral para actuar, sino porque los actos de esa clase (es decir, que sa- Cuando un acto genérico que se reputa debido está definido o aislado
tisfacen esa descripción) están conectados típicamente con algo que sí de tal modo que el hecho de que un acto individual satisfaga esa des-
constituye en sí mismo una razón moral para actuar (la generación de cripción no constituye una razón intrínseca para actuar, sino sólo una
expectativas basadas en nuestra propia manifestación de que efectiva- razón indicativa, es posible que haya ocasiones en las que no realizar
mente se puede contar con que resultarán satisfechas; y que por tanto, un acto individual susceptible de ser descrito como caso del acto ge-
ceteris paribus, no deben ser defraudadas para no servirnos de los de- nérico debido no su!_"'onga de ninguna manera actuar en contra de la
más como un mero medio). El dato capital es que esa conexión típica razón por la cual se considera debido dicho acto genérico. Nótese bien:
no es analítica o conceptual, y por tanto necesaria, sino empírica o cau- no que haya ocasiones en las que exista una justificación para no ac-
sal, y por tanto contingente. Esta observación remite a la distinción es- tuar de acuerdo con esa razón, sino que hay ocasiones en las que no
tipulada por Regan entre «razones intrínsecas» y «razones indicati- realizar dicho acto individual no implica en absoluto actuar en contra
de esa razón (191).
vas» (190). Que cierto acto individual satisfaga, entre otras posibles,
Si entre los puntos de partida de nuestra deliberación moral se
la descripción «crear un peligro de dañar a otro» es una razón intrín-
cuentan deberes de realizar actos genéricos de este último tipo (y me
seca para no realizarlo, una razón que juega necesariamente en contra parece que típicamente así sucede), tenemos que distinguir una terce-
de cualquier acto individual que satisfaga esa descripción (aunque pue-
da haber una justificación para realizar algunos de ellos si concurre
una razón de signo contrario y de más peso). Por el contrario, que un (191) En la terminología definida en el apartado 7.1, los juicios de deber relativos
acto individual satisfaga la descripción «obedecer la regla que obliga a a actos genéricos definidos de tal modo que el hecho de que un acto individual satisfaga
esa descripción constituye una razón intrínseca serían «independientes de la existencia
de reglas»; mientras que al menos una buena parte de aquellos en que constituiría una
(190) Cfr. D. Regan, «Law's Halo», cit., pp. 20-21. razón indicativa serían «dependientes de la existencia de reglas».

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

ra dimensión de la fuerza de los deberes de realizar actos genéricos dis- Aceptar un deber de realizar un acto genérico, aunque sea tan sólo
tinta de su «e~éñ-si~l1» y su «frecuencia de dominación» a la quepo- con una frecuencia relativa de no contingencia, es reconocer que cada
demos denominar «frecuenciadEno contingencia»: un deber de reali- vez que se evalúe un acto individual que satisfaga esa descripción hay
zar cierto acto genér1co posee una frecuencia absoluta de no contin- al menos que considerar si concurren o no en él las razones que típi-
gencia cuando existe entre el término que lo designa y la razón en vir- camente -aunque no siempre- acompañan a los actos de esa clase:
tud de la cual se considera debido una conexión analítica o concep- es reconocer que la frecuencia con que los actos de esa clase indican
tual, de manera que por definición esa razón cuenta en favor de la rea- (en el sentido de Regan) la existencia de ciertas razones (intrínsecas)
lización de cualquier acto individual susceptible de ser descrito como exige que nuestra deliberación moral incluya como paso ineludible el
caso de dicho acto genérico (tanto si su «frecuencia de dominación» examen de si efectivamente concurren o no en el caso que se evalúa.
se aprecia caso por caso o sólo estadísticamente, y ya sea mayor o me- En ese sentido me parece razonable interpretar el requisito de la no
nor su «extensión») (192). Por el contrario, un deber de realizar cierto contingencia en su forma débil. Incluir entre los puntos de partida de
acto genérico posee una frecuencia realtiva de no contingencia si la ra- nuestra deliberación moral no sólo deberes de realizar actos genéricos
zón en virtud de la cual se le considera debido cuenta en favor de la con frecuencia absoluta de no contingencia, sino también otros con fre-
mayor parte de los actos individuales (pero no de todos) que puedan cuencia relativa, ayuda a contar con una visión más completa del con-
ser descritos como casos de ese acto genérico, ya que, al existir entre junto de consideraciones que se han de tomar en cuenta cada vez que
el modo en el que se designa dicha clase de actos y la razón por la que se evalúa un cierto acto individual, ésto es, a determinar bajo cuáles
se los considera debidos una conexión meramente contingente, puede de sus descripciones posibles resulta moralmente significatvo contem-
haber casos particulares de aquel acto genérico en los que esa razón plarlo (lo que es tanto como aecir: a no pasar por alto ninguna de las
se halle completamente ausente (con independencia de que en los ca- razones que puede haber para realizarlo u omitirlo).
sos en los que efectivamente concurra su «frecuencia de dominación»
se aprecie por caso o estadísticamente, y pueda poseer una «exten- iv) Desde el comienzo se ha señalado que aceptar un juicio de de-
sión» mayor o menor) (193). ber relativo a cierto acto genérico implica aceptar una razón en virtud
de la cual generalmente o las más de las veces, pero no siempre, resul-
(192) Algunos ejemplos pueden servir para aclarar esta idea. Realizar un acto de tan efectivamente debidos los actos individuales que, entre otras des-
beneficiencia implica (en virtud simplemente del significado de ese término) contribuir cripciones posibles, pueden ser presentados como casos del acto gené-
a aumentar el bienestar de otros, que es precisamente la razón por la que los actos de rico al que se refiere dicho juicio de deber. La utilidad de distinguir
beneficiencia son genéricamente debidos: por definición no es posible realizar actos de
beneficiencia que no contribuyan a aumentar el bienestar de otros (ya que entonces, sim-
estas tres dimensiones de la fuerza de los deberes de realizar actos ge-
plemente, no serían tales). Torturar a alguien implica (nuevamente en virtud del signi- néricos radica precisamente en contar con un aparato conceptual que
ficado de las palabras) producirle un sufrimiento, que es precisamente la razón por la cristalice las diferencias entre las diversas clases de argumentos que,
que el acto genérico «torturar» no es moralmente permisible: así que de nuevo, por de- en una ocasión particular, pueden alegarse para justificar por qué no
finición, no es posible torturar a otro sin producirle un sufrimiento. En definitiva, en se tiene un deber final (o «concluyente», o «tras la consideración de
esta clase de deberes de realizar actos genéricos no hay ningún ejemplo posible de no todos los factores relevantes») de realizar un determinado acto indivi-
realización de un acto individual que sea un caso del acto genérico debido en el que no
se esté actuando en contra de la razón en virtud de la cual resulta debido, a causa de
dual a pesar de que puede ser descrito como caso de un acto genérico
la conexión analítica que existe entre el término que designa ese acto genérico y la ex- que se reputa debido. Conviene por tanto sintetizar brevemente esas
presión que designa esa razón. diferencias.
(193) Nótese que el test del que se sirven Smith o Raz -vid. supra, notas 186 y Por comodidad, llamaré en primer lugar «argumentos de extensión»
187- para descartar la existencia de un deber (prima facie) de obedecer al derecho no
resultaría concluyente si ese deber resultara ser uno de los que aquí se han llamado «de
frecuencia relativa de no contingencia». Por supuesto ésto no equivale a sostener que tan sólo a afirmar que la argumentación destinada a mostar por qué no lo tenemos ha-
efectivamente tenemos ese deber (configurado como de frecuencia relativa): equivale brá de ser replanteada en cuanto a su estrategia central (vid. infra, apartado 8.4.3).

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

a aquellos con los que se alega 1) que en el acto individual que se en- 7.4. La idea de «deber prima facie» y los conflictos entre deberes
juicia concurre efectivamente la razón en virtud de la cual se conside- morales
ra debido el acto genérico del que aquel acto individual puede ser con-
siderado como caso (ya sea porque ello sucede siempre o porque su- . i) . S?bre_Ia base de lo apuntado en los apartados anteriores es po-
cede esta vez); 2) que en este supuesto esa razón prevalece sobre las sible d1stmgmr tres clases de juicios morales de deber:
razones prudenciales invocadas por el valor moral de su autonomía
que pudiera oponer el agente; pero 3) que a pesar de todo prevalece 1) juicios de deber relativos a un acto genérico, con los que se ex-
sobre ella una razón concurrente más importante de signo contrario. presa la aceptación de una razón en virtud de la cual generalmente o las
En segundo lugar, denominaré «argumentos de frecuencia estadística más de las veces -pero no siempre- resultan finalmente debidos los ac-
de dominación» a aquellos con los que se alega que queda satisfecho tos individuales que, entre otras descripciones posibles, pueden ser pre-
el primero de esos requisitos, pero que, tratándose de una razón que sentados como casos de dicho acto genérico.
fundamenta sólo un deber de frecuencia estadística, se puede decir vá- 2) juicios de deber relativos a un acto individual con los que se ex-
lidamente que para esta ocasión no queda satisfecho el segundo (y que p:e?a meramente que éste p~ede ser descrito como caso de un acto ge-
ner:c~ ~ue se consider~ debido -:-es decir, respecto del cual se acepta
no hay ninguna razón concurrente a tomar en cuenta). Y «argumentos
un JU:cw de deber de.lypo an~enor~, y que por consiguiente represen-
de contingencia», por último, a aquellos con los que se alega -tratán- tan solo una evaluac10n parcial o mcompleta de dicho acto individual
dose de un deber con «frecuencia relativa de no contingencia»- que (por9ue, si es descrito como caso de un deber genérico con frecuencia
en esta ocasión no queda satisfecho el primer requisito (y, de nuevo, relativa de no contingencia, está por determinar si concurre o no en ese
que no hay ninguna razón concurrente a tomar en cuenta). supuesto la razón que suel,0 estar conectada típicamente con los actos
Desde el punto de vista normativo la situación difiere considera- de esa clase; si efectivamente es así -bien porque sucede siempre, como
blemente según cuál de estos tres argumentos resulte procedente. En es el caso de los deberes c~n frecuencia absoluta de no contingencia, 0
todos los casos en los que puede alegarse un argumento de extensión porque sucede en esta ocasión- hay que determinar si domina o no so-
o un argumento de contingencia el agente dispone de una justificación bre las razones de autonomía que pudiera invocar el agente; y con ca-
para no realizar el acto individual en cuestión; en cambio los argumen- racter general, en la medida en que también pueda ser descrito como
caso de otros actos genéricos debidos, queda por establecer la relación
tos de frecuencia estadística de dominación, por su propia naturaleza,
de prioridad para las circunstancias del caso entre todas las posibles ra-
operan como excepciones que el agente puede oponer sólo en un nú- zones concurrentes).
mero limitado de ocasiones, quedando librado a su elección determi- 3) juicios de deber finales (o «concluyentes» o «tras las considera-
nar en cuáles. Por otra parte, cuando puede alegarse un argumento de ción de todos los factores relevantes» [all things considered]) relativos
contingencia la realización del acto individual que se enjuicia resulta a un acto individual, con los que se expresa el resultado del balance de
permisible, ya que todo lo que se afirma es que no hay una razón para todas las razones a favor y en contra efectivamente concurrentes en ese
realizarlo, no que haya una razón para no realizarlo; alegar un argu- supuesto parti~ul~r y además, en la medida en que se trata de un juicio
mento de extensión, por el contrario, no equivale sólo a sostener que de deber, la pnondad en ese caso de alguna otra razón moral sobre las
su no realización sería permisible, sino a sostener que resulta debida; razones de autonomía que pudiera invocar el agente como justificación
y finalmente, cuando puede alegarse un argumento de frecuencia es- para no actuar de conformidad con aquella (194).
tadística de dominación la realización del acto individual que se enjui-
cia no sólo resulta permisible -es decir, no debida- sino además me- . (194) Si se acepta alguna razón absoluta -vid. supra, apartado 7.2, donde se ad-
VIert~ de la~ res~rvas o cautelas con las que ha de ser contemplada esta posibilidad-
ritoria.
habna que mclmr en esta enumeración un cuarto tipo de juicios morales de deber: los
relativos a actos genéricos pero de carácter «concluyente» o tras la consideración de to-
dos los factores relevantes, con los que se expresaría la aceptación de una razón en vir-
tud de la cual habría que aceptar un juicio de deber del tercer tipo respecto a todos y

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

En la discusión acerca de si cabe o no admitir la posibilidad de con- genuino conflicto, porque la expresión prima facie no jugaría en ellos
flictos entre deberes morales, en qué términos y con qué consecuen- como un calificativo modal de la conclusión, sino como una indicación
cias, suelen mezclarse dos cuestiones distintas: la primera de ellas tie- del grado de apoyo que cierta norma probabilística prestaría como pre-
ne que ver con el modo en que han de interpretarse los choques entre misa de un razonamiento práctico a la conclusión no calificada (es de-
juicios de deber del segundo tipo (es decir, entre juicios de deber ce- cir, a un determinado juicio de deber concluyente o «tras la conside-
teris paribus relativos a un acto individual), así como la relación entre ración de todos los factores relevantes» relativo al acto individual en
los diferentes juicios de esa clase en conflicto y el juicio de deber del cuestión).
tercer tipo («final» o «concluyente») que lo resuelve; la segunda, por Los juicios de deber ceteris paribus o prima facie relativos a actos
el contrario, tiene que ver con el problema de si es o no admisible un individuales no serían por consiguiente sino evaluaciones incompletas
conflicto entre juicios de deber final o concluyente relativos a un acto de éstos, pasos preliminares de la deliberación moral, que destacarían
individual (ésto es, entre juicios de deber de la tercera clase). Para di- meramente la presencia de algún factor (i. e., de alguna razón) que ge-
ferencias ambas cuestiones, diré que cuando en el punto final de la de- neralmente o las más de las veces hace que los actos con esa caracte-
liberación moral acerca de un acto individual el sujeto acepta un único rística resulten finalmente debidos. Pero de entrada, si deliberamos a
juicio de deber final o concluyente, el conflicto entre juicios de deber partir de juicios de deber relativos a actos genéricos con «frecuencia
ceteris paribus relativos a dicho acto que pueda haberse apreciado en relativa de no contingencia», es posible que esa razón no concurra en
los estadios iniciales de esa deliberación era un conflicto resoluble; por absoluto en el supuesto particular que se evalúa; y si es así, el corres-
el contrario, cuando en el punto final de la deliberación moral acerca pondiente juicio de deber ceteris paribus o prima facie referido a ella
de un acto individual el sujeto acepta varios juicios de deber finales o se desvanece por completo, sin dejar resto moral de ninguna clase, tan
concluyentes en conflicto (es decir, cuando el sujeto no acepta ya nin- pronto como se concluya la evaluación del acto individual en cuestión.
guna razón adicional ni ningún otro criterio de prioridad entre razones Ciertamente hay otra clase de supuestos, seguramente más común, en
como para considerar que del contenido completo de la concepción mo- los que la razón por la que se reputa debido cierto acto genérico sí con-
ral que está dispuesto a suscribir y de las características de la situación curre en favor de la realización del acto individual describible como
emerge finalmente un único juicio de deber concluyente) diré que es- caso de él; y esa razón efectivamente concurrente, aunque finalmente
tamos en presencia de un auténtico dilema moral. Cada una de estas resulte superada o sobrepasada por otra(s) de más peso, deja no obs-
cuestiones suscita problemas distintos que merece la pena comentar tante un cierto resto o residuo moral, ya sea en forma de ciertas sen-
brevemente por separado. saciones psicológicas características en el agente, ya en el sentido de
Hay dos formas de interpretar la primera, que, por cierto, confie- operar, precisamente en la clase de situaciones en las que resulta so-
ren distintos sentidos a la idea de un deber prima facie cuando ésta va brepasada o desbancada, como fundamento de un nuevo juicio de de-
referida a actos individuales. En primer lugar, tal y como ya se ha ex- ber relativo a la realización de otro tipo de acto genérico -«compen-
plicado anteriormente (195), cabe entender que cuando un acto indi- sar>>-, que ha de ser interpretado a su vez como una regla probabi-
vidual puede ser visto como caso de diferentes actos genéricos y esas lística que puede competir con otras en la evaluación del nuevo acto
diferentes descripciones remiten a normas que en ese supuesto parti- individual que se considera debido (ceteris paribus o prima facie) a re-
cular resultan incompatibles, si esas normas son aceptadas como «dé- sultas de la realización del primero. Pero la pugna entre razones a fa-
biles» o «probabilísticas» su aplicación al acto individual en cuestión vor y en contra de la realización de un acto individual no tiene por
no genera dos juicios de deber (como «p es prima facie debido» y «p qué ser conceptuada como un genuino conflicto de deberes cuando jus-
está prima facie prohibido») entre los que pueda afirmarse que hay un tamente el sujeto acepta una serie de relaciones jerárquicas o de prio-
ridad entre ellas (196). Precisamente los juicios de deber «finales» o
cada uno de los actos individuales susceptibles de ser descritos como casos del acto ge-
nérico que se reputa debido. (196) Pienso que es en esta línea -dejando al margen, obviamente, que para Kant
(195) Vid. supra, apartado 7.2. lo que cuenta no es lo que el sujeto acepta, sino lo que con una «necesidad objetiva

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tras la consideración de todos los factores relevantes expresan esas juicios de deber ceteris paribus relativos a un mismo acto individual no
complejas relaciones de prioridad para cada caso conc~eto (del mismo debe ser considerada como expresiva de un auténtico conflicto, y que
modo que los juicios de deber relativos a actos genéncos expresan la la relación entre ellos y el juicio de deber final o concluyente acerca
reiteración de determinadas relaciones de prioridad que suelen darse de ese acto individual ha de interpretarse como la que media entre dos
típicamente en ciertas clases .de situacio~es): ~ientras que los juicios momentos sucesivos de la deliberación moral (los pasos previos que re-
de deber ceteris paribus relativos a actos Individuales son un paso pre- flejan aspectos parciales de su evaluación y el resultado global o final
vio a la toma en consideración de las prioridades que el Jlgente está de ésta) .
dispuesto a suscribir para ese supuesto. . . .Hay sin embargo un segunda forma de interpretar la situación, que
Por consiguiente, desde este primer punto de vista? los «co~fbctos entiende que del hecho de que un conflicto sea resoluble no se" sigue
resolubles» serán por ello mismo aparentes. Un genumo conflicto de que sea aparente. De acuerdo con esta segunda interpretación, en lo
deberes sería el que se diera entre juicios de deber finales o conclu- que he venido llamando «conflictos resolubles» se produciría una co-
yentes relativos a actos individuales: y si efectivament~ ~ubier~ con- lisión entre auténticos deberes: y el hecho de que finalmente uno de
flictos de ese tipo, serían absolutamente insolubles, autenticos dilemas ellos prevalezca no implicaría en modo alguno que los demás hubieran
morales, ya que o bien esos juicios habrían tomado verdaderamente de ser considerados evaluaciones incompletas o meros pasos prelimi-
en cuenta «todos los factores relevantes» (esto es, todas la razones mo- nares de la deliberación moral. Nótese que quien se decante por esta
rales en juego y todas las relaciones de prioridad entre ellas), y enton- interpretación asignará a la idea de un deber prima facie, referida a
ces el agente no podría alegar ninguna razón moral para actuar según actos individuales, un sentido muy distinto de quien lo haga en favor
uno de los cuernos del dilema más bien que conforme al otro, o de lo de la anterior: para éste, por aeber prima facie de realizar cierto acto
contrario, si a pesar de todo pretende que hay una justificación moral individual ?o cabría entender otra cosa que «deber ceteris paribus»,
para optar finalmente por uno de los deberes en conflicto, ello proba- con el sentido que hace un momento se ha analizado; por el contrario,
ría que en los juicios de deber conflictivos falta?a por tomar en cuenta para quien haga suyo el punto de vista que ahora se presenta, cabría
esa justificación, con lo que no se habrían considerado en ellos «todos llamar deberes prima facie (si es que se acepta la denominación como
los factores relevantes» y por consiguiente quedaría negado el supues- no excesivamente equívoca) a los deberes efectivos o genuinos de rea-
to de partida. Por supuesto la tesis según la cual los «conflictos reso- lizar cierto acto individual que, no obstante, quedan superados en una
ocasión particular por otro de más peso. En el primer caso, la idea de
lubles» son aparentes deja abierta la cuestión de si realmente se ha de
deber prima facie se contrapone a la de deber final o concluyente como
admitir o no la posibilidad de que existan conflictos genuinos y por
lo harían una evaluación parcial o unilateral (y en ese sentido, provi-
ende insolubles: todo lo que afirma es que la relación entre distintos
sional) y una evaluación completa; en el segundo, como el deber efec-
tivo comparativamente más débil en una situación particular y el que
práctica» tiene que aceptar- en la que habría que interpretar e! conocido pasaje. de la
en ella resulta ser más fuerte (197).
Introducción a la Metafísica de las costumbres en el que Kant afirma: «[E]n un su]e~o Y En cualquier caso, entender que los conflictos «resolubles» son a
en la regla que él se prescribe pueden muy bien en~ontrarse dos. razo?~s de la oblig~­ pesar de todo conflictos reales o auténticos, no aparentes, también deja
ción (rationes obligandi), de las que una u otra es, sm embargo, msufic1ente. para obli- abierta la cuestión de si serán o no admisibles además conflictos igual-
gar (rationes obligandi non obligantes), porque entonces una no es deber. S1 dos r~zo­ mente reales pero insolubles (o, si se quiere, entre deberes efectivos
nes semejantes se oponen entre sí, la filosofía práctica no dice ento,nces q~e la o~lig~­
ción más fuerte [die stiirkere Verbindlichkeit] conserva la supremacm (fortwr obllgatw
incompatibles y de igual peso, o cuyo peso quizá ni siquiera pueda ser
vincit), sino que la razón más fuerte para obligar [der stiirkere Verpflichtungsgrund] con- . comparado). Dicho con otras palabras: cualquiera de las dos formas
serva el puesto [behiilt den Platz] (fortior obligandi ratio vincit)» [Akad., vol. VI, p. 224;
la trad. cast. corresponde a la versión de Adela Cortina y Jesús Conill, l. Kant: La me-
tafísica de las costumbres (Madrid: Tecnos, 1?89), p. 31,1; Sobre el punto de v1sta ka~­ (197) Sobre la distinta configuración que adopta la idea de «deber prima facie» (de
tiano acerca de los conflictos de deberes y la mterpretacwn que haya de darse al pasaJe r~alizar un determinado acto individual) según el modo en que se interpreten los con-
más amplio del que el ahora citado forma parte, vid. infra, nota 258 de esta parte II. flictos «resolubles», cfr. James S. Fishkin, The Limits of Obligation, cit., pp. 40-42.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

mencionadas de entender lo que he venido llamando «conflictos reso- lo sucesivo «modelo de la realidad>>- no cabe excluir la posibilidad de
lubles» es compatible a su vez tanto con la admisión como con el re- que se produzcan genuinos dilemas morales, puesto que existe una irre-
chazo de la posibilidad de que se produzcan «dilemas morales» (es de- ductible multiplicidad de razones para la acción y no se puede descar-
cir, conflictos insolubles). Para algunos, rechazarla resulta escasamen- tar que algunas de ellas resulten inconmensurables. Sobre la cuestión
te realista; para otros, admitirla es síntoma seguro de irracionalidad. de qué debemos hacer incidirían consideraciones morales de muy di-_
Pero sea como fuere, este último problema es lógicamente indepen- versos tipos, y los partidarios de este modelo no ven ninguna razón
diente del modo en que se conciban los conflictos resolubles, si como para suponer que una de ellas tiene que ser la fuente de todas las de-
reales o como aparentes. más (200). Ahora bíen, la idea de que en la deliberación moral com-
Me parece que por lo general esa duplicidad de problemas, así piten razones que no es posible -o no es posible siempre- situar so-
como la separabilidad entre ambos, no se ha percibido con claridad bre una misma escala no se asocia a la imposibilidad de arribar a un
cuando se ha discutido acerca de los conflictos entre deberes morales. único juicio de deber final o concluyente: simplemente tendríamos va-
Es bien cierto que en principio parece no haber nada de absurdo ni rios deberes genuinos en conflicto, cada uno con cierta fuerza real e
de contraintuitivo en afirmar que la vida real produce conflictos entre ineliminable, aunque posiblemente uno de ellos con una fuerza relati-
deberes morales, situaciones en las que (empleando sin mayores pre- va mayor. Por consiguiente, para quienes comparten este punto de vis-
cisiones el tradicional operador deóntico «Ü» y el operador «M» para ta tendrá perfecto sentido la noción que antes llamé «deber efectivo
simbolizar «posible») parece que débil»: que se utilice o no la expresión «deber prima facie» para refe-
rirse a ella no pasa de ser una cuestión de estilo (201).
(1) Op 1\ 0-p, o bien
(2) (Op 1\ Oq) 1\ -M (p 1\ q) (198), Isaiah Berlín (Oxford: Oxford University Press, 1979), pp. 221-232; Thomas Nagel, «The
Fragmentation of Value», en H. T. Engelhardt Jr. y D. Callahan (eds.) Knowledge, Va-
pero lo que los filósofos morales discuten es si una teoría moral ade- lue and Belief (Hastings-on-Hudson, N. Y.: Institute of Society, Ethics and the Life
Sciences, 1977) [ahora en T. Nagel, Mortal Questions (Cambridge: Cambridge Univer-
cuada puede aceptar esos conflictos -sin ulteriores especificaciones sity Press, 1979), pp. 128-141, por donde se cita]; Charles Taylor, «The Diversity or
respecto a la clase de juicios de deber en colisión- como reales o si Goods», en A. K. Sen y B. Williams (eds.), Utilitarianism and Beyond (Cambridge:
habrá más bien de conceptuarlos como meramente aparentes. Reco- Cambridge University Press, 1982), pp. 129-144; Joseph Raz, The Morality of Freedom,
giendo del modo más neutral posible los argumentos que habitualmen- cit., cap. 13 («lnconmensurability»), pp. 321-366.
te se cruzan en torno a esta cuestión, para los partidarios de la reali- (200) Leszek Kolakowski se expresa en este sentido de una manera muy gráfica,
quien niegue la posibilidad de genuinos dilemas morales «habrá de dar por supuesto que
dad de los conflictos (199) -o de lo que, por comodidad, llamaré en a todos los valores susceptibles de ser considerados como objeto de un deber moral les
cabe ser ordenados --como las rayas de un termómetro- en una escala unitaria. Si su
(198) En realidad ésta es una representación sumamente simplificada de los conflic- tarea ha de ser la de hacer posibles decisiones unívocas en las situaciones conflictivas,
tos de deberes, aunque suficiente para mi propósito en este momento. Para una expo- no podrá por menos de dejar sentado el carácter básicamente homogéneo del mundo
sición más completa sobre los diferentes tipos de conflictos de deberes (incluyendo con- de los valores y la comparabilidad de todos sus componentes»; Kolakowski opina, por
flictos «parciales» o «no diametrales»), vid. Joseph Raz, «Reason, Requirements and el contrario, que « ... nuestras decisiones se mueven en un mundo de valores que no pue-
Practica! Conflicts», en Stephan Kórner (ed.) Practica! Reason (New Haven: Yale Uni- den ser plenamente realizados de manera conjunta», de modo que «en todo conflicto
versity Press, 1974), pp. 22-35, esp. págs. 24-26. entre valores actuamos en cierto modo bien y en cierto modo mal. La consciencia de
(199) Cfr., por ejemplo, E. J. Lemmon, «Moral Dilemas», en Philosophical Review, que la elección representa al mismo tiempo una renuncia resulta -por muchos moti-
70 (1962) 139-158; G. J. Warnock, The Object of Morality, cit. [1971], pp. 88-89; Roger vos- indispensable». Cfr. L. Kolakowski, Etica sin código, cit., pp. 152, 161 y 157.
Trigg «Moral Conflict», en Mind, 80 (1971) 41-55; Bas C. van Fraassen, «Values and (201) Williams («Conflict of Values», cit., p. 223) califica de ambigua la terminolo-
the Heart's Command», en Journal of Philosophy, 70 (1973) 5-19; BernardA. O. Wi- gía de «obligaciones prima facie» y prefiere no utilizarla, pero su toma de posición es
lliams, «Ethical Consistency», en Problems of the Self (Cambridge: Cambridge Univer- perfectamente clara: «El hecho evidente de que en defintiva debo hacer, tomando en
sity Press, 1973) pp. 166-186 [ahora en Joseph Raz (ed.), Practica! Reasoning, Oxford, cuenta todas las circunstancias, una de las dos cosas, se considera equivalente a la idea
Oxford University Press, 1978, pp. 91-109, por donde se cita; vid. esp. pp. 96-103]; Id., de que, tomando en cuenta todas las circunstancias, sólo existe una obligación. Pero eso
«Conflict of Values», en Alan Ryan (ed.), The Idea of Freedom, Essays in honour of es un error. En un caso real de este tipo existen desde luego dos obligaciones, aunque

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Para quienes sostienen el carácter aparente de los conflictos -es ser prueba de irracionalida.d) l?s genuinos dilemas morales. Me pare-
decir, para los partidarios de lo que llamaré en adelante «modelo de ce, en efecto, que los partidanos del «modelo de la realidad» suelen
la apariencia»- una situación de aparente conflicto queda resuelta afirmar a la vez que los conflictos resolubles han de ser interpretados
cuando revisamos, cualificamos o reformulamos al menos uno de los ~o obsta~te como conflictos reales y que los dilemas morales son po-
principios o reglas morales de cuya aplicación surgen deberes en con- stbles. Mientras que los sotenedores del «modelo de la apariencia»,
flicto (202). Esos principios o reglas que tomamos como un punto de por su parte, suelen convenir en admitir al mismo tiempo que los con-
partida de nuestra deliberación moral serían normas probabilísticas re- flictos resolubles son por ello mismo aparentes y que los genuinos di-
lativamente simples que no captarían la totalidad de las razones mo- lemas morales son inadmisibles. En ninguno de los dos casos la pri-
rales y complejas relaciones de prioridad entre las mismas que real- mera de las afirmaciones implica lógicamente la segunda. Y ello hace
mente aceptamos. Tan pronto como hayamos reconstruido la estruc- qu/e al menos ~o sea incoherente (aunque está por demostrar que ade-
tura jerarquizada y completa de nuestro sistema moral (incorporando mas sea plausible) la defensa de una tesis que toma algo de cada uno
sus correspondientes cláusulas de excepción a los principios o reglas d~ estos mod~los y que de hec~o me parece la más correcta: la que '
morales) el conflicto se desvanece. Es más, si aspiramos a la raciona- afirma la apanencta de los conflictos resolubles y la posibilidad de los
lidad tiene que desvanecerse, puesto que la admisión de un genuino genuinos dilemas morales.
conflicto de deberes (es decir, de uno que se diera entre deberes con- Aunque el argumento se irá redondeando en momentos posterio-
cluyentes o «tras la consideración de todos los factores relevantes») res, creo que ya contamos con los elementos básicos que abonan la in-
convertiría automáticamente en irracional (por inconsistente) a la con- terpretación de los conflictos ~solubles como aparentes. Quien afir-
cepción moral que le diera cabida. Por tanto, la noción de «deber efec- ma que se produce en ese caso un conflicto entre genuinos deberes,
tivo débil» carecería de sentido; y, en rigor, no sería correcto hablar alguno de los cuales prevalece finalmente, sostiene una tesis en la que
de conflictos entre el «deber ceteris paribus» de realizar u omitir cierto c~da una de su~ partes mina la plausibilidad de la otra: para poder de-
acto individual y el deber final o concluyente que lo desbanca, puesto
cir q~~ el conflict? ~e da entre deberes genuinos o efectivos habría que
que no serían sino los productos respectivos de dos momentos sucesi-
admitir que las distmtas reglas o juicios de deber relativos a actos ge-
vos de la reflexión moral (el anterior y el posterior a la cualificación
néricos, de cuya aplicabilidad al caso individual surgen esos presuntos
o reformulación del principio o regla moral correspondiente).
deberes efectivos en conflicto, expresan la aceptación de razones ab-
Pero obsérvese que, tal y como se desarrollan habitualmente estas
dos posiciones, cada una de ellas supone la aceptación de dos ideas ló- s?lutas ~i. e., habrían de ser interpretadas como normas «fuertes»); y
gicamente independientes. Y esa combinación -como he intentado si es as1, entonces no puede haber -por definición- ninguna base
subrayar desde el principio- obedece a la confusión que afecta al de- para sostener que finalmente uno de ellos prevalece sobre los demás.
bate sobre los conflictos entre deberes morales, que a veces se entien- Por el co.ntrario, si se entiende que las distintas reglas aplicables al
de como si versara acerca del modo en que han de ser concebidos los c~so particular se aceptan como normas probabilísticas (normas «dé-
términos de las situaciones que he llamado de «conflicto resoluble», biles»), entonces no hay una incompatibilidad en sentido estricto en-
mientras que otras veces se interpreta como una discusión acerca de tre los ~ist~n~os juicios de deber ceteris paribus con los que se presenta
si han de considerarse admisibles (por realismo) o inadmisibles (por a.l acto mdividual qu~ se evalúa como caso de los distintos actos gené-
ncos a los que se refieren esas reglas: si acaso parece que la hay, ello
una puede prevalecer sobre [outweigh] la otra. La que prevalece tiene una fuerza [strin-
obedece (como traté de mostrar en su momento mediante una analo-
gency] mayor, pero la que queda superada posee también una cierta fuerza» (íbid.). Nó- gía con el status de las conclusiones de los «silogismos estadísticos» y
tese que Wiliams está utilizando el término ~~obligación» en un sentido muy lato, equi- el valor que se había de atribuir en ellas a la cláusula «casi ciertamen-
valente a «debe hacer». te») a una mala interpretación del papel que desde el punto de vista
(202) Cfr., p. ej., Richard M. Hare, The Language of Morals, cit., p. 65; Id., Mo- lógico juega en esos juicios la cláusula ceteris paribus.
ral Thinking, cit., pp. 25-43; David Lyons, Forms and Limits of Utilitarianism, cit., p. 21;
Fred Feldman, Doing the Best We Can. An Essay in Informal Deontic Logic, cit., cap. 9. La cuestión de si ha de aceptarse o no la posibilidad de que se pro-

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

duzcan auténticos dilemas morales, de si sería irracional su admisión un ci~rto tipo de deber, cuando en realidad no es un deber, sino algo
o poco realista su rechazo, me parece por el contrario mucho más com- re!actonado de una manera especial con el deber» (204) algo que
pleja. Pero antes de abordarla en profundidad me parece conveniente «tt~nde a ser un deber» (205). Podría entenderse que un «d~ber prima
destacar de qué modo el no haber sabido comprender adecuadamente facte» es entonces 1~ q~~ cabría pensar que es un deber cuando se lle-
la diferencia entre la distintas cuestiones que subyacen a la discusión va a cabo una aprectacwn moral i~~ompleta de un acto, aunque final-
acerca de los conflictos de deberes, así como la falta de claridad acer- mente -al com~l~tar su evaluacwn moral- puede resultar no ser-
ca de la estructura de la deliberación moral y del papel y el sentido de lo (206). La relac~on entre deber prima facie y deber efectivo sería por
sus puntos de partida, ha enturbiado desde su misma aparición en la tanto l~a que medt~ entre dos momentos sucesivos de la reflexión mo-
~ escena de la filosofía moral -de la mano de W. D. Ross- la noción ral, as1 q~e, del mtsmo modo que no tendría sentido decir que existe
de «deber prima facie». u~ «confite~~» entre mi perc~pción l!ar~~al o unilateral de un objeto y
mt p~rcepcwn completa de el (el stgmficado mismo de los términos
. ii) En la explicación que nos ofrece Ross de la noción de deber «parctal» Y «~ompleta» determina que, simplemente, la segunda des-
prima facie, en el capítulo II de The Right and the Good (203), apa- place a la pnmera), tamp?co lo tendría decir que existe un conflicto
recen mezclados dos tipos de pasajes. En unos afirma expresamente entre un deber pnma facie -lo que parece ser un deber cuando el
que no piensa en los deberes prima facie como un tipo diferenciado acto se contem~la sólo desde cierto punto de vista- y un deber abso-
de deber: de hecho, pide excusas al lector por utilizar -a falta de otra lut~ -lo. 9ue fmalmente resulta ser un deber cuando se completa la
más afortunada- la expresión «deber» prima facie, que según dice dehberacwn moral- que se resuelve en favor de éste.
puede mover a confusión porque «sugiere que estamos hablando de .~ero en otros pas~jes Ros~ descalifica expresamente esta interpre-
tacto~ .. 9ue los conflictos de deberes sean resolubles no significa en
(203) El capítulo II de The Right and the Good, cit. [en adelante, RG], en el que su optmon que sean aparentes (207). Autores como Searle piensan ade-
Ross introduce la noción de deber prima facie, contiene todos los elementos caracterís-
ticos del modelo intuicionista, tanto en cuanto a sus premisas epistemológicas básicas (204) RG, p. 20.
como en cuanto a su dimensión procedimental (vid. supra, notas 140 y 141 de esta parte (205) RG, pp. 28-29.
II). Según Ross la deliberación moral parte en efecto de una pluralidad de primeros prin-
cipios que considera evidentes para cualquier persona de conciencia moral desarrollada , ~206) Esta interpretación parece venir avalada por el modo en que Ross define ex-
(vid. RG, pp. 20-21, nota 1; y pp. 29-30, en las que compara la evidencia de los prin- p~:ltam~nte el concepto: «Propongo [los términos] "deber prima facie" 0 "deber con-
cipios morales con la de los axiomas matemáticos o la validez de una inferencia lógica, diciOnal com~ forma b~eve de referirnos a la característica (bien distinta de la de ser
u(n d~ber propiaZ?e~te dicho [duty proper]) que un acto tiene por ser de un cierto tipo
que «no pueden ser probadas, pero tampoco necesitan prueba»; vid. el catálogo rossia-
no de deberes prima facie en pp. 21-22). Se supone además que la complejidad de los
1
P· eJ., ~ cm~plimiento de u~a pr~mesa), por ser un acto que sería un deber propia-
«hechos morales» no permite reconducir a un principio único de orden superior esa plu- mente dicho SI no fuera al mismo tiempo de otro tipo moralmente significativo» (RG
p. 19). '
ralidad de principios en concurrencia (RG, p. 23, donde responde a la acusación de que
su catálogo de principios morales es asistemático diciendo que «la lealtad a los hechos Co~o han señalado Frank Snare, «The Definition of Prima Facie Duties» en Phi-
es más importante que un diseño simétrico o una simplicidad buscada precipitadamen- losophlcal Quarterly 24 (1974) 235-244 pp 235-36· y John Atwell R d p' · F
· D · . ' · ' , « oss an nma a-
te»). Estos se refieren a la obligatoriedad o ilicitud de actos genéricos: como un acto cw. uties», .en Ethlcs 88 .(197~) 240-249, pp. 241-47, Ross define qué es un deber prima
individual puede tener distintas facetas, es decir, puede ser descrito a la vez como caso (acle de realizar ~n. acto Individual a partir del concepto de «deber prima facie de rea-
de diferentes actos genéricos (RG, p. 28), si cada uno de ellos merece calificaciones nor- lizar. un acto ~enenco», pero deja este último sin definir explícitamente, y en sus afir-
mativas distintas surge un conflicto que ha de ser resuelto contrapesando en el caso con- maciOnes de tipo general acerca de los deberes prima facie salta continuamente del uno
creto la fuerza relativa de los principios en concurrencia. Ahora bien, ese contrapeso no al otro.
se realiza de acuerdo con ciertas reglas (no existe jerarquía entre principios, no hay prin- (~07). «[La term~nolo~a propuesta] sugiere que se está hablando meramente de la
cipios de segundo grado para la resolución de conflictos), sino «por intuición», advir- ap~nencia que una situacwn moral presenta a primera vista y que puede resultar ser ilu-
tiéndonos Ross no obstante que en el terreno de los juicios morales particulares no es sona; pero .de 1~ _que yo _est?y hablando es de un hecho objetivo envuelto en la natura-
alcanzable el mismo grado de certidumbre que acompaña a los principios morales, ya leza de la situacwn o, mas ngurosamente, en un elemento de su naturaleza aunque no
que los primeros ni son autoevidentes ni son una conclusión válida a partir de premisas como sucede,con el deber propiamente dicho, resultante de su naturalez~ global ["it;
autoevidentes, es decir, a partir de los principios (RG, pp. 30-31). whole nature ']» [RG, p. 20]. En Foundations of Ethics, cit., p. 85, niega que los debe-

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

más que, aunque no lo negara expresamente, si su planteamiento fue- Por consiguiente creo que lleva razón Searle cuando afirma que el
ra ese no se entendería como podría sostener al mismo tiempo que el análisis de Ross no puede ser reconstruido de manera consisten-
incumplimiento de un deber prima facie, aun moralmente obligatorio te (211). El defecto de que adolece es la oscilación entre las dos for-
en ciertos casos, genera una sensación de remordimiento y determina mas de interpretar los «conflictos resolubles» que se expusieron con an-
la aparición de deberes secundarios de compensación (208). Ahora terioridad: y sea cual sea la que se estime más acertada, la indecisión
bien, si el deber desplazado es a pesar de todo un deber real, ¿qué ha- entre una y otra no puede considerarse de ninguna manera como una
cer con sus afirmaciones anteriores, a tenor de las cuales los deberes alternativa atendible.
prima facie no son auténticos deberes, ni siquiera de un tipo especial Pero ciertamente percibir una dificultad no es lo mismo que dar
(una suerte de «deberes débiles»), sino meramente algo que «tiende a con el modo de resolverla, y a mi juicio Searle no alcanza a articular
ser un deber»? De hecho el propio Ross, tras intentar explicar en qué una propuesta mucho más coherente que la de Ross. Más que elegir
sentido habla de «tendencia» a ser deberes mediante una serie de ana- una de las opciones entre las que Ross vacila, lo que Searle nos reco-
logías, concluye afirmando para mayor estupefacción del lector que to- mienda es que abandonemos ambas. A su juicio, el intento de dar sen-
das ellas son parcialmente engañosas y que es mejor seguir hablando tido a la expresión «deber prima facie» que parte de la distinción en-
de «deberes» prima facie, cuando precisamente fue la incomodidad tre lo que realmente es nuestro deber y lo que parece serlo, pero en
con este término la que le hizo recurrir a la idea de «tendencias» (209). realidad no lo es, ha de ser desechado porque distorsionaría la «expe-
Lo mínimo que puede afirmarse es que la terminología de Ross es su- riencia real del conflicto», en la que el deber que no prevalece no por
mamente confusa: habla indistintamente de «deberes prima facie», ello queda cancelado. En su opinión es «un hecho obvio acerca de la
«deberes condicionales» «algo que está relacionado de una manera es- experiencia humana» que los <;.Onflictos de deberes son reales, no apa-
pecial con un deber» o que «tiende a ser un deber>>; y los contrapone rentes, y por lo tanto constituye «una descripción falsa de la situación
a los «deberes sans phrase», o «deberes efectivos [actual], o «deberes de conflicto» la que la considera como una mera conclusión provisio-
absolutos», o «deberes propiamente dichos [proper]». En cada una de nal que quedará desplazada cuando se complete la evaluación moral
esas dos familias de términos hay algunos que sugieren que la dicoto- del caso (212). Y tampoco sería aceptable el intento de caracterizar el
mía relevante es la que opone «deber aparente» -es decir, evaluación «deber prima facie» que parte de la distinción en una situación de con-
parcial o incompleta- a «deber real» y otros que sugieren que se tra- flicto entre un deber débil y otro fuerte, porque no habría realmente
ta más bien de la que enfrenta «deber débil» con «deber fuerte». Cuan- dos clases de deberes con distintos grados de fuerza (un deber puede
do afirma que los deberes prima facie no son «ilusiones de las que sim- ser el más débil en una situación de conflicto y el más fuerte en otra,
plemente prescindimos» y nos habla de la sensación de remordimiento con lo que, en suma, todos los deberes serían en cierto sentido prima
y los deberes secundarios de compensación que acompañan a su trans- facie) (213). Pero a mi juicio Searle ha planteado equívocamente am-
gresión, aunque ésta sea moralmente obligatoria, parece tener en men- bas posibilidades.
te la segunda interpretación; cuando afirma taxativamente que no son En cuanto a la primera, lo que Searle sostiene es que el hecho de
deberes, sino que meramente «tienden» a serlo, parece hacer suya la que un conflicto sea finalmente resoluble no implica que los deberes
primera (210). Y el continuo y soterrado ir y venir de una a otra con- en juego -incluso el que resulta finalmente desplazado-- no fuesen
cepción priva de coherencia global a su exposición. deberes genuinos o efectivos. Y en apoyo de ese punto de vista alega
dos clases de «efectos residuales» del deber que ha resultado sobrepa-
res prima facie que finalmente resultan desbancados por un deber absoluto sean «ilu-
siones de las que simplemente prescindimos [which we just dispense with]».
Facie Duty», en Joumal of Philosophy 62 (1965) 279-287, pp. 280-281; y Searle, «Prima
(208) Cfr. RG, p. 28; Searle «Prima Facie Obligations», cit., pp. 81-84. Facie Obligations», cit., pp. 82-84.
(209) Cfr. RG, p. 29. Sobre lo sorprendente de este giro ha llamado la atención (211) Cfr. Searle, «Prima Facie Obligations», cit., p. 81.
McCloskey, «Ross and the Concept of a Prima Facie Duty», cit., pp. 338 y 342. (212) Op. cit., pp. 82-83 y 86.
(210) Sobre la ambigüedad de Ross en este terreno, cfr. Robert K. Shope, «Prima (213) Op. cit., pp. 86-87.

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

sado en la situación de conflicto: la idea, en uno y otro caso, es que sentir remordimiento. Para que todo ello no parezca una pura cues-
ninguno de esos dos «efectos residuales» sería inteligible si no se ad- tión de palabras, una distinción gratuita y sin consecuencias, puede re-
mitiera que el deber sobrepasado o desbancado era no obstante un de- sultar útil recordar el análisis rawlsiano de los sentimientos morales:
ber genuino o efectivo. El primero de esos dos «efectos residuales» es para Rawls los genuinos sentimientos morales -p. ej., «culpa» o
la sensación de arrepentimiento o remordimiento que experimenta «arrepentimiento»- se diferencian de sensaciones naturales que con
quien ha desatendido uno de los deberes en conflicto, aunque lo haya frecuencia aparecen asociadas con los primeros -«ansiedad», «triste-
hecho para cumplir un deber moral de más peso (es decir, aunque haya za», «pesar» ... - porque cuando el agente trata de explicar aquellos
tenido una justificación moral para actuar de la manera en que lo hizo). «invoca un concepto moral y los principios asociados a él» (215). La
El segundo, el deber de compensación que surge como deber secun- presencia de ciertos efectos colaterales -las sensaciones naturales-
dario a resultas del incumplimiento (justificado) del deber que resultó no es en absoluto decisiva, hasta el punto de que sentimientos morales
sobrepasado. Pero a mi entender ninguno de estos dos argumentos diferentes -aquellos en cuya explicación se invocan conceptos y prin-
puede considerarse decisivo. Y ya que se cuentan entre los manejados cipios morales distintos-pueden venir acompañados del mismo tipo
con mayor insistencia por quienes sostienen que los conflictos resolu- de sensaciones naturales como hecho psicológico (216). En definitiva,
bles no son a pesar de todo aparentes, quizá merezca la pena explicar el argumento de la «experiencia real del conflicto» no es demasiado
por qué con cierto detenimiento. En cualquier caso, yo no niego esos
efectos residuales: lo que pienso es que hay una petición de principio
en la idea de que no son inteligibles a menos que se presuponga que (215) J. Rawls, A Theory of Justice, cit., pp. 481-483. Hare también destaca la di-
un conflicto resoluble se da no obstante entre genuinos deberes. ferencia --en tanto que sentimientos morales- entre pesar [regret] y remordimiento [re-
mm·se]: cfr. Moral Thinking, cit., pp:'L.8-30. Raz afrima que cuando :;e ha de tomar una
En cuanto al primero -el «argumento del remordimiento»-, creo decisión en un caso de conflicto, el agente considerará «lamentable :regrettable] que se
que a pesar de su posible atractivo inicial anida tras él una confusión produzcan esas circunstancias»: cfr. The Morality of Freedom, cit., p. 361. El propio
que es preciso sacar a la luz. Las ideas de remordimiento o arrepenti- Ross parece vislumbrar también la diferencia cuando afirma (RG, p. 28) que el desa-
miento se conectan a la creencia de haber actuado de manera distinta tender justificadamente un deber prima facie para atender otro de mayor peso «nos hace
a como se debía; pero si en su momento pensamos que debíamos dar sentir, si no vergüenza [shame] ni arrepentimiento [repentance], sí de11de luego afflicción
[compunction]», aunque no parece tener plena conciencia de la diferencia ni extrae de
prioridad a una de las razones en conflicto (es decir, que teníamos una ella todas sus consecuencias.
razón moral para hacerlo), ¿no es irracional sentir remordimiento o (216) Bernard Williams ha criticado este enfoque (en «Ethical Consistency», cit.,
arrepentimiento (214)? Aunque el matiz pueda parecer demasiado su- p. 98), alegando que la pretensión de que es posible trazar un límite claro entre senti-
til, sí sería razonable lamentar que hubiera llegado a producirse una mientos «naturales» y sentimientos genuinamente «morales» es poco realista. Escribe
situación semejante, sentir pesar o aflicción, pero no arrepentirse o Wiliams: «¿Realmente hemos de pensar que si un hombre (a) piensa que no ha de cau-
sar un sufrimiento innecesario y (b) está afligido [distressed] por el hecho o la perspec-
tiva de ser causa de un sufrimiento innecesario, entonces (a) y (b) ·;on dos hechos se-
(214) Que efectivamente es irracional es lo que han sostenido Terrance C. McCon- parados acerca de él? ¿No puede acaso ser (b) una expresión de (a~, y (a) una raíz de
nell, «Moral Dilemmas and Consistency in Ethics», en Canadian Journal of Philosophy, (b)?». Creo que cabe replicar a Williams del siguiente modo: la descripción de (a) es
8 (1978) 269-287 [ahora en C.W. Gowans (ed.), Moral Dilemmas (New York/Oxford: poco clara, ya que no permite dilucidar si lo que piensa el hombre de su ejemplo es que
Oxford University Press, 1987), pp. 154-173, por donde se cita, pp. 161-162]; Hare, Mo- no ha de causar un sufrimiento innecesario en general, o que no ha de causar un sufri-
ral Thinking, cit., p. 28; Philippa Foot, «Moral Realism and Moral Dilemma», en Jour- miento -que sólo en la medida en que se juzga inmoral se reputará innecesario- en
nal of Philosophy, 80 (1983) 379-398 (ahora en Gowans (ed.), op. cit., pp. 250-270, por este caso concreto; puede pensar lo primero y, a pesar de todo, negm lo segundo (por-
donde se cita: pp. 258-259]; y Phillip Montague, «Rights and Duties of Compensation», que cree que hay una razón moral de más peso que le obliga a hacerlo, es decir, porque
en Philosophy & Public Affairs, 13 (1984) 79-88, p. 87. La opinión contraria es soste- en este caso sí resulta necesario hacerlo). Cuando piensa lo primero y niega lo segundo
nida por Ruth Barcan Marcus, «Moral Dilemmas and Consistency», en Journal of Phi- -y precisamente porque niega lo segundo- su «aflicción» no puede ser llamada con pro-
losophy, 77 (1980) 121-136 [ahora en Gowans (ed.), op. cit., pp. 188-204, por donde se piedad «arrepentimiento». Entre su afirmación de que en este caso ha de causar un su-
cita: pp. 198-199]. Marcus ha sido criticada, en un sentido similar al que aquí se sostie- frimiento (por tanto, necesario) y su afirmación de que no ha de hacerlo (por tanto, in-
ne, por Earl Canee, «Against Moral Dilemmas», en Philosophical Review, 91 (1982) necesario) sí que existe un límite perfectamente claro, y eso es todo ~o que necesitamos
87-97 (ahora en Gowans (ed.), op. cit., pp. 239-249, por donde se cita: pp. 242-243]. para trazar la divisoria entre aflicción o pesar y genuino arrepentimiento.

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JUAN CARLOS BAYON MO HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

útil: si lo que se afirma es que como hecho psicológico la resolución zona como Searle piensa en el deber de compensación como en un de-
del conflicto va acompañada de ciertas «sensaciones naturales», se pue- ber secundario en sentido austiniano, es decir, como un deber sancio-
de admitir que eso es cierto (y explicable porque el agente lamenta natorio que surge a resultas del incumplimiento de un deber prima-
que las circunstancias hayan sido tales que ha debido postergar alguna rio (218): por consiguiente -continuaría el argumento--, si aparece
de las razones para actuar que hubiese deseado poder ver satisfechas un deber de compensación (y en muchos casos su aparición se nos an-
a la vez), pero que no obliga en modo alguno a concebir los conflictos toja intuitivamente difícil de discutir) hay que admitir por fuerza que
resolubles como choque entre varios deberes efectivos o genuinos (que es porque se ha incumplido un genuino deber (aunque ese incumpli-
difieren por su mayor o menor fuerza en el caso concreto). Por el con- miento fuera obligatorio porque ha prevalecido sobre él un deber más
trario, si lo que se afirma es que tiene que ir acompañada de ciertos fuerte), luego la admisión de la aparición de deberes de compensación
«sentimientos morales» -remordimiento-- porque verdaderamente se nos constreñiría a la aceptación de la idea de que los conflictos reso-
ha dejado de cumplir un auténtico deber, entonces parece claro que lubles suponen un choque entre genuinos deberes.
se incurre en una petición de principio: no es que la «experiencia psi- Pero no hay por qué compartir esa forma de entender la idea de
cológica» que acompaña a las situaciones de conflicto resoluble preste compensación. Como ha señalado MacCormick (219), es perfectamen-
apoyo a la idea de que hay dos genuinos deberes, sino más bien que te viable la postulación de un deber de compensación que reposa por
esa experiencia psicológica se podrá caracterizar adecuadamente como completo en el derecho de quien ha sufrido un daño y que no exige la
«remordimiento» sólo si se presupone que se ha actuado en contra de presuposición de la previa violación de un deber por parte de aquel
un genuino deber (que es precisamente lo que andamos discutien- que lo produjo y sobre el que recae ahora el deber de compensar. Lo
do) (217). que impide a muchos aceptar esa posibilidad es seguramente el per-
Tampoco el argumento del deber de compensación como efecto re- turbador dogma de la correlatívidad entre derechos y deberes, que pro-
sidual de la resolución del conflicto me parece concluyente. Quien ra- voca enredos conceptuales singularmente enojosos en lo tocante a esta
cuestión de la compensación (220). Lo que hay que entender, en cual-

(217) Me animo a sugerir que acaso el atractivo inicial del argumento de la ~~expe­ (218) Cfr. John Austin, Lectures on Jurisprudence, lecture XLV, que habla de «sanc-
riencia real del conflicto» se deba en parte a no haber sabido diferenciar adecuadamen- tioning or secondary duty». El concepto austiniano de «deber secundario» viene a coin-
te las ideas de justificación y excusa: cuando un comportmniento es excusable existe al- cidir con lo que Chisholm denomina un «contrary-to-duty imperative», es decir, una pres-
guna circunstancia que bloquea la adscripción de responsabilidad al agente, sin que ello cripción (del tipo O[ -p --7 q]) cuya condición de aplicación es la violación previa- de otra
implique que la acción realizada pueda calificarse como «debida» sin matizaciones. En prescripción (Op): cfr. Roderick M. Chisholm, «Contrary-to-Duty Imperatives and
el caso de un comportamiento excusable -pero no en el de uno justificado- sí podría Deontic Logic», en Analysis 24 (1963) 33-36. Las obligaciones condicionadas generan
ser racional el «remordimiento» del agente. Sobre la distinción entre justificación y ex- un buen número de problemas en la construcción de un sistema de lógica deóntica que
cusa, cfr. Austin, «A Plea for Excuses», en Proceedings of the Aristotelian Society, 57 mencioné anteriormente -vid. supra, notas 112 y 113 de esta parte II- y de los que
(1956-57) [ahora en J.L. Austin, Philosophical Papers (Oxford: Clarendon Press, 1961), no pretendo en absoluto ocuparme en profundidad.
y en V.C. Chapell (ed.), Ordinary Language (Englewood Cliffs, NJ: Prentice-Hall,
(219) Cfr. N. MacCormick, «The Obligation of Reparation», en Proceedings of the
1964); hay trad. cast. de J.R. Capella, «Alegato en pro de las excusas», en V.C. Cha-
Aristotelian Society, 77 (1977-78) 175-183 [ahora en MacCormick, Legal Right and So-
pell (ed.), El lenguaje común. Ensayos de filosofía analítica (Madrid: Tecnos, 1971),
cial Democracy. Essays in Legal and Política! Philosophy (Oxford: Clarendon Press,
pp. 57-81, por donde se cita], pp. 59-61; Hart, «Prolegomenon to the Principies of Pu-
1982), pp. 212-231, esp. pp. 219-220].
nishment», Proceedings of the Aristotelian Society 60 (1959-60) 1-26 [ahora en Punish-
ment and Responsibility (Oxford: Clarendon Press, 1968; reimp. revisada 1970, por don- (220) Vid. Phillip Montague, «Rights and Duties of Compensation», cit., quien, cri-
de se cita), pp. 13 y ss.; hay trad. cast. de J. Betegón, «<ntroducción a los principios de ticando a Joel Feinberg y Judith J. Thomson, sostiene lo siguiente: no es posible afir-
la pena», en J. Betegón y J. R. Páramo (eds.), Derecho y moral. Ensayos analíticos, mar a la vez que
cit., pp. 163-181]; Carrió, Sobre los límites del lenguaje normativo (Buenos Aires: As- 1) A tiene derecho a que B no haga X
trea, 1973), pp. 21-22 y 69-71; Nino, Introducción a la Filosofía de la Acción Humana, 2) B tiene en consecuencia el deber de abstenerse de hacer X
cit., pp. 112-117. Vid., no obstante, corno alegato en favor de la necesidad de replan- 3) pero en determinadas circunstancias B tiene una justificación para hacer X
tear con cuidado la distinción, Kent Greenawalt, «The Perplexing Borders of Justifica- 4) si bien en ese caso debe compensar a A por haber hecho X
tion and Excuse», Columbia Law Review, 84 (1984) 1897-1927. Según Montague esas cuatro proposiciones forman un conjunto inconsistente, porque

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

quier caso, es que el problema moral que subyace a la idea de com- ber prima facie -que parte de la distinción en una situación de con-
pensación es el de determinar -por decirlo en términos económicos- flicto entre un deber débil y otro fuerte-, la respuesta deSearle es el
sobre quién han de recaer los costes de ciertas acciones y que ello no producto de una confusión. Según nos dice, esa posibilidad es recha-
depende sólo de si se puede decir o no que quien las ejecutó violaba zable porque no hay realmente dos clases de deberes con distintos gra-
un deber al realizarlas (221). dos de fuerza, ya que un deber puede ser el más débil en una situa-
En cuanto a la segunda posibilidad de definición de la idea de de- ción de conflicto y el más fuerte en otra, de modo que todos los de-
beres serían en cierto sentido prima facie. Esa respuesta confunde dos
5) si se admite (3), el deber de B del que se habla en (2) resulta ser meramente planos: cuando hablamos de los deberes de realizar ciertos actos gené-
prima facie ricos es obvio que todos ellos son en cierto sentido prima facie, si lo
6) pero si el correlato del derecho de A es un deber prima facie, entonces el de- que queremos decir es que los juicios de deber relativos a actos gené-
recho del que se habla en (1) resulta ser igualmente prima facie (es decir, un ricos expresan que generalmente o las más de las veces -pero no siem-
derecho a que B no haga X salvo en determinadas circunstancias)
7) y entonces no se ve por qué habría B de compensar a A, tal y corno se afirma
pre- se tiene el deber final o concluyente de realizar los actos indivi-
en (4), cuando hace X justificadamente duales que pueden ser descritos como casos de ellos. Pero cuando ha-
Montague sostiene que para poder rechazar (7) -i. e., para sostener la existencia blamos de los deberes de realizar cierto acto individual y estimamos
del deber de compensación- no hay más caminos que negar (5), lo que nos conduciría que se produce un conflicto entre varios de ellos, si sostenemos -como
a la poco plausible conclusión de que puede ser permisible infringir deberes absolutos, hace Searle- que el hecho de que uno prevalezca no indica en abso-
o negar (6), poniendo en entredicho la correlatividad entre derechos y deberes, con la
consecuencia en ese caso de que puede ser permisible violar derechos absolutos: y nin- luto que los demás no sean deberes efectivos o genuinos ha de ser ne-
guna de esas posibilidades le parece aceptable. cesariamente porque poseen grados de fuerza distintos. Ross sólo con-
Creo que la salida del laberinto se hace visible tan pronto corno se abandona el dog- sigue esquivar esa conclusión (a la que le conducen de modo natural
ma de la correlatividad, es decir, cuando los derechos son entendidos corno la justifica- sus observaciones acerca de los «efectos residuales>> del genuino deber
ción de la imposición de deberes (o de la concesión de potestades, innunidades, etc.):
de ese modo habría que decir no que (1) «A tiene derecho a que B no haga X», sino
que queda superado o desbancado) al precio de confundir juicios de
más bien que (1') «A tiene derecho al aseguramiento de cierto bien, capacidad o situa- deber relativos a actos genéricos y juicios de deber relativos a actos
ción Z» y que ese derecho justifica la imposición tanto del deber de no hacer X (que individuales. De un deber de realizar un acto individual no puede de-
priva a A de Z) a no ser en determinadas circunstancias ~<C>>--, corno del deber de cirse con sentido que «prevalece en unos casos y no en otros», y ello
compensar cuando se ha hecho X concurriendo C. en virtud del significado mismo de «acto individual»: cuando hablamos
Los trabajos que critica Montague son J. Feinberg, «Voluntary Euthanasia and the
Inalienable Right to Life», en Philosophy and Public Affairs, 7 (1978) 93-123 [ahora en de aplicabilidad a «casos» de cierto deber estamos hablando necesaria-
Feinberg, Rights, Justice and the Bounds of Liberty (Princeton, NJ: Princeton Univer- mente de deberes de realizar actos genéricos.
sity Press, 1980), pp. 221-251]; y J.J. Thornson, «Rights and Cornpensation», en NoCts, En mi opinión el sentido que cabe atribuir a la expresión «deber
14 (1980), pp. 3-15. Montague fue respondido a su vez por N. Davis, «Rights, Permis- prima facie» resulta perfectamente claro cuando 1) se distingue con ni-
sion and Cornpensation», en Philosophy and Public Affairs, 14 (1985) 374-384, y P. Wes- tidez entre juicios de deber relativos a actos genéricos y juicios de de-
ten, «Cornment on Montague's "Rights and Duties of Compensation"», ibi., pp.
385-389, a los que replicó Montague, «Davis and Westen on Rights and Compensation», ber relativos a actos individuales; y 2) se cuenta con una idea precisa
ibi., pp. 390-396. de la estructura de la deliberación moral, que permite entender la re-
(221) Onora O'Neill sostiene que el deber de compensar no tiene por qué presupo- lación entre unos y otros y cómo, funcionando los primeros como «nor-
ner la previa violación de un deber en «Rights to Compensation», en E. Frankel Paul, mas probabilísticas», los juicios de deber relativos a un acto individual
F.D. Miller Jr., J. Paul y J. Ahrens (eds.),'Equal Opportunity (Oxford: Basil Black- con los que meramente se señala la aplicabilidad al caso de uno de
well, 1987), pp. 73-87, esp. p. 77. Sobre la idea de que el problema moral de fondo im-
plícito en la idea de compensación es el de determinar sobre quién han de recaer los
aquéllos constituyen evaluaciones parciales o incompletas de dicho acto
costes de ciertas acciones, por más que éstas sean perfectamente lícitas, vid. Richard individual (de manera que el «conflicto» entre esas evaluaciones in-
Epstein, «A Theory of Strict Liability», en Journal of Legal Studies, 2 (1973) 151-204, completas que se resuelve con la aceptación final de un único juicio
p. 157; y Stephen Cohen, «Justification for a Doctrine of Strict Liability», en Social de deber concluyente puede calificarse como aparente, sin que ello
Theory and Practice 8 (1982) 213-229, p. 220. obligue a negar la aparición de ciertos «efectos residuales» ni tampoco
400 401
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

-· Calificar como «deber prima facie» cierto acto individual es una for-
a interpretar que si éstos se producen tiene que haber habido un cho-
ma de ~ecir qu~ puede _ser d~scrito como caso de un acto genérico que
que entre deberes genuinos o efectivos). se ~o~s!dera pnma facze deb_1do (es decir, respecto del cual se acepta
.- Calificar como «deber prima facie» cierto acto genérico es una for~
un JUICIO de ~~ber que funciOna a modo de «norma probabilística»).
ma de decir que se suscribe un juicio de deber relativo al mismo con
Esa constatacwn es meramente uno de los pasos preliminares de la de-
el que se expresa la aceptación de una razón en virtud de la cual ge-
liberación moral, que, en el caso de los deberes con frecuencia relativa
neralmente o las más de las veces -pero no siempre, ya que no se le
d_e ~? conti~gencia, habrá de continuar en primer lugar con la apre-
acepta como razón absoluta- resultan finalmente debidos los actos in-
cmcwn de s1 concurre o no la razón conectada sólo típicamente con
dividuales que, entre otras descripciones posibles, pueden ser presen-
los actos de esa clase; y supuesto que efectivamente concurre -bien
tados como casos de dicho acto genérico. Con estos juicios de deber
porque sucede siempre (deberes genéricos con frecuencia absoluta de
se destaca la tipicidad o la reiteración para una clase de situaciones de
n.~ contingencia) o porque sucede en esta ocasión-, con la aprecia-
un esquema de prioridades relativas entre razones morales para ac-
cion para el caso concreto de sus relaciones de prioridad sobre las ra-
tuar, y esa tipicidad o reiteración es la que hace que funcionen como
zones de autonomía que pudiera invocar el agente y sobre el resto de
puntos de partida o unidades básicas de la deliberación moral (lo que
r~zones morales concurrentes. Las posibles razones concurrentes que
quiere decir que ésta arrancará nuevamente de ellos en ocasiones fu-
fl.~alme~te :e~ultan super~d.as explican los «efectos residuales» (sensa-
turas, aunque en un supuesto particular se estime finalmente -o «tras
cwn ps1~olog1ca ca~acte~1st1ca, deber de compensación) que pueden
la consideración de todos los factores relevantes»- que no se tiene el
a~?mpanar a estas situaciOnes de «conflicto» resoluble; pero la resolu-
deber de realizar un acto individual a pesar de que se le puede descri-
cion puede perfectamente no ~~nir acompañada de efecto residual de
bir como caso de un acto genérico que se reputa debido. Preguntarse
ninguna clase, ya que si uno de los juicios de deber prima facie en «con-
si se tiene o no el deber (prima facie) de realizar cierto acto genérico,
flicto» referidos al acto individual que se evalúa destaca la aplicabili-
es decir cierto conjunto de actos individuales en la medida en que sa-
dad al caso de un deber genérico con frecuencia relativa de no contin-
tisfacen una determinada descripción, equivale por tanto a preguntar-
gencia, es posible .~ue la apreciación de esa circunstancia venga segui-
se si se acepta o no una razón conectada típicamente -aunque no ne-
da de la constatacwn de que en ese supuesto particular no concurre en
cesariamente siempre, ya que la conexión puede ser empírica o causal
absoluto la razón típicamente conectada con los actos de esa clase.
(y por tanto contingente) y no por fuerza analítica o conceptual (y por
Creo que de esta forma quedan aclaradas las condiciones de uso
tanto necesaria)- con la sastisfacción de esa descripción y en virtud
del ~oncepto ~~e. «deber prima facie», superando las perplejidades que
de la cual generalmente ·resultan finalmente debidos los actos indivi-
suscita el anahs1s de Ross y sin tener que concluir, como hace Searle
duales de esa clase. Por consiguiente negar que se tiene un presunto
tras presentar los _argumentos anteriormente criticados, que una vez
deber prima facie de realizar cierto acto genérico no es negar que pue- que hemos entendido correctamente la idea de «tener una obligación»
de haber una razón moral para realizar cierto acto individual precisa- y la diferencia que media entre ella y la de «deber hacer tras la con-
mente por ser un caso de dicho acto genérico: es negar que esa razón s~de~ación de to~os los factores relevantes», podemos y d~bemos pres-
concurra efectivamente en un número suficiente de actos de esa clase cmdir de la noc1on de «deber prima facie» (223), que se le antoja ine-
o que determine que éstos resulten finalmente debidos en un número
suficiente de ocasiones (de manera que falta la tipicidad o reiteración (223) Cfr. Searle, «Prima Facie Obligations», cit., pp. 87-89. La idea central deSear-
necesaria para incluir al juicio de deber relativo al acto genérico corres- le (que la distinción entre «tener una obligación» y «deber hacer, una vez considerados
pondiente entre los puntos de partida habituales de la deliberación mo- todos los facto~es :elevantes» hace superflua la noción de deber prima facie, trasladan-
ral) (222). do a un lengua]~ liberado de osc~ridad el núcleo de buen sentido que pudiera haber en
ella) es sustanc!almente compartida por autores como Feinberg, «Supererogation and
Rules», e~ Ethzcs 71 (1961) 276-288, p. 279; Beran, «Üught, Obligation and Duty», en
(222) Estas observaciones habrán de tenerse presentes cuando se aborde más ade- A~tr~laszan Journ~~ of Philosophy 50 (1972) 207-221, pp. 214-215; o Simmons, Moral
lante la cuestión de si existe o no un deber moral (prima facie) de obedecer al derecho: Pnnczples and Polztzcal Obligations, cit., pp. 25-26.
vid. infra, apartado 8.4.3.
403
402
LA NOR1v1ATIVIDAD DEL DERECHO

vitablemente oscura (y ciertamente lo es en el modo en que él la ma- si. bien el término que utiliza con mayor frecuencia es «deber») (225),
neja). En la filosofía moral contemporánea ha llegado a ser un lugar m uno como el de Searle, que aun intentando resaltarlos no lo hace
común la idea de que «tener una obligación» y «deber hacer» no son de un modo aceptable por carecer de una visión adecuada del modo
nociones perfectamente equivalentes, por más que el grado de acu~r­ en que se construyen los razonamientos prácticos que toman en cuen-
do a la hora de precisar en qué difieren exactamente ~o sea demasia- ta la existencia de prácticas o instituciones sociales (226).
do alto (224). Parece, en cualquier caso, q?e hay do~ Ideas. en las que
se insiste con frecuencia a la hora de explicar esa difere~cia (~unque iii) Una vez aclarado el sentido del concepto de deber prima fa-
se trata en ambos casos de afirmaciones muy vagas que exigen sm duda cie podemos abordar la cuestión de si son admisibles o no los genuinos
una mayor elaboración posterior): que las obligaciones surgen, en re- dilemas morales, es decir, los conflictos entre varios juicios de deber
lación con prácticas sociales o instit~ciones y q?e poseen ,en algun sen- concluyentes o «tras la consideración de todos los factores relevantes»
tido cierta «fuerza normativa especial». Pero si ello es asi, el concepto referidos a un mismo acto individual. Consideremos para empezar la
de deber prima facie (en la forma en que ha quedado presentado). de- acusaciones de irracionalidad más comunes que se esgrimen en contra
sempeña un papel que no es perfectamente equi~alente al ~e la Idea de su admisión. Seguramente la más repetida consiste en afirmar que
de «tener una obligación», por lo que no cabe afirmar que esta capte
el núcleo de sentido que pudiera haber en aquél y 1? reemplace con (~25) En su catál.ogo de «deberes prima facie» (cfr. RG, p. 21) aparecen juntos exi-
gencia.s moral e~ surgidas a partir de prácticas institucionales (como las promesas) y de-
ventaja, convirtiéndolo en superfluo (tal y como segun parece Searle beres mdependientes de cualquier esquema institucional (como el de no dañar a otros
quiere hacernos creer). ,. . los de beneficencia o el de auto-perfeccionamiento). El hecho de no establecer diferen~
Para captar adecuadamente los perfiles ~speci~Icos de la .Idea de cías entre estos dos supuestos parece 'indicar que Ross no es consciente de la dificultad
«obligación» (o, al menos, de una de las posibles .I?terpre~ac10nes de que supone explicar de qué manera y con qué peso o fuerza normativa surgen razones
este término) es preciso disponer de una comprens10.~ precisa de la re- para la ac~ión a partir de prácticas institucionales. En algún pasaje Ross destaca la fuer-
za normativa especial de las obligaciones, como cuando afirma que, si no podemos ha-
lación entre prácticas sociales y razones para la acc10n c~n la q~e to~ cer arr;tbas cosas, hem?s de pagar nuestras deudas antes que entregar esa misma suma
davía no contamos. Pero, sea como fuere, no parecen satlsfacton?s m a algmen que la ~ec~slte y con el que no nos une ninguna relación especial (RG. pp. 22
un enfoque como el de Ross, que es ciego ante e~os ~asgos e~pecific?s y 30), pero en rungun momento aclara el por qué de esa prioridad. Tratándolas como
(de hecho habla indistintamente de deberes u oblzgacwnes przma facze, un caso más de deber moral se pierden de vista las dos cuestiones centrales conectadas·
co~ ~1 concepto de «Ob~ig~ciones»: la relación entre prácticas sociales y razones para la
accwn y su presunta pnondad o fuerza normativa especial.
(224) Cfr., por ejemplo, C.H. Whiteley, «Ün Duties», en Proceedings .of the Ar!s- (226) Para Searle es analíticamente verdadero que la realización de ciertos actos ins-
tit~c~onales proporcio.na razones para actuar: de hecho, suyo es un conocido argumento
totelian Society 53 (1952-53) 95-104; H.L.A. Hart, «Are there any r-:ratural Rights?», c~t.,
(?ntica~o .h~sta la s~ciedad y desde todos los ángulos posibles) según el cual podrían de-
y «Legal and Moral Obligation», cit.; J. Feinberg, «Supererogatwn and ~ule~», clt.;
nvarse JUICI?s genumamente nor.mativos a partir de preinisas puramente descriptivas
E.J. Lemmon, «Moral Dilemmas», cit.; R.B. Brandt, «The Concepts of Obhgatwn an?
(como.' p. eJ., q~e «S ha proi?etido que hará p»), con lo que no percibe que muchos
Duty», en Mind, 73 (1964) 374-393; J. Rawls, «Legal Obli?ation and the ~uty of Fau
enunci~dos relativos a obligaciOnes o deberes que a veces son tenidos por prescriptivos
Play», en S. Hook (ed.). Law and Philosophy. A Sympostum (New York .. N~w York
en realidad no lo son. Pero además es radicalmente impreciso en cuanto a la clase de
University Press, 1964) pp. 3-18; A.B. Crawford, «Ün t~e ~oncept of Obligatwn», en
razones que se supone que generan ciertas prácticas o instituciones sociales: nos cita
Ethics, 79 (1969) 316-319; J.K. Mish' Alani, «Duty, Ob~Igati?n and Ought», en Analy-
co~o diferentes .tip?s. de o?ligac.iones un~ serie absolutamente heterogénea en la que
sis, 30 (1969) 33-40; G.J. Warnock, The Object of Morallty, cit., cap. VII;~· .Ladd, «Le-
se mcluyen las «Jundicas, financieras, sociales, morales, paternas, etc.» («Prima Facie
gal and Moral Obligation», en J.R. Pennock y J.W. Chapman, (eds.) Pollncal and.Le-
Obligations», cit., p. 87), advirtiéndonos además que «entran en conflicto entre sí, así
gal Obligation, Nomos XII (New York: Atherton Press, 1970), pp. 3-35; .P:·Gewuth,
co~o .con ra~ones para actuar morales o de otros tipos» (ibídem); pero no nos aclara
«übligation: Political, Legal, Moral», en Pennock y C:hapman (eds.), Polltlcal and Le-
que diferencia hay desde su punto de vista entre una «obligación moral» y una razón
gal Obligation, Nomos XIII, cit., pp. 55-88; D.A.J. Richards, A The?ry of Reasons,tor
moral para act~ar, _q~é tipos. de raz_ones se supone .que proporcionan las «obligaciones
Action, cit., cap. II, 7; H. Beran, «Üught,.Obligat~on a~d Duty», czt.; Rolf Sartonus,
no ~orales», m que diferencia habna entre el conflicto que se produce entre una «obli-
Individual Conduct and Social Norms (Enema, Cahf.: Dickenson, 19?5), .~ap. 5. Sobre
gación moral» y una obligación de otro tipo -jurídica, social, ...-, y el que se produce
los diferentes sentidos posibles de la distinción entre «tener una obhgaclün» Y «deber
entre éstas y «una razón moral para actuar».
hacer», vid. infra, apartado 7.5.
405
404
LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

. . , d enerado por un sistema moral in- no tienen por qué coincidir con las del mundo posible en el que todas
un a~téntlco dilema s~lo pue eo::~ fnconsistente, sea cual sea su con- las exigencias normativas del sistema pueden ser satisfechas. La con-
conszstente y que un s~ste~a!do ser racional. La validez de esta acu- sistencia (en el sentido definido) es condición necesaria pero no sufi-
tenido, no puede de n~ngund de lo que se entienda exactamente por ciente para que un sistema no genere conflictos normativos. Con otras
sación, no obstante, epen e . , va referida a un sistema normativo. palabras: si lo que exige la racionalidad es que un sistema normativo
«consistencia» cuando ~sta no~~~s o niveles diferentes en los que pue- sea «consistente» meramente en el sentido que se acaba de describir,
Me parece que hay.vanos sen ivo es «consistente»: y lo que no está entonces, la admisión de la posibilidad de genuinos conflictos de de-
de decirse ~ue un s,Iste)m: no~~~~ntidos o niveles han de quedar satis- beres no puede ser calificada automáticamente como irracional.
claro es cual (o cuales. e es 1 . tema en cuestión queda a salvo de la Podría alegarse, por supuesto, que la racionalidad exige de los sis-
fechas para poder .deci~ que e SIS temas normativos que sean consistentes en un sentido más fuerte. Pue-
acusación. de irracwna~Idad.l un sentido relativamente débil de la de postularse una noción de consistencia según la cual un sistema nor-
Exammemos en pnmer ugar . d ro osiciones se dice que mativo sólo sería consistente si la totalidad de las exigencias normati-
noción de «consistencia». De un conJunto e pd pderas a la vez (nótese vas que plantea puede ser satisfecha en cualquier mundo posible (e in-
. · 'ble que todas sean ver a
es consist~nte SI ~s posi . . es lógicamente posible que lo sean), es consistente si existe algún mundo posible en el que no pueden ser sa-
bie~: n~ SI todas o. so.~, s:: :~ la consecuencia lógica de suponer que tisfechas todas) (228). En este sentido mucho más fuerte la consisten-
decir' SI la contradiccio1 h' ba es blanca» y «la nieve es verde» for- cia es condición necesaria y suficiente para que un sistema normativo
todas son verdaderas. « a wr ha un mundo lógicamente po- no genere conflictos de deberes. Ahora bien, ¿realmente estamos dis-
roan un conjunto consistente, porq':le y 1 e ambas proposi- puestos a aceptar como «evidente» que la racionalidad exige que los
,· nte no existente) en e qu
sible (aunque e~pinca~e conjunto de reglas mutatis mutandis, se sistemas normativos sean consistentes en este sentido fuerte? Parece
dones son .verda eras. e un 'stente si existe' un mundo posible en que hay al menos dos tipos de consideraciones que llevan a pensar que
Podría decir entoncesdque es consdi . .
'bies es ecu si pue -
de lo'gi·camente- exis-
. esa exigencia resulta desmesurada.
el que todas son obe. eci ' . 1 ' u e la totalidad de exigencias La primera tiene que ver con la vieja distinción tomista entre un
tir un ~onjunto de ~ucunstaf~I~::a e;u~da ser satisfecha. Un conjun- conflicto (perplexitas) simpliciter y uno secundum quid. Un sistema mo-
normatlvas plantea as por ~ SIS . tente sería aquel cuyas exigencias ral permite la perplexitas simpliciter si es posible que alguien que, has-
to de r~glas formalmente mco~~:amente satisfechas en ningún mun- ta ese momento ha obedecido todas las reglas del sistema, se encuen-
normatlvas no pueden ser comp d rá con facilidad que un conjun- tre en una situación en la que no todas las exigencias que éste le plan-
do posible. Ahora bien, se compren. e d f 'do- uede generar con- tea pueden ser satisfechas a la vez; permite en cambio la perplexitas
t~ consistentet. de re(2g2Ia7s) -y:nq~~ ~:~t~fr~u;s;:~cias mundo existente
/e1 secundum quid si sólo puede llegarse a esa situación a resultas de la
flictos norma IVOS ,
D'l mas and Consistency», cit.'
(227) Cfr. Ruth Barcan Marcus, «Mor~1 1 emu a el en la lógica deóntica, manera en que los autores definen el concepto de «Universo de Casos» (pp. 34 y 54-57),
-129 Sobre la noción de «mundos posibl.es» y s. p p al . 186-190. a la que va referida la noción de incoherencia descrita, se comprende con facilidad que
PP· 128 · . · d 't Philosophical Mor S», ctt., PP·
vid. Jaakko Hintikk~, «Deontic L~g¡c an n:c~sita ser formalmente inconsistente (en el lo que determina la inconsistencia del sistema es la correlación con dos soluciones in-
La idea de que un sistema de reg a~ no d beres ha sido minuciosamente desarro- compatibles de un caso genérico, luego la consistencia del sistema no excluye por prin-
sentido definido) para. generar con~cto~:~heeLogic of Rules»' en Journal of Philoso- cipio la eventualidad de un conflicto de deberes a la hora de calificar normativamente
llada por ~.L. Hamblm, «~uandanes a 79-81. Alchourrón y Bulygin --en Normative un caso individual.
phical Logtc 1 (1972) 74-85, cfr. esp. P~· . , cast de los propios autores, por donde (228) Cfr. G .H. von Wright, «Normas de orden superior», cit., p. 460; según von
Systems (Wien: s?:inger VerlaJ, /9'7_1)dev~::~~i~ncias.jurídicas y sociales (Buenos ~es, Wright un corpus --es decir, un conjunto finito de normas que o bien son atemporales
se cita: Introduccwn ~ la me~o o ogw 1 uier sistema normativo que correlacwne o cuyas historias coinciden en el tiempo- es «satisfacible» [sobre este neologismo,
Astrea, 1974)- consideran m~ohertn~e a ~u~eqtal manera que la conjunción de esas so- vid. supra, nota 79 de esta parte II] si y sólo si «los estados de cosas que las normas del
al menos un caso con do~ o .~as s~ u~wne 101 añadiendo (p. 102) que todo sistema corpus declaran obligatorios pueden darse en todas las ocasiones de su historia», aña-
luciones sea una contradiCCI?n de??t¡ca (~. . )~cional»' pero si se tiene en cuenta la diendo que un corpus «no satisfacible» es irracional.
normativo incoherente podna calificarse e «rrr '
407
406
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

transgresión previa de alguna de las exigencias del sis~ema: !omás de trincad~ natur__al.eza de los asuntos humanos habría muy pocos sistemas
Aquino no admite que la moral pueda ~enerar una situac~on de p~r­ normativos m1mmamente complejos -si es que es posible concebir al-
plexitas simpliciter, pero no ve nada de mcongruente u ?bJetable (zn- guno- de los que verdaderamente se pudiera decir que son consisten-
conveniens) en aceptar que pueda dar lugar a P.erplex~tas secundu.m tes en sentido fuerte.
quid (229). A decir verdad parece muy poc~ realista la 1dea d~ ~n s~s­ .En conclusión: si se ~ntiende que inconsistencia equivale a irracio-
tema normativo que no puede generar conflictos de d~?eres n~ siqUie- nalidad no parece plausible aceptar una interpretación de «consisten-
ra en una situación creada a resultas de una transgresiOn previa: pero te» que convirtiera en irracional prácticamente a cualquier sistema nor-
eso es exactamente lo que exigiría la rigurosa noción «fuerte» de con- ~ativo. concebibl~--· Y si en consecuencia se relaja el requisito de la con-
sistencia (entendiendo lo en su sentido débil), entonces ha de afirmar-
sistencia que se expuso hace un momento. .
En segundo lugar, puede haber situaciones en las que el ~onfl1cto se que un genuino conflicto de deberes no pone de manifiesto necesa-
de deberes venga producido no por el choque entre. dos ~o mas) reglas rian:zente una inconsistenc~a en el seno del sistema normativo del que
del sistema sino por la incompatibilidad de las exigencias que en un denva. Reconocer la reahdad de los conflictos no nos arroja forzosa-
caso concr;to plantea una sola regla o principio (co~o en el s~puesto mente, al menos por esta vía, al abismo de la irracionalidad.
en que dos personas están en idéntico. peligro y las cucunstancias o la Tampoco está demasiado clara la validez de una segunda acusación
limitación de recursos sólo hacen posible salvar a una) (230). En ese bastante ~sual, aquélla según la cual la admisión de genuinos dilemas
morales viOla uno de los presupuestos básicos de la racionalidad del
sentido incluso un hipotético sistema normativo. que const~ra de una
discurso práctico, el principio «"debe" implica "puede"». El argumen-
única regla podría dar lugar a confl~ctos ..Pero s1 ello es a~1 pare~e de
to, en po~as pa!abras, sería elusiguiente: si se reconoce la posibilidad
nuevo que la noción fuerte de consistencia resulta d~masia.do exig~n­
de autent1cos dilemas morales nos encontramos con dos conclusiones
te: cuando se da por sentado intuitivamente que un sistema ~or~at1vo
incompatibles ac~rca de lo que debemos hacer, con dos exigencias que
«inconsistente» es eo ipso irracional parece que pensamos mas ~1en en no pu.eden ser satisfechas a la vez, de manera que la conjunción de am-
la irracionalidad que supondría aceptar dos principios o regla~ mcom- bas viOla el princi~io «"debe" implica "puede"» (231). Si no quere-
patibles (entendiendo por tales las qu~ ~o pue.den ser o.be~~c1das a la mos hacer un uso mcorrecto de «debe» este resultado es inaceptable
vez en ningún mundo posible). Pero s1 «1nc~ns1stente» s1g~If1ca mucho y alguna de las dos exigencias debe ser reformulada o abandonada.
más que eso -i. e., si se interpreta el térmmo en el sentid? fu~rte-, Una acusación de este tipo parece colocar en mala situación a quie-
nuestra confianza en admitir que la aceptación de cualquier sistema nes ~ostulan la posibilidad de deberes «finales» o «concluyentes» en
normativo no perfectamente consistente es irracional se debilita c~n­ conflicto, ya que no sería demasiado sensato responder a ella con el
siderablemente. Y además por una razón de peso: porque dada la m- abandono puro y simple del principio «"debe" implica "puede"» (232).

(229) Cfr. Summa Theologiae, P-IIae, q. 19, a. 6 ad 3;. I~a-I!:•, q. 62, a: 2 obj. 2; Y
(231) Cfr., p. ej., John Ladd, «Remarks on the Conflict of Obligations» enlournal
of Philosophy 55 (1958) 811-819, esp. pp. 817-818; y Terrance C. McCon~ell, «Moral
IIP,q. 64, a. 6 ad 3. Han llamado la atención sobre ~sta ~Istmcion von :Vnght, An Es~
D~e~~as a~? C~nsistency in Ethics» cit., pp. 155-157. Sobre el principio «"debe" im-
say in Deontic Logic and the General Theory of Actwn, cit., p. 81, ~· 1, Y Alan Dona
gan, «Consistency in Rationalist Moral System~», en Journal or ~hzlosophy, 81 (1984)
~lica puede ».' ~Id. Dagfinn F01lesdal y Risto Hilpinen, «Deontic Logic: An Introduc-
tlon», en R. Hllpmen (ed.).' Deontic Logic: lntroductory and Systematic Readings (Dor-
291-309 [ahora en Gowans, Moral Dilemmas, cit., pp. 271:290, pag. ~85]. ,
(230) Vid. R.B. Marcus, «Moral Dilemmas and Consistency», ~zt., p. 125. Podna d:echt/Boston!London: Reidel, 1971), pp. 1-35, p. 20; G.H. von Wright, «Deontic Lo-
gic and the Theory.of Conditions», en Hilpinen (ed.), Deontic Logic, cit., pp. 159-177,
alegarse que en un supuesto semejante no hay en absoluto un con~cto .de deberes, ya
que todo lo que deberíamos hacer es salvar a uno de los dos (es decrr, ~Iendo P «salvar p. 163; y Walter Smnott-Armstrong, «"Ought" Conversationally Implies "Can"» en
Philosophical Review, 93 (1984) 249-261. '
a A» y q «salvar a B» no sería el caso que «[Üp 1\ Oq] /\,-M [p 1\ q]», smo «Ü.[p v. q]»,
que no supone conflicto de ninguna clase). Volvere mas adelante so~re e~~a Id.ea. ~or (232) Que sin embargo es lo que hace John Lemmon, «Moral Dilemmas», cit.,
el momento sólo me interesa destacar que esa forma de plantea: la SituaciOn difu~na P: 150. Mclntyre n?s h~bl~ también de un sentido de "debe" -el del «protagonista trá-
la trascendencia en tanto que «elección trágica» -en el sentido . ~e G. Calabresi Y giCO>>- que pos~ena «sigmficado y fuerza diferentes de los del "debe" de los principios
Ph. Bobbitt, Tragic Choices (New York: Norton, 1978)- de la opc10n entre P Y q. morales entendidos al modo moderno», a tenor del cual no podría sostenerse que

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Ahora bien, se puede responder a esa crítica analizando con más de- principio en su forma débil. Así que si la admisión de dilemas morales
tenimiento qué es exactamente lo que este principio exige y en qué sen- nos hace incurrir en alguna forma de irracionalidad, ésta debe consis-
tido una concepción moral está o no en condiciones de satisfacerlo. tir en que vulneraría el principio en su forma fuerte.
En primer lugar, cuando hablamos de «deberes» podemos referirnos Todavía podríamos preguntarnos acerca del sentido exacto del
al deber de realizar cierto acto genérico o al deber de realizar cierto princip~o ~«"debe". implica "puede"» en su interpretación fuerte, ya
acto individual; si el principio «"debe" implica "puede"» rige para los que qmz.a sea posible entenderlo de un modo tal que quepa afirmar
primeros, será irracional postular la obligatoriedad de un acto genéri- que un sistema moral en el que son posibles los genuinos conflictos de
co que sea o bien lógicamente imposible, o bien empíricamente impo- deberes también lo satisface. Cuando en el momento t1 el agente tiene
sible en cualquier combinación imaginable de variables que pueda dar- el deber de hacer p y el deber de hacer q, y la realización -momento
se en el mundo, supuesta la constancia de las leyes físicas que lo ri- t2- de .uno cualq~iera .~e los dos -p. ej., p- elimina la posibilidad
gen (233); por el contrario, si el principio «"debe" implica "puede"» de realizar a contmuac10n el otro, podría sostenerse que para que el
rige para los segundos, será irracional postular la obligatoriedad de un principio «"debe" implica "puede"» quede satisfecho en su forma fuer-
acto individual que sea o bien lógicamente imposible, o bien empíri- te todo lo que hace falta es que p y q fueran posibles, cada uno de
camente imposible en la concreta combinación de variables que se da ellos, en ti; y si el principio se interpreta de esa forma, el sistema mo-
en el mundo en un momento t, aquel en que debería realizarse el acto ral en el que son posibles los dilemas es capaz de satisfacerlo (234).
individual en cuestión. Podemos llamar interpretación débil del prin- Normalmente suele darse por descontado que no es solamente eso
cipio «"debe" implica "puede"» a la que sostiene que rige para los de- lo que exige el principio «"debe" implica "puede"» en su sentido fuer-
beres de realizar actos genéricos, e interpretación fuerte a la que sos- te, y que por tanto la reinterpretación que se acaba de proponer debe
tiene que rige para los deberes de realizar actos individuales. Es fácil ser rechazada. Pero me parece que en el fondo esta réplica sólo se sos-
comprender que si el acto individual p es posible, entonces cualquier tie~e al precio de incurrir en una petición de principio. Veamos por
acto genérico P, Q, R ... del que p pueda ser descrito como caso es po- que .
sible: ello implica que la interpretación «fuerte» del principio presu- . Quien af~rma que un sistema moral en el que son posibles los ge-
pone la «débil», pero no a la inversa. Una forma de irracionalidad numos conflictos de deberes no está en condiciones de satisfacer el
máxima sería la de un sistema moral que no se atuviera al principio principio «"debe" implica "puede"» en su interpretación fuerte entien-
«"debe" implica "puede"» ni siquiera en su interpretación débil. Sin de ?ue lo que ésta verdaderamente exige es que p y q sean posibles
embargo es evidente que quien admite la posibilidad de auténticos di- con¡untamente en t1, esto es, que la realización de (p 1\ q) sea posible
lemas morales no tiene por qué incurrir en esta forma de irracionali- en t1. Nótese que afirmar que «realizar p es posible en t1» y «realizar
dad, es decir, su concepción moral puede satisfacer perfectamente el q_ es posible ~n t1 » no equivale a afirmar que «realizar (p 1\ q) es po-
Sible en t1»: SI es el caso que (p ~ -q), la producción del estado de co-
sas (p 1\ q) es imposible por definición. Ahora bien, ¿por qué habría
«"debe" implica "puede"»: cfr. Alasdair Mclntyre, After Virtue (Notre Dame, Ind.: No-
tre Dame University Press, 1981, 2• ed., 1984) [hay trad. cast. de Amelia Valcárcel, Tras
que aceptar que ésa -y no la que se expuso hace un momento- es
la virtud (Barcelona: Crítica, 1987), por donde se cita], p. 276. También Nagel ha sos- la interpretación correcta de lo que exige el principio «"debe" implica
tenido que en los casos de auténtico dilema moral -de «tragedia moral>>-- no es sos- "puede"» en su sentido fuerte? Algunos autores (235) que han consi-
tenible que «"debe" implica "puede"»: cfr. Th. Nagel, «War and Massacre», en Philo-
sophy and Public Affairs, 1 (1972) 123-144 [ahora en Nagel, Mortal Questions, cit.,
pp. 53-74]. Como se verá enseguida no creo que haga falta prescindir del principio en (234) .Este argu~ento est~ construido a partir de algunas ideas apuntadas por Ber-
cuestión, sino más bien reinterpretar qué es lo que exige y en qué sentido quedaría sa- nard Williams, «Ethical Consistency», cit., pp. 106-107; y por Ruth B. Marcus, «Moral
tisfecho. Dilemmas and Consistency», cit., p. 134.
(233) Sobre la diferencia y el solapamiento parcial entre posibilidad lógica y posi- (235) Cfr. T. McConnell, «Moral Dilemmas and Consistency in Ethics», cit.; E. Co-
bilidad física, véase Hans Reichenbach, Elements of Symbolic Logic (London: Macmi- nee, «Against moral Dilemmas», cit.; A. Donagan, «Consistency in Rationalist Moral
llan; New York: The Free Press, 1974; reimp. 1966), pp. 393-396. Systems», cit.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

derado que la respuesta a esa pregunta es evidente se apoyan en una principio «"debe" implica "puede"» excluye la posibilidad de auténti-
argumentación que descansa de forma implícita en la premisa de que cos conflictos de deberes. La demostración de que efectivamente es
un sistema moral racional puede ser formalizado adecuadamente me- así resulta bastante sencilla (237). Pero -dejando ahora aparte las di-
diante un sistema standard de lógica deóntica (236), que incluye el prin- fic~lt~des de tipo general que afectan a la construcción de una lógica
cipio de conjunción deontlca, que se trataron en otro lugar (238)- justamente lo que está
negando quien admite la posibilidad de genuinos dilemas morales es
(PConj) (Op ~ Oq) := O (p ~ q) que sólo pueda decirse que un sistema moral es «racional» si es for-
malizable mediante el sistema standard, ya que la admisión de un di-
Ciertamente el juego conjunto del principio de conjunción y el lema moral implica rechazar el principio de consistencia

(PCons) Op --7 -0-p


(236) El significado de la expresión «sistema standard de lógica deóntica» ya ha sido
explicado anteriormente (vid. supra, nota 113 de esta parte II). Destacando sólo el as-
pecto que aquí nos interesa, el «sistema standard» contiene el principio de consistencia y por consiguiente también el principio de conjunción, ya que éste no
(1) Op ---7 -0-p es sino un teorema deducible a partir de axiomas entre los que se en-
y el principio de conjunción cuentra el de la interdefinibilidad de operadores, que precisamente es
(2) (Op L. Oq) :::: O (p L. q) cuestionable si se rechaza el principio de consistencia (239). En resu-
Von Wright -«On the Logic of Norms and Actions», cit., [1981], p. 103- ha cri-
ticado en términos generales la fecundidad del sistema standard: no es éste el lugar ade- men: para admitir que un sistema moral en el que son posibles los di-
cuado para examinar a fondo el problema, pero en cualquier caso lo que está claro es lemas no está en condiciones de satisfacer las exigencias del principio
que antes de determinar si el sistema standard es o no aceptable tenemos que saber qué «"debe" implica "puede"» hay que dar por supuesto precisamente lo
es lo que formaliza un cálculo que pueda ser calificado como tal, es decir, necesitamos que ~esde el comienzo niega quien admite la posibilidad de genuinos
hacer explícito un modelo semántico para ese cálculo; porque obviamente, como ha se-
ñalado Bruce Vermazen, parece que dependiendo de cómo interpretemos el operador
conflictos de deberes. Por eso apunté anteriormente que esta objeción
«0» el sistema standard será aceptable en unos casos y no en otros (Cfr. B. Vermazen, desemboca en una petición de principio: no sirve de mucho acusar a
...«On the Logic of Practica! "Ought" -Sentences», en Philosophical Studies, 32 (1977) 1-17, quien adopta un punto de partida distinto de llegar a resultados in-
p. 1). . .
Hoy está bastante extendida la idea de que el sistema standard es aceptable SI las
fórmulas que contienen el operador «0» se interpretan como enunciados relativos a un (237) Quien admite la posibilidad de genuinos conflictos de deberes sostiene que es
«deber final» o deber tras la consideración de todos los factores relevantes [«all things consistente afirmar
considered»], pero no si se interpretan como enunciados relativos a «obligaciones»: cfr., 1) Op
p. ej., Searle, «Prima Facie Obligations», cit., p. 89; H.-N. Castañeda,Thinking and 2) Oq
Doing, cit., pp. 195-201; R. Chisholm, «Practica! Reason and the Logic of Require- y 3) -M (p L. q)
ment», cit., pp. 13-16; Judith Wagner Decew, «Conditional Obligation and Counterfac- Pero si se acepta la validez de
tuals», cit., p. 70 nota 4; R. Hilpinen, «Normative Conflicts and Legal Reasoning», en
E. Bulygin et al. (eds.) Man, Law and Modern Forms of Lije (Proceedings of the 11th.
P1) ( Op L. Oq) = O (p L. q) [principio de conjunción]
y P2) Op ---7 Mp [principio «"debe" implica "puede"»]
World Congress on Philosophy of Law and Social Philosophy, Helsinki, 1983) (Dor- entonces de (1), (2) y (Pl) se sigue
drecht/Boston/Lancaster: Reidel, 1985), pp. 191-208, p. 196. 4) o (p L. q)
Dejando aparte los problemas referentes al concepto de «obligación» -y, en rela- y de (4) y (P2) se sigue
ción con ellos, la cuestión de si el cálculo deóntico correspondiente ha de ser interpre- 5) M (p L. q)
tado descriptiva o prescriptivamente (vid. supra, nota 12 de esta parte II)-, que se abor- resultando evidente que (5) es contradictorio con (3).
darán más tarde, nótese que precisamente lo que discuten quienes admiten la posibili- (238) Cfr. apartado 6.
dad de genuinos dilemas morales es que el sistema standard formalice correctamente un
sistema moral incluso si el operador «0» se interpreta como «deber final», ya que para
y
. . (239) éase ~n~ ?~mostración de «( Op L. Oq) ---7 O (p L. q)» a partir de los prin-
Cipios de mterdefimbilidad de operadores, de distribución de la permisión y leyes de De
ellos ni siquiera este deber final tiene por qué satisfacer el principio de consistencia (1): Morg~n en D.T. Echave, M.E. Urquijo y R.A. Guibourg, Lógica, Proposición y Nor-
cfr., p. ej., Bas van Fraasen, «Values and the Heart's Command», cit. ma, cit., pp. 139-140.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

compatibles con el punto de partida propio; lo que debe demostrarse sar que un sistema moral pueda descartar por principio los dilemas mo-
es la superioridad de éste. rales.
La moderna lógica deóntica arrancó de una presunta analogía en- El argumento al que se acude con mayor frecuencia cuando se sos-
tre las modalidades aléticas de necesidad, imposibilidad y posibilidad tiene que el rechazo de la posibilidad de genuinos dilemas morales es
y las modalidades deónticas de obligación, prohibición y permiso, lo escasamente realista (y que, con algunas diferencias de matiz, ha sido
que llevó a dar por sentado que las leyes de distribución que rigen las emplead? por Isaiah Berlin, Thomas Nagel y otros muchos) (244) es
modalidades aléticas eran extensibles a las modalidades deónticas y el que afirma que para descartar la posibilidad de auténticos conflictos
por consiguiente a la aceptación como correcto del sistema stan- de deberes habría de darse por supuesto que todo lo valioso es esen-
dard (240). El rendimiento de ese tipo de enfoque ha sido puesto en cialmente homogéneo, en el sentido de que todo podría traducirse o
cuestión en los últimos tiempos por razones ciertamente ajenas al pro- reconducirse a una única fuente de valor: y que sólo entonces, expre-
blema de los dilemas morales (241): pero el presunto paralelismo en- sados todos los valores en términos de una suerte de «supervalor» del
tre modalidades aléticas y deónticas deja sentir aún sus efectos, y de que no serían sino manifestaciones particulares, sería posible ordenar-
la idea de que «obligatorio» es un correlato de «necesario» (propia de los en una escala que permitiera su conmensurabilidad y por consi-
quien -kantianamente- concibe la moralidad como la suma de las guiente la fijación de prioridades relativas que convertiría en aparente
exigencias que la razón práctica impone incondicionalmente a la ac- cualquier presunto conflicto. Lo que se alega, por supuesto, es que esa
ción humana) surge la convicción de que hay algo «ilógico» -i. e., irra- homogeneidad es irreal, que ninguna teoría moral monista (i. e., que
cional- en la admisión de los genuinos conflictos de deberes (242). conste de un único superprincipio) reproduce adecuadamente la com-
Pero justamente es el valor de esa convicción lo que está sobre el ta- plejidad de nuestras ideas morales. Que existe por el contrario una plu-
pete. El «sistema standard» no es neutral acerca de cuestiones básicas ralidad irreductible de valores que en modo alguno puede quedar sub-
de teoría moral; y parece que lo que necesitamos es resolver primero sumida bajo un único superprincipio, que algunos de ellos son incon-
la cuestión de qué características ha de tener (o no tener) un sistema mensurables y que en consecuencia ha de admitirse con franqueza que
moral para poder ser llamado «racional», para poder decir después qué muy posiblemente no todo lo valioso puede realizarse a la vez (lo que
clase de sistemas de lógica deóntica formalizarían adecuada o inade- es tanto como decir que en ocasiones nos enfrentaremos con genuinos
cuadamente los sistemas morales «racionales» (243). La conclusión de dilemas morales). ·
todo ello es que no se ha probado -sin petición de principio- que Este argumento -al que me referiré en lo sucesivo como «argu-
resulte indefendible una cierta interpretación del principio «"debe" im- mento del pluralismo»- contiene no obstante una premisa no dema-
plica "puede"» que sí estaría en condiciones de satisfacer un sistema
siado clara. Para sacar a la luz el problema al que me refiero me ser-
moral en el que son posibles los genuinos conflictos de deberes.
viré de algunos recursos técnicos relativamente corrientes que tienen
En suma, ninguno de los dos argumentos analizados demuestra
que ver con la estructura de una ordenación de preferencias y que in-
concluyentemente que la admisión de la posibilidad de genuinos dile- troduzco a continuación.
mas morales deba ser considerada como una muestra de irracionali-
dad del sistema moral que los genera. Creo que merece la pena, por Supongamos que «X R y» representa una relación binaria entre x
consiguiente, invertir la carga de la prueba y pasar a considerar losar- e y, que son elementos de un conjunto C. Podemos definir a continua-
gumentos alegados por quienes estiman que es muy poco realista pen-
(244) Cfr. Isaiah Berlin, «Two Concepts of Liberty» [1958], ahora en Four Essays
(240) Cfr. el trabajo pionero de von Wright «Deontic Logic», cit. [1951]. on L_iberty_ (Oxford: Oxford University Press, 1969) [hay trad. cast. de Julio Bayón, en
(241) Cfr. von Wright, «Ün the Logic of Norms and Actions», cit. [1981], p. 103. Berlin, Lzbertad y Necesidad en la Historia (Madrid: Revista de Occidente, 1974)];
(242) Cfr. Christopher W. Gowans, «Introduction: The Debate on Moral Dilemas», Th. Nagel, «The Fragmentation of Value», cit.; B. Williams, «Conflict of Values», cit.;
en Gowans (ed.), Moral Dilemas, cit., pp. 3-33, pp. 23-24. Ch. Ta~lor, «The Diversity of Goods», cit.; L. Kolakowski, «Etica sin Código», cit.;
(243) Cfr. Geoffrey Sayre-McCord, «Deontic Logic and the Priority of Moral D. Dav1d~on, «How Is.Weakness.of the Will Possible?», cit., pp. 105-106; S. Hampshi-
Theory», en Nous, 20 (1986) 179-197. re, Moralzty and Confüct (Cambndge, Mass.: Harvard University Press, 1983).

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ción algunas propiedades que una relación binaria puede o no satisfa- segundo caso ~orque ~firmar que poseen el mismo valor ya implica
cer: aquello que la Idea de mconmensurabilidad niega: la existencia de una
escala común para cuantificar sus respectivos «pesos» o grados de im-
(1) Reflexividad: V x E C: x R x portancia. La diferencia entre inconmensurabilidad e igualdad de va-
(2) Completitud: V x, y E C: (x =1= y) ~ (x R y V y R x) lor puede apreciarse con claridad si se observa -como ha hecho Raz-
(3) Transitividad: V x, y, z E C: (x R y 1\ y R z) ~ x R z que sólo ~~ando existe igualdad de valor (pero no cuando hay incon-
(4) Antisimetría: V x, y E C: (x R y 1\ y R x) ~ x = y me~surabzlzdad) se dan relaciones de transitividad (248): si x e y son
(5) Asimetría: V x, y E C: x R y~ -(y R x) (245) de Igual valor y z es de mayor valor que x, necesariamente es de ma-
yor valor que yJ· pero si x e y son inconmensurables existe la posibili-
A la ordenación de los elementos de C generada por una relación dad ?e que z sea de mayor valor que x y de menor valor que y sin que
reflexiva, completa, transitiva y antisimétrica podemos denominarla ello Implique que y es más valioso que x.
«ordenación fuerte» u «ordenación lineal»; a la generada por una rela- . Creo que puede percibirse con facilidad que una concepción del
ción reflexiva, completa y transitiva, «ordenación débil»; y a la gene- b1en como la del utilitarismo clásico tiene la estructura de una orde-
rada por una relación reflexiva y transitiva, «ordenación parcial» o nación débil. Si «X es al menos tan valioso como y» significa «X pro-
duce al menos tanta utilidad como y» parece claro que estamos ante
«cuasi-ordenación» (246).
Digamos ahora que la relación de la que hablamos es «!.es al me- una relación reflexiva, completa y transitiva, aunque no antisimétrica
nos tan valioso como y», siendo x e y variables para cursos de conduc- (ni asimétrica). Y generalmente se da por supuesto que eso es todo lo
ta o estados de cosas. De lo que se trata es de saber qué propiedades que hace falta para que quede ..excluida la posibilidad de genuinos di-
satisface esa relación y por consiguiente qué tipo de ordenación (sobre lemas morales: la completitud y la transitividad implican la inexisten-
cursos de conducta o estados de cosas alternativos) puede representar cia de razones para la acción inconmensurables; y aunque la falta de
antisimetría y de asimetría quiere decir que caben «empates» entre los
la concepción del bien de un individuo racional. Nótese que si se ad-
respectivos niveles de utilidad de dos diferentes estados de cosas se
mite que pueden existir valores o bienes inconmensurables la relación
suele pensar que esa situación de igualdad de valor no genera de ~in­
«X es al menos tan valioso como y» no puede ser completa ni transiti-
gún modo un conflicto de deberes, sino que simplemente existiría el
va. Decir que x e y son inconmensurables es decir que su valor res- deber de producir uno cualquiera de los dos (249).
pectivo no puede ser comparado, porque no existe una escala única en
términos de la cual expresar el valor de uno y otro. Obsérvese que una
términos.: «A y B son inconm~nsurables cuando no es cierto ni que una sea mejor que
cosa es decir que su valor respectivo no puede ser comparado y otra la otra m que.ambas se~n de Igual valor» (The Morality of Freedom, cit., p. 322).
bien distinta afirmar que poseen el mismo valor. Hay inconmensura- . (2~8) Ap~Icando 1~ ~dea de. que la falta de transitividad es la característica que per-
bilidad en el primer caso, no en el segundo (247). Y no la hay en el mite d~fe~enciar c~n. n.I~Idez la mco_nme~surabilidad de la igualdad de valor, Raz propo-
ne la SI~mente d~flmcwn como refm~mien~o de la anteriormente expuesta: «Dos opcio-
nes vahosas _son mconmensura.~les SI (1) mn~una de las dos es mejor que la otra, y (2)
(245) Sigo la exposición de Amartya K. Sen en Elección Colectiva y Bienestar So-
hay (o podna haber) otra opc10n que es meJOr que una de ellas pero no es mejor que
cial, cit., cap. 1*. Nótese que la asimetría implica antisimetría, pero no a la inversa:
la otra» (The Morality of Freedom, cit., p. 325).
Cfr. Sen, op. cit., p. 24, nota 2. Hay por supuesto otras propiedades que una relación
. . \249) Gener~lmente se suele estar de acuerdo en que el utilitarismo excluye la po-
puede o no satisfacer y que no son relevantes en este contexto.
Sibil~dad ?e. conflictos morales, aunque para unos eso constituye uno de sus méritos (cfr.,
(246) En la literatura especializada -ya se trate de textos de economía o de lógica
p. eJ., Wllham K. .Franke~a; Etlúcs (Englewood Cliffs: Prentice Hall, 1963; 2 ed. 1973),
matématica- no se maneja una terminología uniforme para designar estos diferentes
p. 34; Rolf Sartonus, Indlvldual Conduct and Social Norms, cit., pp. 10-11), mientras
tipos de ordenaciones. La que utilizo está tomada en lo fundamental de J. Griffin, Well-
que para otros rep:e~enta uno de los principales cargos a los que debe hacer frente (cfr.,
Being, cit., p. 337, nota 15, que si no me equivoco se aproxima más al uso predomi- p. eJ., Bernard Wllhams, Morality: An lntroduction to Ethics (Cambridge: Cambridge
nante que la empleada por Sen en Elección colectiva y Bienestar Social. University Press, 1972), p. 99).
(247) Raz define la inconmensurabilidad entre razones para actuar en los siguientes , Terranc~ McConnell, P?: el. contr~rio, ha desa~iado recientemente esa opinión co-
mun, sostemendo que el utlhtansmo solo puede evitar la existencia de conflictos mora-

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Ahora bien -y esto nos aproxima por fin al punto sobre el que maximizada. Cuando una concepción del bien es monista, es decir,
quiero llamar la atención en relación con la solidez del «argumento del cuando atribuye valor intrínseco a un solo factor, y cuando ese factor
pruralismo>>-, lo que en el caso del utilitarismo hace posible la es- se da en un cierto grado en todos los objetos de evaluación, no hay
tructuración como ordenación débil es la reducción de todo lo valioso sitio para casos de inconmensurabilidad aunque sí para casos de igual-
a una única magnitud pretendidamente homogénea (250) y con conte- dad de valor (esto es, la ordenación resultante posee las características
nido descriptivo independiente (251) -la utilidad- que ha de ser de completitud y transitividad, aunque no las de antisimetría ni asime-
tría). Que el monismo u homogeneidad valorativa es lo que hace po-
les a costa de incunir en serios problemas internos. Su argumentación se basa en la idea sible la resolución de los conflictos resulta transparente, por ejemplo,
de que si dos cursos de acción alternativos producen exactamente el mismo grado de
en aquel pasaje de Mili en que el principio de utilidad se nos presenta
utilidad no hay razón ninguna para afirmar que a la luz del principio de utilidad (PU)
es moralmente indiferente realizar uno u otro; lo que sucede, por el contrario, es que el como el «árbitro común» [the common umpire] que en su calidad de
PU califica como debidos ambos, es decir, genera un auténtico dilema moral (puesto «fuente última» [ultimate source] de todo deber moral puede ser invo-
que se trata de cursos de acción incompatibles). cado para decidir entre las pretensiones incompatibles que en algunos
En apoyo de esa idea alega lo siguiente: si se sostiene que el PU obliga meramente casos pueden surgir de dos o más de las reglas que manejamos en nues-
a realizar una de los dos acciones (es decir, no califica como debido el acto A ni el acto
B, sino el «acto disyuntivo» [A V B]), entonces habrá que aceptar, habida cuenta del
tra deliberación moral ordinaria (252). Ahora bien, una cosa es admi-
significado de «debido» para un utilitarista, dos conclusiones poco o nada plausibles: tir que la reducción de todo lo valioso a una única magnitud homogé-
que el acto (A V B) es una alternativa al acto A y al acto B; y que el acto (A V B), nea con contenido descriptivo independiente («monismo valorativo»)
produce una mayor utilidad que el acto A o el acto B. Se produciría, en definitiva, el es condición suficiente para que una concepción del bien quede estruc-
mismo tipo de paradoja que, con otro propósito -demostrar que el utilitarismo de ac- turada como ordenación débil, y otra muy distinta pretender además
tos es formalmente incoherente-, denunció hace ya tiempo Castañeda: cfr. Terrance
McConnell, «Utilitarianism and Conflict Resolution», en Logique et Analyse, 24 que se trata de una condición necesaria. Aquí radica el punto débil-o
(1981) 245-257; Héctor-Neri Castañeda, «A Problem for Utilitarianism», en Analysis 28 si se quiere, la confusión- del argumento del pluralismo. Creo que
(1968) 141-142. conviene detenerse un momento en esta idea.
En realidad creo que es fácil contestar a McConnell en la misma forma en que Lars Si una concepción del bien requiere la maximización simultánea de
Bergstrom replicó a Catañeda. La paradoja de Castañeda partía de suponer que para
un utilitarista un acto es debido si y sólo si produce una utilidad mayor que la que pro-
varias magnitudes distintas ciertamente es fácil que se generen prefe-
duciría cualquier acto alternativo; podría decirse, por el contrario, que para un utilita- rencias cíclicas (es decir, situaciones del tipo
rista sólo es permisible realizar actos correctos y que un acto es correcto si y sólo si pro- [a > b 1\ b > e 1\ e > a} en las que no hay transitividad) y por con-
duce al menos tanta utilidad como cualquier acto alternativo: vid. Lars Bergstrom, «Uti- siguiente situaciones de dilema moral (253). Pero que sea fácil no sig-
litarianism and Deontic Logic», en Analysis, 29 (1968) 43-44. Pero a pesar de todo creo
que el argumento de McConnell tiene la virtud de obligarnos a reflexionar acerca de si
verdaderamente no existe ningún problema de conflictos de deberes a partir de una si- hay siempre por definición una magnitud homogénea a la que podría reducirse todo lo
tuación de igualdad de valor. Volveré más adelante sobre esta cuestión. valioso, que precisamente no sería otra que la idea misma de «moralmente bueno» o
(250) Obsérvese que dentro de la tradición utilitarista la idea de «utilidad» ha sido «moralmente valioso», con lo que la oposición monismo-pluralismo resultaría carente
interpretada de muy diversos modos: como un cierto estado mental--<<placer>>--, como de sentido: pero la diferencia real radica en que esos predicados no poseen contenido
satisfacción de preferencias, como maximización de una serie de «bienes objetivos» ... descriptivo independiente respecto a los factores a cuya concurrencia se atribuye valor
Pero creo que sólo entendiendo la utilidad como un cierto estado mental (tal y como (es decir, no puede explicarse qué cosas son «buenas o valiosas» sino volviendo a repe-
sucede en sus versiones más clásicas) puede afirmarse que el utilitarismo reduce todo lo tir que lo son aquellas en las que concurren esos factores). Por el contrario la idea de
valioso a una única magnitud homogénea: de lo contrario la «utilidad» deja de ser una utilidad -siempre que no sea entendida en el sentido puramente formal sobre el que
suerte de supervalor sustantivo al que sería reconducible todo lo valioso, convirtiéndose se llama la atención en la nota anterior- sí posee contenido descriptivo independiente
en una mera noción formal que no consiste sino en la maximización de una pluralidad y ello es lo que marca la diferencia entre monismo y pluralismo valorativos.
de bienes heterogéneos (en cuyo caso no queda en absoluto asegurada su capacidad de (252) J.S. Mili, Utilitarianism, cap. II, § 25.
evitar la existencia de conflictos de deberes). Vid. J. Griffin, Well-Being, cit., pp. 31-34; (253) Este tipo de problemas pueden surgir cuando alguno de los principios en jue-
y Amartya K. Sen, «Plural Utility», en Proceedings of the Aristotelian Society, 81 go produzca sólo ordenaciones parciales: Mackie ha demostrado concluyentemente que
(1980-81) 193-215. se pueden generar preferencias cíclicas siempre que se combinen dos principios lócrica-
0
(251) Podría pensarse que incluso en cualquier concepción pluralista de lo bueno mente independientes y a) uno de ellos produzca sólo una ordenación parcial y se le atri-

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

nifica en absoluto que sea inevitable. En el caso del u~i~litarismo es el que se acepta. Pero -continuaría la réplica- todo ello no resultaría
monismo valorativo lo que hace posible su estructuracwn como orde- particularmente relevante si, como supone cualquier moral deontoló-
nación débil, pero ello no implica que sólo pueda alcanzarse. ~ste re- gica, lo que se debe hacer no es una función de lo bueno. En ese caso
sultado manejando una concepción monista. La conmensurabilidad no la cuestión de si cabe hablar o no y en qué sentido de conflictos de
exige el monismo (254): para conseg~irla basta con que los elementos deberes sería independiente de la de si hay o no bienes o valores in-
que se ordenan estén dispuestos de cierto modo ~. lo largo. de. una es- conmensurables. En línea de principio esta observación es irreprocha-
cala, pero para disponer de una escala basta ~on fiJar cuantitativamen- ble: pero a fin de cuentas creo que por este nuevo camino vamos a aca-
te medidas de mayor y menor valor, no hacwndo falta en ~b.soluto la bar desembocando en un punto sustancialmente similar al que he que-
reducción a un único supervalor sustantivo. Al menos teoncamente rido destacar tras recorrer el anterior.
una concepción pluralista del bien podría constituir ~na ord~nación dé- Una moral deontológica tiene en principio una estructura del tipo
bil si sus distintos elementos están perfectamente JerarquiZados. Esa que Nozick denomina «deductiva» (256): en ella los juicios como
exigencia de perfecta jerarquización seguramente .es artificiosa Y difí-
cilmente alcanzable en la realidad: pero en cualqmer caso no ~epe~d.e 1) el acto pes moralmente obligatorio
necesariamente de la aceptación de la idea -seguramente mas artifi-
ciosa aún- de que todo lo valioso es esencialmente ~?mogéneo. Creo se justifican a partir de una premisa de naturaleza descriptiva
que todo ello sirve para sopesar, a modo de co~clus10n, tanto la fu~r­
za como la debilidad del «argumento del pluralismo»: su fuerza reside 2) el acto p posee las características ell e 2 , ... , en
en subrayar hasta qué punto es poco realista exigi~ (como requisito de
la racionalidad en sentido formal) que las concepciOnes del bien se ar- en conjunción con el juicio moral
ticulen como ordenaciones débiles y que por consiguiente excluyan la
inconmensurabilidad (y con ella la posibilidad de dilemas~ morales); su 3) todo acto con las características e 1 , e 2 , ... , en es moralmente obli-
debilidad, en creer que para alcanzar ese resultado habna que presu- gatorio.
poner la homogeneidad de todo lo valioso. .
Podría pensarse, ya en otro orden de cosas, 9ue silo q~e realme~­ La premisa moral (3) se justificaría a partir de otra más general
te nos interesa es determinar si son o no concebibles genumos conflic-
tos de deberes todas la consideraciones precedentes nos llevan por un 4) todo acto con las características Dll D 2 , ... , Dn es moralmente obli-
camino equivocado. Porque -cabría objetar (255)- en lo q_t:e se a~a: gatorio
ba de decir se está presuponiendo que lo debido es una funcwn ~ q~Iza
no necesariamente maximizadora) de lo bueno: y por eso se admite Im- en conjunción con la premisa fáctica.
plícitamente que la posibilidad de un genuino conflicto. ?e deberes de-
pende de la forma en que esté estructurada la concepcwn de lo bueno 5) todo acto con las características e 1 , e 2 , ... , en posee además las ca-
racterísticas D 11 D 2 , ... , Dll'
buya prioridad lexicográfica sobre el otro, o b) al me~os u?~ de ell~s produzca sólo una
ordenación parcial y no se atribuya prioridad lex1cograflca a mnguno de los dos. La premisa del tipo (4) puede justificarse a su vez a partir de otra
Cfr. John L. Mackie, «The Combination of Partially-Ordered Preferences» [1980], pu- más general aún en conjunción con una nueva premisa fáctica y así su-
blicado póstumamente en J.L. Mackie, Persons and Values. Selected Papers, vol. II (Ox-
cesivamente hasta llegar a algún principio último de naturaleza funda-
ford: Clarendon Press, 1985), pp. 249-253. . . . . .
(254) Esta idea es destacada con claridad por J. Gnffin, Well-B~mg, cit., PP· 89-91, mental. En la medida en que ese principio último justifica cualquier
y por Amartya K. Sen, On Ethics and Economics (Oxford: Basil. Blac~well, 1987), regla moral más específica formulable dentro del sistema puede decir-
pp 62-63 [hay trad. cast. de A. Conde, Sobre ética y economía (Madnd: Alianza, 1989)].
· (255) Como hace de hecho Bas van Fraassen, «Values and the Heart's Command»,
cit.' pp. 138-140. (256) Cfr. Robert Nozick, Philosophical Explanations, cit., pp. 475-478.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

se que éste consta en el fondo de un único principio. Si no me equi- Ahora bien, la insistencia en que es el monismo de principios lo
voco ésto es lo que sucede, por ejemplo, con el «principio de consis- que excluye la posibilidad de conflictos no debe conducirnos al error
tencia genérica» dentro de la teoría moral formulada recientemente de pensar que entonces éstos son inevitables en todo sistema que cons-
por Alan Gewirth (257), quien sostiene que es precisamente la exis- te de varios principios últimos. De hecho una pluralidad de principios
tencia de un principio único lo que hace imposible los genuinos con- entre los que se dé un determinado tipo de relación puede ser trivial-
flictos de deberes (258). mente reconvertida en un principio único complejo, ya que, como nos
recuerda von Kutschera, toda teoría axiomatizable con un número fi-
(257) Cfr. Reason and Morality, cit., p. 272. nito de axiomas Ab A 2 , ... , An, puede ser formulada también con un
(258) Op. cit., p. 11. También en la moral kantiana es la existencia de un principio sólo axioma, la conjunción (A 1 1\ A 2 1\ ... 1\ An) (259). Lo decisi-
único fundamental-el imperativo categórico--lo que excluye la posibilidad de los con- vo, por consiguiente, no es que el sistema conste de uno o varios prin-
flictos de deberes. En Kant la obligatoriedad [Verbindlichkeit] es la necesidad de una
acción libre bajo un imperativo categórico de la razón, una «necesidad objetiva prácti-
cipios últimos, sino la estructura de aquél o la relación que medie en-
ca»: de aquí se deduce que no es pensable un conflicto de deberes («obligationes non
tre éstos.
colliduntur»), porque «dos reglas contrarias no pueden ser a la vez necesarias, sino que Esta idea puede ilustarse del siguiente modo. En el esquema es-
si es obligación obrar de acuerdo con una, el obrar de acuerdo con la contraria no sólo tructural que se presentó hace un momento una regla o principio como
no es obligación, sino que es contrario a ella». (3) puede ser reconstruida de manera que se haga patente que su es-
La interpretación del pensamiento de Kant se dificulta sin embargo en virtud de lo tructura es la de una «regla fuerte», es decir, que rige para todos los
que añade a continuación: «no obstante, en un sujeto y en la regla que él se prescribe
pueden muy bien encontrarse dos razones de la obligación [Velpflichtungsgründe] (ra- actos individuales que son casos del acto genérico que se califica deón-
tiones obligandi), de las que una u otra es, sin embargo, insuficiente para obligar (ra- ticamente. Pero supongamos que el sistema contiene también
tiones obligandi non obligantes), porque entonces una no es deber. Si dos razones se-
mejantes se oponen entre sí, la filosofía práctica no dice entonces que la obligación más 3') todo acto con las características E 1 , E 2 , ... , En está moralmente
fuerte conserva la supremacía (fortior obligatio vincit), sino que la razón más fuerte para prohibido
obligar conserva el puesto (fortior obligandi ratio vincit)». Cfr. Kants Werke, Akad. VI,
p. 224 [utilizo la trad. cast. de Adela Cortina y Jesús Conill, La Metafísica de las Cos-
tumbres, cit., pp. 30-31]. y que la premisa de naturaleza descriptiva de la que partimos no es
Suele entenderse que el párrafo citado tiene que interpretarse en relación con la dis- (2), sino
tinción kantiana entre deberes perfectos e imperfectos. Los deberes perfectos (deberes
de justicia) prescriben o prohiben todos los casos de ciertos tipos de acción. Los debe-
2') el acto p posee las características C¡, C2 , ... , Cn y las característi-
res imperfectos (de virtud) prescriben la adopción de una máxima (la propia perfecc-
cas E¡, E2, ... , En.
ción y la felicidad de los demás), pero no exactamente qué, cuándo y en qué medida
debe ser hecho para que se realicen esos fines que es moralmente obligatorio convertir
en máxima de las propias acciones. Para Kant no es posible una colisión entre deberes vid. Onora Nell, Acting on Principie. An Essay on Kantian Ethics (New York: Colum-
perfectos. Y en rigor, tampoco una colisión entre deberes imperfectos o entre éstos y bia University Press, 1975), pp. 132-137; Bruce Aune, Kant's Theory of Morals, cit.,
deberes perfectos, ya que las máximas que es obligatorio adoptar han de ser consisten- pp. 191-197; Alan Donagan, «Consistency in Rationalist Moral Systems», cit.,
tes y no pueden suponer la violación de deberes perfectos. Lo que sí cabe es que en pp. 274-275. Sobre la distinción entre deberes perfectos e imperfectos en Kant, vid. su-
una ocasión determinada lo que uno podría hacer para satisfacer uno de los fines que pra, nota 184 de esta parte II.
está obligado a adoptar (p. ej., la felicidad de los demás) sea incompatible con el cum- (259) Cfr. Franz von Kutschera, Grundlagen der Ethik (Berlín: Walter de Gruyter,
plimiento de un deber perfecto: pero entonces no habría un conflicto de deberes pro- 1982) [hay trad. cast. de M.T. Hernán-Pérez, Fundamentos de Etica (Madrid: Cátedra,
piamente dicho, ya que el Verpflichtungsgrund más débil sería en ese caso una mera ra- 1989), por donde se cita], p. 87. Una respuesta de este tipo es la que da Alan Gewirth
tio obligandi non obligans, una razón para actuar que uno tiene en general (puesto que a la crítica de Marcus Singer en el sentido de que ni la teoría moral de aquél constaría
de hecho es obligatoria la adopción de esos fines como máxima de las propias acciones) realmente de un principio único, ni realmente haría falta tal cosa para eliminar la posi-
pero que no obliga a la ejecución de ninguna acción determinada o en cierta ocasión bilidad de conflictos, bastando a tal efecto «una batería o sistema coherente de princi-
precisa y que al competir en ese supuesto concreto con una razón más fuerte resulta in- pios»: vid. Marcus G. Singer, «Gewirth's Ethical Monism», en E. Regís (ed.), Gewzrth's ·
capaz de vincular como deber. Ethical Rationalism. Critica! Essays with a Reply by Alan Gewirth, cit., pp. 23-28,
Para la interpretación del pensamiento kantiano acerca de los conflictos de deberes, pp. 26-29; y A. Gewirth, «Replies to my Critics», ibídem, pp. 192-255, pp. 197-199.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Es obvio que de (3) y (3') surge un conflicto de d~beres cuando es y (3") que habría de resolverse como en el acto anterior, es decir, de
el caso que (2'). La solución al conflicto puede vemr de la mano de la mano de (4') si es el caso que
(4) si es el caso que 6') todo acto con las características E 1 , E 2 , ... , En posee además las
características F¡, F2 , ..• Fn salvo que posea también las caracterís-
5') todo acto con las características e1 , e2 , ... , en posee además las ticas G¡, Gz, ... , Gn
características D¡, D 2 , ••• , Dn salvo que posea también las carac-
terísticas E¡, E 2 , ... , En- lo que nos forzaría a establecer una regla de prioridad entre (3') y (3")
o a reformular (3').
Ahora bien, (4) y (5') nos fuerzan o bien a decir que en caso de Creo que la lógica del proce~imiento está lo suficientemente clara
conflicto entre (3) y (3') prevalece este último, o bien a reemplazar como para dar por sentado sin necesidad de desarrollo -y ello nos per-
(3) en una formulación más cuidadosa del sistema por mite atisbar la auténtica complejidad de la estructura que examina-
mos- que los conflictos pueden reproducirse en peldaños superiores:
3*) todo acto con las características e1 , ez, ... ,en Y que no p~sea t~m­ por ejemplo, entre (4) y (4') si no es el caso que (5'); entre (4') y un
bién las características E 1 , E 2 , ... , En es moralmente obhgatono. nuevo principio (4") -que junto con las premisa fáctica correspondien-
te justificaría (3")- si no es el caso que (6'), etc.
Por desgracia -y para mayor sufrimiento del hipotético lector- La idea de que no son admisibles los genuinos dilemas morales sólo
no hemos hecho más que empezar. Del mismo modo que (3) .est.a~a puede sostenerse dentro de una estructura de este tipo si se supone
justificado por (4) y (5) -y (3*) por (4) y (5')- la regla o pnnc1p10 que el proceso de reformulaci&n de las reglas y principios de todos los
(3') estará justificada por niveles o el establecimiento de reglas de prioridad entre los mismos
(es decir, su perfecta jerarquización u ordenación lexicográfica) llega
4') todo acto con las características F1, F2 , •.. , Fn está moralmente pro- realmente hasta el final, sin tropezar en ningún punto con dos exigen-
hibido cias imposibles de satisfacer a la vez y respecto de las cuales el sujeto
no esté dispuesto a aceptar que alguna de las dos desplaza, limita u
en conjunción con la premisa fáctica opera como excepción respecto al alcance de la otra. Que el conteni-
do del sistema se exponga entonces en forma de un único superprin-
6) todo acto con las características E 1 , E 2 , ... , En posee además las ca- cipio último o de conjunción de principios perfectamente jerarquiza-
racterísticas F1, Fz, ... , Fn· dos es algo que representa una opción trivial, un pura cuestión de pre-
sentación. Lo que es francamente discutible es que nuestras concep-
Pero el sistema puede contener también una regla o principio del ciones morales posean una estructura semejante.
tipo Nótese, por consiguiente, que en lo fundamental tropezamos con
problemas similares tanto si suponemos que lo debido es una función
3") todo acto con las características G1, G2 , .•. , Gn es moralmente obli- de lo bueno y nos preguntamos entonces qué tipo de estructuración
gatorio pueden verosímilmente llegar a tener las concepciones del bien (y, en
particular, si tendrá o no sentido hablar de bienes o valores inconmen-
y podemos partir de la premisa fáctica surables), como si reflexionamos por el contrario desde el marco de
una moral deontológica, en cuyo caso lo que nos interesa determinar
2") el acto p posee las características E 1 , E 2 , ... , En y las característi-
es si es o no realista pensar, como reconstrucción ideal del tipo de con-
cepciones morales que realmente suscribimos, en una estructura de-
cas G1, Gz, ... , Gn
ductiva organizada de tal manera que por hipótesis no pueda generar
con lo que obviamente se producirá un conflicto de deberes entre (3') nunca dilemas morales.
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424
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

Creo que en este momento, y para que la discusión avance sobre tarl?),. de mane!a que la afirmación de que existen -o no existen-
bases firmes, resulta pertinente una llamada de atención de tipo me- autentlcos conflictos de deberes siempre es relativa al mismo. y cuan-
todológico. La pregunta acerca de si sería o no realista descartar la po- do se habla con un impreciso plural («lo que estamos dispuestos a acep-
sibilidad de genuinos confilctos de deberes forzosamente va a ser in- tar>>, «lo que nos parece o no creíble») simplemente se presupone que
terpretada de distinto modo dependiendo de si se piensa en la mora- dentro de un me?IO cultural relativamente homogéneo hay ciertos ras-
lidad como un conjunto de razones externas o de razones internas (en ~o~ o caracter~stic~s que típicamente concurren en los conjuntos sub-
el sentido que se dio a estos términos en la parte I de este trabajo). Jetivos de motivaciOnes de la mayoría de los individuos. Creo que en
Quien se decante por la primera opción sostendrá evidentemente que 1~ parte I de este trabajo dejé clara mi opción por el modelo interna-
del hecho de que alguien -quizá él mismo- considere que ciertos bie- lista: por tanto todo lo que se dirá a continuación debe ser entendido
nes son inconmensurables o no esté dispuesto a aceptar una determi- desde esa perspectiva.
nada intuitivamente aceptable decir que son «inconmensurables» pa- . Tomemos en primer lugar la idea de inconmensurabilidad. Si se en-
rece jerarquización entre dos principios morales que él suscribe y que tie~de por tal la genuina incomparabilidad, es decir, no la duda 0 la
entran en conflicto (porque le parece que son igualmente importan- vacllaci~n acer~a de cómo jerarq~izar dos valores, sino la idea de que
tes), no se sigue que verdaderamente exista esa inconmensurabilidad o no s~n Jerarqmzable~, de que es Imposible cuantificar la importancia
que verdaderamente los dos principios tengan el mismo peso. La pre- relativa de dos magmtudes para cualquier grado 0 nivel de una y otra,
gunta acerca de la admisibilidad de los conflictos de deberes se con- entonces me parece que h~y muy pocos .valores -si es que hay algu-
vierte para él en una cuestión acerca de la estructura del conjunto for- no- de los que estem~s dispuestos a afirmar que son inconmensura-
mado por lo que realmente son razones morales para actuar, no por ~les en genera.l. Esta Idea, que ha sido subrayada por James Grif-
lo que alguien acepta como tales. Desde una perspectiva semejante los f~n (260), reqmere alguna ~cl~ración. Decir que dos valores A y B (la
argumentos que se acaban de barajar tendrían un valormuy relativo: libertad y la Igual~a~; 1~ ~Idehdad y la imparcialidad; el bienestar ge-
puede que las razones morales que generalmente aceptamos no enca- neral ~ la autonom1a I~dividual, etc.) son inconmensurables en general
jen en el molde de una concepción del bien monista (o de una plura- es ~ec1r qu.e no hay nmguna ocasión particular en que A y B puedan
lista pero ordenada de tal modo que permita la perfecta conmensura- s~r Jerarqmzados, sea cual sea en cada caso la magnitud de A y la mag-
bilidad); o que no estemos dispuestos a suscribir ninguna estructura de- mtud de B. P~r~ no parece que este tipo de incomparabilidad radical
ductiva de juicios de deber cerrada -es decir ,definitiva, no reformu- sea ~n rasgo tip1co de nu~s.t~as concepciones del bien. Hay ocasiones
lable ante ninguna situación futura- y que excluya por principio la po- ~arti.c..ulares en q~e. el sacnficiO de un mínimo de A compite con la rea-
sibilidad de dilemas morales, porque entendemos que cualquier estruc- lizaciOn de un max1mo de B o a la inversa, y en esas circunstancias no
tura semejante quedaría más tarde o más temprano desacreditada en parece que nu~s~ro juicio quede bloqueado por la idea de la estricta
la práctica; pero ninguno de esos datos mostraría por sí mismo nada mco~me~~urabihdad de A y B. Cuando de dos valores A y B nos pa-
acerca de la verdadera estructura del conjunto formado por lo que real- rece mtmtlvamente aceptable decir que son «inconmensurables» pare-
mente son razones morales para actuar. ce qu~ te?..emos en men~e ?tra cosa: q~e no es posible su perfecta je-
Quien por el contrario se sitúe en la óptica del modelo internalista ~arqmzaciOn, el estable~Iilllento de «pnoridades lexicográficas» que ri-
no puede encontrarle sentido a esta última afirmación. Para él la pre- Jan p~ra tod.~s las ma~mtudes de A y de B (como ocurriría, por ejem-
gunta acerca de la admisibilidad de los genuinos conflictos de deberes plo, si.. e~tuvieramos dispuestos a aceptar que cualquier cantidad de A,
se convierte en la cuestión de si puede o no aceptar como reconstruc- por m1mm~ que fuese, habría de prevalecer sobre cualquier cantidad
ción del conjunto de razones morales que suscribe una estructura que de B, por mgente que fuese, o a la inversa). Hay por tanto dos ideas
los excluya. Según la lógica del modelo internalista siempre se habla que probablemente no reflejan adecuadamente (o no reflejan siempre)
desde un conjunto subjetivo de motivaciones (bien desde el propio q,
bien desde uno diferente, cuyo contenido se describe entonces sin acep- (260) Cfr. J. Griffin, Well-B,eing, cit., pp. 80 y 85-86.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

la estructura típica de nuestras concepciones del bien: la perfecta con- lizar cada uno de los cursos de conducta alternativos, que ninguno de
mensurabilidad entre todos los valores en general (ésto es, la idea de ellos es más valioso que los demás, que hay que elegir alguno y que
que es posible establecer una jerarquía entre cualquier par de ellos y el mero hecho de elegir uno en detrimento de los demás viola inevi-
para cualquier nivel de sacrificio o de realización de uno y otr?); y la tablemente valores a los que concedemos tanta importancia como a
estricta inconmensurabilidad en general entre algunos de ellos (1. e., la aquellos que tratamos de salvaguardar con nuestra elección (262). Nó-
idea de que no es posible establecer una jerarquía entre los mismos tese que en realidad estas dos clases de situaciones no quedan bien re-
para ningún nivel de sacrificio o de realización de uno y otro). presentadas diciendo que en las primeras hay igualdad de valor y en
Nuestras ordenaciones de preferencias morales suelen ser más com- las segundas inconmensurabilidad: de hecho no creo que en el caso de
plejas. A veces sostenemos que lo bastante de A prevalece sobre cual- estas últimas lleguemos a resultados muy distintos diciendo que los cur-
quier cantidad de B (lo que desde luego es bien distinto de sostener sos de conducta alternativos son igualmente valiosos o que su valor es
que cualquier cantidad de A prevalece sobre cualquier cantidad de B); inconmensurable. Lo decisivo es que, a diferencia de lo que ocurre en
o que si existe cierta cantidad de A, cualquier cantidad de B prevalec.e los casos del primer tipo, la necesidad de elegir no va acompañada por
sobre cualquier cantidad adicional de A, etc. (261) Parece por consi- la indiferencia moral del contenido de la elección, sino por la convic-
guiente que el fenómeno de la inconmensurabilidad debe buscarse no ción de que, aun siendo ésta inevitable, el mero hecho de elegir en
tanto en el plano de la comparación genérica entre valores, sino más esas circunstancias una cosa y no la otra resulta también en algún sen-
bien en el de la comparación entre estados de cosas o cursos de con- tido inmoral. Por eso creo que tiene razón Raz al destacar la idea de
ducta alternativos que llevan consigo ciertos niveles de realización o que lo que realmente confiere sentido a la noción de inconmensurabi-
sacrificio de cada uno de ellos. Situándonos en ese plano, ¿puede te-
lidad no es tanto el hecho de. que no se pueda comparar el valor de
ner sentido afirmar que ni uno de ellos es más valioso que el otro ni
dos estados de cosas o cursos de conducta, sino más bien la idea de
poseen igual valor? En particular, ¿cabe establecer una distinción real
que consideramos valioso no compararlo (263).
entre la genuina inconmensurabilidad y la mera igualdad de valor?
Creo que cuando la cuestión se plantea en estos términos lo más Como pura hipótesis es desde luego posible que alguien acepte un
importante es distinguir entre dos tipos de situaciones: por un lado, sistema moral estructurado de tal forma que excluya a priori la posi-
aquéllas en las que aceptamos que hay una razón para realizar uno bilidad de «elecciones trágicas». Pero si no me equivoco las conviccio-
cualquiera de los cursos de conducta alternativos y que la opción final nes morales que la mayor parte de nosotros sostenemos no encajan en
por uno de ellos cae dentro del campo de lo moralmente indiferente. un molde semejante: el tipo de concepciones del bien que generalmen-
Quien sostuviera que como finalmente sólo puede elegirse uno existe te aceptamos no puede ser reconstruido sin distorsión como una orde-
a pesar de todo un dilema seguramente sería digno de integrarse en el nación débil. Si nos planteamos la cuestión desde los términos de una
mismo club filosófico que el asno de Buridán. Por otro, auténticas elec- moral deontológica creo que - mutatis mutandis- alcanzamos resul-
ciones trágicas: casos en los que aceptamos que hay una razón para rea- tados similares: la idea de que siempre que nuestra deliberación moral
arranque del aparente choque entre dos principios o reglas que impo-
(261) Cfr. Griffin, op. cit., p. 85, que se refiere a ese tipo de casos como «discon- nen deberes en conflicto estaremos dispuestos a aceptar una regla de
tinuidades», subrayando que rompen la imagen simplista de una deliberación moral que prioridad entre ambos como aplicable al caso, o una reformulación del
se desenvuelve sopesando razones para actuar con arreglo a un procedimiento mera- alcance de uno de los dos que disuelva el conflicto, no refleja adecua-
mente aditivo. En esa dirección han profundizado Shelly Kagan, «The Additive Fallacy», damente la estructura de nuestras convicciones morale¡;, Las «eleccio-
en Ethics, 99 (1988) 5-31; y Michael Philips, «Weighing Moral Reasons», en Mind, 96
(1987) 367-376: ambos subrayan que el peso de una razón para actuar dentro de la eva-
nes trágicas» -en definitiva, los dilemas morales- serán entonces las
luación de un supuesto concreto no es una magnitud fija que se añade al resto de razo- que surgirán de aquellas situaciones en que un individuo acepta dos
nes a favor y en contra, como si la evaluación final del supuesto fuera simplemente la
suma algebraica de la contribución separada e independiente (a favor o en contra) de
cada una de ellas; por el contrario, el peso de cada razón en un supuesto concreto pue- (262) Vid. G. Calabresi y Ph. Bobbitt, Tragic Choices, cit., cap. I.
de ser una función de su relación o combinación con otras de las razones presentes en él. (263) Cfr. J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 337.

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

deberes que en esa oportunidad concreta resultan ser imposibles de capacidad para enunciar en forma de principios generales las razones
cumplir a la vez y no está dispuesto a aceptar ni que uno de ellos des- que aceptamos y las complejas relaciones que median entre ellas es
plaza al otro ni que meramente debe cumplir uno de los dos (siendo una cosa, y el hecho de que las aceptamos, otra bien distinta (265). El
moralmente indiferente por cuál de ellos se decante). hablante nativo de una lengua cualquiera tampoco es capaz por lo ge-
Ahora bien, obsérvese que una situación de genuino dilema moral neral de explicitar la intrincada red de reglas que indentifican cuáles
nos plantea un conflicto no decidible, un conflicto estructurado de tal son y cuáles no las oraciones bien formadas en dicha lengua. De él po-
forma que (por hipótesis) no es posible invocar una razón concluyente dría decirse también que decide «intuitivamente» esas cuestiones, que
en favor de lo que finalmente se haga (incluído el mero no hacer nada). no las resuelve «apelando a una regla» que sea capaz de enunciar con
La elección final habrá de ser forzosamente arbitraria, en el sentido precisión: pero siempre es posible reconstruir la estructura profunda
de que no habría forma coherente de justificar por qué ella es la correc- de ese «sentido de la gramaticalidad» que él maneja intuitivamente.
ta y no lo serían en cambio el resto de las opciones. Si la hay, ello in- En el caso de los conflictos de deberes la situación es la misma: si el
dica a buen seguro que cuando describimos la situación como un ge- individuo afirma sinceramente que a pesar de lo espinoso de las cir-
nuino dilema. no habíamos tomado en cuenta la totalidad de las razo- cunstancias su elección (o la de quien tuvo que decidir) fue la correc-
nes en juego. Lo que no hay que confundir es la situación de genuino ta, ello indica que hay alguna razón o relación de prioridad entre ra-
dilema moral -de «conflicto no decidible>>- con aquella otra en que zones que el individuo acepta y que resuelve el conflicto, por más que
resulta correcto hacer aquello que las más de las veces es incorrecto: él no acierte a articularla y enunciarla de un modo que a su juicio dé
aceptamos que generalmente es incorrecto mentir, pero hay ocasiones cuenta de ella sin distorsión. Precisamente lo que convierte en trágica
en que aceptamos igualmente que existe una razón para realizar cier- a una situación de auténtico qilema moral es el tener ineludiblemente
tos actos individuales a pesar de que pueden ser descritos entre otras que elegir cuando no se cuenta con ninguna razón capaz de justificar
cosas como casos del acto genérico «mentir». Estas situaciones son ca- el modo en que se elige, cualquiera que sea éste.
racterizables como «conflictos de deberes» sólo en el sentido de que
quien delibera moralmente acerca de ellas puede partir, como primer
paso, de la toma en consideración de varios principios morales de sig- 7.5. La distinción entre «tener una obligación» y «deber hacer» y
no contrario; pero si cabe atribuir pesos o grados de fuerza relativos sus posibles interpretaciones
a esos principios (de modo que el inferior incorpore como excepción
implícita la no aplicabilidad del superior), ésto es, si el conflicto es de- Como ya se ha señalado, muchos analistas del lenguaje moral han
cidible, entonces puede sostenerse también que el conflicto no consti- insistido en la idea de que «lo que se debe hacer» y «lo que se tiene
tuía un genuino dilema moral. la obligación de hacer» no son nociones perfectamente equivalentes,
A veces se intenta defender la idea de un conflicto genuino pero alegando incluso que las diferencias entre ambas están incorporadas al
a la vez decidible acudiendo a la idea de un juicio o percepción intui- lenguaje ordinario de un modo tal que para cualquier hablante com-
tiva, en la línea de la aisthesis aristotélica, que resuelve de modo ra- petente resultaría inmediatamente evidente la impropiedad de utilizar
cional el conflicto en el caso concreto aunque no puede ser presentado cada una de ellas (como si fuesen intercambiables) en situaciones o
como aplicación de un criterio enunciable en términos generales. A jui-
cio de N agel este tipo de juicio o percepción sería posible porque
<<nuestra capacidad para resolver conflictos en casos particulares pue- individuales que en la enunciación de principios generales» permitiría, a juicio de Na-
de extenderse más allá de nuestra capacidad para enunciar los princi- gel, sostener que «el hecho de que uno no pueda decir por qué cierta decisión es la '
pios generales que explican esas resoluciones» (264). Pero nuestra in- correcta, dado un determinado balance de razones en conflicto, no significa que la pre-
tensión de corrección carezca de sentido» (ibi.).
(265) El propio Nagello admite al añadir: «Quizá estemos operando con principios
(264) Cfr. Th. Nagel, «The Fragmentation of Value», cit., p. 135. Esa oscura idea generales inconscientemente y podemos descubrirlos codificando nuestras decisiones e
de una «sabiduría práctica» que «Se manifiesta a lo largo del tiempo más en decisiones intuiciones particulares» (ibídem).

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O LA NORMATIVIDAD DEL

contextos en los que es la otra la que resulta verdaderamente adecua- ta más bien, según creo, es de perfilar un conjunto de categorías que
da. No faltan, ciertamente, quienes desde el extremo contrario han sos- se haga cargo de cuantas diferencias conceptuales se juzguen relevan-
tenido que entre esos términos median sólo diferencias puramente es- tes y que introduzca a tal efecto (si, como es de esperar, el lenguaje
tilísticas o, como mucho, de énfasis (de manera que al hablar de «obli- ordinario no es lo bastante preciso y matizado) las estipulaciones ter-
gaciones» o de lo que «es obligatorio» hacer simplemente se estaría minológicas que resulten necesarias. Situada la discusión en este pla-
subrayando que el hablante atribuye un gran peso a cierto juicio de no, me parece· que sí existen algunas diferencias conceptuales impor-
deber, o que su convicción al sostenerlo es muy firme), bajo las cuales tantes que quedan inevitablemente oscurecidas si, por decirlo al modo
no habría que buscar ninguna distinción conceptual verdaderamente de Hart, empleamos el término «obligación» como «[ ... ] un nombre ge-
importante (265 bis); y que por lo tanto no ha de sorprendernos que neral ofuscante que abarca todas las acciones que moralmente debe-
el uso ordinario del lenguaje tolere en muchas ocasiones el empleo in- mos hacer o tolerar» (266 bis).
distinto de una y otra expresión. Entiendo sin embargo que no es en modo alguno claro cuáles son
Pero, sea como fuere, me parece que la apelación a lo que con- esas diferencias conceptuales que habrían de ser resaltadas a través de
sienta o no el uso ordinario del lenguaje reviste un interés muy secun- un uso estricto o restringido del término «obligación». O dicho quizá
dario y no resulta en modo alguno concluyente (266). De lo que se tra- más claramente: cuando se contraponen las nociones de lo que se debe
moralmente hacer y lo que se tiene la obligación de hacer no siempre
(265 bis) Para Nowell-Smith, por ejemplo, «las palabras "deber" [duty] y "obliga- se maneja el concepto de obligación en el mismo sentido y por consi-
ción" se usan frecuentemente como formas nominales de "debe" [ought] para evitar cir- guiente no siempre se explica de igual modo en que habría de consistir
cunloquios intolerables», de manera que entre esos términos «existe sólo una diferencia la diferencia entre una y otra ... La situación se complica más aún si,
estilística»: cfr. P.H. Nowell-Smith, «Dworkin v. Hart Appealed. A Meta-Ethical En-
como se hace algunas veces, se introduce la idea de «tener un deber»
quiry», en Metaphilosophy, 13 (1982) 1-14, p. 7. Donald Regan, por su parte, afirma
«[m]ucha gente[ ... ] habla acerca de una categoría especial de deberes [oughts] a la que como un tercer concepto diferente de los anteriores, es decir, como
se conoce como obligaciones. Nunca he tenido la sensación de comprender realmente algo presuntament~ distinto de lo que moralmente se debe hacer pero
de qué estaban hablando. Lo que puedo decir [... ] es que cuando miro allí donde otros que quizá tampoco sería perfectamente equivalente a la noción de «te-
señalan y dicen "obligación" todo lo que veo son razones (morales) de las que puedo ner una obligación».
dar cuenta sin un concepto semejante»: cfr. Donald H. Regan, «Authority and Value: Me parece que para ir ordenando la discusión es necesario empe-
Reflections on Raz's Morality of Freedom», en Southern California Law Review, 62 zar separando dos órdenes de problemas. Uno de ellos consiste en acla-
(1989) 995-1095, p. 1036, nota 87.
rar qué es exactamente lo que se quiere decir al afirmar que se tiene
(266) Repárese además en que, como es obvio, lo que se diga acerca de lo que con-
una obligación o se tiene un deber cuando se pretende que estos tér-
siente o no el lenguaje ordinario depende de cuál sea el lenguaje del que estamos ha-
blando. ¿Habría acaso que atribuir algún significado especial al hecho, por ejemplo, de minos -se conciban o no como intercambiables- se están utilizando
que el italiano cuente con los términos «dovere», «obbligazione» y «obbligo» y de que en un sentido no moral y que, a pesar de ello, los enunciados con los
el castellano, en cambio, cuente con un equivalente específico para los dos primeros que se afirma su existencia no son meramente descriptivos, sino genui-
pero no para el tercero? ¿O a que la diferencia existente en inglés entre el verbo «ought nos juicios prácticos (i. e., juicios que pueden intervenir como razones
to» y el sustantivo «duty» sea mucho más borrosa en castellano, de manera que lapo- operativas en razonamientos prácticos). En mi opinión, como se ha ido
sible diferencia entre «lo que se debe moralmente hacer» y «lo que se tiene un deber dejando entrever a lo largo de este trabajo, no hay diferentes clases
moral de hacer» no resulta en modo alguno tan inmediata o intuitivamente perceptible
como con cierta frecuencia se alega que lo es entre filósofos morales anglosajones (cfr., de obligaciones y deberes (morales y no morales), sino diferentes cla-
p. ej., Hart, «Obligación jurídica y obligación moral», cit., p. 5)? ¿O a que «Pflicht» y ses de enunciados acerca de obligaciones y deberes (algunos puramen-
«Verpflichtung» compartan una misma raíz -que, por cierto, es la misma de «pflegen», te descriptivos; otros, genuinos juicios prácticos con los que se afirma
que en una de sus acepciones remite a la idea de acostumbrar o soler-, mientras que
no es ése el caso de «deber» y «obligación», ni de «duty» y «obligation», ni de «devoir»
y «obligation», ni de «dovere» y «obbligazione» (pero sí de «obbligazione» y «obbligo»)'? rente para los hablantes de distintas lenguas y dependería en cada caso de sus particu-
Desde luego me parecería absurdo concluir que el aparato conceptual que necesitamos laridades idiomáticas.
para reconstruir las categorías básicas en la esfera de lo normativo habría de ser dife- (266 bis) Cfr. Hart, «¿Existen derechos naturales?», cit., p. 88.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

la existencia de razones morales para actuar). Pero por el momento co~recta de la libertad humana» (267). Por supuesto la introducción de
podemos prescindir por completo de esta cuestión, sobre la que desde la Idea de «tener un derecho» complica extraordinariamente la discu-
luego he de volver más adelante. sión, ya que probablemente hay pocos conceptos fundamentales del
El segundo problema -que es el único en el que pretendo con- discurso práctico cuyo significado sea tan controvertido como él de
centrar ahora mi atención- consistiría entonces en esclarecer qué es éste. Pe.ro me .Parece que ~odemos ir acotando el terreno que nos in-
lo que se quiere decir cuando se afirma que alguien tiene una obliga- teresa SI. ?os f~J amos en pnmer lugar en la idea de la justificación de
ción moral o un deber moral, si hay o no alguna diferencia entre estos la coacc10n. SI entendemos que el juicio acerca de la inmoralidad de
dos conceptos y en qué sentido diferirían ambos o cada uno de ellos u?~ ~cción no trae consigo automáticamente el juico acerca de la le-
de la idea más general o básica de que se debe moralmente hacer algo. gitimidad moral de restringir la libertad externa de realizarla (i. e., si
La discusión, por tanto, permanece aquí confinada dentro del ámbito aceptamos que la coacción requiere una justificación adicional), con-
de las calificaciones morales de las acciones: y de lo que se trata es de ~amos ya con las bases para delimitar un primer sentido estricto de las
precisar si existe o no alguna base para distinguir entre varios tipos de Ideas de ~<tener una obligación» o «tener un deber» -tomadas aquí
ellas y cuál (o cuáles) podría(n) ser. Tengo la sospecha de que, incluso como eqmvalentes- como algo diferenciable de la idea más simple de
dentro de este ámbito exclusivamente moral, al intentar delimitar los qu~ mora~ente .s,e debe hacer ~lgo. Es lo que propone Richards, para
rasgos específicos del concepto de obligación en un sentido estricto o qmen la afirmaciOn de que x tiene el deber o la obligación moral de
restringido -o del de deber, si se entiende que no es un mero sinó- hacer 0 es el resultado de acumular dos afirmaciones acerca de lo que
nimo del anterior- se entrecruzan o solapan varias cuestiones dife- moralmente se debe [ought] hacer: que ceteris paribus x debe moral-
rentes. De un modo absolutamente provisional, y sin pretensión algu- mente hacer 0 y que -de nu~vo, ceteris paribus- si es necesario se
na de rigor ni de exhaustividad, me parece que al hablar de «obliga- debe f~rzar ~ x a que ~aga 0 (267bis). La aceptación de la primera de
ciones» o «deberes» en un sentido estricto se barajan criterios defini- esas afirm~ciOnes .obviamente ~s separable de la aceptación de la se-
dores tales como la correlación con derechos, la coercibilidad, la ge- g~nda. Y SI se entien~e que la Idea de «tener un derecho» remite pre-
neración a partir de prácticas sociales que pueden incluir o no la eje- cisamente a las cuestiOnes de «cuándo puede limitarse la libertad de
cución de actos voluntarios -y, por consiguiente, su caracter de razo- una persona por la de otra» o de «cuándo es legítima la coerción de
nes «independientes del contenido» (de las acciones para las que son otro ser humano», parece plausible la idea de que la afirmación según
razones)-, la asignación individualizada de responsabilidades mora- la cual «(ceteris paribu~) si es necesario se debe forzar a x a que haga 0»
les a agentes determinados, su presunta «fuerza normativa especial», resu.l~a aceptable precisamente cuando ello viene exigido por la satis-
etc. En conjunto, todos esos rasgos sugieren -de una forma todavía facciOn de un derecho de algún otro individuo y. Aunque a mi juicio
confusa- que efectivamente hay lugar para un uso restringido de las
ideas de «tener una obligación» o «un deber» morales; pero para per- (267) ~fr. Hart, «¿?xisten derechos naturales?, cit., pp. 87, 88 y 89.
filar con nitidez el significado de estos conceptos es preciso deslindar (2.67 brs) D_.~.J. ~ch~r~s: A Theory of Reasons for Action, cit., p. 217. Sobre la
y analizar con cuidado esas diversas cuestiones y las relaciones siste- necesrda~ .de. drstmgmr el J~lClO acerca de la inmoralidad de un acto del juicio acerca
máticas que quepa establecer entre las mismas. de la legltn:~udad moral de mterferir coactivamente en su ejecución, cfr. Jeremy Wal-
dron, «~ Right toDo Wrong», en Ethics, 92 (1981) 21-39, pp. 29 y 38-39.
Observese que.' ~a~ y como se ha trazado la distinción, ésto. no se basa en absoluto
en alegar que los JUICIOs acerca de lo que moralmente se debe hacer -a diferencia de
i) La primera de ellas es la que tiene que ver con el concepto de lo que ocurriría con la afirmación de que se tiene una obligación o un deber -sean con-
«tener un derecho», ésto es, con la delimitación -en palabras de cluyentes o «~ras_Ia consideración de todos los factores relevantes» (como alegan Beran,
Hart- de un campo o segmento de la moralidad «que se ocupa espe- <:<?ught, ~bli~atwn .and Duty», cit., pp. 211 y 215; o Simmons, Moral Principies and Po-
cíficamente de determinar cuándo puede limitarse la libertad de una htlcal Obllgations, Cl.t., p. 9): t~nto_I_a afirmación de que moralmente se debe hacer algo
persona por la de otra» o «en qué circunstancias resulta legítima la ~omo la de que se trene la obhgacwn o el deber de hacerlo podrían formularse o bien
mclu~en.d? la cláusula ceteris paribus o bien considerando que en relación con cierto
coerción de otro ser humano», es decir, que regula «la distribución acto mdlVldual ha quedado satisfecha.

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435
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

estas observaciones encierran ya una pista suficiente para entender cuál plimiento, de modo que no sólo sería la noción de deber la primitiva
es al menos uno de los sentidos posibles en los que la idea de tener o lógicamente previa, sino que todo lo que se dijera con el lenguaje
«la obligación» o «el deber» moral de hacer algo tiene que ser distin- de los «derechos» sería perfectamente expresable sin diferencia ni re-
guida de la noción más simple de que moralmente se debe hacerlo, su siduo alguno en el lenguaje de los deberes.
sentido exacto creo que no puede ser dilucidado si no se dice algo más No es de extrañar, por consiguiente, que una noción semejante de
acerca de la idea de .«tener un derecho» y si no se examina la enma- lo que significa «tener un derecho» encuentre su expresión paradigmá-
rañada cuestión de la correlatividad entre derechos y «obligaciones» o tica en el caso de los llamados «derechos especiales», es decir, aque-
«deberes». llos que surgen de transacciones voluntarias entre individuos o de al-
En los últimos años se ha discutido intensamente cuál ha de ser la guna clase de relación particular que media entre ellos. El caso para-
forma correcta de entender la idea de «tener un derecho» (268), y mi digmático es por supuesto el del derecho (y la correlativa obligación)
propósito en este trabajo no va más allá de ~ar cue~ta de las .lín.eas generado a partir de la prestación de una promesa. En esa situación
principales de esa discusión (con el solo objetivo de mslar o delimitar concurren una serie de rasgos que han sido señalados con mucha fre-
diferentes sentidos posibles de la idea de obligación). Con arreglo a cuencia y que pueden resumirse del siguiente modo (269). En primer
un primer modelo teórico (representa~o emblemática~ente por la P?- lugar, el derecho y la obligación se hacen surgir a partir de la realiza-
sición de Hart y al que es usual refenrse como «teona de la elecc10n ción de un acto voluntario en el marco de una determinada práctica
protegida») (268 bis), «tener un derecho» es esencialmente tener so- social (en ausencia de la cual dicho acto sería conceptualmente impo-
bre otro un poder normativo: en ese sentido, decir que A tiene un de- sible), y el titular del derecho puede extinguir la relación de igual modo
recho frente a B es decir no sólo que B tiene frente a A la obligación (i. e., liberar al obligado de su-abligación). En segundo lugar, el sur-
de hacer o no hacer algo, sino además -y sobre todo- que A dispo- gimiento del derecho y la obligación son independientes de las carac-
ne frente a B de una pretensión que puede libre y voluntariamente de- terísticas, naturaleza o contenido de la acción que se torna obligato-
cidir exigir o extinguir. Dicho con otras palabras: A tiene en su mano ria: en principio se puede crear la obligación de realizar (o el derecho
la capacidad de alterar el status normativo de una cier~a conducta de de ver realizada) cualquier acción. Finalmente, el derecho y la obliga-
B (aquella que B tiene la obligación frente a A de reahzar). ción recaen en personas determinadas: no los tiene cualquiera frente a
Son bien conocidas las motivaciones que llevan a Hart a mantener cualquiera, sino que un sujeto A tiene un derecho frente a By B está
que -en principio- sólo tiene sentido hablar de un derecho en sen- obligado precisamente frente a A.
tido estricto cuando se da una situación de este tipo. En su opinión, Ahora bien, el propio Hart reconoce que el lenguaje de los dere-
si decimos que A tiene un derecho simplemente cuando algún otro in- chos no sólo resulta apropiado en ese caso. Junto a los derechos espe-
dividuo tiene el deber de hacer algo que interesa o beneficia a A, el ciales también tendría sentido hablar de «derechos generales», que
lenguaje de los derechos se hace superfluo porque éstos no serían sino Hart concibe -por decirlo en términos hohfeldianos- como «inmu-
un reflejo de los deberes. Los «derechos» no pasarían de ser deberes nidades»: afirmar entonces que uno tiene cierto «derecho general»
vistos desde la perspectiva del interesado o beneficiado por su cum- -por ejemplo, a expresarse libremente, o a profesar un determinado
culto- equivaldría entonces a afirmar que nadie tiene un poder nor-
(268) Vid. una excelente exposición de conjunto del estado de la cuestión, con abun-
dante información bibliográfica, en Juan Ramón de Páramo, «El concepto de derecho:
una introducción bibliográfica», en Anuario de Derechos Humanos, 4 (1986-87) 199-218. (269) Vid. Hart, «¿Existen derechos naturales?», cit., pp. 89 y 95-96; Id., «Obliga-
(268 bis) Cfr. Hart, «¿Existen derechos naturales?», cit.; Id., «Bentham on Legal ción jurídica y obligación moral», cit., pp. 27-28; John Ladd, «Legal and Moral Obliga-
Rights», en A.W.B. Simpson (ed.), Oxford Essays in Jurisprudence, 2nd Series (Ox- tion», cit., pp. 9-15; Brandt, «The Concepts of Duty and Obligation», cit., p. 387; Sim-
ford: Clarendon Press, 1973), pp. 171-201 [ahora, con el título «Legal Rights», en Hart, mons, Moral Principies and Political Obligations, cit., pp. 14-15; J. Malem, Concepto y
Essays on Bentham, cit., pp. 162-193, por donde se citará en lo sucesivo]. Vid. una po- justificación de la desobediencia civil (Barcelona: Ariel, 1988), pp. 19-20. Sobre la ge-
sición coincidente en lo sustancial en Thomas R. Kearns, «Rights, Benefits and Norma- neración de obligaciones a partir de la prestación de promesas, vid. no obstante infra,
tive Systems», en Archiv für Rechts- und Sozialphilosophie, 51 (1975) 465-483. apartado 8.4.1.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

mativo sobre nosotros y en relación con la clase de acción que afirma- Si no me equivoco, al hablar de «obligaciones morales» con frecuencia
mos tener derecho a realizar. Ahora bien, las «obligaciones» -según suele hacerse referencia sólo a este concepto más estricto. El favore-
Hart, sólo negativas, i. e., de no intervenir- correlativas de los der~­ cer. un u~?· más o menos amplio del término es una cuestión de pura
chos generales tendrían unas características del todo diferentes de las estlpulacwn verbal ~acerc.a de la cual no creo que merezca la pena dis-
de aquellas que lo son de derechos especiales. A diferencia de éstas, cut~r: pero lo que SI me mteresa resaltar es que a mi juicio hemos ob-
no surgen de ninguna transacción voluntaria o relación especial entre temdo ya una base conceptual para distinguir entre lo que moralmen-
las partes, no dependen de la efectivid.ad de alguna clase de prác~ica te se debe hacer, lo que se tiene la obligación moral de hacer en el
social y no recaen en personas determmadas (son derechos y obliga- primer sentido (más amplio) y lo que se tiene la obligación moral de
ciones de cualquiera frente a cualquiera) (269 bis). Es más, aunque hacer en el segundo sentido (que sería una subclase del primero, y que
Hart no es del todo claro en este punto, parece sensato sostener que es el que estaría ligado a la ejecución de actos voluntarios en el marco
los derechos generales y las obligaciones correlativas de los mismos no de ciertas prácticas sociales, etc.)
son en modo alguno «independientes del contenido» de las acciones a De todos modos, creo que hay buenas razones para pensar que la
las que se afirma tener derecho: si se trata de derechos y obligacion.es concepción hartiana acerca del significado de la idea de «tener un de-
que no se «crean» ni «hacen surgir>> puesto que no dependen de la exis- recho» -que tiene como consecuencia que las obligaciones generales
tencia de práctica social alguna o de la realización de alguna clase de s?~o son negat.ivas, a diferencia de las especiales, que podrían ser po-
acto constitutivo, parece difícil no concluir que es la naturaleza o ca- sitivas o negativas- no es del todo convincente. Es verdad que, como
lidad de la acción correspondiente la que determina que se tenga de- ha reconocido MacCormick, entramos hasta cierto punto en el terreno
recho a realizarla (y la obligación de no impedir a otro que la realice). de las .definiciones estipulativas. cuando discutimos qué es lo que quie-
Nótese por consiguiente que, manteniendo una concepción como re ?~~Ir «tener un derecho» (270). A pesar de ello creo que hay en el
la hartiana acerca del significado de la .idea de «tener un derecho», ob- analisis de Ha.rt, algunos extremos claramente insatisfactorios, que se
tenemos ya dos conceptos de obligación: puesto que los derechos tie- ~oncentran q_tnza en torno a la idea aparentemente simple, pero en rea-
nen que ver con la cuestión de «cuándo puede limitarse la libertad de lidad potencialmente muy desorientadora, de la correlatividad entre
una persona por la de otra», a ambos les sería aplicable el análisis de derechos y obligaciones. Para empezar, tal y como Hart nos presenta
Richards que veíamos anteriormente (y en ese sentido cualquiera de el ~oncepto de «der~chos generales», no estoy seguro de que no pueda
~pli~~rse a su pro~Jla. construcción el reproche básico que a su juicio
los dos difiere de la idea básica o más simple de lo que se debe [ought}
moralmente hacer). Por consiguiente, podemos manejar un primer JUStifica .el mant~n~miento de la teoría de la «elección protegida» fren-
concepto amplio con arreglo al cual existe una obligación moral cuan- te a su nval tradiciOnal (la teoría -o teorías- del «beneficiario» o el
«interés»): a saber, que no resulta en modo alguno claro que los de-
do no sólo se debe moralmente hacer algo, sino que además está jus-
rechos general~s ~o sean un mero reflejo de las obligaciones generales
tificado restringir la libertad externa del agente que pretende actuar
y 9ue por consigmente ~odo lo que puede decirse en el lenguaje de los
de otro modo (y esa justificación radica en un derecho que otro indi-
pnmeros .no pueda decirse de un modo perfectamente equivalente en
viduo tiene). A partir del mismo podemos acotar un segundo concep- el lenguaJe de las segundas. Y aun dejando al margen el caso de los
to más estricto, que sería el correspondiente al ámbito de los derechos derechos generales -que de alguna forma constituyen un cuerpo ex-
especiales y que incorporaría los rasgos adicionales ya mencionados traño dentro de la teoría hartiana de los derechos y que, pese a los es-
(su generación a partir de un acto voluntario -y su extinguibilidad a fuerzos desplegados por Hart, me parece que no se dejan reducir con
partir de otro-, su carácter personalizado, la depe~dencia de 1~ exis- facilidad a su explicación central en términos de «elecciones protegi-
tencia de ciertas prácticas sociales o la «independencia de contemdo»). das>>-, creo que su elucidación del concepto de «tener un derecho»,
(269 bis) Cfr. Hart, «¿Existen derechos naturales?», cit., pp. 101-102 (en la p. 102
dice expresamente: «Los derechos generales tienen como correlativos las obligaciones (270) Cfr. N. MacCormick, «Rights in Legislation», en P.M.S. Hacker y J. Raz
de no intervenir. .. »); Id., Essays on Bentham, cit., pp. 190-191. (eds.), Law, Morality and Society, cit., pp. 189-209, pp. 196-197.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

centrada. eri el supuesto para él paradigmático de los derechos espe-


Parece, por consiguiente, que no carecería de interés intentar ar-
ciales, oscurece en cualquier caso una idea que me parece de la mayor
ticular una explicación alternativa de la idea de «tener un derecho»
importancia. Cuando se toma como molde el .cas~ ~de los derechos es- que fuese capaz de superar lo que me parecen dos limitaciones de la
peciales, el derecho de A frente a B y la obhgac10n de B frente a A
concepción hartiana: en primer lugar, que no confinara la idea de de-
son estrictamente correlativos, en el sentido de que el derecho de A
rechos generales a aquellos que se satisfacen mediante abstenciones de
frente a B no «precede» a la obligación de B, ~i es «la ra~?n» por la los demás, ya que, como apunta MacCormick, no hay por qué suscri-
que ésta se impone. Simplement~ se ~a~e surgu una relacwn norma- bir una estipulación del significado de «tener un derecho» que convier-
tiva entre las partes que se descnbe diciend~ desde uno. de ~~s P?los ta en verdadera analíticamente la afirmación de que no tenemos en sen-
que existe un derecho y desde el otro que existe un~ ob~Igacwn, sien- tido estricto «derechos» que se satisfagan mediante la imposición so-
do tal el significado que en este caso cobran estos te.rmmos que ca?a
bre los demás de obligaciones generales positivas (271); y, en segundo
uno de esos juicios implica lógicamente el otro (270 bis). Esto no qme-
lugar, que permitiera afirmar que los derechos son el fundamento de
re decir que el derecho sea tan sólo la obligación contemplada. ~esde las obligaciones, la justificación de la limitación de la libertad externa
otro punto de vista (lo que nos haría desembocar en la concep~10n de
que éstas implican, para lo cual, como es obvio, el concepto de «de-
los derechos como reflejos de las obligaciones de la que Hart. mt~nta
rechos» ha de ser definido de un modo tal que se dé a éstos prioridad
apartarse con todo su empeño): quien tiene un derecho ~specml tle?-e
conceptual sobre la obligaciones, no de manera que unos y otras sean
según Hart -y expresándolo una vez más con categonas hohfeldm-
estrictamente correlativos (i. e., que los derechos de unos sean las obli-
nas- a la vez una pretensión [claim] y un poder, y el hecho de que
gaciones de otros contempladas desde el punto de vista de los prime-
tenga ambas cosas -y no sólo la primera- es lo que hace que su de- ros) (271 bis). -~
recho no sea meramente la obligación de otro contemplada desde su
Me interesa recalcar que lo que anda en juego no es determinar
punto de vista. Pero lo que en cualquier c~~o es cier~o es que ese com-
en qué consiste verdaderamente «tener un derecho». Plantear la cues-
ponente de su derecho que es su pretenswn es estnctame?-te correla-
tión de ese modo supondría a mi juicio incurrir en un realismo o esen-
tivo de la obligación de la otra parte, de un modo tal que simpleme~te
cialismo verbal cuya inaceptabilidad doy por sobrentendida. Si se con-
carecería de sentido decir que es su «fundamento» (puesto que obvia-
sidera que lo que estamos buscando es una definición lexicográfica so-
mente para que algo pueda ser el fundamento de ot:a cosa no puede
ser esa misma cosa contemplada desde otra perspectiva). bre la base del uso de esa expresión en el lenguaje ordinario, me pa-
rece que la propuesta hartiana se revela ya excesivamente restrictiva.
Pero entiendo que tampoco ese plano debe resultar decisivo (aunque
(270 bis) Cfr. David Lyons, «The Correlativity of Rights a~d Duties», en.NoCts, ~ sin duda habría que aportar muy buenas razones de índole teórica para
(1970) 45-55, pp. 46-47; Joel Feinberg, «Duties, Ri~hts and ~lmms», en Amencan Ph~­ introducir una estipulación que se alejara notablemente del uso ordi-
losophical Quarterly 3 (1966) 1-8 [ahora en Id., Rzghts, Justzce and the Bounds of .Lz-
berty (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1980), pp. 130-142, por dondes~ clta, nario deflenguaje). De lo que se trata más bien, según creo, es de ar-
p. 139]; Id., «The Nature and Value of Rights», en The Journal of Value. Inqwry~ 4
(1970) 243-257 [ahora en Feinberg, Rights, Justice and the B~unds of Lzbe:ty, c1t.,
pp. 143~155, pp. 148-149]; Id., Social Philosophy (Engle:Vo?d Cliffs, NJ: Pre~tlce-Hall, (271) Cfr. MacCormick, «Rights in Legislation», cit., p. 208.
1973), p. 58. Tanto Lyons como Feinb~rg, no ?bst~nte, .1?s1sten en qu~ este tipo de re- (271 bis) Para una crítica del concepto de correlatividad entre derechos y obligacio-
lación de correlatividad no puede pred1carse sm d1stors10n de cualquzer clase d~ dere- nes, defendiendo la pertinencia de hablar de «derechos» en casos o sentidos en los que
chos y obligaciones o deberes (vid. infra, nota 271 bis). No establecen, en carr:~10, este éstos no son el correlato de obligaciones, sino precisamente el fundamento o la razón
tipo de salvedad Benn y Peters, que afirman sin matizaciones que la correlac10n entr.e de la imposición de éstas, cfr. D. Lyons, «The Correlativity of Rights and Duties», cit.,
derechos y deberes «es una relación lógica» y que «[ d]erecho y de~er son nombres di- pp. 48 ss; J. Feinberg, Social Philosophy, cit., pp. 61 ss.; Id., Rights, Justice and the
ferentes para la misma relación normativa, según sea el punto de v1sta desde el ~ual se Bounds of Liberty, cit., pp. 139-140 y 149; Phillip Montague, «Two Concepts of Rights»,
la contemple»; cfr. S.I. Benn y R.S. Peters, Social Principies and the Demo.cr~tz~ State en Philosophy & Public Affairs, 9 (1980) 372-384, pp. 373-377; J. Raz, «Ün the Nature
(London: Allen & Unwin, 1959) [hay trad. cast. de R.J. Vermengo, Los p~mczpws so- of Rights», en Mind, 93 (1984) 194-214 [ahora, con muy ligeras modificaciones, en Raz,
ciales y el Estado democrático (Buenos Aires: Eudeba, 1984), por donde se clta, p. 100]. The Morality of Freedom, cit., cap. 7, por donde se cita en lo sucesivo: p. 171]; F.J. La-
porta, «Sobre el concepto de derechos humanos», en Doxa, 4 (1987) 23-46, p. 25.
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441
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ticular una reconstrucción del concepto que ilumine rasgos estructura- Me parece importante señalar que a mi juicio los derechos y obli-
les importantes de una cierta clase de concepción o teoría moral (que· gaciones especiales sólo pueden surgir sobre un trasfondo de derechos
por supuesto nos resultará de especial interés si es precisamente la cla- generales. Para dar sentido a esta afirmación conviene adelantar dos
se de concepción moral que estamos dispuestos a aceptar). Y esa re- ideas. En primer lugar, como dice Nino, «algunos de nuestros intere-
construcción conceptual resultará especialmente fecunda (y, por ello, ses no consisten en gozar de cierta situación estática o en contar con
tanto más plausible) si a partir de ella cabe dar razón también de sen- determinados bienes, sino en disponer de la posibilidad de optar entre
tidos más restringidos de la idea de «tener un derecho» como, por diferentes cursos de acción» (lo que, por cierto, vendría a demostrar
ejemplo, el representado por una concepción como la hartiana. que el dilema entre las tradicionales teorías del interés o del benefi-
Creo que en los últimos años se ha ido delineando con suficiente ciario, por un lado, y de la elección protegida o de la «supremacía de
claridad una propuesta de definición de la idea de «tener un derecho la voluntad», por otro, es sólo aparente) (272 bis). Suscribir una c_Qn-
moral» que me parece básicamente aceptable y que simplemente voy
a mencionar (sin que quepa dentro de los márgenes de este trabajo su
análisis pormenorizado). Esta concepción puede considerarse en cier-
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cepción mor-al con arreglo a la cual disponer de un ámbito de acción
libre es precisamente una necesidad, interés o aspecto básico del bie-
nestar de un individuo implica según creo admitir la relevancia moral
to sentido una variante de las tradicionales teorías del «beneficiario» -dentro de ciertos límites- del consentimiento de los individuos para
o del «interés», con la importante salvedad de que es precisamente al alterar o moldear la distribución de la libertad para cada uno tal y como
derecho al que se atribuye prioridad conceptual· y justificatoria. Con ésta viene parcelada en principio por los derechos generales. En se-
arreglo a ella -resumida en trazos gruesos y haciendo abstracción de gundo lugar, los derechos generales de los individuos no sólo justifi-
matices particulares aportados por unos u otros de sus sostenedores-, carían la imposición de obligaciones generales, sino también la cons-
la idea de «Un derecho» remite a principios morales acerca del bien de titución de instituciones sociales que asignen a individuos determina-
los individuos y acerca de la distribución del mismo, de manera que dos obligaciones especiales (de otro modo no parece fácil conseguir la
afirmar que los individuos «tienen un derecho (general)» equivaldría coordinación de las acciones, sin la que no puede evitarse que el cum-
a afirmar que cierta situación o estado de cosas se considera moral-
mente una necesidad o un aspecto del bienestar de cada uno de ellos
nos dice, por «el constitucionalista y el crítico individualista del derecho»- con arreglo
suficientemente importante como para garantizarles el acceso a esa si- al cual «el núcleo de la noción de derechos no es ni la elección individual ni el beneficio
tuación o estado de cosas que se reputa valioso (o, según los casos, la individual, sino las necesidades individuales fundamentales» (cfr. Hart, Essays on Bent-
permanencia en él), lo que, dependiendo de la clase de necesidad, in- ham, cit., p. 193; la cursi'.'.1 es mía).
terés o aspecto de su bienestar de que se trate, justifica la imposición La posibilidad de manejar este sentido de la idea de «tener un derecho» -que me
en favor de cada uno de obligaciones generales tanto positivas como parece perfectamente viable y coherente- muestra a mi juicio lo infundado de los re-
paros que algunos autores encuentran en el concepto de «derechos morales»: vid. por
negativas (272). ejemplo, G. Peces-Barba, Los valores superiores (Madrid: Tecnos, 1984), p. 110, nota
43; J. Muguerza, «La alternativa del disenso», en G. Peces-Barba (ed.) El fundamento
(272) Un enfoque de este tipo puede encontrarse en N. MacCormick, «Children's de los derechos humanos (Madrid: Debate, 1989), pp. 19-56, pp. 25-26; R.J. Vernengo,
Rights: A Test Case for Theories of Rights», en Archiv für Rechts- und Sozialphiloso- «Los derechos humanos como razones morales justificatorias», en Doxa 7 (1990)
phie, 62 (1976) 605-617 [ahora en MacCormick, Legal Rights and Social Democracy, 275-299. Vid. una respuesta a este tipo de reparos en J.R. Páramo, «El concepto de de-
cit., pp. 154-166]; Id., «Rights in Legislation», cit.; Id., «Rights, Claims and Remedies», recho: una introducción bibliográfica», cit., pp. 199-200; F. Laporta, «Sobre el concep-
en Law and Philosophy, 1 (1982) 337-357; L. Hierro, «Derechos humanos o necesida- to de derechos humanos», cit., pp. 31-32 y 38; Id., «Acotaciones del trampolín: respues-
des humanas. Problemas de un concepto», en Sistema, 46 (1982) 45-61; J. Raz, «Ün the ta a Roberto Vernengo», en Doxa, 7 (1990) 301-309; A. Ruiz Miguel, «Los derechos
Nature of Rights», cit. [ahora en Raz, The Morality of Freedom, cit., cap. 7]; [d., «Le- humanos como derechos morales», en Anuario de Derechos Humanos, 6 (1990) 149-160;
gal Rights», en Oxford Journal of Legal Studies, 4 (1984) 1-21; Nino, Etica y derechos E. Fernández, «Acotaciones de un supuesto iusnaturalista a las hipótesis de J. Muguer-
humanos, 2.• ed., cit., pp. 31-40; F. Laporta, «Sobre el concepto de derechos huma- za sobre la fundamentación ética de los derechos humanos», en G. Peces-Barba (ed.),
nos», cit. Hart ha reconocido que su propio enfoque del concepto de «tener un dere- El fundamento de los derechos humanos, cit., pp. 155-162, p. 158; C.S. Nino, «Sobre
cho» debería ser suplementado para dar cabida a otro sentido del mismo -utilizado, los derechos morales», en Doxa, 7 (1990) 311-325.
(272 bis) Cfr. Nino, Etica y derechos humanos, 2." ed., cit., p. 34.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD

plimiento de las obligaciones generales positivas degenere en el des- do de la idea de obligación, sus rasgos centrales resultan ser tan sólo
pilfarro colectivo de esfuerzos y en la imposición de cargas morales des~ el que su existencia depende de la de alguna clase de práctica o insti-
medidas). Si no presuponemos estas ideas no es fácil explicar cómo la tución social (más o menos compleja) y su «independencia de conte-
ejecución de ciertos actos voluntarios o la existencia de determinadas nido» de las acciones obligatorias (i. e., el hecho de que no es la na-
prácticas o instituciones sociales (que definen roles específicos), en tan- turaleza de la acción lo que determina que se «tenga la obligación» de
to que meros hechos -de naturaleza más o menos compleja-, po- realizarla) .
drían «hacer surgir» derechos y obligaciones morales (especiales). Po- Reteniendo sólo estos dos últimos rasgos -y prescindiendo por
demos entonces hablar, siguiendo una estipulación terminológica bas- completo de la noción de derechos (generales o especiales)- aún se-
tante usual, de «obligaciones» y «deberes» morales especiales para alu- ría posible proponer un concepto específico de «obligación moral» que
dir a exigencias morales individualizadas (273) contraídas respectiva- no fuese aplicable indiferenciadamente a todo el campo de lo que mo-
mente en virtud de la ejecución de actos voluntarios o del desempeño ralmente debe hacerse: podríamos convenir en reservar la idea de de-
de un cierto rol y de una clase tal que, en caso necesario, justifican la ber para lo que Rawls llama «deberes naturales» y decir que existen
interferencia coactiva en la libertad externa de aquellos sobre los que obligaciones morales cuando suscribimos lo que he venido denominan-
do juicios de deber dependientes de la existencia de reglas sociales o
recaen, presuponiendo en cualquier caso que los jucios morales con
de la formulación de mandatos por parte de autoridades. Una obliga-
los que se afirma la existencia de esas obligaciones y deberes especia-
ción moral sería entonces algo que moralmente debe hacerse sólo por-
les, son la conclusión de razonamientos prácticos complejos en los que
que existen ciertas prácticas o instituciones sociales y que, ceteris pa-
intervienen como razones operativas principios morales relativos a de- ribus, no sería moralmente debido en caso contrario. Algunas de esas
rechos generales de los individuos. obligaciones morales serían de ""creación voluntaria (como las que sur-
girían de la prestación de promesas, por ejemplo), mientras que otras
ii) Hasta aquí he examinado al menos dos sentidos posibles de la serían de creación no voluntaria (como aquellas cuya existencia depen-
idea de «tener una obligación» que se definen a partir de su relación diera de la de reglas sociales o de la formulación de mandatos por par-
con la noción de «derechos» (generales o especiales). En ocasiones, te de autoridades). En cualquier caso, el campo de lo que serían «obli-
sin embargo, el concepto de obligación se maneja en un sentido que gaciones morales» en este sentido preciso no tendría por qué coincidir
no coincide exactamente con ninguno de los anteriores y en el que, en extensionalmente con el de las «obligaciones morales» entendidas
particular, se prescinde de cualquier referencia a «derechos». Esa os- como aquellas que existen cuando no sólo se debe moralmente hacer
cilación es perceptible a lo largo de la obra de Hart, que reiterada- algo, sino que además está justificado restringir la libertad externa del
mente se ha referido a obligaciones jurídicas u obligaciones que sur- agente que pretende actuar de otro modo (aunque uno y otro conjun-
gen de reglas sociales sin presuponer en absoluto que éstas se deban tos se intersectarían por lo menos en el caso de lo que anteriormente
a una persona determinada que «tiene un derecho» sobre el obligado he llamado obligaciones y deberes especiales).
o que dichas obligaciones tengan que ver con «la rama de la moral que En todo caso, por supuesto, ante un enunciado como «X tiene la
se ocupa específicamente de determinar cuándo puede limitarse la li- obligación de hacer 0» siempre habría que aclarar si se trata de un ge-
bertad de una persona por la de otra» (273 bis). En este nuevo senti- nuino juicio de deber moral (dependiente de la existencia de prácticas
o instituciones sociales) o de un enunciado puramente descriptivo que
(273) Cfr. Nino, Etica y derechos humanos, 2." ed., cit., pp. 37-39. expresa una proposición normatíva (27 4). La necesidad de distinguir
(273 bis) Compárese el modo en que Hart define la idea de «obligación» en «¿Exis-
ten derechos naturales?», cit., p. 89, nota 7 -donde afirma que «[e]n términos genera-
«Obligación jurídica y obligación moral», cit., pp. 25 ss., o en CL, pp. 84-85 [CD,
les el idioma confina, aunque no en forma uniforme, el empleo de "tener una obliga-
pp. 107-109] (donde presenta la idea de una regla social que impone «obligaciones»), o
ción"» a los casos en los que «Se pueden aceptar o crear voluntariam~nte», «se deben a
en J.R. de Páramo, ~Entrevista. a H.L.A. Hart», cit., pp. 344-346 (aun con los nuevos
personas especiales (que tienen derechos)» y «no surgen del caracú~r de las acciones que
matices que aquí introduce).
sean obligatorias, sino de la relación entre las partes>>-- con el modo en que lo hace en
(274) Cfr. A. Gewirth, «Obligation: Political, Legal, Moral», cit., pp. 59-61;

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

entre los enunciados relativos a obligaciones aquellos que expresan ge- cerse desde .un determinado punto de vista- y que, como tales, no
nuinos juicios prácticos (i. e., que pueden servir como razones opera- pueden servir como razones operativas en razonamientos prácticos) o
tivas en razonamientos prácticos) de aquellos otros que, no obstante si por el c.ontrario lo suscribe, acepta aquellas reglas (en cuyo caso c~n
su forma normal, son en realidad descriptivos, constituye la clave para un enunci~~o. como «X tie~e la obligación de hacer 0» estará expre-
poner en tela de juicio algunos conocidos intentos -c.omo el de S~ar­ sando un JUICIO comprometido, un genuino juicio práctico).
le- de presunta derivación de juicios de deber a partir de un conJun- El problema central que se plantea entonces es el de si tiene sen-
to de premisas que se pretenden puros juicios fácticos, aunque, eso. sí, tido decir que un enunciado del tipo «X tiene la obligación de hacer 0»
relativos no a hechos brutos, sino a hechos institucionales (274 bis). puede expresar genuinos juicios prácticos (i. e., no ser meramente des-
Pero la inferencia de juicios prácticos a partir de juicios descriptivos criptivo) pero no morales. Por supuesto es perfectamente usual califi-
es siempre fraudulenta, incluso cuando lo que éstos describen son «he- car la clase d~ obligación de la que uno está hablando y decir, por ejem-
chos institucionales», es decir, hechos brutos pero contemplados y plo, que «X tiene la obligación moral, jurídica, social, familiar, etc ... ,
nombrados desde el punto de vista de quien suscribe ciertas reglas; y de hacer 0». Pero hay dos formas de entender qué es lo que revela
entonces lo decisivo, evidentemente, consiste en determinar si el ha- esta constatación evidente. Con arreglo a la primera de ellas, estaría-
blante se sitúa en ese punto de vista sólo hipotéticamente, sin suscri- mos hablando de diferentes clases de obligaciones, entendiendo enton-
birlo él mismo (y entonces los enunciados relativos a deberes u obli- ces que, cuando los enunciados correspondientes no son meramente
gaciones que él formula expresan juicios «imparciales» o «no compro- descriptivos, sino genuinos juicios prácticos, con cada uno de ellos se
metidos», que en realidad son descriptivos -de aquello que debe ha- expresa la existencia de diferentes clases de razones para actuar (i. e.,
de razones para actuar categóPicas, dominantes sobre las meramente
prudenciales, pero a pesar de ello no necesariamente morales) (275).
J.C. Smith, Legal Obligation, cit., pp. 48-49; Nino, La validez del derecho, cit.,
Con arreglo a la segunda, sin embargo, todos esos enunciados o bien
pp. 212-213.
(274 bis) Vid. John R. Searle, «How to Derive "Ought" from "ls"», cit., y Speech son ~n realidad descriptivos, o bien con todos ellos se expresa la exis-
Acts, cit., pp. 175-198 (donde Searle introduce algunas ligeras modificaciones e~ su ar- tencia de razones morales para actuar que, eso sí, serían dependientes
gumento que no son ahora relevantes). La argumentación de Searle ha sido reiterada- de la existencia y funcionamiento de diferentes tipos de prácticas o ins-
mente criticada: vid., p. ej., la colección de textos agrupados en W.D. Hudson (ed.),
The Is-Ought Question (London: Macmillan, 1969); J. Hierro, Problemas del análisis del
tituciones sociales. En el primer caso, por decirlo en los términos de
lenguaje moral, cit., pp. 131-145, especialmente 135 ss.; R. Guastini, «~ognitivismo Lu- J~hn Ladd, estaríamos hablando de diferentes «formas» de obligación,
dico e regole costitutive», cit.; G.H. von Wright, «<s and Ought», clf., pp. 273-275; mwntras que en el segundo estaríamos hablando de diferentes «varie-
N. MacCormick y O. Weinberger, An Institutional Theory of Law, cit., pp. 21-24. dades» de obligaciones morales distinguibles en razón de la diversidad
Según von Wright, si en el argumento de Searle todas las premisas son genuinamen- de prácticas o instituciones que cabe tomar en cuenta como razones
te descriptivas la conclusión, aun formulada en términos de «deber», no expresaría un
verdadero «debe» deóntico, sino un «debe» técnico, siendo entonces no un auténtico con- auxiliares en los razonamientos prácticos complejos cuyas conclusio-
cepto normativo, sino una forma elíptica de enunciar qué es lo que un sujeto tiene que nes serían esos jucios de deber (moral) dependientes de la existencia
hacer si quiere cumplir lo que la práctica o institución social corres~ondiente exige. de ~e aquella~ (275 bis). Cuando hablamos de una obligación «promiso-
él (la misma clase de solución había sido ya propuesta por B .J. D1ggs, «A Techmcal na», por eJ~mplo, ~o pensamos en una forma específica de obligación
Ought», en Mind, 69 (1960) 301-317; o por J.R. Cameron, «The Nature of Institutional
Obligation», en Philosophical Quarterly, 22 (1972) 319-332, p. 330).
no moral, si~? precisamente en la clase de obligación moral que surge
Más satisfactorio me parece el enfoque de Hierro, Guastini o MacCormick-Wein- de la prestacwn de una promesa. Del mismo modo~ y siempre con arre-
berger, con arreglo al cual la diferencia básica radica en si cada una de las premisas del
argumento de Searle está formulada desde el punto de vista de alguien que acepta las
reglas de la institución correspondiente (y entonces la conclusión del razonamiento sería (275) Cfr. Hart, «Obligación jurídica y obligación moral», cit., passim; Brandt, «The
un genuino juicio de deber, pero no se habría derivado de premisas «pur~mente fácti- Concepts of Obligation and Duty», cit., pp. 380-384.
(27~ bis) Cfr.' J. Ladd, «Legal and Moral Obligation», cit., p. 6. Vid. observaciones
cas»), o sólo desde el punto de vista de alguien que conoce esas reglas y, sm aceptarlas
él mismo, describe la situación desde el punto de vista de quien las aceptara (con lo que en el rmsmo sentido en K. Baier, <<lustification in Ethics», cit., p. 25, nota 4; y en Ph. So-
la conclusión de su razonamiento sería una proposición normativa). per, A Theory of Law, cit., p. 33.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

glo al segundo de los puntos de vista mencionados, cuando hablemos Como la explicación hartiana del concepto de «regla social» ha alcan-
de obligaciones o deberes jurídicos o bien estaríamos formulando en zado una notable difusión -y como además, si no me equivoco, se sue-
realidad enunciados descriptivos (que expresarían proposiciones nor- le considerar correcta en lo esencial- me serviré de ella como punto
mativas), o bien estaríamos hablando de obligaciones morales depen- de partida de mi análisis.
dientes del hecho de que el ordenamiento jurídico haya prescrito la rea- Sintéticame~te, para Hart se pued~ afirmar que existe en el grupo
lización de la conducta correspondiente. G una regla social a tenor de la cual «todo S debe hacer 0 en las cir-
Para dilucidar cuál de esos dos puntos de vista es el correcto ne- cunstancias C» si y sólo si:
cesitamos analizar en profundidad la estructura de los razonamientos
prácticos ligados a la existencia de prácticas e instituciones sociales, co- 1) existe de hecho una cierta regularidad de comportamiento es
menzando por el caso más simple de las reglas sociales e introducien- decir, dent~o de G la mayor parte de los S hacen 0 en la mayor p~rte
de las ocasiOnes en las que concurren las circunstancias C;
do a partir de él sucesivos niveles de complejidad. Ello nos llevará, en-
2) las desviaciones respecto al comportamiento regular son motivo
tre otras cosas, a analizar los conceptos de «razón excluyente» y «ra- de crítica: la mayor parte de las veces en las que un S no hace 0 en las
zón independiente del contenido» y, en último lugar, a analizar la cues- circunstancias C se produce una reacción crítica -variable en cuanto a
tión clave de si cabe o no admitir la idea de la fragmentación de la no- su intensidad y forma de manifestarse- por parte de los miembros de
ción de «justificación» en ámbitos independientes. Todo ello constitu- G (con independencia de que éstos pertenezcan o no a su vez a la clase
ye el objeto de los próximos apartados. de sujetos «S»);
3) las conductas consistentes en manisfestar esas reacciones críti-
cas no suscitan a su vez reacciones críticas ulteriores por parte de los
8. REGLAS SOCIALES: PRACTICAS, INSTITUCIONES Y miembros de G, lo que es tanto com decir que éstos consideran justifi-
RAZONES PARA ACTUAR cadas las reacciones críticas frente a las desviaciones de los S (i. e., las
desviaciones no sólo son criticadas, sino que son vistas como una razón
8.1. Las condiciones de existencia de las reglas sociales y su papel en para las correspondientes reacciones críticas);
4) los miembros de G-oal menos algunos de ellos- adoptan una
los razonamientos prácticos
«act!tud crítica reflexiva» que se manifiesta en el uso de lenguaje nor-
Si la existencia de reglas sociales introduce un factor diferencial en matiVo (esto es, de términos deónticos como «deber») y en apelaciones
a la regla en cuestión para justificar a) por qué ellos mismos -si per-
la estructura de algunos razonamientos prácticos, se hace preciso acla- tenecen a la clase de sujetos S- hacen 0 cuando concurren las circuns-
rar en primer lugar qué se entiende exactamente por «regla social» y tancias C; b) por qué critican a los S cuando se desvían de esa pauta de
bajo qué consideraciones cabe afirmar que «existe» una regla de ese conducta; y e) por qué no consideran a su vez objeto de crítica la ma-
tipo dentro de un grupo o ámbito social determinado. Por supuesto la nifestación de esas reacciones críticas (277). ·
contestación a esos interrogantes constituye uno de los puntos esen-
ciales de la teoría del derecho hartiana,en la que la distinción entre «há- existe una «regla social», vid. J.R. Páramo, H.L.A. Hart y la teoría analítica del Dere-
bito» y «regla social» -así como las ideas de «aspecto interno de las cho, cit., pp. 55-103.
normas» y «aceptación», sobre las que se articula la diferencia entre (277) Hay dos cuestiones a las que me parece oportuno referirme brevemente en
aquellas dos nociones- es el primer eslabón de una cadena concep- relación con esta caracterización hartiana del concepto de regla social. La primera tiene
tual en torno a la cual se va vertebrando la explicación del concepto que ver con la distinción que establece ulteriormente el propio Hart entre las reglas so-
de derecho como «unión de reglas primarias y secundarias» (276). ciales en gene~al y l~s reglas sociales que imponen obligaciones como un subgrupo de
ellas, y cuya dtferencta específica, como es sabido, consistiría en la concurrencia de tres
elementos adicionales: seriedad de la presión social, creencia en su importancia en tan-
(276) Cfr. CL, pp. 54-56 [CD, pp. 69-71]. Vid. también CL, pp. 86-88,97-107 y 244 to qu~. necesarias para preservar la vida social o algún elemento muy valioso de ella y
[CD, pp. 110-112, 125-137 y 308-309]. Sobre los presupuestos metodológicos que inspi- posibilidad de que la conducta exigida por la regla entre en conflicto con los deseos o
ran la explicación hartiana acerca de qué es y en qué condiciones se puede afirmar que inclinaciones del sujeto obligado (CL, pp. 84-85; CD, pp. 107-109). Creo que está por

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Explicar qué es una regla social y en qué condiciones se pu~d~ afir-. Si nos situamos en la perspectiva de un individuo aislado que desarro-
mar que «existe» dentro de un grupo G no es una empresa distmta m lla su deliberación práctica dentro de G, así es afectivamente como pa-
conceptualmente previa a la de explicar la estructura de las razona- recen ser las cosas. Pero cuando ese individuo asume como un dato la
mientos prácticos que desarrollan los miembros de G tomando e.n cuen- existencia de una regla social en G lo que está asumiendo es la reite-
ta la existencia de dicha regla. Esta afirmación, no obstante, qmzá pro- ración de una serie de comportamientos, de otros comportamientos
voque una cierta sospecha de circularida?: si ~e construye un razona- acerca de los primeros y de una serie de disposiciones de conducta por
miento práctico tomando en cuenta la existencia de una regla, ¿no ha- parte de los demás miembros de G, muchos de los cuales -aunque
brá de ser ésta forzosamente un prius lógico respecto de aquél? (278). no necesariamente todos- adoptan esas disposiciones de conducta (y
por ello realizan aquellos comportamientos) como resultado de razo-
ver si hay una auténtica diferencia cualitativa entre las reglas «que imponen obligacio- namientos prácticos realizados justamente a la vista de los mismos da-
nes» y el resto de las reglas sociales o si, por el contrario, cabría pensar más bien que tos, con la única diferencia de que es ahora a él (a sus comportamien-
de los tres rasgos diferenciadores reseñados los dos primeros marcan. como mucho u~a tos y sus disposiciones de conducta) a quien se ve como uno de «los
diferencia meramente de arado, mientras que el tercero sería en realidad consustancial demás».
a la aceptación de cualquier clase de regla. Como tiendo a pensar esto último, por el
momento me parece preferible prescindir de esta distinción.
Lo que tenemos, por tanto, no es a mi entender circularidad, sino
La segunda cuestión tiene que ver con la diferenciación de ~istintas .c!ases ?e nor- interdependencia: las disposiciones de conducta de cada individuo son
mas desde el punto de vista de los diversos tipos de problemas de mteraccwn social para condicionales respecto a lo que él cree que son las disposiciones de con-
los que esas normas son respuestas (en un sentido como el explorado por E. Ullmann- ducta (igualmente condicionales) de los demás. De ahí que me parez-
Margalit en The Emergence of Norms, cit., que distingue entre normas que resuelven ca particularmente acertada una concepción como la de Shwayder, que
respectivamente situaciones del tipo del «dilema del prisionero» y problemas de coor- presenta las reglas sociales como complejas redes de disposiciones de
dinación y que estabilizan situaciones de desigualdad o «parcialidad»). P~rec~ que la ~e­
finición hartiana de regla social no es apta para hacerse cargo de esa. d1vers1da~: la m- comportamiento individuales interdependientes, como sistemas de ex-
sistencia en las reacciones críticas frente a la desviación no cuadra b1en, por eJemplo, pectativas mutuas que se autorrefuerzan y subsisten precisamente so-
con las «normas de coordinación», que serían reglas «autofortalecientes» en el sentido bre la base de su satisfacción en la mayor parte de los casos (279). Es
de que no existen incentivos para apartarse -en beneficio propi~ del equilibrio de evidente que esa idea de interdependencia no está ausente del análisis
coordinación que la norma representa (cfr. Ullmann-Margalit, op. c;u., p. 13; sobre l.a de Hart. Lo que sucede, a mi juicio, es que no la ha explorado en toda
distinción entre instituciones sociales «autofortalecientes» y «necesitadas de fortaleci-
miento» cfr. Hartmut Kliemt, Moralische Institutionen. Empirischen Theorien ihrer Evo- su complejidad: creo que el esquema hartiano subraya sólo las formas
lution (Freiburg/München: Karl Alber, 1985) [hay trad. cast. de Jorge M. Seña, Las ins- más simples de esa interdependencia, con lo que quedan oscurecidos
tituciones morales. Las teorías empiristas de su evolución (Barcelona: Alfa, 1986), por los rasgos específicos de ciertos tipos de razonamientos prácticos com-
donde se cita], pp. 78-80; sobre la noción de «equilibrio de coordinación», .v~d: _supra, plejos que los individuos desarrollan en relación con la existencia de
nota 81 de la parte 1). Esa constatación obligaría o bien a re formular 1~ de~?1c1on h.ar- reglas sociales (y que al mismo tiempo dan su realidad a dichas reglas,
tiana de manera que también resultase aplicable a las «normas de coordmac1on», o ~1en
a sostener que las «convenciones» -i. e., las soluciones ~ los prob!emas de coord~na­
dibujando no un círculo vicioso, sino más bien una espiral de reforza-
ción- no son exactamente «normas» (que es lo que sostiene Lew1s, cfr. Conventwn, miento recíproco).
cit., pp. 97-100; o, quizá por una razón diferente, Jon Elster, The Cement of Society. A Para desarrollar esa idea entenderé provisionalmente -con Hart-
Study of Social Order (Cambridge: Cambridge University Press, 1989, p. 101). De to- que afirmar que la regla «existe» es decir que quedan satisfechas las
dos modos creo que es preciso diferenciar entre una convención, una norma -no so- condiciones (1) a (4) apuntadas hace un momento y que afirmar que
cial, sino creada por una autoridad- que representa una ~olución p~ra un.problema de
coordinación y una norma -que puede ser una regla social- que Impone el deber de
seguir una convención (lo que según creo tiene perfecto sentido a pesar del caracter au- den ser explicados a su vez en términos de la existencia de alguna regla previa. Eso sig-
tofortaleciente de las convenciones): de todo ello me ocuparé en el apartado 8.4.2, al nifica que en la elucidación del concepto de regla tenemos que utilizar ese mismo con-
discutir hasta qué punto la aceptación de la autoridad puede basarse precisamente en cepto, que hemos de suponer que ha quedado ya determinado, aunque no se nos dice
su capacidad de resolver problemas de coordinación. de qué modo», cfr. R. N. Moles, Definition and Rule in Legal Theory. A Reassessment
(278) Es lo que piensa Robert Moles: «En la discusi?n ?e Hart [... ] pued~ obser- of H.L.A. Hart and the Positivist Tradition (Oxford: Basil Blackwell, 1987), p. 87.
varse que aquellos elementos que se supone que son constitutivos de una regla solo pue- (279) Cfr. D. Shwayder, The Stratification of Behaviour, cit., pp. 253 y 260-261.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

alguien la acepta es decir que la considera «como una pauta de com- i) Situémonos en primer lugar en el punto de vista de un miem-
portamiento que ha de ser seguida por el grupo como un tod~». Y que bro de «G» que no acepta una regla social existente en dicho grupo.
estima que las críticas a las des:riac~ones ?e
la pa~~a son <:legitimas o Por otra parte, puede o no pertenecer a la clase de sujetos «S» a los
que la regla se aplica. Si pertenece, la pregunta es qué razón puede
justificadas» (280). En último term~no mi prete~s10n consiste en. ma-
tizar esas ideas en un sentido que si no me equivoco toma una cierta tener él para hacer 0 cada vez que concurran las circunstancias e; y
distancia respecto al que les atribuye Hart, pero por el moment? las en segundo lugar, tanto si él mismo es un «S» como si no, qué razón
manejaré sin mayores precisiones. Si denommamos lo~ «A» a qmen~s puede tener para manifestar la reacción crítica correspondiente frente
aceptan una regla y los «S» a aquello.s a quienes es ~phcable (es decu, a los S que se desvíen de la regla. Suponemos, en cualquier caso, que
a los «sujetos» de la regla en el sentido de von Wnght) (281)., parece al margen de la existencia de esa regla el sujeto en cuestión no admite
claro, como ha subrayado Hartmut Kliemt (282), que ~el conJu~to~ de ninguna razón instrumental, prudencial ni moral para hacer 0 en las
los «S» y el conjunto de los «A» pueden tener e~ comun :-~n hipot~­ circunstancias e.
sis- desde la totalidad de sus miembros hasta mnguno (si bien. lo mas
frecuente será que uno y otro conjunto se superpongan parcml~en­ Hay un tipo de respuesta muy simple a estas dos cuestiones, que
te) (283). Teniendo en mente esa tipología elemental pue?e ser m~e­ quizá es la que viene sugerida de un modo más inmediato por el es-
resante ir pasando revista a las distintas clases de ~azon~mientos prac- quema de Hart. En cuanto a la primera, su razón para hacer 0 sólo
ticos que es posible construir en relación con la exi~tencia de ~eglas so- puede ser de tipo prudencial, estando ligada al temor de sufrir las reac-
ciales y que, al tiempo (junto con los comportami~ntos realiZados de " ciones críticas que suscitará la transgresión. A esa consideración se le
conformidad con las conclusiones de esos razonamientos), dan su rea- aplicarán por supuesto todos lo"'.parámetros -que ya conocemos- que
lidad a las mismas. definen qué es lo prudencialmente racional: lo que quiere decir que
sólo tendrán una razón prudencial para hacer 0 si el coste de esa reac-
ción crítica es para él mayor que el de no hacer 0 y según cuáles sean
las medidas relativas de esos costes y de la probabilidad (en las cir-
(280) Cfr. CL, pp. 54-55 [CD, pp. 70-71]. Como han. señalado Honoré («Groups,
cunstancias particulares del caso) de que efectivamente la reacción crí-
Laws and Obedience», cit.), MacCormick (H.L.A. Hart, cit., pp. 35 Y43) o Mol~s (De:
finition and Rule in Legal Theory ... , cit., p. 110), H~rt presupone pero ~o. exphca que tica llegue a aplicársele. Pero, sobre todo, sólo tendrá una razón pru-
ha de entenderse por «grupo», qué criterios se maneJa? a la. hora de deliffiltar los con- dencial para hacer 0 si efectivamente hay otros miembros de G que
fines del ámbito en el que se dice que cierta regla socia~ existe o n?·. Por supuesto no van a reaccionar críticamente en caso contrario, miembros que en el
hay que caer en el error de reificar los .«grupo~»: que ciert~ colectiVIdad (entre cu~os esquema de Hart son aceptantes de la regla: las razones prudenciales
miembros se desarrollan determinadas mteraccwnes) sea vista com~- un grupo o s~lo
como una parte de un grupo más amplio es simplemente una cuestwn de perspectiva del no aceptante dependerían entonces (entre otras cosas) de la exis-
(i. e., del interés teórico o práctico que guíe la mirada del observador). , . tencia de aceptantes (y además serían tanto niás fuertes -i. e., tanto
(281) Vid. Norma y acción ... , cit., p. 93. Como ha ~puntado ~oss -cfr. .Logzca de más capaces de superar los costes de oportunidad de no hacer 0--
las normas, cit., p. 103- la determinación de qué cualidades o cucuns~ancms han de cuanto mayor sea el número de aceptantes y mayor por consiguiente
ser entendidas como especificadoras del sujeto de la norma. («S») Y cuáles como des- la probabilidad de llegar a sufrir la correspondiente reacción críti-
criptivas de la situación o circunstancias («C») en que ha de ~Jecutarse su «t~ma>: o con-
tenido (((\!?») «no obedece a criterios rígidos» y resulta hasta cierto punto .arbi.t;ana. Para ca) (284). Y en cuanto a la segunda cuestión -qué razón puede tener
mis propósitos presentes, no obstante, puede prescindirs~ de esa complica~I-on.
(282) Cfr. H. Kliemt, Las instituciones mor~les .. , cit., p. ~92: tam.bien Hacker, (284) Téngase en cuenta que no se está hablando por ahora de sistemas normativos
«Hart's Philosophy of Law», cit., pp. 13-14; y Sllllth, Legal Ob~zgatl?n, cit., P· ~7. institucionalizados que cuenten con un aparato que centralice la administración de esas
(283) Esta idea puede hacerse más clara utilizando el conocido eJemplo hartlano de reacciones críticas: cuando éstas pueden provenir de cualquiera -de un modo difuso--,
la regla social que establece que los varones han de descubrirse al entrar en el templo: creo que se mantiene la idea de que la probabilidad de llegar a sufrirlas y por consi-
dentro del grupo G en el que exista esa regla puede haber varones que la ace~ten (que guiente de condicionar de un modo efectivo la conducta del transgresor potencial es, a
serían a la vez «S» y «A»), varones que no la acepten («S», pe:o no«~»), muJeres que iguales grados de intensidad o severidad de esas reacciones, tanto más alta cuanto ma-
la acepten («A», pero no «S») y mujeres que no la acepten (m «S» m «A»).
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452
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

él (no aceptante) para manifestar la reacción crítica correspondiente prudenciales para cumplirla que no exigen como cuestión lógica la exis-
frente a los S que se desvíen de la regla-, la respuesta parece ser a tencia de u:na mayoría de aceptantes (puesto que no tiene por qué es-
simple vista que sencillamente ninguna. Pero esta segunda respuesta perar que las reacciones críticas frente a la desviación provengan sólo
es incorrecta, y en la medida en que lo es obliga también a matizar de ellos). La imagen resultante puede ser la de un grupo en el que se
seriamente la que se dio a la primera pregunta. da una red de comportamientos interdependientes y en el que es po-
Un individuo que no acepta la regla puede a pesar de todo tener sible -en contra de lo que piensa Hart (287)- que sólo un exiguo nú-
dos series de razones meramente prudenciales para manifestar la corres- mero de individuos acepte la regla, de manera que no son tanto (y des-
pondiente reacción crítica frente a los S que se desvíen de ella. La pri- de l~e?o no son sólo) las disposiciones de conducta de éstos las que
mera consiste en que puede sufrir de lo contrario una reacción crítica condiciOnan las de los no aceptantes (288), sino más bien estas últimas
de segundo nivel: en el esquema de Hart se explicita que allí donde las que pueden llegar a condicionarse recíprocamente.
existe una regla social las reacciones críticas frente a la desviación se En el límite, habría que preguntarse si sería posible la existencia
consideran justificadas, se entiende que ésta constituye una «buena ra·· de una regla social sin que hubiese un sólo aceptante. Rolf Sartorius
zón» (285) para aquellas; pero seguramente ello no excluye, sino que por ejemplo, piensa que sí lo es: si los comportamientos y actitude~
más bien implica, que se considera injustificado no reaccionar crítica- que cada individuo «meramente prudente» manifiesta hacia los de los
mente ante la desviación y que, por consiguiente, esa falta de reacción demás dependen de lo que él cree que son las disposiciones de con-
puede ser vista a su vez como una «buena razón» para una nueva reac- ducta y actitudes hacia los comportamientos de los demás (entre los
ción crítica (que es la que he llamado «de segundo nivel»). La segun- que se ~ncuentra ~l) del resto de los miembros del grupo, cada uno pue-
da -sobre la que ha llamádo la atención MacCormick (286)- consis- de mamfestar actitudes que reálmente no suscribe movido por lama-
te en que el no aceptante al que le es aplicable la regla y que se ve nisfestación por parte de los demás de actitudes que realmente no sus-
constreñido a cumplirla por razones prudenciales puede estar intere- criben (produciéndose, por decirlo en el lenguaje de la teoría de sis-
sado -y ello dependerá de cómo esté estructurada la situación en tér- temas, una continua retroalimentación entre la manifestación de esas
minos de interacción estratégica- en que todos los demás S la cum- actitudes y las razones -prudenciales- para manifestarlas) (289).
plan también para que no saquen partido (a su costa) de su propio com- Si Sartorius está en lo cierto, sería concebible -al menos teórica-
portamiento conforme. Nótese bien: su razón para manifestar la mente-la existencia de una regla social que no es aceptada por nadie
correspondiente reacción crítica frente a los desviantes sigue siendo pu-
y que se mantiene meramente como una red de estrategias prudencia-
ramente prudencial (aunque ahora no tiene que ver con su interés en
no recibir él mismo una nueva reacción crítica); y esta nueva razón pru-
dencial puede serlo a su vez no sólo para manifestar reacciones críti- (287) «[Aunque la sociedad] pueda exhibir la tensión, ya descripta, entre los que
cas de primer, sino también de segundo nivel (o de otros sucesivos). ace~tan las reglas y los que las rechazan excepto cuando el miedo de la presión social
los mduce a conformarse con ellas, es obvio que el último grupo no puede ser más que
Ahora bien, si la generalidad de los no aceptantes puede contar una minoría [... ], porque de otra manera quienes rechazan las reglas encontrarían muy
con razones meramente prudenciales para manifestar reacciones críti- poca presión social que temer» (CL, p. 89; CD, p. 114; las cursivas son mías). La misma
cas frente a las desviaciones de una regla social determinada, el no opinión ~s compartida por Hacker: «Estas condiciones de existencia [de las reglas so-
aceptante al que ésta le es aplicable puede tener razones igualmente ~mles] exigen que la ma~or p~rte de los miembros del grupo social acepten la regla que
Impone deberes» («Hart s Phllosophy of Law», cit., p. 17; la cursiva es mía).
. (288) Que es lo que parece dar por supuesto MacCormick al escribir -H.L.A. Hart,
yor sea el número de aquellos de los que es racional esperar que provengan (simple- cit., p. 36- que «[l]a fuerza de esas razones prudenciales [i. e., de las que tiene el no
mente porque entonces será tanto más baja la probabilidad de desviarse de la pauta y aceptante para cumplir la regla] es proporcional, como resulta bastante obvio, al núme-
conseguir eludir la reacción crítica). Sobre los factores que determinan la mayor o me- ro, poder e influencia de los que aceptan las reglas ... » (la cursiva es mía).
nor eficacia de una respuesta sancionatoria, vid. Lawrence M. Friedman, The Legal (28~) Cfr. R. Sartorius, «Positivism and the Foundations of Legal Authority», en
System. A Social Science Perspective (New York: Russell Sage, 1975), cap. IV. R. G~viso~ (ed.), Issues in Contemporary Legal Philosophy, cit., pp. 42-61, pp. 51-52.
(285) CL, p. 54 [CD, p. 70]. La misma Idea es apuntada (aunque no desarrollada) por Hartmut Kliemt: cfr. Las ins-
(286) Cfr. MacCormick, H.L.A. Hart, cit., p. 35. tituciones morales ... , cit., p. 198.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

les que se condicionan y sustentan recíprocamente. Prolongando el al- Cabría objetar que para que fuese posible una situación semejante
cance del argumento, cabría pensar también en el mantenimiento de sería necesaria, si no la existencia real de aceptantes, sí al menos la
una autoridad que repose tan sólo en el temor de cada uno a sufrir las creencia (fálsa) de que los hay por parte de cada uno. Con otras pala-
reacciones críticas de otros si se desobedecen los mandatos de aquella bras: parece que si cada individuo supiera que los demás no aceptan
(o si no se reacciona apropiadamente frente a esas transgresiones). La realmente la regla no podría mantenerse esa red de disposiciones de
admisión de esta posibilidad supone corregir toda una tradición en fi- conducta (basadas en consideraciones estrictamente prudenciales) que
losofía política (290), que la descarta aduciendo que quien obedece se condicionan recíprocamente, de manera que un cierto tipo de igno-
sólo por temor (i. e., por razones prudenciales) tiene que temer a al- rancia acerca de las actitudes de los demás sería condición necesaria
guien que a su vez no puede actuar también sólo por temor, ya que de la subsistencia de una regla en ausencia total de aceptantes. Y cier-
de lo contrario nos iríamos remontando, estrato por estrato, hasta el tamente un determinado tipo de ignorancia resulta imprescindible:
vértice de una pirámide de la obediencia en el que se situaría una au- pero, como ha demostrado Gregory Kavka (291), la ignorancia nece-
toridad («soberano») que por sí sóla nunca podría ser capaz de infun- saria no queda bien descrita en los términos que acaban de mencio-
dir temor a todos los ocupantes de los planos inferiores. Pero no es pre- narse. Un individuo que cree que ninguno de los demás acepta real-
ciso que lo sea, ni tampoco que un número relativamente amplio de mente la regla puede a pesar de todo tener razones prudenciales para
individuos acepte esa autoridad (en cantidad bastante como para con- obedecerla: sólo carecerá por completo de ellas el que crea que todos
centrar en sus manos un poder material suficiente para inclinar en fa- los demás creen que ninguno de los demás acepta realmente la regla;
vor de la obediencia los razonamientos meramente prudenciales del y por consiguiente una regla puede subsistir -al menos teóricamen-
resto): porque la fuerza que constriñe el razonamiento prudencial de te- en un grupo en el que a),..nadie la acepta, b) cada uno sabe que
cada uno (y que le compele no sólo a obedecer, sino también a com- los demás no la aceptan, pero e) no es el caso que cada uno sabe que
portarse frente a los demás como aceptante) puede provenir exclusi- todos saben que los demás no la aceptan (292).
vamente de quienes se van a comportar frente a él como aceptantes El razonamiento que desarrolla Kavka para demostrar esa tesis po-
por razones igualmente prudenciales, estando condicionadas las dispo- dría resumirse en los siguientes pasos. En primer lugar podemos decir
siciones de conducta de todos recíproca y multilateralmente. que un sujeto S actúa movido por un «miedo de primer orden» cuan-
do obedece la regla porque piensa que de lo contrario habría de sufrir
(290) Sirva como ejemplo de ella lo que escribe Hume en «Üf the First Principies la reacción crítica de otros que él cree que la aceptan, mientras que
of Government»: «Ningún hombre tendría razón alguna para temer la furia de un tira- actúa movido por un «miedo de segundo orden» cuando la obedece
no si éste no tuviera sobre alguien una autoridad que no derivara sólo del miedo, ya
que, en tanto que individuo aislado, su fuerza física de poco puede servirle, así que el porque piensa que de lo contrario habría de sufrir la reacción crítica
resto del poder que posea ha de estar basado o en nuestra propia opinión o en la pre- de otros que él cree que tienen miedo de primer orden, es decir, que
sunta opinión de otros» (cfr. Philosophical Works [edición Green-Grose, cit.], vol. III, él cree que piensan que si no reaccionan críticamente en contra de S
p. 111); o Rousseau, en Du Contrat Social, lib. I, cap. iii: «El más fuerte no es nunca serían víctimas a su vez de una reacción crítica por parte de otros que
lo bastante fuerte para ser siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la
obediencia en deber». La misma idea puede encontrarse en Ross: «Un hombre fuerte,
(ellos creen que) sí la aceptan. Nótese que quien sabe que nadie acep-
mediante el mero uso de la fuerza física, puede dominar a un puñado de otros hombres. ta la regla puede tener racionalmente miedo de segundo orden siem-
En las sociedades de algún tamaño que presuponen un aparato de poder organizado, pre que crea que hay otros que no lo saben (i. e., siempre que crea
manejado por otros seres humanos, esto no es posible. Ningún Hitler puede aterrorizar que otros tienen una creencia falsa que les va a inducir a actuar movi-
a una población sin que, por lo menos dentro del grupo que maneja el aparato de fuer- dos por lo que sería entonces un injustificado miedo de primer orden).
za, la obediencia sea en algún modo voluntaria» (Sobre el Derecho y la justicia, cit.,
p. 56); o en Hart: «Es verdad[ ... ] que para que un sistema de reglas sea impuesto por En general, un individuo tiene miedo de ordenN si y sólo si piensa que
la fuerza sobre cualquiera tiene que haber un número suficiente de individuos que lo
acepte en forma voluntaria. Sin su cooperación voluntaria, que crea así autorida{i, el po-
der coercitivo del derecho y el gobierno no pueden establecerse» ( CL, p. 196; CD, (291) Cfr. Gregory S. Kavka, «Rule by Fear», en Nor1s, 17 (1983) 601-620.
p. 248; la cursiva es del original). (292) Cfr. Kavka, op. cit., pp. 606-609.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de no obedecer una regla habrá de sufrir la reacción crítica de otros Pero, sea como fuere, me parece que las observaciones preceden-
que él cree que tienen miedo de ordenN-1· En segundo lugar, pode- tes constituyen ya una base suficiente para introducir en el análisis de
mos decir que S tiene una creencia-A de primer orden si cree que na- Hart una matización de relativa importancia. Hay que disociar con cla-
die acepta la regla, y que tiene una creencia-A de segundo orden si ridad las ideas de «aceptar una regla», «comportarse (frente a los de-
cree que todos tienen una creencia-A de primer orden (ésto es, si cree más) del modo en que lo haría quien acepta una regla» y «obedecer
que todos creen que nadie acepta la regla). En general, podemos lla- uan regla»: a mi juicio un individuo puede tener razones meramente
mar «creencia-A universal» (de cualquier orden) a la que tienen todos prudenciales no sólo para obedecer una regla, sino también para com-
los miembros del grupo, de manera que es posible afirmar que existe portarse (frente a los demás) del modo en que lo haría quien la acep-
una creencia-A universal de ordenN si y sólo si todos los individuos tase; pero me parece que sólo confundiendo la aceptación con alguna
creen que existe entre ellos una creencia-A universal de or- de estas dos últimas nociones cabe pensar que puede tener además ra-
denN-1 (293). zones meramente prudenciales para aceptar la regla (como Hart llega
Pues bien, habida cuenta de las definiciones estipulativas que se a afirmar en algún momento) (297).
han presentado, creo que puede comprenderse con facilidad que no es Desde luego aceptar una regla social no puede equivaler meramen-
racional tener miedo de ordenN si se tiene una creencia-A de ese mis- te a obedecerla. Hacer lo que la regla establece no es condición sufi-
mo ordenM aunque sí lo será si se tiene, como máximo, una creen- ciente de la aceptación: de lo contrario habría que concluir que uno
cia-A de ordenN_ 1: y que, por consiguiente, si existe una creencia-A «acepta» reglas que ni siquiera conoce (298); y la situación no mejora
universal de ordenN ninguno de los miembros del grupo puede racio-
nalmente tener miedo de ordenN, lo que demuestra la tesis que se tra-
taba de probar, a saber, que lo que los individuos deben ignorar para «Hart and the Separation Thesis», enÁrchiv für Rechts- und Sozialphilosophie, 75 (1989)
239-251, p. 246.
que sea posible la subsistencia de una regla social que nadie acepta no Pero por supuesto media una gran diferencia entre reconocer que empírica o cau-
es que los demás no son realmente aceptantes, sino que 'todos saben salmente es altamente improbable que exista -y perdure- una regla social en ausencia
que ninguno lo es. Y, como afirma Kavka, en un grupo social relati- total de aceptantes y pretender que es conceptual o analíticamente imposible: esto últi-
vamente numeroso no es tan difícil que se dé esa forma de ignoran- mo es lo que sostiene Hart, como se hace patente, por ejemplo, cuando escribe que la
aceptación de la regla de reconocimiento por parte de los jueces del sistema «[ ... ] no es
cia (294). simplemente una cuestión que hace a la eficacia o vigor del sistema jurídico, sino que
La argumentación de Kavka me parece sustancialmente correcta, es lógicamente una condición necesaria para que podamos hablar de la existencia de un
pero a pesar de todo creo que sería sensato introducir dos reservas fren- sistema jurídico» (CL, p. 112; CD, p. 114; la cursiva es mía). El defecto de Hart, como
te a la tesis de que la existencia de una regla social no implica analí- trataré de explicar enseguida, radica en no haber sabido diferenciar las ideas de «acep-
ticamente la de un cierto número de individuos que la acepta: la pri- tar una regla» y «comportarse frente a los demás del modo en que lo haría el aceptan-
te»: que los jueces del sistema han de hacer regularmente lo segundo para que tenga
mera, que aunque conceptualmente sea posible que una regla social sentido hablar de la existencia de una regla de reconocimiento y por ende de un sistema
subsista en esas condiciones, lo que no me resulta tan claro es que pue- jurídico, es algo que yo no pondría en duda (de lo contrario, como dice el propio Hart
da llegar a formarse meramente con ellas (295); la segunda, que aun- -ibídem-, «la característica unidad y la continuidad del sistema jurídico habrían de-
que su subsistencia en ausencia total de aceptantes sea conceptualmen- saparecido»); lo que en mi opinión no es cierto es que, además, sea «lógicamente ne-
cesario» que la acepten. Como recientemente ha señalado G.R. Mayes, «[n]o hay nada
te posible (en términos de teoría de juegos), empíricamente no parece inconsistente en la idea de que uno o incluso todos los jueces de una sociedad impongan
que ese caso sea demasiado frecuente (y mucho menos típico) (296). el derecho meramente para evitarse los inconvenientes que personalmente habrían de
soportar si hicieran lo contrario. Criticar a los infractores del Derecho es parte de su
trabajo ¿Por qué habríamos de propugnar como condición necesaria que sus críticas sean
(293) Op. cit., pp. 607-608. sinceras?»; cfr. G.R. Mayes, «The Internal Aspect of Law: Rethinking Hart's Contri-
(294) Op. cit., p. 610. bution to Legal Positivism», en Social Theory and Practice, 15 (1989) 231-255, p. 239.
(295) Cfr. J. Finnis, «Comment» [a R. Sartorius, «Positivism and the Foundations (297) Cfr. CL, p. 198 [CD, pp. 250-251].
of Legal Authority», cit., en R. Gavison (ed.), op. cit., pp. 62-75, p. 68. (298) Cfr. A.D. Woozley, «The Existence of Rules», en Nous, (1967) 63-79, p. 68;
(296) Cfr. H. Kliemt, Las instituciones morale~ ... , cit., p. 198; y Eerik Lagerspetz, y C. S. Nino, «El concepto de Derecho de Hart», cit., p. 51.

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JUAN CARLOS BAYON M OHIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

apreciablemene si en vez de hablar meramente de «hacer lo que la re- ficación de ellas. Podría pensarse que «aceptar la regla» consiste pre-
gla establece» hablamos de «obedecerla» (entendiendo que el término cisamente en hacer todo eso y que por consiguiente es artificiosa la dis-
implica hacer lo que estipula la regla en vista de la misma) (299), ya tinción entre «aceptar la regla» y «comportarse como lo haría el que
que no nos es de ninguna utilidad un concepto de «aceptación» en vir- la acepta» (tan artificioso como pudiera serlo, pongamos por caso, di-
tud del cual sea analíticamente verdadero que todo el que obedece una ferenciar entre «actuar groseramente» y «comportarse del modo en
regla social la acepta. Pero es que además ni siquiera es condición ne- que lo haría alguien que actuara groseramente»). Pero a mi juicio no
cesaria: de lo contrario no sería posible aceptar reglas sociales que no es así: aceptar la regla es una de las razones por las que se puede ac-
le fuesen aplicables a uno mismo (p. ej., ninguna mujer podría acep- tuar de ese modo (o para ser más exacto: una razón que desde el pun-
tar la regla según la cual los varones deben descubrirse en el templo); to de vista de quien la acepta justificaría hacerlo, aunque por los mo-
y además no quedaría espacio teórico para la idea de alguien que acep- tivos que sea no lo haga), pero desde luego no la única (ya que, como
ta una regla y sin embargo la transgrede (por «debilidad de la volun- hemos visto, también puede hacerse por razones prudenciales).
tad»). Desde el punto de vista del observador que no sólo registra lo que
Comportarse frente a los demás del modo en que lo haría quien los sujetos hacen, sino también el tipo de justificaciones que invocan
«acepta» la regla implica -y nótese que se trata en todo caso de com- expresamente para lo que hacen, no es fácil distinguir al «auténtico
portamientos perceptibles por un observador externo- reaccionar crí- aceptante» de «quien por razones prudenciales se comporta como lo
ticamente frente a las desviaciones, no reaccionar críticamente frente haría el aceptante». Incluso cuando se trata de evaluar la propia con-
a esas primeras reacciones críticas y hacer ambas cosas utilizando un ducta, si esa evaluación se realiza ante los demás puede que el sujeto
característico vocabulario normativo y apelando a la regla como justi- que se comporta como aceptante (y que en virtud de ello se autocriti-
ca si se desvía de la regla) esté actuando como tal por razones mera-
(299) La diferencia sobre la que pretendo llamar la atención es la que mediaría en- mente prudenciales. En realidad la diferencia entre el aceptante y el
tre las ideas de «conformidad» y «obediencia», empleando los términos en un sentido que sin serlo se comporta frente a los demás como tal no radica exac-
como el estipulado por L.W. Sumner, The Moral Foundation of Rights (Oxford: Cla- tamente ni en lo que hacen ni en las razones que alegan para justificar
rendon Press, 1987), pp. 63-64; o E. Lagerspetz, «Hart and the Separation Thesis», cit.,
p. 244. Para hablar de «conformidad» bastaría con la coincidencia entre lo hecho y lo lo que hacen (puesto que sabemos que un individuo puede tener ra-
exigido por la regla, sea cual sea la razón por la que esa conducta se realiza: la regla no zones para aparentar y hacer creer que actúa por razones que no acep-
tiene por qué estar ejerciendo ninguna clase de influencia motivadora sobre aquélla e ta), sino en la distinta estructura de los razonamientos prácticos que
incluso puede ser desconocida para quien actúa. Cuando hay «obediencia», por el con- realmente suscriben. Quien ve en la regla -por decirlo con las pala-
trario, el conocimiento de que la regla existe y le es aplicable ha ejercido sobre el sujeto
una influencia determinante (de algún tipo, sea meramente porque ha alterado su cál- bras de Hart- «una pauta o criterio general de comportamiento a ser
culo prudencial o porque la acepta), de manera que la inexistencia o la ignorancia de seguido por el grupo como un todo» y considera que la desviación res-
la regla habría tenido un efecto diferencial sobre su conducta. Por consiguiente siempre pecto de ella es una razón para la crítica, que ésta es <<legítima o jus-
que hay obediencia hay conformidad, pero no a la inversa (R. Hernández Marín esta- tificada», está aceptando una razón dominante sobre las razones pru-
blece una diferencia de contenido similar entre «cumplimiento» y «obediencia»:
vid. Teoría General ... , cit., pp. 302-303). Como para hablar de «obediencia» todo lo
denciales, tanto sobre las propias como sobre las de los demás (300).
que hace falta es que la norma ejerza sobre la conducta una influencia de algún tipo, Está aceptando no sólo que él tiene una razón -que prevalece sobre
parece claro que ha de diferenciarse aún entre «obediencia» y «aceptación»: el que obe-
dece una regla puede hacerlo porque la acepta o por otro tipo de consideraciones (p. ej.,
meramente prudenciales); el que acepta una regla puede obedecerla, desobedecerla (por (300) Creo que esta afirmación vale igualmente para el caso de quien acepta una
debilidad de la voluntad) o no estar en condiciones de hacer ninguna de las dos cosas regla que no le es aplicable (i. e., para un «A» que no es a la vez un ~~s»): recuérdese
(porque no le es aplicable). Aunque inspiradas por consideraciones en buena medida que para que un sujeto reconozca una preferencia como de un orden superior respecto
similares, la diferencia que se acaba de presentar entre «conformidad», «obediencia» y de otra (esto es, como dominante sobre ella) basta con que se plantee la situación con-
«aceptación» me parece más clarificadora que la que P.E. Navarro establece entre trafácticamente, es decir, que se plantee cómo ordenaría o jerarquiL:aría la preferencia
«correspondenci(\», «acatamiento» y «cumplimiento»: vid. La eficacia del Derecho, cit., qúe tiene respecto de otra caso de que la tuviera (aunque realmente no sea ese el caso
p. 16. ni pueda llegar a serlo).

460 461
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

sus intereses- para reaccionar críticamente frente a las ?esviaciones:


hablar de «aceptar la regla por razones prudenciales» resulte ser, a mi
sino además que todos aquellos a quienes la ~egla se ~plica -tanto~ SI
juicio, el producto de una confusión conceptual: de la confusión entre
él mismo está incluído en ese círculo como SI no- tienen una razon
«aceptar la regla» y, alternativa o acumulativamente, «obedecerla» 0
(igualmente dominante sobre sus intereses) para hacer lo que la regla
«comportarse frente al desviante como lo haría el aceptante» (301). Si
establece.
no es el producto de esa confusión sólo puede equivaler a la preten-
Por el contrario, quien meramente se comporta como lo haría el
sión de que en ciertas condiciones puede haber razones prudenciales
aceptante (sin serlo necesariamente) no está incluyendo en su verda-
para no actuar sobre la base de razones prudenciales (puesto que acep-
dera deliberación práctica ninguna razón más allá de las meramente
tar una regla implica aceptar alguna clase de razón -que por el mo-
prudenciales. La desviación (propia o ajena) respecto de 1~ regla, e~
mento me abstengo de calificar- dominante sobre las razones pruden-
sí misma, le tiene sin cuidado: lo que desde su punto de vista consti-
ciales) (30~): pero esa idea -que la racionalidad prudencial puede re-
tuye una razón para actuar no es ni la de~viación ~n~ la regla, es mera- sultar en ciertos contextos auto-refutatoria- ya fue criticada en sumo-
mente su interés en evitarse ciertas reacciOnes cnticas en su contra y mento con argumentos que me parece innecesario reproducir ahor~.
eventualmente su interés en que otros no reduzcan aún más su nivel De todos modos, el no aceptante que quiere saber cuándo tiene
neto de utilidad transgrediendo la regla y beneficiándose po~ tanto. a verdaderamente razones prudenciales para obedecer la regla y cuándo
su costa de su propio comportamiento conforme forzado. SI las Cir-
cunstancias son tales que el nivel de satisfacción de su interés ~o ~e ve (301) Me parece que la confusión entre «aceptar la regla» y, alternativa o acumu-
amenazado desde ninguno de esos dos ángulos, la regla en SI misma lativamente, «obedecerla» o «comportarse frente al desviante como lo haría el aceptan-
no representa para el no aceptante absolutamente nada ~n tanto que te», resulta patente en este pasaje de Hart: «No hay por cierto razón alguna que se opon-
razón para actuar (y por consiguiente no hay ningún sentido en e~ que ga a que quienes aceptan la autoridaá del sistema continúen haciéndolo por una diver-
él pueda decir que la desviación respect? de la regla, protagomzada sidad de consideraciones [en el original, "reasons"], no obstante que un examen de con-
ciencia los haya llevado a decidir que moralmente no deben aceptarla» ( CL, pp. 198-199;
por él o por cualquier otro, «es una razon» para ~a cntica, como no . CD, p. 251). Como señala en relación con este texto G. Randolph Mayes -<<The In-
sea el de describir -sin aceptarlo- el punto de VIsta del aceptante). terna! ~spect of Law ... », cit., p. 235-, no es difícil entender la idea de alguien que,
Lo_..que ello implica es que no reconoce en la reg~a ninguna clase de aun estlmando que no debe aceptar una regla, «por una diversidad de razones» la obe-
razón dominante sobre las propias razones prudenciales. Y mucho me- dece o se comporta externamente como lo haría el aceptante: pero que real o sincera-
nos de alguna que se considere dominante sobre las razon~s prude.n- m~nte p~eda aceptar una norma (como algo distinto de las dos nociones anteriores)
qmen estima que no debe aceptarla es algo que resulta simplemente inintelio-ible -tan
ciales de los demás: una cosa es entender que en determmadas cir- 0
ininteligible como sería creer real o sinceramente una proposición por parte de alguien
cunstancias yo estoy prudencialmente interesado en. exigir a otros que que estima que no es verdadera, tal y como ha señalado Kurt Baier, «Übligation: Po-
hagan 0 o en reaccionar críticamente contra e~los SI no lo han .hecho, litical and Moral», cit., pp. 124-125-, y que conduciría de hecho al resultado absurdo
y otra bien distinta deducir que -hablando siempr~e desd€ mz punto de un «aceptante» que, como tal, habría de considerar (sinceramente) «legítima o jus-
tificada» la crítica dirigida a alguien precisamente por no hacer lo que él (el presunto
de vista- ellos tienen entonces alguna clase de razon para hacer 0. «aceptante») considera que no se debe hacer. Si no me equivoco, MacCormick incurre
En suma los razonamientos prácticos del aceptante y del que sin en un error similar al de Hart --confundiendo en este caso «aceptación» y mera «obe-
serlo se comporta como tal por razones prudenciales pose.en ~~tructu­ diencia»-- cuando escribe que «se puede aceptar una regla por razones prudenciales,
ras completámente distintas, por más que pued~n llegar a JUS~Ificar a~­ porque sería peor para uno no ajustarse a ella [if one does not conform to it]» (cfr. «Le-
ciones externamente similares (entre las que se mcluyen reacciOnes cn- gal Obligation and the Imperative Fallacy», cit., p. 117). Y lo mismo le sucedería a Raz
ticas frente a otras acciones). Con otras palabras: cuando hacen lo mis- cuando afirma que «la aceptación de las reglas puede estar basada en el miedo al cas-
tigo ... » (The Concept of a Legal System, 2." ed., cit., p. 235). En este sentido creo que
mo, lo hacen por razones diferentes; y que sus razones sean diferentes lleva razón Ramos Pascua cuando afirma que «aceptar una norma por temorno es otra
explica además por qué y en qué dirección actúa cad~ uno ~uando no cosa que limitarse a obedecerla» (y por lo tanto, añadiría yo, es mejor no hablar en ab-
hacen lo mismo. La aceptación de la regla y las consideraciOnes pru: soluto de «aceptar una norma por temor»: vid. J.A. Ramos Pascua, La Regla de Reco-
denciales son por tanto diferentes clases de razones para actuar (SI nocimiento en la Teoría Jurídica de H.L.A. Hart, cit., p. 198).
bien, eventualmente, para realizar las mismas acciones). De ahí que . (302) Es lo que aparentemente sostiene Hacker: cfr. «Hart's Philosophy of Law»,
Clt., p. 15.

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463
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

además para comportarse frente a los desviantes como lo haría el acep- a cumplir la regla y evitar así que saquen partido (a su costa) de su
tante, tiene que comenzar su deliberación situándose .hipotéticamente propio cumplimiento forzado, sus objetivos sólo pueden ser alcanza-
en el punto de vista de éste (303). El cálculo p~udencm~ del n~ acep- dos si manifiesta las correspondientes reacciones críticas frente a los
tante tiene que determinar con la mayor exactitud posibl~ cuales de desviantes del modo adecuado: es decir, exactamente en los casos en
sus conductas serán vistas por los aceptantes como una razon para ha- los que los aceptantes consideran «legítima o justificada» la crítica e
cerle objeto de determinadas reacciones críticas; s~biéndolo, ~abrá p~r invocando exactamente las razones por las que ellos la ven como tal.
añadidura en qué condiciones ha de esperar esas mismas reacciOne~ cn- Porque a buen seguro los aceptantes no sólo tienen un punto de vista
ticas por parte de otros (no aceptantes) que por razones pr~dencml~s acerca de qué conductas merecen una reacción crítica, sino también
se comportan frente a los demás (entre los que ahora se mcluye el) acerca de la forma de esa reacción que se considera correcta y del fun-
exactamente del modo en que creen que lo harían los aceptantes. Pero damento al que se considera correcto apelar para adoptarla (aun con-
para que ese cálculo prudencial no incurra e~ grotescos errores. no bas- cediendo que habrá un cierto margen de imprecisión -lo que es bien
ta con extraer inductivamente una «instrucción de comportamiento» a distinto de una radical y absoluta indeterminación- respecto a cada
partir de una colección relativamente amplia de conductas que fueron uno de esos factores). Si la razón del no aceptante para criticar las des-
objeto de reacciones críticas en casos pasados: lo que h~y que saber viaciones de la regla es la de evitarse una reacción crítica de segundo
es qué regla (desde el punto de vista de un aceptante) gobierna 1~ apre- nivel, ha de saber que ciertamente no se la ahorrará si su crítica es im-
ciación de esas conductas único modo de alcanzar el grado mas alto procedente por manisfestarla en un caso, de una forma o apelando a
posible de seguridad (nun~a total) respecto a cuál fue en esa colección un fundamento inadecuados (donde «improcedente» e «inadecuado»
de casos pasados el aspecto de los mismos que motivó la reacción crí- reflejan el punto de vista de los aceptantes; a los que se sumarán, a la
tica y acerca de qué cabe esperar por consiguiente que .suceda en ca- hora de desplegar la reacción crítica de segundo nivel, los no aceptan-
sos futuros sólo parcialmente asimilables a los ya conocidos (304). tes que por razones prudenciales actúan frente a los demás como si lo
Las mismas consideraciones se aplican ~lt~álculo de} no aceptante fueran). Por otra parte, si la razón del no aceptante para criticar las
acerca de cuándo es prudencialmente raciOnal para el comp?rtarse desviaciones de la regla es la de inducir a otros a cumplirla y evitar
frente a los desviantes como lo haría quien acepta la norma. SI su ra- así que saquen partido a su costa de su propio cumplimiento forzado,
zón para actuar de ese modo es evitar suf~ir reacciones críti~as d~ se- ha de saber que su presión va a ser escasamente eficaz si desde el pun-
gundo nivel y/o alterar el cálculo prudencml de otros para mducirlos to de vista de los aceptantes se considera improcedente o inadecuada
esa reacción crítica, puesto que el conjunto de los aceptantes y de quie-
(303) En sustancia éste es -aplicado a un marco más amplio-:- el mismo argumen- nes por razones prudenciales se comportan frente a los demás como si
to que hace ya muchos años utilizó Fuller contra la teoría holm~s1~na ?el ~erecho con- fuesen tales repelerán aquella forma de presión desplegando en su con-
templado desde el punto de vista del «hombre malo» (al que quiZa sena mas esclarece-
dor llamar «hombre meramente prudente» [como hizo el propio Holmes en alguna oca- tra la correspondiente reacción crítica de segundo nivel.
sión: vid. «The Theory of Legal Interpretation», en Harvard Law Review, 12 (1899) En suma, para quien no acepta la regla, ésta no es más que un en.:.
-ahora en O.W. Holmes, Collected Legal Papers (New York: Harcourt, Brace & Ho- tramado de disposiciones de conducta de otros que él ha de tomar
we, 1920; reimp. Peter Smith, 1952), pp. 203-209, p. 204--, donde habla de «our old como marco de su cálculo prudencial. Para ser más exacto: en el ra-
friend the prudent man»]): que para que éste pueda construir su cálculo correctamente
zonamiento práctico que él construye tomando en cuenta la existencia
tiene que empezar por presuponer el punto de vista del «hombre bueno» (al que tam-
bién sería menos equívoco llamar «aceptante de la regla»); cfr. Lon L. Fuller, The Law de la regla, las razones operativas son de tipo prudencial y las dispo-
in Quest of Itself (Bastan: Beacon Press, 1966 [recoge tres confe~encias P~?nunciad~s siciones de conducta de los demás (sea porque aceptan la regla, sea
en la Northwestern University de Chicago en 1940]), pp. 94-95. V1d. tambwn W. Twi- porque tienen razones prudenciales para comportarse como si la acep-
ning, «The Bad Man Revisited», en Cornell Law Review, 58 (~973) 2~5-303, p. 282; Y taran) son razones auxiliares que especifican qué acciones ha de reali-
William H. Wilcox, «Taking a Good Look at the Bad Man's Pomt of V1ew», en Cornell zar el sujeto para que queden satisfechos sus intereses (i. e., sus razo-
Law Review, 66 (1981) 1058-1073, p. 1068.
(304) Cfr. Leslie Green, «Law Co-Ordination and the Common Good», en Oxford nes prudenciales). Esas disposiciones de conducta de otros son en al-
Journal of Legal Studies, 3 (1983) 299-324, p. 318. · gunos casos el resultado de razonamientos prudenciales similares al

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

suyo, de manera que existe una situació~ /de interdepend.encia o refor- no lo suscribiría, o no lo suscribiría exactamente con el mismo conte-
zamiento recíproco en la que la conclus10n del razonamiento pruden- nido.
cial de uno es tomada desde el punto de vista de otros como uno de Nótese,' no obstante, que el conjunto de condiciones necesarias
los datos que les permiten suscribir los razonamientos prudenciales que para poder afirmar que existe una regla social con arreglo a la defini-
precisamente eran tomados como datos en el de ~quél.. J?e todos mo- ción hartiana puede perfectamente quedar satisfecho en un grupo en
dos, como para identificar el contenido de esas disposiCiones d~ con- el que todos sus miembros coincidan en suscribir el mismo juicio de
ducta de otros que son relevantes para él como marco de su calculo deber independiente de la existencia de reglas, o -lo que seguramen-
prudencial necesita -como lo necesitan todos l?s demás 9ue desa~ro­ te resulta más verosímil- en el que algunos coincidan en suscribirlo
llan cálculos prudenciales similares interdependientes- situarse hipo- y el resto actúe en consecuencia por razones meramente prudenciales
téticamente en el punto de vista de quien acepta la regla, éste resulta (determinadas no sólo por la actitud de los primeros, sino también por
ser el verdadero eje sobre el que ha de explicarse la noción de regla la interdependencia y reforzamiento recíproco de sus propias actitu-
social (por reducido que pueda ser., al menos teórica~ente, el número des). Quizá podría pensarse que el hecho de que la definición hartiana
de individuos que realmente suscnbe ese punto de VIsta). permita afirmar que existe una regla social en esas condiciones es pre-
cisamente una razón para rechazarla (o cuando menos enmendarla),
ii) Lo que ahora nos interesa, por co~siguien~e,.es aclara~ los tér- ya que resultaría incapaz de discernir entre una genuina regla social
minos en que se desenvuelve el razonamiento practico de qmen ~eal­ -entendida restrictivamente como un entramado de disposiciones de
mente acepta una razón dominante sobre las ~erame~t~ prudenciales conducta interdependientes- y_.el mero hecho de que una pluralidad
para hacer lo que la regla establece y para reacciOnar cnti~amente/fr~n­ de individuos coincida, cada uno por su cuenta y sin que su actitud
te a las desviaciones. Lo que sucede es que un razonamiento practico esté condicionada a la adopción de una actitud similar por parte de los
que incluya una razón de ese tipo puede estar estructurado de ~o~ for- demás, en aceptar una razón y actuar con arreglo a ella (305). Creo,
mas sustancialmente diferentes que el esquema de Hart no distmgue sin embargo, que en una postura semejante habría mucho de regla-
adecuadamente. mentación verbal. Si no me equivoco resulta perfectamente corriente
Para identificar la primera de esas dos posibilidades basta con re- hablar de la existencia de reglas sociales en situaciones que probable-
parar ~n que no siempre q~e se. fo.r/mula sincerament~ un j~icio de de- mente responden a este último esquema, como sucede por ejemplo
ber se mvoca una regla social: suviendome de la termmolog1a que que- con (al menos buena parte de) las reglas de la moral social o «positi-
dó definida en apartados anteriores, los juicios de deber c~n los que va»: decir que cierta regla forma parte de la moral positiva de una de-
un individuo justifica por qué él -si es que pertenece a Cierta clase terminada sociedad es decir que existe una convergencia relativamen-
de sujetos S- hace 0 cuando concurren las circunstancias C, por qu~ te amplia en la aceptación de un mismo juicio de deber por parte de
critica a los S cuando se desvían de esa pauta de conducta y por que una pluralidad de individuos, cada uno de los cuales lo suscribe como
no considera a su vez objeto de crítica la manifestación de esas reac- parte de su moral crítica o ideal y -al menos en muchos casos- sin
ciones críticas, pueden ser «independientes de la existencia de re~las», condicionar esa aceptación al hecho de que otros -o la mayoría- lo
esto es, juicios de deber que él suscribe con total independencia de acepten también (306); y no parece que haya razones suficientemente
que se den o no los hechos complejos que p~rmiten afirmar -con arre-
glo a la propia definición hartiana- que existe en el grupo de~ que for-
(305) Cfr. Shwayder, The Stratification of Behaviour, cit., pp. 233, 240 y 252-257,
ma parte una regla social en ese sentido. En ese caso no es cierto 9ue especialmente 253.
el sujeto suscriba ese juicio de deber porque (entre otras.cos~s) exi~te (306) Sobre la moral positiva como «el producto de la formulación y aceptación de
una regla social, ni que en ausencia de esa regla (es ~ecir, SI no. exis- juicios con los que se pretende dar cuenta de principios de una moral ideal», cfr. C. S. Ni-
tieran los hechos que permiten afirmar que la regla existe y que tienen no, Etica y Derechos Humanos, 2." ed., cit., p. 93; Id., El Constructivismo Etico, cit.,
p. 33.
que ver fundamentalmente con las disposiciones de conducta de otros)
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466
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

establece Dworkin entre «moralidad concurrente» y «moralidad con-


poderosas como para apartarse en este caso. del uso ordinario y dejar
vencional» como .dos distin~as clases ?e moral social (307): en el pri-
de hablar de la existencia de una «regla social». mer caso -nos dice Dworkm- los miembros de una comunidad coin-
En consecuencia, no se trata tanto de estipular en qué condiciones
cide~ en ~~scribir un mismo juicio de deber (o, según la terminología
estaremos dispuestos a admitir que existe «~erdadera~e.n~e» una regla
que el utlhza y que no me parece especialmente afortunada una mis-
social como de entender y distinguir las diversas posibilidades de es-
tructuración de las situaciones en las que el uso común -captado Yre- ma ~<r~~la normativa»), pero la aceptación por parte de cada uno de
construido más o menos fielmente por la definición hartiana- autori- ese J~ICIO de deber no está condicionada al hecho de aquella coinci-
dencia; en el caso de la «moralidad convencional», por el contrario
za a un observador a afirmar que cierto grupo «tiene una regla» en tal
cual sentido. Y lo importante, desde esa perspectiva, es darse cuen- el ~echo de que exista la práctica compleja en la que consiste la regl~
0 socia~ es p~r~e. de la razón por la qu~ cada uno de los que la acepta
ta de que en ocasiones ese uso corriente permite decir que exist~ una
s~s?nbe el JU~c~o~ de de~er co!r~~pondiente. En el primer caso cada in-
regla social en un determinado grupo para dar cuenta de .~n co.nJunto
di~Id.uo suscnbina el mismo JUICIO de deber aunque la coincidencia no
de hechos complejos, entre los que se Incluye l.a f~r~ulac10n .r~It.erada
e~Istlera o cesara en un momento dado; en el segundo no. La diferen-
y convergente por parte de una pluralidad ?~ mdividuos d~ JUICIOS ?e
c~a entre un caso y otro estriba por consiguiente en que sólo en el úl-
deber que no son en modo alguno la conclus10n de razonamientos prac-
tlillo de ellos desarrollan los individuos lo que, con expresión de Rai-
ticas que tomen en cuenta la realidad de dicho co~junto de hech?s
~o Tuomela, podemos llamar un «razonamiento práctico so-
complejos (ésto es, que no son en absoluto dependien~es de la ~xis­
~zal» (308), esto e~, un raz?namiento práctico entre cuyas premisas se
tencia de esos hechos). Dicho con otras palabras: es posible que ~I~rta
mcluye una creencia del sujeto ...acerca de las creencias, actitudes\y con-
situación pueda ser descrita correctamente por un observador .dicien-
duct~s de todos los dem.ás (de manera que el contenido de las prefe-
do que «existe una regla social» y que sin embargo la r~gla so~Ial~ ~es­
rencias y los comportamientos de cada sujeto -incluidas sus actitudes
crita -el complejo conjunto de hechos al que nos refenmos sin~etica­
mente de ese modo- no juegue ningún papel en los razonamientos ante las preferencias y comportamientos de los demás- dependen de
1? que cada uno cree a.cerca de las preferencias, comportamientos y ac-
prácticos de quienes reiteradamente y de conformidad con las conc~u­
titudes ante preferencias y comportamientos ajenos del resto de los in-
siones de esos razonamientos realizan ciertas conductas, formulan sm-
dividuos).
ceramente acerca de ellas juicios justificativos y, precisamente en la
medida en que coinciden en hacer lo uno y lo otro (~in qu~ haya en En suma, allí donde queda satisfecho el conjunto de condiciones
ello paradoja alguna), dan su realidad a la reg:a, permiten afirmar que que según Hart han de concurrir para poder afirmar que «existe una
regla social», quienes s.e comportan como aceptantes pueden hacerlo
la regla social existe. El concepto de re~la social ;e~ulta superflu? p~r.a
entender la estructura de los razonamientos practicas que los mdiVI- 1) por razones pr~dencial.es; 2) porque suscriben un juicio de deber (y
duos desarrollan en un caso semejante: sólo desempeña un papel en por tan~o una razon ~omz~ante sobre las meramente prudenciales) in-
los discursos descriptivos acerca del hecho de que los desarrollan Y ac- d.ependiente de la existencia de reglas, pero que incidentalmente coin-
c~de con los que otro~ susc~iben (ya sea -como en su caso- indepen-
túan en consecuencia. dientemente de la existencia de la regla o dependiendo por el contra-
Más complejo -y también más interesante desde el punto de vista
teórico- es el caso de quien acepta una razón dominante sobre las me-
ramente prudenciales para hacer lo que la regla establece y para reac-
. (307) Cfr. _Taking Rights Seriously, cit., p. 53 [trad. cast., Los Derechos en Serio
cionar críticamente frente a las desviaciones precisamente porque la re- cit., p. ~11]; v1d. también su distinción entre «acuerdo por convicción» y «acuerdo po~
gla social existe es decir, de aquél cuya «actitud c~ítica reflexiva» de- convenciÓn» en Law's Empire, cit., pp. 136 y 145.
pende de la existencia de la regla como hecho social, de maner~ que (308) Cfr. R. Tuomela, «Legal Norms and Social Practica! Reasoning», en S. Pa-
en ausencia de ésta no suscribiría el juicio de deber correspondiente nou et al. (eds.), Contemporary Conceptions of Social Philosophy, Proceedings of the
o al menos no lo suscribiría con el mismo contenido. La diferencia IVR 12th World Congress (Athens, 1985), ARSP Supp. Vol. 5 (Stuttgart: Franz Stei-
ner, 1988), pp. 195-198, p. 196.
e~tre este s~puesto y el anterior corresponde a grandes rasgos a la que
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JUAN BAYON MO HIN O

rio del hecho de que exista) o aparentan suscribir (por razones pru- No obstante, en alguna ocasión Hart parece dar a entender que
denciales); ó 3) porque suscriben un juicio de deber (una razó~ dom.i- cuando habla de quienes aceptan una regla social tiene en mente so-
nante sobre las puramente prudenciales) dependient~ ~e la exis.te~ci.a bre todo a ·quienes suscriben un juicio de deber dependiente de su exis-
de la regla (ésto es, del hecho de que un número suficiente de mdiVI- tencia. Es lo que sucede, por ejemplo, con la forma en que describe
duos esté actuando de cierta manera y manifestando las actitudes crí- la actitud característica de los jueces hacia la regla de reconocimiento
ticas apropiadas hacia esa forma de conducta, sea porque están en el del sistema jurídico que aplican, una actitud que en su opinión no pue-
primero, en el segundo, o -como él- en el tercero de estos casos). de ser la de quien se limita «a ver en la regla algo que exige de él una
En los supuestos (1) y (3) -y a diferencia de 1~ que suc~d~ en el ~u­ acción bajo amenaza de pena» (i. e., la de quien la contempla mera-
puesto (2)-los individuos desarrollan «razona~uento~ practicos socia- mente como marco de su actuar prudencial), sino la de quien conside-
les»: pero la razón operativa que esos razonamientos Incluyen es en el ra la regla «desde el punto de vista interno como un criterio común y
primer caso de tipo prudencial, mientras que en el supu~s~o (3) -como público de decisiones judiciales correctas, y no como algo que cada
en el (2)- es una razón dominante sobre las prudenciales (y que por juez simplemente obedece por su cuenta» (310) (lo que aparentemente
ahora dejo sin calificar para no prejuzgar si a pesar de. ello puede. no descarta la mera convergencia de juicios de deber coincidentes que
ser una razón moral). Al menos en teoría parece posible que exista
cada uno suscribe con independencia del hecho de esa coincidencia).
una regla social -con arreglo a la definición de Hart- en un. grupo
En cualquier caso, sea cual fuere la claridad -o incluso la coheren-
cuyos miembros se hallen en su totalidad sólo en uno cualquzera de
cia- del pensamiento hartiano acerca de lo que merece ser llamado
esos tres grupos; pero empíricamente me parece que lo más frecue~te
será la coexistencia de los tres (combinados, según los casos, en dis- con propiedad «aceptación» de una regla social, me parece que la es-
tintas proporciones), contribuyendo todos con. sus .a,ccione.s y disposi- tructura del razonamiento práctico de quien suscribe un juicio de de-
ciones de conducta a formar y mantener la sltuacwn de mterdepen- ber dependiente de su existencia resulta ser la más interesante de las
dencia compleja que describimos diciendo que existe una regla social, posibilidades en juego desde el punto de vista teórico, en la medida
pero viéndose ésta con una perspectiva diferente desde cada uno de en que nos obliga a precisar de qué modo (distinto del de ser tomado
ellos. en cuenta en un razonamiento prudencial que se desenvuelve en con-
La forma en la que Hart maneja la idea de «aceptación» oscurece diciones de interacción estratégica) puede entrar en la deliberación
la diferencia entre estas tres posibilidades. Identificándola más bien práctica de un individuo e inclinarla en una determinada dirección el
por la manifestación externa de una actitud, y no por la est:uc~ura. de hecho de que otros sujetos actúen regularmente de cierta manera y ma-
los razonamientos prácticos que conducen a adoptarla, no solo Impide nifiesten ciertas disposiciones o actitudes críticas en relación con esa
distinguir con claridad entre quien (por razones prudenciales) se com- forma de conducta.
porta frente a los demás de la forma en q~e lo haría el acep!a~te y Conviene de entrada llamar la atención sobre un malentendido en
quien realmente acepta la regla (en el sentido. de q~e no se bmlta a el que es posible incurrir cuando se habla de la dependencia de un jui-
considerarla como marco de su actuar prudencial), smo que tampoco cio de deber respecto a la existencia de una regla social: la dependen-
aclara si cabe considerar por igual aceptantes de la regla a quienes sus- cia a la que me refiero no es de tipo genético o causal, sino relativa
criben un juicio de deber independiente de su existencia (pero coinci- al modo en que está estructurado el razonamiento práctico del sujeto.
dente en su contenido) y a quienes suscriben uno dependiente ~el he- Esta idea requiere alguna aclaración. Seguramente las preferencias no
cho de que existe, o sólo a los segundos. De ahí que quepa afirmar, dominadas que un individuo suscribe de hecho dependen en buena par-
con MacCormick, que a la hora de diferenciar entre las actit~des r~­ te -no siempre, ni totalmente- de la influencia sobre él de toda una
levantes manifestadas por los individuos en relación con la existencia serie de mecanismos socializadores, de procesos de aprendizaje en los
de reglas sociales Hart «no ha sido lo bastante sutil» (309).
subtle ... »].
(309) Cfr. MacCorrnick, H.L.A. Hart, cit., p. 32 [« ... Hart has been insufficiently
(310) CL, p. 112 [CD, p. 114; las cursivas son mías].
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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

que se interiorizan pautas de comportamiento que tienen vigencia en glas», el hecho de que éstas existen es visto por el sujeto como parte
el medio en el que él se desenvuelve. En ese sentido podrá afirmarse de la razón por la que él suscribe los juicios de deber correspondien-
en muchos caos que si se suscriben ciertos juicios de deber es porque tes, no es la explicación (causal) de por qué llega a suscribirlos.
existen reglas sociales con el mismo contenido, queriéndose decir con Para percibir con nitidez la diferencia entre esas dos formas de «de-
ello que ha sido la influencia causal del medio la que ha conformado pendencia» hay que aclarar con mayor detalle el modo en que está es-
las preferencias del sujeto, que al menos una parte de la explicación tructurado un razonamiento práctico cuya conclusión es lo que vengo
de la génesis de sus preferencias radica en la presión recibida del ex- llamando un «juicio de deber dependiente de la existencia de una re-
terior (311), y que, por consiguiente, ciertos juicios de deber que él gla» (312). Constatar la existencia de una regla social es detectar el he-
suscribe «dependen» de la existencia de una regla social. Y también cho, diciéndolo esta vez muy toscamente, de que otros aceptan ciertas
es posible -aunque desde luego no necesario- que cuando la acep- razones para la acción y obran en consecuencia: pero desde el punto
tación por parte de un individuo de un juicio de deber tiene esa raíz, de vista de quien delibera prácticamente, el hecho de que otros con-
el progresivo debilitamiento de la regla social hasta llegar a su desa- sideren que se debe actuar de cierto modo no puede constituir por sí
parición como pauta generalizada de comportamiento traiga consigo a solo una razón para que él estime que se debe actuar de ese
medio plazo la revisión por parte del sujeto de sus preferencias no do- modo (313). En el extremo contrario, si el sujeto llega a considerar la
minadas. clase de acción a la que se refiere la regla social como valiosa en sí mis-
Pero no es a esta forma de «dependencia» (genética o causal) a la ma -es decir, si suscribe directamente una preferencia de tercer orden
que me refiero al hablar de juicios de deber dependientes de la exis- (dominante por tanto sobre las meramente prudenciales) con ese con-
tencia de reglas sociales. En el caso que se acaba de mencionar, la exis- tenido específico-, podremos,.afirmar que la realidad de la regla no
tencia de la regla explica por qué el sujeto acepta los juicios de deber es en ningún sentido inteligible una de las premisas de su razonamien-
que acepta: pero él, en su deliberación práctica, no contempla como to práctico: podrá ser uno de los factores (si se quiere, incluso el prin-
parte de la razón para aceptarlos el hecho de que la regla existe (es cipal) que han causado la aceptación de una de esas premisas, pero en
decir, el hecho de que otros sujetos actúen regularmente de cierta ma- la medida en que la relevancia y el contenido específico de ésta no se
nera y manifiesten ciertas disposiciones o actitudes críticas en relación condici~nan desde el punto de. vista del sujeto a la existencia y per-
con esa forma de conducta). En el mismo sentido, la desaparición de m~nencm de los hechos compleJos que podemos describir diciendo que
la regla puede explicar por qué se llega en algún momento a dejar de existe una regla social, la inclusión como premisa de una creencia acer-
aceptar cierto juicio de deber: pero en su razonamiento práctico el su- ca de esos hechos en la reconstrucción ideal de la estructura de su ra-
jeto no considera el hecho de que la regla ha dejado de existir como zonamiento práctico resultaría completamente gratuita.
la razón por la que deja de aceptarlo. En el sentido en el que aquí se De lo que se trata es de buscar un acomodo dentro de un razona-
está hablando de «juicios de deber dependientes de la existencia de re- miento práctico complejo (cuya conclusión -y por consiguiente algu-
na de cuyas premisas- sea una razón dominante sobre las meramente
prudenciales) al hecho de que otros acepten determinadas razones para
(311) Recuérdese en este sentido la forma en que el realismo escandinavo invierte
actuar y se comporten de cierta forma, de manera que la conclusión
el modo tradicional de concebir las influencias o relaciones genéticas entre el derecho
y la moral. Olivecrona, por ejemplo, responde a la cuestión de«[ ... ] si las ideas de jus- de dicho razonamiento dependa en parte de la toma en consideración
ticia son el factor primario con relación al derecho o si ellas son modeladas por el de- de ese hecho: sólo puede depender en parte, puesto que cualquier da-
recho» afirmando que «el empleo de la fuerza es uno de los factores principales en la
formación de nuestras nociones morales y no a la inversa», de manera que «[las] ideas
morales son, en medida principal, determinadas por el derecho, esto es, por el empleo (312) Y que si no me equivoco coincide con lo que Nino llama un «juicio de adhe-
de la fuerza con arreglo a las normas jurídicas»; cfr. K. Olivecrona, Law as Fact (K0ben- sión normativa»: cfr. C.S. Nino, La validez del Derecho, cit., p. 60.
havn: Ejnar Munksgaard; London: Humphrey Milford, 1939) [hay trad. cast. de G. Cor- (313) Cfr. D.A.J. Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., p. 24; G.J. Pos-
tés Punes, El Derecho como hecho (Buenos Aires: Depalma, 1959), por donde se cita], tema, «Coordination and Convention at the Foundations of Law», cit., p. 171; C.S. Ni-
pp. 117 ss., especialmente pp. 118 y 121. no, La validez del Derecho, cit., p. 214.

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LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO

se de creencia acerca de un hecho necesita el complemento de alguna tercer orden) hacia 0 no es sino la conclusión de un razonamiento prác-
razón (operativa) para actuar de las que el sujeto acepte y que confie- tico en el que interviene como razón operativa la preferencia (de ter-
ra relevancia práctica a ese dato puramente fáctico (lo que es tanto · cer orden) por 0' y como razón auxiliar la creencia de que, dada la exis-
como decir que ningún hecho constituye por sí sólo una razón com- tencia de la regla social correspondiente, cumplirla (i. e., hacer 0) es
pleta); pero, aun sólo parcialmente, tiene que depender de él, es decir, una forma de hacer o conseguir 0'. Dicho de otro modo -y sirvién-
el contenido específico de la conclusión de ese razonamiento práctico dome una vez más de las palabras de MacCormick-, la aceptación de
tiene que estar ligado condicionalmente desde el punto de vista del su- una regla social (ésto es, de un juicio de deber dependiente de su exis-
jeto a la existencia y permanencia de ese hecho, ya que de lo contra- tencia) no es «un dato ciego», «Un puro hecho bruto», sino que la re-
rio se desvanecería la diferencia entre justificar una conducta apelan- gla se acepta por una razón (316): la preferencia por la clase de acción
do (entre otras cosas) a una regla social y justificarla apelando a un que constituye el contenido de la regla social es una concreción de una
juicio de deber que, aunque coincida con el que otros aceptan (y aun- preferencia previa, sie~do ésta la razón operativa primitiva y la exis-
tencia de la regla social el hecho que, como razón auxiliar, condiciona
que ese hecho social sea el que esté detrás de la formación de sus pre-
el rumbo de esa concreción (317).
ferencias), es suscrito por el sujeto sin condicionar su contenido espe- Por consiguiente, al decir que las reglas sociales intervienen en los
cífico a la realidad de una práctica social (es decir, sin que él esté dis- razonamientos prácticos como razones auxiliares se está hablando de
puesto a admitir en su deliberación actual que la inexistencia o la de- las reglas en tanto que prácticas, en tanto que conjunto de hechos com-
saparición de esa práctica habría de tener un efecto diferencial sobre
aquel contenido). mis propósitos en este n:omento. En tojlo caso, pasando aquí por alto esa complicación,
Por consiguiente -y como ha señalado MacCormick (314)-, la sí es preciso introducir un matiz para que la afirmación de que una preferencia de ese
noción clave que permite captar la especificidad estructural del razo- tipo tiene sentido cuando (2) no se considera valioso en sí mismo no resulte desorienta-
namiento práctico que subyace a la aceptación de un juicio de deber dora: un sujeto puede aceptar una pluralidad de razones distintas en favor (o en contra)
de realizar una misma acción 0, algunas de las cuales pueden derivar del valor que él
dependiente de la existencia de una regla social es la de una preferen-
atribuye a esa acción (o a su omisión) en sí misma, mientras que otras pueden derivar
cia (de tercer orden) condicional: el sujeto no acepta sin más una ra- del hecho de que, existiendo una regla social con ese contenido, realizarla (es decir, cum-
zón (dominante sobre las meramente prudenciales) para·hacer 0, sino plir la regla social) es una forma de hacer o conseguir alguna otra cosa que se considera
que la acepta cuando existe (y sólo en la medida en que exista) una valiosa en sí misma; y no es que la aceptación de alguna de las segundas exija como
regla social con ese contenido. Y una forma de preferencia tan espe- cuestión lógica que no se acepte a favor de esa misma acción ninguna de las primeras,
sino que sólo tiene sentid0 afirmar que el sujeto está aceptando una razón del último
cial tiene sentido cuando 0 no se considera valioso en sí mismo, pero · tipo cuando no lo hace en atención al valor de esa acción en sí misma, tanto si realmente
se constata que hacer 0 cuando se dan las circunstancias que permiten le reconoce alguno como si no. En cualquier caso la justificación completa de una ac-
afirmar que existe una regla social según la cual se debe hacer 0 (y ción exigiría tomar en cuenta la totalidad de razones en su favor y en su contra, tanto
sólo en ese caso) es una forma de hacer o conseguir algo -0'- que las que dependan de su contenido como las que sean independientes de él.
(316) Cfr. MacCormick, Legal Reasoning and Legal Theory, cit., p. 63, donde se
sí se reputa valioso en sí mismo (315). En ese caso la preferencia (de
presenta la idea de razones que sustentan [underpinning reasons] la aceptación de una
regla social (como es la regla de reconocimiento de un sistema jurídico).
(314) Cfr. MacCormick, H.L.A. Hart, cit., pp. 33 y 41; Id., «Law Morality and Po- (317) Nótese que, como subraya MacCormick, diferentes individuos pueden acep-
sitivism», en Legal Studies, 1 (1982) 131-145 [ahora en Weinberger y MacCormick, An tar la misma regla social-i. e., suscribir un mismo juicio de deber dependiente de su
Institutional Theory of Law, cit., pp. 127-144, por donde se cita: p. 132]. existencia- por distintas razones. Hacer 0 cuando se dan las condiciones que permiten
(315) Al hablar del valor o falta de valor de una acción «en sí misma» estoy utili- afirmar que existe una regla social con ese contenido puede ser una forma de hacer o
zando acríticamente los términos empleados por autores como Hart o Raz para marcar conseguir no sólo 0', sino quizá también 0", ... , 0n; y por tanto la preferencia (de tercer
la diferencia entre razones «dependientes» e «independientes del contenido» [content- orden) que interviene como razón operativa en el razonamiento práctico de cada uno
dependent, content-independent]. En realidad esta forma de hablar -y la caracteriza- de ellos puede ser (alternativamente) una preferencia por 0', o 0", o ... , o 0n, teniendo
ción resultante de las «razones independientes del contenido» como aquellas que no tie- no obstante todos esos razonamientos prácticos la misma conclusión. Cfr. N. MacCor-
nen que ver con el valor intrínseco de la acción para cuya realización son razones- no mick, «Law, Morality and Positivism» [en Institutional Theory of Law, cit.], p. 143, nota
es demasiado rigurosa (vid. infra, apartado 8.3), pero resulta ilustrativa y basta para 21; Id., Legal Reasoning and Legal Theory, cit., p. 64.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL

piejos (318) (que, como ya sabemos, tienen que ver tanto con regula- por una razón operativa previa distinta de la regla social). Por lo tanto
ridades de conducta como con la existencia de una red de disposicio-: sería necesario redescribir la estructura de los razonamientos prácticos
nes o actitudes críticas -verosímilmente de diversas clases- mante- en los que intervienen reglas sociales: y en esa descripción alternativa
nidas por los miembros del grupo en relación con aquéllas). En esta la regla social misma (hablando de «regla» en la acepción adecuada,
acepción, apta únicamente para integrarse en un discurso descriptivo, no como «hecho») sería aceptada por un sujeto como razón operativa
las reglas sociales no son en modo alguno razones operativas (como primitiva (es decir, el juicio de deber con el que exprese esa acepta-
no lo es ningún hecho): lo que para un individuo constituirá una razón ción no necesitaría ser caracterizado como la conclusión de un razo-
operativa será el juicio de deber dependiente de (el hecho de) la exis- namiento práctico en los términos anteriormente descritos).
tencia de la regla que eventualmente él suscriba, sabiendo que, si real- Pero esta objeción ha sido contestada por Carlos Nino con argu-
mente se trata de un juicio de deber de este tipo, no constituye para mentos que me parecen concluyentes (320). Quien al construir su ra-
él una razón operativa primitiva, sino la conclusión de un razonamien- zonamiento práctico parte de un juicio de deber como razón operativa
to práctico con la estructura descrita (en el que la razón operativa pri- primitiva necesariamente está aceptando dicho juicio en virtud de su
mitiva que actúa como «premisa mayor», insisto, no es en ningún sen- contenido: y cuando ése es el caso, su razonamiento sencillamente no
tido la regla social). toma en cuenta el conjunto de hechos complejos que permiten afir-
Podría objetarse, no obstante, que las reglas sociales intervienen mar que la regla social «existe» (en el sentido de que no incluye entre
en los razonamientos prácticos directamente como razones operativas sus premisas un juicio descriptivo de esos hechos, de manera que la
y que al negarles ese papel, atribuyéndoles tan sólo el más limitado o persistencia o la desaparición de éstos no incide en su conclusión), con
modesto de razones auxiliares, se estaría incurriendo en una lamenta- la consecuencia de que al queaar oscurecida la relevancia práctica de
ble tergiversación. Esta línea de argumentación daría por descontado esos hechos sociales (como razones auxiliares) se esfuma la base sobre
que si hablamos de las reglas sociales como prácticas, como hechos, la que es posible discernir entre la aceptación de una regla social -es
ciertamente cerramos el paso a su consideración como razones opera- decir, de un juicio de deber dependiente de la existencia de una regla
tivas (319). Pero lo que no admitiría es que debamos permanecer con- social- y la de un juicio moral ordinario -i. e., de un juicio de deber
finados en esa acepción (la regla social como conjunto de hechos com- «independiente de la existencia de reglas»-- que, incidentalmente,
plejos): es más, haciéndolo cometeríamos un serio error, porque con- coincida con el que otros aceptan (por más que el hecho de una even-
fundiríamos la regla misma (como «juicio práctico») con el conjunto tual coincidencia generalizada pueda ser descrito desde el punto de vis-
de hechos sociales que permiten afirmar que la regla «existe», el «jui- ta externo diciendo que «existe una regla social»). Dicho de otro modo:
cio práctico» con la práctica social, lo normativo con lo empírico. Y si cuando una «regla» -en una de las acepciones de este ambiguo tér-
hablamos de la regla social como «juicio práctico» (no como conjunto mino- se incluye en el razonamiento práctico de un individuo como
de hechos complejos), quien la acepte no la tomaría en absoluto como razón operativa primitiva se desvanece el fundamento para afirmar que
razón auxiliar (cuya pertinencia o relevancia práctica vendría activada la regla aceptada es precisamente una regla social. Los elementos que
permiten afirmar que una regla es precisamente una regla social -o
(318) Para ser más exacto, lo que intervendría en el razonamiento práctico de un
jurídica, o de la moral de un individuo- se pierden de vista cuando
sujeto como razón auxiliar sería la creencia de que se dan esos hechos; o mejor aún, el las reglas se conciben meramente como «juicios prácticos», abstraídos
juicio descriptivo que constituye el contenido proposicional de esa creencia. Siempre que de las circunstancias fácticas que permiten atribuirles uno u otro de
se tenga presente esta observación, creo que no hay mayor inconveniente en seguir ha- esos calificativos.
blando en sentido lato de las reglas sociales como razones auxiliares. Creo que Dworkin tiene en mente ideas similares cuando se plan-
(319) Raz destaca esta idea con claridad, criticando en términos generales la «teoría
de las reglas como prácticas» [practice theory of rules] de la que Hart sería el mejor ex-
ponente: vid. Practica! Reason and Norms, cit., pp. 56-57. La misma objeción había
sido formulada, también criticando a Hart, por Marcus Singer, «Hart's Concept of Law», (320) Cfr. C.S. Nino, «Normas jurídicas y razones para actuar», en La validez del
en Journal of Phisolophy, 60 (1963) 197-220, p. 213. Derecho, cit., pp. 136-137 y 141-142; Id., El constructivismo ético, cit., pp. 29-30.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

tea cuál es el modo correcto de concebir la relación entre «prácticas operati~as; o, de lo .contrario, está pensando en el «juicio práctico»
sociales» y «juicios normativos» y hasta qué punto dicha relación es o que sena el «contemdo» de aquellos hechos, con la consecuencia de
no captada adecuadamente por la «teoría de la regla social» que a su q.ue en ese caso, si realmente su razón operativa primitiva es ese jui-
juicio propugna Hart. En la exposición dworkiniana, sin embargo, el c.w, no se a~canz~ a ver de qué manera incide en su razonamiento prác-
uso de una terminología que no me parece la más afortunada puede tlc~ la persistencia o la desaparición de ese conjunto de hechos com-
oscurecer los términos de la cuestión. Dworkin distingue entre regla pleJos que ~es~ribimos sintéti~amente diciendo que «existe una regla»
social («la regla constituida por el comportamiento común») y regla (~,por consigUiente, so?re que base podría alegar un sujeto que su ra-
normativa («la regla que se justifica por el comportamiento común»), zon para actuar es precisamente la regla social, y no un juicio de de-
añadiendo que mediante un juicio normativo se «enuncia» una regla ber que él acepta independientemente de la existencia de ésta). Cuan-
normativa (321). En mi opinión resulta más esclarecedor hablar por do hablamos de las «normas» en una acepción en la que tiene sentido
un lado de la regla social como práctica o conjunto de hechos comple- ~ecir de .ellas que su exi~tencia es un hecho -por ejemplo, como prác-
jos y por otro de los juicios de deber dependientes de la existencia de ticas sociales, como conJunto de hechos complejos (323)-, no consti-
"esa regla (es decir, de esa práctica o conjunto de hechos) que alguien tuyen en absoluto razones (operativas) para actuar. Y a la inversa,
suscribe, entendidos como conclusiones de razonamientos prácticos cuando hablamos de las <<normas» en una acepción en la que cabe de-
con la estructura ya descrita. En cualquier caso, si la terminología de cir de ellas que son razones (operativas) para actuar -es decir, cuan-
Dworkin se lee a la luz de esta distinción, me parece que está en lo d? hablamos d~ juici?s de deber, incluso de juicios de deber depen-
cierto cuando escribe: dientes de la existencia de «normas» en la acepción anterior- no tie-
ne sentido de~ir .que .«su exist~Hcia es un hecho», si se entiende por
«Es verdad que con frecuencia los juicios normativos suponen una tal un dato obJetivo, mdependiente de las actitudes que los individuos
práctica social como parte esencial de los fundamentos del juicio en cues- puedan o no adoptar: todas la razones para actuar son razones inter-
tión; ya dije que ése es el sello distintivo de la moralidad convencional. na~, en el sentido de que «existen» sólo desde el punto de vista de
Pero la teoría de la norma social concibe erróneamente la relación. Cree qmen l~s acepta (de hecho, decir que «existe» cierta razón para actuar
que la práctica social constituye una norma que el juicio normativo acep-
no es smo una forma de expresar desde el punto de vista de quien ha-
ta; en realidad, la práctica social ayuda a justificar una norma que el jui-
cio normativo enuncia» (322). bla que él la acepta); que alguien acepta una razón para actuar es cier-
tamente un hecho, del que cualquier observador puede dar cuenta
En definitiva, quien sostenga que las reglas sociales intervienen en -desde el punto de vista externo- mediante juicios descriptivos (ver-
los razonamientos prácticos directamente como razones operativas pri- da?eros o falsos); pero sostener que «existe una razón para actuar»
-1. e., expresar, adoptando un punto de vista interno, que se acepta
mitivas queda apresado entre los cuernos de un dilema: o bien está pen-
sando en las reglas sociales como prácticas, como conjuntos de hechos una razón- no es en modo alguno «conocer» o «caer en la cuenta»
complejos, pero entonces no pueden constituir en absoluto razones
(323) Por supuesto decir en esas circunstancias que una norma «existe» no es más
qt~e una rne!áfora, u~ modo de hablar o, si se quiere, una manera abreviada o compri-
(321) Cfr. Taking Rights Seriously, cit., p. 58 [trad. cast., Los derechos en serio, cit., mida de dec~r que, exrsten esos hechos co.rnplejos: lo contrario --es decir, dar por buena
p. 117]. ~na ontologia segun la cual la norma «existe» corno entidad independiente de aquel con-
(322) Taking Rights Seriously, cit., p. 57 [trad. cast., Los derechos en serio, cit., JUnto de hech?s, aunque <~apoyada» en ellos- equivaldría a reificar o hipostasiar la idea
p. 116; las cursivas son del original]. Hay quien ha sostenido que la crítica dworkiniana de norma social. Co~o dice Els~er, «esta c~ncepción de [las normas sociales corno] un
a la «teoría de la regla social» es certera, pero que Dworkin se equivoca al pensar que entramado de creencias compartidas y reaccwnes emocionales comunes no nos compele
esa teoría, tal y corno él la reconstruye para criticarla, refleja fielmente el punto de vista a pensa! en las normas corno entidades supraindividuales que de algún modo existen in-
de Hart: vid. p. ej. P. H. Nowell-Srnith, «Dworkin v. Hart Appealed. A Meta-ethical depen~Ienternente. de esos soportes»: cfr. Jon Elster, The Cement of Society. A Study
Enquiry», en Metaphilosophy 13 (1982) 1-14, pp. 4-5. Pero evidentemente ésa es otra o( Socwl.Order, Cit., pp. 105-106; contra la reificación de las reglas vid. también Twi-
cuestión, en la que no es preciso detenerse ahora. nmg y Miers, How to Do Things with Rules, cit., pp. 148 ss.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de algún «hecho» que exista ~on independencia de ~a adopción po~ par- do que su acción conforme a la regla fue «espontánea», «irreflexiva»
te de quien habla de esa actitud. Y parece que solo m~zc~ando .mad- o incluso «mecánica», sin que ello implique necesariamente que en-
vertidamente esas dos acepciones de <<norma» (es decir, mcurnendo tonces ese agente no reconocía en realidad una razón para actuar del
en una perturbadora conmixtión del punto de vista e~terno con el. pun- modo en que lo hizo (o, si se quiere, que no actuó en absoluto «por
to de vista interno) puede decirse que una r~gla soeza~ (<~cuya existen- una razón», por lo que él mismo está dispuesto a reconocer como una
cia es un hecho») interviene en los razonamientos practlcos como ra- razón). No parece verosímil sostener que como hecho psicológico los
zón operativa primitiva. individuos seamos realmente capaces de explicitar la estructura com-
pleta y ordenada de la totalidad de razones para actuar que acepta-
iii) Allí donde existe una regla social es posible enc~nt~ar una c~a­ mos, y muchos menos que en cada ocasión particular nos represente-
se de sujetos cuya relación con la regla n~ puede ser. asiffillada a mn- mos· mentalmente esa estructura y decidamos consciente y reflexiva-
guno de los tres casos anteriores (el de qmen la considera m~r~~ente mente a la luz de ella (325); pero, a pesar de todo, atribuir a un agen-
como marco de su actuar prudencial; el de quien acepta un JUICIO d~ te cierto conjunto de razones para actuar con una determinada estruc-
deber independiente de su existencia pero coincide~:lte con su co~tem­ tura, afirmar que ésas son las razones que efectivamente acepta, no re-
do; y el de quien acepta un juicio de deber dependie.~te de su. e~Isten­ sultará arbitrario si él mismo está dispuesto a reconocer, llamado a re-
cia), pero cuya conducta, no obstante, puede taii_lbien constlt~u. una flexionar acerca de supuestos reales o hipotéticos, que esa reconstruc-
parte de ese conjunto de hechos social.es compleJ~S 9ue descnbim~s , ción capta el contenido de lo que él verdaderamente admite cómo jus-
sintéticamente diciendo que la regla existe y contnbmr a su manten~­ tificación de un modo de actuar (i. e., si él se reconoce en esa recons-
miento. La elucidación de esta cuarta posibilidad, aunque pueda cali- trucción, aun cuando no hubiese sido capaz de articularla por sí mis-
ficarse como marginal o periférica respecto a las tr~s. anteriores, resul- mo y por consiguiente resulte extremadamente implausible afirmar que
ta por tanto necesaria para completar el modelo teonco que estoy pro- la tuvo en mente en esos precisos términos en la deliberación previa a
. poniendo. . . su acción) .
Al describir de la forma en que lo he hecho hasta ahora los distm- Pero puede haber individuos (como los sujetos pasivos del bien co-
tos modos en que una regla social puede ser tomada en cuenta en. los nocido experimento de Milgram) (326) que ejecuten habitualmente la
razonamientos prácticos de diferentes individuo~, no estoy sostemen- acción conforme a la regla cuando se presenta la ocasión de cumpli-
do de ningún modo que quien actúa de conformidad con la regla ten- miento y que, no obstante, llamados a reflexionar acerca de las razo-
ga que hacer deliberado previamente y en todos l~s casos exactamen~e nes que desde su propio punto de vista justificaban (o justificarían en
de alguna de las maneras descritas. Desde el.comienzo de este trabaJ..O ocasiones futuras) el comportamiento conforme, concluyan que en rea-
he intentado dejar claro que una cosa es decu que el agente aceptana lidad no tenían (o tendrían) ninguna, o incluso que tenían (tendrían)
cierta reconstrucción como racionalización correcta de su actuar mten- poderosas razones para no actuar de conformidad con la regla: sujetos
cional y otra bien distinta afirmar que de hecho éste ha estado (ha te- que han cumplido la regla (y probablemente lo seguirían haciendo en
nido que estar) precedido por una activid~d mental :eal con. ese cont~­ el futuro) en ocasiones en las que no tenían -insisto: desde su propio
nido y estructura (324). Por eso cabe decir de algmen en cwrto sentl- punto de vista- razones prudenciales para hacerlo (en las que, p. ej.,
el riesgo de sufrir una reacción adversa era nulo y el agente lo sabía);
(324) Vid. supra, nota 9 de la parte I. Habría.que re~ordaraq~í al.gunas de las ob-
servaciones que Wittgenstein desarrolla en las Phtlosophtcal Investlgatwns _acerca ?e la
idea de «seguir una regla»: en contra de una visión, prob~blemen~e ~on:un, segun la (325) Por decirlo con una frase de Rüdiger Bittner que me parece particularmente
cual seguir una regla implica tenerla en mente al actuar, Wlttgenstem l~SISte en qu.e la gráfica, «[ ... ] es un prejuicio infundado considerar que todo lo que uno piensa, siente,
conexión entre «entender la regla» y la ejecución de los actos que la siguen o aplican quiere, tiene que serie a uno mismo transparente» (cfr. R. Bittner, Mandato moral o
no es fundamentalmente una actividad, proceso o estado mental: «Intenta no pensar en autonomía, cit., p. 172).
absoluto en la comprensión [de una regla] como un "proceso mental". Porque esa es la (326) Vid. Stanley· Milgram, Obedience to Authority (New York: Harper & Row,
expresión que te confunde» (§ 154). 1974).

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

que tras la reflexión adecuada reconocen que no atribuyen ningún va- · ción de una regla; son meros hechos que pueden mencionarse en una
lor intrínseco a la acción conforme a la regla; y que tampoco admiten explicación de la conformidad con ciertas reglas» (328).
que hacer lo que la regla exige, en aquellas circunstancias de hecho No hay ningún sentido inteligible en el que quepa afirmar que la
que permiten afirmar que «existe» como regla social y sólo si se dan regla social interviene en el razonamiento práctico de esta clase de
éstas, es una forma de realizar otra acción o asegurar cierto estado de agentes, sencillamente porque en su caso no hay (ni siquiera como re-
cosas que sí consideran valioso en sí mismo. Quien sigue la regla en construcción de actitudes prácticas que para ellos mismos, introspec-
esas circunstancias reconocería que no tiene realmente una razón para tivamente, resulten relativamente opacas o escasamente articuladas)
hacerlo: y por tanto, desde su propio punto de vista, su acción con- razonamiento práctico alguno que puedan presentar como justificación
forme a la regla es sencillamente irracional. de su acción conforme a la regla. Pero que un cierto número de agen-
Desde el punto de vista psicológico (o sociológico) la explicación tes realice habitualmente la acción conforme a la regla, aunque sea de
detallada de los mecanismos que generan y sostienen estas disposicio- esa forma meramente ritual, compulsiva o imitativa, es un hecho que
nes compulsivas de conducta habrá de ser sin duda muy compleja. Pero habrá de ser tomado en cuenta -como razón auxiliar- en los razo-
aquí podemos conformarnos con una caracterización mucho más sim- namientos prácticos de otros agentes que o bien tratan de determinar
ple. Baste con señalar, en forma muy tosca, que a resultas de la pre- el marco de su actuar prudencial, o bien suscriben esa clase de prefe-
sión socializadora del medio el individuo ha desarrollado una disposi- rencia condicional dominante sobre las meramente prudenciales que
ción de conducta meramente imitativa sin integrarla de manera cohe- está detrás de la aceptación de un juicio de deber dependiente de la
rente en el conjunto estratificado de sus preferencias (es decir, de lo existencia de una regla social (sabiendo entonces que entre el conjun-
que él reconoce como razones para actuar). Lo que sí me interesa re- to de hechos complejos que permiten afirmar que la regla «existe» ha-
saltar es que de un individuo semejante no cabe decir que «acepta» la brá que incluir la conducta habitual de un cierto número de individuos
regla, al menos si se quiere conservar un sentido para la idea de acep- que realizan la acción correspondiente aun sin contar, desde su propio
tación que no se confunda sin más con el de nociones como «confor- punto de vista, con razón alguna para ello). Dicho con otras palabras:
midad» u «obediencia» (327). Por eso creo que, frente a Hart, que en- el hecho de que algunos agentes sigan irracionalmente la regla refuer-
tiende que la aceptación de una regla puede basarse también, entre za o amplifica (incorporándose como razón auxiliar a sus razonamien-
otras cosas, en «una actitud tradicional o una actitud no reflexiva he- tos yrácticos) las razones para actuar de algunos otros que la siguen
redada», tiene razón Nino al replicar que la práctica irreflexiva o la ac- raczonalmente (329). Y a su vez -cerrando así el círculo de la inter-
titud imitativa «no son verdaderas razones que subyacen a la acepta- dependencia- el hecho de que éstos tengqn razones para seguir la re-
gla y actúen de acuerdo con ellas refuerza la presión colectiva que
como causa, no como razón, alimenta la disposición irracional de aqué-
llos a seguir la regla.

(327) Vid. supra, nota 229 de esta parte Il. Allan Gibbard ha propuesto reciente-
mente una distinción entre «aceptar» una norma y «ser presa de» [being in the grip oj] (328) Cfr. Hart, CL, p. 198 [CD, p. 251]; Nino, «El concepto de derecho de Hart»,
cit., p. 51; Id., El constructivismo ético, cit., p. 29.
una norma que a mi juicio refleja adecuadamente la diferencia que he intentado expli-
car: quien «es presa de una norma» se encuentra a sí mismo actuando de conformidad (329) En este sentido Eike von Savigny ha destacado, revisando el concepto de <~con­
con ella incluso no reconociendo, llamado a reflexionar sobre el particular, ninguna ra- vención» de David Lewis, cómo la conducta de muchos individuos que de Jacto contri-
buye a la resolución de un problema de coordinación se realiza por mero hábito o imi-
zón para hacerlo; cfr. Allan Gibbard, «Moral Judgment and the Acceptance of Norms»,
t~ción, es. ~ecir, sin que desarrollen en absoluto el complejo tipo de razonamiento prác-
en Ethics, 96 (1985) 5-21, pp. 16-17 y 19-20; Id., «An Expressivistic Theory of Norma-
tico con~ICIO~ado al de~arrollo de un razonamiento práctico similar por parte de otros
tive Discourse», en Ethics, 96 (1986) 472-485, p. 474. Aunque es una cuestión que aquí
que Lew1s a~nbuy~ a qmenes con sus conductas generan la convención, pero producien-
no voy a abordar, quizá merecería la pena reflexionar acerca de si el concepto de «in-
do con su disposiCIÓn de conducta (meramente imitativa) una situación que se añade a
teriorización» de normas habitual en la teoría sociológica no debería ser descompuesto los factores que hacen posible que algunos otros individuos sí los desarrollen; cfr. E. von
en otras categorías más finas (y, como tales, más aptas para hacerse cargo de la dífe- Savigny, «Social Ha bits and Enlightened Cooperation: Do Humans Me asure Up to Le-
rencia que media entre las distintas situaciones que se acaban de mencionar). wis Conventions?», en Erkenntnis, 22 (1985) 79-96.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

iv) Con todo lo expuesto hasta el momento que?~n trazada~, se- · problemas pendientes, creo que conviene considerar una objeción de
gún creo, las líneas fundamentales de un modelo teo.nco q~e de res- fondo que, de resultar bien planteada, obligaría no ya a perfilar o en-
puesta a las preguntas de qué es lo que se quiere decir/ al afirmar que mendar algunos detalles del modelo propuesto, sino más bien a su re-
existe una regla social en un grupo determmado y cual puede ser su visión global.
papel en diferentes clases de razonamientos prácticos.~ lo que e~e ?Io- Esa objeción tiene que ver con una interpretación de lo que signi-
delo intenta subrayar es que algunos de esos razonamientos practicos fica «aceptar una regla» que no estaría presente en ninguna de las cla-
-no todos- son interdependientes ; que los que lo son, pueden tener ses de razonamiento práctico que he examinado. Según el análisis que
a su vez diferentes estructuras; y que conductas idénticas desde el pun- desarrollé en su momento, quien suscribe un juicio de deber -depen-
to de vista de un observador externo -incluyendo entre ellas no sólo diente de la existencia de la regla o independiente de ella pero coin-
las acciones conformes a la regla, sino también las reacciones críticas cidente en su contenido- relativo a cierto acto genérico, está acep-
frente a las desviaciones de la misma- pueden haberse realizado de tando una razón dominante sobre las meramente prudenciales en vir-
conformidad con la conclusión de uno cualquiera de esas distintas cla- tud de la cual típicamente o las más de las veces resultan efectivamente
ses de razonamiento práctico (e incluso, en el límite, sin que el agente debidos los actos individuales que, entre otras descripciones posibles,
reconozca realmente ninguna clase de razón para su acción, como pueden ser presentados como casos de dicho acto genérico: pero lo
ocurre con la práctica irreflexiva de tipo compulsivo o meramente imi- que eso quiere decir es que habrá de evaluar en cada caso si esa razón
tativo), de manera que los hechos sociales complejos externamente prevalece o no realmente sobre cualquier otra (del mismo tipo, i. e.,
perceptibles que permiten afirmar que la regla existe pueden ser el pro- igualmente dominante sobre las razones prudenciales) que también
ducto conjunto de distintas clases de disposiciones de conducta de los pueda concurrir en esa ocasión particular. Del mismo modo, quien
agentes implicados (siendo a la vez parte de la fuente de algunas de obedece la regla -o incluso se comporta además como lo haría el acep-
éstas), combinadas en diversas proporciones según los casos. tante- por razones estrictamente prudenciales calcula también caso
En el modelo esbozado hay indudablemente algunos puntos que por caso, sopesando en cada ocasión particular los costes y beneficios
necesitan un análisis más refinado. En primer lugar, creo que debe ex- (así como la medida de probabilidad de cada uno de ellos) asociados
plicarse con mayor detenimiento la estructura de los .razonamient?s a cada una de las opciones de conducta disponibles (332). Pues bien,
prácticos cuya conclusión es un juicio de deber dependzente de la exis-
tencia de una regla social, especificando de manera más detallada de (332) Nótese que a partir de estas observaciones queda planteado un problema su-
qué modo o en qué circunstancias puede tener. sentido suscribir u~a plementario (y, por cierto, de gran envergadura). Si alguien suscribe un juicio de deber
preferencia condicionada a la existencia del conJunto ?e he~hos s?cia- relativo a actos genéricos -independiente o dependiente de la existencia de reglas so-
les complejos que permiten afirmar que la r~~la social ex~~te, sm lo ciales- meramente prima facie, un observador que trate de determinar en qué casos
cual no es posible alcanzar una recta compres10n de la nocwn de «ra- considerará aquel agente que debe realmente ejecutar un acto individual que satisfaga
esa descripción genérica y en cuáles, por el contrario, estimará que a pesar de darse esa
zones independientes del contenido» [content independent], de impor- circunstancia no debe ejecutarlo porque prevalece alguna otra razón de las que él acep-
tancia crucial para los fines de este trabajo (330). Y no me parece me- ta -es decir, que trate de determinar el alcance de ese juicio de deber desde el punto
nos importante abordar por fin frontalmente la cuest~ón -que hasta de vista del agente-, sólo podrá hacerlo intentando representarse todo el conjunto de
ahora he preferido esquivar y dejar en s_uspenso:- de ~I las r~zones do- razones para actuar y las relaciones de prioridad entre ellas que el agente acepta e in-
minantes sobre las meramente prudenciales que suscnbe qmen acepta tentando determinar cuál es la razón que lleva al agente a suscribir ese juicio de deber
la regla han de ser calificadas necesariamente como morales o si, por y dónde la sitúa dentro de aquel conjunto jerarquizado. Sin ese intento de representa-
ción -y contando siempre con que el agente actuará de acuerdo con lo que él considera
el contrario, podrían ser de algún otro tipo no especificado hasta el ~o­ razones para actuar, es decir, actuará racionalmente desde su propio punto de vista-,
mento (331). Pero antes de ocuparme de éstos (y algunos otros mas) el observador no podrá fundamentar una predicción mínimamente matizada acerca de
cómo se comportaría el agente en ocasiones futuras sólo parcialmente iguales, esto es,
(330) Vid. infra, apartado 8.3. no podrá perfilar sus expectativas acerca de la conducta de éste.
(331) Vid. infra, apartado 8.5. Pero el problema de definir expectativas acerca de la conducta de otros afecta en su

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

la objeción de fondo a la que me refiero consistiría precisa~ente en so y riguroso ha sido Joseph Raz, a quien se debe la articulación de
sostener que la idea misma de «aceptar una regla», entendida recta- la noción clave de «razón excluyente» y una explicación de lo que es
mente, excluye la consideración de los méritos del caso en cad~ oca- una norma basada en ella (334). Para Raz no es posible decir de al-
sión particular; que por consiguiente ning_uno de los razonannentos guien que acepta una regla de conducta si reconsidera la totalidad de
prácticos examinados corresponde al de qmen verdaderamente acepta razones a favor y en contra de hacer lo que la regla establece en cada
una regla (desde luego, no el de quien considera la norma meramente unade las ocasiones de aplicación de la misma (335), y ello porque «te-
como marco de su actuar prudencial: pero tampoco ninguno de los ner una regla es como haber decidido de antemano qué hacer» (336).
otros dos); y que, a resultas de todo ello, no puede de~irse. con pro- Lo que eso quiere decir es que quien acepta una regla no acepta me-
piedad que existe una regla social allí donde los age~tes 1mph~a~os no ramente una, razón para actuar (ni siquiera una que generalmente pre-
pasan de suscribir uno cualquiera de esos razonamw~tos practlcos. y valece en cierta clase de situaciones): acepta una razón para hacer lo
de actuar regularmente de conformidad con las conclusiOnes de los mis-
que la regla dispone y además una razón para no actuar por otras ra-
mos (existiría, si se quiere, una situación de interdependencia comple-
zones en conflicto, es decir, una «razón de primer orden» para reali-
ja entre las razones para actuar que algunos de ~llos acept~n, que ~o:
zar cierta acción y una «razón de segundo orden» («excluyente>>) para
cialmente puede que sea muy relevante -y quepo~ ello ~1smo qu~za
haya sido interesante desvelar-, pero que no equzvaldrza en sentzdo no actuar por otras razones de primer orden en contra de dicha ac-
estricto a la existencia de una genuina regla social).
Aunque ciertamente no es el único que ha sostenido este punto de en los casos en los que se aplica, [... ] esa cuestión [qué ha de hacerse] queda retirada
vista (333), creo que quien lo ha desarrollado de un modo más exten- de [is removed from] la esfera del juicio. acerca de los méritos particulares de cada caso»
(op. cit., p. 65; las cursivas son del original).
mismo núcleo a cualquier forma de razonamiento práctico social (vid. supra el texto que (334) La presentación y el análisis del concepto de «razones excluyentes», así como
acompaña a la nota 308), puesto que el alcance de su conclusión depende en sentido es- la caracterización de las normas a partir del mismo, pueden encontrarse en Practica! Rea-
tricto del contenido y alcance de esas expectativas: cuando las razones para actuar que son and Norms, cit. [l.a ed., 1975], sec. 1.2 y caps. 2 y 3, que es el texto fundamental
un sujeto acepta dependen en parte de las que (él cree que) aceptan otros, el alcance de Raz sobre estas materias. Algunas de las ideas centrales que allí se exponen habían
o peso que aquél les atribuirá depende de sus creencias acerca del alcance o peso ~ue sido anticipadas por Raz en «Permissions and Supererogation», American Philosophical
éstos atribuyan a las suyas. Por consiguiente, cada sujeto que desarrolla un razonamien- Quarterly, 12 (1975) 161-168 y «Reasons for Action, Decisions and Norms», Mind, 84
to práctico social está haciendo suya una interpretación de las prác~icas de otros, única (1975) 481-499; y posteriormente las ha ampliado y matizado en «Promises and Obliga-
vía a su disposición para tratar de representarse el alcance que atnbuyen a las razones tions», en Hacker y Raz (eds.), Law, Morality and Society. Essays in honour of
para actuar que están en juego. H.L.A. Hart, cit. [1977], pp. 210-228 (especialmente pp. 219-223), The Authority of
Law, cit. [1979], cap. I [publicado previamente en R. Bronaugh (ed.) Philosophical
Todo ello significa además que quien, como puro observador, trata de determinar Law. Authority, Equality, Adjudication, Privacy (London!Westport, Conn.: Greenwood
qué regla social existe (i. e., trata de describir el contenido y ~lcance exacto de 1~ re.g,la Press, 1978), pp. 6-31], y The Morality of Freedom, cit. [1986], caps. 2 y 3 [que incor-
existente), seguramente no encontrará un modo claro de deslm?~r la mera descnpcwn poran, con adiciones y modificaciones, material publicado previamente en «Authority
de lo que es más bien su interpretación del fenómeno. Incluso SI, mtentando mantener- and Justification», Philosophy & Public Affairs, 14 (1985) 3-29]. En 1989la Southern Ca-
se en el terreno de la primera, se limita a dar cuenta del común denominador de todas lifornia Law Review ha dedicado un número especial a la obra de Raz [«Symposium,
las interpretaciones existentes, tropezará con un ~oble probl~ma: su desc:ipción de la The Works of Joseph Raz», vol. 62, nos 3-4] con trabajos de S.J. Burton, L. Green,
regla no coincidirá exactamente con ninguna de las mterpretacwnes de la ffilsma que ha-
M.S. Moore, Y. Morigiwa, S.R. Perry, D.H. Regan y J.Waldron y una extensa respues-
cen suyas los agentes implicados; y será difícil evita: que la d~scripción ?~ las interp:e- ta de Raza todos ellos -«Facing Up: A Reply», ibi., pp. 1153-1235-, en uno de cuyos
taciones que de la regla hacen otros no sea ya ella ffilsma una mterpretacwn de las prac- apartados se revisa el concepto de «razones excluyentes» (pp. 1154-1179), corrigiendo
ticas de éstos. Volveré sobre todas estas cuestiones en el apartado 8.5.
ciertos detalles y rechazando lo que según Raz serían tergiversaciones por parte de al-
(333) En The Object of Morality, cit. [1971], ?e?ffrey Warnock ~uyo punto de vi~­ gunos de sus críticos. Ya en 1990 ha visto la luz una 2" edición de Practica! Reason and
ta es mencionado expresamente por Raz como similar al suyo propio: cfr. Raz, Practl- Norms (Princeton, NJ: Princeton University Press, 1990) que contiene como única no-
cal Reason and Norms, cit., p. 184, nota 11- escribe: «Lo que de hecho hace la regla vedad un apéndice dedicado precisamente a este concepto («Rethinking Exclusionary
es excluir de la consideración práctica los méritos particulares de casos particulares, es- Reasons», pp. 178-199).
pecificando de antemano qué es lo que ha de hacerse, cualesquiera que pu~dan ser las (335) Raz, The Concept of a Legal System (2.a ed.), cit., p. 235.
circunstancias de dichos casos particulares, [ ... ]. El "efecto" de la regla consiste en que, (336) Raz, Practica! Reason and Norms, cit. [en lo sucesivo, «PRN»], p. 73.

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JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

ción (337). En la medida en que las reglas funcionan como razones ex- en uno de los varios sentidos posibles de este ambiguo término, como
cluyentes, su aceptación retira o desplaza de antemano del razonamien- juicios de deber prima facie relativos a actos genéricos. Pero desde el
to práctico del agente un conjunto de razones de primer orden de sig- punto de vista de Raz esa equiparación constituiría un serio error. En
.no contrario para todas y cada una de las ocasiones particulares en que su opinión, una regla -a diferencia de lo que sucedería con un juicio
la regla sea aplicable, de manera que la elección del agente para cada ~e deber- no expresa que hay una razón para realizar cierta acción,
una de esas ocasiones queda prefigurada por la regla sin que proceda smo que es ella misma una razón de cierta clase especial (340) (gene-
la reconsideración global caso por caso de la totalidad de razones con- ralmente, aunque no siempre (341), a la vez una razón de primer or-
currentes a favor y en contra. den y una razón excluyente). Por eso, decir de cierta acción 0 que es
En opinión de Raz no es posible entender la singularidad de las re- exigida por una regla sería decir que se «debe» hacer 0 en un sentido
glas dentro del panorama general de las razones para actuar si no es de «deber» no exactamente coincidente con el que se emplea al decir
mediante el recurso a la categoría de las razones excluyentes:· aunque, que «hay una razón» para 0. Y la diferencia sería justamente la que
tal y como él construye y utiliza el concepto, no todas las razones ex- media entre el mero «deber hacer» [ought] y el tener un deber o una
cluyentes son reglas (338), sí habría que afirmar que todas las reglas obligación: para Raz se debe [ought] hacer 0 cuando hay una razón or-
son razones excluyentes; y en consecuencia sólo puede decirse que dinaria o de primer orden para hacer 0; se tiene en cambio el deber o
acepta una regla de aquel agente que la considera una razón excluyen- la o~ligación de hac~r 0 cuando 0 es requerida por una razón protegi-
te (339). Si Raz está en lo cierto, muchos razonamientos prácticos re- da, 1. e., cuando existe no sólo una razón de primer orden para ha-
visten un nivel de complejidad que sólo se percibiría adecuadamente cer 0, sino además una razón de segundo orden (excluyente) para no
mediante la introducción de la idea de razones de segundo orden. Y tomar en cuenta razones (de p;imer orden) en contra de hacer 0 (342).
por consiguiente su reconstrucción formal necesitaría de un elemento Y ~e ese modo la «fuerza normativa especial» de los deberes y obli-
o categoría verdaderamente capital que mi análisis no habría sido ca- gaciOnes quedaría. e~l?licada a partir de la noción de razones de segun-
paz de alumbrar. do orden. Entre «JUICios de deber» -tal y como he venido usando has-
En efecto, hasta el momento he venido hablando de las «reglas», ta ahora es~a exp~esión- y «reglas» en sentido estricto mediaría por
tanto un~ diferencia fundamental que yo no habría acertado a percibir.
Conviene de todos modos matizar el sentido en el que Raz afirma
(337) PRN, pp. 58-59; «Rethinking Exclusionary Reasons» [PRN 2• ed.], p. 191.
(338) PRN, pp. 77-78. Para Raz, como se verá más adelante, también funcionan que l~s.r~glas son razon,es de un cierto.tipo, entre otras cosas para que
como razones excluyentes las decisiones, las órdenes, las promesas, etc. su anahs1s y el que aqm vengo defendiendo no parezcan aún más dis-
(339) En PRN es posible detectar una oscilación terminológica que me parece de pares de lo que realmente son. Raz no niega la. diferencia, en la que
cierta significación: en algunos lugares (p. ej., pp. 61, 72 y 81) se afirma que un indivi-
duo sigue [follows] una regla sólo si la considera como una razón excluyente (además
de como una razón de primer orden para realizar la acción conforme a la regla), mien- (340) PRN, p. 80. Desde mi punto de vista, con un juicio de deber relativo a actos
tras que en otros (p. ej., p. 76) se nos dice que aceptar [endorse] una regla implica con- genéricos no se expresa sólo que «hay una razón», sino a) que esa razón es dominante
siderarla una razón excluyente. Aparentemente ello querría decir que «seguir una re- s?bre las me.ramente prudenciales y b) un cierto tipo de estructura o esquema de prio-
gla» y «aceptarla» se consideran nociones intercambiables; pero si se tienen en cuenta ndades relativas entre razones para actuar de esa misma clase (vid. supra, apartado 7.3);
las distinciones establecidas anteriormente -vid. supra, nota 299 de esta parte II- en- pero en este momento, en el que lo que interesa es la presunta diferencia entre razones
tre «conformidad», «obediencia» y «aceptación» (especialmente entre estos dos últimos de primer y segundo orden, pueden dejarse al margen esas precisiones.
conceptos), creo que se convendrá en que la expresión «seguir una regla» resulta de- . (341) Cfr. PRN, p. 77. Para Raz las reglas son siempre razones excluyentes y a la
masiado vaga: si se hace equivaler a «aceptación», resulta menos desorientador emplear vez generalmente razones de primer orden; pero los casos en los que una regla sería una
directamente este término; y si se hace equivaier a «obediencia» -de manera que es razón excluyente sin ser a la vez una razón de primer orden constituirían supuestos mar-
posible obedecer reglas que no se aceptan-, entonces quien «sigue la regla» no tiene ginales.
por qué considerarla en absoluto como razón (ni «excluyente» ni de ninguna otra clase), (342~ Cfr. Raz, «Promises and Obligations», cit., p. 223; Id., La autoridad qel de-
por más que el conocimiento de que otros sí la consideran así o van a comportarse como recho, cit., p. 291; Id., The Morality of Freedom, cit., p. 60. Ténganse en cuenta, de
si lo hicieran pueda resultar decisivo en el marco de un razonamiento prudencial que le todos modos, las matizaciones señaladas en la nota 340, sobre las que insistiré más ade-
lleve finalmente a hacer lo que la regla dispone. · lante.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL

tanto he insistido, entre las reglas como «fenómenos existentes» (con- considere como tales- y reglas que no lo son -con independencia de
junto de hechos complejos que permiten afirmar que existe una regla que alguien (o muchos; o todos) las acepte, i. e., las considere váli-
social, o emisión de una prescripción por una autoridad) y las reglas das (346). ·Una regla es válida si es una razón excluyente válida (ade-
como «juicios prácticos» (incluso como juicios prácticos que dependen más de ser, por lo general, también una razón de primer orden váli-
en ocasiones de la existencia de reglas en el sentido anterior), ni con- da); que alguien acepte una regla es tanto como decir que la considera
sidera -aunque es posible que no siempre se exprese con la suficiente una razón excluyente válida: pero, obviamente, no todo el que acepta
claridad- que las reglas en el primer sentido sean razones operativas una regla es racional al hacerlo, ya que puede que esa razón excluyen-
para actuar (343): lo que niega es que las reglas como «juicios prácti- te no sea verdaderamente válida a pesar de que él la considere como
cos» puedan ser caracterizadas como aquí se ha hecho (i. e., c?mo «jui- tal (347).
cios de deber»), subrayando la necesidad de distinguir entré reglas y Lo que Raz sostiene, nótese bien, no es meramente que de Jacto
razones para actuar ordinarias o de primer orden; y, como consecuen- haya sujetos que consideran válidas ciertas razones excluyentes: lo que
cia de ese primer desacuerdo, afirmaría que en el modelo que yo he sostiene es que hay razones excluyentes válidas, aunque ciertamente
ido trazando tendríamos un grupo que practica una razón ordinaria o 1 el conjunto de todas las que lo son no sea coextenso con el conjunto
de primer orden -aunque para algunos esa razón dependa del hecho de todas las que son consideradas como tales. El propio Raz reconoce
de que otros actúen de acuerdo con ella-, no uno que sigueuna regla que para dar por buena la idea de que hay razones excluyentes válidas
en sentido estricto (344); y además., que sin la idea de reglas como ra- es preciso vencer una cierta resistencia conceptual intuitivamente asen-
zones excluyentes tampoco va a ser posible articular un análisis con- tada: porque quizá podría parecer a primera vista que de ningún modo
vincente -que está por hacer- de la noción de «autoridad». Para puede ser racional actuar por y.na razón excluyente, ya que ello impli-
Raz, en suma, primero hay que precisar qué es una regla en tanto que caría no tomar en cuenta o dejar a un lado algunas razones para ac-
razón para actuar de un tipo especial; y sólo después podrá determi- tuar (de primer orden) válidas, y no resulta fácil de entender en qué
narse si lo que alguien acepta o lo que un grupo practica puede o no sentido esa puesta al margen de razones válidas no equivale sencilla-
ser llamado una «regla» (o si la ejecución de cierto acto ilocucionario mente a la arbitrariedad o a la irracionalidad (i. e., a escoger en con-
puede o no contar como la emisión de una «regla» por una «autori- tra de la razón) (348). Pero Raz insiste en que «por paradójico que
dad»). pueda parecer, la razón exige en ocasiones no tomar en cuenta razo-
Esta apretada síntesis del punto de vista de Raz merece un desen- nes para actuar» (349), de manera que la decisión arbitraria de no ac-
volvimiento algo más pausado. De entrada, se ha de recordar que Raz tuar por una razón válida no equivale en modo alguno a la existencia
admite la existencia de «razones externas», de razones que son «obje- de una razón excluyente válida y a la actuación de conformidad con
tivamente válidas» y no meramente válidas desde el punto de vista de ella (aunque ésta implique igualmente «no actuar por una razón de pri-
quien las suscribe: y, por consiguiente, en su opinión cabe distinguir mer orden válida»). Lo que sucede es que las reglas -como cualquier
entre lo que verdaderamente es y lo que alguien cree que es una razón otra razón excluyente- no son razones últimas: según Raz, una razón
para actuar, entre razones que son válidas y razones que alguien con-
sidera válidas (345). Si una regla no es más que un tipo especial de ra- (346) Hablar en este contexto de reglas válidas equivale a hablar de razones (de un
zón para la acción, entonces habrá reglas válidas -aunque nadie las tipo especial) válidas, o, lo que es lo mismo, de reglas que es racional o está justificado
aceptar (PRN, pp. 80-81). Por consiguiente no se habla aquí de «validez» corno «vigen-
cia», ni en ningún sentido intrasistémico (corno el empleado al decir que una norma per-
(343) Mi interpretación de las tesis de Raz difiere aquí de la de Nino: cfr. La vali- tenece a cierto sistema normativo, o que su emisión ha sido correcta de acuerdo con los
dez del derecho, cit., p. 143. Examinaré en breve algunas afirmaciones explícitas de Raz criterios que el propio sistema estipula, o que puede afirmarse lo primero porque ha su-
que a mi juicio contradicen, si es que la entiendo bien, la interpretación de Nino. cedido lo segundo), sino de validez corno justificación.
(344) Sobre la diferencia que Raz establece entre una «regla social» y una «razón (347) PRN, p. 73.
practicada», cfr. PRN, p. 55. (348) PRN, pp. 61-62; «Rethinking Exclusionary Reasons», cit., p. 183.
(345) Cfr. PRN, pp. 17-18. (349) PRN, p. 68.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

para no actuar por una razón siempre ha de estar justificada por con- sucede, como reconoce el propio Raz, es que en algunos casos el he-
sideraciones más básicas o fundamentales~ de manera que en el caso cho de que la regla sea practicada es relevante para su validez: en esos
de las reglas habría que distinguir entre las razones que justifican te- casos -que corresponden a lo que podríamos llamar «reglas conven-
ner o aceptar una regla y la regla así justificada como razón para rea- cionales»- las «consideraciones más básicas o fundamentales» que jus-
lizar cierta acción y para no tomar en cuenta otras razones en contra tifican aceptar una regla (ésto es, que hacen válida cierta razón exclu-
de su ejecución (350). Lo que eso significa, intentando traducir las yente) sólo tienen sentido a condición de que la generalidad de los in-
ideas de Raz al lenguaje que he venido utilizando, es que las reglas dividuos acepte dicha regla, así que ésta sólo es válida si es efectiva-
-como razones válidas de un cierto tipo, no como hechos sociales- mente practicada (352). Pero lo que en definitiva desea subrayar Raz
son al mismo tiempo conclusiones de ciertos razonamientos prácticos es que, cualquiera que sea el número de las reglas cuya validez depen-
(en los que las razones operativas son aquellas «consideraciones más de de que sean practicadas (e incluso si resultaran ser una gran parte
básicas o fundamentales» que justifican tener o aceptar una regla cuan- del total de reglas válidas), hay reglas válidas aunque no sean practi-
do concurren determinadas circunstancias; y las razones auxiliares, las cadas y reglas practicadas que no por ello son válidas. Y el mismo tipo
creencias de que efectivamente concurren dichas circunstancias) y ra- de reflexiones puede aplicarse al caso de las reglas de las que decimos
zones operativas que actúan como premisa mayor de otros (los que jus- que «existen» queriendo indicar que han sido prescritas por alguien
tifican cierta acción en tanto que conforme a la regla). Cuál sea en de- (una «autoridad normativa»), aunque no sean practicadas por el grue-
talle la estructura de los primeros es algo que está por determinar, en- so del grupo: se emite una norma cuando se ejecuta un acto de habla
tre otras cosas porque las consideraciones que justifican tener o acep- con la intención de que sea considerado por los destinatarios como una
tar una regla podrían ser a su vez de diversos tipos. Pero por ahora, razón excluyente válida (y, correlativamente, se acepta la autoridad de
simplemente para entender como diseña y maneja Raz sus instrumen- alguien cuando sus prescripciones se consideran razones excluyentes
tos conceptuales, basta con retener ese esquema (que es el que en su válidas, es decir, cuando se considera que hay una razón excluyente
opinión mostraría en qué sentido la racionalidad exigiría en ocasiones válida para hacer lo que dice que se ha de hacer) (353). Pero, de nue-
aceptar razones para no actuar por otras razones: o lo que es lo mis- vo, que alguien considere válida -o pretenda que otros consideren vá-
mo, por qué hemos de vencer la resistencia inicial que posiblemente lida- una razón excluyente es una cosa, y otra muy d:lstinta que ver-
nos lleve a pensar en la idea de una razón válida para no tomar en cuen- daderamente sea válida: y por consiguiente para Raz las reglas emiti-
ta otras razones válidas como en un contrasentido). das o formuladas por una autoridad no constituyen necesariamente ra-
A juicio de Raz podemos decir que existe una regla social cuando zones válidas para la acción (354).
la mayor parte de los miembros de un grupo considera válida una re- Todas estas observaciones deben haber puesto en claro que para
gla (es decir, considera que hay una razón excluyente -y, por lo ge- Raz la categoría «razones de segundo orden» juega un papel esencial
neral, también de primer orden- válida) y actúa normalmente de en el análisis del discurso práctico, mucho más amplio que el de hacer
acuerdo con ella (351). Por supuesto, que la consideren válida no quie- posible la recta comprensión del concepto de regla social (en el curso
re decir necesariamente que lo sea. Por eso el hecho de que exista una de cuya discusión ha sido traída a escena): la concibe de hecho como
regla social no constituye una razón para actuar: se tendrá una razón
para actuar sólo si la regla efectivamente practicada es válida. Lo que (352) PRN, pp. 81-82. Si se prescinde de la diferencia entre razones de primer or-
den y razones excluyentes, en la que tanto hincapié hace Raz, las «reglas convenciona-
les» --como razones válidas, no como hechos (aunque sean indispemables para dar va-
(350) PRN, p. 76. lidez a esas razones)- vendrían a ser el correlato aproximado de lo que he denominado
(351) PRN, p. 81. Raz no parece plantearse la posibilidad de que el grueso del gru- anteriormente «juicios de deber dependientes de la existencia de re~;las sociales».
po actúe normalmente de acuerdo con la regla --e i~cluso s~ .comporte frente. a los de- (353) PRN, p. 82.
más como si la aceptara- sin que realmente la considere vahda: en este sentido (aun-
(354) PRN, p. 84. Me parece que estas afirmaciones de Raz justifican mi discrepan-
que desde luego sí en otros) su posición no difiere de la de quie!les como Hart, ~ack~r
o MacCormick (vid. supra, notas 287 y 288 de esta parte 11) entienden que la existencia cia con la interpretación de sus tesis que sugiere Nino (a la que me he referido en la
de una regla social requiere conceptualmente una mayoría de aceptantes. nota 343).

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

la clave para no perder de vista la peculiaridad de ciertos tipos de ra- acerca del acierto y la necesidad de postular ese concepto (357) e in-
zonamientos prácticos especialmente significativos. A juicio de Raz, cluso quienes han adelantado consideraciones críticas más extensas y
en efecto, cualquier reconstrucción de la estructura de los razonamien- articuladas en su contra (358). Mi opinión se decanta del lado de éstos
tos prácticos que no incorpore la noción de razones de segundo orden últimos. Me parece que el concepto de razón excluyente resulta super-
-y, en particular, de razones excluyentes- resultará ciega a la hora fluo y, en último término, desorientador. Y por consiguiente no creo
de captar el auténtico sentido de toda una familia de conceptos prác- que quede expuesto a ninguna objeción insalvable un análisis de las
ticos fundamentales como «órdenes», «poderes normativos», «prome- reglas sociales y de su papel en los razonamientos prácticos que no
sas» o, más en general, la noción misma de «autoridad práctica». Y
parece obvio que cualquier modelo teórico que no sea apto para dar
cepto, lo emplea en su análisis de la autoridad (p. 234), las promesas (p. 308) y la inci-
cuenta del cardinal concepto de «autoridad» será por ello mismo un dencia de las normas jurídicas en los razonamientos prácticos (p. 319); Mario Jori, que
mal modelo a la hora de explicar la incidencia de las normas jurídicas con anterioridad había estudiado y comentado el análisis de Raz -<<Nuovi sviluppi in
en los razonamientos prácticos. Por consiguiente, la idea de «razones teoria delle norme», en Sociología del Diritto, 6 (1979) 171-177-, se sirve de él cuando
excluyentes» resultaría ser la piedra angular a partir de la cual, entre construye su explicación de las normas como instrumentos para realizar elecciones prác-
otras cosas, podríamos entender cómo opera el derecho en tanto que ticas «al por mayor» [all'ingrosso] y no caso por caso, que constituye el núcleo de lo que
denomina «primer sentido» del «formalismo práctico» o «FPl»: cfr. M. Jori, 1! Forma-
sistema de razones para la acción. lismo Giuridico (Milano: Giuffré, 1980), pp. 5-7; Atiyah y Summers dan a su concepto
Hoy en día no es Raz el único que atribuye al concepto de razón de «razón formal» (que contraponen a las «razones sustantivas») un sentido similar al
excluyente (o a algún otro análogo, sea cual sea la terminología utili- de las razones excluyentes de Raz (cf~. P.S. Atiyah y R.S. Summers, Form and Subs-
zada) este papel central para la comprensión de la trascendencia prác- tance in Anglo-American Law. A Comparative Study in Legal Reasoning, Legal Theory
and Legal Institutions (Oxford: Clarendon Press, 1987), pp. 2 y 8), por más que, aun
tica del derecho. Como se sabe, el propio Hart ha dado acogida a esa reconociendo la influencia que ha ejercido sobre ellos, se esfuercen en señalar que «nos
categoría en alguno de sus trabajos más recientes (355); y otro tanto alejamos de su punto de vista en muchos aspectos fundamentales y lo ampliamos en mu-
han hecho diversos autores, incluso bastante alejados entre sí en cuan- chos otros más» (p. 7), lo que, dicho sea de pasada, no resulta en modo alguno eviden-
to a sus concepciones generales acerca del derecho, reconociendo por te un vez examinado su análisis; Pablo E. Navarro considera «rico y sugerente» el en-
foque de Raz, a pesar de detectar en él algunas dificultades: cfr. P.E. Navarro, La efi-
lo general que la paternidad intelectual de la noción corresponde a cacia del Derecho, cit., pp. 85-88, especialmente p. 88.
Raz (356). No faltan, sin embargo, quienes han expresado sus dudas (357) En «¿Son prescripciones los juicios de valor?» [incluído en La validez del De-
recho, cit., p.118] escribe Nino: «Raz ha señalado el hecho de que las órdenes y las re-
(355) Cfr. Hart, «Commands and Authoritative Legal Reasons», en Essays on Bent- glas -si son válidas- constituyen un tipo especial de razones de segundo orden que
ham, cit., especialmente p. 244, donde reconoce que el concepto de «razón excluyente» llama «excluyentes» (son razones para no tener en cuenta otras posibles razones para
de Raz le sirvió para aclarar sus ideas y perfilar la noción de una razón «perentoria e no realizar una cierta acción). Esta supuesta especificidad de las razones generadas por
independiente del contenido», que es la pieza clave de sus reflexiones más recientes acer- reglas y órdenes es cuestionable, pero no es relevante para lo que aquí interesa desta-
ca del modo en que las normas jurídicas inciden en los razonamientos prácticos. Sobre car>> (las cursivas son mías). Neil MacCormick, por su parte, se ha preguntado «[s]i este
la incorporación al pensamiento hartiano de estas ideas de Raz vid. Martín Farrell, análisis [en términos de razones excluyentes] aplicado a conceptos tales como "regla",
«Obligaciones jurídicas y razones para actuar: la evolución del pensamiento de Hart», "obligación" o "poder" es tan convincente como intrincado», dejando la pregunta sin
cit., especialmente pp. 291-294; Farrell, por su parte, también parece acoger y dar por respuesta explícita (por más que su mismo tono autorice seguramente a pensar que su
bueno el concepto de razones excluyentes, si bien considera necesario complementar el contestación sería negativa): cfr. MacCormick, «Contemporary Legal Philosophy: the
Rediscovery of Practica! Reason», cit., pp. 5-6.
pensamiento de Raz al respecto en un sentido que a mi juicio -y me atrevería a decir,
(358) Cfr. D.S. Clarke, «Exclusionary Reasons», en Mind, 86 (1977) 252-255; Ri-
tal y como yo lo entiendo, que también desde el punto de vista del propio Raz- resulta
chard E. Flathman, The Practice of Political Authority. Authority and the Authoritative
superfluo: vid. infra, nota 364 de esta parte II.
(Chicago: The University of Chicago Press, 1980)), pp. 111-113 y 258-259; Chaim Gans,
(356) Hacker ha acogido la noción de razón excluyente en «Sanction Theories of The Concept of Duty, cit., cap. 4; Id., «Mandatory Rules and Exclusionary Reasons»,
Duty», cit., pp. 165-166, calificándola de «ingeniosa» [ingenious] y de «esclarecedor» en Philosophia, 15 (1986) 373-394; Michael S. Moore, «Authority, Law and Razian Rea-
[illuminating] el artículo de Raz en que fue presentada por vez primera [«Reasons for sons», en Southem California Law Review, 62 (1989) 827-896; Stephen R. Perry, «Se-
Action, Decisions and Norms»] (vid. p. 165, nota 63); Finnis la considera una «útil ter- cond-Order Reasons, Uncertainty and Legal Theory», en Southern California Law Re-
minología» (Natural Law and Natural Rights, cit., p. 234) y, dando por bueno el con- view, 62 (1989) 913-994.

494 495
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

haga uso de él; ni que vaya a revelarse imprescind/ible para explicar


dicho con otras palabras: que si bien es cierto q~e algunos conflictos
de manera convincente el sentido de otras categonas fundamentales
del discurso práctico que aún no he abordado. En el próximo aparta- e~tr~ razones para ac~uar quedan adecuadamente representados en los
termmos de P1 -aquellos que se dan entre razones de primer orden-,
do trataré de explicar mis reservas de orden g~ner~l acerca/ del con-
no lo es menos que algunos otros -los conflictos entre razones de pri-
cepto mismo de razón excluyente; y en los sucesivos mtentare mostrar
mer y de segundo orden- resultarían seriamente distorsionados si se
de qué modo es posible, sin dar cabida a esa categoría a la que /Raz
intentara a toda costa encajarlos también en ese único y estrecho mol-
atribuye tanta importancia, matizar y completar el modelo aq~n ex- de.
puesto acerca de las reglas s~ciale~ y de s'-: ~~pel en los razonamientos
prácticos y desarrollar a partu de el un anahsis aceptable de otros con- ~az reconoce que la noción de «razones de segundo orden» no está
refleJada en. nuestro~ hábitos l.ingüísticos y que, quizá precisamente por
ceptos, algunos de ellos tan trascendentales como el de «autoridad
eso, no ha sido previamente mslada y perfilada por los analistas del dis-
práctica».
curso práctico (360). Pero en su opinión, y aunque sea de un modo
más o menos ~orroso, está latente de hecho en la manera que tene-
mos de conc~bir y representarnos muchos casos de conflicto práctico
8.2. El concepto de «razón excluyente»
bastante cornentes: y por lo tanto la introducción de esa categoría no
haría más que ~ar f~rma, haciendo visibles las carencias de P 1 para cier-
i) Cuando nos representamos mentalmente los términos e~/ que
tas clase~ d.e Situa~IOn~s típicas, a intuiciones ya implícitas en el dis-
se plantean y resuelven los conflictos entre r~zones para la ac~10~ es
curso practico or~mano. De hecho la estrategia argumental que em-
posible que tendamos a dar por sentada una _I:Uagen como la sigme~­
plea Raz en Practzcal Reason and Norms consiste en presentar de en-
te: cada razón a favor o en contra de la acc10n acerca de cuya re~h­
trada algunas de esas situaciones típicas mediante una serie de ejem-
zación se delibera tiene un «peso» o «fuerza» y de lo que se trata es
plos q~e construye al efecto, de manera que la introducción posterior
de sopesar la totalidad de razones en juego, de contrastar s~s fuerzas
de un mstrumen~al conceptual considerablemente sofisticado quede li-
relativas dentro de un balance global, de manera que la razon de ma-
brada de cualqmer sospecha de gratuidad en la medida en que pueda
yor peso prevalece o se impone sobre [overrides] la(s) de peso menor,
~ostrarse que si~ él ~o. se capta adecuadamente la verdadera comple-
resultando ser, en virtud de ello, la razón concluyente para el caso.
Jidad estruct~ral ~mphcita en aquellos casos corrientes. Por eso me pa-
Esta representación de los conflictos prácticos -en términos de peso
re~e que, a~n a nesgo ~e recargar la exposición, merece la pena resu-
o fuerza de las razones para actuar y de preponderancia de algunas(s)
~Ir y exami?ar con cmdado los términos en que Raz presenta esos
de ellas dentro de un balance gobal- resulta probablemente tan cer-
eJemplos: mas adelante, la sospecha de que en realidad cabe dar cuen-
cana a nuestras intuiciones más inmediatas como para hacer aparente-
ta de ellos en tér~i~~s distintos de los que Raz sugiere dará pie a la
mente indiscutible, por tautológico, un principio meramente formal de
puesta en tela de JUICIO de la categoría misma de «razones excluyen-
la racionalidad práctica en virtud del cual sieml?re se debería hacer lo tes».
que se tiene una razón concluyente para hacer, 1. e., lo que resulte ?/el
balance que incluya todas las razones a favor y e~ contra de la .ac~I~n
El primer ~j~;nplo que Raz nos propone es el de alguien que debe
correspondiente sopesadas según su fuerza relativa. A este pnncip10
tomar una dec1s10~ (aceptar o rechazar cierta oferta de inversión), pero
aparentemente indiscutible se refiere Raz como «P1» (359). Pero de lo debe h~ce~lo precisamente en un momento en el que por su fatiga, es-
que Raz va a intentar conve~cernos es. de gue, sean cuales fuere.n l~s tado amffilco, etc., sabe que no está en condiciones de evaluar correc-
apariencias, P 1 resulta excesivamente s1mphsta como _rara h~ce~ JUSti- tamente todas las complejas consideraciones a favor y en contra de cada
cia a la verdadera complejidad potencial de los conflictos practicas; o una de las dos opciones posibles. Ese agente piensa que su fatiga es una
razón para no tomar ninguna decisión en ese momento (lo que equivale

(359) PRN, p. 36. (360) Ibídem.


496
497
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

te al balance de razones» (es decir, que sea una razón más de las que
a rechazar la oferta), porque sabe que en es~s circu~sta~~ias no puede existen a favor o en contra de cada una de las decisiones posibles), sino
confiar en su propio juicio. Tal y como percibe la situacwn, no ~s que
que «cree que tiene una razón para no actuar por ciertas razones, y eso
iense que su fatiga es una razón. para rech~za~ la oferta (una mas q~e: significa que cree que tiene una justificación para no actuar según el ba-
p , dose a todas las consideraciOnes economicas relevantes, acabe m
suman ·, ) · ree que es lance de razones» (363).
cUnando el balance en contra de la aceptacwn , smo que e
un razón «para no actuar según los méritos del caso»; esto es, ~1 negar-
se a tomar una decisión piensa que está actuando por una razo.?, pe_:o En los razonamientos prácticos implícitos en esas situaciones se da-
or una -su estado mental- que no es exactamente una razon mas, ría por tanto una forma peculiar de relación entre razones que no que-
~uizá de mucho peso, de las que hay para aceptar o rechazar la oferta, daría adecuadamente descrita en términos de peso y preponderancia
sino ara no actuar según el balance de razones (361). . de unas sobre otras dentro de un mismo balance global. Y es justa-
E1 segundo ejemplo de Raz es e~ _de un s?ldado qu~ recibe la orde~ mente para dar unos contornos precisos a esa forma peculiar de rela-
de un superior de realizar cierta accwn. Segun Raz, qmen acepta la au ción para lo que Raz introduce la distinción entre razones de primer
toridad de otro contempla sus órdenes como razones para :~alizar 1~ ac~ y de segundo orden. Las razones de primer orden son razones para rea-
ción ordenada; pero no como una razón más para esa acc10n, que. ay lizar o no realizar una acción (podemos decir que «p es una razón
de ser sopesada con cualesquiera otras a favor o en contra de la ~Ism;, para!?}», o que «p' es una razón para no-0»). Pero también podríamos
sino recisamente como «una razón para hacer lo que s~ ha or. ena 0
sin afender al [regardless oj] balance de razones». Eso sena precisamen-
hablar de un tipo distinto de razones -de segundo orden-, que se-
te «lo que significa ser un subordinado», aceptar «que no es a u:o ~ rían razones para actuar o abstenerse de actuar por una razón de pri-
uien corresponde decidir qué es lo mej~r». Por supuesto. no to o ~ mer orden. En realidad, para hacer más accesible el concepto de ra-
~ue acepta la autoridad de alguien es raciOnal al aceptarla. pero d~cir zones de segundo orden bastaría con considerar «actuar por la razón
de A ue acepta la autoridad de B es decir -gro~so m.~do- que ~SI es . de que p (una razón de primer orden cualquiera)» como una clase es-
precis~mente como A concibe y se representa la situaciO~, t~~to SI ve~ pecial de acción para la que puede haber a su vez razones a favor o
daderamente es racional al hacerlo como si p.o. l3-sto no sigmfica que . en contra, entendiendo que «actuar por la razón de que p» es hacer 0
considere que siempre debe hacer lo _que ordene B aunque e.n .su ?PI- porque se cree que p es una razón para 0, mientras que «abstenerse
nión sea otra la acción apropiada segun el balance de razones. sigmfica de actuar por la razón de que p» es o bien no realizar 0, o bien rea-
tan sólo ue eso es lo que piensa A que deber hacer «eJ_Ilos c~sos or- lizar 0 pero no por la razón de que p. Raz denomina «razones de se-
dinarios»q (aunque admita la posibilidad de que. ante ciertas ordenes
gundo orden positivas» a las razones para actuar por la razón de que
aberrantes lo que debe hacer es negarse a cumplirlas) (362) · d
Por fin el tercer ejemplo es el de alguien que promete qu.e cuan ~ p; «razones de segundo orden negativas» o «razones excluyentes» a las
en el futur~ tome decisiones acerca de una determi~ada matena lo. hara razones para abstenerse de actuar por la razón de que p; y «razones
atendiendo sólo a cierto tipo de consideraciones (digamos «C»)' sm to- protegidas» a las que son a la vez razones de primer orden para 0 y
mar en cuenta ninguna otra. Cuando llega el momento de tomar u~a razones excluyentes para abstenerse de actuar por otras razones de pri-
de esas decisiones, el promitente entiende que s~ p_:omesa es un.a razon mer orden en contra de 0 (364).
para atender sólo a las consideraciones C; la decisiOn correcta, ~I ~o hu-
biera mediado esa promesa, sería por supuesto la que resultana e ~o­ (363) PRN, p. 39.
mar en cuenta todas las razones o consideraciones r~leva~;es (y no solo
(364) PRN, p. 39; La autoridad del derecho, cit., pp. 32-33; «Rethinking Exclusio-
C)· pero tal y como el promitente percibe ahora la sit':l~~IOn, s~ prome- nary Reasons», cit., p. 185. En «Obligaciones jurídicas y razones para actuar: la evolu-
sa ~o es una razón para tomar la decisión p o la. ~ecisiOn q, sm?, para ción del pensamiento de Hart», cit., pp. 294-295, Martin Farrell presenta una propuesta
tomar en cuenta sólo ciertas razones (C) al decidlf' con excluswn de de ampliación de lo que denomina la «tesis Hart-Raz» que a su juicio es necesaria para
cualquiera otra. El promitente, en suma, no cree que su promesa «afee- caracterizar a las normas jurídicas en términos de razones para actuar y que en mi opi-
nión resulta superflua. Aparentemente Farrell entiende las razones de segundo orden
negativas (o excluyentes) como razones para abstenerse de actuar (i. e., para omisiones),
(361) PRN, pp. 37-38. cuando en realidad son, desde el punto de vista de Raz, razones para abstenerse de ac-
(362) PRN, p. 38.
499
498
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Lo que Raz desea demostrar es que una vez provistos de ese con- las razones (de un orden superior) para no actuar por otras razones
junto de categorías estamos en condiciones. de entend~r por qué ni~­ (de orden inferior) prevalecerían siempre sobre éstas en el sentido de
guna de las situaciones de conflicto que utiliza como eJemplos se deJa que quedarían retiradas o desplazadas de la consideración del agente
representar en los simples términos de P 1 : lo que estaría presente en por las primeras (365).
todas ellas sería la creencia en la validez de una razón excluyente («de Para poder trazar un mapa más completo de la tipología de los con-
una razón para no actuar según el balance de razones»), de manera
_(365) PRN, p. 40. Con.viene aquí.adv~rtir de un posible malentendido que pertur-
que los razonamientos prácticos de los agentes implicados tendrían una bana notablemente el sentido de la discusión. En este trabajo he defendido la idea de
estructura en la que se distingue entre razones de primer y de segundo una estructura estratificada de preferencias articulada en tres niveles -razones instru-
orden; y sucedería, precisamente, que P 1 sólo es apto para reflejar el ~entales, p~ud~nciales y morales- como reconstrucción plausible del conjunto subje-
modo en que se desenvuelven los conflictos entre razones de primer or- tivo de motivaciOnes de un agente tipo (vid. supra, apartado 3.1). Podría pensarse en-
den, no la forma en que éstas se relacionan con razones excluyentes. :onces que cuando Raz habla de razones .de primer y segundo orden (y de algunas de
estas como razones que excluyen a las pnmeras) en realidad tiene en mente el mismo
Una razón podría ser superada en peso por otra del mismo orden o modelo de estructura estratificada: las razones prudenciales serían entonces razones para
excluida por otra de orden superior: en este último caso, si <<p» es una actuar o no actuar por razones instrumentales; las razones morales, razones para actuar
razón (de primer orden) para 0 y «q» es una razón (excluyente) para o no actuar por razones prudencial~s, y la idea genérica de una razón excluida, el equi-
no actuar por la razón de que p, p y q no serían en sentido estricto valente exacto de lo que yo he vemdo llamando una razón «dominada».
Pero me parece que esa equiparación constituiría un serio error. En realidad Raz es
razones en conflicto, ya que q no es en puridad una razón para no-0, m~y poco claro en cuanto a qué tipos o clases de razones para actuar cree que existen,
sino una razón para «no-0 por la razón de que p». A juicio de Raz e mcluso, como ya sabemos, su opinión al respecto no ha sido constante (vid. supra,
una razón excluyente prevalece sobre las razones de primer orden ex- nota 56 de la parte I y el texto al que"acompaña). En alguna ocasión -cfr. La autori-
cluidas por ella no en virtud de su mayor peso -como si todas ellas dad del der~ch?, cit., p. 38- ha. hablado de «clases» de razones para la acción adop-
tando un cnteno ordenador que tiene que ver más con «esferas» o «materias» en cuanto
>if hubiesen de ser sopesadas dentro de un mismo balance-, sino en vir-
al objeto o contenido de una razón que con niveles que se estratifican en una relación
tud de un principio general del razonamiento práctico a tenor del cual de dominante a dominado (habla, p. ej., de razones de «bienestar económico» o «de
hon~r»: desde mi punto de vista puede haber tanto razones instrumentales, como pru-
denciales o morales, que por su objeto o contenido puedan calificarse como «de bie-
tuar por una razón: si se me permite servirme de un recurso gráfico, Farrell _entie~de
nestar económico>~ o «de honor~>), adoptando por tanto un punto de vista similar al que
las razones excluyentes como razones para «abstenerse-de-actuar» por una razon, mien-
tras que Raz las concibe como razones para abstenerse de «actuar-p?r-una-raz~n» (y ya en su .n:omento vim?s que. hacia suyo Searle (vid. supra, nota 216 de esta parte II) y
tan cnticable -por Impreciso- como el de éste.
sabemos que «abstenerse de actuar por la razón de que p» es o bien no re~~zar 0, o
Creo que cuando Raz habla de «órdenes» de razones no tiene en mente la misma
bien realizar 0 pero no por la razón de que p). Por eso Farrell encuentra dificultades
idea qu~ yo he manejado en este trabajo al hablar de «niveles». De hecho, en algunos
en caracterizar todas las normas jurídicas como razones excluyentes: desde su punto de
vista sólo lo serían las normas que prohíben ciertas acciones (i. e., que «imponen obli- de los .eJ.e~plos que propo~e -c?;no el de quien está demasiado fatigado para confiar
en su JUICIO acerca de una mverswn- parece claro que tanto la presunta razón exclu-
gaciones que consisten en omitir determinada conducta»), no las que ordenan hacer algo
yent~ como las razones por ella excluidas habrían de ser calificadas por igual de pru-
(que «imponen obligaciones que consisten en realizar determinada conducta»), a las q~e
denciales. Por eso me parece que lo más acertado sería decir que la distinción raziana
habría que considerar «instrucciones excluyentes» (un concepto que toma. del propio
ent;e razones de primer y segund? orden, de ser aceptable -lo que está por ver-, ope-
Raz: vid. La autoridad del derecho, cit., p. 33). Pero, tal y como Raz maneJa esos con-
rana dentro de cada uno de los mveles que representan respectivamente la racionalidad
ceptos, una «instrucción excluyente» no es lo opuesto a una razón excluyente, sino una
instrumental, prudencial y moral: habría entonces razones morales de segundo orden
noción compleja que incluye una razón excluyente y algo más: es, en concreto, una ra-
para no actuar por razones morales de primer orden, razones prudenciales de segundo
zón protegida, es decir, a la vez una razón excluyente y una razón de primer orden para
o~den r_ara no ~~tuar por ra~ones prudenciales de primer orden, etc. (y, por definición,
realizar una determinada conducta. De ahí que las normas jurídicas que prohíban hacer
m podna ser valida una razon prudencial «de segundo orden» para no actuar por razo-
algo habrían de ser caracterizadas como «prohibiciones excluye~ tes», es decir, razo~~s
nes morales de «primer orden», ni habría necesidad alguna de calificar como «de segun-
protegidas que son a la vez razones excluyentes y razones de pnmer orden para omltlr
una determinada conducta. Pero ambas, «instrucciones excluyentes» y lo que, por pa- do orde?» a una ra~~n moral para. explicar en qué sentido desplaza o excluye razones
~rudencmles en conflicto). Para evitar el riesgo de confusión, adoptaré por tanto la es-
ralelismo, habría que llamar «prohibiciones excluyentes» -aunque Raz no utilice nunca
tipulación terminológica de distinguir entre «órdenes» y «niveles» en el sentido que se
expresamente esa terminología-, serían, en contra de lo que sostiene Farrell, razones
acaba de indicar.
excluyentes.
501
500
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

. flictos prácticos habría que incluir aún algunos datos supl~mentarios. El primero sería el que se da entre razones de primer orden, que se
En primer lugar -apunta Raz-, las razones excluyentes tienen u?.al- resuelve por el peso o fuerza de las mismas y respecto del cual es vá-
cance [seope]: lo que eso significa es que ~na razón excluyente vahd.a lido P 1. El segundo sería el que media entre una razón excluyente y
puede excluir sólo una parte, y no la totalidad, de las razones de pn- un conjunto derazones de primer orden excluidas por ella, que se re- '~~
mer orden relevantes, de manera que el alcance de una razón exclu- suelve en favor de la primera por ser de orden superior y respecto del
yente es el conjunto de razones de primer orden que excluye (366). Y cual el problema más espinoso consiste en determinar el alcance de la
en segundo lugar, serían concebibles también conflictos entre razones razón excluyente: si ésta es una «razón protegida» (i. e., una que es a
de segundo orden, de manera que una razón excluyente válida podría la vez de primer orden y excluyente), el conflicto entre ella en su di-
no obstante entrar en conflicto con otra razón de segundo orden que mensi.ón de razón de primer orden y las razones de primer orden que
prevaleciera o se impusiera sobre ella (e incl~so, aun cuando .s~ trata no excluye -es decir, que quedan fuera de su alcance en su dimen-
de una posibilidad que Raz se limita a sugenr de pasada, qmza sean sión de razón excluyente- se decide en términos de peso o fuerza con
concebibles razones de órdenes sucesivos -tercero, cuarto ... - que es- arreglo a P 1· Y el tercero sería el que se da entre razones de segundo
tarían respecto de las razones del orden inferior correspondiente en la orden (p. ej., entre una razón -«de segundo orden positiva>>- para
misma relación en que se encuentran las razones de segundo orden res- actuar por la razón de que p y una razón -excluyente- para abste-
pecto de las de primer orden) (367). nerse de actuar por la razón de que p), respecto del cual Raz no es
Si tomamos en cuenta todas estas consideraciones podríamos dis- demasiado explícito, limitándose a señalar que en su resolución inter-
tinguir, recapitulando, tres tipos fundamentales de conflictos prácticos. vendrían tanto consideraciones de peso o fuerza (en cuanto a su cho-
que como razones del mismo ...orden) como de alcance (en la medida
(366) PRN, pp. 40 y 46. Esta noción de «alcance». de las razones excluyen~es ~epa­ en que algunas de las razones de primer orden relevantes pueden no
rece de la máxima importancia, sobre todo en la medida en que, como se vera mas ade- quedar respaldadas por la razón de segundo orden positiva ni exclui-
lante, representa una grieta en la construcción de Raz por la qu~ puede p~ne~r~r ~na
argumentación dirigida a su impugnación global. Me par~ce especialmente sigmficativo das por la razón excluyente) (368). La toma en consideración de todas
que Raz no aclare nunca explícitamente cómo se determma el mayor o menor alcance estas posibilidades demostraría que, en contra de las apariencias incia-
de una razón excluyente: refiriéndose a las normas --que, como sabemos, son para Raz les, no siempre es válido P1 . En ocasiones, siempre a juicio de Raz,
razones excluyentes- sostiene que si bien «la presencia de una norma no zanja a~to­ no se debe actuar según el balance de razones de primer orden, por-
máticamente los problemas prácticos» porque «puede haber otras razones en conflicto
no excluidas por la norma» (es decir, que quedan fuera de su alcance en tanto q~e ra-
que puede haber una razón excluyente válida -y «no derrotada» [un-
zón excluyente), a pesar de ello puede afirmarse que «por lo general la presencia de defeated] a su vez por otra razón del mismo orden más fuerte, o quizá
una norma resulta decisiva» puesto que las razones en conflicto «en la mayor parte de de un orden superior aún- que excluya todas esas razones (o al me-
los casos resultan excluidas» (PRN, p. 79); pero sin una explicación de qué es lo que nos aquellas que inclinan o deciden el balance en una determinada di-
determina el alcance de las razones excluyentes, estas afirmaciones carecen por comple- rección): en esos casos la racionalidad práctica no quedaría definida
to de fundamentación.
(367) PRN, p. 47. En realidad se interesa únicamente por el concepto de razón ex- por P1, sino por un principio alternativo -«P2 >>- que cabría formular
cluyente, y ello porque constituye la base necesaria para .s~ explicación del concepto ~e como «no se debe actuar según el balance de razones si las razones
regla. Sólo menciona las razones de segundo orden positivas al presentar la categona que lo deciden son excluidas por una razón excluyente no derrotada».
general de razones de segundo orden, y más parece que. ?or ofrecer un cu~dro conc~p­
tual completo que porque considere que hay alguna nocwn relevante del discurso prac-
tico para cuya elucidación se precise de ellas; y respec.to a las ~azones ~e órdenes su~~­ (368) PRN, pp. 46-47. Teóricamente cabría pensar también, y así lo reconoce el pro-
riores se limita a apuntar que son meramente concebibles, deJando abierta la cuestron pio Raz (cfr. PRN, p. 182, notas 13 y 14), en otros tipos de conflictos prácticos entre
de si realmente hay algún propósito práctico que justifique su inclusión dentro de una razones de segundo orden, en conflictos entre razones de segundo orden y otras de ór-
teoría completa de las razones para actuar. Como en mi opinión puede prescindirse ya denes superiores y de varias de estas entre sí. No obstante, aun cuando se dieran por
del concepto mismo de razones de segundo orden -positivas o negativas-, la pregunta buenos estos conceptos que Raz introduce, es bastante dudoso que el discurso práctico
de si habría que admitir además razones de órdenes sucesivos queda contestada a for- ordinario contemple situaciones que requieran reconstrucciones teóricas con semejantes
tiori con una negativa. niveles de complejidad.

502
503
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Y si quisiéramos extraer inductivamente un principio aplicable por pueda haber a favor y en contra de 0. Lo primero que hay que señalar
igual a las situaciones en las que es válido P 1 y a. aqu~~las en las 9ue es que para el destinatario de la orden ésta no constituye una razón
es válido P2 (y válido además para cualquier otra sltuacwn de conflicto completa: la formulación de la orden es un hecho (consistente en la eje-
práctico), obtendríamos P 3 : «siempre es el caso que uno debe, t~man­ cución de cierto acto ilocucionario), que sólo puede ser tomado en
do en cuenta todos los factores relevantes, actuar por una razon no cuenta como razón auxiliar en su razonamiento práctico. Si queremos
derrotada» (369). La verdadera racionalidad práctica consistiría, según identificar las razones operativas que dan relevancia práctica a ese he-
Raz, en actuar siempre de acuerdo con P3 (lo que sólo algunas veces cho -como razón auxiliar-, seguramente habría que ir en busca de
equivaldría a actuar según P 1). las razones que justifiquen tener una autoridad (p. ej., hacer posible
la coordinación de las conductas). Y aunque la argumentación deba
ii) Ahora que conocemos con cierto detalle el aparato conceptual ser refinada en sus pasos intermedios, podría decirse grosso modo que
que Raz construye en torno a la idea de «razones excluyent~s», habría las razones para tener una autoridad operan como razones para 0 cuan-
que preguntarse si su introducción, que tan notableJ?ente mcrementa do la autoridad ha ordenado precisamente 0 (es decir, el hecho de la
la complejidad del análisis formal del discurso práctico," está realm~n­ formulación de la orden de realizar 0 invoca o atrae hacia 0 las razo-
te justificada. A juicio de Raz, como ya sabemos, lo esta en la medida nes que desde el punto de vista del sujeto justifican tener una autori-
en que existen ciertas situaciones típicas de conflicto práctico con una dad y que hasta el acaecimiento de ese hecho no eran específicamente
estructura común cuyo sentido se nos escaparía de no hacer uso de la razones para 0; y sólo en ese sentido se puede decir que la orden «crea»
noción de razones de segundo orden. Pero no creo que su argumen- una razón para 0).
tación resulte plenamente convincente: tengo la impresión, en primer Pero aunque desde el punto de vista del sujeto «tener una autori-\
lugar, de que cada uno de los ejemplos que Raz nos ha propuesto yo- dad» esté justificado o respaldado por razones no desdeñables, segu-
dría ser objeto de un análisis alternativo que discurra sólo en térmmos ramente esas razones (i. e., los propósitos que se tratan de asegurar
de «razones de primer orden»; y me parece además, en segundo lu- teniendo autoridades) no son las únicas ni necesariamente las más im-
gar, que esos análisis alternativos pondrían de manifiesto que se trata portantes de las que están en juego en todas y cada una de las ocasio-
de casos estructuralmente heterogéneos que no siempre pueden ser re- nes en que la autoridad formule una orden: ¿por qué no decir enton-
construidos con arreglo a un único esquema formal. La primera de.es~s ces que en el razonamiento práctico del destinatario las razones para
dos ideas sugeriría que el concepto de razón excluyente es prescmdi- tener una autoridad -como razones para 0 cuando eso es lo que ésta
ble; la segunda, que Raz lo utiliza ambiguamente. ha ordenado- compiten con el resto de las razones a favor o en con-
Sin pretender desarrollar por ahora un análisis exhaustivo, creo tra de 0 que el sujeto acepte, y que compiten justamente por su «peso»
que la mera exploración preliminar de los ~upuestos ~r~sentad~s por o «fuerza» relativos dentro de un mismo balance de razones glo- (IJ
Raz sugiere ya que cada una de esas dos hneas de cntlca podna en- bal? (370). Desde el punto de vista de Raz, una interpretación seme-
contrar por lo menos una base sobre la que asentarse. Considére~e, jante desdibujaría el concepto de autoridad práctica y haría imposible
por ejemplo, el caso de quien recibe una orden formulada por algmen de percibir la diferencia entre formular una petición y dictar una or-
cuya autoridad acepta. Si lo que se ha ordenado es 0, el proble~a con- den (371). Pero, sin discutir por ahora de qué modo sería posible re-
siste en determinar cómo se relaciona la orden en tanto que razon para plicar a esas objeciones de Raz, obsérvese que este posible análisis al-
la acción con el resto de razones que, abstracción hecha de la orden, ternativo, que no hace uso más que de la categoría de razones «de pri-
mer orden», da cuenta con facilidad de un punto capital que en el mo-
delo raziano queda planteado de un modo particularmente oscuro. Me
(369) PRN, p. 40. Es fácil entender que, tal y como Raz ~sa e~ térr~:lino, una raz?n
cualquiera se puede considerar «no derrotada» [undefeated] SI y s~lo SI a) no hay run-
guna razón válida del mismo orden que pre~alezca por peso [o~emdes] sobre ella; Y?) (370) Cfr. Clarke, «Exclusionary Reasons», cit., pp. 254-255; Gans, The Concept of
no hay ninguna razón válida de orden supenor que la excluya (1. e., que sea una razon Duty, cit., p. 68; Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit., pp. 873 y 895.
para no actuar por la primera). (371) Vid. Raz, La autoridad del derecho, cit., pp. 38-40.

504 505
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

refiero al problema del «alcance» de las razones excluyentes. Raz nos imagen resultante no es otra que la de un conjunto de razones (todas
dice que el alcance de una razón excluyente es el conjunto de razones ellas «ordinarias» o «de primer orden») a contrapesar dentro de un ba-
de primer orden que excluye, agregando que dicho alcance no tiene lance global, algunas de las cuales, eso sí, no son razones para 0 que
por qué ser absoluto (esto es, que puede haber razones de primer or- tengan que ver c~n su val~r intrínseco, sino con el hecho de que ha-
den que queden fuera del mismo). Pero en ningún momento nos acla- cer 0 e~ esas partlcu~ares ~ucunstancias es una forma de asegurar otra
c?sa ~~ :p. eJ., la existencia de una autoridad que haga posible la coor-
ra explícitamente qué es lo que determina su mayor o menor exten-
?m~cion de las co!lductas) a la que sí se reconoce también algún valor
sión: todo lo que nos dice es que quien ha recibido una orden distin-
mtnnseco. Es posible que estas últimas razones prevalezcan típicamen-
gue entre los «casos ordinarios» en los que entiende que debe hacer te sob~e el resto de razones concurrentes en las ocasiones en las que
lo que se le ordena y las «situaciones excepcionales» en las que resulta se aplican (y por eso, y no por otra cosa, podríamos decir que lo que
apropiado negarse a cumplir la orden, pero el criterio de demarcación s~ ~ha de hacer «en los ~asos ordina~ios» es cumplir la orden); pero tam-
entre unos y otros permanece envuelto en el misterio. Creo, no obs- bien lo es que en algun caso particular (las «situaciones excepciona-
tante, que puede empezar a hacerse inteligible si el concepto de «al- les» de las que Raz nos habla) sean superadas o desbancadas en virtud
.--cance» se pone en contacto con otra de las ideas que Raz nos ha pre- de su ma~or peso o importancia por alguna de las razones en contra
( sentado: las razones excluyentes, recuérdese, no pueden ser según Raz de 0 que tienen qu~ v~r con el valor o desvalor de esta acción. Lo que
i razones últimas, sino que siempre habrían de estar justificadas por
tenen:os, por consigmente, no es más que la concurrencia dentro de
L«consideraciones más básicas o fundamentales». Pero entonces surge un mis~w balance glob~l de razones para la acción dependientes e in-
la sospecha de que preguntar qué razones de primer orden quedan ex- dependzentes d.el con.temdo (de_Jas acciones para las que son razones).
cluidas por la orden en tanto que «razón excluyente» (y cuáles no) tie- ~ Estas co~sideracwne~, que por ahora tienen más que nada un ca-
ne que equivaler a preguntar qué razones -de primer orden- en con- racter tentativo, bastan sm embargo, según creo, para introducir la sos-
tra de hacer lo que se ordena pesan menos (y cuáles más) que aquellas pecha de que el concepto de razón excluyente -y, más en general, de
«consideraciones más básicas o fundamentales» (es decir, que las ra- razone~ de segundo ~rden- constituye un aditamento innecesario (y
zones para tener una autoridad y que, una vez formulada la orden, ope- potencialmente desonentador) dentro del análisis formal de los razo-
ran como razones para hacer lo ordenado) (372). Sin esa comparación namiento~s práct~cos. Toda r~zón que supera o desplaza a otra por peso
de su peso o importancia relativas no veo forma alguna de determinar es en algun sentido una ~a.z?n para no actuar por esta última: pero en-
el «alcance» de la presunta razón excluyente (373). Y en ese caso la tonces la supuesta especificidad de las razones de segundo orden sim-
pleme~te se desvanece. Si para determinar qué razones son excluidas
(372) Cfr. Flathman, The Practice of Political Authority, cit., p. 259, nota 17; Gans, -y cuales no- por la presunta «razón excluyente» no hay más vía que
The Concept of Duty, cit., pp. 71-72. tomar en cuenta el peso de las «consideraciones últimas» o «más fun-
(373) Aunque Raz sostiene que «[p ]ara saber que la norma es válida hemos de sa- damentales» que hacen válida esa razón excluyente, entonces la res-
ber que hay razones que la justifican», considera, a mi entender sorprendentemente, puesta aparentemente más sensata a la pregunta que el propio Raz se
que «[ ... ] no necesitamos saber cuáles son esas razones para aplicar correctamente la plantea,~ «¿[c]uá~ es pues la diferencia entre una razón excluyente y
norma a la mayoría de los casos»; o lo que es lo mismo, que «para saber qué hacer [cuan-
do es aplicable una regla que sé que es válida], sólo en circunstancias excepcionales ten-
una razon de pnmer orde~ de peso suficiente para superar todas las
go que conocer cuáles son exactamente las razones para la regla» (PRN, pp. 79 y 80). razones en contra exclmdas por la razón excluyente y ninguna
Dejando aparte la oscuridad del sentido en el que alguien puede «saber» que cierta re- más?» (374), habría de ser: «ninguna».
gla es válida sin saber cuáles puedan ser las razones que la justifican, me parece además
que con arreglo al esquema mismo de Raz no «aplicaría correctamente una regla» quien
cuestión. (y no veo de qué, otra form_a cabría hacerlo), no parece sostenible -a pesar de
entendiera que ésta excluye una razón de primer orden que en realidad queda fuera de
lo ~ue d1ce Raz- que «solo excepciOnalmente» (¿cuándo y por qué?) se necesite saber
su alcance (o que no excluye otra que realmente cae dentro de él), de manera que pre-
cuales son esas razones para saber qué hacer en las ocasiones en las que la regla es apli-
cisar el alcance --como razón excluyente- de una regla sería un requisito indispensable
cable.
para aplicarla correctamente; y entonces, si la determinación de ese alcance sólo es po-
sible tomando en cuenta la importancia o peso de las razones que justifican la regla en (374) La autoridad del derecho, cit., p. 38.

507
506
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

El tercero de los ejemplos que Raz nos propone quizá sugiera a Parece, no obstante, que el primero de los ejemplos propuestos
primera vista lo contrario. En ese supuesto, como se recordará, al- por Raz -el de quien sabe que no está en condiciones de evaluar
guien ha prometido que cuando en el futuro tome decisiones acerca correctamente las razones en juego y considera por tanto su fatiga, es-
de un determinado asunto lo hará atendiendo sólo a cierto tipo de con- tado anímico, etc. como una razón «para no actua.r según los méritos
sideraciones («C»). Parecería entonces que su promesa sí es en este del caso>>-- no podría ser reconducido al mismo tipo de análisis alter-
caso una razón «para no actuar por ciertas razones» (todas las que sean nativo propuesto para órdenes y promesas. En efecto, no creo que ten-
distintas de C), y no una razón -aunque fuera «independiente del con- ga sentido tratar de pensar en la incapacidad del agente para apreciar
tenido»- para realizar alguna acción (i. e., para tomar, llegado el las razones en juego como un hecho que, en calidad de razón auxiliar
caso, esta o aquella decisión en particular). Pero, observándolo con que invocaría ciertas razones operativas preexistentes (que de no ser
cuidado, creo que resulta patente que en esta ocasión Raz ha construi- por la concurrencia de ese hecho no serían específicamente razones
do su ejemplo de manera especiosa (375): es el contenido de esa par- para la acción acerca de cuya realización se delibera), atrajera hacia
ticular promesa («no atender en el futuro a ciertas razones») el que a el balance nuevas razones de primer orden. No digo que no quepa ex-
primera vista quizá da plausibilidad a su caracterización como razón plicar también este caso sólo en términos de razones de primer orden:
excluyente; pero lo que Raz pretende ilustrar con ese ejemplo es que lo que sugiero es que habrá de tratarse de un análisis en términos de
las promesas en general -y no sólo aquéllas cuyo contenido tenga que razones de primer orden distinto. Pero justamente la imposibilidad de\,
ver no directamente con acciones, sino con motivos para acciones- asimilar este caso a los dos anteriores parece indicar ya que Raz ha rel.
funcionan en el razonamiento práctico como razones excluyentes, y esa conducido a un mismo esquema explicativo al menos dos clases de ra~
tesis es la que puede ser puesta en tela de juicio aplicando considera- zonami~ntos prácticos complejos estructuralmente diferentes; o lo que\¡
1ciones similares a las desarrolladas hace un momento en relación con es lo mismo: que ha hecho un uso ambiguo de su noción de «razón l
,ilas órdenes emitidas por autoridades. Seguramente hay razones de or- excluyente» (377). Aunque hay aún muchos cabos por atar en estas exl
J. den general para tener y preservar una práctica como la de la prome- ploraciones críticas preliminares, me parece por consiguiente que con-
sa, y esas razones, cuando se ha prometido 0, actuarán como razones tamos ya con elementos de juicio bastantes como para sospechar que

l para 0 (independientes del contenido, es decir, independientes del va-


lor intrínseco que 0 pueda tener) que habrán de ser contrapesadas den-
/ tro de un balance global con el resto de razones a favor y en contra
1
de 0. Por consiguiente, el funcionamiento de las promesas dentro de do -i. e., por haberse prometido precisamente no tomar en cuenta ciertas razones-
desplazar más razones en contra que aquéllas sobre las que prevalezcan por peso las ra-
{ un razonamiento práctico también sería concebible meramente en tér- zones de orden general para cumplir las promesas, sería como pensar que contamos con
\ minos de razones «de primer orden» (dependientes e independientes del una especie de poder normativo general para hacer -a voluntad- que razones que son
contenido de las acciones para las que son razones) (376). relevantes dejen de serlo o a la inversa, idea que me parece difícilmente sostenible. En
este sentido Raz alega muy cautamente que «aunque algunos pensarán que esta prome-
sa no es vinculante» (es decir, que no es racional arrogarse esa suerte de poder norma-
(375) Así lo han hecho ver Gans, «Mandatory Rules and Exclusionary Reasons»,
tivo general), lo que cuenta no es eso, sino el hecho de que haya sujetos que piensen
cit., pp. 392-394; y Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit., p. 874. que lo es (PRN, p. 39). Desconozco quien puede pensar tal cosa además del propio pro-
(376) Podría pensarse aún que por lo menos en supuestos como los del ejemplo de tagonista del ejemplo que Raz construye: pero si realmente hubiese quien lo pensara,
Raz --en los que lo prometido no es realizar o abstenerse de realizar una determinada ~o diría simple~ente que se trata de un sujeto irracional desde el punto de vista prac-
acción, sino justamente tomar en consideración sólo ciertas razones cuando se decida- tico (en un sentido meramente formal) y que, por consiguente, su punto de vista de
no queda otro remedio que postular la noción de razón excluyente. Pero creo que en poco apoyo podría servir para una teoría que, como la de Raz, no sostiene meramente
realidad la situación sería más bien ésta: si existen -haciendo abstracción de la prome- que puede haber individuos que irracionalmente consideren «Válidas» ciertas «razones
sa- ciertas razones a favor y en contra de 0, lo único que una promesa puede hacer es excluyentes», sino que hay algunas que realmente lo son.
añadir nuevas razones (independientes del contenido) al balance global capaces de de- (377) En ello insisten Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit.,
sequilibrarlo en una u otra dirección en virtud de su peso o importancia; pensar, por el pp. 854-859; y Perry, «Second-Order Reasons, Uncertainty and Legal Theory», cit.,
contrario, que una promesa puede en virtud de la especial configuración de su conteni- pp. 928-929.

508 509
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

están en juego ~na razón excluy~nte y el conjunto de razones de pri-


las razones excluyentes constituyen una categoría proteica y posible-
mer orden excl~Idas por ella no tiene exactamente los mismos perfiles
mente superflua. que la que sentimos cuando hacemos frente a un conflicto entre razo-
Raz es perfectamente consciente de que su construcción puede ha-
cerse objeto de esos dos tipos de reproche (ambigüedad e innecesa- nes ~e primer ord~n. (alguna de las cuales prevalece por peso sobre las
demas). En este ultimo caso, no dudaríamos en censurar a quien ac-
riedad), hasta el punto de que, adelantándose a su hipotética formu-
tuara d~ acuerdo con la razón desbancada por otra de mayor peso ni
lación, les hace frente desde el arranque mismo de su presentación del
concepto de razones excluyentes. No sólo insiste en que todos los ejem- en considerar correcta la acción realizada de conformidad con ésta:
plos de razones excluyentes que nos ofrece son perfectamente homo- nuestras reacciones críticas/ te~drían por tanto un sentido inequívoco,
perfectamente claro. Habna sm embargo otro tipo de situaciones en
géneos (incluido el de aquéllas que están basadas en la incapacidad del
las que nuestras reacciones críticas serían menos terminantes, una cier-
agente en una situación determinada para evaluar correctamente los
méritos del caso) (378), sino que, sobre todo, nos previene del error ta /mezcla de alab~?za y reproche, y ello porque, por así decirlo, ten-
dnamos la sensacwn de que la apreciación del caso se mueve en dos
que a su juicio supondría no distinguir una razón excluyente de una
~lano~ /separable~. Esas reacciones mixtas serían el indicio de que la-·\
razón de primer orden con peso suficiente para superar exactamente
situacwn se ~ercibe no como un mero conflicto entre razones de pri- \
las mismas razones que la razón excluyente excluye: el problema -nos
dice Raz- consiste en que como una razón puede ser derrotada [de- mer orden, smo como un supuesto en el que interviene una razón ex-
feated] de dos maneras (puede ser superada o desbancada por peso cluyente. Cuando pensamos que existe una razón excluyente válida
[overrided] por otra del mismo orden o excluida por una de orden su- -que e~. una razón par.a no actuar según el balance de razones- po-
perior) necesitamos un criterio general que nos sirva para distinguir demos fiJarnos alternativamente en si la acción es o no conforme por
ante cuál de las dos nos encontramos en cada caso. Ese criterio gene- un lado al balance de razones de primer orden y por otro a la razón
ral sería el que Raz denomina «test de las reacciones mixtas» (379). excluyente. No es que esa doble apreciación implique la duda acerca
En su opinión, la sensación de conflicto que experimentamos cuando de c?~l de los dos planos prevalece, puesto que si la razón excluyente
es valida se debe actuar de acuerdo con ella. Pero cuando alguien de-
satiende la razón excluyente y hace lo que resulta del balance de ra-
(378) Cfr. PRN, p. 48. Raz afirma que son homogéneos porque en todos estaría- zones de prü;ner orde~, aun criticándole por ello no dejamos de pen- ;
mos por igual en presencia de una «razón para no actuar por una razón». Para sostener
que las razones excluyentes que se basan en la incapacidad del agente son diferentes de sar que en cie:to sentid~ parcial actuó bien, que había razones para
las demás habría que concebirlas de uno de estos dos modos: o bien como razones -de hacer lo que hizo; y a la mversa, cuando alguien actúa de acuerdo con
primer orden- para no entrar a considerar los méritos del caso (i. e., para no desarro- una razón excluyente válida y, precisamente por ello, deja de hacer lo
llar cierta actividad mental), interpretación que a Raz le parece errónea, puesto que en que es c.~rrecto según el .balance de razones de primer orden, nuestra
su opinión no hay ninguna razón para impedir al sujeto que desarrolle ese cálculo-
«por diversión, o como ejercicio»- con tal que no pretenda actuar con arreglo a lo que
aprobacwn arrastra consigo a pesar de todo la insatisfacción de saber
resulte del mismo; o bien como razones para no actuar de conformidad con el propio que, también en cierto sentido parcial, se debería haber actuado de
juicio (puesto que probablemente no va a ser correcto), en cuyo caso no habría real- otro modo. Si la presunta razón excluyente fuese simplemente una ra-
mente diferencia entre las razones excluyentes que se basan en la incapacidad del agen- zón de primer orden que prevaleciera o desbancase por su mayor peso
te y cualesquiera otras, ya que como «no se puede actuar por una razón a menos que a las demás, nuestras reacciones críticas no mostrarían esa ambivalen-
se crea en su validez», «la relevancia práctica de una razón para no actuar por la razón
de que p ... [sería la misma que la de] una razón para no actuar por p si uno cree que cia ~aracterística. Y por consiguiente -concluye Raz- la presencia
pes una razón válida», de manera que cualquier razón excluyente -y no sólo las basa- de dicha~ reacciones mixt.as es el criterio que permite detectar en quien
das en la incapacidad del agente-sería una razón «para no actuar de conformidad con las expenmenta la creencia en la validez de una razón excluyente (380).
el propio juicio» acerca de qué es lo que resulta del balance de razones de primer or-
den. Más adelante -al examinar las estrategias racionales de minimización de errores
(3~0~ Junto al criterio de l~s .«reacciones mixtas», Raz aporta un segundo argumen-
en situaciones de incertidumbre- trataré de explicar por qué estos argumentos no me
to decididamente endeble. Refinéndose a su ejemplo del soldado que recibe una orden
parece convincentes.
(379) PRN, pp. 41-45 y 74-75.
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510
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Me parece, no obstante, que este criterio de diferenciación resulta mismas. Yo diría que por lo que tenemos en ocasiones «sentimientos
sumamente discutible (381). Ni nuestras reacciones críticas tienen por ambivalentes» no es porque una razón sea excluyente y otra quede ex-
qué ser tan claras e inequívocas en todos los casos que Raz conside- cluida por ella, sino justamente por la fuerza o peso de las razones en
raría como conflictos entre razones de primer orden (piénsese, por juego y porque ambas (incluso la que entendemos que queda supera-
ejemplo, en el caso de genuinos dilemas morales en los que no estén da o desbancada) nos parecen suficientemente importantes.
envueltos órdenes o reglas formuladas por autoridades, promesas, etc., Pero si el presunto «criterio general» de diferenciación falla, la dis-
es decir, ninguno de los fenómenos para cuya elucidación Raz intro- tinción misma queda en entredicho: seguimos sin saber por qué nece-
duce el concepto de razón excluyente), ni parece sensato suponer que sitamos la idea de una razón excluyente como algo distinto de una ra-
las «reacciones mixtas» resulten verdaderamente apropiadas en todos zón de primer orden con peso suficiente para superar exactamente las
los casos en los que a juicio de Raz intervendría una razón excluyente mismas razones que la presunta razón excluyente. El carácter incon-
(entiendo, por ejemplo, que cuando alguien incumple una promesa tri- cluyente del test de las reacciones mixtas, unido a la aparente viabili-
vial para salvar la vida de otro las reacciones críticas adecuadas son per- dad de análisis alternativos en términos de razones de primer orden
fectamente inequívocas y terminantes). Con otras palabras: Raz inten- de por lo menos algunas de las situaciones que Raz pretende explicar
ta buscar un elemento diferenciador de un cierto conjunto de situacio- a través de la categoría de «razón excluyente», confirma según creo la
nes, pero cree encontrarlo en un rasgo -la pertinencia de las «reac- sospecha de que es éste un concepto del que perfectamente cabe pres-
ciones mixtas>>- que ni concurre en todas ellas ni es exclusivo de las cindir. Para que esa impresión sea algo más que una sospecha, con-
viene analizar a fondo cada uno de los contextos en los que a Raz le
de un superior, apunta que aunque «otra persona en su lugar» podría interpretar la si- ha parecido necesario recurrir a la idea de ~azones de segundo orden.
tuación meramente en términos de razones de primer orden -i. e., podría entender que
la orden debe ser obedecida porque las razones para mantener una autoridad (como ra- iii) El primero de esos contextos es el que resultaría de tomar en
zones para hacer lo ordenado, una vez que la orden se ha dictado) prevalecen por su cuenta dos tipos de dificultades -previas a la consideración de los pro-
peso o importancia sobre el resto de razones de primer orden que pudiera haber en con-
tra-, no es así como el protagonista de su ejemplo percibe la situación: él entiende que blemas de interacción estratégica y a la entrada en juego de cualquier
la relación entre razones que está en juego es la que media entre una excluyente y las clase de prácticas o instituciones sociales- que enturbian los términos
excluidas por ella, no la existente entre razones de primer orden entre las cuales una agradablemente simples en los que queda descrito el proceso de toma
prevalece por peso sobre el resto, de manera que si intentáramos dar cuenta de la si- de decisiones racionales con arreglo a P 1 . En efecto, la idea de que la
tuación en estos últimos términos perderíamos de vista la forma en que él la concibe
(PRN, p. 42). El argumento me parece de una ingenuidad sorprendente: como ha se-
decisión racional es por definición la que resulte de contrapesar todas
ñalado Flathman -The Practice of Política! Authority, cit., p. 111-, poco apoyo puede las razones («de primer orden») a favor y en contra pasaría por alto,
prestar a las tesis de Raz el modo en que perciba la situación un sujeto hipotético que en primer lugar, que en ocasiones el agente sabe que su información
él mismo ha creado y que por supuesto no tiene más percepciones o concepciones que no es completa o no es fiable; con otras palabras: sabe que no sabe
las que su creador le endosa; de lo que se trata, evidentemente, es de explicar por qué todo lo que tendría que saber para poder determinar sin riesgo de error
su percepción de la situación habría de resultar preferible a la concepción alternativa
que Raz reconoce que podría tener «otra persona en su lugar». qué es lo que resulta del balance de razones, y que no está en condi-
(381) Para la crítica del test raziano de las «reacciones mixtas» vid. Flathman, The ciones de llegar a saberlo antes del momento en el que la decisión ha
Practice of Political Authority, cit., p. 112; Gans, The Concept of Duty, cit., pp. 78-83; de ser tomada. Y en segundo lugar, pasa por alto la posible existencia
y Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit., pp. 860-861. Contestando a Moo- de costes de decisión: calcular qué es lo que resulta del balance de ra-
re, Raz ha admitido recientemente que la forma en que presentó la fenomenología de
las experiencias de conflicto en Practica! Reasons and Norms fue «excesivamente tosca zones requiere tiempo y esfuerzo -mayor o menor según los casos-,
e indiscriminada» y que constituyó un error por su parte el afirmar que «la presencia de y en ocasiones esos costes pueden ser mayores que el beneficio mar-
evaluaciones en conflicto puede ser por sí sóla una prueba decisiva de la creencia en ra- ·. ginal que resulte de desarrollar una deliberación completa (i. e., de
zones que deban ser entendidas como excluyentes» (cfr. Raz, «Facing Up: A Reply», contrapesar todas las razones a favor y en contra dentro de un balance
cit., p. 1165). A pesar de todo, Raz sigue pensando que como agentes tenemos una for-
ma característica de percibir ciertas experiencias de conflicto a la que sólo se puede dar global con arreglo a P 1). En suma: prescindiendo por ahora de otras
sentido a través de la idea de razones excluyentes (ibi, pp. 1165-1168). posibles complicaciones, podría aceptarse que P 1 refleja adecuadamen-

512 513
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

te en qué consistiría la racionalidad práctica en condiciones de infor- rule] (385); Donald Regan, en un trabajo reciente, ha propuesto el tér-
mación completa y ausencia de costes de de~isión; pero como ~on fre- mino «regla indicativa» [indicator rule] (386). En todo caso, y como
cuencia esas dos condiciones no quedan satisfechas en la reahdad, la mucho con alguna diferencia de matiz, me parece que es el mismo con-__
racionalidad práctica no podría quedar definida merame~te por P 1, cepto el que late tras esas diferentes denominaciones. Como el análi-
sino que sería preciso articular algún principio más. ~ompleJO que fue- sis de Regan es a mi juicio el más completo y detallado de todos ellos,
ra capaz de integrar o hacerse cargo de esas dos d1f~cultades: . y en buena medida voy a servirme de él en lo sucesivo, seguiré su ter-
En la reflexión filosófica acerca del discurso práctico constituye casi minología y hablaré de «reglas indicativas» para referirme a esta con-
un lugar común el afirmar que, enfrentada a los problemas de incer- cepción del tipo de regla («de experiencia») que sería racional adoptar
tidumbre o riesgo de error y de existencia de costes de decisión, lo que y seguir en condiciones de incertidumbre o riesgo de error y de exis-
la misma racionalidad práctica recomienda al agente -o incluso le im- tencia de costes de decisión. Lo que intentaré demostrar es que todo
pone, en la medida en que cualquier otro proceder resul~a~ía subópt..i- lo que la racionalidad práctica exige en esas condiciones es adoptar y
mo-- es la adopción de reglas: lo racional, en esas condiciOnes, sena seguir una regla indicativa; que las reglas indicativas difieren sustan-
en efecto seguir una «regla de experiencia» [rule of thumb] que ope- cialmente de las «reglas de experiencia» [rules of thumb] al modo en
raría precisamente como mecanismo de miniJ?ización de error~s en que las entiende Raz, puesto que no funcionan en modo alguno como
condiciones de incertidumbre y de ahorro de tiempo y esfuerzo (1. e., razones excluyentes (o si se prefiere: pueden ser caracterizadas sin re-
de costes) en la toma de decisiones. El problema consiste en determi- currir en absoluto a esta noción); y que justamente la adopción y el
nar con mayor precisión qué son y cómo operan exactamente estas «re- seguimiento de las reglas de experiencia razianas -como razones ex-
glas de experiencia» [rules of thumb], o, si se prefiere, de qué modo cluyentes- sería irracional desde el punto de vista práctico.
encajan dentro del panorama global de las razones para actuar. L~­ Para empezar trataré de bosquejar a grandes rasgos la idea central
mentablemente esta cuestión dista mucho de estar clara: aunque la uti- que encierra el concepto de regla indicativa (o «sumaria», o «caute-
lización del término es relativamente corriente no parece que su sen- lar», etc.), más para captar su estructura general que como caracteri-
tido esté perfilado con la suficiente nitidez, hasta el punto de que hay zación completa y definitiva. Me parece conveniente, en cualquier
quien, como Hare, propone sin ambages que dej.e de utilizarse po~ pa- caso, separar la consideración de los dos tipos de problemas para ha-
recerle «totalmente desorientador» (382). Hay sm embargo una cierta cer frente a los cuales se debería adoptar y seguir reglas indicativas -si-
forma de entender las «reglas de experiencia» -que sobre todo, aun- tuaciones de incertidumbre o riesgo de error y existencia de costes de
que no exclusivamente, se ha ido definiendo en el marco del debate decisión-, ya que en mi opinión el segundo representa un nivel de
entre el utilitarismo de actos y el utilitarismo de reglas- que me pa- complejidad superior respecto al primero (en la medida en que, como
rece perfectamente aprovechable. Esa concepc~ón ha recibid~ diferen- trataré de mostrar más adelante, para superarlo se requiere una com-
binación de dos reglas indicativas, una de las cuales versa precisamen-
tes nombres: Rawls, por ejemplo, la denom1no «regla sumana» [s~m­
te acerca del uso de la otra). Por consiguiente, me referiré en primer
mary rule] o «concepción sumaria de las reglas» (383); Smart prefiere
lugar a las reglas indicativas sólo como mecanismos o recursos para ha-
hablar de la «concepción de las reglas del utilitarismo extremo» (384);
cer frente a situaciones de incertidumbre o riesgo de error.
David Lyons se refiere al mismo concepto como «regla ~autelar» [cau-
En condiciones de información completa el agente habrá de sope-
tionary rule] y a veces también como «regla sumana» [summary sar en cada caso la totalidad de razones a favor y en contra de una de-
terminada acción dentro de un balance global. Pero a partir de con-
(382) Cfr. R.M. Hare, Moral Thinking, cit., p. 38 [«The term "rules of thumb" ...
should be avoided as thoroughly misleading»].
(383) Cfr. J. Rawls, «Dos conceptos de reglas», cit., p. 230. (385) Cfr. D. Lyons, Forms and Limits of Utilitarianism, cit., pp. 119-120; en la
(384) Cfr. J.J.C. Smart, «Extreme and Restricted Utilitarianism», en Philosophical p. 124 Lyons habla de las «reglas cautelares o sumarias» [cautionary or summary rules].
Quarterly, 6 (1956) 344-354 [hay trad. cast. de M. Arbolí en Ph. Foot (ed.) Teorías so- (386) Cfr. Donald H. Regan, «Authority and Value: Reflections on Raz's Morality
bre la Etica, cit., pp. 248-265, por donde se cita], pp. 249 ss. of Freedom», en Southern California Law Review, 62 (1989) 995-1095, pp. 1004-1013.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

juntos de decisiones tomadas de esa manera -i. e., mediante ~eli~e­ a Regan, cuatro rasgos fundamentales que resumen y permiten enten-
raciones completas- es posible ir extrayendo algunas generalizaciO- der con mayor precisión qué es y cómo opera una regla indicativa (y
nes: puede observarse, por ejemplo, que en los casos de la clase p la alguno de ellos, como veremos enseguida, marca claramente la dife-
acción correcta suele ser 0 porque en ellos prevalece típicamente tal o rencia con la concepción de las «reglas de experiencia» que propugna
cual razón. Pues bien, esas generalizaciones, que vendrían a ser com- Raz). En primer lugar, las reglas indicativas obviamente son falibles.
pendios o sumarios de decisiones de casos particulares, orientarían la Guían la acción en condiciones de incertidumbre en la medida en que
acción del agente como «reglas indicativas» cuando éste sabe que su indican lo que suele ser correcto en cierta clase de situaciones, no lo
información es incompleta o en parte probablemente errónea y que, que siempre es correcto en ellas; por consiguiente no hay garantía al-
por consiguiente no está en condiciones de determinar en un caso par- guna de que el caso acerca del cual se decide no resulte ser uno de
ticular cuáles son todas las razones para la acción relevantes y cuál la aquellos en los que la acción correcta es otra distinta (388).
conclusión correcta de sopesarlas dentro de un balance global: porque Pero, aun siendo falibles, hay en segundo lugar un sentido muy pre-
si todo lo que sabe -y por lo menos sabe- con seguridad es que el ciso en el que puede decirse con toda propiedad que son vinculantes:/¿
caso que le ocupa puede ser descrito como uno de la clase p -y es lo son en el sentido de que constituyen la mejor guía de que dispone -
acertada la generalización según la cual lo correcto en esa clase de ca- el agente en condiciones de incertidumbre para asegurarse la más alta
sos suele ser 0--, entonces sabe que su probabilidad de hacer lo correc- probabilidad de acabar realizando la que desde su propio punto de vis-
to es mayor si realiza 0 que si ejecuta cualquier otra posible acción al- ta sería la acción racional en las circunstancias del caso (i. e., de hacer
ternativa. La regla «en los casos de la clase p se debe hacer 0», obte- lo que con mayor probabilidad resulta en ese caso del balance global
nida del modo reseñado (387), indica cuál es con un mayor índice de de razones). Cuando el agente sabe que no sabe lo que resulta del ba-
probabilidad la acción correcta y por lo tanto es el instrumento ade- lance global de razones, la racionalidad práctica le exige adoptar aquel )
cuado para hacer frente a una situación de incertidumbre. Pero en con- procedimiento de decisión que, aun falible, cuente con las mayores pro- :
diciones de información completa -y prescindiendo por el momento habilidades de aproximarle a la decisión correcta: la idea intuitiva de l
' del problema de los costes de decisión- la regla in?icativa no posee que «contentarse con menos» (es decir, seguir cualquier procedimien- \
valor alguno. Como mucho, sirve de punto de partida a la delibera- to de decisión subóptimo) constituiría un déficit de racionalidad es la \
ción; pero cuando el agente puede verdaderamente tomar en cuenta y que está detrás de la afirmación de que las reglas indicativas son vin- _)
sopesar la totalidad de razones en juego sería irracional sostener que culantes (389). Vinculantes, insisto, en ese preciso sentido: no desdé
en todos y cada uno de los casos de la clase p se debe hacer 0 mera- luego en el sentido de que tan pronto como contemos con la regla in-
mente porque ésa es la acción correcta en la mayoría de ellos. dicativa «en los casos de la clase p se debe hacer 0» vayamos a quedar
Partiendo de esa idea intuitiva podemos subrayar ahora, siguiendo «vinculados» en virtud de ella a realizar 0 cada vez que nos encontre-
mos ante un caso p sin importar cuál sea el resto de informaciones al
respecto que poseamos con certeza (en condiciones deJinformación
(387) Lo que intento resaltar es que estas reglas indicativas serían, empleando una completa, recuérdese, la regla indicativa carece de valor).
distinción sugerida por Lyons, reglas «dependientes de una teoría», no reglas de ,tacto La afirmación de que las reglas indicativas son vinculantes en con-
o convencionales: es decir, reglas generadas, implicadas o exigidas por una determmada
concepción de la racionalidad práctica, reglas, por tanto, que racionalmente debería diciones de incertidumbre en la medida en que constituyan la mejor
adoptar y seguir -tanto si verdaderamente lo hace como si no- todo aquel que P.ar- generalización disponible de las decisiones particulares que se obten-
tiera de la aceptación de un determinado conjunto de razones para actuar (en la med1da drían a la luz de informaciones completas sugiere además, como ter-
en que la aceptación de éstas le llevaría, so pena de inconsist~ncia, a la ad~pción de ~qué­ cer rasgo a reseñar, que estas reglas son por su propia naturaleza re-
Has), no reglas que existen como conjuntos de hechos soctale~ com~l~JOS (que tle~en
que ver con la realización regular de ciertas conductas Y.l~ m~_mfestacwn de dete~n:ma­
das actitudes críticas en relación con ellas). Sobre la d1stmcwn entre reglas «teoncas»
o «dependientes de una teoría» [theoretical, theory-dependent] y reglas de facto o con- (388) Cfr. D. Regan, «Authority and Value ... », cit., p. 1004.
vencionales, cfr. David Lyons, Forms and Limits of Utilitarianism, cit., pp. 145-146. (389) Op. cit., pp. 1005-1006.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

visables o, si se quiere, provisionales (390). Que «en los casos de la cla- eso, y no más -pero tampoco menos-, es todo lo que la racionali-
se p se debe hacer 0» no es sin más la mejor o más fina generalización dad práctica puede exigir de él).
disponible de un conjunto de decisiones, aunque sea cierto que en la Sabiendo que las reglas indicativas son falibles, vinculantes y revi-
gran mayoría de los casos p la decisión correcta es efectivamente 0, si sables creo que sabemos ya lo sufiente de su modus operandi como
el agente cae en la cuenta además de que la mayor parte de esa pe- para centrar, destacando un cuarto y útimo rasgo, en qué consiste la
queña minoría de casos p en que la decisión correcta no es 0 resultan diferencia de fondo entre este concepto y el de una «regla de expe-
ser casos p 1\ q; en ese supuesto la mejor regla indicativa disponible riencia» como razón excluyente en el sentido propuesto por Raz. Re-
para el agente ya no es «en los casos de la clase p se debe hacer 0», r gan alude a este cuarto rasgo diciendo que las reglas indicativas no son
sino «en los casos de la clase p 1\ -q se debe hacer 0 (391). En este 1--\ absolutamente transparentes ni absolutamente opacas (393), lo que sin
sentido la revisión y eventual sustitución de una regla indicativa por \duda requiere una explicación. Un individuo trataría una regla como
otra no es el resultado de un cambio en el conjunto de razones para «absolutamente transparente» si considerara que sólo es racional ha-
actuar que el sujeto acepta; antes bien, el reemplazo supone el intento cer lo que la regla establece cuando se tiene la plena certeza de que
de acercarse más o captar mejor la estructura de ese conjunto, que per- ésa es efectivamente la acción correcta para el caso según el balance
manece inmodificado. Con todo, que las reglas indicativas sean revi- global de razones. En esas condiciones la regla realmente no habría
sables no quiere decir que carezcan por completo de valor como guías contribuido por sí misma en nada al proceso de toma de decisión: el
para la decisión racional en condiciones de incertidumbre: forjar un agente la consideraría meramente como un punto de partida de su de-
conjunto de reglas indicativas óptimas es más una idea regulativa que liberación, pero estimando que para guiar su acción necesita ver a tra-
un objetivo verdaderamente alcanzable (392); pero cuando en una si- vés de la regla y más allá de elta -y de ahí la metáfora de la «trans-
tuación de información incompleta o riesgo de error el agente actúa parencia»- cuál es verdaderamente la acción correcta según el balan-
de acuerdo con la mejor regla indicativa que él ha sido capaz de aislar ce de razones, de manera que si duda acerca de este último extremo __ .
y construir hasta el momento, sigue siendo cierto que está tratando de no considera a la regla misma como una guía práctica adecuada. Las
ser fiel a las razones para actuar que verdaderamente acepta en mayor reglas indicativas, como puede deducirse de lo ya apuntado, no son ah- !
medida que si optara por actuar de cualquier otro modo (y parece que solutamente transparentes: precisamente su seguimiento es racional en \
condiciones de incertidumbre, es decir, en aquellos casos en los que
(390) Op. cit., pp. 1008-1009. justamente por no estar seguro el agente de cuál sea la acción correcta
(391) Nótese, sin embargo, que «en los casos de la clase p se debe hacer 0» sigue
siendo la mejor regla indicativa de que dispone el agente para los supuestos en los que
según el balance de razones obtiene de la regla la más racional (aun-
todo lo que él sabe con certeza es que p. Por consiguiente, cuál sea en cada ocasión la que no infalible) orientación para su acción. La regla indicativa le guía )
mejor regla indicativa disponible depende también de cuáles sean las informaciones par- «sin tener a la vista» en su integridad el balance de razones y su con-~__J
ciales que posea el agente. clusión.
(392) En la discusión entre el utilitarismo de actos y el utilitarismo de reglas se ha
puesto de manifiesto, como crítica a este último, que determinar cuál sería de una ma-
En el otro extremo del espectro, un individuo trataría una regla
nera exacta y precisa el conjunto de reglas de cuya observancia resultaría. un máximo como «absolutamente opaca» si considerara que ha de hacer en todo
de utilidad no es en absoluto más fácil que determinar caso por caso cuál es el acto que caso lo que la regla establece con independencia de lo que pudiera re-
produciría una utilidad mayor; y que, por consiguiente, si la dificultad indiscutible de sultar en cada situación del balance de razones. La regla es «opaca»
este último cálculo es la que suele esgrimirse en favor del paso a un utilitarismo de re- en el sentido de que tapa o bloquea para el agente la visión del balan-
glas, el argumento resultaría ser escasamente convincente en la medida en que el precio
a pagar para superar una dificultad sería el de tropezar con otra de no menor enverga- ce de razones aplicables al caso: el proceso de toma de decisión queda
dura (cfr., p. ej., D. Lyons, Forms and Limits of Utilitarism, cit., p. 158). Trascendien- guiado exclusivamente por la regla, sin intervención de las razones ver-
do el marco -a veces ciertamente sofocante- de la discusión interna entre las distintas daderamente aplicables al caso concreto que eventualmente pudiera te-
variantes utilitaristas, viene al caso este apunte simplemente como reconocimiento, más
allá de unos pocos casos quizá más fácilmente tratables, de la entidad del tipo de difi-
cultades inherentes a la confección de reglas indicativas. (393) D. Regan, «Authority and Value ... », cit., p. 1012.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

ner a la vista el sujeto. Las reglas indicativas no son absolutamente opa- lutamente transparentes, mientras que otras deriva hacia la afirm ·"
" f t .. . . aciOn
cas: guían al agente cuando éste no sabe con certeza cuál es la acción mas uer e -y a ~I JUICIO no aceptable- de que son absolutamente
correcta según el balance de razones, pero no «cuando tiene a la vis- opa~as. Cuando afirma que sigue una regla de experiencia como au-
ta» elementos de juicio que en un caso determinado le permiten darse tentica regla -y no como mera máxima- quien «( ... ) cree que al me-
cuenta con seguridad de que la acción correcta según el balance de ra- nos e.~ algunos c~sos ( ... ) ha de ser seguida aun en la duda de si su ,
zones no es la que la regla establece. En ese supuesto la regla ha de s.ol':lciOn es la meJo~ según el balance de razones» (395), creo que se
ser simplemente ignorada. Que las reglas indicativas no sean absolu- limita a subrayar la Idea de la ~o absoluta transparencia; sin embargo,
tamente opacas es una consecuencia del hecho de que no constituyan cuan~o r~cal~a que en el s,en~Ido en el que él entiende las reglas de
en sí mismas razones de ninguna clase: son estrategias racionales para expenencia ~stas son autenticas «normas preceptivas» [mandatory
incrementar en situaciones de incertidumbre la probabilidad de hacer norms], genumas razones excluyentes, y que consideramos como tal
lo correcto según el balance de razones aplicables al caso, no razones una regla cua~do «[ ... ] sentimos que la regla debería ser seguida aun
que compitan con éstas y mucho menos que justifiquen no tomarlas cuan.do se supzera de a~te~ano y se ?~mostrara después del evento que
en cuenta cuando el agente tenga conciencia cierta de ellas como para desviarse ~e ella habr~~ szdo benefzcwso, e incluso si consta que ello
colegir que lo que la regla establece no es en este caso la acción correc- ~o socavana la probabilidad de que la regla fuera seguida en otras oca-
ta según el balance de razones. siOnes» (~~6~, .lo que está defendiendo es su absoluta opacidad (397).
Una vez aclarado qué quiere decir que las reglas indicativas no son Pero a mi JUICIO el tratar una regla de experiencia como absolutamen-
ni «absolutamente transparentes» ni «absolutamente opacas», me pa- te opaca no puede en modo alguno ser racional: no alcanzo a com-
rece plausible la siguiente conclusión: adoptar y seguir «reglas de ex- prender de qué modo puede ser racional para un individuo seguir cie-
periencia» (rules of thumb) como reglas absolutamente transparentes game~t~ una regla ~e experiencia cuando sabe de antemano que sería
sería inútil, y adoptarlas como reglas absolutamente opacas sería irra- beneficiqso no segUirla, cuando sabe en definitiva que en ese caso la
cional; por consiguiente las reglas de experiencia sólo pueden tener un r~gla no le da la solución correcta. Por consiguiente no sólo sería po-
encaje aceptable dentro del panorama global de las razones para ac- sible hacer un lugar ~ent~o de una teoría de las razones para la acción
tuar entendidas como reglas indicativas. a las «reglas de expenencia» -como «reglas indicativas>>-- sin recurrir
Me parece, sin embargo, que la propuesta de Raz no sigue exac- en absoluto a la noción de «razones excluyentes»: es que además el en-
tamente estos mismos derroteros. Tratando de explicarnos qué entien- tenderlas de ese modo -es decir, considerarlas como razones en sí mis-
de él por «regla de experiencia» contrapone dos posibles formas de in- mas, y además como «razones para no actuar por otras razones»- su-
terpretar esta noción (394): la primera, que concebiría las reglas de ex- pone propugnar un concepto inaceptable para un agente racional.
periencia como meras «máximas», es la que sostendría todo aquel que La. dife:~ncia entre el concep~o de regla indicativa que emerge de
pensara que no debe seguir la máxima si no tiene la certeza de que lo esta discu,siOn y el concepto raz~ano de una «regla de experiencia»
que ésta dispone es en el caso concreto lo correcto según el balance como razon excluyente debe aún ser fijada más sintética y sistemáti-
de razones. Seguir una regla de experiencia como mera máxima equi- camente. Pero antes, para completar el análisis, conviene abordar el
valdría por tanto a considerarla absolutamente transparente: Raz afir- segundo problema para cuya solución hemos de recurrir a las reglas
ma que no es ése el sentido que le interesa, y hasta aquí no hay nada
que objetar. El problema surge del modo en que explica en qué con-
(395) lbidem.
siste la segunda forma de entender las reglas de experiencia, la que las
(396~ PRN, p. 75 [la cursiva es mía]; vid., también «Rethinking Exclusionary Rea-
concibe como «auténticas reglas» y que es la que él propugna: porque, sons», czt., p. 197.
tal y como las presenta, unas veces subraya tan sólo que no son abso- (397) Esa impresión quedaría confirmada por el reconocimiento del propio Raz de
que su con~ep.to ~e «regla d~ ~xperiencia» no es el mismo que maneja Regan al hablar
de «reglas mdtcativas» (c~nststiendo la diferencia en que éstas no serían razones exclu-
(394) Cfr. PRN, pp. 60-61. yentes): cfr. J. Raz, «Facmg Up: A Reply», cit., p. 1186, nota 70.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

indicativas: el planteado por la existencia de costes de decisión. En con- que permitirá conocer el coste de cualquier decisión distinta de la
diciones de información completa es indudable que si no existieran cos- c?rrecta-, y por tanto hay que recorrerlo). En suma, la paradoja con-
tes de decisión lo que la racionalidad práctica exigiría es seguir P ¡, es siste en que aparentemente la determinación de si es racional o no de-
decir, hacer lo que resulte del balance global de razones para actuar. sarrollar una deli?eración comp~eta requiere haberla desarrollado ya,
dificultad surge porque existiendo costes de decisión todo sujeto ra- o, lo que es lo mismo, en que solo sufnendo los costes de decisión se
cional se ve enfrentado a una doble duda. La primera consiste en sa- po~ría ~etermi~ar. si es racional o no sufrirlos (lo que convertiría a la
ber cuándo sería racional y cuándo no desarrollar una deliberación rac10nahdad practica en autofrustrante cada vez que la conclusión re-
completa, es decir, cuándo sería racional asumir los costes de decisión, sulte ser que no es racional soportarlos}.
ya que por definición no es posible desarrollar la deliberación comple- Pero 1~ sit.uación no es tan desesperada, por cuanto, interpretado
ta sin sufrir los costes que el proceso lleve consigo. La segunda con- en estos termmos, el problema resulta ser en el fondo uno de incerti-
sistiría en determinar qué acción es racional realizar cuando no sea ra- dumbre. La única peculiaridad radica en que en este caso lo que el
cional desarrollar la deliberación completa, ya que sin desarrollarla ob- agente sabe que no sabe no es qué resultaría de seguir P1 (hemos su-
viamente no sabemos con certeza qué es lo que resultaría de ella. puesto que su información es completa y por lo tanto podría determi-
Se diría que la primera de esas dos dificultades nos enfrenta a una narlo desarro~lando la deliberación correspondiente), sino si es racio-
~al o ?o segmr P1 en esta ocasión. E interpretado como problema de
situación paradójica. Porque parece, en efecto, que la respuesta sen-
sata habría de ser ésta: es racional desarrollar una deliberación com- mcertldumbre la solución para él viene dada, como para cualquier otro
problema de ese género, por el seguimiento de una regla indicativa en
pleta cuando el coste de una eventual decisión equivocada por no de-
t~nto que ~strategia de mi~imización de errores; de una regla indica-
sarrollarla sea mayor que los costes de decisión inevitables para arri-
t~va, eso SI, que v~rsa no duectamente acerca de qué acción ejecutar,
bar a la decisión correcta (i. e., cuando el coste de seguir la delibera-
~m~ acerca de cu.a~es son las ~ircunstancias en las que con un mayor
ción no exceda del beneficio marginal que se va obteniendo con una
deliberación cada vez más completa) (398). Pero ocurre justamente mdice de probabihdad es rac10nal desarrollar una deliberación com-
pleta afrontando los costes de decisión correspondientes. Articular este
que para determinar la magnitud del coste de una eventual decisión
equivocada necesitamos confrontarla con la decisión correcta, cuya de- tipo de. reglas indicativas puede resultar, según los casos, altamente
compl~JO. Pero baste aquí con señalar que su obtención sería posible
terminación sólo viene dada por la deliberación completa (o si se pre-
fiere: para conocer el beneficio marginal de recorrer un tramo adicio- a traves de un proceso de ~eneralización como el que ya ha sido apun-
tado; y que, como cualqmer otra regla indicativa será falible vincu-
nal de deliberación hay que saber lo que resultaría de él -que es lo
lante, revisable y «ni absolutamente transparente ni absolutamente
opaca», exactamente en los términos expuestos anteriormente.
(398) Podría pensarse acaso que los costes de decisión sólo pueden ser relevantes Cuando una regla indicativa de este tipo recomiende no desarro-
en un razonamiento prudencial, nunca en uno moral. O dicho con otras palabras: que
si bien el gasto de tiempo y esfuerzo puede ser prudencialmente más oneroso que la me- llar ~na deliberación completa -y el agente no cuente con ninguna evi-
dida en la que consigamos promover nuestro interés desarrollando una deliberación com- dencia concreta de que en esta ocasión particular la regla indicativa ca-
pleta, cuando estén en juego razones morales no hay ahorro de costes de decisión capaz rece de valor-, el problema subsiguiente reside en determinar enton-
de justificar el riesgo de acabar haciendo algo que no es lo moralmente correcto por no ces qué a.cci?n r.ealizar. Esa pregunta quedará respondida por una nue-
haber desarrollado la deliberación en su integridad. Pero me parece que ese punto de va regla mdi~atlva, ahora del tipo de las que se examinaron en primer
vista constituiría un error: optar por desarrollar una deliberación completa puede en-
trañar costes de oportunidad, en la medida en que algunas de las acciones posibles (en- lugar., ~s decir, ?e las. que versan directamente acerca de qué hacer en
tre las que hemos de determinar cuál es la moralmente correcta) tengan que ser reali- condic10nes de mcertldumbre (sólo que, nótese bien, la incertidumbre
zadas inmediatamente so pena de perder definitivamente la ocasión de llevarlas a cabo; ~o proviene e.n este caso de que el agente sepa que su información es
y el coste de cancelar esas oportunidades sería indudablemente un coste moral si el re- mcompleta, smo de que, no sabiendo si es racional o no desarrollar
sultado de la deliberación completa señala como acción correcta una de las que ya no una deliberación completa, una regla indicativa le recomienda no de-
pueden ser realizadas. Por consiguiente creo que el problema de los costes de decisión
también puede plantearse cuando lo que está en juego son razones morales.
sarrollarla y por lo tanto no procesar y valorar toda la información de
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

la que realmente dispone; es decir, su incertidumbre no es ahora el pro- (evaluación del balance de razones es correcta, resultaría irracional sos-
ducto de la falta de información, sino de la racionalidad de no consi- rtener que alguna regla indicativa es a pesar de todo una razón para no
derar exhaustivamente toda aquélla de la que en realidad podría dis- v actuar con arreglo a esa evaluación. Las reglas indicativas, lejos de ser
poner). Por eso apunté desde el comienzo que la existencia de costes «razones para no actuar según los méritos del caso», son estrategias
de decisión planteaba un problema que se movía en un orden superior racionales para asegurarse la mayor probabilidad de hacer lo que re-
de complejidad respecto al generado por la simple incertidumbre y sultaría de un análisis de dichos méritos cuando el agente sabe que no
para cuya solución habíamos de recurrir a una estructura formada por está en condiciones de determinar cuál sería la conclusión del mismo.
dos reglas indicativas: la primera versa acerca de las condiciones en Aunque su toma en consideración enriquezca la caracterización dema-
las que es racional decidir qué acción realizar sobre la base de la se- siado simple que P 1 nos daba de la racionalidad práctica, no nos com-
gunda (o lo que es lo mismo: la segunda versa acerca de qué hacer en pele en modo alguno a aceptar como herramienta conceptual la discu-
aquellos casos en los que la primera recomienda no desarrollar una de- tible noción de «razón excluyente».
liberación completa).
En suma, tanto cuando se trata de hacer frente a situaciones de in- iv) Un segundo contexto en el que Raz ha considerado impres-
certidumbre o riesgo de error como cuando se toma en cuenta la exis- cindible recurrir a la idea de una razón excluyente es la intelección del
tencia de costes de decisión, lo que la racionalidad práctica exige es concepto de decisión. Según Raz, decidir es formar una intención a re-
adoptar y seguir reglas indicativas. Pero ello no implica, como piensa sultas de una deliberación y por lo general con alguna anticipación res-
Raz, que no quepa dar cuenta del cuadro resultante si no es mediante pecto al momento de la acción (de manera que la decisión no preceda
el recurso a la noción de razones (de segundo orden) para no actuar inmediatamente a la acción, sipo que medie entre ambas un cierto lap-
por otras razones (ordinarias o de primer orden), es decir, de «razo- so). Pero en su opinión el concepto de decisión queda desdibuja do a
nes excluyentes». De hecho, las reglas indicativas no son en absoluto menos que se añada a los anteriores un rasgo suplementario: las deci-
«reglas» en el sentido preciso que Raz atribuye a este término: recuér- siones son ellas mismas razones, y ello en el doble sentido de ser por
dese que para Raz una regla ha de estar justificada por «consideracio- un lado razones -«de primer orden»- para realizar la acción decidi-
nes últimas o más fundamentales» (que se supone que en este caso se- da y por otro razones -«excluyentes»- «para no tomar en cuenta ra-
rían precisamente la incertidumbre o la existencia de costes de deci- zones y argumentos adicionales» (399). Por consiguiente -y siempre
sión) y que, una vez justificada por ellas, la regla misma es una razón, a juicio de Raz- habría una importante analogía entre normas y de-
tanto para realizar cierta acción como para no tomar en cuenta otras cisiones: tanto aceptar una norma como haber tomado una decisión im-
razones, o, lo que para Raz viene a ser lo mismo, para no actuar se- plicarían que el agente cree que tiene una «razón protegida» válida,
gún lo que resulta del propio juicio acerca de los méritos del caso. con la única diferencia de que la norma sería una razón protegida para
!Pero yo diría que ésa no es una buena descripción de la situación. Lo clases de casos, mientras que la decisión sería una razón protegida para
\que el agente puede tener son razones para no confiar en su evalua- un caso concreto (400).
ción de los méritos del caso' es decir' razones para creer que las infor- Raz enfatiza de todos modos la diferencia -en la que, como vi-
_,Anaciones que maneja en su deliberación como razones auxiliares son mos, también había insistido al presentarnos su concepto de regla- en-
1
incompletas o erróneas. En esas condiciones una regla indicativa re-
sulta ser la mejor guía práctica de que dispone. Pero resultaría del todo
inapropiado afirmar que la regla indicativa es «una razón para no ac- (399) PRN, pp. 65-66.
tuar según lo que resulta del propio juicio acerca de los méritos del (400) Michael Detmold, que suscribe un análisis del concepto de decisión similar al
caso», porque en esa situación el juicio propio consiste precisamente de Raz, afirma en esta misma línea que «se podría decir, en sentido lato, que las reglas
son decisiones de clases de casos»; cfr. M.J. Detmold, The Unity of Law and Morality.
en tener la certeza de que no se sabe -o, como mínimo, en no tener A Refutation of LegalPositivism (London/Boston/Melbourne: Routledge & Kegan Paul,
la certeza de que se sabe- qué resulta de los méritos del caso. Por el 1984), p. 66. Sobre este paralelismo, vid. ahora «Rethinking Exclusionary Reasons»,
contrario, cuando el agente tiene razones suficientes para creer que su cit.' p. 194.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tre decir que el agente cr~e que tiene un~ /razón exclu~ente ~álida Y ta de que ésta «era prematura», «tiene ahora a pesar de todo, puesto
afirmar que realmente la tiene: su pretenswn no .es -m ~odna ser- que ha tomado una decisión, una razón excluyente para no reconside-
en modo alguno que cualquier cosa. que uno decid.a constituye verda- rar la cuestión» (403); y ello porque si bien «sólo se debería tomar una
deramente una razón excluyente váhda; lo que sostiene es que no cabe decisi.ón si hay razones suficientes para hacerlo», una vez tomadas
afirmar con propiedad de un sujeto que ha decidido hacer 0 a menos constituyen razones excluyentes «[ ... ] aun cuando se trate de una de-
cisió~ que no se debería haber tomado» (404). Nótese bien que Raz
que él vea su decisión como una razón para no tomar en cue~t~/ ra~o­
nes adicionales a favor o en contra de 0 (401). Tomar una decisiOn Im- no afirma meramente que quien decide ve las cosas de ese modo (lo
plicaría haber alcanzado una conclusión acerca de qué se ha de h~cer que en sí mismo ya sería discutible): lo que sostiene es la idea más fuer-
t~ /de que hay al??na ocasión en que es racional verlas así. En mi opi-
y además haber formado la creencia de que ya es hora de p~ner fin a
la deliberación: el primero de esos dos elementos, en ausencia del se- mon esa pretenswn no es aceptable. Como dice muy gráficamente Mi-
gundo, no bastaría para poder decir que ~l.~ge~te ~a «t/omado una d.e- chael Moore, ~<nuestras propias decisiones no constituyen el ejercicio
cisión». Por consiguiente tomar una decision Imphcana no e~tar dis- de poderes normativos» (405): la decisión de hacer 0 no tiene ni pue-
puesto a considerar más razones o argumentos, a vol~er a abnr la de- de tener por sí misma la virtud de alterar en sentido alguno el conjun-
liberación (402). Raz piensa que en ocasiones esa actitud es ver?ade- to. d~ razones que desde el punto de vista del propio agente puedan
ramente racional (i. e., la decisión constituiría realmente una razon e~­ existir a favor y en contra de 0.
cluyente válida); y que sólo puede decirse que ha «to~ado una deci- Lo que sucede más bien, según creo, es que Raz ha interpretado
sión» de aquel agente que efectivamente tenga esa actitud y, lo s.e~/ o indebidamente, reconduciéndolas al pie forzado de su concepto de «ra-
no en realidad la considere racional (es decir, crea que su decision zón excluyente», al menos do.s clases de situaciones. Es cierto, en pri-
me~ lugar, que a veces es racional no proseguir la deliberación, poner-
constituye una ~·azón excluyente válid~). Sin. ~se elemento se perdería
de vista la diferencia entre «tener la mtencwn de hacer 0» y «haber le fm, aun cuando el agente sepa que puede haber razones para actuar
tomado la decisión de hacer 0», lo que es tanto como decir que s~r~a­ que no ha tomado en cuenta. Es lo que he tratado de explicar hace
mos incapaces de entender el verdadero papel que juegan las deciSIO- un momento al analizar los problemas de incertidumbre y existencia
de costes de decisión. En esas condiciones la racionalidad recomiendi7
nes en el discurso práctico. . . . ./.
La tesis de Raz no obstante, tiene algunas ImplicaciOnes dificlles seguir una regla indicativa, de manera que «tomar una decisión» equi-
de digerir. A su jui~io el contenido de una decisión, u~~ vez que ésta va~e ~ntonc~s a concluir que, puesto que no cuenta uno con una guía
se ha tomado, deja de estar expuesto a la conf~ontac.I?n con nu~vas practica meJor, lo que se ha de hacer es lo que dispone una regla de
razones: la decisión constituye el cierre de la dehberacwn y en ca~d.ad esa clase. Pero en esas circunstancias resulta desorientador decir, como
de tal operaría como razón para no tomar en. cuenta razones adicio- hace Raz, que la decisión misma es una razón (406); y más desorien-
nales de las que uno pudiera llegar a ser/ c~nsciente. ?1 probl~ma con- tador aún afirmar que es una razón para no tomar en cuenta otras ra-
siste en explicar de qué modo o en que circunstancias podna ser_ ra- zones. Parece más acertado decir que la decisión no es ella misma una__ _
cional para un agente sostener que el .h~cho de haber tomado una d~­ razón, sino que está basada en razones y no es más que la resolución
cisión es una razón para hacer lo decidido aun cuando se repare mas de actuar de conformidad con ellas (o mejor aún: de conformidad con
tarde (y antes de actuar) en que la decisi?n era equivocada. Manten~r una estrategia óptima, aunque no infalible, para actuar según el ba-
a todo trance una decisión previa ostensiblemente errada parece mas l~nce de ra~ones .aplicables al caso aun cuando éste no se tenga a la
bien un ejemplo modélico de irracionalidad pr~ctica. Sin embargo, Y VIsta en su mtegndad). Y que el contenido de la decisión, no siendo
por sorprendente que pu~~~ parecer, Raz s~stlen~ que una persona
que haya tomado una decision, aun cuando caiga mas tarde en la cuen- (403) PRN, p. 68.
(404) PRN, p. 69.
(405) Cfr. Michael S. Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit., p. 855.
(401) PRN, p. 68. (406) PRN, pp. 66 y 71.
(402) PRN, p. 67.
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O
LA ÑORMA TIVIDAD DEL DERECHO

más que la aplicación de una regla indicativa, t~ene el mismo valor que
es tanto como decir que ahora puede ser racional mantener la decisión
ésta en relación con las razones de las que pudiera llegar a tomar con-
aunque en su momento no fuera racional adoptarla. Pero nótese bien.
ciencia con certeza el agente después de adoptar esa resolución: lejo~
no porque· .1~ decisión er:ó~ea sea una razón para no tomar en cuent~
de «excluirlas» o «ser una razón para no tomarlas en cuenta», habra
raz?nes adiCionales. percibidas a posteriori pero que ya entonces eran
que sostener más bien que carece por completo de valor cuando el
aplicables al caso, smo porque está relacionada causalmente con accio-
agente llega a saber con seguridad antes ?~~actuar que. lo que la regla
nes 9ue han alterado los términos originales del problema y han hecho
indicativa de turno -y, con ella, la decision de segmrla- establece
surgir nuevas ra~on~s para actuar (ordinarias o de primer orden, y a
no es en este caso la acción correcta.
las. que por consigUiente -a pesar de Raz- sería inadecuado carac-
Hay un segundo tipo de situación en la que sí ser!a raciona~ man-
te~IZar como «razones para no actuar por las razones» anteriormente
tener una decisión aun a sabiendas de que no debena haber sido to-
existentes: lo que sucede, simplemente, es que pueden prevalecer por
mada, pero no creo que esté estructurada .en !o.s términos que ~~z su-
pes? sobre éstas). La d~cisión en sí misma no es en modo alguno una
pone. Lo que en principio debe hacer un mdividuo que ha decidido 0
razon, y menos una razon para aferrarse a una apreciación errónea de
porque cree que hay razones concluye~tes p~ra 0 (o porque, e~ ~~n­
un problema práctico cuando, permaneciendo éste invariable el agen-
diciones de incertidumbre o ante la existencia de costes de decisiOn,
te cae más tarde en la cuenta de su error; pero el hecho de 'tener to-
sigue racionalmente una regla indicativa que recomienda 0), y que más
mada una de~~sión sí puede ser el motivo por el que se realicen accio-
tarde repara en que su decisión fue errónea, es por supuesto abando-
?es que modifiquen el contexto de la deliberación, haciendo entrar en
nar esa decisión y sustituirla por otra que sea acorde con el resultado
J~~go razo~es .-que pueden resultar ser concluyentes- para una ac-
del verdadero balance de razones aplicables al caso (i. e., aquél en el
c~on que comci.de .con ~1 contenido d~ la previa decisión errada (y que
que sí son tomadas en cuenta las razones adiciona~e.s~ de las que en su
solo por esa comcidencia pueden ser denominadas «razones para man-
momento no fue consciente). En ese caso la decision que el agente tener la decisión»).
toma ahora es justamente la que debería hab~r tom~do e~ su mome~­
to: el problema práctico acerca del que se delibera szgue szendo el mzs-
~e atrevo a conjeturar que estas dos situaciones son las que han
mo y el agente reemplaza su anterior resolución errónea por aquella
de~onentado a Raz. La primera sugiere que un agente no actúa nece-
que actualmente sabe acertada. .. .
s~namente ~e ma~~ra irracional cada vez que resuelve zanjar o poner ~\
fm a una dehberac10n que sabe inconclusa; la segunda muestra de qué )
Pero puede suceder que la situación haya q~~~ado ~odificad~ J~us­
tamente a resultas de la toma de aquella decision erronea: qmza el mo~do las razo.n~~ para actu~r pueden n~ ~~r las mis~as antes y des- {
pues de la decisiOn (aun. no siendo la decision una razon en sí misma). (
agente ha realizado ya ciertas acciones ins~r?~enta~ente enc~mina­
das a la realización del contenido de la decision eqmvocada, o esta se
Pe~o no hace falta acudi: al concepto de razón excluyente para carac-
ha comunicado a terceros y ha generado en ellos determinadas expec-
tenza~ ~decuadam~nte. m~guna de las dos: en la primera nos basta con
tativas, etc. En cualquiera de esos casos se puede haber dado entrada
1~ ~ noc10n de regla IndicatiVa; en la segunda, con reparar en la apari-j
c10n de nuevas razones ordinarias o de primer orden que se añaden al
a nuevas razones que alteran los anteriores términos del problema: balance de las ya existentes.
aunque el agente sea consciente ahora de que la decisión. t?m~~a en
su momento fue equivocada, también lo es de que la modificaci?n de . v) Por fin, un tercer contexto en el que Raz considera imprescin-
la previa decisión errónea entraña actualmente. ~? coste, es decu, de dibl~e el recurs_o ~ la noción de razón excluyente es el constituido por
que han surgido razones para mantener la decision cuyo peso puede fen~me.n?s practicas como la. autoridad o las promesas, que suponen
eventualmente superar al de las razones para modificarla (407). Eso el eJerciciO de P_Oderes normatzvos. Dar órdenes y emitir reglas (en con-
t~xtos .de auto.ndad, no de mera coacción) o prometer son actos ilocu-
CIOnanos me~wnte los cuales se hacen surgir -o, al menos, se preten-
(407) Cfr. D.S. Clarke, «Exclusionary Reasons», cit., p. 253; Ch. Gans, The Con- de hacer surgir- razones para realizar la acción prescrita o prometida
cept of Duty, cit., p. 77.
que no dependen del contenido de la orden, regla o promesa en cues-
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529
JUAN CARLOS BAYON MOHINO
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

. . . 1
tre sus condiciones de posi-
tión. Esos ac~os il~cucwndanos l~C d~ni~;tituciones o prácticas socia- consiste en aclarar cómo y con qué fuerza surgen razones para realizar
bilidad la existencia de etermin~ . a buenas razones para te- una acción determinada por el hecho de haber sido prescrita por una
les (408); y en principio/ ct~be a:7:::~~td~~~:! como ésas. El problema autoridad o prometida por el agente, así como la clase de relación que
ner -y mantener- prac leas
media entre ellas y las razones generales para tener autoridades o para
contar con una práctica como la promesa.
(408) Quizá podría pen~arse que par~ q~~ . , ~ práctica social de ninguna clase:
un su. eto («A») acepte la autoridad de
La respuesta a esas preguntas puede estar concebida con arreglo a
otro («B») no tiene por q~e hac_er fal~~ =~~d~c::epte la autoridad de B, que exista la dos modelos teóricos muy diferentes. De acuerdo con el primero de
que no hace falta que alg~¡en mas en li l , bito en el que ésta se desarrolle- de
práctica social-ya sea mas o menos amd ode a~ ridad Habría que distinguir aquí en-
ellos, que ya he defendido tentativamente en ocasiones anteriores y so-
tratar las prescripciones de ~ corno dota a~ e au ~e vea .las cosas de ese modo (lo que bre el que aún he de volver más tarde, las prescripiciones de la auto-
tre la mera posibilidad fáctica de que a.l~u~ age~ podría ser racional hacerlo, es decir' ridad o las promesas pueden generar nuevas razones de primer orden
obviamente puede suceder) y la pretensl~~ ~ qd~ 'd l (i e no condicionada al hecho que se añaden al balance de las ya existentes a favor o en contra de
. t'f da la aceptaclün m lVl ua . ., 8 4 2)
de que podría estar JUS llca . , autoridad Más adelante (vid. apartado .. la acción prescrita o prometida. La novedad de esas razones, con todo,
de que otros la acepten tarnblen) de una . 'fi :, de la autoridad -con las irnpor-
obablernente la JUStl cac10n . dd es tan sólo relativa: lo que se consigue con el uso de esos poderes nor-
trataré de mostrar que pr . . , ces- descansa en parte en su capaClda e re-
tantes reservas que se expl~clta~~n e;to%onde se sigue con claridad, según creo, que no
mativos es que razones preexistentes para realizar una cierta clase de
solver problemas de coor~l~acl?~' e d ptación es puramente individual. acciones 0 operen ahora como razones -nuevas- para una acción 0'
puede concurrir dicha justlficaclün cuan o su ace . .dera una segunda po- (la acción prescrita o prometida) en la medida en que, supuestos la
d.f t llegaría no obstante Sl se consl existencia y el funcionamiento de la práctica correspondiente, la situa-
A una conclusión 1 eren e se . R refiere: la basada «en el cono-
sibilidad de justi~cac.ión d~ la autondad 6~!~4qu~n :~t!ecaso A considera que ha de ha- ción creada a raíz de la ejecuciq_n de uno de esos actos ilocucionarios
cimiento y expenencla» (v1d. PRN, PP· d). 'l A- no esté en condiciones de va- determina que en esas circunstancias hacer 0' sea una forma de ha-
B d.
1ga ~u
e debe hacer aun cuan o e - b 1
cer lo que ' , 1 balance de razones aplica les a caso, cer 0. La práctica, desde este punto de vista, no es más que un meca-
lorar si la instrucCión de B es correcta ~g~n ~, capacitado para apreciar cuál es la ac-
porque tiene razones para creer 1) que ~1 es2) lo que B le dirá que haga será lo nismo o artificio -consistente en un entramado de conductas y acti-
ción correcta según el balance de razones, y ~~:o (con arreglo a un conjunto de ra- tudes interdependientes- que canaliza hacia acciones determinadas
que haya co~cluido que es correcto hacer =~::e. or apreciación de las razones auxilia- razones preexistentes de índole muy general, y ello en la medida en
zones operativas que amb~s ~omparten y to Jara que esas condiciones queden sa- que su funcionamiento causa o genera expectativas (y disposiciones de
res en juego), y no algo dls~mt.o. Po~ s~~:;t~ ~sfa clase de autoridad de B, de manera conducta acordes con ellas) tales que, una vez generadas y precisa-
tisfechas no hace falta que a g~ued~ ~dasal sería perfectamente racional.
ceptación puramente m 1v1 u . mente porque se han generado, se puede hacer de un tipo de acción
que su a h alido del ámbito de la genuma auto-
Lo que sucede e.s que en este supuesto a~:~~d~d teórica (o, si se prefiere, en el de cualquiera una forma de realizar -o frustrar- aquellos propósitos o
razones generales.
ridad práctica para mternarnos en el de la t .dad teórica» como el propio Raz reco-
la autoridad práctic~ que «Se basa en ~er au ~~1). La diferen~ia fundamental con la au- Siendo algo más explícito puede resultar más fácil entender esta
noce: cfr. La autondad del derecho, Clt., p.. t . nes prácticas de esta clase de au- idea. El funcionamiento regular de una práctica social liga o encadena
'd d , t' radica en que las ms rucclO .d d 1
téntica auton a prac lCa . . d 1 t de vista de quien las da m es e e
toridades teóricas no constituyen (m des. ede pu~.o tes del contenido· la instrucción no multilateralmente las expectativas de conducta y las acciones de una
de quien las recibe) verdaderas razones l~ ~pen letn para hacer o no. hacer lo que aho- pluralidad de individuos, cada uno de los cuales entiende que es ra-
1 e pudieran ex1st1r ex an e fu
añade nada a as razones qu d' n la creencia -que se supone n- cional para él realizar una determinada acción a condición de que otros
. h · antes bien su va1or ra 1ca e n· h
ra se d1ce que se aga, '. d d nte el balance de esas razones. lC o adopten determinadas disposiciones de conducta y, llegado el caso, ac-
dada- de que probablemente refle¡a a ecua at~e azones para creer que en condicio-
túen de acuerdo con ellas. Cuando un entramado de ese tipo existe es-
en los térmmos que aqm ve~g
. , 0 utilizando· A 1ene r .
1 . d' · ( a de que dispone respecto de c1erta e1ase tablemente, la ejecución de ciertos actos ilocucionarios convencional-
nes de incertidumbre la meJor reg a md lbca wh . y como sucede con cualquier regla
. h 1 ue B diga que e es acer>>, , . d
de acc10nes es « az o q d A pueda percibir con clanda que en
indicativa, carece P?,r completo de valor cuan 1~ dice ue debe realizar. En suma, cr~o
un caso dado la acclün corr~cta no es la que B . ;¿autoridad práctica, a diferencia de aquella otra que se basa por completo en ser autoridad teórica, requiere una deter-
que se mantiene la conclusión de que ser una genum
minada práctica social (cuyos contornos precisos están aún por esclarecer).
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

mente definidos altera (normalmente) esa red de expectativas y dispo-


antes de que se formulara la prescripción o se prestara la promesa (y
siciones de conducta: la explicación de cómo y por qué se produce esa
que no son otras que las razones preexistentes para mantener la prác-
alteración no puede ser abordada con detalle ~n este momento, pero
tica, ahora como razones para realizar la acción prescrita o prometida
baste con indicar sucintamente que la creencia de cada uno de que
aquel acto alterará las ex~ectativas y d~sposiciones de conducta de los e~ la me~i~a en que las circunstancias determinen desde el punto d~
VIsta empinco o causal-y la conexión, por tanto, es meramente con-
demás es parte de su razon para modificar 1~~ suyas .. ~1 dato funda-
mental, en cualquier caso, es qu.e esa alt~rac10~ modifi~~ el ~ontexto tingente- que hacer lo segundo es una forma de contribuir a conse-
guir lo primero).
de la deliberación práctica: por eJemplo, si una cierta acc10n ~ e~ aho-
ra -y no lo era antes- la acción que previsiblemen.te re~hzaran los En definitiva, actos ilocucionarios como la formulación de una
demás, si hacer 0' es una forma de hacer o consegmr 0 solo cuando pres~ripción por una autoridad o la prestación de una promesa pue-
todos concuerdan en hacer 0', y si hay razones para 0, ent?nces. ~hora den mvocar o atraer hacia la acción prescrita o prometida razones
hay una razón para 0' que no había antes. Y como la ~!ecuc10~ de preexistentes -algunas de las cuales cabe que sean las razones para
aquel acto ilocucionario es la que ha causado esta alterac10n, decimos mantener la práctica misma-, si bien, como ello depende de circuns-
que ha generado una nueva razón p~ara actua~ ( a~nque seguramen~e tancias empíricas -la efectiva alteración de expectativas y disposicio-
sería más exacto decir que la alterac10n producida mvoca o atrae haci~ nes de conducta, la efectiva incidencia en las perspectivas de continui-
cierta acción razones preexistentes que hasta entonces no eran especi- dad de la práctica ... -, no hay ninguna conexión conceptual o necesa-
ficamente razones para esa acción). ria entre la ejecución de aquellos actos y la generación de las nuevas
A veces, por otra parte, son las razones mismas para tener -:-Y man- razones.
tener- la práctica correspondiente las que. son .~traídas hac~a la ~c­ Sea como fuere, la lógica efe este primer modelo implica que el
ción prescrita o prometida en virtu~ d~~ la eJecuciOn del ~~to Ilocucio- agente que en cada caso particular se pregunta por las razones para
nario de la formulación de la prescnpc10n o de la prestac10n de la pr?- hacer o no hacer lo prescrito o lo prometido debe integrar en un ba-
mesa. Admitamos, por lo menos como hipótesis de trabaj~, 9ue exis- lance global todas las razones a favor y en contra de esa acción, tanto
ten razones para tener autoridades o para contar con. una pra.cti~a como las q.ue dependen ?e~~ contenido (y que como tales existían ya en au-
la promesa. Tampoco parece difícil admitir. que el mcumphmiento de sencm de la prescnpcwn o la promesa) como las que son independien-
las prescripciones de una autoridad ? de las pro.mesas puede socavar tes de él (y que, en su caso, han sido generadas por la prescripción o
la efectividad de la práctica en cuestión (409). SI se acepta qll:e en al-
la pro~esa en la med~da e~~ que a resultas de su formulación haya que-
gunos casos los actos de incumplimiento pueden afectar negati~amen­
dado dispuesta una sltuacwn en que se ha hecho de su cumplimiento
te -aunque sea en una medida muy pequeña- a las expectativas de
una forma de realizar otra acción más genérica para cuya ejecución ha-
mantenimiento de la práctica, entonces, en esos casos, hay razone~ para
bía razones preexistentes). Quizá estas razones independientes del con-
realizar la acción prescrita o prometida que no depend.en de cual ~~a
su contenido y que no existían como razones para reahzar esa acc10n tenido p:evalezcan típicamente sobre las demás -lo que en cualquier
caso esta por ver-, y en ese caso el agente puede ofrecer ordinaria-
mente como_justificación de su. acción 0' meramente el hecho de que
(409) Esta capacidad de afectar causalmente a la pervivencia rnism~ de la práctica se ha pres~nto o se ha prometido 0' en conjunción con un juicio de
no debe ser exagerada o dramatizada: de hecho, es perfe,c~amente ~~sib~e --como en deber del tipo «se debe hacer lo que prescriba la autoridad» o «Se de-
relación con las promesas y combatiendo un argumento clasico d.el ~t~litansm~ de act~s ben cumplir las promesas». Pero estos juicios de deber conforme al
puso de manifiesto hace ya bastante tiempo Ross- que un act? mdividual.de.mcumpli-
rniento se desenvuelva en circunstancias tales que las perspectivas de contmmdad de la an~l!sis que se llevó a c~bo en su momento, expresan ta~ sólo la acep-
práctica no se vean afectadas en lo más mínimo (cfr. W. D. R~ss, The. R~ght and th~ taciOn por parte de qmen habla de razones que las más de las veces
Good, cit., p. 39). Con todo, ha de haber por fuerza actos de ~n~umphm1e~t? que SI hacen que re~ulten finalmente debidos los actos individuales que pue-
minen la práctica misma, ya que obviamente ésta no puede subsistu en condiciones de den ser descnt?s como ca~os de esos actos genéricos (hacer lo prescri-
transgresión sistemática y generalizada.
to por la autondad, cumplir lo prometido) y que típicamente -aunque
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

no necesariamente en la medida en que se trata de una conexión no


' .
analítica o conceptual, sino empírica o causal y p~r t~nto contingen_-
tea por qué ha de hacer lo prescrito o lo prometido le basta con apelar
a la regla correspondient~ (1~ ~egla misma es su razón), cualesquiera--..\
te- concurren en los actos que satisfacen esas descnpc10nes (410). DI- que sean las razones que JUstifican aquella regla y sin tener que plan-
cho con otras palabras: esos juicios de deber (o, si se quiere, esas re-
tearse si en virtud del funcionamiento de la práctica hacer lo prescrito
glas, entendidas como juicios prácticos), lejos de ser razone~ per se, o prometido es o no en este caso una forma de actuar de acuerdo con
no son más que técnicas de presentación de las. razones de pnmer or- aquellas razones generales. La justificación, en suma, operaría en dos
den -independientes del contenido de las ac~10~es presentas o pr~­ tiempos: ciertas razones justifican la regla; y la regla misma justifica
metidas- que típicamente generan las prescnpc10nes de una au.ton- después cada acción particular que se plantea dentro de la práctica. y
dad o las promesas, y por consiguiente tienen ex~ctamente }a misma precisamente la lógica interna de ésta vedaría al agente la considera-
fuerza o peso que ellas (es decir, representan lo mzsmo que estas den-
ción caso por caso de la totalidad de razones a favor y en contra de
tro del balance global de razones de prime~ ord~n, ~n ~1 que, so pena cada acción particular: sólo «entendería» lo que la práctica significa
de incurrir en un doble recuento, sólo cabe mcluu -mdistmtamente-
quien asuma que en el enjuiciamiento de casos particulares ha de
~-laregla o el conjunto de razones cuya existencia expresa ésta sintéti- mitarse a aplicar la regla.
camente, nunca ambos).
~hora bien, como ha señalado Raz, a no ser que incorpore un de-
Esté último punto es el que marca la difere~cia con r~sp~c~o al se- termmado rasgo fundamental este modelo de la justificación en dos ni-
gundo de los modelos teóricos de los que hable en un pnnciplO y que veles puede acabar siendo en el fondo equivalente al modelo anterior
es el que Raz propugna. Este modelo altern~tivo, que des.cansa sobre formalmente distinto, pero con idénticas implicaciones prácticas. E~
la idea de una justificación escindida en dos nzveles, fue delmeado ha~e palabras del propio Raz,
ya bastantes años por autores como Rawls o Hodgson (411) en ~ole­
mica con la explicación que de prácticas como la promesa ofreci~ el «[ s]i las razones para la regla [i. e., las razones que justifican la regla]
utilitarismo de actos. Su propuesta central, en poc~s p~~abr~~' consiste son también razones para la acción acorde con la regla, entonces cier-
en separar conceptualmente las cuestiones de la JUStificaclOn de una tamente el peso de la regla en tanto que razón para la acción es el mis-
práctica y la justificación de una acción particular que cae dentro de mo que el de las razones para la regla consideradas como razones para
ella. Seguramente hay razones para tener autor~dades o para contar la acción acorde con la regla» (412).
con una práctica como la promesa, raz~nes q~e tienen q?e .ver con los
beneficios de orden general que la existencia de la practica depara. O dicho quizá más claramente: si la regla es concebida meramente
Pero decir que hay razones que justifican la práctica equivaldría a de- como la expresión sintética de la existencia de cierto conjunto de ra-
cir que hay razones que abonan la adopción de una regla ~omo «Se zones (las que justifican la práctica, operando como razones para las
debe hacer lo que disponga la autoridad» o «Se deben cumphr las p:o- acciones dentro de la práctica), entonces no posee por sí misma nin-
mesas». Y una vez justificada la regla, la justificación de una acción guna fuerza práctica independiente; su peso es por definición el mis-
particular exigiría tan sólo su identificación como caso. qu.~ cae dentro mo que el de aquel conjunto de razones y, siempre que se evite el
de la regla (i. e., como el cumplimiento de un~ p~e.scnpclOn ?e .la au- error del doble recuento, no hay ninguna diferencia -más allá de la
toridad o de una promesa). Las razones que JUstifican la practica no forma de presentación- entre dos razonamientos prácticos en los que
habrían entonces de ser examinadas ni sopesadas cuando lo que se se empleen como razones operativas, respectivamente, aquel conjunto
plantea es una cuestión interna a la práctica: es decir, a quien se plan- de razones o la regla que sintéticamente las expresa. En ese caso pa-
rece claro que la diferencia entre los dos modelos expuestos se difu-
minaría. Por eso, para que el modelo de la justificación en dos niveles
(410) Sobre la noción de juicios de deber con frecuencia relativa de no contingen-
cia, vid. supra, apartado 7.3.
represente verdaderamente una alternativa respecto al analizado en
(411) Cfr. J. Rawls, «Dos conceptos de reglas», cit.; D. H. Hodgson, Conseqnen-
ces of Utilitarianism (Oxford: Clarendon Press, 1967).
(412) Cfr. J. Raz, «Promises and Obligations», cit., p. 220.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

. -como nos d"Ice Raz- que se explique han de ser sopesadas por el agente dentro de un balance global- la
rimer lugar es preciso . , de.
~ué modo la' regla representa algo más desde el punto de vista practi- práctica misma sería inviable o, en todo caso, incapaz de realizar los
co que las razones que la justifican (cuando actúan como razones para propósitos u ·objetivos que justificarían su misma existencia (414). Así,
por ejemplo, si hacer posible la coordinación de las conductas es uno
la acción conforme a la regla)· r ., . de los objetivos genéricos que justifican la existencia de autoridades,
Ya conocemos la respuesta de Raz a esa dema~da de e~p Icaci~n.
dicha coordinación no sería posible a menos que cada agente entienda
la regla es una razón protegida -a la vez una razon d~ pnmer or ~n
que lo que ha de hacer es actuar no con arreglo a lo que él estime que
una razón excluyente-; en la medida en que la reg a es ~na .r~zo~
ypara 0 no posee mas , fu erza que las razones para 0 que la JUStifican, son los méritos del caso, sino con arreglo a las instrucciones de la au-
toridad. Igualmente, si lo que justifica la práctica de la promesa es po-
ero en la medida en que es además una razón para no ~ctulal: por der contar con un mecanismo convencional que permita identificar
P . fuerza práctica va mas a a que
otras razones en conflicto, su peso o . .f ciertos actos como expresivos de que otro puede contar con que nues-
el de aquellas razones que la fundamentan. ~as razones, que J~Stlic:n tra conducta futura será una determinada (y actuar en consecuencia
una regla son razones para acept~r como vá}Ida una razo~ exc uye~ ~~ con la confianza de que esa expectativa no se verá defraudada), ha-
siendo ésa la clave que explicana «por que _la regl~ s~gu~ la cua d bríamos de reparar en que la generación misma de esa expectativa no
debe 0 [como razón per se] afecta al razonamiento ~ractlco e;n mo o sería explicable -y por consiguiente la práctica no podría cumplir su
distinto ue las razones para la regla cuando son mterpreta as ~om? finalidad- si se entendiera que lo que ha de hacer el promitente lle-
n. (413) Con este elemento clave el modelo de la JUStl-
razones qpara IU» . . . gado el momento es actuar con arreglo a lo que él estime entonces que
ficación en dos niveles retendría su fisonomía pecuhar: ~Ier~~-s r~zones son los méritos del caso, y no siwplemente con arreglo a su promesa.
justifican la adopción de una regl~; pero decir que esta JUS~IICa tu~~ No es mi intención emprender en este momento una explicación
regla no es decir que hay un conJunto de razones -qu~ a reg a ef positiva del funcionamiento y la justificación de estas prácticas capaz
loba o subsume y a las que equivale- a sopesar en e~ a ca~o ~ar I- de mostrar de qué modo son posibles sin dar entrada a la noción de
~ular es por el contrario, decir que la regla, como razonen sz mzsma, razón excluyente (415). Me limitaré por ahora a considerar críticamen-
justiÚca ~ada acción partic~l~r que cae dentro de ella excluyendo la de- te la fuerza de este «argumento de la justificación», en el entendimien-
liberación acerca de los mentas del caso. . . to de que si no resulta ser tan contundente como Raz piensa seguirá
Tenemos por tanto dos modelos distintos, en el pn~ero de los cua-_ sin haberse demostrado que hayamos de dar por bueno aquel concepto.
\ les está ausente la idea de una razón excluyente, que JUStamente cons Y me parece, en efecto, que el argumento de la justificación es fá-
l titu e la ieza clave del segundo. Raz cree disponer de un argu~ento cil de enervar. En realidad, su lógica nos lleva bastante más lejos del
", queydemostrana
p , 1a prefen"bl.li"dad de éste último ' que, demostrana
, · en punto al que Raz desea llegar: si cada una de estas prácticas -o el ase-
suma por qué no es posible entender cabalmente fenomenos ~ractlc?s guramiento de los propósitos que las justifican- sólo es posible a con-
como la autoridad o las promesas sin dar entrada al concepto e r~z~n dición de que el agente implicado postergue su propio juicio y se limi-
excluyente. Ese argumento -que podría~os llm_nar «argumen~o ós~to~ te a actuar con arreglo a lo prescrito o prometido, entonces lo que el
justificación»- consiste en afi~mar 9ue si exam~~a~os lo~ prp~cticas argumento exige es que prescripciones de la autoridad y promesas sean
o razones que justifican la existencia de auton a es o , ~ consideradas no ya como razones excluyentes, sino como razones ab-
como la de la promesa comprobaremos que dichos proposltos se ve- solutas (o, lo que viene a parar en lo mismo, como razones excluyen-
rían frustrados a menos que las prescripciones de la autondad o las p~o­ tes «con alcance absoluto») (416); de lo contrario no es posible evitar
mesas sean consideradas como razones excluyentes. De?~ ser(vis as
de ese modo -es decir' si se entiende que meramente ana en o me- (414) PRN, p. 62.
jor: pueden añadir) nuevas razones de primer orden que en cada caso (415) Vid. infra, apartados 8.4.1 y 8.4.2.
(416) Recuérdese que para Raz una razón absoluta es la que no puede ser superada
o desbancada por ninguna otra (PRN, p. 27) y que el alcance [scope] de una razón ex-
cluyente es el conjunto de razones de primer orden que excluye (PRN, pp. 40 y 46), de
(413) Op. cit., p. 221.
537
536
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

la deliberación del agente acerca de qué razones quedan excluidas por en la caracterización. r~ziana de la noción de razón excluyente, que
la prescripción o la promesa y cuáles no y, subsiguientemente, ~uá~ ~s unas veces queda deflmda como «razón para no actuar por una razón»
el peso relativo de las no excluidas y que son adversas a l.a reahzacwn y otras como «razón para no considerar o no tomar en cuenta [disre-
g~rd] otras razones» (417). Cuando se habla de razones para no con-
de lo prescrito o prometido; ni cabe sostener que lo ~acwn~l para el
~Iderar, no hacer_ caso de o no ~tender a otras razones, esa idea puede
agente es postergar su propio juicio acerca de esta deliberación.
Pero tan pronto como se admite esto último -y por supuesto na- mterpretarse o bwn en un sentido que es equivalente al primero («ra-
zon~s par_a no actuar por otras razones») y que conduce en realidad a
die pretende (y Raz tampoco) que las prescripciones de la autoridad
o las promesas hayan de ser consideradas razones absolutas-, vuelve la disol~ción de la especificidad del concepto de razón excluyente -en
a quedar en entredicho la diferencia real del segundo ~odelo c?n res- la medid_a en que de toda razón que prevalece por peso sobre otra
-pecto al primero. Recordemos los términos de la discrepancia: con cabe decir _que ~s una razón para no actuar por esta última -; o bien
en un sentido diferente, que tiene que ver más bien con la delimita-
arreglo al primer modelo, reglas (juicios de deber) co~o «se debe ha-
~ión d~ }o que debe formar parte y lo que debe quedar fuera de la de-
cer lo que disponga la autoridad» o «se deben cumphr las promesas;>
hbe~acwn del a~~nte (o con la actitud que racionalmente ha de adop-
no son más que la expresión sintética del conjunto de razones (de pn-
t~r este en relac10~ con el resultado de la misma), de manera que de-
mer orden e «independientes del contenido») que típicamente co~­
c~r q11:e un agente tiene una razón para no considerar otras razones no
curren para realizar esos actos; la regla meramente reemplaza o susti-
tuye a ese conjunto de razones, siendo su fuerza pr~ctica perfectamen- sigmfica ahora que cuenta con una razón que en su deliberación des-
plaza a otras (ya se califique ese desplazamiento como «exclusión» 0
equivalente al de éste. Con arreglo al segundo, sm e111:bargo, se. pr~­
tende que la regla no ocupa el lugar de esas razones, smo que, JUSti- como «preponder~n~ia»), sin<J más bien que puede ser racional que el
agente no entre siqmera a plantearse en su integridad los méritos del
ficada su adopción por ellas, representa algo más d~sde el punto de
ca_so o que, llegando a planteárselos, no actúe finalmente de confor-
vista práctico al actuar como razón excluyente. Per? si para fiJar su al-
midad con lo que llegue a ser su propio juicio acerca del resultado fi-
cance, es decir, para determinar qué razones de pnmer orde.n excluye nal de esa deliberación ..Por decirlo en los términos que emplea Mi-
y cuáles no, no queda más vía que apreciar por su peso relatiVO l~s r~- chael Moore (418), el pnmero de esos dos sentidos tiene que ver con
: zones que justifican o avalan la regla respecto de t~das la~ demas hi- l~s el~r:zentos que hacen correcta una decisión y con la forma en que el
potéticas razones de signo contrario, entonces la diferencia entre los eJercicio de poderes normativos altera la estructura de esos elemen-
resultados alcanzados por una y otra vía es puramente verbal: el con- tos; el segundo, con cuál es la estrategia o el procedimiento correcto
junto de razones al que la regla equivale con arreglo al primer ~?d~lo para tomar u~a decisión antes y desp.ués del ejercicio de aquellos po-
«prevalece por peso» sobre un conjunto de razones adversas zden~co deres norma~Ivos. Y el problema consiste -a mi juicio- en que el con-
al que, con arreglo al segundo mo?elo, la ~egl.a «excluye». ~onducie~­ cepto de ra~on ex.cluyente resulta superfluo cuando se interpreta en el
do a resultados equivalentes, un simple entena de economia aconseJa pnmer s~ntldo .e znaceptable cuando se interpreta en el segundo.
a mi juicio retener aquel modelo que nos obliga a aceptar un I?enor La diferencia entre estos dos sentidos y las razones que hacen re-
número de entidades conceptuales (lo que es tanto como decir que ch~~able el segu~do d~ ellos pueden resultar más claras trayendo a co-
aconseja prescindir de la noción de razón excluyente). lacwn algunas afirmaciOnes de Raz acerca de la actitud racional de un
Pero el concepto de razón excluyente no es sólo super~uo d~sde agente ante las prescripciones de una autoridad legítima, afirmaciones
el punto de vista teórico. Puede servir. de coartada. para actitudes ur~­ que, de no contar en su descargo con la excusa de haber sido extraídas
cionales desde el punto de vista práctico, lo que sm duda resulta mas de un contexto mucho más complejo y matizado, yo no dudaría en ca-
grave. Ese peligro viene propiciado por una persistente ambigüedad
(417) Esta. ambigüedad ha sido puesta de relieve por Chaim Gans, «Mandatory Ru-
les and Exclus10nary Reasons», cit., pp. 390-392.
manera que una razón excluyente con. alcance abs?luto sería una que excluye todas las (418) Vid. Michael S. Moore, «Authority, Law and Razian Reasons», cit., p. 854.
posibles razones de primer orden de s1gno contrano.
539
538
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

lificar de inquietantes. Por supuesto Raz insiste en que las prescripcio- pósito mismo y la razón de ser de las autoridades consiste en «antepo-
nes de una autoridad no están más allá de toda posibilidad de desafío nerse y ocupar el lugar [to pre-empt] del juicio individual acerca de los
o impugnación, en que puede haber razones no excluidas por ellas méritos del caso» (423).
-i. e., que queden fuera de su alcance en tanto que razones exclu- En mi opinión sólo hay dos sentidos o circunstancias en las quepo-
yentes- que justifiquen no obedecerlas (419). Subrayando este extre- dría aceptarse que es racional actuar de acuerdo con las determinacio-
mo no hace en mi opinión más que recordarnos lo obvio (o lo que de- nes de la autoridad «aunque estén equivocadas». En primer lugar, pue-
bería serlo): que puede haber razones para obedecer a la autoridad, de darse el caso de que las razones a favor de una acción generadas
pero que esas razones no tienen por qué ser las únicas ni las más im- por el hecho de que una autoridad la ha prescrito cambien el resultado
portantes de las que entren en juego en la evaluación de un caso par- del balance: antes de la prescripción -i. e., cuando se consideran to-
ticular, de manera que su fuerza habrá de ser contrastada con la de das las acciones a favor y en contra excepto las invocadas o atraídas
otras de signo adverso (y ya he insistido en que no veo diferencia sus- por la prescripción- había razones concluyentes en contra de su rea-
tancial en presentar ese contraste de sus fuerzas relativas en términos lización; y aunque, por eso mismo, la autoridad «se equivoca» al or-
de «extensión del alcance de la razón excluyente» o de preponderan- denarla, el balance queda alterado al añadir las razones aportadas por
cia, de predominio por peso). Hasta aquí, creo que Raz está manejan- el hecho de haber sido prescrita, de manera que en conjunto hay fi-
do la idea de razón excluyente en el primero de los sentidos apuntados. nalmente razones concluyentes a su favor. En esas condiciones cabe
Pero me parece que salta inopinadamente al segundo de ellos cuan- afirmar a la vez, y según creo con plena coherencia, que es racional
do inmediatamente después (y yo diría que sin hacerse plenamente car- actuar con arreglo a las determinaciones de la autoridad a pesar de
go de la importante reserva o salvedad que acaba de reconocer) afir- que ésta no debía haber ordenado lo que efectivamente ordenó (i. e.,
ma que, «haciendo a un lado» la posibilidad de la presencia de consi- a pesar de que, en ese preciso sentido, sus determinaciones «estén equi-
deraciones no excluidas, vocadas»). Pero a esa conclusión no llega el agente «ciegamente»: an-
tes bien, es precisamente el resultado de analizar la situación «según
«[u]no debe seguir la autoridad con independencia de las propias opi- sus méritos» (según todos sus méritos, es decir, computando también
niones sobre los méritos del caso (esto es, ciegamente). Uno puede for- las razones independientes del contenido de la acción prescrita invo-
marse una idea de los méritos del caso pero, mientras sigamos a la au- cadas por el hecho de haberse prescrito), el juicio global que al agente
toridad, esto es un ejercicio académico que no tiene ninguna importan-
le merece la situación tal y como él la percibe. Quien razona del modo
cia práctica» (420),
descrito no entiende en absoluto que lo racional sea colocar sin más
la directiva en el lugar de su propio juicio, permitir que lo reemplace.
lo que es tanto como decir que para que la autoridad cumpla los pro-
Ni podría aceptar que su propia valoración de los méritos del caso es
pósitos que justifican su existencia los individuos han de COfl:Siderar sus
un mero «ejercicio académico» en el que le está permitido entretener-
prescripciones como «razones para no actuar según el balance de ra-
se siempre que no le conceda «ninguna importancia práctica», es de-
zones tal y como ellos lo perciben, incluso si están en lo cierto» (421),
cir, siempre que no actúe en definitiva con arreglo a lo que de ella re-
que «carece de sentido tener autoridades a no ser que sus declaracio-
sulte. De hecho, es perfectamente posible que aun añadiendo las ra-
nes sean vinculantes incluso si están equivocadas» (422), porque el pro-
zones invocadas o atraídas por la prescripción siga habiendo razones
concluyentes en contra de su cumplimiento (es decir, que el peso de
(419) Cfr., p. ej., La autoridad del derecho, cit., p. 40; The Morality of Freedom,
cit., p. 47.
éstas se contrarreste parcialmente, pero no hasta el punto de cambiar
de signo el resultado final del balance): y en esas circunstancias no
(420) La autoridad del derecho, cit., p. 40 (las cursivas son mías).
(421) PRN, p. 64.
ya he dicho, en que no admita esta reserva: consiste en armonizar coherentemente esas
(422) The Morality of Freedom, cit., p. 47. Ciertamente Raz añade de inmediato: dos series de afirmaciones, lo que, como se verá, no es tan fácil.
«(aunque algunos errores pueden descalificarlas)». Pero el problema no consiste, como (423) Op. cit., p. 48.

540 541
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

autoridad» sea una regla indicativa fiable en alguna clase de situacio-


sólo había a priori razones para que la autoridad n? dictar~ p~es­ nes. Que lo sea o no, dependerá de un análisis complejo (que ahora
cripción que dictó, sino que además ahora, una_ ve: dictada, sigue sien- no .es el momento de llevar a cabo) acerca de la justificación de la au-
do racional no cumplirla. No alcanzo a ver nmgun argumento capaz t?nda~~ Pero en cualqu~er ~aso hay que subrayar que la selección y ar-
de apuntalar la tesis contraria. . ./ t~culacwn de las reglas mdi.cativas no puede ser caprichosa ni arbitra-
En segundo lugar, es posible que la dehberacwn_ del agente se de- na, ~o puede efect~arse «Ciegamente», sino que ha de llevarse a cabo
senvuelva en condiciones de incertidumbre o que existan costes de de- precisamente/ a. partir de un proceso de generalización que toma como
cisión. En esas circunstancias, cuando la autoridad ordena 0, puede base. lo que tlpicamente resulta del balance de razones en clases de si-
que existan razones concluyentes en contra de 0 ~revias a ~a for~ula­ tuacwnes.
ción de la prescripción (i. e., puede que la autondad «e~te equiV~ca­ En suma, sólo en las _co~diciones ya analizadas puede ser racional
da» al prescribir 0) y puede que las razones a favor atrmdas por esta que el agente no entre siqUiera a plantearse en su integridad los mé-
hayan resultado insuficientes para compensar aquellas _razones en con- r~t?s del caso;_ pero n~~ca, ni siquiera entonces, se describe la situa-
tra hasta el punto de cambiar de s~gno el result~?o ~I~al del balance cwn con pr_opwdad diciendo que es racional que un agente no actúe
(i. e., puede que el agente «Se equivoque» tambien si fmalmente rea- de c~nformi_dad con lo que llegue a ser (si llega a tener uno que pueda
liza 0); pero el agente no sabe si realmente las cosas so~ o no de ese ~onsid~:ar fiable) su propio juicio acerca del resultado final de esa de-
modo, bien porque (sabe que) no dispone de inf~rmacwnes c~mple­ hberacwn. La/ sugerencia de que ése sería precisamente el efecto típi-
tas, bien porque una regla indicativa fiable le su_gwre que en circuns- co de/ ~na razon excluyen!e. --:-~ de qu~ puede haber razones excluyen-
tancias como ésa el coste de examinarlas exhaustivamente excede pro- tes ~ahdas- s~pone ~ mi _JUICIO· una JUStificación espuria de compor-
bablemente del beneficio marginal de proceder a dicho examen. Su- tamientos y ~~ti tu des IrraciOnales y puede propiciar, en particular, una
pongamos como hipótesis que en esas condicion~s la mejor regl~ indi- s?brevaloracw~ de la trascendencia práctica de ciertas instituciones so-
cativa de que dispone el agente es «haz lo presento por la autondad»: cialmente efectivas.
en ese caso sería perfectamente racional cumplir lo prescrito no sólo
aunque la autoridad «está equivocada», sino tambi~? a pes~r de que ~9 Recapitulando, creo que puede defenderse la siguiente con-
el agente se equivoca igualmente al reali~~r esa acc10n \e~ aue _de pa- clu~wn gen~ral como resumen de este apartado: los fenómenos com-
radoja de esta última afirmación puede disiparse con faclli?ad SI se re- pleJOS del discurso práctico que Raz caracteriza como razones exclu-
cuerda en qué sentido las reglas indicativas son a la vez VI~culantes 1 yentes. pueden ser r~c~nst~uidos más ventajosamente bien a partir de
falibles). Pero es preciso añadir de inmediato dos advertencias. La P.n- la nocion de «regla m~Icativa», bien como supuestos de generación de
mera, que, como ya se vio al analizar la diferencia entre las reglas m- nue~as razones de pnmer orden (independientes del contenido) que
dicativas y las reglas como razones excluyentes al modo en que las en- s~ /anaden al balance de las ya existentes. Ello demuestra, en mi opi-
tiende Raz, no hay en esto nada que nos autorice a h~bl~r .d~ «actuar mon.' que el concepto de razón excluyente es a la vez superfluo (en la
ciegamente» «colocar la directiva en el lugar del propio JUICIO» o «no medida en qu~ no hay necesidad teórica de aceptar la distinción entre
_actuar con a;reglo al balance de razones tal y c~mo lo perci?e el agen- razones de pr~mer y de segundo orden) y ambiguo (puesto que con él
te incluso cuando éste sabe que está en lo cierto»: recuerdese que s~ ha pretendido esclarecer la estructura de fenómenos heterogéneos).
c~ando el agente «sabe que está en lo cierto», es decir, cuando tiene SI a el~~ se aña~e -como se acaba de mostrar- que una cierta inter-
razones suficientes para saber que su evaluación del balance de razo: p_retacwn del mismo puede hacer pasar como justificadas actitudes irra-
nes es correcta, la regla indicativa carece por completo de valor (y si
cwnales desde el punto de vista práctico, me parece sensato concluir
en unas circunstancias dadas la presunta regla indicativa «haz lo pres-
crito por la autoridad» carece de valor, no me ~ar.e~e. que colocar la
que debemos prescindir de él.
prescripción de la autoridad en el lugar del pr?pio JUICIO P?~da/ ser ep
--modo alguno racional). La segunda advertencia resulta qUiza. aun mas
necesaria: no es posible conceder a priori que «haz lo presento por la
543
542
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

lo que estaríamos diciendo es que consideramos 0 como valiosa en sí


8.3. Razones independientes del contenido: las reglas sociales como
misma, que la razón para hacer 0 tiene que ver con el valor intrínseco
razones auxiliares. del tipo de·acción que es 0. En ese supuesto podríamos hablar de ra-
Desechando por tanto el concepto de razón excluyente, procede zones «dependientes del contenido», puesto que, como dice Hart «en-
ahora continuar y acabar de perfilar, siguiendo la línea que ya había tre la razón y la a~ción existe una conexión de contenido» (42S). Al
('quedado esbozada anteriormente (424), el análisis de la estructura de hablar del ~<~ontemdo» ?e una acción ciertamente estamos empleando
los razonamientos prácticos subyacentes a la aceptación de juicios de una expreswn no excesivamente clara, pero en cualquier caso la idea
deber dependientes de la existencia de reglas sociales. La idea funda- de f?ndo paree~ !ácil de c~ptar: lo que consideramos como razón para
re~hzar una. accwn es precisamente el valor que atribuimos a la acción
mental al respecto es que las reglas sociales intervienen en ellos como
mis~a; o .dic~o con otras palabras: la razón para realizar esa acción
razones auxiliares; y sólo poniendo en claro los detalles de esa estruc-
tura puede alcanzarse una recta comprensión del importante concepto va hgada mtnnsecamente a la clase de acción de que se trata.
En ot~os casos, p~~ el contrario, tendríamos cierto tipo de razones
de «razones independientes del contenido».
para realizar una accwn que no tendrían nada que ver con «la natu-
ral~za o carácter» (429) de dicha acción. En este segundo supuesto es-
i) La idea de razón «independiente del contenido» [content-inde-
pendent] fue acuñada por Hart, hace más de treinta años, para inten- tanamos habl~ndo de una forma indirecta de justificar acciones, pues-
tar expresar con ella uno de los rasgos específicos de las «obligacio- to que apelanamos a razones que no están ligadas intrínsecamente a
nes» frente a la noción genérica de «deber hacer» (425). Más recien- la clase d.e acción justificada. Cuando se ha prometido 0, o cuando\
temente el propio Hart ha vuelto a hacer uso del concepto al presen- una autondad ha ordenado 0, tendríamos una razón para 0 cualquiera \
tar su noción de «razón jurídica autoritativa» (426), y autores como que sea -al menos, se supone, dentro de ciertos límites-la acción a/
Raz, Hacker o Soper (427) lo han acogido como una herramienta par- la que estamos llamando « 0»; esto es, tendríamos una razón para ac- ~ l/
ticularmente interesante a la hora de dar cuenta de la generación de tuar q':l~ no descansa en la evaluación intrínseca o directa de la clase (?t'~
razones para actuar a partir de la existencia de ciertas prácticas o ins- de accwn que sea 0. Y a esa clase de razón podríamos denominarla \
tituciones sociales (o de la ejecución de determinados actos de habla «independiente del contenido», puesto que «no hay conexión directa )
entre la razón y la acción para la cual es una razón» (430). Promesas J
en el marco de las mismas). _
Sintéticamente, la idea que tod6s ellos defienden es la siguiente. o mandatos de u~a autoridad se~ían por consiguiente casos típicos
En el caso central o paradigmático de razón para la acción, cuando de- (aunque no exclusivos) de razones mdependientes del contenido, de ra-
cimos que hay una razón para ejecutar una acción cualquiera- 0--- zones pa~a realizar -en principio- toda clase de acciones sin que és-
tas necesiten t~ner otro rasgo en común más que, justamente, el he-/'
cho de haber sido prometidas, ordenadas, etc. Por tanto, a la hora dtf \
(424) Vid. supra, apartado 8.1. evaluar una acción cualquiera (0), podemos encontrarnos ante muy di- \
(425) Vid. H.L.A. Hart, «Obligación jurídica y obligación moral», cit. [orig., 1958],
pp. 7 y 27. Al hablar de la «opacidad» de las obligaciones John Ladd trataba de desta- versas razones en su favor o en su contra dependientes de su conteni- \1
car una idea similar empleando una terminología diferente: «Al llamarlas "opacas" quie- do, i. e., dependientes del valor o de la falta de valor que atribuimos
ro decir que las obligaciones nos vinculan a acciones con independencia de la naturaleza a 0 en sí misma; pero, al margen de ellas, podrían existir eventualmen-
intrínseca u otras propiedades interesantes de dichas acciones ... » (cfr. J. Ladd, «Legal
te _ra~~nes para 0. independientes de su contenido, razones para 0 que
and Moral Obligation», cit. [1970], p. 16).
(426) H.L.A. Hart, «Commands and Authoritative Legal Reasons», en Essays on existir~an n? en virtud de lo~ méritos intrínsecos del tipo de acción que .
Bentham, cit., pp. 254-255. es 0, smo simplemente en virtud de haberse ejecutado ciertos actos ilo- _/___
(427) Cfr. J. Raz, «Voluntary Obligations and Normative Powers», en Proceedings
ofthe Aristotelian Society, Supp. Vol. 46 (1972) 79-102, p. 95; Id., The Morality of Free-
(428) Hart, «Commands and Authoritative Legal Reasons», cit., p. 255.
dom, cit., p. 35; P.M.S. Hacker. «Sanction Theories of Duty», cit. [1973], pp. 166-167;
(429) Op. cit., p. 254.
Ph. Soper, «Legal Theory and the Claim of Authority», en Philosophy & Public Af- (430) Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 35.
fairs, 18 (1989) 209-237, pp. 217-218.
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544
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

cucionarios -que con .frecuenci~a ~ólo so.n c?nc~ptualme~te posibles cripciones, es decir, puede ser presentado como caso de múltiples ac-
en el marco de determmadas practicas o mstitucwnes socmles- a _los tos genéricos (act-types), y las consideraciones o relaciones que hacen
que se supone capaces de alterar la situación desde el punto de vista adecuada una determinada descripción de un acto individual pueden
práctico. . . .~ ser de muy diversas clases (432). Por consiguiente, todo aquello que
Construida en estos términos, no obstante, la distmcion entre am.- decimos acerca del «contenido», «naturaleza» o «carácter» de una ac-
bas clases de razones tropieza a mi juicio con dos dificult~des: la pn- ción, o de la «clase de acción» que es, es relativo a una determinada
mera tiene que ver con la diferencia entre razones op.er~t;vas Y razo- descripción de la misma. Ello crea la sospecha de que calificar una ra-
nes auxiliares; la segunda, con el problema de la descrzpcwn de las ac- zón como dependiente o independiente del contenido puede ser una
ciones. cuestión de punto de vista. Cuando consideramos valioso algún aspec-
En cuanto a la primera de esas dos dificultades, ha de obser.varse to o propiedad predicable de un acto individual estamos considerando
que, en la forma en que han sido p:esentadas, raz?nes dependient.es que hay una razón (no necesariamente concluyente, como es obvio)
y razones independientes del contemdo son concebidas .com~ do.s dis- para realizarlo, lo que implica que, presentado como caso del acto ge-
tintas clases de razones operativas. Pero esa presunta simetna resulta nérico o clase de actos de la que son miembros todos los actos indivi-
engañosa. El haber prestado una promesa, la emisión de un mandato, duales con esa misma propiedad -i. e., bajo esa descripción del acto-:-
cualquiera en suma de los ejemplos que se nos propo~en como razo- la razón en cuestión es por definición «dependiente del contenido» de
nes independientes del contenido (431), son pura y .simplement~ he- aquél. Pero por supuesto es trivialmente verdadero que esa misma ra-
chos. Pero los hechos, como ya se ha repetido en diversas ~caswnes zón puede desconectarse o aparecer como «independiente del conte-
a lo largo de este trabajo, no pueden constituir razones operativas para nido» del acto cuando éste e&-presentado bajo otra descripción dife-
actuar: pueden, eventualmente, ser tomados en cuenta en. los raz~na­ rente (a saber, como caso de un acto genérico o clase de actos para
mientos prácticos como razones auxil~ares, per? en ese c~so necesitan pertenecer a la cual no es relevante la concurrencia de aquella propie-
por definición del concurs~ de una razon ope~atiVa que ~ctue ~o~o pre- dad que se reputaba valiosa).
misa mayor del razonamiento y que les de relevancia practica. E~ En mi opinión, de todos modos, lo que sugieren estas dos obser-
suma: las «razones dependientes del contenido» son razones oper~ti­ vaciones críticas no es tanto que deba prescindirse del concepto de ra-
vas y pueden constituir razones coml?letas para actuar; las «razones m- zones independientes del contenido o de la distinción misma entre una
dependientes del contenido» (o meJor: lo que se nos ha prese~tado y otra clase de razones, sino más bien que hay que proceder a una cier-
como tal, es decir, promesas, mandatos, etc.),. por contra, se~an. en ta corrección o redefinición de su sentido. En concreto, la tesis que
todo caso razones auxiliares, no razones operativas, y por consigmen~ quiero defender puede descomponerse en estas dos afirmaciones: en J
te nunca pueden constituir razones completas para actuar·. Son, por a~I primer lugar, que cuando sostenemos que existe una razón para 0 (una
decirlo, ingredientes de razonamientos prácticos necesanamente mas acción cualquiera), ello implica siempre -a pesar de la primera im-
complejos. presión en contrario que quizá puedan producirnos supuestos como la
En cuanto a la segunda dificultad, creo que hablar ?e
«la natura- formulación de promesas, mandatos de una autoridad, etc.- que con-
leza o carácter» de un acto (individual) o de su «contemdo» -y hacer sideramos valioso (433) algún aspecto o propiedad predicable de 0 (y
de esas nociones la base para la distinción entre do.s. clases de raz.o- si no siempre lo apreciamos así de forma inmediata se debe a que, por
nes- como hacen Harto Raz, resulta muy poco clanflcador. No exis- las razones que sea, pensamos en 0 bajo una descripción que no in-
te alg~ que pueda ser llamado «la» descripción. «natural»~ d~ una ac-
ción: todo acto individual (act-token) es susceptible de multiples des-
(432) Vid. en A. Goldman, A Theory of Human Action, cit., pp. 20 y ss., la idea
de «generaciones de nivel» como conceptualización y clasificación de esas diversas cla-
(431) A juicio de Raz -The Morality of Freedom, cit., pp. 35-37- serían r~~ones ses de consideraciones o relaciones.
independientes del contenido los mandatos, las promesas, las amenazas, las petlcwnes (433) Instrumentalmente valioso, prudencialmente valioso o moralmente valioso, en-
o súplicas, etc. tendiendo todos estos términos tal y como fueron anteriormente definidos.

546 547
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

duye en su connotación esa propiedad); y, en segundo lugar, que a pe- 0' = «circular por el lado izquierdo de la calzada (en el sentido de
sar de ello hay una distinción interesante que establecer en atención a . la marcha) en una carretera de dos direcciones»
la diversidad de los requisitos que, según los casos, han de concurrir
para que ese aspecto o propiedad sea efectivamente predicable de 0. será describible además como
Por supuesto esa distinción es la que en todo momento se ha preten-
dido aprehender a través de la contraposición entre razones depen- 0 = «crear un peligro evitable para la integridad física de terceros»
dientes y razones independientes del contenido: pero si la primera de
estas dos afirmaciones es correcta, la diferencia se habría trazado de si (y sólo si) como cuestión de hecho es esperable que los demás -y
un modo inadecuado. Trataré de explicar todo esto con mayor deteni- señaladamente, como es obvio, quienes avanzan en dirección contra-
miento. ria- circulen por su derecha, lo que, en hipótesis, podría ser el caso
Hablando en términos formales o abstractos, muchos razonamien- bien porque el grupo social al que se hace referencia ha generado es-
tos prácticos repiten esta estructura (o constituyen variantes o desarro- pontáneamente una convención en ese sentido (y es esperable que los
llos más complejos de este mismo núcleo básico): demás la sigan) o porque ésa es la conducta prescrita por una autori-
dad (y además es esperable que el resto de los individuos obedezca di- _.J
1) es valioso (i. e., hay una razón para) 0 (siendo 0 o bien una ac- cha prescripción). En ausencia de esas circunstancias contingentes eÍ
ción o bien un estado de cosas) acto individual en cuestión no es describible en modo alguno como 0
2) dadas ciertas circunstancias contingentes, hacer 0' es una forma
(bien porque no se crea peligro, como sería el caso si la convención o
de hacer o producir 0
. · . 3) dadas dichas circunstancias, es valioso (i. e., hay una razón pa- prescripc.ión tuviese el con.tenido alternativo -«circular por la izquier-
ra) 0' da>>-, bien porque el peligro que se crea no es evitable, que por su-
puesto es lo que sucedería si no hubiese ninguna clase de convención
Esas «circunstancias contingentes» pueden ser desde luego de muy ni prescripción al respecto), aunque sin duda, entre otras muchas des-
variada índole. En algunas ocasiones puede tratarse simplemente del cripciones igualmente posibles, puede seguir siendo descrito como 0'.
hecho de que en el marco de las circunstancias existentes la acción 0' En un supuesto como el aludido partimos de la base de que, desde el
es causalmente eficaz para producir 0 (entendido en este caso como punto de vista de quien habla, no hay en principio ninguna razón pa-
un estado de cosas valioso). Pero en otros casos no se trata de una re- ra 0', es decir, las características o propiedades que han de concurrir
lación causal: de lo que se trata es de que cierto acto individual o su en un acto individual cualquiera para poder describirlo como 0' no nos
resultado -no su consecuencia (434)- admiten la descripción 0'tanto hacen considerarlo valioso (ni disvalioso, en cuyo caso se estaría di-
si se dan esas determinadas circunstancias contingentes de las que es- ciendo que hay una razón para su omisión). Pero la existencia de un
tamos hablando como si no, pero sólo admiten la descripción 0 cuan- cierto cónjunto de circunstancias contingentes, como razón auxiliar,
do efectivamente se dan. determina la aplicabilidad al acto individual en cuestión de la razón
Una vez más, el recurso a un ejemplo seguramente trivial puede operativa que, se den o no dichas circunstancias, se considera que exis-
servir para ilustrar una idea general que a mi juicio no lo es en abso- te para 0: esto es, determina que dicho acto sea además describible
luto. Un acto individual (435) que pueda ser descrito como como 0, de manera que la existencia de esas circunstancias atrae o in-
voca hacia él la razón que se reconoce que existe para 0 (y que, en
(434) Utilizo los términos «resultado» y «consecuencia» en el sentido ya clásico de ausencia de dichas circunstancias, no era específicamente una razón
von Wright: cfr. Norma y Acción ... , cit., pp. 56-57. Exactamente con el mismo signifi- para el acto individual del que estamos hablando, i. e., era una razón
cado los emplea también Anthony Kenny, «<ntention and Purpose in Law», en para realizar una clase de actos de la que este último no era miembro).
R.S. Summers (ed.), Essays in Legal Philosophy (Oxford: Blackwell, 1968),
pp. 146-163, p. 150.
dad (cfr. von Wright, Norma y Acción ... , cit., pp. 58-59); pero en este momento se pue-
(435) En puridad el ejemplo que propongo no constituye un acto, sino una activi- de prescindir de esa complicación sin mayor inconveniente.

548 549
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

En el ejemplo utilizado ya se contiene una indicación de lo diver- un tercero, éste me ha pedido que haga 0 y atender su petición (i. e.,
sas que pueden ser esas «circunstancias contingentes» que se toman en hacer 0) es una forma de complacerle, entonces tengo una razón para
cuenta en un razonamiento práctico con la estructura que se acaba de hacer 0. O que si tengo una razón para no defraudar las expectativas
describir. En supuestos relativamente simples puede tratarse meramen- de otro acerca de mi conducta, suscitadas por actos con los que preci-
te de la existencia de una regla social, o de la ejecución de un acto de samente 1~ he dado a e~tender que puede contar con que mi conducta
habla informal, como sucede cuando se ha formulado una amenaza, f~tura sera un~ determmada; le he prometido hacer 0; dado el signi-
l-una petición, un ruego, etc. (436) En otras ocasiones podemos encon- f~cad~ conv~ncwnal de ese acto en el marco de una cierta práctica so-
/ trarnos ante fenómenos estructuralmente más complejos, como ocurre cial, el considera que puede contar con que haré 0; y, por consiguien-
¡ con la ejecución de actos de habla formales que presuponen la exis- te, no hacer 0 es una forma de defraudar esa confianza, entonces ten-
J tencia de una regla o práctica social (caso de las promesas) o incluso go un~ razón para .hacer 0. O, por ejemplo (437), que si, dada una
\ de actos de habla formales que presuponen la existencia de reglas cre8- tern~tiV~ entre vanos cu:sos de conducta posibles, tengo -y todos los
\ das mediante la ejecución de otros actos de habla formales que presu- d~I?_ as tienen- una razon para seguir uno cualquiera de ellos a con-
ponen a su vez, en último término (pasando eventualmente por una diciOn de que todos los demás lo sigan también (es decir, si hacemos
pluralidad de eslabones intermedios), la existencia de una regla social fre.nte a u~ problema de coordinación); existe una autoridad, lo que
(como sería el caso de la edicción de una norma por una autoridad ha- q.mere decir que, como cuestión de hecho, es efectiva la práctica so-
ciendo uso de la competencia que le confiere otra norma dictada por cial de reconocerla como tal; esa autoridad ha ordenado que, entre
otra autoridad superior y originaria que es tal en virtud de la existen- aquellos cursos de conducta posibles, todos sigan precisamente 0; ten-
' cia de una regla o práctica social de reconocimiento). Pero, sea cual go r~zo~es para creer que a resultas de ello los demás harán 0; y, por
-----sea su nivel de complejidad, lo que quiero destacar es que en mi opi- consigmente, hacer lo prescrito por la autoridad (o sea, hacer 0) es
nión todos los ejemplos que Harto Raz nos proponen como casos de una for~a de resolver ese problema de coordinación, entonces tengo
_/<:razones independientes del contenido» -y alguno más, como sucede
\
1
una razon para hacer 0.
'~;;r:-con lo que he venido llamando juicios de deber dependientes de la exis- Lo que se pone de manifiesto en estos ejemplos es que la petición,¡
' tencia de una regla social- pueden y deben ser reconducidos en últi- la promesa, el ma~dato ... son parte de la razón que tengo en cada caso 1
mo témino a la estructura básica descrita. Y a mi juicio hay varios pun- pa;a hac~r lo pedido, prometido, ordenado ... Ceteris paribus, no ten- \
tos de interés sobre los que conviene llamar la atención en relación dna en mnguno de esos supuestos una razón para hacer 0 de no haber '¡

con cualquier forma de razonamiento práctico -desde las más simples existido la petición, la promesa o el mandato. Pero son sólo parte de ·
hasta otras potencialmente muy complejas- que comparta esa estruc- esa razón: la razón completa no es (por definición, no puede ser) el he-
tura básica. c~o de que se ha pedido, p~ometido u ordenado; la razón completa re-
En primer lugar, resulta inapropiado afirmar sin más que la peti- side en qu~ por haberse eJecutado esos actos ilocucionarios y por la
ción es la razón para realizar la acción pedida, que la promesa es la c?ncurrencia de otras circunstancias igualmente contingentes (por
razón para realizar la acción prometida, que el mandato de la autori- e}emplo: q~e la prome~a haya sido tomada en serio por su destinata-
dad es la razón para realizar la acción ordenada, etc. Lo correcto no, es decu,. 9ue efe~t~van:e?te haya suscitado las expectativas para
-aunque se trate de formas de expresión sumamente alambicadas que, cuya generacwn se utlhza tlpicamente el mecanismo convencional de
por eso mismo, corrientemente ceden su sitio en la comunicación co-
loquial a esos otros modos de hablar mucho más sencillos pero en ri- (437) No presupong? ~quí ninguna tesis determinada acerca de la justificación de
la autondad y, por cons1gmente, tampoco que la resolución de problemas de coordina-
gor inexactos- sería decir que si tengo una razón para complacer a ción sea una justificación adecuada de la misma o la única posible. De todo ello me ocu-
po más_ adela~te (apartado 8.4.2). Por ahora sólo pretendo mostrar, a título de ejem-
plo, cual podna ser eventu~lmente la estructura íntegra de un razonamiento práctico que
(436) Sobre la distinción entre actos de habla formales e informales vid. supra, nota tomara en cuenta, necesanamente como razón auxiliar, el hecho de la emisión de un
47 de esta parte II y el texto al que acompaña. mandato por una autoridad.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

la promesa; o que efectivamente existan razones para creer que el man- to que pueden no ser ni siquiera eso) razones auxiliares, ingredientes
dato de la autoridad será seguido por los demás), ahora hacer lo pe- de razonamientos prácticos necesariamente más complejos.
dido, prometido, ordenado ... es una forma de -o puede ser descrito Si tenemos presente cuál es la estructura de esos razonamientos po-
también como- hacer otra cosa que se reputaba valiosa de antema- dremos entender además, en segundo lugar, por qué sugerí antes que
no (438). Por consiguiente, no sólo no constituyen razones completas, la calificación de una razón como «dependiente» o «independiente»
sino que es perfectamente posible -pero, como mínimo, los términos del contenido, entendiendo estos conceptos en la forma en que Hart
en los que Hart o Raz se expresan no ayudan a percibirlo con clari- o Raz los han definido, es siempre relativa a una determinada descrip-
dad- que hayamos prometido 0, o que una autoridad haya ordenado ción de las acciones; o dicho con otras palabras: que hay razones para
0 y que, a pesar de ello, no tengamos ninguna razón_ en ab~oluto P.ara realizar una acción que podrían ser calificadas alternativamente de uno
,..-0 (439). Creo que todo ello explica qué es lo que qmse decir antenor- u otro modo dependiendo de cuál sea la descripción de esa acción que
1
\ mente al afirmar que lo que Hart o Raz nos presentan como «razones tengamos en mente. Volvamos al esquema simplificado del que me ser-
1 independientes del contenido» -es decir, peticiones, promesas, man- ví con anterioridad: suponemos que hay una razón para 0, que dadas
datos ...- no son razones operativas, sino sólo (eventualmente, pues- ciertas circunstancias contingentes hacer 0' es una forma de hacer 0 y
que, por consiguiente, como esas circunstancias concurren efectiva-
mente, hay una razón para 0'. En esas circunstancias -sólo en ellas
(438) Por eso me parece que Raz se equivoca doblemente cuando ~firma -en «Vo- y pr~cisamente en virtud de ellas- toda acción individual describible
luntary Obligations and Normative Powers», cit., p. 95-, tras caractenzar los mandatos como 0' es también describible como 0 (aunque ciertamente no a la in-
de una autoridad como «razones independientes del contenido», que 1) las razones para versa), de manera que si nosrpreguntamos por el caracter -depen-
obedecer esos mandatos -desde su propio punto de vista, razones entonces para actuar
por otras razones- pueden ser a su vez, indistintamente, independientes del contenido
diente o independiente- de la razón que en esas condiciones tenemos
(por ejemplo, mandatos de una autoridad superior ordenando que se haga lo que orde- para realizar una de esas acciones individuales la respuesta parece ser:
ne la autoridad inferior) o dependientes del contenido (por ejemplo, que hacer lo que descrita como 0'' la razón para realizarla es independiente de su con-
la autoridad ordena «tendrá en conjunto las mejores consecuencias»); pero que 2) ésa tenido (puesto que no tendría nada que ver con «la naturaleza o ca-
es en todo caso «una cuestión aparte» [a separate question]. Y digo que se equivoca do- racter» de 0', es decir, puesto que no consideramos «intrínsecamente»
blemente porque, en primer lugar, suponer que la pregunta por las razones para obe-
decer un mandato constituye «una cuestión aparte» equivale a suponer, erróneamente, valiosa ninguna de las características o propiedades que han de con-
que el mandato constituye por sí mismo una razón operativa (si se repara en su carácter currir en una acción individual para poder describirla como 0'); por el
de razón auxiliar, la pregunta por la razón operativa que, junto a ella, integra una razón contrario, descrita como 0 -lo que, dada la existencia de esas circuns-
completa, no es en modo alguno una cuestión aparte); y, en segundo lugar, porque una tancias contingentes, es ahora igualmente posible-, la razón para rea-
r- vez percibido con claridad el carácter de razones auxiliares de promesas, mandatos, etc.,
lizarla h~ de ser calificada como dependiente del contenido (puesto
\ creo que se entiende con facilidad que la cadena de premisas necesarias para justificar
,\\ una acción siempre tiene que contar en su extremo -utilizando los términos como lo que consideramos a toda acción describible como 0 valiosa «en sí mis-
hace el propio Raz- con una «razón dependiente del contenido», por más que sus es- ma», ésto es, puesto que entendemos que la razón para realizarla va
¡ labones intermedios puedan ser una pluralidad de sucesivas «razones independientes del
¡ ligada intrínsecamente a «la clase de acción» que es 0). /-
l contenido» (mandatos de obedecer otros mandatos ... de realizar ciertas acciones). Es más, en mi opinión todo lo expuesto sirve de respaldo a otra
"- (439) La idea de que habiendo prometido 0 uno puede no tener ninguna razón en de las tesis anticipadas: que cuando sostenemos que hay una razón
absoluto para hacer 0 puede resultar difícil de aceptar a primera vista (más, desde lue-
go, que la idea, que me parece intuitivamente aceptable, de que habiendo ordenado 0 para realizar una acción cualquiera, ello implica siempre que conside-
una autoridad puede no haber a pesar de todo ninguna razón para 0). Su aceptabilidad ramos valioso algún aspecto o propiedad predicable de ella. Fenóme-
depende, como es obvio, de la de una cierta tesis acerca de la justificación de la obli- nos como las promesas, mandatos, etc. parecen sugerir lo contrario,
gación de cumplir las promesas que ya he apuntado anteriormente (vid. supra, apartado pero creo que las consideraciones ya expuestas ayudan a disipar esa
7.3), pero que sólo desarrollaré por completo más adelante (apartado 8.4.1). En cual- apariencia. Cuando pensamos en las razones para cumplir una prome-
quier caso, el mero hecho de haber prestado una promesa o de haberse formulado un
mandato por una autoridad sí podría constituir una razón indicativa (vid. supra, nota sa o un mandato de una autoridad tendemos intuitivamente a pensar
180 de esta parte II y el texto al que acompaña). en las accciones correspondientes bajo una determinada descripción, a

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

saber, en términos del contenido de la promesa o mandato (por ejem- ese fenómeno- lo que procede es corregir o redefinir su sentido. En
plo, se ha prometido «volver dentro de dos horas»; se ha ordenado concreto, me parecen útiles las siguientes definiciones estipulativas:
«circular por la derecha»). Y, bajo esa descripción, obviamente parece
que las razones para cumplir la promesa o el mandato no tienen nada Un~ razón par~ ~ct.ua~ ~uede ser calificada como independiente del
que ver con la naturaleza de la acción prometida u ordenada, nada que contenzdo de la ac~wn mdivid~al 0 para la que es una razón si y sólo si:
ver con la asignación de valor a alguna de las características o propie- a) es una razon para realizar cualquier acción individual describi-
dades que ha de reunir un acto individual para poder ser descrito de ble como caso del acto genérico P
ese modo. Pero lo que la argumentación desarrollada anteriormente b) la acción individual 0 es describible como caso del acto genéri-
ha puesto de manifiesto es que o bien, dadas una serie de circunstan- c.o P en la medida en que existan ciertas circunstancias contingentes (que
tle~en que ver, ~ntre .~tras cosas, c~n la existencia de reglas o prácticas
cias contingentes entre las que se incluye la formulación de la promesa sociales y/o la eJe~ucwn d~ determmados actos ilocucionarios), lo que
o del mandato, las acciones que satisfacen la descripción correspon- es tant? como de~Ir que m~guna de las descripciones posibles de 0 en
diente al contenido de éstos pueden ser descritas además como accio- ausencza de esas circunstancias (Q, R ... ) está conectada analítica 0 con-
nes de una clase que consideramos valiosa (es decir, de una clase tal ceptualmente con P,
que la pertenencia de un acto individual a la misma viene determinada
por la concurrencia de una característica o propiedad que se reputava- y correlativamente
liosa); o, de lo contrario, el mero hecho de haber ejecutado determi-
nado acto ilocucionario (o de que existan determinadas reglas o prác-
Un~ razón par~/ ac~ua: yuede ser calificada como dependiente del
ticas sociales) no supone ninguna clase de razón para actuar. De ello conterudo de la a~cwn mdivi~ual 0 para la que es una razón si y sólo si:
se sigue -y era lo que se trataba de demostrar- que sostener que a) es un razon para realizar cualquier acción individual describible
hay una razón para realizar una acción implica siempre que considera- como caso del acto genérico P
mos valioso algún aspecto o propiedad predicable de ella (aunque en b) 1~ acción individual 0 es describible como caso del acto genéri-
ocasiones se trate de una propiedad predicable de ella sólo en la me- c? P con zndepend~ncia de la existencia de cualquier regla o práctica so-
dida en que existan determinadas circunstancias contingentes entre las cial o de la eJecución de cualquier acto ilocucionario.
que se cuentan la formulación de una promesa, mandato, etc.).
Ahora bien, si las «razones independientes del contenido» no sólo Defini~a en ~stos términos, la noción de «razones independientes
pueden ser descritas alternativamente como razones dependientes, sino del contemdo» tlene un alcanc~ más amplio que el que le atribuyen
que además tienen que poder ser descritas también como tales si es que Hart o ~az, puesto que se aphca no sólo a las razones para realizar
realmente existen, entonces la distinción entre ambas clases de razo- u::a acci~n que se g~neran a partir -entre otras cosas- de la ejecu-
nes, en la forma en que Hart o Raz la han presentado, se difumina c~~n de ciertos actos ilocu~ionarios (promesas, mandatos ... ), sino tam-
hasta un punto que hace dudoso su interés. Como a pesar de ello la b.Ien a las ~azones deJ?endientes /~e.la mera existencia de una regla so-
existencia de circunstancias o mecanismos que atraen o invocan para Cial. Es mas, en realidad el anahsis de éstas ha de preceder concep-
ciertas acdones razones que -en ausencia de los mismos- no lo son tualn:ente al de aq~éllas, puesto que la prestación de una «promesa»
específicamente para esas acciones (y que eventualmente podrían atraer o ~a 1de~ de que qmen o;d~na algo es una «autoridad» presuponen la
o invocar igualmente esas mismas razones hacia otras acciones no sólo existenci~ d.e reglas o p:actlcas sociales. En el resto de este apartado,
distintas , sino incluso opuestas) parece un fenómeno suficientemente por consigUiente, tratare de completar la descripción, ya en buena par-
importante, cuya relevancia no debe quedar oscurecida en el análisis te adelantada, de la .estru~tura de los razonamientos prácticos que to-
del discurso práctico, entiendo que más que abandonar por trivial la man .en cuenta la existencia de reglas sociales. Sobre esa base -y as-
distinción entre razones dependientes e independientes del contenido cendi~ndo algunos peldaños más en lo que a su nivel de complejidad
-cuyo propósito, justamente, no era otro que el de tomar en cuenta se refiere-, me ocuparé en el próximo apartado de la de los razona-
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

mientos prácticos cuya conclusión es dependiente de la formulación de para disipar un equívoco. Como ya se ha visto anteriormente (442), es
promesas o de prescripciones por parte de una autoridad. perfectamente posible que los miembros de una comunidad coincidan
en suscribir un mismo juicio de deber sin que la aceptación por parte
ii) Para entender el papel de las reglas sociales en los razonamien- de cada uno de dicho juicio esté condicionada al hecho de aquella coin-
tos prácticos puede ser útil introducir la distinción, sugerida ya por cidencia; y en un grupo en el que ocurra tal cosa tiene sentido afirmar
Warnock o Gans (440), entre los conceptos de «razones para la acción que existe una regla social con ese contenido. Podría pensarse enton-
que constituye el contenido de la regla», «razones invocadas por la re- ces que cada uno de los miembros del grupo, precisamente en la me-
gla» y «razones para tener una regla». El significado de los dos prime- dida en que acepta ese juicio de deber, ha de estimar por necesidad
ros es fácil de captar y en gran medida ya nos es conocido: existiendo que cuenta con «razones para tener esa regla social». Por supuesto ello
una regla social según la cual «los S deben hacer 0 en las circunstan- es trivialmente verdadero si lo que se quiere decir es simplemente que
cias C», son «razones para la acción que constituye el contenido de la todo el que suscribe una razón como dominante sobre las meramente
regla» todas aquellas que tenga un sujeto S para hacer 0 en las cir- prudenciales prefiere por definición un mundo donde todos aceptan
cunstancias C, tanto las que tendría igualmente aunque esa regla so- esa razón y actúan de acuerdo con ella a otro en el que sucede lo con-
cial no existiera como aquellas que tiene precisamente porque existe trario. Pero deja de ser verdadero si la idea de «razones para tener
y sólo en la medida en que existe. A éstas últimas es a las que se hace una regla social» se toma en el sentido preciso que he presentado an-
referencia al hablar de «razones invocadas por la regla». Los conjun- teriormente, ya que en la hipótesis planteada cada individuo tiene exac-
tos que forman una y otra clase de razones pueden ser o no coexten- tamente las mismas razones para actuar tanto si se da el conjunto de
sivos: es posible que un agente tenga una pluralidad de razones para condiciones de hecho que pe1:,miten afirmar que la regla social existe,
la acción que constituye el contenido de la regla y que, entre ellas, como si no se da. Por consiguiente, en el sentido que aquí me intere.:.·--·-7
unas sean invocadas por ésta y otras no; pero también lo es que sólo sa, al hablar de «razones para tener una regla social» se está hablando J
tenga razones invocadas por la regla (de manera que si ésta no exis- de razones que se tienen en determinados contextos de interacción para
tiera no tendría ninguna razón en absoluto para realizar esa acción) o modificar esos contextos (si se quiere, para «salir de ellos»), de mane-
que, a pesar de que como cuestión de hecho exista la regla social, to- ra que en la situación resultante de esa modificación se tengan razones
das sus razones para realizar la acción que constituye el contenido de para actuar que no se tenían antes. Probablemente el caso paradigmá-
ésta sean independientes de ese hecho (i. e., ninguna de ellas sea una tico de «razones para tener un regla social» es la existencia de un pro-
razón invocada por la regla). blema de coordinación que la regla social resolvería (443): en supues-
El tercero de aquellos conceptos (el de «razones para tener una re-
gla social») requiere sin embargo una explicación más detenida. Al ha- escritos anteriores. Simplificando, las razones de segundo orden son, en el sentido «clá-
blar de razones para tener una regla social se está haciendo referencia sico» de Raz -cfr. PRN, p. 39; La autoridad del Derecho, cit., pp. 32-33-, razones
para actuar o no actuar por otras razones; en este sentido nuevo, razones para producir
a la idea de razones para producir (o, cuando exista, para mantener)
situaciones en las que entrarán en juego otras razones. Para evitar confusiones me pa-
una situación en la que tendríamos ciertas razones para actuar de las rece preferible no hablar en este último caso de «razones de segund'J orden».
que careceríamos en su ausencia (441). Esta precisión puede servir (442) Cfr. supra, apartado 8.1.
(443) En su conocido libro The Emergence of Norms, cit., Edna Ullmann-Margalit
(440) Cfr. G.J. Warnock, The Object of Morality, cit. , pp. 36-43; Ch. Gans, The ha explicado con detalle cómo tres clases de situaciones de interacc:[ón estratégica (las
Concept of Duty, cit., pp. 193-202. que tienen la estructura del dilema del prisionero [en adelante, por comodidad, «estruc-
(441) En su -por ahora- última reflexión acerca del concepto de razones exclu- tura-DP»]; las que representan problemas de coordinación; y las que suponen un statu
yentes («Rethinking Exclusionary Reasons», apéndice a la 2.a ed. de PRN [1990], pp. qua de parcialidad o desigualdad) encuentran su solución en la fomación de una regla
184-185), Raz se refiere a esta clase de razones llamándolas «razones de segundo or- social, lo que es tanto como decir que en cada una de ellas existen <<razones para tener
den», aunque advirtiendo de inmediato que de razones de segundo orden puede hablar- una regla social». De las tres, me he referido a una de ellas -problemas de coordina-
se en varios sentidos diferentes y que desde luego éste es distinto del acuñado por él en ción- como «el caso paradigmático» de razones para tener una regla social, y entiendo
que ello me obliga a justificar el sentido de esa selección.

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JUAN LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tos de ese tipo -que en mi opinión resultan extraordinariamente fre- sino también impuros o mixtos (444)- cada sujeto tiene una razón
cuentes (y en modo alguno triviales) en la vida social real, al menos para procurar (o, si existe ya, para mantener) la existencia de un~ re-
si pensamos no sólo en problemas de coordinación en sentido estricto, gla social cjue opere como soluci~n convencional al prob~ema ~e mte-
racción en el que se ve envuelto JUnto con otros; y la existencia de la
i) Como ya sabemos, en las situaciones de interacción que tienen la estructura del
dilema del prisionero cada uno de los agentes ha de conformarse con un resultado sub- de quienes no acepten aquellas razones morales preexistentes o de quienes, aun acep-
óptimo -el que resulta del seguimiento por parte de cada uno de estrategias no coo~. tándolas, no vayan a actuar de acuerdo con ellas por «debilidad de la voluntad». Pero
perativas- porque el resultado óptimo -el que resultaría de que todos siguieran la es- desde el punto de vista de quien atribuye valor moral a la estrategia cooperativa, la for-
trategia cooperativa- no es un punto de equilibrio (es decir, cualquiera puede apartar- mación de la regla social implica sólo la aparición de razones suplementarias para hacer
se beneficiosamente de él alterando unilateralmente su estrategia y por consiguiente na- aquello que ya tenía una razón para hacer.
die puede confiar en que no será exactamente eso lo que -en perjuicio suyo--van a En definitiva, en las situaciones-DP, o bien no hay en absoluto «razones para tener
hacer los demás). Podría pensarse entonces que a) todos tienen una razón para consti- una regla social», o bien su existencia sólo supone la aparición de razones suplementa-
tuir un mecanismo que, alterando la «matriz de pagos» correspondiente a esa situación, rias (prudenciales) para hacer lo que de todos modos ya se tenía una razón (y además
estabilice el resultado óptimo, conviertiéndolo en el nuevo punto de equilibrio; y b) que
de orden superior) para hacer.
cuando se cuente con tal mecanismo estabilizador los agentes implicados podrán decir
Derek Parfit ha sostenido que algunas teorías morales -todas aquellas que fuesen
que tienen razones para la acción de las que carecían en su ausencia. Si pensamos en
«relativas al agente» [agent-relative]: cfr. Reasons and Persons, cit., cap. 4- pondrían
la existencia de una regla social como mecanismo estabilizador (en la medida en que
a quienes las suscribiesen en una situación con estructura-DP (i. e., serían, en la termi-
las reacciones críticas que acompañen a su transgresión hagan suficientemente oneroso
nología de Parfit, «directa y colectivamente auto-refutatorias»). Podría pensarse ento.n-
el seguimiento de la estrategia no cooperativa), entonces podría decirse que las situa-
ces que en esos casos, es decir, cuando fuesen las razones morales (y no las prudencza-
ciones con estructura-DP serían un caso prototípico de «razones para tener una regla
les) que los agentes aceptan las que dieran lugar a la situación-DP, se tendrían «razones
social». Pero me parece que las cosas son algo más complejas.
para tener una regla social» que resolviera el dilema y que la existencia de esa regla de-
A mi juicio uno de los puntos más débiles del análisis de Ullmann-Margalit radica terminaría la aparición de razones que no lo serían meramente para hacer algo que de
en su suposición implícita de que los agentes involucrados en cada una de las situacio- todas formas ya se tenía una razón para hacer. Eso es, según creo, lo que viene a su-
nes de interacción estratégica que estudia identifican la racionalidad con la maximiza- gerir Raz en The Morality of Freedom, cit., p. 51. Pero la tesis de. Parfit acerca del .ca-
ción de su interés, es decir, en su identificación tácita de «racionalidad» con «raciona- racter directa y colectivamente auto-refutatorio de las morales relativas al agente ha sido
lidad prudencial», sin tomar en cuenta la eventual aceptación por esos agentes de razo- desmontada por Arthur Kuflik, «A Defense of Common-Sense Morality», en Ethics, 96
nes dominantes sobre las meramente prudenciales. Y cuando se supera esa carencia, el (1986) 748-803; y el propio Parfit ha aceptado en buena parte la objeción: vid. D. Par-
análisis de las razones que puedan tener los agentes antes de la aparición de la regla que fit, «Comment», en Ethics, 96 (1986) 832-872, p. 851. .
opera como mecanismo estabilizador (para constituirla) y después de la misma (porque ii) En cuanto a las normas de parcialidad --cfr. The Emergence of Norms, Cit.,
se ha constituido) resulta ser menos simple de lo que hace un momento se ha sugerido. cap. IV-, la situación es la siguiente. El statu quo supone una situación de desigual-
En primer lugar resulta necesario recordar -y la propia Ullmann-Margalit así load- dad, de manera que prudencialmente la parte favorecida tiene una razón para procurar
mite: cfr. The Emergence of Norms, cit., pp. 42-43 -que el resultado óptimo que deri- su mantenimiento y la parte desfavorecida tiene una razón para intentar alterarlo y me-
varía del seguimiento por parte de todos los implicados de la estrategia cooperativa no jorar con ello su situación en términos absolutos (y también en términos relativos en
tiene por qué ser moralmente valioso. Es más, puede ser moralmente inaceptable, pue- tanto en cuanto ello no vaya en detrimento de su posición absoluta). Y sucede precisa-
de haber razones morales precisamente para mantener la situación-DP, para no supe- mente que determinadas situaciones de desigualdad suponen un equilibrio (en el senti-
rarla mediante la constitución de algún mecanismo estabilizador (que es lo que sin duda do de la teoría de juegos: cfr. supra, nota 81 de la parte I), porque en ellas la parte des-
sucede, pongamos por caso, en el ejemplo prototípico del fiscal y los dos detenidos). Y favorecida sólo puede mejorar su posición relativa a expensas de su posición absoluta
nótese bien, en ese caso no hay ninguna clase de «razones para tener una regla social» (y la parte favorecida lo sabe). No obstante, la situación es inestable, porque la parte
que actúe como solución a la situación-DP: no hay desde luego razones prudenciales desfavorecida puede convencer a la parte favorecida de que está dispuesta a cambiar su
(cfr. supra, apartado 5.2); y, aunque las hubiera, serían razones dominadas (lo que es conducta y alterar la situación de manera que se aproximen sus posiciones relativas aun-
tanto como decir que no serían razones válidas) por las razones morales que existieran que ello vaya en detrimento de su posición absoluta (i. e., puede convencerle de que está
para mantener la situación-DP. dispuesto a ser «irracional», sean cuales sean las consecuencias); y puede hacerlo por-
Supongamos, por el contrario, que hay razones morales para seguir la estrategia coo- que sabe que en ese caso la parte favorecida, a fin de minimizar su pérdida absolut~ y
perativa. En ese caso, la eventual existencia de una regla social como mecanismo esta- aunque ello implique un serio deterioro de su posición relativa o incluso la completa m-
bilizador supondría la apañción de razones prudenciales para hacer aquello que de to- versión de las mismas, se verá realmente compelido a cambiar igualmente su conducta
das formas habría una razón (y además de orden superior) para hacer. La aparición de (es decir, a aceptar la desaparición -o incluso la inversión- de la situación desiguali-
esas nuevas razones prudenciales puede ser sin duda muy útil para inclinar la conducta taria de partida que le beneficiaba).
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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O LA

regla tiene un efecto diferencial sobre el conjunto de sus razones para das por ésta (una vez que exista) pueden mediar relaciones de diver-
actuar, de manera que éstas no son exactamente las mismas que ten- sas clases. En primer lugar, muchas razones para tener una regla so-
dría en ausencia de aquélla. cial operan· cuando ésta existe como razones invocadas por ella para
Entre las razones para tener una regla social y las razones invoca- realizar la acción que constituye su contenido. Por ejemplo, la exis-
tencia de un problema de coordinación implica que una pluralidad de
En esas condiciones, según Ullmann-Margalit, la parte favorecida tiene razones para agentes tiene que elegir en ciertos contextos recurrentes entre varias
promover cualquier mecanismo que dé estabilidad al statu quo. La fuerza es uno de
ellos, pero su aplicación entraña costes no desdeñables. Mucho más interesante sería posibilidades de acción y que cada uno de ellos considera valioso (pru-
para ella que existiera una regla que consagrara el statu quo y que la parte desfavore- dencial o moralmente) seguir uno cualquiera de esos cursos de acción
cida la aceptara, es decir, que ésta llegara a suscribir una preferencia dominante sobre si es el que siguen los demás. El valor que se atribuye a la conducta
las meramente prudenciales en favor del mantenimiento del statu quo (la «regla de par- coordinada, junto con la dificultad de prever lo que harán los otros
cialidad») de manera que, por respeto a la misma, dejara de hacer lo que prudencial-
mente le interesa y estratégicamente está en su mano. Por consiguiente, la situación des-
(que hacen frente a un problema similar en cuanto a la anticipación
crita sería una en la que -al menos desde el punto de vista de una de las partes- se de nuestra conducta), es una razón para tener una regla social que ope-
dan «razones para tener una regla social». Hasta aquí, Ullmann-Margalit. re como solución convencional del problema en la medida en que des-
Ahora bien, yo he defendido aquí la idea de «razones para tener una regla social» taque o haga sobresaliente ante los ojos de todos una de aquellas po-
como razones que se tienen en una situación para modificarla y crear una nueva, de ma- sibilidades de acción. Pero si dicha regla social existe ya, contamos con
nera que en la situación resultante se tengan razones para actuar que no se tenían en la un entramado de expectativas de conducta multilaterales que determi-
situación de partida. Conviene entonces examinar con lente de aumento las <<normas de
parcialidad» para determinar qué razones para actuar se tienen antes y después de su na que hacer lo que la regla establece sea hacer algo que se reputa va-
formación. Ya he apuntado que el principal inconveniente del análisis de Ullmann-Mar- lioso, a saber, lo mismo que razonablemente podemos anticipar que
galit consiste en su suposición implícita de que, desde el punto de vista motivacional, harán los demás (sabiendo que el valor de ese modo de acción se
los agentes actúan guíados sólo por su propio interés, es decir, carecen de (o no mani- fuma sin el hecho de esa convergencia). El valor que se atribuye a la
fiestan) preferencias dominantes sobre las meramente prudenciales (i. e., preferencias
morales). No se nos dice, por tanto, si en la situación de partida los agentes consideran coordinación de la conducta es a la vez una razón para tener un regla
que tienen razones dominantes sobre su propio interés ni cuáles podrían ser éstas. Des- social y, una vez que ésta existe, una razón invocada por ella para rea-
de el punto de vista de alguien que considera moralmente inaceptable o moralmente in- lizar la acción que constituye su contenido.
diferente el statu quo inicial (incluso si él es uno de aquéllos para los que resulta pru- Pero, por supuesto, que una regla exista de hecho no implica en
dencialmente beneficioso), no hay ninguna razón válida -en el sentido de «no domi-
nada»-- para tener una regla social que consagre dicho statu quo como intangible, es
absoluto que verdaderamente haya razones (de ninguna clase) para te-
decir, no hay una razón válida para intentar persuadir a los que en él resultan desfavo- nerla (445). Dicho con otras pala~ras: de muchas reglas sociales pue-
recidos desde el punto de vista prudencial de la existencia de razones para mantenerlo
que habrían de prevalecer sobre sus intereses (es más, hay una razón para no tender ese nación es posible decir a la vez, en algunos casos, que hay razones para tenerlas y que
manto de encubrimiento ideológico). Por el contrario, desde el punto de vista de quien además, en la nueva situación en la que efectivamente existen y precisamente por el he-
considere moralmente valioso ese statu quo inicial, las razones que todos tienen para cho de que existen, se tienen razones para actuar que ciertamente no existían con an-
mantenerlo existen ya aunque no se cuente con una regla social al efecto (lo único que terioridad y que no son meramente razones suplementarias para hacer lo que de todas
ésta podría «crear» serían razones prudenciales capaces de conseguir que externamente formas ya se tenía una razón para hacer. Por eso me he referido a ellas en el texto como
se comporte como moralmente debe hacerlo -siempre desde el punto de vista de quien «caso paradigmático» de la idea que se estaba explicando.
habla- tanto quien no acepta esas razones morales como aquel que, aceptándolas, tien- (444) Sobre estos conceptos, vid. infra, apartado 8.4.2.
de en sus acciones a dar prioridad sobre ellas a su propio interés por «debilidad de la (445) Esta observación evidente priva de su fuerza, según creo, a una de las obje-
voluntad»). ciones que con mayor reiteración se ha formulado en contra del esquema de Ullmann-
Recapitulando: en el caso de las «reglas de parcialidad» --como sucedía con las re- Margalit mencionado en la nota 443: a saber, que muchas reglas sociales efectivamente
glas que resuelven «situaciones-DP>>-- o bien no hay en sentido estricto razones (váli- existentes no encajan en ninguna de las tres categorías reseñadas y que por consiguiente
das, no dominadas) para tenerlas, o bien su existencia sólo supone la aparición de ra- su tipología es necesariamente incompleta (vid., p. ej., la recensión de The Emergence
zones suplementarias (prudenciales) para hacer lo que de todos modos ya se tenía una of Norms de Dan W. Brock en Noús, 15 (1981) 409-414, p. 412). La constatación es sin
razón (y además de orden superior) para hacer. duda correcta, pero la conclusión que se pretende extraer de ella es errónea. Lo que
iii) En suma, me parece que sólo de las reglas que resuelven problemas de coordi- Ullmann-Margalit ha pretendido, trasladando sus ideas al lenguaje que aquí estoy em-

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

de decirse como es obvio que si no existieran no habría ninguna raz?n demás sean unas determinadas, hacer lo que exige una regla social exis-
para procurar su formación. Sin embar~go puede no haber co.ntradic- tente puede ser típicamente una forma de hacer algo que se reputa va-
ción en afirmar a un tiempo que no habm razones p~ra te~e~ cierta re- lioso sin que ello implique que ha de serlo en cada ocasión particular
gla efectivamente existente y 9-ue, sin e~~argo, su exis.tencia mvoca d~­ incluidas aquéllas en las que ciertamente la regla es aplicable, pero (sé
terminadas razones para reahzar la accwn que constituye su contem- que) es previsible -por la razón que sea- que ninguno de los agen-
do (446). Lo que eso significa, evidentemente, e~ que algunas razones tes efectivamente implicados actúe o espere que otros actúen de acuer-
invocadas por la regla son distintas e independientes. de las r~zones do con ella; o aquéllas en las que sencillamente (sé que) no entra en
:..._para tener dicha regla. Decir que existe una regl~ social ~s de~I: que juego ningún otro agente. Otra cosa es que, dada la existencia de una
existe de hecho un cierto entramado de expectativas y disposiciones
regla social de la que se piensa que invoca alguna razón para la acción
de conducta: que los demás esperen de uno que actúe conforme a }a
que constituye su contenido, y en condiciones de incertidumbre acerca
regla o que previsiblemente ellos .vayan a hacerl~ puede ser una ~azon de si en una ocasión particular entran o no en juego otros agentes, o
para realizar la acción que constituye su contenido cuando se piense
acerca de cuáles podrían ser sus acciones y expectativas, pueda enten-
que aquellas expectativas merecen respeto (lo que, por supu~sto, no
derse que lo racional es seguir una regla indicativa que recomiende rea-
siempre es el caso) o que, dada su condu~ta mas probable: esa es la lizar la acción conforme a la regla social.
acción que producirá en conjunto las .meJores conse.cuencms; y ello
aunque se siga sosteniendo, en cualqmer caso, q.u~ SI ese entr~ma?o Un agente puede tener, en suma, dos clases de razones para reali-
de expectativas y disposiciones de conducta no existiera no habna mn- zar una acción exigida por una regla social efectivamente existente: ra-
guna razón para tratar de formarlo. . zones «dependientes del contenido», que tendría de todos modos si la
- ~-----/ Por último, también es perfectamente concebible que una regla regla social no existiera; y razones «invocadas por la regla» (sea cual
1
\ exista, que se piense que realmente hay razo~~s para. tenerla y que, a sea su relación con eventuales razones para tener esa regla) o «inde-
' pesar de ello, se considere que en alguna ocaswn particular su ~xisten­ pendientes del contenido», que desaparecerían en su ausenéia. Pero
l cia no invoca ninguna clase de razón para la acc10n que constltuy~ el perfectamente puede darse el caso de que, aun siendo cierto que la re-
) contenido de la regla. La verdad de la afirm~c~ón según la ~ua~ ~xiste gla existe, sólo tenga razones de una de esas dos clases o incluso de
'---una regla social requiere que en general o típzcamente los m dividuos ninguna de las dos. Sea como fuere, todo agente racional que delibera
actúen de acuerdo con ella, no que lo hagan en todos y cada uno d.e acerca de si ha de realizar o no la acción que constituye el contenido
los casos en los que es aplicable. Por eso mi.smo, si el valor gue se atn- de una regla social ha de construir un balance global en el que integre
buye a una acción depende de que las accwnes y expectativas de los y sopese todas las razones de uno y otro tipo que tenga en cada oca-
sión. Y ese balance global, como es obvio, puede adoptar muy diver-
pleando, es aislar diferentes clases de situaciones en las que existen ~<r_azones para _tener
sas fisonomías: en particular, si hay razones de ambas clases y de dis-
una regla social», de manera que las. reglas ~ociales p~d:ían ser clasificadas ate?diendo tinto signo, nada garantiza a priori que las razones invocadas por la
a los distintos tipos de problemas de mteracción estrateg1ca para los, que :espectlvamen- regla tengan un mayor peso que el resto ni tampoco lo contrario; y
te sean soluciones. Por consiguiente, para sostener que su taxonorrna es mcomplet_a hay cuando sean las primeras las que prevalezcan lo harán justamente por
que presentar una situación de interacción distinta. de las tres que e~~a apunta~ que Igual- su mayor peso, no porque «excluyan» a las segundas o porque sean
mente requiera de la formación de un~ regla s?cial para su solucwn; ~ no digo que no
haya ninguna -posibilidad que ella rrnsma deJa abterta, aun. recono~I.endo ~ue no al- una clase especial de razones que por definición estén destinadas a pre-
canza a ver cuál podría ser (cfr. The Emergence of Norms, cit., p. vm)-, _smo que la valecer siempre sobre estas últimas.
existencia de reglas sociales que no encajen en ninguna de sus tres categonas no cons-
Me parece que el concepto de «razones invocadas por una regla so-
tituye necesariamente, como se ha pretendido, una prueba de que ha de h_aberlas; por-
que puede suceder, simplemente, que se trate d~ reglas de las que cab~, afirmar ~ue no cial» (o, podría añadirse ahora, por el hecho de haberse ejecutado un
había en absoluto ninguna razón para tenerlas (1. e., que no son solucwn para nmguna determinado acto ilocucionario -promesa, mandato ... - en el marco
clase de problema de interacción). . . de cierta práctica social) es la clave que permite dar sentido a ideas
(446) Cfr. Warnock, The Object of Moralzty, Cit., p. 40. tan vagas y huidizas como aquélla según la cual cuando se tiene una
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

obligación o un deber -empleando ambos términos en el sentido es-


¡-acciones, es decir, la razones a su favor y en su contra que existirían
tricto que los liga a la existencia y funcionamiento de reglas o prácti-
cas sociales- concurriría una cierta «fuerza normativa especial» au-
í de todos mod?s.aunque esas reglas -o esas promesas, 0 esos manda-
/ tos ...-. no existieran. Las «razones invocadas» por la existencia de re-
sente en aquellas situaciones en las que meramente se «debe hacer»
1· glas sociales, como «razones ind~pendientes del contenido» que se aña-
algo (447). La «fuerza normativa especial» de la obligación o el deber
de hacer 0 respecto al mero «deber hacer» [ought] esa misma acción 0
l den .al b.~lanc~ de razo~es de pnmer orden, constituyen a mi juicio la
l exphcacwn ~as ~efendible de esa «fuerza normativa especial» de los
provendría simplemente de la adición al balance de las «razones invo-
cadas por la regla» (o por la ejecución de cierto acto ilocucionario en
d~~eres y obhgacwnes que Raz atribuye a su presunto -y en mi opi-
mon contestable- carácter de «razones excluyentes».
el marco de una práctica social) (448). Al tomar en cuenta esas razo-
nes adicionales podemos encontrarnos eventualmente con que una ac-
ción que en su ausencia era indiferente se torna debida, una que ya 8.4. Agentes racionales, prácticas e instituciones sociales
era debida lo es ahora con mayor fuerza (por la confluencia de más
razones), o incluso con que, tras la consideración de todos los factores La estr~~tura de los razonamientos prácticos que toman en cuenta
relevantes (y por tanto también de esas razones adicionales), se debe la for~mulacwn .de promesas o de mandatos por parte de una autoridad
hacer lo que de otro modo se habría debido omitir. es m~s co~pleJ a que la de aquéllos que toman en cuenta meramente
En mi opinión ésa es una explicación suficiente de la «fuerza nor- la existen~!a de u~a reg.la social. Lo es porque los primeros presupo-
mativa especial» de deberes y obligaciones, y por tanto creo que Raz nen tambwn la existencia de reglas sociales, pero añaden respecto de
va demasiado lejos al defender que sólo la idea de razón excluyente los segundos. el. factor supleme_ptario representado por la ejecución en
representa una adecuada reconstrucción de la misma (449). Una cosa el m~rco dehmit~do por esas reglas de los actos ilocucionarios corres-
es afirmar que la existencia de una regla social -o la formulación de pondi~ntes.~ P?dna pensarse entonces que quizá la explicación de la re- ./
una promesa, o de un mandato de autoridad ... - puede invocar razo- levanci~ pra~tica de las promesas o de los mandatos de una autoridac(
nes para la acción que constituye su contenido capaces de cambiar el ha de discurnr p~~ caminos sustancialmente diferentes del seguido has-
resultado del balance de razones a favor y en contra de dicha acción; ta aho~a en re!~c~on con la mera existencia de reglas sociales: que, in-
y otra, muy distinta, presuponer que la regla -o la promesa, o el man- cluso SI. el anah~Is propuesto fuese verdaderamente defendible en lo
dato ... - excluye el actuar conforme al balance de razones. Por con- concermente a estas, fracasaría de todos modos el intento de exten-
siguiente, como han subrayado Gans o Flathman (450), podemos re- derlo a los fenómen?s cualitativamente más complejos que promesas
chazar la distinción entre razones de primer y de segundo orden sin ~ ~anda~tos .de autondad representan; y que ese fracaso provendría en
que ello nos obligue a incurrir en el error (de signo contrario) de afir- ultimo termmo de haber prescindido de la idea de «razones excluyen-
mar que la deliberación acerca de si realizar o no las acciones exigidas tes», supe:flu~ a.caso en lo tocante a las reglas sociales, pero presumi-
por reglas sociales -o prometidas, u ordenadas por autoridades ...- blemente mehmmable en un an~lisis convincente de los conceptos de
ha de limitarse a tomar en cuenta los «méritos intrínsecos» de dichas «pro~esa~> y~ «mandato de autondad» y de su relevancia práctica.
Mi opm.wn -y de hecho es lo que he venido sugiriendo en apar-
(447) Vid. supra, apartado 7.5. t~dos anten?res- es exactamente la contraria. No creo que la nece-
(448) Creo que eso es lo que trata de indicar Jeffrie Murphy cuando afirma que las Sid~d de refmar el mod~lo ya expu~sto ace~ca del papel de las reglas
obligaciones son «sobreañadidas» [superadded], en el sentido de que «añaden un nuevo -sociales en los razonamientos practicos, a fm de introducir en él esos
tipo de razón moral para la acción a las demás clases de razones morales [ya existen-
tes]»: cfr. Jeffrie G. Murphy, «<n Defense of Obligation», en Pennock y Chapman fact~res de complejidad adicionales, nos obligue a modificar en lo sus-
(eds.), Política! and Legal Obligation: Nomos XII, cit., pp. 39-45, pp. 39-40. t~n~Ial sus P.r~sup_uestos esenciales. En particular, pienso que las ideas
(449) Vid. J. Raz, «Promises and Obligations», cit., p. 223. basicas segmr~n Siendo la eventual aparición de «razones independien-
(450) Cfr. Ch. Gans, The Concept of Duty, cit., pp. 200-202; y R. Flathman, The tes del contemdo» como «razones invocadas» por el hecho -entre otras
Practice of Política! Authority, cit., p. 113.
cosas- de la formulación de la promesa o del mandato de autoridad
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565
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

en el marco de las reglas 0 prácticas sociales correspo~dientes Sq1_1e, tencia de una práctica con arreglo a la cual alguien «promete» cuando
. . nte sera~ tomado en cuenta en el razonamiento practico utiliza determinadas expresiones en ciertas condiciones; se entiende
por consigme , 1 1 b 1d
como razón auxiliar); la adición de esas razones al ba ance g o a . ~e que queda vinculado a realizar la acción prometida salvo que concurran
todas las razones («de primer ord~n») a favor y ~n contra. d~ 1~ acci?~ determinadas circunstancias que cuentan -con arreglo a la práctica
prometida u ordenada; y, consigmentemente, la mnecesane a e In misma- como excepciones a esa vinculación; se generan por tanto en
cluso la inconveniencia- del concepto de «razones excluyentes». ~ los demás las expectativas correspondientes; se formulan al promiten-
El ropósito de este apartado no es otro que el de ofrecer un ana- te exigencias y pretensiones fundamentándolas precisamente en su pro-
e!
lisis rotundidad de la práctica de la prome~a y del concep~o y 1~
.ustifica~ión de la autoridad que avale estas tesis hasta ahora solo su
mesa; y se apela a ella como justificación de la censura, reproche o exi-
gencias de compensación subsiguientes a su incumplimiento. En au-
~eridas o incluso dadas implícitamente por supuestas. Tras ello, -~e sencia de una práctica de ese tipo «prometer» es conceptualmente im-
cierra con una última sección en la que se aborda la tan co?tr~verti a posible.
cuestión de si existe o no -y en qué términos o con que. a _canee- Ahora bien, la existencia y funcionamiento de una práctica no con-
una obligación moral de obedecer al derecho, en el en~endimie~to ~~ siste en otra cosa que en un conjunto de hechos sociales complejos.
ue la regunta por las razones que eventualmente pu?Ier~? ava ar I- Por consiguiente, la pregunta acerca de las razones que puede tener
~ha ob~diencia no es más que una prolongación o aphcaciO~ de aq~e­ un agente para hacer aquello que ha prometido no queda en modo al-
lla otra, más general, acerca de la inciden~ia en e~ razonamiento p:ac- guno contestada recordando o trayendo a colación todos esos hechos.
tico de un agente racional de las prescripciOnes dictadas por autonda- Entendidas precisamente como entramados de reglas sociales, todo lo
des. que se dijo en su momento aéerca del papel de éstas en los razona-
mientos prácticos es de aplicación ahora (con las adaptaciones necesa-
8.4.1. Obligaciones de creación voluntaria: la práctica de la promesa
rias) a las prácticas o instituciones sociales: en particular, que para un
agente racional el hecho de que otros consideren que se debe actuar ¡
l
de cierto modo (incluido el caso en que hagan depender su aceptación /
Es evidente que el acto mismo .~e «pr?meter» sólo ~s conceb~ble de ese juicio de deber de la existencia y funcionamiento de la práctica (
en el marco de la práctica o institucwn socml correspondi~nte. La~Id~a correspondiente) no puede constituir por sí sólo una razón para que !
de una «práctica» o «institución» social puede ser entendida aqu~, s~n él estime que se debe actuar de ese modo. Dicho de otra manera: allí\
ma ores pretensiones de precisión, meramente com~ un entrama ~ e donde existe una práctica social se plantea inevitablemente para un \
re las sociales que definen una actividad (en la me~Ida en que atnbu- agente racional la pregunta de si debe (y por qué) actuar de acuerdo \
ye~ una cierta significación convencional a determmados acto~) ·blse- con la práctica; y la mera insistencia en el hecho de que ésta existe nun- j
ñalan dentro de ese marco ciertos modos de con~ucta como exigi es: ca contesta por sí sola esa pregunta. /~
remitiéndose a ellas los participantes para -hac~endo _uso. ~e los con
Ciertamente la existencia de una práctica como la de la promesa
ce tos característicos que son propios de la práctica- JUStificar _sus ac-
puede generar razones prudenciales para realizar la acción prometida.
ci~nes, criticar lo que con arreglo a dich~s reglas son transgreswne~~ La explicación humeana de cómo es posible (y en qué sentido es útil)
justificar sus reacciones críticas frente a estas (todo_ ello, como ~s
la generación de la práctica de la promesa descansa primariamente en
vio con niveles potenciales de complejidad muy diferentes segun 1os
cas~s) (451). De ese modo' al decir que un acto de habla cuenta o con: consideraciones de esa clase. A juicio de Hume la experiencia enseña
a los hombres el beneficio mutuo que resultaría de la instauración de
la prestación de una promesa se presupone contextualmente la exis-
una convención mediante la cual pudiera darse a otro seguridad acer-
fi · · , ás recisa de la idea de práctica o institución social
ca del rumbo de nuestra conducta futura, de manera que «una vez ins-
vid.(~;1l;,~aT~~~r~~f~:;~~e,~it., ~. 55; 0 Mackie, Ethics. Inventing Right and Wrong, tituidos esos signos quienquiera que los use queda inmediatamente
vinculado por su interés a cumplir sus compromisos, y no debe espe-
cit.' pp. 80-81.
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rar que se confíe nunca más en él si rehusa hacer lo que prometió», El problema, dando por sentada la posibilidad de que en muchas oca-
es decir, obtiene del funcionamiento de la convención un motivo in- siones existan razones prudenciales para hacer lo prometido, consiste
mediato para su conducta en la medida en que «se somete a sí mismo en determinar de qué modo la formulación de promesas puede hacer
a la pena de que nunca se vuelva a confiar en él en caso de incumpli- surgir para el promitente razones dominantes sobre las meramente pru-
miento» (452), siendo excluido en lo sucesivo de la participación en la denciales, es decir, razones morales. Es de éstas de las que estamos ha-
práctica y perdiendo por consiguiente todos los beneficios futuros que blando al preguntarnos por qué vinculan las promesas, por qué se tie-
ésta podría depararle. Por supuesto ese punto de vista debería mati- ne el deber de cumplirlas.
zarse considerablemente (453), y también es cierto que el análisis de
Hume acerca de la obligación de cumplir las promesas no se detiene i) Hay muchas y muy diversas explicaciones acerca de cómo y por
ahí (454). Pero, en cualquier caso, no es eso lo que ahora me interesa. qué obligan moralmente las promesas, pero probablemente (y así lo
han entendido autores como Raz o McMahon) la mayor parte de ellas
(452) Cfr. A Treatise of Human Nature, libro III, parte II, sec. v [ed. Green-Grose, pueden ser reconducidas a dos grandes modelos muy generales ( 455)~­
cit., vol. II, p. 290]. Con arreglo al primero, prometer es comunicar la intención de corí-J
(453) La explicación humeana parece dar por supuesto o bien que el mismo promi- traer en virtud de ese mismo acto de comunicación la obligación de rea-i
tente y el mismo destinatario de la promesa (creen que) van a volver a encontrarse en lizar una acción, dando por supuesta la validez de un principio moral
el futuro en situaciones de las que podría resultar un beneficio mutuo prestando y reci-
biendo promesas; o bien que los incumplimientos en el pasado de un agente van a ser con arreglo al cual las obligaciones pueden ser creadas de ese modq(
suficientemente conocidos por terceros como para verse realmente excluido de la posi- Este modelo, que en los últimos años ha defendido repetidament~
bilidad de participar de la práctica en el futuro; y además, en cualquiera de esos casos, Raz (456) y que, con diferencias de acento y detalle, también han lÍé-
que todos creen que los demás tienen disposiciones de conducta.fijas (i. e., que es ra- cho suyo Robins o Downie (457), descansa por consiguiente en la acep-
zonable pensar que quien ha cumplido en el pasado cumplirá en ocasiones futuras y que
quien ha incumplido seguirá incumpliendo). Pero evidentemente nada garantiza que esas
suposiciones se correspondan siempre con la realidad. Sobre todo ello, vid. John Mac-
kie, Hume's Moral The01y, cit., p. 100. que promueve el interés general en la medida en que le permite a cada uno vincularse
(454) Que la práctica de las promesas se genera meramente a partir del cálculo pru- a partir de consideraciones que en primer término son de índole prudencial suscita nues-
dencial de los individuos --o, en palabras textuales de Hume, que «el interés es la pri- tra simpatía -<<a los hombres les produce placer la visión de tales acciones que promue-
mera obligación para el cumplimiento de las promesas» [ed. Green-Grose, cit., vol. II, ven la paz de la sociedad y desagrado las de aquéllas que son contrarias a ésta» [Trea-
p. 290]- es, en el planteamiento humeano, una tesis inescindiblemente vinculada a su tise ... , III, II, vi; ed. Green-Grose, cit., vol II, p. 299]-, de manera que los individuos
idea central de que el cumplimiento de las promesas (como el respeto a la propiedad) llegan a considerar la prestación de una promesa como una razón para cumplirla al mar-
no puede ser en modo alguno una virtud natural: dado que prometer no equivale me- gen de cualquier cálculo de interés (e incluso prevaleciente sobre éste si en una ocasión
ramente a desear actuar de cierto modo o a tomar la resolución de hacerlo, sólo podría particular aconsejara el incumplimiento). Sobre todo ello, cfr. Mackie, Hume's Moral
equivaler, en tanto que acto mental y en ausencia de la práctica o convención corres- Theory, cit., pp. 96-104.
pondiente, a «querer asumir una obligación», lo que supuestamente tendría como re- (455) Cfr. Joseph Raz, «Prornises and Obligations», cit., p. 211; Christopher MeMa-
sultado la creación de esa obligación. Pero eso, objeta'Hume, es absurdo: con arreglo han, «Promising and Coordination», en American Philosophical Quarterly, 26 (1989)
a sus planteamientos generales, un deber consiste en un sentimiento de aprobación que 239-247, p. 239. Cada uno de esos modelos, debe quedar claro desde el comienzo, no
actúa como motivo capaz de producir la acción; pero como esos sentimientos no pueden es más que el mínimo común denominador de un grupo o familia de teorías acerca de
cambiarse con sólo quererlo, no podemos crear una obligación meramente a partir de las promesas que pueden estar formuladas desde presupuestos filosóficos generales muy
la voluntad de hacerla surgir; y por consiguiente tratar de anclar el deber de cumplir las diversos y que pueden diferir entre sí en otros muchos puntos. Constituyen por consi-
promesas en la idea de una voluntad que en un estadio presocial o preconvencional se guiente un mero recurso heurístico que facilita la exposición y el análisis.
vincula a sí misma es anclado en el vacío. Y si no tiene sentido postular un sentimiento
(456) Vid. J. Raz, «Voluntary Obligations and Normative Powers», cit. [1972]; Id.,
«Promises and Obligations», cit. [1977]; Id., «Promises in Morality and Law» [recensión
de deber preexistente, sólo puede ser el interés el que cumpla la función de armar y po-
de P. Atiyah, Promises, Morals and Lawj, en Harvard Law Review, 95 (1982) 916-938;
ner en pie la convención correspondiente.
Id., The Morality of Freedom, cit. [1986], pp. 95-96 y 99.
Ahora bien, una vez que ésta existe el cumplimiento de las promesas se transforma- (457) Cfr. Michael H. Robins, «The Primacy of Promising», en Mind, 85 (1976)
ría en objeto de aprobación moral -<<un sentimiento de moralidad concurre con el in- 321-340; R.S. Downie, «Three Accounts of Promising», en Philosophical Quarterly, 35
terés», dice Hume [ed. Green-Grose, cit., vol. II, p. 290]-, puesto que una práctica (1985) 259-271.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

tación de la idea central que desde Grocio (458) animó la tradición del puntos más débiles), también por Atiyah (461) o Scanlon (462). Por
\- iusnaturalismo racionalista: que la obligación -dicho por ahora. de un supuesto también este segundo modelo tiene tras de sí una importante
\ modo muy simplificador- es el producto de la voluntad de obligarse. tradición filosófica. Es sustancialmente el mismo que emplean para dar
\/---- El segundo modelo, por el contrario, se basa en la idea de que si cuenta de la obligatoriedad de las promesas los empiristas británicos
la prestación de una promesa genera una obligación, ello ocurre en vir- -y, más precisamente, escoceses- del XVIII, que en su oposición al
tud de la entrada en juego de un principio moral más general a tenor contractualismo no pueden aceptar la idea de que la fuente de la obli-
del cual si hemos inducido conscientemente en otro la confianza de gación radique meramente en la voluntad de quedar obligado. Aun-
que nuestra conducta futura será una determinada, y esa confianza le que el punto de referencia clásico de esa crítica anticontractualista se
lleva a comportarse de un modo tal que redundaría en perjuicio suyo encuentre desde luego en Hume, es probablemente en las Lectures on
en el caso de que finalmente no actuáramos con arreglo a la expecta- Jurisprudence de Adam Smith (463) en donde se contiene de manera
tiva suscitada, entonces, para no producir ese daño (o si se quiere: más clara una explicación de la obligatoriedad de las promesas cons-
para no servirnos de otro como un mero medio), estamos obligados a truida en estos términos.
comportarnos de manera que quede satisfecha la expectativa conscien- Cada uno de estos modelos ha de hacer frente a muy serias obje- ~ .
temente inducida. Las promesas serían un mecanismo idóneo -pero dones. Con todo, es a mi juicio el primero de ellos el que con mayor rJ
no exclusivo- para inducir confianza en otros acerca de nuestras ac- dificultad sobrevive a la crítica. La idea de la creación de una obliga-·J
ciones futuras: pero lo que hace surgir la obligación, según la lógica ción a partir de la voluntad misma de contraerla nos sugiere que las
de este modelo, es el juego de un principio moral previo e indepen- promesas deben ser entendidas fundamentalmente como actos de con-
diente de la existencia de ese mecanismo. En particular, la obligación sentimiento; y con ello, dado que la atribución -en determinadas con-
no sería el producto de la voluntad de hacerla surg_ir: si conc~rren las diciones- de consecuencias normativas al consentimiento no parece
circunstancias descritas, el promitente quedaría obligado con mdepen- tener nada de misterioso ni contraintuitivo, quedarían aparentemente
dencia de que fuese o no su voluntad contraer dicha obligación (bas- disipadas las dudas que rodean a la de otro modo desconcertante afir-
taría con que fuese su voluntad suscitar o inducir la confian~a de otro mación de que un individuo puede convertir ciertas acciones en mo-
acerca del curso de sus acciones futuras). Este modelo ha sido defen- ralmente obligatorias o prohibidas para sí mismo mediante un puro
dido recientemente por MacCormick (459) (precisamente en polémica acto de voluntad. Pero el problema que se plantea entonces, en pri-
directa con Raz); en términos a mi juicio más vulnerables a la crítica, mer lugar, es el de cómo explicar que en el caso de las promesas ese
por autores que se mueven dentro de la tradició~ utilitarista como ~-a~­ consentimiento sea irrevocable (464). Cuando un individuo consiente
veson o McNeilly (460); y con importantes matices respecto ·al analisis en que otro haga algo que afecta a su esfera de intereses y que, de no
de MacCormick (que contribuyen según creo a superar algunos de sus haber mediado ese consentimiento, no tendría derecho a hacer, lo que
presuponemos justamente es que el primero puede retirar su cansen-
(458) Vid. De Jure Belli ac Pacis, libro II, cap. XI [se citará en lo sucesivo por la
trad. cast. en 4 vol. de J. Torrubiano Ripoll (Madrid: Reus, 1925), tomo II]. (461) Patrick S. Atiyah, Promises, Morals and the Law (Oxford: Clarendon Press,
(459) Cfr. Neil MacCorrnick, «Voluntary Obligations and Normative Powers», en 1981).
Proceedings of the Aristotelian Society, Supp. Vol. 46 (1972) 59-78 [ahora,. con algunas (462) Thomas Scanlon, «Promises and Practices», en Philosophy & Public Affairs,
variaciones, como cap. 10 de Legal Right and Social Democracy. Essays m Legal and 19 (1990) 199-226.
Political Philosophy (Oxford: Clarendon Press, 1982), pp. 190-211]; recientemente Mac- (463) Cfr. Adam Srnith, Lectures on Jurisprudence, LJ(A), lib. II, §§ 42-59; LJ(B)
Corrnick ha matizado algunos aspectos relacionados con el concepto de «promesa» en §§ 176-179 [utilizo, como es usual a partir de la edición crítica de Meek, Raphael y Stein
un trabajo realizado conjuntamente con Zenon Bankowski, «Speech Acts, Legal Insti- (Oxford: Clarendon Press, 1978), la notación «LJ(A)» para referirme a la transcripción
tutions and Real Laws», cit. [1986]. de las Lectures de 1762-3 (manuscrito Lothian, descubierto en 1958) y «LJ(B)» para re-
(460) Cfr. J. Narveson, «Promising, Expecting an~ Utility», en C~nadian Jour~al of ferirme a la transcripción de 1763-4 (manuscrito Cannan), base de la edición «clásica»
Philosophy, 1 (1971) 207-233; F.S. McNeilly, «Prom1ses De-Moralized», en Phzloso- de 1896]. ·
phical Review, 81 (1972) 63-81. (464) Cfr. P.S. Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., pp. 17 y 179-183.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA

timiento en un momento posterior y retornar con ello a la situación explicación de la obligatoriedad de las promesas que desee evitar ese
originaria desde el punto de vista normativo. En el caso de las prome- chocante resultado -i. e., que mantenga que quien diga «prometo ha-
sas, sin embargo, entendemos precisamente lo contrario: que cuando cer 0» en las circunstancias apropiadas (que la convención misma de-
un sujeto ha prometido surge una obligación de la que no puede exi- fine) puede quedar vinculado aunque no sea ésa su verdadera inten-
mirse más tarde mediante un simple acto de voluntad nuevo que anule ción- ha de abandonar necesariamente la idea de que es la voluntad
o revoque el anterior. Y no es en modo alguno fácil de explicar cómo de contraer la obligación la que da lugar a ésta. --~-
un individuo puede anular su capacidad de revocar su consentimiento Es más, si la obligación surgiera realmente de la voluntad de obÜ- :
meramente a partir de su voluntad de hacerlo. Prescindiendo ahora de garse, el acto de habla mediante el que se formula la promesa ni si-\
consideraciones más complejas acerca de la no continuidad de la iden- quiera sería imprescindible para la aparición de aquélla (467). El acto ¡
tidad personal (en una línea como la desarrollada por Parfit), el pro- de voluntad mismo, como puro acto interno (468), sería de por sí bas- \
blema, como señala Mackie, consiste en explicar por qué la-persona- tante para producir la obligación antes de su comunicación o exterio- ~
que-uno-es-ahora «gozaría de autoridad» para vincular a la-persona- r~zación, resultan~o in~luso irrelevante que ésta llegara o no a produ- 1;
que-uno-será-más-tarde sin que esa «autoridad» pueda jugar de igual cirse realmente. SI se piensa por el contrario que la obligación que sur- 1
modo en la dirección inversa (i. e., invalidando o revocando aquella ge de la formulación de una promesa no sería inteligible en ausencia
vinculación) (465). Por supuesto hay una salida para este aparente em- de la ejecución del acto de habla correspondiente (como acto exter-
brollo: en el caso de las promesas, el consentimiento no es revocable no), estamos saliendo ya de la lógica estricta de este primer modelo.
a voluntad porque con ello podría causarse un daño a su destinatario Tratando de evitar una conclusión semejante, Raz afirma que la
(si éste ha entendido que podía confiar justificadamente en que el pro- obligación surge de la comunicación por parte del promitente de su in-
mitente haría lo prometido y, en consecuencia, ha actuado de un modo tención de contraer una obligación (nótese bien: de la comunicación
tal que resultará en detrimento de sus intereses si aquél cambia más de la intención, no de la mera intención). Pero a decir verdad, si la
tarde de opinión). Pero ésa es precisamente la salida que este primer fuente de la obligación es la voluntad, ésa parece ser una mera solu-
modelo no puede buscar: ello equivaldría a reconocer que la obliga- ción ad hoc no demasiado fácil de justificar. En realidad Raz se limita
ción de hacer lo prometido no surge meramente a partir de la volun- a afirmar que el acto mediante el cual se comunica la intención de con-
tad de asumir esa obligación, sino que es una concreción del deber traer una obligación hace surgir ésta no «por alguna suerte de magia»,
sino por obra de un principio moral en virtud del cual «si se comunica
más general de no dañar a otro que ha depositado su confianza en no-
la intención de asumir, por esa comunicación, la obligación de hacer 0,
sotros a partir de nuestra ejecución de actos destinados precisamente
a inducir esa confianza (que es justamente lo que sostiene el modelo
---rival). Lectures onlurisprudence, LJ(A), lib. II, §§58-59 [ed. Meek-Raphael-Stein, cit., p. 93].
Austin insiste en la misma idea --en Cómo hacer cosas con palabras, trad. cast. cit.,
Pero es que además, en segundo lugar, si la obligación surge de la p. 51- cuando escribe: «[ ... ] quien dice "¡prometer no es meramente cuestión de ex-
voluntad de contraerla habría que concluir que no queda vinculado presar palabras, se trata de un acto interno y espiritual!" puede parecer un sólido mo-
quien promete sin verdadera intención de obligarse (o lo que es lo mis- ralista erguido frente a una generación de teóricos superficiales[ ... ] Sin embargo, nues-
\mo: que sólo son vinculantes las promesas sinceras) (466). Cualquier tro moralista proporciona una escapatoria a Hipólito [la referencia es al Hipólito de Eu-
rípides (línea 612), donde Hipólito dice "mi lengua lo juró, pero no lo juró mi cora-
zón"], una excusa al perjuro que ha dicho "Sí, juro", y una defensa al tramposo que
(465) J. Mackie, Hume's Moral Theory, cit., p. 98. Esa asimetría sólo parece justi- ha dicho "Te apuesto"».
ficada (y probablemente es eso lo que legitima algunas intervenciones paternalistas) si (467) Cfr. Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., p. 20; Finnis, Natural Law and
puede decirse del yo posterior que está afectado por alguna suerte de «incompetencia Natural Rights, cit., pp. 307-308.
básica»; pero obviamente ése es un problema distinto del que aquí se está tratando. (468) Dejo al margen la cuestión del sentido que realmente pueda tener la noción
(466) Cfr. MacCormick, «Voluntary Obligations and Normative Powers», cit., p. 71; misma de «acto de voluntad» como «puro acto interno»; de todos modos, no estaría de
Atiyah, Pro mises, Morals and Law, cit., p. 18. El argumento se encuentra ya en Adam ~ás record~r las observaciones de Hart al respecto en «Acts of Will and Responsibi-
Smith, que lo emplea para criticar expresamente a Grocio y a Stair: vid. Adam Smith, hty», recogido en Punishment and Responsibility. Essays in the Philosophy of Law (Ox-
ford: Clarendon Press, 1968), pp. 90-112.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

entonces se tiene la obligación de hacer 0» (469), principio cuya plau- . El segund~ ~e los modelos tampoco está enteramente libre de di-
sibilidad derivaría del valor intrínseco que tendría el permitir a las per- ficultad~s. Qmza !a ~ue sus críticos señalan con mayor insistencia es
sonas establecer vínculos de esa manera (470). Lo que sucede, como que en el se desdibUJ~ 1~ /especificidad de las promesas en tanto que
han sostenido Atiyah o McMahon (471), es que esa explicación da el actos ~e habl~. La ~bJecwn mantiene que prometer es esencialmente
problema por resuelto sirviéndose de un argumento vacío: lo que se comun~car .la mtención de contraer -en virtud de ese mismo acto de
nos está diciendo es que un acto de habla crea una obligación si pre- comumcación- una obligación; y que cualquier caracterización de las
suponemos que se trata de un acto creador de obligaciones, y que la P!omesas. que P.rescinda /de ese elemento central nos hará perder de
razón para presuponer tal cosa es que sería bueno que lo presupusié- vista la diferencia entre estas y otros actos de habla distintos. La lógi-
ramos. Pero con ello, como es obvio, no hemos avanzado un ápice ha- ca de este segundo .I?odelo su.geriría, según sus críticos, que una pro-
cia la solución del problema de fondo -a mi juicio, verdaderamente mesa es la ?~claracwn de :a firme inte?ción de hacer 0 sabiendo que
insalvable- con el que tropieza este primer modelo: explicar, en tér- tal declaracwn puede suscitar expectativas en otro o incluso tratando
minos aceptables para un agente racional (en un sentido no sustanti-
vo, sino puramente formal de racionalidad), cómo puede la voluntad
obligarse irrevocablemente a sí misma. Desde Grocio, toda la tradi- deber de cumplir los pactos, habiéndose dicho en el cap. XIV que un contrato se llama
ción iusnaturalista racionalista y contractualista se contentó con dar pacto respecto de aq~el que ha entreg~do ya la cosa contratada y «deja que el otro cum-
por resuelto el problema mediante la simple apelación a una ley n~tu­ pla con la suy~ en algun tiempo postenor determinado, confiando mientras tanto en él»).
ral al efecto (472). Pero las aporías a las que conduce el modelo JUS- Pero Groc10 no puede aceptar de ninguna forma ese modelo, porque se seguiría de
tifican en mi opinión su radical puesta en tela de juicio. ello que «entre los reyes Y. los pueblos dlversos no tienen fuerza alguna los pactos mien-
tras nada se ha ?ado en vutud de .ellos» (II. XI. ~·- 3 [trad. Torrubiano, t. 2.o, p. 171]),
con, lo qu~ ve mmadas las bases rrusmas de la nocwn de pacto social. Su explicación del
(469) Cfr. J. Raz, «Promises and Obligations», cit., pp. 218-219. caract.er vmculante de las promesas, como ha mostrado con claridad Olivecrona --cfr.
(470) Op. cit., p. 228. K. Olivecrona, «El concepto de derecho subjetivo según Grocio y Pufendorf», apéndice
1 de El derec~o.como hecho. La estructura del ordenamiento jurídico, cit., pp. 261-279;
(471) Vid. P.S. Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., pp. 102-103; Ch. MeMa-
Id., ~<Das Mermge nach der Naturrechtslehre», en Archiv für Rechts-und Sozialphilo-
han, «Promising and Coordination», cit., p. 239.
sophw, 59 (1973) 197-204-, arran.ca .del concepto central del suum, aquello que natu-
(472) «[E]l cumplimiento de las promesas procede de la naturaleza de la justicia in- ralme~te nos p~rtenece, la esfera mvwlable de los individuos atentando contra la cual
mutable, que es común, a su modo, a Dios y a todos los seres que gozan de razón» (De s~ reahza.un mzustum, que co~prende o:iginariamente la propia vida, la integridad fí-
Jure Belli ac Pacis, lib. II, cap. XI, iv. 1 [trad. J. Torrubiano, cit., t. 2. 0 , p. 175]). Lo Sica, Y la hbe:tad y q~e. es ai?phable mediante la apropiación de objetos físicos, consti-
que le interesaba a Grocio era sostener que las promesas obligan naturalmente «aun sin tuyendose asi el ~omzmum. (1. ~·, el suum consiste en objetos exteriores a la propia per-
causa alguna» (II. XI. x [trad. Torrubiano, t. 2. 0 , p. 184]), apartándose así de una tra- sona). Para Gr?~I-o la exphc~ci?n de la obligatoriedad de las promesas corre paralela a
dición teórica que él centra en Fran<_;ois de Connan y a tenor de la cual ~<aquellos pactos la de la transrruswn del domzmum, y por eso le parece una inconsecuencia de Connan
que no tienen synallagma no inducen obligación alguna» (II, XI. i. 1 [trad. Torrubiano, el aceptar que «significada suficientemente la voluntad, puede traspasarse el dominio de
t. 2. 0 , p. 170]). Según este punto de vista, que Grocio rechaza, las promesas sólo obli- la cosa» y que no se acepte al mis~o tiempo que pueda uno obligarse por su sola vo-
gan cuando el destinatario ha confiado en ellas y ha actuado en consecuencia de manera luntad, ya que ~<sobre nuestras accwnes tenemos el mismo derecho que sobre nuestras
tal que resultaría perjudicado si a la postre no se cumpliesen, lo que sucede cuando él c~s~s» (11. XI. L 3 [trad. Torrubiano, t. 2.o, p. 172]). Es decir, la voluntad no crea ex
por su parte, a cambio de la promesa recibida y en razón de su recepción, ha dado o ~zhzlo e~ derecho con que queda ~nvest~~o el destinatario de la promesa, sino que trans-
hecho algo o se ha comprometido con una promesa correlativa a darlo o hacerlo (y por fiere. a ~ste el que ~obr~ su pr?pia accwn tenía el promitente (las promesas serían por
consiguiente los nuda pacta no serían vinculantes). La obligación no tiene entonces su consigmente una alzenatw partlculae nostrae libertatis). Pero evidentemente dar por su-
fuente en la voluntad, sino en el daño que se causaría al destinatario de la promesa. Esa puesto que uno ten~a -e~ algún sentido inteligible- un derecho sobre su propia liber-
misma idea, según Atiyah -vid. Promises, Morals and Law, cit., pp. 9 y 12-13-, fue tad (sobre su~ pr~pias. accwnes futuras) que puede transferir a otro mediante un acto
la que en sus orígenes hizo suya el common law y la que, a pesar de la posible aparien- de voluntad, Imphca Simplement.e -más allá de la metáfora espacial que nos ayuda a
cia en contrario, informa el cap. XIV de la primera parte del Leviatán (recuérdese al representarnos como natural la Idea de la traslación de un elemento de una esfera a
respecto la distinción que allí establece Hobbes entre «contrato», «pacto» o «convenio» otra- dar por, bu~na a priori la d~~cutible noción de una voiuntad obligándose irrevo-
y «promesa», y los términos exactos en que define cada una de esas nociones; y cómo cablemente a SI misma; Yla apelacwn a la «naturaleza de la justicia inmutable» no sirve
la tercera ley de la naturaleza, que se introduce al comienzo del cap. XV, se refiere al desde luego para hacerla más aceptable.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

intencionadamente de suscitarlas (473). Pero desde luego esa defini- declaraciones de la firme intención de hacer 0 sabiendo que tales de-
ción no parece satisfactoria. Para darse cuenta de que. no lo. es, bast.a
claraciones pueden suscitar expectativas en otro o incluso tratando in-
reparar -como ha señalado Atiyah (474)- en que. SI algmen mam-
tencionadamente de suscitarlas. La primera corrección es la que pro-
fiesta su firme intención de hacer 0 (tratando ?e
suscitar en otro_, la ex-
viene de percibir la diferencia entre «generar expectativas» e «inducir
pectativa correspondiente) tiene perfecto sentido preguntarle «SI, pero
¿lo prometes?», lo que obviamente estaría fuera de l~gar, por redun- confianza» o «dependencia» [reliance]: esa noción de confianza impli-
dante, si el acto de habla que acaba de ejec~tar constltuy.ese Y~ lo que ca no sólo tener determinadas expectativas acerca de la conducta de
entendemos por «promesa». Yendo má.s leJOS en e~ta ~Isma lmea de otro, sino además basar la propia conducta en esas expectativas (se ac-
crítica, Searle ha sostenido que cualqmer caractenzacwn. de las pro- túa en la confianza de que el otro se comportará a su vez de determi-
mesas en tanto que actos de habla que se construya .a partir de la Idea nada manera, es decir, se actúa de ese modo, a pesar de que ello iría
de que prometer es esencialmente intentar p_:oducir algun~ clase de en detrimento de los propios intereses si finalmente esa expectativa no
efecto perlocucionario (ya sea ést~ la ~ener~cwn de _,expectativas en un quedara satisfecha, porque se cree que efectivamente el otro se com-
tercero 0 cualquier otro que cupwse Imagmar) esta condenada nec~­ portará del modo que esperamos). Intentar generar expectativas es
sariamente al fracaso (475). Lo característico de las promesas sena simplemente intentar que otro crea que nuestra conducta futura será 0;
ciertamente la intención de producir alguna clase de «efect?;>: pero el intentar inducir dependencia o confianza (477), por contra, es intentar
efecto que se pretende producir es precisamente 1~ asun.~w~ de u~a que otro base su conducta en la creencia de que la nuestra será 0. La
obligación (algo que corresponde, por tanto,. a la ~I~enswn zlocucw- segunda corrección es la que deriva de tomar en cuenta la diferencia
naria del acto de habla), de manera que la I~tencwn de generar ex- entre «intención interna» e «intención ulterior» (478): una cosa es te-
pectativas en un tercero o de producir cua~qmer o.tro efecto perlocu- ner la intención de inducir la confianza del destinatario en el sentido
cionario imaginable estarían relacionadas solo contzngentemente con el explicado (intención ulterior), y otra tener la intención de que el des-
acto de prometer (y por consiguiente no puede basarse en ellas una tinatario interprete que es nuestra intención inducir su confianza (in-
definición aceptable de éste). . tención interna); y aunque normalmente aquélla acompañe a ésta, po-
Cabría replicar, sin embargo, que Se~rle ha desechado demasiad? dría sostenerse en cualquier caso que lo decisivo para identificar como
aprisa la posibilidad de definir satisfactonamente ~as p~omesas a partu «promesa» un cierto acto de habla es la presencia de la última. Con
de la intención de producir algún efecto perl~cuci?nar~o, Y ello, segu- estas matizaciones sería posible -en contra de lo afirmado genérica y
ramente, porque su crítica peca de un excesivo simphs~o a~ da: p?r taxativamente por Searle- caracterizar las promesas en tanto que ac-
sobrentendido que en la práctica dicho efecto perlo.cucwnano dif~cll­ tos de habla a partir de la intención del hablante de que el destinata-
mente podría ser otro que la generación d~ expectatiyas en ~1 destma- rio interprete que realiza dicho acto con la intención de producir un
tario. y si se supera esa simplificación qmzá sea posible ar:Icula: una efecto perlocucionario específico (la inducción de confianza). Y sinte-
explicación de las promesas en tant? que actos de ~abla mas refmada tizando estas ideas en términos formales, MacCormick ofrece la si-
-y por tanto menos expuesta a obJeCIOnes palmanas~, per? centra- guiente definición: el enunciado «haré 0» (o cualquier otro equivalen-
da aún en la idea de la intención del hablante de producir algun efecto te, con independencia de que se emplee o no expresamente el término
perlocucionario específico. . . .
Es lo que ha intentado MacCormick (476), mtroduciendo dos (477) En lo sucesivo, meramente por comodidad, hablaré simplemente de «inducir
correcciones de fondo en la explicación simplista de las promesas como confianza»: pero no estoy seguro de que esa expresión capte todo el sentido del término
reliance, que incorpora la idea de algo que «depende de» o «descansa en» otra cosa.
Ese matiz, presente en la expresión «en la confianza de que ... », se pierde al hablar me-
(473) Cfr. J. Raz, «Promises and Obligations», cit.,~· 211.
ramente de «confiar», que puede sugerir sólo «tener una firme expectativa». Sea como
(474) Cfr. P.S. Atiyah, Promises, Morals and Law, c1t., p. 50.
fuere, la idea se emplea en adelante en el sentido específico explicado en el texto.
(475) En Speech Acts, cit., p. 46. .
(478) Sobre la distinción entre «intención interna» e «intención ulterior», referida
(476) Vid. MacCormick, «Voluntary Obligations and Normat1ve Powers», cit., en aquella ocasión al acto de mandar u ordenar, vid. supra, notas 33 y 34 de esta par-
pp. 62-70. te II y el texto al que acompañan.

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577
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

específico «prometo»), dirigido por H (hablante) a D (destinatario), guna otra cosa (la confianza del destinatario) que sería a su vez el fun-
damento de la obligación. Raz no niega que si inducimos en otro la
«es una promesa de hacer 0 si
confianza de que haremos 0 y esa confianza le lleva efectivamente a
1) H pretende que D lo tome como signo de que H tiene la inten- comportarse de un modo tal que redundaría en perjuicio suyo en caso
ción de hacer 0 y de que pretende que D confíe en que H hará. 0, de de que finalmente no hiciéramos 0, entonces estamos obligados a ha-
manera que D actúe o haga planes sobre la base de esa expectatlva de cer 0. Pero esa clase de obligación sería la que deriva del principio mo-
que H hará 0, ral que en la práctica jurídica anglosajona se materializa en la doctrina
del estoppel (o, en la continental, en el principio venire contra factum
o bien proprium nulli conceditur), no la que surge de las promesas (481). Y
para darse cuenta de que no es ese principio el fundamento de la obli-
2) H supo o pensó que era probable que ~ lo tomase cot?o signo gatoriedad de éstas bastaría con reparar en que, si lo fuese, no habría
de que H pretendía que D confiase en que H hana 0, en el sentido men- ninguna obligación de cumplir lo prometido cuando no ha habido in-
cionado en (1)» (479). tención de inducir la confianza del destinatario de la promesa -supo-
niendo que Raz esté en lo cierto al entender que tal cosa es posible-;
Sin embargo no está claro que con la introducción de estos refina- o, en cualquier caso, que no la habría hasta que éste actuara efectiva-
mientos se haya conseguido una caracterización aceptable de la~ pro- mente, sobre la base de esa confianza, de manera tal que resultaría un
mesas en tanto que actos de habla. A juicio de Raz el tipo de mten- perjuicio para él si finalmente el promitente no hiciera lo que prome-
ción compleja por parte del hablante que MacCormick acaba de pre- tió (ya que si el destinatario de la promesa no llegara a comportarse
sentarnos no es un elemento necesario ni suficiente del acto de habla de un modo que puede acabar .resultándole oneroso -movido por la
«prometer»: el caso de alguien que promete hacer 0, pero ~dvier~e confianza de que el promitente actuará de manera tal que no llegue a
acto seguido al destinatario de la promesa que por alguna razon se.na suceder tal cosa- no se derivaría ningún daño efectivo para él del he-
mejor que no actuara o hiciera planes sobre la base de esa expectativa cho de que el promitente no hiciera lo que prometió; y si el funda-
y que, desde luego, él no pretende inducir tal co~a, demos.traría se~gún mento de la obligación del promitente fuese evitar un daño al destina-
Raz que no es un elemento necesario; el de algm~n que d1ce «hare 0» tario de la promesa, está claro que sin daño de éste no habría tampo-
con la intención compleja descrita por MacCorm1ck, pero que a pesar co obligación de aquél). Pero esa conclusión se considera inaceptable:
de ello añade «pero no prometo nada», que tampoco es un elemento la convicción de que siempre que se promete (en circunstancias nor-
suficiente (480). males, lo que excluye vicios de la voluntad como error, coacción, etc.)
Pero en cualquier caso, aunque se reconozca que ésos ~~n supues- y desde el momento mismo en que se promete se crea la obligación de
tos marginales o atípicos y que normalmente la ~ormulacwn de P!O- cumplir lo prometido -con independencia de que se haya inducido o
mesas sí va acompañada de esa intención compleJa, el defecto capital no la confianza del destinatario, de que éste haya o no actuado o he-
de la explicación de MacCormick radicaría -siempre según Raz---:- en cho planes sobre la base de esa confianza, etc.- jugaría entonces como
que nos ofrece una explicación errónea del f~n?amento de la obh~~a­ argumento letal contra las pretensiones de un modelo como el postu-
toriedad de las promesas: en lugar de concebu estas como la creacwn lado por MacCormick. En suma: en contra de este modelo se aduce
de una obligación, se piensa en ellas como la eventual creación de al- que entre la prestación de una promesa y el surgimiento de una obli-
gación no hay una conexión contingente (que es desde luego lo que su
lógica interna implica), porque prometer es contraer una obligación.
(479) Op. cit., p. 70. . .
(480) Cfr. J. Raz, «Voluntary Obligations and Normat1ve Powers», Cl~., p. 99. Que A decir verdad esa objeción debe examinarse con cierto cuidado.
la intención de inducir o suscitar la confianza no es un elemento necesarw del acto de
prometer ha sido reconocido en una revisión posterior de sus ideas por el pr~pio _Mac- (481) Cfr. Raz, «Voluntary Obligations and Normative Powers», cit., p. 101; en el
Corrnick: cfr. Legal Right and Social Democracy, cit., p. 204. Mas tarde exammare has- mismo sentido Finnis, Natural Law and Natural Rights, cit., p. 299.
ta qué punto resultan verdaderamente acertadas estas objeciones.
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578
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Supongamos, en primer lugar, que se acepta la idea de que la obliga- cipio: después de todo, podría argüirse, si el único sostén para esa afir-
ción sólo surge cuando el destinatario de la promesa, sobre la base de mación es la nebulosa y discutible idea de un acto por el que la volun-
la confianza inducida por el promitente, actúa realmente .de un mod? tad se oblig~ irrevocablemente a sí misma, no parece que haya ningún
tal que entrañaría un coste para él si finalmente el promltente ~o hi- argumento meluctable que nos fuerce a reconocer que la obligación
ciera lo que prometió. Podría pensarse e?tonces, al men~s/ a pnmera surge también en ese caso.
vista, que serían muy numerosas las ocasiOnes e.n q~~ hab1endose for- Sea cual fuere el juicio que nos merezca esa conclusión, no se ago-
mulado una promesa no surgiría sin embargo obhgac10n algu~~; .tan nu- tan aquí los reparos que en contra de este segundo modelo han for-
merosas, quizá, como para dudar intuitivamente de la_ plauslbihdad d~ mulado sus críticos. Un segundo bloque de objeciones es el que insiste
esa explicación. Pero las apariencias pueden ser enganosas: lo que ah- en que en él se pierde de vista la especificidad del concepto de obli-
menta la idea de que conforme a ella serían muy numerosas las /oca- gación. Cuando alguien ha prometido hacer algo, se nos dice, hace sur-
siones en que no surgiría obligación alguna es el presupuesto .erroneo g~r entre é~ y el destinatario de la promesa un vínculo especial. Espe-
de que para que el destinatario resulte finalmente danado (si el _rro- cial, en pnmer lugar, porque en virtud de él el promitente habrá de
mitente no cumple lo prometido) tiene que habe~ hecho ~lgo - L e., ser parcial en favor del destinatario de la promesa, es decir, habrá de
haber ejecutado una acción positiva- que para el entran~ un coste. reconocerle un locus standi privilegiado en relación con las pretensio-
Pero lo cierto es que también puede suponer un coste para el (un «cos- nes de cualq~ie~ ~ercero con el que no le ligue un vínculo semejante.
te de oportunidad», en el vocabulario de los economistas) ~1 no hace~ Lo q~e eso sigmfica es que, llegado el momento del cumplimiento, el
nada: es lo que puede suceder si, confiando en que el prom~tente hara p~o~Itente no podrá aleg~: como justificaci~n válida para hacer algo
lo prometido, el destinatario se abstiene de tomar otras medid~s ~con~ d1stmto de lo que promet10 que con ello evita a un tercero un daño
certar otros acuerdos que ciertamente habría pr~curado matenahzar SI igual (ni tan siquiera mayor, al decir de algunos) al que de ese modo
no contara con que la promesa iba a ser cumphda (482). Tan pronto va a sufrir el destinatario de la promesa: la pretensión de éste frente
como nos damos cuenta de que esos costes pueden ser. también costes al p~omite~te gozaría de un peso singular en relación con otras pre-
de oportunidad y, por consiguiente, de que ~o es estnctamente nece- ten~I~nes ~Ivales, ?o. necesanamente porque el daño que a él le pro-
sario que el destinatario haga algo para 9ue fmalmente pueda resultar ducina ~1 mcumphmiento sea de mayor entidad que los que el promi-
dañado por el incumplimiento del promltente, reparamos en que, con tente deJara de evitar cumpliéndola, sino porque el vínculo generado
arreglo a lo propuesto por este segu.ndo model~, seguramente n? son por la promesa quedaría sustraído de un cálculo general de consecuen-
tantas como quizá parecía a simple vista las ocasiOnes en que hab~endo cias en el que se contrapesen beneficios y daños sin tomar en cuenta
prometido no surge sin embargo obligación .algu~a para el promrtente sobre quién recaen éstos. Y por consiguiente, en segundo lugar, el
(es más probablemente serán muy pocas, s1 se tiene en cuenta, como vínc.ulo s~ría especial ~n el sentido de que la razón que por haber pro-
se verá ~ás adelante el contexto normal o más frecuente en el que se metido tiene el promltente para hacer lo que prometió no sería una
prestan promesas). Sin embargo sigue siendo cierto} .i~discutib~e.men~ razón más que haya de ser contrapesada dentro de un balance global
te, que aunque no sean tantas como sugeriría. un anahsis su~er~Icml,/ s1 con .el resto d~ raz?nes a favor y en contra de esa acción: quien ha pro-
habrá algunas ocasiones de ese tipo. Ahora bien, lo que en ultimo ter- metido se obhgana entonces a hacer lo que prometió, no a hacer lo
mino siempre cabría replicar desde este segundo modelo es. que 1~ ob- que prometió a condición de que eso resulte ser, llegado el momento
jeción de que también surge una obligación aunque ~1 dest.matano de del cumpli~ient~, lo mejor según el balance global de razones (483).
la promesa no haya incurrido ~n algún co~te poteneral ~~1/ado por. la Estas consideraciOnes (que como se ve reiteran la idea de que las ra-
confianza inducida por el promrtente constituye una peticion de pnn- zones que surgen de la prestación de promesas habrían de ser canee-

(483) Cfr., p. ej., Marcus G. Singer, Generalization in Ethics, cit., p. 206; Raz «Pro-
(482) Sobre ello han llamado la atenci.ón Ati~ah, Promises, Morals and Law, cit., mises and Obligations», cit., pp. 217-218; Finnis, Natural Law and Natural Rights, cit.,
pp. 39-40; y Scanlon, «Prornises and Practlces», clt., p. 206. pp. 304 y 308.

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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

bidas como «razones excluyentes») estarían adecuadamente. recogidas


en el primer modelo, que insiste en que las p_romesas consi.sten en la la aceptación de ese modelo no nos compromete irremisiblemente con
comunicación de la intención de contraer, en vut~d de ese m1~mo acto, un tipo de teoría moral determinada: no es más que una propuesta de
una obligación (i. e., precisamente esa clase de vmculo espe~ml); pero explicación de cómo, a partir de la aceptación de un juicio de deber
presuntamente se perderían de vista en el segundo, que explica la apa- previo, pueden surgir razones morales para actuar de la formulación
rición de razones morales para hacer lo prometido de una manera tal de una promesa; no una propuesta de fundamentación de ese juicio
que, cuando éstas surgieran efectivamente (lo que, co~o sabemos, no de deber, ni un modo definido de entender el alcance de éste, y por
siempre sucedería), no pasarían de ser otras razones mas -_y no nece- tanto puede ser asumido por sujetos que coincidan en aceptar dicho
sariamente concluyentes- a tomar en cuenta por el promltente . .~en­ juicio de deber previo aun desde concepciones morales globales dife-
tro de un balance global (confundiendo entonces, concluye la cntlca, rentes (y por consiguiente con consecuencias prácticas posiblemente di-
las «obligaciones» con el «mero deber hacer»). . . versas en cada caso concreto). Y, salvado ese primer obstáculo, lo que
El valor de esta crítica, con todo, resulta ~uy d1scut1b~e. Par~ em- resta de la objeción planteada no es más que la pretensión de que cier-
pezar, la lógica de este segundo modelo no tle.ne por que exclmr ne- tas razones para actuar han de ser caracterizadas como «excluyentes»:
cesariamente la idea de la parcialidad del promltente e,n favor . .del des- pero, como ya he expuesto anteriormente en términos que me parece
tinatario de la promesa: que lo haga o no, depe~dera de cual sea la ~nnecesario reiterar, no encuentro argumentos convincentes para de-
estructura general de la teoría moral en la que se mse_rte ese de~er de Jar de pensar que las razones que pueden surgir a partir de la formu-
«no defraudar a otro que, sobre la base de una confianza que Inten- lación de una promesa son simplemente nuevas razones de primer or-
cionadamente hemos inducido en él, ha actuado de un modo tal que den -«independientes del contenido>>- que se añaden al balance de
redundará en perjuicio suyo si finalmente no actuamos con arreglo a las ya existentes (pudiendo prevalecer sobre ellas, pero sin que nada
garantice que haya de suceder tal cosa) (485).
esa expectativa» del que se nos habla en el s~gundo modelo ( depe~­
derá en concreto de si esa teoría moral admite o no «razones relati-
vas ~1 agente») (4S4). Pero lo que ha de tenerse bien presente es que tiene razones neutrales respecto al agente; pero no tiene por qué serlo si se suscribe una
moral que comprende razones relativas al agente, puesto que entonces cabe sostener
que el des valor intrínseco de hacer p (i. e., de ser precisamente uno mismo el que hace
(484) Razones «relativas al agente» [agent-relative] son las. q~e, en relación con la p) es mayor que el de que ocurra p computado desde el punto de vista de un observa-
producción 0 evitación de cierto resultado, están ligadas a la pos1c1on o papel de un agen- dor, esto es, de un agente que no es el que lo produce. Generalmente se ha tendido a
te determinado (de manera que son razones para que él haga ~ no haga algo de las que dar por supuesto que cualquier forma de consecuencialismo implica aceptar sólo razo-
se piensa que no tienen por qué valer igualmente par.a ~ualqmer otro agente. que con- nes neutrales respecto al agente, pero a mi juicio ésa es una conclusión apresurada, pro-
temple el mismo caso pero jugando en él un papel d1stmto), porque se considera ~~e vocada por la identificación inconsciente entre consecuencialismo en general y esa for-
el valor del estado de cosas resultante, integrando en él el valor o ?~~valor de la accwn ma específica de moral consecuencialista que es el utilitarismo (o mejor, las diferentes
que lo produce, alcanza un monto diferente según cuál sea la pos1C1on desde la que se formas de utilitarismo). Me he ocupado de ello en otro lugar, al que me permito reen-
contempla. Por el contrario, razones «neutrales respecto al agente». [agent-neutral] son viar: cfr. J.C. Bayón, «Causalidad, consecuencialismo y deontologismo», en Doxa, 6
aquéllas que no están conectadas a ninguna posición o papel determmad~, razones ~ara (1989), 461-500, especialmente pp. 478-480.
actuar que en relación con la producción o evitación de un resultado se p1ensa que tiene
Aplicando estas consideraciones a la pregunta de si podría justificarse esa «parciali-
por igual cualquiera, puesto que se considera que el valo~ ~~1 estado de cosas resulta?;e dad» del promitente en favor del destinatario de la promesa desde el segundo modelo,
es para todo agente el mismo, cualquiera que sea la pos1c10n .que se ocupe en ~elacwn cabría responder que sí cabe hacerlo si se entiende que hay un desvalor mayor en ser
con su producción (cfr., p. ej., Parfit, Reasons and Persons, cit., p. 143). . ~or eJemplo, la causa directa de un daño (el que el destinatario sufriría) que en dejar que ocurra,
puede juzgarse que uno no debe hacer p ni siquiera c~~ndo és.a es la um.ca fo~ma. de para evitar que se produzca el primero, otro daño similar a un tercero del que en modo
evitar que suceda q, y admitir sin embargo que es per~lSlb~e (o m~luso o?ligat~no) Im- alguno son causa nuestras acciones intencionales; es lo que, más bien de pasada, sugiere
pedir que suceda q aunque la úni~a for~a d~ hacerlo Implique deJar de 1mpedu a otr~ MacCormick, «Voluntary Obligations and Normative Powers», cit., p. 69. Entiendo por
que haga p. Aparentemente lo pnmero 1mphca que el esta?o d~ c~sas (-p 1\ q! ~e con supuesto que, a partir de cierta magnitud, la entidad del daño que incumpliendo la pro-
sidera más valioso que (p 1\ -q), mientras que lo se~undo 1mplicana lo. contrano, Y po~ mesa se puede evitar que sufra un tercero desbanca ese tipo de consideraciones.
consiguiente la conjunción de ambos juicios ~~re~e mcoherente. ~f~ctiVamente. . lo es SI
uno suscribe una moral--como, p. ej., el utlhtansmo de actos clas1co- que solo con- (485) Así lo mantiene explícitamente Warnock, The Object of Morality, cit.,
pp. 114-115. Curiosamente Raz afirma haber sido influido en buena parte, en cuanto a
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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

Hay, de todas formas, una línea de argumentación que quizá po- yo lo hago ahora, porque la premisa de mi argumentación resultaría en-
dría esgrimirse aún en defensa de la idea de que quien promete hace tonces ser falsa.» (487)
surgir una razón para actuar de caracter excluyente, y no una merara-
zón de primer orden adicional. El argumento es el siguiente: con arre- Y la razón de que el punto de vista propio de este segundo modelo
glo a la lógica del segundo modelo, un agente racional entenderá que sólo pueda ser mantenido a condición de que los demás no lo compar-
ha de hacer lo que prometió a condición de que eso resulte ser, llega- tan -i. e., la razón de que resulte colectivamente auto-frustrante- ra-
do el momento del cumplimiento, lo mejor según el balance global de dicaría, según quienes desarrollan esta crítica, en que si todos consi-
razones (incluidas las eventualmente generadas a partir de la formula- deraran que la razón para actuar que puede generar una promesa (no
ción de la promesa); pero ese punto de vista sólo podría mantenerse defraudar a otro que, sobre la base de una confianza que intenciona-
siempre y cuando los demás no lo compartan, porque si todos razona- damente hemos inducido en él, ha actuado de un modo tal que redun-
sen como él la práctica misma de la promesa resultaría imposible; y dará en perjuicio suyo si finalmente no actuamos con arreglo a esa ex-
por consiguiente el modelo criticado desemboca en la conclusión pa- pectativa) es sólo una razón más de primer orden, y todos supieran
radójica de que el presunto punto de vista de un agente racional exi- que los demás consideran las cosas de ese modo, no se ve cómo po-
giría, como condición sine qua non, lo que con arreglo a ese mismo dría el promitente inducir en el destinatario de la promesa la confian-
criterio sería la irracionalidad de todos los demás (486). Lo que se está za de que su conducta futura será una determinada (porque el desti-
diciendo, en definitiva, es que el punto de vista asumido en este se- natario sabe que el promitente sólo considerará que debe hacer lo pro-
gundo modelo resulta auto-frustrante en el plano colectivo. Por con- metido si, llegado el momento del cumplimiento, es éso lo que resulta
siguiente quien lo adopte razonaría como lo que, siguiendo una suge- del balance global de razone§; pero ni él ni el promitente pueden sa-
rencia terminológica de Raz, podríamos llamar un «polizón cognitivo» ber a priori si habrá o no entonces una razón de signo contrario que
[cognitive free-rider], es decir, aquel que sabe que prevalezca por su peso sobre la eventualmente generada por la pro-
mesa); y si no se consigue inducir esa confianza, con arreglo al mode-
{{[s]i mis puntos de vista fuesen generalmente compartidos, y se supiese lo criticado no surge razón alguna para hacer lo prometido (lo que de-
que son compartidos, ninguno estaría en condiciones de razonar como muestra que para que hubiese surgido los demás tendrían que haber
razonado de manera distinta). Es más, un agente racional sabría que
no puede inducir esa confianza en otro agente igualmente racional
-porque éste razonará en los términos descritos-, y por consiguien-
su análisis de las promesas, por las tesis de Warnock (cfr. Raz, «Promises and Obliga- te no intentaría que otro (salvo que presuma su irracionalidad) inter-
tions», cit., p. 216, nota 9), pero en este punto crucial se distancia decididamente de él. prete que él intenta inducir su confianza; y si se supone que prometer
(486) Por supuesto este argumento recuerda en su estructura básica al muy conoci- es precisamente comunicar esa clase de intención compleja, el resul-
do de Hodgson en contra del utilitarismo de actos: cfr. Consequences of Utilitarianism, tado obvio de todo ello es que entre agentes que razonen en esos tér-
cit., cap. II. Que la cooperación en general se torna imposible entre utilitaristas de ac-
tos ha sido sostenido también por Warnock, The Object of Morality, cit., p. 34. minos la práctica de la promesa no sería ni siquiera posible.
Aunque en este momento no me interesa explorar a fondo esa discusión, creo que En realidad esta crítica conecta con otra, muchas veces reitera-
desde una óptica utilitarista puede contestarse con éxito a la objeción de Hodgson: la da (488), según la cual la explicación ofrecida por este segundo mo-
réplica más completa y convincente de la que tengo noticia es la que desarrolla John
L. Mackie en «The Disutility of Act-Utilitarianism», en Philosophical Quarterly, 23
(1973) [ahora en Mackie, Persons and Values. Selected Papers, vol. JI (Oxford: Ciaren- (487) Vid. Raz, «Facing Up: A Reply», cit., p. 1188.
don Press, 1985), pp. 91-104]. En síntesis, la argumentación de Mackie muestra que en (488) Cfr. G.E.M. Anscombe, {{Rules, Rights and Promises», en Midwest Studies
algunos casos sí tendría sentido la práctica de la promesa entre utilitaristas de actos y in Philosophy III (Morris: University of Minnesota Press, 1978), pp. 318-323 [ahora en
que en el resto, en los que ciertamente no lo tendría, tampoco sería necesaria. Vid. tam- Anscombe, Ethics, Religion and Politics. Collected Philosophical Papers, vol. III (Min-
bién Peter Singer, «<s Act-Utilitarianism Self-Defeating?», en Philosophical Review, 81 neapolis: University of Minnesota Press, 1981), pp. 97-103]; Warnock, The Object of
(1972) 94-104; y Donald Regan, «Ün Preferences and Promises. A Response to Har- Morality, cit., pp. 99-100; Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 96; Atiyah, Promises,
sanyi», en Ethics, 96 (1985) 56-67, pp. 58-64.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

delo resulta circular. Por un lado, se nos dice que el deber de hacer peración de los escollos mencionados hace necesario un replanteamien-
lo prometido surge del hecho de que se ha inducido intencionadamen- to global de la práctica de la promesa y del fundamento de su obliga-
te la confianza de otro en que ésa será nuestra conducta futura (y éste toriedad.
va a sufrir un daño si finalmente hacemos otra cosa) . Por otro, el des-
tinatario sólo tendrá una razón para confiar en el promitente si cree ii) Me parece que puede resultar esclarecedor comenzar esa re-
que éste piensa que tiene el deber de hacer lo que asegura que es su
intención hacer. Pero entonces la circularidad se produciría inevitable- ber de cumplir las promesas no es más que una manifestación del deber genérico de ve-
mente, porque si hay que presuponer el caracter vinculante de la pro- racidad (op. cit., pp. 109-111). Su argumentación es la siguiente: moralmente pensamos
que el deber de decir la verdad implica que lo que decimos debe corresponderse con lo
mesa para conseguir inducir la confianza del destinatario de ésta, en- que es o ha sido el caso; pero no hay razón alguna para que no lo extendamos igual-
tonces no es posible derivar la vinculatoriedad de la confianza induci- mente a la conformidad con lo que será el caso cuando ello se encuentra precisamente
da. Y de ese círculo vicioso sólo podría salirse, se dice, aceptando que bajo el control de nuestra voluntad. Por tanto el deber de veracidad es en general el
una promesa genera una obligación con independencia de que se con- deber de hacer corresponder palabras y cosas, de manera que «cuando las cosas son un
siga o no producir algún determinado efecto perlocucionario: aceptan- dato, la restricción, por así decirlo, recae en las palabras; cuando las palabras van en
primer lugar, la restricción recae en las acciones futuras del hablante» (op. cit., p. 111).
do, en definitiva, que se consigue inducir la confianza de otro porque
El intento de fundamentación del deber de cumplir las promesas como manifesta-
se contrae una obligación, no que se contrae una obligación porque se ción del deber de veracidad no es nuevo. Ya lo critica con dureza Adam Smith (cfr. Lec-
.<

ha inducido la confianza de otro. tures on Jurisprudence, LJ(A) II § 59 [ed. Meek-Raphael-Stein, cit., p. 93]), que lo pone
En suma, si hacemos balance de las dificultades o problemas pen- en boca de Pufendorf y de Richard Price. Dejando aparte otras consecuencias paradó-
dientes de resolución en este segundo modelo, encontramos que son jicas de esa tesis -p. ej., que por la~misma razón ha de suponerse que tendríamos el
deber de cumplir nuestras amenazas-, la objeción fundamental en su contra fue expre-
fundamentalmente cuatro: caracterizar satisfactoriamente las prome-
sada con claridad por Sidgwick (cfr. The Methods of Ethics, cit., p. 304): según la lógica
sas en tanto que actos de habla, demostrando que cierto tipo de in- del argumento de la veracidad no sólo estaríamos vinculados por nuestras promesas,
tención compleja por parte del hablante constituye realmente un ele- sino también y en igual medida por todas nuestras declaraciones de intención; y lo que
mento necesario y suficiente del acto de prometer; hacer plausible una entonces se pierde de vista es que probablemente lo esencial en el caso de la promesa
explicación del fundamento de la obligatoriedad de las promesas con no es que nuestra acción se corresponda con nuestra declaración, sino con las expecta-
tivas intencionalmente inducidas en otro. Vid. además, para la crítica de Warnock, Don
arreglo a la cual no siempre que se promete se tienen verdaderamente Locke, «The Object of Morality and the Obligation to Keep a Promise», en Canadian
razones morales para hacer lo prometido; demostrar que el punto de Journal of Philosophy, 2 (1972) 135-143; y Atiyah, Promises, Morals and Law, cit.,
vista de un agente que lo asuma no sería colectivamente auto-frustran- pp. 104-105).
te; y evitar el círculo vicioso entre la inducción de confianza y la ge- ii) Haciendo uso de una idea presentada originalmente por Hart (en «¿Existen de-
neración de la obligación. A mi juicio la idea básica de este modelo rechos naturales?», trad. cast. cit., pp. 97-98), autores como Rawls (A Theory o/Justi-
es correcta, y una explicación satisfactoria del modo en que surgen ra- ce, cit., pp. 344-348) o Richards (A Theory of Reasons for Action, cit., pp. 167-168) fun-
damentan la obligación de cumplir las promesas en la exigencia de equidad [fairness],
zones morales para actuar a partir de la prestación de promesas ha de en virtud de la cual quien ha aceptado voluntariamente los beneficios que se derivan de
estar en buena parte inspirada en él (no en el modelo rival, cuyas de- una práctica o institución (en este caso, la promesa) debería aceptar a su vez las restric-
ficiencias de fondo me parecen insalvables) (489). Pero sin duda la su- ciones que la práctica le impone (i. e., debería cumplir lo prometido).
Pero Christopher McMahon ha desarrollado un argumento, a mi juicio convincente,
Morals and Law, cit., p. 37; Robins, «The Primacy of Promising», cit., pp. 324-325; que demuestra que esta estrategia de fundamentación o fracasa, o converge en el fondo
Downie, «Three Accounts of Promising», cit., p. 266. (seguramente para sorpresa de quienes la han sostenido) con el segundo de los grandes
modelos que aquí se han analizado, el centrado en la idea de la inducción de confianza.
(489) Hay por supuesto, además de los dos grandes modelos analizados, otras es- Para entender por qué, hemos de reflexionar acerca de quién se supone que es, en la
trategias diferentes para fundamentar la obligatoriedad de las promesas. Me referiré lógica del argumento del fa ir play, el que se ha «beneficiado» del funcionamiento de la
aquí a dos de las más conocidas: el argumento del deber de veracidad y el argumento práctica. Probablemente lo más inmediato es pensar que el beneficiario es el receptor
del fair-play. de la promesa, y que por consiguiente el principio de equidad obliga a los promitentes
i) En The Object of Morality Geoffrey Warnock ha sostenido, en efecto, que el de- a hacer lo prometido en la medida en que se han beneficiado en el pasado en tanto que

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

flexión imaginando en primer lugar una situación en la que no existie- bla informales consistentes en comunicar a otro que se hará 0 con la
ra ninguna práctica social semejante a la de prometer. No obstante, intención de que él interprete que es intención de quien habla inducir
aun en ausencia de esa práctica social, sería perfectamente posible su confianza en que la conducta futura del hablante será 0 (490). Por
aceptar un principio moral (al que en lo sucesiyo me referiré por co- consiguiente, hablar de un grupo social cuyos miembros coinciden en
modidad como «principio de la inducción de confianza» o «PIC») a te- suscribir el PIC y realizan eventualmente esos actos de habla informa-
nor del cual les no es emplear un rodeo verbal para evitar decir que existe en él la
práctica social de la promesa.
PIC: Si hemos inducido conscientemente a otro a que confíe en Suscribir el PIC equivale a reconocer relevancia práctica a un de-
que nuestra conducta futura será una determinada, y esa confianza le terminado tipo de consentimiento. Conviene sin embargo adelantar al-
lleva a comportarse de un modo tal que redundaría en perjuicio suyo gunas precisiones acerca de la idea genérica de consentimiento y de su
en el caso de que finalmente no actuaramos con arreglo a la expectativa valor como «generador» de razones. Quien consiente intenta con ello
suscitada, entonces, para no producir ese daño, estamos obligados a alterar la situación desde el punto de vista normativo, pero, como re-
comportarnos de manera que quede satisfecha la expectativa conscien-
temente inducida. conoce el propio Raz,

«[n]o todo acto de consentimiento logra hacerlo, y los que lo logran lo


Me interesa resaltar que si todos los miembros de un grupo social
hacen porque caen en el ámbito de razones, no creadas a su vez por el
coincidieran en suscribir el PIC ello no equivaldría a la existencia de consentimiento, que muestran por qué ciertos actos de consentimiento
la práctica social de la promesa. Es más, tendría perfecto sentido decir deben ser, dentro de cierto"s límites, una forma de crear derechos y de-
que el PIC es, desde el punto de vista de cada uno de ellos, lo que he beres.» (491)
venido llamando un «juicio de deber independiente de la existencia de
reglas sociales», i. e., un juicio de deber que cada uno suscribe con in- Por consiguiente no es que la voluntad «cree» razones sin más, sino
dependencia del hecho de aquella coincidencia (o si se quiere, en la que presuponemos razones para actuar -no dependientes a su vez de
conocida terminología rawlsiana, un «deber natural»). En esas condi- actos de consentimiento ni expuestas por tanto a la revocación de és-
ciones habría por supuesto diferentes maneras de conseguir inducir la tos- que, dentro de ciertos límites, reconocen relevancia práctica al
confianza de otro. Pero ninguna de ellas consistiría en la ejecución de consentimiento. Quien reconoce razones de esa clase reconoce a los
un acto de habla formal, es decir, de un acto de habla que sólo es con- individuos la capacidad de moldear, siempre dentro de ciertos límites,
ceptualmente posible en el marco de ciertas reglas convencionales su mundo moral: reconoce, en suma, principios en virtud de los cuales
preexistentes: todo lo que tendríamos sería la ejecución de actos de ha- ciertos actos de consentimiento hacen lícito («volenti non fit iniuria»)
lo que de lo contrario sería ilícito. En definitiva, el con:)entimiento es
receptores de promesas. Pero esa interpretación tiene como consecuencia que quien en normativamente eficaz sólo en el marco de principios (que uno suscri-
el pasado nunca ha aceptado promesa alguna podría prometer y no tendría obligación be sin derivarlos a su vez del hecho de que se hayan prestado otros
de cumplir lo prometido. Cabría entender, alternativamente, que es el promitente el actos de consentimiento) del tipo «no se debe hacer ~~ a S a menos
que se beneficia de la práctica: esto puede suceder cuando la acción prometida (cuya
ejecución, por consiguiente, queda diferida en el tiempo) se ofrece como contrapresta-
ción de algo que el receptor de la promesa, confiando en que ésta se cumplirá y preci- (490) Cfr. MacCormick y Bankowski, «Speech Acts, Legal Insütutions and Real
samente sobre la base de esa confianza, hace ahora en beneficio del promitente (y, si Laws», cit., p. 126, donde la idea de un acto de habla informal queda definida de este
no obtuviese finalmente la contraprestación, en perjuicio propio). Pero en ese caso no modo: «Allí donde sea posible especificar la naturaleza de un acto ce habla haciendo
hay «beneficio del promitente» cuando la promesa no consigue inducir la confianza del referencia tan sólo a la proferencia [utterance] de palabras (en la presuposición por tan-
receptor de la promesa: y el resultado de todo ello es que el principio de la equidad o to de convenciones semánticas acerca de lo que las palabras significan) y a la intención
del fair-play nos da una explicación de por qué las promesas dan lugar a obligaciones compleja puesta de manifiesto por esa proferencia, tenemos lo que puede ser denomi-
que es sustancialmente equivalente a la ofrecida por el modelo de la inducción de con- nado un acto de habla informal».
fianza (cfr. McMahon, «Promising and Coordination», cit., pp. 242-243). (491) Cfr. J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 84.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

que S consienta -en las circunstancias C, o con los requisitos R- en que es nuestra inte~ción inducir su confianza en que haremos 0, es con-
que se le haga 0». Siderado como eqmvalente a consentir que otro base sus acciones en
Sentada esa precisión, creo que puede explicarse adecuadamente la confianza de que la nuestra será 0. Y la admisión de la eficacia de
en qué ~entido suscribir el PIC equivale a dar relevancia práctica a un ese consentimiento -y, consiguientemente, de la idea de que a partir
cierto tipo de consentimiento. A veces se ha hecho notar (492) que de su prestación el eventual daño que sufra el destinatario puede im-
aun cuando A induzca intencionadamente en B la confianza de que putarse al hablante- es la que se ve refleja da en la aceptación del
hará 0, y aun cuando B se comporte, en razón de esa confianza, de PIC. Muchos principios morales que otorgan relevancia al consenti-
un modo tal que supondrá un daño para él si finalmente A no hace 0, miento suponen que la prestación de éste convierte en lícito lo que de
para que en definitiva se produzca el daño no sólo es necesario que A lo contrario sería ilícito; el PIC, sin embargo, implica para el hablante
no haga 0, sino también que B haga voluntariamente algo a lo que no la conversión en ilícito de lo que de otro modo le sería lícito (la rea-
ha sido forzado en modo alguno por A; y que, por consiguiente, no lización de algo distinto de su intención declarada, sean cuales sean
es en absoluto obvio por qué B habría de considerar justificado el ha- las consecuencias que de ello vayan a seguirse para otros que creyeron
cer responsable a A del daño sufrido. Me parece que la respuesta a que no sucedería tal cosa y ajustaron sus propias acciones de acuerdo
esta observación viene dada por la idea de que suscribir el PIC implica con esa creencia).
concebir como un acto de consentimiento la manifestación de la inten- Cuando alguien intenta con su acto de habla que otro interprete
ción compleja del hablante anteriormente mencionada. Quien suscri- que su intención es inducir su confianza en que hará 0, resulta irrele-
be el PIC no entiende por supuesto que pese sobre nosotros el deber vante a efectos de la entrada en juego del PIC no sólo que en realidad
genérico e incondicional de no defraudar las expectativas de otros acer- no pret~nda hacer 0, sino ta11_!bién que en realidad no quiera inducir
ca de nuestra conducta, ni de responder del daño que para otros re- su confianza: basta con que pretenda hacer creer al destinatario que
presente la frustración de las mismas, ni siquiera en el caso de que se- sí tiene esa intención (es decir, que sí consiente en que éste base sus
pamos que otros albergan dichas expectativas y por tanto pueden su- acciones en la confianza de que la suya será 0). En general eso es lo
frir esos daños; y ni tan siquiera en el caso de que hayamos inducido que ocurre con diferentes clases de actos de consentimiento: que no
nosotros mismos esas expectativas (i. e., hayamos hecho creer a otro es el hecho de que «internamente» se consienta -una circunstancia psi-
que nuestra conducta futura será 0). Ello es tanto como decir que en cológica inescrutable para terceros-, sino el de que se declare el con-
principio nadie tiene derecho a contar con que nuestra conducta futu- senti~iento --=-~ se infiera razonablemente de una conducta-, el que
ra será una determinada ni a hacernos responsables de lo que le pueda convierte en hclto para un tercero lo que de otro modo sería ilícito (si
pasar a él si hacemos algo distinto de lo que espera, aunque sepamos «no se debe ~acer 0 a S a menos que S consienta en que se le haga 0»,
que lo espera o incluso si han sido actos intencionales nuestros los que hacer 0 a S sm tener constancia de que éste consiente -porque no ha
le.han inducido a esperarlo (incluida nuestra declaración de que es declarado tal cosa- es ilícito aunque resulte que internamente S sí con-
nuestra intención hacer 0); que en principio nadie tiene derecho, en siente en ello; y hacer 0 a S cuando éste ha manifestado que consiente
suma, a considerar limitada o circunscrita nuestra libertad de cambiar en ello es lícito aunque -sin que el tercero tenga constancia de ello-
de planes, o a considerarnos responsables de las consecuencias que internamente S no consienta).
para él pudiera traer apareja das dicho cambio. Pero la excepción que De todos modos, con arreglo al PIC no es la manifestación de ese
se reconoce a ese principio general consistiría precisamente en que con- c~nsentimiento (i. e., la comunicación de la intención compleja des-
sintamos en que otro cuente con que nuestras acciones futuras serán cnta) por sí sola la que hace surgir el deber: la aparición de éste re-
unas determinadas: de ese modo, decir «haré 0» con la intención, no qui~~~ además que el destinatario se haya comportado -por acción u
meramente de que otro crea que haré 0, sino de que otro interprete omision- de un modo tal que supondría un daño para él si finalmente
el hablante defrauda la confianza conscientemente inducida (siendo la
manifestación del consentimiento, eso sí, el requisito para imputar a
(492) Vid., p. ej., Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., pp. 65-66. éste aquel daño). Lo que eso significa es que mientras no haya ocurrí-
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

do tal cosa el hablante es libre de retirar o revocar su consentimiento. la respuesta viene dada por la constatación de que dichos agentes ten-
Lo único que ciertamente no cabe es que pretenda eximirse de su de- drían ante sí un problema de coordinación, generado por la dificultad
ber cuando sí haya sucedido alegando que retira entonces su consenti- de discernir con acierto cuál es en cada caso la verdadera intención de
alguien que comunica a otro que hará 0 y, en concreto, de discernir
miento.
Por último, suscribir el PIC no supone incurrir en ninguna clase de con acierto cuándo tiene y cuándo no tiene el hablante la intención
círculo vicioso. El deber de hacer lo anunciado que surge de la con- compleja que se acaba de apuntar: obviamente nadie deseará que se
fianza inducida no es a su vez requisito previo para que ésta pueda pro- le atribuya esa intención compleja (y que por tanto se le pueda llegar
ducirse. En primer lugar no estoy nada seguro de que lleven razón a considerar sujeto al deber correspondiente) cuando realmente no la
quienes han presentado el argumento de la circ.ularidad al sostene~ que tiene; ni nadie desearía atribuir erróneamente esa intención a quien le
el destinatario sólo tendrá una razón para confiar en el hablante SI pre- habla, pudiendo sufrir a la postre un daño del que no cabría entonces
supone que éste cree que tiene el deber de hacer lo que asegura que hacer responsable al hablante; y por consiguiente todos estarían inte-
es su intención hacer: yo puedo presuponer que otro cree que su de- resados en el establecimiento de algún signo convencional (resultando
ber es hacer 0 y sin embargo tener una confianza escasa o nula en que indiferente cuál) mediante cuya utilización todos pudieran reconocer
haga 0, porque pienso que, por debilidad de la voluntad, no será ca- con facilidad que el hablante pretende que se interprete que tiene aque-
paz de hacer lo que cree que debe hacer; y a la inversa, pu~do ~ener lla intención compleja. Decir «prometo 0» -o, si se quiere, decirlo
razones de muy diversos tipos para confiar en que otro hara 0 sm te- en las circunstancias C- puede ser ese signo, como podría serlo igual-
ner que presuponer en absoluto que él cree .que es su de~er hacer~o. mente golpear el platillo de una balanza con un trozo de bronce, al
Pero es más, aunque diéramos por buena la Idea de que solo e~ raciO- modo de la vieja mancipatio romana, o cualquier otro, con la única con-
nal confiar en el hablante si presuponemos que éste cree que tiene al- dición de que exista una convención con arreglo a la cual tenga para
guna clase de deber, no habría por .q?é conceder. que ~se d~ber del todos ese significado (y todos sepan que para todos los demás lo tiene).
que estamos hablando es el que surgina de la confianza mducida: po- En mi opinión resulta claro que la práctica de la promesa, tal y ~,1
dría alegarse, como apunta Scanlon, que basta con presuponer que el como existe en la realidad, tiene efectivamente esa significación con- )
hablante cree que tiene el deber de no int~ntar violacion~s del.~IC in- vencional. Las promesas son por consiguiente, como dice Scanlon, una /
duciendo la confianza de otro en que hara 0 cuando su mtenc10n real forma especialmente económica de expresar aquella intención comple- /
es desde el principio no hacerlo en absoluto (493). . . ja (494): dada la existencia de la convención, todo el que la conoce/ ..
Pues bien, imaginemos una comunidad de agentes que comciden sabe que diciendo «prometo 0» en determinadas circunstancias hace/~.
en aceptar el PIC; que ejecutan de cuando en cuando actos de ha~la creer a los demás que pretende que su expresión se tome como signo'{
informales consistentes en que H comunica a D que hará 0 con la m- de su intención de inducir la confianza del destinatario. Y por supues- ·
tendón de que D lo tome como signo de que H tiene la intención de to que realmente lo pretenda o no resulta irrelevante a efectos de la
hacer 0 y de que pretende que D confíe en que H hará ~, de manera entrada en juego del PIC: basta con que el hablante conozca la signi-
que D actúe o haga planes sobre la bas~ de esa expectativa d~ que l! ficación convencional del acto de habla que ejecuta y sepa por tanto
hará 0 (i. e., como signo de que H consiente ~n que D deposite ~n el de qué modo va a ser interpretado por otros.
esa confianza); y que, con arreglo al PIC, entienden que de la eJecu- Decir que la significación convencional de las promesas es la ma-
ción de un acto de habla semejante puede surgir para H el deber de nifestación de esa intención compleja (la intención del hablante de que
hacer 0 cuando efectivamente D ha obrado con arreglo a la confianza su expresión se tome como signo de su intención de inducir la confian-
inducida de un modo tal que resultará oneroso para él si finalmente za del destinatario) no es lo mismo que decir que la presencia efectiva
H no hace 0. Habría que preguntarse ahora qué razones tendrían esos de dicha intención compleja es un elemento necesario y suficiente del
agentes para contar con una práctica social como la de la promesa. Y

(493) Cfr. Th. Scanlon, «Promises and Practices», cit., p. 213. (494) Cfr. Th. Scanlon, «Promises and Practices», cit., p. 214.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
/....,

acto de prometer. Si retenemos la idea de que un .a~to de ha?la infor- la mera posibilidad material de ejecutar esos actos de habla anómalos')
mal es aquel cuya naturaleza puede quedar espec1~1cada ~ac1endo r~­ se siga algún argumento interesante en contra de una explicación de L.;
ferencia tan sólo a la proferencia de palabras y a la mtencwn compleJa la obligatoriedad de las promesas basada en el principio de la induc- (
puesta de manifiesto por esa proferencia, mientras q_ue un acto de h~­ ción de confianza. )
bla formal presupone la existencia de reglas convenciOnales~ ~l.s_egm­ En cualquier caso, que haya llegado a existir esa forma convencio-'
miento de las mismas, caeremos en la cuenta de que la defm1c10~ de nal y especialmente económica de expresar aquella intención comple-
MacCormick que se expuso anteriormente (495) no es en reahd.ad ja no significa que ésta no pueda seguir siendo manifestada también a
-como él pretende- la de «prometer», sino la del acto. de habla m- través de actos de habla informales (o incluso a través de actos no ver-
/~formal de inducir confianza: para decir que lo que al~men ha hecho bales); y lo importante es darse cuenta de que tanto las promesas como
ha sido prestar o formular una «promesa» no es necesana la ~oncurre~­ cualquier otro acto de inducción de confianza, si hacen surgir un de-
cia de intención compleja alguna por parte del hablante, s1endo sufl- ber, lo hacen exactamente por las mismas razones (497). Dicho de
\ \ ciente (y desde luego tam?ién neces,ari.o) que se haya actuado de acue~­ modo: lo que puede hacer que el incumplimiento de las promesas sea
l do con las reglas que defmen la practica (y que el hablante haya tem- moralmente censurable (la entrada en juego del PIC) es distinto de lo
/ do conocimiento de ello). Pero al mismo tiempo, si s~ reco~_oce qu~ que hace que prometer sea posible (la existencia de la convención o
"\\ la significación convencional de las promesas es la mamfest~cwn de dl- práctica social correspondiente). Suponiendo siempre la aceptación del
\ cha intención compleja (i. e., si se reconoce que conve~cwnal~ente PIC, lo que tenemos es una razón -dominante sobre las meramente
/ se entiende la formulación de una promesa como la mamfestacwn de prudenciales- para no defraudar la confianza de otro inducida volun-
. esa intención, la tenga o no realmente el hablante), se priva s~gún creo tariamente por nosotros mismos, resultando secundario cuál haya sido
de su fuerza aparente a la objeción que planteaba Raz al s~nalar. que
es perfectamente posible que algui~n pro~eta y decl~re al m1sll?-o tiem- puede actuar en la. confianza de que no cambiará de planes y hará finalmente 0 (i. e.,
po que no tiene en absoluto esa mtencwn compleJa o? a la mversa, subraya que no está consintiendo en que el oyente deposite en él esa confianza): de ahí
que resultara anómalo decir «haré 0, y pretendo que esta afirmación se interprete como
que declare que tiene dicha intención, pero añada que sm emb~rgo n? signo de mi intención de inducir tu confianza en que haré 0, pero no te prometo que
promete nada: porque en cualquiera de esos casos el hablante mcurn- haré 0», porque no se alcanzaría a entender qué clase de reserva o restricción incorpo-
ría a mi juicio en una contradicción pragmática, de modo que no P.or raría la última parte del enunciado que fuese compatible con lo que se dice antes de ese
ser concebibles esos actos de habla -que desde luego lo son- deJa- inciso final.
(497) Cfr. Th. Scanlon, «Promises and Practices», cit., pp. 200-201 y 203. Estas con-
rían de ser anómalos (496); y por consiguiente no acierto a ver que de sideraciones permiten a mi juicio compartir lo que me parece una interesante observa-
ción de Atiyah. Con frecuencia se entiende que muchos actos -incluso no verbales-
(495) Cfr. supra, nota 479 y el texto al que acompaña. hacen surgir una obligación para quien los realiza porque se interpretan como «prome-
(496) Si dejamos al margen supuestos espurios en los qu~ decir «prometo 0» no es sas tácitas» o «implícitas», presuponiendo con ello que las promesas explícitas son el
verdaderamente hacer uso de la práctica o institución normativa de la promesa --como caso central o paradigmático de generación de razones para actuar a partir de la reali-
aquéllos en que lo que se está haciendo es amenazar a otr~ («te prometo que te acor- zación de actos que equivalen al consentimiento de quien los ejecuta en que otro depo-
darás de esto»), o subrayar enfáticamente que lo que se dice es verdad («t~ prometo site en él la confianza de que sus acciones futuras serán unas determinadas y actúe en
que no tenía la menor noticia de ello»), etc.-, me pare~~ claro que conve1~cwna~n;ente consecuencia. Pero si se cae en la cuenta de que las promesas son tan sólo uno más de
se entiende que quien promete hacer algo pone de .mamfiesto co.n ello. su mt~nc10n de los posibles actos de esa clase, repararemos en que cuando se realiza un acto de habla
que se interprete que es su intención inducir la confianz~ del de~.tmatano. Entiendo por informal (o incluso un acto no verbal) de inducción de confianza, más que decir que se
tanto que quien, sabedor de esa significación conve.n?Ional? _diJ.era «prometo ?acer 0, genera una obligación porque ha habido una promesa tácita o implícita, deberíamos de-
pero no es mi intención que se interprete que es ffi1 mten~IO~- mducir 1~ .confianza .de cir que, bajo la influencia de un prejuicio que considera a las promesas como forma pa-
otro en que haré 0» incurriría en la misma clase de c?ntradiccion pragn:atlca que qmen radigmática o acaso única de consentir en que otro deposite su confianza en un deter-
-por emplear el consabido ejemplo tradicion~l- a~rma~a «el ga~o esta sobre el felpu- minado curso futuro de nuestras acciones, se tiende a pensar en la idea de una promesa
do, pero yo no lo creo». Del mismo modo, SI algmen dice «hare 0, pero no yrom~~o tácita porque se admite que se genera una obligación (como explicación, en realidad su-
nada» lo que subraya es que se reserva el derecho de modificar a voluntad su mtenc10n perflua, de la aparición de ésta); vid. P.S. Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., pp.
declarada de hacer 0 y que, por consiguiente, no pretende dar a entender al oyente que 173-174 y 176.

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JUAN CARLOS BA YON MOHIN O

la vía o el instrumento efectivo empleado para lograr la inducción de cías, y siempre para q~ien r~zone en estos términos, no surgiría del he-
confianza: la existencia de la práctica social de la promesa proporcio- cho de ha?er prometido .mnguna razón para actuar; y, aunque con-
na un medio -uno, si se quiere, especialmente apropiado, pero sólo c~rra la pnmera, el promltente podría lícitamente revocar su promesa
uno más entre otros también posibles- para inducir confianza, pero mientras no se hubiese p~oducido la segunda. Lo que eso significa es ,
no proporciona por sí sola la clave para entende~ ~or qué puede ser q.ue desde este punto de VIsta el deber de cumplir las promesas se con:6
moralmente ilícito para el promitente hacer algo d1stmto de lo que pro- c1be .como .lo que he llamado un «deber con frecuencia relativa de no
·--- metió. contmgencia». Sucede no obstante que la práctica social de la prome-
Si se recuerda ahora la forma en que quedó definida en el aparta- sa, tal ~ como existe. en la realidad -aun con todas las dificultades
do anterior la noción de «razones independientes del contenido», creo que encierra pronun~1a~se co~o observador acerca de qué implica ver-
que es posible entender en qué sentido la formulación de una ~romesa dad~r~mente una practica soc1al relativamente compleja para los que
puede hacer surgir una razón de esa clase para hacer lo prometido: ha- r_~rtlc~pa~- e? ella-, no. funciona sólo como una suerte de «conven-
cer lo prometido -dadas la existencia de la práctica social de la pro- Cion hngmstica» que .atnbuye. una significación a la ejecución de cier-
mesa, su significación convencional y la ejecución de un acto de habla tos actos de habla, smo que mcorpora la pretensión de que todas las
consistente en prestar una promesa- puede ser una forma de abste- promesas generan razones para actuar (aunque no sean necesariamen-
nerse de dañar a otro que ha actuado sobre la base de una confianza te concluyentes), esto es, co~cibe el deber de cumplir las promesas
en el rumbo futuro de nuestras acciones intencionalmente inducida por como un «~eber con fr~c~en~Ia absoluta de no contingencia» (sabien-
nosotros mismos; es decir, dada la presencia de aquellos factores con- do que de~Ir que la ~rachea m.c?rpora esa concepción significa mera-
tingentes, la acción individual describible como «lo prometido» puede m~nte dec~r 9~e un numero suflCiente de los individuos implicados sus-
que sea describible también como caso de un ~cto genérico par~ rea- cnben ~n Ju~c~o de de.ber en esos términos o al menos se comportan
lizar el cual se entiende que hay razones preexistentes («dependientes como .~I lo hicieran, ?Ien por razones prudenciales, bien como mani-
del contenido»). Nótese en cualquier caso que allí donde se ha pres- festacwn. d~ una actit~d coi?pulsiva o meramente imitativa). Existe
tado una promesa y concurren todas las demás circunstancias necesa- por consigUiente una distancia sustancial entre el punto de vista de un
rias para poder decir que se ha hecho surgir una razón moral para ac- agente c~yo razo~amiento práctico parta de la aceptación del PIC
tuar, siempre se podría explicar la aparición de ésta sin r:zencionar la como razon operativa y que tome en cuenta como razón auxiliar -en-
circunstancia de que se ha prometido: bastaría con mencwnar que ha tre ?tr~~ co~~s- que existe una práctica como la de la promesa (con
tenido lugar el efecto producido por la promesa (la inducción de con- la sigmficacwn convencional que tiene) y que se ha formulado una de
fianza, que también podría ~aber sido el efecto de ~ctos distintos del ellas, Y el punto de vista incorporado en la práctica social de prometer
de prometer), que es el que mvoca o hace entrar en JUego -como ra- tal y como ésta existe de hecho.
zón operativa- al PIC; y nótese también, desde luego, que entre la Hay dos caminos posibles para intentar reducir esa distancia. El pri-
formulación de una promesa y la aparición de ese efecto hay una co- mero parte del examen de las circunstancias o contextos en los que se
·"-nexión causal (y por tanto contingente), no una conexión analítica o suele hacer uso de la práctica de la promesa. Creo que lleva razón Ati-
necesana. yah al subrayar que si reflexionamos acerca de por qué solemos for-
Merece la pena tomar buena nota de esa circunstancia. Una vez for- m~l~r promesas nos daremos cuenta de que el caso central o paradig-
mulada la promesa, sólo surge la razón para actuar que se expresa con m~tic~ no es ~n absoluto el de la promesa unilateral y gratuita, sino
el PIC si realmente se suscita la confianza del destinatario -lo que no mas bwn aquel en que el promitente cuenta con obtener a cambio de
tiene por qué suceder indefectiblemente, ya que ~1 destinata~io, por la s~lromesa ~lguna. clase de beneficio o ventaja a resultas de alguna ac-
razón que sea, puede no tomar en serio al promltente- y s1 realmen- ci_on del destmat~no que éste no estaría dispuesto a ejecutar de no ofre-
te, sobre la base de esa confianza, llega el destinatario a comportars.e cersele la garantla de la rromesa (498); es más, con frecuencia se pro-
de un modo tal que supondría un daño para él si finalmente el promi-
tente no actuara como prometió. En ausencia de esas dos circunstan- (498) Vid. Atiyah, Promises, Morals and Law, cit., pp. 145-146.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

se acepta alguno y se razona a partir de él seguirá siendo cierto -


mete precisamente ante la demanda de éste -«¿lo prometes?»-, que o es cuando se razona a partir del PI C- . como
lsurgir d b n que' SI una promesa hace
quiere saber ahora si puede o no depositar su confianza en el hipoté-
un ~ e~, .e o estará sucediendo en virtud de la entrada en ·ue
tico promitente porque es ahora cuando, a condición de que se le ase-
J -
~e q~~'
go de un P.nncip.IO moral general que es invocado or el hech 0
gure inequívocamente que sí puede mediante la prestación de lq. pro-. dada la existencia de la práctica social de la r p . .
mesa, va a hacer algo que interesa a este último (y que entraña un cos-
c~nvencional, <<hacer lo prometido>> resulta~ ~:e~~I ;~:!n:~c~cJOn
te para quien lo hace). Y si ello es así, la conclusión que obtenemos
es que las promesas suelen formularse precisamente en contextos en ~~~:e~:: ~~~~a~fa~:ahablar de la cual no e.s ne~esaria la existe~~~~
los que están dados desde el principio los requisitos que quien suscribe re (500) E g a la que aquel pnncipiO general se refie-
el PIC considera necesarios para afirmar que se ha hecho surgir una ____· n suma, sean cuales fueren los principios morales de los que
razón moral para hacer lo prometido. B sabe que A tiene las.~reencias e intenciones de . . ( )
Que los contextos de esa clase sean los más frecuentes no implica y sabe que B lo sabe· y (6) B sabe q e A t'.
' u
scntas, 5 A pretende que B sepa esto
Iene ese conocimiento e i t . ,
sin embargo que sean los únicos. En ocasiones, ciertamente, se for- en
e ausencia de
h alguna ( justificación especial ' A d e be h acer x a no ser
n encwn;
que B entonces,
co · t
mulan promesas que el promitente no «intercambia» en modo alguno .n q~~ no se aga X» «Promises and Practices» cit 208) nsi~n .a
ficac10n convencional ' sería una forma ·econoiDica
, . ' d.' P· de· Prometer,
man·f t dada su s1gm-
de 1~tencwnes y creencias (que, no obstante tamb·,
por acciones del destinatario onerosas para éste y beneficiosas para él. . . e poner
,
.
IIes .o ese compleJo
Si se quiere sostener que, tal y como seguramente supone el punto de medzos -aunque indudablemente con ma ~r d' .Ien podnan ser comu~I~~das por otros
vista incorporado en la práctica social existente, también las promesas malinterpretado- si la práctica de la pro:esa n~Icu~ta? Y ~ayores pos~bll.Idades de ser
prestadas en esas condiciones son vinculantes desde el momento mis- prometido y efectivamente se ha suscitado 1 ex~stlera), y por consigmente, si se ha
hacer lo prometido sin que sea necesar· esa e ase e ~onfianza, se tendría el deber de
mo en que se·prestan, puede recurrirse, en segundo lugar, a la bús- se haya comportado a su vez de algún
10
dpara que ~UrJa ese deber que el destinatario
queda de algún otro principio moral-distinto del PIC- que pudiera , mo o en particular.
. e ap~n~ar constituye una comph-
actuar como razón operativa en un razonamiento práctico que tomara _\50?) Podna pensarse que la idea que se acaba d . .
cacwn mnecesaria y que, en definitiva el
como razón auxiliar la existencia de la práctica de la promesa y el he- debe cumplir lo prometido no necesit~ e razo~am~ento practico de quien considera que
pleja que esta: n mo 0 a guno tener una estructura más com-
cho de la formulación de una de ellas y que pudiera tener como con-
clusión el deber de hacer lo prometido también en esas condiciones y 1) se deben cumplir las promesas
desde el momento mismo en que la promesa se prestara. Quien deli- 2) he prométido hacer 0
bera habrá de preguntarse si acepta o no algún otro principio moral · . · 3) debo hacer 0,
distinto del PIC -que sí me parece conforme a nuestras convicciones bien entendido, eso sí, que (1) es un genuino ·uicio d d b
u?a proposición normativa (que describiría el ~onteni:0 ; er que el SUJe.to ac~pta, no
.
morales comunes, es decir, que creo que de hecho aceptamos- y que Sm embargo cabe preguntarse qué clase d . . . d e una regla social existente).
sea capaz de desempeñar el papel que acabo de señalar (499). Pero si ese razonamiento práctico. Resultaría ~ J~ICIO e deber se supone que sería (1) en
deber independiente de la existencia de ~.:~~aso~~~ rtsponder que se trata de un j~icio de
(499) Un principio de esa clase podría ser, por ejemplo, el que Scanlon llama «prin- «promesa» resulta inconcebible en ausencia de ell: ~s' ~uesto que el concept~ J?Ismo de
tener esa idea (es decir si se quisiera t 1s, y SI a _pesar.de todo se qmsiera man-
biendo «cumplir las pro~esas» aunque~~~ae~~: ~ ex~rana_ te~Is de 9ue se seguiría de-
cipio de fidelidad». En ocasiones, nos dice Scanlon, alguien desea que otro le asegure
que hará o no hará algo no porque a su vez él esté dispuesto a hacer otra cosa a con- me parece que no quedaría más salida p Ciera a practica social de la promesa),
dición de que se le dé aquella seguridad, sino simplemente porque para él es importante gen temen te ligado a la existencia de un~u:áec~~~:~er. por «promesa» algo sólo c~ntin­
el mero hecho de considerar que puede confiar en ello; y, consiguientemente, cuando otra cosa que un acto por el que la volun~ad se obfcial, Y, qu~ creo que no podna ser
pide al otro que le prometa que hará p lo que desea es saber si puede o no considerarse tonc~s en el conjunt.o de aporías que ya conocemos)I.ga a SI misma (desembocando en-
autorizado a depositar en él esa confianza, de manera que si la promesa efectivamente
SI por el contrano se admite que (1) . . . d
se presta (conociendo el promitente todas las circunstancias mencionadas) y finalmente cia de reglas sociales entonces como ya es ~n JUICI~ : ?eber dependiente de la existen-
no se cumple, aquella confianza habría quedado traicionada. Ello le lleva a proponer el zonamiento práctico' previo cuya premisasa emos' a ra. d~ ~er la con.clu~ión de un ra-
siguiente principio: «Si (1) A voluntaria e intencionalmente induce a B a esperar que A de la existencia de reglas -como por eje=~~orl s;~Cun JUICIO ?~ber mdependiente
?e
hará x [ ... ]; (2) A sabe que B quiere que se le asegure esto; (3) A actúa con el propósito Scanlon- y su premisa menor un J·uic· d p . e. d' o el ~<pnn~IpiO de fidelidad» de
10 escnptivo e la existencia de la práctica de la
de proporcionar esa seguridad, y tiene buenas razones para creer que lo ha hecho; (4)
599
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

partamos como razones operativas (sólo el PIC;? el PIC c~n el com- a un balance global de razones a favor y en contra (ni el promitente
plemento de algún otro, de modo que nos acercasemos mas al punto tiene por qué pretender inducir al destinatario a que cuente con tal
de vista presupuesto en la práctica según el cual todas las promesas cosa): lo único que el destinatario espera (y lo único que el promiten-
dan lugar a razones morales para hacer lo prometido), la idea funda- te tiene que pretender que el destinatario crea) es que el promitente
mental a retener como ha subrayado Scanlon (501), es que la existen- tenga un punto de vista similar al suyo en cuanto al peso que ha de
cia de la práctic~ social de la promesa simplemente crea la posibilid~d reconocerse a las razones generadas por la promesa, que ese peso sea
de que al prometer estemos haciend~ alguna otra c?s~ que cae b~aJo (desde el punto de vista de ambos) lo suficientemente alto como para
un principio moral previo e independiente de esa practica; y que esta que en circunstancias ordinarias -i. e., en las que con mayor proba-
no juega ningún otro papel-dejando ahora al margen la eventual ge- bilidad van a tener lugar- resulte concluyente, y que el promitente
neración de razones prudenciales- en la justificación de por qué se actúe de hecho con arreglo a todas estas consideraciones que se supo-
' debe realizar la acción prometida. ne que acepta. Y el razonamiento práctico que un agente desarrolle
Resta por aclarar si quien razone en estos términos y entienda por en estos términos no es colectivamente auto-frustrante.
consiguiente que de la formulaciór: de una promes~ surgen eventu_al- Lo que me parece importante subrayar -tal y como han hecho
mente nuevas razones («independientes del contemdo») que se ana- Lyons o Scanlon- es que quien reflexiona (sea como promitente o
den al balance de las ya existentes a favor y en contra de la acción pro- como destinatario) acerca del peso de las razones generadas por una
metida no estaría asumiendo una posición auto-frustrante en el plano promesa y, por consiguiente, acerca de los casos en que estaría justi-
colectivo. En mi opinión no lo haría. Nadie, ni como promitente. !li ficado no cumplirla, está desarrollando una deliberación moral sustan-
como destinatario, piensa que las razones que genere la formulac1?n tiva, no preguntándose qué es lo que establecen al respecto las reglas
de una promesa sean absolutas: todo ~1 mund? entiend~, en cua}ql_ne- sociales presuntamente prefijadas que constituirían la práctica o insti-
ra de esos dos papeles, que en determmadas c1rcunstancws estana JUS- tución de la promesa (502). En realidad no me parece que sea posible
tificado incumplir una promesa porque hay ciertas razon~s que en caso especificar en detalle cuáles serían esas reglas, salvo que se entienda
de conflicto prevalecerían sobre las que la promesa pu~1es~ haber he- por tales el mínimo común denominador de los puntos de vista com-
cho surgir; y ya he explicado en otro lugar que resulta ~nd1ferente ca- plejos acerca de la cuestión que hacen suyos cada uno de los partici-
racterizar ese conflicto como el choque entre una «razon excluyente» pantes. La práctica es posible como tal porque existe una visión sufi-
y un conjunto de razones no excluidas por ella (i. e., que «caen fuera cientemente compartida en cuanto al peso que habría de reconocerse a
de su alcance») o como la ponderación dentro de u~ balance gl~ba~ de las razones eventualmente generadas por una promesa (lo que es tan-
diversas razones de primer orden y de signo contrano. Por co~slgmen­ to como decir una visión suficientemente compartida en cuanto a la im-
te el destinatario de una promesa no cuenta con que el promltente se portancia relativa de los propósitos u objetivos a los que la práctica sir-
abstendrá en su momento de evaluar los méritos del caso con arreglo ve) y porque las circunstancias en las que dichas razones serían des-
bancadas -siempre con arreglo a esa visión suficientemente compar-
promesa y de su significación convencional_; con la impor:a~te consec~encia, además, tida- resultan ser excepcionales (y con ello cuentan los participantes).
de que entonces el juicio de deber (1) relatiVO al act~ genen~o ~<cumph~ las pr?r:n~sas» La existencia de esa «Visión compartida» es a mi juicio extraordinaria-
sería, en tanto que conclusión de aquel otro razonamiento practico previO; u~ JUICI? de
deber con frecuencia relativa de no contingencia -porque nada asegura a pnon qu~ ~tem­ mente importante. Muestra, entre otras cosas, la imposibilidad de des-
pre que alguien prometa hacer algo queden satisfechas además.~~ resto de condiciones cribir en qué consiste realmente una práctica social existente enume-
(sólo contingentemente conectadas con el hecho de la form~la~w.n de 1~ p~omesa) que rando unas pocas reglas simples: cada participante tiene un punto de
habrían de concurrir para que entrara en juego el PIC, el «pnnciplO de fidelidad» u otro vista mucho más complejo acerca del sentido global de la práctica y la
semejante-, de manera que la reconstrucción propuesta fallaría no s~lo porque no con-
tiene las premisas de las que depende la aceptación_ de (1), sino t~mbiényorque, enten-
dido (1) como juicio de deber con frecuencia relativa de no contmgencia, (3) no se se-
guiría automáticamente de (1) y (2). (502) Cfr. D. Lyons, Forms and Limits of Utilitarianism, cit., pp. 193-194; Scanlon,
(501) Vid. Scanlon, «Promises and Practices», cit., pp. 200-201 y 220. «Promises and Practices», cit., p. 215.

600 601
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

importancia relativa de las razones que pueden surgir de su funciona- tarían inexorablemente llamadas a repelerse. Etimológicamente la auc-
miento; y aunque la práctica sólo es posible como tal a condición de toritas es la condición de auctor (aquel que produce, origina o es la cau-
que los puntos de vista de todos ellos coincidan en gran medida, quien sa de algo): pero se diría que para un agente racional (sean cuales fue-
en calidad de observador describa como contenido de la práctica exis- ren sus concepciones morales sustantivas) tiene que constituir un axio-
tente sólo lo comprendido dentro de ese espacio de coincidencia esta- ma aquella afirmación de Peters según la cual «en la moral un hombre
rá situándose en un punto de vista que no reproduce en toda su com- debe ser su propio "auctor"» (505). Y, de ese modo, el agente verda-
plejidad el de cada uno de los participantes (503). deramente racional habría de concluir, como Thoreau, que «la única
obligación que tengo derecho a asumir es la de hacer en todo momen-
to lo que considero correcto» (506). Si afirmaciones de este tipo se en-
8.4.2. Obligaciones de creación no voluntaria: concepto tienden como juicios analíticos, hay que reconocer que la «paradoja
y justificación de ia autoridad de la autoridad» no parece fácil de sortear. Hay de hecho quien, como
Wolff, ha sostenido con denuedo que no puede ser sorteada (507): para
i) Comúnmente suele entenderse que «ser una autoridad legíti- Wolff «la obligación primera de un hombre es la autonomía, el recha-
ma» significa tener derecho a mandar y, correlativamente, que alguien zo a ser mandado» (508); por eso la noción de mandato en sentido es-
-el sometido a la autoridad- tiene el deber de obedecer. «Obede- tricto ni siquiera tendría cabida en el horizonte conceptual de un hom-
cer», por supuesto, no quiere decir tan sólo hacer lo que la autoridad bre autónomo, que de ninguna manera puede aceptar que ha de hacer
ordene, sino hacerlo porque lo ordena; y por consiguiente aceptar la lo que otro le ordene simplemente porque se lo ha ordenado y cual-
autoridad de alguien no implicaría meramente aceptar que se debe ha- quiera que sea el contenido de la orden (509); y la consecuencia de
cer lo que ordene a condición de que coincida con lo que de todos mo- todo ello sería que el concepto de «autoridad legítima» o «justificada»
dos uno piensa que se ha de hacer, sino que se debe hacer lo que or- carecería de sentido, constituyendo simplemente un dislate de la mis-
dene aunque no exista esa coincidencia, aunque con arreglo al juicio ma ~~milia qu~ «[ ... ] el cír~ulo cuadrado, el soltero casado y la per-
propio se entienda que ha de hacerse algo diferente. Ahora bien, si cepcwn sensonal no sensonalmente percibida» (510).
todo ello es así -y por el momento podemos dar por buena esta ca-
racterización en trazos gruesos, aunque, como se verá más tarde, no (505) Cfr. R.S. Peters, «Authority», en Proceedings of the Aristotelian Society,
supp. vol. 32 (1958) 207-240 [hay trad. cast. de E.L. Suárez, ~~La autoridad», en
faltan motivos para enmendarla o incluso impugnarla-, surge la sos- A. Quinton, Filosofía Política (México: F.C.E., 1974), pp. 130-150, por la que se cita;
pecha de que un agente racional no podría de ningún modo aceptar la p. 149].
autoridad de otro, de que existe, por decirlo en pocas palabras, una (506) Tomo la cita de Jorge F. Malem Seña, Concepto y justificación de la desobe-
incompatibilidad de principio, auténticamente insalvable, entre .la au- diencia civil, cit., p. 81.
(507) ~o~ert Paul Wolff, In Defense of Anarchism (New York: Harper & Row,
toridad y la racionalidad práctica. 1970). Ellib:nto de Wolff desencadenó de inmediato un aluvión de réplicas que ataca-
A esa sospecha se ha referido Joseph Raz como «paradoja de la ba~ su tesis central prácticamente desde todos los flancos posibles: vid., como muestra,
autoridad» (504): si la autonomía, el actuar de acuerdo con las razo- Ivlichael D. Bayles, «<n Defense of Authority», en The Personalist, 52 (1971) 755-759;
nes que uno suscribe, es un rasgo constitutivo de la racionalidad prác- Kurt Baier, «The Justification of Governmental Authority», en Journal of Philosophy,
tica; y si la aceptación de la autoridad (o, si se quiere, la aceptación 69 (1972) 700-716; Stanley Bates, «Authority and Autonomy», en Journal of Philosophy,
6~ (1972) ~75-176; Robert F. Lade.nson, «Wolff on Legitimate Authority», en Philosop-
de una autoridad como legítima) implica deponer el propio juicio co- hlc~l Stud1es, 23. (1972) 376-384; Lisa H. Perkins, «Ün Reconciling Autonomy and Aut-
locando en su lugar las prescripciones de aquélla; entonces la autori- honty», en Eth1cs, 82 (1972) 114-123; Theodore Benditt, «Authority and Authoriza-
dad, de un lado, y la racionalidad y autonomía del agente, de otro, es- tion», en R. Baine Harris (ed.), Authority: A Philosophical Analysis (Montgomery: Uni-
versity of Alabama Press, 1976), pp. 45-53.
(508) R.P. Wolff, In Defense of Anarchism, cit., p. 18.
(509) Op. cit., p. 15.
(503) Sobre todo ello, vid. infra, apartado 8.5.
(504) Vid. Joseph Raz, La autoridad del derecho, cit., pp. 17-18. (510) Op. cit., p. 71. Si no me equivoco, la tesis genérica de la incompatibilidad en-

603
602
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

Suscribir una posición como la de Wolff no implica ciertamente d~ q~~ modos sería posible que a raíz de la formulación de una pres-
mantener que nunca hay razones morales para hacer lo que una auto- cnpciOn por parte de una autoridad los destinatarios de la misma tu-
ridad ordene: lo que implica es afirmar que, si las hay, no derivan -ni vie!a~ una· razón moral para hacer lo prescrito que no tenían con an-
siquiera en parte- del hecho de que la autoridad lo haya ordenado. tenon?a~ ,Y que no .habrí~n llegado a tener si, ceteris paribus, aquella
Por eso la tesis principal de la incompatibilidad entre autoridad y ra- prescnpc10n no hubiese sido formulada. Ciertamente las directivas de---:
cionalidad (la «paradoja de la autoridad») tendría como corolario lo 1~ autoridad -en tanto que hechos, consistentes en la ejecución de /
que Nino ha llamado ~~paradoja de la irrelevancia moral de la autori- c.Ier.tos actos de habla en determinadas condiciones- no pueden cons-
dad» (511) o Raz «tesis de la no diferencia» (512): si las prescripcio- tltmr razones operativas para actuar: pero de lo que se trata es de sa-
nes de la autoridad coinciden con lo que moralmente debe hacerse, en- ber cuál podría ser la estructura de un razonamiento práctico que to-
tonces ciertamente hay razones para actuar del modo prescrito, pero mara en cuenta como razón auxiliar -entre otras cosas- el hecho de 1
que la autoridad lo haya ordenado no es una de esas razones; y si no h.aberse emitido esas .directivas y que tuviera como conclusión un jui- 1,
coinciden, dado que siempre ha de hacerse lo moralmente correcto, c10 de deber dependzente de ese hecho (es decir, un juicio de debe y
hay razones para transgredir aquellas prescripciones; así que, cualquie- que el agente no suscribiría igualmente aunque aquel hecho no hubie-
ra que sea el caso, las prescripciones de la autoridad nunca sirven como se tenido lugar). Ese es el problema central que trataré de afrontar en
justificación de las accciones (i. e., siempre son irrelevantes desde el este apartado. Pero antes resulta imprescindible desenmarañar varios
punto de vista moral), lo que es tanto como decir que del ejercicio de equívocos conceptuales que rodean a la idea de autoridad y que, de
la autoridad no puede derivarse diferencia alguna respecto a lo que mo- no ser puestos en claro, podrían enturbiar toda la discusión.
ralmente deben hacer los sometidos a ella. Si estas tesis son correctas,
sólo cabría calificar como «justificada» a una autoridad que ordenara ii) Los enunciados del tipo «X tiene autoridad» «X es una auto-
siempre (y que ordenara sólo) hacer lo que ya de todos modos se de- ridad legítima» o «X es la autoridad legítima en Z»' adolecen de una
bía moralmente hacer: pero entonces, como es obvio, el hecho de que a~_?bigüeda? ~ar~~terística que us~almente pretende ser atajada a tra-
lo ordene no jugaría papel alguno en el razonamiento práctico de un ves de 1~ distmciOn entre los sentidos de jacto y de iure del concepto
agente racional (y por tanto el único sentido aceptable en el que ca- de autondad. Pero esta distinción resulta ser sumamente oscura e· in-
bría hablar de «autoridad justificada» resultaría completamente tri- terpretable a su vez en varios sentidos diferentes. El primer paso para
vial). poner orden entre las diversas significaciones de la distinción autori-
Demostrar la relevancia práctica de la autoridad es demostrar de dad de jacto/autoridad de iure consiste a mi juicio en separar con cui-
qué modos podría resultar falsa la tesis de la no diferencia, es decir, dado, superando el obstáculo de su identidad superficial, aquellos ca-
sos en los que enunciados como «X tiene autoridad», «X es una auto-
tre autoridad y autonomía constituye también la base de las posiciones reiteradamente ridad ~egítima», ~;x .es la autoridad legítima en Z», etc., son genuinos
defendidas por Felipe González Vicén y Javier Muguerza en la conocida polémica, de- enunciados descrzptzvos -y, como tales, susceptibles de verdad o fal-
sencadenada a partir de un célebre trabajo del primero --<<La obediencia al Derecho», s~dad- de aquellos otros en los que expresan juicios prácticos, es de-
en F. González Vicén, Estudios de Filosofía del Derecho (La Laguna: Ed. de la Facul- CI~, aquellos con los que el hablante expresa su aceptación de deter-
tad de Derecho de la Universidad de La Laguna, 1979), pp. 365-398-, que ha ido de-
sarrollándose en España a lo largo de la década de los ochenta en torno a la existencia mmadas razones p~ra actuar y que no son ni verdaderos ni falsos; y
o inexistencia de una obligación moral de obediencia al derecho: sobre todo ello, vid. in- en constatar ademas que los primeros son parasitarios respecto de los
fra, apartado 8.4.3. segundos (513). Esta observación requiere un desenvolvimiento algo
(511) Cfr. Carlos S. Nino, Etica y Derechos Humanos, 2. ed., cit., p. 370; Id., El
0
más pausado.
constructivismo ético, cit., p. 118. Aunque Nino habla textualmente de la irrelevancia
moral del gobierno y del orden jurídico, su observación puede aplicarse a todas las au-
toridades prácticas en general, de cualquier clase que sean (y no sólo a la autoridad es- . (513) Para un análisis enfocado en la misma dirección, vid. Peters, «La autoridad»,
tatal). Cit., pp. 143-144; Raz, La autoridad del Derecho, cit., pp. 22-26; Finnis, Natural Law
(512) J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 48. and Natural Rights, cit., pp. 234-237.

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JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

En diferentes lugares de este trabajo se ha llamado la atención acer- pero por ahora no resultan relevantes: lo que me interesa es tan sólo
ca de la ambigüedad potencial de cualquier enunciado que contenga explicar la relación -y la diferencia- entre los enunciados referentes
términos deónticos, que como tal puede ser interpretado alternativa- a la autoridad (o a .la autoridad legítima) que son descriptivos y los
mente bien como un genuino juicio práctico, bien como expresivo de q~e no lo son, y entie~do que la lógica de esa relación sigue siendo la
una «proposición normativa», es decir, como un enunciado descripti- misma .aun~ue se considere que debe ser enmendada en algún sentido
vo formulado de un modo especial y que versa acerca de los juicios la exphcacwn propuesta acerca de qué es exactamente lo que se ex-
del primer tipo, dando cuenta de las razones para actuar que existen presa con los últimos, es decir, acerca de qué significa aceptar o reco-
desde determinado punto de vista en el que el hablante se sitúa hipo- noc~r.l~ aut~ri?ad de ~l~u~en o afir~ar de él -expresando un genui-
téticamente (i. e., sin suscribirlo realmente él mismo) (514). Simple- no JUICIO practico, un JUICIO «de pnmer orden»- que es una autori-
mente por contar con una terminología que nos permita reconocer con dad legítima.
comodidad a cuál de los dos nos referimos en cada caso, podemos uti- Quien expresa un juicio de primer orden al afirmar «X tiene au-
lizar la conocida propuesta de Hare y llamar a los primeros «juicios torid~d» (es decir, 9uien expresa su reconocimiento o aceptación de la
de primer orden» y a los segundos «juicios entrecomillados» [inverted- autondad de X, qUien,. de acuerdo con la explicación provisional pro-
commas]: los juicios de primer orden son auténticos juicios prácticos, puesta, acepta que X tiene derecho a mandar y que se tiene el deber
no susceptibles de verdad o falsedad, que pueden intervenir como ra- de obedecerle) no está describiendo nada en absoluto, no está consta-
zones operativas en los razonamientos prácticos; los juicios entrecomi- tando que en X concurre una determinada propiedad («ser autoridad»,
llados son juicios descriptivos (verdaderos o falsos), parasitarios res- o «ser una autoridad legítima») (516), sino que está expresando su
pecto a los juicios de primer orden (puesto que su verdad depende de aceptación de ra~ones para hacer lo que X ordene (y que, en tanto
que alguien suscriba efectivamente el juicio de primer orden corres- que razon~s dommantes sobre las meramente prudenciales, desde su
pondiente) e incapaces de actuar como razones operativas en inferen- punto de vista no se le aplican sólo a él, sino a todos los que considera
cias prácticas, puesto que no suponen ninguna actitud práctica deter- sometidos~ la autor.idad de X). Es posible, no obstante, que desde el
minada por parte del que habla; unos y otros, sin embargo, pueden punto de vista de qmen habla la aceptación de un juicio semejante esté
expresarse a través de enunciados superficialmente idénticos (y de ahí subordinada a la concurrencia de determinados hechos: cabe, por
pueden provenir, como es obvio, notables confusiones conceptuales).
Todo ello es aplicable a los enunciados que hacen referencia a la
autoridad, o a la autoridad legítima. Por consiguiente, y como prime- basta con aceptar el deber de obedecerle si ese deber se entiende meramente como pri-
ma facie, sino que sería necesario atribuir a sus prescripciones el caracter de «razones
ra posibilidad, como enunciados como «X tiene autoridad», «X es una excluyentes», etc.
autoridad legítima» u otros similares, cuando se trata de juicios de pri- (516) .Hare ha insistido especialmente en ello en un trabajo que en mi opinión re-
___ ,_mer orden, el que habla está expresando su aceptación de la autoridad sulta partlc~larmente. es~l~recedor: seg~n Hare constituye un serio error conceptual (al
~ de X. Según el análisis más usual, aceptar o reconocer la autoridad de que denomma «descnptivismo» o «falacia descriptiva») pretender que los juicios de pri-
alguien o afirmar de él que.es una autoridad legítima significa aceptar mer ~r~e? con lo~ q~e se reconoce o acepta la autoridad de alguien tienen que equiva-
ler a J~ICIOS descnptzvos de algo (su reconocimiento efectivo por parte del grueso de la
su derecho a mandar y el deber de obedecerle. No ignoro el cúmulo población, etc.), cuando en realidad serían juicios que adscriben o adjudican una cuali-
de objeciones o reparos posibles a esa propuesta de explicación (515), dad a alguien (su cualidad de autoridad legítima en la medida en que se acepta que hay
razones par~ obedecerle); cfr. R.M. Hare, «The Lawful Government», en P. Laslett y
W.G. Runciman (eds.), Philosophy, Politics and Society: Third Series (Oxford: Basil
(514) Cfr. supra, apartado 6. Blackwell, 1967; 2a reimp, por donde se cita, 1978), pp. 157-172. La tesis de Hare fue
(515) Puede pensarse, por ejemplo, que al reconocer a alguien como autoridad le- criticada en su día por J.G. Murphy, «Allegiance and Lawful Government», en Ethics,
gítima se está reconociendo su derecho a mandar en un sentido que no tiene como corre- 7~ (~968) 56-59;'! por J. ~az, «Ün Lawful Governments», en Ethics, 80 (1970) 296-305
lato nuestro deber de obedecer, sino que significa, pongamos por caso, que considera- (si bien los trabaJos postenores de Raz han seguido un rumbo distinto del de aquel tem-
mos que cuenta con un título apropiado para ello del que entendemos que carecen otros prano artículo). Por el contrario, un análisis que da por buena y aprovecha la idea cen-
que le disputan el desempeño de ese papel;. que para reconocer la autoridad de otro no t~al de. Hare e~ ~1 de Silvana Castignone, «Legalita, Legittimita, Legittimazione», en So-
czologza del Dzrztto, 4 (1977) 19-38, especialmente pp. 30-31.
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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

ejemplo, que el hablante conside~e que el rec?nocin:-i~nto por su par- criptivo «?'- ~i~ne autoridad» depende del hecho de que un cierto nú-
te de razones para hacer lo que ordene X esta condic~onado al he.cho · mero de mdividuos (entre los que puede o no encontrarse el mismo
de que X goce de autoridad efe~t~v~ sobre _un determmado .colectivo. que formula· aquel enunciado descriptivo) suscriba como juicio de pri-
Pero ni siquiera en ese caso su JUlCIO de pnmer orden «X tiene ~uto­ mer. ?rden que :<X tiene ~utoridad». Lo que eso demuestra es que 1á
ridad» puede ser entendido como descriptivo: es, por el cont~ano, l.a nocwn de autondad efectiva es conceptualmente dependiente de la de
conclusión de un razonamiento práctico en el que, como razon auxi- autoridad legí!ima o justifi.ca?a, y no al revés (519); con otras pala-
liar, se incluye un juicio descriptivo del hecho de que la auto.ridad ~e bras~ que. e~ ?Iscurso desc.nptivo acerca de la autoridad, expresado a
X es aceptada por otros; pero por supuesto n:edia _una gran_ diferencia traves. ~e JUICIOS entrecomll~ados, requiere como prius lógico de la for-
entre un juicio práctico dependiente de la existencia de algun h~cho y mulaci.on por parte de algUien (no necesariamente por parte del mis-
un juicio descriptivo de ese mismo hecho. Como ha senalado
Raz (517), verosímilmente la única justificación plausible de la acep-
n:-o SUJ~t~ que f.o~~ula los ~nunciados descriptivos) de genuinos jui-
ciOs practicos -JUICIOS de pnmer orden- acerca de la misma. En cual-
tación de una autoridad descansa en su capacidad de resolver proble- quier caso .ha de reco~da.rse lo que ya ha sido subrayado: que en tanto
mas de coordinación social, y de ello se infiere que probablemente sólo que .enunciados. descnptivos (verdaderos o falsos) estos juicios entre-
es justificable reconocer como legítima a una autoridad que sea efec- coilllllados relativos a la autoridad no pueden intervenir como razones
tiva: pero esa es la conclusión que deriva de la adopció~ de ciertos prin- ope.rativ~s .e~ inferencias prácticas; y que esto vale por igual para otros
cipios sustantivos acerca de la justificación de la autondad, no el pro- posibles JUICIOs entrecomillados acerca de la autoridad de X tales como
ducto de un análisis meramente conceptual que nos mostrara que la «X tie?e derecho a man~ar». o. ~<se debe obedecer a X» (que no ex-
~noción de autoridad efectiva es lógicamente previa al reconocimiento
pre~ana entonces un genumo JUICIO de deber, sino una proposición nor-
lde una autoridad como legítima (lo que desde luego no es cierto). De mativa).
hecho, no tiene sentido decir que todo el que considere autoridad le-
. · , T~nemos, por con~iguiente, que dos enunciados superficialmente
( gítima a una que no sea efectiva es víctima de alguna clase de error ~d~~ticos ( a~bos del tipo «X tiene autoridad») pueden ser el uno un
( conceptual. Cabe perfectamente un recono~in:i~nto de. ese tipo, y otra J~ICIO de p~Im.er orden, un genuino juicio práctico, y el otro un enun-
\ cosa muy distinta es que no se comparta ese JUlCIO de pnmer o.rden por- Ciad~ descnptivo (cuya verdad presupone la formulación de juicios de
\, que se piense qu.e, ~i verdaderame?~e no .se trata de una ~~tondad efec- la pr~mera clase). Para superar esa ambigüedad pueden utilizarse de-
tiva, su reconocimiento como legitima (1. e., la aceptacwn de razones termmados recursos verbales, tales como hablar alternativamente de
para hacer lo que ordene) no es justificable. . autoridad efectiva y autoridad legítima o emplear -en uno de sus va-
Un enunciado como «X tiene autoridad» puede ser, en segundo lu- rios sentidos posibles, y quizá no el más extendido- la distinción au-
gar, meramente descriptivo. Cuando se afirma que. X tiene (o ~s una) toridad de facto/aut~ridad de iure. Decir entonces que «X tiene (o es
autoridad y lo que se dice es cierto suele concurnr la doble circuns- una) autondad efectiva o de Jacto» sería una forma de (j~scribir el he-
tancia de que X pretende tener autoridad legítima (i. e., pretende te- cho de que X pretende tener autoridad legítima y encuentraun núme-
ner derecho a mandar y que se tiene el deber de obedecerle) y un nú- ro suficiente de individuos que acepta tal pretensión; decir que «X
mero suficiente de individuos le reconoce como tal, es decir, admite
esa pretensión (518). Por consiguiente, la verdad del enunciado des- la reconoce verdaderm_nente, bien por razones estrictamente prudenciales. El argumen-
to es exactamente el mrsmo que presenté en su momento -sirviéndome de ideas de Kav-
(517) Cfr. Raz, La Autoridad del Derecho, cit., p. 23; Id., The Morality of Free- ka- para sostener que la existencia de una regla social es concebible en ausencia total
dom, cit., p. 56. de aceptantes de la misma (vid. supra, notas 289 a 296 de esta parte II y el texto al que
acompañan), Y I?e pa~ece innecesario reiterarlo ahora. Como entonces, cabría concluir
(518) Digo que suele concurrir esa doble circunstanci~ (y no qu~ tiene que hacerlo)
ahora que. la exrstencra de una autorida~ que verdaderamente nadie acepta es lógica-
porque, si no me equivoco, para que sea verdad que «X tr~ne auto~n.dad» basta con q~e
mente posrble, aunque extremadamente Improbable desde el punto de vista empírico.
concurra la primera de ellas -que X pretenda tener autondad leg1t1ma- y que un nu-
. (519) En ello ha insistido particularmente Raz: cfr. Raz, La Autoridad del Derecho
mero bastante de individuos actúe como si reconociera la pretensión de X, bien porque crt., p. 23; Id., The Morality of Freedom, cit., p. 65. '

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609
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

( ne (o es una) autoridad legítima o de iure», sería una forma de e~pre­ de el punto de vista lógico con la verdad de la descripción contenida
'> sar un juicio de primer orden, un genuino juicio práctico con el que en la primera parte de esas afirmaciones) (522).
'\ se""illanifiesta la aceptación por pa~te de quien. habla. de :azones pa.ra Cuando los términos «autoridad de Jacto» y «autoridad de iure» se
'obedecer a X. Llamaré por comodidad el «sentido pnmano» de la dis- utilizan en este sentido equivalen respectivamente a las ideas de poder
tinción autoridad de Jacto/autoridad de iure al uso de estos términos con legitimación y poder con legitimidad: decir de un poder que goza
exactamente en la forma que se acaba de indicar. de legitimación es decir que (buena parte de) los sometidos a él le con-
Del empleo de la distinción autoridad de Jacto/autoridad de iure en sideran legítimo, y por consiguiene se trata de un concepto puramente
el sentido primario se derivan varias consecuencias sobre las que me descriptivo; decir de un poder que goza de legitimidad es una forma
parece importante llamar la atención. En primer lugar, cuando los tér- de expresar la aceptación de razones para hacer lo que ordene, y por
minos se emplean precisamente en este sentido es perfectamente po- tanto el concepto de legitimidad es de índole práctica o normati-
sible decir de alguien -X- que es a la vez una autoridad de Jacto y va (523). No hay ninguna contradicción en negar la legitimidad de un
una autoridad de iure (520). En otras acepciones de la distinción, como poder que goza de una gran legitimación ni en afirmar la legitimidad
se verá en breve, no cabe esa posibilidad: las calificaciones de Jacto/de de otro con una legitimación muy escasa o incluso nula. Todo ello debe
iure son entonces mutuamente excluyentes, de manera que cuando se
afirma de alguien que es una autoridad de Jacto no puede -por defi- (522) El no reparar en la ambigüedad de un enunciado del tipo «X tiene autoridad»
nición- ser a la vez de iure ni a la inversa. En el sentido primario, (es decir, el no reparar, como dice Raz -PRN, p. 80--, en que «los enunciados exis-
sin embargo, cuando se dice de X que es una autoridad de Jacto sim- tenciales acerca de las normas se usan para una variedad de propósitos ... ») conduce a
plemente se constata el hecho de que la pretensión de X de ser una George C. Christie -en Law, Norms and Authority (London: Duckworth, 1982)- a
sostener que sí sería contradictorio negar la legitimidad de una autoridad a la que se
autoridad,legítima encuentra un cierto grado de reconocimiento gene- reconoce como existente. En su opinión, constatar que la pretensión de X de que tiene
ral; cuando se dice además que es una autoridad de iure, el que habla derecho a mandar encuentra aceptación general es constatar que X tiene autoridad; pero
manifiesta ser él mismo uno de los que aceptan como legítima la au- si al mismo tiempo se impugna ese derecho de X, ello «[e ]quivale a la afirmación de
toridad de X. Por consiguiente la afirmación de que X es una autori- que de hecho X no tiene autoridad»; y por consiguiente «decir que la autoridad de X
dad y debe ser obedecida, no tiene por qué ser redundante, ni la afir- es ilegítima es decir que de hecho X tiene autoridad -después de todo es un hecho que
emite pronunciamientos autoritativos con una pretensión de tener derecho a ello que es
mación de que X es una autoridad pero no debe ser obedecida tiene aceptada por otros-, pero que de hecho no tiene autoridad. Esta interpretación con-
por qué ser contradictoria (521): basta con reparar en que la primera duce al absurdo» (pp. 102-103). No tiene nada de extraño que Christie razone así, ya
parte de cada una de esas afirmaciones es puramente descriptiva (i. e., que para él «SÍ existe o no autoridad es, en último término, una cuestión puramente fác-
describe el hecho de que X tiene autoridad efectiva o de Jacto), mien- tica» (p. 112). En lo que al parecer no repara Christie es en que con un enunciado como
tras que la parte final expresa la aceptación en el primer caso y el re- «X tiene (o es una) autoridad», por más que se exprese en modo indicativo, el hablante
puede no estar describiendo nada en absoluto, sino formulando un juicio de primer or-
chazo en el segundo de la autoridad de X desde el punto de vista del den con el que manifiesta su aceptación de la autoridad de X; y cuando estamos expre-
que habla (siendo cualquiera de los dos perfectamente compatibles des- sando juicios de esta clase la cuestión de si «existe o no autoridad» no es de ninguna
manera «puramente fáctica» (ni lo que afirmemos «entra en contradicción» -ni es re-
dundante- con los juicios descriptivos de la efectividad de la autoridad de X).
(523) Como ejemplos de ese modo de trazar la distinción legitimidad-legitimación,
vid. Silvana Castignone, «Legalita, Legittimita, Legittimazione», cit., pp. 30 y 36-37;
(520) Creo que no repara en ello Yasutomo Morigiwa cuando, criticando a Raz, sos- Elías Díaz, De la maldad estatal y la soberanía popular (Madrid: Debate, 1984) p. 26;
tiene que «[ n]o puede darse el caso de que una autoridad política sea de Jacto y legítima Ernesto Garzón Valdés, «Acerca del concepto de legitimidad», en Anuario de Derechos
al mismo tiempo»: cfr. Y. Morigiwa, «Authority, Rationality and Law: Joseph Raz and Humanos, 5 (1988-89) 343-366, p. 362; Javier de Lucas, voz «Légitimité», en A.J. Ar-
the Practice of Law», en Southern California Law Review, 62 (1989) 897-912, p. 905. naud (ed.), Dictionnaire Encyclopédique de Théorie et de Sociologie du Droit (Diction-
La respuesta obvia a Morigiwa es que la posibilidad o imposibilidad de que una auto- naire D'Eguilles) (París, L.G.D.J.; Bruxelles, Story Scientia, 1988), pp. 225-227, p. 226;
ridad sea a la vez de Jacto y legítima o de iure depende simplemente del sentido en el Francisco J. Laporta, «Etica y derecho en el pensamiento contemporáneo», en Victoria
que estemos usando esos términos. Camps (ed.), Historia de la Etica. Vol. JI!: La ética contemporánea (Barcelona: Crítica,
(521) Cfr. Finnis, Natural Law and Natural Rights, cit., pp. 236-237. 1989), pp. 221-295, p. 283.

610 611
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

, ser evidente si se tiene en cuenta cómo han sido definidos estipulati- Hasta aquí he venido hablando de lo que he dado en llamar el «sen-
vamente estos términos: sin embargo se propende con alguna frecuen~ tido primario» de la distinción autoridad de Jacto/autoridad de iure.
cia a mezclar ambos planos o a saltar inadvertidamente del uno al otro Pero los problemas surgen del empleo habitual de esos indicadores ver-
(por ejemplo, utilizando ambiguamente el término «legitimidad» en un bales («de Jacto/de iure») también con otros sentidos posibles: con otros
doble sentido descriptivo y normativo), con las inoportunas consecuen- sentidos con arreglo a los cuales, como se verá dentro de un momen-
cias teóricas que son de imaginar (524). to, no siempre que se dice que «X tiene autoridad de Jacto» se está
describiendo meramente que X pretende tener autoridad legítima y en-
(524) Considérese, por ejemplo, la siguiente afirmación de Raz: «El derecho goza cuentra un número suficiente de individuos que acepta tal pretensión;
de autoridad si, como vimos, sus súbditos, o algunos de ellos, consideran su existencia y no siempre que se dice que «X tiene autoridad de iure» se está for-
como una razón protegida para obedecer» (La autoridad del derecho, cit., p. 46). Si lo
mulando un genuino juicio práctico, sino que en ocasiones se trata de
que se nos está diciendo es que en ese caso el derecho goza de legitimación -i. e., si
al decir de él que «goza de autoridad» se está formulando un enunciado descriptivo--,
un enunciado descriptivo.
la afirmación es perfectamente aceptable (de hecho sería analíticamente verdadera); por Al.f Ross, por ejemplo, prefiere llamar autoridad de Jacto a la que
el contrario, si lo que se nos está diciendo es que en ese caso el derecho goza de legi- logra Imponer su voluntad mediante la pura coacción y autoridad de
timidad --esto es, si al decir de él que «goza de autoridad» se está formulando un juicio iure a aquella que logra imponerla porque los sometidos a ella aceptan
de primer orden, un genuino juicio práctico con el que se expresa que hay razones para su derecho a mandar y el deber de obedecerla (525). El concepto de
obedecerle-, entonces la afirmación sería un ejemplo de lo que Hare ha llamado la «fa- autoridad de iure equivaldría entonces al de «poder con legitimación»
lacia descriptiva». En el caso de Raz el conjunto de su exposición permite deducir con
claridad que es en el primer sentido en el que ha de interpretarse su afirmación. Pero
-no necesariamente con legitimidad- y sería puramente descriptivo
en otros muchos casos puede que se empleen expresiones parecidas deslizándose inad-
vertidamente hacia el segundo. Resulta pertinente entonces recordar la crítica de Hare: una prueba, solamente una prueba, de su legitimidad» (p. 304); y más adelante «[a]sí
la formulación de un enunciado del tipo X es una autoridad legítima o X tiene legitimi- pues, el poder legítimo es aquel que pide obediencia en nombre de un título de legiti-
dad, cuando expresa un genuino juicio de primer orden, constituye un acto de acepta- midad, cuya última prueba viene dada sólo por el hecho de que la obediencia ha sido
ción o reconocimiento y por tanto no equivale en absoluto a la aserción de que alguien efectivamente concedida» (p. 305). La obediencia habitual puede ser un indicio de que
(o la mayoría) ha ejecutado un acto de aceptación de esa clase (sólo equivaldría a una el poder goza de legitimación (sólo un indicio, ya que es posible que se le obedezca me-
aserción semejante si fuese un juicio entrecomillado y no un genuino juicio práctico); ramente por temor y sin el más mínimo rastro de creencia en su legitimidad), pero no
y si se sostuviera, como juicio de primer orden, que un poder es legítimo si está legiti- le veo sentido a la afirmación de que es o puede ser «una prueba de su legitimidad»:
mado, se incurriría en un regreso al infinito, puesto que el definiendum se habría hecho afirmar que un gobierno es legítimo es formular un juicio práctico, y no entiendo qué
entrar en el definiens: quien pretenda sostener -hablando de «legitimidad» como con- puede querer decir que cierto hecho (la obediencia habitual) «es la prueba» de un juicio
cepto práctico, no como concepto descriptivo equivalente a lo que aquí he llamado «le- práctico (a no ser que Bobbio esté pensando que un poder es legítimo si está legitima-
gitimación>>- que «es legítimo el poder que la generalidad de los ciudadanos considere do, y que como la obediencia habitual puede ser indicio de la legitimación, también lo
legítimo» tendrá que explicar qué se supone que entienden los ciudadanos por «legíti- sería entonces. de la legitimidad, en cuyo caso su planteamiento cae de lleno en el pro-
mo», y desde luego lo que entiendan no puede ser lo mismo que está entendiendo él so blema denunciado por Hare). Podría pensarse que la crítica es injusta porque quizá Bob-
pena de incurrir en el regreso al infinito mencionado, es decir, so pena de ver cómo el bio no habla de legitimidad en el sentido que aquí se ha estipulado, sino, por decirlo
concepto de legitimidad propuesto se torna vacío al ser asumido colectivamente (cfr. Ha- escuetamente, en uno equivalente al que aquí estoy denominando «legitimación»; pero
re, «The Lawful Government», cit., p. 167). no es así, como muestra a las claras esta afirmación suya: «El poder legítimo es un po-
Si le interpreto bien, Noberto Bobbio incurre repetidamente en la confusión apun- ~er cuyo tít~lo es justo» (p. 299; el subrayado es mío), lo que desde luego es bien dis-
tada en un artículo publicado hace ya bastantes años y dedicado precisamente al con- tmto de decir «... un poder cuyo título es considerado justo»
cepto de legitimidad -«Sul principio di legittimita», en Scritti in memoria di A. Falchi Algún problema parecido podría afectar, según creo, a la afirmación de Elías Díaz
(Milano: Giuffre, 1964), pp. 51-61 [ahora en N. Bobbio, Studi per una Teoría Genera/e de que «[l]a dimensión de la legitimación o deslegitimación es también un ingrediente
del Diritto (Torino: Giappichelli, 1970), pp. 79-93; hay trad. cast. de A. Ruiz Miguel, que afecta a la misma legitimidad [... ]» (cfr. E. Díaz, E tic a contra política. Los intelec-
tuales y el poder (Madrid: C.E.C., 1990), p. 39, nota 22). Que una autoridad tenga una
«Sobre el principio de legitimidad» en N. Bobbio, Contribución a la Teoría del derecho,
legitimación mayor o menor es un hecho; afirmar que una autoridad es legítima es ex-
ed. a cargo de A. Ruiz Miguel (Valencia: Fernando Torres, 1980; 2." ed. ampliada, Ma-
presar un juicio práctico; y si se sostiene -como genuino juicio de primer orden- que
drid, Debate, 1990, por donde se cita), pp. 297-306]. «Respecto al problema de si un
una autoridad es tanto más legítima cuanto más legitimada, creo que se incurre inevi-
poder es o no legítimo [nos dice Bobbio], ... la efectividad del poder, es decir, el hecho tablemente en la dificultad puesta de manifiesto por Hare.
de que aquel poder cuya legitimidad está en discusión sea habitualmente obedecido, es (525) A. Ross, Lógica de la normas, cit., p. 48.
612
613
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

iw:e a la facultada para ejercer el poder por normas dictadas por ella
(y por consiguiente no inc~rriría e~ contradicción quie? recono~ier~ el mi~ma (a la ~ue po~emos denomi~ar «autoridad 1»), sino por otra au-
caracter de iure -en sentido rossiano- a una autondad y anadiera ton~ad prevm (llamem~sla «autondad 0»): porque o bien la autoridad 0
acto seguido que, por su parte, considera ~ue no hay ra:ón alguna para ha dictado normas mediante las cuales se otorga competencia a sí mis-
obedecerla); y, por definición, una autondad no podna ser al mismo ma (en. cuyo caso no se alcanza a ver ninguna diferencia verdadera-
tiempo de Jacto y de iure. Carlos Nino, por su parte, reser;~ la deno-
mente ~nteresante entr~ la. autoridad 1 y cualquier autoridad que se fa-
minación «gobierno de iure» para aquellos que sean democratl~os Yres-
c~lte directamente a SI mism~) (530), o bien ha sido facultada para
petuosos de los derechos humanos, llamand? .entonces «gobwrnos de eJe~cer el poder por normas dictadas por otra autoridad previa -«au- ·
Jacto» a todos los que no satisfagan esas condicwne~ (526~. Nll:evamen- tondad_l»- que se encuentra de nuevo en el mismo caso (desenca-
te -y a diferencia de lo que sucedía con el «sentid? pnman?» de la denando entonces un regreso al infinito). La única forma de salvar esa
distinción- ninguna autoridad (o «gobierno») podna ser de zure y de situación serí~ alegar que al hablar de normas que facultan a alguien
Jacto al mismo tiempo; y, en principio, ambos con~ep.tos -autonda0 -X- para eJercer el poder no se está aludiendo a normas dictadas a
de Jacto, autoridad de iure- serían puramen~e descnptlVOS, puesto que su ;ez por otra autoridad sino a un juicio de deber suscrito por quien
indudablemente es un hecho que una autondad satisfaga o no los re-
esta hablando y a tenor. del cual s~ debe hacer lo que ordene X (siem-
quisitos mencionados (527). No hay ning_un~ razón para propon~r una p.re que concurran las circunstancias C o queden satisfechos los requi-
rígida reglamentación verbal, y por co~sigmente no hay n:ayor mc?n- sitos R) (531). Pero entonces no hay ninguna diferencia real entre esta
veniente en utilizar la distinción autondad de fact?lauton~~d de zure acepció~ del término autoridad de iure -ejercicio del poder facultado
también en cualquiera de estos sentidos (con el úm~o r.e~mslto, co~? o autonzado por reglas- y el «sentido primario» del que he venido
es natural, de que el contexto deje claro con qué sigmficado se utih-
hablando anteriormente.
zan la palabras). . Es!a. ?ltima .observación conecta con el segundo problema que en
Mayores dificultades rodean sin embargo .a otra form~ de entender
ll_li opim~n se cwrne sobre este modo de definir el concepto de auto-
la noción de autoridad de iure que además, si no me e~mvoco, .es pro-
ndad de zure: que no queda claro si los enunciados mediante los cua-
bablemente la utilizada con mayor frecuencia. Me refiero a la Idea de
l~s se dice de ~lguien que es una autoridad de iure son descriptivos (jui-
que una autoridad de iure es la f~cultada o autorizada para ~ct.uar como
CI~s entrecomillados) o expresan genuinos juicios prácticos (juicios de
autoridad por una norma o conJunto de normas ~528). D~fmido en es-
pnm~r orden). Cuando se dice .de alguien -en el sentido que estoy
tos términos, no obstante, el concepto de autondad de zure ~r~s~nta exammando- que es una autondad de iure, se está haciendo una ca-
dos problemas principales. El Rrii?~ro radi~a en que puede tn:mhzar lificación d~ su ejercicio del poder con arreglo a algún sistema norma-
privar de -su interés a la distlncion autondad de [acto/aut.ondad de
tivo (es. decir, .el que habla se está situando en el punto de vista de un
iure, ya que, como ha señalado Nino (529), cu~lquzer autondad efec-
0
determmado sistema normativo y calificando ciertos fenómenos desde
tiva puede (y de hecho suele) dictar normas medmnte las cuales se otor-
ga competencia a sí misma para ejercer el po?er. Y no se ava~za mu-
cho si se replica que por supuesto no se esta llamando autondad de (530) Como escribe Nino, «cuando nos remontamos en la cadena de derivación de
la norma que da autoridad a un gobierno siempre vamos a encontrar una quiebra en
esa cadena, y no parece reflejar la diferenciación que queremos marcar el tomar en cuen-
(526) Vid. C. S. Nino, La .validez d~~ derecho,_ cit., p. 90. . · _ t~ cuán ce~cana o l~j~na en el tiempo está esa quiebra respecto del gobierno cuyo ca-
(527) Por supuesto, si algmen especrflca ademas que ~or su parte s~l? consrdera le racter se drscute» (zbzdem).
gítimo -i. e., sólo hay razones para obedecer- a un gobrerno democra:rco Y respetuo: (531) ~ntendiendo entonces, como en realidad creo que debe hacerse, que «otorgar
so de los derechos humanos (e indudablemente ésa es la postura 'Cie ~m o)' no se ~sta competencia» a X para que dicte (cierta clase de) normas no es nada distinto de esta-
limitando a formular juicios descriptivos ni cuando califica a una autondad como de zure blecer el deber de alguien -aquellos a los que se considera sometidos a la autoridad de
ni cuando la califica como de facto. . . . X- ~e .hacer ciertas co~as.si X lo ordena (y que por consiguiente, tomando partido en
(528) Vid., p. ej., Eusebio Fernández, La obediencia al Derecho (Madnd: Crvrtas, una ~leJa y extensa polemrc~ en la q~e. no e~ p~sible detenerse ahora, las normas que
1987), p. 53. confreren poderes son reducrbles en ultrmo termmo a normas que imponen deberes).
(529) En La validez del derecho, cit., p. 89.
615
614
él y con arreglo a é[) (532). Negar entonces el caracter de iure a una
autoridad efectiva sería constatar que desde el punto de vista de un de- c~ertas ~e.glas formuladas por otras autoridades (a las que carece de
sentido
. . calificar
.· . , a su
. vez como de iure en esta misma
. .,
acepcwn) es de-
terminado sistema de normas esa autoridad no está facultada para ac-
tuar como tal (i. e., como de hecho lo está haciendo). Lo que sucede, ¡mcw
cir '1 un practico que él suscribe precisamente porque exist~n esas
como ya sabemos, es que quien habla desde un determinado sistema r~g as ormuladas por otras autoridades que facultan o dan competen-
de normas y con arreglo a él (y esto vale por igual tanto si el sistema Cia a X Y. q~~ no suscribiría en caso contrario, y presuponiendo enton-
de normas desde el que se habla es globalmente eficaz -y, como tal, ces otro JUic~o de deb~r pr~vio que no tiene ese mismo carácter ( en
«efectivamente existente>>- como si no lo es) puede estar expresando este caso sena contradictono añadir a continuación·« pe o d dy .
t d · X · · · · · r es e mi
o bien juicios comprometidos [committed], es decir, genuinos juicios pun ? e VIsta no tiene derecho a mandar ni se le debe obedecer».
prácticos, juicios expresados desde un punto de vista que él efectiva- Y sena redundante añadir lo contrario) (534). '
mente suscribe, o bien juicios «imparciales» [detached] o no compro- La co~clusión de todo ello es en mi opinión la siguiente· cuando
metidos, juicios que expresan qué razones para actuar habría desde un 1os en~nciados ~on los que se dice que X es una autoridad de iure
determinado punto -de vista en el que el hablante se sitúa hipotética- -quenendo dec~r que está facultado o autorizado por normas para ac-
mente (y que por consiguiente no son genuinos juicios prácticos, sino tuar como autondad- constituyen genuinos juicios prácticos resu-
proposiciones normativas verdaderas o falsas) (533). Y por eso quien pon~n otros con arreglo a los cuales quienes dictaron aquellas 'n~rmas
dice «X es una autoridad de iure» puede estar o bien meramente cons- ~ue a.cultan a X eran au_toridades de iure, pero no en este mismo sen-
tatando que con arreglo a cierto sistema de normas X está facultado tido, smo en el que ~ntenormente denominé «sentido primario» (535)·
para actuar como autoridad (aunque quizá él no acepte en absoluto y cu.ando .son enunciados descriptivos que expresan proposiciones nor~
ningún juicio de deber dependiente de la existencia de las normas que n:ativas (1. e., cuando so~ j.u~cios entrecomillados) resultan parasita-
integran ese sistema, y por consiguiente pueda añadir de inmediato: nos .respecto de aquellos JUICios de primer orden. Por eso me arece
«... pero desde mi punto de vista X no tiene derecho a mandar ni se particula~mente oportun~ _la decisión terminológica de Raz al nfmar a
le debe obedecer>>); o bien expresando un genuino juicio práctico, aun- este s~ntldo de la expreswn «autoridad de iure» -que en realidad no
que se trate, eso sí, de un juicio práctico dependiente de la existencia
~ac~ smo reco~er la viej~ idea de la legitimidad de origen 0 ex parte
tztuh- el «sentido relativizado» (puesto que equivale a tener autori-
(532) Nótese que el sistema de normas desde el que se habla puede ser el derecho
internacional: en ese caso negar el carácter de iure a una autoridad efectiva equivale a
dad de acuerdo con -o desde el punto de vista de-s, siendo s algún
negar cualquier clase de efecto extraterritorial a las normas que dicte y a los actos que
realice en aplicación de las mismas. Pero para los enunciados formulados desde el pun- d .(514) JP~r eso me par~ce cuestiona?le la siguiente afirmación de Eusebio Fernán-

~:~~i~;~HEii~:~~e~~p:~~n)~b~~l~d~~~~~;~~X:f~~:c~~aa~~~:i~!~g:~;~:~: (lad~~i;~
to de vista del derecho internacional también vale, por supuesto, lo que dentro de un
momento se dirá acerca de los enunciados que se formulan desde el punto de vista de
un sistema de normas cualquiera: que pueden expresar juicios «comprometidos» o bien . ' ' · · ecu que es una autondad e t' f
de iure
1

=~~f~i:F~~~~~:~~i!~~:~~~:~~;! ~~r~i!i·;~:~~::¡~~~~¡!~ :~~:x~;e~~ ~E


ser meramente descriptivos y expresar entonces proposiciones normativas; y, si lo que
ocurre es esto último, tanto la afirmación de que X es, con arreglo al derecho interna-
cional, una autoridad de iure (o «la autoridad legítima del territorio Z») como su con-
traria son perfectamente compatibles --en contra de lo que en 1970 pensaba Raz: X), lo que Eusebio Fernández sostiene constituy~ ~nq~~ o;Inf~~o:~s para ob~decer a
cfr. «Ün Lawful Governments», cit., p. 299- a) con la afirmación de que X es una au- el co~trario, ~i_o bien las dos afirmaciones -que es una autoridad d ~on seqUltur; por
toridad efectiva y con su contraria; y b) con el juicio práctico según el cual X es una autondad legitima- expresan juicios de primer orden o bien las d~~u;~ y que e~ udna
puramente descriptivos entonces no es 1 .dd . n enuncia os
gos;>. que la hacen auto;idad legítima, si~~e q~ea~~oJ~c~r q~el~:ed<c~ente colndci~rtos ras-
autoridad legítima -o de iure en el sentido primario, esto es, con el juicio de primer
orden según el cual hay razones para obedecer a X- y con el juicio práctico contrario. leg¡tlma se está diciendo lo mismo. e zure Y a ec1r que es
(533) Para la caracterización de los juicios «imparciales» o no comprometidos como
(535) Como dice Michael Bayles, autoridád de i · ·
juicios descriptivos que, como tales, no pueden intervenir como razones operativas en ~l~s que uno considera justificadas: vid. M.D. Bayle~' ~<~~ e~onc~s la codnfe:I~a por re-
inferencias prácticas, vid. M. J. Detmold, The Unity of Law and Morality. A Refutation lit!cal Authority» en R B H · ( d ) . ' e une wn an L1m1ts of Po-
of Legal Positivism, cit., pp~ 25-26. pp. 101-111, p. 105. . . arns e . ' Authonty: A Philosophical Analysis, cit.,

~16
617
LA NORMATIVlDAD DEL DERECHO

sistema de normas) (536), indicando además que el prius lógico~ par- de la acción ordenada, es decir, implica aceptar que las prescripciones
tir del cual es posible reconstruir el significa?o de ésta Y. ~tras aflr~a­ de la autoridad son razones protegidas y que por consiguiente hay ra=--
ciones referentes a la autoridad es el «sentido no relativi~ado», est? zones para ·deponer o postergar el juicio propio acerca de los méritos--1
es, el que aquí se ha llamado «sentido primario» del :érmmo «au~on­ del caso. Aceptación del derecho a mandar y del deber correlativo de 1
dad de iure» (o legítima; o justificada). Hasta ahora solo~~ maneJado obedecer y creencia en la justificación de la postergación del juicio pro- ,...,./
una definición un tanto tosca -y que no he dudado en calificar de pro- pio serían entonces los elementos definidores de la que, por ser pro-
visional- de la idea de autoridad de iure o legítima en aquel sentido bablemente la más difundida, voy a llamar «concepción standard» de
primario; por consiguiente el próximo paso del análisis debe consistir la autoridad legítima.
en un examen más cuidadoso de lo que se acepta cuando se reco~oce Supongamos que la concepción standard reconstruye acertadamen-
a alguien -en el sentido primario o no relativizado- como autondad te lo que acepta todo aquel que reconoce a otro como autoridad legí-
legítima. tima, es decir, supongamos que la concepción standard constituye de
hecho una explicación plausible del concepto de autoridad legítima tal
iii) Esa investigación, no obstante, tropieza con u~~ ~ificulta~ de y como éste funciona en la realidad social que nos es familiar. Sucede
caracter preliminar. Se diría en princ~pio que en .~1 anahsis de la Idea sin embargo que no es en absoluto fácil justificar racionalmente la
de autoridad -como en el de cualquier otra nocion relevante para el aceptación de una autoridad en términos semejantes. Que finalmente
discurso práctico- ha de ser posible d~sli~~ar con r:itidez los pl~n~s sea o no posible, está aún por ver: pero no quiero dejar de apuntar
conceptual y normativo: que la determmac10n de que es lo que s~gm­ desde este mismo momento que en mi opinión el intento de justificar
fica o en qué consiste pretender para sí o reconocer a otro a~t?ndad racionalmente la aceptación de alguna autoridad como legítima en el
legítima puede y debe mantenerse separada de la. argume~tac~o.n sus- sentido de la concepción standard -que cuenta en su favor con argu-
tantiva acerca de cuándo podrían realmente considerarse JUStificados mentos sumamente elaborados, el más sutil de los cuales es a mi juicio
aquella pretensión y ese reconocimiento. ~~y si~ embargo razones el que ha propuesto Raz y que se examinará en breve- está destina-
para pensar que esa separación no es tan facll, e m~luso se h~ .s~ste­ do al fracaso. Ahora bien, si la concepción standard nos ofrece una
nido que en realidad los planos conceptual y normativo del anahsis de construcción adecuada de lo que de hecho aceptamos cuando recono-
la autoridad son interdependientes (537). Creo que merece la pena de- cemos a otros como autoridades legítimas (y de lo que pretenden quie-
tenerse brevemente en el examen de esta idea. nes actúan considerándose como tales), pero esa aceptación (y esa pre-
Como se ha apuntado ya, con frecuencia se ha sosteni~o que /son tensión) son imposibles de justificar racionalmente, la conclusión a la
dos los rasgos centrales que nos permiten afirmar que algmen esta re- que se llega resulta altamente paradójica: ninguna autoridad sería real-
conociendo a otro como autoridad legítima: en primer lugar, aceptar mente legítima -nunca podría serlo-, sólo habría individuos que irra-
que alguien es una autoridad legítima implica aceptar que tiene dere- cionalmente pretenden ser reconocidos como autoridades legítimas e
cho a mandar y, correlativamente, que se le debe obede.cer; en segu~­ individuos que irracionalmente aceptan esa pretensión y les reconocen
do lugar, implica aceptar que se le debe obedecer con mdependencw efectivamente como tales. Lo que eso significa es que una multiplici-
de cuál sea el juicio propio acerca de las razones a favor y en contra dad de prácticas socialc;s en las que de hecho todos nos vemos envuel-
tos (y entre ellas, muy señaladamente, nuestras relaciones con la au-
toridad política) estarían basadas invariable o indefectiblemente -y
(536) Cfr. J. Raz, La autoridad del derecho, cit.,, p. 24. Silv~na Casti~~one habla
en este caso de «legitimidad formal», puesto que con el se tr~ta solo de venficar que.la no accidental o contingentemente- en el error. Damos fácilmente por
autoridad está facultada por ciertas reglas para actuar en c~hdad de tal: cfr. :· Castlg- sentado que no siempre que un individuo reconoce a otro como auto-
none, «Legalita, Legittimita, Legittimazione», cit., p. 34. Mas adelante volvere sob~e ~1- ridad legítima estará verdaderamente justificado dicho reconocimien-
ounos sentidos o matices de la idea de autoridad legítima emparentados con la distm- to: pero la conclusión paradójica a la que al parecer nos veríamos abo-
~ión tradicional entre legitimidad de origen y legitimidad de ejercic~o. cados de ser cierto lo que acabo de exponer es que no lo estaría -ni
(537) Es lo que mantiene Raz: vid. The Morality of Freedom, clt., pp. 63-66.
619
618
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

podría estarlo- nunca. Hay desde luego quien, como Wolff, no re- lisis de lo que queremos decir cuando hablamos de autoridades legíti-
trocede ante esa conclusión e insiste en que racionalmente no hay for- mas de conformidad con el uso ordinario del lenguaje; y que esa idea
ma de evitarla (538). Pero en principio se diría que algo tiene que an- previa debe servir como elemento de control para verificar que lo que
dar mal en una concepción de la autoridad que conduzca inexorable- se nos proponga como reconstrucción teórica del concepto de «auto-
mente a la conclusión de que ninguna puede ser realmente legítima. ridad legítima» -ya sea la concepción standard o cualquier otra- se
Ahora bien, si finalmente no es posible articular una argumenta- corresponde realmente con «lo que de hecho entendemos por autori-
ción que logre el éxito en la empresa de justificar racionalmente la dad legítima», lo que de hecho entienden quien reconoce a otro como
aceptación de alguna autoridad como legítima con arreglo a la concep- autoridad legítima y quien se comporta y pretende ser reconocido como
ción standard, quizá sea ésta misma la que falla. Puede que la concep- tal. Por mi parte, sin embargo, no estoy seguro de que esa presuposi-
ción standard de la autoridad legítima resulte verdaderamente injusti- ción sea del todo acertada. Qué duda cabe que cuando hablamos de
ficable por principio, pero ello no debería preocuparnos especialmen- «autoridad» o de «autoridad legítima» atribuimos algún significado a
te si resulta ser una explicación errónea de lo que ha de entenderse esos términos -y ello nos permite, en algunos casos claros, afirmar
por «autoridad legítima». Podríamos buscar entonces una reconstruc- resueltamente que tal o cual propuesta de explicación del concepto de
ción alternativa del concepto de autoridad legítima que no tropiece con autoridad legítima no se corresponde en realidad con lo que verdade-
los arduos problemas de justificación a los que se enfrenta la concep- ramente entendemos por tal-; pero no me parece que ordinariamen-
ción standard. El problema, como ha subrayado Soper (539), es que te nuestro nivel de autocomprensión sea tan alto como para poder se-
corremos el riesgo de diluir o desfigurar el concepto de autoridad le- ñalar con cierto grado de detalle de qué modo son efectivamente con-
gítima para hacer más fácil su justificación racional, col! el resultado cebidas las relaciones de autoridad en el medio social que nos rodea,
-no menos decepcionante que el que se trataba de evitar- de que tanto por quienes se comportan y pretenden ser reconocidos como ta-
ciertamente podríamos hallar una vía no controvertida para justificar les como por parte de los que efectivamente les otorgan ese reconoci-
algo, pero ese algo no sería lo que realmente entendemos por autori- m~~o. ·
dad. Si una tesis conceptual acerca de lo que significa aceptar una au- Por ello, me parece, cobra cierta plausibilidad la idea de Raz de
toridad como legítima que tenga como consecuencia la injustificabili- que en el análisis de la autoridad los planos conceptual y normativo
dad de toda autoridad resulta por ello mismo sospechosa, no lo sería son en cierta medida interdependientes. El concepto de autoridad, vie-
menos una forma de hacer justificable su aceptación basada en la des- ne a decirnos Raz, forma parte de nuestra cultura, de nuestras tradi-
figuración del concepto, es decir, en la presuposición de una noción ciones filosóficas y políticas, y dentro de ellas está coneGtado de múl-
de autoridad irreconocible, distinta de lo que realmente entendemos tiples formas con otros conceptos prácticos no menos trascendentales.
por tal y moldeada ad hoc precisamente para hacer que su justifica- Pero muy probablemente forma parte de esa cultura común como lo
ción sea viable. que, utilizando la ya clásica expresión acuñada por W.B. Gallie, cabe
En una observación como la de Soper, no obstante, se presupone llamar un «concepto esencialmente controvertido» [essentially contes-
que contamos con una idea clara -aunq~e. s~~a mera~ente ~ntuiti~a y ted concept] (540), un concepto que de hecho diferentes individuos
no nos resulte fácil traducirla en una defmic1on precisa y bien articu- comprenden y manejan con sentidos parcialmente divergentes según
lada- de lo que significa aceptar una autoridad como legítima, que cuál sea exactamente el lugar que le asignen dentro de esa red de co-
es la que estaría efectivamente incorporada en el funcionamiento de nexiones. Y por tanto -apunta Raz-, cualquier intento de definir
las relaciones de autoridad tal· y como éstas existen de hecho y que con precisión la noción de autoridad cumple, se sea consciente o no
por consiguiente habría de ser aislada e identificada a través del aná-
(540) Cfr. W.B. Gallie, «Essentially Contested Concepts», en P-oceedings of the
(538) Cfr. R.P. Wolff, In Defense of Anarchism, cit., _PP· 10-11. . . Aristotelian Society, 56 (1955-56) 167-198. Para la caracterización de la idea de autori-
(539) Cfr. Philip Soper, «Legal Theory and the Clmm of Authonty», en Phzlo- dad como «concepto esencialmente controvertido», vid. R. Flathman, The Practice of
sophy & Public Affairs, 18 (1989) 209-237, p. 210. Political Authority, cit., pp. 116 y 259, nota 15.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de ello, una doble tarea: será por un lado «un intento de h~cer e~plí­ iv) La autoridad legítima se ha definido con frecuencia como de-
citos elementos de nuestras tradiciones comunes»; pero al mismo tiem- recho a mandar, entendiendo que ese derecho implica el deber de obe-
po, inevitablemente, será una toma de partido en fav?r de alguna. de decer por parte de los sometidos a ella y que, por consiguiente, existe
las formas rivales (que conviven dentro de esa compleJa, en parte,Im- una vinculación analítica o conceptual entre autoridad legítima y de-
precisa y en parte contradictoria tradición común) de entender como ber de obediencia (543). En los últimos años, no obstante, esa vincu-
se conecta exactamente la noción de autoridad con otro~ concept.os
prácticos fundamentales (541). ~na toma de part~d?, se entiende, gma- (543) Vid., p. ej., Hanna Pitkin, «Übligation and Consent-II», cit., p. 202, G.E.M.
Anscombe, «Ün The Source of the Authority of the State», en Ratio, 20 (1978) 1-21,
da por consideraciones normativas: por el. proposlto. de rescatar ?en- ~· .3; R.P. W~lff, !n Defense of An~rchism, cit., p. 4; R. Flathman, The Practice of Po-
tro de esa tradición común un sentldo posible de la Idea de autondad lz!tcal Authonty, cit., p. 104; A.J. S1mmons, Morals Principies and Political Obligations,
que posibilite su justificación en determinadas circunsta~cias, que no cit., p. 197; J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 23; Ph. Soper, «Legal Theory and
nos fuerce, en suma, a descartar en bloque todo ese conJunto de con- the Claim of Authority», cit., pp. 219-220.
cepciones y prácticas sociales tan enraizadas c~m~ el mero pro?~cto En una primera aproximación al tema Raz sostuvo, criticando la definición de la au-
de la irracionalidad general. Por supuesto el cnteno de aceptabihdad toridad de Wolff como «el derecho de mandar y, correlativamente, el derecho de ser
de una reconstrucción semejante no será entonces su perfecta confor- obedecido», que aun siendo ésta «esencialmente correcta» no resultaba en modo alguno
clara, por ~uanto «la noción de derecho es, incluso, más compleja y problemática que
midad con lo que de hecho piense todo el que se comporte Ypretenda la ~e auto~I~ad» (cfr. ~az, L_a autoridad del derecho, cit., p. 26). Por ello le parecía pre-
ser reconocido como autoridad legítima o todo el que reconozca a otro f~nble defimr la auto~Idad sm hacer referencia a la idea de «tener un derecho», y efec-
como tal (542): de hecho, muchas de las concepciones q~e buena par- tivamente la caractenzaba como la capacidad [ability] de cambiar razones protegidas.
te de los actores implicados mantengan pueden ser. ~fectlVamente ura- ~ero, como se~aló tempranamente Nowell-Smith -cfr. P.H. Nowell-Smith, «Ün Legi-

cionales, pero de lo que se tratarían~ es tanto de fiJarse en ~ll~s. ~omo timate Authonty: A Reply to Joseph Raz», en R. Bronaugh (ed.), Philosophical Law.
Authority, Equality, Adjudica:io~, Privacy (Westport; Co:rin.: Greenwood Press, 1978),
criterio de corrección de una determinada propuesta de defn~Icwn de pp. 32-44, pp. 32-33-, prescmd1r de la Idea de tener derecho, por compleja u oscura
la idea de autoridad legítima, sino más bien de constata~ que dicha pro- q~e pueda ser, n? resulta tan fácil: de hecho está contenida subrepticiamente en la idea
puesta satisface el doble requisito d~ no alejarse. demasm?o de nuestra ffilSm~ de «Capaci~ad» que emplea Raz, puesto que se sobrentiende que se habla de una
capacid~d no~matlva, no meramente fáctica. Si a ello se le añade que, a pesar de haber
intelección común (pero vaga y parcmlmente obJeto de disputa) del fe-
mantemdo reiteradamente lo contrario en toda una serie de publicaciones anteriores
nómeno de la autoridad práctica y de resultar aceptable para un agen- Raz reconoce. últimame~te -siquiera sea de pasada- que decir que alguien tiene u~
/te racional. . poder normativo es lo r:ztsmo que decir ~ue otros tienen el deber de hacer lo que aquél
· Creo que el tomar en serio la idea de la interdepe~dencm de los ~rdene (cfr.. ~h~_Moralzty of Freedo:rz, cit., p. 24), se entiende con facilidad que en rea-
planos conceptual y normativo puede ser una buena gma para e~fren­ lidad su defmiciOn de entonces eqmvale a la mantenida ahora explícitamente en térmi-
nos de .un derecho a _m~ndar y un. deber correlativo de obedecer (The Morality of Free-
tarse con la noción de autoridad. Con ella en mente, come~za~e exa- ~of!l, cit., p. 23). Qmza no sea ocioso señalar que también el propio Hart ha reconocido
minando con mayor detenimiento los dos elementos. constlt~t~vos de ultlmamente -cfr. Essays on Bentham, cit., p. 258- que la regla de reconocimiento
lo que he llamado «concepción standard» de la aut?ndad leglti~a: su puede ser contemplada alternativamente como una regla que confiere poderes o que im-
análisis, así como el de algunas propuestas alternatl~~s que defme~ el pone deberes [«Regarded in one way ... would appear as a rule imposing obligations ... Re-
concepto de autoridad prescindiendo de ello.s o corngiend? sus~ancml­ gard~d i~ ~~other way ... ~1 ould be regarded as a rule conferring legal powers»], lo que
en ffil opuuon abona la tesis -que ya he sugerido anteriormente: vid. supra, nota 531-
mente el sentido que comúnmente se les atnbuye, revel~r,a segun ere? de que no se tra~a realmente de dos clases irreductibles de reglas, sino que las llamadas
hasta qué punto la reco~strucción del .s~ntido de la noc10~ de a~ton­ «reglas que confieren poderes» o «reglas de competencia» son en último término reglas
dad legítima aparece gumda -y condiclOnada- por consideracwnes que imponen deberes indirectamente formuladas.
',"acerca de su justificación racional. . Algunos auto:es .como Bayles -«The Function and Limits of Política! Authority»,
ctt., p. 104-- o Fmms -<<Comment» (a R. Sartorius, «Positivism and the Foundations
of Legal Authority>~), ~it., p. 75- ~an sugerido que lo que define a la autoridad legíti-
ma, hablando en termmos hohfeld1anos, no es el derecho [claim-right] a mandar y el
(541) Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 63. deber correlativo [duty] de obedecerla, sino el tener una potestad [power] a la que corres-
(542) Op. cit., pp. 65-66.
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JUAN CARLOS BAYON MO HIN O
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

lación conceptual ha sido puesta en tela de juicio por diversos autores rito moral a todas las autoridades de fi )
que, aun aceptando que la autoridad legítima queda correctamente de- te, el razonamiento sería éste: acto . Expresado sintéticamen-
finida como derecho a mandar, sostienen que ese derecho no implica
ni tiene como correlato el deber de los sometidos a ella de obedecer
sus órdenes o mandatos (544). El problema, en ese caso, consiste des- 1) La autoridad legítima implica derecho a mandar
de luego en aclarar qué es exactamente lo que se quiere decir al afir- 2) ~c1óe~e~~~~:d~~e~~~~ridad a mandar implica el.deber u obli-
mar que se tiene un «derecho a mandar» que no implica un deber corre-
lativo de obedecer. Pero antes de examinar el modo en que se ha con- . 3) ~~ hay una obligación de o?edecer al derecho.
. . 4) hay derecho a mandar m autoridades legítimas (545).
testado a esa pregunta, merece la pena reflexionar sobre los motivos
que han conducido a postular una tesis semejante. En sentido riguroso la inferencia constitu e un .
Hoy en día gana adeptos la idea que no existe una obligación de eso no incurre en contradicción alguna . y non_;equztur (y por
obedecer al derecho, entendiendo que esa negativa no rige para tales tres premisas y mantiene sin embar o qmen, como / az, acepta sus
o cuales ordenamientos jurídicos con determinadas características, sino dades verdaderamente le ítimas g que hay 0 P?dna haber autori-
para cualquier derecho. Ahora bien, algunos autores, que tienen en sin demasiada dificultad ~hacie~~546), pero podn~ ser reformulada
mente sobre todo el caso de la autoridad estatal -que ciertamente es en (1) (2) y (4) 1 f 0
9ue las referec~as a la autoridad
el supuesto más importante de autoridad práctica, pero desde luego . . ' ~ uesen a la autondad jurídica- ara
no el único-, han entendido que la conjunción de esa negativa con la ~rtlera en una aplicación irreprochable de la regla d~l mo~:e ;ellcon-
n ese caso cabría, como primera posibilidad d s o ens.
P!emisas y por consiguiente defender su con~lu~~~o~~~~as s~s tres
forma usual de definir la autoridad tiene como efecto la afirmación sor-
prende y deletérea de que ninguna autoridad puede ser realmente le- VIsto, es lo que -por ej"'mplo · ya emos
gítima (lo que aparentemente equivaldría a igualar en cuanto a su mé- vamente, si se desea evi~ar (4 )~~~sop~po~e f·P. Wolff. ~lternati-

!~r 1:e~:~~~f~:id~e 1~c:~~~;i~!~s\~~~:ac~rre~at~;i~:~, ~~~:~~~d~~~~


negar (3) (547)· no que a mas remedio que
ponde una sujeción [liability] de los sometidos a ella. Pero, si se tiene en cuenta lo que . , y por eso a algunos autores que mantienen la .d d
se ha dicho hace un momento acerca de las reglas que confieren poderes como reglas que no existe una obligación de obedecer al derecho les ha p~r:~id~
de deber indirectamente formuladas (y sin que ahora resulte posible ni procedente aden-
trarse .en la discusión de las categorías hohfeldianas), se entenderá, según creo, que no
hay verdaderamente un diferencia sustantiva entre este matiz aportado por Bayles o Fin-
.(54~) Para una formulación explícita de este r . . .
obligación prima facie de obedecer el Dere h ? azo~amiento, VId. Smlth, «¿Hay una
nis y la idea genérica de que la autoridad legítima es definible en términos de un dere- «What if There Are No Political Obligati e? ~»R cu.' p. 202; Y. Thomas D. Senor,
cho a mandar y un deber correlativo de obedecerla. sophy & Public Affai~s, 16 (1987) 260-268,o;.s262. eply to A.J. Simmons», en Philo-
(544) Cfr. M.B.E. Smith, «¿Hay una obligación prima facie de obedecer el Dere-
(546) El razonmruento constituye un non se .
cho?», cit., p. 202; Robert Ladenson, «<n Defense of a Hobbesian Conception of Law», de «autoridades legítimas» en general y lo quzt~~ porque en (1), (2) y (4) se habla
en Philosophy & Public Affairs, 9 (1980), 134-159, pp. 137-141; William N. Nelson, On obligación de obedecer a nadie ue ~et dqut se Ice e~ (3) no es que no haya una
Justifying Democracy (London!Boston: Routledge & Kegan Paul, 1980) p. 13 [hay trad. hay de obedecer al derecho (y co~o ~s o~~· al ener a.utondad legítima, sino que no la
cast. de M. Guastavino, La justificación de la democracia (Barcelona: Ariel, 1986), pp. del derecho no es el único caso de autorida: ~á~~i~o:)Id~d est~tal que se ejerce a travé~
24-25]; R. Sartorius, «Positivism and the Foundations of Legal Authority», cit., pp. en breve- es que una autoridad ráct' p . a tesis de Raz --como se vera
55-58; Kent Greenawalt, Conflicts of Law and Morality (Oxford: Clarendon Press, 1987), quisitos que él denomina «la tesi~ d lica. est~fi~rda.~eramente legítima si satisface los re-
pp. 48-58. Entre nosotros ha sugerido una tesis similar Juan Ramón de Páramo: «Creo d h e a JUS I cac10n normal · y .
erec o a ~andar y existe el deber de obedecerla ».' qu~ en ese c~so tiene
que se puede sostener que alguien tiene autoridad legítima cuando tiene derecho a dic-
tar o emitir una orden, consejo o mandato, pero no por ello los destinatarios de esa or-
;1
l~s pretensiOnes de cualquier ordenamiento . /d' . Pero mismo tien:po sostiene que
Ción normal», en el sentido de que todo der~~~ ICO exce en ~e la «te.sis de la justifica-
den tienen el deber de obedecerla. (... ]Alguien puede tener autoridad y sin embargo, cha tesis podría conferirle y por eso no hay bl? pr.~te~de mas autondad de la que di-
desde un punto de vista lógico, no es contradictorio decir que no debo obedecerle en finitiva, lo que Raz afirma' odrá s o IgaciOn ~obedecer al derecho. En de-
alguna situación determinada»; cfr. J .R. Páramo, recensión de E. Fernández, La obe- (547) Vid. una vehem~nte de::n~ano aceptabl~,.~ero ciertamente no es inconsistente.
diencia al Derecho, en Anuario de Derechos Humanos, 5 (1988-89) 497-500, p. 498. Claim of Authority», cit. de esa posicionen Soper, «Legal Theory and the

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

evidente que es de la tesis de la correlatividad de la que hay que pres- f~rente: según Ladenson no constituyen pretensiones frente a otro,
cindir. En hipótesis cabría incluso la negación de (1) -es decir, cabría smo 9ue se alegan como respuestas a exigencias de justificación de 1~
proponer alguna definición de la idea de autoridad legítima que ni si- propia conducta, de manera que alegar que se tiene un derecho en ese
quiera implicara que ésta tiene derecho a mandar-; pero si se entien- preciso sentido equivale a sostener que lo que se hace es correcto 0
de que ninguna caracterización de la autoridad que prescinda de ese está justificado; y, a diferencia de lo que sucede con los derechos como
derecho es aceptable, obviamente la única salida disponible es la ne- preten~iones, no implican deber correlativo alguno. La legítima defen-
gación de (2), es decir, la puesta en tela de juicio de la tesis de la corre- s~. ser:r~ría como ejempl? ~r~totípico de derecho en el sentido de jus-
latividad. Ello pone de manifiesto hasta qué punto el esclarecimiento tificacwn: aunque en pnncipiO el uso de la fuerza física contra otro es
del concepto de autoridad legítima, lejos de consistir sólo en un aná- ~~ral~ente censurable, el actuar en legítima defensa sirve como jus-
lisis de las convenciones lingüísticas existentes, resulta guiado por con- t~ficacwn d~ lo que de. otro modo sería inmoral (y por consiguiente de-
sideraciones relativas a su justificación racional (548). cir en esas circunstancias que «se tiene derecho» a hacer uso de la fuer-
Sea como fuere, el problema pendiente para quienes siguen esta za no querría decir que otro tiene algún deber correlativo, sino sim-
vía de razonamiento estriba en explicar qué es lo que se quiere decir plemente que su empleo está moralmente jusitificado). La misma idea
al afirmar que se tiene un derecho a mandar (sin deber correlativo de sería aplicable al ejercicio del poder por parte de una autoridad efec-
;-obedecer). Una primera posibilidad -cuya defensa más pormenoriza- t~va: decir de ella que es legítima eq~ivaldría entonces a sostener que
da quizá ha corrido a cargo de Robert Ladenson- consiste en enten- t~en~ ;<derecho .a mandar» en el sentido de que cuenta con una justi-
der que «derecho a mandar» equivale a «justificación para ejercer el ficacwn ~ara eJercer e~ po.d.er, de que el empleo de la fuerza por su
_poden> o «poder justificado» (549). La argumentación de Ladenson se parte esta moralmel!te JUstifi~ado, no en el sentido de que aquéllos so-
,__ basa en la distinción entre derechos como pretensiones [claim-rights] y bre los que la autondad se eJerce tengan un deber correlativo de obe-
derechos como justificaciones fjustification-rights]. Los derechos como decerla.
pretensiones son derechos frente a otro, derechos a que otro haga algo, . No es éste el momento de revisar en profundidad los diferentes sen-
que implican el deber correlativo de éste de hacerlo. Los derechos en tidos que se agazap~n detrás de la compleja y polisémica expresión «te-
el sentido de justificaciones, sin embargo, tendrían una estructura di- ner un derecho», m de valorar hasta qué punto la existencia de un de-
ber correlativo ~stá o no implicada en cada uno de ellos. Lo que apa-
(548) Me parece sumamente ilustrativo al respecto lo que escribe Rolf Sartorius tras rentemente. sugiere Ladenson, expresándolo con categorías más asen-
oponer su análisis del concepto de autoridad legítima (que niega la tesis de la correla- tad~~ doc.tnnalmen.t~ co:no son las hohfeldjanas, es que la autoridad
tividad) al de Anscombe (que la mantiene): «Por consiguiente, Anscombe tiene su no-
ción de autoridad y yo tengo la mía. ¿Cómo elegir entre ellas? Todo lo que puedo decir
leg¡~Ima ti~ne el przvz~e~w ?e mandar y que aquéllos sobre los que ésta
es . . . [que] ni la concepción de Anscombe ni la mía pueden ser defendidas mediante se eJerce tienen el przvzlegw de desobedecer. Ni siquiera estoy seguro
una apelación a lo exigido por el significado de la palabra "autoridad"; no sucede aquí de que a lo largo de to~a su exposición Ladenson mantenga coheren-
como con la pretensión de que ha de entenderse que los solteros no están casados sim- temente ese punto ~e VIS~a, pero por supuesto que lo haga o no revis-
plemente en virtud del significado de la palabra "soltero". Incluso si estuviera equivo- te en todo caso un mte res menor, ya que su incoherencia no tendría
cado en esto, estoy dispuesto a estipular el significado de un "nuevo" concepto, désele por qué equivaler a la incoherencia intrínseca del punto de vista que
el nombre que se quiera, y a defender la postura de que aísla un importante fenómeno
jurídico, moral y político de considerable interés» (R. Sartorius, «Positivism and the
-en ese caso, con poca fortuna- ha intentado defender (550). Sea
Foundations of Legal Authority», cit., p. 58).
(549) Cfr. R. Ladenson, «In Defense of a Hobbesian Conception of Law», cit., (550) Ladenson reconoce, muy razonablemente, que toda justificación tiene un lí-
pp. 137-143. En un sentido similar, aunque sin desarrollar con un detalle comparable mite ~ás ~~á d.e} cual lo que se hace invocándola es censurable (como ocurre, p. ej.,
su postura, se pronuncian M.B.E. Smith, que sugiere definir la autoridad legítima «en con la Justrficacwn del empleo de la fuerza en legítima defensa, que ciertamente no am-
ténninos de "derecho a mandar y a forzar la obediencia", donde "derecho" es usado para los exce~os intensivos o extensivos en que pudiera incurrir el que se defiende). Tras-
como "lo moralmente permisible"» («¿Hay una obligación prima facie de obedecer el lad,ando ~s~ Idea al ~as~ ?e l.a, autoridad estatal, afirma que ésta puede ejercerse más
Derecho?», cit., p. 202); o R. Sartorius, que se remite expresamente al análisis de La- alla dellímrte de su JUstificacwn (es decir, la autoridad puede «abusar de su derecho a
denson («Positivism and the Foundations of Legal Authority», cit., pp. 55-56). mandar»), con la consecuencia de que tal exceso «haría justificable la resistencia» (p.

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

lo que propone Ladenson y nada má . .,


como fuere, el intento mismo de caracterizar el «derecho a mandar» de las formas de interacción social s q~e eso difenna profundamente
de la autoridad legítima en estos términos adolece probablemente de mersos: poi un lado las u 'den as que re~lmente estamos in-
un serio inconveniente que determina su insuficiencia sin necesidad de tirían órdenes sin c~nsid~a~ consi er~mo~ auto~Idades políticas emi-
entrar a valorar si es o no coherente y defendible la teoría de los de- cumplirlas, y cuando las incum~~i:r~~ utfi~tm~tar:os está~-- obligados a
rechos en la que está basado. Ese inconveniente radicaría en que des- tra sin alegar como razón para ell 1 t ¡zana~, a coaccwn en su con-
,- __dibuja o desfigura la noción de autoridad, por lo menos desde el pun- por otro, todo el que en cuales ? a r.ansgreswn de ese deber (553);
. to de vista de quien pretende tenerla (551). Quien ordena asumiendo za sobre otro contando con una}~~~:.;. Cir~~nstancias empleara la fuer-
una posición de autoridad -i. e., quien reclama para sí autoridad le- cebirse a sí mismo -y ser con ce;. d Icacwn para h~cerlo debería con-
¡ gítima- no pretende meramente que cuenta con una justificación para dad legítima», extendiendo de ese~ odpo{ l.~s demas- como «autori-
emplear la fuerza o ejercer el poder sobre otros: pretende además que toridad entre individuos hasta m ho o ,a 1 ea de una relación de au-
, éstos deben hacer lo que él ordena y precisamente a ello apela al emi- resulta reconocible (554) (de m uc o mas allá del punto en que nos
\ tir o dictar su orden (aunque apele además a la amenaza de utilizar la dad -que aun admitidamente anera que nuestro concepto de autori-
) fuerza). Parece que si prescindimos de ese elemento no es posible cap- bastante claro en este punto- n~a~~i~ ~~n:ro~e.rtible. sí me yarece lo
-Tar la singularidad del acto de mandar (asumiendo un contexto de au- nalmente con el propuesto por Ladens~n)~Ia m zntenszonal m extensio-
toridad) en tanto que acto ilocucionario. Por supuesto, que realmente De estas observaciones se despre d .
se deba obedecer a aquél que pretende que debe ser obedecido es una me parece digna de reseñar. A la ho~ ~eu~afp~I~era c~~clusión que
cuestión totalmente diferente: pero, como dice Raz, una cosa es que dad legítima es preciso ex licar ué e .mi~ . a nocion de autori-
no exista el deber de obedecer a ciertas autoridades -quizá a ningu- quien la acepta como para ~uien 1~ ruede Slgillflcar ésta tanto para
na- y otra muy distinta que se pueda decir de alguien que se está com- y quizá algunos de los sentidos ace;~~b~~aeo rretende contar c~n ella;
portando como una autoridad sin que pretenda que ese deber exis- las autoridades de Jacto que son le íti n os. q~e puede decuse de
te (552) .. Un mundo en el que se entendiera por «autoridad legítima» que ellas mismas pretenden ser leJim':::~ ~on dzstmtos de aquél en el
y otra perspectiva sean completamente ind or suxuesto no es que una
143). Ahora bien, de ello debe seguirse que cuando la autoridad no excede ese límite de autoridad es como dice mu "f' epen lentes. Una relación
, y gra Icamente Nowell-Smith, una «vía
- (i. e., cuando se mueve dentro del ámbito de su derecho a mandar) la resistencia no es
justificable, y no acierto a ver qué diferencia media entre decir que no está justificado
resistir (lo que supongo que equivale a decir que está prohibido) y decir que la obedien- dría reconocer
cia es obligatoria (algo que, según Ladenson y quienes piensan como él, no está impli- amenaza que loabiertamente
realice). la inmoralidad de 0 Y a pesar de ello ordenar a otro bajo

cado por el derecho a mandar de la autoridad). (553) Cfr. Raz, The Morality of Freedom cit p 27
(551) Es lo que han sostenido Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 25-27; o So- (554). En este sentido no es extraño ue Sart~~iu~ . .
son, califique precisamente como «ejerc·q· d 1 ' que comparte la tesis de Lacten-
per, «Legal Positivism and the Claim of Authority», cit., p. 220. nos dice)_Ia situación de aquel célebre~~~: ~o adauto:idad» («basada en la necesidad»,
(552) Cfr. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 26. Por mi parte añadiría que no barse: «SI un funcionario públi'co u ot ra Jpersona
p cualquie
e Mlll del puente
· a punto. de. derrum-
es necesario que lo pretenda sinceramente: si se recuerda la distinción entre «intención atravesar un puente declarado insegur . . ra VIera que algmen mtentaba
interna» e «intención ulterior» que se explicó en su momento -vid. supra, apartado podría cogerle y hacerle retroc~Cl~sino~i'e:t~rtuviera tiempo ?e advertirle del peligro,
6--, se comprenderá que lo decisivo para decir que alguien se comporta como autori- bertad consiste en actuar como un de pXr est~ a su hbertad, puesto que la li-
dad o reclama para sí autoridad legítima no es que éste, in foro interno, crea realmente be:ty, c~p. 5, § 5; cito por la trad. cas~~ed;;o eseana c~er al río» [J.S. Mill, On Li-
que ese deber existe, sino que actúe como si lo creyera, es decir, que mantenga ad extra dnd: Alianza, 1970; 3.' ed. 1981) ,182 . ablo de A~carate, Sobre la libertad (Ma-
dations of Legal Authority» cit ' p. ~
una pretensión de corrección respecto de sus mandatos. En ese sentido constituiría una
contradicción pragmática que alguien que pretendiese estar actuando como autoridad le-
4 ]E cfr. _R. ~a~:onus, «Positivism and the Foun-
-y otro tanto cabría decir de L~d~~so~-~s~; opm~~n result~ evidente que Sartorius
gítima ordenara «haz 0, aunque considero que, tomados en cuenta todos los factores re- de actuar como autoridad y estar m l , consi erando mtercambiables las ideas
ora mente autorizado 1
levantes, 0 es moralmente injustificable y debe ser omitido» (a diferencia de lo que «cogerle y hacerle retroceder>>) , pero con esa eqmpar . e. para
, usar
· da fuerza sobre otro
(
ocurriría con una orden similar dictada por alguien que reconoce estar actuando en ca- es específicos de la noción de autoridad. a wn se pier en de vista los per-
fil
lidad de chantajista, que sin incurrir en contradicción pragmática de ninguna clase po-
629
628
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de dos direcciones» (555): que alguien hable con la intención de que


que implique el deber de éstos de obedecerl .
su destinatario interprete que su intención es que tome su expresión s1ble de la idea de autoridad 1 /t' os (5~6). Este sentido po-
como una razón para actuar, sólo es comprensible si de alguna forma tenido en cuenta, pero no m:gt tma me parece sm duda digno de ser
presupone que dicho destinatario puede reconocer (i. e., no sería com- después de todo decir en este fe~rt~~e que se s~stenga por sí mismo:
pletamente irracional para él reconocer) que sus expresiones son efec- gítima equivale ~ decir que su p t ~ 51u~ algmen es la autoridad le-
1

tivamente capaces de generar tales razones. El sentido en el que al-


guien pretende autoridad no es por tanto absolutamente independiza- guiente hay razones en con~a de
r:
toridad se considera mejor ue ~~swn. e se~ reconocido como au-
posibles nvales y que por consi-
ble del sentido -o los sentidos- en que alguien pueda aceptarla. Lo otro, pero no nos aclara -sino ueaceptar en su lu_gar la autoridad de
que eso quiere decir, por otra parte, es que sin adentrarnos en el pro- algo sabido- en qué consisten o~ó~~or el contrano., :presupone como
blema de la justificación de la autoridad no es fácil esclarecer cuáles tensión y esta aceptación Pre han de ser defm1das aquella pre-
podrían ser esos sentidos; o lo que es lo mismo, que quizá convendría sico que queda pendiente. de supl?ne,. por tanto, otro sentido más bá-
no llevar más lejos el análisis de los posibles significados que -tanto exp 1cacwn.
desde el punto de vista de quien pretende autoridad legítima como des- v) En definitiva, el análisis del r·1 d
de el de quien la acepta- cabría atribuir a la noción de autoridad le- integran la que he llamado e P/ mero e los dos elementos que
gítima antes de haber examinado de qué modo podría entender un su- tima -i. e., la caracterizacióno3~efs~IOn stan1ard de la autoridad legí-
jeto racional que surge una razó.ñ'pa~a hacer algo del hecho de que plica el deber de obedecer de los s a ct~~o erecho a m~ndar que im-
otro(s) individuo(s) haya(n) ordenado reanzado. dos conclusiones principales La o.me 1 os a ella- arroJa a mi juicio
No quiero sin embargo dejar de referirme ahora a otro intento, di- autorid~d legítima equivale ~ pr~~::~a, que pretender que se tiene
ferente del que acaba de ser examinado, de explicar la idea de auto- normatzvo, no meramente co . . .que. /se cuenta con un poder
ridad legítima como «derecho a mandar» en un sentido que no impli- (entendido en este caso com;lc~na J.~s~ficacw~ para/ ~jercer el poder
caría la existencia de un deber correlativo de obedecer. Aunque este nar o dirigir en un determinado psacit'da mi atena! o fzszca de condicio-
nuevo intento, como se verá, deja sin esclarecer en qué consiste desde · en I o a conducta de ot ) e
se h a sugendo anteriormente (557) / . ro . omo
el punto de vista práctico una relación de autoridad, aporta sin embar- viable de la idea de que A cuenta c~nparece que la um~a explicación
go una dimensión suplementaria de la noción de legitimidad de la que la q~e equivale a decir que B tiene el udn god~r ~ormativo sobre B es
trataré de servirme más tarde. Me estoy refiriendo a la idea de que la termmadas condiciones o d . e er e acer lo que (en de-
situación de aquél a quien se reconoce autoridad legítima implica cier- tos) ordene A y de ahÍ que ando satisfechos determinados requisi-
ta exclusividad. Quizá ésto no valga para cualquier clase de autoridad 1a correlativid~d en una ~~;l~~¿.~re~ca fá~il prescindir ?e la tesis de
práctica, pero creo que sí es aplicable a la autoridad política. Con arre- desde el punto de vista que quien wn t eda 1 Idea de autondad legítima
glo a esta idea, decir de alguien que es una (o mejor, la) autoridad le- tal (es decir' en una explicación ~~~ =~ e ~ener~a o s~ comporta como
0 1
gítima es decir que tiene un derecho del que otros carecen, que puede un contexto de autoridad) L ocu~wnano de mandar en
hacer algo que a otros les estaría prohibido hacer: en concreto, que de que ésta es la forma en. q a s~g~nda conclu_s1ón consiste en la idea]
tiene «derecho a mandar» en un sentido que implicaría, no el deber tima desde ese punto de vist~e si~ e caract~nza:se la autoridad legí- f
correlativo de obedecer sus mandatos, sino el deber correlativo de no -como quizá tiende a darse , que ello Implique necesariamente 1 ...-) b
intentar disputarle esa función, de no intentar desempeñarla en su lu- dard- que desde la perspecti~~rd~~~~esto. desde la con~epción stan- t_
gar. Se estaría hablando entonces de un derecho como pretensión nacimiento de la legitimidad de ést t metido a .la .a~tondad el reco- l
[claim-right], pero de un derecho, por así decirlo, frente a usurpado- lo mismo. a enga que Sigmficar exactament;;~~í
res potenciales, no de uno frente a los destinatarios de sus mandatos
(556) Cfr. R. Sartorius, «Positivism and the F .
(555) Cfr. Nowell-Smith, «Ün Legitimate Authority ... », cit., p. 43. p. 55; K. G~eenawalt, Conflicts of Law and Mora~un~~:wns of Legal Authority», cit.'
(557) VId. supra, notas 531 y 543. ty, . 'p. 54.
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631
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

Mediante el empleo del poder -entendido meramente como fuer- esa pretensión); y entiende además que esa razón creada es lo bastan-
za- puede desde luego alterarse el cálculo prudencial de aquél ~obre te f~erte como para prevalecer sobre las razones que el destinatario
el que se ejerce, pero no el conjunto de razones para actu.ar ?omman- pudiera tener en contra de hacer 0, de manera que, tras la considera-
tes sobre las prudenciales que éste pudiera tener. Por consigment.e, de- ción de todos los factores relevantes -esto es, como resultado del ba-
cir que alguien tiene una justificación para usar el poder es decir que lanc~ de. todas las razones a favor y en contra, incluida la creada por
hay razones morales que amparan la realización de actos que pueden
su duectlVa-, ahora debe hacer 0. Nótese bien que, como sucede con
modificar las razones prudenciales de otro (y sólo esa clase de razo-
cualquier genuino juicio de deber referido a acciones ajenas, el que ha-
nes). Por el contrario, pretender que -en tanto que autoridad legíti-
bla -en este caso el que pretende tener autoridad legítima- expresa
ma- uno cuenta con un poder normativo equivale a sostener que me-
diante la emisión de directivas se puede modificar el conjunto de ra- las razones q~e desde su propio punto de vista tiene otro para actuar,
zones para actuar dominantes sobre las merame~te prud~?ciales del
n? las que existen desde el punto de vista de este último. Cuando yo
destinatario de las mismas. Por supuesto la autondad legitima puede digo que B debe hacer 0 no estoy diciendo que debe hacer 0 a condi-
reforzar (y usualmente reforzará) sus directivas alterando también el ción de que él acepte que debe hacerlo, ni mucho menos que de he-
cálculo prudencial del destinatario mediante la amenaza (creíbl.e) de cho él concuerda en aceptarlo. Del mismo modo, quien pretende te-
usar la fuerza si no se ejecuta la acción ordenada (con lo que mere- J.
ner autori?ad egítima no estaría diciendo -de acuerdo con est"a pri-
mentará la probabilidad de cumplimiento de sus directivas ~or parte mera exphcacwn propuesta- que el destinatario debe hacer 0 salvo
de aquellos que o bien no acepten que, tal y como la autondad pre- que entienda que hay razones suficientemente poderosas en contra de
tende, sus razones para actuar dominantes sobre las rn_e~~mente. pru- hacer~o: lo que sostiene precisamente es que no las hay (de tal manera
denciales han quedado modificadas a resultas de la emisi~n de dichas 9ue ~~ se llegara a ~onvencerle de que sí las hay -cosa que niega-,
directivas, o bien, aun aceptándolo, propendan a transgredidas por de- el mismo reconocena que, no obstante la razón creada por su directi-
bilidad de la voluntad); pero ese refuerzo adicional, por importante va, e~ ~e~initiva el d.esti~..atario no debe obedecerla). Me parece que
que resulte en la práctica, no pasa de ser precisa~ente un a~itament? en ~nncipiO esta e~phcacwn podría ser aceptable y desde luego es com-
respecto a la pretensión central de quien se considera autondad leg~­ patible con la «tesis de la correlatividad».
tima. Ello es tanto como decir que quien pretende contar con auton- . . Los propon.entes de la concepción standard, sin embargo, la con-
dad legítima no se concibe a sí mismo simplemente como emisor de sid.er..an sus~~ncialmente errada. ~esde su punto de vista pretender -y
«órdenes respaldadas por amenazas», ni siquiera de órdenes que mo- qmza tambien aceptar que o~ro tiene- autoridad legítima es, en pri-
ralmente le está permitido dictar y de ame~azas que moralme~te le ~er !ugar, pretender que se tiene derecho a mandar en un sentido que
está permitido formular y en su caso cun:;phr; o. l.o que ~s lo mismo: Im~hca el deber de obedecer de otros y además, en segundo lugar, con-
que no considera simplemente que le esta permitido oblzgar a. otr? .. a cebir ese deber en unos términos muy específicos que difieren de los
hacer algo, sino que sus directivas son capaces de crear la oblzgacwn que acabo. ~e expone! y que remiten a la idea -no siempre explicada
de éste de hacerlo. c?n la suficiente clan~ad- ?e la «suspensión o postergación del jui-
Queda por aclarar, desde luego, de qué modo se supone que.con- CIO» por parte del destmatano de los mandatos de la autoridad. En el
cibe quien pretende tener autoridad legítim~ ese .deber de cump~Ir sus f??do, lo que implica este segundo elemento integrante de la concep-
directivas que, siempre desde su punto de vista, mcumbe al d.est~nata­ c~on standard no es otra cosa que la idea de que el concepto de auto-
rio de las mismas. Una primera explicación posible sería la sigmente: ndad no puede ser caracterizado si no es mediante el recurso a la idea
quien pretende tener autoridad legítima conside~a que su orden de ha- de una razón perentoria o excluyente, resultando imposible entenderlo
cer 0 crea para el destinatario una razón -dominante sobre las mera- verdaderarn_ente si perma?.ecemos confinados en el horizonte concep-
mente prudenciales- para hacer 0 (dejando por ahora al n:;argen la~ tual ~e la simple generacwn de nuevas razones de primer orden que
cuestiones de cómo o por qué se supone que surge esa razon y de si compiten con otr~s ?~ntro de un balance global. Hart, por ejemplo, \
1

verdaderamente podría estar racionalmente justificada en algún caso expresa esta conviCCion con suma claridad. A su juicio el que manda \\
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M OHIN O

ció~ de excluir cualquier clase de deliberación por parte del destina-


no pretende que la expresión de su voluntad sea tomada en cuenta den-
tano de un mandato deba considerarse como un elemento definidor o
tro de la deliberación práctica del destinatario del mandato como una
característico de la idea misma de mandar: si se trata de remitirse a
razón más para realizar la acción ordenada, ni siquiera como una ra-
nuestras ~oncepciones comunes, se diría más bien que a quien manda
zón de peso suficiente como para prevalecer sobre el resto de even-
lo qu~ l_e.Importa es lo que el destinatario del mandato haga, no tanto
tuales razones en contra, sino que lo que verdaderamente pretende es
(o qmza mcluso nada en absoluto) lo que piense. Si lo que Hart desea
que el destinatario «tome la voluntad del que manda en lug~r ?e la subrayar es que el que manda -asumiendo un contexto de autori-
suya propia como guía para la acción y que la tome por consigmente
1 dad- pretende que e~, destinatario debe hacer lo mandado y que no
en lugar de cualquier deliberación o razonamiento por. su parte», lo
s~b~:dma esa pretenswn al ~echo de que éste coincida en esa apre-
que sería tanto como decir que, cuando un mandato es smcero., el ~ue
cmci??; entonces. me parece mdudable que está en lo cierto; pero la
manda pretende que la expresión de su voluntad de que se reahce cwr-
admislOn de esta Idea, como ya se ha visto, no nos fuerza en absoluto
ta acción «excluya o cierre cualquier deliberación independiente por
a dar e~tra?~ a la idea de razones perentorias o excluyentes en nues-
parte del oyente acerca de los méritos a favor y en contra de reahzar
tra exph~acwn, de la autori?ad. Y no creo que pueda alegarse en favor
esa acción» (558). de la tesis s~gun ~a cu~~ qmen reclama para sí autoridad legítima ti~lJfL
Hay que preguntarse sin embargo hasta qué punto son aceptables que c?ncebir la sltuacwn en los términos que propugna Hart- ----y--no,
las afirmaciones de Hart y, sobre todo, de qué suponemos exactamen- por eJemplo, _en los ~ue fuer~n sugeridos hace un momento (y en los
te que depende el que lo sean o no. Aparentemente Hart está apelan- q~e se recurna tan solo a la Id~a de razones de primer orden)- que
do a nuestra comprensión común del fenómeno que representan las re- asi es de hec~o como razonan (Implícita o explícitamente) quienes in-
laciones de autoridad, a una idea intuitiva de lo que significa mandar vocan cua~qmer c~ase de autoridad. Simplemente no me parece que lle-
que debería resultarnos perfectamente familiar Y. q.u~ habríam?s de re- gue tan leJOS el mvel de autocomprensión de los actores sociales acer-
conocer como correcta. Estaría apelando, en defmltlVa, a la misma cla- ca d~ su propia deliberación práctica y de la clase de demandas o exi-
se de evidencia a la que se ha recurrido hace un momento para des- gencms que resultan de ella.
cartar la caracterización de la autoridad legítima -desde el punto de P?! eso me par~ce más sugerente la forma en que Raz plantea la
vista de quien pretende tenerla- como mera justificación para el ejer- cues~wn, basada abiertamente en el reconocimiento de la interdepen-
cicio del poder. Me parece, sin embargo, que e~ este caso el re~urso dencia de los planos c~nceptual y justificatorio. Desde su punto de vis-
a nuestra intelección común de la idea de autondad no resulta Igual- ta, el agen~e que verdaderamente acepta como legítima la autoridad
mente convincente. Ciertamente cualquier pronunciamiento acerca de d.e otro atnbuye a las dir~ctivas e:~rli~idas por éste un papel muy espe-
qué tesis pueden contar con el respaldo de dicha concepción común y cml dentro de su razonamiento practico, ya que las considera no como
cuáles no, una vez que se ha reconocido el carácter de «concepto esen- generadoras de razones de primer orden que deban ser añadidas al ba-
cialmente controvertido» de la autoridad, corre el riesgo de parecer ar- lance glo~al de todas las razones a favor y en contra de la acción or-
bitrario. Pero entiendo a pesar de todo que la concepción de Hart, le- denada, smo como razones protegidas, es decir, a la vez como razones
jos de limitarse a hacer explícito lo que está cont~nido en ~l área ~e par~ hacer lo ordenado y como razones (excluyentes) para no actuar
significación más clara y menos disputada del térmmo, c?~stltuye ~a~ segun e~ resultado del balance de razones aplicables al caso. Aceptar
bien una interpretación posible -y desde luego no la umca m qmza la au~or.Id.a? de otro imp~icaría entonc~s «suspender» o «postergar» el
la más plausible- de aquellos rasgos de la idea de autoridad acerca prop10 JUl~lO en un sentido muy preciso: no en el sentido de que el
de los cuales se suscita precisamente la controversia. Para empezar, agente entienda que hay razones para abstenerse de deliberar, para abs-
como ha subrayado Raz (559), es sumamente discutible que la inten- tenerse de reflexwnar acerca de lo que resultaría en esa ocasión del
balance global de razones a favor y en contra, sino en el sentido de
que des~e. su punto de vista existirían razones para hacer lo mandado
(558) Cfr. H.L.A. Hart, Essays on Bentham, cit., p. 253. _sm condicwnar en cada caso la obediencia a la conformidad entre lo
(559) En The Morality of Freedom, cit., p. 39.
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mandado y lo que él entienda que constituye el resultado de ese ba- nión como si n~) que sus directivas deben ser consideradas por A como
lance (560). Nótese bien que la suspensión o postergación del juicio razones protegidas (lo que no significaría, como Hart sostiene, que el
propio no equivaldría entonces a la irracionalidad más crasa: lo que que manda pretende que el destinatario se abstenga de deliberar acer-
se dice no es que quien acepta la autoridad de otro simplemente ab- ca de las razo~es a favo.r y en contra de la acción ordenada, sino que
dica de su racionalidad, sino que entiende que hay una razón válida pret.ende que este -delibere o no- tiene una razón para tomar la di-
(de segundo orden) para abstenerse de actuar según lo que en su op~­ re~tiVa, Yno l~ 9ue en su opinión resulte de aquella deliberación como-...--/
nión resulta del balance de razones de primer orden; y que es preci- gma de su acc10n). '
samente el actuar de acuerdo con aquella razón válida de segundo or- Ahora bien, cuando Raz mantiene que así es como debe entender,-
den-y no la dejación de la racionalidad-lo que le lleva a postergar se el concepto, de autorida~ legítima no pretende que de hecho todo~
su propio juicio acerca del resultado de ese balance, a no hacer de los que 1~ reclam~n pa.r~ SI o todos los que ,aceptan la autoridad de
éste, sino de lo mandado por la autoridad, la guía de su acción. Desde otro conciban ~~ s1tuac10n e~actamente en esos términos, ni que ése
el punto de vista de Raz hay efectivamente razones válidas de esa cla- sea, con exclus10n de cual9mer otro, el verdadero significado que in-
se (lo que es tanto como decir que son concebibles autoridades verd~­ corporan nuestras convenciOnes lingüísticas. Lo que pretende más bien
deramente legítimas, autoridades cuyas directivas deberían ser consi- es que, sea cual sea el nivel /d~ clari~ad de las ideas o concepciones al
deradas de este modo); decir que A considera a B autoridad legítima res~ec~o de los agentes emp1nc~s, solo en esos términos se captaría la
equivaldría a afirmar que A entiende (con acierto o sin él) q~e está autentica naturale.za ~~ la ~~tondad porque sólo ellos son congruentes
justificado considerar las directi~as de ~ ~omo razones. pr?~egi?as; y c?n la verdadera JUStlficaciOn o razón de ser de la existencia de auto-
decir que B pretende tener autondad legitima sobre A sigmflcana qu.e ndad~~ (561). ~or consiguiente -y en perfecta consonancia con su ase-
B considera (con acierto o sin él, y tanto si A concuerda en esa opi- veraciOn/ ~e. la mterdepe~dencia de los planos conceptual y normativo
~n ~l.an~l~sis de la autor~dad-, es una cierta concepción acerca de la
(560) Cfr. Raz, The Morality oJ Freedom, cit., pp. 39-41; un análisis ~oi~ciden~e. en JUStlfic~ciO?/ de las aut~ndades la que determina la propuesta raziana
lo sustancial es el de Richard B. Friedman, «Ün the Concept of Authonty m Pohtlcal ~e exphc~c10n de la/ noc1~n de autoridad legítima. Esa concepción cons-
Philosophy», en R.E. Flathman (ed.), Concepts in Social and Political Philosophy (New tltuy~ elmtento m.as refmado del que tengo noticia de sortear la «pa~_//1
York: Macmillan, 1973), pp. 121-146, p. 129. Con frecuencia-de formas muy diversas radoJa de l.a autonda~»'. y entiendo por tanto que merece ser exami-
y no siempre suficientemente precisas- se ha intentado expresar una idea similar. Pe-
ters, p. ej., afirma que «las órdenes son ... el tipo de expresión regulatoria donde que-
nada con. cierto detemmiento. Su exposición y análisis servirá además
dan descartadas las dudas relativas a la justificación», de manera que «Si se usa el sen- pa~a perfll~r. y aclara; la .explicación ya adelantada del concepto de au-
tido de Jacto de la autoridad, decir que un hombre tiene autoridad sobre otros hombr~s tondad l~gitlma en termmos de razones protegidas; y si finalmente re-
es afirmar, entre otras cosas, que harán lo que se les diga sin poner en tela de duda [szc] s~lta.falhda -como de hecho creo que sucede-, su fracaso traerá con-
la prudencia, la sabiduría y la sensatez de la decisión»; y, si pasamos de la. autoridad de sigo Igualmente el de esa explicación.
Jacto a la autoridad legítima, «en cuanto se acepta que ocupa un puesto o t1ene un status
en forma legítima, [ ... ] ya no se puede poner en duda la justificación de sus órdenes»
(vid. R.S. Peters, «La autoridad», cit., p. 148). Para Scarpelli la acept~~ión de la .a~t.o­ vi) ~1 in!e~~s ~spe.c~al de la teoría raziana de la autoridad -y lo
ridad -que él identifica, entiendo que incorrectamente, con la adopcwn del pos~tlVlS­ que en mi opm10n Justifica el concentrar la atención en ella- radica
mo jurídico como punto de vista- implica una «elección de segundo grad?», consls~en­ en .haber tomado en serio el problema central que se plantea para cual-
te en la renuncia en bloque y de antemano a decidir caso por caso ( «eleccwnes particu-
lares» o de primer grado) si ha de hacerse o no lo que se ha ordenado: cfr. Uberto Scar-
qmer proponente ?e
la con~epción standard de la autoridad legítima
pelli, Cos'e íl positivismo giuridico (Milano: Ed. di Comunita, 1965), p. 133. Para Pas- Yen.haber constrmdo su tesis acerca de la justificación de la autoridad
serin d'Entreves la aceptación de la autoridad equivaldría a firmar un «cheque en blan- precisamente como un intento explícito de darle solución. Ese proble-
co», puesto que implicaría «suspender [ ... ] la vigilancia de nuestra conciencia moral»:
cfr. Alessandro Passerin d'Entreves, «Sulla natura dell'obbligo político» [1967], en Id.,
Obbedienza e resistenza in una societa democratica (Milano: Ed. di Comunita, 1970), . (561) J. Raz, T~e Morality oJ Freedom, cit., pp. 41 y 67; Id., «Rethinking Exclu-
pp. 80-81. swnary Reasons», czt., pp. 192-193.

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LA NORMATIVIDAD DEL DER~C!-!0

hority] (563), puesto que la idea a defender consiste precisamente en


ma no es otro que el de la «paradoja de la autoridad», es decir, el de
~as aut~ridades son legítimas -esto es, su aceptación en los tér-
explicar de qué modo podría ser racional esa suspensi?n o posterga- mmos sugendos por la concepción standard está justificada- en la me-
ción del juicio propio que la concepción standard considera como un
dida en qu~ _nos sirvan para act_uar según las razones que deben guiar
rasgo fundamental de la aceptación de la autorida~. Porque, en efec-
nuestra acc10n de un modo meJor que el que nos sería dado alcanzar
to no basta con afirmar que quien acepta la autondad de otro como sin ellas.
le~ítima entiende que cuenta con una justificación para deponer o pos-
La concepción raziana de la autoridad como servicio se articula en
tergar su propio juicio acerca de los méritos del caso. y que en .algunas torno a tres tesis que se sustentan mutuamente. La primera de ellas
ocasiones o en determinadas condiciones, esa creencia es efectiVamen- es la que Raz denomina «tesis de la dependencia»: en virtud de la mis-
te racion~l: lo que hay que explicar -y usualmente no se explica- es
ma
de qué modo podría serlo, de qué modo pod~í~ sostener un agente ra-
cional que tiene una razón para hacer algo distinto de lo que desde su «todas la~ dir~ctivas de.la autoridad deben estar basadas en razones que
punto de vista resulta del balance de todas las razones a favor Yen con- ya se aplican mdepend1entemente a los sujetos de esas directivas y son
tra de hacerlo. relevantes para su acción en las circunstancias cubiertas por la directi-
La respuesta de Raz se basa en la misma idea matriz que in~pira va.» (564)
o anima todo el programa del utilitarismo de reglas: que en ocasiOnes
el intento de actuar según un cierto conjunto de razones resulta auto- La tesis de la dependencia es una tesis normativa acerca de cómo
frustrante, y que en esos casos lo que la racionalidad exige e~ el se- debe ejercerse la autoridad. Si lo que justifica a ésta es el servir a quie-
guimiento de una estrategia indirecta, es decir, el abandono del mtento ~es la acept.an para mejor actuar según las razones que efectivamente
·~ de tomar la propia apreciación acerca de lo qu~ resulta de a~uellas ra- tienen, se sigue de ello que las directivas de la autoridad deben estar
zones como guía directa de la acción, teniendo sm embargo dicho aban- basadas en dichas razones, es decir, en las «razones subyacen-
dono como resultado el mejor seguimiento de las mismas. Si fuese po- tes>: (~65), en aque~las que, en ausencia de autoridades, el agente de-
sible demostrar que en determinadas condiciones un individuo aj~sta bena mt~ntar segmr con arreglo a su p~opia apreciación de las mis-
mejor su conducta al conjunto de razones para actuar que efectiV~­ mas. La Idea de razones subyacentes requiere algunas aclaraciones. En
mente tiene haciendo lo que la autoridad le ordena que haga que SI- primer lugar, al hablar de esas razones no se está hablando meramen-
guiendo su propia estimación acerca de qué es lo que aquellas razones te de lo que interesa a los sometidos a la autoridad, sino del conjunto
exigirían en esa ocasión, habría quedado demostrado .que. ~uspender o comple.to de razones para actuar que éstos tienen (566), que obvia-
postergar el propio juicio, lejos de suponer una abdicac10n de la ra- mente mcluye razones dominantes sobre las prudenciales, es decir, ra-
cionalidad práctica, sería precisamente lo que haría u~ agente verda- z?n~s morales. Ello es tanto como decir que una autoridad que actúa
deramente racional (562). Por consiguiente ése es precisamente el ex- s1gmendo escrupulosamente razones subyacentes es una autoridad que
tremo a demostrar por todo aquel que propugne la co.ncepció?. stan- ordena a los sometidos a ella el sacrificio de sus intereses precisamen-
dard como explicación adecuada del concepto de autondad legitima Y te cuando éstos tienen razones para sacrificarlos (y que no lo ordena
que a la vez sostenga que algunas aut.oridades podrí~n ser verdadera-
mente legítimas, i. e., que la aceptación de la autondad de otro pre- (563) J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 56.
cisamente en esos términos no es por principio irracional. Y el enten- (564) Cfr. The Morality of Freedom, cit., p. 47.
(565) Vid: «Rethinking Exclusionary Reasons», cit. [1990], p. 193. En The Morality
dimiento de que -en determinadas condiciones- cabe efectiv~men~e of Free~om, cit. [1986], p. 47, Raz no hablaba de «razones subyacentes» [underlying rea-
tal demostración es el que conduce a Raz a denominar su p:opm tesis so.ns] smo de «razones dependientes» [dependent reasons], lo que seguramente es menos
«concepción de la autoridad como servicio» [s~ce_::_~nceptzon of aut- atmado,. pu~sto que se trat~ de las razones de las que tiene que depender el contenido
de las directivas de la. autondad; pero aunque la nueva terminología sea más afortuna-
da, el concepto maneJado por Raz en uno y otro caso es exactamente el mismo.
(566) The Morality of Freedom, cit., p. 48.
(562) J. Raz, «Rethinking Exclusionary Reasons», cit., pp. 193-195.
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

en caso contrario). En segundo lugar, al hablar de las razones que los guirlas que si intenta seguir directamente las razones que le son a li
sometidos a la autoridad tiene ya antes de que esta se ejerza debemos bies» (568). P ca-
aclarar con cuidado desde qué punto de vista estamos hablando. Ima-
ginemos una relación de autoridad de A sobre B: decir que A debe Por ~onsiguiente la justificación de la autoridad derivaría no sólo ·
ejercer su autoridad con arreglo a la tesis de la dependencia equivale de qu~ esta se esfuerce en atenerse a la tesis de la dependencia, sino
a decir que sus directivas han de estar basadas en las razones para ac- a.demas de que pueda demo.stra~se de algún modo que un agente que
tuar que, independiente o previamente, ya tiene B; pero podemos es- Simplemente obedezca las directivas de una autoridad que se esfuerza
tar hablando de las razones que A cree que tiene B o de las que el e.n atenerse a ella cu~pliría mejo.r con las «razones subyacentes» que
propio B cree que tiene (o de las que un observador C, no sometido SI,. en absol~ta .ausenci~ de autondad, tratara directamente de deter-
X a la autoridad de A, cree que tiene B; o incluso, si alguien acepta mmar por SI mismo que es lo que éstas exigen y actuara de acuerdo
-como es el caso de Raz- que hay razones externas para actuar, ra- con. el resultado de. dic~a deliberación. Si esa demostración no fuese
zones objetivas, de las que B verdaderamente tiene, con independencia posible, entr.e las directivas de una autoridad que respetara rigurosa-
de lo que crean al respecto tanto A como el propio B o cualquier ob- ~ente la tesis de la dependencia y el juicio del presuntamente some-
servador de la relación de autoridad entre ambos). Aclarar el punto ti~o a ella acerca de qué es lo que debería hacerse en cada ocasión h _
de vista desde el que se identifican las «razones subyacentes» resulta bna una perfecta coincidencia; y entonces dichas directivas resultaría~
sumamente importante: es lo que permite entender qué es lo que cada redundantes y la autoridad completamente inútil. Parecería entonces
uno está diciendo cuando un individuo niega la legitimidad de la au- que se pl.antea el sigu~ente dilema: o bien la presunta autoridad no tra-
toridad que otro pretende sinceramente tener sobre él (o cuando un ta de sat.Isfa~~r 1~ :esis de la dependencia, en cuyo caso no puede ha-
observador C niega la legitimidad de la autoridad de A sobre B a pe- ber una Justific~cwn para obedecer sus directivas; o bien sí la respeta,
sar de que A pretende sinceramente tenerla y B sinceramente la acep- pero entonces est~s son redundantes e inútiles (569). Esa es una for- ·
ta). La idea clave a retener, y que ya ha sido apuntada en diversos lu- ~a bastante ap:opiada de expresar la «paradoja de la irrelevancia prác-
gares de este trabajo, es en cualquier caso que cuando alguien formu- tica de la autondad», de la que ya se habló en su momento y la ~ ·
la un genuino juicio de deber acerca de acciones ajenas está expresan- forma de salIr . d . umca
e ella consiste en construir con éxito (como Raz pre-
do las razones para actuar que desde su propio punto de vista tiene te~d~) una argume~taci?n encaminada a demostrar de qué modo el se-
otro, no las que este último cree que tiene. Por fin, en tercer lugar, gUimiento de la~ directivas de una autoridad que se atiene a la tesis
debe tenerse presente que entre las «razones subyacentes» que tiene de la dependencia es un modo de cumplir mejor con las razones sub-
el sometido a la autoridad se cuentan sus razones para modificar la si- yacente~ de lo que. ?odría hacerlo un agente que intentara guiarse por
tuación o el contexto en el que actúa de manera que en la situación su propia apreciacwn de lo que éstas exigen.
resultante tenga razones para actuar que no tenía antes de llevarse a Supongam~s por el momento que efectivamente puede sostenerse
cabo dicha modificación (567). que la co~formidad con las razones subyacentes se alcanza mejor cuan-
Estrechamente conectada con la tesis de la dependencia estaría la do no se mtenta ~ctu~r directamente sobre la base de ellas, sino que
que Raz llama «tesis de la justificación normal». De acuerdo con ella se obedece.n la~ directivas de una autoridad que respeta la tesis de la
dependencia. SI ello es así, el complemento natural de las tesis de la
«el modo normal de establecer que una persona tiene autoridad sobre
otra supone demostrar que el presuntamente sujeto a la misma proba-
blemente cumplirá mejor con las razones que se le aplican [... ] si acepta (568} The Moralir_y_o( Freedm-r:, c.it:, p. 53. Raz habla de «tesis de la justificación
las directivas de la presunta autoridad como vinculantes y trata de se- normal>; porq~e ~ su J~Ic~o- lo que Justifica normalmente a la autoridad es la satisfacción
~e. la misma, ~I bien existman algun~s vías complementarias para hacerla legítima 0 jus-
tificada que tienen que ver con las Ideas de «consentimiento» (entendido de una cierta
(567) Vid. supra, nota 441 de esta parte Il; y, en general, la idea de «razones para forma) o «respeto» y a las que aludiré más adelante.
tener una regla» desarrollada en el apartado 8.3. (569) Vid. «Rethinking Exclusionary Reasons», cit., p. 194.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

dependencia y de la justificación normal es la que Raz denomina «te- captaría la v~rdadera razón de ser de la autoridad, que consistiría en
el desplazamiento (avalado por la razón) de la toma de decisión de
sis del reemplazo» [pre-emption thesis] (570), a tenor de la cual
una pers?ria a otra (573). En el fondo lo que expresa la tesis de la de-
«el hecho de que una autoridad [legítima o justificada]. exija la reali:a- pendencia no es otra cosa que la idea de que la autoridad no tiene de-
ción de una acción es una razón para realizarla que no t1ene que ser ana- recho a imponer deberes completamente independientes a los someti-
dicta al resto de razones relevantes cuando se determina qué hacer, sino dos a ella, y por. eso ~ismo sus directivas deben reflejar razones sub-
que debe excluir y tomar el lugar de algunas de ellas» (571) yacentes: pero. SI positlv~m~nte las refl~jan n:ejor de lo que sería ca-
paz de determmar por SI mismo el destmatano de esas directivas en-
/ La tesis del reemplazo expresa la idea de que las ?irectivas de la tonces éste tiene una razón para cumplirlas con independencia de' cuál
autoridad legítima deben considerarse razones. protegzdas. Lo qu~ la sea. ~1 resultado -por hipótesis, menos fiable- de su propia delibe-
áutoridad -siguiendo escrupulosamente la tesis de ~a dependencia- racwn al respecto, es decir, debe considerarlas como razones protegi-
ordena hacer es lo que el destinatario de la orden tiene razones co~­ das.
cluyentes para hacer; y el hecho de qu~ éste no sea cap~z de de~er~I­ Aparentemente la concepción de la autoridad como servicio esto__ _
narlo con el mismo éxito si intenta gmarse por su propm apreci~cw~n es, la conjunción de las tesis de la dependencia, de la justificació~ nor-/
acerca de lo que resulta del balance de razones s~byacentes exphcar~Ia mal y del reemplazo, tendría como consecuencia la «tesis de la no di/
por qué debe considerar la directiva de la autondad ~omo una .ra~o~ ferencia», es decir, la idea de que el ejercicio de la autoridad no in21
excluyente (i. e., como una razón para no actuar segun su propw J~I­ t~oduce en ningún caso diferencia alguna respecto de lo que los sorne- \
cio acerca del resultado del balance de razones), y no como una raz?n ti dos a ella deben hacer. Esa sería aparentemente la conclusión de sos-)
más de primer orden -ni siquiera como una d~ J?UC~? peso- a m- tener que la au~oridad no tiene derecho a imponer deberes completa-
cluir dentro de aquel balance. La directiva estana JUStificada ento~ces mente zn~ependzentes, que. su.s directivas deben reflejar razones subya-
por reflejar el balance .de la~ razones ~ubyacent~s, pero en la deh~e­ centes. Sm embargo Raz msiste en que esa conclusión constituiría un
ración práctica del destmatano de la misma habna de reemplazar a es- error, en que la tesis de la dependencia, dicho sintéticamente no im-
tas, de ocupar su lugar (no de sumarse a ellas, ~o que supondría ~ontar plica la .tesis ~e la no diferencia (574). Según Raz, habría tres 'bloques
dos veces la misma razón) (572). Por eso sostiene Raz que es made- de consideracwnes que lo demuestran. En primer lugar, algunas de las
cuado un análisis de la autoridad en el que se pretenda que todo lo
razones s~byacentes son, como ya se ha dicho, razones que tendrían
que ésta puede hacer es generar nuevas r~zo~e~s de primer ~rden
l~s sometidos a la autoridad para modificar el contexto en el que ac-
-eventualmente, de mucho peso- que se anadumn a las ya existen-
tes y que habrían de ser contrapesadas ~on ellas: no porque lo~ agen- tuan de man~ra que ~ r.esultas del cambio tuviesen nuevas razones para
tes empíricos que pretenden tener autondad o aceptan 1~ autondad de
actuar. El eJemplo tlpico de esa clase de situación es la existencia de
otro razonen de hecho en términos de «razones protegidas» -lo que un problema de coordinación. Las directivas de la autoridad pueden
repr~sentar la solución para esa clase de problemas: y en ese caso se-
sin duda es bien poco verosímil-, sino porque sólo de ese modo se
ría CI~rto al mismo tiempo, siempre a juicio de Raz, que se satisface
la tesis de la dependencia (puesto que los destinatarios de la directiva
(570) «Reemplazo» es una traducción no completamente fiel de~ término <<pre-emp- tenían razones para procurar una solución como la que ésta represen-
tion», que, tomado del vocabulario jurídico y trasladado desde ahí al de las reglas de
ciertos juegos, expresaría aproximadament~ 1~ idea de a~elantarse a o.tro a la hora de
ta) y que, a pesar de ello, sí se introduce una diferencia respecto a lo
hacer algo y ganar así cierto derecho de pnondad sobre :1, u ocupar cierto lugar o ~o­ que deben hacer los sometidos a la autoridad (puesto que la aparición__/
sición e impedir así que otro lo ocupe o desplazarle de el. No obstante~ en e~ sent~~o
en que aquí lo emplea Raz, creo que puede hacerse equivaler sin demasiada d1storswn (573~ Vid. The Morality of Freedom, cit., p. 67; «Rethinking Exclusionary Rea-
a las ideas de «sustitución» o «reemplazo». sons», clt., p. 193.
(571) The Morality of Freedom, cit., p. 46. (574) Cfr. The Morality of Freedom, cit., p. 50.
(572) The Morality of Freedom, cit., p. 58.
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642
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON MO HIN O

'o'n determina la de nuevas razones para actuar que no se dójico que pudiera parecer a simple vista, una consecuencia de la tesis · .,
de esa so1uci de la justificación normal sería según Raz que las directivas de la au-
tenían en su ausencia) /575)_. d la dependencia no excluiría el que la toridad le.gítima constituyen razones protegidas para actuar incluso
En segun~o lugar' a tesis e or razones no estrictamente subya- cuando reflejan erróneamente las razones subyacentes, es decir, cuan-
autoridad actue .en algunos .cas~s ~a de lograr que la obediencia glo- do según el balance de razones aplicables al caso se debería hacer algo
centes. En.oca~wnes 1~ meJ~r ·~r d represente el seguimiento óptimo distinto de lo ordenado por la autoridad (577). Para entender el modo /
bal a las directivas de .~ au or;l ade las razones subyacentes pasa por en que Raz llega a esta -al menos en apariencia- sorprendente con-•/
por parte de los someti os a e a n ausencia de autoridad aqué- clusión hay que analizar en profundidad los dos argumentos a través
la imposición de algunos deberes que .e por eJ· emplo para la propia de los cuales se justifica en su opinión la autoridad, es decir, los dos
, ero que son necesanos, ' .
llos no ten dnan, P . . t , de la cual se ejerce la auton- argumentos que presuntamente explicarían de qué modo en determi-
organización de la maquma~~a ati~=:~~flejan serían entonces razones nadas condiciones un individuo ajusta mejor su conducta al conjunto
dad. Las razones que esas Irec . azones no estricta o directamen- de razones para actuar que efectivamente tiene si, en vez de seguir su
indirectamente subyacent~s' .es deci~s~bilita y maximiza sin embargo la propia estimación acerca de qué es lo que esas razones exigirían, hace
te subyacentes cuyo segmmiento p b acentes (y que por ello mismo simplemente lo que la autoridad le ordena que haga. Estos dos argu--
conformidad global a las ra~ones s~. ~ntes ue son la clase de razo- mentos -a los que cabe referirse sintéticamente como «argumento de
no resultan completamente m~ept~isl de la' d~pendencia, la autorida? la pericia» [expertise] y «argumento de la coordinación»-, desarrolla-
nes en las qu~, c?n arrdeglob a a directivas). Por todo ello, la tesis dos con mayor o menor claridad y con muy diversas variantes, pueden
no debe de mngun mo o asar su~ - . encontrarse además formando la base o el esqueleto de muchas pro-
de la dependencia debería ser matizada anadiendo que puestas de justificación de la autoridad que otros han ensayado. En
. se en consideraciones que no se aplican .a mi opinión, sin embargo, ninguno de los dos demuestra la racionali-
«una autondad puede apoya\ h 1 conduce fehacientemente a decl- dad de la suspensión o postergación del propio juicio en el sentido re-
los sometidos a ella cuando e acer ol . r otra que se tomara a través querido por la explicación raziana. Y a partir de esa constatación que-
roximan más que cua qme 1
siones que se .aP. . . 1 decisiones más respaldadas por as daría en entredicho la propia concepción de la autoridad legítima cen-
de un procedumento dl~tmto a as
razones que sí se les aphcan» (576). trada en la noción de «razones protegidas». Creo que merece la pena
examinar detenidamente cada uno de esos argumentos.
, . 1 · d la dependencia no tendría
. y _enctoemrcoercoyr~ll~:ol!uf:S:~ :e t~:I~o ~iferencia porque, por para- vii) Supongamos que un sujeto A desarrolla su deliberación prác-
_; sm mas tica en condiciones de incertidumbre parcial, bien a causa de su igno-
--·------
. . 48 _51 . Raz habla de tres clases de si- rancia acerca de algunos de los hechos relevantes, bien porque es cons-
(575) Vid, The Morahty .of.FreedomÍac~~~i~~~ la dependencia no desemboca en la ciente de la existencia de costes de decisión que pueden hacer irracio-
tuaciones en las que el segmmiento de tiene una razón para hacer algo que pue- nal desarrollarla íntegramente. Supongamos además que A sabe que
tesis de la no diferencia: aquellas en las que se hace necesario elegir una entre dos
. d d
de ser realiza o e vanas 0
· f rmas de manera que se
' .t
. .,
·a de problemas de coordmacwn; Y1a otro sujeto -B- cuenta con un conocimiento superior al suyo en la
. . 1 t ptables· 1a exis enc1 .. · esfera correspondiente (es «perito» o «experto» en dicha esfera) y por
o más opcwnes ¡gua men e ace ' . d 1 di'lema del pnswnero. Pero Sl 1a
. ·
existencia de situaciOnes que I bl e
t' en en la estructura e
e si hay razones por las que con- tanto está en mejores condiciones que él para determinar qué es lo
primera representa verdaderam~nte un pro l~:ad~· a i~ decisión de cada individuo' es que, a partir del conjunto de razones operativas subyacentes que A
viene que la opción no q~.ede s.Implement~e)l ~:tratará de un problema de coordina-
decir, conviene que se ehJa umfor~eme~ d' a norma que resuelve el problema re- acepta, debe hacer A en una situación concreta. O dicho con otras pa-
ción· y en cuanto a la tercera, la existencia DePun 'l representa la aparición de razones
' · ·' estructura- so o
presentado por una situacwn co~ ta 443 de esta parte II; y Donald Regan,
rudenciales: sobre todo ello, vid. supra, no 79 (577) The Morality of Freedom, cit., p. 61; «Rethinking Exclusionary Reasons», cit.,
P - PP· 1031-1033
«Authority and Value ... », czt., . ' nota · p. 197.
(576) The Morality of Freedom, cit.' p. 52,
645
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LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

circunscribe al caso concreto de la autoridad rt'


labras: A tiene razones para creer que B está en mejores condiciones da, p~rque no es radicalmente descartable q!eoe~zcaal (580);__Iabs~gun­
que él para determinar qué es en un caso dado lo que resulta del ba- matenas -pens · gunos am 1tos o
lance de razones que A acepta. En ese supuesto, si B le dice a A que líticas económic::d:;;o~i~~~l~~ :~;~~~~cu~';~¡ión de complejas po-
debe hacer 0 -y A tiene razones para creer que lo que B le dice que !Jenda que puede tener razones para hacer lop ueicos-- un agente e~­
haga es efectivamente lo que de buena fe ha concluido que se debe ha- tlca ordena precisamente sobre la b d q , una autondad pob-
cer sobre la base de las razones operativas aceptadas por A y su mejor miento más fiable ue 1 . ase e que esta posee un conoci-
conocimiento de las razones auxiliares relevantes-, sería racional para minar qué es lo q~e e~i;:~~ b:~flO d~ hechos relevantes para deter-
A hacer 0 aunque él no alcance a ver por qué 0, y no otra acción dis- acepta (y sie~pre
que suponga qu~c~n ::t~~o~~~~~~~:~~~tes
que él
tinta, es el curso de conducta óptimo en esas circunstancias. En ese sen- la autondad mt~nta
reflejar en sus directivas) (581). es las que
tido podría pensarse que cabe decir que A tiene una razón para sus- ~? que nos mteresa es entonces lo siguiente Según Ra 1
pender o postergar su propio juicio acerca del particular y reemplazar- cepcwn de la autoridad como servicio _. . . . , z, a con-
lo, como guía de su acción, por la instrucción que le ha dado B. sis de la dependencia, de la justificación ~~;~a~a c~~J~:cwn de las ~e-
Todos recurrimos frecuentemente a expertos o peritos en distintas ~~ como consecuencia 9ue las directivas de la mitoridade~it~~c;.;-ot~e:
materias, y entendemos -seguramente sin incurrir en ninguna clase 1 uyen razlones protegidas para actuar incluso cuando refleJ· an e ~
de irracionalidad práctica- que contamos con una razón para seguir neamente as razones subyacentes es d . , rro-
sus instrucciones aun sin ser capaces de determinar por nosotros mis-
mos si efectivamente constituyen o no el curso de acción óptimo en
de;azones aplicables al caso se debería ~~~~rc~~~d~i:t~~~~ :~ 1~~~~~~
na ?, por la autondad. y el razonamiento que conduciría a
esas circunstancias. Es bastante discutible, sin embargo, que esta clase cluswn consta de los siguientes pasos: la autoridad debe basa~s:u~od~~
de consideraciones basten como justificación de la autoridad políti-
ca (578). En primer lugar, porque la idea de alguien que es «perito»
o «experto» en cuestiones morales -en las que siempre desemboca la
na como la de Soper' que subra a u e la~~~o e_ ese_nc~~madas críticas a la teoría razia-
(SSO) Por eso me parecen sustancial t d ·
acción política- y no, pongamos por caso, en cosas tales como medi- tar con la autoridad que a traJés ~el ndad JU~l~Lca no pretende meramente con-
cina, mecánica de automóviles o inversiones bursátiles, resulta franca- justificación normal» de Raz puesto argument~ pencial, le garantizaría la «tesis de la
mente contraintuitiva. En segundo lugar, porque deferir la decisión mostrara que las consideraci~nes en Gue pre~n e tenerla aun en el caso de que se de-
propia al juicio de un experto sólo parece aceptable en aquellos su- diferencia de lo que sucedería con la a~t~~~da~ ~a:ado sus directiv~s eran erróneas (a
puestos o esferas en los que uno juzga que es más importante alcanzar de reconocer que nadie debe seguir sus .. t . e ex~erto, que evidentemente habrá
. . m rucccwnes SI se llega a d t ,
un resultado óptimo que decidir por uno mismo, lo que frecuentemen- as~ as en apreciaciOnes erradas; cfr. Ph. So < emos rar_ que estan
honty», cit.' pp. 224-227). Pero Raz está inte~::d;Legal Theory an~ the Clmm of Aut-
b d
te no es el caso en la clase de asuntos de los que suelen ocuparse las (en general, no necesariamente la autoridad esta?~ece_r _en que casos la autoridad
autoridades políticas (579). Con todo, quizá merezca la pena explorar tiene que la autoridad que los estados recla~s:atal) est~ J?Stiflcada; y preci_samente sos-
más de cerca el modo en que un agente racional tomaría en cuenta el recho») excede de la que les garantizaría la tesi~ aa~a ~1 (1: ~·' ~~S «pretensiOnes del de-
juicio de un experto como guía de su acción, y ello por dos razones: cede de la que un agente racional podría t
e JUS~Ificacwn normal, es decir, ex-
la primera, porque puede constituir una parte interesante del análisis dom, cit.' p. 70. Por eso la crítica de So r:~o:~~e~_es: VId. ~az, !he Morality of Free-
como él hace, que una tesis acerca de la. pffi . , ¡ene sentido SI se da por supuesto,
de la idea de autoridad práctica en general, que evidentemente no se ta si tiene como resultado que la autori~~~ I ~:c~~~ de la autoridad n~ l!uede ser corree-
excede de la que puede ser racionalme t . q t"fie derecho reclama tipicamente para sí
) . . n e JUS I ca a.
(578) Vid. sin embargo, como ejemplos de concepciones de la autoridad legítima ba- ?~ ~onocimiento de esos hechos relevantes 't:-~ríai erentes s_uJetos con distintos niveles
(58 1 Ello Implicaría, entre otras cosas d"f · .
sadas precisamente en la posesión por parte de ésta de una superior capacidad a la hora JUICIO en un número diferente de casos (t t n una razon para postergar su propio
de determinar qué debe hacerse, David R. Bell, «Authority», Royal Institute of Philo- miento); es decir' que la autoridad de la ~n o may?r cuanto menor fuera aquel conocí-
sophy Lectures, 4 (1969-70) 190-203; y Carl J. Friedrich, Tradition and Authority (Lon- disponer el derecho no sería exactamenteqlae a_traves ~el argument~ d~ 1~ pericia podría
The Morality of Freedom, cit., pp. 77-78. rrusma so re todos los mdlVlduos: cfr. Raz,
don: MacMillan, 1972).
(579) El propio Raz así lo admite: vid. The Morality of Freedom, cit., p. 69.
647
646
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

les garantizaría la tesis de la justificación normal). Sin embargo no es-


rectivas en razones subyacentes (tesis de la dependencia); pero lo que toy seguro de que la argumentación de Raz resulte del todo convin-
hace que una autoridad sea legítima o esté ju~tific~da (y que por ~an­ ce~t~ .. Para entender en qué sentido puede no serlo cabría oponer al
to, con arreglo a la tesis del reemplazo, sus dir~ctiV_as de?an conside-
anahsis d~ Raz otro ?asado en la noción de «regla indicativa», que ya
rarse como razones protegidas) no es que sus directi~~s szempre refle- fue exammada ant_enormente (583). Alguien que sabe que el juicio de
jen acertadamente esas razones, sino que la proba?lli?~d de ~acer lo otro acerca _de _que es lo que resulta del balance de razones aplicables
que el balance de éstas exige sea ma~o.r para un mdi~Iduo si a~ep_ta ~ue~e s~r mas flable que el suyo propio hará bien en adoptar una regla
esas directivas como vinculantes que si mtenta determmar por si mis- mdicatiVa a tenor de la cual, cuando tenga la certeza de que no sabe
mo el resultado de aquel balance; esa mayor probabilidad puede_ de-
-o al menos, no teng~ la c~rtez~ ~e. que sabe- qué es lo que result~
rivar del mejor o más fiable conocimiento por pa:te de la autondad de ese balance, debera segmr el JUlCIO de aquél. Pero conviene recor-
del conjunto de hechos relevantes; y cuando efectiVamente se da e~a dar como operan las. reglas indicativas en la deliberación práctica: como
circunstancia- en una esfera o ámbito determinado-, la estrategia ya sabemos, son falibles; a pesar de ello son vinculantes en el sentido
racional para el sometido a la autoridad sería s11:spe~der o ~ostergar
de que en ~ond!ciones de ince:ti_du_mbre un agente racion'al debe seguir
su propio juicio y actuar de conformidad con las duectiVas de esta: E~a
la estratew~ ~as apta para mimmizar (aunque no la elimine totalmen-
estrategia ciertamente dará como resultado que en algunas ocaswnes te) la posibilidad de error; pero carecen por completo de valor (pues-
-aquellas en las que la directiva refleja erró~e~mente las razone_s ~ub­ t~ que «no s?n absolutamente opacas») cuando el agente pueda cole-
yacentes- el sujeto acabará haciendo algo distm~o, de ~o que ex1gia el gir con segundad qué es lo que verdaderamente resulta del balance de
balance de razones aplicables al caso. Pero por hipo tesis -puesto que
razones aplicables al c~so (i. e., cuando no haya incertidumbre), lo
hemos partido de la base de que la apreciación por parte de la auto-
q~e es tanto como ?ecir qu_e _n? es racional «postergar el juicio pro-
ridad de lo que exigen las razones subyacentes, aun !esultando a veces piO» ante el de aquel cuyo JUlCIO suele ser más fiable cuando se sabe
errónea, es en conjunto más fiable que la del sometld? a ~lla- _ese 1~­
que en una oc~sión de!erminada no lo e_s, que en esa ocasión se ha equi-
mentable resultado se produciría con mayor fre~uenc~a s1 el su]~t~ s~­
vocado. E~ ~a~,. en ngor el que maneJa reglas indicativas no «poster-
guiera su propio juicio. Y de ahí que_la estrategia raci_o~al de mim~m­
ga su pr~p10 JUlCIO» nunca, ni siquiera cuando las sigue: porque las cir-
zación de errores cuando quedan satisfechas las con~IClO~es descntas
consista en tratar como razones protegidas todas las directivas de la au- cunstancias en las que encuentra racional seguirlas son precisamente
toridad legítima: porque si el agente insistiera en reconocer como ta- aquellas en las que sabe que no está -o al menos no tiene la certeza
les sólo las que reflejan acertadamente las razones subyacentes, para de que está~ en condiciones de determinar qué resultaría del balance
identificar cuáles satisfacen esa condición y cuáles no tendría que apo- de :azones, 1. e., en las que no se considera capaz de sostener con se-
yarse en su propio juicio al respecto, que precisamente habíamos con- gundad como correcto algún juicio propio. Raz está en lo cierto al afir-
mar que un agente obraría irracionalmente si sólo siguiera el juicio de
venido en que era menos fiable (582). .
La cuestión a debatir es si esa conclusión resulta o no correcta. SI otro que suele ser más fiable que el suyo propio cuando pudiera estar
lo es, Raz habría articulado un primer argumento que dem~straría que seguro de que re~ej a acertad~mente el balance de razones subyacentes
la suspensión o postergación del juicio propio es en determmadas c?~­ (ello querna decir que maneJa una regla indicativa como regla «abso-
diciones verdaderamente racional; y, por lo tanto, que la aceptacwn l~tamente transparente», lo que ya sabemos que es perfectamente inú-
de una autoridad como legítima en el sentido precis~ que pr~pug~a la td~; pero en lo q~e creo que se equivoca es en afirmar que debe se-
concepción standard no tiene por qué ser necesarzamente. uracwna~ gmrlo aunque este seguro de que lo refleja erróneamente.
(aunque quizá sí lo sea la aceptación de las, aut_oridade~ existentes, si Recient~mente, sin embargo, Raz ha esgrimido un argumento que
que es verdad que éstas reclaman para si mas autondad de la que podría servir como réplica a la objeción que acabo de plantear. Dicho

(582) Vid. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 60-62, Id., «Rethinking Exclu- (583) Cfr. supra, apartado 8.2.
sionary Reasons», cit., p. 195.
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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ca sabe realmen~e si el juicio de otro es más fiable que el propio, en


argumento, expresado sintéticamente, consiste en señalar que un in- c~yo caso ha mmado o socavado las bases de su propia argumenta-
dividuo puede equivocarse no sólo cuando expresa su opinión acerca ciOn, puesto que nunca podrá estar seguro un individuo de si es racio-
de lo que resulta del balance de razones, sino también cuando expresa nal o no considerar el juicio de otro como razón protegida; o bien, a
su opinión acerca de la cuestión previa de si cuenta o no con todos los pesar de que no hay duda alguna de que un sujeto que se considera
elementos de juicio que le permiten afirmar que está o no seguro de seguro de algo pu~de a pesar ~e todo e9uivocarse, entendemos que lo
que aquella opinión es la correcta, es decir, acerca de la cuestión pre- qu~ l!amamos certidumbre raciOnal eqUivale a la existencia de razones
via de si su deliberación se desarrolla o no en condiciones de incerti- sufzczentes para creer algo (585), de manera que la misma clase de cer-
dumbre. Dicho con otras palabras: cuando el juicio de otro es más fia- ~e~~ que uno pueda tener acerca de la mayor fiabilidad en general del
ble que el propio no tiene sentido adoptar una estrategia consistente JUICIO .de. otro puede tenerla también acerca de su conocimiento 0 des-
en separar los casos en los que uno tiene la certeza de que sabe lo que conocn~uento e/n un supuesto dado de todos los factores relevantes para
resulta del balance de razones de aquellos otros en los que tiene la cer- determmar que es lo que resulta del balance de razones aplicables al
teza de que no lo sabe -o, al menos, no tiene la certeza de que lo caso, o para detectar la comisión de un error en una ocasión concreta
sabe-, de manera que sólo en los segundos se siga el juicio de aquel por parte de aquél cuyo juicio su~le. ser en general más fiable (586).
otro sujeto con un conocimiento más fiable; porque nada garantiza que Y tan pronto co~o. se acepte esto ultimo, queda en mi opinión demos-
en la distinción entre los primeros y los segundos se cometan menos t~ado que el an.ahsis ~orr.ecto acerca de la estrategia de un agente ra-
errores que en la determinación de lo que en estos últimos exige el ba- ciOnal que e~ cwrto amblto o esfera delibera usualmente en condicio-
lance de razones, y por eso la única estrategia racional sería conside- nes de mcertidu~b~~ parcial (o de existencia de costes de decisión) y
rar todas sus instrucciones como razones protegidas (584). que sabe que el JUICIO .de otro sobre el particular es en general más
Esta réplica de Raz adopta a mi juicio la forma de un argumento fmbl~ q~e ~1 suyo propio, es el que se desenvuelve en términos de re-,
escéptico acerca de la propia certidumbre. Desemboca en la idea de glas m?Icativas, y.n.o, como Raz sostiene, de razones protegidas (que
que uno nunca puede distinguir realmente entre lo que sabe y lo que es el tipo de ana~ISIS que verdaderamente incluye y justifica ese ele-
meramente cree, porque cuando decimos que sabemos algo lo único mento característico ?~ la concepción standard de la autoridad legíti-
cierto es que creemos que lo sabemos. Pero, como sucede con frecuen- ma que es ~a suspens10n o postergación del juicio propio).
cia con los argumentos de corte escéptico, éste se vuelve contra quien En realidad, como se sugirió en su momento, las reglas indicativas
lo emplea: porque Raz no nos dice desde luego que es racional reem-
plazar nuestro propio juicio por el de cualquiera, ni por el de alguien
que meramente pretenda que su juicio es más fiable, sino por el de , \5~5) ?~ntro de los límites de este trabajo no cabe en modo alguno desarrollar un
analis1s ffilmmamente completo de la racionalidad teórica (es decir, de las razones para
aquél cuyo juicio verdaderamente lo sea, por el de alguien que verda- creer, no para ~ctuar). Para u~a caracteriza~ión suficiente -aunque sin duda suscepti-
deramente sea capaz de determinar mejor de lo que puede hacerlo uno b!e de s~r atr~pliada y ~~ofundiZada- de la 1dea de «creencia racional», vid. J. Moste-
mismo qué es lo que resulta del balance de razones subyacentes. Y la nn, Racwnalldad y acezan humana, cit., pp. 19-23.
pregunta obvia es cómo sabe uno eso. Me parece por tanto que Raz (586) A?~i~rtase que para concluir que .en una ocasión concreta se ha equivocado
aquel cuyo _JUICIO suele ser en general m~s fiabl~ que el propio (y que por consiguiente
queda atrapado entre los cuernos del siguiente dilema: o bien uno nun- no hay razon alguna para creer que sus mstruccwnes reflejan correctamente el balance
de razones) no es necesario ser capaz de determinar por uno mismo qué es verdadera-
mente lo que result~ en ese supuesto del balance de razones: basta con caer en la cuen-
(584) Cfr. Raz, «Facing Up: A Reply», cit., p. 1195. Curiosamente en The Morality t~ ~e que en .cualqmer cas? .no es lo q.ue aquel sostiene. Por utilizar, con un propósito
of Freedom Raz se había planteado ya la pregunta de si sería racional tratar como ra- d1stmto, un .eJemplo qu~ utiliza el propiO Raz (vid. The Morality of Freedom, cit., p. 62),
zones protegidas las directivas de la autoridad legítima cuando se constatara que refle- yo no necesito saber cual es el resultado exacto de una complejísima suma con múltiples
jan las razones subyacentes de un modo claramente erróneo y, para sorpresa del lector, sum~ndos ~ara saber con certeza que se equivoca quien sostiene que dicho resultado es
se limitaba a contestar que no deseaba expresar opinión alguna al respecto (op. cit., un Cl~!'to nu?Jero entero en cuanto constate que uno y sólo uno de los sumandos es una
p. 62). Ello representaba una grieta decisiva en su argumentación, que es la que ahora fraccwn declffial.
se intenta tapar con el argumento expuesto.
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650
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

no son razones para actuar, sino razones para creer: en concreto, para hacer lo que dichas directivas demandan). El argumento de la pericia
creer en situaciones de incertidumbre que cierto curso de conducta es en suma, no sirve para demostrar que podría haber autoridades legí~
con la mayor probabilidad el que uno tiene razones para ejecutar. .se timas en e1 sentido preciso en el que esa noción es concebida con arre-
-trata eso sí de una clase muy especial de razones para creer, con m- glo a la concepción standard (591).
cide~cia in~ediata en la esfera práctica: porque, como dice Nino sin-
tética y muy gráficamente, «tenemos razones para hacer aquello que (591) Hay un argumento, análogo en su estructura básica al argumento raziano de
la pericia pero distinto de él en cuanto a la concepción última acerca de las razones para
tenemos razones para creer que tenemos razones para hacer» (587). Y
actuar en la que se sustenta y en cuanto al ámbito al que se aplica, a través del cual
lo que sucede entonces es que el «argumento de la pericia» .conduce podría sostenerse que es racional para un agente suspender o postergar su propio juicio
en realidad -en contra de lo que piensa Raz (588)- a la remterpre- y hacer en su lugar lo que ordenen cierta clase de autoridades, de manera que, respecto
tación de la autoridad práctica como autoridad teórica (o, al menos, de esa clase de autoridades y sólo respecto de ellas, quedaría salvada la «paradoja de
como esa clase de autoridad práctica que se basa enteramente en ser la irrelevancia moral de la autoridad». Ese argumento es el que ha propuesto Carlos
Nino defendiendo lo que denomina el «valor epistemológico de la democracia», basado
autoridad teórica) (589), lo que significa además que desembocamos en una concepción genérica de la democracia como «sucedáneo del discurso moral»
queramos o no en la tesis de la no diferencia. Con otras palabras: las (vid. C.S. Nino, El constructivismo ético, cit., pp. 129-133; Id. Etica v derechos huma-
instrucciones de una autoridad teórica no añaden nada a las razones nos, 2." ed., cit., pp. 387-400). Diversos autores, razonando de un m~do que se remon-
preexistentes para hacer o no hacer lo que a tr~vés de ellas se dice que ta al m~nos ~.Mili, han sugerido que la democracia es un procedimiento que tiende a
produczr decisiones moralmente correctas, puesto que los pasos o requisitos que en de-
ha de hacerse, residiendo su valor en la creencia (que se presume fun-
mocracia preceden a la toma de decisiones -y fundamentalmente la exigencia previa
dada) de que probablemente reflejan acertadam~nte el balance de de un debate público y libre- serían análogos, por lo menos aproximadamente, a la cla-
aquellas razones (y desapareciendo por completo dicho valor en cu~n­ se de requisitos que debería satisfacer un principio moral para ser aceptable (cfr., p. ej.,
to se constata en una ocasión determinada que no es así) (590); y si la William Nelson, La justificación de la democracia, cit., pp. 140 y 159; 5.usan Hurley, Na-
autoridad que en ciertos ámbitos o esferas ~e nos dice que P?drían ~o­ tural Reasons. Personality and Polity, cit., pp. 322-333, especialmente pp. 326-327). Pero
el argumento, formulado en esos términos, no acierta a salvar la paradoja de la irrele-
seer las autoridades políticas es una autondad de la que dispon.dnan vancia moral de la autoridad (en este caso, de la autoridad democriitica). Cuando se
en virtud de la mayor fiabilidad de su juicio acerca de lo que exige el dice que el procedimiento democrático tiende a producir decisiones justas se presupone
balance de razones subyacentes (basada en su mejor conocimiento del implícitamente que el criterio por el que se mide la corrección moral es externo al pro-
conjunto de hechos relevantes), entonces sus ~ir~ctivas e~ d~chos ám- ceso democrático mismo (cfr. F. Laporta, «Etica y derecho en el pen~;amiento contem-
poráneo», cit. , p. 292). Si no fuese así -i. e., si fuese el hecho de haber sido adoptada
bitos o esferas no poseerán ninguna fuerza practica por SI mis~a~, no
democráticamente lo que convirtiese a la decisión en moralmente correcta- no tendría
serán, en sentido estricto, razones para actuar (aunque en condiciOnes sentido decir que el procedimiento tiende a producir decisiones justas: lo que habría que
de incertidumbre un individuo racional debería tomarlas como reglas decir es que las produce. Diciéndolo en la conocida terminología rawlsiana -cfr. A
indicativas, es decir, como razones para creer que tiene razones para Theory of Justice, cit., pp. 85-86-, lo que el argumento sostiene es e ue la democracia
constituye un caso de justicia procedimental imperfecta, no de justi(;ia procedimental
pura. En ese caso el argumento -de ser correcto- servirá para justificar la adopción
(587) C.S. Nino, El constructivismo ético, cit., P: 133. . del procedimiento democrático frente a otros procedimientos alternativos que tiendan
(588) Cfr. «Rethinking Exclusionary Reasons», czt. , p. 197. En The M o~alztJ: _of Free- a producir decisiones moralmente correctas en menor medida o con una probabilidad
dom, pp. 28-31, Raz rechazaba expresamente como in~d~cuada una ex~l~cac10n de la más baja qu~ él (es decir, que sean casos de justicia procedimental más imperfecta);
autoridad -la que allí llamaba «concepción del reconocirn.Iento» [rec~gmtwna.l con~ep­ pero no servirá para explicar en qué sentido la edicción de una norma a través de un
tion]- a tenor de la cual aceptar una directiva como dot~da de autondad e~mvaldna a procedimiento democrático añade algo a las «razones subyacentes» de: los destinatarios
aceptar no que constituye ella misma una razón (protegida) para actuar, smo que hay de dicha norma o por qué sería racional que éstos postergaran su propio juicio acerca
razones para creer que hay razones para actuar de acuerdo con dicha dire~tiva. Pero si de cuáles son esas razones.
estoy en lo cierto, su argumento de la pericia sólo sirve para sostener precisamente esa El interés de la argumentación de Nino radica precisamente en que, presuponiendo
clase de concepción de la autoridad que le parece rechazable. también que el criterio de corrección moral de las decisiones es extern:::> al procedimien-
(589) Vid. supra, nota 408 de esta parte II. . . . . to democrático, pretende haber encontrado la forma de salvar la pantdoja de la irrele-
(590) Cfr. Chaim Gans, «The Normativity of Law and Its Co-ordmatiVe Funct10n», vanc.ia moral de la autoridad democrática. Su tesis descansa en la postulación del punto
en Israel Law Review, 16 (1981) 333-349, pp. 339-340. de VIsta acerca de las razones morales para actuar que denomina «constructivismo epis-

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LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

viii) El segundo argumento fundamental q.ue presunt~me~te ex- lizar el contenido de las mismas, es el que apela al papel de la auto-
plicaría por qué es racional para un agente cons1derar las duectlvas de ridad en la resolución de problemas de coordinación. Lo que vendría
la autoridad como razones protegidas y, consiguientemente,suspender a sostener este argumento es que las autoridades pueden resolver pro-
postergar su propio juicio acerca de las razones existentes para rea- blemas de coordinación en forma óptima; que precisamente esa capa-
0

temológico» (cfr. El constructivismo ético, cit., cap. V), a tenor del cu~l existe? razones . , De entrada, me limit~ría ~ co.nstatar .-sin que ello equivalga a plantear una obje-
ct~n- que segun el propto cnteno de Nmo el valor epistemológico de las democracias
morales como razones externas, pero sólo se tendría acceso ~ ~llas, ~ol? podnamos co-
nocer cuáles son, a través de la discusión desarrollada en condiciOn~s.Idoneas, no de for-
extstentes rondaría las cotas más bajas (es decir, la presunción de que reflejan las ver-
d.aderas razones. subyacentes resultaría bastante débil), puesto que se trata de democra-
ma individual y aislada (i. e., monológicamente). ~omo esas ,co~diciOnes nunca seco~­
siguen de manera plena y como además es necesan~ poner hm:tes temporales a la, dis-
Cias representativas, en las que las mayorías son con mucha más frecuencia ajustadas
q~e aplast.ant~s y en ~as que las condiciones reales en las que se sustancia el debate pú-
cusión y tomar decisiones, el procedimiento democratico actuana a modo de sucedan~o
blico previO, mcluso JUzgadas con el criterio más benévolo, suelen distar considerable-
de la discusión moral: y lo que eso querría decir es que el. hec~? d~ que ~n~ mayona
mente de las idóneas. Aparte de ello no acierto muy bien a comprender de qué modo
se haya decantado en favor de un punto de vista, tras una ~Iscusion libre, publica Ypro-
funda, sirve como presunción de que ése es el punto de vista moralme~t~ corr~cto, el
esa presunción -más o menos débil- «siempre puede ser revocada si se demuestra
que se alcanzaría como resultado de la discusión desarrolla?a en condiciOnes Ideale~.
que, en condiciones ideales, se hubiera llegado a un resultado diferente» (El construc-
tivismo ético, ,cit., ?· 130): si un individuo pue?e determinar por sí mismo («monológi-
Esa presunción será más o menos fuerte según lo amp~a o aJusta?a q~~ s~a ,la mayona
obtenida y la mayor 0 menor proximidad a las condicio~es de discusi~n Idoneas, Y se camente») cu~l sena ese resultado, las presunciOnes sencillamente están de más; y si no
puede determmarlo n_o ~e~ cómo puede revocarse la presunción. Quizá podría contes-
debilitaría al pasar de la democracia directa a la d~~?cracm rep,r~sentativa (~l construc-
tivismo ético, cit., p. 130). Por consiguiente la declSlon democratlca no constztuye la.s .r~­
tarse que .aunque un mdlVlduo no pueda identificar dicho resultado sí puede saber que
en cualqUier caso no es probable que sea, a la vista de lo deficiente de las circunstancias
zones subyacentes, pero sí una razón para creer que esas ra~ones son las que la decisiOn
reales en la~ que se ~a, de~arrollado la ~iscusi?n, el que la mayoría ha concluido que es:
refleja («[e]1 origen democrático de ~na norma nos proporciOna razo~e~ para ,c~eer que
hay razones para realizar el contemdo de la norma»: El constructzvzsmo etzco, .e:~·' pero aun, asi Y.O seguma sm ver ~or que podna pensar quien alegue algo semejante que
p. 133); y en virtud de esa presunción el ind~vidu~ que antes de la toma de la declSlon
aunque el es mcapaz de deterrmnar por sí sólo cuál sería el resultado de la discusión
democrática hubiese sostenido un punto de vista distmto del que a la postre result~ ma-
ideal es más probable que se acerque a él su propio juicio (que quedó en minoría) que
yoritario habría de suspender 0 postergar su propio juicio, entender -rousseaumana- el de la mayoría formada en esas deficientes circunstancias.
mente- que se había equivocado, puesto que ahora t~ndría razones pa~a creer que las :. Además de esas dudas -que tienen que ver con la viabilidad misma del constructi-
razones subyacentes para actuar que verdaderamente tiene son l~s ~e~~Ja~as e~ la nor- vi~mo epi~temológico-, señalaría para terminar que en mi opinión la argumentación de

ma democráticamente aprobada, no las que con arreglo a su propiO JUICIO el creta tener. Nmo tropteza con un problema en cuanto a la demarcación del ámbito de validez de las
De ese modo, aun no modificando en modo alguno el conjunto d~ razo~es.subyacentes, decisiones democráticas. Si se concede -sólo in arguendo- que el acuerdo de la ma-
la autoridad democrática no sería irrelevante desde el punto de vtsta p~actlco en el sen- yorí~ tiene el valor de una presunción epistémica acerca de la verdad moral, siempre
cabna preguntar: ¿la mayoría de quiénes? Los procedimientos democráticos funcionan
tido de que haría racional la suspensión o postergación del juicio propiO: .
Nótese que, a diferencia de lo que sucedía en el argumen~o ?~ l.a pencm de Raz, lo
en la realidad en marcos cuya delimitación es un resultado histórico -fundamentalmen-
que haría racional para un individuo la posterg~ci~~ del prop:o JUICIO no es el hecho de
te, los estados nacionales- y que difícilmente pueden ser considerados significativos a
que la autoridad pueda determinar con mayor fiabilidad que ello .que resulta del ba~a.n­ los efectos de sustentar nada menos que una presunción epistémica acerca de la verdad
ce de razones porque conozca mejor los hechos ~e~~vantes (es ,d~cu? las ~~zones ~uxzlza­
moral. La postura mayoritaria -incluso holgadamente mayoritaria- dentro de uno de
esos marcos ~stóric~mente delimitados puede perfectamente ser minoritaria a) en una
res existentes), sino la presunción de que la ~eci~Ion d~mocratica Identlfic~ meJor que
el juicio propio las razones operativas. Y los terrmnos rmsmos en los q_ue esta const~Uid.a parte ~ fraccwn de dtcho marco; b) dentro del conjunto representado por la agregación
la tesis de Nino hacen que no resulte posible reinterpretarl~ ~on:o SI cabe Yen rm opi- de vanos de .esos mar~os; y, por supue~to, e) también dentro del conjunto que repre-
nión debe hacerse con la de Raz- en términos de «reglas mdicat~vas», puesto que ~r~­ senta la totalidad del genero humano (vtd., sobre los problemas de delimitación del ám-
cisamente el presupuesto básico del constructivismo epistemológico es que por, defim- bito de la democracia, Brian Barry, «ls Democracy Special?», en P. Laslett y J. Fishkin
ción el individuo aislado nunca puede tener una certidumbre plena .acere~ ~e cuales son (eds.), Philosophy, Politics and Society, 5th Series (Oxford: Basil Blackwell, 1979),
verdaderamente las razones operativas subyacentes. Mi disconforrmdad b.asica con la te- pp. 155-196, esp. pp. 167-170; y Alfonso Ruiz Miguel, «Problemas del ámbito de la de-
sis de Nino deriva precisamente de no compartir ese presupuesto esenci~l; ya que ob- mocracia», en Doxa, 6 (1989) 97-120). Puestos a considerar epistémicamente relevante
viamente su argumentación carece de sentido si se parte de una conc~pcwn de las ra- -:-como para susten_tar la presunción de la que habla Nino- alguna de esas demarca-
zones para actuar como razones internas como la que aquí se ha defen~Ido. Pero a~ ~ar­ Clones o formas postbles de «recortar» los ámbitos en los que funciona el procedimiento
gen de esa discrepancia de fondo (que en cualquier caso resulta se~un creo decisiva), democ~ático, me parece que el mejor candidato sería el marco único representado por

hay algunos aspectos más de la argumentación de Nino que me suscitan alguna duda. la totalidad del género humano (¿qué justificación podría invocarse en favor de la rele-

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

cidad sería una de las razones centrales para tener autoridades y, te- e~ta~ía ateniénd~se ~ la exigencia marcada por la tesis de la dependen-
niéndolas, para obedecerlas; pero que justamente la condición indis- cm. sm que ello. sigmfi9ue al mismo tiempo que desemboquemos en la
pensable para que una directiva de la autoridad pueda resolver un pro- tesis de la n? diferen~m (593). Para entender cómo es posible llegar a
blema de coordinación es que los individuos envueltos en él renuncien una concluswn semeJante basta con recordar que algunas de las razo-
a seguir su propio juicio acerca de qué es lo q~e ha de hacerse y co?- nes subyacentes de los sometidos a la autoridad son razones para mo-
sideren dicha directiva como una razón protegida para actuar. Segun difi~ar la. ~ituación en la que se encuentran, de manera que en la nue-
el argumento de la coordinación, en suma, sólo cuando cada individuo va sltuaci?n .resulta~te te?drían razones para actuar de las que carecen
depone su propio juicio y se limita a seguir la directiva de ~a autoridad con antenondad. SI precisamente la directiva de la autoridad es el ele-
se encaminan todos hacia la solución de su problema colectivo (del que men~o o es.labón capaz de producir ese cambio, podrá decirse de ella
!"'todos reconocen que tienen una razón para intentar salir) (592). Nó- al mism~ tiempo que refleja razones subyacentes (las que los indivi-
/ tese que, si el argumento fuera correcto, la autoridad que con .una. ~e duos teman para procura! la modificación de su situación) y que re-
~sus directivas proporciona la solución de un problema de coordmac10n presenta o ~nade una razon nueva (la que sólo existe una vez efectua-
do el ca~b10 y a resultas del mismo), de manera que, aun satisfacien-
vancia epistémica de cualquier otra demarcación?); pero e?tonces,_ dado que toda.s_l~s do la tesis de la dependencia, el ejercicio de la autoridad no sería en
autoridades democráticas existentes funcionan en marcos mas reducidos, queda a rm JUI- este .caso irrelevante d~sde. el punto de vista práctico (594). y además,
cio comprometida la argumentación de Nino en virtud de la cual tenemos razones para en VIrtud de. ello., la directiva de la autoridad que resuelve un proble-
creer que hay razones para realizar el contenido de las normas dictadas por una auto- ma de coo:dmac1ón sería una genuina razón para actuar, no meramen-
ridad democrática que funciona en uno cualquiera de esos marcos más reducidos. (Para
la crítica genérica de los presupuestos en los que se sustenta la tesis de Nino y las con- te una razon para creer que su contenido refleja adecuadamente el ba-
secuencias que derivan de ella, vid. también Martín D. Farrell, La democracia liberal, la~ce de razon~s para actuar previamente existentes (y que por consi-
cit., pp. 25-29). . gmente perdena su valor. si se alcanzara la certeza de que realmente
(592) Cfr. Raz, PRN, cit., p. 64; Id., The Morality of Freedom, cit., pp. 30, 49-50 no es asi), que es como VImos que en realidad habían de ser conside-
y 56; Id., «Rethinking Exclusionary Reasons», cit., p. 195. La misma idea ~uede enco~­ radas las directivas de una autoridad sustentada meramente en el «ar-
trarse en Steven Lukes, «Power and Authority» (1979], p. 642 [tomo la cita de Leshe gumento de la pericia».
Oreen, «Authority and Convention», en Philosophical Quarterly, 35 (1985) 329-346,
pp. 334-335), que escribe: «[l]a autoridad es contemplada como la solución d~ ~n dile- Sin embargo, antes de dar por bueno el argumento, conviene re-
ma [predicament]: una colectividad de individuos desea tomar parte en una act1Vldad co-
mún, pero no puede ponerse de acuerdo en qué es lo que ha de hacerse. La acción coor-
dinada es necesaria pero imposible de lograr si cada uno sigue su propio juicio»; en Fin- (593) Cfr. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 49-50.
nis, Natural Law and Natural Rights, cit., pp. 351-352, para quien «la autoridad de nada (594) Aunque por supuesto la terminología sea otra, la idea no tiene desde luego
sirve para el bien común a menos que las estipulaciones de quienes gozan de ella [... ] nad~?e novedosa. Para ~orrobora: hasta qué punto está incorporada al pensamiento
sean tratadas como razones excluyentes, i. e., como una razón suficiente para actuar a tradiciOnal -au~qu~ _obviame?te sm el nuevo r?paj~ verbal de la «resolución de pro-
pesar de que el sujeto no habría dictado esa misma estipulación y de hecho considere blemas de coordi.nacwn»-- la. Idea de que una directiva de la autoridad que selecciona
que la efectivamente dictada es en algún aspecto no razonable, no plenamente adecu~­ u.na e~tre un ?O~Junto. de opciOnes igualmente p~rrnisibles, allí donde todo lo que la ra-
da para el bien común»; en William S. Boardman, «Coordination an~ the Moral.Ob~I­ cwnalida~ pr~ctlca ex1g~, es que l.a comunida~ concuerde en el seguimiento de alguna
gation to Obey the Law», en Ethics, 97 (1987) 546-557, p. 555, que afirma que «mng~n de e~las~ convierte la accwn sele~cwnada (previamente indiferente) en obligatoria (y por
derecho podría resolver un problema de coordinación» si fuera permisible para cada m- cons1gment~ hace ~?ralmente mcorrecta su omisión, que no lo era in se, pero que lo
dividuo seguir su propio juicio en lugar de las directivas de la autoridad, puesto que ello es ahora quza prohzbzta), basta recordar el concepto aristotélico de justicia legal [nomi-
«tendería a socavar el sistema de expectativas razonables de que las normas serán se- kon], «la de aqu~llo que en un pri~cipio da lo mismo que sea así o de otra manera, pero
guidas por (casi) todos, y por consiguiente la (casi) universal confianza en ellas a la h~ra un_a vez est~blecid? ya ~o da lo mismo.» (Et. Níc, 1134b 20-22), o el modo en que To-
de determinar la propia conducta»; o en Nino, Etica y derechos humanos, 2. a ed., cit., m;s ~~ Aqumo defme la Idead~ deter~ínationes (Summa Theologiae, P-Irae, q. 95, a. 2c;
p. 401, que sostiene que «un orden jurídico involucra que, al menos en algunas áreas II -II , q. 57, a. ~3). Para una Ilustrativa lectura de estas doctrinas tradicionales a la luz
de la vida social, se actúe no según el juicio de cada agente, sino de acuerdo con alguna d~ las modernas Ideas acerca de la resolución de problemas de coordinación, vid. Fin-
autoridad; esto es lo que permite satisfacer las funciones del derecho de evitar conflic- rus, Natural Law and Natural Rights, cit., pp. 281-290 y 294-295· y Postema Bentham
tos y facilitar la cooperación». and the Common Law Traditíon, cit., pp. 40-46. ' '
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JUAN CARLOS BAYON MOHINO

flexionar sobre él en términos menos intuitivos. La moderna teoría de


con arreglo .a su. propia ordenación), puesto que todos y cada uno de
juegos ha definido de forma clara y rigurosa qué es lo que~ cabe .en- l~~ agentes _Imphcados saben que la determinación de cuál sería la ac-
tender por «problemas de coordinación» y de qué modos sena posible cion conducent~ al resultado que cada uno considera óptimo depende
resolverlos. Y me parece que acudiendo a su esclarecedor aparato for- de la~ expectat~~as acerca de las elecciones de todos los demás (que
mal se puede llegar a comprender en qué sentido falla el argumento est~aran en funcwn ~~su vez de las expectativas que ellos tengan y de
raziano de la coordinación. Ciertamente se ha alegado a veces en su cual sea su ordenacwn de preferencias).
defensa -seguramente al haber tomado conciencia de _las dificultad~s
.En segundo lugar, un problema de coordinación es una situación
con las que tropieza- que en él no s~ hace uso de !a Idea .de ~oordi­ de mt~racción estratégic~ dél un tipo especial, definido porque las or-
nación «en su sentido técnico» (595), sino en un sentido ordmano que, denacwnes de preferencias de los agentes implicados no son conflicti _
en cualquier caso, está por ver en qué consist~. Pero incluso P.ara de- vas. Lo que eso quiere decir es que desde el punto de vista de todos
terminar, por contraste, cuál podría ser ese sentido, resulta preciso ~xa­ los agentes implicados se concuerda en reconocer varios de los resul-
minar en primer lugar el concepto técnico de problema de coordma- t~dosposibles como «equilibrios de coordinación», es decir, como com-
ción. . bi~acwn~s. de estrateg~as. de acción de cada uno tales que si uno cual-
En ese sentido técnico que maneja la teorí~ .de Juego~, la estruc- qme~ra hiciera algo distmto, todos saldrían peor parados (incluido
tura de un problema de coordinación. queda defimda a partir de la .con-
currencia de tres ideas (596). En pnmer lugar, se trata de una situa-
~quel) (597). !odos y cada uno de los individuos, por consiguiente, en-
henden que tienen una razón para realizar la acción que conduzca a
ción de interacción estratégica, es decir, una situación en la que se e~­
cuentra una pluralidad de personas ca?a. ':na de las cu~~es debe el~gu
uno~ de esos rest;tltados, lo qu.e .s~ignifica que consideran que tienen una
razon para reahzarla a condicwn de que todos los demás la realicen
una entre un conjunto limitado de posibilidades de accwn al~ernatlvas también.
y en la que el resultado de la acción de cada uno est~ determm~do por
cuáles sean las acciones de todos los demás: en esas circunstancias cada Por fin, en terc~r lugar, por lo que la situación representa un pro-
individuo sabe que la elección óptima para él depende de lo que sea blema es porque existen dos o más equilibrios de coordinación es de-
esperable que hagan los demás, sabiendo por otra parte que ello d~e­ c~r, por9~e hay más ~e. u~a forma de alcanzar un resultado óptimo. Si
pende a su vez de lo que ésto~~ esperen ~q';le -entr~ o!r?s- ~aga el. solo existle~e un eqmhbno d~ coordinación y cada agente conociese
En las situaciones de interaccwn estrategica cada mdividuo tlen~ su las orde~~cwnes de preferencias de los demás, todos enderezarían sin
propia ordenación de pref~re~c~as, no condiciona~a ~ la que susc~Iban mayor dificultad sus elecciones hacia la consecución de ese resultado
los demás (es decir, cada mdiVIduo ordena por s~ mismo ~el conJunto Co~o no es así, cada a~ente s~ enfrent~ con el problema de tener qu~
de todos los resultados posibles, con independ~ncia d~ .cual sea la for- elegi~ ~una entre las vanas accwnes posibles que, si fuesen realizadas
ma en que los ordenen los demás): lo.qu~ l!o es mcondiCI~~al es la e~ec­ t~b1en por to~os ~~s demás, ~~nducirían ~la consecución de un equi-
ción estratégica por parte de cada mdlVIduo de .la accwn a real~zar hbn~ ~de coordmacwn: y la dificultad radica en que A condiciona su
(i. e., la elección de la acción que conduzca al meJor resultado posible eleccwn ~lo que espera que haga B, para lo que tiene que tratar de
reproducu el razonamiento práctico de éste; pero al hacerlo se encuen-
tra con que B justamente con?iciona también su elección a lo que es-
(595) Vid. J. Raz, «The Obligation to Obey: Revision and Tradition», en N~tre ~era que haga A, para lo cual mtenta reproducir el razonamiento prác-
tico d~ A; y de ese mod.o pa.ra reproducir A el razonamiento práctico
Dame Journal of Law, Ethics and Public Policy 1 (1984) 139-155, p. 152; Id., «Fa~mg
Up: A Reply», cit., p. 1189, donde reconoce además -ibi, nota 77- que en e.scntos
anteriores él mismo se había expresado en términos que hacían pensar que maneJaba la de B hene que reproducir el mtento de B de reproducir el razonamien-
idea de «problema de coordinación» en su sentido técnico. . to práctico de A, desencadenándose de ese modo una espiral de ex-
(596) Cfr. David Lewis, Convention, cit., pp. 8-24; Edna Ullmann-Margaht, ~he
Emergence of Norms, cit., pp. 77-83; Gerald Poste~a, «Coordination and ~on~ent10n
at the Foundations of Law», cit., pp. 173-179; Leshe Green, «Law, ~o-ord~nat10n and
the Common Good», cit., pp. 301-302; Id., «Authority and Conventlon», clt., p. 332. te l.(597) Sobre la noción de «equilibrio de coordinación», vid. supra, nota 81 de la par-

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pectativas mutuas condicionadas que bloquea la elección de ambos. en una situación recurrente S es una convención si y sólo si en (casi) to-
Debe observarse, no obstante, que para que exista un genuino proble- dos los casos de S
ma de coordinación no es preciso que éste sea puro, es decir, que para 1) existe en G el conocimiento general de que
todos los agentes sea estrictamente indiferente alcanzar uno u ot~o de a) (casi) todos siguen R;
los varios equilibrios de coordinación posibles (598). Las ordenaciOnes b) (cas.i) todos esp~ran que (casi) todos los demás sigan R;
de preferencias de los distintos individuos pueden no coincidir en cuan- e) (casi) todos prefieren que cada uno siga R a condición de
to a cuál de los varios equilibrios de coordinación posibles es el ópti- que (casi) todos sigan R;
mo, pero, aun no existiendo esa coincidencia, para poder seguir ha- d) (casi) todos. pref~eren que todos sigan alguna regularidad a
que no se Siga nmguna en absoluto; y
blando a pesar de ello de la existencia de un auténtico problema de
2) (~así) todos los miembros de G siguen R en las situaciones S pre-
coordinación (en este caso, impuro) basta con que desde el punto de Cisamente porque quedan satisfechas las condiciones anterio-
vista de todos los agentes implicados la cooperación que resulta de al- res (600).
canzar uno cualquiera de los equilibrios de coordinación posibles (in-
cluso subóptimo para él) sea aún preferible a no alcanzar ninguno de Me parece que sería conveniente reflexionar ahora acerca de un
ellos (599). punto que :podría parecer. obvio, pero del cual se derivan según creo
Cuando la situación está estructurada de ese modo, lo que hace fal- consecu~ncias ~o ~an ~bvias y en cualquier caso importantes para lo
ta para superar el impasse es que alguno de los equilibrios de coordi- que a~qm s~ es!a. discutiendo. ~e refiero a la cuestión de qué razones
nación posibles adquiera ante los ojos de todos los implicados un ca- t~ndna un ~mdividu~ para segmr una convención existente o, si se pre-
rácter sobresaliente [salience], es decir, que cada uno pueda contar con fiere, de como podna ser tomada en cuenta la existencia de ésta en su
la expectativa estable de que es hacia él -y no hacia otro de los po- ra~onamiento práctico. La respuesta evidente habría de ser ésta: si
sibles- hacia el que se encaminarán los demás (guiados a su vez por existe una conv~nción a tenor de la cual lo que ha de hacerse en S
la expectativa de que todos los otros -entre los que se cuenta él- se es 0; el ~agente tiene por consiguiente razones para creer que (casi) to-
encaminan en la misma dirección). Por supuesto, dado un problema dos haran 0 en S; y hacer 0 cuando (casi) todos van a hacer 0 -y sólo
de coordinación, nada garantiza que emerja una solución de ese tipo. en ese. caso- es una forma de lograr un equilibrio de coordinación,
,,Pero con frecuencia sí se alcanza de un modo espontáneo, generándo- es decir,. una forma de. producir un resultado 0' que el agente consi-
se entonces una 1convención,¡ que podría ser definida del siguiente dera me¡or que. cualqmer otro de los resultados posibles que sean el
modo: pro?uct? de accwnes no coordina~as (i. e., del hecho de que los agen-
1
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tes Implicados no concuerden masivamente en la realización de la mis-


Una regularidad R en la conducta de los miembros de un grupo G ma acción), entonces el agente tiene una razón para hacer 0. Trasla-

(598) Sobre el concepto de problema de coordinación imp~ro vid. Lewis, Conven- . (600) Esta de.finición combina l~bremente las que proponen Postema («Coordina-
tion, cit., p. 14; Ullmann-Margalit, The Emergence of Norms, c1t., pp. 78-79 y 82; Pos- tlon and .conve?twn at the Foundatwns of Law», cit., p. 176) y Green («Authority and
tema «Coordination and Convention at the Foundations of Law», cit., p. 175. ~onventlon», clt., p. 332). Por supuesto ambos se apoyan a su vez -también con cierta
cS99) Quizá podría pensarse que si dos equilib~i~s de c?ordinació~ ~o. son estrict~­ libertad-. e? .~1 análisi.s clásico de Lewis en Convention que, tras una serie de propues-
mente equivalentes entonces, tal y como se ha defimdo que es un eqmhbno de coordi- tas ~e defimcwn ~u.c~~Iva?Iente má~ re~inadas (op._ cit., pp. 42, 58 y 76) enuncia lo que
nación, ninguno de ellos lo es verdaderamente (o quizá que al menos no lo es aquél de considera su «d~fimcwn fmal» e~ termmos algo mas complejos que los que aquí se han
los dos que sea subóptimo). Pero esa conclusión sería errónea: el ~e~ho de q~e d~sde expuesto (op .. czt., P: 78) y ~ue mc!uso han ~ido objeto ?e ulteriores matizaciones por
el punto de vista de alguien podría haber habido un ~esultado que el Juzga meJ?r SI to- parte del propiO Lew1s en algun escnto postenor: cfr. Dav1d Lewis, «Languages and Lan-
dos (incluido él) hubieran hecho algo distinto, no eqm~ale al hecho de ~u~ podna haber guage»? en K. Gunde~son (ed.), Language, Mind and Knowledge (Minnesota Studies in
habido un resultado que él juzga mejor si sólo él hubiese hecho algo d1stmto; por c?n- the Phzlosophy of Sczence, vol. VIII), (Minneapolis: University of Minnesota Press
siguiente, que un equilibrio de coordinación sea subóptimo con respecto a otro no Im- 1975), pp. 3-3?, p. 5. Para los fines de este trabajo, no obstante, esas complicacione~
plica que no sea verdaderamente un equilibrio de coordinación. pueden ser deJadas al margen.

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dado a los términos que ya se han hecho familiares en el cur~~ ~e este aquellos que perciben la situación en esos términos en virtud del con-
trabajo, la existencia de la convención (o para s~r exact?: ~1 JUICIO des- junto de razones para actuar que ellos suscriben; o bien, asumiendo
criptivo de ese hecho) interviene en su razonmmer:to ~racheo ~omo ra- el punto de· vista de éstos en cuanto a la calificación de la situación
zón auxiliar; y el agente tiene entonces una raz~n zn.dependzente del como «problema de coordinación», a todos aquellos que de hecho in-
contenido para hacer 0 (es decir, una razón que solo tiene porque h~­ teractúan en dicha situación, compartan o no ese punto de vista.
cer 0 en las condiciones antedichas es u~a forma ~e hacer o logra: 0 , Ciertamente uno y otro conjunto no tienen por qué ser coextensi-
para lo cual entiende que tiene una razon d~r:endzente del c~ntenzdo). vos. Y la dificultad, desde el punto de vista de los primeros, radica en
Pero de todo ello se desprende una concluswn sumamente ImportaJ?-- que su problema sólo se resuelve si también coordinan su conducta
te: si el agente no aceptara que tiene una razón para 0', la ~xisten~m quienes no comparten ese punto de vista (es decir, quienes no ven ra-
de la convención sería para él irrelevante desde el puJ?-to de vist~ p~ac­ zón alguna para coordinarla), pero de hecho interactúan con ellos en
\ tico. Esta última observación puede aclararse y .amphars~ d~l sigmen- la situación correspondiente (602). Por eso, aunque la convención
te modo. La coordinación de las conductas no tiene en sz mzsma v~lor constituye para quienes perciben la situación como un problema de
alguno: a lo que los agentes atribuyen valor es a lo que. se ~?nsigue coordinación una regla social «autofortaleciente» (y, como tal, no ne-
coordinándolas, al estado de cosas resultante de la coordmacwn. Eso cisitada de sanciones), es perfectamente concebible la existencia aneja
es tanto como decir que la coordinación se busca e? ~ras de un pro- de una regla social que ordene precisamente el seguimiento de una con-
pósito práctico subyacente; y, por tanto, que el segmmi~nto.de la co~- vención existente (603). Siempre desde el punto de vista de quienes
\ vención que asegura la coordinaci?J?- de las conductas solo tiene sentl- conciben la situación como un problema de coordinación, si se entien-
\~do para quien comparta ese proposito subyac~n~e (601!. de que el propósito práctico que se busca con la conducta coordinada
Podría pensarse que, tal y como se ha defimdo q~e e~ un proble- tiene valor moral (es decir, que hay una razón para realizarlo que es
ma de coordinación, por hipótesis todos los agentes Implicados o ~?­ dominante sobre las razones prudenciales de cualquiera, incluidos des-
vueltos en él comparten ese propósito subyacent~. Pero esa concl~s~?n de luego los que no la suscriben) se entenderá que hay razones para
podría resultar desorientadora, puesto que se asienta ~n una a~bigue­ tener esa regla social complementaria: mediante la amenaza de una
dad acaso no percibida acerca de qué es lo que se qmere decir al ha- reacción crítica en caso de transgresión se podría alterar el cálculo pru-
blar de «los agentes implicados» o de a.quel~~s que «son pa.rte» de un dencial de quien de otro modo no seguiría la convención porque no
problema de coordinación. Que un~ slt~~cion dada constituya ~ no
para un agente un problema de coordmacw~.. es algo que de~ende SI~m­
pre de cuál sea el contenido de su ordenacwn de preferencms.. (o, si s.e (602) Acudiendo una vez más al consabido ejemplo típico, por lo que la determi-
nación del sentido de la circulación en una calzada de dos direcciones representa un pro-
quiere, de cuál sea el conjunto de ~azo~~s par~ actuar. 9ue el s~s~n­ blema de coordinación es porque se supone que se prefiere o bien un mundo donde to-
be). Dicho de otro modo: ninguna sltuacwn de mteraccwn estrategica dos circulan por su derecha o bien un mundo donde todos circulan por su izquierda (re-
es en sí un problema de coordinación, sino que lo es desde el punto de sultándonos en principio indiferentes una y otra posibilidad) a un mundo donde de un
vista de aquellos que valoran de un determinado modo ~ada uno de modo completamente imprevisible unos circulan por su derecha y otros por su izquier-
los posibles estados de cosas resultantes .del entrecruzamiento de sus da; y la explicación evidente de esa ordenación de preferencias es que se supone que
entendemos que ceteris paribus hay una razón para hacer todo aquello que disminuya
acciones. Pero por supuesto nada garantiza que todos lo.s que de he- o elimine el riesgo de daño para la integridad física propia y ajena. Pero si un sujeto no
cho interactúan en esa situación compartan ese punto de vista. Por con- suscribiera en absoluto esa razón para actuar y, por el contrario, valorara en grado sumo
siguiente al hablar de los agentes implicad.o~ .. o envueltos. en un pro- la vivencia del peligro inherente al último de los estados de cosas mencionados, para él
blema de coordinación podemos estar refinendonos o bien a todos no existiría en modo alguno un problema de coordinación; es más, habría una razón
para no coordinar las conductas. Y el problema de todos los que sí perciben la situación
como un problema de coordinación sólo se resuelve si todos, incluidos -si es que los
(601) Insisten en ello Gans, «The Normativity of Law and Its C?-ordinative Fun~­ hay-los que piensen como este último, siguen una convención que selecciona uno de
tion», cit., pp. 342-343; y Laporta, «Etica y Derecho en el pensallliento contempora- los dos equilibrios de coordinación posibles.
neo», cit., p. 286. (603) Vid. supra, nota 277 de esta parte II.

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comparte el propósito práctico subyacente que se busca con la coordi- envuelto en un problema de coordinación e intenta resolverlo racio-
nación de la conducta; y asegurando entonces el seguimiento genera- nalmente, tiene exactamente la misma trascendencia que el hecho de
lizado de la convención (incluso por parte de quienes lo harían sólo que otros ·sigan regularmente la convención porque desarrollen un ra-
por las razones prudenciales dimanantes del funcionamiento de esa re- zonamiento práctico complejo similar al suyo (o, cabría añadir, que el
gla complementaria), quienes conciben la situación como un problema hecho de que otros más la sigan regularmente, aun no compartiendo
de coordinación ven satisfechas las condiciones de hecho que su razo- en absoluto el propósito práctico que se persigue con la coordinación
namiento práctico necesita como razón auxiliar para que la conclusión de las conductas, simplemente por razones prudenciales conectadas
del mismo sea precisamente que hay una razón para seguir la conven- con la existencia de una regla social que ordena seguir la convención).
ción. Esta observación como se verá más tarde, tiene cierta importancia a
Creo que conviene aún introducir otra complicación. Un agente la hora de dar cuenta del modo en que la autoridad podría resolver
puede estar envuelto en un problema de coordinación sin ser conscien- problemas de coordinación.
te de ello. Que lo esté, depende de la situación de interacción en la Sea como fuere, la formación de una convención es un proceso que
que se encuentra y del contenido de su ordenación de preferencias; puede resultar demasiado lento y trabajoso. Además su constitución
que sea consciente de ello, de que perciba la estructura de esa situa- puede llevar aparejada la aparición de un problema de coordinación
ción y entienda por qué representa un problema. Aparentemente una de segundo orden (605). Un problema de coordinación de orden se
convención sólo podría formarse y mantenerse entre sujetos que no define técnicamente como aquel planteado por la interpretación de ~na
sólo están envueltos en un problema de coordinación, sino que ade- convención 9ue resuelve un problema de coordinación de ordenn_ 1.
más son conscientes de ello. Pero a decir verdad, de muchas conven- Las convenciOnes no tienen una formulación verbal expresa, son sim-
ciones existentes que efectivamente resuelven problemas de coordina- plemente regularidades de conducta mantenidas en una serie más o me-
ción puede decirse que se mantienen sin que muchos de los sujetos nos larga de casos pasados análogos: pero entonces siempre cabrá
que de hecho la siguen -y que además, dada su ordenación de pre- -por lo menos en hipótesis- articular diferentes descripciones posi-
ferencias, tienen verdaderamente una razón para seguirla- lo hagan bles de. la regularidad mantenida en esa serie de casos (es decir, dife-
porque desarrollen esa compleja clase de razonamiento práctico que rentes mterpretaciones de la regularidad en la que la convención con-
intenta reproducir el razonamiento práctico de los demás que, en la siste), de cada una de las cuales quizá extraeríamos una idea distinta
versión clásica de Lewis, es requerido para la existencia y manteni- acerca de lo que ha de hacerse en el caso presente o en otros similares
miento de la convención. Probablemente, como ha subrayado Eike que.se p~antearan en el futuro. En ese caso, supuesto que para los agen-
tes 1mphcados no hay razones para preferir una u otra de esas inter-
von Savigny, con frecuencia lo hacen simplemente por hábito, por una
pretaciones, pero sí para seguir aquella que sigan los demás (porque
actitud meramente imitativa: y de ese modo, al seguir la convención,
sólo de ese modo se alcanza un equilibrio de coordinación), queda
no es que en sentido estricto resuelvan racionalmente su problema,
planteado para ellos un problema de coordinación de segundo orden.
sino que más bien lo evitan (604). Hacen lo que realmente tienen una
~- ___:e_QL!.~E.2 __ ~-~!~_}a directiva de una autoridad puede ser una forma~-l'
razón para hacer, pero no por las razones que tienen para hacerlo.
¡ comparatlvamente ..inlicho más eficaz de resolver un problema de coor- \
Pero en cualquier caso, que regularmente lo hagan es un hecho que,
en el razonamiento práctico del agente que sí es consciente de verse
f dinación: re.sult.a/ incontestabl.e/mente más rápida y económica (puesto \¡
'--q_ue la constltucwn de la solucwn del problema no va precedida del cos~
te que representan un cierto número de interacciones previas en las
(604) Vid. Eike von Savigny, «Social Habits and Enlightened Cooperation: Do Hu-
mans Measure Up to Lewis Conventions?», cit., especialmente pp. 81-85; y Tyler Bur-
ge, «Ün Knowledge and Convention», en Philosophical Review, 84 (1975) 249-255, que (605) Sobre la idea de «problema de coordinación de segundo orden», vid. Ullmann-
afirma muy gráficamente que «[l]a estabilidad de las convenciones no queda salvaguar- Margalit, The Emergence of Norms, cit., p. 87; Postema, «Coordination and Conven-
dada sólo por el autointerés esclarecido, sino también por la inercia, la superstición Y tion at the Foundations of Law», cit., p. 178; Green, «Law, Co-ordination and the Com-
la ignorancia» (p. 253). mon Good», cit., p. 302.

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que el esfuerzo por buscar la coordinación de la conducta .-a través dinación, dirigiéndolas precisamente hacia la acción prescrita. Si un
de un proceso colectivo de prueba y error- aún resulta fallido); como agente implicado en un problema de coordinación tiene razones para
esas directivas tienen una formulación expresa, resulta más improba- creer que (casi) todos los demás harán precisamente lo que la autori-
ble -aunque es posible- que surjan problemas de coordinación de dad ha ordenado y ello conduce a un equilibrio de coordinación, en-
segundo orden; y si las directivas de la autoridad integran un sistema tonces tiene razones para realizar el contenido de esa directiva. Pero
institucionalizado -es decir, si existe un conjunto de órganos aplica- adviértase que en ese caso la resolución del problema depende de la
dores que emiten pronunciamientos acerca del sentido que ha de dar- eficacia causal de la directiva de la autoridad en cuanto a la modifica-
se a esas directivas y a los que a su vez se considera revestidos de au- ción de las expectativas de los agentes implicados: la emisión de la di-
toridad-, los hipotéticos problemas de coordinación de segundo or- rectiva puede cambiar el contexto del problema (i.e.; el entramado de
den que a pesar de todo pudieran plantearse encontrarían una vía de expectativas relevantes); y sólo cuando efectivamente lo cambia se ten-
¡·,-resolución igualmente rápida y eficaz. Ahora bien, lo que hay que ex- dría una razón para realizar el contenido de la directiva (607).
/ plicar con cuidado es de qué modo o en virtud de qué se supone que De una explicación como ésta se siguen dos consecuencias impor- _
/ una directiva de la autoridad puede proporcionar la solución de un pro- tantes. La primera, que el agente que hace lo que la autoridad ha or-
\ blema de coordinación. denado porque de ese modo queda resuelto un problema de coordi-
\__ En realidad creo que sólo hay una explicación aceptable. Los pro- nación no suspende ni posterga en absoluto su propio juicio, ni consi-
blemas de coordinación pueden resolverse cuando uno de los equili- dera la directiva de la autoridad como una razón protegida (608). En-
brios de coordinación posibles adquiere por cualquier motivo un ca- frentado al problema de coordinación, el agente simplemente tiene ra-
rácter sobresaliente [salience] respecto del resto, de manera que atrai- zones para realizar aquella acción que previsiblemente realizarán tam-
ga hacia él las expectativas de todos los agentes implicados. Cada agen- bién los demás (y su dificultad, común al resto de los implicados, re-
te repara en ese carácter singular; confía en que los demás reparen tam- side en identificarla) y ninguna razón en absoluto para realizar el res-
bién en él; confía en que los demás confiarán en que él haya reparado to de acciones posibles. Si tras la emisión de la directiva tiene razones
también en ello; confía en que los demás confiarán en que el confíe para creer que lo que los demás harán es lo que ésta ordena, entonces
en que ellos habrán reparado también en aquel carácter singular, es sin duda su propio juicio el que le dice que, meramente con arreglo
etc (606). Que uno (y sólo uno) de los equilibrios de coordinación po- al balance de razones de primer orden existentes -tomadas en cuen-
sibles adquiera un carácter sobresaliente significa en suma que cada ta, eso sí, todas las razones auxiliares relevantes-, tiene una razón
uno de los agentes tiene razones para creer que todos los demás en- para realizar el contenido de esa directiva. No hay ninguna razón para
caminarán sus acciones hacia él (y de ello deriva su razón para tomar actuar que la directiva de la autoridad «excluya», ni razón alguna para
también el mismo rumbo). La existencia de una convención implica que el agente «suspenda» su propio juicio acerca de lo que resulta en
precisamente que uno de los equilibrios de coor?inació~ posibl~s q~e- ese caso del balance de razones: lo único que hay es una modificación
1--da dotado establemente de un carácter sobresaliente. SI una duectlva (sumamente relevante) de los hechos que, como razones auxiliares,
\ de la autoridad puede resolver también un yroblema de c?~ordinación, condicionan la conclusión del razonamiento práctico del agente; o, si
' habrá de ser entonces a) porque ordena eJecutar una acc10n cuya rea- se quiere, una nueva razón de primer orden (independiente del con-
lización por parte de todos representa uno de los equilibrios de coor- tenido) que el agente tiene ahora en virtud de las nuevas circunstan-
dinación posibles; y b) porque su emisión dota a ese equilibrio de un cias que, eventualmente, ha producido la emisión de la directiva (y
carácter sobresaliente del que carecen los demás. Dicho con otras pa- que, ceteris paribus, no tendría en caso contrario). Las ideas de «ra-
labras: porque el hecho de que la autoridad emita esa directiva modi- . zón excluyente» o de «suspensión del propio juicio» no encajan en la
' fica las expectativas de los agentes envueltos en un problema de coor-
L_____ _
(607) Una explicación de este tipo ha sido propuesta por Donald H. Regan, «Law's
Halo», cit., pp. 16-20; Id., «Authority and Value ... », cit., pp. 1024-1028.
(606) Cfr. Lewis, Convention, cit., p. 35. (608) Cfr. L. Green, «Authority and Convention», cit., pp. 339-340.

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estructura de un problema de coordinación; y por consiguiente su so- gumento según el cual para que la autoridad pueda resolver proble-
lución no exige que los individuos acepten una autoridad como legíti- mas de coordinación es condición indispensable que sus directivas se
ma en el sentido preciso que propugna la concepción standard. consideren razones protegidas. Raz, sin embargo, ha planteado en con-
La segunda consecuencia implícita en esta explicación es que si la tra de ella u_na objeción que en su opinión resulta decisiva y que se
directiva de la autoridad no consigue producir esa modificación del en- centra en la Idea de que un razonamiento práctico desarrollado en los
tramado de expectativas de los agentes, no hay ninguna razón para rea- términos _que acaban de reseñarse resultaría auto-frustrante en el pla-
lizar su contenido. Es más, puede haber razones para no realizarlo si no colectivo (de manera que quien lo suscriba estaría razonando como
.· previsiblemente los demás van a ejecutar una acción distinta (porque un «polizón cognitivo» [cognitive free-rider]) (610). A un agente que
~_~haciendo caso omiso de esa directiva van a seguir una convención exis- se enfrenta a un problema de coordinación y que tiene razones para
tente, porque van a seguir directivas distintas emitidas por otra fuen- creer que el grueso de sus conciudadanos cumolirá la directiva de la
te, etc.) (609). Seguramente el hecho de que una autoridad esté resol- a_utoridad (que apunta hacia uno de los equilibri~s de coordinación po-
viendo eficazmente problemas de coordinación -porque consigue mo- sibl~s) le resulta muy fácil concluir que también él tiene una razón para
dificar las expectativas de los agentes- es una razón para no intentar realizarla; y para llegar a esa conclusión ciertamente le basta apoyarse
resolver esos mismos problemas de otro modo, es decir, para no in- en un predicción -fundamentada- acerca del comportamiento de los
terferir en su papel de coordinador, puesto que de ese modo podría d~má~, si~ necesidad de aceptar e~ modo alguno que debe cumplir la
provocarse una desorganización de las expectativas que diera al traste ~1rect1va Simplemente porque ha _sido dictada por una autoridad legí-
con cualquier posibilidad real de resolver el problema. Pero en cual- ~~~~ a la que debe ob~~ecer con mdependencia de cuál sea su propio
quier caso se mantiene la conclusión de que si las directivas con las JUICIO acerca de los mentos del caso. Ahora bien, la falacia inherente
que la autoridad pretende resolver problemas de coordinación no son a esta forma de razonar residiría según Raz en que la situación se ha
causalmente eficaces en la generación de expectativas, falla el presu- planteado en unos términos en los que el agente que razona y todos
puesto a partir del cual existen razones para realizar su contenido; y los demás (acerca de cuyos comportamientos alberga el primero de-
ciertamente el nexo entre la emisión de la directiva y la generación de terminadas expectativas) no están emplazados simétricamente. En el ra-
las expectativas no es analítico (y por tanto necesario), sino empírico zonamiento de aquél ya se da por supuesto que previsiblemente los de-
(y por ende obviamente contingente). más cumplirán la directiva, pero el problema estriba precisamente en
En suma, si esta explicación es correcta quedaría desmontado el ar- determinar qué es lo que le permite creer tal cosa. Y en opinión de
Raz hay una única respuesta posible: sólo puede ser el hecho de que
los demás acepten las directivas de la autoridad como razones prote-
(609) Ello quiere decir que el tipo de actitud del agente racional frente a las direc-
tivas de la autoridad respondería a lo que apunta R.P. Wolff: «Si alguien a mi alrede- gidas, es decir, entiendan que tienen una razón para cumplirlas no
dor emite lo que se pretende que sean mandatos y si él u otros esperan que tales man- como resultado de un razonamiento práctico similar al suyo -lo que
datos sean obedecidos, este hecho será tomado en cuenta en mi deliberación. [... ]Por presuntamente sería imposible porque nos haría desembocar en una ex-
ejemplo, si estoy en un barco que se hunde y el capitán se encuentra dando órdenes plicación circular-, sino simplemente porque aceptan que se debe
para tripular los botes salvavidas y si todos los demás obedecen al capitán porque es el
capitán, puedo decidir que en esas circunstancias es mejor hacer lo que él dice, puesto
obedecer a la autoridad legítima con independencia de su propio jui-
que la confusión que causaría desobedecerle sería generalmente perjudicial. Pero, en cio acerca de lo que resulta en cada caso del balance de razones. Por
tanto que yo tomo tal decisión, no estoy obedeciendo su mandato; esto es, no estoy re- consiguiente, para que a un agente le sea posible concluir que tiene
conociéndole como teniendo autoridad sobre mí. Yo tomaría esta decisión exactamente una razón para realizar el contenido de la directiva a partir de la pre-
por las mismas razones si uno de los pasajeros hubiera comenzado a dar órdenes y hu-
visión de que será cumplida por los demás, resultaría indispensable
biera logrado, en la confusión, ser obedecido.» (In Defense of Anarchism, cit., pp. 15-16;
la cursiva es mía). También D.H. Regan entiende que en sentido estricto no sería apro-
piado hablar de «Obediencia» cuando, a partir de un razonamiento semejante, un agen-
te realiza el contenido de una directiva de la autoridad: cfr. Regan, «Authority and Va- . , (610) Y~d. J. ~az, «Facing Up: A Reply», cit., pp. 1188-1189. Sobre la idea de «po-
lue ... », cit., p. 1029. hzon cogmtrvo», vrd. supra, nota 487 de esta parte II y el texto al que acompaña.

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que éstos no razonen en los mismos términos que él; y por tanto que- cajaría en la estructura de la situación (612). Pero lo que yo pretendo
daría demostrado que para que la autoridad pueda resolver un proble- sostener no es 9ue 1~ ~razón del agente que se ve envuelto en un pro-
ma de coordinación es necesario que la generalidad de los individuos blema de coordmancw~ para hacer lo que ordena la directiva que pre-
considere sus directivas como razones protegidas. tende res?l~erlo sea evita_r la imposición de una sanción (lo que desde
··· Esta réplica, sin embargo, no me parece convincente. Creo que luego sena mcorrecto), smo que el hecho de que la autoridad cuente
cada agente puede tener razones para creer que cuando una autoridad en exclusiva con la capacidad de imponer sanciones es un dato funda-
de Jacto -como la autoridad estatal- ha emitido una directiva que ment~! a los ojos?~ cada agente para considerar que una determinada
pretende resolver un problema de coordinación, previsiblemente los solucwn ha adqmndo un caracter sobresaliente a raíz de la emisión
demás la cumplirán; que sus razones para creerlo no tienen que estar por par.te ~~un~~ autoridad d~ un~ directiva con ese contenido (613).
basadas en la presuposición de que los demás aceptan las directivas de ~ ~a JUStlficacwn de esa tesis discurre a mi juicio en los siguientes
la autoridad como razones protegidas; y que no hay ningún obstáculo
lógico para que un razonamiento semejante pueda ser desarrollado a
termmos. l!?agente que. ~nt~ende que t~ene una razón para procurar
la consecucwn de un eqmhbno de coordmación sabe que puede haber
la vez por todos los agentes implicados (lo que es tanto como decir agentes -con los que habrá de interactuar en las situaciones corres-
que no resulta colectivamente auto-frustrante). Antes apunté que si pondientes- que no comparten el propósito práctico en aras del cual
una directiva emitida por una autoridad de Jacto logra resolver un pro- se bu~ca la coordinación, que no atribuyen valor a lo que se consigue
blema de coordinación, ello habrá de ser porque ordena una acción coordmando las con~uctas; sabe también que puede haber otros agen-
cuya realización por parte de todos supondría un equilibrio de coordi- tes que; aup ~ompa~tlendo ese propósito subyacente y no teniendo por
nación y porque ese equilibrio, en virtud de la emisión de la directiva, tanto nm?un .I?cent1vo para apartarse unilateralmente de un equilibrio
queda dotado ante los ojos de todos los agentes implicados de un c~­ de coordmacwn, pueden no ser conscientes de ello porque no perci-
rácter sobresaliente del que carecen los demás. Lo que hay que expli- ban adecuadam~nte la estructura de la situación en la que están en-
car ahora con mayor detalle es por qué quedaría dotado de ese carác- vueltos; ~~sabe fmalmente que si una y otra clase de agentes no ajus-
ter sobresaliente. tan tambzen su ~onducta a una pauta general uniforme -los primeros,
Me parece que la explicación correcta tiene que ver en gran me- porque no considera? que tenga~ una razón para hacerlo; los segun-
dida con el hecho de que la autoridad de Jacto concentre el (cuasi) mo- dos, porque no. perciben que la tienen-, la resolución del problema
nopolio de la fuerza y cuente con la capacidad (creíble) de imponer se torna Imposible. Por comodidad, llamaré agentes de la clase A a
sanciones en caso de incumplimiento de sus directivas (y con el cono- aquellos que aceptan una razón para procurar la consecución de un
cimiento que todos tienen de esas circunstancias) (611). A veces se ha equilibrio de coordinación y entienden adecuadamente la estructura
sugerido que cualquier explicación de cómo se resuelve un problema de la situación; agentes de la clase B a los que no suscriben esa razón·
de coordinación que apele a la idea de la imposición de sanciones anda y agentes de la clase Ca quienes la suscriben, pero no son consciente~
sustancialmente desencaminada, porque los sujetos que se ven envuel- de verse envueltos en un problema de coordinación. Ahora bien, si
tos en un problema de esa clase no tienen por definición ningún in-
centivo para apartarse unilateralmente de su solución que deba ser con-
trapesado mediante la amenaza de una sanción (i. e., se «castigarían . (6_12) La idea está expresada e~~ claridad por Lewis: «[las] sanciones son superfluas
SI esta~ de acuerdo con la con:~ncwn, resultan superadas si van en contra de ella y en
a sí mismos» con el mero hecho de apartarse del equilibrio de coordi- c.ualqu~er. caso no resultan decisivas ... » (D. Lewis, Convention, cit., p. 48). En un sen-
nación obtenido), de manera que, dado el carácter autofortaleciente tido Simila~, cfr. L. Green, «Law,. Co-ordination and the Common Good», cit.,
de las normas de coordinación, la idea de sanción simplemente no en- PP· 316-3~2, Y Edna Ullmann-Margaht, «Is Law a Co-ordinative Authority?», en Israel
Law Revww, 16 (1981) 350-355, p. 354.
(613) Lo su~iere Ullmann-Margalit, The Emergence o.f Norms, cit., pp. 77, 99 y 120,
(611) Vid. una decidida -y en mi opinión sugerente- defensa de esta idea en
au~que no exphca con detalle de qué modo contribuirían las sanciones a hacer sobre-
Ch. Gans, «The Normativity of Law and Its Co-ordinative Function», cit., pp. 342 Y
344-345.
sal~entes los equilibrios seleccionados por las normas de coordinación que emite la au-
tondad que es capaz de aplicar dichas sanciones.
670
671
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
una autoridad de Jacto ordena la realización de una acción cuya eje-
cución generalizada representaría uno de los equilibrios de coordina- ción de la conducta tendrá una razón de primer orden (e independien-
ción posibles y además refuerza esa directiva con la amenaza de una t~ del contenido) para realizar la acción ordenada. Y aunque en la prác-
sanción en caso de transgresión, en circunstancias ordinarias (614) ese tica es muy probable que muchos agentes obedezcan a la autoridad sim-
equilibrio de coordinación adquiere de inmediato un caracter sobresa- plemente «porque es la autoridad» -con la fortuna en algunos casos
liente sobre el resto de equilibrios posibles: porque un agente de la cla- de que esa actitud irracional les permite sin embargo sortear proble-
se A sabe entonces que tiene una razón para creer que si hay suje.tos mas de coordinación que verdaderamente tenían una razón para in-
de las clases B y C (eventualidad que en principio no puede ex~l.mr), tentar resolver-, la explicación de cómo en circunstancias ordinarias
la generalidad de ellos realizará la acción conducente a ese eqmhbno la ~misión de la directi~a consigue modificar el entramado de expec-
-por razones estrictamente prudenciales-, y que no existe una razón tativas relevantes no exige conceptualmente presuponer que los indi-
semejante para creer que se encaminarían masivamente hacia algún viduos son irracionales, ni que consideren las directivas de la autori-
otro de los equilibrios posibles; y como puede presumir además que dad como razones protegidas, ni nos hace desembocar irremisiblemen-
cualquier otro agente de la clase A reparará ~gualm~nte en qu.e sól? te en un círculo vicioso.
respecto de ese equilibrio concurre esa garantm relativa a las disposi-
ciones de conducta de los eventuales agentes de las clases B y C (y pre- Me parece que la idea intuitiva de que la resolución de los proble-
~~s. de coordinació~ re.quería la suspensión o postergación del propio
sumirá que a su vez él ha reparado en ello, etc.), cada uno de los agen-
JUICIO -y, por consigmente, la aceptación de las directivas de la au-
tes de la primera clase tiene razones para creer que el resto de los agen-
tes de esa misma clase encaminará sus acciones hacia ese equilibrio, y toridad como razones protegidas- partía en realidad de una visión
precisamente obtendrá de ello su razón para se.guir él e.se mismo rum- errónea de la estructura de esa clase de problemas. La imagen implí-
bo (sin que la interdependencia de sus expectativas eqmvalga en modo cita era la de una pluralidad de individuos cada uno de los cuales tiene
alguno a desembocar en una explicación circular). un juicio formado acerca de lo que se ha de hacer, pero que advierten
Quizá sería conveniente resumir brevemente las conclusiones al- que cuando cada uno sigue su juicio todos están peor, y que por con-
canzadas. Una autoridad de Jacto puede resolver un problema de coor- sigui~nte reparan en la racionalidad de postergar el juicio propio y de 1
dinación emitiendo una directiva reforzada por la amenaza de impo- segmr en su lugar una orientación común (la directiva de la autori-/
sición de una sanción en caso de transgresión. Que lo resuelva, depen- dad). Pero lo característico de un problema de coordinación es preci~
de de su eficacia causal en cuanto a la modificación de las expectativas samente que los individuos no aciertan a formar un juicio acerca d¿
de los agentes implicados. Cuando efectivamente consigue transfor- que acción realizar: sí tienen un juicio formado acerca de qué resultai
marlas (canalizándolas hacia el contenido de la directiva), todo agente dos .se ha de procurar .conseguir, pero justamente no saben qué accióri ,
que comparta el propósito práctico que se persigue con la coordina- reahzar para consegmrlos, porque carecen de una expectativa fiable·
acerca de qué acciones es previsible que realicen los demás. Por eso,
el elemento causalmente capaz de canalizar y clarificar las expectati-
(614) Es decir, si esas sanciones son suficientes ~ara alterar el cálculo.~ru.dencial de vas relevantes -ya sea una convención o una directiva de una autori-
los que pudieran tener un incentivo para apartarse unilateralmente del eqmhbno de coor-
dinación; si la probabilidad de eludir dichas sanciones es baja; y si no hay razones pa~a
dad ~e fa~t?-, lejos de constituir una razón para no actuar según el
creer que previsiblemente la mayor parte de los individuos harán algo distinto (p. eJ., prop10 JUICIO acerca de lo que resulta del balance de razones, lo que
porque harán caso omiso de la directiva y seguirán una convención existente, o po~que hace es generar el estado de cosas que, como razón auxiliar, permite
seguirán las directivas emitidas por otra fuente rival, etc.). Nótese que, dado que la Idea a cada individuo formar su juicio acerca de qué acción tiene una razón
misma de que alguien dispone de autoridad de jacto implica que generalmente esas con-
para realizar. Y si, por los motivos que sea, el agente tiene razones
diciones suelen quedar satisfechas, si el agente no tiene la certeza de que realmente lo
están en un caso concreto -lo que desde luego es bien distinto de decir que tiene la para creer que la directiva de la autoridad no ha sido causalmente efi-
certidumbre de que no concurren- aún podría manejar en su razonamiento práctico caz para generar las expectativas requeridas, entonces no tiene ningu-
una regla indicativa al respecto. na razón para realizar su contenido (ni para limitarse a obedecerla pos-
tergando su juicio de que no tiene ninguna razón para hacerlo). El ar-
672
673
por lo que hace. a los sistemas jurídicos, es evidente que muchas de las
n?rm~~ que lo m~egra.n _no resuelven en absoluto problemas de coor-
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

gumento de la coordinación, por consiguiente, tampoco sirve para de- dm~ciO~ ..Aun as.I, qmza no carezca de interés explorar alguna estra-
mostrar que podría ser racional aceptar una autoridad como legítima t~gia teonca destmad.a a extender o amplificar las consecuencias prác-
en el sentido preciso propugnado por la concepción standard (615). ticas que puedan denvarse de la capacidad del derecho para resolver
problemas de coordinación.
Adviértase, sin embargo, que sí nos muestra de qué modo la emi-
sión de una directiva por parte de la autoridad podría crear una nueva u.na de esas estrategias es la siguiente: cuando las directivas de la
razón para actuar (de primer orden e independiente del contenido), es autondad resuelven un problema de coordinación, la razón para obe-
decir, de qué modo el ejercicio de la autoridad puede resultar relevau: decerlas es que de e.se modo se alcanza el beneficio compartido ue
.te desde el punto de vista práctico (quedando refutada entonces la te- representa la o~tenc1ón de un equilibrio de coordinación (razó q -¡/
~ de la no diferencia). La mucha o poca trascendencia de esta con- como ya se ha_ d.1cho, ~ól? existe desde el punto de vista de quie: e~~~ ~/
clusión, de todas formas, dependerá de hasta qué punto la resolución parta e~ prop~slto practico subyacente a la coordinación de las con- '
de problemas de coordinación sea un cometido relativamente margi- ductas), pe~o mcluso en aquellos otros casos en los que las directiva;-~
nal del ejercicio de la autoridad (y en particular, para lo que aquí nos d.~ la a~t~r~dad no resuelvan directamente un problema de coordina-
interesa, de los sistemas jurídicos) o, por el contrario, precisamente cwn ex1st1na también. una razón para obedecerlas , a saber , no mmar ·
una de sus razones de ser o funciones típicas (616). En mi opinión, y o comprometer me d1ante la desobediencia a sus mandatos su capaci-
dad de actuar como coordinador en los casos del primer tipo (617). El
(615) Joseph Raz ha propuesto sin embargo un último argumento dirigido a demos- argumen~o s~ _basa e~tonces en distinguir entre los diversos problemas
tar que en aras de la coordinación sería racional para un individuo postergar su propio de coordmacwn partzculares que la autoridad puede resolver y el ma-
juicio y aceptar las directivas de la autoridad como razones protegidas (vid. J. Raz, «Fa-
cing Up: A Reply», cit., p. 1192; Id., «Rethinking Exclusionary Reasons», cit., p. 195).
Cuando hablamos de «problemas de coordinación» en el sentido técnico que maneja la los sistemas jurídicos ha sido sostenido por John Finnis, Natural Law and Natural Ri hts
teoría de juegos, viene a decirnos Raz, se presupone que los individuos son conscientes apartad~s VI.8 Y IX.1; Id., «The Authority of Law in the Predicament of Con te! 0 ~
de la estructura de la situación en la que se ven envueltos. Pero que exista esa cons-
ciencia, más que ser una parte del problema, sería ya una parte de su solución. Según
~~i 1~~CI~ Theory», en.N_otre Dame Journal of Law, Ethics and Public Policy 1 (19~4)
. - . sta .t~sls sus~lto la pront~ réplica de Raz -<<The Obligation to Ob~y: Revi-
Raz, lo que sucede realmente es que con frecuencia -y especialmente cuando andan SIO~ _and Tra.dltiOn», clt.-, para qmen las normas que resuelven roblem ·
en juego razones morales, i. e., cuando un estado de cosas moralmente óptimo sólo pue-
de alcanzarse coordinando las conductas- los individuos no tienen una conciencia clara
~~n con~Ituy~n un conjunto reducido dentro de los sistemas Jurídicos a~u~e :~so~~~
a ares. e to ?~modo~ .debe recordarse que con esta tesis Finnis no retend _
de que las razones para actuar que aceptan y la estructura de su interacción con los de- tuar una ~onstataci?n empmca a partir de la observación de los sistemas ~urídico~ ~~:e_
más les hace estar inmersos en un problema de esa clase. Y cuando un agente intenta :en~e e~1stentes, smo senalar una característica relativa a lo que denomi~a el signif 1_
determinar por sí mismo si existe o no un problema de coordinación y en qué.términos o« oca» del concepto de derecho -cfr. Finnis, Natural Law and Natural Ri ht I~a
está planteado, tropieza con la doble dificultad representada por la limitación de sus co- ~P· 9-11 y 276-277-, al que reconoce que pueden hallarse más , g. s, Cl .,
Sistemas jurídicos reales. En mi opinión, matizaciones de esa claseod~:~~! p~~: :~~l~~:
nocimientos y por la existencia de costes de· decisión; esas dificultades le hacen cons- 1

ciente de que su juicio acerca de si verdaderamente existe un problema de coordinación -como ha hecho Ruth Gavison, «Natural Law, Positivism and the Limit! of J ·
que resolver es falible; y si tiene razones para creer que la autoridad es capaz de deter- d~nce:. A Modern Round», en Y ale Law Journal, 91 (1982) 1250-1273- 1 unsp~u­
minarlo con mayor acierto que él mismo, entonces tiene razones para postergar su pro- l~Is a~tlcula realmente en Natural Law and Natural Rights no obsta ¡ue o .que Fm-
pio juicio al respecto y aceptar las directivas de la autoridad como razones protegidas.
De lo que se trata, como se ve, es de reconducir el argumento de la coordinación al ~:~c~~ e:e c~e~t~~r~~r:!t~:0r~:~iddad unha teoría m~ra! (que ,;er~a en gr:~ p:r~~~~~;c:p;~
erec o y en que Circunstancias cabe co 'd 1
ámbito del argumento de la pericia, que ya nos es conocido. Pero, como se e,xpuso en
su momento, a mi entender la idea fracasa porque el argumento pericial sólo puede jus-
j~;~~~~~ 1obli~atorio),. no(una teoría d~l derecho que, como tal, sea rival~~~ ;~:i~i~i=;
. :. o mismo opma aunque, a diferencia de Gavison, encuentra en ello un de , _
tificar la adopción de una regla indicativa, no la consideración de las directivas de la au-
toridad como razones protegidas. ~~~ ~~~fw~ 0foe(1;;3)g~iJo~~~~0~nd the Problem of Definition», University of Chic:;o
(616) Que la resolución de problemas de coordinación -o mejor, del macro-pro- . (617) Para u?a defens~ ex~licíta de este argumento, vid. Ch. Gans «The N ·_
blema de coordinación representado por tener que elegir entre los varios marcos (con- VIty of Law and Its Co-ordmative Function», cit.' p. 338. ' ormatl
juntos de reglas e instituciones) que son igualmente permisibles a tenor de las «exigen-
cias básicas de la razonabilidad práctica», pero entre los cuales la instauración efectiva
de uno es un requisito para la obtención del «bien común»-- es un cometido típico de
675

674
JUAN CARLOS BAYON MO HIN O

ero-problema de coordinación genérico que r~p~esentaría co~~~r con


una autoridad (o, si se quiere, con un procedimiento de de.c;s10n co- nación genérico que representaría la existencia misma de una autori.:
lectiva) que sea capaz, entre otras cosas, d~ aportar la soluc10n de los dad me parece bastante discutible. En realidad el paralelismo es en-.
problemas de coordinaqón particulares. La Idead~ ,que conta.r con una gañoso, porque en el caso de los problemas de coordinación particu-
autoridad o con un procedimiento estable de deciSIOn colectiva, cons- lares que resuelve una directiva de la autoridad la consecuencia inme-
tituye en ~í un macro-problema de coordinación genérico (~egurai?~?­ diata de no realizar el contenido de dicha directiva es la pérdida del
te impuro)) (618) se basa en la presunción de ~u e cualqmer decision beneficio resultante de la coordinación (nadie gana apartándose uni-
común al respecto es mejor que no alcanzar mng.una en absolut~ (y lateralmente de lo que desde su punto de vista constituye un equili-
ello aunque las diferentes decisiones comunes posibles no se conside- brio de coordinación); y para que cupiese sostener algo parecido en
ren en modo alguno indiferentes entre sí). Así que, como se. ve, c.o~ relación con el macro-problema de coordinación genérico que repre-
esta estrategia teórica no se está ha~ie.ndo más que reproducir'. q~Iza senta tener una autoridad o un procedimiento estable de decisión co-
bajo un ropaje verbal novedoso, el v~eJ~ ~rgumento.del ~~~!!!~g~!E:~~n­ lectiva habría que suponer igualmente que la consecuencia inmediata
to del orden (619), que siempre ha msistldo en la Idea ?e que tener de cada acto de desobediencia a una directiva cualquiera de la autori-
uñ.'p'focedilliiento asentado de decisión social. que func10~e estable- dad es la puesta en peligro del beneficio compartido que representa
mente representa ya en sí mismo un valor con mdepende~cm d~l co.n- tener una autoridad. Pero obviamente, como se ha señalado con fre-
/tenido de las decisiones que se adopten. Y enfo~and.~ la exi~t~ncia mis- cuencia (620), una conclusión semejante constituiría una exageración
: ma de autoridades como un problema de coordmaci~n genenco ~ p:e- melodramática de la incidencia causal de cada acto de desobediencia
liminar presuntamente se habría demostrado que ex1st~ un~ razon m- sobre las posibilidades mismas de conservación del procedimiento es-
' dependiente del contenido para obedecer todas sus. du~~tlvas, ~anto table de decisión colectiva. Lo que sucederá en realidad es que esa in-
~~ las que resuelven directamente problemas de coordmac10n partlcula- cidencia causal será mayor o menor (o incluso nula) según los supues-
/ res, como las que no lo hacen (con la diferencia de que en el cas~ de tos, y que el argumento valdrá especialmente para los actos de deso-
las primeras la razón sería doble: r~~olver el problema de coordma- bediencia a normas que desempeñen un papel especial en cuanto a la
ción particular y no socavar la soluc10n del macro-problema ~e coor- conservación misma del sistema, lo que desde luego no siempre es el
dinación genérico; mientras que en el caso de las segundas solo con- caso. Y aun así (i. e., supuesta esa incidencia causal), para poder de-
curriría esta última). cir que a partir de consideraciones de esta clase podrían existir razo-
Ahora bien, la extrapolación del análisis de los problemas de coor.- nes (de primer orden e independientes del contenido) para obedecer
dinación particulares al caso del presunto macro-problema de coordi- las directivas de una autoridad, hay que presuponer que quedan satis-
fechas dos condiciones: la primera, que el orden existente es moral-
(618) Sobre el concepto de «problema de coor~inación impuro» vid. supra, notas mente preferible al estado de naturaleza, a la ausencia total de auto-
598 y 599 de esta parte II y el texto al que acampanan. . . ridad (lo que, si bien será bastante fácil que suceda, no creo que pue-
(619) Aunque podrían traerse a colación múltiples eJemplos~ s1r:a como muestra de da darse por sentado meramente por definición, sea cual sea -literal-
este argumento lo que afirma Neil MacCormick (en «Legal Obh~at10~ and t~: Impe:a- mente- la clase de orden del que estemos hablando); y, satisfecha esa
tive Fallacy», cit., p. 129): «[ ... ] puede decirse que ~ncl.u~o lo mas od1osos SlSlemas J~­
rídicos son vinculantes en tanto subsistan [... ] Esto s1gmflca que hay al menos una obli-
primera condición (que ciertamente pasarán gran parte de las autori-
gación moral prima facie de cumplir el dere~ho [ ... ].Por. malas que sean las ley.es, q~e dades posibles), que la consecuencia previsible del derrumbe del or-
sean vinculantes en el sentido mínimo menciOnado 1mphca que aseguran la ex1ste~c1a den existente a causa del socavamiento producido por la desobedien-
de algún tipo de orden en la sociedad. Y en conjunto el orden es moral~e,n~e prefenble cia sería la recaída prolongada en el estado de naturaleza, y no su pron-
al desorden. La promoción del desorden es pri~~ facie moralm.ente 11íc1ta [~ mora:
wrong]». Para una defensa más reciente de este v~eJO argume~to VI~. A Peczemk, «Le
gal Reasoning as a Special Case of Moral Reasomng», en Ratw Iurzs, 1 (1988) 123-136, (620) Vid. por ejemplo, J. Raz, La autoridad del Derecho, cit., pp. 298-299; Id.,
p. 133 .' Id ., On Law and Reason (Dordrecht/Boston/London: Kluwer, 1989), The Morality of Freedom, cit., pp. 101-102; Ph. Soper, A Theory of Law, cit., pp. 60-61;
pp. 242-245. W. Nelson, La justificación de la democracia, cit., p. 206; Leslie Greeri, «Law, Legiti-
macy and Consent», en Southern California Law Review, 62 (1989) 795-825, p. 806.
676
677
ta sustitución por un orden moralmente preferible (621) (condici~n LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
que, a mi entender, quedará satisfecha con mucha menor frecuencia
que la anterior). F~n.a~mente, me parece. que ~a conclusión que acaba de apuntarse
.. ··· De las consideraciones precedentes se desprende, a pesar de todo, permltina sostener que un JUez twne más razones morales para aplicar
i que el valor inherente a la estabilidad y conservació~ de un orde~ que las normas de un sistema jurídico de las que puede tener un ciudada-
sea globalmente justo -i. e., que esté cercano a satlsface.r la «tesi~ de no -que sea destin~tario de las mismas- para cumplirlas. Aunque
la dependencia>>- constituye una razón de primer orden (mdependien-
muchas veces se admite ~al cosa~ la explicación de por qué sería así sue-
te del contenido) para obedecer las normas que lo integran cuando el
le buscarse por un cammo eqmv?cado. ~on frecuencia se aduce que
tipo de norma de que se trate y las circunstancias que concurran en el
caso sean tales que verdaderamente pueda decirse que la desobedien- las r~zones mo~ales suplementanas del JUez para aplicar las normas
cia a las mismas tendría incidencia causal (negativa) sobre sus posibi- del sistema denvan del hecho mismo de haber aceptado voluntaria-
lidades de conservación. En cualquier caso se trataría de una razón de n:ente ocupar ese puesto, o de haber manifestado al ocuparlo -me-
~Ia~te la prestación de un juramento o de una promesa- un consen-
primer orden que habrá de ser añadida al ~alance global. de. ~azones
para realizar o no lo ordenado por la autondad, lo que significa que timiento expreso y global al sistema (623), cosa que rara vez se puede
habrá de ser contrapesada con el resto de razones existentes para ha-
\ cedo o no hacerlo y, en particular, con aquellas que son dependientes ~hora ?ien, en un ~squema semejante cabe preguntar por qué es necesario limitar
lo «dis_cursiva~e~t~ posible», por qué no convertir simplemente todo lo discursivamen-
\ del contenido de la acción a ejecutar (622). te pos~ble en J~r~dicamente permitido. Hasta donde yo sé, ni Habermas ni Alexy son
demasiado exphcitos e? ese punto, pero confío en no interpretar abusivamente (o, más
(621) Cfr. Christopher McMahon, «Autonomy and Authority», en Philo- crasame~te, en ~o m~lmterpretar) .sus tesis al decir que la necesidad de elegir una entre
sophy & Public Affairs, 16 (1987) 303-328, pp. 326-327. l~s soluci?nes discursivamente posibles debe surgir allí donde el no hacerlo representa-
(622) Me parece que el esqueleto o estructura básica del «argumento de la coordi- na ver~e mmers~s en un p!oblema de coordinación (seguramente impuro desde el pun-
nación» también está presente, aunque no se haga uso en absoluto de esa terminología, to ~e vista de qm~nes sostlen~n cada una de las soluciones posibles). Creo que algo pa-
en algunas reflexiones de orden general acerca de la necesidad ?e la _existencia ?e a~­ r~cido ~s lo que vie~e a sugenr Alexy cuando dice que si no se puede convertir todo lo
toridades (o, más en particular, de un sistema jurídico) como exigencia de la raciOnali- discursiv~mente ~osible en, jurídicamente permitido es porque «... ello significaría que
dad práctica. Por ejemplo, a partir de presupuestos constructivistas como los de Haber- los co.nfhctos sociales ~odnan ser solucionados sobre la base de reglas contradictorias»
mas o Alexy, la necesidad del sistema jurídico se hace derivar de los límites mismos del («La Ide~ de una te?na procesal.de la argumentación jurídica», cit., p. 54). Decir que
discurso práctico general. El seguimiento de las reglas del discurso práctico racional exi- h~~ conflicto es lo mismo que decir que las dos soluciones incompatibles no pueden con-
giría o excluiría necesariamente ciertos juicios de deber (que serían entonces, respecti- VIVIr, q~e/a estru~tur~ de la situación es tal que se hace necesario -¿discursivamente
vamente, «discursivamente necesarios» y «discursivamente imposibles»), pero en oca- necesano.- segmr uruformemente una de ellas, aunque el discurso es incapaz de apor-
siones dos propuestas normativas incompatibles serían por igual «discursivamente posi- ta~ razo?es concluyen~~~ en fav?r de alguna de las dos. Pero, por supuesto, cuando la
bles» (i. e., igualmente compatibles con el seguimiento de las reglas del discurso racio- existencia de una deciswn comun es más importante que el contenido de la misma la
nal). El procedimiento, por tanto, no garantiza la obtención de una única solución en estruc!ura de la situ~ción adopta la forma de un problema de coordinación. Me par~ce
cada caso (ni su obtención en el plazo deseado). Y precisamente el derecho sería nece- ademas qu~ Alexy sigue un camino no muy distante del que aquí se ha recorrido cuan-
sario -además de para cubrir, mediante la coacción, las carencias motivacionales de la do, plantea?~ose en _otro momento qué es lo que sucede cuando el derecho contiene
intelección de los resultados del discurso- para limitar el campo de lo discursivamente un~ nor~a InJUsta - I . e., cu~ndo la a~tori~ad ordena seguir una regla «discursivamen-
posible, para fijar, del modo más compatible con la racionalidad práctica misma, cuál te Imposible» o prohíbe se~mr, ~tra «discursivamente necesaria>>--, afirma que, no obs-
de las propuestas discursivamente posibles e incompatibles va a hacerse valer frente a ta~te_ e~ hecho de que aun JUndicament~ váli?a _si~ue siendo injusta, «... es posible que
todos: cfr. J. Habermas, «¿Cómo es posible la legitimidad por vía de legalidad?», en pnncipiOs formale~ con:o el d~ l_a segundad JUndica y el de división de poderes exijan
Doxa, 5 (1988) 21-45 [trad. cast. de M. Jiménez Redondo], especialmente pp. 40:41; R.
el respeto~~ 1~ l_ey mac1?nal o I~Justa» (Teo!·ía de la argumentación jurídica, cit., p. 316);
Alexy, Teoría de la Argumentación jurídica, cit., pp. 201-202, 273 y 314; Id._, «Die Idee
lo que a m! JUICIO vendr_Ia a eqmv~~er a deci~ que puede existir una razón independiente..
einer prozeduralen Theorie der juristischen Argumentation», en Rechtstheone, 12 (1981)
del contern?o para realizar 1~ acciOn presenta que debe ser contrapesada con las razo- -
177-188 [trad. cast. de C. de Santiago -revisada por E. Garzón-, «La idea de una t~o­
nes dependientes del conterudo en contra de ejecutarla (y que en algunos casos podría
ría procesal de la argumentación jurídica», en E. Garzón Valdés (ed.), Derecho y filo-
prevalecer sobre éstas).
sofía (Barcelona/Caracas: Alfa, 1985), pp. 43-57, pordonde se cita; vid., pp. 47 ss. (y
especialmente p. 54)]. . (62_3) Co~o ej~~plo reciente de esta clase de argumentos, por lo demás bastante
difundi?os, vid. Lmg1 Ferrajoli, Diritto e Ragione. Teoria del Garantismo Penale (Ro-
ma/Bar~: Laterza 1?89; 2." ed., por la que se cita, 1990), p. 968, que deriva el deber mo-
678 ral del JUez de aplicar las normas jurídicas de su aceptación voluntaria del cargo y de

679
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

ix) En mi opinión, los análisis precedentes permiten afirmar que-·


ni el argumento pericial ni el argumento de la coordinación demues-
tran la racionalidad de la suspensión o postergación del juicio propio
decir que ha hecho verdaderamente un ciudadano cualquie:a. La difi- (si bien el ·primero demostraría que en determinadas condiciones un
cultad en la que incurren las explicaciones de esa cl.a~e consiste ~n qu.e agente racional debería atribuir a las directivas de la autoridad el va-
descansan por entero o bien en argumentos mamfwsta:ne~t-e msufi- lor de reglas indicativas; y el segundo, que también en ciertas condi-
cientes y desatinados (como el que insiste en que la obhgaci~n moral ciones las directivas de la autoridad pueden ser causalmente eficaces
de obedecer el derecho es «inherente al concepto mismo de para la generación de circunstancias tales que determinan la aparición
juez») (624), o bien en el potencial _just~fi~~dor del co~sentimi~nto, de nuevas razones de primer orden -independientes del contenido-
que, como se verá en breve, es en mi opmwn mucho mas reducido Y que se añaden al balance de las ya existentes). Y si no se encuentra
\-'-problemático de lo que generalme~te suel.e presuponerse. Me parece alguna otra vía capaz de justificar la consideración de las directivas de
\ que una explicación mucho má.s satisfact~na (625) es la que apela p~e­ la autoridad como razones protegidas, habrá de concluirse que no es
\ cisamente al hecho de que e~ Ju_ez y ~1 cmdadano no ocupan posicio- racional aceptar una autoridad como legítima en el sentido preciso que
l nes simétricas en cuanto a la mcidencm causal de sus actos sobre la es- propugna la concepción standard. Cabría pensar, sin embargo, que esa
l tabilidad y conservación del sistema. Si admitimos (hartianamente) que vía alternativa no sólo existe, sino que además ha sido durante siglos_
\ la identificación de una norma como derecho válido depende de la sa- la forma más recurrente y celebrada de ofrecer una justificación de la
Ltisfacción de una serie de criterios que la propia práctica de los órga- autoridad. Me refiero, por supuesto, a la idea de consentimiento. En
nos aplicadores considera como definitorios de qué es der.echo, se en- mi opinión, no obstante, el argumento del consentimiento carece del
tiende con facilidad que la incidencia causal sobre el conJu~to de ~x­ potencial que muchas veces se le atribuye como justificador de la au-
pectativas interdependientes de todos a_quell?s a los que u~ sistema J~­ toridad; y carece de él, además, por razones distintas de las que gene-
rídico se aplica es en general mucho mas sena cu.ando un JU~z no aph- ralmente suelen señalarse como sus puntos débiles.
ca una norma válida que cuando un ciudadano deJa de cumphrl~. Dado Conviene dejar sentada una distinción preliminar. Buena parte de
que los beneficios sistémicos d~ la previsibilidad y_Ia cer~eza (1. e., de la tradición contractualista tiene como eje la idea de consentimiento
la estabilización de las expectativas) son mucho mas sensibles a los ac- hipotético, es decir,la idea de una autoridad -de un conjunto de re-
tos de desobediencia del juez que a los del ciudadano, la razón -in- glas e instituciones- a la que prestaría su acuerdo todo agente verda-
dependiente del contenido- que eventualn:en.te pueda ha~~I~ para no deramente racional (sea cual sea la forma en que se determine y deli-
comprometer la conservación de un procedimiento de decisiOn colec- mite en qué consistiría esa racionalidad). En ese caso se está diciendo
tiva concurrirá con más fuerza y en mayor número de casos en rela- que todo agente tendría una razón para aceptar esa autoridad como
ción con la conducta del juez que en relación con la del ciudadano. justificada, no que su razón derive del hecho real de que él preste su
acuerdo. Aquí están en juego dos ideas distintas de «acuerdo» o de
«consentimiento», a las que quizá sea útil denominar respectivamente,
como ha hecho Raz, «cognitiva» y «ejecutiva» [performative] (626). En
su juramento de fidelidad prestado al ocupar el mismo (si bien introduce dos salvedades
en esa afirmación: que su deber abarca sólo las normas que sean conformes con los va-
lores contenidos en la Constitución -p. 969-; y que si entiende que los valores cons- (626) Cfr. Raz, The Morality of Freedom, cit., pp. 80-81; vid. también L. Green,
titucionales mismos chocan con lo que cree que es moralmente correcto, entonces, des- «Law, Legitimacy and Consent», cit., pp. 808-809.
de su punto de vista, sencillamente no hay razones morales que sustenten su elección La diferencia sobre la que pretendo llamar la atención no está muy lejana de la sub-
rayada por Michael J. Sandel en Liberalism and the Limits of Justice, cit., pp. 121-129,
de ser juez: pp. 969-970). . . .
(624) Para una crítica de este tipo de argumentos v1d. C.S. Nmo, Etzca y Derechos donde, a propósito de los argumentos contractualistas -y, en particular, a propósito de
lo que sucedería en la posición originaria rawlsiana-, se llama la atención sobre la di-
Humanos, 2." ed., cit., p. 404. . .
(625) Sugerida, con diversos matices, por Alan H. Goldman, «The Obhga~wn. to ferencia entre un enfoque voluntarista de la idea de acuerdo (llegar a un acuerdo en vir-
Obey Law», en Social Theory and Practice, 6 (1980) 13-31; G. Postema, «Coordmatwn
and Convention at the Foundations of Law», cit., pp. 195-197; Ch. Gans, «The Norma-
tivity of Law and its Co-ordinative Function», cit., pp. 347-348; M.S. Moore, «Autho-
681
rity, Law and Razian Reasons», cit., p. 836.

680
su sentido cognitivo, la idea de consentimiento. vendría .a equivaler a LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO
las de asentimiento o admisión (de algo que es mdependient~ del ~cto
mismo de admitirlo). En su sentido ejecutivo, por el contrano, 1~ 1dea cir que verdaderamente un individuo ha consentido, sino qué valor
de consentimiento equivale a la de ejecución de un acto vol~ntano con cabe atribuir al consentimiento cuando damos por sentado que éste ha
el que se pretende alterar la situación desde el punto de vista ~or.~a­ existido (ya sea en forma expresa o tácita). El atractivo del argumento
tivo (en este caso, contrayendo una obligación). Lo que eso .sigmf~ca del consentimiento reside probablemente en que explota la plausibili-
es que la idea de consentimient~- sólo ju.ega un ~ap~l. sus.t~ntlvo e m- dad intuitiva del modelo de la promesa como forma de asunción vo-
dependiente en una argumentac10n re~a~IVa a la J.ustificaciOn de la au- luntaria de obligaciones: pero me parece que el análisis de la práctica
toridad cuando es entendida en este ultimo ~er:tido ~prob.ablemente de la promesa llevado a cabo anteriormente (628) debería ponernos
su sentido estricto-, esto es, como consentimiento e}ecutivo. ~1 ar- en guardia acerca de las limitaciones del consentimiento como gene-
gumento del consentimiento, inte:pr~tado en este ~en~I~o, vendna en- rador de razones y, en particular, ante las ideas de una obligación sur-
tonces a sostener que al consentu libremente un mdividuo en sorne: gida meramente a partir de la voluntad de obligarse y de una voluntad
terse a una autoridad le está confiriendo el derecho ~e m.andarle Y~sta que se obliga irrevocablemente a sí misma (y además, en este caso, no
asumiendo la obligación de obedecerla; qu~ .las obligaciOnes ~son JUS- a la realización de una acción determinada, sino a la realización de
tamente razones protegidas, no razones adiciOnales que se an~~an al cualquier acción perteneciente a la clase abierta e indeterminada a
balance de las ya existentes; y que en virtud de ello ~a prestac10n del priori de todo aquello que llegue a ser ordenado por la a~toridad).
consentimiento hace legítima a la autoridad en el sentido de la concep- El escollo fundamental al que ha de hacer frente el argumento del
ción standard. consentimiento radica en la idea de que la validez de éste está en todo
~-/ Entendida en esta forma, el punto débil de la justificación de la au- caso limitada o circunscrita por razones que no son a su vez el pro-
toridad a través del consentimiento se ha visto tradicionalmen~e en el ducto de actos de consentimiento. Dicho con otras palabras: el con-
hecho innegable de que la mayor parte de los individuos no reahza .nun- sentimiento es normativamente eficaz no incondicionalmente, sino sólo
ca un acto semejante de consentimiento ~xpreso. Ell? ha conducido a en el marco de principios que le atribuyen relevancia práctica. Pero
diseñar múltiples argumentos bien conocidos encammados a sostener tan pronto como se admite esta idea el atractivo del argumento en
- que determinadas acciones u omisiones (desde el .~ero. ~echo de no cuanto a la justificación de la autoridad queda considerablemente mer-
emigrar de un determinado territorio. ~asta 1~ participaci~r: en proce- mado. Independientemente de la ejecución de cualquier acto de con-
sos electorales, pasando por la recepc10n de ciertos beneficios. que de- sentimiento, el punto de vista de cada individuo acerca de cuáles son
rivan de la acción de la autoridad, etc.) habrían de se:, consideradas las razones subyacentes que la autoridad debe reflejar en sus directi-
como formas de consentimiento tácito, con la pretens10n de que las vas constituye para él la base que le permite trazar la frontera entre
consecuencias normativas que habrían de derivarse de ellas serían las un ejercicio justificado de la autoridad y uno no justificado. Pero no
mismas que resultarían de un acto de consentimiento expreso. La for~ parece entonces que un agente racional pueda aceptar un principio a
tuna de esos argumentos es sumamente discutible (627), pero en mi tenor del cual deba considerarse que el consentimiento a una autori-
opinión no es necesario adentrarse en su crí~ica. Y_ r:o lo es porque en- dad es capaz de generar una razón válida -e irrevocable- para obe-
tiendo que la cuestión decisiva no es en que condiciones se puede de- decer sus directivas no justificadas (y menos aún una razón para sus-
pender o postergar su propio juicio al respecto); y si la relevancia prác-
tica del consentimiento como justificador de la autoridad se contrae
tud de un acto de elección de las partes) y uno cognitivo (llegar a estar de acuerdo en hasta cubrir sólo aquellos casos en los que verdaderamente hay razo-
virtud de un acto de descubrimiento por las partes de lo que es correcto con arreglo a
nes para realizar el contenido de sus directivas, entonces los actos de
algún criterio independiente). . ., . . _
(627) Vid., por todos, Smith, «¿Hay una obhgac10n pnma fa_c~e de ob:de~er el J?e consentimiento no son capaces de justificar nada que no cuente ya con
recho?, cit., pp. 190-194; Simmons, Moral Principies an_d P_oll~c~l f!bllgatwns, c1t., una justificación independiente (629).
cap. IV; J. Malem, Concepto y justificación de la desobedLencza clVll, c1t., pp. 26-35.
(628) Vid. supra, apartado 8.4.1.
682 (629) Cfr. J. Raz, The Morality of Freedom, cit., p. 90; L. Oreen, «Law, Legitimacy

683
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

Me parece que esta conclusión no debería considerarse demasia~o


sorprendente. Después de todo, la filosofía política del ~ontract~ahs­
d.~rechos naturales (como tales, sustraídos a los avatares de la ejecu-
Cion de. actos concr~to~ ~e consentimiento) ciñe o limita los poderes
mo -al menos en su filón lockeano- es por antonomasia una filoso-
normativos de cada md1v1duo en cuanto a la prestación de un consen-
fía del gobierno limitado, es decir, del modo en que un perímetro de
t~~iento válido en virtud d~l c_ual que?e vinculado a una autoridad po-
htlca. El papel ?el c~nsent1m1ento, sm embargo, sí puede ser impor-
and Consent», cit., p. 810.
Raz, no obstante, ha sostenido la tesis -en mi opinión paradójica- de que algunos
tante en un sentido diferente. Desde el punto de vista de un individuo
sujetos pueden tener una razón general para obedecer el derecho a resultas de la a~op­ una. aut?ridad. está_ justific~da si satisface la tesis de la dependencia, es
ción por su parte de una actitud de «respeto hacia el derecho». (cfr. J. Raz, La autorzdad decir, SI sus duectlvas es tan basadas en las que él considera «razones
del Derecho, cit., cap. XIII; Id., The Morality of Freedom, cit., pp. 94-99). El plantea- subyacentes». Eso no significa que la existencia de autoridades sea re-
miento de Raz es el siguiente. De entrada, no hay una obligació~ moral de ob.edecer ~1 dundante e inú~il desde el punto de vista práctico: en primer lugar, por-
derecho, ni siquiera cuando se trata de un derecho globalmente Justo. Es? qmere decir
que el individuo no tiene por qué adoptar una a~ti~ud moral ~~neral hacia el derecho, que es necesano asegurar el seguimiento de las razones morales sub-
estándole permitido examinar caso por caso los n:entos o de~~ntos mora~es de cada ac- yacentes frente a quienes no las aceptan o, aceptándolas, no van a ajus-
ción que el derecho le ordena realizar. A~ora bien; en re~~c10n con un Sistema global- tar s_u ~onducta a ellas por debilidad de la voluntad (mediante el esta-
mente justo -y sólo en ese caso- es valwso y esta permlttd~ (aunque no es en modo blecimiento de un aparato sancionador capaz de incidir eficazmente en
alguno obligatorio) adoptar una actitud general de respet? hacia el derecho c~mo mues-
tra de identificación con la comunidad en la que uno viVe y de lealtad hacia .el~a. La
su cálculo prudencial); en segundo lugar, porque algunas de las razo-
adopción de esa actitud no equivale en sentido estricto a una forma de cons~ntlmier:to: nes subyacentes son razones para resolver problemas de coordinación
no se manifiesta en la ejecución de un acto específico en un mo~ento determma?o, smo (algunos de los cuales, por cierto, se plantean intersticialmente al cons-
que consiste más bien en el desarrollo pa~la~ino d~ ~na sensacw.n de pe:tenencia ~ una tituir aquel a~arato sancionador y definir su contenido), y resolvién-
comunidad y de identificación con sus objetivos basicos. Pues bien, segun Raz qmenes dolos l~ autondad genera razones para actuar que no exi:)tirían en caso
adoptan esa actitud -algo valioso y permisible, pero que nadie .estaría oblig~do a ha-
cer- tienen una razón moral general para obedecer el derecho (1. e., ~na razon que :e c?ntrano; y en tercer lugar, porque para poder desempeñar esas fun-
ciOnes t?da autoridad necesita emitir directivas (como aquellas que ha-
aplica a cualquier acto de obediencia al derecho, sea cual sea su :ontemdo), y esa ra~~n
sería precisamente la actitud que han adoptado (de un modo analogo a lo que ocur:ma cen posible la organización de su propia maquinaria) ba~mdas en razo-
con los vínculos de amistad: que nadie está obligado a entablados .-aunque es valioso nes sólo «indirectamente subyacentes». Pero entonces se plantean dos
y permisible hacerlo-, pero que quien los entabla asume un conJunto de deberes es-
pecíficos que derivan precisamente de haberlos entablado). .
problemas: que no hay un único conjunto posible de di.rectivas de la
Leslie Oreen ha señalado al menos tres razones fundamentales por las que una tesis autoridad que satisfaga la tesis de la dependencia y que se ha de de-
semejante resulta discutible (vid. L. Oreen, <~La':\ _Legitim~c~, and ~~nsent», ~it;, terminar quién va a desempeñar la función de actuar como autoridad
pp. 813-817). En primer lugar -y esta es en ffil opimon la objecwn dec~siV~- se dm_a (sujeto al cumplimiento del requisito de basar sus directivas en razo-
que la relación entre respeto y obligación de obedecer habría de darse mas bien al reves nes -directa o indirectamente- subyacentes). Eso es tanto como de-
de como Raz la ha planteado: si el respeto significa sólo reconocimiento de todas las
razones que puedan existir para hacer lo que el derecho ordena, entonces n? se alcanza cir que desde el punto de vista de cada individuo, dado su reconocí-
a ver de qué modo ese reconocimiento podría ampliar o extender aquel.~onJunto de ra-
zones; y si el respeto equivale al reconocimiento de q~e hay una o?ligacwn de ob~dec~r
el derecho -i. e., una razón moral general que se aplica a cualquter acto de obediencia de la c_omunidad consi~erado glo?almente, i. e., incluidos aquellos aspectos en los que
al derecho-, entonces, más que decir que la obligación es ~1 producto del respeto, pa: no es~e ~ la altura de ~sta .. Por fm, no está claro en absoluto por qué el respeto debe
rece que lo que habría que decir es que el respeto (entendido de ese modo) ~ola esta matenahzarse en obedtencw g~né~i~a Y. ?o, por ejemplo, en una actitud vigilante que
desemboque cuando haya una JUStlficacwn para ello en la desobedienda encaminada a
justificado si verdaderamente existe esa obli~ación. E~ seg~~do .l~gar, Raz eqmpara de-
masiado aprisa «identificación con la comumdad» e «Ide~tlficacwn con el de:echo de la la reforma y mejora del derecho de la comunidad (justamente en el entendimiento de
comunidad» cuando es evidente que entre el derecho VIgente y los valores Imperantes q~_e no. se merece m~nos ~na comunidad a la que uno considera digna ele respeto). Tam-
de hecho en' una comunidad (sea lo que sea lo que esto signifique en sociedades plura- bien discuten la tesis raziana del respeto por el derecho -a partir d<! consideraciones
listas e ideológicamente fragmentadas) puede existir un ci~rto grado (mayor o menor) sólo yarcialmen~e c?incidentes con las que acaban de exponerse- Jolm Marshall, «In-
de distanciamiento: si la identificación se da «con la comumdad» (con sus valores, etc.), ventmg the Obligat~on to ?bey the Law», en Virginia Law Review, 67 (1981) 159-176,
no es en absoluto obvio por qué ha de desembocar en una identificación con el derecho pp. 162-168; Eusebio Fernandez, La obediencia al Derecho, cit., pp. :.17-126, especial-
mente pp. 122-125; y K. Oreenawalt, Conflicts of Law and Morality, ::it., pp. 75-77.
684
685
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

me.dia una gran diferenci~ e.ntre admitir esto último y dar por buena
la 1dea de que. el consentimiento convierte en «legítima» a la autori-
da~ en. el s~ntldo de que genere una razón válida para cumplir cual-
miento de la necesidad de la existencia de autoridades, existe una ra- quzer d1rect1va que pueda emitir con independencia de cuál sea su con-
zón para elegir de algún modo una entre las varias autoridades poten- tenido (y con independencia de cuál sea el juicio del agente acerca del
ciales cuyas directivas satisfarían de diferentes maneras la tesis de la resultado del balance de razones aplicables al caso).
dependencia. El consentimiento de los agentes implicados puede ser De todo lo expuesto pueden extraerse ya algunas conclusiones fi-
precisamente el mejor criterio para efectuar esa elección (630). Pero nales respecto al sentido que podría darse entre agentes racionales a
la idea de «autoridad. ~egítima>~. La primera, y a mi juicio más impor-
tante, es una. conclus10n ne/g~tlVa: un agente racional no puede acep-
(630) Dado que difícilmente ese consentimiento será unánime, el consentimiento de
la mayoría resultará ser el criterio más aceptable para un agente que tome en serio la
tar u.~a autondad como leg1t1ma en el sentido propugnado por la con-
idea de la igual consideración de todos los afectados (cfr. F. Laporta, «Sobre la teoría cepclOn standard, lo que es tanto como decir que ninguna autoridad
de la democracia y el concepto de representación política: algunas propuestas para de- puede ser legítima en ese preciso sentido. Para defender la tesis con-
bate», en Doxa, 6 (1989) 121-141, p. 137). Al incorporar el rasgo de la renovación pe- traria habría que haber demostrado que por lo menos en algunas con-
riódica, el procedimiento de elección democrática permite además controlar hasta qué
punto la autoridad está cumpliendo adecuadamente su cometido y hace revisable su de-
signación. Pero adviértase que dado que el problema a resolver es quién y cómo ~obier­ to es 1~ que decida la m~~o~ía presup~ne .necesariamente otros agentes que no piensan
na, pero siempre bajo el requisito de que quede satisfecha -de alguno de los vanos mo- como el, puesto que su JUICIO es paras1tano respecto de otros juicios morales de los de-
dos posibles- la tesis de la dependencia, todo agente racional sustraería al proceso de- más agentes con los que se constituye el contenido de la decisión mayoritaria (si todos
mocrático aquellas razones subyacentes básicas cuya satisfacción no requiere meramen- pensaran e~acta~ente en los mism~s tér~n?s que él, ésta no tendría contenido alguno;
te la generación de una solución convencional y respecto de las cuales sencillamente no sucede aqUI lo mrsmo que con un Imagmano mundo en el que todos tuviesen exclusi-
es cierto que sea mejor contar con una decisión común y no tanto cuál sea el contenido vamente motivaciones altruistas, que obviamente constituiría una noción incoherente
de ésta. Dicho con otras palabras: todo agente tendría una razón para constituir un mar- puesto qu~ pa~a que exis~a la posibilidad misma de ser altruista es necesario que alguie~
t~nga ~o~I~ac10nes automteresadas). Alternativamente, un agente que acepta a la vez
co dentro del cual opere el proceso democrático (para seleccionar una entre las varias
Ciertos JUICIOS morales que aporta al proceso de decisión colectiva y el juicio según el
formas posibles de satisfacer la tesis de la dependencia) pero que no esté a su vez so-
cual es moralmente correcto lo que decida la mayoría, corre el riesgo de encontrarse
metido a éste (para evitar que su resultado sea un conjunto de directivas que simple-
(siempre que su opinión quede en minoría) en la espinosa situación de tener que reco-
mente vulnera el requisito de la dependencia). Esta conclusión, según creo, responde a
nocer que con arreglo a sus propios criterios cierta acción es al mismo tiempo moral-
la misma inspiración fundamental que la propuesta de Ernesto Garzón Valdés en cuan-
mente correcta e inc,~~recta. Aunque ~quí no cabe detenerse en ello, me parece que
to a la demarcación de un «coto vedado» al procedimiento democrático, que operaría
es~e resu.ltado. paradOJICO -:-se trata evidentemente de la conocida «paradoja de Woll-
de ese modo sólo en el espacio restante de los «deseos secundarios»: vid. E. Garzón, heim»: vid. Richard Wollheim, «A Paradox in the Theory of Democracy», en P. Laslett
«Representación y democracia», en Doxa, 6 (1989) 143-163, especialmente pp. 15~-158; y W.G. Runciman (eds.), Philosophy, Politics and Society. Second Series (Oxford: Basil
y es también estructuralmente análoga a la propuesta de Martín Farrell de que ciertos Blackwell, 1962), pp. 71-87- no es tan fácilmente sorteable como a veces se ha pre-
derechos de los individuos se sustraigan al alcance del procedimiento democrático ~end~do (para una información sintética acerca de varios intentos de resolver la parado-
(cfr. M.D. Farrell, La democracia liberal, cit.). Ja, VId. M.D. Farrell, La democracia liberal, cit., pp. 157-160). Me parece, de hecho,
i - ~- Me parece que de todo ello puede extraerse la conclusión de que sostener que exis- que para supera~l~ no qu~da más remedio que alterar los términos en que se supone que
\ ten razones para instaurar un procedimiento democrático -limitado o constreñido del percibe la s1tuac10n el SUJeto al que se le plantea, bien presuponiendo la corrección del
\ modo indicado- no implica aceptar que exista una razón para obedecer cualquier di- constructivismo epistemológico (y entendiendo entonces que cuando el agente constata
\ rectiva que refleje una decisión mayoritaria y mucho menos que exista una razón para que la mayoría se ha decantado en favor de un punto de vista distinto del suyo, lo que
) suspender o postergar el propio juicio acerca de las razones a favor y en contra de rea- concluye es que hay razones para creer que él no había identificado correctamente las
l5ar su contenido (vid. una conclusión similar e~ Nelson, La justificación de ~a, den:zo- razones para actuar v.erdaderamente existentes), bien presuponiendo que lo que el agen-
cracia, cit., p. 207). Creo que sólo hay dos cammos para llegar a una conclus10n dife- te verdaderamente piensa es que el hecho de que la autoridad dicte finalmente una de-
rente. Uno de ellos pasa por presuponer --como hace Nino: vid. supra, nota 591- que te:minada di~ectiva genera una razón independiente del contenido para realizar lo pres-
el hecho de que una mayoría se haya decantado en favor de un punto de vista sirve ento -por eJemplo, porque la desobediencia socavaría la capacidad de una autoridad
como presunción de que ése es el punto de vista moralmente correcto, lo que exige dar globalmente justa para resolver problemas de coordinación- que prevalece sobre las
por bueno el «constructivismo epistemológico». El otro partiría de la postulación de una razones dependientes del contenido que él entiende que existen en contra de realizarlo.
forma de subjetivismo social en virtud de la cual lo moralmente correcto es lo que de-
cida la mayoría. Esta última tesis presenta graves inconvenientes. El más serio -me pa- 687
rece- es que o bien resulta auto-frustrante en el plano colectivo o bien desemboca en
una paradoja. Un agente que acepta como único juicio moral que lo moralmente corree-

686
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

diciones, o en algunos ámbitos o esferas, es racional para un agente


. ~o me parec.e, sin embargo, que de aquí se desprenda que no hay'~'T
suspender o postergar su propio juicio acerca de lo que exige el ba-
n~~gun otro sentl.do en el que agentes racionales puedan considerar le- :
lance de todas las razones aplicables al caso (dependientes e indepen-
gltima una autondad. Desde el P~!!~tQ,~Q~.,Y.i~ta. qe quien emite directi- ·
dientes del contenido), i. e., habría que haber demostrado que al me-
vas, pretender que cuenta con a:utor~dad le~tima equivaldría en pri-
nos algunas directivas emitidas por algunas autoridades constituyen
mer lugar a pretender que sus duectivas satisfacen la «tesis de la de-
«razones protegidas» válidas. Pero el análisis de los argumentos em-
pe~dencia», e~ decir, están. basa~as en las razones subyacentes que él
pleados con tal fin ha revelado a mi juicio que en realidad no están
enflende que flenen los destmatanos de las mismas (tanto si éstos con-
en condiciones de sustentar una conclusión semejante. La pretensión
cuerda~ en ~sa aprecia~ión como si no); y a pretenderlo en cada una
de que el sentido de la idea de «autoridad legítima» propugnado por de las directivas que emite, puesto que un mandato de autoridad acom-
la concepción standard es verdaderamente el que está incorporado en
pañ~d~ ~del recon?~imiento de su injustificabilidad constituye una con-
nuestros usos lingüísticos y en nuestras prácticas sociales efectivas -de tradiccwn pragmatlca (632). Y pretender que cuenta con autoridad le-
manera que captaría lo que verdaderamente pretende quien de hecho
reclama para sí autoridad legítima y lo que verdaderamente reconoce
de la conducta, no en virtud de la sumisión del juicio, a la que no dudó en calificar
quien de hecho acepta la autoridad de otro como legítima- me pare- como «la madre de la estupidez» (J. Bentham, A Comment on the Commentaries, en
ce discutible: pero, aunque fuese correcta, creo que lo único que ello J.H. Burns Y H.L.A. Hart (eds.), A Comment on the Commentaries andA Fragment of
querría decir es que el concepto ordinario o socialmente vigente de au- Government (London: Athlone Press, 1977), p. 346, nota 1; tomo la cita de Postema
toridad es irracional (631). Bentham and the Comn:on Law Tradition, cit., p. 319]; y a tal efecto, lo que había d~
b_uscarse. era no un .conJunto de reglas que reemplazaran al razonamiento práctico indi-
VIdual, ~mo un conJunto de r~glas capaz de generar y canalizar del modo adecuado las
(631) En este sentido, me parece interesante traer a colación las observaciones de expectaflvas de los agentes racwnales. Toda la construcción benthamiana, como explica
Gerald Postema en torno al modo en que Hart critica el concepto benthamiano de «man- Y doc.u.menta s?bradamente Postema, arranca de la distinción entre «Utilidad original»
dato». Como se sabe, Hart ha sostenido --en «Commands and Authoritative Legal Rea- Y «utilidad ~envada de expectativas» _(Bentham and the Common Law Tradition, cit.,
sons», cit., especialmente pp. 252-254- que, a diferencia de Hobbes, que sí habría per- pp. 151-152). la segu~~a es la que esta conectada causalmente con creencias acerca del
cibido la cuestión con perfecta claridad, Bentham falla en su caracterización de qué es c.omportamwntoprevisible de otros individuos, y deriva de la existencia de hábitos, prác-
un mandato porque no incluye en ella la idea de que quien manda pretende que el des- t~cas Y re~las sociales y reglas promulgadas por autoridades. La utilidad original y la uti-
tinatario lo considere una «razón perentoria», es decir, pretende excluir o cancelar la b.dad denvada ?e expectativas son para Bentham perfectamente conmensurables, es de-
deliberación del destinatario del mandato acerca de las razones para hacer o no hacer c~r, h~n de ser mtegr~das y sopesadas en una deliberación única: y por consiguiente las
lo mandado. Sin embargo, advierte Postema (en Bentham and the Common Law Tra- directiv~s de la autondad no constituirían ninguna clase de razón especial, menos 'aún
dition, cit., pp. 325-327), hay razones para pensar que no es que Bentham -por otra una ra~on para no actuar por el resto .de razones relevantes, sino que simplemente, en
parte, un buen conocedor de Hobbes- no reparara en esa idea, sino que más bien la la medida en que ~ean causalmente eficaces para la reorganización de las expectativas
rechazó conscientemente: es decir, que no es que fuese incapaz de captar lo que está pueden hacer ~urg1r nuevas razones ( «útilidades derivadas de expectativas») que se alía~
implícito en el «concepto ordinario» de lo que es un mandato, sino más bien que, su- den a las y.a. exist~ntes dentro de un balance común o global (Bentham and the Common
poniendo que ese concepto ordinario responda al análisis que de él proponen Hobbes Law Tradltzo.n, Cit., pp. 154, 320 y 324). Las directivas de la autoridad, por tanto, no
o Hart (lo que en todo caso estaría por ver), son consideraciones de índole normativa alteran esencialmente la estructura del razonamiento práctico: simplemente pueden agre-
o justificatoria las que llevan a Bentham a no compartirlo. gar ~~e:as ~azones ..Y de ahí que la sumisión de la conducta se logre no por la sumisión
En efecto, el hacer de la «suspensión o postergación del juicio propio» la pieza clave d.e,l JUICIO, smo ~recisame~te ~ñadi~ndo razones (producto de la generación y canaliza-
de un análisis de la noción de autoridad (y por ende de la explicación de aquello en lo Cion de expectativas) que mclmen este en el sentido conveniente.
que consiste la emisión de un mandato de autoridad en tanto que acto ilocucionario) . En definitiva, las diferentes caracterizaciones -hobbesiana y benthamiana- de la
encaja perfectamente en el marco global de la filosofía política hobbesiana, para quien Idea de m~ndato no serían, como ~ugiere Hart, un intento logrado y otro fallido de cap-
las leyes sólo pueden conjurar el peligro de la anarquía, de la disputa permanente acer- t~r ~1- s~ntido (presuntamente preciso) que el concepto tiene con arreglo a nuestros usos
ca de lo correcto y lo incorrecto, si cada cual pone su propio juicio en manos del sobe- lmgmstrcos y nuestras prácticas sociales, sino más bien el resultado de dos visiones di-
rano, es decir, si se las considera como definidoras de lo correcto, cerrando por tanto· ferentes acerca d~ cuál sería el sentido de las relaciones de autoridad entre agentes ver-
el ejercicio de la deliberación individual al respecto. d.aderamente racwnales (lo que es tanto como decir: el producto de diferentes concep-
Pero el punto de vista de Bentham era completamente diferente. Para él, la conse- Ciones acerca de la justificación de la autoridad).
cución del orden social a través del derecho debía procurarse en virtud de la sumisión
(632) Sobre la idea de una «pretensión de corrección» implícita en la emisión de nor-
688
689
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

gítima equivaldría además, en segundo lugar, a pretender que existe


alguna razón para que sea él, y no alguna otra autoridad potencial,
quien desempeñe esa función.
Esos dos sentidos -que por supuesto corresponden a la distinción tienen su correlato desde el punto de vista de quien acepta la autori-
tradicional entre «legitimidad de ejercicio» y «legitimidad de origen»- da~ de otro como ~e.gítima. Desde este puQ~gc:leyista decir de una au-
tondad q~e es legitima es decir que en general sús directivas satisfa-
cen la tesis de la depe~dencia y q~e hay una razón para que sea ella,
mas jurídicas, de manera que constituiría una contradicción pragmática la promulgación
de una norma que manifestara la incorrección de la acción que constituye su contenido,
Y. no alguna otra autond~d potencial que también cumpliría ese requi-
vid. Robert Alexy, «Ün Necessary Relations between Law and Morality», en Ratio Iu- sito -au?que no del mismo modo-, quien desempeñe esa función.
ris, 2 (1989) 167-183. Creo, por cierto, que no llevaba razón Raimo Siltala al pensar que Pero :eparese en dos extremos: el primero, que la satisfacción 0 no de
una norma como «X es un estado soberano, basado en la segregación racial» constitui- la te.s~s de la depende~cia -como sucede en general con cualquier afir-
ría un ejemplo de esa contradicción pragmática a la que se refiere Alexy (vid. R. Silta- n:acwn acerca de que r~zones para actuar existen- siempre se apre-
la, «Ün Law, Morality and Laws without Morality», comunicación presentada en las
las Jornadas hispano-escandinavas de Teoría del Derecho, Alicante (30.Xl-2.XII 1989), r
cia ~esde u~ p~~to de v~sta~ que por lo tanto perfectamente puede
p. 15 del original mecanografiado); porque la contradicción pragmática surge (como considerar Ilegitima .un mdi~I.duo a una autoridad que sinceramente
ocurre con este ejemplo de Alexy: «X es una república soberana, federal e injusta»; prete~~e ~ener autondad le~Itima sobre él. El segundo, que reconocer
op. cit., p. 178) no cuando se promulgan normas que puede considerar injustificables la legitimidad de una aut~ndad en el sentido indicado no implica en
su destinatario o un observador cualquiera, sino cuando se promulgan normas que abier-
tamente reconoce que son injustificables su emisor. Por consiguiente no hay contradic-
~bsoluto :econocer que .e_xis!a u~a razón para cumplir cualquier direc-
ción pragmática en cuanto la autoridad del ejemplo de Siltala pretenda -y ni siquiera tlv.a que esta pueda emitir: I~phca tan. sólo reconocer que en general
es necesario que lo pretenda sinceramente: vid. supra, nota 552 de esta parte II- que existen esas razones (dependientes y/o mdependientes del contenido)
la segregación racial es justificable (y constituye una cuestión completamente diferente lo que es perfectamente compatible con que en algún caso determina~
el que evidentemente no estemos dispuestos a dar por buena semejante pretensión). De do el agente concluya que no hay en absoluto razones para hacer lo
hecho, al publicarse definitivamente el texto, Siltala ha eliminado el pasaje citado: cfr.
R. Siltala, «Derecho, moral y leyes inmorales» [trad. cast. de M." J. Añón], en Doxa,
que le ha ordenado una autoridad que él considera legítima (0 que las
8 (1990) 149-170. hay, pero quedan sup~radas o sobrepasadas por otras de más peso).
El que la autoridad pretenda que sus directivas están basadas en razones subyacen- Eso es tant? como ?~cir que? des.de el ~unto de vista de quien la acep-
tes, por otra parte, no borra la distinción entre «prescripciones» y «juicios de deber» ta, la auton?ad ~egitlma ~o Imphca obhgación de obedecer (cualquie-
que he venido manteniendo en este trabajo (vid. supra, apartado 6). A diferencia de r~ de) sus ?Irectlvas (a diferencia de lo que sucede desde el punto de
quien formula un juicio de deber, quien emite una prescripción pretende que el hecho
de haberla emitido sea tomado en cuenta en el razonamiento práctico de su destinatario VIsta de qmen pretende tenerla, que si reconociera tal cosa en relación
como razón auxiliar, relevante desde el punto de vista práctico sobre la base de razones con alguna d~ las q~e emite incurriría en contradicción pragmática).
operativas que se supone que éste tiene, de manera que a resultas de todo ello esas ra- Un agente racwnal siempre evaluará caso por caso las razones para ha-
zones operativas previas sean ahora -y, ceteris paribus, de lo contrario no lo serían- c~r o no .hace.r lo que una autoridad le ordena que haga, y no hay nin-
razones para realizar la acción prescrita. Si el ejercicio típico de la autoridad consistiera
en la emisión de mandatos que meramente reprodujeran en su contenido y alcance las
gun sentido viable en el que ~l. pueda reconocerla como «legítima» que
razones subyacentes que se supone que tienen de todos modos los destinatarios de los le exonere de esa responsabilidad: pero será consciente de que algu-
mismos, entonces dichos mandatos no introducirían ninguna diferencia en el razona- ~as de las razones a tomar en cuenta son razones para actuar que él
miento práctico de éstos y el ejercicio de la autoridad sería completamente inútil. Si no tiene, entr~ otra~ cosas, porque la autoridad ha emitido esa directiva
lo es, es porque típicamente quien formula mandatos de autoridad aspira a constituir Y que ceterzs parzbus no tendría en caso contrario.
razones nuevas sobre la base de las razones subyacentes que entiende que tienen sus
destinatarios, algunas de las cuales, no lo olvidemos, son razones para modificar la si-
tuación en la que se encuentran, de manera que en la situación resultante tendrían nue-
vas razones de las que por ahora carecen. El ejercicio de la autoridad aspira precisa-
mente a producir esos cambios que se supone que los individuos tienen razones para
8.4.3. La obligación moral de obedecer el derecho: observaciones
procurar.
metodológicas

690 Si aplicamos al derecho las conclusiones generales del análisis pre-


cedente acerca de la noción de autoridad, creo que obtenemos tres

691
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

ideas fundamentales. La primera, que a veces hay razones morales «de- ral, la afirmación de que habría razones morales para hacer lo que el
pendientes del contenido» para hacer lo que el derecho exige, es de- derecho exige no sólo a veces (como he sostenido), sino siempre, se
cir, razones que un individuo tendría igualmente aunque la norma ju- convierte en una tautología trivial. Con frecuencia se afirma que un
rídica correspondiente no existiera o dejara de existir. Nótese que he planteamiento semejante es típico del iusnaturalismo, pero me parece
hablado de razones para «hacer lo que el derecho exige», no para «obe- que ese reproche sólo se tiene en pie si se maneja una representación
decer el derecho» (633), con lo que pretendo subrayar que la razón caricaturizada de éste (que desde luego no hace justicia a las mejores
para realizar esas acciones es completamente independiente del hecho versiones del iusnaturalismo clásico) (636). Sea como fuere, la afirma-
de que una norma jurídica exija su ejecución. Las exigencias del de- ción de que siempre habría razones morales para hacer lo que el de-
recho simplemente coinciden a veces con las razones morales para ac- recho exige, mantenida sobre la base de una definición de éste -su-
tuar que independientemente tiene un individuo. El grado de coinci- mamente discutible (637)- que convierta automáticamente en no ju-
dencia entre ambas, dado que en principio tanto el derecho como las
convicciones morales de un sujeto pueden tener los más diversos con- (636) No es en absoluto mi deseo entrar ahora a discutir qué debe entenderse por
tenidos, puede por supuesto ser muy variable. En pura hipótesis, po- iusnaturalismo o en cuántos sentidos diferentes se puede ser «iusnaturalista». Pero me
dría incluso ser nulo: esta primera tesis que estoy manteniendo -que parece que Delgado Pinto resume de manera impecable el «ideario mínimo común que
a veces hay razones morales dependientes del contenido para hacer lo nos permite condensar lo que dicha doctrina tiene de distintivo» al presentar estas tres
ideas: «Primera: existe una serie de reglas o principios relativos a la ordenación justa
que el derecho exige- no pretende por tanto expresar una verdad ana- de la vida social que son universales e inmutables y a cuyo conocimiento todos tenemos
lítica o conceptual, sino que simplemente es el resultado de una gene- acceso mediante el uso natural de nuestra razón. Segunda: sin embargo tales reglas o
ralización empírica. Que todo derecho impone unos valores mora- principios son insuficientes para el mantenimiento de una sociedad organizada, por lo
les (634) que en alguna medida (aunque sea mínima) coincidirán con que es imprescindible la existencia de una autoridad política a la que corresponde una
los que suscribe cada uno de los individuos a los que se aplica, no es doble función: por una parte, establecer una serie de prescripciones positivas que reco-
por tanto una afirmación necesaria pero sí muy probablemente verda- jan aquellos principios, los desarrollen en preceptos más detallados y regulen también
aquellas cuestiones más técnicas y circunstanciadas cuya solución no puede inferirse de
dera (con una probabilidad, me parece, casi rayana con la seguridad). los principios de la justicia natural; por otra, respaldar por la fuerza organizada el cum-
Hay desde luego una forma fácil -demasiado fácil- de sostener plimiento, incluso coactivo si fuera necesario, de ese conjunto de prescripciones positi-
que esta primera tesis se queda corta: definir el derecho a través de la vas. Tercera: en todo caso, los preceptos positivos de la autoridad sólo son obligatorios
concurrencia de una serie de propiedades entre las que se incluiría pre- si representan el desarrollo de los principios naturales de justicia o, al menos, no entran
cisamente su conformidad con la moral, es decir, sostener que existe en contradicción con ellos»; cfr. José Delgado Pinto, De nuevo sobre el problema del
Derecho Natural (Discurso de apertura del curso académico 1982-83) (Salamanca: Ed. de
una conexión necesaria entre el derecho y la moral sobre la base de la Universidad, 1982), p. 10. Creo que un simple vistazo basta para reparar en la dife-
lo que Raz ha llamado el «enfoque definicional» (635). Si sólo se con- rencia que media entre la postulación de estas tres tesis y la defensa del «enfoque de-
sidera «auténtico derecho» al que coincide con las exigencias de la mo- finicional». Entre las publicaciones de los últimos años me parece que ha sido la obra
de Finnis -Natural Law and Natural Rights, cit., especialmente capítulos II y XII-la
que en mayor medida ha contribuido a subrayar la necesidad de superar viejos clichés
(633) Sobre la necesidad de observar esa cautela verbal, cfr. M. Stocker, «Moral simplificadores en cuanto a la descripción de las pretensiones centrales del iusnaturalis-
Duties, Institutions and Natural Facts», en The Monist, 54 (1970) 602-624, p. 613; y mo (especialmente, por lo que hace al trabajo de Finnis, en su variante tomista). Vid.
A. J. Simmons, «The Anarchist Position: A Reply to Klosko and Senor», en Philo- también las observaciones de Kurt Baier en idéntico sentido en «Justification in Ethics»,
sophy & Public Affairs, 16 (1987) 269-279, pp. 268-269, que escribe: «Los ciudadanos cit., pp. 25-26, nota 6.
tienen deberes naturales de hacer muchas de las cosas exigidas por el derecho (pero nin- (637) Aunque se alegara que se trata de una definición estipulativa, y que por lo tan-
gún "deber de obedecer el derecho")» (la cursiva es del original). Recuérdese al respec- to no cuenta en contra suya el dato cierto de que el término «derecho» no se emplee
to las distinciones conceptuales establecidas supra, en la nota 299 de esta parte II. en el lenguaje ordinario con ese significado, aún se puede impugnar la pertinencia o fe-
(634) Cfr. Neil MacCormick, «Against Moral Disestablishment», en Id., Legal Right cundidad de esa estipulación: porque existe en cualquier caso una institución social es-
and Social Democracy, cit., pp. 18-38; Richard Tur, «Paternalism and the Criminal pecífica de importancia capital para la que seguimos necesitando un nombre, y no pa-
Law», en Journal of Applied Philosophy, 2 (1985) 173-189. rece que haya buenas razones para que ese nombre no sea precisamente aquel del que
(635) Cfr. J. Raz, PRN, pp. 163-165. el lenguaje ordinario dispone ya. El «enfoque definicional», por otra parte, no sólo ma-

692 693
abstracta) (638). Eso quiere decir, en tercer lugar, que las circunstan-
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O
cias que hacen que exista esa razón independiente del contenido tam-
bién podrían haber sido generadas de otro modo -p. ej., en virtud de
rídica cualquier norma no coincidente con las exigencias de la moral,
la formación de una convención-; y que por consiguiente esas cir-
tampoco tendría en sí misma mayor interés en cuanto a la determina-
ción de si existe o no una obligación moral de obedecer el derecho. Por- cunstancias admiten una descripción en la que no es necesario en ab-
que lo que presupone esta última idea es que existe una razón para ha- soluto hacer referencia a la existencia de una norma jurídica. Por úl~
timo, como ya sabemos, estas razones independientes del contenido
cer lo que el derecho exige que (en parte) deriva precisamente del he-
no tienen por qué ser las mismas ni contar con el mismo peso para el
cho de que lo haya exigido, que en la deliberación moral habrá de ser ciudadano y para el juez.
contrapesada con las razones para hacer o no hacer lo ordenado que
Por fin, la tercera idea fundamental no es más que un corolario de
ya existieran independientemente y sobre las que eventualmente po- los términos en los que ha sido planteada la segunda. Sólo a veces exis-
dría prevalecer; y no hay nada en la propuesta del «enfoque definicio- ten razones independientes del contenido para hacer lo que el derecho
nal» que sirva para sustentar una conclusión semejante. exige; o lo que es lo mismo: nada garantiza que esa clase de razones
,, En segundo lugar, a veces existen razones independientes del con- existan siempre que el derecho ordena hacer algo. Quienes niegan esta
tenido para hacer lo que el derecho exige que tienen que ver, entre tercera tesis -entendiendo por tanto que la segunda se queda corta-
otras cosas, con el hecho de que el derecho lo ha exigido (y que ceteris estarían postulando de nuevo una conexión necesaria entre derecho y
paribus no existirían en caso contrario). Lo que eso quiere decir es que moral, pero ahora sobre la base de lo que Raz llama un «enfoque de-
el derecho ha contribuido causalmente a la generación de ciertas cir- rivativo» (639): el «enfoque derivativo» define e identifica el derecho
cunstancias en las que hacer lo que una norma jurídica exige resulta a través de un criterio -por decirlo grosso modo- de corte positivis-
ser -y ceteris paribus no lo sería de no darse esas circunstancias- una ta, es decir, considera que la determinación de si algo es o no «dere-
forma de hacer algo que se considera valioso en sí mismo (i. e., que cho» se resuelve enteramente en la comprobación de si se da o no un
el sujeto entiende que tiene una razón dependiente del contenido para cierto conjunto de hechos sociales complejos; pero mantiene al mismo
realizar). Esta idea requiere varias precisiones, que en parte ya nos tiempo que, dadas ciertas premisas morales que se suponen acepta-
son conocidas. En primer lugar, no hay un único fundamento posible bles, precisamente esas propiedades fácticas que ha de reunir una ins-
para la aparición de estas razones independientes del contenido (pue- titución social compleja para ser llamada «derecho» determinan que
de tratarse de la resolución de un problema de coordinación cuando ésta posea necesariamente valor moral, de manera que, sea cual fuere
se le reconoce valor moral a la coordinación resultante; del manteni- el contenido de un sistema jurídico, existiría una razón moral para obe-
miento de unas instituciones globalmente justas cuando la transgresión decer cualquiera de sus normas. Me parece que la discusión acerca de
de la norma jurídica verdaderamente puede ser causalmente relevante si cabe o no sostener una pretensión semejante -tanto si se defiende
para socavar sus perspectivas de conservación, etc.). En segundo lu- la tesis más ambiciosa de que siempre existen razones independientes
gar, como el vínculo entre la emisión de las normas jurídicas y la apa- del contenido para hacer lo que cualquier derecho exige, como si, más
rición de las circunstancias que hacen que exista la razón independien- modestamente, se defiende la misma idea pero sólo en relación con
te del contenido es causal, la relación entre la existencia de esa razón cierta clase de sistemas jurídicos- ha llegado a un punto en el que
y la emisión de la norma jurídica es contingente: no es el mero hecho todo lo que cabe decir, una vez desacreditados los argumentos usuales
de haberse dictado ésta lo que constituye la razón para actuar, puesto en su favor (640), es que a quien la defienda le corresponde la carga
que la emisión de la norma no implica de modo necesario la aparición de la prueba.
de ese conjunto de circunstancias relevantes (que pueden no llegar a
darse nunca o que pueden no darse en algunos de los supuestos per- (638) Para una expresión sintética y sumamente clara de estas ideas vid. Donald Re-
t~gecientes a la clase de casos a los que se aplica una norma jurídica gan, «Law's Halo», cit., especialmente pp. 17-20 y 23.
(639) Cfr. Raz, PRN, pp. 165-170. .
(640) Me refiero a argumentos tales como el delfair play (que, incluso si se da por
neja un concepto muy discutible de «derecho», sino también de «moral»: porque si no
se presupone alguna forma de objetivismo moral, la definición de derecho que nos pro- 695
pone resultaría inmanejable intersubjetivamente.

694
JUAN CARLOS BAYON M ORINO

En los últimos tiempos, cambiando el signo de una muy a~entada


tradición teórica precedente, gana adeptos la idea de que no ex1s~e un~
obligación moral de obedecer el derecho, ni siquiera prima facze Y m
siquiera restringida al caso de un derecho globalmente justo (641).
supuesto que los sistemas jurídicos --o al menos algunos de ello~- son la clase ?e :<em- Pero me gustaría subrayar que quienes defienden esta idea dan por
resa común» 0 «cooperativa» que la lógica del argume~to reqmere, lo que _en s1 rmsmo buenas las tres tesis fundamentales que acabo de enunciar: en parti-
pa es bastante discutible, falla porque de él sólo se scgmría 9ue hay.u?a razo? para obe-
~ecer las normas del sistema si verdaderamente la obediencia bene~Ic.Ia a algun otro ~a:~ cular, no rechazan en modo alguno ni la primera ni la segunda, lo que
ticipante en esa empresa común -corres~ondiendo ~sí a los benefici?,s qu~ uno re~1b10
anteriormente- o si la desobediencia pusiera en pehgro la prese~vacwn m1sma de e~a, consiguiente sólo a veces existiría esa clase de razón independiente del contenido).
no en cualquier otro caso); el de la gratitud (que fracasa no solo po~q~e para po er Cfr. Ph. Soper, A Theory of Law, cit., especialmente pp. 77 ss.; Id., «The Obligation
~ecir que existe una deuda de gratitud por la recepc~ón de ciertos beneficios parece que to Obey the Law»., cit.; Id. «Legal Theory and the Clain of Authority», cit., especial-
hace falta que haya habido una aceptación voluntana de és.tos -lo que de~?e luego no mente pp. 229-231. Las tesis de Soper han sido duramente criticadas -me parece que
siempre es el caso en relación con las ventajas que uno rec1be de la actuacwn.de la a~­ con toda justicia- por J. Raz, «The Morality of Obedience» (recensión de Soper, A
toridad estatal-, sino además porque, incluso cuando verdadera,mente se pudiera decu Theory of Law), en Michigan Law Review, 83 (1985) 732-749; y por David Lyons, «So-
ue existe ese deber de gratitud, aún habría que mostrar p~r q~e la fo:I?a adecuada de per's Moral Conception of Law», en Ethics, 98 (1987) 158-165. Obviamente el eslabón
¿umplir ese deber habría de ser la obediencia a cualquier directiVa em1t1da por el. bene- más endeble de la argumentación de Soper es el paso de la afirmación de que quien está
factor); 0 los varios argumentos de cor~e uti~itarista que apelan .a. las consecuenczas de~ gobernando «de buena fe» merece «respeto» por ello (lo que no tiene por qué equivaler
seables de la obediencia (que tropiezan mvana?le~ente con .la dificultad de que hay. ca más que al reconocimiento de su buena intención subjetiva, lo que es perfectamente com-
sos en los que las consecuencias de la desobediencia son meJores. que las de la obed~en­ patible con juzgar que el contenido de dichas intenciones es perfectamente indigno de
cia). Para una crítica contundente de estos argumentos cfr. Smlth, «¿Ha~ una obliga- respeto) a la afirmación de que ese «respeto» ha de traducirse en que cualquiera de sus
ción prima facie de obedecer el Derecho?», cit., pp ..~~5-190 y 1~4-1?8; S1mmons, Mo- directivas debe ser respetada (i. e., obedecida), sea cual sea -salvo que se rebase un
ral Principies and Política[ Obligation, cit .. caps. II.m, V Y VII, ? mcluso Ph. Soper, cierto límite extremo- el contenido de las mismas. Ese paso constituye de hecho un
«The Obligation to Obey The Law», en R. Gavison. (ed.), Iss.ues zn Conte:nporary L~- salto en el vacío que en mi opinión descalifica concluyentemente la propuesta de Soper.
al Philosophy, cit., pp. 127-155, pp. 133-140, que aun rnantemen~o ~ue eXIste un~ obli- Aparte de ello, quizá el argumento al que más se recurre para alegar que al menos
~ación de obedecer el derecho pretende establecerla sobre bases d1stmtas, reconociendo respecto de cierta clase de sistemas jurídicos sí existiría una razón independiente del con-
el fracaso de los argumentos mencionados. . tenido para obedecer cualquiera de sus normas es el que apela a la idea de que esas
La argumentación de Soper, sin embargo, no es mucho más conv~ncente. En su opi- normas sean el resultado de un proceso democrático. Pero el «argumento democrático»
nión los datos de partida son la necesidad de que exista una autondad y el hecho de desemboca a mi juicio en el siguiente cuatrilema: o bien a) se sostiene que al haberse
que ~lguien esté tratando de actuar corno tal de buena fe, esto es, esté actuando. co~? aprobado democráticamente una norma con un cierto contenido hay razones para creer
autoridad con arreglo a lo que él piensa que son las razones subyacentes de los m?IVI- que verdaderamente hay razones para realizar la acción prescrita por dicha norma (y
duos; y según Soper ese esfuerzo merece el respeto de los goberna?os Yl.es proporcwna para creer consiguientemente que uno estaba equivocado si sostuvo previamente lo con-
una razón para obedecer cualquiera de las directivas de la .autondad~ mcluso cuando trario), lo que exige dar por bueno el «constructivismo epistemológico» y resolver algu-
ésta -siempre de buena fe- ha emitido una directiva «~qm~ocada», 1. _e., una ~ue su nas dificultades más que se plantean una vez aceptado éste (vid. supra, nota 591); o
destinatario entiende que moralmente no debería haber s1do d1ctada, razon que solo p~­ bien b) se sostiene que lo moralmente correcto es lo que la mayoría decida, con lo que
dría quedar superada o desbancada cuando la magnit~d del err~r ~ese tal que el segUI- se postula una forma de subjetivismo social que creo que incurre en dificultades insal-
miento de la directiva colocara a su destinatario en c1rcunstanci~S Iguales, o peores que vables (vid. supra, nota 630); o bien e) se sostiene que uno tiene razones para obedecer
las que se darían en ausencia de autoridades. De todo ello se s1gue, seg~n Soper, que una norma aprobada democráticamente si ha participado -aunque sea sosteniendo una
hay una razón moral independiente del contenido -y además de c~nsiderable p~so, postura distinta de la que a la postre resulte ser mayoritaria- en la votación conducen-
dada la excepcionalidad de las circunstancias que habrían de concurnr par~ qu~ di~ha te a su aprobación, lo que, aparte de significar que esa razón no existe para quien se
razón quedase sobrepasada o desbancada por otra- para obedecer cu~lqurer directi;a ha negado a participar y de suscitar dificultades específicas si se piensa no en una de-
si no de cualquier sistema jurídico, sí al menos de aquellos cu~as autondades no esten mocracia directa, sino representativa, equivale según creo a una variante o del argumen-
gobernando cínicamente, i. e., dictando directiva~ que ell~s .mismos s~ben moralmente to del consentimiento (se supone -lo que no deja de estar exento de problemas- que
injustificadas y que ponen en vigor para su exclusivo beneficio. Ademas, c~mo con esta quien participa en la votación <<Consiente» en aceptar el resultado de la misma sea cual
estrategia aroumental Soper no liga la existencia en cada caso de una raz~~ para obe- sea éste) o del argumento del fair play (aunque no consienta en tal cosa, está obligado
decer a la incidencia causal de la eventual desobediencia .sobr~ la c?n~erva~10n de la au- a hacerlo en la medida en que se beneficia, en otras ocasiones en las que él queda en
toridad, se sustraería a la objeción de que no siempre existe dicha mc1denc1a (y que por mayoría, del acatamiento por parte de la minoría de las decisiones adoptadas), desem-
bocando por consiguiente en las mismas dificultades que éstos; o bien, finalmente, d) se
696 sostiene que la razón por la que deben obedecerse las normas aprobadas democrática-
mente es que debe preservarse un procedimiento de decisión colectiva globalmente jus-
to (para poder decir lo cual, por cierto, no bastará con que esté implantado un proce-

697
tipo. Y lo en.ojoso. de los desacuerdos verbales estriba por supuesto en
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O
que apartan mdeb1damente nuestra atención de los genuinos desacuer-
dos sustantivos (643).
es tanto como decir que desde luego reconocen que en cierto número
Antes de explorar la naturaleza de esos desacuerdos, permítaseme
de situaciones -y que sean muchas o pocas dependerá del contenido
del derecho, de su eficacia causal en la generación de cierta clase de recho. U~a anticrít!ca», en Sistema, 65 (1985) 101-115; E. Díaz, «La justificación de la
circunstancias y de las convicciones morales del que hable- hay raza- democracia», en Szstema, 66 (1985) 3-24; A. Cortina, Etica mínima (Madrid: Tecnos,
morales para hacer lo que el derecho exige. Me parece, por con- 1986~, pp. 1?0 ss.: _J. Muguerza, «La obediencia al Derecho y el imperativo de la disi-
siguiente, que cuando se discute acerca de si se puede afirmar o no dencia (una mtruswn en un debate)», en Sistema, 70 (1986) 27-40; M. Atienza y J. Ruiz
Manero, _«Entrevis~a con F. G_onzál~z Vicén», en Doxa, 3 (1986) 313-325, pp. 320-321;
que existe una obligación moral prima facie de obedecer el derecho, R. Hernande~ Mann, «La o_bhgatonedad del derecho», en Anuario de Filosofía del De-
los desacuerdos pueden ser de dos clases que conviene deslindar con recho: nuev~ ep?_ca, 4 (19.87) 619-623; A. Cortina, «La calidad moral del principio ético
nitidez: pueden ser, en primer lugar, desacuerdos sustantivos, lo que de umversahzaciOn» en Szstema, 77 (1987) 111-120; E. Fernández, La obediencia al De-
en mi opinión quiere decir que lo que se discute es si las tres tesis enun- rec~~' cit., pp. 91-115; J. Muguerza, «Sobre el exceso de obediencia y otros excesos (un
ciadas son o no correctas (i. e., se discute qué clase de razones para antiCipo)», e~ JJ_~xa, 4 (1987) 343-347; E. Díaz, «Legitimidad y justicia: la Constitución,
zona ~e n:ediacwn», en Doxa, 4 ~1~87) 349-353; F. González Vicén, «Obediencia y de-
actuar existen en relación con el derecho); y en segundo lugar pueden sobedi~~cia al Derecho. Unas ultimas reflexiones», en Sistema, 88 (1988) 105-109;
ser también desacuerdos de índole verbal o conceptual, en los que, su- E. Gmsan, «Razones morales para obedecer al derecho», en Anuario de la Cátedra Fran-
puesta la corrección de las tres tesis mencionadas, lo que se discute es cisco Suárez, 28 (1988) 131-153; A. Cortina «Sobre La obediencia al Derecho de E. Fer-
si ello autoriza o no a concluir que existe una obligación moral prima n~ndez», en_ A~zuario de Fil?sofía del Derecho, nueva época, 5 (1988) 513-522; E. Fer-
nandez, «Rephca a A. Cortma», en Anuario de Filosofía del Derecho, nueva época, 5
facie de obedecer el derecho (i. e., se discute qué clase de razones para (1988). 523-525; G. Peces Barba, «Desobediencia civil y objeción de conciencia», en
actuar habrían de existir en relación con el derecho para poder afir- A~zuarw de Dere_c_hos Humanos: 5 (1988-89) 159-176, especialmente pp. 160-164; J.R. de
mar que existe una obligación moral prima facie de obedecerlo; ésto Paramo, recenswn de E. Fernandez, La obediencia al Derecho, cit.; M. Gascón Abe-
es, se discute en definitiva qué es exactamente lo que se quiere decir llán, Obediencia al Derecho y objeción de conciencia (Madrid, C.E.C., 1990), cap. II.
al afirmar que existe una obligación semejante). Tengo la sospecha de (643) A~n a riesgo de resultar prolijo al hacer explícitas observaciones que segura-
que algunos de los desacuerdos suscitados recientemente en torno al mente debena~ darse ya por sobrentendidas, insistiré en varias precisiones conceptuales
acerca .del sentido en el que se plantea la pregunta de si existe o no una obligación pri-
tema (642) -aunque deseo subrayar que no todos- son del segundo ma facze de obedecer el derecho. En primer lugar -y en contra de lo que mantiene Pe-
ces Bar?a e~- «Desobediencia civil y objeción de conciencia», cit., pp. 161-163-, si hay
dimiento de decisión por mayorías, sino que haría falta además que esté salvaguardado una .o~l!g.acwn de obe?ecer el derecho ha de tratarse de una obligación moral, sin que
el respeto de lo que el agente considere razones subyacentes básicas -mediante el re- a ffi1 JUICIO tenga sentido hablar de una «obligación jurídica de obedecer el derecho».
conocimiento de una serie de derechos sólo algunos de los cuales están conectados ló- Para obedecer el derec.ho hay que ~acer lo que es jurídicamente obligatorio: pero en-
gicamente con el mantenimiento y funcionamiento de aquel procedimiento), con lo que tonc~s, como hace ya tiempo mostro Ross --cfr. A. Ross, «El concepto de validez y el
el argumento equivale al de la obligación de abstenerse de minar o socavar las perspec- conflicto en~re el positivismo jurídico y el derecho natural» [1961], en A. Ross, El con-
tivas de conservación de un sistema justo, y, como éste, no está en condiciones de pro- cepto de vabde~ y otros en~ayos [tr~d. cast. de G.R. Carrió y O. Paschero] (Buenos Ai-
bar que hay una razón para obedecer cualquier norma del sistema y en cualquier oca- res: Centr~ E~Itor .de Amenca Latma, 1969), pp. 7-32, especialmente pp. 18-19; vid. al
sión de cumplimiento de la misma (porque no siempre existe esa incidencia causal que r~specto Lib_ono Hierr~, El r~alismo jurídico escandinavo ... , cit., pp. 266-267; y R. Her-
el argumento exige). ?a~d~z Mann, «La obhgatonedad del Derecho», cit., p. 621-, una presunta obligación
(641) Los puntos de referencia obligados son los ya reiteradamente citados trabajos ~ur~d~ca de obede~er el.derecho equivaldría a la obligación jurídica de hacer lo que es
de Smith, «¿Hay una obligación prima facie de obedecer el Derecho?», cit.; Simmons, JU~Idicamente obligatono, de manera que resultaría perfectamente redundante· y si se
Moral Principies and Political Obligation, cit.; o Raz, La autoridad del derecho, cit., qmere llegar a un resultado distinto hay que reconocer que «[e ]1 deber de obedecer el
cap. XII. der~cho es un deber mo~al ha~ia el sistema jurídico, no es un deber jurídico conforme
(642) Me refiero en particular a la polémica desatada en torno a las tesis sostenidas ~l srstema. El. deber hacia el ~~s~er;na no puede derivarse del sistema mismo, sino que
por F. González Vicén en «La obediencia al Derecho», cit., en la que la nómina de in- tiene q~e surgir de re~l~s o pnncipros que están fuera del mismo» (Ross, op. cit., p. 18;
tervinientes -de manera directa o indirecta- ha alcanzado ya unas dimensiones tales ~as c~rsivas son del ongmal). De todo ello cabe inferir que la pregunta acerca de si debe
que resulta difícil no incurrir en alguna omisión: vid. M. Atienza, «La Filosofía del De- Jurídicamente hacerse lo que es jurídicamente obligatorio -a la que equivale la cues-
recho de Felipe González Vicén», en El lenguaje del Derecho. Homenaje a Genaro
R. Cm·rió (Buenos Aires: Abeledo Perrot, 1983), pp. 43-70; E. Díaz, De la maldad es- 699
tatal y la soberanía popular, cit., pp. 76-94; F. González Vicén, «La obediencia al De-

698
LA NORMA TIVIDAD DEL DERECHO

ta el ~gente t~ndrá qu~ tomar en cuent~ todas las razones morales (de-
resumir cuáles serían a mi juicio los términos en los que se desarrolla- pendientes e mdependientes del contemdo) que sean aplicables al caso
ría la deliberación moral acerca de si se ha de realizar o no un deter- y sopesarlas dentro de un balance global. La estructura de ese balance
minado acto individual que el derecho exige (i. e., que cae bajo el cam- puede adoptar formas muy va~iadas. En algunos supuestos el agente
po de aplicación de una de sus normas). Para responder a esa pregun- puede en~ontrar que no .hay mnguna razón moral, ni dependiente ni
I~~ependiente del contemdo, para hacer lo que el derecho exige. Tam-
tión de si existe una «obligación jurídica de obedecer el derecho>>-- denota la misma bien puede darse el caso de que sólo haya razones del primer tipo
clase de confusión conceptual que aquella otra acerca de si debe moralmente hacerse lo
que es moralmente obligatorio. Sobre la idea de que la obligación de obedecer el dere- (cuyo saldo puede resultar a favor o en contra de realizar la acción
cho ha de ser moral y no jurídica cfr. Singer, Democracia y desobediencia, cit., p. 11; cor:espond.iente), resultando entonces que el hecho de que la acción
E. Fernández, La obediencia al Derecho, cit., p. 60; F. Laporta, «Etica y Derecho en este presenta por el derecho resulta completamente irrelevante en su
el pensamiento contemporáneo», cit., p. 280. deliberación práctica. Y, por fin, es posible que existan razones del se-
En segundo lugar, no me parece aceptable la idea de que la obligación de obedecer
el derecho sería una «obligación política» si por tal se entiende una obligación no moral
gundo tipo -i ..e., independientes ?~1 contenido- para ejecutarla, que
-cfr. Passerin D'Entreves, «<ntorno all'obbligo político», cit.; Th. McPherson, Políti- p~eden determmar a) que una acc10n que en su ausencia resultaría in-
ca! Obligation (London: Routledge & Kegan Paul, 1967), caps. VIII y IX; U. Scarpelli, difere.nte (porque no había razones dependientes del contenido ni a fa-
«Dovere morale, obbligo giuridico, impegno político», en Id., L'etica senza verita (Bo- vor m en contra de realizarla) resulte ahora debida; b) que una que
logna: 11 Mulino, 1982), pp. 165-175-, y no una obligación moral relativa a la conducta ya lo era, lo sea ahora con mayor fuerza (porque se suman a las ra-
del ciudadano en relación con las exigencias de las autoridades políticas. Para la inter-
pretación de la «obligación política» como obligación moral vid. Flathman, Política! zones dependientes .del contenido para realizarla que existían previa-
Obligation (London: Croom Helm, 1973), pp. 48-49; Simmons, Moral Principies and Po- mente); e) que en VIrtud de ellas se deba hacer lo que en su ausencia
lítica! Obligation, cit., p. 4; Singer, Democracia y desobediencia, cit., p. 13; E. Fernán- se ha?ría debido omiti.r (porque prevalecen por peso sobre razones de-
dez, La obediencia al Derecho, cit., p. 61; Peces Barba, «Desobediencia civil y objeción pendientes del contemdo en contra de realizarla que existían de todos
de conciencia», cit., p. 161; Marina Gascón, Obediencia al Derecho y objeción de con-
~odos); o d) que, no o?stante su existencia, sean incapaces de cam-
ciencia, cit., p. 95. Creo que los argumentos que cabe aportar en favor de la concepción
de la «obligación política» como una obligación moral delimitada por su objeto -y no biar e.l stat.u~ de una acción moralmente prohibida (porque su peso re-
como una clase especial de obligación, distinta de la obligación moral- son los que ex- sulta msuf~ciente para pre~alecer sobre el de las razones dependientes
puse en su momento al comentar la distinción entre «formas» y «variedades» de obli- d~! co~temdo para no re~hzarla que existían previamente). En mi opi-
gaciones (vid. supra, apartado 7.5) y los que se verán más adelante al criticar la tesis de ~lOn tiene perfecto sentido mantener todo esto y sostener al mismo
la fragmentación de la idea de justificación en ámbitos independientes (infra, apartado
tie~po que, tomado el concepto en su sentido estricto, no hay una obli-
8.5), y a ellos me remito.
En tercer lugar, considero aquí intercambiables las expresiones «obligación» o «de- gacwn mo~al prima facie de «obedecer el derecho». Trataré de expli-
ber» moral prima facie de obedecer el derecho. El que quizá sea más frecuente hablar car por que.
en este contexto de «obligación» obedece simplemente al peso de una tradición teórica 1':1uchas d~ las intervenciones que se han sucedido en la polémica
a tenor de la cual si existen razones morales para obedecer cualquier norma del sistema
con independencia de cuál sea su contenido habrán de derivar de un acto de consenti-
suscitada a rmz de la defensa por parte de González Vicén de la tesis
miento (entendiendo entonces que «obligación» es precisamente el término adecuado s~gún. la cual «mientr~s que no hay un fundamento ético para la obe-
para denominar la clase de razones morales para actuar cuya existencia deriva de la eje- dienci~ al. Derecho, SI ~ay. u~ fundamento ético absoluto para su de-
cución de ciertos actos voluntarios -posiblemente en el marco de ciertas prácticas so- sobedlencia» (644) han InSIStido en la idea de que sin duda existe una
ciales, como ocurriría en el caso de las promesas- encaminados precisamente a hacer-
las surgir). Si precisamente se pone en tela de juicio esa justificación -como yo he he-
cho aquí-, no parece que haya mayor inconveniente en utilizar uno u otro término in- te:>, al hablar de «obligación» o «d~ber» no presupongo en modo alguno que estos tér-
distintamente, es decir, sin que haya mayor inconveniente en utilizar uno u otro térmi- mmos deban entenderse como eqmvalentes a «razones protegidas», o «perentorias» 0
dotadas de alguna clase de. «fuerza norm~tiva especial» respecto a la idea más simple
no indistintamente, es decir, sin que haya que entender que el uso de cada uno de ellos
de ~<deber hacer» (con~ra, VId. Raz, «Promises and Obligations», cit., p. 223; Id., La au-
remite a una explicación particular y diferenciada de la eventual existencia de razones
tondad del. derech?, cit., p. 291). Por consiguiente utilizo la expresión «obligación» 0
morales para obedecer el derecho (en sentido similar, vid. Soper, «The Obligation to
«deber» przma jac1_e mer~n:;ente en el s~nti~o analizado en el apartado 7.3.
Obey the Law», cit., p. 132). (644) F. Gonzalez VIcen, «La obediencia al Derecho», cit., p. 388.
Por último, habiéndose criticado como aquí se ha hecho la idea de «razón excluyen-
701
700
obligación moral de obedecer el derecho cuando lo que éste exige coin- LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
cide con lo que requiere la moral (lo que desde luego no sucedería siem-
pre, pero sí en un cierto número de ocasiones) (645). Supongamos, en ~a~ ~na razón (no necesariamente concluyente) para realizar todo acto
primer lugar, que lo que se quiere decir al afirmar tal cosa es mera- md1v1dual que pu~da ser descrito como caso de dicho acto genérico ·
mente que a veces -pero no siempre- hay razones dependientes del con a~r~glo a su mterpretación débil, equivaldría tan sólo a afirma;
contenido para hacer lo que el derecho exige; y que entonces -pero que tzpzcan;ente -pero no necesari.amente siempre- hay una razón
sólo entonces- se tiene la obligación o deber moral de hacerlo (646). (qu~ ademas, cua~d~ ~oncurre, no tiene por qué ser concluyente) para
Creo que la exposición precedente habrá dejado claro que en mi opi- reahzar los ac~os md1v1duales susceptibles de ser descritos como casos
nión es correcta la primera parte de esa afirmación, pero no necesa- del acto ge~énco en cuestió~. Trasladadas al supuesto que nos intere-
riamente la segunda. De todos modos, aunque se aceptase esta tesis sa, par~~ qme~ haga suya la mterpretación fuerte decir que existe una
exactamente en los términos propuestos, sólo en un sentido espurio po- o.bhgacwn.f!rzma f~ci~ ~e obedecer el derecho equivaldría a decir que
dría hacerse equivaler a la idea de que existe una obligación moral pri- s1 una acc10~ esta JUndica~ente prescrita siempre hay una razón mo-
ma facie de «obedecer el derecho» (647). Para entender por qué, hay r~l para reahzarla; para qmen suscriba la interpretación débil que tí-
que recordar qué es lo que implica un juicio de deber prima facie re- plcam~nte suele haberla (siendo posible entonces que no hay~ ningu-
lativo a actos genéricos y en particular hay que tener bien presente el na razon moral e? absoluto para realizar algunas de las acciones que
«requisito de la no contingencia» (648). De entrada, como ya sabe- el derecho prescnbe):
mos, ese requisito puede ser interpretado de dos maneras diferentes: Parece claro que quien sostiene que existe una obligación moral
con arreglo a su interpretación más fuerte, afirmar que existe un de- de obedecer el derecho cuando lo que éste exige coincide con lo que
ber prima facie de realizar cierto acto genérico equivale a afirmar que de to?os modos es. moralment~ ob~i~ator~o (y sólo en ese caso) no pue-
de afirmar que ex1ste una obhgacwn przma facie de «obedecer el de-
(645) Cfr. M. Atienza, «La filosofía del Derecho de Felipe González Vicén», cit., rec~o» en nmgun~ de los dos sentidos mencionados. Porque como es
pp. 68-69; E. Díaz, De la maldad estatal y la soberanía popular, cit., pp. 79-80 y 83; obviO nada gara?tlza 9ue 1? que el derecho exige sea de todos modos
E. Fernández, La obediencia al Derecho, cit., pp. 96-97, J. Malern, Concepto y justifi- m~ralm~~te obhgatono, m siempre ni tan siquiera generalmente. Po-
cación de la desobediencia civil, cit., p. 42. Incluso Hernández Marín -cfr. «La obliga- d~Ia argmrse no obstante que lo que existe es una obligación prima fa-
toriedad del Derecho», cit., pp. 622-623- cifra el desacuerdo entre González Vicén y cze no de «obe~ecer el derecho» en general -es decir, cualquier clase
Elías Díaz en que al partir uno y otro de distintas concepciones acerca del derecho y de
distintos conjuntos de convicciones morales ven respectivamente corno imposible y corno de derecho- smo de «obedecer el derecho justo» (649) entendiendo
posible la coincidencia entre exigencias del derecho y exigencias de la moral. por ~al no aquél ~u ya~ di~posiciones sean en su totaliddd justas (exi-
(646) Me parece que ésta es la posición defendida por Eusebio Fernández en La obe- gencia que n? satlsfan~ nmgún derecho existente), sino aquél que es
diencia al Derecho, cit., pp. 21-23, 87-89 y 122. globalmente JUS~o, aquel en el que son justas la gran mayoría de las
(647) Creo que lo advierten con claridad J.R. de Páramo, recensión de E. Fernán- normas que lo .mtegran. Pero incluso con esta matización caben aún
dez, La obediencia al derecho, cit., pp. 497-498; y Marina Gascón, Obediencia al Dere-
do.s form~s de mterpretar la afirmación de que existe una obligación
cho y objeción de conciencia, cit., pp. 118, 120, 121 y 148.
(648) Sobre el «requisito de la no contingencia», vid. supra, apartado 7.3. La im- przma facze de «obe?ecer el derecho justo». Con arreglo a la primera,
portancia de este requisito a la hora de discutir si existe o no una obligación moral de cuan~o un ordenamiento es globalmente justo habría una razón (no ne-
obedecer el derecho ha sido subrayada en numerosas ocasiones: cfr., por ejemplo, Smith, cesanamente concluyente) para obedecer cualquiera de sus normas, in-
«¿Hay una obligación prima facie de obedecer el Derecho?», cit., p. 184; Sirnrnons, Mo- c~uso aqu~lla~ que no son JUStas: esa razón (independiente del conte-
ral Principies and Political Obligation, cit., pp. 30-35; Raz, PRN, p. 155; Id., La auto-
ridad del Derecho, cit., p. 290; J. Mackie, «Obligations to Obey the Law», en Virginia mdo) den:ana del valor moral de contar con unas instituciones glo-
Law Review, 67 (1981) 143-158, p. 143; Nino, Etica y Derechos Humanos, 2.• ed., cit., balmen~e JUStas y de ~o hacer nada que amenace su existencia; y di-
pp. 400-401; Soper, «The Obligation to Obey the Law», cit., p. 132; Gans, «Cornrnent» c?a razon para cumphr cualquiera de las normas del sistema existiría
[a Soper, «The Obligation to Obey the Law»], cit., p. 184; Laporta, «Etica y Derecho szempPe, aunqPe desde luego no siempre prevalecería sobre las even-
en el pensamiento contemporáneo», cit., p. 282. tuales razones dependientes del contenido que pudiera haber en con-
702 (649) Cfr. E. Fernández, La obediencia al Derecho, cit., pp. 21 y 122.

703
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

JUAN CARLOS BA YON M O HIN O


zones dependientes del contenido a favor o en contra de las acciones
tra de hacer lo que en algún supuesto determinado el derecho exi- exigidas.
ge (650). Con arreglo a la segunda, por el contrario, sólo habría razo- Parece claro que quien abrace esta segunda posibilidad no puede
nes para obedecer las normas justas de un derecho globalmente jus- afirmar que existe una obligación prima facie de obedecer el derecho
to (651): eso es tanto como decir que en la deliberación moral acerca (global, pero no totalmente justo) si interpreta el requisito de la no
de si ha de hacerse o no lo que el derecho exige sólo intervienen ra- contingencia en su sentido fuerte. Pero por supuesto podría alegarse
que la afirmación de que es precisamente en ese sentido fuerte en el
(650) Es la postura de Rawls -vid. A Theory of Justice, cit., pp. 115, 334, 350-351 que ha de manejarse la idea de obligación prima facie resulta entera-
y 354-, para quien el deber de apoyar o sostener las instituciones justas implica la exis- mente dogmática (652). Me interesa subrayar en cualquier caso que,
tencia de una razón para realizar sus exigencias incluso cuando éstas no están realmente mientras la disputa acerca de si existe o no una razón independiente
justificadas en cuanto a su contenido (siempre que no se exceda un cierto límite de in-
justicia). En mi opinión, como ya he tenido oportunidad de explicar, del deber de apo- del contenido para obedecer cualquiera de las normas de un sistema
yar o sostener las instituciones justas no se sigue que siempre (aunque desde luego sí a globalmente justo (incluso aquellas cuyo contenido no lo es) constitu-
veces) exista una razón idependiente del contenido para realizar el contenido de sus di- ye un genuino desacuerdo sustantivo, la disputa acerca de si la idea de
rectivas, porque, como dice Raz, «muchos actos de obediencia no apoyan de ninguna obligación prima facie ha de manejarse interpretando el requisito de
manera la existencia o la justicia del estado y de sus órganos, y muchos actos de deso-
bediencia no hacen nada para socavados» (cfr. Raz, «Autoridad y consentimiento», cit.,
la no contingencia en sentido fuerte o débil remite simplemente al ma-
p. 393). nejo de diferentes estipulaciones en cuanto a las reglas de uso de un
(651) Es lo que sostiene E. Fernández, que discrepa expresamente del punto de vis- concepto (de manera que pueden generarse desacuerdos meramente
ta de Rawls (cfr. La obediencia al Derecho, cit., pp. 87-88). De todos modos, como ha verbales entre quienes coinciden en su apreciación de qué clase de ra-
señalado Marina Gascón -cfr. Obediencia al Derecho y objeción de conciencia, cit., zones existen para realizar cierto acto genérico pero discrepan acerca
pp. 121-122-, Eusebio Fernández no es en este punto plenamente consistente. Por un
lado critica la afirmación de Elías Díaz de que«[ ... ] según sea el carácter y la jerarquía de si ello permite afirmar o no que existe el deber prima facie de rea-
de los valores en conflicto, cabría incluso un deber de obediencia respecto de normas lizarlo). Podría pensarse entonces que quien adopte la interpretación
concretas con las que uno pueda estar en desacuerdo ético» (E. Díaz, De la maldad es- débil del requisito de la no contingencia y afirme además que sólo hay
tatal y la soberanía popular, cit., p. 80), que a mi juicio debe ser interpretada en el sen- razones para obedecer las normas justas de un derecho (globalmente)
tido de que pueden existir razones morales independientes del contenido para hacer lo
que el derecho exige que prevalezcan sobre las razones morales dependientes del con-
justo sí puede concluir que existe una obligación prima facie de obe-
tenido que pudieran existir para no hacerlo, diciendo que «[ ... ] no puede darse un de- decer el derecho (globalmente) justo.
ber moral de obediencia a unas normas jurídicas simultáneo con un desacuerdo ético Ahora bien, si se observa esta conclusión con algún detenimiento,
en relación con ellas[ ... ] Si se asume un deber de obedecer a esas normas será por otro se reparará de entrada en su caracter tautológico: si un derecho (glo-
tipo de razones, no de tipo moral: razones políticas en general, aceptación del criterio balmente) justo es aquél del que puede decirse que generalmente hay
de las mayorías, fidelidad al sistema, etc.» (La obediencia al Derecho, cit., p. 101). Por
otro, sin embargo, critica -acertadamente, según creo- a González Vicén cuando éste
afirma que si bien «[e ]1 Derecho como ordenamiento de conducta crea ya de por sí toda
una serie de valores[ ... ] que son otras tantas razones para su cumplimiento», tales como (652) Es lo que hace Eusebio Fernández, criticando el punto de vista de Raz res-
hacer posible la certeza o representar un necesario procedimiento de decisión colectiva, pecto a las condiciones que habrían de quedar satisfechas para que cupiera decir que
y aunque «[a]l Derecho hay que obedecerlo por estas y otras razones», a pesar de todo hay una obligación moral prima facie de obedecer al derecho: «[ ... ] quizá la negativa
«lo que ninguna de ellas nos dice es que haya un fundamento ético para la obediencia tan tajante de J. Raza aceptar la existencia de una obligación de obedecer al Derecho
al Derecho» (vid. G. Vicén, «La obediencia al Derecho. Una anticrítica», cit., p. 103), esté condicionada por un sentido muy reducido de la idea de obligación de obedecer al
frente a lo cual objeta E. Fernández que «[ ... ] algunas de las razones para el cumpli- Derecho como obligación moral general. El mismo acepta que[ ... ] el calificativo de "ge-
miento del Derecho mencionadas pueden ser consideradas como razones morales para neral" es de aplicación a todos los súbditos del derecho, se refiere a todas las disposi-
observar el Derecho» (La obediencia al Derecho, cit., p. 108; la cursiva es mía): pero ciones jurídicas y en todas las ocasiones en que se aplican [ ... ]. Con esas características
esto implica, en mi opinión, reconocer que puede haber razones morales independien- es difícil no coincidir con él en que no existe una obligación moral general de obedecer
tes del contenido para hacer lo que el derecho exige que concurrirán con las eventuales al derecho ni aun en una sociedad buena y justa. Sin embargo, creo que la idea de obli-
razones igualmente morales pero dependientes del contenido que pudiera haber en con- gación moral de obedecer al Derecho (justo) no tiene por qué implicar necesariamente
tra de hacerlo y que en algunos casos pueden prevalecer sobre éstas, que si no me equi- ese sentido de generalidad» (cfr. La obediencia al Derecho, cit., pp. 121-122).
voco es precisamente lo que E. Fernández había puesto en duda al criticar a E. Díaz.
705
704
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

p_recisamente esa razón fuese la concurrencia de la propiedad necesa-


razones dependientes del contenido para realizar las acciones exigidas n~ para poder ~er descrito como caso de X (655) (o dicho con la ter-
por las normas que lo integran, y existe una obligación prima facie de mmolo~m que mtroduje en su momento: que ser un acto de la clase
realizar cierto acto genérico cuando típicamente suele haber razones X constituya una razón intrínseca). Me parece evidente que interpre-"'
para realizar los actos individuales que pueden ser descritos como ca- tado ~1 concepto en este sentido, no puede haber una oblig~ción mo- \
sos de dicho acto genérico, entonces se sigue por definición que hay ral przma facze ~e «~b~d~cer el derecho». El mero hecho de que una "-,
una obligación prima facie de «obedecer el derecho (globalmente) jus- co~ducta haya ~1do Jundic~mente prescrita no puede constituir por sí \
to». Pero de este modo, según creo, obtenemos una conclusión esca- mzsmo una razon para realizarla (656).
samente interesante. De cualquier acto genérico X podría decirse en-
tonces que existe un deber prima facie de realizarlo si la propiedad que (655) Op. cit., p. 74.
ha de reunir un acto individual para ser describible como caso de X (656) Me par:ec~ que en ello han insistido en todo momento González Vicén y Mu-
es moralmente irrelevante y se añade la reserva de que ese deber pri- ~uerza en la polernrca mencionada y, en cuanto a este punto concreto me parece · u e
ma facie se contrae a los supuestos en que, sin que ello tenga que ver 1~
tienen _toda razón. Pero no sé si verdaderamente el desacuerdo con s~s contradict!es
nada en absoluto con el hecho de que satisfagan la descripción X, exis- es aqm genumamente sustantivo o más bien verbal (González Vicén ha afirmado de he-
cho que «[··.].gran parte de la polémica descansa en una interpretación equívoca y en
ten razones morales dependientes del contenido para realizar los actos ~n ~alente~dido de lo que yo sostengo[ ... ]»: cfr. «La obediencia al Derecho. Una an-
individuales que pueden además ser descritos como casos del acto ge- ticntlca»,__cu., p. 101); Y m~ parece a~emás que encontramos aquí la clave para disipar
nérico X. En el fondo eso es lo que ocurre cuando se dice que existe la perplejidad que a los cnticos de V1cén les ha suscitado la conclusión asimétrica de
una obligación moral prima facie de obedecer el derecho justo (y se que no ~ue~e haber un f~ndamento ético para la obediencia al derecho pero sí para su
deso~edlenc:a (cfr. M. Atienza, «La Filosofía del Derecho de F. González Vicén» cit.
entiende por tal no que cuando un derecho es globalmente justo hay p. 69, E. Dmz, De la maldad estatal... , cit., p. 80). ' '
-o por lo menos suele haber- una razón independiente del conteni- El_desacu~rdo ver~al puede provenir de que si se habla de «obedecer el derecho»
do para obedecer sus normas, sino que hay razones sólo para obede- se sugiere la_ Idea no Simplemente de «hacer lo que el derecho exige» sino de ha 1
r"--eer sus normas justas): lo que se está diciendo es que cuando hay ra- f!orq~e l~ _exige. («la palabra obediencia [escribe G. Vicén] suscita en s;guida en nu~~~r~
Imag~nacwn la Idea de dos volunta~es, ~na de las cuales sigue siempre los mandatos
\ zones para ejecutar una acción que el derecho exige, el hecho de que
los ejemplos de la otra»: cfr. «Obediencia y desobediencia al Derecho Una u'lt" y
lo exija no tiene que ver nada en absoluto con esas razones (que se- fl · ·
~xw_nes», Cl~., p.
106) · · s Imas re-
; mientras que la desobediencia no sería una especie de «obe-
guirían siendo exactamente las mismas si el derecho fuese distinto o dwncm negativa» -<<no hacer lo. que. el derecho exige precisamente porque lo exige»
no existiera). Por eso, como dice Raz, la obligación de obedecer un C?)-, _de m~nera que entre obediencia y desobediencia se habría postulado «una falsa
derecho justo (entendida del modo descrito) «es como mucho una mera simetna» (vid. Murguerza, «~a ~bediencia al derecho y el imperativo ... », cit., p. 29,
1~., «Sobre el exceso de obediencia ... », cit. , p. 344). Pero ninguno de los críticos de Vi_
sombra de otros deberes morales y no añade nada a ellos» (653). cen o M~gue~za, que yo sepa, ha defendido la tesis de que .ha de hacerse lo que el de-
Si se quiere evitar ese uso es_purio o vacío del concepto de obliga- re~ho eXIge. sim?lement_e porque _lo exige, a pesar de que, seguramente sin dar al tér-
ción prima facie hay que interpretar de 'un-mudo más exigente el re- mmo «o?ediencm» el mismo sentido estricto que presuponen aquéllos, hayan dicho ue
quisito de la no contingencia, ya sea en su forma fuerte o en la débil. hay oc~SI?nes_ qu~ moral~ente
e? las se debe «obedecer el derecho». Si, con mayor c~u­
tela termmol?gica, h~~Ieran ~Icho ~~e «h~y ocasiones en las que se debe hacer lo ue
Bruce Landesman ha deslindado con cuidado las distintas posibilida-
des de interpretación de ese requisito, y me parece que puede ser útil
el derecho eXIge», qmza_esa afirmacwn sena aún contestada por González Vicén -p~n­
so ~~ su muy poco matlza?a caracterización del derecho como «instrumento de domi-
aprovechar los resultados de su análisis (654). En su interpretación más n~cio? de una clase y sus mtereses sobre otra u otras clases y sus intereses» («La obe-
estricta, para poder decir que existe un deber prima facie de realizar diencia al _D~rech~. Una anticrítica», cit., p. 103), que quizá negaría cualquier posibili-
el acto genérico X sería necesario que hubiera una razón para realizar dad de comciden~m entre exigencias_ l~~ales y deberes morales; aunque me parece en
t?~o caso que m a~ ~u e negar la posibilidad de esa coincidencia (algo que acaso adrni-
todo acto individual susceptible de ser descrito como caso de X y que tma, pero como tnv1al) lo que verdaderamente le ha interesado subrayar a G. Vicén es
que lo que no ~ue~e el derecho es fundamentar razones morales para hacer lo que exi e
(653) Vid. J. Raz, «The Obligation to Obey: Revision and Tradition», cit., p. 140. (cfr. «La obediencia al Derecho. Una anticrítica», cit., p. 101)-; pero desde luego ~o
(654) Cfr. Bruce Landesman, «The Obligation to Obey the Law», en Social por Muguerza, que expresamente considera «inaceptable» la idea de que «no exista nin-
Theory & Practice, 2 (1972) 67-84.
707
706
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

El requisito de la no contingencia, incluso en su versión que he ve- Por último, el requisito de no contingencia puede ser interpretado
nido llamando «fuerte», admite de todos modos una interpretación en una forma débil pero aún lo bastante exigente como para no de-
algo menos estricta. Con arreglo a ella, para poder decir que existe un sembocar eri la formulación de juicios de deber prima facie completa-
deber prima facie de realizar el acto genérico X sería necesario tam- mente vacíos o espurios. Con arreglo a esta última interpretación, para
bién que hubiera una razón para realizar todo acto individual suscep- poder decir que existe un deber prima facie de realizar el acto genéri-
tible de ser descrito como caso de X, pero esa razón no tendría por co X sería necesario que típicamente -pero no necesariamente siem-
qué ser la concurrencia de la propiedad necesaria para poder d~scri­ pre- hubiera una razón -la concurrencia de la propiedad Y- para
birlo como caso de X, sino la concurrencia del alguna otra propiedad realizar los actos individuales susceptibles de ser descritos como casos
-Y- que o bien estuviese analítica o conceptualmente ligada a X (de de X. Pero haría falta además que la relación entre la existencia de
manera que por definición todo caso de X fuera también un caso de
Y), o bien, aun conectada con X sólo empíricamente, fuese de tal cla- dicha conexión causal: para poder sostener que siempre existiría esa razón independien-
se que concurriera siempre que se diera X (657). Esa es en el fondo la te del contenido basta en su opinión con recurrir a la idea de generalización, es decir,
estructura del argumento de quienes sostienen que existe una obliga- al argumento de que un individuo no puede sostener el principio de que es moralmente
ción prima facie de obedecer el derecho queriendo decir que existe aceptable su desobediencia en algunas ocasiones particulares en las que su acto aislado
una razón independiente del contenido (no necesariamente concluyen- no afecta causalmente a la conservación del sistema, porque si todos actuaran de acuer-
do con un principio idéntico al suyo el sistema en su conjunto sí se vería irremisible-
te) para realizar cualquiera de las acciones que el derecho exige. Un mente afectado. Pero esta variante del argumento del orden, basada no en conexiones
juicio de deber prim~facie como ése no es espurio ni completai?ente causales sino en la idea de generalización, hace ya tiempo que fue desacreditada. Ri-
vacío: con él se afirma que, al margen de las razones -dependientes chard Wasserstrom, por ejemplo, ha mostrado que su plausibilidad aparente se basa en
del contenido- que existan de todos modos, el hecho de que una ac- un manejo engañoso de la idea de generalización, puesto que el que alguien más vaya
a actuar en un momento determinado de un cierto modo es una cuestión empírica, una
ción esté jurídicamente prescrita supone que (si no en relación con de las posibles circunstancias que pueden ser parte de la descripción de una clase de si-
cualquier ordenamiento jurídico, si al menos en relación con los que tuaciones, de manera que si el principio a generalizar es precisamente la aceptabilidad
sean global o suficientemente justos) siempre debemos añadir a nues- de la desobediencia en la clase de situaciones en las que, tomadas en cuenta todas las
tra deliberación moral una razón más -independiente del contenido- circunstancias empíricas relevantes, la desobediencia no va a afectar causalmente a la con-
para realizarla. Pero (como cuestión sustantiva, y no meramente ver- servación del sistema, sencillamente es falso -por definición- que si todos actuaran
con arreglo a ese preciso principio el sistema en su conjunto sí se vería irremisiblemente
bal o conceptual) entiendo que un juicio semejante es insostenible en afectado; cfr. R. Wasserstrom, «The Obligation to Obey the Law», en UCLA Law Re-
la medida en que no conozco ningún argumento capaz de demostrar view 10 (1963) 780-807 [ahora en R. Flathman (ed.), Concepts in Social and Political Phi-
que siempre -y no sólo a veces- existiría una razón independiente losophy (New York/London: Macrnillan, 1973), pp. 230-251, por donde se cita;
del contenido para hacer lo que el derecho exige (658). pp. 242-243].
Adela Cortina postula -bajo la denominación de «deber indirecto de obedecer al
derecho»-- la existencia de una razón independiente del contenido para hacer lo que el
gún campo de coincidencia entre el Derecho y la Etica» (vid. Muguerza, «La ?bedien- derecho (suficientemente justo) exige, que consistiría «en una exigencia que la moral
cia al derecho y el imperativo ... », cit., p. 30; la cursiva es mía). Por eso he drcho que nos hace de obedecer la legislación jurídica de un estado concreto, cuando la conside-
hasta ahí, el desacuerdo puede ser puramente verbal. Desde luego a partir de ahí -i. e., ramos como el mejor modo a nuestro alcance de conseguir que los derechos humanos
cuando se entra a discutir si hay o no y en qué ocasiones y con qué fundamento razones se vean respetados. Es decir, cuando contando con el lugar en que hemos nacido y con
morales independientes del contenido para hacer lo que el derecho exige-, ya no lo es. el tiempo al que pertenecemos, nos parece que una legislación, aunque defectuosa, es
(657) Cfr. B. Landesman, «The Obligation to C?bey the La":'», ~i!., pp. 76 y_79. la más asequible para evitar un estado en que los derechos no se verían respetados. En
(658) Aleksander Peczenik, que sostiene que exrste <<Un.a obhgac~on moral pruna fa- tal caso, el deber indirecto se plantea globalmente y no sólo cuando las normas jurídicas
cie general de obedecer el derecho [i. e., una razón moral mdependwnte del contemdo coinciden con las que el sujeto se daría a sí mismo, porque entonces su deber sería ya
para obedecer cualquiera de sus normas en cualquiera de las ocasiones en las que s~an directo» (cfr. A. Cortina, «Sobre La obediencia al Derecho de Eusebio Fernández», cit.,
aplicables] porque la desobediencia general crearía el caos» -On Law and R_eas~n, .crt., p. 521). Pero a mi juicio su exposición no deja claro si entiende que esa razón moral
p. 246--, cree poder escapar a la objeción de que no todo acto de desobedrencm trene independiente del contenido para hacer lo que el derecho exige existe siempre o sólo
verdaderamente incidencia causal sobre la conservación del sistema alegando que, tal y cuando realmente el no hacerlo tiene una incidencia causal respecto al sostenimiento de
como él concibe el argumento, no necesita en absoluto presuponer que siempre exista las instituciones (suficientemente) justas.
708
709
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

esa razón (la concurrencia de la propiedad. Y). ~ la concurrencia de la cosas, porque el derecho lo ha exigido y que, ceteris paribus, no exis-
propiedad que permite describir a un acto mdividual c~mo ca~o de X, tirían en caso contrario), la frecuencia con la que sucede tal cosa en
sin ser necesaria, no fuese tampoco completamente acczd~nt~l. es~ ~la­ nuestra relación real con la clase de ordenamientos positivos con los
se de relación es la que podría existir si entre X e Y existiera típ~ca­ que de hecho vivimos no llega hasta el punto de poder decir, en una
mente (pero no siempre) una conexi?n causal ~de manera que cupies~ situación de incertidumbre acerca de si realmente concurren o no en
afirmar que la concurrencia de las circunstancias que per~uten desc.n- un supuesto determinado, que la actitud más racional sería el segui-
bir un acto individual como caso de X suele generar la~ c.Ircunstancias miento de una «regla indicativa» a tenor de la cual habría razones para
que permitirían describirlo también como caso de Y, existiendo un~ ra- creer que muy probablemente existirán esa clase de razones para ac-
zón intrínseca para realizar los actos de la clase Y) (65?)· Esta sen~ la tuar (662). La conclusión que alcanzamos, por tanto, podría muy bien
estructura del argumento de quien al afirmar que. existe ~na obhga_- resumirse del siguiente modo: no hay, en sentido estricto, una obliga-
ción prima facie de obedecer el derecho lo que qmere ~ecu es q';le tz- ción moral prima facie de obedecer el derecho; pero la posible exis~
pica 0 generalmente (pero no siempre) hay una razón. mde?endiente tencia de razones independientes del contenido para hacer lo que el
del contenido para hacer lo que el derecho exige. La discusion acerca derecho exige que derivan en parte del hecho de que lo ha exigido no
de si es admisible esta interpretación débil -pero n? va~ía- del re- debe ser pasada por alto en la deliberación de un agente racional.
quisito de la no contingencia, o d~ si, P?r el contrano, ~~lo cabe ha-
blar de juicios de deber prima facze relativos a .actos genencos cua~do
se adopta la interpretación fuerte (en cualqmera de sus dos va~Ian­ 8.5. Prácticas e instituciones sociales y unidad del razonamiento
tes) (660) no encierra ningún desacuerdo verdaderamente su_,stantzvo Y práctico
por consiguiente no creo que n:erezca la p~na adent.rar~e n;as en ella.
Simplemente me limitaría a deJar constancia, como mdiqu~ en sumo- De lo expuesto en los apartados precedentes cabe concluir que un
mento (661), de que en mi opinión entre los puntos de parti.da de nues- agente racional que delibera acerca de qué hacer debe constituir un ba-
tra deliberación moral sí se incluyen juicios de deber relativos a actos lance global en el que se contrapesen todas las razones para actuar que
genéricos «con frecuencia relativa ?e
no contingencia». Lo que_ s~ me existen desde su punto de vista, tanto las que dependen del contenido
parece una cuestión sustantiva es si puede o no acept.arse que tzpzca o de la acción acerca de cuya realización se delibera, como aquéllas que
generalmente hay una razón indep~ndiente del co~tem.d~ para hacer lo son independientes de su contenido y que dependen de la existencia de
que el derecho exige. Ya he exph.cado que en m~ opmwn a_ v~ces las reglas sociales o de la emisión de prescripciones por parte de autori-
hay. Que las haya con tal frecuenc1~ _que que~a afirmar _que tzpzcamen- dades. Antes de examinar de qué modo esta conclusión general puede
te concurren, me parece una cuestwn q~e solo a traves de una con- ser aplicada al análisis de los sistemas jurídicos desde el punto de vista
trastación empírica podría contestarse. Tiendo a pensar, ?e to~o~ mo-
dos, que si bien un agente racional debe mant~ner la a~tltud vigilante
de quien sabe que quizá hay razones morales mdependwntes del con- (662) Con esto quiero decir que no creo que exista una obligación prima facie de
tenido para hacer algo que el derecho exige (que existen, entre otras obedecer el derecho ni siquiera en ese sentido al que Smith se refiere como «la pregunta
del jurista» (cfr. Smith, «¿Hay una obligación prima facie de obedecer el Derecho?»,
cit., pp. 184-185). Con arreglo a ese sentido, decir que existe una obligación prima facie
(659) Landesman, «The Obligation to Obey the Law», cit., p. 79. . de obedecer el derecho equivaldría a decir no que siempre hay (aunque puede no ser
(660) Smith («¿Hay una obligación prima facie de ?bedecer el ?erecho?», czt..' concluyente) una razón independiente del contenido para hacer lo que el derecho exige,
p. 184) o Raz (La autoridad del derecho, cit., p. 290) sostle~~n que la Idea de. una obli- sino que probablemente la hay (aunque en un caso dado puede no haberla en absoluto;
gación moral de obedecer el derecho exige e.sta interpr~taci.~n ~erte, es deci~, q~e e~ y aunque cuando la haya puede no resultar concluyente). Decir que existe una obliga-
sentido estricto sólo podría afirmarse que existe esa obligacwn SI hay u?a razon (mde ción prima facie de obedecer el derecho en ese preciso sentido equivaldría a mi juicio a
pendiente del contenido) para obede.cer cualquiera de las normas del sistema en cual- afirmar que en condiciones de incertidumbre o ante la existencia de costes de decisión
quiera de las ocasiones en que se aphcan. un agente racional debería seguir una regla indicativa que recomienda obedecer el dere-
(661) Vid. supra, apartado 7.3. cho.

710 711
JUAN CARLOS BAYON M O HIN O

de las razones para actuar, no obstante, es preciso comentar breve- ción entre el alcance y contenido de una regla social como fenómeno
mente dos cuestiones que, al menos en parte, la exposición preceden- percep~i~l~ externamente por un observador y el alcance y contenido
te ha dejado pendientes. La primera es la que tiene que ver con la in- d.e los _J~I~ios de deber dependientes de la existencia de esa regla so-
terpretación de las prácticas sociales y la diferente perspectiva que en Cial -JUICios «comprometidos»- que diferentes individuos suscriben.
relación con ello asumen quien pretende describir su contenido y al- Tengo la impresión de que, en cualquier caso, la imagen a evitar es la
cance y quien formula juicios de deber dependientes de su existencia. ~e una regla s?cial como algo reificado, con contornos precisos, como
La segunda, la de si las razones dominantes sobre las meramente pru- SI fuese traducible o expresable con una fórmula verbal canónica -aná-

denciales que acepta quien suscribe un juicio de deber dependiente de loga a la de las prescripciones que una autoridad promulga- capaz de
la existencia de reglas sociales podrían no ser a pesar de todo -en con- recoger o condensar con exactitud su contenido. Lo que hay más bien
tra de lo que aquí he sugerido o incluso, en algunos momentos, dado ~s una red ~e conductas y disposiciones de conducta que pueden ser
por supuesto-- razones morales. mterdependwntes y que, desde el punto de vista de cada uno de los
actores implicados, se justifican en virtud de consideraciones que coin-
ciden o se solapan sólo en parte -aunque sea en gran parte- con las
i) Como se expuso en el apartado 8.1, cabe hablar de la existen- que aceptan los demás. Aquí puede ser útil traer a colación la distin-
cia de una regla social allí donde un conjunto de individuos adopta una ción propuesta por Dworkin entre la «extensión explícita» y la «exten-
serie de disposiciones de conducta que pueden ser el producto de ra- sión implícita» de una regla social (663), si bien, quizá, con una mati-
zonamientos prácticos sociales, es decir, de razonamientos prácticos zación respecto al significado de esta última. La extensión explícita de
entre cuyas premisas se incluye (como razón auxiliar) una creencia del ~na. r.egl~ social sería el área de coincidencia o solapamiento entre las
- sujeto acerca de las creencias, actitudes y conductas de todos lo demás JUstificaciOnes aceptadas por el grueso de los agentes implicados para
(que a su vez puede que sean también el producto de razonamientos las .conductas que son vistas por ellos como casos a los que la regla es
prácticos sociales que ellos desarrollan). Esos razonamientos prácticos ~phc~ble (algo así como el mínimo común denominador de esas justi-
sociales pueden ser de naturaleza meramente prudencial o bien (par- ficacw~es) (664); la extensión implícita, por el contrario, sería para
tiendo de la aceptación de una razón operativa dominante sobre las Dworkm la mejor o más sólida justificación de esa práctica efectiva
prudenciales) tener como conclusión un genuino juicio de deber (de- con independencia de que forme o no parte de su extensión explícita~
-pendiente de la existencia de reglas sociales). En todo caso, como el En mi opinión, sin embargo, no hay nada que en sentido estricto sea
alcance y contenido precisos de la conclusión de estos razonamientos la mejor o más sólida justificación de la práctica si no es como conte-
prácticos sociales depende de expectativas acerca de la conducta de los nido del punto de vista de cada sujeto al respecto. Dicho con otras pa-
demás, el que cada sujeto les atribuya dependerá del que cree que le labras: ~o es que la re?la social. «tenga» una extensión implícita -que
atribuyen los demás. Ahora bien, el alcance o peso del juicio de deber esperana a ser descubzerta-, smo que cada agente implicado le reco-
relativo a algún acto genérico -por tanto, prima facie- que un sujeto n.oce una (que es la que viene dada por el alcance y contenido del jui-
acepta como dependiente de la existencia de una regla social depen- CIO de deber que él acepta, y que, si es dependiente de la existencia de
derá además de las relaciones de prioridad que él establezca entre las la regla, dependerá en parte de cómo perciba él su extensión explícita).
razones operativas que actúan como premisa del razonamiento cuya
conclusión es aquel juicio de deber y todo el resto de razones para ac- (663) Cfr. R. Dworkin, Law's Empire, cit., p. 123. Dworkin habla literalmente de
tuar que acepte. Y como ésto vale para cualquier individuo, quien in- la extensión explícita o implícita de una convención: prefiero no obstante hablar en tér-
tenta afinar sus expectativas acerca de la conducta de los demás -para ~inos más g~ne.rales de «reglas sociales» para que no parezca que la aplicación de estas
Ideas queda limitada a las «convenciones» en el sentido técnico de Lewis (i. e., a las so-
tomarlas en cuenta como razón auxiliar en su propio razonamiento luciones espontáneamente alcanzadas para problemas de coordinación).
práctico- tiene que tratar de representarse el conjunto de razones (664) Vid. una idea similar -aplicada a la descripción por parte de un observador
para actuar y las relaciones de prioridad entre ellas que éstos suscriben. de la regla de reconocimiento de un sistema jurídico- en M.J. Detmold, The Unity of
Todo ello da pie, según creo, para sentar una importante distin- Law and Morality, cit., p. 215.

712 713
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Creo que esto puede ayudar a comprender en qué sentido ca~ría cualquier caso esas interpretaciones se expresan en enunciados des-
decir que las reglas sociales pueden ser vagas, o tener una textura abi~r­ criptivos. Por otro lado, «interpretaciones de la regla» serían diferen-
ta, sin que ello tenga que hacerse depender de la vaguedad de .la for: tes juicios de deber dependientes de su existencia -tal y como ésta se
mula verbal con la que se intente recoger o expresar su contem?o. S1 percibe por cada agente a través de juicios descriptivos del tipo men-
uno entiende que la regla se constituye mediante los co~porta~I.entos cionado hace un momento- aceptados o suscritos por distintos agen-
convergentes de los actores implic~dos y que la regla. asz constzt~zda. ~s tes y que se expresarían a través de enunciados «comprometidos»
la que éstos invocan en sus enuncia.dos «comprometidos» para JUStifi- (constituyendo por consiguiente genuinos juicios prácticos). Por su-
car o censurar acciones, entonces ciertamente -como sostuvo Dwor- puesto también sería posible formular enunciados imparciales o no
kin al criticar lo que en su opinión era la teoría hartiana de l~s ~eglas comprometidos situándose hipotéticamente en el punto de vista de al-
sociales como prácticas (665)- la regla no puede ser vaga o mc1erta, guno de estos agentes y dando cuenta de las razones para actuar -de-
porque simplemente no existiría regla s?cial más allá del punto hasta pendientes de la existencia de la regla- que existen desde ese punto
donde llega la coincidencia o convergenc1.a entre las conduc~as de aque- de vista (sin aceptarlo): estos enunciados serían de nuevo descriptivos,
llos actores y las justificaciones que ellos mvocan para las m~smas. Pero pero ciertamente de un tipo distinto a los mencionados en primer lu-
si alguien razona de ese modo estaría m~zclando o c?nfund1en~o la re- gar; y podrían ser presentados como <<interpretaciones» de la regla
gla social como conjunto de hechos soc.m~e.s compleJOS susceptib~es de (i. e., como formas posibles de adjudicarle una «extensión implícita»)
ser descritos por un observador y los JUICIOS de deber (dep~nd1entes por parte de alguien que no necesariamente las suscribe.
de la existencia de esos hechos) que diferentes agentes suscnben. Partiendo de la idea de que los sistemas normativos insitucionali-
Una consecuencia de todo ello es que la descripción por un obser- zados -como los sistemas jurídicos- tienen en su base una regla so-
vador de una regla social (que no puede consistir en otra cosa que en cial (su regla de reconocimiento) (666), se podría intentar trasladar al
intentar dar cuenta de su «extensión explícita», aun con todos los pro-
blemas de determinación e interpretación que ello implica) sólo repro- (666) Debe insistirse en que, en contra de una tergiversación de la idea de regla de
ducirá en parte -aunque sea en gran parte- el con!e~ido precis? y reconocimiento, que identifica ésta con alguna(s) norma(s) sobre la producción de nor-
completo de los distintos -aunqu~ parc~almente comc1dentes- JUI- mas --o, en términos más tradicionales, acerca de «las fuentes» del derecho-- promul-
cios de deber dependientes de la ~x1stencm de la re~la q~e los actores gada(s) por una autoridad, la regla de reconocimiento es una regla social que existe
implicados suscriben. Hay un senti~o en el que. podna de~1:se que cada como una práctica efectiva de los órganos que aplican el derecho. Ese es desde luego
el punto de vista verdaderamente sostenido por Hart, pero, con independencia de ello
uno de estos juicios de deber constituye una «mterpretacwn» de la re- (puesto que no se trata de acudir simplemente a argumentos de autoridad), parece fácil
gla (como fenómeno social), en tanto en cuanto cada un~ /de ~llos/ c.ons- comprender que si la norma que permitiera identificar al resto de las normas del siste-
tituye un punto de vista distinto acerca de su «extenswn_ Imph~lt~». ma fuese una dictada por una «autoridad», tendríamos que contar con algún procedi-
Pero entonces, para no propiciar equívocos, sería convemente distm- miento para decidir entre ella y cualquier norma rival con un contenido distinto que dic-
guir entre dos sentidos muy distintos en l~s que podría hablars~ de una tara otra presunta o autodenominada «autoridad» cuál de las dos es realmente la que
nos permite identificar el derecho existente; y como para ello tendríamos que acudir -no
«interpretación» de la regla. InterpretaciOnes de la regl~ /senan: ~or
se me ocurre otro camino posible- a cuál de las dos fuese reconocida y aplicada por
un lado diferentes intentos de acotar o precisar su extenswn explicita: los órganos que de hecho cuentan con el respaldo de un aparato coactivo que, en régi-
en ese ;entido, probablemente es inevitable que cualqu!er proposición men de (cuasi)monopolio de la fuerza sobre un determinado territorio, hace valer coer-
normativa con la que se intente describir una regla socml contenga ya citivamente sus decisones, resulta, según creo, que es el criterio de reconocimiento que
una interpretación (no hay «fórmula verbal car:ónica» ~ 1~ que refenr- en su práctica concorde -y sin duda mucho más compleja de lo que aquí esquemática-
se, como lenguaje-objeto, con un metalenguaJe descnptivo), pero en mente se ha sugerido-- manejen efectivamente aquellos órganos el que constituye el au-
téntico criterio último de identificación de normas como parte del derecho. Sobre esta
cuestión, véase el lúcido análisis de Juan Ruiz Manero, Jurisdicción y normas, cit.,
(665) Cfr. Dworkin, Taking Rights Seriously, cit., ~P· 54 ss. [L.~s derechos en .seri~, pp. 116-124; vid. también Th. Benditt, Law as Rule and Principie, cit., pp. 53-54; y
cit., pp. 112 ss.]. Cuestión distinta, evidentemente, es s1la concepc10n que Dworkin cn- E. Lagerspetz, «Hart and the Separation Thesis», cit., p. 243. Todo ello no significa,
tica puede sede verdaderamente atribuida a Hart: vid. supra, nota 322 de esta parte II. por supuesto, que no haya además criterios de pertenencia derivados, es decir, fijados

714 715
LANORMATIVIDAD DEL DERECHO

caso de éstos algunas de las consideraciones que acaban de exponerse. (pero no con arreglo a su extensión explícita; ni por consiguiente -por\
Suscribir un juicio de deber dependiente de la existencia de esa espe- definición- con arreglo a la extensión implícita que le atribuyen otros
cial regla social que es la regla de reconocimiento es, como dice Hart, sujetos distintos que también suscriben juicios de deber dependientes
;, comprometerse «a aceptar de antemano clases generales de reglas, ~i~­ de su existencia), situándose hipotéticamente -sin aceptarlo-- en
tinguidas por criterios generales de validez» (667). De ahí que ese J~l­ aquel punto de vista es posible formular enunciados imparciales o no
cio de deber -que como todo juicio de deber dependiente de la exis- comprometidos acerca de aquella regla de los que cabe decir que son
/ tencia de una regla social es la conclusión de un razonamiento prácti- verdaderos en la medida en que realmente reflejen los juicios de de-
/

co complejo en el que aquélla se toma en cuenta como razón. auxi- ber aceptados desde dicho punto de vista; pero puesto que aquí está
involucrada qp.a-ittte~pJ:.eiªfL~n cont!',SLY.e.rtiJJle del alcance y contenido
1:

\ liar- actúe a su vez como premisa mayor de nuevos razonamientos


\ prácticos complejos entre los que los más importantes -por la pree- de la regla de reconocimiento"7noi)uede afirmarse exactamente en el
\ minencia en los ordenamientos modernos del derecho legislado- son mismo sentido que en el supuesto anterior que se está expresando una
\, los que toman en cuenta como razón auxiliar el hecho de haberse emi- proposición normativa verdadera acerca de una norma existente (en el
\,tido una prescripción que satisface los criterios que la regla de reco- sentido de que pertenece al sistema). Del mismo modo que un mero
nocimiento establece y cuya conclusión será un juicio de deber depen- observador sólo puede ofrecer como descripción del contenido de una
diente de la emisión de aquella prescripción por parte de una autori- regla social su extensión explícita -aun con los problemas que impli-
dad (i. e., un genuino juicio práctico que se expresará a través de un ca ya el determinar cuál es ésta-, un mero observador de un sistema
«enunciado comprometido»). . . de reglas formado por todas las que satisfagan los criterios estableci-
Ahora bien, la fijación precisa del contenido y alcance de ese JUI- dos por una regla (social) de reconocimiento sólo podrá ofrecer como
cio de deber que un determinado agente acepta constituye una cues- descripción del contenido del sistema el conjunto de reglas que satis-
tión altamente compleja por más de ·un motivo. Aquí sólo voy a tratar fagan los criterios contenidos en 'la extensión explícita de la regla de
de esbozar la naturaleza de los principales problemas que esa fijación reconocimiento. Eso no quiere decir, como ya se ha indicado, que el
plantea, habiendo de quedar para otra ocasión el intento de analizar- contenido y alcance de los juicios de deber dependientes de la existen-
los de un modo más completo y sistemático. cia de ésta que diferentes individuos suscriben y de los ulteriores jui-
Para empezar, en la determinación precisa de los criterios de vali- cios de deber dependientes de la emisión de prescripciones (que satis-
dez que establece la regla de reconocimiento se pres~n~a, c.omo suce-\ fagan los criterios contenidos en la extensión implícita que cada uno
de con cualquier otra regla social, el problema de d1stmgmr entre su ) atribuye a la regla de reconocimiento en sus juicios de deber depen-
«extensión explícita» -que es todo lo que como descripción de su con- \ dientes de la existencia de ésta) que igualmente aceptan hayan de con-
tenido puede ofrecer un observador-:- y la. «~~tensión implícita» ~ue (\ finarse a aquella extensión explícita; ni que no sea poüble formular
le atribuye cada uno de los que suscnbe un JUICIO de deber dependien- enunciados imparciales o no comprometidos a través de: los cuales se
te de su existencia. Cuando una regla es válida con arreglo a la exten- \ da cuenta -sin suscribirlos- de los juicios de deber aceptables desde
sión explícita de la regla de reconocimiento, un observador puede for- \ cada uno de esos puntos de vista.
mular un enunciado descriptivo que exprese una proposición norma- \ Todo ello puede complicarse aún más si se toman en cuenta al me-
tiva verdadera acerca de aquella re~l.a y que superficialmente s~~ id~n- \ nos otras dos circunstancias que tan sólo voy a mencionar. La prime-
tico a ésta. Cuando una regla es vahda con arreglo a la extenswn 1m- 1 ra, que cuando hablamos de normas promulgadas por autoridades (y
plícita que alguien atribuye a la regla de recon.ocimi~nto co~o con.te- j una vez reconocidas como válidas) el contenido y alcance de los jui-
nido del juicio de deber dependiente de su ex1stenc1a que el suscnbe / cios de deber que un individuo acepta como dependientes del hecho
de su emisión vendrá determinado por la interpretación que suscriba
del enunciado mediante el cual se ha formulado dicha prescripción (lo
por normas que a su vez son identificadas como parte del sistema en la medi.da. en que
satisfagan los criterios últimos o no derivados fijados por la regla de reconocnruento. que dependerá además de su relación con el resto de no:~mas pertene-
(667) CL, p. 229 [CD, pp. 289-290]. cientes al sistema y el modo en que sean interpretadas). Entre los ór-

716 717
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

toman en cuenta la ex~sten~i~a de una re~la ~ocial aislada (o la edicción


ganos aplicadores del sistema existirán con toda probabilidad prácticas de mandatos en una sltuacwn extraordmanamente simplificada como
y convenciones relativas al modo en que ha de efectuarse esta inter- 1~ de Re~ I en el famoso e! emplo de ~~rt). De hecho esa complejidad
pretación, y un individuo puede tomar en cuenta -aunque seguramen- solo ha s1do esbozada aqm en una m1mma parte, si bien entiendo que
te no como criterio exclusivo- el hecho de que esas prácticas existen su estructura general puede haber quedado suficientemente ilustra-
como razón auxiliar en su razonamiento práctico complejo de manera da (669). De to?o ello se desprende en cualquier caso una conclusión..
que ello tenga incidencia en el alcance y contenido de su conclusión. q.~e me parece ~m portante resaltar. Del mismo modo que la descrip- \
Pero a su vez se planteará respecto de esas prácticas el mismo proble- c1on ~el .contemdo de una regla social que puede dar un observador ~.\_,. ,
ma de distinguir entre su extensión explícita y la extensión implícita no comcide e~actamente co? el c?ntenido y alcance de los juicios de (
que cada individuo les atribuye en los juicios de deber dependientes deber dependientes de la exist.en~:a de esa regla que diferentes indivi- 1\
de su existencia que él suscribe, con los que todos los problemas an- d~os puedan aceptar, la descnpcwn del contenido de un sistema jurí- ,
teriormente mencionados se reproducen de nuevo en este peldaño ul- diCO por rarte de un observador externo no coincide exactamente con \
terior. el conte~Ido ~alcance ~e la totalidad de juicios de deber dependientes 1
A ello debe añadirse, en segundo lugar, que algunas de estas nor-
mas promulgadas por autoridades (y precisadas a su vez de interpre-
de la existencia del co~JUnto del sist~ma que puedan suscribir distintos
1
¡
~gentes (o con la totalidad de enunciados imparciales o no comprome-
tación) establecen criterios de validez derivados, con lo que el alcance tidos con los qu~ se da cuenta, sin aceptarlo, del contenido de uno de /
y contenido precisos del juicio de deber dependiente del hecho de su esos puntos de ~Ista). Ello serviría para dar plausibilidad a la idea, que '
emisión que un individuo acepte determinará qué nuevos juicios de de- ha apunta~o. Nmo (670), de que constituye un error adoptar un enfo-
ber aceptará a su vez dependiendo del hecho de la emisión de nuevas que esenczalzsta del concepto de derecho, siendo más adecuado desde
normas que satisfagan aquellos criterios de validez derivados (tal y el punto. de vist~ teórico reconocer una pluralidad de conceptos que
como éstos quedan precisados en el contenido del juicio de deber de- s~ m~neJan en dife~entes contextos y para diferentes propósitos (dis-
pendiente de la emisión de la norma que los establece que él acep- tmgmendo, e~ ~articular, entre un concepto descriptivo de derecho,
ta) (668). q.~e lo co.ncebina en tanto que fenómeno social observable sin asun-
La estructura de los posibles razonamientos prácticos que, partien- c~on de mnguna clase. de compromiso valorativo y que sería propio de
do de la aceptación de razones dominantes sobre las meramente pru- diferentes clases de discursos descriptivos; y uno normativo, con arre-
denciales, tomen en cuenta la existencia de un sistema jurídico, es por ~1~ ~1 cual el derecho se c?ncebiría como un determinado conjunto de
consiguiente incomparablemente más compleja que la de aquellos que J~Icios de d~ber -dependientes de la existencia de aquel fenómeno so-
c.I~l comp~eJo- y que sería apropiado en el discurso práctico para jus-
(668) Sobre la diferencia entre criterios de validez últimos (establecidos por la regla tificar acciOnes y decisiones).
de reconocimiento) y criterios de validez derivados (establecidos por reglas que son vá-
lidas con arreglo a los criterios de validez últimos establecidos por la regla de recono-
cimiento), cfr. Raz, La autoridad del derecho, cit., pp. 125-126; y Ruiz Manero, Juris- ii) Abordaré finalmente la cuestión de si las razones dominantes
dicción y normas, cit., p. 124. José Antonio Ramos Pascua encuentra un problema con-. sobre las meram~nte prudenci.ales que acepta quien suscribe un juicio
ceptual en la noción de «criterios de validez derivados» que proviene, según creo, de su de deber dependiente de la existencia de reglas sociales podrían no ser
empeño en sostener que la regla de reconocimiento tiene que contener todos los crite-
rios de validez del sistema. Sólo así puede entenderse este texto suyo: «¿Cómo es po-
sible que la regla de reconocimiento otorgue validez jurídica a una norma que a su vez (669) Me ?e li~ita?o e~. realidad a introducir alguna complicación adicional sobre
determina [en la medida en que establecería ella misma criterios de validez] el conteni- el esquema aun mas s1mphficado que presenta Nino en La validez del derecho cit
do de la propia regla de reconocimiento? Parece que nos hallamos ante un círculo vi- pp. 139-140. ' .'
cioso» (cfr. La regla de reconocimiento en la teoría jurídica de H.L.A. Hart, cit., p. 150; . (670) -~fr. ~ino, La ~alidez del derecho, cit., cap. IX, especialmente pp. 191-195;
vid. también pp. 186-188). El presunto «círculo vicioso» se rompe a mi juicio en cuanto v1d. tamb1en Ricardo Gmbourg, El fenómeno normativo (Buenos Aires: Astrea 1987)
se repare en que la regla de reconocimiento establece sólo los criterios de validez últi- cap. IV. ' '
mos o no derivados.
719
718
LA

a pesar de todo razones morales. Hartmut Kliemt, por ejemplo, ha sos- no» (676), lo que querría decir que acepta una regla de un cierto tipo
tenido que no tienen en absoluto por qué serlo (671), y un análisis de (no moral) porque -y la naturaleza de este «porque» me parece más
sus argumentos servirá según creo para situar adecuadamente la discu- sobrentendida que verdaderamente explicada en la argumentación de
sión. Kliemt- le conduce a ello su aceptación previa de una regla moral.
En opinión de Kliemt se acepta una regla -de cualquier clase- En cualquier caso, lo que a Kliemt le interesa subrayar es que lo que
siempre que el agente hace de ella «un factor motivacional indepen- cuenta es que el agente «adopte el punto de vista interno» con respec-
diente», en el sentido de que la adopta como una razón para actuar to a una determinada regla (de cualquier clase que sea ésta), no las
que se independiza de y se impone sobre su cálculo de intereses (es razones que puedan llevarle a hacerlo, que podrían ser de muy diver-
decir, el agente está dispuesto a actuar con arreglo a la misma incluso sos tipos (677).
si ello supone una frustración de sus intereses netos) (672). Trasladado Este tipo de argumentación ~que se aproxima en lo fundamental
a la terminología que aquí he venido utilizando, aceptar una regla equi- a la postura de Hart (678), si bien planteada en un marco más gene-
vale entonces a aceptar una razón como dominante sobre las mera- ral- tropieza a mi juicio, no obstante, con algunas dificultades de en-
mente prudenciales. Ahora bien, a su juicio entre los «motivos que vergadura. Creo que el mérito de haberlas puesto en claro correspon-
van más allá de los intereses» los hay morales y no morales (que a su de fundamentalmente a Nin o (679), y voy a tratar aquí de sintetizarlas
vez podrían ser de muy diversas clases) (673). Un individuo podría, para aplicar después ~en el próximo (y último) apartado de este tra-
por ejemplo, aceptar una regla jurídica (como un «motivo adicional bajo-las conclusiones obtenidas al caso específico de los sistemas ju-
de la acción», «más allá de los cálculos personales de ventajas y de las rídicos. El principal inconveniente de un punto de vista como el de
consideraciones prudenciales»), con lo que estaría aceptando una ra- Kliemt (tal y como en realidad se expuso ya en el apartado 8.1) radica
zón específicamente jurídica, y no moral (674). Del mismo modo po- en que mezcla inadvertidamente diferentes sentidos de la idea de «re-
dría aceptar otros muchos tipos de reglas (sociales, de etíqueta, de jue- gla», en particular las reglas como hechos sociales complejos y las re-
gos, etc.), adoptando entonces razones de cada una de esas clases y glas como juicios de deber (i. e., como genuinos juicios prácticos).
en cualquier caso no morales; y también, por supuesto, puede aceptar Para decir de una <-<regla» en este último sentido que es una regla -por
reglas específicamente morales. La imagen resultante es la de un agen- ejemplo- «jurídica», el juicio de deber del que se está hablando tiene
te que acepta como dominantes sobre el cálculo prudencial diferentes que ser la conclusión de un razonamiento práctico que tome en cuenta
clases de reglas o «factores motivacionales independientes» que se en- la existencia de una regla jurídica pero ahora no ya como juicio prác-
contrarían entre sí meramente «los unos al lado de los otros>> y «en el tico, sino como hecho social complejo (que «existe» en la medida en
mismo nivel» (675) (y -hay que suponer- potencialmente en conflic- que existe una práctica de reconocimiento, se ha emitido una prescrip-
to). Ciertamente -admite-- un individuo puede (aunque en modo al- ción en determínadas condiciones, etc.); si no es así, esto es, si el su-
guno resulta necesario) dar una fundamentación moral a su «adopción jeto acepta aquel juicio de deber como independiente de la existencia
del punto de vista interno» en relación con reglas no morales: en ese de reglas sociales o de la formulación de prescripciones por parte de
caso «el punto de vista interno es remitido a otro punto de vista ínter- autoridades -lo que es tanto como decir que lo acepta entonces por
su contenido (aunque genética o causalmente la formación de esa pre-
ferencia esté influída o incluso venga determinada por la existencia de
(671) Cfr. H. Kliemt, Las instituciones motales, cit., pp. 203-209. aquellos hechos sociales) y que lo seguiría aceptando si aquellas reglas
(672) Las instituciones morales, cit., pp. 170-173.
(673) Op. cit., p. 203.
(674) Ibídem. (676) Op. cit., p. 204.
(675) Op. cit., p. 209. Añade en este sentido que «la motivación de la acción diri- (677) Op. cit., pp. 187-188.
gida por reglas tiene que ser considerada como un proceso cuyos resultados se forman (678) Vid. CL, pp. 198-199 [CD, pp. 250-251]; Essays on Bentham, cit., pp. 256-257.
"descentralizadamente" [... ] sin que juegue un papel una conexión sistemática amplia (679) Cfr. Nino, La validez del derecho, cit., pp. 52-62, 139-143, 161 y 2i5-221; Id.,
entre todas las reglas que valen para un individuo» (p. 207). «Sobre los derechos morales», cit., pp. 317-321.

720 721
JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

sociales dejaran de existir, o si aquellas prescripciones no hubiesen


sido emitidas o fuesen derogadas-, no hay ninguna base para decir pesar de todo no serían morales. La cuestión consistiría entonces en
\que «está aceptando una regla jurídica» (o si se quiere: esa aceptación saber de q~é clase ?e
razones podría tratarse y qué es exactamente lo
()sencillamente no es distinguible de la de un juicio moral ordina- qu~ se ~sta e~tendie.ndo por «razón moral»; o dicho de otro modo:
l rio (680); y por supuesto el mismo tipo de consideraciones son aplica- cual sena la diferencia específica que nos permitiría distinguir las «ra-
bles a cualquier clase de regla social). Pero, como ya sabemos, la pre- zones mora.les» del resto de las presuntas razones dominantes sobre
/ misa mayor de un razonamiento práctico -o de una cadena de razo- l~s prudenciales pero no morales. Me parece que aquí entramos hasta
i
i namientos prácticos sucesivos en los que la conclusión de cada uno ac- CI~rto punto~ en el terreno de las estipulaciones terminológicas. Para
j
túa como premisa mayor del siguiente- cuya conclusión sea un juicio Kbe~nt habna que reservar el concepto de razones «morales» para
de deber dependiente de la emisión de prescripciones por parte de una aquellas. que lo son con arreglo al punto de vista de la moral positiva
autoridad o de la existencia de una regla social tiene que ser un juicio prevalecie~te (682), de manera que entre todas las razones aceptadas
de deber «independiente de la existencia de reglas» (681): y entonces, como dommantes sobre las prudenciales el criterio de identificación de
con arreglo a lo que acaba de exponerse, carece de sentido decir de él las .que habría q~e ~onsiderar como «morales» remitiría a ciertos con-
que expresa la aceptación por parte de quien habla de «razones jurí- t~nz~os y a la comci~encia de éstos con los de las razones que mayo-
dicas» (o «sociales», etc.). ntanamente .s~ ~?nside~an. «.morales». Si damos por buena esa pro-
No obstante podría replicarse que expresa la aceptación de razo- puesta de defmicion, un mdividuo podría aceptar muchas razones como
nes que son dominantes sobre las meramente prudenciales pero que a ra~ones categóricas (i. e., razones que desde su punto de vista son do-
lllinantes sobre los. des~?s e intereses de cualquiera) y ninguna razón
«moral». Pero la discusion obedecería entonces a un simple desacuer-
(680) Al hablar de «un juicio moral ordinario» me refiero a lo que he venido lla-
mando en este trabajo un juicio de deber «independiente de la existencia de reglas». d~ verbal, producto de una estipulación en favor de la cual tampoco
Ello no implica en absoluto que los juicios de deber dependientes de la existencia de acierto a encontrar mayores ventajas desde el punto de vista teórico.
reglas sociales o de la emisión de prescripciones hayan de ser considerados juicios no ~reo que para r~producir sin distorsión el punto de vista de cada su-
morales, sino que serían juicios morales de un tipo especial (i. e., las conclusiones de Jeto que las suscnbe -y no el que mantiene al respecto un observador
razonamientos prácticos complejos que toman en cuenta ciertos hechos sociales como
razones auxiliares, esto es, lo que Nino denomina «juicios de adhesión normativa»).
externo que .hace suyo ':m punto de vista diferente, aunque resulte ser
Pero decir que son juicios morales de un tipo especial no creo que sea lo mismo que el mayo;Itano- es meJor c.onsiderar razones del mismo tipo a todas
decir que «no son juicios morales en sentido estricto», como hace Juan Ramón de Pá- las 9ue el acepta como dommantes sobre las prudenciales como cate-
ramo en un interesante trabajo que, por lo demás, me parece que comparte en general góncas, y que a~em~s sitúa «unas al lado de otras» y «en ~1 mismo ni-
las ideas fundamentales que aquí se están sosteniendo: cfr. J.R. de Páramo, «Razona- vel». (lo que no .Im~hca que les atribuya además idéntico peso, como
miento jurídico e interpretación constitucional», cit., p. 100, nota 33.
(681) Me parece que en el fondo se desliza en la argumentación de K.liemt una idea no tien~ que atn?mrselo tampoco un agente a sus diferentes deseos 0
parecida -casi me atrevería a decir que involuntariamente- cuando, sosteniendo ex- a sus. diferentes mte.reses). D~ 1? contrario estaríamos fragmentando
plícitamente que quien acepta reglas jurídicas acepta razones específicamente jurídicas o desmtegrando el discurso practico en esferas o ámbitos independien-
y que en ello no tienen por qué intervenir de ningún modo razones morales, admite sin tes, lo qu~, .de no ser reconducidos a diferentes planos de una estruc-
embargo que «[b ]ásicamente son sólo las reglas del derecho y posiblemente un sentimien-
to general de obligación frente al derecho, las que aquí se presentan como razones inde-
tura estratificada pero unitaria, tendría como consecuencia una in de-
pendientes de la acción» (Las instituciones morales, cit., p. 203; las cursivas --excepto
la primera- son mías). Aunque la caracterización en términos de «sentimientos» no me
parezca la más apropiada, quien asume como punto de partida una obligación general . (682) «[E]l uso valorativo dominante en una sociedad de los conceptos "moral" e
frente al derecho -y deriva de ella y de la identificación de las reglas jurídicas existen- ·:mmoral" pod~ía se: un buen indicador con respecto a cuáles fenómenos institucionales
tes otras tantas «razones independientes de la acción» (independientes, se entiende, del tienen que s_er 1~c~mdos en el ~m~ito .del actuar moralmente reglado»; y más adelante:
cálculo de intereses)- está partiendo ya de razones que no tiene sentido calificar a su «[ ... ~ es aqm decisivo el hecho InStitucional de que justamente determinadas normas son
vez como «jurídicas» y que, si son dominantes sobre las razones prudenciales, parece consrd~:ad~s- como "m?rales" y son vigentes como tales. Este hecho decide acerca de
difícil no calificar como morales. la cla.sificacwn de una mstitución como "moral"» (cfr. K.liemt, Las instituciones mora-
les, Cit., pp. 206 y 206-207).
722
723
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

de ~o~ juegos, en el que ciertas reglas se perciben como razones «Ca-\


seable proliferación de sentidos no conmensurables en los que podría
tegoncas» sólo en. ~n s~?tido. limitado ~ desde luego muy especial,
decirse que una acción está «justificada» (683). , puesto que la p~rtzczpaczon mzsma en el JUego no se concibe a su vez
En un último intento de réplica podría aún alegarse que habna que
como t~l.. En mnguno de esos casos se entiende que existan razones
distinguir entre diferentes tipos de razones que un sujeto ~cepta como
para exzgzr de otros un modelo de conducta y reaccionar críticamente
categóricas (i. e., como dominantes sobre los deseos e. mtere~es de
frente a las desviaciones del mismo de un modo que afecte a sus inte-
cualquiera), aun admitiendo que ést~s. estarían a su vez Jerm~_qmzadas
reses y con total independencia de cuáles sean éstos. Cuando alter-
o dispuestas en una estructura estratificada para cuyo peldano supre-
mo o último habría de reservarse el término «razones morales». Lo nativamente, sí~~ entiende tal cosa -porque se piensa, por ej~mplo,
que la transgr~s10n. de esas reglas de etiqueta o de ciertos juegos re-
que se alegaría entonces es que en la reconstrucción id~al de l~ e~tru~­
presenta un dano a I~tereses de otros que no debe ser permitido, y fren-
tura estratificada de preferencias de un agente debenamos distmgmr
te al cual no se admite como excusa el que a uno le tienen sin cuidado
algún o algunos niveles más que los tres que aquí se han propuesto,
aquellas convenciones o que no d.esea seguir jugando el juego-, en-
insertándolos entre las razones prudenciales (con respecto a las cuales
tonces me parec.e, que no hay motivos especiales para negar que están
serían dominantes) y las razones morales (respecto a las cuales serían
entra.ndo en accwn razones morales que, en conexión con el hecho de
dominadas); y que esos niveles indebidamente ~n:itidos serían los ocu-
la ~xist~n~i.a de esas convenciones, están sirviendo para formular ge-
pados por alguna( s) clase(s) de razones categoncas pe~o no ~~rales
nm~os JUlCios morales de deber. Creo que la aceptación de esta últi-
(evitando además la consecuencia indeseable. de ~a desmte.gracwn ?e
n:a Idea re~ulta más fácil, además, si uno se libera del prejuicio de que
la idea de justificación de las acciones en ámbitos mdependientes e I~­
SI una razon se acepta como moral entonces debe tratarse necesaria-
conmensurables). Una réplica como ésta no corresponde a las mam-
mente de un~ de mucho peso: no me parece que haya nada en el con-
festaciones explícitas de Kliemt, pero sí podría r~coger de algú~ modo
ce~t? de razon .moral que excluya el que algunas acciones puedan ser
el fondo de sus opiniones tal y como éstas se depn ver, por eJemplo,
cahfica?as de «mmorales» aunque se trate de inmoralidades a las que
en su objeción de que si admitiésemos que todo el que acepta cual-
e~ propiO agente que acepta esa razón atribuye una escasa trascenden-
quier clase de reglas sociales tuviera que hacerlo sobre la base de un
cia.
razonamiento práctico complejo cuyas razones operativas fueran ne-
cesariamente morales ' entonces llegaríamos al resultado .absurdo .de . Creo que, en su~a, ~o?~ ello da plausibilidad a la idea de que
qmen acepta un genmno JUlCIO de deber dependiente de la existencia
que aceptar reglas tales como las d~ la urbanid~d o ~a etiqueta o .I~-
cluso de juegos (por ejemplo, del aJedrez) eqmvaldna a aceptar JUl- de .reglas sociales o de la emisión de prescripciones por parte de au-
tondades, .lo acepta ~omo ~onclusión de un razonamiento práctico en
cios morales (684). . . . cuya premisa mayor mterv1enen como razones operativas razones mo-
Para contestar a esta objeción pueden alegarse vanas Ideas. La pn-
mera, que reglas como las mencionadas pueden no ser aceptadas ~omo rales; y siendo ése el caracter de su premisa mayor ése mismo es el
razones categóricas en sentido estricto. Muchas reglas de urbamdad, de su conclusión. '
etiqueta, etc. pueden ser vistas por u~ ~ujeto ~omo reglas -co~ven­
cionalmente establecidas- cuyo segmmiento suve para consegmr un
cierto fin (por ejemplo, ser reconocido por los demás como una cie~ta
clase de individuo) del que no se pie~sa verd~deramente que todo, m-
dividuo tiene una razón para persegmrlo con mdependencm de cuales
resulten ser sus deseos o intereses. Esto es aún más visible en el caso

(683) Cfr. D.A.J. Richards, A Theory of Reasons for Action, cit., p. 25; y Nino, La
validez del derecho, cit., pp. 64-65 y 217-219.
(684) Cfr. Kliemt, Las instituciones morales, cit., p. 204.
725
724
EPILOGO
9. SISTEMA JURIDICO Y RAZONES PARA LA ACCION

De todo lo expuesto anteriormente se seguiría que un razonamien-


to práctico justificatorio que toma en cuenta la existencia de normas
jurídicas y cuya conclusión es un genuino juicio de deber (que se ex-
presaría a través de un enunciado «comprometido») ha de contener
como premisa razones morales para actuar. Otra forma de expresar la
misma idea consistiría en afirmar que los enunciados relativos a la exis-
tencia de deberes jurídicos, si son verdaderamente enunciados com-
prometidos -y no enunciados que se emiten sitúandose hipotética-
mente, sin suscribirlo, en el punto de vista del que formula enuncia-
dos comprometidos-, expresan juicios morales de un cierto tipo (de-
pendientes de la existencia de reglas jurídicas).
He sostenido que un agente racional que delibera acerca de qué ha-
cer ha de construir un balance global en el que se contrapesen todas
las razones para actuar que existen desde su punto de vista, ya sean
dependientes del contenido de la acción acerca de cuya realización de-
libera o independientes del mismo (y dependientes, por ejemplo, de la
existencia de reglas sociales o de la emisión de prescripciones por par-
te de autoridades). Y he mantenido también que no hay una obliga-
ción moral -ni siquiera prima facie- de obedecer al derecho, aun-
que sí puede haber algunas razones independientes del contenido para
hacer lo que el derecho exige que derivan en parte del hecho de que
lo ha exigido. De ello se sigue que estas últimas razones independien-
tes del contenido pueden o no resultar concluyentes cuando se sopesan
729
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO
JUAN CARLOS

con el resto de razones a favor y en contra de la acción exigida por el vista jurídico supone por tanto suscribir todo un conjunto de razona-
derecho. Y por supuesto sólo es posible justificar acciones y decisiones mientos prácticos justificatorios cuyas conclusiones -que se expresa-
cuand~ hay_ razo~es con~luyentes para realizarlas: de una acción que rían a través de enunciados jurídicos comprometidos- son juicios mo-
es debi~~ s~lo f!~zma facze no pue?e decirse en sentido estricto que es rales y entre cuyas premisas se encuentran, como razones auxiliares,
una ~~c10n ¡ustifzc~da; lo es tan solo en un sentido parcial, limitado o juicios descriptivos del hecho de la existencia de normas jurídicas. Por
provisiOnal, es decir, lo es tan sólo a la luz de algunas consideraciones supuesto también es posible describir el derecho a través de enuncia-
que finalmente -«tras la consideración de todos los factores relevan- dos jurídicos imparciales o no comprometidos con los que se da cuen-
tes>>- pueden quedar desplazadas por otras de más peso. Quien sos- ta -sin aceptarlo- del contenido del punto de vista jurídico (3). Es-
tiene que .c~ertas raz.ones justifican una acción -en un sentido pleno tos enunciados jurídicos imparciales o no comprometidos son por con-
o no prov1s10nal- tiene que presuponer que en la evaluación de esa siguiente de naturaleza descriptiva (si bien no equiparables a otros
acción aquellas razones resultan concluyentes. enunciados, también descriptivos, como los enunciados externos con
Imaginemos ahora el punto de vista de un individuo que sostuvie- los que meramente se da cuenta de regularidades de conducta cuya ex-
se que hay razones independientes del contenido para hacer lo que to- plicación profunda obedece en último término a que algunos indivi-
das y cada u.na de las ~ormas jurídicas existentes exigen que se haga, duos -que se encuentran en una determinada posición especial- ac-
y que sostuviese ademas que esas razones resultan concluyentes en to-
dos y c~da uno d~ los cas_os a l?s gu.e _esas normas se aplican. Ese pun- conocer relevancia práctica a normas de otros sistemas jurídicos diferentes, a normas
to de vista, por cierto, solo comcidina en su conclusión -pero no en ya derogadas del propio sistema -es decir, en la terminología de Raz (cfr. The Concept
su fundamentación- con el de otro individuo que sostuviera que hay of a Legal System, 2aed., pp. 187 ss.), a normas de sistemas momentáneos anteriores del
razones dependientes del contenido para hacer todo lo que las normas mismo sistema no momentáneo-, a determinados principios morales o a las razones mo-
jurídicas exigen que se haga y que resultan concluyentes en todos y rales aceptadas por los destinatarios de algunas de sus normas (corno sucede en aquellos
casos en los que se reconoce un derecho a la objeción de conciencia); pero desde el pun-
cada uno de los c~so~ ~ los que .esas normas jurídicas se aplican: por- to de vista del derecho todas esas razones serían relevantes sólo en la medida en que
que este segundo mdividuo, a diferencia del primero, seguiría mante- alguna norma del sistema les otorga relevancia. .
n~endo tod~ ~se conjunto de juicios de deber si aquellas normas jurí- (3) Al hablar del «contenido del punto de vista jurídico» ha de tenerse en cuenta lo
·dic~s _D? existieran o fuesen reemplazadas por otras. El contenido de que se dijo en el apartado anterior acerca de los factores que influyen en la fijación del
los JUICIOS morales de deber que él suscribe meramente coincidiría con contenido y alcance de los juicios de deber dependientes de la existencia de normas ju-
el de las normasjurídicas existentes, sin que el hecho de la existencia rídicas que un individuo acepta, y de cómo sería posible aceptar conjuntos distintos de
juicios de deber de esa clase tornando en cuenta el conjunto de normas jurídicas exis-
de éstas juegue. ningún papel en su razonamiento práctico. Volvamos tentes (y ello porque, entre otras cosas, cuáles sean precisamente todas las normas «exis-
~or tanto al ~nme~o de estos dos puntos de vista. De quien lo man- tentes» -en el sentido de pertenecientes al sistema- depende ya del contenido y al-
tlen~ se podna decir que asume «el punto de vista jurídico» (1), en el cance exactos del juicio de deber que un ·individuo acepte corno dependiente de la exis-
sentido de que acepta en sU integridad las pretensiones del derecho tencia de la regla de reconocimiento).
acepta la ~retensión inhere~t~ a todo sistema jurídico de que sus nor~ Creo que a partir de aquí podrían adelantarse dos observaciones de cierto interés,
que sóío voy a mencionar. La primera, que en realidad la fijación de un contenido del
mas constituyen razones suficientes para realizar las acciones que exi- «punto de vista jurídico» se hace siempre a la luz del conjunto de todas las razones para
gen en todos los casos a los que se aplican (2). Aceptar el punto de actuar que un sujeto acepta. La segunda, que la dogmática jurídica seguramente con-
siste en el intento de reconstruir un conjunto de enunciados imparciales o no compro-
(1) Cfr. Raz, Practica! Reason and Norms, cit., p. 171; vid. también Finnis Natural metidos que describan -sin que el dogmático comprometa con ello su aceptación del
Law and Natural Rights, cit., pp. 316-317. Raz presenta el «punto de vista ]urídico» mismo- un contenido posible del «punto de vista jurídico» que case, tanto como sea
corno el de aquel que acept.a .todas las normas jurídicas corno razones excluyentes váli- factible, con el conjunto de todas las razones para actuar que o bien le parecen acepta-
das; la ~orrna. en qu~ ~e defmido el. «p~nto de vista jurídico» constituye una adaptación bles a quien hace dogmática o bien parecen aceptables desde un punto de vista en el
de .la misma Idea ba~Ica pero prescmdiendo del concepto de razón excluyente, que an- que nuevamente el dogmático se sitúa hipotéticamente sin comprometer su aceptación
tenorrnente he considerado rechazable (vid. supra, apartado 8.2). (y que puede ser, por ejemplo, el que él entienda que es objeto de adhesión mayorita-
ria en la sociedad correspondiente, o entre los órganos que aplican el derecho, etc.).
(2) Cfr. Raz, La autoridad del derecho, cap. II. Por supuesto el derecho puede re-

730 731
JUAN CARLOS BA YON M O HIN O

túan con arreglo al punto de vista jurídico), y por tanto no expresan dado planteado (de un modo deliberadamente poco preciso), se mez-
juicios prácticos capaces de intervenir como razones operativas en ra- clan en él varias cuestiones diferentes que es necesario ir deslindando
zonamientos justificatorios. con cuidado. ·Y me parece que los recelos de Hart (a quien, aparte de
Cabría preguntarse ahora si entre las condiciones de existencia de por st~ enorme autoridad te?rica, me parece oportuno escoger aquí
un sistema jurídico se encontraría la de que alguien suscriba verdade- como mterlocutor en la medida en que expresa de un modo singular-
ramente el punto de vista jurídico tal y como éste ha sido descrito. Des- mente claro lo que entiendo que constituye, en forma más vaga y di-
de luego entre los individuos a los que el sistema se aplica no parece fusa, la mentalidad más difundida) derivan en buena parte de no ha-
en absoluto que tal cosa sea necesaria: seguramente basta, como sos- ber acertado a distinguirlos correctamente o, lo que probablemente
tiene Hart (4), con que en general (es decir: la mayor parte de ellos y viene en definitiva a parar en lo mismo, en no haber reparado en que
en la mayor parte de las ocasiones) se actúe de conformidad con el con- bajo la polisémica rúbrica de la «separación conceptual entre el dere-
junto de juicios de deber que componen el punto de vista jurídico, ya cho y la moral» subyacen varios problemas distintos.
sea porque se suscribe éste; porque se aceptan razones morales depen- A veces se ha sostenido que para que exista un sistema jurídico los
dientes del contenido para realizar muchas de las acciones que el de- jueces tienen que creer que hay una obligación moral de obedecer-
recho exige; por razones prudenciales (determinadas por la existencia lo (7). Por supuesto, se dice, su punto de vista no tiene por qué ser
de un aparato coactivo comparativamente más fuerte que cualquier com~artido: d~ hecho cualquier observador puede juzgar desde el suyo
otro sobre el mismo territorio que utiliza la fuerza de conformidad con propw (es decir, con arreglo a las razones morales que él acepta) que
el contenido de decisiones que otros individuos adoptan con arreglo al el Sistema es moralmente abyecto y debe ser sistemáticamente deso-
punto de vista jurídico); o, con toda probabilidad, por una mezcla de bedecido. De este modo en la definición de derecho no se introduce
todos esos motivos (con mayor peso de unos u otros según los indivi- como requisito su conformidad con algún conjunto de principios mo-
duos y las ocasiones). Lo que quizá sea más difícil de contestar es si rales determinados: la identificación del derecho como fenómeno sus-
realmente tienen que suscribirlo quienes aplican el derecho. Otros mo- ceptible de ser descrito por un observador sin asumir compromiso va-
dos de formular la misma cuestión -pero potencialmente más equí- ~orativo alguno sigue siendo una cuestión de hechos sociales comple-
vocos- consistirían en preguntar si quienes aplican el derecho (a los J~S, entre ~o~ cuáles, eso sí, habría de contarse para que el sistema pu-
que me referiré por comodidad como «los jueces», en un sentido vul- diera subsistir el hecho de que sus órganos aplicadores suscriban aque-
gar o no técnico) tienen que aceptar que existe una obligación moral lla creencia.
de obedecerlo, o si en su aceptación de la regla de reconocimiento del Me parece que esta tesis es errónea. Pero hay un tipo de crítica en
sistema tienen que intervenir razones morales, o si tienen que creer o contra de ella que resulta desencaminada y en realidad la deja incólu-
por lo menos actuar como si creyeran que los enunciados jurídicos com- me. Esa crítica es la que consiste en alegar que aunque obviamente es
prometidos que ellos formulan y que ofrecen como fundamento o jus- posible -y muy probable- que un juez considere moralmente justi-
tificación de sus decisiones son juicios morales.
En algunos de sus escritos más recientes Hart ha rechazado vigo-
rosamente cualquiera de esas sugerencias (5), sosteniendo además que ocasiones --cfr. «Introduction» a Essays in Jurisprudence and Philosophy, cit., p. 10; y
comprometen la tesis fundamental de la separación conceptual entre Essays on Bentham, cit., p. 158-, las tesis de Raz suponen «tender una rama de olivo»
a los tradicionales contradictores de la tesis de la separación conceptual entre el dere-
el derecho y la moral (6). Sin embargo, tal y como el problema ha que- cho y la moral, los iusnaturalistas. Las tesis de Raz han ido experimentando una evo~
lución en la que el punto de inflexión -a partir del cual defiende con nitidez las ideas
(4) CL, p. 113 [CD, p. 145]. de las que Hart discrepa- se sitúa justo al comienzo de la década de los ochenta: com-
párense los textos citados supra, respectivamente en las notas 42 y 39 de la introducción
(5) Cfr. Hart, Essays on Bentham, cit., pp. 153-161 y 262-268. de este trabajo.
(6) Y ello a pesar de estar planteadas por autores -fundamentalmente Raz- para (7) Cfr. D.A.J. Richards, A Themy of Reasons for Action, cit., p. 23; David Lyons,
los que reconoce en general una filiación «positivista» y de los que puede decirse sin «Comment» [a G. Postema, «The Normativity of Law»], en R. Gavison (ed.), Issues
exageración que son discípulos suyos. A pesar de todo, como Hart dice en dos distintas in Contempormy Legal Philosophy, cit., pp. 114-126, pp. 123-124.

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JUAN CARLOS BAYON MOHIN O

ficadas buena parte de las reglas que aplica, entiende en cualqui~r. caso
su deber de aplicarlas como algo que no está en absoluto c~ndiciona­ ciones, etc., meramente por razones prudenciales (10). Actuarían en-
do a esa coincidencia: que entiende, en suma, que debe aplicarlas sea tonces como si suscribieran el «punto de vista jurídico», aunque las ra-
zones por las que lo harían no serían su aceptación real del mismo.
cual sea su opinión acerca de sus méritos morales, y q~e precis~mente
La tesis criticada podría entonces rebajar sus pretensiones y man-
esta creencia sí que sería necesaria para que la caractenstlca umdad de
t~ner tan sól? que, por 1? ?'lenos, sería necesario que un número sufi-
un sistema jurídico -y en definitiva, sus posibilidades mismas de sub-
czente de los Jueces suscnbwra el «punto de vista jurídico» (ya que ello
sistencia- no resulten amenazadas (8). Esa crítica fracasa porque lo
sería una condición lógicamente necesaria del hecho de que otros ac-
que la tesis contra la que se dirige mantien~ no es que para que un túen como si lo aceptaran, pero estrictamente por razones prudencia-
sistema jurídico pueda existir sus órganos aphcadores tengan que creer les) (11). Pero si se recuerda lo que se expuso al analizar las condicio-
que hay razones dependientes del contenido para hacer lo. que sus nor- n~s de ~xis.tenc~a de las, r~glas sociales creo que se comprenderá que
mas exigen: lo que sostiene que han de creer es que existe~ razones m tan siqmera eso es logica o conceptualmente necesario. Las condi-
independientes del contenido para hacer lo que ~1 derec~o exige y ade- ciones de existencia de la regla de reconocimiento del sistema podrían
más con peso bastant~ como para pre~alecer, si la~ ~ubi~r~, sobre ~o­ teóricamente quedar satisfechas allí donde la totalidad de los actores im-
sibles razones dependientes del contemdo de la acc10n exigida y de .sig- plicados -los órganos aplicadores- se comportara como lo haría
no contrario con las que concurrieran. Y que una cosa es que los Jue- quien auténticamente la aceptara y sólo por razones prudenciales.
ces entiendan que están fuera de la cuestión sus opiniones morales Com.o int.e_nté m~strar entonces, ni siquiera sería necesario para que
acerca del contenido de cada norma, y otra muy distinta que sus ra- esa s1tua~10n pudiera darse que cada agente creyera erróneamente que
zones para aplicar una regla válida sea cual sea su contenido no sean los demas aceptan verdaderamente la regla (12): bastaría, como sos-
ellas mismas de naturaleza moral (9). tiene Kavka, con que no fuese el caso que cada uno supiese que todos
En realidad el argumento que según creo acierta a desmontar la te- los demás saben que los demás no la aceptan (13). Cuestión distinta,
sis de que, como cuestión de hecho, para que un sistema jurídico pue- como ya recalqué en aquel momento, es que esta posibilidad mera-
da subsistir es necesario que sus órganos aplicadores crean que hay mente teórica sea además empíricamente verosímil (14). Seguramente
una obligación moral de obedecerlo, es el que ya fue expuesto con an- no lo es. Lo más probable será que entre los jueces se reproduzca tamo:··.
bién a grandes rasgos la misma situación que se da entre los ciudada-/
terioridad -en el apartado 8.1- al analizar con carácter gene.~al las
nos a los que el sistema se aplica: que actúen de conformidad con el \
condiciones de existencia de las reglas sociales. Todo lo que se diJO en-
tonces puede trasladarse ahora al caso de la regla de reconocimiento,
conjunt? de juicios de deber que componen el punto de vista jurídico r
en ocasiOnes porque verdaderamente lo suscriben; y otras veces bien \
que, no se olvide, es una regla social (que_existe com? práctica coi?- porque se aceptan razones morales dependientes del contenido coin- )
pleja en el ámbito o grupo que forman los org~nos a~hcadores del sis- cidentes con lo que el derecho exige (15) o bien por razones prudencia- ./
tema). En concreto, habría que recordar la diferencia entre «aceptar les.
la regla» y «comportarse como lo haría el aceptante», lo que, tal y
como ya se explicó entonces, perfectamente puede hacerse porrazo- (10) Lo sostiene, por ejemplo, P.M.S. Hacker, «Hart's Philosophy of Law», en
nes prudenciales. Una primera consecuencia -moderada- de est~ ob- P.M.S. Hacker. y J. Raz (eds.), Law, Morality and Society. Essays in Honour of
H.L.A. Hart, Clt., pp. 1-25, p. 25.
servación sería la de que qlg~nq§j:tJeces ~el sistt;IDª P?.~!~a.~-~~Kl:!!I.:~~
regla de reconocimiento, reaccionar críticamente frente a sus desvm- (11) Si no les interpreto mal es lo que sostienen, por ejemplo, J.R. de Páramo, «Ra-
zonamiento jurídico e interpretación constitucional», cit., p. 112; o J. Ruiz Manero, Ju-
risdicción y normas, cit., pp. 175-176.
(8) Cfr., por ejemplo, Hart, Essays on Bentham, cit., pp. 158-1?? y 266. . (12) En contra de lo que piensa R. Sartorius, «Positivism and the Foundations of
(9) Lo explican con claridad Simmonds, «The Nature of Propos1t1ons of Law», czt., Legal Authority», cit., pp. 51-52.
pp. 102-105; Nino, La validez del derecho, cit., pp. 218-219; y Postema, «The Norma- (13) Vid. supra, notas 291 a 294 de la parte II y el texto al que acompañan.
tivity of Law», cit., pp. 94-95. (14) Vid. supra, nota 296 de la parte II.
(15) Jules Coleman ha planteado la posibilidad teórica de que todos los jueces del
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LA

L? más probabl~ ~~que la mayor parte de los jueces no tenga de nin-


Pero ésta es una cuestión meramente empírica que tiene que ver gun m~d? una VISIOn clara acerca de la estructura de los razonamien-
tan sólo con las razones explicativas del comportamiento de los jueces, tos prac~Icos con los que justifican sus decisiones, e incluso que estén
es decir, con los motivos de sus acciones. La discusión más interesante convenci?os -en cont~a de lo que aquí se ha sostenido- de que esos
no se da en ese terreno, sino en el plano conceptual. Como dice So-
r~z.onamwntos no cont~enen entre. s~s. premisa~ más que «razones ju-
per, lo que hay que explicar, una vez concedido que no hay necesidad ndica~» -el derecho vigente- y JUICios descnptivos de hechos com-
alguna de que los jueces acepten realmente el conjunto de juicios de prendidos en !os. sup~estos a los que las normas jurídicas se refieren.
deber que integran el contenido del «punto de vista jurídico», es por Lo que ~e esta discutiendo ahora es más bien si podría sostenerse que
qué ha de suponerse sin embargo que tienen que comportarse a pesar un. genu~no razonamiento práctico justificatorio que toma en cuenta la
de todo como si lo aceptaran (16). existencia de nor~a~ jurídicas no incluye entre sus premisas un juicio
En opinión de Hart esa pretensión resulta tan carente de funda- n:oral Y por con~IgUI~nt~ 9ue su conclusión -que se expresaría a tra-
mento como aquella otra, ya examinada y descartada, de que como ves de u? enuncmdo J~ndic? «comprometido»- no es un juicio moral
cuestión de hecho los jueces tienen que creer que existe una obliga- (dependiente ?e la .exist~ncia de normas jurídicas). Y, si se responde
ción moral de obedecer al derecho (17). Pero conviene establecer con con una negati.va, ~I ~n _JUez podría o no reconocer que él no suscribe
cuidado cuál es exactamente la cuestión que se está discutiendo ahora. el «punto de. vista JundiCO» -es decir, la existencia de razones mora-
No se trata nuevamente de una afirmación acerca de la subjetividad les mdependie~te~ ~el con~enido para hacer lo que todas y cada una
de los jueces: no se está diciendo que aun pudiendo no ser cierto que de las normas Jundicas existentes exigen que se haga y que resultan
los jueces realmente lo crean, sí lo es que conscientemente aparentan concl~yentes en to~os .Y cada uno de los casos a los que esas normas
o fingen que creen que existe una obligación moral de obedecer el de- se aphcan- Y. se~~1r s~~ embargo dictando decisiones y pretendiendo
recho. Esa pretensión sería desde luego muy poco o nada plausible. que .h~y una ¡ustifzcaczon para las mismas (o si, por el contrario, in-
curnna ?~ ~s~ modo en una suerte de contradicción pragmática).
sistema coincidieran en aceptar una misma regla de reconocimiento en atención a su con- A mi JUICIO, como la respuesta a la primera de esas dos preguntas
tenido, sin que en los razonamientos prácticos justificatorios que construyeran entonces ha de ser negativa, también ha de serlo la respuesta a la segunda. Hart
tornando en cuenta las reglas identificadas por ella jugara ningún papel el hecho de esa razona exact~men.te del modo co~trario: a su juicio, como se puede
coincidencia, es decir, el hecho de la existencia de la regla de reconocimiento corno prác- r~sponder afirmativamente a la pnmera cuestión, no hay ningún obs-
tica social convergente: cfr. J. Colernan, «Legal Duty and Moral Argurnent», en Social
Theory and Practice, 5 (1980) 377-407, pp. 385-387. Pero esa posibilidad me plantea al-
taculo ~ara resp~nder también afirmativamente a la segunda (o lo que
gunas dudas: si esa «regla de reconocimiento que se acepta sólo en atención a su con- es lo mi~mo: entiende que no hay nada anómalo en la idea de un juez
tenido» identifica corno reglas del sistema a aquellas que tengan a su vez determinados que al dict~r s~s ~e~isiones admite abiertamente que él no suscribe el
contenidos, no veo en qué forma difiere todo ello de razonamientos morales ordinarios P.unto de vista J/undico exa.cta~ente en los términos y con las implica-
que tienen corno conclusión juicios de deber independientes de la existencia de reglas; ciOnes que a9UI se han .atnbmdo a esta expresión).
si, por el contrario, identifica corno reglas del sistema aquellas que satisfagan ciertas con-
L~ negativa a la pnmera cuestión .se basa en argumentos que ya
diciones que no tienen que ver -salvo que traspasen ciertos límites- con su contenido,
entonces no sé de qué modo es posible construir un razonamiento práctico justificatorio h.an sido e.xpuestos en apartados antenores y que, para evitar reitera-
que dependa en parte del hecho de su emisión si no es recurriendo a la idea de que ha- c~ones tediosas, res~mo en forma muy comprimida. Estos argumentos
cer lo que esas normas disponen cuando concurren el conjunto de circunstancias que per- siguen una estrate~m q~eyrocede por eliminación. Como ya sabemos,
miten afirmar que forman parte de un sistema jurídico efectivamente existente, es una l~s r~zones operativas ultimas de un razonamiento jurídico justificato-
forma de conseguir alguna otra cosa que se reputa valiosa (y entonces, me parece, ese
razonamiento práctico tiene que contener como razón auxiliar en alguna de sus premisas
no (~. e;,. de uno que toma en cuenta el hecho de la existencia de re-
el hecho de que los demás jueces del sistema siguen los mismos criterios de identifica- ~la~ J.undic~s) no ~ued~n ser «razones jurídicas», es decir, las normas
ción que maneja él). J~n?Icas mis~as, mclUida la norma última que es la regla de recono-
(16) Cfr. Ph. Soper, A Theory of Law, cit., p. 36. c~mient~ ?el sistema: porque o bien éstas son consideradas como jui-
(17) Cfr. Hart, «lntroduction» a Essays in Jurisprudence and Philosophy, cit., p. 10; CIOS practicos que se aceptan por su contenido (y entonces su acepta-
Id. Essays on Bentham, cit., p. 159.
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LA NORlvfATIVIDAD DEL DERECHO

ción es indistinguible de la de un juicio moral ordinario, i. e., d.e uno que es exactamente en este sentido mínimo en el que puede afirmarse
no dependiente del hecho de la existencia de esas r~glas): o bien se que hay una «conexión conceptual entre el derecho y la moral». Pero
toma en cuenta como razón auxiliar el hecho de su existencia, en cuyo como esa expresión ha sido entendida frecuentemente con otros sen-
caso se presuponen razones operativas últimas que dan relevancia prác- tidos (algunos de los cuales han sido examinados y descartados ante-
ti<~a a la existencia de las disposiciones jurídicas últimas y a las que no riormente) me parece preferible evitar su utilización como fuente que
tiene sentido volver a calificar a su vez de «jurídicas». Tampoco pue- es de posibles equívocos y tergiversaciones.
den ser razones prudenciales del sujeto que desarrolla el razon~mien­ Todo ello no impide, como es obvio, el desarrollo de una teoría
to, puesto que un razonamiento práctico de naturaleza prudencial 9ue del derecho puramente descriptiva en la que éste es contemplado y ana-
toma en cuenta la existencia de normas jurídicas no es apto para JUS- lizado como fenómeno social sin asunción de compromiso valorativo
"tificar decisiones que se imponen a otros sean cuales sean sus intere- alguno (20). Ni la descripción del contenido del derecho mediante
'ses: uno puede hacer lo que el derecho le exige por.raz?nes pruden- enunciados imparciales o no comprometidos relativos a deberes jurí-
ciales, pero no puede apelar meramente a sus propws .zn!~reses para dicos (que no son equiparables o traducibles sin más a enunciados acer-
\:,justificar que otro debe hacer algo (18). A~í q~e, ~~ defi~ltiVa, las ra- ca de regularidades fácticas de un tipo u otro). Pero entender que los
\:~zones operativas de,un razonamiento jurídico JUStlficatono han de ser enunciados jurídicos comprometidos -los únicos aptos para formar
razones morales. parte de razonamientos justificatorios- son un tipo de juicios morales
Reconocer abiertamente que uno no acepta esas razo~es ~quiv~~e equivale a entender que no hay deberes jurídicos y deberes morales
a reconocer que no se está en condiciones de ofrecer una J.ustificaciOn como dos tipos distintos de deberes (dos clases de juicios prácticos que
válida para decisiones que se hacen valer frente a. otros mcluso me- se mueven en ámbitos separados, dos tipos irreductibles de genuinas
diante la fuerza. Pero la decisión de un órgano aphcador del derecho razones justificativas para actuar), sino, en todo caso, dos tipos de jui-
-como la emisión de un mandato de autoridad- acompañada del re~ cios morales de deber distintos (uno de los cuales es la conclusión de
conocimiento de su injustificabilidad constituye una contradicción razonamientos prácticos complejos cuyas razones operativas son jui-
pragmática, porque es inherente al derecho -como, ~~sen ge~~ra~, cios morales de deber independientes de la existencia de reglas y que
a la noción de autoridad- la pretensión de correcc10n o legitimi- toman en cuenta como razones auxiliares el hecho de la existencia de
dad (19). Esa pretensión puede no ser sincera por part~ de 1?~ que la normas jurídicas). De ese modo, la afirmación perfectamente dotada
mantienen, pero la renuncia abierta a mantenerla nos mducina a du- de sentido de que lo que jurídicamente se debe hacer y lo que moral-
dar de que realmente estemos en presencia de lo que c?n arreglo a mente se debe hacer no tienen por qué coincidir no constituye de nin-
nuestras convenciones lingüísticas entendemos por «relaciOnes de au- gún modo un obstáculo en contra de las ideas que aquí se han mante-
toridad» -y no coacción desnuda- o por «sistema jurídico». Creo nido, sino que debe ser interpretada como la constatación de la no coin-
cidencia entre el contenido de un punto de vista del que el hablante
da cuenta sin aceptarlo mediante un enunciado imparcial o no com-
(18) Vid. un razonamiento de este tipo en Raz, «The Purity of the Pure Theory.», prometido y el del punto de vista realmente suscrito por él y que ex-
cit., pp. 454-455; Id., «Hart on Moral Rights and Legal J?~tie~», cit, PP·. ~30-131i ~hns­ presa a través de un enunciado comprometido (o en todo caso, como
topher Birch, «The Role of Morals in the Process of Just1ficat10n of JudiCial Deciswns»,
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la obligación de obedecer al derecho», cit., pp. 21-22 (del ongmal medito policopiado),
Ruiz Manero, Jurisdicción y normas, cit., pp. 177-179. ·
(19) Cfr. R. Alexy, Teoría de la argumentación jurídica, cit., pp. 208 ss.; Id., «Ün (20) Que es lo que Hart quiere preservar y, creo que equivocadamente, ve amena-
Necessary Relations Between Law and Morality», cit.; Ph. Soper, «Leg.al Theory and zado si se aceptan tesis como las que aquí se han defendido: cfr. J.R. de Páramo, «En-
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INDICE DE AUTORES

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Alarcón Cabrera, Carlos: 302. 294, 398, 573.
Alchourrón, Carlos E.: 245-47, 249, Austin, John: 275, 399.
250, 252-64, 273-74, 277-78, 281, Ayer, Alfred J.: 85, 310.
289-92, 296, 300, 328-29, 406. Awelrod, Robert: 155.
Alexy, Robert: 227-28, 329, 359-60, Azzoni, Giampaolo: 245.
362-63, 678-79, 738.
Allais, Maurice: 91.
Anscombe, G. E. M.: 59, 73, 82, Baier, Kurt: 44, 61-2, 131, 150, 153,
585, 623, 626. 187' 364, 447' 463, 603, 693.
Añón, M! José: 124, 348. Bankowski, Zenon: 264, 273-4, 570,
Aristóteles: 55, 58, 73, 121, 130. 589.
Arrow, Kenneth, J.: 61-2, 98, 151, Barragán, Julia: 195.
190, 192. Barry, Brian: 117-18, 655.
Aspremont, C. d'.-152. Barry, Norman: 172-73.
Atienza, Manuel: 292, 362, 698-99, Bates, Stanley: 603.
702, 707. Bayles, Michael D.: 603, 617, 623-24.
Atiyah, P. S.: 495, 571-74, 576, 580,
Bayón Mohíno, Juan C.: 23,174,371,
585, 587, 590, 595, 597.
583.
Attfield, Robín: 366.
Atwell, John: 393. Becker, Gary S.: 65.
Aubenque, Pierre: 121, 126. Beehler, Rodger: 25, 36.
Aubrey, John: 66. Bell, David R.: 646.
Aumann, Robert, J: 154. Bentham, Jeremy: 21, 66, 688-89.
Aune, Bruce: 373, 423. Beltrán Pedreira, Elena: 173.

789
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Benditt, Theodore M.: 287, 603, 715. Chammah, A. M.: 94. Eisenberg, Paul D.: 373. 157-65, 167-77, 179-89, 192-95,
Benn, Stanley I.: 440. Chisholm, Roderick: 326-27, 332, Elster, Jon: 83, 102, 450, 479. 215, 222.
Beran, Harry: 403, 435. 365, 399, 412. Epstein, Richard: 400. Gavazzi, Giacomo: 22-3.
Bergson, Abram: 192. Christie, George C.: 611. Es ser, J osef: 359. Gavison, Ruth: 675.
Bergstróm, Lars: 418. Clarke, D. S.: 495, 505, 528. Geach, P. T.: 73.
Berlín, Isaiah: 415. Cohen, L. J.: 90. Faith, Roger L.: 155. Gert, Bernard: 332.
Birch, Christopher: 738. Cohen, Ronald: 65. Falk, W. D.: 54, 131-34, 136. Gevers, Louis: 152.
Bittner, Rüdiger: 481. Cohen, Stephen: 400. Farrel, Martín D.: 65, 89, 195, 244, Gewirth, Alan: 404, 422,-23, 445.
Black, Max: 88. Coleman, Jules: 161, 177, 179, 494, 499, 500, 656, 686-87. Gianformaggio, Letizia: 294.
Blackburn, Simon: 205, 217, 221-22, 735-36. Feinberg, Joel: 399, 400, 403-04, 440. Gibbard, Allan: 71, 482.
229, 231. Conee, Earl: 396, 411. Feldman, Fred: 328, 332, 334, 390. Gibson, Mary: 90.
Boardman, William S.: 656. Connan, Fran~ois de: 57 4-7 5. Fernández García, Eusebio: 443, 614, Goldman, Alan: 680.
Bobbio, Norberto: 35, 357, 612-13. Conte, Amedeo G.: 244. 617, 685, 699, 700, 702-05. Goldman, Alvin: 58, 96, 547.
Bobbitt, Philip: 408, 429. Cooley, J.: 337. Ferrajoli, Luigi: 29, 679. Goldsworthy, Jeffrey D: 17.
Bond, E. J.: 138, 201, 204-05. Coombs, C. H.: 91. Finnis, John: 121, 134, 458, 494, 573, González Vicén, Felipe: 604, 698-99,
Brandt, Richard B.: 61-2, 81, 119-20, Cortina, Adela: 699, 709. 579, 605, 610 623-24, 656-57, 675, 701-02, 704, 707.
210, 404, 437, 447. Crawford, A. Berry: 404. 693, 730. Goodin, Robert E.: 119.
Bratman, Michael: 96-7. Fishkin, James S.: 174-75, 203, Gowans, Christopher W.: 414.
Brennan, Geoffrey: 64-5, 91, 172. 225-27, 350, 371, 387, 581. Greef, Jan de: 274.
Daniels, Norman: 106, 121.
Brennan, J. M.: 351-52. Flathman, Richard E.: 495, 506, 512, Green, Leslie: 464, 487, 656, 658,
Danto, Arthur: 45.
Brink, David 0,: 231. 564, 621, 623, 700. 661, 665, 667, 671, 677, 681,
Davidson, Donald: 45, 47, 52-3, 60,
Brock, Dan W.: 129, 561. Fletcher, J oseph: 352. 683-84.
73, 152, 339, 415.
Buchanan, James K.: 64-5, 91, Follesdal, Dagfinn: 325, 409. Greenawalt, Kent: 398, 624, 631, 685.
Davis, Morton D.: 92.
171-73, 177, 182, 187-88. Foot, Philippa R.: 39, 54, 88, 135, Gregor, Mary: 372.
Davis, Nancy: 400.
Bulygin, Eugenio: 27-8, 38, 245-47, 396. Grey, Thomas C.: 21.
Davis, R. L.: 91.
249-52, 254-64, 273-74, 277-78, Fraassen, Bas C. van: 388, 412, 420. Grice, G. R.: 48, 116.
Davitt, Thomas E.: 352.
281, 284, 289-93, 296-97' 300, 406. Frankena, William K.: 54, 131-32, Griffin, James: 60, 69, 72, 76, 82, 84,
Debreu, Gérard: 98.
Buege, Tyler: 664. 136, 417. 116, 152, 184, 187, 416, 418, 420,
Decew, Judith Wagner: 326-27, 412.
Burton, S. J.: 487. Frankfurt, Harry: 57, 69. 427-28.
Delgado Pinto, José: 30, 37, 693,738.
Friedman, J. W.: 155. Groccio, Hugo: 372, 572, 574-75.
Detmold, Michael J.: 525, 616, 713.
Calabresi, Guido: 408, 429. Friedman, Lawrence M.: 454. Guastini, Riccardo: 22, 25, 30, 244,
Dias, R. W. M.: 23.
Calsamiglia, Albert: 28, 155, 195, Friedman, Richard B.: 636. 283, 357' 446.
Díaz García: Elías: 611, 613, 698-99,
250-51, 302. Friedrich, Carl J.: 646. Guibourg, Ricardo: 301, 413, 719.
702, 704.
Cameron J. R.: 446. Fuller, Lon L.: 464. Guisán, Esperanza: 699.
Diggs, B. J.: 446.
Camps, Victoria: 347.
Donagan, Alan: 408, 411, 423. Gallie, W. B.: 621. Habermas Jürgen: 207, 232-38, 678.
Capella Hernández, Juan R.: 252.
Downie, R. S., 569, 586. Gans, Chaim: 318, 369-70, 374, 376, Hacker, Peter M. S.: 21, 452, 455,
Caracciolo, Ricardo: 17, 39.
Duff, R. A.: 37. 495, 505-06, 508, 528, 539, 556, 463, 492, 494, 544, 735.
Carcaterra, Gaetano: 244.
Dwars, Ingrid: 228. 564, 652, 662, 670, 675, 680, 702. Haksar, Vinit: 175.
Carnap, Rudolf: 336, 339.
Dworkin, Ronald: 37, 248, 358-61, Garzón Valdés, Ernesto: 102, 120, Hamblin, C. L.: 406.
Carrió, Genaro Rubén: 22, 357, 398.
469, 477-78, 713-14. 174, 188, 371, 611, 686. Hamburger, Henry: 92.
Castañeda, Héctor-Neri: 58, 135,
255, 412, 418. Gascón Abellán, Marina: 699, 700, Hampshire, Stuart: 48, 59, 71, 415.
Castignome, Silavana: 607, 611, 618. Echave, D. T.: 301, 413. 702, 704. Hansson, Bengt: 325.
Catania, Alfonso: 22, 29, 36. Eckhoff, Torstein: 22, 244-47, 359. Gauthier, David: 72, 92, 150, 153, Hardin, Russell: 94, 155.

790 791
Hare, Richard M.: 53, 56, 87, 108, Hume, David: 65-6, 87-8, 103, 113, 44JL-1B., ®.iLlL, t.6i53, (ooz., ®'BID., ildlJOl, J\.hful.dif:o.TTD:gílnttflm., Dawiilil:: 2Il2, 2ll.íli)., 222,
120, 138, 142-43, 152, 197, 206, 134, 182, 186, 456, 567-68, 571. ffiOIZ .. 34'8.
254-55, 263, 280, 309-10, 312, 334, Hurley, Susan L.: 653. JL.mr~. iKiurlt:: 351§.. JMI:.aCNaill!ly., JF.. 5>.. :: Si\ffi..
343-46, 350, 390, 396-97, 514, lLf.illdln, Jf.. :: ®11 .. WmlP1herr:ro]lL, íl.lhíDJ.Il!l1l5:: 7@0..
606-07' 612-13. Jack, Henry: 364. JLarrmrmwxm., }E:d¡\w..amrlJ Jf..:: ~'-8)., .:WliJ9.. W.Jr.aíifir.. JfliilllirlD ffiL: .22.
Harman, Gilbert: 169-70, 216, 364. Jeffrey, Richard C.: 57, 69. ~~., D.awTI:Jll K.:: CQI3., 3:E/., 45JID., c4~., :»~ So--:ID:a., JJ©T~ IF.. :: 437., ((íJ{iB., (6ID.,
· Harrinson, Geoffrey: 211. Jones, Andrew J.: 327. (ID_;)$, t&tíiiD-®JL, I&ID4., ®CtíiiD., @i!JL.. ].(['Z..

Harrison, Jonathan: 134. Jorgensen, Jorgen: 250-51. lliiu"!ille., llimm ~;[. JI».. :: 1Lil2., 115JL., ~J[l.. );lli.íill!t, C:""'Cmt-Frr~: 32R., 3341-., ~fll-.41-11.,
Jori, Mario: 29, 355, 357, 495. ~ot:., lDJ®:m:: 477, .53, 77tfiL, i~71.. .3-MD.. .
Harsanyi, John C.: 118, 135, 151.
lLIDdkie, JJ®.lmm:: 1173,, 2~.]1)).. MamDlll:5., 1Fl.mnrlln ~:
Hart, Herbert L. A.: 20-1, 23-9, 35-9, ~~., Lmlr\CITll:: R771.. 4RR ..
137, 192, 244, 302, 398, 404, Kagan, Shelly: 428.
Kalin, Jesse: 142. JL~ ~Jll@mL, JEmm.iiiq¡rnke:: .:ZIHOL ~:.IDlliis., Hrn;v,am¡fr: M...
432-33, 435-40, 442-44, 447, 449, 1Lm~., IMiurii© <G.. :: ]'BS., ~ID-:511 .. JMhurBrlln*, JJ.. :: <9>R..
451-56, 459, 461, 463, 466, 469-71, Kalinowski, Georges: 251-52, 296-97.
Kant, Immanuel: 89, 121, 126, 201, Jf¡m~ illie:: 111-4., ~., ®1111.. ~~' lfl())IJnrm:: ((D'HSS)..
474, 476, 478, 482-83, 492, 494, ~' JJ®..lmm JF.... :: 3:41$S.. ~~ R®ihfliírm., JI...urrii:s:: 1S.ID-5iL
499, 544-46, 550, 552-54, 573, 587' 245, 372, 385, 422-23.
Kavka, Gregory S.: 457-58, 609, 735. ~R.:: ~2-3., llJID:Z., Jl:&\1... ~-,~©A.:: -n:\.2-53 ..
623, 633-35, 637, 688-89, 714-16, Y..uewif2lll.:: «iíS:ID.. );!'ta~., ~~:m.e:: 3.2..
719, 721, 732-34, 736-37' 739. Kearns, Thomas R.: 436.
Kelsen, Hans: 19, 22-3, 28, 31, 201, ILy0ilil§)" D1IW~~: 37/.. .:Zll.®., 321-23., 331®., 1\Tha~~., <G.. ~J¡fDJJn:: 45~., ..Jkfu3..
Hedenius, I.: 262, 284. 245, 250-51, 254-55, 263, 273, 276, 373., ~\ID., 44l\ID-4JL, :5II.4-J1(6i., 5ll18., C63IilR., ~., lf~: 31Dll..{ffi2.
Held, Virginia: 175. (@97/., 71333.. '!».~., Ji!~.. :: ].fi\9)..
284, 301-02, 309.
Heller, Agnes: 116. Kenny, Anthony: 548. .lklliferr:s, ID>w.iill:: 245., 47'9..
Hempel, Carl G.: 332, 336-39. Kim, J aegwon: 218. Mn]s::n:arrrm.., Sta~:: 4~TI...
}.,Jlli'~., lilbr~: 2113-34..
Hernández Marín, Rafael: 245-47, Klami, Hannu Tapani: 359. _LV,1JIL~"'-'~-U;¡;_..I!lilJ1.Rlill~ .IB!:fu¡-y11I[t.dJ.JF.. :: '911..,
@5)3..JJ®:lmm. S1tiliraint·. 371"- ..., «íí2~
-.T/.3., 411® ,. .,
250-51, 253, 262, 325, 460, 699,
702.
Kliemt, Hartmut: 26, 38, 190, 450,
452, 455, 458, 720-24.
Jl/85..
1Vl.a!:d010flkse3'·· THL ] .. :: 321L, 394..
•:m D .. :: Si"iii..
:Mii.gfu''Aib:¡rrnij, J:mmne.s .K.:: -41!1])41-..
Hierro Sánchez-Pescador, José: 55, Kolakowski, Leszek: 343, 347, 389, IiMimlf.OnxnrrmeffiL, lfter~re:: ~6J., :4Ji())g)., 4llJL,
415. JP.,®bemt N .. :: .3'ID., 4.Sffi-52..
310, 312, 446. 4il77-11$..
Korner, Stephan: 57, 69, 70. l>JilD:mct;agu:lf::., ~:: 3~6}., 3.~~., ..WID.ffi., 414.!1..
Hierro Sánchez-Pescador, Liborio: },b.J...'iOoommiidk, ~~ ~1eJll:: ll.$5., 15.,
.cl."'"""-"'-"'il'"-·· 6 .. lE.. :: 3:Zll.,, 3l.<ffi..
Korsgaard, Christine M.: 88. 271., ?Jm-7., 3\!P., 2-4l®., ~., 72JID77.,
442, 699.
Kratochwil, Friedrich: 90. 1MT®m-e :JMliirha:en s. 1!.'871 4~ ~ms
:51(J)B.{~., 5112., 5271.,..5.39.,~~6 ~., ~ .
1

Hill, Roscoe E.: 25, 36. 1!J/3-7/4., 3S;S., ~. 37171., 3~'1:9., · 4]:!!)., "

Kraus, Jody S.: 161, 177. 44ll.-42., 44(6),, 454-55., JkiD3., 47@.,
Hilpinen, Risto: 325, 409, 412. }VJ!om:g~, OBkarr:: 'Ii)2.
Kuflik, Arthur: 156, 559. 41-4J.-:i7.:D., .4J-'9J.2., 4~, 5/A(I)., 572, 57(6-7/9}~
Hintikka, Jaakko: 85, 254, 406. l1fum:ri, J:~¡i;a¡vmibiko:: ll.]ill.., 115TI. ..
Kutschera, Franz von: 423. 5:833., 5'E'0., 5'9)4., f§J7i®., (~z., 7!3B.. .
Hobbes, Thomas: 66, 73, 574, 688. l.l1oogi.%Ya, Y~rruiD.iJillJ:G:: 4::87., 161J:O..
~,[lli:[!).i1Jii\l;~lll., JJ©ilmm.:: .2ll.~..
MiiDirrli:s., <Oln.. Wi.:: lllli)O..
Hodgson, D. H.: 534, 584. Lacey, Nicola: 38. ~r;e., W~: 3111. ..
lVJiiD51;errffun., JJ~:: 85., @511..
Hoerster, Norbert: 153. Ladd, John: 404,409,437,447,544. M;a~Ciimttyrot:., Arr;;n_~iirr::: t6itrJ-7., TI.-45.,
MDXÍJL .lPtt:War L.:: 327/..
Holmes, Oliver Wendell: 21, 464. Ladenson, Robert: 603, 624, 626-29. 4@l'J-Jl@..
1v~., Nri.m0:1lli; JJ.. :: 57..
Lagerspetz, Eerik: 458, 460, 715. ~í.ilack., &l..:.c.: 1®2..
Honoré, Anthony M.: 286, 452. MruitEJiiu, ID~ <C.:: (ffi..
Lahtinen, Osvi: 290. lll''"'-"~J!"-'.., J:o:Bmm TL.. ::
ll4R., Il55., 11.(!))1.,
Hooker, C.: 91. )~~, JJ;~r¡¡;JÍÍs;rr~: 20.m., 235., .23'8., 443.,
Landesman, Bruce: 706, 708, 710. 20.:2, .]fl),ú}., ](~Ii).,
2IL3., 2il::&-lt~., .m, ®.ID41-., ®Jl.J9J., j,(¡)jJ-@E..
. Hospers, John: 129. Langford, C. H.: 262. 4R~11ffi., S'E®, s~m~., 571., s~., J;ffi2.
J\llirrll!W)Wíl.V .]J~ 6 .. :: ll.]í))., :Y:641-., c&CU7..
Howard, Nigel: 155-56. Langford, M.: 262. ?iMfu.l!c}/ffiallMJilll, ~: ~., 3;/4,,
Hudson, W. D.: 446. Laporta Sanmiguel, Francisco J.: 34, 5iitfii-$JJ;., ®71$..

792
JUAN CARLOS BAYON MOHINO LA NORMATIVIDAD DEL

115, 122, 131, 138, 197-202, 204, Passerin D'Entreves, Alessandro: 122, 175, 245-46, 280, 283,. 287, Sartorius, Rolf: 404, 417, 455, 624,
206, 212, 219, 222, 389, 410, 415, 636, 700. 313, 318, 349, 355-56, 358, 364, 626, 629, 631, 735.
430. Pattaro, Enrico: 357. 366, 374-75~ 380, 388-89, 397,417, Savater, Fernando: 142.
Narveson, Jan: 570. Patzig, Günther: 126, 201-02. 429,441-42,463,474,476,486-513, Savigny, Eike von: 483, 664.
Navarro, Pablo E.: 250, 460, 495. Paulson, Stanley L.: 250-51. 515, 517' 519-21, 524-30, 534-40, Sayre-McCord, Geoffrey: 414.
O'Neill, Onora: 400, 423. Peces-Barba Martínez, Gregario: 542-46, 550, 552-54, 556-57' Scanlon, Thomas M.: 116, 571, 580,
Nelson, Alan: 181, 186. 443, 699, 700. 564-65, 569-70, 573-74, 576, 592-93' 595' 598-601.
Nelson, William N.: 624, 653, 677, Peczenik, Alexander: 140, 208, 225, 578-79, 581, 583-85, 589, 594, 602, Scarpelli, Uberto: 28-9, 636, 700.
686. 311, 329, 357, 676, 708. 604-05, 607-11, 616, 617-19, Scheffer, Samuel: 106, 231, 365.
Neumann, John von: 92. Perkins, Lisa H.: 603. 621-23, 625, 628-29, 634-52, 654, Schelling, Thomas C.: 92, 94, 102,
Nielsen, Kai: 129. Perry, Ralph B.: 134. 656-58, 669, 674-75, 667, 681, 111, 184.
Perry, Stephen R.: 487, 495, 509. 683-84, 692, 696, 697-98, 701-02, Schotter, Andrew: 93, 154.
Niiniluoto, Ilkka: 23.
Peters, R. S.: 46, 440, 603, 605, 636. 704-06, 710, 718, 730-33, 738. Searle, John R.: 243-44, 246, 322,
Nino, Carlos S.: 17-8, 20, 32-3, 35,
Philips, Michael: 428. Regan, Donald H.: 102, 199, 318, 393-95, 401, 403-05, 412, 446, 576.
37, 39, 44, 48-9, 50, 56, 75, 83-4,
Pintare, Anna: 358. 378, 381, 432, 487, 515, 517, 519, Sen, Amartya K.: 53, 62, 68-9,72,98,
107, 116, 118, 144, 155, 186, 207, 200, 203, 416, 418, 420.
224, 229, 232, 236-37, 247, 249, Pitkin, Hanna: 623. 521, 584, 644, 667-68, 695.
Platón: 130. Senor, Thomas D.: 625.
268, 306, 398, 442-44, 446, 459, Reichenbach, Hans: 410.
Plott, Charles R.: 62. Sharpe, Robert K.: 52, 73, 75.
467, 473, 477, 482-83, 490, 493, Rescher, Nicholas: 150, 153. Shiner, Roger A.: 30.
495, 604, 614-15, 652-56, 680, 686, Pollastro, Piero: 244. Reichards, David A. J.: 39, 48-9, 73,
Pontara, Giuliano: 206-07, 209-10. Shope, Robert K.: 394.
702, 719, 721-22, 724, 734, 738. 82,98, 129,137,205,280,316,404, Shubik, Martín: 154.
Nowell-Smith, P. H.: 133-34, 309-10, Popper, Karl R.: 330. 435, 438, 473, 587, 724, 733.
Porn, Ingmar: 327. Shwayder, David S.: 243, 451, 467.
432, 478, 623, 629-30. Ricker, W.: 179. Sidgwick, Henry: 66, 68, 103, 113,
Nozick, Robert: 107, 173, 175, 344, Postema, Gerald: 17, 33, 37, 66, 473,
Robbins, Lionel: 151. 129, 587.
421. 657-58, 660-61, 665, 680, 688-89,
Robins, Michael H.: 569, 586. Siegler, Frederick: 25, 36.
734.
Robles Morchón, Gregario: 19,244, Siltala, Raimo: 690.
Prichard, H. A.: 129, 136.
Olivecrona, Karl: 472, 575. 247. Simmonds, N. E.: 18, 36, 734.
Prior, Arthur N.: 324. Simmons, A. John: 375, 403, 435,
Olson, Mancur: 94. Pufendorf, Samuel: 372. Rodilla, Miguel Angel: 173, 188.
Ross, Alf.: 21-2, 244, 246, 251, 254, 437' 623, 682, 692, 696, 698, 700,
Opalek, Kazimierz: 246, 249-50, 283, Putnam, Hilary: 220.
262-63, 275, 291, 295, 297, 308, 702.
285, 292. Singer, Marcus G.: 129, 248, 332,
Ordeshook, P.: 179. Rabossi, Eduardo: 140, 208-10. 324-26, 452, 456, 613, 699.
Radner, R.: 91. Ross, William David: 133, 136, 321, 354-55, 423, 476, 581.
Overvold, Mark C.: 63. Singer, Peter: 141, 196, 584, 700.
Raiffa, Howard: 92-3, 102, 184. 344, 392-95, 397, 401, 403-05, 532.
Sinnott-Armstrong, Walter: 409.
Ramos Pascua, José A.: 22, 36, 38, Rousseau, Jean-Jacques: 456.
Páramo Argüelles, Juan R. de: 24, Smart, J. J. C.: 166, 514.
463, 718. Ruben, David-Hillel: 356. Smith, Adam: 571-72, 587.
34, 36-7, 358, 436, 443, 445, 449, Ramsey, Frank P.: 91. Ruiz Manero, Juan: 38, 699,715,718,
624, 699, 702, 722, 735, 739. Smith, J. C.: 446, 452.
Rapoport, Anatol: 92, 94. 735, 738. Smith, M. B. E.: 37, 374-75, 380,
Pareto, Vilfredo: 69, 101. Rawls, John: 69, 75, 91, 96-8, 101, Ruiz Miguel, Alfonso: 443, 655. 624-26, 682, 696, 698, 702, 710-11.
Parfit, Derek: 44, 72, 75-6, 78, 80-2, 104, 106, 120, 122, 125, 163, 191, Snare, Frank: 393.
Ryan, Cheyney: 175.
104-07, 109-10, 113-16, 150, 153, 207, 225, 229, 230-32, 243, 316, Soeteman, Arend: 297.
156-57,179,184,197-201,559,572, 343-45, 397, 404, 445, 514, 534, Soper, Philip: 37, 447, 544, 620, 623,
582. 566, 587' 704. Samuelson, Paul: 62. 625, 628, 647, 675, 677, 696-97,
Parks, Robert Q.: 112. Raz, Joseph: 18, 20, 26-9, 32, 35, Sánchez García, Dora: 252. 700, 702, 736, 738.
Parsons, Talcott: 101. 37-9, 44, 49, 50-1, 64, 75-6, 86, 96, Sandel, Michael J.: 104, 681. Sowden, Lanning: 82.
794 795
JUAN CARLOS BAYON MOHINO

Spector, Horacio M.: 140, 208, 225, Voss, Thomas: 154.


311.
Stair, James: 572.
Sterba, James P.: 39. Waldron, Jeremy: 84, 435, 487.
Stevenson, Charles L.: 134, 310. Warnock, G. J.: 144, 246, 318, 349,
Stocker, Michael: 353, 692. 356, 388, 404, 486, 556, 562,
Strasnick, Steven: 152. 583-87.
Strawson, Peter: 275. Wasserstrom, Richard: 709.
Stromberg, Tore: 244-45, 247. Watkins. J. W. N.: 332.
Summers, Robert S.: 495. Weinberger, Ota: 25, 94, 245-46,
Sumner, L. W.: 460. 250-52, 254-64, 270, 273-74, 277,
Sundby, Nils-Kristian: 22, 244-47, 294, 324-25, 446.
359. Westen, Peter: 400.
White, Alan: 46, 117.
Taylor, Charles: 46, 389, 415.
Taylor, Michael: 64, 155-156, 182. White, D. J.: 91.
Whiteley, C. H.: 404.
Tarski, Alfred: 298.
Wickstrom, Bent-Arne: 172.
INDICE DE MATERIAS
Thompson, Earl A.: 155.
Thomson, Judith Jarvis: 399, 400. Wiggins, David: 124, 352-53.
Thoreau, H. D.: 603. Wilcox, William H.: 464. Aceptación de reglas: 35, 38, 459-63, Cognoscitivismo/no cognoscitivismo:
Thrall, R. M.: 91. Williams, Bernand A. D.: 59, 74, 470-71, 486. 139-40, 207-08.
Tomás de Aquino: 408, 657. 120, 137, 185, 205, 210, 352, Actos de habla formales e informales: Conflictos de deberes:
Tomberlin, James E.: 327. 388-90, 397, 411, 415, 417. 273-74. y consistencia: 406-09.
Toulmin, Stephen: 129, 135, 336-37. Wittgenstein, Ludwig: 480. Autoridad: y «debe implica puede»: 409-14.
Trigg, Roger: 388. Wolenski, Jan: 246, 249-50. y argumento de la coordinación: y deber de compensación: 398-400.
Tullock, Gordon: 171. Wolf, Susan: 113. 654-74.
y deberes prima facie: 384-88,
Tuomela, Raimo: 46, 469. Wolff, Robert P.: 603-04, 620, 623, y argumento pericial: 645-53.
Tur, Richard: 692. 392-405.
625, 668. concepción de la autoridad como
Twining, William: 21, 245, 464, 479. decidibles y no decidibles: 384-88,
Wollheim, Richard: 191, 687. servicio: 638-45.
430.
Ullmann-Margalit, Edna: 94, 187, Woozley, Anthony D.: 459. concepción standard: 618-19.
dilemas morales: 405-31.
450, 557-58, 560-61, 658, 660, 665, Wright, Georg Henrik von: 46, 49, y consentimiento: 681-87.
de Jacto/de iure: 609-18. y «experiencia real del conflicto»:
671. 56-7, 74, 77, 89, 201, 245-46,
y democracia: 653-56, 686-87. 396-98.
Urmson, J. 0.: 46, 344, 365. 250-54, 267, 275, 280, 284, 297,
y de derecho a mandar: 602, inconmensurabilidad: 416-17,
Urquijo, M.• Eugenia: 301, 413. 300-01, 307, 313, 323-28, 407-09,
623-31. 427-29.
412, 414, 446, 452, 548-49.
Vallespín Oña, Fernando: 173. interdependencia del análisis con- modelo de la apariencia: 390.
VanDeVeer, Donald: 102, 120. ceptual y normativo: 619-22. modelo de la realidad: 389.
Vermazen, Bruce: 412. Ziemba, Zdzislaw: 325. y legitimidad/legitimación: 611-13. y monismo/pluralismo valorativos:
Vernengo, Roberto: 28, 252, 443. Zimmerling, Ruth: 124, 195, 210. paradojas de la: 602-03, 638. 415-420.
y postergación del propio juicio: y razones de segundo orden:
602, 633-37. 500-04.
pretensión de corrección: 632-33, y sistema standard de lógica deón-
689-90. tica: 412, 414.
y respeto por el derecho: 684-85. Consentimiento: 589, 681-87.

796 797
JUAN CARLOS BAYON M O HINO LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

Constructivismo ético: 206-07, y relación prudencial/moralidad: Internalismo/externalismo (véase Mandatos:


224-39. 127' 151-56. «deber y motivación» y «razones acto ilocucionario de mandar:
Convenciones: 660-61. externas/razones internas»). 264-68.
Coordinación (problema de): 93,450, Egoísmo y altruismo: 63-73. Interpretación de las prácticas socia- de autoridad: 267-68.
561, 658-60. Enunciados normativos: les: 485-86, 601-02, 712-15. de autoridad: 267-68, 269-72.
y autoridad: 654-74. comprometidos: 27, 29, 32-4, 616, extensión explícita/extensión implí- coactivos: 272-73.
Impuros: 660. 739. cita: 713. y juicios de deber: 268-69, 304,
y obediencia al derecho: 675-78. Imparciales o no comprometidos: Iusnaturalismo: 693. 306-09.
de segundo orden: 665. 27-31, 33, 446-47, 616. y enfoque definicional: 692-94. (véase también «prescripciones»).
(véase también «convenciones»). juicios entrecomillados: 138, 280, y enfoque derivativo:695. Motivos (véase «explicación de las ac-
Correlatividad derecho/deber: 400, 606. ciones»).
439-41. proposiciones normativas: 29, 30, Juicios de deber: Normas débiles: 322, 330-32, 339-40.
Cualidades secundarias: 219-20. 279-88, 304, 328, 445-46, 606. relativos a actos genéricos: 307, Normas fuertes: 322, 329-30.
«Cuasi-realismo»: 222-24, 231-32. proposiciones normativas derivati- Normas probabilísticas: 321, 332-36,
363-69' 383.
vas: 280, 282, 305. concluyentes: 383. 339-40.
reduccionismo semántico: 20-25.
Deber y motivación: 54, 87-8, 131-36, dependientes de la existencia de re- básicas/complejas: 342.
(véase también «punto de vista in- Normatividad del derecho:17-20.
141-47. glas sociales: 304, 314-15.
terno» y «punto de vista exter-
Deberes (véase «juicios de deber», dependientes de la formulación de
no»). Obligaciones:
«conflictos de deberes» y «obliga- mandatos: 269, 279, 290, 304,
Explicación de las acciones: y deber hacer: 404, 431-32, 435,
ciones»). 314.
debilidad de la voluntad: 52, 73. 489, 564.
Deberes perfectos/imperfectos: extensión: 368-69, 381-82.
intención: 58-9, 72-3, 76. y derechos: 434-44.
372-73, 422. frecuencia de dominación estadísti-
motivos y creencias: 47-57. fuerza normativa especial: 404 489,
Decisiones: 525-29. ca: 370-73, 382.
motivos y deseos: 47-57. 564-65.
y razones excluyentes: 525-26. perspectivas ex ante y ex post: 49, frecuencia relativa de no contin-
y prácticas o instituciones sociales:
Democracia: 653-56, 686-87, 697-98. 52-6, 58. gencia: 380-81, 382. 445-47.
«valor epistemológico»: 654. y razonamiento práctico: 55-6, independientes de la existencia de Obligaciones condicionadas: 323-28.
Derechos: 434-44. 88-9. reglas: 315-20. Obligación de obediencia al derecho:
Desacuerdos morales: 214-16. y mandatos: 268-69, 304, 306-09. 624-26, 691-711.
Deseos: prima facie: 307, 321-22, 335-36, y democracia: 653-56, 697-98.
Intereses: 384-88' 392-405'
y condición ceteris paribus: 74-8, y «bienes primarios»: 101, 112-13, del juez: 679-80.
80-1, 83, 88-9. y requisitos de no contingencia: y razones dependientes del conte-
124-25. 374-76, 702-03, 706-10.
y creencias: 47-57, 85-7. nido: 692, 701.
y concepciones de lo bueno:
e intención: 58-9, 72-3, 76. y razones independientes del con-
121-23.
irracionales: 78-83. Legitimidad/legitimación: 611-13. tenido: 694-95, 701.
e identidad personal: 103-07,
y motivos: 47-57. como regla indicativa: 710-11.
113-14. Lógica deóntica:
como preferencias de primer nivel: y requisito de no contingencia:
necesidades básicas: 123-24. y conflictos de deberes: 414.
60-73. 702-03, 706-10.
«objetivos»: 79-80, 112, 115-27. como lógica de las normas: 256-57.
como razones: 84-5, 88-9. objetivos sobre la base de intereses como lógica de las proposiciones Positivismo jurídico: 18-20, 739.
sentidos amplio y restringido: 53, subjetivos: 118-19, 123, 148. normativas: 257-59. Preferencias:
56, 58-9, 68-9. planes de vida: 85-7. posibilidad de la: 251-54, 296-303, estratificación de: 57, 69-70.
Dilema del prisionero: 93-4, 450, y racionalidad dinámica: 98, 324. metrapreferencias: 68-71.
558-59. 100-02, 108-11. sistema standard: 325-28, 412, 414. preferencias dominadas: 70.
798 799
JUAN CARLOS BAYON MOHINO
LA NORMATIVIDAD DEL DERECHO

preferencia revelada (teoría de la): «aceptación de reglas» y «enun- para tener una regla social: 318, condiciones de existencia: 35,
61-2. ciados normativos»). 556-62. 449-52, 466-70.
Prescripciones: jurídico: 730-31. Realismo valórativo: 206. existencia en ausencia. de aceptan-
concepción expresiva: 249-50, Regla de reconocimiento: 715-16, tes: 455-59.
254-56. 718. e interpretación de las prácticas:
Racionalidad estratégica: 91-94.
concepción hilética: 249-50, aceptación y razones morales: 36-9, 485-86, 601-02, 712-15.
Racionalidad e incertidumbre: 90-1,
254-56. 736-39. y juicios de deber dependientes de
513-24.
y juicios de deber: 268-69, 304, Reglas: su existencia: 304, 314-15,
Razonamiento jurídico justificatorio:
306, 13. de competencia: 244-45, 246-47, 471-75.
17-8, 32-7, 721-22, 736-39.
concepción prescriptivista de la ge- 615, 623. como razones auxiliares: 37, 320,
Razonamiento práctico: 55-6, 88-9. concepción expresiva: 249-50,
neración de normas: 260-61,270, 465, 475-80, 721.
Razonamiento práctico social: 469. 254-56.
274-77, 289-91, (véase también y razones excluyentes: 486-87.
Razones: concepción hilética: 249-50,
«mandatos»). razones invocadas por la existencia
absolutas: 355, 383. 254-56.
Pretensión de corrección: auxiliares: 86. de: 318, 532-33, 556, 560-65.
y derecho: 738-39. conformidad, obediencia, acepta-
categóricas: 201-03. ción: 460. y razones morales: 720-25.
en el ejercicio de la autoridad: completas: 86. y razones operativas: 37, 476-77,
632-33, 689-90. constitutivas: 243-44, 246.
concluyentes: 355, 496. cualificatorias: 245. 479-80, 721.
Pretensión de objetividad de los jui- dependientes del contenido: 474, razones para tenerlas: 318, 556-62.
cios morales: 213. y obligaciones: 489, 564-65.
555, 563. permisivas: 246. seguimiento compulsivo: 480-83.
Principios: excluyentes: 38: 356-57, 487-93, Relativismo moral: 210-11.
y principios: 248, 353-57.
y reglas: 248, 353-57. 496-543. como razones excluyentes: 349,
principios jurídicos: 357-63. explicativas: 43-5, 49-52, 56-7. 356-57' 486-93. Separación conceptual derecho/mo-
Promesas: 376-78, 566-601. externa: 59-60, 137-39, 149, 102-04, técnicas: 245, 247.
Proyectivismo: 205. ral: 19, 732-39.
426. Reglas de experiencia: 343, 514.
Prudencia y moralidad: 66-67, 128-30, Sistema jurídico:
independientes del contenido: 38, como reglas indicativas: 514-15,
.148 SS. 474, 533, 544-55. condiciones de existencia: 732-35 .
520.
y «adopción de una disposición»: indicativas: 378-79. Reglas indicativas: 515-24, 649, 711. pretensión de corrección: 738-39.
183 SS. internas: 59-60, 74, 137-39, 149, y costes de decisión: 522-24. Subjetivismo moral: 209.
concesión relativa minimax: 205-06, 426-27. e informaciones incompletas: «dilema del subjetivista»; 203, 226.
167-68. intrínsecas: 378-79. 515-20. Superderogatorios (actos): 364-67.
y dilema del prisionero: 127, invocadas por una regla social: 318, y razones excluyentes: 520-21,
151-56. 532-33, 556, 560-65. 524-25. «Teoría del error»: 216-17.
disposición de conformidad restrin- justificativas: 43-5, 49-52, 56-7. como razones para creer: 524, 652.
gida: 177. neutrales respecto al agente: 80-1, Reglas sociales:
excedente cooperativo: 166. 115, 197-201, 582-83. aceptación: 35, 459-63, 470-71. Vaciamiento conceptual de la moral:
formas de racionalidad auto-refuta- operativas: 86. y cálculo prudencial: 453-66. 144-45.
torias: 148, 156-57. perentorias: 38.
intereses y concepciones de lo bue- de primer orden 487, 499.
no: 121-23. protegidas: 489.
requisito lockeano: 173. relativas al agente: 80-1, 115,
Punto de vista: 197-201, 582-83.
externo: 24-6, 31, 32. de segundo orden: 487, 499.
interno: 24-6 (véase también subyacente: 639-40.

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